El trauma relacional de la violencia en la pareja.
Impacto y consecuencias [1]
Ps. Carla Crempien R. [2]
Resumen
Este trabajo aborda la problemática de la violencia en la pareja, desde una perspectiva de la traumatización que sufren mayoritariamente las mujeres en las relaciones de abuso que se establecen en el contexto de la pareja. Se propone una comprensión de esta forma de violencia como una experiencia de trauma sistemático y acumulativo. Se explora en los significados de este planteamiento y en el impacto de este trauma en sus víctimas, en la mantención de la relación de abuso y, en las intervenciones de apoyo profesional.
Summary
This paper attempts to look at the problem of domestic violence, through the perspective of the traumatisms suffered principally by women in the abusive relationships that can develop inside couples. It is proposed an understanding of this kind of violence as an experience of systematic and cumulative trauma.There is an exploration about the meanings of this statement , and the impact of the trauma on its victims, on the maintenance of the abuse relation, and on the professional`s support interventions.
Acerca de la violencia en la pareja
En este primer punto nos interesa revisar algunas conceptualizaciones acerca de la violencia en las relaciones de pareja que den luz sobre nuestra perspectiva en la comprensión de la misma. Intentamos además destacar algunos elementos que caracterizan la dinámica de la relación abusiva en las parejas, que se relacionan con la dificultad para detenerla.
Violencia en la pareja, violencia doméstica, violencia hacia la mujer…
Una breve discusión acerca de la nomenclatura nos parece importante si pensamos en que el cómo nombramos un fenómeno tendrá repercusiones en cómo lo vemos, cómo lo entendemos, qué sentido le damos y de qué manera lo enfrentamos como problema. Hemos escogido llamar violencia en la pareja a la relación de abuso que se establece dentro de una pareja, ya sea que quienes la conforman vivan o no juntos, pudiendo estar su vínculo enmarcado por diversos tipos de compromisos, formales o personales. Esto incluye la relación conyugal, relaciones de convivencia, relaciones de noviazgo o pololeo y las relaciones de ex pareja.
Esta forma de violencia ha sido también llamada violencia doméstica, entendiendo por espacio doméstico, aquel delimitado por las interacciones privadas de una pareja (Corsi, 2003).
La violencia en la pareja constituye una de las manifestaciones más frecuentes de violencia ejercida dentro de los contextos familiares. Es también una de las formas en que se expresa la violencia hacia las mujeres en nuestra sociedad. Diversos estudios coinciden en que la violencia en la pareja afecta principalmente a las mujeres, bordeando el 75% de los casos. (Velásquez, 2003; Martínez, Walker y col., 1997). Si consideramos estos dos niveles, la violencia en la pareja representa una forma de violencia intrafamiliar, así como una manifestación de violencia de género o violencia hacia la mujer.
Loketek (en Droeven, 1997) entiende por violencia “todo intercambio relacional en el que un miembro ubica al otro en una posición o lugar no deseado” (pág. 227). Es imprescindible considerar las perspectivas de género y de poder en las relaciones de violencia; la necesidad de incorporar estas nociones tiene que ver con que la violencia, entendida como manifestación del abuso de poder se dirige siempre hacia la población más vulnerable, esto es a quienes se encuentran en una posición de desigualdad o menor acceso a las decisiones y al poder. (Corsi, Velásquez, op.cit.).
El concepto de género alude a la comprensión de las diferencias entre los sexos como un producto de las construcciones culturales acerca de las identidades femenina y masculina. En la cultura patriarcal, los discursos, creencias y valores, establecen estereotipos de género que ponen al hombre en un lugar de superioridad y privilegio respecto a la mujer, legitimando de esta manera la relación de dominancia – subordinación entre hombres y mujeres.
Los sistemas abusivos se organizan sobre jerarquías que se mantienen inamovibles porque no se cuestionan. Así, por ejemplo, la estructura familiar en nuestra sociedad, presenta diversos aspectos en su organización que derivan de una rígida asignación de roles de género; es así como la maternidad se entiende en función de la abnegación y postergación personal de la mujer, haciendo que esté muy entrenada en sobreproteger a otros y desprotegerse a si misma. La violencia es legitimada y se perpetúa gracias a una serie de ideas y mitos culturales que contribuyen a normalizar las situaciones de violencia y a culpabilizar a las víctimas. La posición de la mujer en la cultura, la hace más vulnerable y hace que sea mucho más frecuente su victimización en las relaciones de abuso. (Ravazzola, 1996, Corsi, Velásquez, op. cit.).
Características de la violencia en la pareja
La violencia en la pareja aparece como cualquier expresión, a veces claramente visible por un observador, otras veces mucho más implícita y difícil de reconocer, de la relación de abuso que organiza la interacción de la pareja.
Las manifestaciones más frecuentes que han sido descritas como tipos de violencia son: el abuso físico, el abuso sexual, el abuso psicológico o emocional y el abuso económico.
Nos parece necesario pensar en algunos aspectos que permiten comprender la complejidad en la superación del problema de la violencia en la pareja.
En primer lugar, la dificultad que presenta la sociedad y específicamente las personas que sufren situaciones de violencia para identificar la violencia, dificultad que estaría dada fundamentalmente por la negación, minimización y normalización de la misma.
Visibilizar un fenómeno social o psicológico es distinguirlo, y esto permite nombrarlo, simbolizarlo, darle categoría de real y existente. Esto no sólo es fundamental para que la cultura atienda a él, sino también constituye un paso importantísimo en el proceso de reparación de las víctimas, porque la palabra confirma la experiencia como algo real, no imaginado, porque es algo que también le ocurre a otros, y es algo frente a lo que se abre la posibilidad de hacer
otra cosa.
La necesidad de visibilizar, simbolizar, nombrar la violencia, tiene que ver con que esta pueda emerger sin quedar reducida a experiencias aisladas, sino darle una existencia social. (Velásquez, op. cit.)
El fenómeno de doble ciego o no ver que no ve, descrito por Ravazzola (op. cit.), es útil para comprender la invisibilización. La mujer que sufre violencia muchas veces no puede reconocerla como tal, porque además de la minimización o normalización cultural, no se da cuenta que no puede registrar su propio malestar, su sufrimiento, una especie de anestesia emocional que es producto del daño causado por la misma violencia, un mecanismo que permitiría la adaptación y sobrevivencia al abuso. Así, las víctimas tampoco suelen ver el peligro al que pueden estar expuestas, ni sus capacidades para salir de la situación.
Las formas de violencia que no utilizan la fuerza física pueden resultar aún más difíciles de identificar. La violencia psicológica, las restricciones económicas impuestas a las mujeres por su pareja, el control y restricción de las libertades personales, a través de la intimidación o la manipulación, la exposición a actividades sexuales no deseadas y diferentes hechos que perjudican a las mujeres, son algunos ejemplos.
Por otro lado, la dinámica de la relación abusiva presenta características que complejizan el problema. Su naturaleza cíclica, que ha sido ampliamente descrita (E. Walker, 1979, en Martínez , Walker y col., op. cit.), en la que se suceden reiteradamente fases de violencia y reconciliación o “luna de miel”, agudiza la cualidad de la confusión y la ambivalencia en la relación, ambas características que enlentecen y bloquean cualquier proceso de cambio y recuperación.
Perrone y Nanini (1997), distinguen dos formas de violencia: la violencia agresión y la violencia castigo. La violencia agresión, surgiría en relaciones de tipo simétrico y se caracteriza por agresiones mutuas o cruzadas, en una escalada en la que cada uno tiene que restablecer su status de poder y fuerza frente al otro, de manera que se puede observar una verdadera guerra entre los miembros de la pareja, dinámica que se automantiene en la medida que cuando uno de los dos “vence” al otro, la pareja queda en un desequilibrio intolerable que se restablece con una alternancia en las posiciones.
La violencia castigo, es la que corresponde a las relaciones de abuso de las que nos ocupamos en este trabajo. Este tipo de violencia se reproduce en un patrón de complementariedad rígida, organizado en función de la desigualdad, por lo que
este tipo de violencia es unidireccional y se da en un contexto privado, en el que uno de los miembros de la pareja “se define como existencialmente superior al otro, y éste por lo general lo acepta”. Quien ejerce la violencia, tiene la percepción de que su pareja se merece el castigo pues comete faltas, o no logra cumplir con sus expectativas. La relación se define con una diferencia de poder tan grande, que quien está en la posición baja no tiene más alternativas que someterse al otro.
La etapa de reconciliación en este tipo de relaciones, pasa por la aceptación del castigo por parte de la persona agredida y la compasión de quien ejerce la violencia por la doblegación de su pareja, su dolor y humillación, y se entrelaza con la concepción generalmente compartida de que “esto” no sería necesario si la persona castigada fuera como debe ser. (Perrone, Nanini, op. cit.)
A lo largo de este trabajo, nos proponemos revisar el aspecto que muestra la relación recursiva entre el daño causado por el trauma de la violencia y la dificultad o imposibilidad para salir de la situación que lo provoca.
Nociones acerca del concepto de trauma
En relación a este concepto, nos parece importante revisar su definición, y algunas bases en las aproximaciones comprensivas al trauma, entre las cuales destacamos la propuesta de trauma acumulado de M. Khan, por el aporte que nos brinda en la perspectiva del trauma como proceso relacional. Luego, exploramos algunas posibles respuestas al trauma, dentro de las que nos centraremos en la identificación con el agresor, en el sentido que le da Ferenczi, por parecernos especialmente atingente al tema que desarrollamos.
Definiciones
Como es conocido, la relación entre eventos traumáticos y psicopatología tiene una larga historia. Un gran interés en esta relación se produce con la observación de las respuestas de los soldados tras las dos guerras mundiales y las observaciones de los sobrevivientes del holocausto y de desastres naturales. Freud desarrolla ampliamente la relación entre neurosis y trauma, varios autores en la corriente psicoanalítica continúan y enriquecen estos desarrollos. (Kaplan,
2005).
Janet y Freud, plantearon cómo los traumas de la infancia interferían en la continuidad del desarrollo de la personalidad, como si esta se detuviera en su crecimiento. El trauma no se integra sino que quedaría separado de la conciencia, de manera que en vez de reconocerlo como parte del pasado, éste se reexperiencia interfiriendo con el presente. (Van der Kolk, 1989).
En psiquiatría, el concepto de trauma se encuentra generalmente asociado al de evento traumático, un acontecimiento de alta intensidad, que se encuentra fuera de las expectativas de ocurrencia en la experiencia habitual de las personas, que implica una amenaza o daño severo a la integridad física, psicológica o del entorno de quien lo sufre. Por la naturaleza del evento y por la imposibilidad de la persona para responder a él con sus recursos de adaptación habituales, el trauma produciría un colapso o quiebre en la estabilidad de la organización psíquica de la persona que lo padece, generando la aparición de mecanismos de defensa y supervivencia para soportarlo y restablecer algún equilibrio. (Laplanche, Pontalis, 1971; DSMIII R, en Sluzki, 1994)
Sin embargo, se introduce un importante cambio en la definición de trauma de la versión más actualizada del DSMIV, el DSMIVTR, el manual de clasificación de los desórdenes mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría. Las versiones anteriores enfatizaban la idea del trauma como un evento fuera de la experiencia normal, pero numerosos estudios sugieren que los desencadenantes típicos del síndrome de estrés posttraumático, son eventos relativamente comunes, de manera que esta versión más reciente pone el acento en la naturaleza amenazante y provocadora de miedo del trauma. Junto con esto, cabe señalar que el DSMIVTR incluye dentro de las experiencias traumáticas el vivenciar sistemáticamente abuso físico o sexual. (Kaplan, 2005).
Por otro lado, Frankel (2002) sugiere que algunos eventos habitualmente no considerados constitutivos de trauma, pueden ser vivenciados como traumáticos. Este sería el caso, propone, del abandono emocional, el aislamiento y el encontrarse en una relación de sometimiento.
La idea de trauma acumulado de M. Khan
Una elaboración comprensiva del trauma, particularmente interesante para nuestro propósito, es el concepto de trauma acumulado de M. Khan (1963). Este autor se refiere a los escritos de Freud, que describen al organismo viviente con una “corteza sensorial” cuya función sería la de proteger al organismo de las fuertes excitaciones que provienen del exterior (estímulos externos, o internos que han sido proyectados al mundo externo). La “excitación traumática”, sería aquella que posee suficiente energía como para atravesar el dispositivo protector y provocar una gran perturbación en el organismo, poniendo en movimiento todas sus defensas.
Khan continúa, citando a Winnicott, para agregar que en las primeras fases del desarrollo del ser humano, la madre constituiría este dispositivo o escudo protector, que tiene la función de recibir el impacto de las excitaciones y ayudar al niño en la elaboración de vivencias que su yo inestable e inmaduro aún no puede elaborar autónomamente, por lo que necesita entonces de la madre como un yo auxiliar.
Lo que Khan propone es que un trauma acumulado aparecería cuando la madre no cumple satisfactoriamente su rol de escudo protector en el desarrollo del niño desde que es un bebé hasta la adolescencia, siendo el trauma acumulado producto de las exigencias y cargas a las que ha sido expuesto en las que su madre ha fracasado sistemáticamente en ayudarlo.
Lo significativo en esta construcción, es que no sería cada falla aislada de la madre lo que tendría el efecto traumático, como un evento traumático, sino la acumulación de estas fallas a lo largo de su desarrollo. Las reacciones del niño a la falla de la madre dependerían del tipo, intensidad, frecuencia y duración del trauma.
Existirían en la literatura psicoanalítica tres tipos de falla de la madre como escudo protector: El primero es el más grave, cuando en presencia de una psicopatología de la madre, falla la contención al bebé. El segundo tipo se produce por la pérdida o separación de la madre. En el tercer caso, la madre no puede cumplir con su función por alguna sensibilidad particular o dolencia física, o bien, el bebé presenta necesidades que sobrepasan las capacidades del adulto.
En los tres tipos de trauma descritos anteriormente hay un quiebre abrupto en la función de escudo protector. Khan agrega un cuarto tipo, en el que aparece sólo un quiebre parcial, y el daño sólo es posible de ver posteriormente: es el caso del trauma acumulado. Según Winnicott, la falla parcial del medio en la contención, provoca como efecto la necesidad de corregir los daños a través de una regresión a la necesidad de dependencia.
En la idea del trauma acumulado, encontramos una visión que va más allá del evento traumático, y enfatiza, más que la magnitud del evento, la cualidad sistemática de la falla en una relación significativa. Es decir, sería la recurrencia, la cronicidad de esta falla, lo que va generando el trauma, en un proceso que puede extenderse por años.
Así, en las relaciones de violencia en la pareja, no sería sólo la severidad de los episodios de violencia lo que los vuelve traumáticos, sino que la sistematicidad
del abuso en la historia de la relación. En este proceso se van instalando algunos de los sentimientos que caracterizan a las mujeres que sufren violencia en la pareja: la desesperanza, la indefensión y lo que más adelante observamos como identificación con el agresor.
Algunas respuestas al trauma
El manual de clasificación de desórdenes mentales y del comportamiento de la Organización Mundial de la Salud , ICD10, tiene una categoría que agrupa la Reacción ante el estrés severo y los desórdenes adaptativos (F43). Los cuadros de esta categoría serían consecuencia directa del estrés severo agudo o del trauma continuo. Los eventos que lo generarían son de naturaleza excepcionalmente amenazante o catastrófica (desastres, guerra, violación, accidente serio, víctima de tortura, terrorismo, u otro crimen).
Cabe destacar el Desorden de estrés posttraumático, respuesta tardía a un evento o situación traumática (de corta o larga duración), cuyos principales síntomas serían: repetida vivencia del trauma en recuerdos intrusivos (flashbacks), o sueños, en un fondo de anestesia emocional, falta de respuesta, anhedonia, evitación de actividades y situaciones que recuerden el trauma, hipervigilancia, insomnio, ansiedad, depresión, ideación suicida, abuso de alcohol y drogas. (OMS, 1992).
El desorden de estrés posttraumático se cuenta dentro de los efectos frecuentemente descritos en mujeres que han sufrido violencia en la pareja. (Humphreys, Thiara, 2003; Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual, en Martínez, Walter y col., 1997, Corsi, 2003, entre otros).
Parece interesante para nuestro tema observar, que se encuentra también en el ICD10, una categoría que describe el Cambio constante de personalidad después de una experiencia catastrófica (campos de concentración, tortura, desastres, exposición prolongada a circunstancias que amenazan la vida). Este cambio puede ser visto como una secuela crónica e irreversible de un desorden por estrés. Algunos aspectos distintivos que pueden aparecer como nuevos en la personalidad son: actitud hostil o desconfiada hacia el mundo, aislamiento social, sentimientos de vacío y desesperanza, sentimiento crónico de estar al filo, constantemente amenazado, enajenamiento.
Esta categoría podría describir el deterioro que los profesionales que trabajan atendiendo la problemática de violencia pueden reconocer en algunas mujeres que han sufrido abuso por parte de sus parejas durante años y que se caracteriza
por el retraimiento, la desconexión emocional, la falta de palabras (simbolización) para describir lo que le ocurre, el aislamiento social y emocional, la desconfianza y una marcada actitud de indefensión.
La “identificación con el agresor” de Ferenczi como respuesta al trauma por violencia
El concepto de identificación con el agresor de Ferenczi, alude a que cuando las personas enfrentan una amenaza, como una forma de supervivencia se identifican con el agresor, convirtiéndose en lo que éste espera que sean.
Frankel (2002), explora la idea de la identificación con el agresor como respuesta al trauma. En la identificación con el agresor, Ferenczi plantea que la víctima se someterá a su agresor, olvidándose de si misma, intentando adivinar los deseos del agresor, leer su mente y anticipar su voluntad para gratificarlo, para convertirse en lo que él espera. Este proceso que termina con la sumisión de la víctima, es una respuesta para sobrevivir del mejor modo posible a la amenaza, e implica la disociación de los propios sentimientos y percepciones.
La disociación, o expulsión de la conciencia de las percepciones y sentimientos que resultan intolerables, deja un espacio para conocer, acomodarse y hacer propios los sentimientos del agresor, incluida la culpa, por lo que la víctima se siente culpable, causante de la agresión, siente que hay algo malo en ella. La identificación con el agresor implica que la víctima sienta lo que su agresor quiere que sienta.
Seligman (en Frankel, op.cit) propone que la identificación es más con un sistema de relación con el otro, con una determinada manera de estar o ser con otro, es decir “que la propia experiencia deriva de, y está plasmada, definida y limitada, por los parámetros de una configuración relacional particular, sin necesariamente incorporar los atributos de otra persona” (pág. 4). Esta distinción puede ser muy significativa desde una perspectiva relacional, para ayudarnos a entender la dificultad de las mujeres para salir de la relación de abuso y establecer pautas alternativas de relación.
Según Frankel, existiría una relación recíproca y complementaria entre identificación con el agresor, disociación e introyección. Estos tres mecanismos operarían como una unidad en la respuesta al trauma. La disociación permitiría “vaciar la mente” para “sentir lo que se debe” y por lo tanto lo que le “salvará” del peligro. Recíprocamente, el identificarse con el agresor, saber lo que siente,
piensa y espera, guiará el proceso de disociación, que es lo que debe quedar fuera de la experiencia.
La introyección por su parte tendría dos funciones, por un lado guardar los aspectos buenos del otro, lo que hace más tolerable permanecer en la relación, y por otro lado, al introyectar los aspectos abusivos y amenazantes, tener una sensación de mayor control sobre ellos al encontrarse adentro de la propia mente.
Frankel propone que estar en relaciones de desigualdad, debilidad o desamparo lleva a asumir la estrategia de identificación con el agresor como una forma de enfrentar a los otros, percibidos como más fuertes, y por lo tanto, como una amenaza. La identificación con el agresor puede convertirse entonces, en una respuesta aprendida y generalizada en la vida, actuando como respuesta traumática continuada.
La revictimización
La idea de compulsión a la repetición de Freud, se refiere a la tendencia de las personas traumatizadas a exponerse compulsivamente, a si mismas, a situaciones que se parecen al trauma original, como una manera de ganar control sobre él. Se plantea que el trauma sería repetido en varios niveles, en el comportamiento, en la emoción, en el nivel fisiológico y neuroendocrinológico. (Van der Kolk, 1989)
En relación al comportamiento, la reactuación (reenactment) del trauma, puede tomar la forma de autodestructividad, de generar daño a otros y/o de revictimización; es decir, los estudios muestran consistentemente que las personas traumatizadas son más vulnerables a vivir nuevas victimizaciones. Si bien los estudios de reexperiencia de los traumas en adultos son más escasos que en los niños, estos muestran la tendencia a la reactuación en adultos y muestran también que ésta tiende a cesar cuando su significado es comprendido. (Van der Kolk, op.cit)
La revictimización nos parece especialmente relevante en el trauma relacional de la violencia en la pareja, pues nos ayuda a entender mejor dos fenómenos: la dificultad de las mujeres que sufren abusos para terminar estas relaciones, tendencia a permanecer y volver con sus parejas a pesar de la violencia, y, por
otro lado, la recurrencia con que estas mujeres establecen nuevas relaciones en las que nuevamente sufren abusos.
Impacto y consecuencias de la violencia en la pareja como trauma
En las víctimas y en la mantención de la relación abusiva
Es posible encontrar ciertos consensos en lo que caracterizaría los efectos de la violencia en la pareja sobre las mujeres. Las investigaciones muestran una directa relación entre la salud mental de las mujeres y la violencia doméstica. Con alta frecuencia estas mujeres presentan depresión, ansiedad, síntomas traumáticos y autodestructivos. (Humphreys, Thiara, 2003; Dio E., 2003, Ministerio de Salud, 2003 )
Las relaciones con la depresión han sido ampliamente estudiadas, amplias investigaciones en Estados Unidos han encontrado que la prevalencia de depresión en mujeres que sufren violencia en la pareja es de un 47, 6% (Golding, 1999, en Humphreys, 2003), otros estudios arrojan una prevalencia que va entre el 38 y 83% (Cascardi et al, 1999, en Humphreys, 2003). Hay estudios que muestran significativos rangos en suicidio, conductas autodestructivas y desorden de estrés posttraumático.
Si bien hay evidencias de que muchas mujeres recuperan su salud mental al terminar la relación abusiva, muchas mujeres también presentan efectos de más largo plazo. Se puede establecer una relación causal entre violencia doméstica y sus efectos destructivos en la salud mental de las mujeres, al punto que estos efectos pueden ser considerados “síntomas del abuso”, es decir lo primario sería la violencia. Esto tiende a desconocerse o a olvidarse en los servicios de salud (Humphreys, Thiara, op.cit).
En lo cualitativo, de qué forma se expresan los impactos de la violencia y los efectos en la salud mental, hay algunos elementos que se repiten.
El miedo que inmoviliza, la paralización, desorientación, perplejidad, vulnerabilidad e impotencia. La indefensión, una cualidad o paso más allá del miedo, sentir desamparo, la dependencia, frente al peligro, alta necesidad de apegarse, a otro, incluso al agresor, para calmar la tensión ante el estrés, ante el trauma. (Corsi, op.cit, Larraín, en Martínez, Walter y col., op.cit, Frankel, op.cit).
La vergüenza, desvalorización personal– algo en ella que está mal, la identidad dañada, culparse a si misma internalización de la culpa, identificación con el agresor.
Ambivalencia. La coexistencia de sentimientos o tendencias opuestas, el querer y no querer estar con el otro, querer y no querer terminar una relación. Esta es una de las cualidades más características de las mujeres que viven violencia en la pareja. Tiene que ver con la naturaleza cíclica de la relación y el ciclo de la esperanza desesperanza, con el apego hacia la pareja, con la complejidad de estar en una relación afectiva, significativa que se supone amorosa, al mismo tiempo que causa daños. Exponerse al daño, se puede relacionar con la reactuación del trauma.
Respecto al proceso que mantiene y perpetúa la relación de violencia en la pareja,
Monzón Lira (en Corsi, 2003) muestra a través del modelo ecológico una forma de entender cómo se perpetúa el problema de la violencia doméstica según ldistintos niveles.
En relación a los aspectos de la subjetividad de la mujer maltratada que contribuyen a perpetuar el problema dice que hay dos vías: una es la personalidad de la mujer construida sobre el estereotipo femenino, en el que la identidad se fundamenta en el cuidado de otros y la familia, asumiendo como propios estos objetivos impuestos culturalmente, de manera que el fracaso de estos es vivido con culpa, como un fracaso personal. Por otro lado, las secuelas para la salud física y mental, limitan las capacidades de la mujer: ansiedad y miedo generalizado, indefensión y paralización, y la estrategia de supervivencia en que la mujer se adhiere a los deseos del agresor, identificándose con él, justificándolo, vaciando su ser individual (Síndrome de Estocolmo).
Esta descripción, coincide con la identificación con el agresor que propone Ferenczi como respuesta al trauma, esto es una estrategia de defensa, desupervivencia ante amenazas extremas a su ser.
Sluzki (1994) propone que el efecto devastador de la violencia familiar, así como la política y otras formas de violencia social, deriva de la combinación de 2 factores: la violencia proviene de quien precisamente esperamos nos proteja, nos cuide y; esta transformación del carácter protector en violento ocurre en un contexto y un discurso que niega o justifica esta transformación. De manera que, la víctima queda sin posibilidad de asignar significados de violento a los comportamientos de su agresor y pierde su capacidad de consentir o disentir.
Lo devastador y lo traumático está dado entonces, por la redefinición de la violencia : lo hago por tu bien, tu me obligas a hacerlo, esto te gusta, lo hago porque te lo mereces. Sluzki lo plantea como la trampa existencial conocida como doble vínculo (Bateson, 1956).
Se produce una situación de doble vínculo, en el sentido batesoniano, en la relación de violencia, en forma reiterada hay 2 mensajes simultáneos, uno de los cuales niega al otro, y la víctima queda imposibilitada de develar la contradicción o salir del campo o contexto en que esto ocurre. También es posible decir, como Maturana, que la víctima de violencia es negada como persona o como legítimo otro, pues la definición de lo real, la verdad o lo correcto, es realizada unilateralmente, negando o desconfirmando incluso la experiencia personal del otro (víctima).
Sluzki desarrolla un modelo para describir los efectos de la violencia, según la combinación de dos variables: el nivel de amenaza percibida (leve, mediana o alta) y la frecuencia de la violencia (hecho aislado o reiteradamente). Las combinaciones posibles darían distintos tipos de situaciones de violencia con distintos efectos.
En el caso de situaciones de violencia menores, pero inesperadas, aisladas, estas generan una respuesta de disonancia cognitiva ¿qué es esto?, son desestabilizadoras e inquietantes, contrastan con la experiencia habitual de la persona. Las situaciones de violencia aisladas pero de una mayor amenaza, predisponen a una respuesta del tipo ataque o huida, como una forma de adaptación o defensa ante la situación. Y las situaciones abruptas percibidas como amenaza extrema, producen un colapso en todos los modos de respuesta del individuo, generando paralización e inundación, con desorientación, desconexión de su cuerpo y otras áreas de su self y de su realidad. Puede además dejar como efecto posterior un síndrome de estrés posttraumático.
La necesidad de dar sentido y la imposibilidad de organizar de manera razonable una experiencia extrema de violencia, llevan a la víctima a intentar obtener cierto
grado de control sobre la experiencia, a expensas de asumir en esta la culpa por su propia victimización. A su vez, el victimario culpa a la víctima.
La rumiación interminable del evento, con un tono autoculposo, transforma muchos eventos aislados en experiencias reiteradas para la víctima.
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Siguiendo con el modelo de Sluzki, las situaciones de violencia leve pero repetitivas corresponderían a la socialización cotidiana en nuestra cultura (discriminación, mensajes de dominio – sumisión, etc). Las experiencias de violencia reiteradas de una intensidad de amenaza mayor, tales como las vividas en cualquier tipo de sistema opresivo (familia, dictadura, etc.) generarían el fenómeno de lavado de cerebro, en que los valores del opresor son incorporados por la víctima sin cuestionamiento y con autocensura de cualquier crítica (identificación con el agresor). Se presentan en este caso las distorsiones cognitivas que permiten acomodarse al sistema abusivo, tales como la negación, la minimización o normalización (“así es la vida”).
Por último, en el caso de experiencias de violencia extremas y repetitivas (parejas con violencia grave y crónica), el efecto es de embotamiento o entumecimiento psíquico, las víctimas se someten a su agresor a través de procesos de desconexión de sus emociones (disociación) y de identificación con el agresor, justificándolo y anticipándose a sus deseos. Esta es la estrategia de supervivencia ante experiencias intensas y sostenidas de violencia.
Sluzki, citando a Horowitz y Van der Kolk, plantea que la respuesta al trauma por violencia tiende a oscilar entre reexperienciar y negar el trauma, es decir entre los recuerdos intrusivos, la hiperreactividad y el embotamiento, aislamiento y empobrecimiento emocional.
Otros factores que incidirán en los efectos de la traumatización por violencia serían: la posibilidad de comunicarse con otras víctimas, la desesperanza, la degradación que acompaña la violencia, la impredictibilidad de la experiencia, el umbral de reactividad fisiológica (que varía de sujeto en sujeto), las características psicológicas de la víctima (como fortalezas yoicas), y las características protectoras de las redes primarias y secundarias. (Sluzki, op.cit).
Respecto a los equipos de apoyo profesional
Es posible que una de las bases para un abordaje con mejores posibilidades en el trabajo con mujeres que sufren violencia en la pareja sea algo muy básico, como
el tener conciencia que estas mujeres han vivido un proceso de traumatización.
El reconocer esto tiene importantes implicancias; da al equipo y a cada profesional una mirada particular sobre el fenómeno, y esto lleva a manejar desde premisas hasta herramientas teóricas y técnicas consecuentes con esta mirada.
Para el tratamiento de la traumatización por violencia es fundamental que un vínculo seguro sea establecido con otra persona distinta del agresor. La presencia de una figura de apego proporciona a la persona la confianza para explorar en sus experiencias difíciles y para interrumpir el aislamiento emocional y social que contribuye a mantener a las personas en patrones repetitivos de abuso. (Van der Kolk., op.cit, Landa, 2003).
Producto de las dinámicas del proceso de traumatización, revisadas en los puntos anteriores, las personas que sufren abusos presentan frecuentemente actitudes y conductas ambivalentes, tales como separarse y volver a juntarse, denunciar y desistir de la denuncia, aunque hayan riesgos importantes para si misma e incluso sus hijos, desproteger a estos, obtener medidas precautorias en el tribunal pero ser incapaz de hacerlas cumplir, asistir al tratamiento y luego abandonarlo, entre otras.
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Este es un aspecto conveniente de apuntar como equipo; la ambivalencia genera frustración, sensación de desgaste y rabia en quienes intervienen en violencia, y puede llevar a desarrollar exigencias desmedidas hacia las personas que sufren la violencia, desvinculándose de ellas, o bien puede interferir con las intervenciones, ya que si no somos capaces de tolerar estas ambivalencias, las personas “leerán” esta exigencia, dejarán fuera de la relación (disociación) algunos de los sentimientos que ellas perciben “inadecuados” de sentir (identificación con el agresor como modo habitual de funcionar en las relaciones) y al quedar fuera, estos no podrán ser trabajados, sino que serán actuados o simplemente no sabremos por qué no hay avances en el tratamiento.
Es de gran importancia que las mujeres puedan hablar de los distintos y contradictorios sentimientos que pueden tener en sus relaciones de violencia, dar el espacio a las mujeres para hablar de su apego a su pareja, porque este apego de todas maneras existe, aunque no se hable, y porque lo fundamental para poder establecer una relación de ayuda eficiente, es la generación de un vínculo seguro y aceptador del ser de la mujer que sufre violencia.
Conclusiones
Con los antecedentes expuestos, ¿es posible sostener que la violencia en la pareja constituye un trauma? Y de ser así, ¿de qué tipo de traumatización hablamos? Hemos sugerido, en función de los elementos anteriormente expuestos y de nuestra experiencia clínica, que se trataría de una traumatización relacional acumulativa y sistemática, que se desarrolla a partir de un proceso de relación de abuso, en el que si bien pueden existir episodios de violencia propiamente tales que actuarían como eventos traumáticos, nos parece necesario llamar la atención sobre la cualidad traumática de la relación sostenida en el tiempo.
Hablamos además de un proceso de traumatización que ocurre en el contexto de una relación afectiva, que se supone amorosa y de intimidad, que se desarrolla en una historia, lo que marca una diferencia importante con respecto a otros traumas que ocurren producto de eventos aislados o sin historicidad, donde no hay relación, ni complejos afectos recíprocos involucrados.
Visibilizar la violencia permite distinguirla como tal, nombrarla. Visibilizar sus impactos y consecuencias, asumirlos con la mirada de trauma, permitirá también reconocer a sus víctimas y tratarlas de manera apropiada en su proceso de recuperación. Si no vemos la traumatización, caemos en el riesgo de hacer más de lo mismo (victimización secundaria), al exigir a las mujeres algo que no pueden hacer producto del daño que la traumatización por la violencia ha dejado.
La identificación con el agresor nos ayuda a entender la justificación que las mujeres hacen de sus parejas, su lealtad a ellos, su no cuestionamiento de la relación y de su sumisión, que quizás desde fuera aparezca tan evidente.
Reconocer el proceso de traumatización y las respuestas asociadas, en que las mujeres mantendrán su sumisión con persistencia, a pesar de las intervenciones de apoyo, nos ayuda a trascender el plano de la evaluación enjuiciadora, y sobre todo a trascender la frustración, el enojo y la desesperanza al trabajar con estas mujeres, y cambiarla por una actitud más paciente, acompañadora y aceptadora de su ser, es decir, permitirá construir un vínculo seguro, confiable, en el que la mujer pueda iniciar y sostener un proceso de exploración de su experiencia y de reparación del trauma.
Finalmente, un capítulo aparte, o una línea de desarrollo que puede abrir este trabajo es la victimización de los mismos agresores en este proceso de victimizar.
La compleja red de procesos que los lleva a relacionarse abusivamente y que probablemente tenga que ver, en muchos casos, con haber sufrido abusos en la infancia. Si bien asumimos que esto no justifica la violencia, creemos que esta reflexión también constituye un paso en el esfuerzo por detenerla.
Referencias bibliográficas
1. Corsi, J. (2003) Maltrato y abuso en el ámbito doméstico, Editorial Paidós, Buenos Aires.
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[1] Publicado en “La Violencia en la Familia, Escuela y Sociedad”, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Internacional SEK, Noviembre de 2005, Santiago de Chile.
[2] Psicóloga Clínica, Docente Universidad Internacional SEK, Exencargada Línea atención de Mujeres Centro de Atención y Prevención de Violencia Intrafamiliar I. Municipalidad de Santiago.
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