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EL MENDIGO O EL PERRO MUERTO

Bertolt Brecht

Personajes

El emperador

El mendigo

Soldados

Un portón. A la derecha, sentado, el mendigo.Un sujeto grande y andrajoso que oculta un

poqueño organito entro sus harapos. Es la mañana temprano. Se oye un cañonazo. Entra el emperador

con una escolta armada; lleva la cabeza descubierta, su pelo es largo y rojizo. Usa ropajes de la lana

violeta. Repican las camopanas.

EMPERADOR: En momentos en que voy a celebrar el triunfo sobre mi mayor enemigo, y cuando el país

mezcla mi nombre con el negro humo del incienso, se sienta ante mi puerta un mendigo que huele a

miseria. Sin embargo, en medio de estos acontecimientos magnos conviene hablar con los que no son

nada. (Los soldados retroceden.) ¿Sabes, hombre, por qué doblan las campanas?

MENDIGO:Sí. Mi perro murió.

E: ¿Fue una insolencia?

M: No. Fue la vejez. Aguantó hasta el final. Yo pensaba: ¿por qué le tiemblan así las patas? Había

apoyado las patas sobre el pecho. Así estuvimos tendidos toda la noche; hasta que empezó a hacer frío.

Pero a la madrugada ya estaba muerto y lo aparté de mí. Ahora no puedo volver a casa, porque se está

pudriendo y apesta.

E: ¿Y por qué no lo arrojas afuera?

M: A ti no te importa. Ahora tu pecho está vacío como un agujero en el agua, porque acabas de hacer

una pregunta tonta. Todos hacen preguntas tontas. ¡Preguntar ya es en sí una tontería!

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E: Y, sin embargo, seguiré preguntando: ¿quién se encarga de ti? Porque si no tienes a nadie que se

haga cargo de ti deberás irte de este lugar. Aquí no podemos soportar el olor de la carroña y tampoco

admitimos los gritos.

M: ¿He gritado yo?

E: Ahora eres tú el que interroga, aunque has hablado de las preguntas con un desprecio que no

comprendo.

M:Sí, no sé, y se trata de mí.

E: No te presto atención. Pero díme: ¿quién te cuida?

M: A veces lo hace un niño. Un ángel se lo hizo a la madre mientras ella cosechaba patatas.

E: ¿Tu no tienes hijos?

M: Se han ido.

E: ¿Como el ejército del emperador Ta Li, el que quedó sepultado en las areeas del desierto?

M: Él se internó en el desierto y sus hombres le decían: es demasiado grande, regresa, Ta Li. Pero él

siempre respondía: hay que conquistar esta tieera. Marcharon día tras día, hasta que se les gastaron los

zapatos y la piel les quedó hecha jirones; entonces siguieron marchando de rodillas. Una vez un tifón

les arrebató un camello, que murió ante sus ojos. Una vez llegaron a un oasis y dijeron: así es nuestra

patria. Pero el hijito del emperador cayó en una cisterna y se ahogó. Guardaron duelo siete días, su

dolor era infinito. Una vez vieron morir sus caballos. Una vez no pudieron seguirlos sus mujeres. Una

vez llegaron el viento y la arena. Y la arena los cubrió, y entonces todo terminó y volvió el silencio. Y

la tierra fue de ellos, y yo he olvidado su nombre.

E: ¿De dónde has sacado eso? Nada es verdad. Todo fue muy distinto.

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M: Cuando era tan fuerte que yo parecía su hijo, hui de su lado, porque yo no permito que nadie me

domine.

E: ¿De qué hablas?

M: Había nubes. Hacia medianoche se abrieron paso las estrellas. Luego todo fue silenio.

E: ¿Hacen ruido las nubes que pasan?

M: Muchos murieron en las sucias chozas junto al río que se desbordó la semana pasada: sin embargo,

no se abrieron paso.

E: ¿Cómo estás enterrando de tantas cosas? ¿No duermes nunca?

M: Cuando me tiendo sobre las piedras, el niño que ha nacido llora. Y luego sopla un viento nuevo.

E: Anoche hubo estrellas, nadie murió junto al tío, aquí no hubo niños.

M: Entonces tú eres ciego, sordo e ignorante. O hay malicia en ti.

Pausa

E: ¿Qué haces todo el día? Nunca te había visto. ¿De qué huevo has salido?

M: Hoy advertí que este año el maíz está malo, porque no hubo lluvias. De los campos llega un viento

oscuro y cálido.

E: Es verdad. El maíz no anda bien.

M: Así ocurrió hace treinta y ocho años. El maíz se calcinó al sol y antes que se hubieran consumido

cayó la lluvia en tal cantidad que aparecieron ratas y devastaron todos los otros sembrados. Luego

entraron en los pueblos y se comieron a la gente. Ese alimento las mató.

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E: Nunca supe de eso. Debe de ser un invento como todo los demás. La historia no habla de eso.

M: La historia no existe.

E: ¿Y Alejandro? ¿Y César? ¿Y Napoleón?

M: ¡Cuentos! ¿Quién es para ti ese Napoleón?

E: ¡Un hombre que conquistó la mitad del mundo y que naufragó en la soberbia!

M: Eso sólo pueden creerlo dos: él y el mundo. Es un error. La verdad es que Napoleón era un hombre

que remaba en una galera y su cabeza era tan grande que todos decían: no podemos remar porque nos

falta espacio para los codos. Cuando el barco se hundió, porque nadie remaba, él llenó su cabeza de

aire y se salvó. Pero como estaba engrillado, debió seguir remando. No sabía hacia dónde iba, porque

no veía nada desde allí abajo y todos se habían ahogado. Entonces meneó la cabeza, pensando en el

mundo, y como era demasiado pesada se le cayó.

E: Ese es el disparate más grande que he escuchado en mi vida. Con esa historia me has decepcionado

mucho. Por lo menos las otras estuvieron bien contadas. Pero dime: ¿qué opinas del emperador?

M: El emperador no existe; pero el pueblo cree que hay uno y un hombre cree que es él. Después,

cuando se hayan construido demasiados carros de guerra y los tambores hayan practicado bastante,

habrá guerra y buscarán un contrincante.

E: Pero el emperador ha derrotado a su contrincante.

M: Lo mató, no lo derrotó. El idiota mató al idiota.

E: (como si le costara un esfuerzo): Era un enemigo fuerte, puedes creerme.

M: A mí un hombre me echaba piedritas en el arroz. Era mi enemigo. Se jactaba de tener una mano

fuerte. Pero murió de cáncer, y cuando cerraron el ataúd le dejaron la mano fuera y no lo advirtieron.

De modo que al sacar el cajón de la mano quedó pendiendo vacía, desvalida, desnuda.

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E: ¿Nunca te aburres de estar tirado así?

M: Antes pasaban nubes en el cielo, en procesión interminable. Ahora las contemplo. Nunca terminan

de pasar.

E: Ahora no hay nubes en el cielo, de modo que estás diciendo disparates. Está claro como el sol.

M: El sol no existe.

E: ¡Quizás hasta seas peligroso, quizás sufras delirio de persecusión o de locura furiosa!

M: Era un perro bueno, no un perro cualquiera. Se merecía lo mejor. Hasta me traía carne, y de noche

cuando dormía entre mis andrajos. Una vez hubo un gran griterío en la ciudad; todos tenían algo en

contra de mí, porque yo no doy nada a nadie, y hasta los soldados se lanzaron tras de mí. Pero el perro

los contuvo.

E: ¿Por qué me cuentas estas cosas?

M: Porque pienso que eres estúpido.

E: ¿Qué más piensas de mí?

M: Tienes una voz débil, por lo tanto eres timorato; preguntas demasiado, por lo tanto eres un lacayo;

tratas de ejemplificar todo, por lo tanto no estás seguro de lo que dices; no me crees y sin embargo me

escuchas, por lo tanto eres un débil; finalmente, crees que el mundo gira en torno de ti, cuando en

realidad existen hombres más importantes, por ejemplo yo. Además era ciego, sordo e ignorante. No

conozco todavía tus otros defectos.

E: No es un cuadro muy alentador. ¿No ves virtudes en mí?

M: Hablas en voz baja, por lo tanto eres humilde; preguntas mucho, por lo tanto tienes ansias de saber;

analizas todo, por lo tanto eres escéptico; escuchas lo que a tu juicio son mentiras, por lo tanto eres

considerado; crees que todo gira en torno de ti, por lo tanto no eres peor que todos los demás hombres y

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tu creencia no es más tonta que la de los otros. Además, ver demasiado no te ha confundido; no te

preocupas por lo que no te importa; no estás paralizado por saber demasiado. Tú conocerás mejor que

yo y que nadie tus otras virtudes.

E: Eres ingenioso.

M: Toda adulación me parece un pago. Pero ahora no te pagaré por haberme pagado.

E: Yo pago todos los servicios que se me hacen.

M: Eso se da por sentado. La mediocridad de tu alma demuestra que necesitas gozar de aprobación.

E: No te guardo rencor por nada. ¿Eso también es signo de mediocridad?

M: Sí, porque no puedes hacerme nada.

E: Te puedo hacer arrojar en una mazmorra.

M: ¿Son frescas?

E: El sol no entra en ellas.

M: El sol no existe. Por lo visto tienes mala memoria.

E: También podría hacerte matar.

M: Entonces ya no lloverá sobre mi cabeza, las alimañas se perderán, mi estómago me dejará en paz y

reinará el silencio más grande que yo haya gozado jamás.

Un mensajero entra y habla en voz baja con el emperador.

E: Díles que no demoraré mucho. (Parte el mensajero.) No te haré nada de eso. Pienso lo que hago.

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M: Eso no se lo digas a nadie, porque extraerán conclusiones observando tus actos.

E: No veo que nadie me desprecie.

M: Ante mí se inclinan todos. Pero a mí no me importa. Sólo los importunos me molestan con su charla

y sus preguntas.

E: ¿Te molesto yo?

M: Esa es la pregunta más tonta que has hecho hoy. ¡Eres un desvergonzado! No respetas la

inviolabilidad de un ser humano. No conoces la soledad, por eso buscas aprobación en un desconocido

como yo. Dependes del respeto de todos los hombres.

E: ¡Yo domino a los hombres, por eso me respetan!

M: La rienda cree también que domina el caballo; el pico de la golondrina cree que orienta el vuelo del

ave y la punta de la palmera cree arrastrar el árbol tras sí hacia el cielo.

E: Eres un hombre malo. Te haría desaparecer si luego no pensara que pudo haber sido por calmar mi

vanidad herida.

El mendigo saca su organillo y toca. Un hombre pasa rápidamente y hace una reverencia.

M (guardando el organillo): Ese hombre tiene una mujer que le roba. De noche se inclina sobre él para

sacarle dinero. A veces se despierta y la ve inclinada sobre él. Entonces cree que ella lo quiere tanto que

no puede pasar la noche sin mirarlo. Por eso le perdona los pequeños engaños que descubre.

E: ¿Ya empiezas de nuevo? En eso no hay una palabra de verdad.

M: Puedes retirarte. Te estás poniendo vulgar.

E: Esto es increíble. (El mendigo toca su organillo) ¡Ha terminado la audiencia!

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M: Ahora, gracias a este poquito de música, el cielo les parecerá a todos más hermoso y la tierra más

fecunda. Y su vida se alargará, y se perdonarán a sí mismos y a sus vecinos, gracias a este poquito de

sonido.

E: Dime, por lo menos, por qué me has contado tantas cosas si no me toleras.

M (displicente): Porque no fuiste demasiado orgulloso como para soportar mi charla y yo tenía que

hablar para olvidar la muerte de mi perro.

E: Ahora me voy. Me has arruinado el día más hermoso de mi vida. Nunca debía haberme quedado. No

se llega a ninguna parte con la piedad. Lo único que vale en ti es el valor que tienes para hablar

conmigo en esos términos. ¡Y por eso los he hecho esperar!

Parte escoltado por sus soldados. Nuevamente suenan las campanas.

M (se alcanza a ver que es ciego): Se fue. La mañana debe de haber avanzado, porque el aire está tibio.

Hoy no viene el chico. Hay fiesta en la ciudad. El idiota que acaba de partir iba también para allá.

Ahora tengo que volver a pensar en mi perro.