Niños, niñas, os voy a contar un cuento. Hace tiempo conocí a una jovencita
llamada Sofía. Ella vivía con su familia a las afueras de un pequeño pueblo de la
costa alicantina. Su humilde familia estaba formada por su hermana mayor, su madre
y su padre. Todos mantenían una buena relación en casa y el ambiente familiar era
muy acogedor. La casa donde vivía Sofía estaba rodeada de tierras cultivadas por su
padre, Pedro, ya que éste se dedicaba a la agricultura. Tenían grandes extensiones de
limoneros, naranjos, olivos, lechugas, tomates,...en fin un paraíso frutal y vegetal.
La hermana mayor de Sofía se llamaba Ángela. Ella estudiaba medicina en la
Universidad de Alicante, con el fin de poder ayudar a los demás. Siempre contaba a
Sofía que algún día viajaría a África para poder echar una mano a los que más la
necesitan. Aunque Sofía se ponía muy triste al pensar que su hermana algún día
marcharía hacia otro país, le alegraba la situación de que podría curar a muchas
personas que estaban enfermas. Amelia, la madre, se dedicaba a las tareas del hogar,
aunque de vez en cuando ayudaba a su marido en el campo recolectando las frutas y
las verduras que obtenían.
Sofía estaba encantada de ir al colegio. Estudiaba quinto de primaria en un
colegio público cercano a su casa. Su clase era
multicultural, tenía compañeros de etnia gitana,
árabes, ecuatorianos y rusos. Entre todos ellos el
ambiente no era del todo agradable. Siempre
estallaba algún conflicto en clase.
JUNTOS...PERO NO REVUELTOS
En la clase de Sofía habían unos veinticinco alumnos, entre ellos, quince chicas y
diez chicos. La profesora Mar, era una mujer de mediana edad, bajita y con el pelo
muy rizado. Tenía un temperamento muy fuerte, pero en realidad era un ángel con
sus alumnos, bueno, menos cuando la sacaban de sus casillas en esos días que no
paraban de hablar por los codos y dejaban sus tareas de clase para lo último.
Sofía se llevaba bien con todos sus compañeros. Era una niña muy pacífica que nunca
se metía con nadie, pero como todos, tenía un grupo de amigos en especial formado
por Manuela, Nuria, Carmen, Miguel y Juanjo, con los que solía salir al parque a
pasear y mantenía una muy buena relación. Aunque dentro del aula
mantenían un buen clima de trabajo, la clase se dividía en varios grupos. Algunos de
ellos encabezados por líderes muy peculiares donde todos querían ser el gallito del
corral. Como líder de clase estaba Rodrigo; éste era del pueblo y no forastero como
él solía llamar a aquellos que venían de fuera. Sofía tenia un cariño especial a
Rodrigo ya que desde muy pequeños habían compartido clase. Desde infantil hasta el
momento, no se habían separado nunca, y aunque no salían juntos en pandilla, entre
ellos había una amistad muy especial. En el grupo de los árabes estaba Ahmed, muy
tranquilo de apariencia pero cuando se metían con él estallaba como una bomba. De
los países del este Andrei, un chico de buena planta pero bastante agresivo en los
insultos y peleas. El grupo de los sudamericanos estaba capitaneado por Maycol,
tranquilo como Ahmed, pero fuerte y temible cuando se enfrentaba en peleas. Por
último Antonio, de etnia gitana, que también lideraba a los suyos.
Con todos estos grupillos encabezando los recreos, salidas y entradas, os podéis
imaginar el clima que se creaba en clase. Sin embargo algo cambió notablemente
este malestar, y empezó a respirarse un clima más amistoso y tranquilo, cosa que
toda la clase, incluyendo a Mar la profesora, agradecería.
Los fines de semana, más en particular los sábados en
la tarde, Sofía y su pandilla se solían reunir en la
plaza central del pueblo, junto a la fuente del
ayuntamiento, donde solían pasar la tarde jugando
a todo un poco, comiendo pipas, gominolas,
contando historietas... en fin, pasando la tarde como el resto de pandillas lo hacían, e
intentándolo pasar lo mejor posible.
Los días de lluvia se hacía imposible salir a la calle, y menos a la plaza porque
quedaba toda encharcada, pero tenían siempre un plan. Sofía convencía a sus padres
para que recogiesen a sus amigos y poder jugar en casa tranquilamente, en el porche
de la parte delantera. Cuando se acercaba la hora de la merienda, la madre de Sofía
sacaba sándwiches con mermelada y zumo de naranja para todos. Esas tardes
también lo solían pasar en grade, aunque no pudiesen correr como locos terremotos
en la plaza.
Un sábado, estando todos en la plaza jugando como de costumbre, un grupo de
maleantes, un par de años mayores que los demás, se metieron con Rodrigo, el
compañero de Sofía, que jugaba con su pandilla tranquilamente. Entre todos
intentaron aclarar la disputa, pero ellos lo único que querían era fastidiar la tarde a
todos. En realidad, nadie sabía el porqué de la pelea, tan sólo llegaron para pelear por
algo que incluso Sofía, que estaba atenta mirando como jugaban los amigos de
Rodrigo, no tenía ni la mas remota idea de porqué se produjo tal incidente.
De un momento a otro, pasaron sin más de los insultos a los puños. Rodrigo estaba
saliendo muy mal parado. Juanjo y Miguel intentaron separarlos pero no hubo
manera. Todos estaban muy asustados, empezaron a gritar y a pedir ayuda a los
demás grupos que se encontraban por allí. De repente, aparecieron como de la nada
Ahmed, Andrei, Maycol y Antonio, que jugaban con los suyos sin molestar a nadie, y
sin mediar palabra salieron a la defensa de Rodrigo. Con algún que otro moratón y
cortes de los puñetazos que le habían dado, Rodrigo les dio las gracias y se despidió
sin más, seguido de sus amigos.
Todos, incluidos Sofía y sus amigos se quedaron
boquiabiertos al ver lo que había sucedido. A los que
Rodrigo llamaba “forasteros” fueron los que en un
momento determinado le echaron una mano, ya que otros
de su mismo pueblo le habían caneado de lo lindo.
Una vez pasada la pelea, ya hacía un par de semanas, el clima de clase y el de
la calle era mucho más relajado, incluso la profesora, Mar, lo notaba a la hora de
formar los grupos de trabajo. Sofía, que era muy sentida, pensó en contar a la
profesora todo lo ocurrido aquella tarde, para que viese lo humanos que habían sido
unos con otros...pero lo pensó mejor: algo en su interior la detenía a hacerlo. Pensó
que eran sus compañeros, que contarlo no tendría ningún significado. Eso sí, se
sintió muy orgullosa de tener unos compañeros así, y llegó a la conclusión de que no
eran amigos, y que quizás nunca lo fuesen, pero son todos un poco mas tolerantes y
humanos, y lo más importante: los consideraba sus amigos y ella los quería así.
Nerea Pamies Illescas
2º Magisterio de Primaria
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