Historia oral e historia política:
Estudiar la izquierda latinoamericana
Pregunta: ¿Cuál es el balance que hace usted de la década de
1970?
Respuesta: El detalle que yo quería señalar: hay una batalla,
la gran represión, se desbanda todo. Pero la represión se
limitó en cierto grado. Treinta mil desaparecidos; destrucción
de las organizaciones hasta cierto límite, bueno todo lo que
sea ¿no? Pero, enmarcado en la historia, no se puede destruir
nunca porque sino el cambio no sería posible. Toda la
actividad política queda de una manera u otra en algún lado,
en algunos seres humanos, en todos queda en mayor o menor
grado. En algunas circunstancias se le agrega al activismo
cuestiones psicológicas, económicas, que lo hacen cambiar. No
es solamente el activismo ese de los bolsones, de los activistas
¿no?, sino todo el aprendizaje de las experiencias vividas en el
anterior gobierno y de la historia que queda grabado en
alguna gente y se expresa de alguna manera o de otra en el
resto. Porque sino tendrían que haber asesinado a treinta
millones de personas. Es imposible. El proceso no se pierde. Y
no tiene nada que ver con la identidad, la conformación de una
futura estructura de vanguardia efectiva. Esto es el abono de
todo.
Por eso digo ¿cómo surgen los nuevos activistas? Vos decís,
por ejemplo, tal organización la hicieron mierda, pero una
serie de principios y criterios siguen existiendo en la clase
aunque no responda a la orgánica. Me trae a la memoria lo
que pasaba con Sandino. Pasaron 75 años y eso no se perdió.
Es lo mismo, la memoria de una lucha adquiere características
portentosas o revolucionarias.
Sin caer en el facilismo, potencialmente nosotros estamos de
acuerdo que nadie nace bueno o malo, especialmente el que
sufre y se banca todo, el pueblo en definitiva, tiene un caudal
de toda esa experiencia que vos hablabas condensado
impresionante. El punto es saber meter la llave y abrir la
puerta. Pero esa llave y esa puerta la abre alguien que se gana
el derecho a abrir y cerrar la puerta. Ahí se abre un potencial
humano terrible. Que lleva a los pueblos, cuando se dan los
cambios sociales, a dar la vida. Sin llegar a tener la super
conciencia.
Obrero de construcción, militante del Partido
Comunista Argentino.
Pregunta: ¿Qué ha quedado de la experiencia de ustedes?
Respuesta: Tengo mucho dolor y mucho orgullo en mi alma.
Sobre todo no me arrepiento de nada. En los años venideros
nuestros hijos y nietos mirarán lo que hicimos y dirán "hubo
gigantes aquí, en Tucumán, que supieron dar todo lo que
tenían por la dignidad del hombre". Me duelen los caídos,
extraño a los desaparecidos, y me apeno por todos aquellos
que no saben rescatar su propio pasado de dignidad y lucha.
Pero estoy seguro que no sembramos en el vacío porque con
nuestra lucha, nuestro esfuerzo y con nuestro sacrificio
supimos señalar el camino.
Obrero azucarero, militante del PRT-ERP de Argentina.
Ahora, la causa principal, hablando en general, de que los
ciudadanos estén dispuestos en cierta manera para una
revolución es […] aquellos que desean igualdad entran en
lucha partidaria si opinan que tienen menos siendo los iguales
de los que tienen más […]
Aristotle, Politics.
Los libros les brindaron las teorías necesarias, y ahora ponen
estas en práctica, adecuando las ideas de los autores a sus
deseos de venganza. […Tenían] dos pasiones dominantes […]
un intenso e indomable odio de la desigualdad […y] un deseo
de vivir no sólo en igualdad sino como hombres libres.
Alexis De Tocqueville, The Old Regime and the French
Revolution. New York: Anchor Books, 1955.
En el estudio de América Latina contemporánea es notable como las
investigaciones han prescindido --o casi-- de la izquierda como protagonista. Sorprende
aún más dado que siempre existió un interés tanto por los estudios sobre las
revoluciones latinoamericanas como sobre los movimientos obreros y campesinos del
siglo XX. La izquierda, entonces, parecería desaparecer, sobre todo a partir del
surgimiento de los movimientos populistas, y cuando recibe alguna mención es para
caracterizarla como “alejada de los trabajadores” o como “traicionando algún
conflicto”. Así el trotskismo desaparece de la historia de las luchas obreras y
campesinas; los partidos comunistas son olvidados en su papel tanto entre los
intelectuales como en el movimiento obrero y campesino; y la “nueva izquierda” se ve
reducida a memorias estudiantiles individuales donde aparece como un subproducto de
la radicalización de la década de 1960 influenciada por la Revolución Cubana. Con esto
no queremos decir que la izquierda haya sido protagonista excluyente, o que no
estuviera exenta de errores, sectarismos y problemas. Lo que sí queremos decir es que el
siglo XX latinoamericano se caracterizó por una relación dinámica y dialéctica entre la
izquierda y los movimientos sociales e intelectuales. Y asimismo, que una cantidad de
fenómenos históricos son incomprensibles sin profundizar en este tema.
Gran parte del problema estriba en definir “izquierda”. La heterogeneidad de
organizaciones y teorías, junto con las disputas y la competencia han hecho que sus
integrantes tiendan a definir el término en formas por demás restrictivas, con cada sector
arrogándose el derecho a definir inclusiones y exclusiones de la misma. En este trabajo
la “izquierda” se compone de todos aquellos grupos e individuos que se autodefinen
como revolucionarios y se plantean el socialismo como fin. Esto significa que, desde el
punto de vista de este estudio, ser de “izquierda” no necesariamente es sinónimo de
marxismo-leninismo o de una práctica militante determinada. En la izquierda coexisten
múltiples tendencias: reformista, clasista, evolucionista, revolucionaria, guerrillera,
insurreccional, anarquista, populista, marxista... Por último, ser “de izquierda” es un
proceso dinámico con evolución histórica. Individuos y organizaciones que lo fueron en
un momento determinado pueden dejar de serlo. No ajeno a esta situación se encuentra
el cambio que la misma fue experimentando de acuerdo a las coyunturas nacionales e
internacionales.
A su vez, la periodización del desarrollo histórico de la izquierda
latinoamericana es necesariamente inexacta e imprecisa pero no por eso menos útil. En
principio podemos señalar cuatro momentos claramente identificables: los orígenes, la
“vieja izquierda”, la “nueva izquierda”, y lo que algunos han denominado una izquierda
posmoderna o posmarxista.
El primer momento, u orígenes, se sitúa aproximadamente entre 1880 y 1920. El
período se caracterizó por un desarrollo de muy variadas tendencias anarquistas y
socialistas que tuvieron un fuerte impacto tanto en las formas de organización de
trabajadores y campesinos, como en plano cultural y en el imaginario social. Estas
organizaciones e individuos fueron fundamentales en la estructuración de los sindicatos
por oficio, de las primeras federaciones campesinas, y de las primeras agrupaciones y
organizaciones que se autodefinieron como revolucionarias. Asimismo, estos
izquierdistas originales fueron importantes en la difusión de ideas clasistas y
contestatarias que se expresaron a través de periódicos, novelas, obras de arte, y toda
una serie de redes culturales. Estas ideas se asentaron sobre tradiciones y culturas
decimonónicas –el liberalismo, el radicalismo artesanal, y el indigenismo—y sobre un
cristianismo latinoamericano para resignificarlos y construir una estructura de
sentimiento que se convirtió en un “sentido común” y en un comportamiento “correcto”
aún entre aquellos que no compartían el ideario izquierdista y contestatario. La
represión salvaje de todo este mundo izquierdista no alcanzó a suprimir esta estructura
de sentimiento que se convirtió en el nexo y la base necesaria para el resurgimiento de
la izquierda en el período siguiente.
En numerosas entrevistas hemos registrado la existencia casi inconsciente de un
imaginario popular por el cual los militantes zurdos son “buenos muchachos”, aunque
alejados de la vida cotidiana del trabajador. Para la percepción del trabajador medio, de
manera genérica, son vistos como honestos, combativos y que no traicionan. Pero, al
mismo tiempo, son “descolgados”, “bajalínea” y “siempre te dicen qué tienes que
hacer”. Es notable que las burocracias sindicales y campesinas ataquen a la izquierda
acusándola de “extranjerizante”, o de que no tiene en mente los mejores intereses de los
trabajadores, o de que responde a nunca bien definidos fines espurios. Sin embargo,
muy rara vez son acusados de un mal comportamiento ético o moral. Esto no implica
que no existan izquierdistas deshonestos; de hecho, los trabajadores los consideran y los
califican de forma bastante crítica, quizá porque no están a la altura de lo que deberían:
su propio discurso. Por ejemplo, nos expresó un obrero gráfico: “Fulano es un borracho,
y dice que es comunista”. Sin duda, para este testimoniante, los comunistas no pueden
ser borrachos y si lo son, es peor que si lo fuera alguien de otra tendencia política. Así,
cuando surgen los conflictos, los izquierdistas se encuentran depositarios de la
confianza de muchos de sus compañeros porque “van al frente”. Pero, al mismo tiempo,
son considerados poco pragmáticos y siempre dispuestos a llevar los conflictos a puntos
extremos.1 En síntesis, en aquellos lugares donde el militante comprendía esta situación,
entonces la izquierda lograba ganarse el respeto de los trabajadores e inclusive llegaba a
dirigir sectores de la clase, aunque más no fuera por momentos.2 Sin duda, además de la
represión estatal y patronal, el oportunismo de distintas organizaciones, el sectarismo y
las luchas internas que derivaban en disputas bizantinas y la agitación que sustituía el
trabajo paciente, gris y cotidiano, se convertían en problemas que alejaban a la izquierda
del conjunto de las clases populares.
El segundo momento se da a partir de la década de 1930, influenciado
particularmente por la bancarrota de los modelos exportadores de crecimiento a partir de
la crisis mundial iniciada en 1929. El período inicial fue sucedido por un segundo, que
podría ser muy genéricamente denominado “comunista”. Tanto la represión ejercida
contra los anarquistas, como la cooptación de los distintos partidos socialistas, la
influencia de la Revolución Rusa y los cambios en la producción –en particular el
desarrollo de concentraciones obreras que dejaron muy atrás a la incipiente manufactura
1 Habría que indicar que estos conceptos varían con el tiempo y la situación política. 2 En numerosas ocasiones, cuando la izquierda logró dirigir sectores de la clase obrera, fue sobre todo a
partir de la calidad del militante izquierdista y no debido a pautas programáticas o ideológicas. Ejemplos
de esto serían dirigentes como Agustín Tosco y Rubens Iscaro en Argentina, Luis Recabarren en Chile, o
Farabundo Martí en El Salvador.
latinoamericana—llevaron, en la década de 1930 al crecimiento de lo que hoy en día se
conoce como “la vieja izquierda”. Dinamizada y hegemonizada por los partidos
comunistas, esta izquierda protagonizó numerosas luchas sociales en el continente,
como por ejemplo los soviets cubanos de 1933, el levantamiento comunista de
Farabundo Martí en el Salvador en 1932, la columna Prestes en Brasil entre 1925 y
1927, y en 1932 el Frente Popular de Marmaduke Grove en Chile. Esta izquierda
“comunista” heredó, incorporó y resignificó parte del imaginario y las prácticas el
período anterior dando surgimiento a lo que hoy en día se entiende como conceptos
“clasistas” y revolucionarios. A la vez esto tuvo un fuerte impacto sobre el mundo de la
cultura y los intelectuales que se expresó en pintores como Diego Rivera, David Alfaro
Siqueiros y Antonio Berni, poetas como Pablo Neruda y Raúl González Tuñón,
escritores como Jorge Amado, o pensadores como José Carlos Mariátegui.
Una vez más la conflictividad social, gestada a partir del crecimiento en la
organización sindical, hegemonizada mayoritariamente por comunistas, presentó no
sólo trabas a la acumulación de capital sino que también en varios de los países
americanos parecía amenazar la existencia misma del capitalismo. Las reformas
encaradas en ese período fueron realizadas por movimientos caracterizados como
populistas, y determinaron el surgimiento de estados de bienestar social y mercado
internistas ampliando el sufragio electoral para incluir sectores antes marginados del
sistema político, gestando lo que se denominó la democracia de masas. De manera clara,
si el contacto con la izquierda tuvo un efecto sobre pensadores populistas y
nacionalistas, lo mismo se puede decir a la inversa. Sectores del trotskismo (como Jorge
Abelardo Ramos o Liborio Justo) y del comunismo (como Vicente Lombardo
Toledano) fueron acercándose a posiciones cada vez más nacionalistas y menos
socialistas. Inclusive, en el caso del Partido Comunista, esta fue una de las razones,
junto con su postura reformista, que permitió el surgimiento de tendencias y luego de
fracciones maoístas a principios de la década de 1960.
Esta estructura social de acumulación gestó un nuevo desarrollo económico,
incluyendo un crecimiento de los procesos de industrialización por substitución de
importaciones, y un consenso en amplios sectores de la población basado en el pleno
empleo y una redistribución del ingreso nacional hacia abajo. Pero, al mismo tiempo,
entró en contradicción con los sectores empresariales más concentrados y la nueva
potencia imperial, Estados Unidos de América. El desarrollo de los medios de
comunicación, la educación de masas y el mayor acceso a la universidad favorecieron
un proceso de politización entre la juventud y la clase obrera y campesina. Estos, si bien
veían positivamente las reformas y conquistas del estado de bienestar, pretendían
profundizarlas y extenderlas. El resultado fue que, hacia las décadas de 1960 y 1970,
hubo crecientes problemas para que la clase dominante ejerciera su dominación con
consenso por lo cual debió recurrir a la represión abierta a través de gobiernos
dictatoriales y de gobernantes electos cada vez más autoritarios.
Fue a partir de 1960 donde emergió lo que hemos denominado el tercer período
de “la nueva izquierda”. Esta encontró sus orígenes tanto en escisiones de los partidos
comunistas como en los grupos trotskistas del período anterior. Estas escisiones se
combinaron con grupos provenientes de los movimientos populistas y nacionalistas del
período para gestar un panorama orgánico difícil de sistematizar. Esta nueva izquierda
se vio fuertemente impactada tanto por el ejemplo de la Revolución Cubana y la figura
del Che Guevara, como por la Guerra de Vietnam. Ambos aspectos generaron fuertes y
ricas discusiones en torno a tres ejes: el carácter de la revolución latinoamericana, las
vías de la revolución, y el sujeto de la revolución. Muy sintéticamente, estos ejes
implicaban el debate en torno a si la revolución debía ser socialista y antiimperialista o
popular y antiimperialista; si el camino era la lucha armada o por el contrario eran
formas de acumulación denominadas “pacíficas”; y si el principal sector social
revolucionario era la clase obrera o si por el contrario lo era el campesinado junto con
sectores de la “burguesía nacional” y de los pobres de la ciudad y el campo.
En los períodos anteriores la izquierda contó con nutridos grupos de adherentes
en todos los sectores sociales. Sin embargo, fue durante este “tercer período”, entre
1960 y 1980, que toda una generación se lanzó por el camino de la revolución social, y
el período se destacó por el surgimiento de numerosos grupos guerrilleros.
Aunque existen muchos antecedentes de levantamientos armados en América
Latina, remontándose a la época colonial (por ejemplo el de Tupac Amarú II), muy
pocos de estos tomaron la forma de movimientos guerrilleros que se plantearan una
revolución social. Los movimientos guerrilleros latinoamericanos tuvieron, a su vez,
tres períodos concretos. El primero, que puede ser denominado el período del foco
(aproximadamente de 1959 a 1969) se caracterizó por la influencia guevarista tal como
se plasmó en la obra de Regis Debray ¿Revolución en la revolución? Incluye
organizaciones como Carlos Marighela en Brazil, las FARN de Venezuela, las FARC y
el ELN de Colombia, el MIR y el APRA Rebelde en Peru, Uturuncos y el EGP en
Argentina, Genaro Vázquez Castaño y la guerrilla de Arturo Gámiz en México, las FAR
en Guatemala, y los Sandinistas (en su primer período) en Nicaragua. La mayoría de
estos grupos fueron rápidamente reprimidos, sin embargo algunos de ellos, como las
FARC y el ELN, y los Sandinistas evolucionaron para constituirse, luego de derrotas
iniciales, en complejas organizaciones político-militares haciendo la transición al
segundo período.
El período de las organizaciones políticas y militares (1970-1979) implicó que
estos grupos trascendieron la existencia como meros grupos guerrilleros y desarrollaron
una combinación de lucha armada junto con trabajo de masas, tanto legal como ilegal.
Así fueron organizaciones con prensa legal, agrupaciones sindicales, estudiantiles y
campesinas, e inclusive, en algunos casos, lograron tener representantes parlamentarios.
A diferencia de los grupos del primer período, la mayoría de estos desarrollaron la lucha
urbana, además de la lucha en el campo. Algunos ejemplos fueron: el MLN-Tupamaros
de Uruguay, el PRT-ERP y los Montoneros de Argentina, las ya mencionadas FARC,
las FPL Farabundo Martí de El Salvador, el PRT-ELN de Bolivia y el M-19
colombiano. El éxito de estos grupos fue muy variado. Algunos fueron exterminados (la
guerrilla argentina), otros hicieron la transición a la política electoral dejando la lucha
armada (M-19, FPL Farabundo Martí, Tupamaros), y otros subsisten entre los grupos
guerrilleros más poderosos del mundo (FARC y ELN en Colombia).
El tercer período de la guerrilla (1980-1999) ha sido denominado por algunos
como el de la “guerrilla posmoderna” y por otros como el de los “antiguevaristas”.
Ambos términos son inexactos y ocultan más de lo que revelan puesto que la realidad es
más compleja. Este fue el período donde surgieron o se lanzaron a la lucha armada
grupos como Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso --claramente de tendencias
antiguevaristas, campesinistas y milenaristas—y el Movimiento Revolucionario Tupac
Amaru de orientación guevarista, el EZLN y el EPR de México, y el Frente Patriótico
Manuel Rodríguez de Chile, organizado por el PCCh.
Pero además de las guerrillas, las cuatro décadas entre 1960 y 1999 implicaron
un desarrollo de una inmensa cantidad de grupos muy distintos, con estrategias y ejes
también muy variados. Este fue el período donde hubo un desarrollo importante de
grupos que se reivindicaron maoístas y trotskistas, además de numerosos grupos de
“izquierda independiente” (no alineados con ninguno de los países socialistas). Para dar
un ejemplo, podemos señalar que según Fernando Iwasaki “a mediados de los setenta
llegaron a existir en el Perú 74 partidos marxistas-leninistas”.3 Si bien esto revela un
mundo izquierdista, fisíparo y fragmentado, también nos muestra un mundo muy amplio
que iba más allá de los claustros universitarios. De hecho en 1990, en Perú, el conjunto
de la izquierda no armada confluyó en un frente electoral llamado Izquierda Unida que
concitó una importantísima cantidad de votos.
Si bien los distintos gobiernos y dictaduras fueron exitosos en reprimir a la
guerrilla y al movimiento social radicalizado de la décadas 1960 a 1990, no lograron
gestar un nuevo consenso en torno a su propuesta de una estructura social de
acumulación basada en desmontar los beneficios sociales y las estructuras económicas
del estado de bienestar para insertar las naciones americanas en una economía
trasnacionalizada.
De hecho las derrotas de la izquierda a manos de dictaduras y democracias
restringidas, sentó las bases para el cuarto período en la cronología de la izquierda, y
que podríamos señalar que abarca desde 1989 hasta el presente. Con la decadencia y
eventual caída de la Unión Soviética, junto con las secuelas de la represión, implicó que
muchos de los grupos izquierdistas del período anterior, tanto guerrilleros como los que
aprobaban del comienzo de la lucha armada, se volcaron al trabajo de masas y la lucha
electoral. Los sobrevivientes de grupos como Tupamaros en Uruguay, PRT-ERP y
Montoneros en Argentina, MIR en Chile, además de centroamericanos y mexicanos se
volcaron a desarrollar (o a apoyar el desarrollo de) partidos y organizaciones de
centroizquierda como el PRD en México y Libres del Sur en Argentina, o se
incorporaron a movimientos de matriz populista como el chavismo en Venezuela.
Para los estudiosos de la izquierda latinoamericana Barry Carr y Steve Ellner4,
las dictaduras militares de la década de 1970 fueron las experiencias nacionales que más
influenciaron a la izquierda actual. Esta situación convenció “a muchos izquierdistas
que la democracia formal que habían menospreciado era una verdadera conquista que 3 Citado en Santiago Roncagliolo. La cuarta espada. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2007; pág.
62. 4 Barry Carr and Steve Ellner (eds.). The Latin American Left. From the Fall of Allende to Perestroika.
Boulder, Colorado: Westview Press, 1993
valía la pena defender a toda costa para poder construir”5. A pesar de eso, según Ellner,
la izquierda setentista entró en la década de 1990 considerablemente desorientada y
carente de alternativas válidas. Esto se combinó con el surgimiento de nuevos
movimientos sociales, que “prefiguran un nuevo tipo de democracia”6, cuyas principales
características son la autonomía de la sociedad civil y la participación desde la base. Sin
embargo, según Ellner, estos movimientos no aportan al fortalecimiento de la izquierda
aunque contribuyen a la cultura política enseñándole a la gente la “importancia del
accionar colectivo”.7 El resultado de toda esta complejidad ha sido un alejamiento del
clasismo por parte de la izquierda y un mayor énfasis por parte de los teóricos de la
izquierda en nuevas formas de democracia y participación, y en la posesión de los
medios de producción.
En cada una de estas épocas surgieron nuevas camadas de activistas y militantes
con características propias.8 Durante cada período las organizaciones y grupos de
izquierda estuvieron integrados por miembros cuyos orígenes y experiencias históricas
podían ser distintos pero que compartían elementos culturales (una estructura de
sentimiento) que se traducían en un lenguaje, un simbolismo y prácticas que tenían
fuertes elementos en común. Las mismas fueron madurando durante cada período y se
transmitieron oralmente de una generación de izquierdistas a otra. Así todo un
imaginario y una tradición fueron transmitiéndose y manteniéndose vivas a pesar de la
represión. Esta tradición entroncó con la realidad y las experiencias clasistas de las
nuevas generaciones.
Desde el punto de vista de las entrevistas aquí presentadas un elemento clave es
la percepción y la experiencia de lo que se ha dado en llamar “la generación del
setenta”. 9 Que esta generación se haya volcado a la militancia revolucionaria es por lo
5 Ibid. 2. 6 Ibid, 11. 7 Ibid, 12. 8 Por activista se entiende aquel individuo que se desempeña principalmente en la organización social, y
se diferencia del militante en que éste último tiene la política como eje primordial de su actividad. 9 El concepto de “Generación” ha sido utilizado por la literatura para denominar grupos de escritores
marcados por un momento histórico (por ejemplo “la Generación del ‘37”). Diversos autores han hablado
de la “Generación del ‘70” sin definir el término o lo que implica. Es un concepto que no nos satisface
mucho puesto que, en él, tienden a desaparecer las complejidades del fenómeno setentista en cuanto a
clase social, género o inclusive franja etaria. De por sí el concepto de “Generación” es algo complicado.
Tradicionalmente ha sido definido como aquella franja etaria de quince o veinte años que, supuestamente,
comparte patrones culturales y experiencias comunes. Esta definición implica más problemas de los que
resuelve. En todo caso, preferiríamos la elaboración desarrollada por la crítica literaria Iris Zavala.
Basándose en una lectura ideológica de Lacan y de Bajtin (que no hablan de “Generación”), Zavala ha
menos notable, puesto que fue la principal beneficiaria de las reformas instauradas por
el estado de bienestar social y el populismo. La militancia “setentista” nació en los
intersticios de la relación dialéctica entre un mundo que surgía y otro que estaba
desapareciendo. En las trincheras de la sociedad civil, la sociedad latinoamericana de
1960 era una sociedad en rápido cambio. Los efectos del populismo y del desarrollismo
se sentían en un campesinado y en una clase obrera más organizados y económicamente
mejor. Fueron los hijos de estos campesinos, trabajadores y empleados que fueron
enviados a la universidad con grandes esfuerzos por parte de sus familias. Para esta
minoría universitaria de clases populares, este desclasamiento hacia arriba fue un rudo
despertar al encontrar un mundo que no sólo estaba lleno de injusticias sino que
contrastaba duramente con el mundo del cual venían; y, además, tenían las herramientas
(conocimientos) para interpretarlos. Así, se les apareció un mundo en erupción que
debía ser modificado porque era esencialmente opresivo e injusto. Y de ahí se lanzaron,
por distintas vías, a la revolución. Pero, para sus padres y para la mayoría de los
trabajadores latinoamericanos de la década de 1960, éste era un mundo injusto que
estaba siendo cambiado y podía serlo aún más vía reformas. Lejos de ser un problema
del capitalismo en sí, éste les proveía las posibilidades de mejorar. ¿O acaso no estaban
enviando a los hijos a la universidad? ¿O acaso no era esa la lección dejada tanto por
Cárdenas, Vargas y Perón como por Frondizi, Frei y Kubitchek? ¿O acaso el obrero de
la gran fábrica no sólo tenía su coche sino que construía su casa y podía aspirar a
establecer su taller? Para éstos el problema era que un sector minoritario aunque
poderoso obturaba el camino a más y mayores reformas. Así, si bien para los primeros
el problema era sistémico para los segundos era sólo político. De ahí que cuando ambos
coincidieron el resultado fueron poderosas movilizaciones populares. Cuando no
coincidieron estas movilizaciones se realizaron en pos de las reformas y no de la
revolución. Y cuando la contradicción entre ambas se hizo aguda –y había que arriesgar
unas para obtener otras– frente a la represión, el pueblo se retiró dejando a los
revolucionarios solos. En otras palabras: los jóvenes revolucionarios del setenta se
equivocaron en cuanto al nivel de conciencia revolucionaria alcanzado por el conjunto
elaborado una conceptualización por la cual el término denota nuevos síntomas (en el sentido marxista)
de lo insoportable socialmente lo que hace síntoma en nuestro discurso. Para Zavala, si el intelectual es el
que interroga el saber, y permite el avance del objeto de estudio, la Generación tiene una marca: aquello
que deja estigmas sobre el sujeto. Esta marca tiene un papel colectivizador, por lo que produce la
congregación de los marcados, lo que se denota en un discurso común.
de la población. Dicho de otra forma: la combatividad no necesariamente es conciencia.
Los jóvenes setentistas, desencantados con el populismo y el desarrollismo, y
compartiendo una estructura de sentimiento, fueron receptivos a los planteos de la
izquierda. Muchos se acercaron impactados por la gesta del Che Guevara, o por el
ejemplo de la revolución cubana y la vietnamita. Otros lo hicieron impactados por una
realidad latinoamericana de miseria, pobreza y explotación que les parecía desconocida.
Finalmente, muchos intentaron primero las vías institucionales de protesta para
encontrarse con la represión despiadada y el rechazo a toda reforma. Todos los jóvenes
protagonistas de la época, registran su desencanto y su sensación de profunda injusticia,
donde el discurso de justicia, libertad y bienestar de la burguesía liberal latinoamericana
no se condecía con sus prácticas de dominación. Estos últimos conformaron la mayoría
de la militancia en el período 1960-1990.
En cuanto a la procedencia social observamos que incluía de todos los sectores.
Como es de esperar, dada la composición social latinoamericana, entre estos militantes
existió una preponderancia de campesinos, obreros y empleados. Es importante destacar
que, a menudo, han sido caracterizados como “estudiantes”. Esta es una categoría
problemática y poco social. Por lo general se la utiliza como sinónimo de “joven, sin
empleo, de clase media”. En el caso de la militancia setentista, esta descripción no es
del todo correcta. En el período analizado hubo un porcentaje significativo de hijos de
campesinos, obreros y trabajadores no proletarios que lograron ingresar a la universidad
para estudiar. Además, una cantidad importante del estudiantado universitario de clase
media también trabajaba. Por ende, si bien estas camadas de militantes estuvieron
compuestas por una cantidad apreciable de jóvenes estudiantes de colegios secundarios
y universitarios, muchos se desempeñaban como (o eran hijos de) campesinos, obreros,
docentes, empleados administrativos estatales, bancarios. De todas maneras, queda claro
que la vasta mayoría de los miembros que ingresaron al conjunto de las organizaciones
de izquierda fueron activistas jóvenes, de entre dieciséis y treinta años de edad. Por otra
parte, el afianzamiento de las tendencias radicales también estuvo dado por las
características que presentó la industrialización de la región durante las décadas de 1960
y 1970. En ella se desarrolló un movimiento obrero con una serie de particularidades
distintas a las originadas en las décadas de 1930 y 1940, entre otras con un fuerte
vínculo a las comunidades campesinas de donde habían surgidos los nuevos
trabajadores. El vínculo entre obreros y campesinos, que se desarrolló durante las
migraciones del período, no puede ser subestimado y amerita un estudio particular, sin
embargo da pistas para la comprensión de la difusión de ideas izquierdistas y
revolucionarias en las comunidades campesinas latinoamericanas de la década de 1970.
Por último, esta politización abarcó a sectores religiosos practicantes. De este modo,
curas obreros, miembros de comunidades de base tercermundistas, grupos sionistas
socialistas y misioneros protestantes se incorporaron a los grupos de izquierda.
Esta cultura obrera es importante no sólo por su resistencia a la represión, sino
porque se nutre de una serie de valores a menudo identificados con la izquierda política.
Radicalizados o no, los sectores populares latinoamericanos por lo general encuentran
resonancias con las que se pueden identificar en los criterios pregonados (aunque a
veces no practicados) por la izquierda. Es por esto que, si bien reprimida, perseguida y
enfrentada por los distintos gobiernos latinoamericanos, ésta ha logrado sobrevivir entre
los campesinos y los trabajadores, reducida, minimizada pero jamás extinguida. En esto
también interviene el hecho de que no pocos grupos de esta corriente se han nutrido en
su composición de miembros de las clases populares. El crecimiento y la masificación
de las organizaciones izquierdistas y sus concepciones durante las décadas de 1960 y
1970, y luego las experiencias como la del EZLN o la del PCP Sendero Luminoso
demuestran que los obreros y los campesinos no son impermeables a estas propuestas
sino, más bien, que muchas veces la izquierda no supo combinar tácticas y estrategias
con las reivindicaciones cotidianas de los trabajadores.
Estos últimos años la historia oral se ha revelado de suma utilidad en el estudio
de la historia de la militancia latinoamericana entre las décadas de 1950 y de 1990.10
Puesto que en las fuentes escritas existe escasa información de índole cualitativa sobre
la subjetividad del guerrillero y la militancia cotidiana, cada vez más historiadores
recurren, además, a la oralidad. A través del testimonio es posible acceder a un mundo
que no había quedado asentado en papel. En este sentido, y en la medida en que cada
investigación se planteó una historia “desde abajo”, y no sólo de los dirigentes o de las
instituciones, la entrevista ha surgido como una fuente de indudable riqueza histórica
que pasa por un proceso de confrontación con la fuente escrita. Algunos ejemplos de 10 Los más conocidos y difundidos son lo estudios sobre los movimientos armados, sin embargo existe
una cantidad de trabajos sobre militancia de izquierda que son sumamente importantes, entre los cuales
hay que destacar el estudio de Víctor Hugo Acuña Ortega sobre los zapateros comunistas de Costa Rica y
el de Mariana Mastrángelo sobre los comunistas de San Francisco de Córdoba en 1929.
esto han sido los estudios de Alfredo Molano sobre las FARC11, de Sebastián Leiva
sobre el MIR chileno12, de Alejandro Peñaloza13 y de Verónica Oikión y María Eugenia
Ugarte14 sobre distintos movimientos armados mexicanos, de Elizabeth Ferreira sobre
mujeres guerrilleras en Brasil15, de Rolando Alvarez sobre la clandestinidad de Partido
Comunista de Chile16, de José Luis Rénique sobre los presos políticos de Sendero
Luminoso en Perú17, de Pablo Pozzi18, Gabriel Rot19 y Ernesto Salas20 en Argentina.
Asimismo, existen varios acervos de importancia con entrevistas y testimonios de
antiguos militantes guerrilleros.21
De la cantidad de estudios y testimonios disponibles emergen una serie de
cuestiones sumamente sugerentes sobre el conjunto de la historia de América latina. Por
ejemplo:
La violencia es algo endémico en la sociedad latinoamericana; o sea, la
hegemonía de la clase dominante es y ha sido endeble por lo que se ha visto
permanentemente cuestionada por el movimiento popular y ha logrado mantener
su dominación a través de una represión salvaje y oculta por los medios de
comunicación.
La izquierda, como tal, no ha sido producto de vanguardias iluminadas o de
grupos estudiantiles románticos, o menos aun de jóvenes desesperados, sino que
11 Por ejemplo, Alfredo Molano. “Melisa, una mujer de las FARC”. Taller 7. Buenos Aires: AECS, 1998. 12 Sebastián Leiva. Teoría y práctica del poder popular: los caso del MIR en Chile y el PRT-ERP en
Argentina. Santiago de Chile: Mimeo, 2006. 13 Alejandro Peñaloza. La lucha de la esperanza: historia del MAR (1965-1971). México DF: Tesis de
licenciatura, ENAH, 2004. 14 Verónica Oikión y María Eugenia Ugarte. Movimientos armados en México, siglo XX, 3 vols. México
DF: CIESAS-El Colegio de Michoacán, 2006. 15 Elizabeth Xavier Ferreira. Mulheres, militancia e memoria. Rio de Janeiro: Fundaçao Getulio Vargas,
1996. 16 Rolando Alvarez. Desde las sombras. Una historia de la clandestinidad comunista (1973-1980).
Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2003. 17 José Luis Rénique. La voluntad encarcelada. Las luminosas trincheras de combate de Sendero
Luminoso del Perú. Lima: IEP, 2003. 18 Pablo Pozzi. El PRT-ERP. La guerrilla marxista. Buenos Aires: EUDEBA, 2001. 19 Gabriel Rot. Los orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina. Buenos Aires: El Cielo por Asalto,
2000. 20 Ernesto Salas. Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista. Buenos Aires: Editorial Biblos, 2003. 21 Estos son el del Programa de Historia Oral de la UBA, el del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos
Aires, y el del CEDINCI dirigido por Horacio Tarcus. Habría que agregar, también, que los acervos de
historia oral tanto en la Asociación Memoria Abierta, como en la Asociación de Abuelas de Plaza de
Mayo contienen una gran cantidad de entrevistas que, si bien se centran en las temáticas de derechos
humanos, son pasibles de ser utilizados con mucho provecho para reconstruir historias de vida de
militantes setentistas.
encuentra profundas raíces en la situación social del continente, o sea en la lucha
de clases.
La izquierda, y luego la guerrilla, no ha sido un fenómeno local ni siquiera
campesino, sino que se extendió por todo el continente y abarcó a todos los
sectores sociales.
La persistencia de estas condiciones sociales implicó que el aniquilamiento y la
derrota de una generación izquierdista resultó en la semilla para el surgimiento
de la siguiente.
En este sentido, y como expresión de estas condiciones, la guerrilla se constituyó
en una amenaza real a la dominación más allá de su poder de fuego o apoyo
popular.
Con variaciones de época y de grupo en grupo, la persistencia de la izquierda
latinoamericana en sus distintas formas, parece indicar que contó con más
simpatía y apoyo popular del que hemos supuesto hasta ahora.
Esta simpatía podría indicar la existencia de una estructura de sentimiento por la
cual la cultura popular latinoamericana tiene puntos de contacto con lo que se
podría denominar un “sentido común” de izquierda.
Así, la represión y las técnicas de dominación son y han sido tan avanzados que
se constituyen en un antecedente ineludible –y hasta ahora no estudiado—para
comprender nuevas formas de dominación e inclusive una dominación sin
hegemonía en forma constante.
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