El Siglo de las luces (Extracto y resumen de la bibliografía adjunta)
El siglo XVIII constituye uno de los períodos claves de la civilización occidental.
Se produce una verdadera revolución en el campo de las ideas y se asientan
las bases intelectuales, sociales y políticas cuya vigencia se extiende hasta el
presente. A partir de la situación europea de los siglos XVI y XVII se genera un
replanteo existencial que culmina en lo político con la instauración de la
burguesía como clase dominante (Revolución Francesa de 1789) y, en lo
cultural, con la aparición de formas artísticas que revolucionan el propio
concepto de arte.
El punto de partida de este movimiento, conocido como Ilustración, Iluminismo
o enciclopedismo, debe buscarse en factores que surgen a finales de la Edad
Media tales como el Renacimiento, la prosperidad creciente de las capas
medias y el horizonte que se abre a partir del descubrimiento y conquista de
pueblos lejanos y extraños. Pero es en el siglo XVII donde aparece el centro y
motor del siglo siguiente: la razón. La racionalidad se va a convertir en el
instrumento privilegiado para la captación de lo real e incluso en la estructura
de lo real mismo. Hegel dirá después: “Todo lo real es racional y todo lo
racional es real”. El máximo representante de este racionalismo del siglo XVII
es René Descartes (1595-1650) quien en una de susMeditaciones
metafísicas sostiene: “¿Quién soy yo pues? Yo soy una cosa que piensa”.
Afirma, de este modo, la racionalidad como el verdadero sentido de la
existencia:cogito ergo sum (“pienso luego existo”). Una vez que la razón
deviene el ser del hombre y el verdadero instrumento de su hacer, queda
abierto el camino para una renovación radical de las ciencias que desplaza la
imaginería mítica y religiosa con todo el esquema de vida asentado sobre esas
convicciones. El desplazamiento del mito y el consecuente florecer de la razón
se corresponde con la aparición de un nuevo hombre: el hombre ilustrado. La
Ilustración, al decir de Kant, consiste “en el hecho por el cual el hombre ha
alcanzado su mayoría de edad” (Emanuel Kant: Filosofía de la historia).
El hombre ilustrado asume su carácter de hombre frente a la autoridad que lo
aplastaba (Iglesia, señor feudal, tributos, etc.) y, guiado por la fuerza de la
razón, busca, más allá de los mitos y leyendas que le fueron impuestos, el
verdadero sentido de su realidad interior y de la material que lo rodea. Esta
misma actitud de rebeldía, de cuya vertiente socio-política Voltaire será máximo
exponente, tendrá un eco similar en las ciencias. La física, particularmente,
tendrá una renovación fundamental y su padre será otro de esos “hombres
nuevos”: Isaac Newton (1642-1727). El físico inglés plantea la imagen de un
universo matemático sometido a leyes que sólo la razón puede descubrir y al
cual no rige ninguna finalidad moral, ni fuerza superior. En 1686 aparece el
compendio fundamental de esta nueva física con el significativo título
de Principios matemáticos de la filosofía natural, libro que va a producir una
verdadera revolución no sólo en el campo de las ciencias sino también en la
vida. En su Prólogo de la reedición de 1713, se sostiene que muchas de las
leyes que ahí aparecen son “hoy aceptadas por todos los científicos”.
Así, esta revolución intelectual no quedó confinada al plano de la teoría, sino
que fue canalizada por todo un movimiento político y social que comienza en
Inglaterra en 1680 y alcanza su máximo apogeo años más tarde en Francia: La
Ilustración.
El contexto ideológico
Postulados fundamentales de la Ilustración:
La razón como método infalible para acceder a la verdad.
El ejercicio de la razón debe producir un modo de vida justo y para todos los
hombres.
El orden de la sociedad y de la naturaleza es un orden matemático regido
por leyes que se conoce por la ciencia.
Es posible una infinita perfección de la naturaleza humana siguiendo los
dictados de la razón.
El siglo XVIII se autodenominó filosófico en el sentido etimológico del término:
amor a la sabiduría. En este sentido, la búsqueda del saber se vuelve
fundamental y se extiende a todos los campos: ciencias naturales, historia,
religión, derecho, sociedad, etc. El instrumento privilegiado de esta búsqueda
es la razón, aspecto heredado del movimiento de renovación y liberación que
significó el Renacimiento. Lo novedoso es el uso que se da a la razón, la
metodología con que se la emplea. Ya el siglo XVII había usado la razón
poniéndola al servicio de grandes construcciones filosóficas abarcadoras de
una totalidad (Descartes, Leibniz, etc.). El siglo XVIII la empleará como método
constante de crítica buscando un apoyo en los hechos reales, concretos y
verificables que terminará por demoler aquellos sistemas. El modelo está
tomado de las ciencias naturales desarrollado a partir de Galileo, Kepler y
Newton. El método consiste en el análisis de los hechos, de los fenómenos
para elevarse luego a las leyes y a los principios. Mientras el pensamiento del
siglo XVII procedía deductivamente, fijando un principio a partir del cual se
construía el sistema, el siglo XVIII va a proceder por inducción y análisis para
llegar a los principios después de la minuciosa observación de lo fáctico. La
razón, instrumento privilegiado de conocimiento, aparece no como un
receptáculo del que extraer verdades, sino como una fuerza, una dirección, una
energía que conducirá a la obtención de verdades. En síntesis, “El concepto de
razón no se caracteriza como concepto de un ser, sino de un hacer”. (Ernst
Cassirer: Filosofía de la Ilustración)
La misma racionalidad de la naturaleza, estudiada por las ciencias, se va a
exigir en la esfera humana. Así, la Ilustración se aplica a ejercer una crítica
completa de los aspectos políticos, morales y religiosos de la vida.
La crítica de las religiones es absoluta: se ataca la irracionalidad de sus
dogmas, la superstición e ignorancia que favorecen la sumisión ante la
injusticia que pregonan la hipocresía de los sacerdotes.
A esto se va a oponer el deísmo, una religión fundada en la razón y la
naturaleza, que se limita a reconocer la existencia de un ser supremo a quien
se venera sin idolatría, a quien se rinde un culto puramente íntimo, que no
necesita intermediarios ni interviene en los asuntos humanos. Más allá de su
aspiración racional, el deísmo no es único sino que presenta varias versiones.
Otros, como D’Holbach, niegan la existencia de Dios: para él, el universo era
puramente material. Hay también ejemplos de agnosticismo y escepticismo
religioso, como los de Locke y Hume que no se pronuncian sobre la existencia
o inexistencia de un Creador. Pero el Siglo XVIII fue mayoritariamente deísta
antes que ateo o agnóstico.
La Enciclopedia
Se introduce la “idea de progreso“, la creencia en el progreso indefinido de la
humanidad, que heredará el positivismo del siglo XIX. El progreso es entendido
como la expansión del saber: las “luces” de la razón y los conocimientos
conducen la marcha ascendente de la humanidad. De este modo, se
fundamenta el papel del intelectual como guía y conductor espiritual de los
pueblos.
De estas convicciones surge la idea de la publicación de un vasto diccionario
que abarque y trate detenidamente todos los aspectos del saber humano de la
época. Aparece, así,La Enciclopedia “Diccionario razonado de las ciencias, las
artes y los oficios”. Se realiza entre 1745 y 1772 bajo el enérgico impulso de
Diderot con la colaboración de todos los intelectuales importantes de su tiempo.
El propósito no es sólo transmitir un conjunto de conocimientos, sino “cambiar
la manera habitual de pensar”.La Revolución Francesa es, ideológicamente,
consecuencia de la tarea de los enciclopedistas quienes proveen a los
revolucionarios de 1789 un cuerpo de ideas tanto de crítica y negación del
pasado como de un proyecto para el futuro. Si bien no se considera
revolucionarios a los enciclopedistas, éstos presentaron una visión crítica y
reformista, poniendo a disposición de la burguesía una serie de ideas,
convicciones y teorías que serían ampliamente utilizadas y cuya vigencia
alcanza el presente actual.
El manejo orgulloso y triunfal de la razón, la creencia en el progreso y el
liberalismo, contribuyeron a dar, a buena parte de este siglo, esa visión
optimista del mundo y de la vida.
El contexto político
Los errores repetidos de la política real precipitan la ruina del régimen. Bajo
Luis XIV los desastres militares y diplomáticos se acumulan. A pesar de los
esfuerzos la monarquía se desacredita; el Rey, aislado del pueblo, se deja
comprometer y maniobrar por los privilegiados. No puede refrenar la oposición
sistemática de los Parlamentos y, sobre todo, la terrible crisis financiera que
será causa determinante de la Revolución.
Desde la muerte de Luis XIV se asiste a una crisis de autoridad que traerá
aparejada la caída de régimen. La crisis llegó a su punto culminante con la
firma del tratado de Aix-la-Chapelle mediante el cual Luis XIV abandona todas
sus conquistas comprando una paz precaria.
Esta crisis deja libre el campo a los innovadores y las ideas encuentran en la
opinión pública una audiencia cada vez mayor.
Francia tiene su tesoro arruinado, su comercio agonizante y destruidas por
completo las probabilidades de volver a ser el eje de la política europea. Es el
país donde se produce el estallido revolucionario del 14 de julio de 1789.
En cuanto al pensamiento político, la filosofía de la Ilustración rechaza el
despotismo y se aferra a la idea de libertad que había heredado del
Renacimiento. Tuvo en Inglaterra su antecedente inmediato: el
Parlamentarismo y los derechos de los ciudadanos. Para Voltaire, gran
admirador de Inglaterra donde estuvo exiliado, el concepto de libertad coincide
con el de los derechos humanos: “¿De hecho, qué es ser libre? Es conocer los
derechos del hombre y, una vez conocidos, se defienden sin más.” Se
convierte en un fervoroso defensor de la libertad de expresión: “Pertenece al
derecho natural servirse de su pluma y de su palabra a riesgo propio. Conozco
muchos libros aburridos, pero ninguno que haya hecho mal de verdad.” Y
agrega: “No estoy de acuerdo con una sola palabra, pero defenderé hasta la
muerte vuestro derecho a hacerlo”.
Se proponen diferentes sistemas políticos para remplazar al despotismo: el
modelo inglés, la monarquía ilustrada (un monarca gobernando con la guía de
la razón y las luces de los filósofos), la república.
Montesquieu (1689-1755) intenta crear una ciencia de las leyes positivas
descubriendo el orden subyacente bajo la heterogeneidad de los hechos. (El
espíritu de las leyes).Según el filósofo, las leyes dependen del lugar y del
momento de su aplicación; sin embargo los pueblos civilizados dependen
menos que los primitivos de las condiciones de su territorio y clima y es posible
conferirle las leyes necesarias que los conduzcan a la moderación, la libertad,
la utilidad social y la felicidad. Prefiere para Francia una monarquía moderada
por los poderes intermedios de la nobleza y los parlamentos, que se opongan a
una primacía absoluta del rey. Realiza la descripción del régimen inglés, de
apariencia monárquica pero en realidad republicano, donde el equilibrio de los
tres poderes del estado (ejecutivo, legislativo y judicial) está asegurado por su
separación y los controles que ejercen entre ellos. De esta manera, las
libertades y los derechos humanos de los ciudadanos quedan protegidos.
Rousseau (1712-1778) funda la teoría de la democracia. Se basa en un
contrato libremente establecido entre los miembros de una comunidad (el
contrato social) por el cual ellos ceden sus derechos a favor de la comunidad.
Esta abdicación les asegura la igualdad y la libertad. Por este contrato todos
quedan sometidos a la “voluntad general”. Sólo la voluntad general puede
hacer las leyes y el pueblo soberano debe expresarse directamente porque la
soberanía es inalienable y no se puede delegar en representantes. La
aplicación de las leyes sólo se confía a un gobierno ejecutivo por razones
prácticas y éste puede ser derribado en caso de no cumplir con los dictados del
pueblo. La voluntad general es expresión de la mayoría y a las minorías sólo se
le reconoce el derecho de llegar a convertirse en mayorías. De este modo, se
asegura la libertad auténtica puesto que “La libertad quiere decir vinculación a
una ley rigurosa e inviolable que cada individuo establece por sí mismo […] el
individuo, al unirse con los demás […] se obedece tan sólo a sí mismo”.
El siglo XVIII elaboró una teoría económica cuya idea central es también, como
en otros campos, la libertad; sostiene el postulado de la libertad económica...
La prosperidad de una nación no depende de la acumulación de metales
preciosos, como afirmaba el Mercantilismo, sino del trabajo de sus habitantes
(fundamentalmente el sector primario: agricultura, ganadería, pesca y minería).
El comercio es un simple vehículo de la circulación de bienes. Se debe dejar
que la producción y comercialización de las mercaderías se realice libremente.
La naturaleza y el comercio están regidos por leyes “naturales” que actúan por
sí mismas en forma beneficiosa. Toda intervención del Estado en materia
económica sólo conduce a entorpecer su funcionamiento. Su fórmula fue:
“laissez faire et laissez passer; le monde va de lui même” (“dejad hacer, dejad
pasar; el mundo camina solo”). La versión inglesa de esta teoría corresponde a
Adam Smith y la francesa a Quesnay y Turgot (Fisiocracia). Adam Smith da
más espacio a la intervención del Estado.
El liberalismo económico es la expresión de una nueva situación de la
burguesía. Mientras la clase burguesa fue económica y socialmente débil,
necesitó la protección estatal para crecer y consolidarse y la política
proteccionista del Mercantilismo se lo permitió. En el siglo XVIII consolidó sus
posiciones y la expansión de sus negocios necesita la supresión de toda traba.
Esta teoría se llevará a la práctica a partir de la Revolución de 1789.
El contexto social
Aparición de ideales humanitarios y de reforma social (Por ejemplo: rechazo
del castigo despiadado para la contención de la delincuencia).
Rechazo de la guerra y la esclavitud.
Preocupación por las clases humildes.
Establecimiento de hospitales de maternidad y adelanto de las medidas
sanitarias.
Los filósofos de la Ilustración hacen una aguda crítica a la defectuosa
organización social. Esto tiene sus antecedentes en el siglo XVII (Locke,
Hobbes) y las teorías políticas antes mencionadas constituyen algunas de sus
respuestas...
El siglo XVIII recibe la herencia renacentista de la concepción del derecho
natural: un orden legal, justo y armónico en el que hay que apoyarse para
construir el derecho positivo realmente vigente en una sociedad dada. El
derecho ya no se va a fundar ni en los dogmas teológicos y ni en el
absolutismo del Estado. Existe antes que el poder humano o el poder divino, se
funda en la naturaleza y en la razón. Montesquieu define las leyes como “las
relaciones necesarias que derivan de la naturaleza de las cosas”. Y la
Declaración del hombre y del ciudadano de 1789 dice que los derechos son
“naturales, inalienables, imprescriptibles y sagrados”.
Aparece la idea del “estado natural” en que el hombre habría vivido antes de
asociarse en comunidad.
Hobbes lo concibe como un momento caótico de guerra de todos contra todos,
donde se imponen los más fuertes. Por esta razón los hombres se impusieron
un contrato social para protegerse de la inseguridad y delegaron la soberanía
en un monarca.
Rousseau concibe el estado de naturaleza como una etapa paradisíaca donde
los hombres viven aislados y felices, sin otra preocupación que el sustento
material. Los males y la degradación comienzan con el establecimiento de la
propiedad individual. Cuando un hombre o un grupo de hombres se apodera de
un bien, que hasta entonces era de todos porque no era de nadie, se instaura
la división entre ricos y pobres, entre poseedores y desposeídos. Los primeros
legitiman la situación imponiendo leyes que fundan la sociedad civil y eligiendo
magistrados que hagan respetar esas leyes. Pero Rousseau no postula un
retorno al estado primitivo para permanecer en él. La vuelta a la naturaleza
original debe darse a los efectos de partir desde ahí hacia un nuevo comienzo
que permita edificar la nueva sociedad sobre la base de la igualdad y la justicia,
esto es, la sociedad democrática de El Contrato social.
La vida social y cultural de las clases alta y media-alta se traslada desde la
Corte a París. Este desplazamiento se corresponde con el cambio social por el
cual la antigua nobleza cortesana se ve desplazada por la burguesía
ascendente. Esta última será la productora y consumidora más importante de
los nuevos productos culturales.
Los centros de reunión son los salones, los cafés y los clubes. El Club de L'
Entresol fue definido por uno de sus miembros, el marqués de Argenson
como “una especie de club inglés o de sociedad política perfectamente libre,
compuesta por gente que guste razonar sobre lo que piensa y decirlo sin miedo
de comprometerse”.
Entre los Cafés públicos y privados los más conocidos fueron el Procope,
Laurent Y Gradot. El éxito de los cafés públicos hizo que la sociedad
convirtiera, algunos días, los salones en cafés.
Los salones más conocidos eran los de la duquesa del Maine, al que concurre
Voltaire; el de la marquesa de Lambert, donde se reúnen Montesquieu y
Marivaux; el de Madame de Geoffrin, con la presencia de Montesquieu,
Marivaux, Helvetius, D’Alembert, D’Holbach. Este último es el más importante:
se plantea y se discute la publicación deLa Enciclopedia y la dueña de casa
colabora con la subvención del proyecto.
En los salones reina la conversación brillante, el juego de ingenio, la galantería,
los placeres refinados. Son la ocasión para que se manifieste esa veta
mundana, frívola y exquisita que es inseparable de las costumbres de la época.
El contexto literario
Las transformaciones señaladas anteriormente van a pautar la aparición de un
nuevo tipo de letras y un nuevo tipo de lector. Entre los precursores e
iniciadores de este nuevo modo de hacer literatura -que dará por resultado,
según el concepto de Arnold Hauser, “un nuevo público lector”- se encuentran
personas de muy diversas tendencias e iniciativas: Saint-Simon, Fontenelle,
Bayle, Montesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau…
Los escritores casi no participan del ascenso de la burguesía. Su condición
material, a menudo mediocre, no se corresponde con el rol esencial que
ocupan en la vida social. La condición de los escritores se caracterizó por:
La mediocridad material: muchos escritores viven de lo que escriben, pero el
trabajo intelectual no era bien retribuido. No hay derecho de autor.
La inseguridad: la censura y las persecuciones traban la libertad de
expresión.
Prestigio social: los hombres de letras adquieren, sin embargo, con la
independencia, el derecho de la consideración. Se vuelven los dueños de la
opinión. El hombre de gabinete del siglo XVII pasa a ser hombre de acción.
Las obras literarias acusan las tendencias filosóficas. A pesar del peso de
figuras como Voltaire o Diderot el gusto literario va a ir transformándose. El
público francés comienza a dejar de lado los análisis en los que se complacen
los filósofos. Acogen favorablemente las obras extranjeras que responden a la
necesidad de emoción o misterio: las novelas inglesas de Richardson,
el Werther de Göethe. De esta manera, va despertándose un estado espiritual
que encontrará su completa expresión en el movimiento pre- romántico y
romántico.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII las ideas filosóficas se afirman con
una osadía cada vez mayor. Se abren nuevos salones que van a contribuir a su
difusión. En el salón de Mme. du Deffand, quien permanece fiel a las antiguas
tradiciones, los filósofos deben adoptar ciertas reservas, pero en el de Mme.
Geoffrin que protege abiertamente a los enciclopedistas la conversación se da
con mayor libertad. Otros salones son verdaderas“sinagogas filosóficas” donde
comienza el germen de una ideología prerrevolucionaria.
Una reacción se dibuja contra la sequedad de la razón, esta postura gana
lugares de moda el Salón de Mme. de Lespinasse, donde exaltan y
descubren “las delicias del sentimiento”. Al mismo tiempo, gran parte del
público permanece accesible a preocupaciones místicas y prejuicios
supersticiosos. Se fundan sectas de iluminados.Paralelamente a las conquistas
del espíritu positivo se extiende una curiosidad por lo sobrenatural que retumba
en la inspiración de los escritores y anuncian ciertas tendencias del
romanticismo.
El espíritu filosófico tan expandido en los salones frecuentados por los
enciclopedistas encuentra, sin embargo, alguna resistencia.
Durante la primera mitad del siglo, el sentimiento estuvo preservado por la
ironía y la pasión por la frivolidad.
Hacia la mitad del siglo, la razón parece a veces reseca y aburrida. Las
lágrimas, suspiros, efusiones se ponen de moda, así como las inquietudes,
desesperanzas y éxtasis. Guiados por el ejemplo de novelistas y poetas
ingleses y luego por los pre-románticos alemanes, los escritores buscan
satisfacer las nuevas aspiraciones del público. El gran maestro de esta
generación fue Rousseau.
Las artes
El siglo XVII vivió una crisis en la que algunas coronas quedaron en bancarrota.
Las luchas religiosas y coloniales agotaron a los pueblos y sus economías. El
manierismo había anteriormente acentuado el virtuosismo técnico, tal como se
manifestó en Tintoretto, y la exageración, como en el caso de El Greco. Más
adelante, la estética y la teoría del arte barroca favorecieron con frecuencia el
sometimiento del mundo a un torbellino de movimiento y de expresividad. En el
Barroco fue frecuente el gusto por la paradoja y la complicación. En la literatura
española el culteranismo y el conceptismo pugnaron por conseguir el
lucimiento de las obras a costa de su accesibilidad, pues, como escribía
Góngora, "honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que esa es
la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca
griego". El placer estético al que se invita al receptor de las obras artísticas es
el de internarse en su oscuridad. Tales tendencias parecen ser contrarrestadas
en la filosofía de la época cuyo máximo exponente es el racionalismo
cartesiano que, adoptando el ejemplo de la matemática, pretende aportar luz y
claridad.
Estética y teoría del arte de la segunda mitad del siglo XVII procuraron poner
orden encontrando normas. Durante el reinado de Luis XIV, el intento por
normativizar las artes dio lugar a diversas Academias en las que se intenta
imponer orden en lo artístico. En 1669 François d’Aubignac no sólo defiende
que el teatro debe tener reglas sino que éstas deben depender de la razón y
del sentido común debiendo considerarse toda licencia como un crimen.
De la naturaleza dependen artes y ciencias pero, puesto que la naturaleza
humana es racional, ambas deben ser guiadas por la razón. Objetividad y
subjetividad se oponen y, por tanto, también razón e imaginación. De la misma
forma que Descartes pretendió encontrar un primer principio en el que
fundamentar el trabajo intelectual, Charles Batteux en su libro Las bellas artes
reducidas a un mismo principio(1746) propuso como elemento unificador de las
artes la imitación de la bella naturaleza. Las artes debían imitar, bajo la
dirección de reglas racionales, una naturaleza en la que la Razón debía
también encontrar claridad y distinción. De esta forma, al situar bajo la
protección de la razón tanto las ciencias como las artes, se intentaba evitar las
extravagancias surgidas en el manierismo y en el barroco.
Nicolás Boileau escribió su tratado Arte poético en el que, situarse en la línea
de Aristóteles, fijaba cánones -como el de las llamadas "tres unidades" para el
teatro- con pretensiones de universalidad e intemporalidad. Todo debía ir paso
a paso, bajo control aunque intentando evitar un rigor excesivo: "Trop de
rigueur alors serait hors de saison". Respetar las reglas sería testimonio de
buen gusto. La importancia que toma la cuestión del gusto, en esta época,
revela una preocupación benevolente por los efectos que las artes puedan
causar en los espectadores, así como un interés creciente por la dimensión
subjetiva de lo estético. El "objetivista" Boileau incluso señala que el fin de las
artes es agradar y conmover, aunque sin brindar nada increíble al espectador,
al punto que recomienda que no se ofrezca al lector "nada más que lo que
pueda agradarle". También puede introducirse falsedad en la fábula a los
efectos de hacer brillar, ante los ojos, la verdad sin la que no puede concebirse
la belleza. Lo bello queda subordinado a lo verdadero y también a lo bueno o,
más bien, a lo moralizante, evitando, en general, que el vicio pueda aparecer
como algo amable ante los ojos de los lectores.
Sin embargo, tal como había visto Aristóteles, el estatuto de las artes y el del
mundo cotidiano son diferentes. De ahí que "no hay serpiente ni monstruo
odioso que, imitado por el arte, no pueda resultar grato a la vista" (Boileau: Arte
Poético).
¿Pertenecen o no a distintos dominios artes, ciencias y vida cotidiana? Las
Academias de Luis XIV sostuvieron que si. Es significativo que el tema a
concurso propuesto por la Academia de Dijon en 1750 partiera del presupuesto
del paralelismo entre las Ciencias y las Artes. En su respuesta, Rousseau no
se cuestiona si tal identificación es o no oportuna. Por el contrario, Diderot se
plantea en qué consiste la especificidad de las artes. Como respuesta a esta
cuestión surge esta otra que se suscitará especialmente en la ilustración
inglesa: ¿cuál es el origen de nuestra idea de belleza? La hipótesis que
subyace a esa investigación es que averiguar cuándo surgió tal idea podrá
servir para fundamentar y orientar racionalmente las artes; es decir, para
deducir del origen los pasos subsiguientes. Pero, las tensiones que surgen en
el pensamiento estético de los ilustrados están precisamente relacionadas con
el intento de someter las artes a las “luces“. ¿Hasta qué punto puede lograrse?
¿Con qué costos? ¿Qué papel juegan en el ámbito artístico la razón, la
imaginación y el sentimiento?
Bibliografía
Cassirer, Ernst. Filosofía de la Ilustración, México, F.C.E., 1950.
Hauser, Arnold. Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Guadarrama,
1968.
Hazard, Paul. El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Madrid, Guadarrama,
1946.
Lagarde et Michard. XVIIIème Siècle, Paris, Bordas, 1962.
Mántaras, Graciela. Voltaire, Montevideo, “Manuales de Literatura: 10, Técnica,
1977.
Nantan, Jacques. Enciclopedia de la Literatura francesa,Barcelona, Montaner,
1959.
Voltaire y la Ilustración, Capítulo Universal: 19, Buenos Aires, CEDAL, 1969.Publicado por Sala de Literatura en 18:20Etiquetas: María Pedragosa
12 comentarios:
1.
Anónimo2 de septiembre de 2009, 12:44
aaaaaaaa es un asco
Responder
2.
Anónimo2 de septiembre de 2009, 12:45
es una cochimada meteta al culo
Responder
3.
Anónimo16 de junio de 2011, 13:15
esto no sirve para nada noooooooooo ja
Responder
4.
Anónimo16 de junio de 2011, 13:27
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