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De la Normalidad a la Salud. Caminos para el desarrollo de la Consciencia.
Georg Kühlewind. 1997 Ed. Rudolf Steiner y Mandala Ediciones.
Nuestra conciencia ordinaria es una “conciencia de pasado”. Esto significa que los elementos de nuestra conciencia –el pensar y el representar – son el producto acabado de un proceso al cual no tenemos acceso. La conciencia se forma con lo comprendido y con lo recordado, como conciencia del yo; el proceso de comprender queda inaccesible a la conciencia ordinaria.
¿Qué ocurre en el comprender? Un niño pequeño comprende las primeras palabras directamente, sin palabras, intuitivamente, o dicho de otro modo: con tan honda imitación de quien habla, que “imita” no sólo las palabras, sino también la intención del habla y su sentido. El niño tiene que poder “imitar” hasta la voluntad de hablar del interlocutor para comprender, sí, comprender lo hablado antes de poder confiar en las palabras, la mímica, los gestos. Muy pronto el niño puede construirse la gramática como un “saber”. La voluntad que el niño pequeño emplea en el comprender la denomino “Voluntad Activa”.
Cuando un niño pequeño que aprende a hablar aun no dice “yo” en sentido propio es porque el que habla está todavía “fuera del cuerpo”; no es capaz de decir “yo”, de llegar a la intuición del yo, antes de que se realice la identificación con el cuerpo. Lo que acontece con la identificación con el cuerpo es la formación del ego; éste es quien se siente idéntico al cuerpo. Y el ego es el origen de nuestra conciencia ordinaria.
En la egoidad la atención queda dividida entre el mundo y el organismo, por lo cual la experiencia del propio organismo constituye la esencia del sentimiento de sí mismo. Como la egoidad es un débil y vago sentimiento del verdadero yo –ése que está fuera del cuerpo antes de la identificación – y como la egoidad está sujeta a la conciencia de pasado, necesita continuamente “confirmaciones”, “actualizaciones”.
El hecho de que la conciencia esté sujeta al organismo es algo que sólo lo puede comprobar un nivel cognitivo que no sea dependiente de éste y que por eso mismo pueda contemplar esta dependencia como desde fuera, ésta es la “entidad del Yo”. Esta separación del nivel presente del alma de sus elementos del pasado hace posible que poseamos la capacidad de reflexión –pensar y representar, percibir y recordar.
La “entidad del yo” está formada por estas fuerzas “libres” –no identificadas – que se expresan en un organismo físico viviente. Todo lo que se hace con la intención de expresarse –el lenguaje, tiene su origen en estas fuerzas libres. Por eso a la “entidad del yo” se le puede llamar “entidad de la palabra”. El animal es una entidad ya formada, todo está sujeto a la forma sensitiva, instintiva y de reacción preestablecida.
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Con el envejecer, estas “fuerzas” se independizan del organismo vivo y sensitivo que hasta ese momento estaban activas en su crecimiento, en el organizar y en la formación metódica de formas. Estas son la fuerzas supraconscientes, específicamente humanas, cuya característica es que no son innatas (como por ejemplo la facultad de digerir alimentos) ni se desarrollan naturalmente (como por ejemplo la facultad de engendrar descendencia), sino que se llevan a efecto por la acción de un “entorno humano”, y luego permanecen en adelante “libres”, susceptibles de evolución y de cambio. Precisamente por la presencia oculta de lo supraconsciente, puede comprenderse la facultad de la consciencia de poder darse cuenta de sus propios fenómenos, de percibir su propio carácter de pasado.
Así pues, el niño pequeño, usa en su “voluntad activa” estas fuerzas supraconscientes para comprender las primeras palabras. Esta comprensión está basada en un “sentir cognoscitivo” o “sentido de la evidencia” que asegura que lo comprendido es correctamente comprendido o que “no es comprendido”.
El “sentir cognoscitivo” tiene el carácter lógico por el que se guía el pensar. En tanto que el ser humano piense, piensa lógicamente. Si comete un error lógico, la culpa de ello seguro que no la tiene el pensar, sino una ausencia de pensar que ha entrado por casualidad en la corriente del pensar: de no ser así no podría descubrir la falta de lógica mediante el pensar.
Cuando el sentir se basa en el sentir del propio organismo a través de la egoidad, deja de ser un “sentir cognoscitivo”. El núcleo de lo subconsciente es el sentimiento del ego, una especie de sentimiento del “yo” en el cual la “entidad del yo” no se experimenta a sí mismo, sino en el sentir de los cuerpos: cuerpo físico, cuerpo de fuerzas formativas (en la forma‐representación del yo) y cuerpo sentiente (forma sentiente del ego). Así se produce un “rapto” de fuerzas en el ámbito de lo anímico, se podría decir que el subconsciente representa el negativo de una individualidad. Todo impulso subconsciente es del ego, es egoísta. Se podría decir que lo supraconsciente es lo primigenio, que la consciencia habitual se forma con la actividad de las facultades supraconscientes –el pensar y la palabra – y que lo subconsciente es aquello que se niega y se forma de manera desfigurada.
La aparición de las “emociones” provenientes del sentimiento del ego no se efectúa gracias a la actividad del sujeto, muchas veces se efectúa incluso contra su voluntad y su intención. Con los sentimientos pueden enlazarse automáticamente deseos, apetitos, impulsos volitivos. La formación de series de asociaciones es biográficamente subjetiva e individualmente distinta. Este mundo acabado tiene amplia autonomía.
Con relación a lo subconsciente, sin embargo, no somos individuos –entidad del yo. Los diseñadores de publicidad y los demagogos procuran precisamente poner en actividad asociaciones, emociones, evitando en lo posible el pensar lógico: se dirigen a la zona anímica que se compone de contenidos acabados, estructuras acabadas, series de asociaciones acabadas donde podemos reaccionar sin la comprensión activa del yo. Donde el Yo no está presente.
La enfermedad del alma comienza arriba, en la más luminosa de sus facultades. Por la desorientación ocasionada por la falta de experiencia de la “entidad del yo” en los procesos de consciencia, el ser humano se apoya en el sentirse a sí mismo más de lo que sería conveniente
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y se vuelve adicto a ello. En vez de experimentarse como pensador quiere convencerse de su existencia desde fuera, y esto lo lleva a la propensión a sentirse a sí mismo en algo exterior, la posición social, el poder, el dinero, la estima, etc. Constituyen un mundo del cual dependerá y donde tendrá que pugnar continuamente por demostrarse a sí mismo, para tener certeza de su existencia. Así, la dinámica de las fuerzas del alma –pensar y percibir – se ven distorsionadas. En el “pensar” se busca una auto‐afirmación del ego y en el “percibir” una búsqueda de éxito, de afectividad, de poder…
Egoidad dinámica
subconsciente.
PENSAR PERCIBIR
Búsqueda de auto‐afirmación
Búsqueda de éxito, afectividad, poder…
Depender del reconocimiento exterior viene motivado por la inseguridad de sí mismo, por la falta de la experiencia de la “entidad del yo”. La “entidad del yo” no puede experimentarse en la conciencia de pasado. La “entidad del yo”, en su libertad de formas, que disuelve todo lo formado, no encuentra en un alma endurecida por las “formas de pasado” la posibilidad de expresarse mediante ella en el cuerpo. Si la vida anímica de una persona consiste sólo en hábitos, formas de sentimientos y modelos de reacción no comprendidos, esa persona sería inaccesible a todo lo que es nuevo para ella. La búsqueda de la autoafirmación puede revestir formas agresivas, puede degenerar en un culto a sentimientos de odio, de ella pueden salir el tipo del intrigante, el mentiroso, el arrojado, y también el patológicamente desconfiado.
El principio fundamental de la higiene anímica y también de la curación psicológica hay que buscarlo en el aprovechamiento total de las “fuerzas libres”, arrancándolas de las formas fijas inmovilizadas y devolviéndolas a la entidad del yo como formas creadoras. Los hábitos son actividades de origen subconsciente, substitutivos de la experiencia de la “entidad del yo”. La tarea es que las fuerzas anímicas y espirituales transformadas en hábitos subconscientes se transvasen de éstos a la fortalecida “entidad del yo” y que los hábitos mismos se sedimenten como posos –sin poder sobre el alma autónoma – como tierra vegetal donde puede cultivarse la vida espiritual. Así la dinámica de las fuerzas del alma –pensar y percibir – se ordenan en su manera natural: en el “pensar” una “voluntad activa” como la del niño pequeño en su primer comprender, y en el “percibir” una “voluntad invertida” que no parte de él en dirección al mundo, sino que desde el mundo fluye hacia él.
SUPRA
CONSCIEN
TESU
PRACO
NSCIENTE
Intuición PENSAR PERCIBIR
Consciencia
Voluntad Activa
Voluntad Invertida
Cuando alguien experimenta su propia existencia de manera inquebrantablemente firme, con ello experimenta también que esta existencia es eterna e inmortal, puesto que se experimenta independientemente del cuerpo; a esta entidad sólo le puede alcanzar y hacer algo aquello que ella misma permita.
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Voluntad Invertida
La intensidad de la existencia durante la experiencia de la entidad del yo se manifiesta en que el yo puede entregarse: cuanto más intensamente existe el yo, tanto menos dividida está su atención. Esta entidad del yo no existe de manera estática, sino precisamente en la entrega.
El entregarse en el amor a otra persona (aquí sirve como meditación la “entrega de Cristo en el huerto de los olivos”), cuando se entrega desde la entidad del yo por su fortaleza, ésta entidad del yo se fortalece En los placeres egoístas se da un perderse de la experiencia del yo por debajo del nivel que le corresponde, una abdicación del individuo autónomo y consciente que se acompaña de un sentimiento de bienestar especialmente tendencioso. Este es uno de los rasgos característicos: el yo se pierde en su debilidad.
Los placeres son percepciones que consisten en sentimientos y en sensaciones que suben enteramente de fondos subconscientes. Ante las percepciones ordinarias, el individuo se halla como observador: la entidad experimentadora, el yo, no es incluido, o sólo lo es poco; precisamente así puede ser el principio experimentador. Durante los placeres, las “percepciones” no llegan al yo, de tal manera que el individuo se pierde en estas percepciones como en un desmayo “sabroso”. La percepción sólo alcanza la sensibilidad, en vez de ser palabra, se convierte en efecto.
El subconsciente se ha formado por los deseos de satisfacer “lo bueno para mí”: lo que se traduce en “placeres egoístas”. Una parte de los placeres usa el cuerpo y las funciones biológicas como medio de satisfacción. Ninguna sed de placeres procede del cuerpo, todos son “necesidades” del alma. “Satisface tus apetitos para librarte de ellos” o “Satisfácelos para que
PERCIBIR
PENSAR
SENTIR
VOLUNTAD
REPRESENTAR
: no parte del individuo en dirección del mundo, sino que desde el mundo fluye hacia él.
Voluntad Activa: honda imitación del gesto, de su intención y de su sentido.
Formación del Subconsciente
El mundo de la percepción nos da las preguntas que tienen que existir si se ha de llegar a los conceptos.
El Observar Pensante: la capacidad de retirarnos del percibir.
El Sentir Cognoscitivo tiene el carácter lógico por el que se guía el pensar. Representa el “negativo” de una
individualidad, aquello que despreció y se formó de manera desfigurada.
La representación es una imagen de reminiscencia de una percepción, que podemos traer a la consciencia mediante un concepto o pensamiento.
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queden satisfechos y enseguida se formen de nuevo”. Los apetitos “corporales” que nunca están al servicio del cuerpo, y las excitaciones “anímicas”, que actúan con imágenes sobre la vida imaginativa y por consiguiente sobre el sentimiento, producen “lagunas” en la consciencia, por las que la persona pierde, total o parcialmente, el panorama o el punto de vista de toda su manera de vivir, la integridad de su vida. Con la abdicación de la función del yo, una entidad anímica animal, formada de manera subconsciente, sustentará su existencia parasitaria a expensas de las fuerzas del yo. Las flaquezas, lo subconsciente, existen en cada uno de nosotros, pero esto no es el ser humano. Esto es precisamente, lo que lo sustrae, lo que él no ha formado ni domina, aunque él se identifique más o menos con los objetivos de lo subconsciente.
El sentirse a sí mismo es la consecuencia del predominio del sentido del tacto. El tacto es la base corporal o el lado sensorial del sentimiento egoísta de sí mismo. Mediante éste, el ser humano llega a saber muy poco del mundo, en realidad experimenta sólo un punto, del que sabe que está fuera de su cuerpo o fuera de su órgano táctil. Por la necesidad de sentirse a sí mismo, el carácter táctil se añade a cada función sensorial: también “palpamos” un poco en el ver, el oír, etc. El “contacto” se expresa de manera más directa en lo sexual. (…) El impulso sexual nace en la búsqueda de un ser humano; en la búsqueda de una persona que pueda suprimir la soledad del buscador. En lo sexual tenemos la forma más típica y más destacada de una esfera de hábitos que, en sus motivos e impulsos, dimana de lo subconsciente. Todas las argumentaciones que traten de explicar este impulso desde lo biológico inducen a error. Su fuente no es biológica, sino anímica, como también lo es la de todos los “deseos”; lo biológico es tan incapaz de gozar como una planta, y sólo es utilizado como medio para el placer.
Nada sería más erróneo, desde el punto de vista de la higiene de la consciencia, que renunciar sencillamente a los placeres. De lo que se trata –y esto puede sonar muy extraño – es de la lenta formación de una percepción más completa, con la que podamos experimentar un tipo de alegría diferente del que experimentamos con el placer normal.
Uno no puede deshacerse de la egoidad, o transformarla, simplemente con resoluciones, o por voluntad, o con buenas intenciones. Así que a uno no le queda más remedio que emprender el largo camino que conduce, a través de la educación del percibir, a un tipo de percepción más completa y por tanto, causante de alegría; una alegría, cuyo sustitutivo son los placeres normales. Toda la sintomatología de la sed de placeres se integra en el problema de la egoidad; encuentra su solución progresiva en la educación del percibir. Esta transformará la “alegría” siempre pasiva –es decir, siempre esperada y venida de fuera, y por lo tanto experimentada pasivamente – en una alegría estética y creadora: realmente, en un “bello destello divino”.
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INTRODUCCIÓN A LOS EJERCICIOS DE HIGIENE ANÍMICA.
Con todos los ejercicios procuramos hacer que el individuo acabado, los hábitos y los caminos acostumbrados de la vida anímica desaparezcan, y que se cree el individuo no acabado, capaz de improvisar, y se ponga en su papel legítimo.
Hábito.
Experiencia de la Entidad del yo.
Vive en el pasado. Es un presente vivo.
Se impone. Requiere aceptación y esfuerzo.
Origen subcons. Origen supracons.
El yo no está activo.
Hay que dejar un vacío activo.
Pre‐configurado.
Espontáneo.
Goce momentáneo requiere repetición. Alegría, gozo.
Si este nivel autónomo se despierta y se fortalece, desde su fortaleza podrá percibir, contemplar los lugares débiles de lo anímico, observarlos en su acción paralizadora o desviadora, y luego quitarles eficacia con ejercicios de disolución indirecta.
Los ejercicios de “fortaleza anímica” hay que realizarlos regularmente tanto para curarse, como para conservar la salud durante toda la vida. La “experiencia de la entidad del yo” es una tarea del ser humano, esto significa que no puede cumplirse espontáneamente sino que requiere una “aceptación” y un “esfuerzo”.
Crear un territorio protegido dentro de la agitación de la vida cotidiana, donde el individuo trate a solas con sus dioses, era la intención de los recintos sagrados vallados –temenoi – en la Grecia antigua. A eso ámbitos dejados vacíos en el espacio, protegidos de todo lo profano, dejados vacíos para lo puramente divino‐humano, corresponden hoy los intervalos de tiempo dejados vacíos, los oasis en el tiempo, en los cuales el individuo hace algo que ni es necesario para la vida cotidiana, ni resulta de un impulso subconsciente, sino que acontece únicamente por su decisión autónoma y que hace funcionar las fuerzas del yo. En principio son suficientes entre 20 y 30 minutos.
El ser humano es ahora la única fuente de su voluntad. Se ha agotado la antigua intuición supraconsciente que daba sentido a la vida del individuo sin que necesitara realizar preguntas sobre ello. Esto se ha transformado en la capacidad de preguntar –sólo posible desde la entidad del yo. Una pregunta formulada encierra ya la mitad de la respuesta. Está en la libertad del individuo que uno haga o no las preguntas fundamentales. Estamos en un punto cero cósmico y humano, que brinda la posibilidad del comienzo humano. La intuición consiste en hacer bajar contenidos de niveles superiores, supraconscientes, sin poder experimentar esos niveles de manera consciente. Conocerse a sí mismo es posible cuando el sujeto, el ser humano, se convierte en el conocedor, es decir, cuando se experimenta como el que conoce, no como el que es conocido, o aún lo que es conocido.
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EJERCICIOS DE HIGIENE ANÍMICA.
1. Hablar y escuchar. a. Verdadero escuchar. b. Verdadero hablar.
2. Ejercicios de fortaleza anímica. a. Manejo del tiempo. Puntos de observación. b. Concentración mental. c. Ecuanimidad. d. Fantasía intencionada. e. Positividad. f. Acción superflua. g. Acción ralentizada.
3. Educación de la percepción. a. Conceptualización y abstracción. b. Afinar la percepción. c. Ampliar la percepción. d. Percepción de los placeres.
1. HABLAR Y ESCUCHAR (pág. 124): El lenguaje existe para que el ser humano ejerza, actualice su condición humana mediante él. Sin el hablar, el ser humano no es verdaderamente humano, y esto significa también que no puede ser humano sin un interlocutor. El anhelo humano por el calor de la palabra: el anhelo de comprender y del ser comprendido. Lo que acerca y lo que conforta, está entre las palabras, por encima de las palabras, en el comprender.
El verdadero hablar comienza con el verdadero prestar atención, con lo cual se prepara la comprensión del otro.
a. Verdadero escuchar. Silencio receptivo interior (crear un espacio vacío y llenarlo de la comprensión del otro).
Primero, uno está atento mentalmente, es decir, uno procura no pensar los pensamientos propios que surgen en uno, durante el hablar de otro, como respuesta, como crítica, como observación concomitante o como aprobación, sino que uno se empeña en pensar los pensamientos del hablante, ponderando de vez en cuando si uno lo está entendiendo realmente por las palabras del hablante y no están apareciendo contradicciones por nuestra incomprensión.
Como siguiente paso, uno también puede procurar prestar atención a estratos anímicos más profundos: comprender al que habla con el sentir. En ello hay que acallar cualquier simpatía o antipatía –incluso la espontánea, no se trata de los sentimientos que en mí produce el hablante, sino del sentir puramente cognoscitivo, que va dirigido a él … tal como puedo experimentar el color especial del sentir de un fenómeno estético o de un paisaje. En el silencio receptivo interior, la aprobación o el rechazo, la satisfacción o la crítica del contenido de lo que se dice deben suspenderse.
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El silencio receptivo evoluciona a una actitud anímica positiva, de ayuda al otro. Crea un ambiente favorable para el hablar del otro. La comprensión está desprovista de cualquier apreciación (aprobación o rechazo), e incluso ayuda eventualmente al que habla a comprenderse a sí mismo.
La apreciación y la formación de una respuesta tendrán lugar luego, tanto más pronta y acertadamente cuanto más atentos estemos en el escuchar, es decir, totalmente dedicados al hablante y no distraídos por nuestros pensamientos propios y nuestra crítica inmediata.
b. Verdadero hablar: Responder es fácil cuando previamente en el verdadero escuchar se ejercitó la “atención concentrada”. Prestar atención a no decir nada superfluo, a no hablar por hablar, a no parlotear. Prestar atención a no hablar mal de un tercero en su ausencia. Hablar positivo: háblese sólo cuando se tenga algo que decir. Hablar silencioso: expresar en silencio algo difícil o imposible de formular. Habla de tal manera que tu interlocutor sea incitado a comprender.
Cuando el interlocutor aborda lo personal, lo privado, desviándose del contenido intelectual de la conversación (…) el mejor método, cuando uno descubre el intento, es hacer una pausa no demasiado pequeña antes de la respuesta. Esto quita impulso, la mayoría de las veces, al atacante y da la posibilidad de salir de lo personal y de dar la respuesta objetivamente, y también de tomar en cuenta la intención del ataque.
2. EJERCICIOS DE FORTALEZA ANÍMICA:
a. Puntos de Observación. Pág.137 El manejo del tiempo: para aprender a manejar bien nuestro tiempo tenemos que vivir de manera más consciente. No podemos abandonarnos a ninguna espontaneidad.
Los “puntos de observación” son momentos en los cuales el individuo evalúa su modo de vivir, se fija metas, piensa en cambios. Con una periodicidad anual, o cada seis meses con ocasión de grandes fiestas, o cada mes. Su contenido son una pequeña ojeada retrospectiva y otra prospectiva, una evaluación, un plan, preguntas, respuestas.
Uno puede preguntarse en los minutos en que uno está en los puntos de observación: ¿qué ocurre dentro de mí, en mi alma, sin mi voluntad, sin mi consentimiento? ¿Qué ocurre hasta el extremo de no comprenderlo, y tal vez incluso no poder comprenderlo? Una predilección o un rechazo totalmente emocional y sin motivo racional son ejemplo de lo habitual que hay que disolver con cuidado.
Preguntas como ¿Para qué existe nuestro “tiempo”? o ¿Cuál es el sentido de la vida? No pueden responderse por otra persona más que por un yo que da orientación a la vida de manera consciente. Sólo así podrá el individuo ser responsable de su vida, ante sí mismo y ante los demás. Si se ha fijado una meta, podrá examinar si maneja su tiempo como es debido, en el sentido de esta meta.
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b. Concentración mental. Pág.140 Tratar que los pensamientos permanezcan en un tema fijado por uno mismo, cuando uno tenga precisamente tiempo, por ejemplo, cuando uno tenga que esperar en la estación o en el dentista, o viaje en tren… en vez de abandonarse al movimiento de sus asociaciones. El tema elegido no tiene que ser algo “importante”. Cuanto menos interesante tanto mejor servirá para ejercitar en el las fuerzas de la concentración.
c. Ecuanimidad. Pág. 152 Aprender a dominar la expresión, la forma de expresión, la exteriorización de los sentimientos. Uno renunciará a cualquier exageración, a la que tendemos y, si hubiere lugar a ello, inclusive a hablar. El prestar atención y saber prestar atención a los impulsos emocionales es ya, en sí un fortalecimiento de la entidad autónoma.
Renuncia a vivir intensamente los estados de ánimo negativos (…) Lo más difícil de controlar son el enfado y los sentimientos de odio. También son los que más fácilmente se proyectan hacia afuera.
Ecuanimidad hacia fuera, intensidad dominada de los sentimientos adentro. Ecuanimidad significa una vida intensa de los sentimientos, se experimenta y no se sufre, por eso puede ser tan intensa. (…) Al desarrollar el tacto interno, uno se acostumbra a “discernir” en la vida misma de los sentimientos, no sólo en la vida de los pensamientos.
Podemos renunciar a expresar los estados de ánimo negativos y “representar” un rol que nos haga por ejemplo, adoptar una actitud afable y comprensiva, tomar la situación con humor. Podemos absorber totalmente este rol y de ese modo, pronto los sentimientos negativos todavía vivos –no exteriorizados – se transforman en fuerzas positivas del yo. Entonces la persona obtiene un punto de vista desde el que puede echar una mirada retrospectiva al mal humor, al enfado y al odio: ahora aparecen desprovistos de su poder.
Reprimir las emociones negativas no sirve de mucho, o no sirve para nada, hay que buscar una actividad –un rol – o proponerse tareas en las cuales uno pueda hacer desembocar intensamente sus fuerzas y su interés, de esta forma puede reducir considerablemente el poder de los estados de ánimo y humores.
d. Fantasía Intencionada. Pág. 149 En el fantasear asociativo, a uno le dirigen deseos, posibilidades de placer imaginadas, o bien uno se imagina situaciones desagradables, imágenes llenas de preocupaciones, incluso de fracaso personal. Cada una de estas series de imágenes la gobierna y dirige la vida de los sentimientos. Este asociar, que está orientado desde lo subconsciente, debe ser reemplazado por la fantasía intencionada.
La fantasía intencional consiste en representarse exactamente un paisaje: añadir árboles, pájaros, cielo con nubes… o un jardín, con flores… Puede ser una escena con personas conocidas o desconocidas. Una cosa es importante: no debe ni agradar, ni desagradar, debe ser más bien “objetiva”, exacta, no superficial.
e. Positividad. Pág. 164 Descubrir algo positivo en los acontecimientos, personas o situaciones. Este “descubrimiento” tiene que ser un reconocimiento. No se trata en modo alguno de que uno vea negro lo blanco o dé por bueno lo malo, esto no sería un ejercicio, sino ilusión o autoengaño. Lo positivo ha de ser reconocido, en eso consiste el ejercicio.
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f. Acción superflua. Pág. 147 Reflexionar sobre una acción completamente superflua, que no tiene ninguna finalidad práctica, no tiene significación, que sólo podría ejecutar desde mi voluntad. (…) Me imagino la acción. Luego, eventualmente, decido si la ejecuto o no.
Un principio general adicional de este ejercicio es dividir todo en pequeños pasos en lo posible, y dar estos pequeños pasos.
g. Acción ralentizada: lentitud. Pág. 149 La lentitud está en contradicción con los hábitos del ser humano moderno; a tal punto que ella misma tiene que concebirse como ejercicio, y a menudo tiene que aprenderse. (…) una lentitud no por apatía, ni por distracción, sino por intensificación de la actividad.
3. EDUCACIÓN DE LA PERCEPCIÓN. Pág.182
Se trata de adquirir una nueva actitud interior ante las percepciones ordinarias. Esta consiste en que el perceptor no preste a la percepción nada más que su atención y espere todo de “fuera”. Esto alude sobre todo a la conceptualización. No obstante, esta actitud es todo lo contrario a la pasividad: la atención “expectante” –pero no expectante de algo determinado – es la mayor actividad posible.
La actitud ante el mundo de la percepción cambia lentamente, y tiene su centro de gravedad en la vida del sentimiento cognoscitivo. Uno recibe una sensación como si la esencia del mundo de la percepción estuviera oculta detrás de un tapiz; de vez en cuando se separa el tapiz y la verdadera esencia del mundo se traduce emocionalmente. En estos momentos, el experimentador siente, al contemplar una escena natural, puramente sentido, sabiduría, armonía. Aunque es un estado afín a la actitud estética, no es la tendencia a lo bello, sino a lo verdadero su verdadera esencia. La unión de percepción y concepto en los fenómenos naturales es sólo nominalista. No sabemos qué sentido tiene “el clavel” o “el escarabajo”.
a. Conceptualización y abstracción en la percepción. Tómese un objeto cualquiera, sea fabricado por el ser humano, sea creado por la naturaleza, y contémpleselo detenidamente. Luego, trátese de representárselo con los ojos cerrados, o apartados del objeto. Compárese repetidas veces la contemplación y la representación.
Como resultado de este ejercicio, una primera experiencia es la dificultad de realizar una representación completa sobre un objeto simple de la naturaleza –un guijarro – y constatar que no ocurre lo mismo ante un objeto simple hecho por el ser humano –una bola de billar. Una segunda experiencia es que la representación está orientada a lo que conocemos del objeto –la abstracción – y no al objeto individual que hemos contemplado. Una tercera experiencia es que la representación pierde viveza, frescura, respecto de lo percibido.
Para ejercitar la percepción elíjase siempre como objeto un fenómeno de la naturaleza, un objeto natural: una piedra o un cristal, un paisaje, un árbol o una planta, el cielo nublado, o también se puede hacer este ejercicio con el oír la voz de una persona, sonidos –el tañido de un gong o una nota musical– o sonidos de la naturaleza. El ejercicio consiste en observar con precisión. Percibir intensamente, luego tratar de representar lo percibido, sin cuidar de hasta qué punto da resultado. Simplemente, percibir y representar repetidas veces, sin preocuparse del éxito. Lo importante es el hacer, no el éxito. En el reproducir de la representación se trata
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sólo del cómo, de la intensidad de las vivencias, de las cualidades; nunca del qué de las percepciones o sus detalles. Por eso es beneficioso concentrarse en los rasgos que no pueden expresarse en palabras, en la forma irregular, la estructura sutil, las cualidades de la superficie de una piedra o de una hoja, para lo cual no existen palabras ni conceptos fijos.
Habitualmente representamos sin haber percibido realmente, sino como patrón o modelo: el patrón de rosa, de árbol. Prestar atención precisamente a las particularidades “indecibles”, que uno no puede pensar concretamente, pero sí puede observar muy exactamente en el percibir.
b. Afinar la percepción. Percibir y experimentar diferencias sutiles. Para esto es apropiado, por ejemplo, el cielo despejado o poco nublado, en el cual puede verse un azul muy distinto en las diversas direcciones. El verde distinto de una pradera, del bosque, de una falda de montaña. Los colores cambiantes con la hora del día en un lago, o un río o sencillamente de un árbol. Con las cualidades de la audición sucede lo mismo: uno puede seguir de cerca el embate de las olas del mar, el susurrar de los árboles con diferentes intensidades de viento, el ruido del un arroyo o de una cascada, y reproducirlos en el representar.
c. Ampliar la percepción. Prestar atención a los sentidos que no son predominantes en una percepción determinada. Por ejemplo, durante la percepción de un color nos podemos preguntar ¿qué sabor tiene? ¿Qué olor tiene? ¿A qué clase de movimiento me incita?
Es condición importante que no entremos ni en especulaciones, ni en el asociar: se trata de vivencias o experiencias de percepciones, no de pensamientos o trozos de pensamientos sobre percepciones.
d. Percepción de los placeres. Prestar atención a breves placeres nada graves como el comer, el beber, el fumar, etc. Con el apenas perceptible y cuidadoso “estar atento” crece la intensidad de lo percibido y la percepción sensorial se fortalece. De esta forma estamos activos en el percibir transformando el placer en un sentir cognoscitivo. La felicidad, la alegría que produce la “comprensión” de un sentimiento cognoscitivo es de un tipo más superior al simple goce del placer.
El placer es siempre “exterior” porque se basa en una “pérdida del yo”, el yo pasivo es en realidad oscurecido y por tanto “formas animales” –astrales– toman posesión. Es el “lado exterior de lo anímico”. El “comprender” es completamente “interior” en cuanto que como tal es una actividad del yo.
La modificación de nuestra actitud con respecto a la esfera de los placeres es de importancia fundamental para toda la organización de nuestra vida. Ya no se guiará por lo agradable y cómodo para mí. Podrá superarse el egoísmo, que hoy gobierna al ser humano en sus acciones, en su sentir, en su desear, y no pocas veces en su pensar, al entrar un nuevo tipo de alegría en el ámbito de la experiencia. Esta transformación es todo lo contrario de fácil, cómoda o agradable.
Cuerpo físico.
Cuerpo
Cuerpo astral.
Comprender
Yo.
Subconscien
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CAMINO DE CONOCIMIENTO.
Por lo general, el ser humano parte de que la realidad existe acabada y sin su cognición. La toma como algo dado, que posteriormente puede conocerse. No se da cuenta de que siempre tiene que ver con una imagen de la realidad, que está determinada por los resultados de una cognición que él no ha obtenido de manera consciente –sino más bien supraconsciente – y que consiste, precisamente, en la cognición a la que ahora, en un segundo acto, se dedica de manera consciente. A esto se ha llamado consciencia de pasado.
Se trata de vivificar la consciencia de pasado sacándola de la pasividad en la contemplación de una realidad acabada y transformarla en la actividad que espera preparada lo que deviene de la supraconsciencia. Es muy afín al jugar y es incluso un juego. Podemos llamarla voluntad improvisadora. Uno no sabe de antemano lo que va a improvisar y, sin embargo, no es un azar, no es algo sin rumbo y sin sentido.
El camino de instrucción pretende evidenciar el abismo que existe entre la actividad supraconsciente y la consciencia de pasado, y arrojar luz a los hábitos que en forma de dogmas, prejuicios, sentimientos o impulsos se han instalado en el subconsciente y que impide atravesar el abismo.
El lector debe traducir a su particular forma individual todos los ejercicios de la consciencia aquí expuestos. Esto significa que contamos con la activa colaboración del lector, con su fina intuición, que será indispensable para comprender lo que queremos decir con las palabras, aquí sin duda insuficientes.
¿Cómo debe organizarse un camino de instrucción? Puesto que la tarea es individual, podemos indicar de manera general a lo sumo el comienzo: Después del indispensable estudio, uno puede empezar con la concentración en el pensar. Después de algún tiempo, uno añadirá el ejercicio del verdadero hablar; ambos, hasta donde y en el grado en que a uno le sea posible. Estos ejercicios constituyen la base del camino de instrucción. A continuación, uno añadirá a los dos ejercicios básicos un ejercicio adicional de los seis “Ejercicios Complementarios”, alternándolos mensualmente. Uno leerá todos los días, lentamente y de manera contemplativa, un ejercicio del Sendero Óctuple y al día siguiente procurará fijarse en el proceso anímico correspondiente, quizá a una hora prefijada. Con el tiempo se añadirán necesariamente a estos ejercicios la concentración en la representación y la concentración en la percepción, pero aplicadas de manera personal. Uno empezará a meditar cuando la concentración esté suficientemente asegurada.
1. El Estudio. Características del mundo espiritual. 1.1. Estudio de los procesos de la conciencia. 1.2. Estudio por medio de un mundo simbólico.
2. Ejercicios de Concentración: 2.1. en el Pensar, 2.2. en el Representar 2.3. y en el Percibir.
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3. Disolución de los hábitos: 3.1. Los Seis ejercicios básicos.
3.1.1. Pensar Controlado. 3.1.2. Iniciativa en la Voluntad. 3.1.3. Ecuanimidad.
3.1.3.1. Ejercicio con una profunda tristeza. 3.1.3.2. Ejercicio con una alegría conmovedora.
3.1.4. Positividad. 3.1.5. Imparcialidad. 3.1.6. Tolerancia.
3.2. El Óctuplo Sendero. 3.2.1. Recta Opinión. 3.2.2. Recto Juicio. 3.2.3. Recta Palabra. 3.2.4. Recta Acción. 3.2.5. Recto Punto de Vista. 3.2.6. Recto Esfuerzo. 3.2.7. Recta Memoria. 3.2.8. Recta Contemplación.
4. La Meditación: 4.1. Percepción Cognoscitiva. Pensar, Representar, Percibir. 4.2. Sentimiento Cognoscitivo. 4.3. Voluntad Cognoscitiva.
EL ESTUDIO.
“El estudio no es el aprender, como sucede habitualmente, sino que hay que recordar que para el ser humano hay un pensar que es todavía un pensar fluido, activo, con lo cual el ser humano excluye en torno suyo todas las percepciones sensoriales… El ser humano tiene que aprender a olvidar todo y a prescindir de todo lo que actúa exteriormente sobre los sentidos sin quedarse, no obstante, como un recipiente vacío. Esto es posible cuando uno se abstrae en un contenido de pensamiento puro, libre de sensualidad, tal como el que incluyen las comunicaciones del investigador espiritual y medita sobre lo que va desarrollándose. En mis escritos he seguido este camino, los he escrito de tal manera que, así como en un ser viviente un miembro brota del otro, un pensamiento salga orgánicamente de otro… Quién quiera llegar más arriba tiene que leer así las comunicaciones científico‐espirituales. Quien no quiera llegar más arriba, puede leerlas como un libro corriente.” R. Steiner – GA 97. 22 de febrero 1907. Pág. 207
CARACTERÍSTICAS DEL MUNDO ESPIRITUAL. El mundo espiritual está en constante transformación, y como es el mundo de la cognición y no el mundo corriente de lo conocido, cada cognición lo modifica también. La cognición es una parte de él.
Las dificultades de comunicar –las descripciones del mundo espiritual – dimanan de la circunstancia de que no se trata de “informaciones”. No puede haber informaciones sobre los
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ámbitos del mundo por el cual las cosas y los procesos perceptibles mediante los sentidos devienen, porque estos ámbitos están situados detrás del mundo de los hechos, son el mundo del devenir. Información significa A es igual a B. En el mundo del espíritu no existe nada semejante a “es”. Pero tampoco hay, en el mundo espiritual, elementos A y B fijados de antemano, antes de su cognición, y, por lo tanto, no hay un saber sobre ellos. La teoría de la información, que se ocupa del comunicar y no del origen de las informaciones, presupone esos elementos.
Existen dos maneras de abordar el estudio que se complementan:
o La primera es el estudio de lecturas que describen el mundo espiritual mediante símbolos. Los símbolos no reproducen la realidad inmediata, pero pueden inflamar la experiencia anímico‐espiritual de la realidad. Por ejemplo el libro de Teosofía de R. Steiner. Véase el estudio que realiza Kühlewind en la página 203‐5 del libro.
o La segunda es el estudio de lecturas que describen del mundo espiritual mediante los procesos de la consciencia. Fija la atención del lector sobre los procesos de la consciencia estimulando experiencias en la cognición que le señalan la calidad de los conceptos superiores. Mediante un pensar observador, que primero observa los fenómenos de la consciencia cognoscitiva y luego los obstáculos de la consciencia para la cognición. Por ejemplo el libro Filosofía de la Libertad de R. Steiner. Véase el estudio que realiza Kühlewind en la página 199‐203 del libro.
Con la capacidad gráfico‐pictórica interior previamente ejercitada como facultad1 la realidad espiritual correctamente orientada se suscitará interiormente con el estudio. Ambas maneras de abordar el estudio son complementarias y producen nuevos conceptos e ideas con carácter de experiencia gráfica‐pictórica interior. Estimulan un “pensar vivo”. El “pensar” viviente o presente es una actividad dentro de las fuerzas vitales y con ellas. Si éstas están sujetas a una forma estructurada, hablamos de cuerpo etéreo; si están libres, pueden revestir pasajeramente cualquier forma en la cognición, y en ese caso pueden llamarse fuerzas cognitivas. Esto significa que tiene o puede desarrollar la capacidad de “pensar” ideas vivientes o de “percibir” formas espirituales vitales.
EJERCICIOS DE CONCENTRACIÓN.
CONCENTRACION EN EL PENSAR: Ya se hicieron ejercicios de concentración y de percepción en el capítulo de higiene anímica. Ahora se trata de dar un paso más y arrojar luz sobre la conciencia activa en la concentración en un objeto.
1 Los ejercicios de higiene anímica deberían practicarse antes de comenzar el estudio, es decir, sobre todo, el ejercicio del verdadero hablar y un tipo de ejercicio de concentración, para asegurar el silencio interior y la concentración imprescindibles para la observación de la consciencia y para la reflexión. Estos ejercicios pueden proseguirse también en paralelo con el estudio. En cambio, los ejercicios que se describirán en los próximos apartados, sólo cuando el lector haya avanzado tanto en el estudio que pueda observar los fenómenos de la consciencia por sí solo y dentro de él se haya formado una imagen de la esencia del ser humano y su consciencia.
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La idea del objeto sobre el que nos concentramos, o su función, sólo pueden existir en un pensar continuo, nunca como algo pensado. La idea se percibe como un acontecer. El pensar nunca debe caer fuera de su proceso. Cómo la actividad del ejercitante y el acontecer de la idea son aquí la misma realidad, la luz de la consciencia abarca su propia actividad. Durante el “pensar” de la idea, la actividad y el “objeto” son idénticos, la idea no existe fuera de la actividad que la piensa, no hay un recuerdo de ella, nunca es “imaginada” o percibida. El mundo de la percepción NO está acabado antes de la cognición, y por tanto NO permanece igual que después de la cognición. “Manifestar‐percibir” (alumbrar/ver, decir/oír) tienen una naturaleza indivisible que une al objeto y al sujeto. Se podría decir que la luz‐palabra alumbra adentro dando un carácter sensitivo a la experiencia: así llega el ejercitante a la experiencia del yo. La idea está dentro de mí, yo soy la idea.
Mediante el pensar‐querer‐mirar la idea, el ejercitante –su atención‐ se eleva al presente, donde puede realizarse la experiencia del yo real. Esta experiencia del yo es la que confiere seguridad y firmeza al ser humano, la que cura cualquier problema anímico, porque es una experiencia. Esta experiencia puede denominarse la experiencia fundamental del espíritu. En ella se experimenta cómo uno puede estar consciente, “pensar”, aprehender (cognocer) sin las palabras de una lengua. Uno se concentra en una “nada” y, sin embargo, es posible conseguir pensar esto sin que se convierta en un “algo”, en un “algo pensado”.
CONCENTRACION EN LA PERCEPCIÓN: ya se ha hecho un trabajo de educación de la percepción en los ejercicios de higiene anímica. En vez de centrarnos ahora sobre objetos artificiales, nos centramos fundamentalmente en los reinos de la naturaleza.
En el percibir la naturaleza, las ideas no se revelan al percibir. Por eso, en el percibir falta la transición de la concentración a la meditación. En la concentración sobre el pensar, esta transición nace de la concentración en las ideas de los objetos. En todos los ejercicios de la percepción es importante el esfuerzo por ocupar lo menos posible al pensar. Se persigue un despertar a la consciencia vigilante, despierta, libre de contenido.
Percepción de las cualidades sensoriales: color, sabor, el olor, los sonidos. Comparar cualidades sensoriales entre reinos de la naturaleza. Comparar estados de cohesión: sólido, líquido, gaseoso; seguir con la disociación de lo gaseoso en una especie de calor.
Percepción de los estados de vida: observar la germinación de renuevos, hojas o brotes, la floración, el marchitamiento, la maduración de los frutos, etc. por tanto procesos que tienen que ver con las fases vitales de la planta. Puede añadirse sucesos naturales generales: la salida y la puesta del sol, los árboles y el agua en el viento y en la calma, etc. Comparar sonidos de animales con los de la naturaleza inanimada.
Percepción de la especie de la planta, del animal: las ideas de las cosas naturales no se revelan al percibir, sino eventualmente al pensar combinado.
Percepción del mineral: su conceptuación o idea es la más elevada de los reinos de la naturaleza.
CONCENTRACIÓN EN LA REPRESENTACIÓN: No utilizamos ahora la percepción, sino la representación. Sin el objeto de la representación visible se tratará de construir su
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representación mediante imágenes, conceptos o descriptivamente. El representar concentrado se ejercitará en temas que de por sí sean poco interesantes, no conmovedores ni emocionantes. El ejercitante se olvida de sí mismo para que el yo verdadero pueda llegar a la experiencia de sí mismo. En el olvidar, el ejercitante se vuelve idéntico al tema, deviene éste.
El representar no debe ser un recordar de algo hecho anteriormente, sino un acontecimiento actual. El hecho de que uno piense o represente “lo mismo” que en un ejercicio anterior no tiene nada que ver con la intensidad de la actividad. Durante la actividad concentrada el aburrimiento no tiene sitio en la conciencia en cuanto ésta está completamente llena del tema.
En este punto puede verse en qué gran medida el estar concentrado es una cuestión moral. ¿Puede uno entregarse totalmente a un tema o tiene uno segundas intenciones y reservas mentales? En este sentido, concentración significa a la vez improvisación, pues en el pensar concentrado uno tiene la posibilidad de recordar, de mirar de reojo una “agenda” para leer desde ahí el próximo pensamiento; el pensar tiene que conformarse completamente con su actividad presente, sólo puede improvisar. Concentración significa, pues, improvisación.
DISOLUCIÓN DE LOS HÁBITOS.
Parece conveniente realizar una revisión a fondo de todos los hábitos de la consciencia, que atraviesan nuestra vida con una red, una estructura. La revisión de los hábitos y los ejercicios de concentración tienen que ir cogidos de la mano. Lo que determina nuestra vida es nuestra manera de conocer y nuestras actividades, que, o bien las exige la vida, o bien corresponden a nuestra individualidad, a sus “instintos”, a su proceder hedonista. La revisión afecta a estas actividades determinantes de la vida.
Los ejercicios de disolución pueden agruparse en dos grupos. El primero, con seis ejercicios, fue llamado por Rudolf Steiner en su época “Ejercicios complementarios” (los Ejercicios principales eran meditaciones) y pueden compararse con la corriente respiratoria, los ocho ejercicios del otro grupo (llamado tradicionalmente el Sendero Óctuple) con la fonación; sin respiración no se puede articular sonidos. Ambos grupos se entremezclan armónicamente, en el fondo, forman el tejido que reemplaza a los hábitos y nos hace posible la estabilidad de la vida y del alma mediante la presencia de espíritu. Presencia de espíritu quiere decir cognición intuitiva y proceder intuitivo a la vez.
Los Seis Ejercicios Básicos.
El pensar controlado. El ejercitante debe prestar atención a la regulación del curso de sus pensamientos. Éste debe gobernarse interiormente. Los pensamientos fatuos, juntados no de manera lógica y conforme al sentido, sino por casualidad y por asociación, deben evitarse. Cuanto más se origine un pensamiento de otro, cuanto más se esquive lo ilógico, tanto más crecerá la sensibilidad cognitiva. Si uno oye pensamientos faltos de lógica, trate de pensar los pensamientos correctos. Uno no debe retirarse de manera egoísta de un ambiente quizá ilógico, para proteger su desarrollo. Tampoco debe uno sentir el prurito de corregir en seguida todo lo ilógico en su entorno. Más bien, uno debe orientar de manera lógica y conforme al
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sentido, y en total silencio interior, los pensamientos que desde fuera se agolpan sobre uno esforzarse por atenerse a esta orientación en los pensamientos propios, dondequiera que sea.
La iniciativa de la voluntad. La consistencia lógica en la vida del pensamiento debe completarse con la consistencia lógica en el actuar. Cualquier inconstancia o falta de armonía en la acción perjudica la sutil sensibilidad cognoscitiva que se forma mediante los ejercicios. Cuando uno ha hecho algo, la siguiente acción debe disponerse de manera que se infiera lógicamente de la primera. Así como debe quitarse la costumbre del pensar asociativo, así también debe quitarse la costumbre de la acción “asociativa”, motivada por impulsos no conscientes. Con “no consciente” no se alude al contenido del impulso sino a su origen. Para que en la acción pueda realizarse la espontaneidad superior, intuitiva, la vida volitiva tiene que ponerse primero bajo el control de la entidad autónoma del yo. Entonces, una vez liberada de lo subconsciente, podrán materializarse en ella las intuiciones de lo supraconsciente.
La ecuanimidad. Cultivo de cierta estabilidad ante las oscilaciones del placer y dolor, o alegría y tristeza. El “regocijo celestial, congoja de muerte” (Goethe) debe ser reemplazado de manera consciente por un estado de ánimo equilibrado. Uno cuidará de que ninguna alegría le arrastre, ninguna pena le oprima, ninguna experiencia lo lleve al furor y enfado desmedidos, ninguna expectativa lo llene de ansiedad o temor, ninguna situación lo desconcierte, etc. Los sentimientos han de experimentarse. Algo alegre ha de alegrar el alma, algo triste ha de entristecerle. El alma sólo debe llegar a dominar la expresión de estos sentimientos. Si uno se esfuerza por conseguir esto, notará en seguida que no se vuelve más apático, sino, al contrario, más sensible de lo que era antes a todo lo alegre y lo doloroso del entorno. Esto es para todo este camino de instrucción lo que los cimientos son para un edificio.
Ejercicio con una profunda tristeza: Una profunda tristeza junta a la manera de un nudo las fuerzas anímicas de ordinario activas en la experiencia del entorno y las pone a su servicio –al servicio de la tristeza. La fuerza que existe normalmente en el prestar atención al entorno más próximo o más distante pierde su autonomía. El prestar atención a la tristeza no es dirigido por la voluntad que de ordinario existe en la atención, la atención es una voluntad vacía. La atención permanece sin dueño e impotente: de ese modo el sentimiento de la tristeza es intensificado y extremado por el sentimiento de la impotencia. Puede llegarse al extremo de que el alma pierda totalmente su conexión con el movimiento volitivo por el que es dirigida la atención: entonces sobrevienen enfermedades nerviosas. La impotencia también puede intervenir en la esfera de la voluntad no consciente que gobierna la armonía espontánea de los procesos vitales: así nacen enfermedades en el organismo físico. Cuando tal colapso resulta de una tristeza, no deben suprimirse simplemente sus síntomas exteriores. La atención concentrada debe rebuscar el sentimiento de la tristeza –sin dueño, impotente, incapaz de moverse – el cual se ha contraído en un punto casi corporalmente sensible. Este rebuscar se efectúa concentrándose en el hecho que ocasiona la tristeza, pensando intencionalmente en éste. Luego, la misma voluntad debe buscar el sentimiento ocasional. Habitualmente, queremos evitar el dolor; en este ejercicio hacemos lo contrario: buscamos su esencia. El descubrimiento del sentimiento doloroso –provocado por un hecho – en la segunda fase de la concentración, que ahora ya no se fija sobre el hecho sino sobre el sentimiento,
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significa que el sentimiento está ahora envuelto por una cuna, por una mano que acaricia –la atención – en la cual, sin duda, nada de ese dolor puede encontrarse. El sentimiento, recostado sobre la atención, pierde su específico carácter doloroso y contraído. Se deshace y se disuelve y subsiste en el alma con un carácter de inalterable calma, que abarca a toda la persona. Ejercicio con una alegría conmovedora: La pérdida de equilibrio –ante una alegría conmovedora – es el salto de las fuerzas de la atención a una zona donde al ser humano no le es posible el experimentar. (…) Si la fuerza de la concentración permanece dentro de la vivencia agradable en el sentimiento y ésta no es usada como plataforma para el exceso, de tal suerte que la fuerza pueda vivir dentro del sentimiento, la alegría pierde su carácter superficial y se convierte en un experimentar interior sereno. Ocasionalmente puede ayudar al experimentador a conseguir perdonar y a que haga desaparecer su susceptibilidad.
La positividad. El cultivo de la fuerza que actúa en el pensar y a la que el pensar debe su capacidad de adaptación pura y desinteresada a las circunstancias y a los problemas, el cultivo de este amor de carácter espiritual, se llama positividad. Lo malo, lo feo, el error no deben impedir al ser humano buscar y darse cuenta de lo bueno, lo bello y lo verdadero dondequiera que existan.
Esta actitud anímica nos enseñará a encontrar el punto de vista desde el cual la persona pueda trasladarse con comprensión llena de amor a fenómenos y seres antes ignorados por ella y, en vez de condenarlos, se pregunte: ¿cómo ha llegado lo otro a ser así y a actuar así? De esta actitud dimana la verdadera piedad y el anhelo de ayudar donde se pueda, y también el discernimiento para decidir si uno puede ayudar y cómo puede hacerlo mejor. El entorno se convierte en algo que forma parte de uno mismo.
La imparcialidad. La forma habitual de contacto de la consciencia con el mundo consiste en el palpar de las fronteras propias cuando un ser, una cosa o un acontecer se acerca a ésta. Este movimiento de tanteo se encorva hacia atrás, en la dirección del sentirse a sí mismo, porque la actividad de la consciencia pierde su identidad en las fronteras, o bien no puede neutralizar la invasión en el punto de contacto, no puede liberarse del carácter auto‐sintiente. Este sentimiento de las fronteras se intensifica e inunda total o parcialmente el encuentro con el ser o el acontecer.
El ejercicio de la imparcialidad se adelanta a la suscitación del pensamiento o del juicio en el momento de percibir, encontrar, acontecer. Relaja, ablanda intencionadamente cualquier conclusión precipitada, cualquier juicio ligero si ya han aparecido y los disuelve. (…) Cuando se consigue conquistar esta actitud, el sentir comienza, casi a la vez, a suavizar su dureza, a debilitar su borde repelente, por el cual, hasta ahora, habían sido erigidas, cuidadas y mantenidas las fronteras de la auto‐consciencia. El encuentro con lo nuevo no sólo nos aporta la información sino que ahora suscita la experiencia del “cómo”. Así se crea el espacio de encuentro que engloba en una unidad sin fronteras al experimentador, a la experiencia –el acontecer, y a la cosa o el ser.
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Tolerancia. Cuando el sentir se convierte en un órgano sensorial que palpa el mundo se establece una conexión con todo aquello de lo que el alma, en su sensibilidad egoísta, se ha apartado, con todo lo que ella ha rechazado, con todo lo que no ha podido asimilar. En la práctica de la tolerancia nada se perderá para ella, todo se volverá valioso en el pensar, nada será menospreciado, nada será rechazado. La vida de los sentimientos cambiará en consecuencia: a medida que se independice del “reaccionar psíquico”, construirá un nuevo sistema de órganos sensoriales, mediante cuya sensibilidad el alma quedará entretejida incluso con el entorno hasta ahora alejado de ella.
Con tenaz labor nacerá la verdadera sonrisa humana como el primer grado de la sabiduría. El alma verá el mundo con nuevos colores: participará intencionadamente en la realización de las cosas, aconteceres, hechos y los frutos de esta actividad irradiarán muy visiblemente su color rojo maduro.
El Óctuplo Sendero.
1.‐ La recta representación o la recta opinión. El primer ejercicio consiste en dirigir nuestra atención y cuidado a nuestras representaciones del mundo exterior, al modo en que se forman. Habitualmente, la persona se fía totalmente del azar con respecto a esto. Oye o ve esto o aquello, y en ella se forma, en consecuencia, una representación. Así, su cognición no puede desarrollarse; tiene que educarse en este aspecto. Tiene que aprender a prestar atención a sus representaciones, a ver en ellas una información del mundo exterior; no debe contentarse con representaciones que no tengan este significado. Debe desarrollar todo su mundo conceptual de tal manera que se convierta en fiel espejo del mundo exterior y tender a alejar de su alma las representaciones incorrectas. Se esforzará por diferenciar en la vida de sus pensamientos, poco a poco, lo esencial de lo no esencial, lo transitorio de lo eterno, la verdad de la mera opinión. Procurará callarse interiormente del todo al escuchar el hablar de otros y abstenerse de cualquier aprobación, y sobre todo de cualquier juicio desfavorable, de cualquier crítica, incluso en pensamientos y en el sentimiento.
La concentración en el pensar nos enseña la posibilidad de formar representaciones sólo de manera intencionada. Cuando se logra la correcta representación de un asunto, surge el sentimiento de que me vuelvo idéntico a la verdad a la que se refiere al asunto, idéntico a su descubrimiento, a su existencia. Si la representación formada es falsa, entre el hecho y la representación surge un enfrentamiento y tensión permanente, desagradable y consumidor de energía en tanto el hecho no quede completamente encajado dentro de la verdadera imagen.
La formación de una opinión o representación no debe acompañarse de sentimientos. Las representaciones que se forman libres de sentimientos espontáneos inflaman luego los sentimientos correctos, adecuados, que armonizan y se identifican con la verdad.
Mirándolo bien, sólo la verdad debería suscitar sentimientos: la armonía de los sentimientos con la verdad conlleva la curación de todas las enfermedades y sufrimientos que atormentan y abruman al ser humano.
2.‐ La recta decisión o el recto juicio. El segundo proceso anímico en que hay que trabajar es el decidirse. Incluso para lo poco importante, uno debe decidirse sólo por reflexión. Debe
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evitarse cualquier actividad distraída, cualquier acción sin significación, uno debe actuar sólo por motivos bien considerados y prescindir de aquello a lo que uno es llevado por motivos que carecen de sentido. Si uno está convencido de la corrección de una decisión, debe perseverar en ella con firmeza interior. Este es el llamado recto juicio, que no puede depender de la simpatía o la antipatía.
El discernimiento es la apreciación consciente de las circunstancias. La presencia de espíritu es la práctica intuitiva del discernimiento, y es la base para el juicio. El amor va más allá de la simpatía y la antipatía, y es fruto de la diáfana actividad del discernimiento y de la presencia de espíritu.
3.‐ El recto hablar o la recta palabra. El tercer proceso es el hablar. Sólo se debe hablar cuando se tenga realmente algo que decir. Cualquier hablar por hablar, por ejemplo, para pasar el rato, es, en este sentido, perjudicial, porque aparta al ejercitante de su camino. Debe evitarse el tipo habitual de conversación, donde se habla inconsideradamente; pero al mismo tiempo uno no debe excluirse del trato con las otras personas. Justamente en este trato ha de llegar el hablar, paso a paso, a ser importante. Uno debe contestar a cada cual, pero de manera reflexionada y considerada en todo sentido. No se debe hablar sin motivo, antes bien se debe permanecer callado de buen grado. Se debe procurar no hablar demasiado, no ser demasiado parco en palabras. Durante el hablar de los otros, primero prestar atención con clama y luego asimilar.
Por otro lado, el camino del conocimiento lleva, desde este ejercicio, a la formación de una nueva comunidad: cultivando la palabra muda, que hila en la meditación y que, en su presente, es la primera nueva zona espiritual común.
4.‐ La recta acción. El cuarto ejercicio concierne la regulación de las acciones exteriores. Estas no deben ser perturbadoras para nuestro prójimo. Nuestra conducta debe encuadrarse armónicamente en nuestro entorno, en nuestra situación vital, etc. Si somos inducidos a actuar desde fuera, fijémonos en cómo podemos responder mejor al motivo. Si actuamos por iniciativa propia, ponderemos bien el efecto de nuestra conducta.
Todo acto humano tiene una intención, y como tal, quieren expresar algo. Los actos unen el cielo y la tierra del mismo modo que la recta palabra. La claridad de la intención ha de penetrar en la acción, ha de alumbrarla; así ésta podrá representar la naturaleza verbal del mundo y comunicarla al actuante y a las demás personas.
5.‐ La organización de la vida o el recto punto de vista. El quinto aspecto es la organización de la vida entera. Procuraremos vivir conforme a la naturaleza y conforme al espíritu y no dejarnos determinar por imperativos exteriores o formalidades. Evitaremos todo lo que traiga inquietud y precipitación a la vida. Nada debe precipitar al ser humano, pero tampoco debe ser negligente. Debe considerar la vida como medio y ocasión de trabajar, de evolucionar, y actuar en consecuencia. Debe organizar el cuidado de su salud, de sus hábitos, de manera que de ello resulte una vida armónica.
En el trasfondo de este ejercicio existe una ley espiritual básica: “La entidad del yo sólo puede existir evolucionando continuamente, ascendiendo cada vez más en la jerarquía de los seres”.
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No tiene una existencia estática, estable como los seres naturales o las cosas artificiales. Si una entidad del yo no evoluciona en dirección hacia donde se encuentra la fuente de su consciencia –de momento supraconsciente – se enferma, se hunde, degenera. Así pues, el continuo desarrollo ulterior tiene una finalidad a la que la egoidad se opone; conduce al nacimiento del verdadero yo.
La “organización de la vida” debe hacer consciente la aspiración al continuo desarrollo de la entidad del yo y no dejarlo a la espontaneidad, pues la egoidad propende a la sed de placeres, a la inercia y la comodidad.
6.‐ El recto esfuerzo. El sexto aspecto es la orientación del esfuerzo humano. Uno debe examinar sus capacidades, sus conocimientos, y vivir según ello. Uno debe prestar atención a no hacer nada que esté fuera del alcance de uno, pero también a no omitir nada que esté a su alcance. Uno debe mirar más allá de lo cotidiano, de lo momentáneo, y proponerse fines, ideales, que sean provechosos para la curación y el desarrollo ulterior de la humanidad. También se puede resumir así lo que acaba de decirse: hacer que todos los ejercicios anteriores se conviertan en hábitos.
El esfuerzo debe estar en armonía con el momento evolutivo de la humanidad y del propio individuo. Crear un hábito no significa “automatizar” de forma rígida, sino adaptarlo a la evolución individual y colectiva.
7.‐ La recta memoria. El séptimo aspecto en la vida del alma es que la persona debe esforzarse por aprender cuanto pueda de la vida. Todo puede ser ocasión para experiencias conscientes que nos sean útiles en la ulterior organización de la vida. Uno debe recordar exactamente lo que haya descuidado o haya hecho defectuosamente, para descubrir cómo debiera haberlo hecho. Cuando uno vea actuar a otras personas, debe observarlas con la misma intención, pero no con crítica despiadada. Uno puede aprender mucho de cada persona, en particular de los niños, si uno presta atención. Este ejercicio se denomina también el recto recuerdo, uno recuerda lo aprendido, las experiencias que ha tenido.
8.‐ Síntesis o la recta contemplación. Por último el octavo ejercicio es este: de vez en cuando, mirar con atención hacia adentro y examinar hasta qué punto se ha conseguido seguir los principios de vida propios, qué tiene que cambiarse con respecto a ello y cómo podría lograrse este cambio. De los muchos yerros y flaquezas, se señala uno, que luego hay que superar. Se debe poner especial cuidado en la sinceridad interior, en la honradez para consigo mismo. Uno debe ponderar cómo anda su vida dentro de la totalidad de las finalidades humanas. Este ejercicio se denomina también la recta contemplación.
Un ejercicio general denominado “mirada retrospectiva” (Pág. 261) consiste en recordar las vivencias que se han tenido durante el día o durante la semana, por orden invertido: el ejercicio comienza con la última vivencia y termina con la primera. La persona debe representar las vivencias de manera viva y contemplar su propia figura en ellas como desde fuera. Este ejercicio sirve para un conocimiento de sí, con la contemplación de sí mismo desde fuera, como un extraño, a ello contribuye el sentido hacia atrás, puesto que así no se estimula lo habitual en el sentir y se fomenta la objetividad.
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El punto de vista para el conocimiento de sí mismo es el siguiente: nos preguntamos ¿Qué actuaciones han servido sólo a mi propia egoidad y qué actuaciones han contribuido a las finalidades de la humanidad? A veces es difícil descubrir a la egoidad en todos sus disfraces: en el vestido del altruismo, del querer ayudar, a veces del sacrificio. Pero lo que es flaqueza debe reconocerse como tal aun cuando se haga pasar por fortaleza.
En los ejercicios del Óctuplo Sendero se apunta más allá de la individualidad: diferenciar lo esencial de lo no esencial, lo transitorio de lo eterno, etc. (primer ejercicio); la decisión correcta (segundo ejercicio); tomar el punto de vista de la humanidad (cuarto ejercicio), vivir conforme a la naturaleza y conforme al espíritu (quinto ejercicio), proponer ideales que sean provechosos para el desarrollo ulterior de la humanidad (sexto ejercicio) y apreciar cómo defiende uno la causa de la totalidad de las finalidades de la humanidad (octavo ejercicio).
Las experiencias espirituales apuntan siempre más allá de la individualidad, aun cuando tengan forma de sentimientos. Las vivencias anímicas siempre se sienten a sí mismas: uno siente felicidad, o pena, o un estado de ánimo conocido. Tales vivencias se presentan, por regla general, en el transcurso de los ejercicios, y de por sí no es un error si aparecen. El error surge cuando estos sentimientos se cultivan o cuando uno pone su atención en ellos. Entonces se convierten en distracciones.
LA MEDITACION.
Con los ejercicios de concentración la atención parte del objeto artificial individual y llega a su idea. La idea no puede ser aprehendida con la consciencia de pasado, forma parte de la esfera intuitiva. Concentrarse en la idea es una intuición intencionada. Detenerse en ella es algo que la vida normal de la consciencia no conoce. En la meditación, la intuición hay que lograrla sin ningún soporte, entonces la idea es de calidad superior a las que conocemos.
Tales ideas pueden encontrarse expresadas como mantras (frases) o como imágenes simbólicas (figuras); ambas dimanan de la experiencia espiritual de personas individuales. También toda la naturaleza consiste en “imágenes” que expresan ideas superiores, por eso, normalmente no podemos comprender los fenómenos de la naturaleza en su función o idea; nos manejamos con ellos de modo nominalista.
El primer grado de la meditación puede efectuarse mediante el pensar, el representar y el percibir. El segundo grado trabaja con el sentir cognoscitivo; el tercer grado, con la voluntad cognoscitiva.
Meditación sobre el pensar. El comprender es un continuo, y el pensar concentrado, cuanto más denso, cuanto más concentrado se vuelve, se acerca al comprender continuo. El lenguaje da al comprender continuo una forma discontinua. Las palabras significan un relativo caer fuera de la corriente del comprender o un atascarse en ella. El pensar, que en la infancia es una unidad con el hablar, se emancipa de éste; de ahí la posibilidad de traducir, del mentir de manera consciente, del ordenador electrónico, etc. El ser humano piensa siempre sin palabras cuando piensa realmente, es decir, cuando piensa algo nuevo.
Emprendemos la meditación con un mantra o una frase. Por ejemplo:
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“La sabiduría vive en la luz”. “Me siento uno en pensamiento con la corriente de los sucesos cósmicos”. “En el principio existía la Palabra”. “En la palabra, el ser humano se despierta”.
Meditar quiere decir actualizar la frase misma, y esto significa “vivenciarla” como experiencia, convertirse en la frase misma. Cuando uno haya comprendido más profundamente la frase, sus palabras, mediante la reflexión, procurará meditarla, es decir, “pensarla” sin palabras. Quien pueda pensar sin palabras de manera articulada medita.
Como puede verse, en la reflexión, cada palabra se transforma en predicado2, con lo cual se llega a su sentido original. Esto implica la consciencia de la vivencia a la que se refiere la palabra. Palabra quiere decir “consciencia de”. Por ejemplo, “casa” no es sólo una cosa un objeto, sino también la “consciencia de su función”. Quien no “conozca” su función, porque no se hace consciente de ella, tampoco ve la casa… quizá vea paredes y ventanas, si se hace consciente de éstas como conceptos. Pero al no tener consciencia de su función, tampoco tiene consciencia de su existencia.
El contenido se vuelve real en la meditación y como detrás de la frase meditativa existe un sentido vivo, el contenido se vuelve “otro” en cada meditación.
Es importante que la frase o tema sea comprensible para la consciencia normal, de lo contrario el concentrarse no tendría ningún punto de aplicación para el ser humano moderno. Palabras en un idioma extranjero que uno no comprende llevan en la concentración al asociar, a la somnolencia.
La regla general al meditar es deshacerse de todo lo acostumbrado, significaciones, recuerdos, asociaciones, incluso estados de ánimo asociados. Tienen que liberarse las fuerzas de la atención, que normalmente están sujetas a la sensación del cuerpo, y ser dominadas por el yo.
La idea de un objeto artificial consiste en la atención humana puesta al servicio de la voluntad.
Meditación sobre la representación. Una imagen suprasensible se describe más fácilmente con imágenes, figuras o incluso números, que con palabras. Estas imágenes pueden llamarse imágenes simbólicas. Las imágenes tienen la característica de que no reproducen una percepción sino una imagen de fantasía. Cuando la imagen esté presente ante la mirada interior, puede comenzar su contemplación, si es que a uno no le cuesta mucho “mantener” la imagen y no está ocupado en ello. Uno puede callarse interiormente y dejar que la imagen se exprese. Algunas imágenes son:
“La Ouroboros” (griego: la serpiente que se muerde la cola); Una explicación de la imagen del Ouroboros la encontramos en las páginas 226 y 227. “La cruz Rosacruz”, es decir, una cruz negra con siete rosas rojas colocadas en círculo alrededor del punto de intersección;
2 En gramática funcional se define predicado o predicación como la descripción de un posible estado de cosas en el mundo. Estos estados posibles del mundo son clasificados en: (1) situación estacionaria o estado propiamente dicho, (2) proceso o suceso (resultado de un proceso) o bien (3) acción. Extraído de la Wikipedia.
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O “las imágenes de los Profetas en el Antiguo Testamento”; Y “los sellos del Apocalipsis de San Juan”, tal como la Jerusalén celestial con su forma cúbica transparente. Pág. 225
Por regla general nos hace falta un razonamiento preparatorio que indique en qué dirección se encuentra el sentido de la imagen. La construcción de la imagen y el concentrarse en ella es una fase preparatoria de la meditación. No se meditará sobre la imagen, sino sobre su sentido; la imagen es sólo letra que alude a la esencia. La meditación es, precisamente, buscar y encontrar el sentido.
Las meditaciones sobre la representación pueden efectuarse también con figuras geométricas.
Meditación sobre la percepción. ¿Qué hace el meditador para que la imagen de la percepción se convierta en acontecer? Intenta lo mismo que hace con todos los temas de meditación al afrontarlos de manera concentrada con un gesto interior interrogador: “¿qué me quiere decir?”. La pregunta no está formulada sólo intelectualmente –así no sirve para nada – sino que es, sobre todo, una actitud interior. Por eso, también es importante detener cualquier discernimiento, cualquier movimiento combinativo. Sólo es capaz de lograr este silencio quien haya aprendido a impedir que su pensar se vuelva “pensado”, es decir, a permanecer en el “pensar fluido activo” (Steiner), en el pensar vivo. A este permanecer se asocia, en la meditación sobre la percepción, el percibir simultáneo: como si uno estuviese viendo la imagen por primera vez.
Si se logra el silencio receptivo concentrado, otras experiencias se presentan también, sin intención consciente. El “desprender” comienza en el momento en que uno puede lograr el “por primera vez”: el niño pequeño percibe de manera similar. De este modo, uno deviene la percepción: el proceso, su tema y yo nos volvemos idénticos, devenimos un solo acontecer. Al mismo tiempo, o previamente a esto, se hace sensible un sentir que normalmente no se conoce: la percepción se siente a sí misma y se deja sentir. Es un sentir cognoscitivo, de momento todavía “intuitivo”, porque no está totalmente en estado puro: este sentir se siente a sí mismo como su propia reverberación en el espejo del sentir normal; éste todavía se excita ligeramente al mismo tiempo. Con el ejercitar ulterior, el sentimiento normal se calla del todo, y ahora el ejercitante se identifica con la percepción, el nuevo sentir se vuelve cada vez más expresivo: dice algo cada vez más claramente en el sentir. No es un sentir estético, no dice “bello” o “feo”, sino “así”, como si el tema empezara a expresar su cualidad en un enorme concepto.
El acontecer desempeña ahora el papel que de ordinario corresponde al cuerpo, acaece en el presente, habla en la sensibilidad libre para el yo (espiritual). Cada meditación sostenida cambia el sentimiento de la realidad del ejercitante las funciones cognoscitivas son una realidad que devienen experiencia, no sólo comprensión, y esta experiencia transforma el sentimiento de la realidad. El ejercitante descubre la realidad que actúa detrás de los fenómenos; experimenta que el “mundo de la percepción” existe: una experiencia que el ser humano no tiene de ordinario, pues directamente uno sólo tiene la evidencia de la existencia propia, en tanto que uno se sienta idéntico a al cuerpo propio. Cualquier otra existencia se
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experimenta normalmente sólo como imagen. En la meditación sobre la percepción, la persona experimenta su identidad con la percepción, y así nace en ella la evidencia y la calidad de su existencia más intensa y más pura de lo que es en general.
Puede ejercerse primero en cualidades sensoriales (colores, sonidos). Luego se toman gradualmente temas más complejos: primero, el color rojo, luego, una flor roja; primero, la flor misma, luego, toda la planta, y luego, eventualmente, el entorno. En todos estos casos, incluso en los más sencillos, hay que encontrar cuál es, en el fondo, el tema. El “encontrar” acontece mediante un “buscar” –estar abierto, callar, esperar – sin saber de antemano lo que se busca.
Fin del documento.