P. F R A N C I S C O DE P A U L A M O R E L L s. J.
FLOS S A N C T O R U M
DE
LA FAMILIA CRISTIANA
LIBRERÍA EDITORIAL SANTA CATALINA
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S A N C T O R U M
DE LA F A M I L I A C R I S T I A N A
P. Francisco De Paula Morell, S. J.
FLOS SANCTORUM DE LA F A M I L I A C R I S T I A N A
c o m p r e n d e
LAS V IDAS DE LOS SANTOS y
PRINCIPALES FESTIVIDADES DEL AÑO
I lustradas con otros tantos grabados
y acompañadas de piadosas ref lexiones y de las
Oraciones litúrgicas de la Iglesia
V
E D I T O R I A L S A N T A C A T A L I N A B R A S I L 8 6 4 B U E N O S A I R E S
Con las debidas licencias
Q u e d a h e c h o e l
d e p ó s i t o q u e
m a r c a l a l e y
P R O L O G O
Si honramos de modo especial a los hombres Que han merecido bien de la patria por su valor, su ciencia o su generosidad, ¿no es más justo que conozcamos y reverenciemos a los santos de Dios?
Para ello, quizá no basta con saber los nombres de los gloriosísimos adalides de nuestra santa religión. Para que sus virtudes puedan ejercer en los buenos y fieles cristianos la influencia del ejemplo, es preciso que conozcamos también la historia de su vida, el proceso de la existencia que les ha llevado al honor y a la gloria insigne de ser venerados en los altares.
No es fácil, sin embargo. No lo es, por lo menos, para la mayor parte de los fieles. El número de los santos es tan elevado' y son tantos y tantos los libros en que se relatan sus vidas, que sólo quien disponga de dinero y de tiempo en abundancia, podría concederse la satisfacción de leerlos todos.
Con el fin de obviar tal inconveniente es que se ha procedido a planear la presente obra. En ella figuran compendiadas las vidas de muchos santos, extraídas del Breviario Romano y de los numerosos libros del Padre Rivadeneira y del Padre Croisset, de la Compañía de Jesús. Y con el propósito de brindar una mayor eficacia a la lectura piadosa, cada biografía ha sido acompañada con una breve y sencilla reflexión y con la oración litúrgica de la Iglesia.
De tal modo, las personas piadosas que no tienen la posibilidad de recurrir a las fuentes originarias de donde se han extraído las vidas relatadas, disponen de una síntesis completa y ordenada de ellas, de un verdadero santoral completo, que abarca la totalidad de los días del año.
¡Ojalá que la intención perseguida llegue a realizarse! No cabe duda que constituiría una costumbre piadosa y de gran eficacia para el perfeccionamiento moral y espiritual de los miembros de cada familia cristiana, que todos los días, después de rezar el Rosario, fuera leída en voz alta la vida del santo correspondiente, implorando luego la protección del mismo con la oración litúrgica que usa para ello nuestra santa madre la Iglesia. Ello contribuiría indudablemente a fortalecer la fe en gran manera, lo cual, si siempre resulta conveniente, lo es muchísimo más en nuestra época desventurada cuando tantos y tantos escollos son opuestos arteramente a nuestra santa religión.
Dios quiera bendecir la semilla, para que madure el fruto.
La Circuncisión de nuestro Señor Jesucristo y el adorable Nombre de Jesús. — 1* de enero.
Dice el santo Evangelio, que llegado el octavo día del nacimiento de Cristo, en el cual, conforme a la ley de Moisés, debía ser circuncidado el Niño, aunque no le obligaba a q u el precepto, padeció el cuchillo de la circun^ cisión y entonces fué llamado Jesús, nombre que le puso el ángel, y a antes de que fuese concebido. (Luc n , 21.) Comienza, pues, a derramar sangre el Niño divino en el mismo día y hora en que es llamado Jesús. Había Dios instituido la Circuncisión, y dádosela a Abraham para que fuese una señal del concierto que había hecho con El y su pueblo, de cuya sangre había de nacer el Mesías, y sobre todo para borrar con aquel sacramento el pecado original, aunque no se borraba por la virtud y eficacia de la circuncisión, sino por la profesión de fe que en ella se hacía. Exento estaba de aquella ley, el que como Dios era el supremo legislador, y como hombre no había sido concebido por obra de varón, ni había contraído la deuda del' pecado original. Pero quiso darnos ejemplo de obediencia, sujetándose voluntariamente a aquella ley divina; de profundísima humildad, recibiendo en sí la divisa propia de los hombres pecadores; de mortificación y paciencia, padeciendo en su delicadísima carne aquella dolorosa herida de la circuncisión; y d e caridad ardentísima, comenzando ya a padecer y derramar sangre como tierno cordero sin mancilla, que venía a quitar los pecados del mundo. Este es el amor de nuestro Redentor divino; y por esta causa es llamado Jesús, que quiere decir Salvador. Dice el evangelista san Lucas que este nombre de J e sús vino del cielo, y que el ángel san Gabriel le declaró antes que el Niño fuese concebido; para darnos a entender que el
'Padre eterno dio ese nombre a su benditísimo Hijo para significar con él su grandeza, su excelencia y majestad, y el oficio de salvar a los hombres a que venía. De manera que cuando oigas este nombre adorable, has de representarte en tu corazón un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que siempre está dispuesto a perdonar todos tus pecados, a restituir a tu alma la vida y hermosura de la gracia, a librarte de la servidum
bre del demonio y recibirte en la compañía de los hijos de Dios. ¡Oh Nombre glorioso! ¡oh Nombre dulce, Nombre suave, Nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado por Dios, traído del cielo,, pronunciado por los ángeles y deseado en todos los siglos! Dice el apóstol: «El que invocare este Nombre será salvo». ( R O M x, 13). Traigamos, pues, este Nombre en los labios y en el corazón, y pror nunciémoslo con suma reverencia, invo-quémoslo en nuestras tentaciones y peligros, y en nuestro último trance sea la última palabra que balbuceen nuestros labios moribundos: ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
Reflexión: El día en que el Hijo eterno de Dios es llamado Jesús y comienza a derramar sangre por tu amor, tú comienzas un nuevo año de vida; ¿qué has de hacer, pues, sino consagrarte del todo al Señor desde las primeras horas del año nuevo? Dile al Niño Jesús circuncidado, que también quieres circuncidar tu corazón, como enseña el apóstol (Philip. III, 3.), cortando de él todos los deseos carnales y mundanos, y que sea lo que fuere de tu vida pasada, desde hoy sólo quieres vivir conforme a su santísima y divina voluntad. Año nuevo, vida nueva.
Oración: Oh Dios, que comunicaste al género humano el premio de la eterna salud por la fecunda virginidad de la bienaventurada Virgen María, concédenos ia gracia de experimentar la intercesión de aquella Virgen, por la que recibimos el Autor de la vida, Jesucristo Señor nuestro, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
San Macario Alejandrino, monje. — 2 de enero.
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Este varón santísimo, aunque nació en Egipto, fué presbítero de Alejandría. Hí-zose discípulo del gran Padre san Antonio abad, y salió tan perfecto, que san Antonio le dijo que el Espíritu Santo había r e posado sobre él, y que él sería heredero de sus virtudes. Sabiendo que los monjes Tabemesioras no comían en toda 3a Cuaresma cosa que hubiese llegado al fuego, él hizo lo misrrio por espacio de siete años. Enviaron una vez a san Macario unas uvas muy frescas y sabrosas: tuvo ganas de comer de ellas, mas para vencer aquel gusto y apetito no las quiso tocar; antes las envió a otro monje que estaba enfermo; recibiólas éste con agradecimiento, y por mortificarse tampoco las comió, sino enviólas a otro monje; y en suma las uvas anduvieron de mano en mano por todos los monjes y volvieron a san Macario, el cual hizo gracias al Señor por la virtud de todos aquellos santos. Para vencer el sueño que le estorbaba la oración, estuvo veinte noches sin acostarse debajo de tejado; y viéndose lina vez.tentado del espíritu de la fornicación, pasó seis meses desnudo en carnes en un lugar donde había innumerables y grandes mosquitos, los cuales dejaron su cuerpo tan lastimado, que parecía un leproso. Caminó veinte días por un desierto sin comer bocado, y estando fatigado y desmayado le proveyó el Señor milagrosamente de sustento. Una vez cavando en un pozo le mordió un áspid: tomóle el santo en las manos e hízole pedazos sin recibir lesión alguna. Acreditó nuestro Señor su santidad con el don de milagros, y en
tre muchos enfermos que curó, vino a él un clérigo de misa, que estaba con un cáncer en la cabeza, tan disforme, que se la comía toda; mas el santo monje puso las manos sobre él, y le envió sano a su casa. Estando un día sentado, una leona le t rajo un cachorro que estaba ciego, y el varón de Dios le dio la vista, mandando a la madre que no hiciese daño a los pobres. Siendo ya viejo, se fué disimulado al monasterio de San Pacomio, en el cual vivían a la sazón mil y cuatrocientos monjes. Siete días ta r daron en recibirle, alegando que por su vejez no podría llevar los
trabajos que llevaban los jóvenes. Mas fué tal la austeridad de su vida, que espantó a todos los religiosos, pareciéndoles que era más que hombre. Finalmente, l leno de virtudes y merecimientos, murió de edad muy avanzada por los años 394 de la era de Cristo, dejando a los monjes p r e ciosísimos documentos de altísima perfección. La vida de este santo la escribió Pa -ladio, que moró tres años con él en la soledad.
Reflexión: Solía decir san Macario que el monje había de ayunar como si hubiese de vivir cien años, y mortificar sus pasiones como si hubiese de morir aquel día. ¡Qué vergüenza para tantos cristianos que no ayunan, ni aun cuando lo manda la santa Iglesia; ni mortifican sus malas pasiones, antes las ceban y alimentan con materia de nuevos pecados! ¿Qué responderán en el día del juicio, esos cristianos tan enemigos de la cruz de Cristo? No quieras tú imitarles. Si no puedes hacer vida de monje en la soledad, puedes muy bien vivir como cristiano en tu casa y en tu población, observando los mandamientos de Dios y de la Iglesia, y mortificando tus desordenados apetitos, cuanto sea menester para no ofender a Dios que te ha de juzgar para siempre ¿No vale más, breve penar y eterno gozar, que breve gozar y eterno penar?
Oración: Válganos, Señor, la intercesión del bienaventurado san Macario, tu siervo, para alcanzar por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros méritos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Amén.
Santa Genoveva, virgen. — 3 de enero. (f 512.)
La santa virgen Genoveva, defensora y patrona de la ciudad de París, nació en la aldea de Nanterre, a dos leguas de aquella capital. Desde niña, resplandeció en ella la gracia de Dios en tanto grado, que al verla san Germán entre la muchedumbre del pueblo que le salía a recibir, dijo a sus padres que aquella niña, a la sazón de siete años, era singularmente escogida de Dios, y que eran dichosos por ser padres de tal hija. Consagróla después a Jesucristo, y le puso una cruz al cuello, para que la llevase como preciosa joya de su Esposo divino. Toda la vida de esta santa doncella fué un portento de extraordinarias virtudes. Desde los quince años hasta los cincuenta, solamente comía dos días de la semana, que eran domingo y jueves. Desde la fiesta de los Reyes hasta e!_ Jueves santo, jamás salía del encerramiento de su celda, donde tenía su paraíso y sus dulcísimas comunicaciones con el divino Esposo de su alma. Notorios eran en París y en toda Francia sus milagros y profecías. Resucitó a un niño muerto que había caído en un pozo y aún no estaba bautizado; y a un hombre manco le restituyó la mano. Llegó en este tiempo a Francia, Atila, rey de los hunos, que se llamó azote de Dios, y realmente lo fué por las provincias que destruyó y arruinó y por la mucha sangre que derramó. Acercóse a la ciudad de París, y temiendo los naturales de ella que la asolase como había hecho con otras muchas ciudades, determinaron para salvar sus personas, hijos y hacienda, abandonar la población y retirarse a partes remotas y seguras. Súpolo Genoveva y les persuadió que no se arredrasen ni temiesen tanto, sino que acudiesen a Dios con oraciones, ayunos y limosnas, porque aquella bestia fiera no destruiría la ciudad ni entraría en ella. Y así fué, como había dicho la santa. Estando muy afligida la ciudad por falta de pan, embarcóse Genoveva con otra gente en el río Sena en busca de sustento y volvió a París con las naves cargadas de trigo. El rey Childerico, aunque no era bautizado, tenía gran devoción a la santa virgen, y por su gracia perdonaba i-, los delincuentes condenados a muerte. El gran Simeón Estilita, desde las más re
motas partes del oriente, solía mandar a visitarla. Murió a la edad de ochenta y nueve años, el día 3 de enero, y fué sepultada con grande pompa y devoción de todo el pueblo de París. El rey Clodoveo y la reina Clotilde le dedicaron un suntuoso templo.
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Reflexión: Cuando profetizó santa Genoveva que el feroz Atila no había de arruinar la ciudad de París, ni entrar en ella, muchos ciudadanos temerosos y descreídos querían quemarla por hechicera. Así tratan los hombres sin fe a los santos; y con todo, la virtud de los santos es la que conserva el mundo. ¡Ay del mundo, si no hubiese aún en la tierra almas santas y puras que desarmasen la ira de Dios, V diesen al Creador la gloria debida! Presto acabaría el Señor con la raza humana por inútil y perjudicial a los fines de su adorable providencia. ¿Qué ha de sacar Dios de un mundo de reprobos? ¿No tiene para ellos un infierno?
Oración: ¡Oh Señor y Dios santo! vengan en nuestra ayuda los méritos de tu gloriosa virgen santa Genoveva, para que gozando por ^su intercesión de la salud del cuerpo y del alma, alcancemos con la cooperación de tu gracia, la salvación y la vida eterna. Por Cristo, Señor nuestro. Amén.
San Tito, Obispo de Creta. — 4 de enero. (•V 94.)
El glorioso san Tito había nacido gentil y parece haber sido convertido por el apóstol san Pablo. Apenas recibió san Tito la luz de la fe y el conocimiento de los misterios y sacramentos de Jesucristo, comenzó a brillar con tales resplandores de santidad a los ojos de la iglesia naciente, que mereció ser contado entre los discípulos más predilectos del grande apóstol. Llámale el mismo san Pablo, su hermano en Cristo y compañero en sus trabajos; alaba con encarecimiento sus virtudes apostólicas, y en su «Llegada a Troa» dice que su corazón no descansaba, porque no había encontrado allí a su queridísimo hermano Tito; mas que al fin, aquel Dios que es consolador de los humildes, le había llenado de consolación con la venida de su deseado compañero. En el año de 51 fué1 con san Pablo al Concilio que se celebró en Jerusalén con ocasión y sobre el asunto de los ritos mosaicos. Envióle san Pablo a Corinto para que apaciguase algunas disensiones que había en aquella cristiandad; lo cual hizo san Tito con tan grande espíritu, que los delincuentes le dieron cumplida satisfacción; y con tal desinterés, que no pudieron obtener de él que recibiese ninguno de los presentes que le hacían, ni aun para el sustento necesario. Otra vez volvió a Corinto para recoger las limosnas destinadas al socorro de la Iglesia de los hebreos, y con esta ocasión, despertó en el corazón de todos aquellos fieles, vivos deseos de ver a san Pablo, que los había engendrado en nuestro Señor Jesucristo. Volviendo el apóstol de Roma al oriente después de su primera
prisión, se detuvo en la isla de Cíete, paxa pxedicar en ella el Evangelio de Jesucristo; pero re clamando su presencia las necesidades de otras iglesias, ordenó obispo de aquella isla a su muy amado discípulo Tito, para que llevase adelante la obra que con tan buen suceso había el apóstol comenzado. Mandóle que orde
nase presbíteros en todas las ciudades de la isla, y le escribió una carta que comprende las r e glas de la vida episcopal en que le exhortaba a gobernar la grey del Señor que el Espíritu Santo le había encomendado, con grande celo y entereza y al mismo
tiempo con suavidad y dulzura. Muchos fueron los trabajos y fatigas que padeció por mar y por tierra para sembrar la semilla del Evangelio entre gentes de diversas lenguas y muy apartadas unas de otras. Gobernó, pues, san Tito aquella cristiandad conforme a la instrucción que le dio su maestro en su carta canónica; resplandeciendo como antorcha entre las tinieblas y errores de la idolatría hasta que, lleno de merecimientos, durmió en la paz del Señor a los noventa y cuatro años de su edad, y fué sepultado en la misma iglesia en que había sido consagrado obispo por el apóstol san Pablo. Su sagrada cabeza fué llevada a Venecia y actualmente se venera en la basílica ducal de San Marcos.
Reflexión: Mucho amaba el apóstol de las gentes a su hijo espiritual el glorioso san Tito, porque le apreciaba por sus esclarecidas virtudes; y el amor de Cristo era el que unía los corazones. La amistad de los santos es pura, cordial, entrañable, sincera, firme y ordenada al bien; la amistad de los malos es falsa, interesada, inconstante y llena de intenciones torcidas y fines malignos. La amistad de los buenos se parece a la de los ángeles; la amistad de los malos es como la de los demonios, que sin amarse, se unen siempre para obrar el mal.
Oración: ¡Oh Dios! que adornaste con apostólicas virtudes al bienaventurado confesor y pontífice san Tito, concédenos por sus méritos e intercesión, que viviendo en santidad y piedad en este mundo, merezcamos llegar a la patria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Simeón Estilita. — 5 de enero. (t 459.) °
Nació este admirable varón en Sisan de Cilicia. Siendo pastor, y teniendo un día el ganado, por la mucha nieve, en la majada, se fué al templo, y allí oyó decir en el Evangelio que eran bienaventurados los que lloran. Penetró con tanta luz del cielo el espíritu de aquellas palabras del Señor, que luego se fué al monasterio del abad Heliodoro, donde por espacio de diez años asombró a los monjes con sus extraordinarias asperezas. Pero más estupenda fué la vida solitaria que hizo después. Pasó veintiocho años ayunando la Cuaresma entera sin probar un solo bocado; ' subióse a lo alto de un monte, donde hizo un cercado, y se aferró a una piedra con una cadena de veinte codos de largo; y allí perseveró sin salir de aquel término hasta que san Melecio, obispo de Antioquía, que vino a visitarle, mandó que un herrero le quitase la cadena. Imaginó después otra manera de vivir sobre una columna, la cual al principio era de seis codos, después de doce, y finalmente de treinta y seis codos de alto. Allí oraba, allí comía una sola vez cada semana, allí predicaba dos veces
.al día, convirtiendo a muchos gentiles, y sacando del cieno de sus vicios a innumerables pecadores; allí curaba toda clase de enfermedades; allí velaba las vísperas de las principales fiestas, estando en pie, con las manos levantadas al cielo, desde que se ponía el sol hasta que amanecía el día siguiente. Vino un extranjero, hombre principal, a visitarle, y considerando de la manera que allí vivía en lugar tan alto, tan congosto, y sin defensa para el sol, aire y frío, habló así: «Dime por el Señor, ¿eres hombre, o alguna naturaleza y criatura que parece que tiene cuerpo humano y no le tiene?». Mandó entonces el santo que le pusiesen una escalera y qué subiese a la columna, y allí le mostró una horrible llaga que tenía en un pie y le dijo: «Hombre soy y sujeto estoy a miserias de cuerpo humano.». Millares de personas acudían a él de todas par tes; la reina de Persia y la reina de los Ismaelitas se encomendaban en sus oraciones; escribía cartas a los emperadores Teodosio el Menor y León; y en Roma, apenas había tienda ni casa que no tuviese a la puerta una imagen del santo. Treinta y seis años vivió en la columna, hasta que murió quedando en la
misma postura que tenía cuando oraba. Custodió el sagrado cuerpo una guardia de soldados por espacio de algunos días; y lleváronlo después como precioso tesoro . a Antioquía, obrando el Señor muchos milagros en todo el camino. Edificóse luego un templo en el monte de su columna, en el cual no se permitía que entrase ninguna mujer, y donde manifestaba Dios la grande gloria de su siervo con numerosos prodigios.
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Reflexión: El sapientísimo Teodoreto, que escribió la vida de este santo, y le vio en la columna, dice que el Señor quiso hacerle un público ejemplo de austeridad, para despertar a los pecadores a penitencia. ¿Qué sentirían los incrédulos y sibaritas de nuestros tiempos si presenciaran también aquel espectáculo de mortificación que era un continuo y manifiesto milagro? Algunos se convertirían, otros se contentarían con mirarlo con horror o con escarnio; es verdad. Pero también lo as, que el asombroso anacoreta, desde la columna de su penitencia y de sus prodigios, tronara contra esos pecadores impenitentes, amenazándoles en nombre de Dios, con otra penitencia más rigurosa, que les aguarda en el infierno por toda la eternidad.
Oración: Oye, Señor, benignamente las súplicas que te dirigimos en el día de tu confesor el bienaventurado Simeón, para que lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos, lo consigamos por las oraciones de este santo que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La Epifanía o la fiesta de los Santos Reyes. — 6 de enero.
En el sacrosanto misterio de la Epifanía (que significa manijestación) celebra la santa Iglesia aquel dichoso y bienaventu r rado día en que el Hijo de Dios, vestido de nuestra carne, se manifestó a los reyes Magos como a primicias de la gentilidad. Porque como este Señor era Rey del mundo y venía para salvarle, luego en naciendo quiso ser conocido de los que estaban cerca y de los que moraban lejos, de los pastores y de los reyes, de los simples y de los doctos, de los pobres y de los ricos, de los hebreos y de los paganos, y juntar en uno los aue eran entre sí contrarios en el culto y religión y en el conocimiento del mismo Dios. Este admirable acontecimiento nos refiere el sagrado Evangelio por estas palabras: «Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, en los días de Herodes el rey, he aquí que unos Magos vinieron del oriente a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y venimos a adorarle. Y oyendo esto Herodes el rey, turbóse, y toda Jerusalén con él. Y convocando a todos los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas del pueblo, inquiría de ellos dónde el Cristo había de nacer. Y ellos le dijeron: En Belén de Judá; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la más pequeña entre las principales de J u dá, pues de ti saldrá el Caudillo, que re girá a mi pueblo de Israel. Entonces Herodes, llamados reservadamente los Magos, averiguó de ellos con diligencia el tiempo de la estrella, que les apareció. Y
encaminándolos a Belén, dijo: Id, y preguntad diligentemente acerca del Niño; y apenas le hubiereis hallado, hacédmelo saber, para que yo, yendo asimismo, le adore. Y he aquí que la estrella, que habían visto en el oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando, se paró encima de donde estaba el Niño. Y al ver la estrella, holgáronse con gran júbilo. Y entrando en ia casa, hallaron al Niño con su
. Madre María y postrándose le adoraron; y abiertos sus tesoros, ofreciéronle dones, oro, incienso y mirra. Y recibido aviso en sueños para que no tornasen a H e
rodes, volviéronse a su país por otro camino.» (SAN MATEO, n,i-13).
# Reflexión: «Reconozcamos en los Magos
adoradores de Cristo (dice san León, papa ) , las primicias de nuestra vocación y de nuestra fe, y celebremos con grande gozo de nuestras almas los principios de nuestra dichosa esperanza. Adoremos al tierno Infante que veneraron los Magos en la cuna como al Dios omnipotente que está en los cielos, y presentémosle también de nuestros corazones ofrendas dignas de Dios.» (SERM. I I DE E P I P H . ) . Y ; cuáles son estas ofrendas dignas de Dios? Las que se significaban por los tesoros de los santos Reyes: el oro de nuestra caridad, amando a Jesús sobre todas las cosas; el incienso de nuestra oración, para, alabarle y alcanzar las gracias que nos convienen; y la mirra de la cristiana mortificación, para tener a raya las malas concupiscencias que nos apartan de su divino-servicio. Y después de hacer hoy estos ofrecimientos al divino Mesías, tomemos como los Magos otra senda distinta de la pasada, haciendo una saludable mudanza de vida, para que libres de todo peligro, podamos llegar a nuestra verdadera patria, que es el cielo.
Oración: ¡Oh Dios! que en este día ordenaste que tu unigénito Hijo fuese conocido y adorado de los gentiles, dándoles' por guía una estrella, concédenos por tu bondad, que pues ya te conocemos por la fe, lleguemos a la contemplación de tu gloria inefable. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
12
San Raimundo de Peñaf ort. — 7 de enero. ( t 1275.)
Nació san Raimundo de nobles padres, señores del castillo de Peñafort, en el principado de Cataluña. Manifestó su grande ingenio en las cátedras de Barcelona y de Bolonia, y siendo canónigo de la catedral de Barcelona edificó y reformó con su ejemplo a todo el cabildo. Tomó el hábito de-santo Domingo ocho meses después de la muerte del santo patriarca. Una visión maravillosa que tuvieron en una misma noche san Raimundo, san Pedro Nolasco y el rey D. Jaime de Aragón, puso a los tres de acuerdo para fundar la gloriosísima orden de Nuestra Señora de la Merced, para la redención de los cristianos cautivos. De este admirable instituto, tan célebre en toda la cristiandad, san Pedro Nolasco se considera como el fundador, el rey de Aragón como el apoyo, y san Raimundo como el alma. P r e dicó el santo una cruzada contra los moros con tan feliz suceso de las armas cristianas, que el mismo Papa le quiso por su capellán y confesor y le confió la famosa compilación de las Decretales pontificias;
mas no pudo persuadirle de que aceptase el arzobispado de Tarragona ni otras dignidades. Cuando volvió a España para restaurar su salud, quebrantada con sus penitencias, se había retirado en su convento como el último de sus hermanos. Más habiendo fallecido por este tiempo Luis Jordán, que había sucedido a santo Domingo en el gobierno de su religión, con grande concordia de pareceres eligieron a san Raimundo por tercer general de la orden; y el santo, después de visitar a pie todos los conventos de ella, renunció a su dignidad. Es imposible decir cuánto trabajó este varón admirable; era confesor del rey de Aragón, entendió en gravísimos negocios que cinco pontífices le encomendaron, y en breve tiempo convirtió a la fe a más de diez mil judíos y gentiles. Y para sacar más fácilmente a éstos de sus errores, y convencerles de la verdad de Dios que resplandece en la doctrina de la Iglesia católica, rogó a santo Toman de Aquino que escribiese y publicase la Sumo contra los gentiles. Un suceso maravilloso acreditó su santidad en los postreros años de su vida; y fué que habiendo ido a Mallorca, llama
do por el rey, que a la sazón tenía allí la corte, supo que el monarca vivía mal con una dama de palacio; y así quiso volverse a Barcelona. Mas no lo consintió el rey y aún puso pena de muerte al que le prestase la nave. Entonces el santo extendió su capa sobre las aguas, y atando el cabo de ella a su báculo, en menos de seis horas hizo aquel viaje que es de cincuenta y tres leguas. Terminó en este día su preciosa vida en Barcelona a los noventa y nueve años de su edad, y honraron sus funerales los reyes de Aragón y de Castilla, y los príncipes y princesas de las dos casas reales.
Reflexión: Fué san Raimundo uno de los hombres más grandes de su siglo, y en nada estimó toda la humana grandeza. Una sola cosa tuvo en grande aprecio: la virtud; y ésta fué la que le hizo grande a los ojos de Dios. ¿Qué son todas las demás cosas, si se comparan con ella? Vale más un acto de virtud que toda la sabiduría y que todos los cetros y riquezas del mundo. Un solo pensamiento bueno (decía ya un filósofo gentil con mucha verdad) , vale más que toda la máquina del universo. Esfuérzate, pues, por alcanzar tan gran tesoro, que puede hacerte grande eternamente.
Oración: Oh Dios, que escogiste al bienaventurado Raimundo para que fuese insigne ministro del sacramento de la P e nitencia y con singular maravilla le hi ciste pasar por las olas del mar, concédenos que por su intercesión hagamos frutos dignos de penitencia y arribemos al puerto deseado de la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
13
San Lorenzo Justiniano. — 8 de enero. (t 1465)
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San Lorenzo Justiniano fué de la nobi r iísima familia Justiniana, muy principal en la república de Venecia. Desde niño mostró tanto seso, que ya parecía viejo en ja tierna edad. A los diez y nueve años, con una maravillosa visión que tuvo de la divina Sabiduría, se movió a dejar el mundo, y tomó el hábito de los canónigos r e gulares en el monasterio de San Jorge de Alga. Mortificó los apetitos y blanduras de la carne, como si ésta fuera su principal enemigo, con ayunos, disciplinas, cilicios y otras penitencias, cosa en él más admirable por ser flaco de complexión. De este modo trataba su cuerpo; mas las virtudes de su alma ¿quién las podrá en breve expresar? Fué humildísimo, devotísimo y de grande eficacia en su oración. Diciendo la Misa en la noche de Navidad, quedó elevado y absorto en la visión del ISTiño Dios recién nacido, y al volverle en sí el ministro que le servía: «Qué haremos (le dijo el santo) de este Niño tan hermoso?»
Era superior del monasterio, cuando Eugenio IV le nombró obispo de Venecia; y no se puede fácilmente creer cuanto lloró y trabajó por huir de aquella cátedra episcopal, donde al fin hubo de sentarse. Siempre vistió el hábito azul de su religión y más bien que obispo, parecía el padre de todos los pobres. Desvelábase el santo en atender bien a sus necesidades ocultas y remediarlas, especialmente las de los pobres que de ricos habían caído en miserias: y de mejor gana daba a los pobres la comida y el vestido o la cama, que no dineros para comprarlo; y aunque examinaba la necesidad de cada uno y
tenía personas virtuosas y p rudentes diputadas para ello; pero no quería que fuesen muy curiosas, sino que algunas veces se dejasen engañar, juzgando que es mejor dar alguna vez al que no tiene necesidad, que dejar de dar al que la tiene. Pidióle un deudo suyo que le ayudase para casar honradamente a una hija, y él le respondió: que poco, no lo había menester; y mucho, no se lo podía dar sin hacer agravio a muchos pobres. Tuvo insigne don de profecía, penetraba los secretos del corazón y hacía muchos milagros. Un día, celebrando en la catedral, llevóle el espíritu de Dios a la celda de una r e
ligiosa impedida, y la comulgó, sin dejar por eso de verse presente también en el altar. Nicolás V le consagró por primer patriarca de Venecia. En fin, después de haber santificado aquella república, y escrito preciosos libros, llenos de doctrina y de un suavísimo espíritu del Señor, entendiendo que se acercaba la hora de su partida de este mundo, se hizo llevar en brazos a la iglesia, y allí, recibidos los santos sacramentos y dando la última bendición a su amado pueblo, entregó su espíritu al Señor, quedando el cadáver sesenta y siete días que tardaron en sepultarlo, sin corrupción y con una fragancia del cielo.
Reflexión: Solía decir, este santísimo obispo, que los buenos cristianos se han de guardar hasta de los pecados pequeños: porque son ofensas a Dios que no se han de cometer por nada del mundo. El que en ellos no repara, carece de fer • vor, siente hastío de la piedad, es privado de muchas gracias, se halla flaco en las tentaciones, es castigado con penas temporales en esta vida y en el purgatorio, y se pone a peligro de cometer graves pecados y de condenarse. No seas pues tú, de esos cristianos que sólo reparan en enormes culpas; porque éstos, más bien parecen esclavos, que hijos de Dios: el buen hijo evita hasta las leves ofensas contra su padre.
Oración; Concédenos, te rogamos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu confesor y pontífice san Lorenzo, acreciente en nosotros la devoción y la salud espiritual y eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Julián y Santa Basilisa. — 9 de enero. (t 308.)
Nació san Julián en Antioquía, de padres cristianos, a fines del siglo tercero. Habiéndose desposado con una honestísima doncella llamada Basilisa, guardaron los dos, de común acuerdo, per-fectísima continencia. Porque el mismo día de la boda, a la que había concurrido la nobleza de la ciudad, estando los desposados en su tálamo, se sintió en el aposento un olor suavísimo de rosas y azucenas. Quedó maravillada Basilisa de aquella extraordinaria fragancia y preguntó a su esposo, qué olor era aquél que sentía y de dónde venía, porque no era tiempo de flores. Respondió Julián: El olor suavísimo que sientes es de Cristo, amador de la castidad, la cual yo de su parte te prometo, como la he prometido a Jesucristo, si tú consintieres conmigo y le ofrecieres también tu virginidad. Respondió Basilisa que ninguna cosa le era más agradable que imitar su ejemplo. Poco después llevó el Señor para sí a los padres de Ju lián y Basilisa, dejándolos herederos de sus haciendas riquísimas; y ellos comenzaron luego a gastarlas con larga mano en socorrer a los pobres. Consagróse él a instruir en la religión cristiana a los hombres y ella a las mujeres en diversa casa. Arreciaban por este tiempo las persecuciones de Diocleciano y Maximiano, pero Basilisa pudo librarse de ellas, y acabó su vida santa y preciosa de muerte natural. Su marido Julián fué quien alcanzó la palma de un glorioso martirio. El bárbaro presidente Marciano mandó prender al santo y abrasar su casa y a Julián le pasearon por la ciudad cargado de cadenas, y precedido de un pregonero que decía: Así se han de tratar los enemigos de los dioses y despreciadores de las leyes imperiales. Encerráronle después en obscuro y hediondo calabozo, a donde fueron a visitarle siete caballeros cristianos, que, con un sacerdote llamado Antonio, lograron ser compañeros de su martirio. Llegado el día de la ejecución, mientras el presidente, sentado en público tribunal, interrogaba a Julián, acertaron a pasar por allí unos gentiles que llevaban a enterrar a un difunto, y en tono de mofa le dijeron que resucitase al muerto. Entonces Ju lián, en nombre de Jesucristo, le resucitó, lo cual llenó a todos de grande espanto;
y más, cuando oyeron que aquel hombre resucitado, públicamente confesaba a J e sucristo. Atribuyó el presidente tan estupendo suceso a la poderosa magia de Julián, y condenó al resucitado a los mismos suplicios. Encerráronles a todos en unas cubas encendidas, más los condenados salieron de ellas sin la menor lesión; arrojáronles después a las fieras del anfiteatro, y las fieras no osaron hacerles; daño alguno. Finalmente, avergonzado el cruel tirano, les hizo degollar, y así entregaron en este día sus almas purísimas al Creador.
R&jlexión: ¡Oh cuánta sangre costó a los santos mártires la fe de nuestro Señor Jesucristo! Como, la religión cristiana es tan pura, celestial y divina, los hombres terrenales y sensuales no la querían recibir de ningún modo, y sólo a poder de sangre y de milagros llegó a triunfar. Pero a ti, acaso no te costará una sola gota de sangre el ser cristiano; antes en esto hallarás tu honra, y la verdadera alegría y sosiego de tu corazón. ¿Por qué, pues, no has de ser cr istiano de veras? ¿Por qué no has de mor tificar siquiera tus desordenadas aficcio-nes y vencerte a ti mismo por amor de Cristo y de la eterna gloria? Mira que-también es muy agradable al Señor este lento martirio. Todos los buenos cristianos han de. ser mártires o mortificados.
Oración: Rogárnoste, Señor, que la intercesión de los bienaventurados Julián, y Basilisa, nos recomiende a tu divina Majestad, para conseguir por su protección lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Gonzalo de Amarante, confesor. — 10 de enero. (f 1260.)
San Gonzalo de Amarante nació en Ta-gilde, aldea del Obispado de Braga, en Portugal. Después de recibir el Bautismo, con admiración de todos clavó el niño los ojos en la imagen de Cristo crucificado y alargó las manecitas en ademán de abrazarle; y siempre que le llevaban a la iglesia, no paraban sus ojos hasta hallar la imagen del Salvador en la cruz, de la cual no podían apartarle sin que se pusiese a llorar. Educóle en letras y virtudes un venerable sacerdote, de cuya >casa pasó después al palacio del Obispo de Braga, el cual le encomendó la abadía de San Pelagio. Mas como , el santo ardía en vivos deseos de visitar los Santos Lugares de Jerusalén, confió su rebaño a un vicario sobrino suyo, y en hábito de peregrino se dirigió a Tierra Sania. Catorce años gastó en contemplar los divinos recuerdos de nuestro Señor, sin cansarse de mirarlos, adorarlos y regarlos con suavísimas lágrimas. Cuando volvió a su tierra, viéndose despojado de su abadía por su sobrino, comenzó a predicar la doctrina evangélica por toda aquella región. Por el tenor de su vida apostólica se concilio el respeto y veneración de las gentes, y con las limosnas que le daban edificó una ermita en honra de la Santísima Virgen en cierto sitio inculto y áspero no lejos del río Tamaca, y vivió en aquella soledad ejercitándose en la contemplación y predicando de las cosas del cielo a las gentes que iban a visitarle. Hízose tan célebre aquel lugar por los milagros que allí obró el santo, que después se pobló de no pocos tem
plos y de dos famosos monasterios, y hasta el día de hoy concurren a él los pueblos en romería. Llamóle la Virgen santí sima a la sagrada Orden de P re dicadores, recientemente fundada por santo Domingo, y después de haber hecho el santo en ella su noviciado y su profesión religiosa, volvió a su oratorio de Amarante, para continuar allí sus apostólicos ministerios. Y para que las inundaciones del río Tamaca no estorbasen el concurso de los fieles, echó un puente sobre aquel río, asentando por su mano las primeras piedras y alimentando a los operarios con
los peces que llamaba del río y acudían a la orilla. Esta vida eremítica y apostólica llevó el santo, hasta que, llegándose el día de su feliz muerte, se despidió del pueblo que había acudido en romería, y en el día 3 de enero, asistido por la Reina de los cielos, que se le apareció en su último trance, entregó su preciosa alma al Creador.
Reflexión: Grande fué la devoción de san Gonzalo a la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Esta le inspiró el Señor desde su tierna infancia; ésta le tuvo catorce años en Jerusalén; ésta predicaba en todos sus sermones. Y ¿por qué no has de imitarle tú en esta tierna devoción? Si no puedes ir a Tierra Santa como él, y venerar allí muy despacio los monumentos del Redentor divino, ¿por qué no has de seguir siquiera en espíritu los pasos de la Pasión, haciendo re ligiosamente las estaciones del Vía-Cru-cis? ¿Por qué no has de besar con grande afecto y compasión las manos, los pies y el costado de la dolorosa imagen del Señor clavado en la cruz? ¡Ah! si considerases bien quién es Jesús que por tu amor padeció tanto, no pudieras adorar su san . ta cruz sin dejarla toda bañada con tus lágrimas. Al acostarte por la noche no te olvides nunca de besarla, haciendo delante de ella un acto de contrición. Si lo haces así, el buen Jesús será en la hora ce tu muerte, tu consuelo, amor y esperanza.
Oración: Oye, Señor, nuestras súplicas en la fiesta de tu confesor Gonzalo, y pues él te sirvió dignamente, líbranos, por sus méritos, de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Teodosio, cenobiarca. — 11 de enero (t 529.)
El bienaventurado padre san Teodosio, llamado cenobiarca, que quiere decir padre de muchos monjes, nació en una aldea de Capadocia. Habíase dado a los estudios, y aun declaraba al pueblo las Letras divinas, cuando deseoso de la perfección, partió a los santos Lugares. En llegando a Antioquía, quiso ver al insigne anacoreta san Simeón Estilita, el cual, inspirado del Señor, le dijo: «Teodosio, varón de Dios, seáis bien venido». Espantóse Teodosio oyendo esta voz, porque le llamaba por su nombre, y porque le honraba con el título de varón de Dios. Subió a lá columna por orden de san Simeón y echóse a sus pies; oyó sus consejos y todo lo que en adelante le había de suceder; y tomada su bendición, siguió su camino hacia Jerusalén, donde adoró y regó con sus lágrimas aquellos sagrados Lugares que Cristo nuestro Señor consagró con su vida y su muerte. Retiróse después a la soledad, y vino a tener tantos discípulos, que labró un gran monasterio, en el cual acogía a los pobres. Aconteció aparejarse en un mismo día cien mesas para darles de comer, y en tiempo de hambre, como los que t e nían a cargo de darles de comer les ce-i rasen las puertas, san Teodosio mandó abrírselas y darles a todos lo necesario, y el Señor les proveía con tan larga maro , que después quedaban las arcas llenas de pan. Era también su monasterio, hospital de enfermos, a quienes servía y besaba las llagas con grande amor. Había entre sus discípulos hombres ricos y poderosos, militares y sabios, de los cuales salieron muchos obispos y superiores: de suerte que cuando murió el santo, habían ya fallecido seiscientos noventa y tres de sus discípulos. El emperador Anastasio, que favorecía a los herejes Acéfalos, le envió una buena cantidad de oro para sus pobres: aceptóla y repartióla el santo, pero escribió al emperador, que ni él ni los suyos consentirían con los herejes, aunque la vida les costase. Fuese luego, viejo como era, a predicar sin temor alguno por las ciudades de aquellos herejes que condenaban el concilio de Calcedonia; y subiendo una vez al pulpito, h i zo señal al pueblo que callasen, y dijo: í;El que no recibiere los cuatro concilios generales, como los cuatro Evangelios,
sea maldito y excomulgado». Entonces el emperador le desterró, pero duró bien poco el destierro, porque el monarca hereje cayó muerto, herido por un rayo, y Teodosio volvió de su destierro, glorioso y triunfante. Muchas fueron las obras admirables que hizo este varón de Dios en su larga vida; muchas veces mul-¡-iiplicó el pan, anunció el terremoto que asoló la ciudad de Antioquía, y lleno de méritos y virtudes, descansó en la paz del Señor a la edad de ciento cinco años. Honraron su cadáver el patriarca de Jerusalén con otros obispos y multitud de monjes, clérigos y seglares.
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Reflexión: Enseñaba el santo a sus discípulos por primer principio de la vida religiosa, que tuviesen siempre la memoria de la muerte presente, y para esto mandó hacer una sepultura para que su vista les acordase que habían de morir. Aprende tú esta útilísima lección, visitando algunas veces la morada de los difuntos. Allí verás en qué paran todas las cosas del mundo, y entenderás cuan necios son, los que pasan en vanidades y locuras el breve tiempo de la vida mortal ; y cuan sabios, los que lo emplean en servir a Dios, y alcanzar la vida eterna. Bien miradas todas las cosas, todo el negocio del hombre se reduce a morir santamente. Mas para ello, haz aquello que quisieras haber hecho cuando mueras.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos re comiende la intercesión del bienaventurado .Teodosio, abad, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos lograr por nuestros méritcs. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen.
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San Nazario, confesor. — 12 de enero. (t 580 ?)
El bienaventurado san Nazario fué español de nacionalidad. Siendo de edad competente, como echase de ver el engaño del mundo, determinó dejarlo; y en efecto lo hizo, tomando el hábito religioso de ^san Benito en el monasterio de San Miguel de Cuxán, que estaba en el antiguo obispado de Elna, que ahora es el de Per-piñán. Hecho monje, se entregó al estudio de la perfección de tal manera, que siendo aún novicio, comenzó a resplandecer con clarísimos rayos de todas las vir tudes. Era el primero en el coro, en su oración y contemplación derramaba dulces lágrimas y era visitado del Señor con soberanos regalos y consuelos; afligía su cuerpo con ásperas disciplinas y continuos ayunos, y vivía como ángel revestido de carne humana. Pero una de las virtudes en que más se señaló fué su grande caridad con los pobres de Cristo. Porque teniendo en el monasterio el cargo de hospedar y alimentar a los que se llegaban a sus puertas, se mostraba con ellos tan misericordioso y liberal, que no pocas veces se quitaba de su necesario sustento para darles de comer. Curaba a los enfermos, vestía a los desnudos, consolaba a los tristes, y con blandas y persuasivas exhortaciones les administraba al mismo tiempo el sustento del alma, despertando los pecadores a penitencia y encendiendo a todos más y más y en el t e mor y amor santo de Dios. Creció la fama de su santidad y derramóse por todos los pueblos de Cataluña cuando <ú Señor comenzó a obrar por él grandes milagros. Fué uno de ellos, que habiéndose
prendido fuego en el monasterio con tanta vehemencia, que amenazaba devorarlo, el santo apa-
1 gó aquel incendio, con sólo echar 1 en medio de las llamas su hábi-! to religioso, el cual se halló des-I pues, con grande asombro de to-¡ dos, entero y sin la menor le
sión del fuego. Hizo este gran I siervo de Dios vida santísima en
. [ aquel convento; y aunque llegó a la cumbre de la perfección, t e níase en ninguna estima a sus propios ojos, y como el último de sus hermanos, sirviéndoles en los oficios más bajos y humildes. Finalmente, lleno de méritos y virtudes, quiso morir tendido en
el suelo ^con profundísima humildad, y así entregó su bendita alma al Señor en este día 12 de enero, en el cual se celebra su festividad en dicho monasterio, aonde se conserva su cadáver sagrado con grande veneración.
Reflexión: ¡Qué maravilloso es Dios en sus santos! grandes prodigios hace por ellos, cuando son grandes sus virtudes; y entonces se levantan a tal altura de perfección, aue uno sólo de ellos, aunque desconocido y retirado, como san Nazario, en el claustro de un monasterio, vale más delante de Dios, que todo el resto de los hombres. No sabes tú lo que el Señor exige de t i ; porque a unos pide más, a otros pide menos, conforme a la medida de su divina gracia; pero no le niegues al menos lo poco que entiendes que te pide; ni sosiegues hasta que tu p ropia conciencia te diga que ya haces lo que debes, que ya estás en paz y en gracia con Dios nuestro Señor, y que confiando en su bondad infinita, ya no temes la muerte, ni el rigor del juicio, n i las penas del infierno, reservadas a los pecadores impenitentes, y a los cristianos de sólo nombre, a quienes la fe servirá solamente de mayor condenación.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la fiesta de tu confesor el bienaventurado san Nazario; concédenos por tu bondad la gracia de imitar en la tierra las virtuosas acciones de aquel santo cuyo nacimiento en el cielo celebramos. Por Jesucristo, ' nuestro Señor. Amén.
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San Félix, presbítero. — 13 de enero. ( t 270 ?)
Nació san Félix en Ñola de Campania, y perdió sus padres siendo de poca edad. Viéndose huérfano, dio la mayor parte de su patrimonio a los pobres, y se aplicó al servicio de la Iglesia, en la cual tuvo el grado de lector y exorcista con tanta virtud y espíritu, que echaba los demonios de los cuerpos que atormentaban y poseían. Había ya subido al grado del sacerdocio, cuando se levantó una horrible persecución contra la Iglesia, y viniendo a Ñola los ministros del emperador, buscaron al anciano y santo obispo de la ciudad, llamado Máximo, el cual por el amor de sus ovejas se había retirado a los riscos de los montes, encomendando a Félix su rebaño. Prendieron, pues, a san Félix, y cargado de cadenas, le echaron en una cárcel muy obscura, l lena de pedazos de tejas para que no pudiese dormir ni reposar. Entretanto el anciano obispo se consumía en la soledad, acordándose de su grey y padeciendo los extremos rigores del hambre y del frío. Mas presto consoló el Señor a los dos: porque un ángel desató a san Félix de sus prisiones y le abrió las puertas de la cárcel y le acompañó al monte donde .estaba el santo obispo. Hallóle san Félix desfallecido y tendido en el suelo: abrazóle, y haciendo oración por él, vio allí cerca un racimo de uvas, y exprimiéndole en la boca del santo, le volvió en sí. Tomóle después sobre sus hombros, y llevóle secretamente a la ciudad, confiándolo a una santa anciana hasta que cesase aquella persecución. Hallaron un día los ministros del emperador a san Félix en la plaza, sin conocerle; y le preguntaron
. si conocía a Félix presbítero; y él les respondió que de cara no le conocía, como era verdad, pues de cara nadie se conoce: y como los ministros, mejor informados, corriesen tras él, escondióse entre unas paredes viejas, donde el Señor le ocultó, cubriendo repentinamente aquel escondrijo de unas telarañas muy espesas y cerradas. Calmada aquella borrasca, salió de su secreto retraimiento y comenzó de nuevo a exhortar al pueblo a toda virtud. Murió en este tiempo el obispo Máximo consumido por
su larga edad y trabajos que por Cristo había padecido: luego todos pusieron los ojos en san Félix para que fuese su pastor y obispo: más él les persuadió con buenas razones que eligiesen a Quinto, que era un clérigo de santísima vida. Como durante la persecución hubiesen confiscado a nuestro santo todos sus bienes, aconsejáronle que los pidiese por justicia; mas él respondió: «No quiera Dios que yo torne a poseer lo que una vez perdí por Jesucristo»: y así se sustentó de los frutos de una pequeña huerta que cultivaba, hasta que lleno ya de méritos y de virtudes, el día 14 de enero descansó en la paz del Señor, el cual honró su sepulcro con grandes prodigios.
Reflexión: En la vida de este santo hay muchas cosas admirables por las cuales hemos de alabar a Dios, como son: haberle librado de la cárcel por un ángel, como a san Pedro, llegándole al monte donde su obispo estaba pereciendo; haberle proveído del racimo de uvas para su refrigerio; y defendídole con telas de arañas de los que le buscaban para matarle. ¿Quién, pues, desconfiará en sus trabajos, de Dios nuestro Señor? E l cua l , aunque mortifica para darnos ocasión de mérito, también da la vida; y después de haber dejado llegar al hombre a lo más profundo del abismo, le saca, le levanta, le anima, y le da al fin la corona de la gloria.
Oración: Oye, Señor, las súplicas que te hacemos en la fiesta de tu bienaventurado confesor san Félix, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por las oraciones de este santo, que fué de tu agrado. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Hilario, obispo y doctor. — 14 de enero. (t 368.)
Nació este gloriosísimo prelado y defensor de la Iglesia en Poitiers de Francia, de padres muy nobles, pero gentiles. Casáronle a su tiempo con una dama principal, de quien tuvo una hija, que se llamó Abar. Siendo, ya hombre docto y versado en todas letras humanas y filosóficas, se dio a estudiar las sagradas y divinas, y por la lección de ellas, se convirtió a la fe. Desde aquel día vivió con tanta honestidad y virtud, que fallecido el obispo de Poitiers, fué escogido Hilario para aquella cátedra con aplauso de todo el pueblo. Arreciaba a la sazón por todas partes la tormenta de la herejía arriana, y san Hilario dio a entender al mundo que no hay poder contra Dios, ni fuerzas contra la verdad. Cuando Saturnino, obispo de Arles y principal caudillo de los herejes, celebró su concillábalo en el Languedoc, no quiso acudir el santo, sino que escribió una sapientísima declaración de su fe, y la envió a aquella asamblea de Satanás. En leyéndola los herejes, procuraron con el emperador Constancio, que era también arriano, que desterrase a Hilario a Frigia, provincia del Asia. Cuatro años estuvo en su duro destierro, hasta que por una orden general del emperador, fué llamado al concilio que se reunió en Seleucia de Isauria. Allí trató el santo doctor, de los más altos y dificultosos misterios de la fe, con grande gozo de los católicos y grande inquietud y vergüenza de los herejes. Terminado el concilio fué a Constantinopla para dar razón de todo al emperador, y le
pidió que le permitiese disputar en su presencia con los herejes; mas éstos se lo estorbaron, persuadiendo con grande astucia al monarca, que le mandase volver a su Iglesia. Volvióse el santo con lágrimas a Poitiers, pero no se puede creer la alegría y re gocijo con que fué recibido en su patria por todos los católicos, mirándole como vencedor que venía de la guerra y de pelear en el destierro las batallas del Señor. La iglesia de Poitiers gozaba de su santo prelado; las ovejas, de su pastor; los huér
fanos, tenían en -él su padre; las viudas, consuelo; los pobres, remedio; los ignorantes, maestro; los sacerdotes, ejemplo, y todos un dechado perfectísimo de toda virtud. Muchos fueron los pecadores que redujo a penitencia, muchos los herejes que convirtió con su santa palabra, autorizada con singulares prodigios, y no menos ilustró a la Iglesia universal con ios doctísimos libros que escribió, por espacio de muchos años que gobernó aquella vasta diócesis, hasta que en el día 13 de enero recibió el galardón eterno de la gloria.
Reflexión: Decía este gran campeón de la fe, en un libro que escribió al emperador Constancio: «Tierti'po es ya de hablar, pues pasó el tiempo de callar. Aguardemos a Cristo, pues es venido el Anticristo: den voces los pastores, porque los mercenarios han huido. Pongamos las almas por nuestras ovejas, porque los ladrones han entrado y el león hambriento las rodea: salgamos con estas voces al martirio». Con este valor hablaba el santo obispo al emoerador arriano: y con esta entereza debemos también nosotros pelear con los enemigos de Cristo. Recordemos las palabras del Señor, que dijo: «Al que me confesare delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre Celestial; mas al que me negare delante de los hombres, yo le negaré delante de mi Padre, que está en los cielos», (MATTH. X, 32).
Oración: ¡Oh Dios! que diste a tu pueblo el bienaventurado Hilario como ministro de la eterna salud, rogárnoste nos concedas, tener por intercesor en los cielos, al que tuvimos por doctor en la fie-ira. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Pablo, primer ermitaño. — 15 de enero. ( t 342.)
El gloriosísimo san Pablo, pr i mer ermitaño y modelo de la vida solitaria y contemplativa, nació en la Baja Tebaida, de padres muy ricos. Quedó huérfano a los quince años, y bien enseñado en las letras griegas y egipcias; y como a la sazón Decio y Valeriano persiguiesen a la Iglesia en aquellas partes de Egipto, él se
. retiró a una casa de campo, en la cual se halló menos seguro, porque su cuñado, por codicia ds su hacienda, quería venderle a sus enemigos. Determinó, pues, huir al desierto, y halló en la falda de un monte una cueva espaciosa, y junto a ella una grande palma y una fuente de clara y limpia agua. Allí vivió como ángel en carne humana, muy regalado del Señor, vistiéndose de las hojas de la palma y comiendo de su fruta y bebiendo el agua de la fuente. Un hombre sólo vio en el espacio de noventa años; éste fué el gran padre de los monjes san Antonio abad, el cual por divina inspiración fué a visitarle. Abrazáronse los dos santos con gran ternura, saludándose por sus nombres, como si se hubieran mucho antes conocido; y mientras estaban platicando, vino un cuervo, y puso delante de ellos un pan. San Pablo dijo a san Antonio: ¡Bendito sea Dios! sabed, hermano, que ha sesenta años que e¡ste cuervo me trae medio pan, y ahora que vos habéis venido, el Señor nos envía ración doblada. A la mañana siguiente, le comunicó la noticia que tenía de su cercana muerte, y le rogó que le trajese el manto de Atana-sio, que sabía tenía guardado, y que envolviese con él su cuerpo. Fuese, pues, Antonio con este recado a su monasterio, y viéndole sus discípulos que le salieron a recibir, le dijeron: «¿En dónde habéis estado, padre?». Respondió: «He visto a Elias, he visto a Juan Bautista en el desierto y a Pablo en el paraíso»; y estando ya de vuelta, vio entre los coros de los ángeles, entre los profetas y apóstoles, el alma de san Pablo que subía a los cielos; y así que llegó a la cueva halló el cadáver del santo, hincadas" las ro dillas, la cerviz y las manos levantadas, como cuando hacía oración. Besóle muchas veces, y rególe con sus lágrimas, y queriéndole enterrar y no sabiendo có
mo abrirle sepultura, salieron de repente de lo más secreto del yermo dos leones, los cuales comenzaron con las manos a cavar la tierra y hacer la sepultura. Terminada su obra, se acercan a Antonio, bajando la cabeza y lamiéndole los pies; y entendiendo el santo que le pedían su bendición, se la dio y les hizo señas que se fuesen. Entonces vistió el sagrado cadáver con el manto de san Ata-nasio, y habiéndolo cubierto de tierra, llevóse aquella túnica que estaba tejida de hojas de palma, y con este tesoro se íué a su monasterio. En testimonio de lo que apreciaba aquella presea, los días de Pascua de Resurrección y del Espíritu Santo, se la vestía por fiesta y regocijo.
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Reflexión: San Jerónimo, que escribió la vida de este santo, la termina con esta reflexión: «Quiero preguntar a los que son tan ricos que no saben lo que tienen, a los que edifican grandes palacios y en una sarta de piedras preciosas traen grandes tesoros, que me digan: ; qué faltó jamás a este santo y desnudo? Yo rue_ go al que esto leyere, que se acuerde de Jerónimo pecador, a quien si Dios le diese a escoger, más querría la túnica de Pablo con sus merecimientos, que la púr pura de los reyes con sus penas».
Oroción: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras con la fiesta de tu confesor el bienaventurado Pablo, concédenos por tu bondad que imitemos en la tierra las acciones de aquél, cuyo nacimiento para el cielo celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Fulgencio, Obispo, confesor y doctor. — 16 de enero. (t 630)
El glorioso prelado y sagrado doctor español san Fulgencio, nació en Cartagena, y tuvo por padre al ilustre capitán del ejército de aquella provincia, y por hermanos a los santos Leandro, Isidoro y Florentina. Instruyóse desde su mocedad en las lenguas griega, hebrea, siriaca, itálica y latina, y salió tan aventajado en las Letras sagradas, que alcanzó entre los españoles el grado de doctor. Defendió con tanta erudición y elocuencia la divinidad de J e sucristo, que muchas veces dejó a los herejes arrianos avergonzados y corridos. Por esta causa fué desterrado de Sevilla por orden del rey, y padeció gravísimos trabajos de hambre y sed encerrado en un calabozo de Cartagena, donde ni aun se le permitía mudarse la ropa que llevaba puesta. Desde la cárcel animaba con sus cartas a los católicos, para que defendiesen aun a costa de su sangre si fuese menester, la verdad infalible del artículo re velado en las Santas Escrituras, y exhortaba a su sobrino Hermenegildo a morir por la fe, antes que abrazar la herejía del rey Leovigildo, su padre, que le amenazaba con la muerte; diciéndole que por ningún respeto de hijo había de rendirse a la voluntad de su padre hereje, con tan grande detrimento de la honra de Dios, y atormentándole ya con gritos, alaridos y tanta ruina de la religión católica y estrago de toda la nación. Murió mártir el hijo; y el padre, viéndose acosado de terribles dolores, se movió a penitencia, aunque no lo suficiente para la salvación, mandando a Recaredo, que oyese como a padre y obedeciese a Leandro y
Fulgencio, que resplandecían como antorchas de la Iglesia de España. Sosegada la persecución por muerte de Leovigildo, autor de tempestad tan deshecha, mudaron de semblante las cosas de España, cuando recibió el gobierno del reino Recaredo, el cual dio orden de que fuesen luego restituidos a sus iglesias los obispos y celosos varones católicos desterrados de ellas por su padre; con cuyo motivo volvió a Sevilla san Fulgencio con grande júbilo de toda la ciudad, que le recibió como ínclito defen_ sor de la fe de Cristo. Abjurando después Recaredo el error
arriano en el concilio de Toledo, toda la nación se convirtió a la verdadera fe. Gobernó san Fulgencio con admirable solicitud las iglesias de Sevilla, Ecija y Cartagena; escribió muchos libros llenos de celestial sabiduría y de aquella gracia que derrama el Espíritu Santo sobre los doctores de la Iglesia; y lleno de méritos y virtudes, y asistido en su último trance por san Braulio, obispo de Zaragoza, y Laureano, obispo gaditano, entregó su aí-ma preciosa al Señor. Las diócesis de Cartagena y Plasencia le veneran como a su patrono; sus reliquias se conservan en la catedral de Murcia, y en el Escorial.
Reflexión: La conversión de España a la verdadera fe, redunda en mucha gloria de los santos hermanos Leandro y Fulgencio, clarísimas lumbreras de la Iglesia española. Y pues la doctrina de los sagrados doctores es la de los santos apóstoles, y la doctrina de los apóstoles es la de nuestro Señor Jesucristo,. Dios y hombre verdadero, conservémosla en toda su entereza. Esta es la única doctrina autorizada, . verdadera, celestial y divina. Las doctrinas anticatólicas son puras cavilaciones de hombres falibles, veleidosos, apóstatas, impíos, deshonestos y soberbios. ¡Grande imprudencia y extremada locura es, el hacer algún caso de lo que éstos enseñan, tratándose del negocio de toda nuestra eternidad!
Oración: Oh Dios que escogiste para tu pueblo como ministro de la eterna salud al bienaventurado Fulgencio, rogárnoste nos concedas, que tengamos por intercesor en los cielos, a l que tuvimos en la tierra por doctor y maestro de nuestra-vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Antonio, abad. -(t 356)
El admirable patriarca de los monjes, san Antonio, nació en Como de Egipto, de nobilísimos y cristianísimos padres, los cuales murieron siendo él de edad de diez y siete años. Entrando pues un día en la iglesia, al tiempo que se leía aquel Evangelio en que el Señor decía a un mancebo: «Si quieres ser perfecto, vé y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, que así hallarás gran tesoro en los cielos», Antonio tomó tan de veras aquellas palabras, como si para él sólo las hubiera dicho Cristo nuestro Señor, y volviendo a casa dio a su hermana.la parte de la hacienda que le cabía y repartió todo lo demás a los pobres. Había ya en el desierto algunos solitarios, y entre ellos uno a quien el santo se propuso imitar; aunque como abeja solícita también iba a visitar a los otros monjes, para tomar de todos, como de flores, con que labrar la miel de su devoción; y sacar en sí un perfectísi-mo retrato de las virtudes que veía en los otros. Pero el demonio, temiendo tan gloriosos principios, le asaltó con todas sus fuerzas, tentándole reciamente para que dejase la soledad, acometiéndole con la llama de los apetitos libidinosos, apa-reciéndole en figura de una doncella sobremanera hermosa y lasciva, y atormentándole, ya con gritos, alaridos y horribles visiones de monstruos infernales, ya con azotes y otros suplicios, hasta dejarle como muerto. Triunfó el santo de todo el poder del infierno, y aún acrecentó sus austeridades, encerrándose en la cueva de un castillo desamparado, donde moró por espacio de veinte años, hasta que, vi niendo a él muchos hombres tocados de Dios, que querían vivir debajo de su santa instrucción, salió de su encerramiento y comenzó a fundar muchos monasterios, los cuales fueron tantos, que aquellos desiertos parecían ciudades populosas, habitadas por ciudadanos del cielo. Sabiendo entonces que muchos cristianos eran presos en la persecución de Maximiliano y llevados a Alejandría, encendióse en gran deseo del martirio; servíales en las cárceles, acompañábales a los tr ibunales, animábales en los tormentos, muriendo porque no moría por Cristo. Mas no quiso el Señor que se acabase con el filo de la espada la vida del que era padre y
17 de enero.
maestro de innumerables monjes. No se puede fácilmente creer la grandeza de los milagros que obró el Señor por este su siervo fidelísimo, ni la muchedumbre de enfermos que prodigiosamente sanó. Finalmente, habiendo vivido ciento cinco años, y llenado el mundo con la fragancia de su santidad y de sus milagros y victorias, mandó a solas a dos discípulos suyos que en muriendo, le sepultasen, sin que ninguno supiese el lugar donde estaba enterrado, y despidiéndose luego tiernamente de todos, extendió los pies, y miró con alegría la muerte, como quien veía los coros de los ángeles que venían por su alma para llevarla al cielo.
Reflexión: San Juan Crisóstomo decía; «Si alguno ahora viniere a los desiertos de Egipto, hallará que están más amenos y deleitosos que el paraíso, y verá innumerables compañías de ángeles en figura humana, y ejércitos de mártires y coros de vírgenes, y la tiranía del demonio derribada y el reino de Cristo resplandeciente». ¡Oh, qué bien estaría la sociedad si se gobernase por las leyes del Evangelio! Fuerza tiene hasta para formar ciudades de santos, ¿cuánto más, para hacer a los ciudadanos, medianamente virtuosos? Desengañémonos; al paso que la sociedad se acerca a Dios, se va tornando en paraíso; y al paso que se aleja de p íos , se convierte en infierno. Y lo mismo pasa en la familia.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos recomiende a ti la intercesión del bienaventurado Antonio, abad, para lograr por su intercesión lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Amén.
23
La Cátedra de San Pedro en Roma. — 18 de enero. (Año 48 de Cristo.)
La fiesta de la Cátedra de san Pedro en Roma, la instituyó la santa Iglesia para celebrar aquel dichoso día en que e lT r ín -cipe de los apóstoles, después de haber tenido siete años la Cátedra apostólica en Antioquía, la colocó en aquella ciudad, que era señora y cabeza del mundo, para que estando en ella el Vicario de Cristo, más fácilmente abrazase y gobernase todas las provincias del orbe cristiano. También nos recuerda hoy la Iglesia aquel singular beneficio que Cristo nuestro Señor hizo a san Pedro y en él a todo el mundo, cuando alumbrado no de la carne y la sangre, sino con la luz del Padre eterno, reconoció y testificó por Hijo co-eterno suyo a Jesucristo, y el Señor, en pago de esta confesión, le hizo Piedra fundamental de su Iglesia, y le dio las llaves del reino de los cielos. Por esta tan grande potestad fué constituido san Pedro pastor universal del rebaño de Cristo, y el primero de toda la serie de soberanos pontífices que por legítima sucesión habían de gobernar la Iglesia, la cual, conforme a la promesa del Señor, ha de durar hasta el fin de los siglos. Entró san Pedro en Roma hacia el año 48 del Señor, y en el segundo del emperador Nerón, que fué el mayor monstruo de crueldad que había de perseguir a la Iglesia todavía naciente. Si consideras a san Pedro pobremente vestido, descalzos los pies, una alforja al hombro, y un báculo en la mano, encaminándose a Roma con intención de asentar en aquella capital de los cesares el trono de su monarquía espiritual, no podrás menos de decir: estas son cosas de Dios; si fueran emnresas humans1; no tuvieran ningún resultado. Pero el Señor
es quien guiaba a Roma los pasos del pobre pescador de Galilea, desprovisto de todo humano recurso; y Dios es quien estableció allí la Cátedra de su Vicario en la tierra, y quien la ha conservado por espacio de diez y nueve siglos, y la conservará hasta el fin del mundo. Esta es la Cátedra de la verdad que Jesu-
% cristo dejó establecida perpetuamente sobre la tierra para conservar sin alteración la doctrina de su santo Evangelio, y enseñar a todos los hombres lo que han de saber y obrar para salvarse. Esta es la piedra fundamental de la Iglesia de Cristo, en
la cual se han estrellado innumerables y poderosos enemigos, que jamás han cesado en su diabólico empeño de derribarla, y contra la cual, conforme a la promesa del Señor, no prevalecerá todo el poder del infierno. En esta Cátedra gobernó san P e dro a la cristiandad por espacio de veinticinco años, y hasta ahora se guarda en Roma la pobre silla de madera en_que se dice que se sentaba el glorioso Principe de los apóstoles, y por ella ha obrado el Señor muchos prodigios.
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Reflexión: Habiendo dicho Jesucristo a san Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre ti edificaré mi Iglesia», han de saber todos los fieles que quieren estar incorporados en este edificio espiritual, que han de estar unidos con esta primera piedra, y con la fe y doctrina de la Iglesia romana, que los sucesores de san Pedro enseñan; y que así como el miembro para tener vida ha de estar unido con su cabeza y el ramo con su raíz y el río con su fuente; así cualquier fiel y católico cristiano ha de estar unido con la Cátedra de san Pedro y de sus sucesores, que después de Cristo son cabezas de todo el cuerpo de la Iglesia, fuera de la cual no se halla la vida, espíritu y la gracia con que se sustenta.
Oración: ¡Oh Dios! que concediste a tu apóstol el bienaventurado san Pedro la autoridad pontificia de atar y desatar, dándole las llaves del reino de los cielos, concédenos por su intercesión que nos veamos libres de las ataduras y cadenas de nuestros pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
24 v
San Canuto, rey de Dinamarca, mártir. — 19 de enero. ( t 1087)
San Canuto, cuarto de este nombre, nació para rey y para santo, pues el Señor le dotó de prendas reales y grandes vir tudes. Cuando apenas tenía fuerzas para subir a caballo, mostró capacidad para mandar un ejército. Limpió el mar de piratas, sujetó la provincia de Sembia, y más tarde las naciones incultas y feroces del norte de Dinamarca, y las provincias de Curlandia, de Samogitia y de Estonia. Eñ todas sus expediciones militares siempre salió vencedor, nunca vencido; pareciendo a todos que en él había resucitado Canuto el Grande. No teniendo ya enemigos que domar, se consagró a la nobilísima empresa de labrar la felicidad de sus vasallos. Dio prudentísimas leyes enderezadas a la reformación de las costumbres, eligió varones de reconocido mérito para el gobierno y la magistratura, reedificó muchas iglesias, fundó nuevos monasterios y hospitales, y no pocas veces agotó sus tesoros en beneficio de los pobres. A la iglesia de Roschlit dio su corona real que era de mucho precio, diciendo que mejor empleada estaba en servicio ole la Majestad de Dios, que para ornamento de su persona. Pasaba horas enteras en oración, bañados los ojos de dulces lágrimas, delante del Santísimo Sacramento; y tenía una muy tierna devoción a la Virgen Santísima, queriendo que sus fiestas se hiciesen con gran solemnidad. Teniendo ya ordenadas todas las cosas del reino, los enemigos de la Religión y de la Justicia, llevados de la ambición de reinar, t ramaron contra él una sacrilega conjuración, y cercando el templo donde el santo monarca estaba oyendo misa, le asaetaron y traspasaron con una lanza. En sintiéndose herido de muerte, hincadas las rodillas, se ofreció al Señor como inocente víctima, y dijo; Yo os ofrezco, Dios mío,, este poco de vida que me resta. Muero, Señor, por defender vuestra Iglesia santa; dignaos recibir agradablemente mi pobre sacrificio, y haced que algún día se arrepientan mis enemigos de su pecado, para que vos se lo perdonéis, así como yo les perdono de todo corazón la muerte que me dan.. Mientras pronunciaba estas últimas palabras, cayó su cuerpo en tierra, y voló su espíritu al reino celestial, donde añadió
a la corona de santo rey la de mártir glorioso de Jesucristo. Al punto manifestó Dios la santidad de su fiel siervo con multitud de milagros. En aquel mismo año fué castigada Dinamarca con una extraordinaria enfermedad, para la cual no se descubría otro remedio que la invocación del santa rey. Finalmente, movido el Papa Clemente X de los muchos prodigios que obraba Dios cada día por san Canuto, ordenó que se celebrase el oficio de este santo en toda la Iglesia universal.
Reflexión: Mientras imperó el santo rey Canuto en Dinamarca, había en el reino virtud, paz, justicia y prosperidad verdadera; sólo estaban descontentos los ambiciosos; mas después del sacrilego regicidio, vino el azote de Dios sobre aquella nación, y al general desconcierto de todas las cosas se juntó el hambre, que duró muchos años, y fué tal, que hasta los grandes y el mismo rey se despojaban de sus posesiones para comprar a excesivos precios el sustento necesario. ¡Recio castigo el de un reino que cae en las manos de hombres codiciosos, y en las de Dios irritado! Roguemos por nuestra pobre patria, para que convirtiéndose al Señor, vuelva a su antigua cristiandad y gloria.
Oración: ¡Oh Dios! que para ilustrar a tu Iglesia te dignaste honrar con la palma del martirio y con gloriosos milagros al bienaventurado Canuto, rey; concédenos por tu bondad que así como él fué imitador de la Pasión de Jesucristo, así nosotros, imitando al santo, merezcamos llegar a la felicidad de que goza en los cielos. Por Jesucristo, m. w-fro Señor. Amén.
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San Sebastián, mártir, — 20 de enero. (f 288)
i En este día dio la vida por amor de J e
sucristo el ínclito mártir san Sebastián, favorito del emperador Diocleciano, y capitán de su guardia imperial. Ya hacía tiempo que empleaba la autoridad que t e nía en la corte, en favorecer a los cristianos, de que estaban llenas las cárceles; despreciando mil veces la vida, a trueque de servirles.
Convirtió a la fe a Nicostrato, oficial del juez Cromacio; a Claudio, alcaide de la cárcel, a sesenta y cuatro presos gentiles, a otro Cromacio, vicario del prefecto, a toda su familia y esclavos, que en número de cuatrocientos recibieron el bautismo y fueron puestos en libertad. Al fin delatáronle al emperador, el cual sintió mucho que el mismo capitán de su guardia fuese cristiano, e introdujese la religión cristiana en la corte y en el palacio, y mandó que sin forma alguna de proceso fuese luego asaetado por sus soldados. Ejecutóse la cruel sentencia; y como le dejasen ya por muerto atado a un tronco, por la noche fué a buscar el santo cuerpo Irene, viuda- del mártir Cástulo, oficial del emperador, y hallándole vivo todavía, le hizo llevar con mucho secreto a su casa, donde le curó las heridas de las saetas. Recobrada la salud, persuadíanle que se retirase, pero él, con un valor sin ejemplo, se presentó al emperador, el cual con grande asombro, le juzgó por resucitado. Abogó, pues, Sebastián delante de él por la causa de los cristianos, ofreciendo de nuevo la vida en defensa de la fe, mas como Diocleciano era monstruo sin entrañas, embravecióse como león sanguinario, y ordenó que llevasen al circo al fortísi-mo mártir, y que allí fuese públicamente
apaleado hasta que expirase. Así terminó la vida el cristiano y heroico capitán, a quien el santo Papa Cayo había dicho después del bautismo: Quédate en buena hora, hijo mío, en el palacio y en traje de oficial del emperador, sé glorioso defensor de la Iglesia de Jesucristo. Tomaron los sayones el cadáver del santo mártir y le arrojaron de noche en un albañal, donde solía arrojar las inmundicias de la ciudad, para que los cristianos no supiesen donde estaba, ni le honrasen como a mártir, ni él hiciese milagros, y con la ocasión de ellos se convirtiesen los gentiles a la fe.
Pero el Señor ordenó las cosas de otra manera: Porque el mismo san Sebastián apareció en sueños a una santa matrona, llamada Lucina, y le reveló dónde estaba su cuerpo, y cómo había quedado pendiente de un gancho de un madero, y no había caído en aquel lugar hediondo e infame; y le mandó que le enterrase en las catacumbas a la entrada de la cueva y a los pies de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Todo lo cual ejecutó la religiosa señora puntualmente, y con gran devoción.
Reflexión: Cuando leemos estas proezas de los fortísimos mártires, se nos vienen las lágrimas a los ojos para llorar la ingratitud con que muchos cristianos de nuestros días reciben el soberano beneficio de la fe. Tenemos el mismo bautismo, el mismo Evangelio, el mismo Cristo: ellos ponían en su, defensa sus haciendas y vidas, nosotros no estamos dispuestos a morir por Cristo ni por la vida eterna, antes desacreditamos con nuestras malas costumbres la santidad y divinidad de nuest ra Religión. Reconozcamos nuestra malicia y hagamos penitencia de nuestros ~t >. cados para que en el día del juicio no ¿ levanten contra nosotros aquellos márt i res cubiertos de gloriosas heridas _para condenar nuestra torpísima y detestable indiferencia.
Oración: Atiende, oh Dios todopoderoso, a nuestra debilidad, y pues nos oprime el peso de nuestros pecados, alivíanos de él, por la intercesión del bienaventurado mártir san Sebastián. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Ú
Santa Inés, virgen y mártir.— 21 de enero. ( t 304)
Nació esta gloriosísima niña y fortísima mártir de Cristo de pa dres cristianos, ricos y nobles. Catorce años tenía, y ponderaban su extraordinaria hermosura hasta en la corte imperial. Enamorado de ella el hijo del gobernador de Roma, llamado
-Procopio, envió a la doncella un riquísimo presente, y usó de todo linaje de halagos, promesas y amenazas para alcanzarla por esposa. Respondió ella que quería ser leal a otro Esposo mucho más noble, el cual sólo le pedía por dote la virginidad. Por donde entendiendo el gobernador que Inés era cristiana, le concedió veinticuatro horas de tiempo para escoger una de dos cosas: ó dar la mSno a su hijo, y ser una de las primeras damas romanas, o resignarse a morir en los más afrentosos y dolorosos suplicios. «No es menester tanto tiempo; —• respondió Inés — lo que me está mejor es morir, y coronar mi virginidad con la gloria del martirio». «Irás, pues, al lugar infame — replicó el prefecto — y morirás sin ser virgen». «Esas son las infamias que os inspiran vuestros dioses, — repuso la n i ña — pero no las temo, porque hay quien me librará de ellas». Cargáronla, pues, de cadenas, y lleváronla como arrastrando al templo de los ídolos, y allí le movieron por fuerza la mano para que ofreciese incienso a los dioses, y ella al levantar la diestra hizo la señal de la cruz, por lo cual de allí fué conducida al lugar de infamia: más un resplandor celestial atajó los pasos de los mozos deshonestos que se le llegaron, y el hijo del prefecto, que osó entrar en aquel sitio, cayó repentinamente muerto. Consternado el padre de este joven, rogó a Inés •que, si podía, le resucitase; y la niña oró y el mancebo resucitó, confesando delante de todos que Jesucristo era Dios. Al yer estos prodigios, los sacerdotes de los ídolos conmovieron al pueblo contra la aliña cristiana, diciendo que era una gran hechicera y sacrilega, por lo cual el te niente del gobernador dio sentencia de «que fuese quemada. Encendióse la hoguera y con asombro de todos apareció la niña sin lesión en medio del fuego. Entonces, temiéndose una sedición del pueblo, mandó el presidente que allí mis
mo fuese degollada; y atravesándole él pecho un verdugo, voió el alma de Inés a su celestial Esposo. Pusieron su santo cuerpo en una heredad de sus padres, fuera de la puerta Nomentana, que ahora se llama de Santa Inés, donde muchos cristianos, concurrían a hacerle reverencia; entre ellos fué Emerenciana, virgen santísima, compañera y hermana de leche de santa Inés y reprendió en aquel lugar a los gentiles de su impiedad. Era catecúmena, y fué bautizada allí con su propia sangre. Su cuerpo fué sepultado junto con el de santa Inés.
Reflexión: San Máximo, en un sermón que hizo de santa Inés, exclamaba: «¡Oh virgen gloriosísima! ¡qué ejemplo de vuestra amor habéis dejado a las vírgenes, para que os imiten! ¡Oh, cómo íes enseñasteis a responder, despreciando la riqueza del siglo, desechando los deleites del mundo, amando solamente la hermosura de Cristo! Allegaos, doncellas, y en los tiernos años de la niñez, aprended a amar a Cristo con vivas llamas de amor. Dice Inés qufr quiere ser leal a su Esposo, y que desea a Aquél solo, que no rehusó morir por ella. Aprended, vírgenes, de Inés, que así está abrasada del amor divin^ -^^tiene por nada todos los tesoros y deliciao de la tierra».
Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, que escoges lo más flaco para confundir a lo más fuerte; concédenos por tu clemencia que los que hoy celebramos la fiesta de la bienaventurada virgen y mártir Inés, experimentemos la virtud de su intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Vicente, diácono y mártir. (t 304)
22 de enero.
El ilustrísimo diácono y mártir san Vicente nació en la ciudad de Huesca y crióse en la de Zaragoza del reino de Aragón. Desde niño se inclinó a las obras de piedad y a las letras y finalmente fué ordenado de diácono por san Valerio, obispo de Zaragoza, el cual por ser ya viejo e impedido de la lengua, encomendó a san Vicente el oficio de predicar. Eran emperadores en este tiempo Dio-cleciano y Maximiano, y enviaron a España al presidente Daciano, el cual l legando a Zaragoza hizo grande estrago en la Iglesia de Dios. Prendió a san Valerio y a san Vicente y los mandó llevar a la ciudad de Valencia a pie cruelmente atormentado. Tendiéronle pues sobre el potro y con cuerdas a los pies y a las manos descoyuntáronle los sagrados miembros; rasgáronle después el pecho y las espaldas con uñas aceradas hasta descubrirle los huesos. En todos estos suplicios no dio el santo mártir ni un gemido, ni derramó una lágrima; antes decía a los atormentadores: ¡Qué flacos sois! ¡por más valientes os tenía! Entonces le extendieron en una cama de hierro ardiendo, y abrasáronle los costados con planchas encendidas, poniéndole sal en las llagas; "y como siguiese el valor oso soldado de Cristo haciendo burla de los sayones y de Daciano, viéndose éste vencido, mandó que le echasen de nuevo a la cárcel. Descubrióse en aquella cárcel obscura y tenebrosa una luz venida del cielo; sintióse una fragancia suavísima y bajaron ángeles a visitar al santo mártir. Turbá
ronse los guardas creyendo que san Vicente se había huido: mas él les dijo: No he huido, no:' aquí estoy; aquí estaré; entrad, y gustad parte del consuelo que Dios me ha enviado; que por aquí conoceréis cuan grande es el Rey a quien yo sirvo; y después de haberos enterado de esta verdad, decidle a Daciano de mi parte, que prepare nuevos tormentos, porque yo estoy sano y dispuesto a nuevos martirios. El día siguiente Daciano, viéndole curado de sus heridas. Je mandó acostar en . una cama blanda y regalada, y en ella le mostró el glorioso mártir que aborrecía más las delicias que
las penas, porque en aquel regalo dio su espíritu al Señor. Arrojado el sagrado cadáver a los perros, y a las olas del mar, fué preservado milagrosamente, y ' sepu l tado fuera de los muros de la ciudad en una iglesia que después se dedicó al Señor en honor del mártir.
Reflexión: Cualquiera que imagine, dice san Agustín, que san Vicente padeció con sus propias fuerzas este martirio, se engaña y torpemente yerra, y el que pensara tener ánimo para vencer con su paciencia tales suplicios, es vencido por su soberbia, porque si en esta martirio consideramos la paciencia humana, se nos hace increíble, mas si ponemos los ojos en el poder divino, deja de ser admirable. En aquella horrible carnicería y crueldad de tormentos, no parecía sino que uno era el que padecía, y otro el que hablaba. Y así era: porque Dios armaba al santo mártir de tan divina fortaleza, que los tormentos le parecían regalos, el fuego refrigerk>-_y la muerte vida, peleando a porfía i""*—-bia y el furor de Daciano y el ánimo y fervor del santo mártir: pero antes se cansó Daciano de atormentarle, que Vicente de reírse de sus tormentos.
Oración: Oh Dios omnipotente, que no permitiste que el bienaventurado diácono Vicente fuese atemorizado con amenazas, ni vencido con tormentos, rogárnoste que nos esfuerces para sufrir con invencible constancia las adversidades de este mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Ildefonso, arzobispo de Toledo. (t 669)
23 de enero.
Por muchos años desearon tener hijos los ilustres padres de san Ildefonso, y prometía su madre a María Santísima que, si le daba un varón, con todas sus fuerzas procuraría que fuese su capellán. Cumplió el Señor tan santos deseos, naciendo el santo niño. Criáronle sus padres con todo cuidado, y señaladamente su madre por tenerlo ofrecido a Nuestra Señora. Llegado a la edad competente, le enviaron a san Isidoro, arzobispo de Sevilla, para que en su colegio aprendiese, con otros mancebos de su edad, las letras humanas y di- _ _ _ vinas, principalmente el amor y_ temor de Dios. Pasados doce años, volvió de Sevilla, docto y bien ejercitado en la filosofía y las Letras Sagradas, y abandonando todas las cosas del m u n . . do, retiróse en el monasterio de benedictinos. Mas su padre fué con gente armada para sacarlo del claustro; y no pu-diendo. lograrlo, por haberse ocultado el santo joven entre unas paredes ruinosas, desistió de su mal propósito. Vieron los monjes en Ildefonso un acabado modelo de perfección y sabiduría, y de común acuerdo le eligieron por su abad: mas habiendo fallecido su tío el arzobispo de Toledo, san Eugenio, a propuesta del rey y por aclamación del pueblo fué escogido por sucesor nuestro santo, y por más que lloraba y gemía, no pudo resistir a la voluntad de Dios, y hubo de sentarse en la cátedra arzobispal de Toledo. Aquí, como en más ancho campo, resplandecieron y dieron mayor brifio sus dotes naturales y sus virtudes. Amábanle todos, como a padre; llamábanle Cri-sóstomo y boca de oro por su elocuencia, y doctor de la Iglesia por sus admirables escritos. Convenció en pública disputa a los herejes venidos de la Galia gótica, que ponían mácula en la virginal integridad de Nuestra Señora; y en recompensa de este celo y devoción, mereció que la virgen santa Leocadia en el día de su fiesta a vista de todo el pueblo se levantase de su sepulcro y le dijese: «Ildefonso, por ti vive la gloria de mi Reina». Cortó después el santo con la daga del rey Recesvinto, que estaba presente, una parte del velo que cubría el rostro de la santa virgen. Entrando otro día en sa ca
tedral, aparecióle la Reina de los cielos con grande majestad, y le regaló una preciosa casulla, como a su amado capellán. Finalmente, a los sesenta años de edad,' murió el santo arzobispo con gran sentimiento de toda su grey, y fué sepultado el sagrado cuerpo en el templo de santa Leocadia: después en la invasión de los moros fué llevado por los cristianos a Zamora, donde es tenido en gran veneración.
Reflexión: Aunque san Ildefonso fué admirable en todas sus obras, en lo que más se esmeró, fué en la devoción de Nuestra Señora, que se le había pegado ya en las entrañas de su madre; y así en las muchas y provechosas obras que escribió resplandece su santidad y una ternura y afecto entrañable cuando trata de la sacratísima Virgen María, y entonces parece que extiende las velas de su devoción y se deja llevar con el viento fresco del espíritu del cielo que le guiaba. Imitémosle todos en es*~—tierna y filial devoción a la Madre ¿..'"^ios, porcfue es prenda de etepna vida. Ninguno de los devotos de la Santísima Virgen ha tenido la desgracia de morir en pecado mortal y condenarse. Todos los que han sido fieles devotos de la Virgen están en el cielo.
Oración: Oh Dios, que honraste por medio de la gloriosísima Madre de tu Hijo al bienaventurado Ildefonso tu confesor y pontífice, enviándole un regalo de los tesoros celestiales, concédenos propicio, que por sus ruegos alcancemos los eternos dones. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
29
San Timoteo, obispo y mártir. (f 93 de J. C.)
24 de enero.
Nació este apostólico varón y mártir de Cristo en Licaonia, de padre gentil y de madre judía. Viniendo san Pablo con san Bernabé a Listra, entre otros que se convirtieron a la fe, fué uno Timoteo, cuyos padres hospedaron a los apóstoles en su casa, y les entregaron a su hijo, mozo de buen ingenio y bien inclinado; y el apóstol san Pablo le tomó en su compañía y le tuvo por hijo y discípulo amantísimo, enseñándole aquella doctrina que él había aprendido en el tercer cielo, y llevándole consigo en sus peregrinaciones, como compañero suyo muy amado. Llámale en sus Epístolas, hermano, hijo carísimo en el Señor, ministro de Dios y coadjutor suyo en el Evangelio. Y en a l gunas de ellas, pone la salutación: Paulo y Timoteo, siervos de Jesucristo, como si fueran aquellas Epístolas de ambos y no de sólo san Pablo. Mas aunque san Timoteo fué tal como le pinta el mismo Apóstol de las Gentes, no por eso se descuidaba de sí, antes era más humilde y penitente: y padeciendo mucha flaqueza de estómago y otras enfermedades, bebía agua con tanto rigor, que fué menester que el mismo apóstol le mandase que¡ bebiese un poco de vino, porque así convenía a su salud. Después de haber participado de las fatigas apostólicas de san Pablo en Macedonia, Asia, Grecia, Acaya, Palestina y Roma, fué nombrado obispo de Efeso en lugar de san Juan Evangelista a quien el emperador "Domi-ciano había desterrado a la isla de Pat -mos: mas no vivió san Timoteo muchos años en aquella silla: porque haciendo allí una fiesta los gentiles, en la cual, -enmascarados, usaban de una bárbara
crueldad contra los hombres y mujeres que topaban por las calles, dándoles muchos golpes con unas mazas, y matando a algunos de ellos, pensando que con aquel sacrificio aplacaban a los dioses; el santo obispo les reprendió y procuró apartar de aquella sacrilega locura; y fué tanto lo que se enojaron contra él, que le arrojaron todo lo que les venía a las manos; y asiendo de él con gran crueldad y fiereza, le a r rastraron y le dejaron por muerto. Los cristianos acudieron y le hallaron boqueando, poco después dio su espíritu al Señor. Su cuerpo fué sepultado en
un lugar llamado Pión, con gran sentimiento y devoción de los fieles, hasta que el emperador Constancio, hijo del gran Constantino, trasladó sus reliquias
.a un templo, que edificó en honra de los apóstoles; y el emperador Justiniano le acrecentó, y le hizo más suntuoso y magnífico. San Ignacio en una epístola que escribe a los de Efeso, les dice: -«Vosotros habéis conversado con Pablo y con Juan y con el fidelísimo Timoteo». Y en otra carta, que escribe a los de Filadel-fia, dice «que Timoteo se debía contar entre el número de los santísimos varones, que en virginidad y pureza pasaron su vida». N_
Reflexión: Con sangre selló el Hijo de Dios su Evangelio, con sangre lo sellaron sus santos apóstoles, con sangré lo sellaron sus discípulos, como el glorioso san Timoteo, y con sangre de millones de mártires se propagó sobre toda la tierra. Parece pues imposible que haya cristianos que adoren la cruz sangrienta de Cristo, y al mismo tiempo los ídolos del interés terrenal y del placer sensual, como los gentiles y los moros. No quieras tú gozar antes de tiempo. Mira el santo crucifijo como modelo de los predestinados, y oye al apóstol san Pablo que dice: Si nos crucificamos con Cristo, re i naremos con Cristo en su gloria.
Oración: Oh Dios omnipotente, mira con ojos piadosos nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestros pecados, alivíanos de él, por la gloriosa intercesión de tu bienaventurado mártir Timoteo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La conversión de San Pablo. — 25 de enero. (Año 35 de J. C.)
La maravillosa conversión de san Pablo la hallamos escrita en el sagrado Libro de los Actos de los Apóstoles por estas palabras: «En aquel tiempo, respirando todavía Saulo amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Príncipe de los sacerdotes pidiéndole despachos para las sinagogas de Damasco, a fin de conducir presos a Jé ru-salén cuantos hombres y mujeres hallase profesores de la vida cristiana; pero yendo su camino, sucedió que cerca de Damasco, de repente, le rodeó una luz del cielo, y cayendo en tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo. ¿por qué me persigues? Y él preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor le dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues: dura cosa te es cocear contra el aguijón. Y Saulo, tembloroso y despavorido, volvió a preguntar: ; Qué quieres que yo haga? — Levántate, le dijo el Señor, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que has de hacer. Los ministros que le acompañaban estaban pasmados al oír la voz que le hablaba, sin ver la persona. Levantóse Saulo de la tierra, y aunque abría los ojos, nada veía: de suerte que, asido de la mano le introdujeron en Damasco, donde permaneció tres días sin vista, y sin comer ni beber. Hallábase a la sazón en aquella ciudad cierto discípulo llamado Ananías, a quien el Señor en revelación llamó por su nombre, y respondiendo él: Aquí estoy, Señor; —• Levántate, le dijo, y ve al barrio que llaman Recto y busca en casa de Ju das a Saulo que se llama el Tarsense. — Señor, respondió Ananías; he oído a muchos cuántos males ha causado este hombre a tus santos en Jerusalén, y que tiene facultad de los príncipes de los sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. Mas el Señor le replicó: Ve, porque éste es mi vaso de elección que ha de llevar mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel, y a quien seguramente mostraré cuanto le conviene padecer por mi nombre. Con esto fuese Ananías, entró en la casa donde estaba Saulo, e imponiéndole las manos, le dijo: Hermano Saulo, me ha enviado el Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, a fin de que recobres la vista; y levantándose fué bautizado, des
pués de lo cual comió y quedó confortado. Permaneciendo aún algunos días con los discípulos que había en Damasco, predicaba continuamente en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Maravillábanse todos los que le oían, diciendo: ¿Por ventura no es éste el que perseguía en Jerusalén a los que invocaban el nombre cristiano, y vino aquí para llevarlos presos a los príncipes de los sacerdotes? Pero Saulo predicaba aún con mayor fortaleza, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, afirmando que Jesús era el Cristo y Mesías esperado.» (Act. Apost. Cap. IX). , _ ^
Reflexión: ¿Quién podía ii.;JJIIiar que aquel fariseo sin entrañas que guardaba la ropa de los que apedreaban a san Esteban, aquel bravo alguacil de Caifas que . andaba de casa en casa para prender" a los fieles y cargarles de cadenas, aquel tirano cruel que mandaba azotar bárbaramente en las sinagogas a los cristianos y a fuerza de tormentos había logrado que algunos renegasen; de récente se trocase en discípulo de Cristo, en el más ardiente predicador de Cristo y en el más celoso de los santos apóstoles? Estas son manifiestas obras del muy Alto, para que, como dice el mismo san Pablo, el hombre no se gloríe de nada.
Oración: ¡Oh Dios! que enseñaste^a todo el mundo por medio de la predicación del apóstol san Pablo, concédenos que así como hoy honramos su conversión, así también caminemos hacia Ti, siguiendo^ su ejemplo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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S. Policarpo, obispo de Esmirna y mártir. (t 160)
26 de enero.
El glorioso obispo de la edad apostólica fué discípulo de san Juan evangelista y maestro de san Ireneo, el cual dice de él: «Policarpo no sólo fué enseñado por los apóstoles, y conversó con muchos que habían visto y conocido al Señor, sino que los mismos apóstoles le eligieron por obispo de Esmirna, en Asia. Yo le t raté en el tiempo de mi mocedad, porque murió muy viejo, y tenía ya muchos años cuando pasó de esta vida después de un glorioso e ilustre martirio. Enseñó siempre aquella misma doctrina que había aprendido de los apóstoles, la que enseña la Iglesia, y la que es únicamente doctrina verdadera. En tiempo de Aniceto vino a Roma y reconcilió con la Iglesia de Dics a muchos seguidores de los herejes, publicando que la doctrina que él había aprendido de los apóstoles no era otra sino la que la Iglesia enseñaba.» Hasta aquí san Ireneo (Lib. de haeres.). Fué también muy amigo de san Policarpo, el fervorosísimo mártir san Ignacio, obispo de An-tioquía, el cual, cuando era conducido a Roma, y condenado a las fieras del anfiteatro, tuvo grande consuelo al pasar por Esmirna para dar su último abrazo a Policarpo, a quien escribió todavía dos cartas llenas de celo apostólico.
También fué a Roma san Policarpo, siendo de edad de ochenta años, para consultar con el Papa Aniceto algunos puntos de disciplina eclesiástica, y allí topó con el famoso hereje Mar-ción; y preguntándole éste: ¿Me conoces? Respondióle el varón apostólico: Sí; te conozco; eres el hijo primogénito del diablo. Ochenta y seis años tenía, cuando en la sexta persecución de la Iglesia le prendieron y lleva
ron al anfiteatro de Esmirna. Al entrar en aquel lugar de su mar tirio, oyó una voz del cielo que le decía: ¡Buen ánimo, Policarpo, y persevera firme! Exhortándole luego el procónsul a maldecir a Jesús, respondió el venerable anciano: Ochenta y seis años ha que sirvo a mi Señor Jesucristo, ja más me ha hecho ningún mal, antes, cada día he recibido de él nuevas mercedes; ¿cómo quieres, pues, que le maldiga? Enojóse con esta respuesta el tirano, y clamaron los gentiles cop grandes voces diciendo: ¡Al fuego! ¡al fuego! Entonces hicieron con grande prisa una hoguera, en la
cual arrojaron al santo obispo; mas el fuego no tocó al santo, ni le quemó, antes* estaba a manera de una vela de nave que navega hinchada de próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo, no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en el crisol, y las mismas llamas, para mayor milagro, echabp-*H, de sí un olor suavísimo como de incienso" ' quemado en las brasas. Finalmente, viendo los ministros que no se podía acabar la vida de aquel santo con fuego, determinaron acabarle pasándole el cuerpo con una espada, y en este martirio voló ac|ue-11a alma dichosa al cielo para gozar eternamente de Dios.
Reflexión: Así morían los santos obispos de la primitiva Iglesia y los inmediatos discípulos de los apóstoles. Después de haber enseñado con pa labras y ejemplos la santísima doctrina del Señor, la sellaban con la sangre del martirio, única r e compensa que llevaban de este mundo, pero magnífica prenda de alta gloria por toda la eternidad. ¿Te cuesta algún t rabajo el ser cristiano de veras? Anímate, pues, recordando que mucho más padecieron los maestros de nuestra santa fe, y nunca te olvides de lo que dice san Pablo, a saber: Que todas las penas de esta vida no son nada en comparación con la futura gloria con que Dios recompensa a sus escogidos.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu bienaventurado mártir y pontífice Policarpo, concédenos tu gracia, a fin de que mientras honramos su nacimiento en la gloría, nos holguemos mereciendo en la tierra su protección celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
32
San Juan Crisóstomo, obis., conf. y doctor. — 27 de enero. (t 407)
San Juan, llamado por ' su elocuencia el Crisóstomo, que quiere decir boca de oro, nació de padres* ilustres, en Antioquía. Aprendió las ciencias humanas en Atenas, y la sabiduría divina en el retiro monacal y en el encerramiento de una cueva, donde por espacio de dos años hizo penitencia muy rigurosa. Ordenóse
" de presbítero en Antioquía, y cuando el santo obispo Flaviano imponía las manos sobre él, vióse una blanca paloma, que volando blandamente, vino a posar sobre la cabeza del nuevo sacerdote. Encomendáronle el ministerio de la divina palabra, y fué tan a-sombrosa la virtud de su predicación, que en breve se reformó aquella populosa ciudad. En esto quedó vacante la silla de Constantinopla y todos pusieron los ojos en el Crisóstomo, y entendiendo el emperador Arcadio que el santo había de huir a todo trance de aquella dignidad, mandó al gobernador de Antioquía que se apoderase de él secretamente, y con buena guardia le llevase a Constantinopla. En llegando a aquella capital del imperio, fué recibido triunfalmente y consagrado obispo y patriarca. En pocos días mudó también de semblante aquella corte, y es imposible decir las maravillas que allí obró el incomparable y elocuentísimo prelado, el cual, como si hallase estrecho aquel campo de su celo, recorrió además la Fenicia, y los pueblos de los Escitas y Celtas, exterminando de todo el imperio las herejías de los Eunomianos, Arríanos y Montañistas, y extendiendo su vigilancia pastoral a tod^s las iglesias de Tr,acia, del Asia y del Ponto, que eran veintiocho provincias eclesiásticas. No le faltaron enemigos así en la corte como en el clero; formóse contra él un conciliábulo, que le depuso de su silla patriarcal; mas apenas había tomado el santo el camino de su destierro, cuando un pavoroso terremoto movió a la emperatriz Eudoxia a restablecerle en su silla. Dos meses después, por haber predicado, con apostólica l ibertad, contra unos juegos públicos que eran resabios de la gentilidad, enojóse la emperatriz de manera que determinó de perderle, y le desterró a una miserable población de Armenia, a donde llegó muy enfermo y fatigado por los
despiadados tratamientos que padeció en el viaje. Entonces cayó sobre Constantinopla una tempestad de rayos y piedra que hizo horrorosos estragos. La emperatriz murió de repentina muerte y casi todos los perseguidores del Crisóstomo vieron sobre sí la venganza del cielo. T^yiL^ mente, desterrado a Arabisa, y despaes al desierto de Pitias, conociendo que era llegada su hora postrera, cubrióse con una vestidura blanca para recibir la sagrada Comunión, en la iglesia de san Basilisco, donde entregó al Señor su alma preciosa.
Reflexión: Yendo a su destierro escribió una carta a sus fieles amigos, en la cual les decía estas palabras: «Si estáis encarcelados, encadenados y encerrados por no consentir a la maldad, alegraos y regocijaos y coronaos de fiesta, pues por ello tendréis copioso galardón del Señor; que también nosotros estamos consumidos y hemos pasado innumerables géneros dé muertes, y mayores miserias que los que trabajan en las minas y están detenidos en las cárceles. Llegando a Cesárea he tenido por gran regalo el beber un poCo de agua limpia y comer un pedazo de pan que no fuese duro ni oliese mal».
Oración: Suplicárnoste, Señor, que la gracia celestial dilate cada día más la santa Iglesia, que te dignaste ilustrar,con los gloriosos merecimientos y con la doctrina del bienaventurado Juan Crisóstomo, tu confesor y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Julián, obispo de Cuena. — 28 de enero. (t 1208)
San Julián, obispo y patrón de la Iglesia de Cuenca, nació en Burgos, de honrados y virtuosos padres, y el cielo ilustró su nacimiento con prodigiosas señales de su futura santidad y dignidad; porque mientras le bautizaban, apareció un ángel con la mitra y el báculo pastoral, y dijo: Julián^ha de ser su nombre. Y en efecto, habiendo pasado Julián con la pureza de un ángel del cielo los años de su niñez y de su mocedad, fué elevado al sacerdocio, y a la dignidad de Arcediano de Toledo, y finalmente a la silla episcopal de Cuenca. Celebraba la Misa con tanto fervor y tan dulces lágrimas, que hacía llorar de devoción a cuantos 3 a oían. Predicaba con tan grande unción y gracia la divina palabra, que los oyentes decían: Nunca habló así otro hombre. No tenía en su palacio más que un solo capellán, que fué el santo Lesmes, el cual ha- ' cía los oficios de paje, limosnero, mayordomo y sacretario del santo obispo. En sus correrías apostólicas convirtió a innumerables moros, y corrigió en muchas poblaciones los siniestros resabios que en ellas había dejado la morisma. Todas sus rentas eran para los pobres, y para sustentarse hacía él unas cestillas, que luego le compraban los fieles, y las guardaban como joyas de su santo obispo. Recompensóle el Señor la caridad que usaba con los menesterosos, apareciéndole una vez J e sucristo entre los pobres y honrándole con ei nombre de amigo suyo. Un día halló colmado de trigo el ayolí que estaba vacío, y en otra ocasión vio entrar por la ciudad una recua numerosa cargada de trigo, que sin guía se dirigió al palacio del caritativo prelado. Finalmente, a l o s ochenta años de su edad, entendiendo que
llegaba el fin de sus días, revistióse de sus vestiduras pontificales para recibir los •últimos Sacramentos, pero luego se rodeó de un áspero cilicio, se cubrió de ceniza, y se tendió en el duro suelo, reclinada la cabeza sobre una piedra. Entonces vio a la Virgen Santísima, que coronada de ro sas y acompañada de un coro resplandeciente de santas vírgenes, venía a recibir su alma purísima para llevarla a los cielos. A los 310 años después de su muerte se halló el sagrado cuerpo tan entero como el día que falleció, y las vestiduras pontificales tan nuevas como si acabasen
de labrarse. Estaba vestido de pontifical con mitra de raso blanco labrada de oro, con báculo, cáliz y vinajeras, todo de plata. Tenía al lado un ramo de palma tan verde y fresco como si el mismo día se hubiera cortado, exhalando una suavidad peregrina y admirable. Hízose la translación del santo cadáver con una procesión solemnísima, y Nuestro Señor obró muchos prodigios; pues día hubo de catorce milagros, como consta por jurídica información.
Reflexión: Aprendamos de este varón de misericordia el espíritu de caridad con nuestros hermanos menesterosos. ¿Hay por ventura cosa más recomendada del Señor que la caridad? Si tienes mucha hacienda, da mucho; si tienes poca, da poco. Lo que das a los pobres, lo das a Cristo: lo que gastas en limosnas, lo trasladas al cielo por la manos de los pobres. Da, pues, lo que es de la tierra, para recibir tesoros del cielo: da una moneda, para ganar un reino: lo que das-al pobre, te lo tías a ti mismo. ¡Terrible juicio aguarda fci que malgasta lo aue necesitan los pobres para su sustento, y grande gloría puede esperar el hombre misericordioso y caritativo!
Oración: Suplicárnoste, Señor, que excites en tu pueblo cristiano aquel espíritu cié caridad, de que llenaste a tu confesor y pontífice el bienaventurado Julián, para que caminemos hacia ti, imitando los ejemplos de aquel cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
34 ^
o. francisco de Sales, obisp., conf. y doet.— 29 de enero. ( t 1622)
San Francisco de Sales nació en el castillo de Sales en el ducado de Saboya. Siendo niño, repartía a los pobres lo que le daba para su entretenimiento la condesa, su madre; y llegado a la edad competente, aprendió las letras humanas y divinas en el • colegio que tenían en París los Padres Jesuítas, y tuvo por maestro de teología al sapientísimo Padre Maldonado, y por maestro de las lenguas hebrea y griega al famoso Genebrardo. Comulgaba cada ocho días, ceñíase eí cilicio tres días a la semana; y * siendo prefecto de la Congregación de María Santísima, hizo voto de perpetua virginidad. De París pasó a la universidad de Padua para estudiar Ju risprudencia, y escogió por confesor al insigne Padre Posevino de la Compañía de Jesús. Allí fué donde algunos malignos escolares le llevaron a la casa de una dama ruin, de cuya tentación hubo de librarse el castísimo mancebo tirándole a la cara un tizón que halló a mano. Habiéndose ordenado de sacerdote, le confiaron el ministerio de la palabra, y en su primer sermón convirtió trescientos pecadores. Andaba de aldea en aldea y de choza en choza, padeciendo fríos, lluvias, hielos, insultos y persecuciones de muerte por ganar almas a Cristo. Siempre iba entre lobos aquel cordero mansísimo, pero con su caridad mudó los lobos en corderos. Cuando entró en To-nón no había más que siete católicos en toda la ciudad; y poco después pasaban ya de seis mil: y no paró hasta reducir a la verdadera fe los protestantes de Ger, de Ternier, de Gaíllac y del Chablais. El mismo heresiarca Teodoro Beza se convenció y lloró; aunque por haber diferido su conversión, murió apóstata en Ginebra. El rey de Francia Enrique IV ofreció al santo el obispado de París, y el capelo cardenalicio; mas rehusó él estas dignidades: y si admitió la mitra de Ginebra, fué porque el sumo Pontífice se lo mandó con riguroso precepto. Visitó a pie todas las parroquias poniéndose mil veces en peligro de muerte, predicó muchas Cuaresmas, fué como el oráculo de su tiempo, y escribió muchos libros de piedad y entre ellos la íntrodticción a la vida devota, del cual se dice, que son más las almas que ha convertido que las letras que tiene; y el Tratado del amor de Dios, suficiente para
encender en el amor divino los corazones más fríos y helados. Fundó además la Or- _ den de, la Visitación, inspirando a sus re- Jjv ligiosas un espíritu de suavidad y caridad "**3 de Cristo, que jamás ha padecido menoscabo. Finalmente, después de increíbles trabajos y méritos, a la edad de 56 años, murió el santo en el humilde aposento del hortelano de la Visitación. Su corazón pre cioso y conforme al de Cristo se conserva, en una urna de oro que mandó labrar el rey Luis XIII por haber recobrado la salud en el mismo instante que se le mostró aquella sagrada reliquia.
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Reflexión: La mansedumbre, hija de la caridad de Cristo, fué la virtud en que znás^ se señaló el suavísimo y apostólico varón san Francisco de Sales; porque el Señor se propuso como ejemplar de ella, diciendo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. (MATTH. XI . ) . Imitémosle también nosotros, recordando que así como el desabrimiento, la altanería y la cólera suelen ser pruebas de una conciencia lastimada; asíala dulzura, la humildad y suavidad siempre han sido el propio carácter de la santidad verdadera.
Oración: ¡Oh Dios! que ordenaste que el bienaventurado Francisco, tu confesor y pontífice, se hiciese todo para todos por la salud de las almas, concédenos benignamente, que llenos de la dulzura de tu caridad, por los consejos y méritos de este gran santo, consigamos los eternos gozos de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
35
Santa Martina, virgen y mártir. — 30 de enero. ( t 230?)
V*
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I*
Nació esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma: su padre había sido elevado tres veces a la dignidad de cónsul. Informada desde su niñez en las sagradas letras y en las costumbres cristianas, ea el imperio de Alejandro Severo fué delatada ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella romana había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de cruz y no había de ofrecer incienso al grande Apolo. Respondió ella: Llevadme al templo de Apolo y veréis cómo en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio que tanto veneráis. Condujéronla, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, mués , tra que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego. Y en diciendo estas palabras, sintióse un espantoso terremoto que llenó a todos de horror, desplomóse una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo. Pero los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a los más atroces suplicios.
Azotáronla primero con palos nudosos, rasgaron su rostro con uñas de hierro; y entonces fué cuando la vieron cercada de un resplandor celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales echándose a sus pies, confesaron en alta voz que también eran cristianos. El fiero presidente ordenó que allí mismo les cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo de Diana: mas lo mismo fué entrar en el templo, que salir de él con es
pantoso ruido el espíritu infernal que residía en la estatua de la diosa y caerse ésta reducida a polvo. Mandó el juez raer la cabeza de santa Martina, diciendo que tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al anfiteatro, soltáronle un león muy grande, para que la despedazase y la devorase: pero en viéndola el terrible león, comenzó a bramar, s i n querer arrojarse sobre 1 a santa virgen, antes llegándose a ella, se echó a sus pies y comenzó a besárselos y lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño. Entonces levantó su voz
santa Martina, y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus obras! Y a los presentes añadió: ¿No veis cómo los ángeles de Dios refrenan la crueldad de las fieras? Viendo el presidente semejante prodigio, mandó tornar al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador, y lo despedazó. Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a la santa Virgen con el hierro y con el fuego; hasta que rugiendo de coraje, al ver que de todos salía victoriosa, mandó sacarla fuera de la ciudad, y cortarle la cabeza.
Reflexión: El martirio de santa Martina está lleno de espantosos prodigios. Milagro fué el sufrir una doncella noble y delicada tan horrendos suplicios, milagro el arruinar el templo de los falsos dioses y hacer pedazos las estatuas de Apolo y de Diana, milagro el resplandecer con soberana luz en el rigor de los tormentos, milagro el convertirse los sayones de verdugo de la santa en compañeros de su martirio. Así glorificaba el Señor el martirio de los santos. No es maravilla, pues, que la sangre de los mártires fuese semilla de nuevos cristianos; lo que debe espantarnos es que haya tantos cristianos ahora que se deshonren de profesar la fe sellada con tanta sangre y con tantos prodigios.
Oración: Oh Dios, que entre las maravillas de tu poder hiciste victorioso aun al sexo frágil en los tormentos del mart i rio, concédenos benignamente la gracia da que honrando el nacimiento para el cielo, de la bienaventurada Martina, tu virgen y mártir, nos sirvan de guía sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
36-
San Juan Bosco, confesor y fundador. — 31 de enero. (f en Turín en 1888)
Este ilustre Santo, en cuyo elogio, según palabras de Pío XI, es poco cuanto se diga, es un coloso de la naturaleza y de la gracia.
Fué criatura aureolada de múltiples reflejos y hecha de múltiples valores: de bondad generosa, de ingenio gránele, de inteligencia clara, viva y perspicaz; de una voluntad gigante, indómita e indomable, que ni la inmensa cantidad de obras, ni el trabajo suyo extraordinario pudieron rendir jamás.
Nació en Castelnuovo de Asti, (provincia de Turín, Italia) el 16 de- agosto de 1815, en una modesta familia campesina.
Cuando contaba tan sólo dos años perdió a su padre. Educóle su madre Margarita Occhiena en el santo temor de Dios, consiguiendo muy pronto grande ascendiente entre sus compañeros de infancia. A la edad de nueve años, en un «sueño» profético, Dios le manifestó claramente su futura misión: la educación cristiana de la juventud. Y en «sueños» posteriores fuéle el Señor precisando más y más el modo cómo había de llevar a feliz término su obra providencial.
Ingresó en el seminario y, ordenado sacerdote, dio comienzo en Turín a su misión con la obra de los «Oratorios festivos», procurando atraer a los muchachos con diversos e instructivos entretenimientos. Pronto fundó un asilo-escuela donde, recogiendo a los más pobres, les proporcionaba alimento, vestido, habitación, y un oficio o estudio.
Para perpetuar su labor fundó la Sociedad Salesiana. Ampliando el campo de acción, estableció talleres-escuelas de artes y oficios para la formación profesional de obreros y abrió escuelas e internados para alumnos de primera y segunda enseñanza. . . Y para que el beneficio de la educación cristiana se extendiese también a las niñas, fundó otra congregación: el Instituto de las «Hijas de María Auxiliadora», resultando al fin, d o s providenciales congregaciones religiosas, que con la rapidez de la luz y del fuego, habían de lanzarse por el mundo entero, acreditándose por doquier como educadores ideales de la niñez, merced al «método preventivo» y a la infusión en el alma iuvenil de las más puras esencias evangélicas.
Reflexión: Lac vida de San Juan Bosco, con ser activa en sumo grado, muévese constantemente en una atmósfera de milagro y de intimidad con Dios, propia de los grandes contemplativos, familiarizados con los divinos carismas. Fueron sus devociones cumbres: el amor a Jesús Sa_ cramentado, pudiéndose llamar el «precursor» de la Comunión frecuente y diaria; la devoción a la Virgen Inmaculada, bajo la advocación «Auxilio de los cristianos», a quien edificó una grandiosa basílica en Turín, que fué y sigue siendo en la actualidad centro de irradiación y atracción poderosas; y, finalmente, su incondicional adhesión al Papa, interviniendo con Pío IX y León XIII en asuntos delicadísimos y de grandísima trascendencia. Su lema fué «Da mihi ánimas»: buscar almas, siempre almas, sólo almas para llevarlas a Dios; y por el encendidísimo celo de almas que le consumía, en pos de ellas, recorrió pueblos y naciones sembrando su camino de prodigios sin cuento.
Aprendamos del Santo la lección. Pensemos en la salvación de nuestra alma. Para ello estemos siempre con el Papa, seamos devotos de la Virgen y recibamos con frecuencia a Jesús en la Eucaristía.
Oración: Oh Dios, que suscitaste a tu Santo Confesor Juan, para padre y maestro de los jóvenes, y que por él, con la ayuda de la Virgen María, quisiste floreciesen nuevas familias religiosas en tu Iglesia; haz que, encendidos en el mismo fuego de caridad, podamos buscar las a l mas y servirte a ti solo. Por N. S. J. C. Así sea.
San Ignacio, obispo y mártir. — l9 de febrero. (t no)
En tiempo que imperaba Trajano, era obispo de Arítroquia san Ignacio, que sucedió en aquella silla a Evodio, y Evodio a san Pedro. Tuvo Ignacio estrecha familiaridad con san Juan Evangelista y con san Policarpo, obispo de Esmirna, su condiscípulo y compañero, lo cual es grande argumento de su admirable santidad. Hacía en todo, oficio de vigilante pastor y habiendo oído en una maravillosa visión que tuvo, multitud de ángeles que cantaban a coros himnos y alabanzas a la Santísima Trinidad, ordenó en su iglesia de Antio-auía que se cantase a coros; lo cual siguieron e imitaron después las otras iglesias. Vino en esta sazón a Antioquía el emperador Trajano, y mandando llamar al santísimo obispo le dijo: ¿Eres tú aquel Ignacio que te haces llamar Deífero y eres cabeza de los que hacen burla de los dioses? Yo, respondió el santo, soy Ignacio, y me llaman Deífero, porque traigo esculpido en mi alma a Cristo que es mi Dios. Yo te prometo, le dijo Trajano, hacerte sacerdote del gran Júpiter, si sacrificas, a los dioses inmortales. A lo cual contestó eí santo pontífice: Soy sacerdote de Cristo, al cual ofrezco cada día sacrificio, y ahora deseo sacrificármele a mí mismo, muriendo por él, así como él murió por mí. Finalmente, después de largas razones, no teniendo el emperador esperanza de hacer mella en aquel pecho armado de Dios, dio sentencia contra él que fuese llevado a Roma, y allí, en el teatro, echado vivo a los leones. Lloraban todos los fieles de Antioquía, y habiendo el santo mártir encomendado al Eterno Pastor a-quella Iglesia que había gobernado por espacio de cuarenta años, él mismo, con grande gozo se puso las cadenas y se entregó a los soldados y sayones que habían cíe conducirle a Roma. Al pasar por Esmirna halló a su queridísimo amigo Poli-carpo, y se abrazaron el uno al otro, l lorando Policarpo porque Ignacio le había ganado de mano, e iba antes que él a gozar de Dios por la corona del martirio. Y no sólo los fieles de Esmirna, mas también las otras iglesias del Asia le enviaron a visitar con sus obispos y clérigos. Entró el fervoroso mártir de Cristo en el teatro de las fieras, y viendo que toda la ciudad le miraba y tenía puestos los ojos
en él, les dijo estas palabras: No penséis, oh romanos, que soy condenado a las bestias por algún maleficio o delito indigno de mi persona, sino porque deseo unirme con Dios, del cual tengo una sed insaciable. Y oyendo los bramidos de los leones que ya venían, clamó: Trigo soy de Cristo, voy a ser molido por los dientes de los leones para hacerme sabroso pan de mi Señor Jesucristo. Y diciendo estas palabras, los leones hicieron presa en el santo, y le devoraron.
Reflexión: En una de las admirables epístolas que escribió a varias iglesias este gloriosísimo pontífice y mártir de Cristo, dice estas palabras: «El fuego, la cruz, las bestias, el ser mis miembros cortados, quebrantados, molidos, hechos pedazos, y la muerte de este miserable cuerpo y todos los tormentos del demonio vengan sobre mí, con tal que yo llegue y sea unido con Cristo, que ser rey de todo el mundo». Cúbranse de vergüenza todos aquellos hombres carnales, que ni siquiera entienden este divino lenguaje, pero sepan que es Cristo muy sabroso para los que le aman y tienen el paladar purgado de todos los otros sabores sensuales y t e rrenales.
Oración: Señor Dios, por cuyo amor deseó el bienaventurado mártir san Ignacio, ser desmenuzado entre los dientes de las fieras para hacerse así limpio trigo de la cosecha del cielo, concédenos un verdadero anhelo de padecer mucho por ti y i¡na firme constancia para tolerar lo que padecemos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
39
La Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación de su divino Hijo en el Templo. —2 de febrero.
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La Purificación de Nuestra Señora y la Presentación de su divino Hijo en el templo nos la refiere el sagrado Evangelio por estas palabras: «Cumplidos los cuarenta días (del nacimiento de Cristo) y llegado el día de la purificación de la madre, según la Ley de Moisés, José y María llevaron el Niño a Jerusalén para presentarle el Señor, conforme está escrito en la ley del Señor: Todo varón que nazca el primogénito, será consagrado al Señor, y para ofrecer un par de tórtolas, o dos palominos.
Vivía a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba de día en día la consolación de Israel y la venida del Mesías prometido. Y el Espíritu Santo estaba en él con gracia de profecía, y le había revelado que no había de morir antes de ver al templo, y al entrar con el Niño Jesús sus padres José y María, para cumplir lo prescrito por la ley, Simeón tomó al Niño con grande gozo en sus brazos, diciendo: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz, según la promesa de tu palabra; porque ya han visto mis ojos al Salvador que has enviado para que, manifiesto a la vista de todos los pueblos, sea la lumbre de las naciones y la gloria de tu pueblo de Israel.
Escuchaban admirados y gozosos José y María las cosas que decía del Niño, y Simeón bendijo a entrambos, y dijo a la Madre: Mira que este Niño está destinado para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal a la que se hará contradicción, lo cual se
rá para ti una espada que at ravesará tu alma, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Hallábase asimismo en Jerusalén una profetisa llamada Ana, hija de FanueJ de la tribu de Asser, la cual eró,' ya de edad muy avanzada. H a - ' bíase casado en su juventud y vivido con su marido siete años; pero después se había conservado en su viudez hasta los och :nta y cuatro años, no saliendo del templo y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Esta, pues, llegándose en aque
lla hora, prorrumpió en .alabanzas de Dios, y en hablar maravillas de aquel Niño a todos los que esperaban la Redención de Israel. (S. Luc. n ) .
*
Reflexión: Represéntanos cada año la santa Iglesia el misterio de este día en la procesión que hace hoy con las candelas encendidas, que es ceremonia antiquísima y de grande devoción, instituida por instinto del Espíritu Santo para enseñarnos a tomar a Cristo y llevarle en nuestras manos como luz del mundo y hacha encendida; suplicándole que alumbre e inflame con su divino amor nuestros corazones. Recibamos, pues, con sencillez de niños, la luz de su santa doctrina, y practiquémosla con buena voluntad porque contradecirla y despreciarla es señal de reprobación; creerla humildemente y practicarla es prenda de eterna vida. En este misterio es muy digna de ponderarse aquella profecía del venerable anciano Simeón, el cual, teniendo en los brazos al divino Infante, dijo que aquel Niño sería para unos salud, y para otros piedra de tropiezo y escándalo. Estas dos cosas se han visto cumplidas en todos los siglos, y se verán hasta el fin del mundo. ¡Tremendos juicios de Dios!
Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, rogamos humildemente a vuestra Majestad, que así como vuestro unigénito Hijo fué presentado hoy en el templo, vestido de nuestra carne, así nos concedáis la gracia de presentarnos a Vos con la pureza que debemos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Blas, obispo y mártir. — 3 de febrero. (t 316)
En este día alcanzó la palma de los mártires el gloriosísimo san Blas, obispo de la ciudad de Se-baste, que es en la provincia de Armenia. Habíase retirado por divina inspiración a un monte que se llamaba Argeo y hacía vida en una cueva solitaria, cuando vino Agricolao, presidente de los emperadores Diocleciano y Maximiliano, y comenzó a perseguir a los fieles de Cristo condenándolos a las bestias para que el pueblo tuviese algún entretenimiento y regocijo. Para esto envió sus ministros a caza de fieras, y cercando el monte Argeo, llegaron a la cueva de san Blas, donde vieron un espectáculo capaz de ablandarles y moverles a abrazar la verdadera fe, si no fuesen por su maldad más crueles que lo son las bestias por su naturaleza. Porque vieron delante de la cueva gran número de animales feroces, leones, tigres, osos y lobos, que hacían compañía al santo con grande concordia y amistad, mientras él estaba o-rando y absorto en altísima contemplación. Lo cual no era cosa rara, porque cada día venían a la cueva del santo las bestias fieras de aquellos desiertos para honrarle y ser curadas de él y recibir su bendición. Espantados de esto los ministros, de Agricolao, volvieron a la ciudad y dieron razón al presidente de lo que habían hallado y visto, y él envió gran número de soldados para que prendieran a san Blas y a todos los cristianos que encontrasen ocultos en aquellos montes. Y el santo varón a quien reverenciaban las bestias sanguinarias se entregó en las manos de sus enemigos, y después de haber convertido a la fe muchos infieles con las maravillas que obró cuando le llevaban a la cárcel, testificó la verdad de Cristo con su sangre en los tormentos. Porque habiéndole cruelmente azotado, le colgaron de un palo, desgarrando sus carnes con peines de hierro, luego le pusieron en una horrible mazmorra, de la cual le sacaron para echarle en una laguna; mas el santo, haciendo la señal de la cruz, andaba sobre las aguas sin hundirse, y sentándose en medio de ellas convidaba a los infieles y ministros de justicia que entrasen en el agua como él, si pensaban que sus dioses los podían ayudar. Y como algunos entrasen y se fuesen
al fondo, el presidente, confuso y burlado, le mandó degollar. El santo hizo entonces oración al Señor,' suplicándole por todos los que en los siglos venideros se encomendasen a sus oraciones, y habiendo oído una voz celestial que le otorgaba lo que pedía, tendió el cuello al cuchillo y le fué cortada la cabeza.
Reflexión: Entre los enfermos que curó san Blas, uno fué un muchacho al cual, comiendo pescado, se le había atravesado una espina en la garganta, y traído con muchas lágrimas y suspiros por su madre a los pies del santo, él suplicó al Señor que sanase a aquel niño y a todos los que tuviesen aquel mal y se encomendasen a él, y con esto quedó sano y Dios nuestro Señor hizo después tantos y tan señalados milagros de este género por la intercesión de san Blas, que Accio, médico griego antiquísimo, entre otros remedios que escribe para este mal, pone la invocación de san Blas, y dice que tornando al enfermo por la garganta, digan estas palabras a la espina o hueso atravesado: Blas, mártir y siervo de Cristo, manda que o subas o bajes.
Oración: Señor Dios, que corroboraste al bienaventurado mártir y obispo san Blas, en medio de sus tormentos, con tus consuelos celestiales y le hiciste esclarecido en milagros por todo el orbe, concédenos, que asistidos con su intercesión en nuestras adversidades, nos gloriemos de cumplir y ,de que se cumpla tu santa voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Andrés Corsino, obispo y confesor. — 4 de febrero. (t 1373)
El bienaventurado Fr. Andrés Corsino fué natural de FÍorencia, y descendiente de la noble familia de los Corsinos. El día antes de que naciese, soñó Peregrina, su madre, que paría un lobo, el cual, entrando en la iglesia, poco a poco se había convertido en cordero, y aunque no entendió lo que aquel sueño pronosticaba, siempre estuvo con recelo y guardó el secreto hasta su tiempo. Encaminaban los piadosos padres a su hijo a la virtud y buenas letras, como a hijo que ' era de oraciones, pero apenas había entrado Andrés en los años de la mocedad, cuando comenzó a llevar una vida desbaratada, huyendo del estudio y de la virtud, dándose a deshonestos placeres y juegos y entretenimientos dañosos, riñas, pendencias, y al desperdicio de la hacienda de sus padres, y poniéndose cada día en peligro de perder el alma y el cuerpo. Todas estas cosas eran clavos y puñales que atravesaban con increíble dolor las entrañas de sus padres. Pero llegó un día en que habiendo estado muy descomedido e insolente con su madre, ella le dijo: «Verdaderamente que eres tú aquel lobo carnicero e infame, que yo soñé había de pa-r;r.»A estas palabras Andrés quedó ató-nito_, y como quien despierta de un gran sueño, rogó a su madre que le declarase qué lobo y sueño era aquel que le decía. Y fueron de tal eficacia las palabras de la santa madre, que el hijo se compungió, y al día siguiente se fué al convento de Nuestra Señora del Carmen a hacer oración delante del altar de la Virgen, y alentado con su favor pidió de rodillas el hábito de aquella sagrada Orden, con grande gozo de sus padres que le habían
ofrecido a la Virgen Santísima. ¿Quién no se maravillará de la asombrosa mudanza que obró en aquel corazón la gracia divina? De allí adelante el lobo se tornó manso cordero, y el hijo pródigo e incorregible se hizo un gran santo. Holló la soberbia y vana estima de sí mismo; domó la rebeldía de su cuerpo con ayunos, vigilias y asperezas y se señaló tanto en las letras y virtudes, que fué elegido prior de su convento de Florencia, y después por obispo de Fiésoli, y Nuncio de Su Santidad en Bolonia, donde unió la nobleza y la gente popular, que ardían con
un incendio de discordias y bandos. Finalmente, después de haber salvado a innumerables pecadores y hecho muchos milagros y profecías, estando diciendo'Misa la noche felicísima de Navidad, le apareció la Virgen Santísima y le dio las buenas pascuas; avisándole que el día de los Reyes entraría en la Jerusalén soberana a ver cara a cara al Rey de los reyes, a quien con tanta fidelidad había servido. Y en efecto, en aquel día glorioso dio el santo su espíritu al Señor, a la edad de setenta y un años, cercada su alma de un gran resplandor, y exhalando su cuerpo un olor suavísimo.
Reflexión: No desconfíen los padres de familia de la enmienda de sus hijos, por mal inclinados y rebeldes que sean; ni desesperen éstos de su conversión. Lo que no es posible a la naturaleza, es fácil a la gracia divina, como se ve claramente en la vida de este glorioso santo. Pero ¡ay de aquellos padres y madres que condescienden con los vicios y liviandades de sus hijos! Sepan que los crían y educan para que sean después sus verdugos, y unos miserables condenados del infierno. Pero si los educan bien y los encomiendan todos los días a la Santísima Virgen, serán más tarde su descanso y la corona de gloria.
Oración: Oh Dios, que de continuo nos vas mostrando en tu Iglesia nuevos ejemplos de virtud; concede a tu pueblo la gracia de seguir de tal suerte las huellas del bienaventurado san Andrés, tu confesor y pontífice, que merezca conseguir el mismo premio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Águeda, virgen y mártir. — 5 de febrero. ( t 251)
Siendo emperador Decio y presidente de Sicilia Quinciano, vivía en Catania una doncella cristiana, llamada Águeda, natural de Palermo, la cual era nobilísima, riquísima, hermosísima y honestísima, que son las cuatro cosas que se estiman mucho en las mujeres. Mandó Quinciano presentarla delante de sí, y así que la vio, luego fué preso de su rara belleza, y olvidado del oficio de juez, se determinó de tomar todos los medios posibles para atraerla a su voluntad, y para cubrir más su intento la entregó a una vieja sagaz, llamada Afrodisia, que tenía cinco hijas muy hermosas y no menos lascivas. Treinta días estuvo en aquella mala compañía la castísima Águeda, tan firme en ser cristiana y en guardar su virginidad, que al dar Afrodisia cuenta de todo al presidente, le dijo: Antes se ablandará el acero y el diamante, que Águeda mude de propósito. Oído esto por Quinciano, mandó llamar a la santa y preguntóle: Niña, ¿de qué casta eres tú? — Noble soy, como es notorio por toda Sicilia. — ¿Pues, cómo siendo noble, sigues las costumbres de gente despreciada y vil como son los cristianos? — Porque soy sierva y esclava de Jesucristo, y en eso está mi mayor nobleza. A esto respondió Quinciano: ¿Luego, nosotros que le despreciamos, no somos nobles? Y la santa: ¿Qué. nobleza es la vuestra, que se abate a los dioses de piedra y a los demonios? Enojóse el juez con esta respuesta, y mandó que se diese a la virgen una cruel bofetada y la echasen de su presencia. El día siguiente, después de algunos halagos y vanas tentativas, ordenó que le retorciesen un pecho y se lo cortasen y la encerrasen después en la cárcel, para que allí, sin comer ni beber ni medicinarse, se consumiese de dolor. Pero en aquella necesidad la visitó el apóstol san Pedro, el cual la consoló y restituyó el pecho cortado. Con el resplandor de aquel médico celestial echaron a huir los guardias, y tras ellos huyeron los presos, y ella fué traída de nuevo al tribunal de Quinciano; el .cual se espantó de verla tan sana y entera, y como a maga la mandó poner sobre brasas de fuego y pedazos de teja para que a la vez se quemase y lastimase. Volvió por
ella el cielo enviando un terremoto, en el cual perecieron dos amigos del presidente, y entonces la santa, que se veía sola en la cárcel, entregó su alma purísima al Señor, dándole las gracias por tantas victorias. Poco después recibió su castigo el feroz Quinciano, porque, codicioso de las muchas riquezas que poseía la santa virgen, partió muy acompañado de gente a Palermo para apoderarse de ellas, y a] pasar un río, un caballo le mordió en la cara, y otro, a coces, le echó en el río, donde murió ahogado, y buscando su cuerpo nunca se pudo hallar, para que se entiendan los justos juicios de Dios, y cómo al cabo castiga la deshonestidad, crueldad y codicia de los que persiguen a sus santos.
Reflexión: Cuando los verdugos atormentaban y cortaban el pecho a santa Agi^da, con ánimo valeroso decía al t i rano: Y ¿cómo no te confundes, hombre vilísimo, de atormentar a una doncella en los pechos, habiendo tú recibido el primer sustento de tu vida de los pechos de tu madre? Por los merecimientos de este cruel martirio, innumerables mujeres que padecían en los pechos, invocando a santa Águeda, y acudiendo confiadamente a su celestial protección, han recibido la salud.
Oración: Oh Dios, que entre otras maravillas de tu poder, supiste dar fuerzas aún al sexo más frágil para conseguir la victoria del martirio, concédenos la gracia de que celebrando la victoria de tu virgen y mártir santa Águeda, caminemos hacia ti, por la imitación de sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Dorotea, virgen y mártir. — 6 de febrero. ( t 308)
Santa Dorotea, tan ilustre en toda la Iglesia latina, nació de nobles padres, en Cesárea de Capadocia, y por su honestidad y grandes virtudes estaba puesta en los ojos de toda la ciudad. Por esta causa, luego que llegó a Cesárea el impío gobernador Sapricio, la mandó prender para que escarmentasen en su cabeza los otros cristianos. Ordenóle, pues, que sacrificase a los dioses inmortales, como lo mandaban los emperadores. A esto respondió Dorotea: Dios verdadero y emperador del cielo me ha mandado que a él solo sirva y reconozca por Dios. ¿A quién te parece que debemos obedecer, cuando se contradicen: al emperador del cielo o al de la tierra? Enojóse el presidente con estas razones de la santa doncella, y mandó que la desnudasen y atormentasen en
• la garrucha; pero viendo que perseveraba en el suplicio con ánimo invencible, 10mó a dos hermanas que se llamaban Cristeta y Calixta, las cuales habían sido cristianas y por temor de los tormentos habían negado la fe, y encargóles que la tuviesen en su casa y la persuadiesen a hacer lo que ellas habían hecho, prometiéndoles un gran premio si lo lograban. Hicieron las dos cuanto pudieron para derribarla, mas la santa, trocando sus razones, las persuadió a ellas que reconociesen su culpa, y de nuevo tornasen a la batalla, muriendo gloriosamente por amor de J e sucristo. No es para decir el coraje con que salió de sí el feroz presidente cuando supo todo esto. Mandó que fiasen a las dos hermanas juntas por las espaldas, y que las echasen al fuego a los ojos de Dorotea, mas como ella, en lugar de espantarse, las animase diciendo: «Id, herma
nas, id delante de mí al cielo», el feroz Apricio la condenó a subir de nuevo en la garrucha, y a ser descoyuntada y morir a puros tormentos. Estaba la santa en el suplicio con grande gozo, y decía al tirano: Nunca en todos los días de mi vida he estado tan alegre como hoy: lo uno, por haber ganado a Cristo dos almas que tú le habías quitado, y lo otro, porque espero gozar con ellas de mi Señor. Aplicábanle a los costados hachas encendidas, abrasábanle las entrañas, y Dorotea, cuanto más atormentada, más alegre se mostraba, haciendo burla de sus
atormentadores. Finalmente, cansados ya los verdugos, y turbado y confuso Apricio, mandó que fuese descabezada, en cuyo tormento entregó su purísima y preciosísima alma al celestial Esposo. El mismo día fué martirizado san Teófilo, convertido a la fe por haberle mostrado la santa unas flores del cielo.
é
Reflexión: Cuando santa Dorotea se vio en el potro, con grande seguridad y constancia decía al juez: Haz presto lo que has de hacer para que yo vea a Aquél que es mi Esposo y nos convida para que vayamos al paraíso de deleites, donde hay manzanas de admirable hermosura, que duran en su frescura todos los tiempos; en donde hay azucenas y rosas y flores innumerables que nunca se marchitan y fuentes de aguas vivas que jamás se secan, y las almas de los santos que gozan de Cristo. Piensa tú también en el cielo, hijo mío, que el recuerdo de aquella eterna gloria, de que puedes gozar dentro de breve tiempo, es suficiente para convertir en miel todas las amarguras de la vida y de la muerte.
*
Oración: Concédenos, benignísimo Señor, por la gloriosa santa Dorotea, tu virgen y mártir insigne, el que despreciemos las cosas de la tierra, y deseemos las del cielo, pues por^ medio de la santa concediste a Teófilo, el que, despreciada la muerte, llegase a las puertas de tu paraíso eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Romualdo, abad. — 7 de febrero. (+ 1027).
El glorioso abad san Romualdo era de la casa y linaje de los duques de Ravena, ciudad nobilísima de Italia. Crióse con r e galos y pasatiempos hasta la edad de veinte años. Habiéndose hallado presente en una pendencia, en la cual su padre Sergio mató a su competidor, quedó tan lastimado del caso, que dejó las vanidades del mundo y se recogió en un monasterio de la Orden de San Benito. A los tres años partióse con licencia de su prelado en busca de un santo ermitaño llamado Marino, que habitaba en un desierto no lejos de la ciudad de Venecia, y con tal maestro creció tanto en la perfección, que vino a ser padre de muchos y santos hijos. Reformó los monasterios de su Padre san Benito, que con la flaqueza humana y con las guerras habían aflojado en la disciplina religiosa; edificó de nuevo cien monasterios de la misma Orden, y aún pobló de ermitaños los desiertos, y movió con su ejemplo a dar de mano al siglo, a su mismo padre y a muchos hombres principales, aun de la corte del emperador, entre los cuales se señalaron más Bonifacio, que era pariente del mismo emperador, y Busclavino, hijo del rey de Esclavonia. Tenía ya ochenta años de edad, y queriendo retirarse para vacar con todo fervor a Dios lo que le quedaba de vida, se fué al monte Apenino, que divide la Italia, y estando en la cumbre del monte, en un campo ameno y abundoso de aguas, se quedó dormido junto a una fuente; allí le sobrevino un sueño misterioso y parecido al del patriarca J a cob, porque vio una escalera desde la tierra al cielo, por cual los religiosos vestidos de blanco subían a Dios, y entendiendo que aquella era la voluntad divina, se fué al dueño de aquel campo, que era un conde llamado Madulo, y se lo pidió, y el conde, que había tenido el mismo sueño, se lo dio liberalmente. Y de aquí vino a llamarse aquel sitio Ca-maldula, que quiere decir Campo de Madulo; y aquel yermo fué el paraíso de la Orden Camaldulense, esclarecida por tantos celestiales varones que en el espacio de setecientos años han ilustrado la Iglesia de Dios, Finalmente, después de una larga vida llena de maravillas y heroicas virtudes, murió el santísimo abad Romualdo en el monasterio del valle de Castro,
y cuatrocientos años después se halló su cadáver incorrupto y entero, con un rostro muy apacible y venerable, y cubierto el cuerpo de un cilicio debajo de su hábito.
Reflexión: El muy santo Padre Clemente VIII, en la bula donde manda que se rece de san Romualdo, como de santo-abad y confesor, dice de él estas palabras: «Entre los más aventajados santos, nos parece que debe ser tenido el glorioso anacoreta Romualdo, por tantos títulos ilustre; por su patria, por su linaje, por su virtud, por su contemplación, y por haber fundado la Orden Camaldulense. Pudo tanto la fuerza de su ejemplo, que a muchos príncipes, reyes y personas ilustres hizo dejar las cortes y venir a los yermos, trocando los regalos y las galas en penitencia y ásperos vestidos, y a su mismo padre trajo a la religión y le llevó a la gloria.» ¡Oh! ¡cuan poderoso es el buen ejemplo! ¿Quién duda que tú podrías reducir y salvar a muchos con esa muda pero elocuentísima predicación? Todos debemos ganar por este medio almas a Cristo, ¡cuanto más si le hemos quitado algunas con nuestros escándalos!
Oración: Señor Dios, que diste a tu santa Iglesia al bienaventurado abad san Romualdo, para que fuese restaurador de la austera vida eremítica; concédenos que, asistidos por su intercesión y enseñados con su ejemplo, amemos la santa soledad del alma y el cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Escolástica, virgen. — 10 de febrero. (t 543)
Santa Escolástica fué hermana gemela del glorioso patriarca de los monjes de occidente, san Benito; y nació en una de las casas más nobles de Italia, en la provincia del ducado de Espoleto, en Umbría. Era estimada como una de las damas más hermosas y ricas de su tiempo, mas al saber que su santo hermano había fundado el monasterio de Monte Casino, determinó de imitarle en aquella vida tan religiosa y perfecta, y no lejos de aquel monasterio fundó otro para sí y para las doncellas que a su ejemplo dieron de mano a las cosas del mundo. Solo una vez al año salía santa Escolástica de su encerramiento para visitar a su hermano san Benito, y el varón de Dios la recibía con sus discípulos en una posesión vecina del monasterio. La última vez que le visitó rogó a su hermano que quisiese conversar con ella toda la noche de las cosas del cielo.
Nególe el hermano lo que pedía; y entonces bajando ella la cabeza y apoyándola sobre las manos, recogió su alma e hizo una breve oración con muchas lágrimas. Estaba el cielo sereno y estrellado, y lo mismo fué comenzar su oración, que turbarse repentinamente el aire, y venir una tan brava tempestad de relámpagos, truenos y copiosa lluvia, que ya no fué posible a su hermano y a los monjes que le acompañaban la vuelta de aquel lugar al vecino monasterio. Quejóse san Benito amorosamente con su hermana, diciendo: El Señor te perdone, hermana, lo que has hecho. Y ella replicó con santa gracia: Te pedí a ti que me hicieses el placer de quedarte, y no quisiste; lo he
pedido al Señor, y mira cómo me ha oído; vete, pues, ahora, si puedes. Así pasaron toda la noche en santas y sabrosas pláticas y en amaneciendo, volvieron los hermanos a sus monasterios. Tres días después pasó de esta vida santa Escolástica, cuya alma purísima vio su hermano san Benito volar a l cielo en figura de una candida paloma, y ordenó que enterrasen el santo cuerpo en la sepultura que para sí tenía preparada. Con lo cual no separó el sepulcro aquellos cuerpos cuyas almas tan unidas habían estado toda la vida.
Reflexión: El monasterio que labró san_ ta Escolástica no lejos del de su hermano san Benito fué el origen de aquella Orden de religiosas que llegó a contar en el occidente hasta catorce mil monasterios, en los cuales tantas nobles doncellas y princesas ilustres se abrazaron con la cruz de • Jesucristo. ¡Cuántas se hubieran perdido entre los lazos y seducciones del mundo, y ahora gozan con santa Escolástica de la felicidad del cielo! Porque la casa religio_ sa es puerto de salud, y antecámara del paraíso. A ella son llamadas por singular beneficio del Señor las almas escogidas, para que desnudándose de las riquezas, deleites y vanas libertades, se vean libres 'de las espinas de las culpas y congojas, que punzan a los mundanos, y ahogan la semilla de las divinas inspiraciones. En ella encuentran el verdadero tesoro de todas las virtudes, las cuales florecen en la Religión, como en jardín donde tiene sus delicias el divino Esposo de las a l mas. En ella gozan de la paz de Dios que sobrepuja todo sentido, y reciben prendas seguras de eterna vida y de grande y eterna gloria.
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Oración: Oh Dios, que para mostrarnos el camino de la inocencia, hiciste volar al cielo en forma de paloma el alma de tu virgen Escolástica, concédenos por sus méritos y súplicas la gracia de llevar una vida inocente para merecer los eternos goces del paraíso. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Severino, abad. — ( t 507)
11 de febrero.
Tuvo el glorioso san Severino padres nobles y de claro linaje de quienes dos veces pudo llamarse hijo, pues le dieron dos veces el ser, uno de naturaleza, y otro de la esmerada educación, así en las letras como en las buenas costumbres. Era ya abad del monasterio Agaunense, del Orden de san Benito, rico con el cuerpo del glorioso san Mauricio, cuando por la fama de sus virtudes se hizo célebre y venerable en todo el mundo. Reinaba a la sazón en Francia Clo-doveo, el cual estaba afligido ds graves calenturas que los más expertos médicos juzgaron sin remedio; y así.no tanto era señor del cetro y corona, como víctima de su dolencia incurable. Llegó a sus oídos el nombre de Severino, y le hizo una humilde embajada, suplicándole que viniese a verle, y el santo abad, despidiéndose con lágrimas de sus monjes y diciéndoles que ya no volverían a verse, les bendijo y dio pr incipio a su viaje. Llegando a la diócesis Niverniense, visitó al obispo Eulalio, que estaba sordo, mudo e impedido, sin poder salir (había más de un año) no sólo de casa, mas ni aún del lecho, y luego que le vio, tomándole por la mano le dijo: Levántate, sacerdote del Señor, en nombre de Jesucristo, que así te ha castigado para salvarte y te ha afligido para coronarte. Y luego al punto se levantó el obispo tan bueno y sano, que aquel mismo día celebró Misa y dio la bendición al pueblo. El día siguiente prosiguió el santo su viaje, y a la puerta de París halló un leproso tan mísero y desdichado, que todos huían de él; pero Severino, movido a compasión, le untó con su saliva y le dejó sano y limpio de la lepra. De allí pasó al palacio del rey, y después de haberle saludado, se puso en oración, la cual fué muy breve, y acabada, se quitó la capa que traía, y poniéndosela al rey huvó al instante la maligna fiebre que le consumía, y levantándose el rey, y dando gracias a Dios se echó a los pies del santo, como a quien debía en un instante solo, vida, salud, reino, y gozo. Finalmente, habiendo el siervo de Dios obrado muchos otros prodigios, curando varias enfermedades de almas y cuerpos, se retiró en el castillo Mantórnense, y rogó a dos sacer
dotes que administraban la ermita del castillo que le recibiesen, y en ella le sepultasen, y sin más enfermedad que una amorosa fiebre que le encendía en deseos de ver a Dios, su Creador, pasó de esta vida temporal a la eterna. A la misma hora que murió, bajó del cielo una hermosísima luz que rodeó todo el lugar donde su santo cuerpo quedaba, y para que los circunstantes participasen tanto gozo, fué a todos visible. Los sacerdotes enterraron honoríficamente el sagrado cadáver en el mismo oratorio, y en él glorificó el Señor a su siervo con innumerables prodigios.
Reflexión: Después de la muerte de Clodoveo, su hijo Chilberto, que le sucedió en el reino, edificó un suntuoso templo a san Severino, adornándolo magnífica y regiamente para alcanzar por esta medio tener por amigo en el cielo, a quien su padre había tenido por médico soberano en la tierra. Así glorifica nuestro Señor a los Santos, y quiere que sean glorificados aún en este mundo. Honrémosles, pues, como merecen, invoquémosles en nuestro auxilio, porque son muy amigos y allegados de Dios, el cual se complace en obrar por ellos grandes maravillas. Quien honra a los santos, honra a Dios en ellos.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos r e comiende a ti la intercesión del bienaventurado Severino abad, para que alcancemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros propios merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Eulalia, virgen y mártir. — 12 de febrero. ( t 304)
Al tiempo que el presidente Daciano entró en Barcelona para hacer carnicería de los cristianos, vivía retirada en una heredad de sus nobles padres una santa doncella de edad de trece años, llamada Eulalia, virgen hermosísima, y abrasada del amor de Jesucristo, a quien ya había consagrado su pureza virginal. Vino a su noticia la crueldad de Daciano, y fué combatida en su corazón de dos contrarios afectos: de tristeza y alegría; de tristeza, porque temía que algunos cristianos flacos no desmayasen en la fe por temor de tan rigurosos tormentos; de alegría, porque deseaba morir por Cristo y juzgaba que era llegado el tiempo en que Dios le quería hacer tan gran merced. Y con este fervor y deseo del martirio, movida del Señor, se salió secretamente de casa de sus padres y se fué al tribunal del juez para reprenderle de la tiranía y crueldad que usaba con los cristianos. Asombróse Daciano al ver una niña como aquella, y oír su reprensión; pero volviendo luego en su acuerdo juzgó que se hallaba ya en uno de aquellos trances, más difíciles en que los mismos niños cristianos habían puesto, debajo de sus pies todo el orgullo y poderío de los tiranos de Roma. No contestó, pues, con blandas palabras, como merecía la hermosa y tierna Eulalia, sino con grandes y fieras amenazas. ¿Quién eres tú, le dice, que así te atreves a menospreciar las leyes de los emperadores? Respondió la valerosa y candorosa niña: Yo soy Eulalia, sierva de Jesucristo Hijo de Dios, al cual se debe toda reverencia y adoración, y no a los ídolos vanos. Rugió de coraje el presidente, y quería ver decapitada de un solo golpe a la que así ha
blaba, pero no le estaba bien tomar venganza en aquella débil criatura, y ordenó, que atadas las manos fuese conducida a la cárcel para ver si podían rendirla allí con un cruel castigo de azotes. Desnudan, pues, el cuerpo virginal de aquella blanca paloma de Jesucristo, y con bárbara crueldad descargan sobre ella repetidos y fieros golpes hasta dejarla toda bañada en sangre. Pero Eulalia ni se queja ni da un solo gemido, ni muda siquiera el semblante apacible y sereno. Tienden luego aquel santo cuerpecito en el potro y lo atormentan con uñas de hierro, con
hachas ardientes, con aceite hirviendo, con plomo derretido y con cal viva. Pusiéronla después en una cruz, y aun en este ignominioso suplicio prevaleció la santa virgen y dejó confusos a los verdugos y al tirano. Finalmente, después de haber sido paseada por la ciudad para espantar con su vista a los cristianos, fué degollada en el campo, donde los cristianos la hallaron por la noche cubierta de nieve, y la sepultaron honoríficamente.
*
Reflexión: Dígame quienquiera que esto leyere, ¿de dónde le vino a la santa niña tan maravillosa e invencible constancia? Las niñas tiemblan, las niñas se estremecen a la sola vista o imaginación de tales horrores. Claro está: pertenecen al sexo débil y son lo más débil de su sexo. Confiese, pues, todo hombre de sano juicio, que aquí hay un prodigio estupendo de la virtud de Cristo, el cual escogió a una flaca criatura como Eulalia, para hacer ostentación de su fortaleza soberana contra los más poderosos enemigos de su santo Nombre.
Oración: Suplicárnoste, Señor, nos concedas el perdón de nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Eulalia, que tanto te agradó, así por el mérito de su castidad, como por la ostentación de tu infinito poder. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
50
Santa Catalina de Ricci. — 13 de febrero. (t 1590)
La extática y gloriosa virgen santa Catalina de Ricci nació en la ciudad de Florencia de la noble familia de Ricci. Pusiéronle en el baustimo el nombre de Alejandra, que después mudó en el de Catalina cuando se hizo r e ligiosa. Así que llegó la santa n i ña a la edad de diez años, la con_ fió su padre a la dirección de una tía suya paterna, religiosa del monasterio de San Pedro de Monticelli, situado en los a r ra bales de Florencia, donde se aficionó tanto a la oración, que aun en el tiempo en que las otras niñas se recreaban, ella tenía todo su placer en estarse arrodillada delante de una imagen de Cristo crucificado, con admirables deseos de participar del amargo cáliz de su Pasión. Trece años tenía, cuando vistió el hábito religioso de santo Domingo en el monasterio de San Vicente de Prato, donde satisfizo sus deseos de padecer por su divino Esposo clavado en la cruz: porque fué acometida de una gravísima enfermedad, con calentura cotidiana y con agudos dolores que padecía en todo el cuerpo, cuya dolencia degeneró en una hidropesía, y en mal de piedra, acompañado de asma. Sufrió la santa con perfectísima resignación este conjunto de males, sin recibir ningún alivio de las medicinas que le recetaban los médicos; y al cabo de dos años se le agravaron de suerte, que estuvo muchas semanas sin poder dormir un solo momento. En este estado, se le apareció en la vigilia de la Santísima Trinidad un santo de la Orden de santo Domingo, todo resplandeciente, el cual la hizo la señal de la cruz sobre el estómago, y la dejó repentinamente sana y curada de todos sus males; pudiendo desde aquel día practicar los más arduos-ejercicios de caridad y de penitencia, y llevar sobre sus desnudas carnes una cadena de hierro y un áspero ci-. licio. Favorecióla el Señor con muchas visiones celestiales, éxtasis y raptos tan estupendos, que a veces quedaba totalmente elevada de la tierra y suspendida en el aire por largo tiempo. Fué también enriquecida del don de profecía, de discreción de espíritus y de milagros; por lo que su nombre y su santidad fué conocida y celebrada con universal aplauso, no sólo en
Toscana, sino también en toda Italia y en otras regiones. Finalmente, a los sesenta y ocho años de su vida maravillosa, de los cuales empleó cuarenta y dos en el gobierno de su monasterio, entregó su alma purísima al celestial Esposo el día 2 de febrero, en que se celebra la fiesta de la Purificación de la Virgen nuestra Señora; y el Señor acreditó la santidad de su sier-va con grandes y manifiestos prodigios.
Reflexión: Mucho padeció y mucho gozó la preciosa virgen santa Catalina abrazada siempre con la cruz de Cristo. Desde qua el Hijo de Dios murió por nuestro amor en la cruz, la mayor prueba de amor que podemos darle, ep uadecer por su amor. Pero tiene también el árbol de la cruz frutos sabrosísimos, y de mayor suavidad y dulzura que todos los gustos y regalos del mundo. Son gustos espirituales, de los cuales el mundo no tiene noticia: son placeres soberanos y sabores del paraíso, con que Dios suele regalar a sus escogidos, y hacerles aun en esta vida los hombres más felices de la tierra.
Oración: ¡Oh Jesucristo Señor nuestro! que inflamando en tu amor a la bienaventurada virgen Catalina, la hiciste ilustre por la contemplación de tu Pasión y muerte ; concédenos por su intercesión que haciendo piadosa memoria de los misterios de tu Pasión, merezcamos alcanzar los frutos de ella. Amén.
51
San Valentín, presbítero y mártir. (t 270)
14 de febrero.
Entre los numerosos mártires que en tiempo del emperador Claudio derramaron su sangre por Jesucristo, fué uno san Valentín, presbítero; el cual estando en Roma el emperador, fué llevado a su p re sencia, maniatado y cargado de cadenas. Luego que Claudio le vio, le dijo con blandas palabras: ¿Por qué no quieres gozar de nuestra amistad, sino ser amigo de los cristianos? Yo te oigo alabar de hombre sabio y cuerdo, y por otra parte te veo vano y supersticioso. Respondió Valentín: Si conocieses el don de Dios, serías dichoso tú, y bienaventurada tu república: darías de mano a los demonios y falsos dioses, y adorarías a Jesucristo, único Dios verdadero. Oyendo esto un letrado que estaba presente gritó en alta voz: Blasfemado ha de nuestros dioses. Y como Valentín siguiese platicando al emperador, llegó a ablandarle de manera, que Calpurnio, prefecto de la ciudad, exclamó a voces: ¿No veis cómo este nombre está engañando a nuestro príncipe? ¿Es posible que dejemos la religión que mamamos con la leche, y con que nos criaron nuestros mayores? Entonces Claudio, temiendo algún alboroto, mandó que a Valentín le retirasen de su presencia, pero que se le diese audiencia en otra parte, y que si no diese cuenta de sí, le castigasen como a sacrilego, y si la diese, no le condenasen. Oyóle, pues, en su casa el teniente Asterio, y al entrar en ella Valentín, oró a Dios diciendo: ¡Oh luz verdadera del mundo! alumbrad a tantos hombres que viven ciegos en las tinieblas de la gentilidad. Al escuchar estas palabras, dijo el teniente: Si esto es así como lo dices, presto lo probaré: tengo una hi
ja, que hace dos años que está ciega. Si tú la alumbrares y dieres vista, creeremos que Cristo es luz y Dios verdadero. Trajeron, pues, la doncella, y poniendo Valentín las manos sobre sus ojos, le restituyó la vista. Entonces Asterio y su mujer se echaron a los pies del santo, suplicándole que, pues, por su medio habían conocido a Cristo verdadera Luz, les dijese lo que habían de hacer para salvarse. El santo les mandó hacer pedazos todos los ídolos que tenían y ayunar tres días, y perdonar a todos los que los habían agraviado, y después bautizarse, y con
esto se salvarían. Asterio cumplió todo lo que le fué ordenado, y soltó a todos los fieles que tenían presos, y se bautizó con toda su familia, que era de cuarenta y seis personas. Supo esto el emperador, y teniendo recelo de alguna grande perturbación en Roma, por razón de estado mandó martirizar a todos con varios géneros de tormentos; y a san Valentín le hizo apalear y degollar en la vía Flami-nia, donde el Papa Teodoro le dedicó un templo.
Reflexión: Habrás observado que la razón de estado costó la vida al glorioso san Valentín y a tantos otros fieles de Cristo: como si la política estuviese sobre la ley de Dios, y no estuviese la ley de Dios sobre todo gobierno y manera de gobernar. Jamás ha sido ni será lícito obrar el mal para alcanzar algún bien: ni vale aquí la imposible dualidad de personas pública y particular, inventada por los liberales: porque si la una obra el mal, y la otra el bien, no irá la una al infierno y la otra el cielo; sino que caerá en al infierno la persona pública, 'y con ella la persona privada en un mismo reprobo.
Oración: Concédenos, omnipotente Señor, por la intercesión del bienaventurado mártir Valentín, cuya festividad celebramos, que seamos libres de los males que nos amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Faustino y Jovita, mártires. — 15 de febrero. ( t 122)
Estos dos fortísimos mártires del Señor fueron hermanos muy ilustres por sangre y naturales de Brescia, ciudad principal de Lombardía. A Faustino, que era el mayor, ordenó de sacerdote el obispo Apolonio, y a Jovita, de diácono. Comenzaron los dos her_ manos a ejercitar sus oficios con grande edificación de los fieles y acrecentamiento de la fe cristiana: lo cual sabido por el emperador Adriano, dio orden a Itálico, ministro suyo, que los prendiese, y obligase con halagos o por fuerza a renegar de Cristo. Hízolo así Itálico: pero hallándoles muy firmes en su propósito, no quiso pasar adelante hasta que el mismo emperador, que había de ir a Francia, pasase por Brescia, por ser los santos personas tan ilustres y emparentadas. Vino, pues, Adriano, y los mandó llevar al templo del Sol para que lo adorasen; mas los dos santos hicieron oración al Dios del cielo, y luego la estatua del Sol, que resplandecía con muchísimos rayos de pro fino, se paró negra como el hollín: y como los sacerdotes del ídolo pusiesen en ella las manos para limpiarla, cayó, se deshizo y se convirtió en ceniza. Embravecióse el emperador con este suceso, y condenó a los dos santos a las fieras; pero los leones, osos y leopardos se amansaron como ovejas a sus pies y se los lamían. Después de esto mandó Adriano echar los santos al fuego, y ellos estaban en medio de las llamas como en una cama regalada, alabando y cantando himnos al Señor. Echáronles de nuevo en la cárcel para que allí pereciesen de hambre y sed; pero vinieron los ángeles del cielo a confortar y alegrar a los esforzados guerreros del Señor. Atáronles después boca arriba y echáronles plomo derretido con unos embudos por Üa boca, les aplicaron a los costados planchas encendidas, les echaron estopa, resina, aceite, encendieron un gran fuego alrededor de ellos, y el mismo fuego perdió su fuerza, y no fué parte sino para que muchísimos gentiles, espantados de tantos prodigios, se convirtiesen y se proclamasen cristianos. Finalmente, el emperador, no sabiendo ya qué hacer y teniendo por afrenta ser vencido de los santos mártires, los entregó a Antíoco, goberna
dor, el cual, después de haber probado en vano todo linaje de suplicios, los mandó degollar fuera de la ciudad, y junto a la puerta de ella que va a Cremona.
# Reflexión: Preguntará alguno de los
que leen estos asombrosos prodigios tan frecuentes en los martirios de los santos: ¿Cómo no se convertían todos los gentiles que estaban presentes y aun el mismo emperador, teniendo a los ojos tan claros argumentos de la virtud divina? Sabemos que atribuían esos milagros a las malas artes de los demonios, pues llamaban a los santos con el nombre de grandes hechiceros, pero la causa principal de su obstinación era la perversidad de su vida. Decía Tertuliano al emperador de Roma: «Si los cristianos pudiesen vivir como los cesares, o los cesares no hubiesen de vivir como cristianos, a estas horas todos hubieran ya abrazado la fe de Cristo.» (Ter-tul. Apolog.) Y la misma razón movía a los demás a perseverar en los errores y vicios de la gentilidad, y ésta ha sido, es y será siempre la causa principal de la enemistad que tienen todos los impíos, herejes y malvados con la verdad católica.
Oración: Señor Dios, por cuyo amor despreciaron los bienaventurados mártires Faustino y Jovita, hermanos, las honras del siglo que les ofrecían, concédenos que por su ejemplo, estimemos en poco las mismas honras y lleguemos por su intercesión a la verdadera honra y gloria del Cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
53
San Onésimo, obispo y mártir. ( t 95)
16 de febrero.
El glorioso san Onésimo antes de convertirse era esclavo de un ciudadano principal de Colosa llamado Filemón, el cual había abrazado la fe de Jesucristo, oyendo la predicación del apóstol san Pablo. Habiendo, pues, Onésimo cometido un robo en la casa de su señor, huyó de ella y vino a parar a Roma, donde fué a visitar a san Pablo, que a la sazón se hallaba encarcelado y cargado de cadenas. El santo apóstol le convirtió a la fe, y habiéndole bautizado, le envió luego a la casa de su señor, con una carta de recomendación, en la cual con sigular encarecimiei\to le pedía gracia para su esclavo, y le rogaba que no le recibiese ya como a un esclavo, sino como a un hijo, a quien había engendrado en Jesucristo. Perdonóle Filemón, concedióle la libertad, y le remitió al santo apóstol. Quedó Onésimo tan aficionado a san Pablo, que no podía a-partarse de su lado, sirviéndole en todas las cosas que había menester. Llevó junto con Tíquico la carta del santo apóstol a los colosenses, ayudóle como fidelísimo ministro del Evangelio, y trabajó con tan encendido celo en la conversión de los gentiles, y en cultivar con santas palabras y ejemplos aquella nueva y reciente viña del Señor, que viéndole san Pablo lleno del Espíritu de Jesucristo, le impuso las manos y le ordenó obispo de Efeso. En este sagrado oficio y dignidad resplandecieron de tal manera sus virtudes cristianas, que no parecía sino un acabado modelo de perfección enteramente en todo conforme a los consejos evangélicos y a la pintura que hace san Pablo de un santo obispo en sus epístolas canónicas.
Por lo cual, el santo prelado de Jerusalén llamado Ignacio, celebra con gran elogio la piedad y celo de Onésimo. Finalmente, después de haber extendido y santificado su Iglesia de JJfeso, en tiempo del emperador Domi-ciano, fué llevado preso a Roma, donde selló con su sangre, como los apóstoles, la doctrina que predicaba, muriendo apedreado por amor de Jesucristo. Los cristianos enterraron su precioso cadáver en la misma ciudad, y más tarde fué trasladado a su iglesia de Efeso.
Reflexión: Quien hubiere leído con atención la vida de este
santo, recuerde que Onésimo fué el pr i mero de los esclavos redimidos por nuestra santísima Religión cristiana, la cual, dando a los hombres claro conocimiento de su dignidad, y elevándolos por la gracia de Jesucristo a una excelencia sobrenatural, protestó desde el principio contra la servidumbre de lo sesclavos, que en las naciones gentiles formaban casi las dos terceras partes de los hombres. Si lees la carta que san Pablo escribió a Filemón recomendándole a Onésimo, se te llenarán de lágrimas los ojos. «Te ruego, le dice, por mi hijo Onésimo, a quien yo he engendrado en mis prisiones. Recíbelo como a mis entrañas, no ya como a esclavo, sino como a hermano carísimo, y si me tienes por amigo, recíbelo como a mí.» Este es verdadero y divino amor a la l ibertad humana, no el de los modernos liberales que se contentan con dar rienda suelta al libertinaje, y para contener luego en ciertos límites y desenfreno, sustituyen a la antigua tiranía, el aparato de la fuerza bruta, que humilla la dignidad de la especie humana y empobrece y aniquila a las naciones. Gracias a esta moderna libertad, ya es menester casi tanta vigilancia en las calles y plazas como en las cárceles y presidios.
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Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve los ojos de tu misericordia sobre nuestra debilidad y miseria, y pues sentimos el peso de nuestras malas obras, te suplicamos que nos ayude la gloriosa intercesión de tu bienaventurado mártir y pontífice Onésimo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Julián de Capadocia, mártir. — 17 de febrero. ( t 308)
Este fervoroso devoto de los santos mártires, y glorioso mártir de Jesucristo, fué natural de Capadocia, y (como escribe Eu-sebio) varón ingenuo y santísimo, admirable en todas sus acciones, y lleno del Espíritu Santo. Habiendo venido a Cesárea al tiempo que el impío gobernador Firmiliano acababa de dar muer . te con exquisitos tormentos a muchos santos mártires; llevado de su ardiente devoción con aquellos ilustres soldados de J e sucristo, se arrojó sobre sus venerables cadáveres que estaban tirados por el suelo, despedazados y bañados en su propia sangre. A todos abrazó, a todos besó con grande reverencia, sin temor ninguno de los gentiles ni de los mismos soldados que custodiaban a los santos cuerpos, que por orden del tirano habían de quedar cuatro días en el lugar del suplicio para que los perros y buitres los devorasen. Viendo, pues, los guardas aquellas demostraciones de la fe y reverencia de Julián, le prendieron y maltrataron con grande inhumanidad, y le presentaron al tribunal del impío juez, acusándole de adorador del Crucificado y de sus mártires. Embravecióse Firmiliano, viendo que la mucha sangre de cristianos que acababa de derramar no era bastante para extinguir la fe de Jesucristo, y después de algunas demandas y respuestas, ordenó que se encendiese una gran hoguera, donde arrojasen a Julián y donde ardiese hasta que no quedase de él más que las cenizas. Oyó el santo mártir con ademanes de inexplicable gozo la terrible sentencia, y no cesaba de dar gracias al Señor por la incomparable merced que le hacía padecer y morir por su amor. ¿Cuándo será la hora, decía, en que mi alma se junte con la de tus santos y justos en la gloria eterna? Y con esta maravillosa constancia y alegría, que dejaba atónitos y asombrados a los mismos verdugos, llegó al lugar del suplicio, y padeció el tormento del fuego, ofreciéndose en holocausto a Jesús, hasta que su alma preciosa, saliendo del cuerpo abrasado, voló al eterno refrigerio y al paraíso de. Dios. Quiso vengarse el gobernador ordenando que el cadáver del santo mártir quedase en el lugar del suplicio por
espacio de cuatro días, con el fin de que las fieras le devorasen, pero no atreviéndose éstas a tocarlo por disposición divina, pudieron recogerlo los cristianos, juntamente con los otros cuerpos de otros santos mártires, a todos los cuales dieron hon_ rosa sepultura. El Señor castigó después al tirano y a sus cómplices, permitiendo que acabasen su vida con muerte desastrosa.
# Reflexión: ¿Qué dirán aquí aquellos
cristianos tibios y cobardes que por vanos respetos del mundo no osan tributar públicamente a Dios y los santos el culto y reverencia que se les deben? Nuestro glorioso san Julián, inspirado de Dios, adoró los sangrientos despojos de aquellos mártires de Jesucristo, sin temor ninguno de la presencia de los soldados ni de las amenazas de los verdugos, y esos vilísimos esclavos del qué dirán, no se atreven a adorar las sagradas reliquias, ni a asistir a una procesión, ni a hacer en sus viajes la señal de la cruz, y si acuden al santo templo, ha de ser cometiendo irreverencias, por temor de parecer hipócritas y cristianos. No quieras, pues, ser tú más bien siervo del mundo que de Jesucristo. Imita a san Agustín, que decía: «Pensad de Agustín lo que os plazca, lo que deseo, lo que busco, es que mi conciencia no me acuse delante de Dios.»
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado mártir Julián, seamos fortalecidos por su intercesión en el amor de tu santo Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
55 •
San Flaviano, patriarca de Constantinopla. — 18 de febrero (t 449)
do a Epiro, murió de los malos tratamientos que había recibido. El emperador, abrió finalmente les ojos y reconoció su culpa, pero su mayordomo Crisaño, que fué el autor de toda aquella t ra-
. ma sacrilega, perdió el favor del príncipe y acabó su vida criminal condenado a una vergonzosa muerte. El Papa san León había escrito una carta a Flaviano para consolarle y animarle a sufrir por amor de Cristo las persecuciones y trabajos que padecía, pero cuando llegó la carta a su destino, ya había pasado de esta vida nuestro santo, y re cibido en el cielo la recompensa
de su invencible entereza y de sus grandes méritos.
El ilustre defensor de la fe católica san Flaviano servía al Señor en su ministerio sacerdotal, y tenía a su cargo los tesoros de la Iglesia de Constantinopla, cuando por muerte del patriarca Proclo, fué elegido para aquella dignidad, con singular aplauso de los fieles católicos y grande enojo de los herejes. Uno de sus mayores enemigos era Crisafio, favorito del emperador Teodosio el Joven, y arbitro de la débil voluntad del príncipe, a quien indujo a pedir a Flaviano algunos presentes con ocasión de su elevación al patriarcado. El santo pastor, conforme a la costumbre de su Iglesia, envió al emperador no más que algunos panes bendecidos en señal de paz y comunión oon la Iglesia de Cristo. Indignóse al verlos Crisafio, y mandó a decir al santo que debía enviar otra cosa; a cuya demanda respondió Flaviano con grande entereza, que él era enemigo hasta de toda sombra de simonía, y que los bienes de la Iglesia no habían de emplearse en obsequio del emperador, sino en la honra de Dios y alivio de los pobres. Rugió de coraje el cortesano al recibir esta respuesta del santo pontífice, y juró que había de perderle a todo trance. Mas no temió sus fieros y amenazas el valeroso defensor de la fe de Cristo, y antes condenó solemnemente en concilio al here-siarca Eutiques, que era pariente de aquel mayordomo de palacio, y apeló al Papa León contra e^conciliábulo de los herejes, oue se juntaron para deoonerle de su Silla. Entonces, como lobos carniceros y ajenos a toda humanidad y respeto, se arrojaron contra el santo Patriarca, le hirieron con sus varas, le acocearon y maltrataron de suerte que al ll?gar desterra-
Reflexión: No han sido pocas, sino muchas las persecuciones que ha sufrido la Iglesia de Cristo, sin más razón que la codicia _ de sus perseguidores. Murmuraban un día de las sagradas Ordenes religiosas algunos corifeos de la política liberal, ponderando con grande encarecimiento la relajación de algunos monasterios y conventos, los cuales, decían, merecían ser quemados como lo fueron. Al oír esto un buen católico que se hallaba presente, replicó diciendo: Todavía no habéis dicho cuál fué el mayor pecado de los frailes para que merecie-an ser exterminados y tan bárbaramente degollados. No fué, añadió, la re lajación ni otro vicio, que fácilmente tolera estas cosas el gobierno liberal. El mayor pecado que tenían aquellos frailes era que estaban ricos. Esta fué la causa principal de la quema de los conventos,' y suele serlo también de las murmuraciones y calumnias con que los enemigos de la Iglesia no cesan de combatirla. Si logran despojarla y reducirla a suma miseria, entonces la afrentan y menosprecian.
Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te dirigimos en la solemnidad de tu confesor y pontífice Flaviano, y que por su intercesión y merecimientos nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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postrado y bañado en tiernas lágrimas. Así vivió san Alvaro crucificado con Cristo, hasta que entendiendo que era llegada la hora de unirse con El en la gloria de su reino, recibió el sagrado Viático, y quedándose en una agradable suspensión, entregó su alma al Creador a la edad de setenta años.
San Alvaro de Córdoba, confesor. — 19 de febrero. ( t 1430)
Uno de los varones ilustres que florecieron en España en el siglo XIV fué san Alvaro, el cual nació en la ciudad de Córdoba de la excelentísima casa de los duques de este título, y fué decoroso ornamento de la Orden Dominicana. Dedicóse a un mismo tiempo que san Vicente Fe-rrer al ministerio apostólico de la predicación, para combatir el desorden general, causado en toda la cristiandad por el dilatado cisma de tres antipapas, y extendió sus conquistas evangélicas a varias provincias de España, Portugal e Italia, no habiendo pecador tan obstinado que pudiese resistirse a su triunfante elocuencia. Obligóle la reina Catalina a dirigir su conciencia, y a expensas de su infatigable actividad y con la ayuda de san Vicente Ferrer calmó las tempestades que agitaban el á^nimo generoso de la soberana, y los reinos de Aragón y de Castilla, y se retiró después a su amada soledad en el convento de Scala coeli, que labró a una legua de Córdoba. Aquí soltó el santo las riendas a su fervor. Desnudábase las espaldas, y azotándose con una cadena de hierro, subía de rodillas por una agria cuesta, sembrada de puntas penetrantes de la misma roca, y en llegando a una cueva, donde estaba una imagen de Nuestra Señora de las Angustias, en todo semejante a la del convento de san Pablo, continuaba la disciplina con tanto rigor, que dejaba el suelo y las paredes bañadas en sangre. Viéronle muchas veces en ese santo ejercicio, sostenido de los brazos por los ángeles, los cuales le alumbraban y separaban del camino las piedras para que no le lastimasen. Y entre otros regalos que recibió de su Amor crucificado este abrasado serafín, uno fué que pasando un día a su convento de Córdoba, y viendo en el camino a un pobre enfermo tan desnudo y tan lastimoso que moviera a piedad al pecho más duro, cargándolo sobre sus hombros, partió con él al convento, y entrando en la portería con la piadosa carga, y acudiendo los religiosos a bajar de los hombros del santo al enfermo, luego que lo descubrieron hallaron una imagen de Cristo crucificado. Espantáronse a la vista de aquel soberano espectáculo, y el santo, prorrum-
piendo en expresiones amorosas, le adoró
Reflexión: Al leer la vida de este varón tan santo, por ventura te has inquietado al verte tan miserable y sin ningún mérito. Haz, pues, lo que buenamente puedas para satisfacer por tus culpas y agradar a aquel benignísimo Señor a quien ofendiste, y pon toda tu esperanza en sus divinos e infinitos merecimientos, y no temas, que no te condenará ni te privará de la gloria de su reino. Mira lo que dice el apóstol: «Doctrina fiel y verdadera es que Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores. Dióse a sí mismo por nosotros para librarnos de toda maldad, y por su misericordia nos redimió, para que renovados con su gracia, esperemos ser herederos de la vida eterna.» (í, Tit. I.) ¿Qfcién no se anima con tales promesas? ¿Quién con tal esperanza podrá desmayar y caer en la desesperación?
Oración: Atiende, Señor, a las súplicas que te dirigimos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Alvaro, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por las oraciones de aquel santo que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Euquerio, obispo y confesor. — 20 de febrero. (t 743)
El bienaventurado san Euquerio nació en Orleans, ciudad principal de Francia, de padres nobles, ricos y piadosos, y aunque estaba dotado de los dones naturales que el mundo estima, mucho mayor era el adorno y atavío de su alma, y así huyendo de las tempestades del siglo, se aco_ gió al puerto seguro de la Religión, y en el monasterio Cemético tomó el hábito de monje. Fué tan grande la luz de su. santa vida, que muriendo en aquella sazón el obispo de Orleans, que era su tío, todo el pueblo envió una embajada a Carlos Maríel (que aunque no era rey, gobernaba el reino de Francia como si lo fuera) suplicándole que les diese a Euquerio por obispo. No se puede creer la pena que r e cibió el santo cuando lo supo, pero bajó la cabeza y llorando él, y llorando los monjes, se partió del monasterio y vino a Orleans, donde fué consagrado de los obispos y colocado en su cátedra con extraño regocijo de todo el clero y pueblo. Hizo el santo su oficio de pastor con gran vigilancia y cuidado, y todos le querían y reverenciaban como a padre, y publicaban sus alabanzas por todas partes. Mas todo esto no bastó para que no padeciese muchos trabajos, porque como reprendiese a Carlos Martel porque se metía en ¿os bienes de la Iglesia como si fuera señor de ellos, mal aconsejado el príncipe por ministros codiciosos y lisonjeros, desterró al santo obispo a la ciudad de Colonia. Aquí fué recibido como un ángel venido del cielo, y regalado y servido tanto, que Martel, temiéndole, le envió al duque Roberto, amigo suyo, para que le guardase, y el duque, conociendo los méritos de Euquerio, le recibió con suma alegría y
le entregó su hacienda para que la repartiese a los pobres a su voluntad. Mas el santo no quiso del duque sino que le dejase l ibremente en la iglesia de san Trudón, donde olvidado de todos los cuidados de la tierra, se entregó enteramente a las cosas del servicio divino. Seis años pasó en aquel retiro, llevando una vida enteramente celestial; multiplicó sus penitencias, austeridades y vigilias, y pasaba los días y gran parte de las noches en la oración. Fué tanta la fuerza de su buen ejemplo, que con su vida santísima se movieron los monjes del monasterio de
aquel lugar, a la imitación de las heroicas virtudes del santo prelado, porque no les parecía sino ver en él un venerable anacoreta venido del desierto, o un ángel re vestido de carne humana. Finalmente, queriendo el Señor premiar los trabajos de su siervo fidelísimo, le llamó para sí, del destierro a la patria feliz de los bienaventurados por una muerte preciosa. Fué su dichoso tránsito el día 20 de febrero, y al poco tiempo ilustró el Señor el sepulcro del santo con muchos y estupendos milagros.
Reflexión: No hay duda sino que nuestro Señor ha dado severísimos castigos a muchos que han metido las manos en los tesoros de la Iglesia, y de esto hay grandes y numerosos ejemplos así pasados como presentes, y puesto caso que Carlos Martel no se condenase, aunque lo piensan algunos por una revelación que citan de san Euquerio, con todo es lo cierto que padeció una pena temporal de angustias y aflicciones durísimas que le acabaron la vida, como dice el cardenal Baronio. Y así, no sin mucha razón ha sido celebrada la expresión de un hombre político de nuestros tiempos que decía: «Yo no sé lo que tiene la carne del Papa, que quien la come, revienta.»
Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas nuestras súplicas en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Euquerio, y por los méritos e intercesión de este santo que dignamente te sirvió, absuélvenos de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Severiano, obispo y mártir. — 21 de febrero. (t 452)
Gobernaba el glorioso san Severiano su Iglesia de Escitópolis en Palestina, como celoso y vigilante pastor, procurando que su clero fuese delante de los seglares con su ejemplar vida, que las iglesias fuesen bien servidas y adornadas, que el pueblo fuese' enseñado en la ley de Dios, que se corrigiesen los vicios, acrecentasen las virtudes y creciesen las obras de piedad, y que a todos los fieles, así seglares como eclesiásticos y religiosos huyesen de toda sombra de herejía y conservasen en toda su entereza la verdadera doctrina de la Iglesia católica. Bajo el reinado de Marciano y de santa Pulquería, el santo abad Eutimio y la mayor parte de los monjes de Palestina habían recibido con sigular reverencia y sumisión los decretos del concilio de Calcedonia que condenaba la herejía de los Eutiquianos, los cuales ponían mácula en la divinidad de Jesucristo, pero no faltó un monstruo del infierno llamado Teodosio, que mal hallado con su vocación religiosa, se divorció de Cristo y comenzó a perturbar los monasterios, y con el favor de la emperatriz Eudoxia, que era viuda de Teodosio el Joven y vivía en Palestina, cobró grandes bríos para hacer guerra a la Iglesia de Dios. Llevó a tal extremo su osadía, que se sentó en la silla patriarcal de Jerusalén, desterrando de ella al legítimo patriarca Juvenal, y poniéndose luego a la cabeza de un ejército de herejes y bandidos, persiguió de muerte a los católicos e inundó de sangre toda aquella tierra. Llegaron también a-quellos bárbaros a Escitópolis, y como el santo obispo Severiano resplandecía como sol en aquella Iglesia de Cristo, fué una de las primeras víctimas de su ciego furor, porque después de haberle prendido y atado, le arrastraron con grande crueldad fuera de la población, y allí le apalearon y sacrificaron con la inhumanidad que. es propia de los herejes. Perdonó i el Señor a sus mortales enemigos, y selló con su sangre la verdadera fe de nuestro Señor J e sucristo, alcanzando así la corona de ilustre mártir. Con el ejemplo de su cristiana fortaleza se movieron muchos celosos ministros del Señor a predicar sin temor de la muerte la divina palabra a toda aquella cristiandad, por lo cual en lugar de arruinarse y deshacerse, se acrecentó ma
ravillosamente con grande espanto y confusión de los herejes, y señalada gloria de Jesucristo y de su verdadera y divina Iglesia católica.
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Reflexión: Los herejes siempre han sido los mismos: rebeldes, orgullosos y homicidas como Lucifer, padre de todos los apóstatas y herejes. Ellos burlan y hacen escarnio de la llaneza y simplicidad que hay en Cristo, desprecian las santas tradiciones de la Iglesia, blasfeman de los santos y santas de Dios, y aborrecen y persiguen con loco atrevimiento a todos los fieles católicos. Ellos se tienen por los sabios, por los hombres discretos y humanos, y con todo se fingen unas monstruosidades de doctrinas abominables y perversas, y sólo para sí quieren la libertad de pensar y de obrar a su antojo, y no hay lobos más feroces que estos hombres sin entrañas, cuando a su salvo pueden hacer p re sa en el rebaño de Cristo. Tú ruega a Dios con cuidado que los convierta, y abominando de sus pestilenciales errores, guárdate de ser muy amigo de tu propio parecer, y obedece a Jesucristo, doctor divino de los hombres, y a su santa Iglesia infalible, en la cual está depositado el tesoro de la verdad de Dios.
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! vuelve los ojos piadosos sobre nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestras acciones culpables, ampáranos por la intercesión gloriosa de tu bienaventurado pontífice y mártir san Severiano. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La Cátedra de san Pedro en Antioquía. — 22 de febrero. (Año 40 de J. C.)
la ciega gentilidad adoraba; para que resplandeciese más la nueva luz del Evangelio en aquel abismo tan profundo y de tanta obscuridad, y conquistada la cabeza y el alcázar del imperio romano, más fácilmente se sujetasen las demás ciudades y provincias al suave yugo de la fe de Cristo, que había venido del cielo para alumbrar y salvar a todos los hombres.- Y así nuestro Señor, que fué declarado Rey en aquel título que en tres lenguas: hebrea, griega y latina, se puso sobre, el glorioso estandarte de la cruz, ordenó que el Príncipe de los apóstoles, san Pedro, pre
dicase como Vicario de Cristo, primero a los judíos, después a los griegos y finalmente a los romanos, para que se entendiese que era pastor universal de todos, y que lo son sus sucesores.
Reflexión: Desde que san Pedro puso su Cátedra en Antioquía ha habido sin cesar en la tierra un soberano tribunal que con divina autoridad ha fallado siempre en las cuestiones más graves que pueden ofrecerse a los hijos de Adán. ¿Vamos bien o mal a nuestro eterno destino? A esta duda espantosa sólo puede responder y responde seguramente el lugarteniente de Cristo sobre la tierra. Visitóla el Hijo de Dios, que era la luz increada: enseñó a los mortales la verdad de Dios en*su divino Evangelio, y subiendo después a los cielos de su gloria, constituyó a san Pedro y a sus legítimos sucesores oráculos de su verdad hasta el fin de los siglos. Reconozcamos, pues, este grande e incomparable beneficio; celebremos con toda la veneración de nuestras almas la Cátedra de san Pedro, y cuando se trate del negocio de toda nuestra eternidad, digamos: yo no quiero fiarme de las doctrinas de los hombres, ni aun de mis propias ideas, sino de las doctrinas de Cristo Dios y de su santa Iglesia.
Oración: ¡Oh Dios y Señor! que entregando las llaves del reino celestial a tu apóstol el bienaventurado san Pedro, le diste potestad para atar y desatar los lazos de la culpa, te suplicamos que por su intercesión seamos libres de las cadenas de nuestros pecados. Por Jesucristo, nues_ tro Señor. Amén.
La Cátedra de san Pedro en Antioquía la celebra la santa Iglesia para declararnos el beneficio que todo el mundo recibió en la institución de la Cátedra apostólica, y en la potestad que Cristo nuestro Señor dio al Príncipe de los apóstoles, cuando le hizo su Vicario y piedra fundamental de la Iglesia. Después que el Señor subió a los cíelos, el glorioso apóstol san Pedro comenzó a ejercitar su oficio de Pastor universal, presidiendo en los concilios de J e -rusalén y hablando como lengua de todos ios otros apóstoles, mas pasando luego a Siria, entró en la ciudad de Antioquía, que era metrópoli de las demás, donde por divina ordenación había de poner su pr imera Cátedra. Allí padeció al principio muchas y graves tribulaciones, y fué escarnecido,' afrentado, encarcelado y perseguido por los que eran enemigos de la luz y de la verdad, pero después que re cibieron el Evangelio, y salieron de la ceguedad en que estaban, le honraron m u cho, y aun edificaron un templo al Dios verdadero y pusieron en él una Cátedra
- en que el santo apóstol se sentase para predicarles y satisfacer a sus dudas y declararles cuál era la verdadera doctrina de Dios. Y fueron tantos los que se convirtieron, que allí comenzaron los fieles a l lamarse Cristianos, llamándose antes con el nombre de Discípulos. Siete años estuvo san Pedro en Antioquía, aunque no siempre moraba en aquella ciudad, sino que como Pastor universal visitaba las otras iglesias. Traspasó después su Silla apostólica a la ciudad de Roma, que era señora del mundo, y abrazaba en sí, como dice san León, a todos los monstruos de los falsos dioses que en las otras provincias
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San Sereno, monje y mártir. (t 307)
23 de febrero.
El glorioso anacoreta y mártir san Sereno, fué griego de nación, y trae su genealogía espiritual de aquel gran celador de la honra de Dios y santísimo profeta Elias, cuyos discípulos y descendientes, desterrándose por, los desiertos, vivían sobre la tierra como ángeles en carne humana. Moraba, pues, san Sereno en Sirmio de Pannonia, donde tenía un huerto que labraba y cultivaba para proveer a su necesario sustento, gastando el resto del tiempo en la contemplación de las cosas celestiales. Vino un día al huerto del santo una mujer hermosa y liviana, esposa de un grande a-migo del emperador, y viendo allí unas flores bellísimas, que el santo había plantado para su honesta recreación, se puso a cortarlas, imaginando que por ser ella señora tan principal, tenía autoridad para todo, y no había de reparar en el disgusto que causaba al humilde solitario, a quien como mujer gentil miraba con sumo desprecio. Mas nuestro santo le echó en cara su descortesía, y como viese no ser aquella hora, ni el venir sola, decente a su autoridad, honestidad y modestia, reprendióla ásperamente, diciéndola que no convenía a su persona y calidad entrar en el huerto de un solitario monje, y luego con una santa ira, la echó fuera. La mujer, que así se vio a su parecer despreciada, escribió una carta a su marido, desacreditando la virtud del honestísimo monje con una atroz calumnia. Irritóse sobremanera el celoso marido, y acusó a Sereno delante del emperador, el cual mandó que se h i ciese información de aquel falso crimen para que se castigase al reo como se merecía. Dio el santo cuenta de sí con tan admirable llaneza, que bien entendió el juez su inocencia, y le absolvió. Entonces, el perverso marido, por instigación de la mala hembra, le acusó y denunció por cristiano y capital enemigo de los dioses del imperio, por lo cual Maximiliano le mandó prender de nuevo y le obligó a sacrificar a ios ídolos, o al menos a hincar como él la rodilla para adorarlos. Negóse el santo a esta sacrilega veneración de los demonios, y como perseverase constante en la confesión de Jesucristo, sin que bastasen ruegos y amenazas a quebrantar su fe, mandó el tirano eme le cortasen la
cabeza, y en este suplicio recibió el santo la corona del martirio y de su virginal honestidad.
Reflexión: No es nuevo en el mundo ser perseguido de mujeres livianas y antojadizas la honestidad de los varones justos, y así es digno de alabanza el bienaventurado Sereno cuando considerando el riesgo que podía venirle a su bendita alma de semejante compañía, por ser la mujer deshonesta fuego y rayo que de re pente abrasa y hiere, reprendióla y la echó fuera de su jardín por conservar más pura su castidad, mereciendo por este triunfo la corona y palma del martirio. Y aquí has de sabor, hijo mío, y asentar bien en tu corazón y en tu memoria, que en estas y demás batallas de la castidad, el que huye es^el más fuerte, y el que mejor sabe huir, triunfa con mayor gloria de este capital enemigo. Apártate, pues, de las conversaciones y amistades peligrosas; huye de los espectáculos profanos, y ataja cualquiera pensamiento o imaginación contraria a la santa pureza. Si quieres ser casto, esto has de hacer; y si esto no haces, es porque no quieres ser casto.
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! concédenos por la intercesión de tu bienaventurado mártir Sereno, que seamos libres de todas las adversidades del cuerpo, y limpios de todos los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Matías, apóstol. — 24 de febrero. (t 60 de J. C.?)
Habiendo caído el traidor Judas de la cumbre del apostolado, y acabado la vida con desdichado fin, escribe san Lucas en los Hechos Apostólicos, que después de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador a los cielos, estando todos los apóstoles y los otros discípulos del Señor juntos, se levantó san Pedro como cabeza y Pastor universal de todos, y después de haberles referido brevemente la maldad y castigo de Judas, les dijo que para cumplirse la profecía de David, se había de escoger uno de los que allí estaban y habían conversado con Cristo desde el bautismo de san Juan Bautista, hasta el día en que .subió a los cielos, y pareciendo bien a todos los que allí estaban, y eran como ciento y veinte personas, de común acuerdo escogieron dos entre todos: a José, que por su gran santidad llamaban Justo, y a Matías. Ambos eran de los setenta y dos discípulos. Pusiéronse luego todos en oración, suplicando humildemente al Señor que pues él solo conocía los corazones, les manifestase a cuál de los dos había escogido, y cayó la suerte sobre Matías, concurriendo con gran consentimiento los votos en su persona. Desde aquel día fué contado con los once apóstoles, y habiendo-recibido con ellos y los discípulos el Espíritu Santo, comenzó a predicar el misterio escondido e inefable de la Cruz, con gran santidad de vida y con una lengua de fuego divino que encendía los corazones de los que le oían. Después, en el r e partimiento que hicieron los sagrados apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a san Matías le cupo Judea, donde convirtió muchos pueblos al Señor, y penetrando con su predicación y
doctrina hasta lo interior de Etiopía, padeció muchos y muy graves trabajos de caminos por t ierras ásperas y fragosas, y de persecuciones de los gentiles. F i nalmente, después de haber a-lumbrado con la luz de Cristo muchos pueblo's que estaban asentados en tinieblas y sombras de muerte, selló como los demás apóstoles, con su sangre, la doctrina del Evangelio, muriendo a-pedreado y descabezado por amor de su divino Maestro. Su sagrado cuerpo, según la más constante tradición, fué traído a Roma por santa Elena, y hasta hoy se venera en la iglesia de santa Ma
ría la Mayor, la más considerable parte de sus reliquias. Asegúrase que la otra parte de ellas se la dio la misma santa emperatriz a san Agricio, arzobispo de Tréveris, quien las colocó en la iglesia llamada de S. Matías.
Reflexión: Nos dice el Espíritu Santo: «Conserva la gracia que tienes para que no reciba otro tu corona.» Y la infelicísima suerte de Judas, a quien arrebató san Matías la corona gloriosa del Apostolado, nos ha de hacer temblar y entender que no hay lugar seguro en esta vida, si el hombre no vive con cuidado y recato, pues Lucifer cayó en el cielo, nuestro padre Adán en el paraíso, y Judas en el Colegio apostólico en compañía del Señor. ¡Oh qué tremendos son los juicios divinos! Teme, pues, y ama a Dios. Guarda con toda diligencia tu corazón y procura tenerlo siempre limpio y puro; si pecares, humíllate, y por muchos y muy graves que sean tus pecados, aunque negares a Dios y vendieres a Cristo (que nunca el Señor lo permita) , nunca desesperes, como Judas, del perdón, porque nunca puede ser tan grave tu malicia, que sobrepuje a la misericordia de Dios. Mas si te obstinares en tus pecados, si quisieres estar de asiento en tus vicios, teme a aquel Señor que puede dar a otro la corona que te había re servado en el cielo.
Oración: ¡Oh Dios! que te dignaste agregar al Colegio de tus apóstoles al bienaventurado san Matías, concédenos por su intercesión que experimentemos siempre los efectos de tus misericordiosas entrañas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Tarasio, obispo de Constantinopla. — 25 de febrero. " (t 806)
, Nació el santísimo obispo Tarasio en la ciudad de Constantinopla de padres tan ilustres por su nobleza como por su religión y piedad. Criaron al niño con gran cuidado y entre otros buenos consejos que le daba la madre, no cesaba de avisarle que huyese de toda mala compañía. Por esta causa cuando, terminados sus estudios,* resplandeció a los ojos de todos por sus vir tudes y talentos, y se vio ensalzado hasta la dignidad de cónsul y de primer consejero del reino, en el imperio de Constantino y de la emperatriz Irene su madre, no se desvaneció con el falso brillo de la gloria del mundo, ni los atractivos de la corte menoscabaron un punto la entereza de su inocencia y de sus laudables costumbres: y así por una. maravillosa disposición del cielo, a la cual no pudo resistirse el santo, pasó del palacio del emperador a la cátedra patriarcal de Constantinopla, siendo consagrado obispo el día de la Natividad del Señor, para nacer de nuevo y comenzar desde aquel día una nueva vida. Sacó de su palacio todas las alhajas y muebles preciosos; se acostaba el último y se levantaba el primero, y se mostraba padre de todos, siendo los pobres sus hijos más amados y favorecidos. Pero a los herejes siempre los aborreció y persiguió como a enemigos de Dios y de la verdad divina, y empleó todas sus fuerzas para domar la sacrilega osadía de los inococlastas que destruían con supersticioso furor las santas imágenes. A instancias del santo congregóse el séptimo concilio general, al cual asistió, ocupando en él el primer lugar después de los legados del Papa, y cuan,do el emperador Constantino V repudió a la emperatriz María, su mujer, para casarse secretamente con su concubina Teodora, el santo patriarca condenó aquel abominable matrimonio, e hizo todo lo que pudo para deshacer aquel escándalo.. Finalmente, después de haber llevado con admirable fortaleza las increíbles persecuciones que padeció por querer remediar tan grande mal, descansó en la paz del Señor y fué a recibir del Rey del cielo la recompensa de sus virtudes que le negaron los príncipes de la tierra. El adúltero monarca, cuya liviandad había causado al santo
tan amarga aflicción, y a todos sus pueblos tan grande escándalo, acabó su torpe vida con muerte desastrada en que se echó de ver la poderosa mano del Señor que justamente le hería y tomaba venganza de aquella iniquidad.
Reflexión: El que imagina que en esta vida ha de ser recompensada la virtud v castigada la maldad como merece, yerra torpemente. Porque fuera de algunos casos en que nuestro Señor hace resplandecer en este mundo su justicia soberana, ni los buenos ni los malos llevan acá su merecido. Si cuando pecamos sintiésemos al punto el azote de Dios, y cuando obramos el bien tuviésemos luego a los ojos el premio, le sirviéramos como esclavos, como niños y como bestias, sólo por el temor del azote y por la golosina de la recompensa. No quiere eso nuestro Señor: quiere que le sirvamos con toda libertad, que le amemos como hijos, aun sin temor del castigo ni esperanza del premio: y suficiente conocimiento ha dado a los hombres para comprender que no faltará después la recompensa o castigo, conforme a sus obras y conforme a la ley de la soberana justicia de Dios.
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! concédenos que la venerable solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Tarasio, acreciente en nosotros el espíritu de la devoción y la gracia de nuestra eterna salud. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. ,,.«
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San Porfirio, obispo. — 26 de febrero. (f 420)
Nació el glorioso san Porfirio en Tesa-lónica, de familia muy ilustre y opulenta, y habiéndole educado sus cristianos padres en el santo temor de Dios, y en las letras humanas y divinas, a la edad de veinticinco años se retiró a Egipto, donde se consagró enteramente al servicio de Dios abrazando la vida religiosa en el famoso monasterio de Sceté. Perseveró allí cinco años ejercitándose en la humildad y en la penitencia. Visitó después con gran devoción los santos lugares de J e -rusalén, y en una maravillosa visión que tuvo en el monte Calvario, cobró sobrenaturales fuerzas para adelantarse en el camino de la cruz de Cristo, que vio muy gloriosa y resplandeciente. Repartiendo después sus bienes a los pobres, puso su asiento en una gruta de las riberas del Jordán, donde aprendió el oficio de curtidor para ganarse el sustento necesario. Pero llegando la fama de sus grandes virtudes al patriarca de Jerusalén, le sacó de su vivienda, y le mandó que se ordenase de sacerdote para que su doctrina y virtud resplandeciesen con mayor brillo en la Iglesia de Dios. Por este tiempo quedó vacante la Silla de Gaza, y todos pusierpn los ojos en el santo sacerdote Porfirio, el cual aceptó aquella dignidad con muchas lágrimas, mas con grandísimo fruto y acrecentamiento del rebaño de Jesucristo. Porque con la divina fuerza de su p re r dicación redujo muchos infieles a la santa fe, reprimió a los herejes Maniqueos, y destruyó las reliquias de la idolatría que aún habían quedado en su diócesis. Era varón de Dios, poderoso en obras y palabras y lleno del espíritu del Señor. A su voz caían por tierra los ídolos de los raí
ganos
sos dioses, los enfermos recobra, ban la salud, y no parece sitio que todos los elementos se mostraban sumisos y rendidos al imperio de su voluntad. Finalmente, después de una vida llena de virtudes y maravillas, llegando el santísimo prelado a la edad de sesenta y siete años, muy quebrantado por sus penitencias y consumido por el ardor de su celo, descansó en la paz del Señor, con la singular consolación de dejar su ciudad y diócesis no solamente limpias de toda la pestilencia de las herejías que las contaminaban, mas también purificadas de los vicios de los pa-
y hermoseadas con el resplandor de las cristianas virtudes.
Reflexión: Mucho hizo y trabajó el santo obispo Porfirio en su diócesis para limpiarla de la herejía, y de los vicios y errores de la gentilidad; pero al fin de su vida pudo ofrecer a Jesucristo una Iglesia pura, hermosa y sin mancha. Imiten este celo cuantos tienen obligación de guiar a otros por el camino de la virtud y especialmente los padres y cabezas de las familias cristianas. Sí, padres de familia: vosotros sois constituidos por Dios como obispos y prelados de vuestra casa: y esa casa y familia que gobernáis es vuestra iglesia y vuestro sagrado rebaño. Velad, pues, con toda solicitud sobre ella, y no permitáis que la inficionen ni los errores de la impiedad, ni los vicios del libertinaje que pervierten y estragan a tantas familias. ¿Cómo podríais, morir t ranquilamente dejando una familia de hijos incrédulos, renegados y perdidos, que serían vuestros verdugos por toda la eternidad? Criadlos, pues, en santo temor de Dios, inspiradles el amor de las vir tudes cristianas con vuestras palabras y ejemplos, y así moriréis en paz y tendréis la dicha de recobrarlos en el cielo y para gozar siempre de su dulce compañía en aquella eterna bienaventuranza.
Oración: Rogárnoste, Señor, que te dignes oír las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor y pontífice Porfirio, para que por los méritos e intercesión de este santo que tan dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Leandro, arzobispo de Sevilla. — 27 de febrero. (t 603)
El gloriosísimo apóstol de los godos san Leandro, fué hijo de Se-veriano, hombre principal y de gran linaje en Cartagena. Tuvo por hermanos a san Fulgencio, obispo de Ecija, a san. Isidoro, que le sucedió en la Iglesia de Sevilla, y a santa Florentina, abadesa y maestra de muchas santas vírgenes dedicadas al Señor. , Dando libelo de repudio al mundo, tomó el hábito de san Benito, y resplandeció tanto por su santa vida y doctrina, que por común consentimiento de todos fué elegido para la cátedra arzobispal de Sevilla. Reinaba a la sazón Leovigildo, rey godo y hereje arriano y enemigo de los católicos; y como su hijo Hermenegildo hubiese abrazado muy de corazón la verdadera fe, hubo entre el padre y el hijo muchos y muy grandes disgustos y contiendas por causa de la religión, y vino el negocio a tanto rompimiento, que el reino se dividió en dos bandos, de católicos y herejes. Mas cayó el hijo y príncipe Hermenegildo en manos de su padre; el cual le encarceló y cargó de duras prisiones y finalmente le hizo matar, por no haber querido comulgar por mano de un obispo arriano, que el padre le había enviado a la cárcel el día de Pascua. Desterró luego de España a los obispos católicos, principalmente a san Leandro y a san Fulgencio su hermano, se apoderó de los bienes de las Iglesias y dio muerte a muchos católicos. Mas cuando la tempestad estaba más brava y furiosa, comenzó el rey a reconocer su gran pecado, para lo cual le ayudaron algunos milagros que obró el Señor en el sepulcro de su hijo mártir, y una enfermedad de la cual falleció, encomendando a Recaredo, su hijo, que tuviese en lugar de padre a san Leandro y a san Fulgencio. Así, pues, Recaredo después de la muerte de su padre, por consejo de san Leandro hizo juntar un concilio nacional, que fué el tercero Toledano, en el cual se halló san Leandro, y aun-presidió en él (como dice san Isidoro su hermano) . Celebróse este famoso concilio con grande paz y conformidad, y el rey se mostró piadosísimo y celosísimo de la fe católica, la cual abrazaron universalmente todos los godos, y san Leandro hizo una docta y elegante oración, alabando a nuestro Señor por las
mercedes que había hecho aquel día a toda la nación y reino de España, y a toda la Iglesia católica. Finalmente, volviendo san Leandro a su Iglesia de Sevilla, y gobernándola como Santísimo prelado, pasó de esta vida mortal a la edad de ochenta años para recibir de la mano del Señor la Corona de sus grandes merecimientos.
Reflexión: La unidad de la fe católica, fué el mayor beneficio que recibió España de la bondad de Dios por medio del glorioso san Leandro; y la pérdida de esta unidad ha sido el mayor azote que podía venir sobre nuestra desventurada patria. Cuando España era católica, y más católica que todas las demás naciones, floreció tanto en las virtudes, en las armas, en las artes y en las ciencias, que llegó a ser la primera y más poderosa nación del mundo. ¿Y qué hemos sacado de abrir las puertas a las herejías e impiedades de los extranjeros? La pérdida de la fe, de la honra, del poder, de la riqueza, de la paz, en una palabra: la ruina del cuerpo y del alma. Estos son los frutos del liberalismo infernal en España; y el mayor de todos sus males es la ceguedad en que se halla para no ver que todos estos azotes son justos castigos de su prevaricación.
Oración: ¡Oh Dios! que desterraste de España la pravedad arriana por la doctrina de tu santo confesor y nontífice Leandro, rogárnoste por sus méritos y oraciones, que concedas a tu pueblo que se conserve siempre libre de toda plaga de errores y de vicios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Román, abad. — . (f 460)
28 de febrero.
El glorioso san Román fué natural del condado de Borgoña; y hallándose bien enseñado en la ciencia de los santos por el abad de León llamado Sabino, retiróse a un desierto del monte Jura, que separa el Franco Condado del país de los suizos. Allí encontró un chopo de enorme corpulencia cuyas ramas entendidas y entretejidas formaban un techo que le defendían así de la lluvia como de los rayos del sol: y no lejos del árbol brotaba una fuente de agua cristalina, rodeada de zarzas llenas de unas como acerolas silvestres. Allí vivió muchos años el santo como ángel en carne humana, >y allí le visitó su hermano Lupiciano, guiado por soberana inspiración, que le movió a dar también de mano al siglo, y gozar de las espirituales delicias que halló su hermano en aquella soledad. Comenzaron luego a concurrir a aquel yermo aldeanos y ciudadanos, unos por solo venerar a los santos hermanos, y otros para hacerse sus discípulos: y tantos fueron estos últimos, que en breves años se labraron varios monasterios así de hombres como de mujeres, cuya santidad era celebrada en todo el reino de Francia. Entre otras maravillas que hizo el Señor por mano de san Román, una fué que yendo un día el santo a visitar a sus hermanos los monjes, le sorprendió la noche sin hallar otro albergue que el pobre hospicio donde se curaban los leprosos, que a la sazón eran nueve. Luego que los vio, hizo calentar un poco de agua, les lavó los pies, y aquella noche se acostó en medio de ellos. Acostados todos diez, los nueve leprosos se durmieron, velando sólo Román y rezando a Dios salmos e himnos de ala
banzas. Tocó luego un lado de uno de los leprosos y al instante sanó y se vio libre de la lepra. Tocó a otro, y al instante también sanó. Despertaron -los dos, y hallándose así milagrosamente limpios, cada uno tocó a su compañero que más cerca le estaba para despertarle, y que despierto
" rogase a Román le sanase como a ellos. Pero ¡oh bondad de. nuestro gran Dios! ¡oh poder grande de la virtud de su siervo Román! Al despertar, todos se hallaron tan sanos y buenos como si en su vida no hubiesen tenido lepra, ni otro mal alguno. Finalmente, después de haber poblado san
Román de santos aquellos desiertos, a los sesenta años de su edad, lleno ya de méritos y virtudes, entregó su purísima alma al Señor, con gran sentimiento de sus discípulos que le amaban como a padre y le veneraban como a santo abad y espejo de perfección.
Reflexión: Muy regalados eran de Dios san Román y sus monjes, y era tal la abundancia de dulzura interior, que apenas sentían la aspereza de aquellos desiertos. Perp si tú cuando estás orando, u oyendo Misa, o leyendo algún libro santo, no experimentas aquel sabroso afecto de devoción, no dejes por eso lo que hubieras comenzado. Forma un santo deseo de agradar a Dios, y ofrécele en alabanza eterna esa esterilidad y trabaja. Porque así no menos agradable le será esa esterilidad que padeces, que una grande abundancia de suavidad, y por ventura más. La devoción racional es más cierta y agradable a Dios que la sensible cuando uno aborrece el pecado y lo abomina y sirve a Dios con una voluntad determinada y desinteresada, y las cosas en que sabe que ha de agradar a Dios, las abraza con buen ánimo y las pone por obra. Si tienes esta devoción, no perderás nada de tu trabajo, aunque te falte la otra.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que por la intercesión del bienaventurado abad san Román hallemos gracia delante de tu Majestad para conseguir por sus oraciones lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Rosendo, obispo y confesor. — r de marzo. (t 977)
El admirable obispo san Rosendo, nació de una de las más ilustres casas de Galicia y Portugal, y fué hijo de los condes don Gutiérrez de Arias y doña Aldara. Procuró con gran cuidado las bondadosa madre inclinar al niño a las virtudes cristianas y educarle en las letras como a su calidad convenía; y se adelantó de manera en la piedad y en el estudio de las ciencias humanas y sagradas, que habiendo vacado el obispo de Du-mio, todo el clero y el pueblo hicieron la elección de prelado en Rosendo que contaba a la sazón diez y ocho años. La poca edad e inexperiencia que él alegaba- para huir de aquella dignidad, supliólas ventajosamente con su santidad y maravillosa prudencia. Todos los días predicaba al pueblo la palabra de Dios: mostrábase padre y tutor de los pobres a quienes repartía por su mano largas limosnas, y con su celo apostólico reformó las costumbres de toda su diócesis. A instancias del rey don Sancho tomó el gobierno de la Iglesia de Compostela, en la cual hizo el copioso fruto que el rey deseaba. Invadieron por este tiempo los normandos a Galicia, y los moros a Portugal: y estando el rey don Sancho ausente, congregó nuestro santo prelado Rosendo, un poderoso ejército, y animando a las tropas con aquellas palabras de David: Ellos en carros y caballos, y nosotros en el nombre del Señor, arrojó a los normandos de Galicia, y reprimió a los árabes alcanzando de ellos un glorioso triunfo, por el cual fué recibido en Compostela con grandes demostraciones de júbilo, como a vencedor asistido del cielo. Mas suspirando el santo por la soledad, edificó en el pueblo del Villar el célebre monasterio de Celanova, uno de los más magníficos de la Religión benedictina, donde sirvieron a Dios muchos monjes de sangre noble y de vida santísima. Dióles por padre a Franquila, abad del monasterio de san Esteban, y muerto este Santo varón, todos eligieron a san Rosendo. Algunos obispos y abades renunciaron la dignidad, y muchos señores nobles las grandezas del mundo, para tomar el hábito de manos del santo, y ponerse debajo de su paternal gobierno. El Señor acreditaba su santidad con el don de milagros, los
cuales fueron tantos en número, que de ellos se compuso un códice que se conservó en el monasterio de Celanova. Finalmente, a los setenta años de su vida santísima, envuelto en su cilicio, rociado de ceniza y visitado de los ángeles, entregó su espíritu Si Creador.
Reflexión: En la hora en que murió el santo, preguntándole los monjes anegados en lágrimas a qué superior les encomendaba, respondió: «Confiad, hijos míos, en el.Señor: poned en él vuestra confianza, que no os dejará huérfanos. Os encomiendo _ a Jesucristo, que os redimió con su preciosa sangre, y os congregó en este lugar». Bajo su amparo nos hemos de poner también nosotros continuamente pero sobre todo en tiempo de tentación. ¿Qué mejor ayuda? ¿Qué mayor fortaleza para nuestra alma? «Si vinieren ejércitos contra mí, no temerá mi corazón. Si arreciare la batalla, en El confiaré», dice el profeta. Y a la verdad ¿quién podrá contra nosotros, si está de nuestro lado el Señor? ¿Acaso la tentación? ¿Acaso las angustias? ¿Acaso los trabajos? «Estoy cierto, decía el apóstol san Pablo que confiaba en el Señor, que ni la tribulación, ni el hambre, ni las persecuciones serán capaces de vencerme y separarme de la caridad de Cristo.» En él venceremos también nosotros.
Oración: Suplicárnoste, Señor Dios, que favorezcas a tus siervos por los gloriosos méritos de tu confesor y pontífice Rosendo, para que por su intercesión seamos siempre protegidos en todas nuestras adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Simplicio, papa. ( t 483)
2 de marzo.
El celosísimo pontífice de la Iglesia san Simplicio, fué natural de Tibur, (que hoy se llama Tívoli) en la campaña de Roma. Resplandecía ya a los ojos de todos por su virtud y sabiduría y era decoroso ornamento del clero romano, cuando por muerte del gloriosísimo papa san Hilario, fué elevado con grande aplauso y consentimiento de todos a la dignidad de Vicario de Jesucristo, para que como hombre enviado de Dios gobernase la nave de la Iglesia, que a la sazón estaba combatida por grandes olas de persecuciones y herejías. Odoacro que se había hecho dueño de Italia era arriano; los vándalos que reinaban en África, y los godos que habían invadido las tierras de España y de las Galias, eran aún idólatras; el emperador Zenón, y el tirano del oriente Ba-sílico favorecían a los herejes eutiquinos, y a la ambición de los patriarcas causaba mayores estragos que las herejías en la Iglesia de Dios. No es posible decir lo que trabajó el santo Pontífice para re mediar tan grandes males. Escribió cartas al emperador obligándole a anular los edictos que Basílico había promulgado contra la religión católica, y a que echase de Antioquía a ocho obispos eutiquianos. Convocó un concilio en Roma en el cual excomulgó a Eutiques, a Dióscoro de Alejandría y a Timoteo Eluro. Exhortó a defender la autoridad del Concilio de Calcedonia. Resistió a la ambición de Aca-rio, que pretendía elevar su Silla de Cons-tantinopla sobre las de Antioquía y Alejandría; extendió su solicitud sobre todas las iglesias, consolando a los católicos con sus cartas y limosnas, y como Pastor universal y verdadero padre de los po
bres, ordenó que los bienes de la Iglesia se distribuyesen en cuatr» partes: la primera para el obispo, la segunda para los clérigos, la tercera para la fábrica y re paración de los templos, y la cuarta para los pobres. Finalmente, después de haber gobernado la grey de Cristo por espacio de doce años, consumido por sus trabajos, descansó en la paz del Señor, y recibió en el cielo la recompensa de sus grandes virtudes y merecimientos.
Reflexión: Cualquiera que haya leído con atención la historia de la Iglesia de Cristo, se maravillará de su firmeza inquebran
table, y espantado dirá: ¡Aquí está la mano de Dios: aquí está el brazo del Omnipotente! Las obras y edificios de los romanos han perecido; y la Iglesia del Señor, con estar apoyada sobre cañas frágiles (que no son otra cosa aun los hombres de su jerarquía) persevera hace veinte siglos sin menoscabo. Los hombres han hecho todo lo que podían por arruinarla: en eso han empleado sus fuerzas los t i ranos, herejes y perseguidores, y no han faltado sacerdotes, obispos y patriarcas que en lugar de defenderla la combatieron como los enemigos. Pon donde, cada siglo que pasa, es una ilustre prueba de la divinidad de la Iglesia católica, y de aquella promesa que hizo Jesucristo, diciendo: «Las puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella.» (Matth. XVI.) Persevera, pues, con toda fidelidad y confianza en la fe y en la moral de la Iglesia católica, sin moverte un punto de ella por los vientos de las vanas doctrinas y perniciosos ejemplos de sus enemigos. Todos los • herejes y perseguidores perecerán, mas nunca perecerá la verdadera Iglesia, de los fieles de Cristo, a los cuales dijo también el Señor: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos..
Oración: Rogárnoste, Señor, que te dignes oír nuestras preces en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Simplicio; y que por los méritos e intercesión de este santo que tan dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Cunegunda, emperatriz y virgen. — 3 de marzo.
Era santa Cunegunda princesa de muy alta sangre, hija de los condes palatinos del Rhin, y dotada de extremada hermosura y de todas las gracias que se estiman en las mujeres. Tomóla por esposa el emperador Enrique, príncipe no menos poderoso que honestísimo, en tanto grado, que se concertó con ella de guardar perpetua castidad y amarse como hermano y hermana y no como marido y mujer. ¡Gloria a Dios que a príncipes tan poderosos y magníficos dio aliento para aspirar a tan ilustre victoria" en la flor de su edad, emulando la limpieza de los ángeles en medio de las grandezas de la corte, sin quemarse en tantos años estando tan cerca del fuego! Viviendo, pues, estos santos casados en tan gran pureza y conformidad, como eran no menos piadosos que castos, se dieron de todo punto a la devoción y a amplificar el culto de Dios y edificar muchas iglesias y monasterios con imperial magnificencia. Mas envidioso el demonio quiso sembrar discordia donde había tanta unión; y engendró en el ánimo del emperador algunas falsas sospechas de la emperatriz, pareciéndole que estaba aficionada a cierto hombre y no guardaba la fe prometida. Pero ella confirmó con un testimonio del cielo su castidad; porque en prueba de su inocencia, con Tos pies descalzos anduvo quince pasos sobre una barra de hierro ardiendo sin quemarse, y oyó una voz que le dijo: ¡Oh, virgen pura, no temas, que la Virgen María te librará! Con esto quedó la santa casada y doncella victoriosa, y el emperador, su marido, arrepentido y confuso, y de" allí adelante vivió en paz y admirable honestidad con ella, hasta que el Señor le llevó a gozar de sí y acreditó su santidad con muchos milagros. Cunegunda dio entonces libelo de repudio al mundo y determinó pasar el resto de su vida en el monasterio de monjas de san Benito, que había edificado, en el cual, habiendo vivido quince años con rara edificación de las monjas y admiración de todo el mundo, entregó su alma inocentísima y santísima al Señor; y fueron tantos los que concurrieron a venerar su cadáver, que en tres días no se pudo enterrar, porque Dios lo glorificó con grandes y estupendas maravillas, con que acreditó la admirable santidad de su sierva.
Reflexión: Cuando la santa emperatriz tomó el hábito, la ceremonia de la investidura resultó bellísima y sublime. Habían acudido al templó del monasterio algunos obispos y prelados para consagrar aquella iglesia, y saliendo la santa emperatriz a la misa, con grande acompañamiento, y vestida conforme a la imperial majestad, ofreció una cruz del santo madero de nuestra redención, y acabado el Evangelio, se desnudó de sus ropas imperiales y se vistió con el hábito pobre que ella misma se había hecho por sus manos, y se hizo, cortar su hermosa cabellera que después se guardó por reliquia. Lloraban muchos de los circunstantes, unos porque perdían a tan gran princesa y amorosa señora, y otros de pura devoción, considerando el ejemplo que les daba la que menospreciaba el cetro y la corona y los arrojaba a los pies de Jesucristo. Anímate, pues, hijo mío, a hacer también algo por amolde aquel Señor que se lo merece todo, los bienes, la salud, la honra y la vida. Si no puedes hacer mucho en su obsequio y alabanza, haz lo poco que puedas, supliendo con el deseo lo que no puedes hacer con las obras.
Oración: Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada emperatriz Cunegunda, se conservase intacta virgen antes y después del matrimonio, concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia, y podamos observarla cada uno conforme a su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Casimiro, príncipe. — 4 de marzo. (f 1484.)
Fué el purísimo joven san Casimiro hijo del rey Casimiro de Polonia y de Isabel de Austria, hija del emperador Alberto. Crióse muy temeroso de Dios y devoto, y no gustando de ricos vestidos ni de los regalos de palacio, dormía en la tierra desnuda y afligía su inocsnte cuerpo por imitar a nuestro Redentor Jesús en sus dolores. Muchas veces estaba en larga oración enajenado de los sentidos del cuerpo y con el alma unida a Dios. De noche se levantaba a escondidas y con los pies descalzos se iba a orar a alguna iglesia, postrándose a los umbrales de ella, los cuales regaba con muchas lágrimas, perseverando de este modo toda la noche, hasta que le encontraban así por la mañana. Era notablemente devoto de la Virgen María y tiernísimo hijo suyo, y la saludaba cada día de rodillas con' unos versos latinos que él mismo había compuesto con grande artificio y elegancia. Fué modestísimo en el hablar, y jamás permitió hablar delante de sí cosa que pudiera desdorar a tercero. Tenía gran celo de la fe y aumento de la santa iglesia, y para esto hizo que el rey mandase por un riguroso decreto, que ninguna iglesia de los que no eran católicos y obedientes ' al Pontífice romano, se edificase de nuevo, ni reparasen las suyas los herejes, los cuales en su tiempo anduvieron muy oprimidos, y en gran disminución, no a t reviéndose ninguno a levantar cabeza. Coronaba estas y otras virtudes, con la caridad, que es reina de todas ellas. Daba a los pobres grandes limosnas, consolaba a los afligidos, era el amparo de las viudas, padre de los huérfanos, y él mismo anda
ba a buscar a los necesitados, y se informaba de los más desvalidos para ayudar a todos; y así era muy querido en el reino, y aunque tenía otro hermano mayo, le quisieron señalar por rey, mas no se pudo contar con él, pomas que su padre deseó fuese elegido. Porque queriéndole casar el rey, así por la sucesión que esperaba como porque corría evidente peligro de la vida a juicio de los médicos, el santo y angelical mancebo quiso antes perder la vida que violar la flor de su virginidad, diciendo que no conocía la vida eterna quien con algún menoscabo de ella quiere alargar la vida temporal.
Finalmente, habiendo tenido revelación del día de su muerte, a la edad de veinticuatro años y cinco meses, entregó su purísimo espíritu al Señor y fué recibido entre los coros de los ángeles. Fueron innumerables los milagros que hizo Nuestro Señor para honrarle y publicar cada día más su santidad.
Reflexión^ No son tan raros como podrías imaginar, los ilustres ejemplos de grandes virtudes donde no parece que puedan brotar sino malas raíces de vicios y pecados. No sólo hay santos en los monasterios, mas también en los palacios, en los cuarteles, y hasta en las cárceles y presidios. Y derrámase a veces con tanta abundancia la gracia celestial sobre toda condición de personas, que es para alabar a Dios, el cual quiere ser magnificado y servido en todos los estados y condiciones de la vida humana, de manera que nadie pueda excusarse con razón, diciendo que en su condición y oficio, no puede santificarse y servir al Señor de todos. Por esta causa no debes excusar con algún pretexto tu indolencia y tibieza en el servicio divino, sino acusarte de ella con humildad y propósito de enmendarte.
Oración: Señor Dios nuestro, que entre las delicias de la corte y los peligros del mundo, esforzaste al bienaventurado Casimiro con la virtud de la constancia, rogárnoste que por su intercesión desprecien tus fieles siervos todo lo terrenal y aspiren siempre a las cosas celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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El beato Nicolás Factor. (f 1583.)
5 de marzo.
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El bienaventurado Nicolás Factor nació en Valencia de España, de padres humildes y piadosos. Desde muy niño comenzó a ejercitar la caridad con los enfermos, porque hallando a la edad de diez años, a la puerta del hospital de San Lázaro a una po"bre mujer cubierta de asquerosa lepra, con gran devoción se hincó de rodillas a sus pies y se los besó. Preguntóle otro niño cómo no tenía asco de poner los labios en cosa tan asquerosa. No he besado, respondió el santo niño, las llagas asquerosas de esta pobre-cita, sino las llagas preciosas y amabilísimas de Jesucristo. Creciendo en edad, salió muy aventajado en las leerás numanas, escribía santas poesías en lengua latina y castellana, tañía varios instrumentos, cantaba con voz excelente, y pintaba con singular habilidad imágenes de Cristo y de su Santísima Madre. Cuando su padre pensaba casarle, nuestro Señor le llamo para su servicio en el convento de Santa María de Jesús que está a un cuarto de hora de la ciudad de Valencia. No hubo religioso alguno entre aquellos hijos de san Francisco que no se mirase en él como en un espejo de perfección. El Señor le glorificaba aún en el pulpito con raras y estupendas maravillas, porque casi siembre que predicaba se arrobaba con éxtasis seráficos elevándose algunas veces su cuerpo en el aire sin tocar con los pies en el suelo, y después que volvía en sí, proseguía el sermón tomando el hilo del discurso, donde lo había dejado. Y no sólo predicando gozaba el siervo de Dios de estas delicias divinas, sino que también celebrando el divino sacrificio, dando la Comunión, conversando de cosas santas, en su celda, en el confesonario, en las públicas procesiones, de suerte que por muchos años fué casi todos los días y por varias veces elevado en éxtasis, que alguna vez duraban horas enteras. Transfórmábasele entonces el semblante, poniéndosele muy encendido y hermoso, despidiendo a veces rayos de luz, y ardiendo sus carnes como ascua. Predicando en Barcelona se elevó de la tierra más de un palmo en presencia de un concurso numerosísimo. Visitaba en Valencia con singular afición el hospital de San Lázaro; allí limpiaba a los leprosos y los lavaba con aguas odoríferas, íes daba de comer, las hacía las camas, los
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desnudaba y ponía en ellas, y con gran devoción les besaba las llagas puesto de rodillas. Finalmente, después de una vida llena de maravillas y prodigios de caridad y penitencia, expiró pronunciando el clul-císimo nombre de Jesús, a la edad de sesenta y tres años. Quedó su sagrado cadáver flexible y exhalando suavísima fragancia todo el'espacio de nueve días, que estuvo expuesto para satisfacer a la devoción de los fieles, como consta por el testimonio de un jurídico reconocimiento. Diéronle sepultura en un lugar señalado, y en vista de los continuos prodigios que dispensaba Dios a los que imploraban su patrocinio, el sumo Pontífice Pío VI le declaró beato en el año 1786.
Reflexión: Este serafín extático ofrecía muchas veces, como otros muchos santos, un magnífico argumento de la divinidad de nuestra fe. Porque ningún hombre de sano juicio puede poner en duda sus arrobamientos y elevaciones, pues semejantes maravillas eran públicas, repetidas, sensibles y manifiestas a los ojos de un numeroso concurso. Pues, ¿quién podría mirar
• como el cuerpo del santo se levantaba de la tierra y quedaba suspenso en el aire cercado de celestes resplandores, sin echar de ver hasta con los ojos una brillantísima prueba de nuestra Religión celestial?
Oración: Oh, Dios, que encendiendo con el fuego inefable de tu caridad al bienaventurado * Nicolás tu confesor, hiciste que te siguiese con puro corazón, concédenos a tus siervos, que llenos del mismo espíritu, y ardiendo en caridad, corramos sin tropiezo por el camino de tus mandamientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Olegario, obispo de Barcelona. (y 1136.)
6 de marzo.
Uno de los blasones con que se ennoblece Barcelona es el poder contar entre sus ilustres hijos al glorioso san Olegario, dignísimo prelado de la ciudad condal y arzobispo de Tarragona. Fué su padre de la orden ecuestre y muy valido del conde de Barcelona, don Ramón Berenguer, pr i mero de este nombre. Su madre, llamada Guilia, era matrona nobilísima y santa, descendiente del antiguo linaje de los godos, la cual, criando a sus pechos al niño Oleguer, le dio con la leche la educación de buenas y santas costumbres. Inscribiéronle a la edad de diez años en el gremio de los canónigos de la santa catedral de Barcelona, y ordenado de sacerdote en la edad competente, salió gran maestro, doctor y predicador famosísimo. Mas él renunció a la prebenda y tomó el hábito de los canónigos reglares de San Agustín en el convento de San Adriano, de donde por huir de la dignidad de prior, pasó a la abadía de San Rufo, que era un convento de la misma Orden en la Proven-za. No pudo al fin prevalecer su humildad, y tuvo que rendirse a la voluntad de ' Dios, que le había escogido para que fuese resplandeciente lumbrera de su santa iglesia. Fué, pues, elegido prior en la Pro-venza, y llamado después por voz común a la silla episcopal de Barcelona, y finalmente, escogido para la Cátedra metropolitana de Tarragona, con riguroso mandamiento del Sumo Pontífice. Asistió al concilio Lateranense, convocado por Calixto II, el cual le hizo legado suyo a latere para el reino de España, y en el concilio de Clermont, nuestro santo declaró excomulgado al antipapa Anacleto, e hizo ve
nir a concordia al conde don Berenguer con la señoría de Genova, puso paces en Zaragoza entre don Alonso, rey de Castilla y don Ramiro, rey de Aragón, reedificó iglesias, labró monasterios, concordó pleitos, hizo grandes limosnas, y sobre todas estas obras ilustres, fué siempre un espejo de toda virtud, un ángel de paz y un gran santo. Estando cierto día en el fervor de la contemplación, todo absorto y fuera de los sentidos, pidió a Dios nuestro Señor le hiciera la gracia de revelarle el tiempo de su partida y última hora. Concedióle Dios su petición, y en un sínodo a que asistió nuestro santo, dijo a los
sinodales que sería aquella la última vez que les predicaría; y se vio ser así. Recibió con mucha devoción los santos sacramentos, y diciendo en voz muy clara a Jesucristo y a su Madre Santísima: «En vuestras manos encomiendo mi espíritu», entregó su bendita alma al Creador. Falleció a los setenta y seis años de su vida, y fué luego canonizado al uso antiguo de la Iglesia, que era la veneración de los fieles y el permiso de los Sumos Pontífices, y más tarde por el Papa Inocencio XI, acreditando el Señor la santidad de su siervo con grandes y numerosos prodigios. Consérvase incorrupto su santo cuerpo en la capilla del Sacramento, de la catedral de Barcelona.
Reflexión: Aunque en los procesos de canonización de este gran santo se refieren innumerables milagros, con todo eso, el cielo, para ostentar más su gloria, ha dispuesto le tenga el mundo por abogado especial de las mujeres que tienen partos peligrosos, las cuales invocándole han hallado luego su alivio, socorro y total consuelo, y si las criaturas nacen con algún evidente achaque y riesgo de perder la vida, con sólo invocar a san Olegario sus -padres, han experimentado el beneficio manifiesto de su celestiaF protección, y dado gracias al Señor que así ha querido glorificar a su siervo santísimo.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu pontífice y confesor Olegario, acreciente en nosotros la devoción y la salud espiritual y eterna de nuestras almas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén..
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Santo Tomás de Aquino, doctor. — 7 de marzo. (f 1274.)
El bienaventurado santo Tomás de Aquino, doctor angélico y luz de la iglesia católica, fué hijo de los nobilísimos condes, fie Aquino, y nació en la ciudad de Ñapóles. A los cinco años de su edad fué enviado al monasterio de Monte Casino; a los diez, volvió a Ñapóles, en donde aprendió las letras humanas, y a los catorce tomó el hábito de santo Domingo. No, es posible decir ni casi imaginar lo que su madre, sus dos hermanas y dos hermanos hicieron para rendir al santo mancebo y estorbar su santo propósito: porque le maltrataron, pusieron las manos en él, y por fuerza quisieron quitarle el hábito y se lo rasgaron. Mandáronle llevar preso con buena guardia a la fortaleza "cié Rocaseca donde le apretaron sobremanera, no sólo con la cárcel penosa, sino con otros medios infernales, concertándose con una mujer recién casada y lasciva para que le trajese a mal; mas el purísimo joven, viendo que las razones no bastaban con ella, echó mano de un tizón de iuego que estaba en la chimenea, y arrojó aquel demonio del infierno, por cuya victoria mereció que dos ángeles del cielo le pusiesen un cíngulo de perpetua castidad. Pa sados dos años de prisión, oyó Teología en la ciudad de Colonia, donde sus condiscípulos, viendo que siempre callaba, y que de su complexión era grueso y abultado, le, llamaban el Buey mudo; mas su maestro, que era el famoso Alberto Magno, les dijo: ¿A éste me llamáis buey mudo? Pues yo os aseguro que ha de dar tales mugidos que se oigan por toda la tierra. Y en efecto, cumplióse este pronóstico, desde que santo Tomás fué graduado de doctor en la universidad de París, porque así en las cátedras cpmo en lo.s libros, asombró al mundo con su maravillosa sabiduría. Acudía siempre a Dios en sus duras, y estando en Ñapóles orando en la capilla de san Nicolás, se comenzó a arrebatar y a levantarse una braza en alto, y le habló el crucifijo que está en el altar, y le dijo: «Bien has escrito de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?». Y él respondió: «Ninguna cosa quiero, Señor, sino a Vos». Finalmente, después de haber escrito la Suma Teológica y otros muchos libros, y predicado como apóstol el santo Evangelio, y edificado con sus excelentes
virtudes a toda la Iglesia de Dios, a los cincuenta años de su edad, recibió el premio suspirado de sus merecimientos, resplandeciendo eternamente como sol y guía segura de las escuelas.
Reflexión: Entre las excelencias que tuvo el ingenio del santo, fué una encerrar en breves palabras grandes sentencias. Preguntóle una vez su hermana cómo se podría salvar, y él respondió: Queriendo. Otra vez le preguntó cuál era la cosa que más se había de desear en esta vida, y respondió: Morir bien. Decía que la ociosidad era el anzuelo con que el demonio pescaba, y que con él cualquier cebo era bueno. Aseguraba que no entendís cómo un hombre que sabe que está en pecado mortal, podía reírse ni alegrarse en ningún tiempo. Preguntado cómo se conocería si un hombre era perfecto, respondió: Quien en su conversación habla de niñerías y burlas; quien huye de ser tenido en poco y le pesa si lo es, aunque haga maravillas, no le tengáis por perfecto, porque todo es virtud sin cimientos., y quien no quiere sufrir, cerca está de caer. Recoje, pues, hijo mío, alguna de estas sentencias, en las cuales está encerrada la verdadera sabiduría.
Oración: Señor Dios, que con la admirable erudición de tu bienaventurado confesor, Tomás de Aquino, esclareces a tu Iglesia, y con sus santos ejemplos la fecundizas, rogárnoste nos concedas tu divina gracia así para entender su doctrina, como para imitar sus' buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
San Juan de Dios, fundador. — 8 áe marzo. (f 1550.)
Nació el admirable varón san Juan de Dios en la villa de Monte-mayor en el reino de Portugal, de padres, virtuosos y pobres. En su mocedad andaba mudándose de pastor a soldado, y de soldado a pastor, sin hallar reposo en ningún ejercicio. Púsose después a vender libros y estampas, y en traje de mercader se hizo predicador apostólico, porque repartiendo estampas a los niños les enseñaba la doctrina, y a los mayores exhortaba a huir de las culpas, reduciendo muchos pecadores a penitencia. Así pasó algunos años, y andando un día su camino, encontró un niño muy hermoso, con vestido pobre y roto y los pies descalzos. Tomóle, pues, en hombros, y era al principio la carga liviana, pero luego hízose tan pesada que sudaba el santo, y se fatigaba en gran manera, por lo cual, hallando una fuente, dejóle para beber y reposar. Pocos pasos había dado hacia la fuente cuando oyó a su espalda una voz del niño que le decía: Juan, Granada será tu cruz, y volviendo el rostro, vio que el niño celestial le mostraba una granada abierta que tenía en la mano, y en medio una cruz, y luego desapareció. Encaminóse el santo a Granada, y en una mala casilla puso su pequeña librería, mas ansioso de ganar almas que dineros. Predicaba a la sazón en Granada el beato Padre maestro de Avila, y oyendo sus sermones el santo, quedó tan encendido en un divino fervor, que comenzó a servir a Dios con una muestra de altísima y perfectísima santidad. Porque repartió todo lo que tenía a los pobres y encarcelados, y se dio a tan maravillosos extremos de penitencia y humildad, que
se hizo espectáculo del pueblo, hasta el punto de tenerle muchos por loco y afligirle como tal en las calles y en el hospital de locos. Fué allí a verle el maestro Avila, que dirigía su conciencia, y le dijo que ya era tiempo de quitarse aquella máscara de fingida locura, para atender a otras obras del servicio divino. Entendiendo, pues, que el Señor le llamaba a los oficios de misericordia con los pobres enfermos, echó los cimientos de la Orden de los Hermanos Hospitalarios, y alcanzó al poco tiempo médicos, cirujanos, boticarios, regalos y medicinas, e hizo entre sus amados enfermos indecibles proezas de ca
ridad. Encendióse fuego en el hospital real de Granada; nadie se atrevía a entrar dentro por estar la puerta ocupada de humo y de fuego. Vino corriendo san Juan de Dios, y fué sacando cuantos pobres había en la sala que ardía, trayén-dolos a cuestas, y saliendo ileso al cabo de media hora de entre las llamas. Finalmente, después de una vida llena de prodigios,' méritos y virtudes, a la edad de cincuenta y cinco años descansó en l a paz del Señor, quedando su cuerpo hermosísimo y arrodillado como cuando oraba.
Reflexión: Presenten a la admiración del mundo los modernos filántropos un solo ejemplo de caridad como san Juan de Dios, y así podrán blasonar de amor al prójimo; pero mientras se vean tan lejos de los hospitales, de las cárceles y de las moradas de los pobres, sin enjugar jamás una lágrima, ni oír un suspiro, ni presenciar un espectáculo de dolor y de miseria, bien podemos decir que la única verdadera caridad es la que nos enseña el santo Evangelio y que fuera de ella no hay más que hipocresía y detestable egoísmo. Nunca han producido otra cosa la falta de religión y_la impiedad.
Oración: Señor Dios nuestro, que concediste al bienaventurado Juan la virtud de andar sin lesión en medio de las llamas, e ilustraste tu Iglesia con su nueva Religión, concédenos por sus méritos el fuego de la caridad para enmendar nuestros vicios, y alcanzar los eternos remedios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Francisca, romana. — 9 de marzo. ( i 1440.)
La fidelísima sierva de Cristo santa Francisca, nació en Roma; fué hija de nobles padres, y dio desde niña muestra de las más heroicas virtudes, en que después se señaló. Lloraba amargamente si la ama que la criaba la descubría o desnudaba en presencia de algún hombre, aunque fuese, su mismo padre, ni consentía que éste la llegase a r ros t ro cuando la acariciaba. En los años de su juventud, no gustaba de los entretenimientos de otras doncellas, sino del recogimiento y oración, deseosa de consagrarse a Dios del todo en perpetua virginidad; y así, aunque condescendió con ei gusto de sus padres, casándose con un caballero romano, igual en sangre y riquezas, sintió con tanto extremo el verse obligada a perder la joya preciosísima de la virginidad, aue de puro dolor enfermó dos veces gravísimamente. Siendo de diez y siete años, madre ya de dos hijos, alcanzó licencia de su marido para quitarse los vestidos de seda y oro, las joyas preciosas y otras galas,_y de allí adelante se vistió de paño basto, y se ejercitó en admirables obras de humildad, caridad y penitencia, procurando poner en mucha virtud a las señoras romanas. Rezando el oficio de la Virgen, cuatro veces dejó la antífona en que estaba, por llamarla su marido, y volviendo a su rezo, halló la -antífona escrita con letras de oro, en premio a su puntual obediencia «1 marido. Concedióla el Señor un ángel, que visiblemente la gobernaba y defendía, mostrándosele como un niño de nueve años, el rostro muy hermoso, mirando al cielo, los brazos_cruzados sobre el pecho el cabello crespo y rubio esparcido a las espaldas, vestido de una túnica blanca, y sobre ella una dalmática que a veces parecía de color blanco, otras azul, otras de oro. Cuando el Señor la libró del vínculo del matrimonio entró luego en la congregación del Monte Olívete, que ella había fundado conforme a la Regla de San Benito, y gobernó aquella santa Comunidad con singular prudencia y dulzura, obrando el Señor por ella innumerables maravillas. Multiplicó en sus manos el pan para el sustento de las Hermanas, refrigeró su sed con racimos de uvas, que colgaban de un árbol en el rigor del invierno, preservóla de una espesa lluvia
rezando ella al descubierto. Acaricióla la Reina de los cielos como a hija querida en su regazo. Otra vez se quitó el velo y se lo puso a la santa en la cabeza, y en el día de la Natividad del Señor le puso en los brazos el niño Jesús. Finalmente, después de una vida inmaculada y llena de prodigios, envió santa Francisca su alma purísima a las moradas eternas a la edad de cincuenta y seis_ años, quedando el cuerpo flexible y exhalando un suavísimo olor como de azucenas y rosas, que llenaba toda la iglesia de fragancia. Son casi innumerables los milagros con que después de su muerte confirmó nuestro Señor la santidad de esta sierva suya, sanando por su intercesión los enfermos que se le encomendaban.
Reflexión: De la obediencia de santa Francisca a su esposo, han de aprender las mujeres casadas a obedecer a sus maridos, porque como dice el Aüóstol, el marido es cabeza de la mujer, s i , como la santa, miran en él la persona de Cristo, fácilmente dejarán sus gustos y antojos para hacer en todo su voluntad, siempre que evidentemente no sea contraria a la ley de Dios; y el premio de esta obediencia será la paz de la familia, el sosiego del alma, un gran tesoro de méritos, y una grande gloria en el cielo.
Oración: Señor, Dios nuestro, que honraste a tu sierva la bienaventurada Francisca entre otros dones de tu gracia con el trato familiar con el Ángel de su guarda, concédenos por sus merecimientos, que logremos alcanzar la compañía de los santos ángeles en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los cuarenta Mártires de Sebaste. — 10 de marzo. Ct 320.)
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Estando el bárbaro emperador Licinio en Capadocia con un poderoso ejército, h i zo publicar un edicto en que se mandaba a todos los cristianos, so pena de la vida, que dejasen la fe de Cristo. Había pues en el ejército un escuadrón de cuarenta soldados valerosos y cristianos, y-todos de la misma provincia de Capadocia, que escogieron antes morir por la fe, que sacrificar a los falsos dioses. El cruel prefecto, para quebrantar la constancia de aquellos guerreros de Cristo, los hizo llevar a una laguna de agua muy fría cerca de la ciudad de Sebaste. El tiempo era muy riguroso y de grandes hielos, y e] sol ya se ponía y venía la noche áspera y cruda, en que aquella laguna se había de helar. En ella mando el impío juez que fuesen echados en carnes los cuarenta cristianos para que traspasados sus cuerpos con el frío de la noche y del hielo, desfalleciesen, y juntamente ordenó que allí cerca de la laguna se pusiese un baño de agua caliente, para que si alguno, vencido de la fuerza" del frío, quisiese negar a Cristo, tuviese a la mano el refrigerio; que fué una terrible tentación para los santos, por tener a la vista el remedio de aquel tan crudo tormento. Armados, pues, aauellos mártires, del espíritu de Dios, ellos mismos se desnudaron de sus vestidos, y con grande esfuerzo y alegría se arrojaron en la laguna, no cesando de rogar al Señor que les diese perseverancia hasta el fin. Mas como el frío fuese rigurosísimo, uno de ellos, llamando al guarda, salió de la laguna, y entró en el baño, y poco después expiró. A media noche, apareció sobre los mártires una cla
ridad inmensa, y bajaron del cielo ángeles con treinta y nueve coronas, y las pusieron sobre ios treinta y nueve caballeros de Cristo, lo cual viendo uno de los guardas, se despojó de su ropa, y se arrojó denodadamente en la laguna, clamando a grandes voces que quería también ser y morir cristiano; por lo cual, embravecido el juez, a la mañana siguiente los mandó sacar del agua y quebrarles a palos las piernas para que acabasen de expirar. Tomando después los cuerpos para quemarlos, vieron que uno de los mártires, llamadlo Melitón, que era más mozo y robusto, estaba aún vivo, y como entre otros
muchos testigos se _ hallase presente a aquel espectáculo su misma madre, tomó ella a cuestas al hijo mártir y le exhortó a morir en las llamas si fuese menester, y viéndole expirar en sus brazos, le puso en el carro donde llevaban los cuerpos de los otros santos, como a compañero de su misma gloria. Fueron echados los santos mártires en una grande hoguera, y aunque el gobernador dio orden para que sus cenizas fuesen arrojadas en el río, los cristianos tuvieron modo para r e cogerlas, extendiéndose tanto estas preciosas reliquias, dice san Gregorio Niseno, que apenas hay país en la cristiandad que no esté enriquecido con este tesoro. • Reflexión: El gran Basilio exclama en alabanza de estos santos mártires: «¡Oh santo coro! ¡oh orden sagrada! ¡oh escuadra invencible! ¡oh conservadores cfél linaje humano, estrellas del mundo y flores de la Iglesia! ¡En la flor de vuestra edad glorificasteis al Señor en vuestros miembros, y fuisteis un maravilloso espectáculo para los ángeles, para los patriarcas, profetas y todos los justos! Con vuestro ejemplo esforzasteis a los flacos, y abristeis el camino a los fuertes, dejando acá en la tierra todos juntos an mismo trofeo de vuestra victoria, para ser coronados con una misma corona de gloria en el cielo».
Oración: Rogárnoste, Señor Dios omnipotente, que los que honramos a los bienaventurados mártires, que perseveraron tan firmes en la confesión de la fe, experimentemos su piadosa intercesión en el acatamiento de tu soberana Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
San Eulogio, presbítero y mártir. —11 de marzo. (f 859.)
El virtuosísimo presbítero y glorioso mártir san Eulogio, nació de nobles y ricos padres, en la ciudad de Córdoba, donde a. la sazón tenían los moros su principal asiento. Levantó el rey Mo-hamat una terrible persecución contra los cristianos, martirizándolos con tan extraña rabia y furor, como si pudiese borrar con sangre Hasta el nombre de Cristo. En esta tormenta tan brava y noche tan tenebrosa envió el Señor a san Eulogio para que resplandeciese como una luz venida del cielo, y como sabio piloto gobernase la nave de aquella Iglesia tan combatida de furiosas olas, para que no diese al través, y del todo se hundiese; porque no se puede creer lo que conforto a los flacos, encendió a los fuertes, levantó a los caídos, y detuvo a los que iban a caer, con su vida santísima, con su doctrina y con los libros admirables que escribió, para animar a todos a pelear valerosamente por Cristo en aquella dura batalla. Por estas obras le aborrecían los moros y le procuraban la muerte, mas hubo también otra causa particular de su martirio, y fué que habiendo el santo recogido y puesto en lugar seguro a una santa doncella llamada Leocricia, nacida de padres nobles aunque paganos, que se había convertido y bautizado, al fin la descubrieron sus padres, y la presentaron delante del juez, acusando a la hija por haber huido de su casa y a Eulogio por haberla recibido y encubierto. Dio razón de sí el santo sacerdote, diciendo eme tenía obligación de favorecer y enseñar el camino del cielo a todos los que viniesen a él con deseo de salvar sus almas, y vituperó con cristiana entereza las abominaciones de Maho-ma, por lo cual los jueces dieron sentencia que fuese degollado. Al tiempo que lo llevaban al martirio, uno de los siervos del rey que le había oído decir mal de su gran profeta, revestido de Satanás, llego a san Eulogio, y le dio una gran bofetada en su venerable rostro, y el santo, sin turbación alguna ofreció la otra mejilla. Finalmente, llegando al lugar del martirio con gran tropel de gente y gritería, el mártir hizo de rodillas su oración, y levantadas las manos al cielo, y armado de la señal de la cruz, dio su cuello al cuchillo y su alma purísima al Señor. Cuatro días después fué también degollada la
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santa virgen Leocricia. Quiso demostrar el Señor la gloria del santo mártir con prodigios visibles, de que fueron testigos los mismos infieles. El día siguiente de su martirio rescataron los cristianos la cabeza, y dos días después el cuerpo, y lo sepultaron en la iglesia de San Zoilo, donde estuvo hasta le año 883, que fué trasladado con las reliquias de santa Leocricia a la ciudad de Oviedo.
Reflexión: Una causa particular del martirio del santo sacerdote Eulogio fué haber puesto a la cristiana virgen Leocricia en lugar seguro, donde no corriesen peligro su honestidad, su fe y su vida; 10 cual echaron a tan mala parte aquellos desalmados moros, que por ello dieron a los dos cruel muerte. Siempre han mirado con malos ojos a los sacerdotes los enemigos de la fe, interpretando conforme a la malignidad de su corazón, aún las cosas que hacen con suma rectitud y procurando desacreditarles con mil embustes y calumnias que contra ellos inventan. No seamos, pues, fáciles en creerles; honremos y veneremos siempre a los sagrados ministros del Señor, que si alguno de ellos no fuere lo que debe ser, Dios le juzgará, y condenará también para siempre a los que no creen ni hacen lo que ellos enseñan.
Oración: Rogárnoste, oh Dios todopoderoso, que así como veneramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado presbítero y mártir Eulogio, así seamos por su intercesión fortalecidos en el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Gregorio Magno, — 12 de marzo. ( f 604.)
Con justa razón se dio a san Gregorio el renombre de Grande o Magno, porque fué grande por su nobleza, por sus riquezas, por su dignidad, por su santidad y por sus milagros. Nació en Roma, y en vida de su padre, que era varón riquísimo y del orden de los senadores, se ocupó en negocios de la República, y fué prefecto de la ciudad; mas después que se vio señor de sí, trató de hacerse grande a los ojos de Dios, y poniendo debajo de sus pies todas las grandezas del mundo tomó el hábito de pobre monje en uno de los siete monasterios que había edificado. Pero sacóle más tarde de su encerramiento el Papa Pelagio II, el cual le hizo cardenal y le envió a Constantinopla por legado suyo. Estando de vuelta a Roma, entró desapoderadamente el Tíber por las calles y plazas, a cuyo azote siguió otro de pestilencia que hacía gran riza en la ciudad, sobre la cual parecía que lloviera la ira de Dios. Ordenó san Gregorio siete procesiones de rogativas, de los clérigos, de los seglares, de los monjes, de las monjas, de las casadas, de los viudos, y de los pobres y niños, cantándose en ella* las letanías hasta llegar al templo de Santa María la Mayor, cuya imagen, que pintó san Lucas, llevaban en la procesión, Entonces vio el santo sobre el castillo de Adriano, un ángel que envainaba la espada, y por esto se llamó de allí en adelante aquel edificio el castillo de San Angelo. Habiendo fallecido en aquella peste el Sumo Pontífice, eligieron todos a san Gregorio, mas cuando lo supo el santo huyó disfrazado con unos mercaderes, y aunque se ocultó por montes, bosques, peñascos y cuevas,
hubo de rendirse a la voluntad de Dios. No se puede creer lo que hizo este gran Pontífice para bien de la Iglesia en el espacio de trece años y medio que la gobernó. Reformó las costumbres, dio nuevo lustre al culto divino, desarraigó las herejías de España y de África, edificó los hospitales de Jerusalén y del Monte Sinaí, y envió a Inglaterra al santísimo monje Augustíno con otros mi sioneros, que a fuerza de milagros, la sacaron de las tinieblas de la gentilidad a la luz dé la fe católica. El fué también quien r e formó el canto eclesiástico que hasta hoy se llama Gregoriano, y era tanta su humildad que estan
do malo de gota se hacía llevar en una camilla a donde cantaban los muchachos, y les enseñaba y corregía, teniendo un azote en la mano para castigar al que faltase. Convidaba a los pobres a comer a su mesa, y tenía escritos en un libro todos los pobres que había en Roma y en sus arrabales y pueblos comarcanos. Y porque una vez supo que se había hallado muerto a un pobre en un^barrio apartado de la ciudad, se acongojó y angustió de manera que se abstuvo de decir Misa algunos días, temiendo que hubiese muerto de hambre por culpa suya. Finalmente, parecía cosa imposible que un solo hombre atendiese a tantas cosas a la vez, -y escribiese los libros que escribió, y así después de haber extendido maravillosamente y hecho florecer en el mundo la santa Religión, pasó de esta vida a recibir la corona de sus inmensos trabajos.
Reflexión: Fué tan humilde san Gregorio el Grande, que no consentía que le llamasen ,Sumo Pontífice, ni Patriarca universal; antes tomó el título de siervo de los siervos de Dios, y de él usó en las Letras apostólicas, y después por su imitación le han usado todos los otros Papas que le han sucedido. Aprendamos, pues, de este gran hombre la virtud de la humildad, que es el fundamento de la verdadera grandeza.
Oración: Señor Dios nuestro, que llevaste el alma de tu siervo el bienaventurado Gregorio a la eterna felicidad del paraíso, rogárnoste que por su intercesión nos alivies del peso de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
78
Santa Eufrasia, virgen. — 13 de marzo. (f 450.)
La gloriosa virgen santa Eufrasia, llamada también Eufro-sina, nació erl Constantinopla. Era su padre Antígono, senador, hombre muy virtuoso, de alto entendimiento, y muy amado del emperador Teodosio el Menor; y su madre, una señora de alto l inaje rica y en todo igual a su esposo. Murió Antígono, y quedando la hija sin padre, el emperador procuró que un caballero, senador principal, se desposase con la niña Eufrasia que a la sazón era de cinco años. Hízose el contrato y recibió las arras, y difiriéronse las bodas hasta tener edad. Mas como el senador le pareciese largo el plazo, tentó de casarse con la madre viuda que era moza; mas ella para que no le tratasen de este negocio, se pasó con su hija y casa a Egipto donde tenía posesiones y haciendas. Visitó la inferior Tebaida con grande consuelo suyo, por ver a los santos ermitaños que allí vivían, y al cabo paró en un monasterio de ciento treinta monjas, que servían al Señor con grande nerfección. Quiso quedarse allí la niña Eufrasia que a la sazón tenía siete años, y diciéndole la abadesa que ninguna mujer podía quedarse en el monasterio que no se hubiese ofrecido a Jesucristo con voto perpetuo, luego la santa niña se llegó a un crucifijo, y abrazándose con él y besándole, pronunció estas palabras: «Yo me prometo a Jesucristo con voto perpetuo para religiosa de este convento.» Esto dijo con tan gran resolución y espíritu del cielo, como se vio después por las obras de su vida admirable. Comía una vez al día como las monjas, y su comida era pan y legumbres; su dormir era en el suelo sobre un cilicio ancho de un codo y tres de largo; andaba vestida de cilicio, barría la casa, sacaba agua del pozo, y para ejercitar la obediencia ciega trasladaba una buena cantidad de piedra de una parte a otra volviéndola al fin al primer lugar, pasando a veces una semana entera sin probar bocado. Mas el demonio, viendo sus altos intentos, le hizo cruda guerra, ya con tentaciones interiores, ya con asechanzas exteriores para lisiarla o matarla: porque un día que ella estaba sacando agua del pozo, la tomó y la echó con el cántaro que tenía, dentro del pozo, donde estuvo cabeza abajo hasta que las monjas acudieron y la sacaron, y ella
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sonriéndose dijo al maligno espíritu: ¡Vive Jesucristo, que po me vencerás! Otro día la echó de un terrado abajo, y teniéndola por muerta, ella se levantó sana y sin lesión alguna: otra vez estando en la cocina, al tiempo que más hervía la olla, la tomó el demonio y se la echó encima, y pareciéndolas a las hermanas que la había abrasado, ella dijo que no había más pena que si fuera agua fría. Curó a un niño mudo, sordo y paralítico, haciéndole la señal de la Cruz, y finalmente, después de una vida llena de méritos y prodigios entregó su alma B1 Creador a la edad de treinta años.
Reflexión: Por yentura te has maravillado, viendo que la santa y virginal Eufrasia era tan perseguida de los demonios: pero recuerda como salía siempre victoriosa de sus tentaciones, y milagrosamente ilesa de sus malos tratamientos. Esos malignos espíritus combaten con
mayor saña a los justos que a los pecadores; porque ¿a dónde irá el ladrón a robar, sino donde hay tesoros? ¿Y a qué navio acometen los piratas, sino al que anda cargado de oro, plata y piedras p re ciosas? A los justos saltea el demonio para despojarles del tesoro de sus virtudes; que en los pecadores nada halla que robar. .
Oración: Señor Dios, que por la virtud de la santa Cruz triunfaste en la bienaventurada Eufrasia de los engaños del mundo y de las furias del infierno; concédenos la gracia de perseverar firmes en las adversidades por el amor de Cristo, el cual contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
79
Santa Matilde, reina. — 14 de marzo. (f 967.)
La gloriosa emperatriz santa Matilde fué alemana de nación, e hija de Teodo-rico, duque de Sajonia, principe muy católico; esposa de Enrique, emperador primero de este nombre, y madre Otón primero. Crióse en el palacio imperial -con tanto recogimiento como una religiosa en el encerramiento del claustro. Aprendió de memoria el Psalterio, y todos los días lo rezaba de rodillas. Casáronla con el emperador Enrique, y si en el primer estado de virgen pareció un ángel en cuerpo humano, en el de matrimonio se hizo no sólo perfecto dechado de personas casadas, sino admiración del mundo. Recogíase en una estrecha y pobre celdilla de su palacio, oía gpr la mañana todas las misas que se celebraban, y se consagraba después a todos los oficios de caridad. Fundó un hospital junto a su palacio, para mujeres pobres, y en sus enfermedades las visitaba cada día, acompañada de sus damas: hacíales las camas, barría las piezas, y no se desdeñaba de curar y tocar con sus blancas y delicadas manos, llagas y miserias a que un cuerpo humano está sujeto. Visitaba también a los enfemros de las casas particulares, los cuales recibían gran consuelo de su presencia angelical, y socorríalos la santa con larga mano, y así en la ciudad como fuera de ella no había una sola necesidad a la que no acudiese la cristiana piedad de la reina. Por su orden y mandato ardían todas las noches del invierno muchas hogueras en las plazas y caminos, para que se calentasen los pobres, y no se perdiesen los caminantes. A sus domésticos, criados y criadas hizo enseñar variedad de artes en que ejercitarse y
letras c o n que aprovechase en el camino d é l a salvación a sí y a otros, guiando a cada uno por su particular ingenio, para que de esa suerte, siguiendo su voluntad saliesen eminentes en el arte, facultad o ciencia que aprendían. Después de muerto su marido, entró en un monasterio de religiosas Benedictinas que ella había fundado: y allí pasaba las noches en vigilias y oraciones, dormía sobre una tabla sin desnudarse, vestida de cilicio; y sólo comía lo que era forzoso para no morir. Estando próxima a la muerte no halló una sola prenda que dar al obispo de Maguncia su nieto, que le adminis
tró los santos Sacramentos, y así mandó que le diesen el paño con que se había de cubrir su túmulo, diciendo que lo había menester antes que ella, como sucedió, pues falleció el obispo al siguiente día. F i nalmente, sabiendo que se acercaba la hora de su dichoso tránsito, mandó que le cantasen los salmos, y la pusiesen en tierra sobre una mortaja: y ella con sus propias manos se echó ceniza en la cabeza, y haciendo la señal de la cruz, descansó en la paz del Señor.
Reflexión: Mediten bien las señoras cristianas la vida ejemplar de esta santa reina y tómenla por espejo de sus costumbres, si quieren parecer agradables a los ojos de Dios y de sus ángeles. ¿Qué les aprovechará el aplauso y alabanza del mundo, si con ello merecen la reprobación de Dios? ¡üh! ¡qué remordimientos, qué temores y terrores suelen experimentar las señoras mundanas en la hora de la muerte, cuando ven que gastaron el precioso tiempo de la vida en atavíos, alardes de lujo, teatros y profanas diversiones! ¡Cuánto mejor fuera haber vestido con modestia y derramado olor de pureza y santidad, y gastando en obras de piedad y misericordia, el tiempo y la hacienda que desperdiciaron en ^ías vanidades de este mundo!
Oración: Señor Dios, que con el ejemplo de la bienaventurada reina Matilde, nos recomendaste la puntual observancia de la abstinencia; concédenos que mortificando el cuerpo con abstinencias y ayunos te hallemos propicio en las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
80 '
San Raimundo de Fitero. — 15 de marzo. (f 1163.)
El bienaventurado abad san Raimundo, honor de España, gloria de la reforma del Cister, y esclarecido fundaaor de la sagrada y militar Orden de caballería de Calatrava, nació de padres ilustres en la ciudad de Ta-razona del reino de Aragón. Llamóle el Señor al célebre monasterio de Scala Dei situado en la Gascuña, donde profesó el instituto de la reforma del Cister con tan grande ejemplo de virtud, que los venerables maestros de la Orden le enviaron con el santo monje Durando a fundar el magnífico monasterio de Santa María de Fitero. Murió en esta sazón Alfonso VII, llamado comúnmente el Emperador de España, el cual peleando siempre las batallas del Señor, había abatido el orgullo de los agarenos, y cedido la villa y fortaleza de Calatrava a los caballeros Templarios: los cuales no pudiendo ya resistir a las fuerzas muy superiores de los infieles, hicieron dimisión de la plaza al rey don Sancho el Deseado. Entonces fué cuando por instinto de Dios el abad san Raimundo con el monje Diego Velázquez, se ofreció al rey para defender aquella ciudad y fortaleza; y aceptó el monarca aquel ofrecimiento con general aplauso de las cortes. Llenóse de júbilo todo el reino, y disponiéndose ya a la empresa el esforzado abad, siguiéronle con extremado contento los proceres, y no quedó alguno que no le ayudase con soldados, armas, caballos y dinero. El arzobispo don Ridrigo puso en su mano crecidos caudales, y publicó muchas indulgencias en favor de los que se alistasen en sus banderas. Juntóse pues un ejército de veinte mil combatientes, y poniéndose al frente de todos el santo abad, dirigióse a Calatrava, donde consoló a los afligidos habitantes, fortaleció la plaza de todos modos, y rechazó a los árabes valerosamente poniéndolos en tan precipitada fuga que perdieron del todo las esperanzas de volverla a conquistar. No satisfecho san Raimundo con esta retirada de los moros, quiso además escarmentarlos, y aunque se hallaba ya viejo tomó el bastón de general, y se puso cota de malla, morrión, y demás fornituras militares, y embistió a los enemigos en su mismo campo, los derrotó, los venció y los arrojó hasta de sus más inexpugnables fortalezas. Creció prodigiosamente su
ejército triunfante, y el número de fieles que le prestaban su ayuda: de los cuales hizo dos congregaciones religiosas, una de la reforma del Cister, y otra de solos militares con el mismo hábito de la Orden: las cuales fueron aprobadas por Alejandros III, y favorecidas de otros muchos Pontífices y reyes católicos, con grande acrecentamiento de la religión cristiana. Finalmente, habiendo triunfado san Raimundo de los enemigos de la fe, se retiró de Calatrava para morir en un pueblo de su dominio, y añadir a sus innumerables triunfos, la corona inmortal de la gloria.
Reflexión: ¿Dónde se hallará valor semejante al que infunde en los corazones la religión cristiana? ¿Por ventura hay causa más santa y sublime que la causa de la verdad, de la fe, de la virtud, del cielo y de la gloria' de Dios? «En efecto —dice el mismo infame Voltaire— un ejército de hombres que abrigan tales sentimientos es invencible.» Por el contrario, escribe el otro jefe de la moderna impiedad, Rousseau: «La irreligión y en general el espíritu filosófico, pone en los ánimos un desordenado amor de ..la vida, los deprime, los afemina y ^blanda, y hace que todas las pasiones del hombre no sirvan más que a sus propios intereses y comodidades.» (Emile, i, 3.)
Oración: Señor Dios nuestro, que concediste al bienaventurado abad Raimundo pelear tus batallas, y vencer a los enemigos de la fe; concédenos por su intercesión que nos veamos libres de los enemigos del alma y del cuerpo. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
81
San Abraham, solitario. ( t 487.)
16 de marzo.
El admirable varón san Abraham, cuya vida nos dejó escrita san Efrén, nació en las cercanías de Edesa en la Mesopota-mia, de padres muy ricos, los cuales le amaban tiernísimamente, y fué tanta la instancia que le hicieron para que se casase, y tantas las lágrimas que derramó la madre, que sólo por_no contristarlos dijo que se casaría. Preparáronse las fiestas y bodas, y habiendo durado seis días el regocijo, el séptimo, al tiempo que toda la casa estaba ocupada en convites, músicas, bailes y danzas, salióse Abraham secretamente de ella y fué a encerrarse en una gruta que,, distaba como una legua del lugar. Halláronle allí al cabo de diecisiete días, y el santo habló a sus padres con tanto espíritu de Dios, que hasta recabó de su esposa que consintiese en una perpetua separación. Todo cuanto poseía en la tierra era una túnica de pelo de cabra, un manto, una escudilla para comer y beber, y una estera de juncos para acostarse. En esta vida había pasado ya algunos años cuando el obispo de Edesa le mandó que se ordenase de sacerdote y evangelizase una población de gentiles muy obstinados que había en la diócesis. Tres años gastó el santo en la obra de convertirlos: le apedrearon, le dejaron por muerto, le arrastraron tres veces por las calles; pero finalmente se rindieron, y se echaron a sus pies para que les bautizase. Volvióse después Abraham a su antiguo encerramiento, y en esta sazón una sobrina suya llamada María quedó huérfana a los siete años de su edad, y la llevaron al santo; el cual la puso en una celda inmedita a la suya y allí por una ventanilla la ins
truía en las cosas de Dios. Pero como a los pocos años de su r e cogimiento viniese la doncella a perderse por la tentación de un mozo que en hábito de monje fué a visitar al santo, en lugar de arrepentirse de su pecado, se fué a una ciudad, que estaba de allí a dos jornadas, y con hábito de seglar, galano y lascivo se entró en un mesón para perderse del todo. Tuvo Abraham revelación de la caída de su sobrina, y deseoso de sacar aquella alma de las garras del dragón infernal y restituirla a Jesucristo, buscó un caballo, y vestido de soldado, se fué a la ciudad y al mesón donde María vivía, a la cual habló con
tan tiernas palabras, que compungida y llena de confusión se deshizo en lágrimas, sin osar mirar la cara de su tío. «No te desesperes, hija, —le dijo el santo— porque no hay llaga tan incurable que con la sangre de Cristo no se pueda curar.» Volvió luego María a su antigua morada, donde se dio de tal suerte a la penitencia, que fué un perfecto retrato de la santidad de su tío, y finalmente compañera de su gloria en su dichoso tránsito.
Reflexión: Esta es la vida de san Abraham anacoreta en la cual es digna de notarse aquella fina y encendida caridad del Señor que le abrasó de manera, que le hizo tomar hábito contrario a su estado a trueque de sacar el alma de su sobrina del cautiverio del d.emonio y ganarla para Cristo; y no menos se ha de admirar el fin de María penitente, para que los pecadores no desmayen ni desesperen, antes tomen por espejo a la que habiendo caído por su_flaqueza, por el favor de Dios nuestro Señor se levantó y cobró la gracia que había perdido. Pues sabemos que lloró tan amargamente sus pecados, que no sólo mereció alcanzar perdón de ellos, mas también la gracia de hacer milagros, en testimonio de habérselos perdonado el Señor.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la fiesta de tu confesor el bienaventurado Abraham, danos tu gracia para que celebrando Ta nueva vida de que goza en la gloria, imitemos sus virtuosas acciones en la tierra. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
82
San Patricio, apóstol de Irlanda. — 17 de marzo. (f 493.)
El maravilloso apóstol y obispo primado de Irlanda, san Patricio, nació en Escocia en el te rritorio de Aclud, que se llama hoy Dumbritón. A los dieciseis años de su edad le prendieron unos salteadores irlandeses juntamente con una hermana suya llamada Lupita, y le vendieron en Irlanda a un amo que le hacía apacentar su ganado de cerda. Mas el ángel del Señor le sacó de aquella esclavitud, manifestándole donde hallaría la cantidad de oro que bastase para su rescate. Estuvo después debajo de la enseñanza de San Germán dieciocho años, y por su consejo fué a recibir la bendición del Papa Celestino I, para consagrarse del todo a la conversión de los gentiles en Irlanda. Era aquella gente dura y bárbara, y hacían gran resistencia al santo predicador muchos magos y hechiceros, entre los cuales había uno, llamado Docha, muy querido del rey, el cual se hacía dios, y con varios engaños resistía a san Patricio como Simón Mago a san Pedro. Quiso para confirmación de su divinidad subirse a los cielos; mas estando ya muy alto, hizo oración san Patricio, y luego cayó muy mal herido a los pies del santo. Había en aquella tierra un ídolo muy célebre al cual llamaban cabeza de todos los dioses: era muy grande y estaba cubierto de oro y plata: viendo pues el siervo de Dios que la adoración de este ídolo detenía a muchos que no se r indiesen a su predicación, hizo oración al Señor, y levantando contra él el báculo llamado de Jesús, que traía en la mano, al momento cayó en tierra el ídolo y se hizo pedazos. De esta suerte convirtió a aquellas gentes a fuerza de prodigios innumerables y estupendos, y gozando después algunos años de quitud y mayor contemplación, cada día rezaba el Salterio; hincábase muchas veces de rodillas aderando al Creador de todo, y rezaba con tierna devoción las Horas canónicas. Gastaba gran parte de la noche en devotos ejercicios, y tomaba un breve descanso sobre el duro suelo, teniendo por cabecera una piedra. Con esta santa y admirable vfda se pre paró a una santísima muerte, que alcanzó a los ochenta años de su edad después de haber reducido toao ei país ds Irlanda a la fe de Cristo, y edificado numerosas iglesias, y consagrado muchos obispos, y
ordenado gran numeró «le sacerdotes. En la provincia de Ultonia se ve hasta el día de hoy una pequeña isla hacia la mitad de un lago que forma el Líffer, donde estaba el célebre purgatorio de san Patricio. Es una cueva, donde se dice que el Santo pasó toda una cuaresma en grande penitencia, para alcanzar del Señor la conversión de aquellos isleños; y dónde se retiraban después muchos santos varones para purificar sus almas dedicándose algunos días a ejercicios de penitencia y oración en unas pequeñas celdas que allí edificaron: las cuales se llamaban las celdas de los Santos.
Reflexión: Es cosa de maravilla, que estando este grande apóstol "ele Irlanda tan fatigado con tantos trabajos de peregrinaciones, y cuidados de tantas iglesias, hallase tiempo y sazón para rezar tantos salmos y oraciones mayormente en los postreros años de su vida. Tomen de ahí ejemplo los hombres engolfados en los negocios de este mundo, y aprendan a buscar y hallar tiempo para encomendarse a Dios, y mirar por el principal negocio, que es el de su alma, y de su eternidad. Porque, como nos dice el Señor en su Evangelio: «¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si viene después a perder su alma?»
Oración: Oh Dios que te dignaste enviar al bienaventurado Patricio tu confesor y pontífice, para que anunciase tu gloria a los gentiles, concédenos que con tu gracia y por su intercesión y merecimientos, cumplamos fielmente todo lo que tú nos mandas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
83
El arcángel san Gabriel. — 18 de marzo.
Los nombres que la Sagrada Escritura da a los santos ángeles, sirven para declararnos sus ministerios y oficios: y por esto aquel Príncipe valeroso que tomó la voz de Dios contra Lucifer, se llama Miguel, que quiere decir: ; Quién como Dios? Y el que vino a curar a Tobías se llama Rafael, que se interpreta Medicina de Dios: y el que anunció a la Virgen la Encarnación del Verbo eterno, Gabriel, que significa Fortaleza de Dios, porquejvenía a anunciar al que había de ser Hombre y Dios, y en la flaqueza de nuestra^ carne mostrar el brazo fuerte de su divinidad. Del ángel san Gabriel hallamos en las divinas Letras haber aparecido al profeta Daniel, y señaládole el tiempo en que el Mesías había de venir al mundo y librarle con su muerte del duro yugo de Satanás, cumplidas aquellas hebdómadas o semanas de años abreviadas y misteriosas. E] mismo san Gabriel apareció a Zacarías estando incensando el altar, y le anunció el dichoso nacimiento de su Kijo san Juan Bautista, y el gozo universal que todos de él recibirían, y la abundancia de gracia y de Espíritu Santo que tendría aquel niño, aun en las entrañas de su madre. Y finalmente vino a la purísima Virgen y Reina del cielo, nuestra Señora, como secretario del Consistorio divino, para declarar lo que en él se había determinado de la Encarnación del Hijo de Dios, tomándola a ella por madre. Las tres embajadas del arcángel san Gabriel, si bien se miran, hallamos que todas se enderezan a un msimo fin y eran parte del profundísimo misterio de la Encarnación: porque a Daniel descubrió el tiempo en que el Señor del cielo había de aparecer en la tierra, y el
Deseado de las gentes había de dar^ por ellas su vida; y a Zacarías anunció el nacimiento de san Juan ^Bautista, que venía como precursor y aposentador del mismo Señor, jpara dárnosle a conocer y mostrárnosle con su dedo: y finalmente vino san Gabriel como glorioso mensajero de Dios a la Virgen sacratísima, para declararle el misterio inefable de la Encarnación del Verbo eterno en su sagrado vientre, y para disponerla y pedirle su consentimiento. Por este respeto debemos hacer fiesta del gloriosísimo arcángel san Gabriel y re verenciarle como nuncio enviado de Dios, y ministro de aquel be
neficio incomparable que la infinita bondad del Señor hizo a todo el género humano.
Reflexión: Si acá los príncipes de la tierra para tratar grandes negocios envían a los grandes de su reino, no hay duda sino que para intervenir en el gran misterio de nuestra redención, y en la nueva alianza que Hizo Dios con los hombres, escogería a un ángel nobilísimo y de los más sublimes príncipes del celestial ejército. Por esta causa san Ir éneo llama a san Gabriel Príncipe de los ángeles, y semejante título le dan san Ambrosio, san Agustín, san Gregorio y otros sagrados doctores de la Iglesia. Seamos, pues, muy devotos de este gloriosísimo arcángel, honrémosle y pidámosle siempre su ayuda y favor, para que por su intercesión alcancemos el fruto de aquel soberano misterio, del cual fué embajador celestial, y ya que por particular concesión de la Silla apostólica se celebra en los reinos de España la festividad de san Gabriel, que como se ha dicho, significa fortaleza de Dios; pidámosle en este día el soberano don de la fortaleza para no desmayar en medio de los peligros en que nos» hallamos, y pelear, varonilmente contra los adversarios de nuestra fe y de nuestras almas, y no perder por nuestra culpa el inestimable beneficio de la redención de Cristo.
Oración: Oh Dios, que elegiste al a r cángel Gabriel entre todos los ángeles para que viniese a anunciar el Misterio inefable de tu Encarnación, concédenos benignamente que los que celebramos su festividad en la tierra experimentemos que nos patrocina desde el cielo. Por J e sucristo nuestro Señor. Amén.
84
San José, Esposo de la Madre de Dios. — 19 de marzo.
El glorioso y bienaventurado patriarca san José fué, como nos dice el sagrado Evangelio, de la tribu real de Judá, y" de la casa y familia de David, y su padre dice san Matea que fué Jacob, y san Lucas que fué Helí, porque como interpreta san Agustín, el uno fué padre natural de san José y el otro padre legal o adoptivo. También dice el Evangelista que cuando se desposó con la Virgen era varón y hombre ya maduro y robusto, que ni es mozo ni viejo, para que entendamos que era de -mediana edad, y suficientes fuerzas para los trabajos que había de pasar en servicio de la Virgen María y su divino Hijo. Tuvo por nombre José, que quiere decir aumento, porque fué acreecntado por los dones de Dios y colmado de todas las virtudes _ y excelencias, que a su altísima dignidad convenían, por lo cual en el Evangelio se llama varón justo, porque no había en el mundo varón más perfecto y santo que él. Fué pues este santísimo varón, esposo y verdadero marido de la siempre Virgen María y padre putativo y legal de nuestro Señor Jesucristo, a quien su Majestad escogió para que guardase aquel graciosísimo Templo de Dios, aquel Sagrario del Espíritu Santo, aquella p re ciosísima Recámara de la Santísima Tr i nidad, para que acompañase a aquella soberana Señora de los cielos y de la t ierra a quien sirven ios ángeles, para que fuese depositario de aquel Verbo encarnado, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios, y conversase con un Dios humanado, y con un Niño Dios, y le criase y regalase con amor de padre. Quiso el Señor que san José fuese de humilde condición, y carpintero de Nazareth cuyos vecinos eran en gran parte labradores, a los cuales armaba y componía los instrumentos de labranza, queriendo escoger además la madre pobre y la patria pobre y el padre legal pobre, para que no hubiese cosa de lustre y resplandor que pudiese convertir los corazones a la santa fe, sino que se entendiese que su divinidad era la aue había convertido y transformado el mundo. Los años que vivió san José no lo dice la sagrada Escritura, ni el tiempo en que murió. Lo que se tiene por cierto es que era muerto al tiempo de la
pasión del Señor; porque si viviera, no encomendara él desde la cruz a. san Juan su benditísima Madre. Créese también que Jesús y María le asistieron en su preciosa muerte, que su cuerpo fué sepultado en el valle de Josafat, y que en la- resurrección de Cristo resucitó con otros santos cuerpos de partiarcas y justos, y que desde entonces está san José en cuerpo y alma en los cielos.
Reflexión: Si quieres morir santamente (que es el fin dichoso de la vida a que todos hemos de aspirar), procura tener una gran devoción a san José, que murió entre los brazos de Jesús y María, y es el más señalado protector y consolador de los moribundos. No te olvides de rezarle un Padre nuestro al acostarte y ^levantarte de la cama. Invócale también en tus necesidades y peligros, que santa Teresa de Jesús asegura que cuanto le pidió, todo lo alcanzó. Encomiéndale tu casa y familia; pues era él cabeza de la Familia sagrada, y ha sido declarado en nuestros días protector de •toda la familia cristiana: no falte en tu alcoba o aposento su imagen tan simpática y devota: celebra con particular devoción su fiesta tan solemne en toda la cristiandad; y en la hora de tu muerte, sean las últimas palabras que pronuncien tus labios moribundos: ¡¡Jesús, María y José!!
Oración: Suplicárnoste, Señor, que por los méritos del bienaventurado esposo de tu santísima Madre, seamos amparados, para que alcancemos por su intercesión lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
85
San Joaquín, Padre de la Madre de Dios. — 20 de marzo.
Fué el gloriosísimo padre de la Santísima Virgen san Joaquín, galileo de nación, de la ciudad de Nazareth, y de linaje real y el más ilustre de toda Ju -dea, porque era de la tribu de Judá, y descendía por línea recta del rey David. Llámesele Joaquín, que quiere decir Preparación del Señor, porque, como dice san Epifanio, por él se preparó el templo vivo del Señor del mundo, que fué la Virgen María, su hija. Era hombre justo que trataba en rebaños y lanas, y se casó con una virtuosísima doncella de Belén, llamada Ana. Vivían los dos santos esposos como dos ángeles, pero sin tener hijos, lo cual les era causa de grande humillación, pues entre los judíos se tenía como cosa afrentosa ser estériles, y por maldito quien no dejaba descendencia de sí, porque perdía para siempre la esperanza de emparentar con el Mesías. Mas el Señor les consoló con enviar a san Joaquín un ángel que le dijese que Ana su mujer había de concebir una doncella santísima escogida de Dios para madre suya, la cual había de parir al Mesías tan deseado; y cumpliéndose el plazo señalado por el ángel, les nació en Nazareth aquella benditísima niña, sobre la cual echó Dios todas sus bendiciones. ¿Quién podrá declarar la alegría de san Joaquín, cuando vio en sus brazos aquella hija tan deseada no sólo de los hombres, sino de los mismos ángeles? ¡Con qué reverencia la miraría, viendo la hermosura de la niña que admiraba cielo y tierra! Púsole por nombre María, que significa excelsa, porque había de ser la más alta y excelsa de todas las puras criatu
ras; y al cabo de ochenta días Eueron Joaquín y Ana a Jerusa-lén a cumplir la ley de la purificación para ofrecerla en el templo, y cuando la santísima Niña llegó a la edad de tres años, en la festividad de las Encenias, que era por el mes de noviembre, la presentaron a los sacerdotes, para que se criara entre las otras vírgenes consagradas a Dios, en una parte del templo que estaba diputada para crianza y habitación de ellas. Vivieron en Jeru-salén Joaquín y Ana porque el amor que tenían a su hija no les permitía ausentarse de aquel tesoro divino; y así los años que le quedaron de vida, que fueron
pocos, frecuentaba lo más que podía san Joaquín aquel templo vivo de Dios, su santísima hija, más preciosa que el templo de Jerusalén y que el cielo empíreo, hasta que siendo ya dé unos ochenta años y la Virgen de once, la dejó por heredera de sus bienes y entregó su espíritu al Señor que le había criado y honrado con la dignidad de padre de la Madre de Dios y Reina de los cielos.
Reflexión: Exclama lleno de admiración san Juan Damasceno: «¡Oh bienaventurado par, Joaquín y Ana, a los cuales está obligada toda criatura! • porque por vosotros ofreció el Creador aquel don que se aventaja a todos los dones del mundo, esto es, a su castísima Madre, la cual sola fué digna de su Creador! Bien os dais a conocer que sois inmaculados por el fruto purísimo de vuestro vientre. Cumplisteis casta y santamente vuestro oficio, y produjisteis el tesoro de la virginidad.» Seamos, pues, devotos de estos gloriosos padres de la Madre de Dios, pues son tan grandes sus méritos y eficaces sus oraciones, porque así como la Virgen puede mucho con Dios, por ser madre suya, así ellos pueden mucho con la Madre de Dios, por hija suya, la cual se huelga que honremos a sus santísimos padres, y como buena hija toma por hechos a sí los obsequios que les hacemos.
Oración: Oh Dios, que entre todos los santos^ escogiste al bienaventurado san Joaquín para que fuese padre de la Madre de tu Hijo; suplicárnoste nos concedas que experimentemos perpetuamente la poderosa protección de aquel, cuya fiesta hoy solemnizamos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
86
San Benito, abad. — 21 de marzo. (f 543.)
El gran patriarca san Benito Padre de tantas y tan sagradas religiones, fué de nación italiano y nació en la ciudad de Nursia de nobles y piadosos padres. Mientras estudiaba en Roma las letras humanas, diéronle en rostro los vicios y travesuras de algunos de sus compañeros, y dejando los estudios, y a sus padres, deudos, comodidades y r e galos de esta vida, se fué a un desierto, donde se hizo discípulo de un santo anacoreta llamado Romano, encerrándose en una cueva abierta en la roca, que parecía una sepultura. Como viese el demonio el rigor y aspereza con que vivía, encendió en su imaginación una tentación sensual, te rrible y vehemente; entonces el honestísimo mancebo, desnudándose de sus vestidos, se echó en un campo lleno de espinas y abrojos, y comenzó a revolcarse en ellos, hasta que todo su cuerpo quedó lastimado y llagado, y apagó con sangre aquel ardor que Satanás había encendido en sus miembros. Fué tan grato al Señor este sacrificio, que de allí adelante, (como el mismo santo lo dijo a sus discípulos) nunca tuvo otra tentación semejante, antes comenzó a ser maestro de todas las virtudes. Quedaban en el monte Casino algunas reliquias de la gentilidad y había allí un templo e ídolo de Apolo a quien adoraba la gente rústica que aun era pagana. Fué allá san Benito e hizo pedazos la estatua, derribó el altar, y en aquel sitio fundó después el famoso monasterio de Monte Casino, que fué como la cabeza de otros once monasterios que edificó, llenos de santos y escogidos religiosos. Traíanle muchos caballeros y señores sus hijos para que los instruyese y enseñase desde la tierna edad en las cosas de la virtud. Estaban todos aquellos campos hechos un paraíso habitado de moradores del cielo, y el Señor ilustraba la santidad del glorioso san Benito con prodigios innumerables. Llegó a Totila, rey de los godos, la fama del santo y su don de profecía: y quiso hacer experiencia de ello. Para esto mandó a un cortesano suyo, llamado Riggo, que se vistiese de sus ropas reales y con grande acompañamiento fuese a visitarle. Mas asi que el santo que estaba en su celda, vio al rey fingido, le dijo: «Deja, hijo, ese vestido que traes, que no es tuyo.*
Visitóle después el rey Totila, y echándose a sus pies le reverenció como a santo- y san Benito con santa libertad le reprendió sus crueldades y desafueros, diciendo: «Muchas malas obras haces, y muchas malas has hecho; cesa ya de la maldad: tomarás a Roma, pasarás el mar, vivirás nueve años y al décimo morirás.» Finalmente también profetizó el santo el día en que él mismo había de morir, y seis días antes mandó abrir su sepultura y el día sexto se hizo llevar a la iglesia, donde, recibidos los santos Sacramentos, dio su alma al Señor, que para tanta gloria le había criado.
Reflexión: Es cosa de grande admiración y mucho para alabar a Dios, ver la perfección y excelencia de la Regla que escribió san Benito en tan pocas palabras, y las muchas y diversas religiones así monacales como militares que militain debajo de ella, y los innumerables monasterios, de esta Orden que ha producido más de tres mil santos, más de doscientos cardenales, cuarenta Sumos Pontífices y una infinidad de santos e insignes obispos y prelados; y pues hasta muchos duques, reyes y emperadores han dejado sus cetros y estados por el pobre hábito de san Benito, procuremos aficionarnos a las virtudes de tan santísimo Padre, para que siguiéndole en la vida, merezcamos su compañía en la gloria.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que la intercesión del bienaventurado abad san Benito nos haga agradables en tu divino acatamiento, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros propios méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Catalina de Suecia, virgen. — 22 de marzo. (f 1381.),
La admirable virgen santa Catalina de Suecia fué hija de Ulfón, príncipe de No-ricia, y de santa Brígida, bien conocida por sus revelaciones en la Iglesia del Señor. Entrególa su santa madre, después que la destetó a una abadesa muy rel igiosa para que la criase, y llegando a la edad competente, su padre le mandó que tomase marido, y ella le aceptó, confiada en la bondad de Dios y en el favor de la Santísima Virgen, María su madre, que podía casarse sin detrimento de su virginidad, como le sucedió: porque habiéndose casado con un caballero nobilísimo llamado Etghardo, de tal manera le habló, que los dos hicieron voto de castidad, y la guardaron toda su vida. Yendo una vez con su madre, santa Brígida, a Asís y a Santa María de Porciúncula, les sobrevino la noche y se recogieron en una pobre casilla para guarecerse de la nieve y agua que caía. Estando allí, ciertos salteadores de caminos entraron donde estaban las santas madre e hija con otra gente; y con mucha desvergüenza quisieron verles los rostros, y como santa Catalina era hermosísima, comenzaron a hablar palabras torpes; mas ellas se volvieron a Dios, y al improviso se sintió un gran ruido como de gente armada, con lo cual huyeron espantados aquellos atrevidos ladrones. Pasó santa Catalina veinticinco años en compañía de su santa madre, la cual la llevaba consigo a los hospitales, y las dos curaban sin asco las llagas de los enfermos, y los consolaban como dos ángeles de paz, y visitaban y socorrían a los pobres. Era tan grande la fama de los milagros que obraba el Se
ñor por su sierva Catalina, que habiendo salido una vez el Tíber de madre, inundando de tal manera la ciudad de Roma que todos temían la última ruina y destrucción de ella, rogaron a la santa que se opusiese a las ondas; y como ella por su humildad se excusase, la arrebataron y llevaron así por fuerza junto a las aguas, y en tocándolas la santa con los pies, volvieron atrás y cesó aquel diluvio peligroso. Después de haber cumplido con el entierro de su madre, volvió a Suecia y se encerró en un monasterio de monjas de Wadstem donde fué prelada, instruyendo -las según la Regla que su santa
madre había dejado. Finalmente, llena de méritos y virtudes, dio su espíritu al que la había creado para tanta gloria suya; y honraron su entierro muchos obispos, abades y prelados de los remos de Suecia, Dinamarca, Noruega y Gotia, y el príncipe de Suecia llamado Erico, con otros señores y barones, por su devoción llevaron sobre los hombros el cuerpo de la santa virgen a la sepultura, i lustrándola nuestro Señor con muchos milagros.
Reflexión: Entre las excelentes vir tudes de la gloriosa santa Catalina de Suecia, resplandece sin duda aquella castidad y entereza virginal que conservó aun en el estado del matrimonio. Esta maravillosa pureza sólo es propia de los moradores del cielo y de muchos santos y santas de nuestra divina religión. «A esta virtud, dice el V. M. Luis de Granada, toca tener un corazón de ángel, y huir cielo y tierra de todas las pláticas, conversaciones y visitas que en esto pueden perjudicar. Hase de procurar que los ojos sean castos, y las palabras castas, y la compañía casta, y la vestidura casta, y castas la cama, la mesa y la comida; porque la verdadera y perfecta castidad todas las cosas quiere que sean castas: y una sola que falte, a las veces lo desluce todo.»
Oración: Señor Dios, castísimo Esposo de las vírgenes, que quisiste que la bienaventurada virgen Catalina se conservase intacta, aun en el matrimonio; concédenos tu gracia, para que refrenando nuestros sensuales apetitos, merezcamos llegar a la presencia de tu rostro purísimo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
88
San Victoriano y sus compañeros mártires. (f 484.)
23 de marzo.
Era el gloriosísimo Victoriano el caballero más rico y principal que se hallaba en Adrumeto, ciudad de África, y de tantos méritos, que por ellos fué electo procónsul de la insigne y celebrada ciudad de Cartago. Por este t iempo se levantó la cruel persecución de Hunnerico, rey de los vándalos, contra los católicos, porque no querían seguir la infame secta del descomulgado Arrio. Quiso el monarca hereje sobornar el ánimo constante de Victoriano; mas él le respondió con gran confianza en el Señor de esta manera: «Estando seguro en mi Dios y Señor mío Jesucristo, digo que aunque me abrases en el fuego y me eches a las bestias, yo no seré jamás infiel a la Iglesia ca-tólcia, apostólica, romana: y certifico que aunque no esperase la vida eterna, nunca me preciara tanto^ del bien que el rey me puede hacer como de la fe que debo a mi Dios.» Esta respuesta dio al tirano Hunnerico; el cual quedó por ella tan enojado y colérico, que sin respetar la dignidad y nobleza del confesor de Cristo, le mandó atormentar con cuantos géneros de suplicios pudo inventar su malicia y furor. L o s mismos verdugos, admirados de que pudiese sufrir tantos azotes, tanto fuego y rigor tanto, dijeron al rey que se importaba acabar de quitarle la vida, antes que a vista de su constancia prevaricasen todos los arríanos y siguiesen la fe de Victoriano. Furioso entonces, mandó añadir más tormentos, hasta que en medio de ellos, constante siempre en la fe de Jesucristo, vino el esforzado y valeroso caballero a alcanzar la gloriosa corona del martirio, perdiendo la vida temporal para alcanzar la eterna. Padecieron martirio junto con él, dos gloriosos y santos mercaderes, llamados ambos Frumencios, y ciudadanos ambos también de Cartago, y también dos santos hermanos naturales de Aqua-regia, a los cuales colgaron en el aire, con un peso muy grande a sus pies, y les quemaron con planchas de hierro a r diendo, y les atormentaron tan largo espacio y con tan horribles torturas, que al fin los mismos verdugos les dejaron, diciendo: «Si muchos imitan la constancia de estos, no habrá quien abrace nuestra secta.» En los sagrados cadáveres de
estos dos santos no se hallaron señales algunas de las heridas recibidas.
Reflexión: Por la constancia pintaron los antiguos una roca en medio del mar, la cual ni se mueve a los furiosos azotes de las olas, ni hace caso de sus halagüeños besos: y así decía la letra: «Siempre soy una.» Uno fué siempre el invictísimo mártir de Jesucristo Victoriano; no torcieron su ánimo incontrastable _ni las riquezas del mundo, ni sus engaños, ni los altos puestos, ni las ofertas lisonjeras del rey, ni menos sus crueles amenazas y ejecutados rigores: era roca a lo divino puesta en medio del mar de este mundo. Procuremos, pues, imitarle nosotros en esa constancia y firmeza, no maravillándonos de que la vida cristiana sea (como se escribe en Job) una perpetua milicia o tentación sobre la tierra, y entendiendo que la profesión del cristiano es profesión de hombre de guerra, que ha de pelear con gran fortaleza hasta la muerte las batallas del Señor. Ya llegará el día del descanso perpetuo, de la gloria inmortal, y del gozo sempiterno, y entonces no podremos contenernos de dar voces de alegría y alabanza, proclamando la magnífica bondad de Dios, que por unos pocos años empleados en su servicio, nos hizo participantes, de su infinita y eterna bienaventuranza.
Oración: Oh Dios, que nos concedes la dicha de honrar el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Victoriano y sus compañeros, otórganos también la gracia de gozar en su compaña de la eterna felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
San Simón, inocente y mártir. — 24 de marzo. (f 1475.)
El martirio del glorioso e inocente niño san Simón, lo escribió pocos días después de haber pasado, Juan Matías Tiberino, cuya relación compendiada es como sigue: «Habitaban, dice, en un barrio de Trento, que está a la izquierda del castillo, tres familias de judíos, cuyas cabezas eran Tobías, Angelo y Samuel, con quienes vivía un infernal y bárbaro viejo llamado Moisés. Estos se juntaron el jueves de la semana santa en la sinagoga y dijeron a Tobías: Tú solo, oh Tobías, puedes satisfacer nuestros deseos; porque tu tienes familiar comunicación con los cristianos, y así puedes con gran facilidad cogerles un niño, y si esto haces, tú vivirás con descanso, tus hijos con grandes medras. Con esta promesa Tobías entró a la tarde en la calle que llaman de las Fosas, y luego puso los ojos en un niño hermoso de dos años y cuatro meses, que estaba sentado y solo sobre el umbral de la puerta de su casa, y mirando el traidor a una y otra parta de la calle, y viendo que nadie le observaba, se llegó a la inocente criatura, y púsole con gran cariño un dedo en su tierna manecita. El niño le tomó el índice, y levantándose le fué siguiendo, hasta que habiendo pasado dos o tres casas, puso el judío una moneda en las manos del Niño, y acariciándole en sus brazos para que no llorase, lo llevó fuera del barrio y se entró en casa de Samuel. Allí le pusieron en la cama, y como llorase e invocase el nombre de su madre, le daban uvas pasas, confites y otras cosillas. Entre tanto la madre andaba desesperada buscando al hijo de sus
entrañas, sin poderlo hallar en ninguna parte. A la noche el cruel viejo Moisés con los otros judíos, tomando aquel inocente ángel que descuidado dormía, pasaron al lugar de la sinagoga que estaba en la misma casa, y allí desnudaron aquella inocente víctima dejándola en carnes; y tomando Samuel un lienzo, le rodeó el cuello embarazándole el aliento, para que no se oyesen sus gritos, y teniéndole los demás los pies y las manos. Entonces el viejo Moisés circuncidó al niño para disponerlo al sacrificio. Sacó después unas tijeras y comentó a abrirle desde la barba la mejilla derecha, y cortándole un
pequeño pedazo de carne la puso en una fuente que tenía para recoger la sangre. Tomó después cada uno de los judíos las tijeras para hacer por turno la misma sacrilega y sangrienta ceremonia, y en acabando, el infame viejo abrió con un cuchillo la pierna derecha del mártir, y cortó un pedacito de carne de la panto-rrilla; y los demás hicieron lo mismo. Luego el viejo levantó en alto al niño, en forma de cruz, y le fueron punzando con agujas todo el cuerpo más de una hora, hasta que el niño espiró, y pasó a gozar de Dios en el coro de los inocentes mártires.»
Reflexión: Jamás permitió a los judíos la ley de Dios dada por Moisés, sacrificio alguno de víctimas humanas, a pesar de ¡;er tan usada esta bárbara costumbre entre las naciones y pueblos idólatras. La religión cristiana abolió hasta los sacrificios de animales, y toda práctica de culto sangriento, y así no fué la religión divina la que inspiró a aquellos judíos los nefandos sacrificios de niños que hacían, sino la abominable superstición en que cayeron, después de haber crucificado al Hijo de Dios, y rechazado la ley de su divino Mesías. Los pueblos que dejan ia verdadera religión, se olvidan de la ley de la caridad, y se vuelven egoístas, inhumanos y crueles.
Oración: Señor Dios, cuya Pasión santísima confesó el santo inocente niño Simón, no hablando, sino perdiendo por ti la vida; concédenos que nuestra vida pi egone con inculpables costumbres, la • misma fe que confesamos con nuestros labios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La Anunciación de Nuestra Señora y Encarnación del Hijo de Dios. — 25 de marzo.
El sacrosanto misterio de este día nos lo refiere el evangelista san Lucas por estas palabras: «Hallábase ya Elisabeth en el sexto mes de su embarazo, cuando el ángel Gabriel fué enviado por Dios a Nazareth, ciudad de Galilea, a una virgen desposada con un varón de la descendencia de David llamado José. El nombre de la virgen era María. Habiendo entrado el ángel a donde ella estaba, le dijo: «Dios te salve, llena de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres.» Turbóse la Virgen al óir semejantes palabras, y pensaba que podía significar tal salutación. Mas el ángel le dijo: «¡Oh María! no temas, porque has hallado gracias en los ojos de Dios: he aquí que en tu seno concebirás, y parirás un hijo, y le llamarás con fl nombre de Jesús. Este Hijo será grande e Hijo del Altísimo, y darále el Señor el trono de David, su padre, y reinará para siempre en la casa de Jacob, y su reinado no tendrá fin.» Entonces María preguntó al ángel: ;Cómo se hará esto, porque no conozco varón?» Respondió el ángel v le dijo: «El Espíritu Santo sobrevendrá en ti y la virtud del Altísimo te hará sombra, por lo cual el fruto santo que de ti ha de nacer será hijo de Dios. Ahí tienes a tu prima Elisabeth, la cual en su vejez ha concebido también un hijo, y la que se llamaba estéril está ahora ya en el sexto mes de su preñado; porque para Dios no hay cosa imposible.» Dijo entonces María: «He aquí la esclava del Señor; sea hecho en mí según tu palabra.» Y desapareciendo el ángel se re tiró de su presencia.» (S. LUCAS I, 26-38).
Reflexión: Con sublime sencillez refie-de el santo Evangelio la más divina de todas las obras de Dios: la Encarnación del Verbo eterno. El arcángel anuncia a la Virgen que ha 'sido escogida para ser Madre de Dios: la Virgen desea serlo sin dejar de ser. virgen; y después de haber oído que ha de concebir, no por obra de varón, sino por la virtud del Espíritu Santo, se encoge con profunda humildad y se llama esclava del Señor; y el Señor la levanta a la altísima gloria de la maternidad divina. Así se obró el mayor prodigio de la omnipotencia del Padre, el
mayor portento de la sabiduría del Hijo yr la mayor maravilla del amor del Espíritu Santo. La inmensa grandeza de este misterio, la llaneza incomparable de sus circunstancias, y el sublime candor del relato evangélico, todo es divino y digno de Aquel que con un acto de su voluntad sacó de la nada el universo y expresó su divina operación con la palabra fiat, hágase. Todo ha -de ser, pues, materia de nuestra más profunda y constante meditación: la humildad del Altísimo anonadado en las purísimas entrañas de la Virgen, la inmaculada pureza de esta excelsa Señora, su fe. su confianza, su conformidad con la voluntad divina, y el humilde sentimiento de su bajeza, ensalzada por Dios a la soberanía de todo lo creado. Y no debemos parar aquí, sino pasar adelante en la consideración de este misterio, y quedar como absortos y suspensos en la honra que de él se sigue a todo el linaje humano, el cual fué ennoblecido y levantado a tan gran dignidad y gloria; pues haciéndose Cristo hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, nuestra naturaleza está ensalzada en él sobre todos los ángeles, y somos parientes y hermanos de Dios hecho hermano y Redentor nuestro.
Oración: Señor Dios, que quisiste que en las purísimas entrañas de la gloriosa Virgen María se encarnase el Verbo eterno, anunciando ,un ángel tan divino misterio; concédenos, por los ruegos de esta gloriosa Virgen, que los eme verdaderamente creemos que es Madre de Dios, seamos favorecidos con su intercesión en tu divino acatamiento. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Braulio, obispo de Zaragoza. — 26 de marzo. ( t 651.)
El santísimo y sapientísimo obispo san Braulio, honor inmortal de la Silla de Zaragoza, fué hermano del obispo Juan, y sucesor suyo en el obispado, y natural de la misma ciudad (a lo que algunos escriben), y de la sangre de los reyes godos de España. Tuvo por maestro a san Isidoro, arzobispo de Sevilla, y salió tan aventajado en las lenguas y ciencias divinas y humanas, que su mismo sapientísimo maestro le envió su famoso libro de las Etimologías, que a su petición había escrito, para que lo corrigiese. Hallóse en tres concilios Toledanos, que fueron el cuarto (en que presidió san Isidoro, su maestro), y el quinto y el sexto. En el quinto tuvo san Braulio gran mano, y ordenó los cánones y decretos, y todo el peso de los negocios cargaba sobre él, por ser considerado como el oráculo de toda la Iglesia de España. Escribió una carta al Sumo Pontífice que a la sazón era Honorio, primero de este nombre, con tan excelente doctrina, estilo y elocuencia, que fué muy celebrada y leída con admiración en Roma. En ella le daba cuenta del celo con que tanto el rey Chintila como los obispos de España t rabajaban por conservar en toda su integridad y pureza la doctrina católica y divina de Jesucristo. Escribió más tarde una carta al rey Chindasvinto, cuyo efecto fué declarar a Recesvinto sucesor del reino, y rey juntamente con su padre; con lo cual acabó con las facciones y turbulencias, y ahorró mucha sangre. Residía el santo prelado en la iglesia de Santa María la Mayor, llamada del Pilar de Zaragoza, ocupándose de día y de no
che en el servicio de Dios y de su Santísima Madre. Hizo edificar una iglesia sobre la sepultura de los santos mártires santa Engracia y sus dieciocho compañeros, y de los innumerables mártires de Zaragoza, que ant iguamente se llamó la iglesia de las Santas Masas, y ahora tiene título de santa Engracia, donde después el rey católico don Fernando labró un suntuoso monasterio y le dio a los Padres de la Orden de San Jerónimo. Finalmente a los veinte años de su gloriosísimo obispado, descansó san Braulio en la paz del Señor, dejando a toda la ciudad de Zaragoza con gran sentimiento
por haber perdido tan- excelente padre, pastor y maestro. El sagrado cadáver fué sepultado con grande veneración en el santuario del Pilar.
Reflexión: Mucho trabajó y sudó san Braulio, restableciendo en España la integridad de la fe, y honrando a los innumerables mártires de Zaragoza y a santa Engracia con aquel templo sepulcral de l#s Santas Masas, que destruido a principios de este siglo por la impiedad extranjera, acaba de reedificarse, en calidad de monumento nacional y sagrado ornamento de la nobilísima capital de Aragón. ¡Ah! la Religión no ha hecho otra cosa que edificar; la impiedad nunca supo hacer otra cosa que destruir. La Religión labró el edificio moral de la sociedad cristiana, y embelleció las naciones con las obras más suntuosas e inmortales del arte. ¿Y qué otra cosa ha hecho la impiedad que demoler esos monumentos, y volver a los hombres, viciosos, deshonrados y bestiales como antes? Y en eso emplean todavía su tiempo y su t ra bajo los impíos: en destruir y derribar; porque edificar algo sobre'las ruinas, ni siquiera ellos mismos saben si ha de ser posible. No emplees, pues, la vida en obras de destrucción propias de los hijos del diablo, sino en obras de edificación propias de los hijos de Dios.
Oración: Oh, Señor, que con el celo, erudición y ejemplos del bienaventurado Braulio, tu confesor y pontífice, quisiste fortalecer tu Iglesia, defiéndela por su intercesión con seguros y perpetuos auxilios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan, ermitaño. -(f 718.)
Nació el glorioso san Juan ermitaño en Licópolis de la Tebaida, de padres muy escasos en bienes de fortuna, y luego que tuvo edad aprendió el oficio de carpintero; mas el Señor, que quería labrarle, le llamó a la soledad, para hacer de él uno de los varones más santos del desierto de Egipto. Hízose discípulo de un santo anciano, el cual descubriendo en aquel mancebo una humildad y obediencia extraordinarias, en breve, tiempo le hizo adelantar mucho en el camino de la perfección. Un año entero estuvo regando por obediencia un palo seco, dos veces al día, y procurando mover de su asiento un gran peñasco que muchos hombres no pudieran mover: y el Señor recompensó su ciega obediencia, concediéndole después el don de milagros y profecía. Muerto su santo maestro, pasó Juan cinco años en diversos monasterios, y luego se fué a una montaña desierta y abriendo en la peña una celdilla, se encerró en ella, y por espacio de cuarenta años llevó en este linaje de sepultura una vida de ángel, saboreando anticipadamente las delicias del cielo. No había hombre más apacible y agradable en el trato que el santo anacoreta. Jamás permitió que ninguna mujer se llegase a la ventanilla de su celda: se hizo tan notorio su alto don de profecía, que de las provincias más apartadas venían a consultarle como a un oráculo del cielo. ¿Quién no se maravillará de ver a sus pies al general del ejército romano pidiéndole consejo, y oyendo de los labios del santo: «Confía, hijo, en el Dios de los ejércitos, porque con tus escasas fuerzas, vencerás?» Y en efecto, la ilustre victoria que alcanzó de los bárbaros etíopes, acreditó la verdad del vaticinio. Consultóle también el gran Teodosio sobre el suceso de la guerra con Máximo; y pronosticóle Juan el glorioso triunfo que había de alcanzar de aquel tirano. Cuatro años después mandó el emperador a Eu-tropio su ministro para saber el éxito de» otra campaña; y el santo respondió: Ve, y di al emperador que vencerá, pero que sobrevivirá poco tiempo a la victoria.» Todo lo cual sucedió como el santo profeta lo dijo. Finalmente, después de una larga vida de noventa años llena de profecías y milagros, sabiendo por divina r e velación el día y hora de su muerte, pidió
27 de marzo.
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que en tres días nadie le llamase, y pasándolos en oración, entregó su bienaventurado espíritu en las manos del Creador; y el día siguiente fué, hallado su sagrado cadáver puesto de rodillas, y fué sepultado con la pompa y veneración que su santidad merecía, llamándose comúnmente el profeta de Egipto.
* Reflexión: Visitó Paladio al santo y apa
cible anacoreta, el cual le dijo que sería obispo y que había de padecer grandes trabajos: «Yo, añadió el santo, cuarenta y ocho años ha que no pongo los pies fuera de mi celda, y porque en todo este tiempo no he visto mujer ni moneda alguna, no he sentido ni aun el más leve disgusto.» Brevísimo atajo para llegar a una vida llena de divina consolación» reprimir la codicia del dinero y los deleites sensuales. Estas son las dos raíces principales de todos los sinsabores de la vida del hombre. El corazón de los malos es como un mar que hierve siempre en tormenta; y es porque está devorado o pos la sed de riquezas o por el deseo de goces sensuales. Reprimámoslos, que vendrá sobre nosotros la paz y la alegría que sobrepuja a todo sentido y de la cual gozan aun en esta vida los hombres mortificados.
* Oración: Oye, Señor las súplicas que
te hacemos en la solemnidad de tu siervo el bienaventurado Juan, para que los que no confiamos en nuestros méritos seamos ayudados por los de aquel que tanto te agradó. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Guntrano, rey y confesor. — 28 de marzo. (f 593.)
Fué el piadosísimo rey san Guntrano hijo de Clotario, rey de Francia, y nieto de Clodoveo I y de santa Clotilde. Como era hijo segundo, a la muerte de su padre heredó los reinos de Orleans y de Borgoña; lo cual fué ocasión de muchas guerras con sus hermanos Cariberto y Sigeberto: y si al principio de su reinado traspasó los límites de la humanidad, tratando con excesivo rigor a sus enemigos, cosa harto frecuente en aquellos tiempos, también es verdad que hizo rigurosa penitencia todo el tiempo de su vida, procurando de alcanzar como David la divina misericordia con muchos ayunos, grandes asperezas y limosnas. Puso debajo de su protección a los hijos de sus hermanos, colmándoles de beneficios y jamás se sirvió de los felices sucesos de sus victorias para su propia medra y engrandecimiento, sino para el bien universal de sus vasallos. Y como era príncipe muy cristiano y santo, y sus leyes eran justas y humanas, florecía su reino con grande abundancia y prosperdiad, así en tiempo de «paz como en tiempo de guerra. Dio severísimas ordenanzas encaminadas a reprimir la crueldad y bárbara fiereza que usaban los soldados con los enemigos vencidos, y puso a raya su desenfrenada licencia. Y aunque su amor a la justicia le inclinaba a castigar con el debido rigor los crímenes, no pue3e creerse con cuanta facilidad y suavidad perdonaba las injurias cuando se hacían a su misma persona, porque habiendo en cierta ocasión atentado contra su vida dos desaforados asesinos, mandó el rey que a uno le encsrrasen en la cárcel, y perdonasen al otro por haberse refugiado
;n lugar sagrado. Honraba el santo príncipe a los obispos y pre lados de la Iglesia de Jesucristo, con reverencia y amor filial, les consultaba sus dudas y les pedía su parecer. Edificó muchos templos y monasterios, y aunque era padre de todos sus vasallos, lo fué singularmente de los pobres, llegando en un tiempo de hambre a agotar con real magnificencia su tesoro, y procurando de aplacar con ayunos y pública penitencia la ira de Dios, que, como decía el santo, por sus pecados azotaba a sus pueblos. Finalmente, lleno de méritos y virtudes, descansó en la paz del Señor, con grande luto y sentimiento de
todo su reino, y Dios ilustró el sepulcro de tan santo rey con muchos prodigios que le ganaron la universal veneración.
Reflexión: No existe estado o condición en que el hombre no pueda santificarse, si quiere. La gracia vence todos los obstáculos ayudada de la cooperación humana. No es un pobre artesano, o un pobre labriego el que hoy presenta ante tu consideración la Iglesia: es un rey poderoso y un rey que experimentó allá cuando joven la fuerza de las pasiones. No fué tan misericordioso como debió ser; vejó a sus vasallos más de lo justo. Pero fué fiel al llamamiento de la gracia, y los que le vieron castigar con exceso de severidad los crímenes, viéronle también hacer espantosa penitencia y hoy le ve neramos en los altares. ¿Te ves combatido? ¿Sientes en tu interior la fuerza de la pasión? ¿Por qué no escuchas también la voz de la gracia que te llama a la pe lea y te dice que no desmayes? ¿Encontrarás para ser bueno más obstáculos que este santo? No vives entre la pompa cortesana. No te estorban halagos de poderosos para ver la verdad, y vista seguirla resueltamente. Quizás tu misma condición te faciltia el ser virtuoso. Pero aunque fueras príncipe o monarca, ¿tendrías excusa ante tal dechado para no empren-
»der una vida perfecta? Oración: Oye, Señor, las súplicas que
te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Guntrano, para que los que no confiamos en nuestra virtud, seamos ayudados por las oraciones de aquel que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santos Jonás y Baraquisio, hermanos, mártires. (f 327.)
Al tiempo que Sapor, rey de Persia, perseguía cruelísimamen-te a los cristianos, vivían en una aldea llamada Jasa dos hermanos llamados Jonás y Baraquisio, los cuales llegando a la villa que se llama Bardiaboth, fueron a visitar a los cristianos que estaban presos y hallaron nueve que estaban ya condenados a muerte. Y viéndolos muy atormentados y maltratados, les dijeron: Hermanos, no temamos cosa alguna; en nombre de nuestro Jesús crucificado, sustentemos una batalla para alcanzar la sempiterna corona.» Animados con estas palabras los santos pre sos, padecieron el martirio y re cibieron la palma y vestidura inmortal de la gloria. Después de esto fueron acusados los dos santos hermanos ante unos crueles magos que hacían oficio de jueces, los cuales les intimaron obediencia al rey, y reverencia al sol, al fuego y al agua. «No tengo que ver, dijo Jonás, con el sol, luna ni estrellas, ni con el fuego ni el agua, que son vuestros dioses, ni es Sapor ningún rey inmortal para que se haya de obedecer más eme al verdadero Dios. Sólo creo en el Padre, Hijo y Espíritu Santo* verdadera Trinidad que conserva todo el universo.» Mucho se enojaron los magos oyendo esto; y luego mandaron que le atasen un pie a una cuerda y lo pusiesen desnudo al hielo toda la noche. Venido el día siguiente, llamaron a Baraquisio, a quien tenían apartado de su hermano, y le dijeron que por qué no sacrificaba a los dioses como ya lo había hecho su hermano Jonás. San Baraquisio dijo: «Lo que ha hecho mi hermano haré también yo»: y añadió que mentían en todo, porque la verdad a quien seguía, no le dejaría a su hermano hacer un nefando sacrificio. Irritáronse los mentirosos jueces con esta respuesta, y para que no hablase más, le hicieron beber plomo derretido, y le volvieron a la cárcel donde le tuvieron colgado de un pie. Trajeron luego ante sí a Jonás* y y dijéronle: «¿Cómo te ha ido esta noche con la helada? Tu hermano Baraquisio ha negado a tu Dios, y tú, obstinado, ¿aún te_ estás en tu parecer?» Respondió el mártir: «Creedme, reales príncipes, que jamás mi Dios me había "dado noche tan sosegada y tan buena; y sé también para mi consuelo, que mi hermano ha negado
29 de marzo.
al demonio y que ha estado firme en Cristo.» Mandaron traer los magos un husillo y prensa y le prensaron como hacen con el orujo, rompiéndole tod5s los huesos, y de esta manera el invictísimo y glorioso Jpnás entregó su bendita alma al Señor, Concluido esto atormentaron de varias maneras a su hermano Baraquisio metiéndole agudas cañas por las carnes, apretáronle después en la prensa, y le echaron pez derretida en la garganta, y con esto alcanzó como su hermano la gloria del martirio. .
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Reflexión: ¿Has observado como en el combate de estos dos santos hermanos. querían aquellos impíos jueces apartarles de la fé con embustes y mentiras? Propias han sido siempre estas armas délos enemigos de Dios; mas los fieles servidores de Cristo los vencieron con su cristiana entereza. ¿Por qué, pues, has de hacer algún caso de las falsas razones que ahora vuelven a traer los impíos y herejes para desquiciar a los católicos de la verdadera fe? ¿Por ventura no merece mayor crédito Jesucristo, Señor nuestro, que todos los hombres falibles y miserables de este mundo? ¿No vale más el testimonio de la Iglesia que el de toda la turba de los impíos ignorantes y viciosos.
Oración: Concédenos, Señor, que asi: como reconocemos tu fortaleza soberana en la confesión de tus gloriosos mártires Jonás y Baraquisio, así experimentemos su poderosa intercesión ante el acatamiento de tu divina Majestad. Por Je su cristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan Clímaco, abad. — 30 de marzo. (f 605.)
El glorioso abad del monte Sinaí san Clímaco fué, a lo que se cree, natural de Palestina, y siendo mozo de dieciseis años bien enseñado en las letras humanas, se' ofreció a Cristo nuestro Señor en agradable sacrificio, retirándose del mundo en un monasterio del monte Sinaí, donde por espacio de diez años br illó a los ojos de los monjes como perfecto dechado de todas las virtudes. Pasó después a la vida solitaria y escogió un lugar llamado Tola, que estaba al pie del monte y a dos leguas de la iglesia de la Santísima Virgen que el emperador Justiniano, había hecho edificar para los monjes que moraban en las rocas y •asperezas del Sinaí: y en aquella ermita vivió Juan por espacio de cuarenta años, •con tan grande santidad, que todos le llamaban Ángel del desierto. Levantóle •el Señor al estado angelical de la oración continua; y no pocas veces le vieron levantado de la tierra y suspenso •en el aire, resplandeciendo en su rostro la gracia de Dios, y las delicias celestiales que estaba gozando su alma. Sacóle a l fin el. Señor de su ermita para que fuese el abad- y maestro de todos los monjes del Sinaí, y a ruego y súplica de •ellos escribió el famoso libro llamado Escala espiritual, en el cual se describen -treinta escalones por donde pueden subir los hombres a la cumbre de la perfección. Su lenguaje santo es por sentencias, y admirables ejemplos. Dice que en un monasterio de Egipto donde moraban trescientos y treinta monjes, no había más que un alma y un corazón; y que a pocos pasos de este monasterio ha
bía otro que se llamaba la Cárcel, donde voluntariamente se encerraban los que después de la profesión habían cado en alguna grave culpa, y hacían tan asombrosas penitencias, que no se pueden leer sin llenarse los ojos de lágrimas y temblar las carnes de horror. Encomendábase en las oraciones de este varón santísimo el venerable pontífice san Gregorio Magno; y el abad Raytú, en una epístola que también le escribió, le pone este t í tulo: «Al admirable varón, igual a los ángeles, Padre de Padres, y doctor excelente, salud en el Señor. Habiendo pasado el santo sesenta y cuatro años en el
desierto, a los ochenta de su edad,^ entregó su alma purísima y preciosísima al Señor.
Reflexión: No parece sino que hace el santo el retrato de sí mismo cuando en su Escala espiritual habla del grado de oración continua. «Esta oración, dice, está en tener el alma por objeto a Dios en todos los pensamientos, en todas las palabras, en todos ios movimientos, en todos los pasos; en no hacer cosa que no sea con fervor interior, y como quien tiene a Dios presente.» ¡Oh! ¡qué agradable sería a los divinos ojos, y qué limpia de todo pecado estaría nuestra alma, si considerásemos que nuestro Señor nos está siempre mirando! Ofrezcámosle siquiera por la mañana todos nuestros pensamientos, palabras y obras, y cuando nos viéremos en alguna tentación o peligro de pecar, digamos: ¡Dios me ve, no quiero ofender a mi Dios! Y no imaginemos que tu Dios y Señor esté ausente allá en las más encumbradas alturas de los cielos, donde ni te ve ni te oye: porque está presente en todas partes, y más cerca de ti que el amigo con quien conversas; está al rededor de ti y dentro de ti, penetrando tu cuerpo y tu espíritu; y «tú te hallas más sumidt» en la inmensidad de su ser divino, que el pez metido en las aguas.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que la intercesión del bienaventurado Juan, nos haga recomendables a tu divina Majestad, para que consigamos por su protección lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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El beato Amadeo, duque de Saboya. — 31 de marzo. ( f 1472.)
El glorioso y caritativo príncipe beato Amadeo fué hijo de Luis II y de Ana, hija del rey de Chipre. En medio del fausto de la corte conservó siempre su corazón sin mancilla, y era de condición tan apacible, que se hacía dueño de todos los corazones. A los diecisiete años casó con Violante, hija de Carlos VJI de Francia, y habiendo sucedido a su padre en el trono, las virtudes que como a príncipe le adornaban, tomaron nuevo brillo con la diadema. Derrotó a los turcos, y no se mostró menos valeroso en las batallas que generoso en las victorias y piadoso con los vencidos. Tuvo gran cuidado de que los príncipes sus hijos se criasen en toda virtud y como convenía a su nobilísima sangre; y no había a la sazón en Europa corte más brillante ni mejor ordenada que la suya, ni reino en que más floreciese la paz, la justicia, la virtud y la prosperidad; de manera que su "reinado se llamaba el siglo de oro. No pasó el «santo rey un solo día en que no hiciese algún particular beneficio, y mereciese las bendiciones del cielo y el reconocimiento y amor de sus vasallos. Empleó todo su tesoro en fundar asilos de beneficencia, y en aliviar por su mano las miserias de los que padecían. Llamábanle el padre de los -menesterosos, y a su palacio el jardín de los pobres. Habiéndole dicho un día que las excesivas limosnas que repartía agotaban todas sus rentas, respondió muy alegre el magnífico príncipe: «Huélgome mucho de lo que me decís: aquí tenéis el precioso collar de mi orden, vendedle y socorred también con el precio de él a mis queridos pobres.» Cuando el santo rey se vio vecino a la muerte, llamó a sus hijos y a los principales señores de la corte, y les declaró su última voluntad en estos términos: «Mucho os recomiendo la misericordia y caridad con los pobres: derramad generosamente en su alivio vuestras limosnas, y el Señor derramará copiosamente sobre vosotros sus bendiciones. Haced justicia sin acepción de personas, y poned todo vuestro estudio en hacer que florezca la religión católica y sea Dios servido en todo el reino.» Finalmente, habiendo recibido con singular edificación y lágrimas de todos, los santos Sacramentos, trocó la diadema terre
nal por la corona eterna de los cielos, y el Señor acreditó su santidad con tantos prodigios, que el obispo de Vercellv donde murió el santo, refiere ciento treinta y ocho, todos muy ilustres, especialmente en los que adolecían de accidentes epilépticos; y san Francisco de Sales aseguró al papa Paulo V que todos los días obraba Dios nuevos milagros en el sepulcro del santo duque.
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Reflexión: Como es tan poderoso y eficaz el ejemplo de los príncipes, el del beato Amadeo imprimía en su corte y en sus vasallos un sello tal de virtud, que por mucho tiempo se vio el vicio desterrado de sus estados, y la piedad crsitiana, siguió floreciendo en todas partes con religioso esplendor. Apenas hallaba la justicia crímenes que castigar en ninguna de sus provincias; y en las poblaciones de aquel estado se veían los más admirables ejemplos de todas las virtudes. ¡Oh! ¡qué fácilmente se lleva a cabo la dificultosa empresa de reformar las costumbres, cuando resplandece por toda la nación la virtud y cristiana vida de sus gobernantes! Pero si éstos son la piedra de público y universal escándalo, ¡qué ha de ser todo el reino, sino un lago de vicios y maldades!
Oración: Señor Dios, que trasladaste a tú confesor, el bienaventurado Amadeo, del principado de la tierra al celestial reino de la gloria, suplicárnoste nos concedas, que por sus merecimientos y su ejemplo, usemos de los bienes temporales, de suerte que no perdamos los eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Hugo, obispo de Grenoble. — 1" de abril. (t 1132)
Fué el glorioso san Hugo de nación francés, y nació de nobles y virtuosos padres, en Castel-Nuevo, en la provincia del Del-finado, cerca de la ciudad de Valencia. Su padre Odilón, caballero y militar, acabó santamente su vida en la Cartuja siendo de edad de cien años y recibió los sacramentos de manos de su hijo obispo. El mismo consuelo alcanzó su virtuosa madre. No tenía san Hugo sino veinte y siete años, cuando el legado del Papa le apremió para que aceptase el obispado de Grenoble, y se fuese con él a Roma para ser consagrado del sumo Pontífice Gregorio ' VII. Estaba a la sazón en Roma la condesa Matilde, señora no menos piadosa que poderosa, la cual le presentó grandes dones y todo lo necesario a la consagración. Muy lleno de espinas y malezas halló san Hugo el campo de aquella iglesia de Grenoble; los clérigos llevaban vida relajada, los legos estaban enredados en logros y usuras, los hombres sin fidelidad, las mujeres sin vergüenza, los bienes de la Iglesia enajenados, y todas las cosas en suma confusión por lo cual a los dos años, pareciendo al santo que hacía poco fruto, tomó el hábito de monje de la orden de san Benito y pasó un año de noviciado en el monasterio llamado Domus Dei, Casa de Dios; pero sabiéndolo el Papa, le mandó volver a su obispado, y él obedeció con presteza y resignación. Pasados tres años, vino al santo obispo, guiado de Dios, san Bruno con otros seis compañeros, para comenzar en su diócesis la sagrada religión de la Car-ruja; y les acogió, animó y acompañó hasta un lugar fragoso y áspero, que se llamaba la Cartuja, donde dieron principio a su santo instituto, y san Hugo muchas veces se iba también a aquel lugar sagrado y se estaba con ellos y les servía en las cosas más viles y bajas de la casa. Por sus muchos ayunos, oraciones y estudios, nuestro Señor le probó con un dolor de cabeza y de estómago muy grande, que le duró cuarenta años. Hacíase leer la Sagrada Escritura a la mesa y prorrumpía en lágrimas con tanta abundancia que le era necesario dejar la comida, o que se dejase la lección. No perdonó su anillo ni un cáliz de oro que tenía, para remediar la necesidad de los pobres. Siendo ya viejo, fué en persona a Roma y suplicó a Ho
norio II que le descargase del obispado; después hizo la misma instancia a Inocencio II, mas el Papa con razón le negó lo que pedía, porque cuando el santo entró en su iglesia, la halló muy estragada y perdida, y cuando murió, la dejó muy reformada y acrecentada en todo. Finalmente, a los ochenta años de su edad, el Señor le llevó para sí y le dio el premio de la retribución eterna.
Reflexión: Fué tan extremado el recato de este santo varón, que con haber sido obispo más de cincuenta años, y tratado muchos negocios con muchas señoras principales que por razón de su oficio acudían a él, afirmó que no conocía de rostro a ninguna mujer de su obispado, sino a una vieja y fea que servía en su casa. Pregttn-taron una vez al santo por qué no había reprendido a una mujer que había venido a hablarle con galas profanas. Y él respondió: «Porque no vi si estaba así compuesta». Y a este propósito decía el santo que no sabía cómo podía dejar de tener malos pensamientos, el que no sabía re frenar los ojos; pues, como dice Jeremías: muchas veces entra por ellos la muerte en el alma. Guarda, pues, esas puertas de tus sentidos; que más fácil es estorbar a los enemigos la entrada en el alma, que vencerles cuando ya están dentro.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que oigas benignamente los ruegos que te hacemos en la festividad del bienaventurado Hugo, tu confesor y Pontífice, y que nos perdones nuestros pecados por los merecimientos de aquél que tan dignamente te sirvió. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Francisco de Paula, fundador. — 2 de abril. (t 1508)
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El humildísimo y gloriosísimo fundador de la sagrada religión de los Mínimos, san Francisco de Paula, nació en una villa de Calabria, llamada Paula, de padres pobres, y fué hijo de oraciones, por lo cual cuando llegó el niño a los trece .años le consagraron a Dios en la religión de san Francisco de Asís. A los catorce años hizo su peregrinación a Asís y a Roma, y volviendo a su patria, se retiró a una heredad de sus padres, y luego a una gruta que halló cerca del mar, donde imitó la vida aus-terísima de los solitarios de Tebaida. A los diez y nueve años edificó un monasterio en cuya fábrica, hasta los nobles mancebos y damas principales le ayudaban, llevando por devoción al santo espuertas de arena. Allí hizo brotar una fuente de agua, de la cual tenían necesidad los operarios; allí metióse en un horno de cal y cerró las grietas de él sin recibir lesión del fuego; allí detuvo un gran peñasco que amenazaba desplomarse sobre el convento; allí le trajeron un nombre para que el santo le curase la pierna, y el santo mandó al enfermo que no se podía menear, que cargase con un andamio, como lo hizo. Es imposible decir los grandes milagros que obró en el resto de su vida, porque no parecía sino que le había hecho Dios, señor de todas las criaturas y que todas ellas le obedecían, el fuego, el aire, el mar, la tierra, la muert, los hombres y los demonios. Profetizó la toma de Constantinopla; mandó en nombre de Dios al Rey de Ñapóles tomar las a r mas contra los Turcos y echarlos de Calabria; y aseguró al rey católico don Fernando la gloriosa conquista de Granada. Suplicó al rey de Francia, Luis
XI, al Papa Sixto IV que ver, pensando alcanzar de su mano la salud. Fué el santo por obediencia y dijo al rey: «Vuestra Majestad me ha llamado para que le alargue la vida, y el Señor me ha traído para disponerle a una santa muerte». Y así cada día pasaba el rey dos o tres horas en sabrosas pláticas con el santo, hasta que tuvo la dicha de morir en sus brazos. Nunca quiso el humildísimo san Francisco de Paula ordenarse de sacerdote y a sus religiosos llamó con el nombre de Mínimos. Finalmente, habiendo dejado el
admirable Patriarca escritas tres reglas, una para sus frailes, otra para las monjas y otra para los que se llaman Terceros, siendo ya de noventa y un años se hizo llevar a la Iglesia, y con los pies descalzos y una soga al cuello, recibió el santísimo Viático, y el día siguiente en viernes, a las tres de la tarde, levantadas las manos y ojos al cielo, expiró como Jesucristo, diciendo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu». Estuvo el cuerpo once días expuesto a la veneración de los fieles, entero, fresco y despidiendo de sí un olor celestial y suavísimo.
Reflexión: Mira cuan humilde fué san Francisco Paula y cuan soberbio^eres tú. Y con todo, él era un ángel y tú eres un abominable pecador; él hacía grandes milagros y tú eres por ventura un portento de malicia; él humillaba su carne con ásperas penitencias y mandó que sus frailes se obligasen a perpetua abstinencia cuaresmal; y tú procuras regalar cuanto puedes tu carne pecadora; él ardía en el amor divino, y por esto quiso que la caridad que abrasaba su pecho fuese el símbolo de su orden sagrada; y tú que jamás has sabido amar a Dios, y que sólo sabes ofenderle, ¿osarás levantar los ojos al cielo?
Oración: ¡Oh, Dios!, que ensalzas a los humildes, y sublimaste a la gloria de los santos, al^ bienaventurado confesor Francisco, rogárnoste nos concedas que por sus méritos y la imitación de sus virtudes alcancemos la dichosa recompensa prometida a los humildes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Benito de Palermo. ( t 1589)
El glorioso san Benito de Palermo, que se llama comúnmente el Santo Negro, porque era de este color a semejanza de los etíopes, nació en la aldea llamada San Filadelfo del obispado de Messana, de padres moros de l inaje,, pero que profesaban la ley-cristiana. Mozo era todavía cuando para seguir el llamamiento del Señor vendió su hacienda-, repartió el precio de ella a los pobres y se retiró a una soledad, juntándose con unos varones piadosos que por concesión apostólica vivían allí debajo de la re gla de san Francisco de Asís. Perseveró en esta vida santa y penitente por espacio de cuarenta años, hasta que el Papa Pío IV, ordenó que aquellos solitarios que habían profesado el instituto de san Francisco se agregasen a una de las órdenes religiosas aprobadas por decretos pontificios. Entonces se retiró san Benito a Palermo, en el convento de Menores Observantes de santa María de Jesús, y allí resplandeció a los ojos de sus religiosos hermanos como un acabado ejemplar de todas las virtudes. Ejercitábase con singular gozo en los oficios más bajos y humildes: ayunaba constantemente las siete cuaresmas anuales prescritas por el patriarca san Francisco; su cama era la tierra desnuda, su sueño breve, su hábito el más raído y desechado, extremado su amor a la pobreza, angelical su castidad y recato, su oración continua, porque en todas las cosas no buscaba sino a Dios, no deseaba sino a Dios, y en cuya presencia estaba, y a quien hablaba con dulces lágrimas y amorosos suspiros del alma. Hiciéronle prelado del mismo convento de santa María de Jesús, y aunque era lego y hombre sin letras, gobernó con tanta prudencia, caridad y gracia del Señor aquella comunidad, que llevó adelante con gran conformidad de todos la reforma y estrictísima observancia de su Regla. A todos sus religiosos animaba el santo con sus heroicas virtudes, y con la suavidad de su gobierno, de manera que aquel convento no parecía sino una morada de santos que hacían en ella vida de ángeles. Finalmente, habiendo profetizado el día y hora en que el Señor quería llevarle para sí, recibió con grande fervor los sacramentos de la Iglesia y entregó su purísima alma al Creador, a la edad de sesenta y
3 de abril.
tres años. Su sagrado cuerpo se conserva entero, y despidiendo suave olor, en la ciudad de Palermo, donde empezó a ser solemnemente venerado. Su culto se extendió después no sólo por toda Sicilia, sino también por España, Portugal, Brasil, Méjico y Perú, hasta que en 1807 el Papa Pío VII le puso en el catálogo de los santos.
* Reflexión: ¡Un santo negro! ¡un alma
hermosísima en un cuerpo feo!, ¡un corazón precioso, morada del Señor de los ángeles en un hombre de raza mora y parecido a los etíopes! ¡Ah!, ¡y qué poco repara nuestro Señor en estas cosas de que se avergüenzasi y deshonran los hombres! ¿Qué importa que el cuerpo corruptible y mortal sea feo o hermoso, con tal que el alma conserve la imagen y semejanza de Dios? Esta es la belleza inmarcesible que debemos desear y procurar, porque así como el alma muerta por el pecado es asquerosa como un cadáver podrido, horrible como un demonio, y tan horrorosa, que si se apareciese como es, mataría de espanto a los que la viesen; así el alma santificada por la gracia divina es más bella que el sol, hermosísima como un ángel y tan semejante al ser Divino, que, si la viésemos con nuestros ojos, la tomaríamos por retrato del mismo Dios.
Oración: Oye, Señor, las súplicas que te hacemos en la solemnidad del bienaventurado Benito, tu confesor, para que los que no confiamos en nuestras virtudes, seamos ayudados por los ruegos de aquel santo que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Isidoro, arzobispo dé Sevilla, doctor. — 4 de abril. ( t 636)
El esclarecido doctor de la Iglesia de Cristo san Isidoro, fué de muy ilustre l i naje, hijo de Severiano, capitán de la mi licia de Cartagena, y hermano menor de san Leandro, de san Fulgencio y de santa Florentina. Dícese de él que cuando determinaba dejar el estudio, desconfiado de su aprovechamiento, se llegó a un pozo y vio que en el brocal había surcos que con el uso habían hecho las sogas, y dijo entre sí: Puede la soga cavar la piedra; y ¿no podrá el continuo estudio imprimir en mí la ciencia? Y con esto se dio muy de veras al estudio, y fué en las ciencias y lenguas tan consumado, que no hubo en su tiempo quien le igualase. Estando sus santos hermanos desterrados por Leovigirdo, se opuso a los herejes arríanos con tanto fervor y elocuencia,, que no pudiendo resistirle, trataron de matarle, y pusiéranlo por obra, si Dios no le guardara para mayores cosas. A la muerte de san Leandro, le nombraron por aclamación universal, sucesor de su hermano en la iglesia de Sevilla, y arrebatándole el pueblo, con grandes a-plausos le sentaron por fuerza en la silla episcopal, donde luego comenzó a resplandecer como sol y alumbrar al mudo. Llamóle el pontífice «an Gregorio Magno, otro Salomón; y le envió el palio con la jurisdicción vicaria de la Santa Sede en toda la iglesia de España. Escribió regla para los monjes, ablandando el rigor de la antigua, hizo misal y breviario que por su nombre se llamó Gótico Isidoriano, y por haber usado de él los cristianos que vivían entre los moros se llamó Mozárabe. Presidió en el cuarto Concilio Toledano y en el segundo Hispalense, y fué muy venerado de los reyes y prelados, y considerado
te, y niza, que
umversalmente como oráculo de la cristiandad. El solo nos conservó en sus libros numerosísimos muchos tesoros de la antigua sabiduría, y edificó en Sevilla algunos Colegios, donde se criase en virtud y letras la juventud más escogida de toda España; y i e su escuela salieron varones muy insignes, y entre ellos san Ildefonso y san Braulio. Finalmente después de haber gobernado santísimamente su iglesia por espacio de cuarenta años, tomó seis meses para darse del todo a la oración y prepararse para la muer te ; y al cabo se hizo llevar a la iglesia de san Vicen-
cubiertas sus carnes de cilicios y ce-entregó su alma purísima a Dios,
para tanto bien le había criado.
* Reflexión: En la hora de su muerte,
profetizó san Isidoro a los españoles, que si se apartaban de la Doctrina evangélica que habían recibido, caerían de la cumbre de aquella felicidad en que estaban, en un abismo de gravísimas calamidades; pero que si después se reconociesen, Dios los levantaría y haría más gloriosos que a otras muchas naciones. Cumplióse la profecía en la destrucción de España por los moros, y en su reparación, después de haberlos vencido; porque la nación española no sólo llegó a ser la primera nación y potencia del mundo, sino que vio tan extendido su imperio, que podía decir que nunca se ponía en ella el sol. ¡Qué maravilla, pues, que por haber pecado de nuevo adorando los ídolos, de las naciones extranjeras, al paso que ha ido perdiendo la integridad de su fe, haya ido perdiendo también sus inmensos dominios, y venido a la presente miseria? Roguemos a Dios que se apiade de esa malograda nación para que reconociendo y detestando su prevaricación vuelva al recto sendero de la ley católica y a su antigua gloria, poderío y grandeza.
Oración: Oh Dios, que diste a tu pueblo al bienaventurado Isidoro por ministro de la eterna salud; concédenos que tengamos por intercesor en los cielos a quien en la tierra tuvimos por maestro de la vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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San Vicente Ferrer. — 5 de abril. (t 1419)
El gloriosísimo y apostólico varón san Vicente Ferrer, nació en la ciudad de Valencia, de la noble familia de los Ferrers, y fué hermano de Bonifacio Fe rrer, gran jurista y después prior general de la Cartuja. Desde su niñez juntaba el santo a otros muchachos y decíales: «Oídme, niño, y juzgad si soy buen predicador» y haciendo la señal de la cruz, refería algunas razones de las que había oído a los predicadores en Valencia, imitando la voz y los meneos, de ellos tan vivamente, que dejaba admirados a los que le oían. En llegando a la «dad de diez y ocho años tomó el hábito del glorioso santo Domingo, y vino a ser un perfecto retrato de la vida religiosa. Hizo sus estudios en los conventos de Barcelona y Lérida, y en esta universidad le graduaron de Maestro en teología, para dar principio a su carrera apostólica. Era muy _ agraciado y de gentil disposición, y habiéndosele aficionado y queriendo traerle a mal algunas mujeres, él las ganó para Cristo. En el espacio de diez y ocho años, sólo dejó de predicar quince días, y siempre fué raro y estupendo el fruto de sus sermones no sólo en España, mas también en Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, P ia . monte, Lombardía y buena parte de Italia; y predicando en su lengua valenciana en estas naciones, le entendían como si predicara en la lengua de aquellos países, que es don raro y apostólico. En sola España, convirtió más de veinticinco mil judíos y diez y ocho mil moros. Muchos pecadores convertidos y otra gente sin número le seguían de pueblo en pueblo, y eran tantos, que hubo vez que se hallaron ochenta mil, y hacían procesiones muy devotas y solemnes, disciplinándose terriblemente y derramando^ mucha sangre en memoria de la Pasión del Señor y en satisfacción de sus pecados, y eran tantos los disciplinantes, que había tiendas de disciplinas como si fuera f e r i a d e azotes. Los milagros que obró el Señor por san Vicente fueron tantos, que de solos cuatro procesos que se hicieron en Aviñón, Tolosa, Nantes y Nápole, se sacan, sin los demás, ochocientos y sesenta. En España hasta los mismos reyes de Aragón salían a recibirle; llamáronle el emperador Sigismundo, el rey de Ingla
terra, y hasta el rey de Granada, con ser moro: y todos le miraban como hombre más divino que humano. A la muerte de Martín de Aragón fué elegido para las cortes de Aragón, Valencia y Cataluña, y declaró por rey al infante de Castilla don Juan el primero. Finalmente habiendo este predicador divino abierto el cielo a innumerables almas, dio su espíritu al que para tanta gloria suya le había criado. Murió a la edad de setenta y cinco años, en la ciudad de Nantes, acudiendo tanta gente a reverenciarlo, que por espacio de tres días no se pudo sepultar.
Reflexión: Vino una vez a confesarse con el Santo un gran pecador, y después de haberle oído, le mandó hacer siete años de penitencia. Estaba el hombre tan contrito, que le pareció poca la penitencia, y díjole: «Oh padre mío; y ¿pensáis que con esto me podré salvar? Sí, hijo, le dijo el santo: ayuna solo tres días a pan y agua*. Lloraba el pecador amargamente, y vista su contrición le tornó san Vicente a decir que rezase solo tres padre nuestros; y en acabando de decir el pri_ mero, murió allí de puro dolor, y apareció al santo y le dijo que estaba en la gloria sin haber pasado por el purgatorio por haberle tomado Dios aquel dolor en cuenta por sus pecados.
Oración: Oh Dios, que te dignaste ilustrar a tu Iglesia con los merecimientos y con la predicación de tu confesor el bienaventurado Vicente; concédenos a nosotros, humildes siervos tuyos, que imitemos sus ejemplos, y que por su protección seamos libres de todas las cosas _ad-versas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. .
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San Celestino, papa. — 6 de abril. (t 432)
El glorioso celador de la dignidad de la Madre de Dios, san Celestino, primero de este nombre, fué hijo de Prisco, ro mano, y nació en Campania, que es t ierra de Ñapóles. Habiendo resplandecido a los ojos de todos por sus virtudes y sabiduría, le consagraron obispo de Ciro en la Siria y le honraron con el título de cardenal de la iglesia de Roma, y después, por muerte de Bonifacio primero, fué elegido con universal aplauso vicario de nuestro Señor Jesucristo en la t ierra. Este fué el santo Pontífice que envió al glorioso san Patricio a Irlanda, para que convirtiese aquellas gentes ciegas a la fe de Cristo, lo cual hizo san Patricio, con tan maravilloso suceso, que mereció ser llamado Apóstol de aquella nación. Por este tiempo se quitó la máscara el diabólico heresiarca Nestorio, el cual con boca sacrilega negaba la unión hipostá-tica del Verbo eterno con la naturaleza humana en el vientre de la purísima Virgen, y juntamente afirmaba que esta serenísima Reina de los ángeles no habí.i concebido y parido a un hombre que juntamente era Dios, sino a un hombre puro; y que así no se había de llamar Madre de Dios, sino Madre de Cristo, en quien reconocía y confesaba dos personas, d i vina y humana, poniendo en estas tanta distinción como en las naturalezas. Contra este Luzbel que trajo a su error la tercera parte de las estrellas, armó el cielo a otro ángel que fué san Celestino, el cual mandó que se celebrase en el año cuatrocintos treinta y uno el concilio general de Efeso, que fué el tercero de los ecuménicos, donde asistió como legado apostólico el glorioso doctor y patriarca
san Cirilo. Allí fué condenada y anatematizada la herejía de Nestorio, y porque llamado, no quiso comparecer al concilio, ni r e tractarse, fué depuesto de la cátedra de Constantinopla, y recluso en el monaterio de San Eu-prepio de Aantioquía, donde acabó miserablemente su vida, Herrándosele de gusanos aquella lengua que tanto había blasfemado contra la Madre de Dios. Entonces añadió la Iglesia, como artículo de fe, a la oración angélica aquellas palabras: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros; y el pueblo con luminarias y regocijos, celebró la de
finición dogmática del más excelso título de nuestra Señora. Finalmente habiendo el santo Pontífice Celestino logrado del emperador Teodosio que hiciese leyes para la observancia de las fiestas, y edificado y enriquecido muchos templos de Roma con gran magnificencia, a los ocho años de su pontificado descansó en la paz del Señor.
Reflexión: No hagas ningún caso de los actuales impíos que tomando en su boca las antiguas blasfemias de Nestorio dicen que la Virgen María no es Madre de Dios, porque no dio a su Hijo más que el ser de hombre, y no el ser de Dios. Responde tú que tampoco las madres humanas dan a sus hijos más que el cuerpo, y no obstante se llaman y son realmente madres de sus hijos animados y vivos aunque el alma no se la hayan dado ellas, sino Dios. Así, María es Madre verdadera de Jesucristo Dios: porque aunque no le haya dado más que el ser de hombre, ese ser de hombre está divinamente unido en un solo compuesto personal con el ser de Dios. Pues, como dice el símbolo Atanasiano, así como el alma racional y el cuerpo forman un hombre, así la divinidad y la humanidad constituyen una sola persona en Cristo. El compuesto que nació de María es Dios; y por esta causa es y se llama María verdadera Madre de Dios. ¿Ves ahora cuan sin fundamento.es la blasfemia de los herejes?
Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos haga recomendables la intercesión de san Celestino papa, para que logremos por su protección lo que no podemos alcanzar por nuestros propios merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
104
San Egesipo, autor eclesiástico. — 7 de abril. ( t 181)
El glorioso y antiquísimo historiador de la Iglesia san Egesipo fué hebreo de nación; y habiéndose convertido a la fe y r e cibido al santo Bautismo, se juntó con los demás fieles cristianos de la Iglesia de Jerusalén, de la cual dice el evangelista san Lucas que la muchedumbre ^ de hombres y mujeres que creían en el Señor eran un solo corazón y una sola alma, y que los que tenían haciendas las vendían y repartían el precio a los pobres, conforme a la necesidad de cada uno, y que todos se reunían para alabar a Dios. Estaba san Egesipo lleno del espíritu de Jesucristo, y como había recibido la doctrina celestial del Evangelio de mano de los discípulos de los Apóstoles, viendo que algunos monstruos infernales derramaban el veneno de la herejía, pretendiendo inficionar al pueblo de Dios y alterar las t radiciones de la Iglesia, con celo apostólico levantó el grito contra aquellos apóstatas y herejes, publicando en una Historia eclesiástica, cuál era la doctrina de la verdad de Cristo que de mano en mano había llegado a todas las iglesias. Para esto fué el santo doctor a Roma donde conferenció con santísimos obispos elegidos por los Apóstoles y discípulos del Señor, y habiéndose informado muy particularmente de las creencias y prácticas de todas las principales iglesias del Oriente y del Occidente, escribió en el año 133 los cinco libros de su Historia eclesiástica, de la cual nos conserva todavía algunos lugares el sapientísimo Euse-bio. En ella comenzaba san Egesipo por referir la Pasión de nuestro Señor Jesucristo y después los sucesos más señalados de las primeras cristiandades, sus dogmas, sus costumbres piadosas y sus t radiciones hasta los días en que él vivía; manifestando en esta historia escrita en lenguaje muy sencillo y lleno de verdad, como el estilo de los Apóstoles, que a pesar de haber sembrado los herejes sus pestilenciales errores en el campo del Señor, ninguna de las iglesias había sido inficionada ni había caído en el error, sino que todas conservaban con grande entereza la doctrina celestial que cien años antes había predicado a los hombres el divino Maestro. Finalmente después de haber pertrechado san Egesipo la casa de Dios con tan excelentes libros, y edificán
dola con sus santas y apostólicas virtudes, en el año 181 de Jesucristo, pasó de esta vida temporal a la eterna y gloriosa.
* r Reflexión: Quien considere la perfec-
tísima unidad de fe, que ha conservado siempre la Iglesia católica, echará de „.ver que por ella se distingue de todas las sectas y falsas religiones. Los idólatras no adoran unos mimos ídolos; cada nación y a veces cada pueblo y aun familia, adora el suyo. Entre los turcos se contradicen sus Muftis y entre los herejes sus predicantes. Lutero en el solo artículo de la Comunión mudó de parecer treinta y seis veces: y la confesión Augustana que viene a ser como el credo de los protestantes Luteranos, ha variado sus dogmas cuantas veces se ha reimpreso. Pero la fe de la Iglesia católica siempre ha sido la misma: y a pesar de haberla enseñado cuatro Evangelistas, trece Apóstoles, setenta y dos discípulos, veintiun concilios ecuménicos y doscientos sesenta Pontífices hasta nuestro actual papa León XIII, jamás ha variado ni ofrecido una sola discordancia en sus dogmas. ¿Cómo se explica esta maravillosísima unidad de fe? Sencillamente: porque las doctrinas de los hombres falibles se contradicen y mudan: mas la verdad de Dios permanece para siempre.
Oración: Atiende, Señor, a las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Egesipo, para que los que no confiamos en nuestra virtud, seamos ayudados por las oraciones de aquel que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
105
San Alberto Magno. — 8 de abril. (t 1280)
El sapientísimo y humildísimo san Alberto Magno fué natural de Lingino, que es una población de la Suevia (hoy Ger-mania) . Llegado a la edad de diez y seis años llamóle la Virgen santísima a la sagrada orden de Predicadores, recientemente fundada por el glorioso santo Domingo; y fué a Venecia para aprender las letras humanas en la famosa escuela de Jordano: mas com© desconfiase de su aprovechamiento, determinaba ya dejar el estudio y el propósito que tenía de entrar en aquella religión. En esta perplejidad, acudió a su único y celestial r e fugio, que era la santísima Virgen, la cual le consoló sobremanera, y le alentó a seguir la carrera comenzada. Con esto se dio el santo mancebo muy de veras al estudio, viniendo a salir en todas las letras y ciencias tan oonsumado, que le llamaron por excelencia el Filósofo, y le dieron el renombre de Magno. Resplandeció su sabiduría en las cátedras de Colonia, Ratisbona, y singularmente en la de París, que era a la sazón la más célebre de toda las universidades; y eran tantos los discípulos que concurrían a las lecciones de aquel nuevo Salomón, que se vio obligado a 1er en la plaza pública, la cual se llamó después por mucho tiempo la plaza de san Alberto-Colonia. Tuvo en la universidad de Colonia por discípulo a santo Tomás de Aquino, digno alumno de tan gran maestro, el cual abiertamente profetizó que santo Tomás había de alumbrar el mundo como sol de la Iglesia de Dios. Eligiéronle después provincial, y el santo Maestro visitó siempre a pie los conventos de la orden, y cuando Urbano IV le mandó aceptar la
silla episcopal de Ratisbona, entró san Alberto de noche en la ciudad; mas no pudo evitar los aplausos de todo el pueblo cuando salió el día siguiente a celebrar la misa. Hacía en el palacio una vida austerísima como en su convento, y creyendo que era poco el fruto que hacía en su obispado no paró hasta renunciar a la mitra para volver a su retiro del claustro. Y después de haber sido como el oráculo del concilio de Lión, y recibido con humildes lágrimas las honras del pontífice y de toda la corte romana, entendiendo que se acercaba e] fin de su vida, comenzó a darse
del todo a la oración, y a rezar cada día el oficio de difuntos sobre la sepultura en que se había de enterrar su cadáver, y a los ochenta y siete años de su vida entregó su alma al Creador.
Reflexión: Quien leyere el solo catálogo de los libros que escribió el glorioso Alberto Magno, se llenará de maravilla y asombro, viendo que trató con maestría de todas las. ciencias: porque no solamente fué gran filósofo, teólogo, moralista e intérprete sagrado, mas también orador, médico y matemático, abarcando en su ingenio universal los tesoros de la humana sabiduría. Dime pues, ahora: si varones tan sabios y santos, como Alberto Magno, han consagrado sus portentosos talentos a la fe de nuestro Señor Jesucristo y de su Iglesia, ¿no es suma desvergüenza la de los modernos impíos, cuando dicen que la religión católica ha sido siempre la herencia de los ignorantes? Harto ignorantes y malvados son los que se atreven a hablar así. ¡Cuánto mejor hicieran si en lugar de gobernarse por las luces de su menguado ingenio, se fiaran de la doctrina de Cristo, confirmada con tantos y tan divinos milagros, y profesada por todos los hombres más sabios y santos de veinte siglos! ¡Parece imposible que en negocio de tanta importancia como es el de la eterna salvación, obren con tanta imprudencia!
Oración: ¡Oh! Dios que cada año nos alegras con la solemnidad de tu bienaven_ turado confesor Alberto, concédenos propicio que imitemos las buenas obras de aquel santo, cuyo nacimiento para la gloria celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
1G6
Santa María Cleofé. — 9 de abril. (Siglo I )
La fidelísima y dichosa sier-va de Jesucristo santa María Cleofé era parienta de la santísima Virgen pues estaba casada con Alfeo, el cual era hermano del glorioso patriarca san José, e hijo como él de Jacob. Tuvo de su bendito matrimonio cuatro hijos, que fueron san Simón, llamado Simón Cananeo o Ze~ lotes, Santiago el menor, J u das Tadeo, y Joseph o José. Los tres primeros fueron escogidos para el apostolado de nuestro Señor Jesucristo; y el úkimo entró, como se cree, en el número de los setenta y dos discípulos. A estos cuatro bienaventurados hijos de santa María Cleofé llama el Evangelio hermanos del Señor, conforme a la costumbre de los hebreos, que llamaban con el nombre de hermanos a los que sólo eran próximos parientes. Pues, esta dichosa parienta de la Madre de Dios, y santa madre de tres Apóstoles, cobró tan grande y entrañable devoción a la__adorable persona de nuestro Señor Jesucristo, que no pudo separarse de El ni aun en el tiempo de su pasión en que los mismos discípulos huyeron y le desampararon: y así, refieren los santos Evangelios, que se halló presente en el Calvario con María Madre de Jesús, y María Salomé y el discípulo amado san Juan. Ella asistió también al entierro del divino cadáver; ella fué con Salomé y la Magdalena a embalsamarlo con aromas y ungüento preciosos al amaneceré del pr i mer día de la semana, que ahora es el domingo; siendo estas tres santas mujeres las primeras que oyeron de boca de los ángeles la alegre nueva de la resurrección; y a ellas se apareció después el mismo Señor resucitado y glorioso, y les mandó que fueran a dar noticia de esto a los discípulos, a los cuales se mostró la tarde de aquel mismo día, cuando por t e mor de los judíos estaban recogidos en el Cenáculo, cerradas las puertas. También se manifestó el Señor resucitado a Cleo-fás, que era el marido de santa María Cleofé, cuando iba oon otro discípulo al castillo de Emaús, y se les descubrió en la fracción del pan. Finalmente después de tantos y tan divinos regalos con que el Señor recompensó la devoción y amor de esta su sierva, le concedió la gracia singularísima de morir asistida por los santos Apóstoles y por la misma Madre de Dios, como piadosamente se cree.
Reflexión: No podemos leer sino movidos de envidia santa la inefable dicha que tuvo la bienaventurada María Cleofé de conversar, obsequiar y adorar la sagrada persona de nuestro Señor Jesucristo; mas traigamos a la memoria lo que el mismo Señor dijo a santo Tomás: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron, (Jo. XX.) porque, como dice Tertuliano, son muy grandes los méritos de la fe, y ordenados a grande recompen/ sa. Con todo si lees los cuatro Evangelios, escritos por los apóstoles y discípulos del Señor, podrás en ellos ver y oir espiri-tualmente a Jesucristo: porque, como nos dice san Juan Evangelista, los santos Apóstoles nos anunciaron en el Evangelio lo que vieron por sus ojos, lo que oyeron por sus oídos y lo que palparon con sus manos; y como refieren los hechos y palabras del Señor con tan grande sencillez y verdad, no podremos menos de creer con viva fe las cosas que dicen, v enamorarnos de la divina persona de Jesucristo, y derramar suavísimas lágrimas, viendo las finezas de amor que ha hecho Dios por los hombres, a fin de que creyendo que Jesucristo es verdadero Hijo de Dios, y guardando su santa ley, alcancemos la vida eterna. .
Oración: Oh Dios, autor de nuestra salud, dígnate oir nuestras súplicas, para que como nos alegramos en la fiesta de la bienaventurada María Cleofé, así aprendamos de ella a servirte con afectuosa y piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén,
107
San Ezequiel, profeta. — 10 de abril. (t 571 antes de Cristo)
El divino y portentoso profeta Ezequiel fué hijo de Buzi, natural de Sarira, y sacerdote de la tribu noble y sacerdotal de Leví. Su nombre vale lo mismo que Fortaleza de Dios, y alude a aquellas palabras que el Señor le habló diciendo: «Como el diamante y como el pedernal es la frente que te di.», (Ezeq. III, 8.) Era todavía mancebo cuando fué llevado cautivo a Babilonia, juntamente con Je -conias, rey de Judá y diez mil judíos. En el quinto año de su destierro, y quinientos noventa y tres años antes de Jesucristo, estando junto al río Cóbar, que corriendo por la Mesopotamia viene a morir en el Eufrates, tuvo la primera y solemnísima visión profética y recibió la misión divina de profetizar, que le duró por espacio de veintidós años. Sus profecías fueron las más terribles y espantosas, a las cuales llama san Jerónimo «Océano de los misterios de Dios». Y en ellas hablaba del cautiverio de Babilonia, de la ruina de otras ciudades y naciones, de la vuelta del cautiverio, del Reino del Mesías y de la vocación de las gentes a la fe divina de nuestro Señor Jesucristo. v u é este santísimo profeta figura de nue°-tro divino Redentor, porque ejercitó los divinos ministerios de profetizar y enseñar a los hombres, y a semejanza de J e sucristo, se llamaba a sí mismo «Hijo del hombre», y también puso la vida y la sangre en confirmación de la verdad de Dios. Porque como reprendiese a uno de los jefes del pueblo judaico por sus sacrilegios e idolatrías, dicen que no pu-diendo sufrir aquel sacrilego apóstata la reprensión del Profeta, mandó que le arrastrasen a la cola de sus caballos, hasta
que quebrantada la cabeza y derramados los sesos, dio su vida por la causa de la verdad de Dios que había anunciado en sus divinas profecías. El sepulcro de este gran profeta se halla a quince leguas de Bagdad, donde por espacio de muchos si_ glos fué muy visitado no sólo por los israelitas, mas también por los medos y persas. Más agradable a Dios fuera esta devoción, si no se contentasen con venerar solamente la memoria de san Ezequiel, sino que abriesen también los ojos de su alma para reconocer al Hijo del Hombre y Jivino Mesías Jesucristo, tantas veces y tan solemnemente anunciado por el santa Profeta.
Reflexión: Un viajero moderno, lugarteniente de Lynch, de los Estados Unidos, nos dice: «que el día 4 de mayo de 1848 llegó a Kiffell con propósito de visitar el sepulcro del profeta Ezequiel. El jefe de las tribu le acompañó hasta una espaciosa sala rodeada de columnas. En el fondo de aquella estancia hay una grande caja, en la cual se encierra una copia de los cinco libros de Moisés, e s crita en un .solo rollo de pergamino: y en el otro extremo del salón, hay una pequeña pieza donde se encierra la tumba de san Ezequiel. El sepulcro es de m a dera, cubierta de una rica tela de Per-sia: la bóveda de la recámara está dorada, y perpetuamente iluminada por muchas lámparas, y a un lado del sepulcro, donde arde una sola lámpara, se ven las tumba, de los tres discípulos que solían acompañar al santo Profeta*. Aprendamos nosotros, hasta por el ejemplo de los mismos judíos e infieles, a venerar a los santos de Dios; aborreciendo la impiedad de los herejes protestantes que ultrajan sus sagradas reliquias y sepulcros: pues ya que nuestro Señor quiso honrarles con tan soberanos dones y maravillas, justo es que también les honremos nosotros como a gloriosos cortesanos de Dios, santísimos miembros del cuerpo místico de Jesucristo, y poderosos abogados nuestros en el cielo.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que celebramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado profeta y mártir Ezequiel, seamos fortalecidos en el amor de tu nombre. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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San León el Magno, papa y doctor. — 11 de abril. ( t 461)
El muy grande y santísimo pontífice León, primero de este nombre, fué romano de nacimiento, e hijo de Quinciano, originario de Toscana. Siendo aún acólito, llevó a los obispos de África las Letras1 apostólicas del papa Zósimo, que condenaba a los heresiarcas Pelagio y Celes-tio, y con esta ocasión trabó amistad con san Agustín: y cuando fué ordenado diácono, el papa san Celestino le hizo su secretario. Mandóle después Sixto III a las Galias, donde compuso ciertas diferencias muy graves que había entre Accio y Alvino, generales del ejército romano, y que amenazaban la ruina del imperio; y como en esta sazón muriese el papa, fué León r e cibido en Roma con grandes aplausos, y reverenciado como vicario de Cristo en la silla de san Pedro. En aquel tiempo muchos herejes maniqueos, donatistas, arríanos y priscilianistas inficionaban la Iglesia del Señor, y en Oriente las he rejías de Néstorio, de Eutiques y Diós-coro procuraban turbar y oscurecer la fe católica: mas el santo pontífice arrancó estas malezas del campo de la Iglesia, desterrando a los maniqueos de toda la cristiandad, y condenando al hereje Jii-liano, cabeza de los pelagianos, (el cual murió de mala muerte en país remoto), y convenciendo a los priscilianistas de España, con las epístolas que envió a los obispos españoles. Y para acabar de una vez con los errores y herejías de Oriente, procuró con gran fuerza y eficacia que se celebrase el concilio Calcedonense, en el cual hubo seiscientos y treinta obispos; y que estando presentes sus legados, fuesen condenados en él Eutiques y Diós-coro, y establecida la santa fe católica. En tiempo de san León, por los pecados del mundo hubo grandes calamidades, porque Atila, rey de los hunos, que se llamaba Azote de Dios, entrando ya por I talia, arruinando y abrasando todo lo que hallaba, determinó con su ejército copiosísimo acometer a Roma, y destruirla y hacerse señor de Italia. Entonces el santo pontífice León, armado de espíritu del cielo, salió al encuentro de Atila, vestido de pontifical, y estando todo el senado de Roma postrado delante del rey bárbaro, le habló con tanta gravedad, prudencia y elocuencia que le persuadió a no pasar
adelante, y dejar aquel mal intento y salir de Italia. Y cuando algunos años después Genserico, rey de los vándalos entró en Roma, mandó a ruegos del santo pontífice, que no se quemase la ciudad, ni matasen a nadie, ni saqueasen las principales iglesias. Finalmente después de haber rescatado el santo Papa a muchos cautivos, y reparado los templos, y dejado con sus muchas y buenas obras muy floreciente la cristiandad, a los setenta años de su vida, y veintiún años de su pontificado, pasó a recibir la corona inmortal de sus altos merecimientos en la eterna bienaventuranza.
Reflexión: Cuando este gran pontífice se vio en la cátedra de san Pedro, dijo llorando en su sermón al pueblo: «Señor, yo oí vuestra voz y temí; consideré vuestras obras y espánteme: porque ¿qué cosa hay tan insólita y nueva y tanto para temer como el trabajo al flaco, la alteza al bajo, y la dignidad al que no la merece?» Y porque es tan grave el peso de las dignidades de la Iglesia, nunca hemos de olvidarnos de encomendar a nuestro Señor así al sumo pontífice como a los demás obispos y prelados para que iluminados por la gracia de Jesucristo guíen seguramente su rebaño por el camino de la eterna salvación.
Oración: Suplicárnoste, Señor,, que oigas benignamente las súplicas que te hacemos en la festividad del bienaventurado León, tu confesor y pontífice, y que nos perdones nuestros pecados por los merecimientos de aquél que mereció servirte dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
109
San Julio, papa. — (t 352)
12 de abril.
Al tiempo que murió el glorioso pontífice san Marcos, pusieron todos los ojos en san Julio, porque por su rara prudencia, doctrinas y excelentes virtudes parecía el más digno de sentarse como Vicario de Cristo en la silla de san Pedro. Y bien era menester una entereza y santidad, como la de este insigne pontífice para defender la causa de san Atanasio, patriarca de Alejandría, contra los herejes arr íanos; los cuales con el favor de los emperadores pretendían derribarle, y con él, a toda la Iglesia de Jesucristo. Volvía san Julio, cuando los herejes nombraron por patriarca a un Gregorio de Capadocia, hombre facineroso, hereje insolente y atrevido, el cual entrando en la ciudad con mucha gente de guerra y bárbara, hizo un estrago en toda aquella población tan extraño y lastimoso, como si fuera un ejército de enemigos, no perdonando a doncellas ni casadas, ni a viejos ni a niños, ni a seglares, ni a eclesiásticos, ni a cosa sagrada ni profana, divina ni humana, con tan grande impiedad y fiereza que no se puede explicar. Y viendo san Atanasio esta calamidad tan lastimosa, se salió a escondidas de la ciudad y vino a Roma para ver si con la utoridad del sumo pontífice podría hallar algún remedio para detener el ímpetu furioso de los herejes y apagar aquel incendio que abrasaba no solo a Alejandría, mas también a Egipto y a todas las partes de Oriente. Recibióle muy bien el santo pontífice Julio y celebró un concilio en Roma en e] cual aprobó su inocencia, y declaró que era valeroso capitán del Señor, e invencible defensor de su Iglesia, y cuatro años después con el consentimiento del empe
rador Constante convocó un concilio ecuménico y universal en Sárdica, el cual fué de trescientos obispos de todas las provincias de la Iglesia occidental y setenta y seis de la oriental, presidiendo en él, Osio, español, obispo de Córdoba con otros dos legados ae la sede apostólica. Y con la sentencia de este concilio, y las cartas que el santo papa Julio escribió a los prelados de Alejandría, volvió san Atanasio a su iglesia, y fué privado de aquella silla el usurpador, a quien acababa de matar el mismo pueblo por no poder sufrir sus desafueros. Finalmente habiendo aprobado el
santo pontífice los veintiún cánones del concilio general de Sárdica y dado sabios reglamentos a la Iglesia, que gobernó santísimamente por espacio de quince años, descansó en la paz del Señor. Se conserva una excelente carta suya, o de su concilio, en la cual defiende la verdad con una entereza y vigor digno del vicario de Cristo.
Reflexión: Decía el santo papa Julio en su carta a los fieles de Alejandría: «Recibid, amados míos, a vuestro obispo Atanasio, con entera gloria y alegría espiritual, y con él a todos los que han sido sus compañeros en sus grandes y trabajosas persecuciones. Yo cierto tengo particular alegría cuando me pongo a pensar la que cada uno de vosotros ha de tener cuando llegue vuestro pastor a esa • ciudad, como toda ella ha de salir a r e cibirle, y la fiesta que se ha de hacer. ¡Qué día tan regocijado será para vosotros, cuando nuestro hermano vuelva a veros, y los males pasados tendrán fin y el corazón de todos será uno!» Como esta ha de ser la unión de paz y amor que ha de reinar entre el pastor y las ovejas del rebaño de Jesucristo. No tur bemos jamás esta santa concordia, como suele turbarla por cualquier motivo los herejes, antes, como obedientes .hijos de la Iglesia, procuremos a todo trance conservarla.
Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Julio, y que por la intercesión y merecimientos de aquel que dignamente te sirvió nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Hermenegildo, príncipe de España. — 13 de abril. (t 586)
San Hermenegildo, príncipe de España y mártir glorioso, fué hijo de Leovigildo, godo y hereje arriano, rey de España, el cual tuvo dos hijos: a Hermenegildo, que era el mayor, y príncipe deí reino, y como a tal le dio el t í tulo de rey; y a Recaredo que por muerte de Hermenegildo su hermano, sucedió en el reino. Criáronse estos dos príncipes con la leche ponzoñosa de la herejía arriana que tenía su padre y los godos habían traído a España, hasta que habiendo crecido Hermenegildo en edad y discreción, conoció su engaño, y enseñado de san Leandro arzobispo de Sevilla, se convirtió con entero corazón a la santa fe católica. Hubo entre el rey Leovigildo y el príncipe su hijo algunos debates y diferencias, al principio mansamente y después oon rompimiento de guerra; y finalmente vino el hijo católico a manos del padre hereje, el cual le hizo llevar preso y aherrojado a Sevilla y ponerle en una torre hedionda y oscura, cargado de cadenas. Estando en esta cárcel el santo príncipe comenzó a tener en poco el reino de la tierra y a desear mucho el del cielo, y no contentándose con las prisiones y penas que sufría se vistió de cicilio, haciendo continuamente oración al Señor. Vino la festividad de la Pascua, y aquella noche el pérfido rey Leovigildo envió un obispo arria-no a la cárcel para que su hijo recibiese la comunión pascual de la mano sacrilega de aquel hereje, prometiéndole, si lo aceptaba, de admitirle en su gracia: pero el santo mozo echó de sí al obispo arria-no, reprendiéndole y diciéndole las palabras que merecía oir. Entonces el padre salió de sí, y arrebatado de saña y furor, envió sus soldados y ministros para que allí donde estaba le matasen, y así se hizo; porque entrando en la cárcel, le dieron un golpe con un hacha en su santo cerebro y le quitaron la vida corporal, que el mismo santo con tanta constancia había menospreciado. Añade aquí san Gregorio, que el padre pérfido y homicida de su hijo tuvo dolor y arrepentimiento de lo que había hecho, mas no de manera que le aprovechase para la salud eterna, porque puesto caso que conoció que la fe católica es la verdadera, pero no se atrevió a confesarla públicamente,
por temor de sus subditos, y por no perder el reino: y cayendo enfermo, y estando para morir, encomendó a san Leandro, obispo, a quien antes gravemente había afligido, que tuviese mucha cuenta con Recaredo su hijo, que dejaba por sucesor, y procurase reducirle a la fe católica, y con esto acabó su vida». El cuerpo de san Hermenegildo se venera en Sevilla, menos la santa cabeza oue fué llevada a Zaragoza cuando los moros se apoderaron de Andalucía.
Reflexión: En una carta que escribió san Hermenegildo al rey su padre le decía estas palabras: «Si os enojáis porque sin vuestro parecer he osado trocar religión, yo os suplico que me deis licencia para tener justa pena por ver que aun no me concedéis que yo tenga más cuenta de mi salvación que con las otras cosas de esta vida. Y sabed que estoy aparejado, si fuere menester, a dar la sangre y la vida por mi alma; porque no es justo que el padre carnal pueda más que Dios, ni que tenga más fuerza con su hijo que la propia conciencia». Esta ha de ser también la firme determinación con que hemos de conservar nuestra fe y guardar nuestra fidelidad a Dios, diciendo con cristiana libertad y entereza: «Primero es Dios; después mi alma; después los padres, amigos y demás hombres y cosas del mundo».
Oración: Oh Dios, que enseñaste a tu bienaventurado mártir Hermenegildo a que pospusiese el reino de la tierra al celestial, concédenos que a su imitación despreciemos las cosas caducas, y aspiremos siempre a las eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Justino, filósofo y mártir. (f 165)
14 de abril.
El glorioso filósofo y antiguo apologista y mártir san Justino fué hijo de Prisco, de linaje griego, y nació en Ñapóles Fla-via, ciudad de Palestina. Desde su mocedad se dio mucho a las letras humanas, y al estudio de la filosofía, y se ejercitó eja todas las sectas de los filósofos estoicos, peripatéticos y pitagóricos, con gran deseo de saber la verdad; y hallando en todas ellas poca firmeza, las dejó y se dio a la filosofía de Platón, por parenerle que era más grave y más cierta y segura para lo que él pretendía, que era alcanzar la sabiduría y con ella entender y ver a Dios. Para poder, pues, mejor atender a sus estudios se retiró a un lugar apartado, vecino del mar, donde estando ocupado y absorto en la contemplación de las cosas divinas, se le presentó, como el mismo santo escribe, un varón viejo y muy venerable que trabó plática con él; y entendiendo que era filósofo platónico, y lo que buscaba en sus estudios, le desengañó que no lo hallaría en los libros de los filósofos, sino en solos los de los profetas y de los santos, a quienes Dios había alumbrado y abierto los ojos del alma para ver la luz del cielo y entender sus misterios y verdades. Con esto se fué el anciano y san Justino no le vio más; pero quedó muy encendido en el amor de la verdad, e inclinado a leer los libros de los cristianos en que ella se halla. Por estos medios entró Cristo nuestro Señor en el corazón de Justino, y de filósofo platónico y maestro de otros le hizo filósofo cristiano y discípulo suyo. Escribió un libro maravilloso y divino en defensa de la religión cristiana en el año 150 como él mismo lo dice, y le dio al empe
rador Antonino Pío, el cual después de haberlo leído, hizo publicar en Asia un edicto en favor de los cristianos mandando que ninguno, por solo ser cristiano, fuese acusado ni condenado. Pero como muerto Antonino, sucediesen en el imperio Marco Aurelio Antonio y Lucio Vero, y se tornase a embravecer la tempestad, san Justino que a la sazón estaba en Roma escribió otro libro o apología a los emperadores y al senado en favor de los cristianos para aplacarla. Entonces fué el santo acusado por un enemigo suyo llamado Crescente, cínico filó
sofo en el nombre y profesión, y en la v i . da viciosísimo y abominable; el cual era quien más atizaba a los magistrados contra los fieles de Cristo. Mandó pues el prefecto de Roma prender a san Justino, y después de haberle hecho azotar, dio sentencia que fuese degollado con otros seis compañeros, como se dice en las Actas de su martirio, que escribieron los notarios de la Iglesia romana.
Reflexión: Dice el glorioso san Justino en su primera apología estas palabras admirables: «Cuando somos atormentados, nos regocijamos, porque estamos persuadidos que nos resucitará Dios por Jesucristo; y cuando somos heridos con la espada y puestos en la cruz, y echados a las bestias fieras, y maltratados con prisiones, fuego y otros tormentos y suplicios, no nos apartamos de lo aue profesamos; porque cuanto son mayores los tormentos, tanto más son los que abrazan la verdadera religión; como cuando se poda la vid da más fruto; lo mismo hace el pueblo de Dios, que es como una vid o viña bien plantada de su mano.» Pues ¿quién podrá leer estas cosas sin derramar lágrimas, viendo lo que sentían de la fe de Cristo aquellos filósofos tan sabios de los primeros tiempos de la cristiandad, y comparando su heroísmo con la indiferencia criminal de nuestros t iempos?
Oración: Oh Dios, que por la simplicidad de la Cruz enseñaste maravillosamente al bienaventurado Justino la eminente sabiduría de Jesucristo; concédenos por su intercesión que rechazando las engañosas razones de las perversas doctrinas, a l cancemos la firmeza de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Pedro González Telmo, confesor. — 14 de abril (t 1246)
El bienaventurado y apostólico varón san Pedro González, llamado vulgarmente san Telmo, nació de padres nobles en la v i lla de Fromesta, cinco leguas de la ciudad de Palencia. Dióle e] obispo, que era tío suyo, un canonicato, cuando aun no le sobraban los años, ni la gravedad y asiento que para aquel ministerio convenía, y procuró además que el papa le diese el 'decanato. Cuando Pedro González hubo de tomar la posesión, que fué el día de Pascua de Navidad, quiso el nuevo deán regocijar la fiesta, no como eclesiástico sin como lego y profano. Vistióse para aquel "día galana y profanamente, y salió con otros en un caballo brioso muy bien aderezado por toda la ciudad, desempedrando, como dicen, las calles a carreras, con gran desenvoltura y escándalo del pueblo. Pero para que se entiendan las maneras que Dios nuestro Señor toma para convertir las almas y traerlas a sí, partiendo des.-apoderamente por la calle más principal de Palencia, cayó el caballo en medio de la carrera y dio con el deán en un lodo muy asqueroso, con harta risa de los que le vieron; porque cuando fueron a socorrerle, no había gala, ni vestido, ni rostro que diese muestra de lo que había sido. Fué tan grande la vergüenza que causó a Pedro González aquella caída, que no podía levantar la cabeza, ni le parecía que podría ya vivir entre gente, hombre a quien tal desgracia había acontecido. Alumbróle Dios al mismo tiempo el corazón; y hablando entre sí dijo: Pues el mundo me ha tratado como quien es, yo haré que no burle otra vez de mí. Con esto, vase a un convento de santo Domingo, y con admiración de todos los que le conocían, tomó el hábito, y comenzó a vivir con tan grande perfección, que vino a ser un gran santo. Predicaba después con obras y palabras, y como ángel del Señor; y hablaba con tal fuerza de espíritu, que enternecía las piedras e inflamaba los corazones helados. Despoblábanse los lugares en su seguimiento y muchas leguas iban caminando por oirle viejos y mozos, hombres y mujeres, ricos y pobres: y con este celo y espíritu anduvo por los reinos de España y estuvo en la corte del santo rey don Fernando, y se halló con él en el cerco de Sevilla
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y en otras guerras contra los moros. Pero donde el santo más tiempo estuvo fué en Galicia, donde entre otras cosas hizo un puente sobre el río Miño, no lejos de Ri-vadavia, por los muchos peligros y muer -tes que sucedían en aquel paso. Finalmente, después de haber ganado para Cristo innumerables almas y resplandecido con muchos milagros, en el domingo de Cuasimodo, dio en la ciudad de Tuy su bendita alma al Señor, el cual manifestó la-gloria de su siervo con doscientos ocho milagros bien conocidos.
Reflexión: Luego que murió san Telmo comenzó su sepultura a manar una cierta mañera de óleo, que fué celestial medicina para todas las enfermedades; mas ha querido el Señor glorificarle particularmente librando por su intercesión a los navegantes de gravísimas tempestades y evidentes peligros. Por donde en los puertos de España y en los pueblos marítimos de ella se celebra su fiesta, sacando su imagen en procesión con mucha solemnidad y regocijo, especialmente en Lisboa, en Vizcaya y en Guipúzcoa, donde es venerado san Telmo, nombre por el cual le conocen los marineros, y le invocan en las tempestades y peligros del mar.
Oración: Oh Dios, que manifiestas la singular protección del bienaventurado Pedro a los que se hallan en los peligros del mar; concédenos por su intercesión que brille siempre la luz de tu gracia en las tempestades de esta vida, para que podamos arribar al puerto de la eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Las santas Basilisa y Anastasia, mártires. — 15 de abril. (t 56)
inhumanidad, colgáronlas en un potro, y abrasaron sus delicadas carnes con hachas encendidas; y viendo los verdugos que todo esto sufrían ellas sin quejarse, y que no cesaban de invocar ej nombre de Cristo Jesús, con gran furor les sacaron las lenguas de la boca y se las cortaron. Cortáronles después los pechos y las atormentaron c r uelísimamente hasta que se cansaron de hacer en aquellos santísimos cuerpos la más horrible y sangrienta car . nicería, y como no pudiesen quebrantar un punto la constancia maravillosa de aquellas flacas mujeres y fortísimas mártires del
Señor, las condenó el tirano a ser degolladas, y así confirmaron con su sangre y con su muerte la doctrina de Dios que habían recibido de los bienaventurados Príncipes y esclarecidos Maestros de la Iglesia romana.
Reflexión: Mártir murió Jesucristo, soberano autor de nuestra sacrosanta religión; mártires fueron san Pedro y san Pablo y los demás apóstoles, mártires la mayor parte de los discípulos; mártires casi todos los papas de los tres primerop siglos de la Iglesia, y mártires en fin millones y millones de fieles cristianos en toda edad, sexo y condición, nobles, plebeyos, sabios, ignorantes, dignatarios, magistrados, filósofos, centuriones, procónsules, y aun damas y matronas romanas. y delicados niños y doncellas. ¡Oh qué venerable es el edificio de la Iglesia católica amasado con tanta sangre de mártires! El que desprecia estos testimonios de nuestra fe, merece ser despreciado, e] que no se convence con este argumento es hombre desatinado, el que solo por -querer vivir a sus anchuras se obstina en rechazar la religión católica, diga que nc sabe lo que hace, y que su orgullo o sensualidad le han robado el juico: pero sepa que un día clamará contra él toda esa sangre de los mártires tan gloriosamente derramada y tan injustamente despreciada por los insensatos.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos concedas perpetua devoción para venerar los triunfos de tus bienaventuradas mártires Basilisa y Anastasia; a fin de reverenciarlas con nuestros humildes obsequios ya que no podemos celebrarlas dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Las ilustres y venerables matronas romanas santa Basilisa y santa Anastasia habían recibido la luz de la fe y la gracia de nuestro Señor Jesucristo por mano de los gloriosos príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo; y quedaron tan devotas suyas, que ni aun después que ellos padecieron el martirio, quisieron dejar por temor humano de reverenciarles; antes recogiendo con todo cuidado las venerables reliquias de aquellos santísimos Maestros de nuestra fe, les dieron secretamente honrada sepultura. Mas como por este oficio de piedad fuesen acusadas delante del impío y cruelísimo Nerón, este primer perseguidor y fiera sanguinaria, sin respeto de la virtud y nobleza de aquellas piadosas matronas, mandó que las prendiesen y las presentasen a su tribunal cargadas de cadenas. Pretendió el bárbaro emperador apartarlas del nuevo instituto y vida cristiana que les habían enseñado los santos apóstoles, mas ellas con gran fortaleza confesaron a Jesucristo, diciendo que era verdadero Dios, por el cual habían dado la vida san Pedro y san Pablo, que ellas estaban dispuestas a confesarle también, derramando la sangre y muriendo; si fuese menester. Entonces mandó el tirano que sacasen de su presencia a aquellas damas tan principales y las encerrasen en la cárcel hasta el día siguiente, en el cual se les concedía nueva audiencia: y venida la hora de comparecer de nuevo al tribunal, mostráronse tan constantes e invencibles en la confesión de Cristo, que luego ordenó el ferocísimo emperador matarlas a poder de tormentos. Azotáronlas con bárbara
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San Toribio de Liébanai — 16 de abril. (t 456)
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El bienaventurado y celosísimo santo Toribio de Liébana, obispo de Astorga, fué natural de la provincia de Galicia, y a lo que ge puede entender, hijo de una de las familias principales de la ciudad de Astorga. Habiendo aprendido y aprovechado mucho en las letras humanas, distribuyó su patrimonio a los pobres y navegó a Jerusalén, donde el obispo de aquella iglesia hizo tal estimación de su santidad, que le confió el riquísimo tesoro de las cosas sagradas y reliquias de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, de las cuales trajo después muchas a España. Volviendo de los Santos Lugares a su patria, curó milagrosamente a una hija del rey de los Suevos, y a otros muchos enfermos, y con las crecidas limosnas que le dieron, edifi-'JÓ un templo al Salvador, y puso en é] las reliquias que había traído. Murió en =sta sazón el obispo de Astorga; y todos pusieron los ojos en santo Toribio, el cual aunque mucho se resistió, hubo de rendirse a la voluntad divina. Entonces fué ruando le acusó de un crimen de adulterio, un ambicioso diácono de Astorga, 3_ue pretendía aquella cátedra, y el santo obispo, inspirado de Dios se justificó plenamente. Porque habiendo ido «a su :atedral, un día de grande concurso, di-; o al pueblo la necesidad que tenía de volver por su honra y con muchas lágrimas pido al Señor que deshiciese aquella calumnia. Luego mandó traer al altar un brasero, y tomando en sus sagradas manos las ascuas encendidas, las envolvió en el sobrepelliz que traía puesto, y entonando el salmo de David, que comienza: «Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos», rodeó toda la iglesia llevando las ascuas en el roquete; y todo el pueblo vio por sus ojos como ni el roquete ni las manos del santo padecieron ninguna lesión de fuego, pues no quedó de él ni la más leve señal. Asombráronse todos de semejante maravilla, y el calumniador confesó a voces su pecado, y cayó muerto en la iglesia. Pero la obra más excelente que hizo santo Toribio, fué el acabar con la herejía de los Priscilia-nos en España, para lo • cual se armó de una carta en que refutaba victoriosamente aquellos errores, y la envió a algunos obispos españoles. Y con las Letras Apos
tólicas del papa, que era san León el Magno, y la autoridad de un concilio nacional que se juntó en Toledo, y otro provincia] que se celebró en Gálica, cortó la cabeza de aquella herejía que inficonaba muchos pueblos de España. Finalmente después de haber cumplido santo Toribio las obligaciones de un buen pastor, y defendido su rebaño de los lobos infernales, descansó en paz; y en el siglo VIII, por causa de la invasión de los moros fueron trasladadas sus reliquias, y las que trajo de Jesucristo, al monasterio de san Martín de Liébana que se llamó después santo Toribio de Liébana.
Reflexión: Entre las otras cosas que santo Toribio dice en aquella epístola que escribó a los obispos para extirpar los errores de Prisciliano, encarece'mucho e] daño de los libros apócrifos, los cuales los herejes publicaban por divinos, y les exhortaba mucho a desterrarlos y condenarlos como cosa tan perjudicial y dañosa; y cierto que entre los cuidados que deben tener todos los gobernantes, y más los eclesiásticos, a quienes más toca, debe ser muy principal el procurar que haya abundancia de libros católicos, doctos, graves y provechosos, y que se destierren y no se lean los herejes, falsos y reprobados, ni los torpes, livianos e inútiles.
Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas las oraciones que te hacemos en la solemnidad de tú bienaventurado confesor y pontífice santo Toribio, y que por los méritos e intercesión de aquel que tan dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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S. Engracia y sus diez y ocho compañeros, mártires. — 16 de abril (t 303)
La gloriosa virgen y tortísima mártir de Cristo santa Engracia era hija dé un gran caballero y señor muy principal de Portugal, y habiendo concertado de casarla con un duque del Rosellón, o capitán de aquella frontera de Francia, la enviaba para celebrar las bodas muy bien acompañada de diez y ocho caballeros, parientes y familiares suyos, cuyos nombres eran Lupercio, Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturio, Casiano, Fausto y J e naro: y estos cuatro últimos tenían por sobrenombre Saturninos. Hallábase esta ilustre comitiva en Zaragoza, cuando Da-ciano como tigre fiero y cruel se relamía en la sangre de los cristianos de aquella ciudad principalísima y les afligía con los más horribles tormentos. Entonces armada de Dios, la virgen santa Engraciarse presentó con sus diez y ocho compañeros cristianos, ante el tribunal del inicuo juez, y le reprendió severamente por haberse despojado de la razón de hombre y vestídose de la crueldad de fiera, vertiendo tanta sangre de hombres inocentes, que no tenían otra culpa sino adorar al solo Dios verdadero. Quedó Daciano pasmado, y pensativo sobre lo que había de hacer con aquella nobilísima y hermosísima doncella que así le hablaba; pero al fin pudo en él más su cruel naturaleza, que la humanidad, ni otro algún buen respeto; y mandó prender y azotar rigurosamente a la santa virgen y a aquellos diez y ocho caballeros; y para escarmiento de los demás cristianos de Zaragoza, hizo arrastrar a Engracia atada a la cola de un caballo por toda la ciudad. Despe-
¡msff dazáronle después sus virginales pBÍ i carnes con uñas de hierro, dislo-
Jjj cáronle los miembros, cortáronle M el pecho izquierdo, y cuando tola do su santo cuerpo estuvo hecho J una llaga, la cubrieron con una 1 larga vestidura, y la dejaron así
j l para que con los dolores de sus _ j | heridas se prolongase su martirio JÜB y se dilatase la muerte. Y como I I B ella perseverase en la confesión
% de Jesucristo, Daciano, irritado > _ J | por aquella invencible constancia, SSB mandó que le hincasen un clavo ¿J\ en la frente. Todavía se muestra ^¿§¡j en la cabeza de la santa el agu-¡ j j j j jero de aquel clavo, en cuyo tor-5S5J mentó la fidelísima esposa del
Señor acabó de recibir la corona del martirio. Finalmente a los diez y ocho caballeros mandó el procónsul degollar fuera de la ciudad, y en el mismo día recibieron con santa Engracia la palma de gloriosos mártires de Jesucristo. Consér-vanse con gran veneración las preciosas reliquias de la santa en la cripta del templo de su nombre, magníficamente res taurado en nuestros días en la capital de Aragón. En un depósito del mismo sepulcro están las de san Lupercio, y en otro sepulcro de mármol las de los otros santos compañeros cuyos huesos son de color de rosa y despiden fragante olor.
* Reflexión: Pues ¿quién no ve en el mar
tirio de la gloriosa virgen Engracia y de los otros mártires, la omnipotencia y fortaleza de Dios, la desventura del hombre y la vana astucia y crueldad de Satanás? ' El cual inflamó a Daciano para que atormentase con exquisitas penas a una tierna doncella, y procurase extinguir el culto del verdadero Dios; mas el demonio quedó burlado, Daciano confuso, la virgen triunfando, Dios glorificado, propagada su santa religión, y la ciudad de Zaragoza ilustrada con los trofeos de tantos y tan gloriosos mártires con los cuales están ennoblecida y amparada de los encuentros de sus enemigos.
Oración: Vuelve, Señor, tus ojos benignos sobre la familia de tus fieles siervos, y concede, que amparada por la intercesión de la bienaventurada Engracia y sus compañeros mártires, sea defendida de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La beata María Ana de Jesús. — 17 de abril. (t 1624).
La extática y maravillosa virgen María Ana de Jesús nació en Madrid, de muy noble e ilustre linaje, y su padre Luis Navarro Ladrón de Guevara servía en la corte del rey don Felipe III. Cuando llevaban en brazos a la iglesia aquella -.anta niña, notaban que a l tiempo de a l zar la Hostia y el Cáliz se quedaba arrobada; y cuando apenas sabía andar por sus pies, buscaba algún lugar recogido de su casa, y allí la veían puesta en oración delante de una imagen de nuestro Señor crucificado, bañados los ojos en lágrimas o cercado su rostro de resplandores. Gozaba de la presencia visible de su Ángel cus-todio; y platicaba de la beatísima Trinidad, de la Encarnación del Verbo, y de la adorarble Eucaristía, que son los mas inefables Misterios de nuestra divina Religión, como de cosas que más parecía entenderlas que creerlas. Recibió la primera comunión en edad muy temprana, v cada vez que tomaba el Pan de los angeles, parecía transformarse en un ángel que gozaba de Dios. Mas, ¿quien no se espantará ahora de las durísimas pruebas por que hubo de pasar esta alma angelical? Muy presto tuvo en lugar de madre una madrastra de condición asperísima, que la afligía sobremanera, y no le iba el padre a la mano tanto como debie_ ra, especialmente cuando la santa doncella hizo voto de perpetua virginidad, contra la voluntad del padre que quería casarla. Era ella, de gentil disposición v muy hermosa; y se cortó un día con las újeras la rubia cabellera, pensando que así se entibiaría el amor del que la pretendiera por esposa: entonces fué cuando su padre y su madrastra salieron de síj y cargaron sobre ella una tempestad de injurias y golpes, con tanto enojo v crueldad, como si fueran verdugos de su hija mártir. Cuando cesaron los malos tratos permitió que su sierva se viese todos los instantes del día fieramente atormentada por torpísimas imaginaciones y tentaciones las cuales le duraron anee años, y a todo esto se añadían penosísimas enfermedades y agudísimos dolores, que acrisolaron como el oro su invencible paciencia. Dejó al fin la casa de sus padres, y con la aprobación del venerable Fray Juan Bautista, que era su confesor, y fué el fundador de los
Mercenarios decalzos, se labró una celdilla junto a la ermita de santa Bárbara, y recibió después el hábito de nuestra Señora de la Merced de manos del Maestro general de la orden: y en aquella pobrísima casa la visitaban hasta los príncipes, porque era muy grande la fama de sus arrobamientos, milagros y profecías. Finalmente, después de una vida llena de trabajos y celestiales consuelos, en un éxtasis suavísimo entregó su alma al Señor a los cincuenta y nueve años de su edad.
Reflexión: Los cilicios e instrumentos de penitencia que usaba la santa, y se conservan en el convento de santa Bárbara de Madrid, llenan de asombro y compunción a los que los miran. Llevaba pegado al pecho un peto de espinas y a las espaldas unas cruces anchas sembradas de puntas de hierro; en los brazos unos cilicios, y en la cabeza una corona de espinas: y solía hacer el via-cru-cis con una pesada cruz en los hombros. La causa de esta. asombrosa mortificación no era otra sino el amor grande que tenía esta inocentísima virgen a su divino Amor crucificado, y tan desagradecido e injuriado de los hombres. Pues, ¿quién no exclamará aquí diciendo: «Esta santa virgen tan inocente y tan penitente; y yo tan pecador y tan inmortifi-cado»?
Oración: O clementísimo Dios, Señor de las virtudes, que llenaste de los dones de tu gracia a la bienaventurada María Ana, concédenos por sus ruegos, que los que la honramos con solemnes cultos, imitemos también sus obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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El beato Andrés Hibernen. — 18 de abril. (t 1602)
El bienaventurado y fervorosísimo siervo de Dios, beato Andrés Hibernen nació en la ciudad de Murcia de padres pobres aunque eran hijosd.algo de Cartagena. Queriendo darle uña cerrera, le enviaron a unos tíos suyos que vivían en Valencia; pero estos le hicieron guardar el ganado, en cuyo oficio llegó con admirable inocencia a la edad de veinte años. Habiendo recibido ochenta ducados de manos de su tío, pensaba dotar con ellos a una hermana suya, pero como unos ladrones se los robasen, determinó de abrazar la Regla del Patriarca de los pobres: y tomó el hábito de fraile lego en el convento de Elche para servir a Dios con extremada humildad, penitencia y desnudez, ejerciendo los oficios de portero, hortelano, refitolero y cocinero. Cuando andaba en las cosas de la cocina, maravillábanse los religiosos de que a pesar de verle casi siempre en oración guisase tan bien los manjares, en los cuales hallaban un sabor tan delicado, que parecía del cielo. Tuvo después el cargo de limosnero, y era tanta la gracia del Señor con que pedía limosna por Jesucristo, que por su medio se pudo acabar la obra del monasterio de san Juan de Valencia, y el famoso noviciado de aquella custodia, y más tarde el nuevo convento de Murcia llamado el Real de san Diego. Convertía a los pobres que se llegaban a la portería ' para pedir limosna, curaba milagrosamente a los enfermos, interpretaba con soberana luz los luga-gares difíciles de la Sagrada Estcritura, penetraba los secretos de los corazones, y hasta los cardenales Doria y Borja y el arzobispo de Valencia beato Juan de Ribera, le veneraba como a santo. Morando
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en Gandía, y entendiendo que se llegaba el día y la hora de pasar de esta vida, barrió con extraordinario aseo los claustros y corredores por donde había de pasar el Señor, a quien recibió por viático, y clavando los ojos en la imagen de Jesucristo crucificado, murió tranquilamente a los cincuenta y ocho años de su edad. Tres días estuvo el santo cuerpo recibiendo los obsequios de los fieles de Gandía, sin que se oyesen en el templo otras voces que las aclamaciones de los que le llamaban santo, y las alabanzas de los enfermos que repentinamente alcanzaban la sa-
por los méritos del siervo de Dios.
Reflexión: Ahí tienes un pobrecülo fraile lego de san Francisco, despreciable a los ojos del mundo, pero muy apre-ciable, grande y glorioso a los ojos de Dios. ¡Oh! si entendieses en qué está la verdadera grandeza! ¡Cuan poca estima hicieras de'las vanidades del mundo"! ;Oh si considerases que también ha de llegar un día para tí, en el cual no se hará nigún caso de tus riquezas, de tus honras y talentos, sino solamente de tus virtudes, y buenas obras! Este es el secreto de la sabiduría de Dios que nos enseñó su Hijo Unigénito: La verdadera grandeza es para los humildes; el reino de los cielos es para los pobres de espíritu y el gozo de Dios es para los que toman la cruz y siguen a Jesucristo. La sabiduría del mundo piensa y siente todo lo contrario: y por esta causa dice el apóstol, «que la sabiduría de este siglo es necedad delante de Dios».
*
Oración: Oh Dios, que nos alegras con la solemnidad anual de tu confesor e] bienaventurado Andrés, concédenos propicio, que los que veneramos su nacimiento para el cielo, imitemos también sus virtuosas acciones. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Vicente de Colibre, mártir. — 19 de abril. ( t 303.)
En el principio del imperio de Diocleciano estaba en todo el mundo en tanta estimación la fe y la religión cristiana, que los mismos emperadores, aunque paganos, daban el gobierno de las provincias a los cristianos, porque hallaban en ellos tanta fidelidad para con los príncipes, cuanta nunca jamás experimentaron en los de alguna otra profesión. Habíase, pues, mostrado Diocleciano favorable a los cristianos mientras tuvo necesidad de sus fuerzas contra los persas pero viéndose ya triunfante y glorioso, reventó y salió de madre furiosamente aquel odio mortal al nombre de Cris
to, que por espacio de diez y ocho años estaba represado en su infame corazón; y determinó con Maximino su conmpañe-ro destruir a los cristianos y acabarlos del todo. En todas las ciudades del imperio se hallaban las cárceles llenas de cristianos, los cuales eran ajusticiados en las plazas para escarmiento de los demás: y como España estaba sujeta al imperio, le cupo gran parte de esta cruel presecución. En este tiempo pues, había en Colibre, pueblo de Cataluña cerca de Perpiñán, un hombre muy católico, virtuoso y gran siervo de Dios, llamada Vicente. Llegó a Colibre Daciano, presidente general de España por los ya mencionados emperadores, y el primei católico que le presentaron fué Vicente, al cual en vano procuró apartar de la fe de Jesucristo, y atraer a la adoración de los falsos dioses; porque le halló siempre firme y constante; y al fin de varios tormentos con que juzgó el tirano amedrentarlo viendo que se cansaba en balde y que Vicente traía escrito contra él el triunfo, palma y corona, que eso es Vicente, o Vincente, le condenó a morir degollado. Ofreció, la cerviz a la cuchilla del verdugo, y con este suplicio entregó su bendita alma en manos del Señor y alcanzó la corona inmortal de los mártires vencedores, significada en el nombre de Vicente que llevaba nuestro santo glorioso.
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Reflexión: Fué tan cruel el odio de estos tiranos emperadores, contra los "istianos, que no contentos con quitarles
las vidas después de tan bárbaros cuanto inhumanos tormentos, hacían luego quemar cuantos escritos hallaban en poder de los cristianos que pudieran dar testimonio a los venideros de los santos mártires y sus hechos ilustres; por lo cual hay infinitos mártires gloriosos, de quienes no han quedado más que los nombres, y de otros tan pocas noticias como se ve en este martirio de san Vicente. Sabe el demonio el provecho que se sigue a las almas de leer semejantes historias, y' el daño que a él le viene, y por eso procura ocultarlas; pero no todas las veces sale con su intento, y por donde intenta ocultarnos un Vicente mártir, queda burlado, cuando se nos descubren muchos gloriosos Vicentes, mártires españoles, como son san Vicente, diácono de Zaragoza, mártir insigne; san Vicente de Ebora,' márt ir glorioso en Avila, con santa Sabina y Cristeta hermanas; san Vicente, mártir en Gerona, con Oroncio y Víctor; san Vicente, abad del monasterio de san Claudio, mártir célebre en tiempo de los godos y otros santos Vicentes, con que e] diablo se quiebra los ojos en su dañado intento; vaya para quien es: y nosotros esperemos vencerle, por la intercesión de tantos Vicentes, como le vencieron y triunfan gloriosos en el reino de Dios.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado mártir Vicente, seamos fortalecidos por su intercesión en el amor de tu santísimo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Inés de Monte-Pulciano, virgen. — 20 de abril. ( t 1317.)
mucho los vecinos de Monte-Pulciano la ausencia de sor Inés, q u e estaba en Proceno, y acordándose del deseo q u e tenía la santa siendo niña, de ver convertido en convento de penitencia una casa de mujeres públicas que había en la entrada de la ciudad, determinaron ponerlo por obra a todo trance a t rueque de que viniese la santa. Entonces cedió el amor .del retiro al celo de las almas, fundó aquel nuevo monasterio, y entabló en él la primitiva regla de san Agustín, según el instituto y espíritu de santo Domingo, y en breve tiempo floreció la pureza de mu
chas santísimas vírgenes, donde tenían su asiento les vicios más abominables. Allí hizo la santa brotar un manantial de agua viva, de virtud muy prodigiosa para curar todo género de enfermedades, que has . ta hoy se llama el agua de santa Inés. Finalmente, a los cuarenta y tres años de su vida pasó a gozar de la eterna gloria de su Divino Esposo, haciendo el Señor glorioso su sepulcro con muchos milagros.
La bienaventurada virgen y esposa de Jesucristo, santa Inés de Monte-Pulciano, nació en la ciudad de este nombre, que está en la Toscana, de padres muy señalados por su nobleza y riqueza. Desde la cuna comenzó a mostrar su devoción a Jesucristo y a la santísima Virgen; porque cuando le ponían a los ojos alguna imagen del Señor o de su benditísima Madre, la miraba y remiraba con visibles demostraciones de grande alegría. Educáronla en el monasterio de las sa-quinas, llamadas así porque traían un escapulario de sayal grosero; y como una abadesa de rara prudencia y virtud visitase aquel monasterio, en viendo a la niña Inés, dijo:« No ilustrará menos esta Inés a la religión con sus virtudes, que la otra Inés romana con su martirio.» A los catorce años mostraba tanto seso y prudencia, que no dudaron en encomendarle la administración de las cosas temporales del convento, y a la edad de diez y ocho años, con la bendición del sumo pontífice Nicolao IV, fué nombrada supe-riora del convento que se acababa de fundar en Proceno, en el condado de Orvie-to. Ayunaba todos los días a pan y agua, dormía sobre la desnuda tierra, reclinando la cabeza sobre una piedra: pero, ¿quién podrá explicar los favores extraordinarios que recibía del cielo, las apariciones de los ángeles, de santo Domingo, de san Francisco, y de su dulcísimo Esposo Jesús con quien familiarmente conversaba con celestial suavidad y rega. lo? ¿Quién podrá decir los milagros que obró el Señor por esta santa virgen y el fruto que causó en muchos pecadores con su santa vida y conversación? Sintieron
Reflexión: En el ardiente celo que manifestó esta santa virgen, convirtiendo aquel lodazal de vicios en jardín de flores celestiales, echarás de ver la inmaculada pureza que inspira nuestra santísima Religión a todos los que de veras la profesan. Por el contrario, la impiedad infernal de los modernos sectarios y apóstatas, multiplica cada día las tentaciones sensuales y lazos de Lucifer para acabar con la honestidad y fe de los católicos. «Está resuelto en nuestras logias, dice un documento muy conocido de la suprema Venta de los masones, que es menester popularizar al vicio para matar la fe: que lo respiren los hombres por todos sus .cinco sentidos, que se saturen de él, y ya no ha brá más católicos.» No. es nueva en el mundo esta astucia de Satanás. La impiedad hace de los hombres bestias: la Religión hace de las bestias hombres, y de los hombres ángeles.
Oración: Oh Dios, que eres nuestra salud, oye nuestras súplipas, para que así como celebramos con gozo la festividad de la bienaventurada virgen Inés, así alcancemos el fervor de una piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Anselmo, arzobispo y doctor. — 21 de abril. (t 1109.)
"4R3&&& ~ H U r f ^ y - Í ' J * ' ^ - » 'V'JMartM* El venerable prelado y doctor
de la Iglesia de Jesucristo san Anselmo nació de nobles padres en la ciudad de Augusta, que está en los confines del Piamonte y de Borgoña. Dióse desde niño al estudio de las buenas letras; y aunque a la edad de quince años determinó renunciar a todas las cosas del siglo, olvidado de su primera vocación, se dejó llevar sin freno de s u s gustos con grande y terrible enojo de su padre. Partióse Anselmo de su casa y pasando a la provincia de Normandia, llevado de mejores pensamientos, se hizo discípulo del famoso monje Lanfraneo, con que vino a revivir y reflorecer aquel deseo de consagrarse totalmente al servicio de Dios, como lo hizo en el monasterio gobernado por aquel insigne monje. Extendióse la fama de sus esclarecidos talentos y virtudes en toda Normandia, Francia, Flondes e Inglaterra, de manera, que muchos hombres nobles y letrados concurrían al monasterio donde Anselmo era ya prelado, para vivir debajo de su disciplina; mas como tuviese necesidad de pasar a Inglaterra, el rey Guillermo el Conquistador le recibió con gran honra, y su hijo Guillermo II quiso que fuese consagrado por arzobispo de la Iglesia de Cantorbery. Pero cuando entendió el rey codicioso que el santo prelado estaba lejos de darle la hacienda de los pobres, se indignó de manera, que no pudiendo el santo conjurar aquella tormenta horrible, se vistió de hábito de romero y huyó a Roma, donde fué bien acogido del Sumo Pontífice, y pasó después a León de Francia para ayudar al arzobispo de aquella silla, y allí tuvo nueva que el rey Guillermo, andando a caza, había sido traspasado con una saeta en el corazón: y no se puede creer el dolor que tuvo con esta nueva el santo prelado, y las lágrimas de amargura que derramó. A Guillermo II sucedió en el reino su hermano Enrique II, el cual rogó a san Anselmo que volviese a Inglaterra, y aunque le persiguió y le mandó confiscar los bienes, cuando supo la excomunión que había fulminado el papa contra los legos que osasen dar la investidura de los obispados, al fin dejó a la Iglesia lo que era suyo y convirtió el odio que tenía a san Anselmo en amor. Estando ya, pues, el venerable arzobispo con mucha paz y quietud en su
Iglesia, no solo hizo oficio de santo y vigilante pastor, sino que escribió además muchos y excelente libros, añadiendo a los de materias teológicas, otros en que engrandeció las prerogativas de la Virgen Santísima; y fué tan devoto de su inmaculada concepción, que mandó con precepto se celebrase esta fiesta en su Inglesia Cantuariense. Finalmente después de haber ilustrado toda la cristiandad con su doctrina, virtudes y milagros, armado con los sacramentos, y tendido sobre el cilicio y la ceniza, dio su bienaventurada alma al que para tanta gloria suya la había criado.
Reflexión: Mira en el desdichado hijo de Guillermo el Conquistador, rey de Inglaterra, el paradero de los perseguidores de la Iglesia. Había dicho este rey, que él era el papa en su reino, y que no conocía ni quería que se nombrase en él otro papa sino él; por lo cual le alcanzó la sentencia de excomunión que fulminó el papa contra los legos que osasen dar la investidura de los obispados. Y ¿cuál fué el castigo de Dios? Fué que andando el rey a caza, una saeta le traspasó el_co-razón; para que se vea como el Señor, aunque permite que los malos reyes aflijan sus reinos, y se sirve de ellos como de ministros y verdugos de su justicia, a la postre los castiga y ejecuta en ellos su furor.
Oración: Oh Dios, que hiciste al bienaventurado Anselmo ministro de la eterna salvación de tu pueblo; suplicárnoste nos concedas que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que tuvimos por maestro y doctor en la tierra. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Sotero y Cayo, pontífices y mártires. — 22 de abril. (f 170. f 296.)
El venerable pontífice y glorioso mártir de Cristo san Sotero o Soter nació al fin del siglo primero en Fondi que está en el reino de Ñapóles, y vivía en Roma al tiempo en que los fieles romanos que habían recibido la doctrina celestial de mano de los príncipes de los apóstoles, eran modelos de virtud para toda la cristiandad. Y como resplandeciese san So-tero en aquella santa Iglesia por su sabiduría y celo apostólico, fué elegido por sucesor de san Aniceto en la silla de san Pedro. Bien fué menester aquella caridad de Cristo que ardía en las entrañas del nuevo pastor de la Iglesia; porque arreciaba a la sazón la persecución de Marco Aurelio Antonino, el cual imitó la bárbara crueldad de Nerón contra los inocentes cristianos; y así unos eran enterrados vivos y cargados de cadenas en cárceles subterráneas, otros condenados a las minas, otros arrojados a los tigres y leones del anfiteatro, otros despedazados y muertos a puros tormentos en las plazas y patíbulos. Mas san Sotero como buen pastor que no temía perder la vida por sus ovejas, les visitaba en las cárceles y en las cavernas, les socorría cqn limosnas, les alentaba con cartas y saludables instrucciones, con tanta gracia del Señor, que todo el mundo fué testigo de la constancia admirable con que innumerables fieles dieron la vida por la fe, antes que el santísimo pastor mereciese también la corona de su ilustre martirio.
Celebramos hoy también la fiesta de otro pontífice mártir, llamado Cayo, el cual era originario de Dalmacia y pariente de Diocleciano; y semejante a san So-tero en los trabajos, persecuciones y glo
riosa muerte. Veíanse los cristianos obligados a esconderse er¡ los bosques y cavernas;, en las plazas, esquinas y encrucijadas de las ciudades mandaban los tiranos poner unos idolillos, c o n bando riguroso que nadie pudiese comprar, ni vender sin haber , los antes incensado, ni aun podían sacar agua de las fuentes y pozos públicos sin hacer antes aquel impío sacrificio. Es imposible decir lo que hizo el santísimo pontífice Cayo para que triunfase la ley de Cristo en esta horrible persecución; y no poco le ayudaron Cromacio, antiguo prefecto de Roma, conver
tido a la fe, y san Sebastián, que era el capitán de la guardia imperial, y un oficial del emperador, llamado Cástulo, fervoroso cristiano, en cuyo palacio tenía su oculta iglesia el santo pontífice. Y allí en lo más alto de la casa se juntaban secretamente los fieles todos los días, y san Cayo les apacentaba con la palabra de Dios, celebraba la misa y les distribuía ej pan de los fuertes. Finalmente después de haber enviado delante de sí al cielo gran muchedumbre de valerosos mártires, a los doce años de su pontficado, que pasó en los montes, cuvas y casas de los cristianos, selló también con su sangre la fe de nuestro Señor Jesucristo.
Reflexión: ¡Quétrabajosa y azarosa vida la de aquellos cristianos! Por no ser infieles al santo Bautismo, por no quemar un granito de incienso en el ara de los falsos dioses se condenaban a un destierro voluntario, moraban en los bosques, en las cuevas y catacumbas, y ponían mil veces a riesgo la hacienda y la vida. Pues, ¿qué hacemos nosotros por nuestra fe? ¿No es por ventura, tan preciosa como la suya? ¿No tenemos el mismo Dios, la misma fe y el mismo bautismo? ¡Ah¡ cubrámonos de vergüenza y temamos a Dios, que puede castigar nuestra culpable incredulidad, o nuestra torpísima indolencia en su servicio.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos proteja la festiva memoria que celebramos de tus santos mártires y pontífices Sotero y Cayo, y que su venerable intercesión nos recomiende ante el acatamiento de tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Jorge, mártir. -(t 290.)
El valeroso capitán y glorioso mártir de Cristo san Jorge fué natural de Capadocia, e hijo de padres nobles y ricos. Siendo ya mozo y de muy gentil disposición y grandes fuerzas,, siguió la milicia y vino a ser tribuno o maestre de campo y miembro del consejo del emperador Dioclaciano, el cual no sabiendo que era cristiano, quería honrarle mucho en el ejército y servirse de él en cosas grandes y hazañosas. Sucedió, pues, que habiendo propuesto Diocleciano a sus consejeros y ministros la voluntad que tenía de acabar con atroces tormentos a los cristianos, todos aprobaron la determinación del emperador, menos san Jorge, que con admirable elocuencia y libertad dijo que era grande injusticia condenar a tales hombres solo porque daban culto al «verdadero Dios. Levantóse entonces el cónsul Majencio y dijo a Jorge: «Bien se conoce aue debes ser uno de los principales jefes de esa secta.» Respondió san Jorge: «Sí: cristiano soy.» Entonces el emperador procuró desviarle de aquel propósito, poniéndole delante la flor de su juventud, su nobleza, riqueza y gallardía, y también los favores que de él había recibido, y los daños que se le podían seguir si despreciara a los dioses del imperio. Mas como no hiciesen mella en aquel pecho armado de Dios promesas ni amenazas, el día siguiente mandó el t i rano atormentar al soldado de Cristo, con una rueda armada por todas partes de puntas aceradas que despedazaban sus carnes, en cuyo suplicio oyó una voz de] cielo que le dijo: «Jorge, no temas, que yo estoy contigo.» Y el santo mártir padeció aquellos y otros exquisitos tormentos con tan grande serenidad que muchos se convirtieron maravillados de aquella soberana fortaleza, y entre ellos dos P re tores, llamados Anatolio y Protoleo, los cuales fueron descabezados por Cristo. Hallaron después al invicto mártir milagrosamente curado de sus heridas, y como el emperador volviese a exhortarle a ofrecer incienso a Apolo: «Vamos al t em. pío si quieres, le dijo el santo, y veamos qué dioses adoráis.» Entraron en el templo y estando todos mirando a san Jorge, él se llegó a la estatua de Apolo, y extendiendo la mano, le preguntó: «Di-me, ¿eres Dios?» «No soy Dios*, respondió la estatua, y el santo, haciendo la se-
23 de abril.
nal de la cruz, le reprendió diciendo: «Pues, ¿cómo osas estar aquí en mi presencia?» Oyéronse entonces en el templo alaridos y aullidos dolorosos, y con grande espanto de todos, cayeron los ídolos y se hicieron pedazos. Informado el emperador del suceso, y movido de los sacerdotes de los ídolos que pedían a voces la muerte de aquel grande hechicero, y del gran número de gentiles que se convirtieron al ver caídos y desmenuzados los falsos dioses por la palabra de san Jorge, le mandó degollar, y en este suplicio alcanzó la gloriosa palma de los mártires.
Reflexión: El martirio de san Jorge fué muy ilustre y muy celebrado en todas las iglesias del Oriente y Poniente; y el haber sido militar este santo fué causa de que la gente de guerra le invocase contra sus enemigos. En la batalla que el rey don Pedro I de Aragón dio en los campos de Alcaraz a los moros de Huesca, apareció san Jorge a caballo; y lo mismo sucedió al rey don Jaime el Conquistador en el castillo de Puig de Enesa, y en el sitio de Alcoy. Y para representar el favor que recibieron de san Jorge las poblaciones libertadas de sus fieros enemigos, le pintaron a caballo, atravensan-do con la lanza un fiero dragón y defendiendo de él a una doncella que invoca al santo.
Oración: Oh Dios, que nos alegras con los merecimientos y con la intercesión de tu bienaventurado mártir san Jorge, concédenos que consigamos por tu gracia los beneficios que pedimos por tu intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Fidel de Sigmaringa, mártir. — 24 de abril. ( t 1622.)
El apostólico varón y glorioso mártir de Cristo, san Fidel nació de padres nobles y católicos en la ciudad de Sigmaringa que está en la Suevia, en el obispado de Constancia. Después de haber estudiado las letras humanas y el derecho civil y canónico en lá universidad de Fri-burgo, se disgustó del tumulto y peligros del foro, y trocó la toga de abogado por el hábito de los padres capuchinos. El día del patriarca san Francisco vistió e] tosco sayal del Padre de los pobres. Celebró su primera misa con gran concurso y edificación del pueblo, y destináronle los superiores al sagrado ministerio de la palabra divina, y el santo con estilo llano y desnudo de adornos retóricos, pero con gran fuerza de esoíritu v eficacia de razones, predicó el divno Evangelio por las principales ciudades de Alemania, ganando para Jesucristo innumerables pecadores. Socorría a los pobres con copiosas limosnas que pedía a las personas r i cas y caritativas, y habiendo sido inficionado de una enfermedad contagiosa e] ejército austríaco que estaba acuartelado en aquellas provincias, asistía a los soldados, curándoles las llagas, dándoles de comer por su mano, y administrando los sacramentos de la Iglesia a los que estaban en peligro de muerte. Llamóle el Señor a la conversión de los calvinistas Gri-sones, y la congregación de Propaganda Fíde escogió p o r cabeza y Prefecto d e aquella ardua misión a nuestro santo, el cual con increíbles trabajos redujo a la verdadera fe a muchos herejes, aun de los más principales y nobles del país. Mas los infernales ministros de Calvino fingiendo que querían también convertir
se llamaron un día al santo para que les predicase la verdad cató-, lica en la iglesia de Servís. Lleg ó el apostólico misionero a aquel lugar, y habiendo celebrado aquel día la Misa con extraordinario fervor, subió al pulpito donde halló un billete que decía: Hoy predicarás y no más. No desmayó el santo con este anuncio de muerte; antes con la misma fuerza de espíritu y apostólica libertad predicaba la verdad católica, cuando de improviso entraron en la iglesia muchos hombres armados. Disparó uno de ellos su fusil contra el santo misionero, y aunque no acertó a
herirle, entendió el santo que era ya llegada la hora suspirada de dar la vida por Cristo, y por la salud de sus hermanos. Bajando pues de la sagrada cátedra, se postró delante del altar mayor, donde encomendó su alma en las manos de Dios, y para evitar un nuevo sacrilegio de los herejes, salió de la iglesia por una puerta que estaba al lado de ella. Entonces como lobos sedientos de sangre se echaron sobre él los herejes y le asesinaron bárbaramente c o n veintitrés heridas, mientras rogaba, oomo san Esteban, poi los que le daban la muerte.
Reflexión: Llamábase el glorioso san Fidel, con el nombre de Marco que le habían puesto en el bautismo: mas el día en que se vistió la librea de Cristo, y tomó el hábito de religión, tomó el nombre de Fidel para recordar continuamente la fidelidad con que había de servir a Dios; y por esta causa solía escribir en la pr imera página de todos sus libros aquellas palabras de la Sagrada Escritura que dicen: «Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.» Seámoslo también nosotros, perseverando en la santa fe y en las buenas obras hasta la muerte para que podamos oír de los labios del eterno Juez aquellas palabras: ¡Ea, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!
Oración: Oh Dios, que te dignaste adornar con la palma del martirio y con gloriosos milagros al bienaventurado Fidel, abrasado de celo en la propagación de la verdadera fe: rogárnoste por sus méritos e intercesión que fortalezca con tu gracia nuestra fe y caridad, de manera que merezcamos ser hallados fieles en tu servicio hasta la muerte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Sa.n Marcos, evangelista y mártir. — 25 de abril. (t 64.)
El glorioso evangelista y mártir de Cristo san Marcos fué he breo de nación, y como algunos autores escriben, de la tribu de Leví y uno de los setenta y dos discípulos del Señor. Acompañó al apóstol san Pedro, que le llama en sus epístolas hijo carísimo, y por su grande espíritu y gracia en el hablar, le tomó por intérprete para q u e explicase más copiosamente los profundos misterios de Cristo, que él en pocas palabras anunciaba. Y como los fieles que por la predicación de San Pedro se habían convertido en Roma, deseaban tener por escrito lo que de él habían oído, rogaron a san Marcos que escribiese el Evangelio de la manera que lo había oído de la boca de san Pedro; y el santo apóstol lo aprobó y con su autoridad lo confirmó y mandó que se leyese en la iglesia. Habiendo pasado el santo evangelista algunos años en Roma, tomó la bendición de su padre y maestro san Pedro, y por su orden se partió a Egipto, llevando consigo el Evangelio que había escrito para predicarle a aquellas gentes bárbaras y supersticiosas. Descubrió primero aquella luz del cielo a los de Cire-ne, Pentápoli y otras ciudades; y vino después a Alejandría como a cabeza de toda aquella provincia y más necesitada de aquella divina luz. Allí edificó una iglesia al Señor con nombre de San Pedro su maestro que aun vivía; y fueron tantos los que se convirtieron a la fe de Jesucristo, así de los judíos que moraban en aquellas partes, como de los mismos egipcios, que presto se formó una admirable cristiandad, en la cual florecían maravillosamente todas las virtudes que el Señor enseñaba en su santo Evangelio; porque todos los fieles vivían entre sí con gran paz y conformidad, no había entre ellos pobres, porque a todos se daba In que habían menester; ni ricos, porque los que lo eran dejaban sus riquezas para use de los demás, y todos eran entre sí un alma y un corazón. Otros muchos había que dando libelo de repudio a todas las cosas de la tierra pobablan los montes y desiertos de Egipto, y vivían con tan extremada santidad, que no parecían hom-
"bres, sino ángeles vestidos de carne mortal. No pudieron sufrir tanta luz los ojos flacos de los gentiles y determinaron
dar muerte a san Marcos como a destruidor de sus templos y enemigo de sus dioses, y a los 24 de abril, que era día de domingo para los cristianos, y para los gentiles de una fiesta que celebraban a su dios Serapis, hallando al santo evangelista diciendo Misa, le prendieron, y echándole una soga a la garganta le arrastraron por las calles. Encerrándole después en la cárcel, y venida la mañana siguien- . te le arrastraron de nuevo por lugares ásperos y fragosos hasta que dio su espíritu al Señor.
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Reflexión: Así murió el glorioso evangelista san Marcos, sellando también con su sangre el santo Evangelio que nos dejó escrito, para que nadie pudiese imaginai con algún color de razón que quisiese engañar a los hombres. Este es el mismo Evangelio que predicaba en Roma el príncipe de los apóstoles san Pedro, el cual s su vez dio la vida en confirmación de la verdad de Cristo, muriendo en cruz con la cabeza abajo. Recuerden, pues, esíoa hechos, los despreocupados de nuestros días, y entiendan que si niegan el santo Evangelio solo porque es contrario a sua pasiones, con aquellos sellos de sangre apostólica, se firmó también la sentencia de su condenación.
Oración: Oh Dios, que ensalzaste a tu benaventurado evangelista Marcos por la gracia de la predicación del santo Evangelio; concédenos que nos aprovechemos de su santa doctrina, y seamos protegidos por su poderosa intercesión. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Cleto y Marcelino, papas y mártires. — 26.de abril. (t 96. t 304.)
El tercer vicario de nuestro Señor J e sucristo sobre la tierra fué el glorioso pontífice y mártir san Cleto. Fué natural de Roma y convertido a la fe por e] príncipe de los apóstoles san Pedro; el cual, viéndole varón espiritual, prudente y celoso, le ordenó de obispo y le tomó por coadjutor, así como a san Lino que fué el segundo pontífice. Gobernaba san Cleto santísimamente la Iglesia; mas habiendo sucedido a Vespasiano y Tito su hijo, el viciosísimo emperador Domicia-no, que entre otras maldades que cometió se hizo llamar dios, persiguió a los cristianos que no le reconocían por^ tal, y en un solo día hizo millares de márt i res. En esta persecusión, que- fué la segunda que padeció la Iglesia, fué preso y cargado de cadenas el glorioso pontífice san Cleto, y en el día 26 de abril alcanzó la corona del martirio, habiendo tenido la silla apostólica doce años, siete meses y dos días. Sepultáronle los cristianos junto al apóstol san Pedro, y consérvase su cuerpo en el Vaticano.
En este mismo día celebra la Iglesia el martirio del papa san Marcelino, el cual fué natural de Roma e hijo del prefecto, y sucedió en el pontificado a san Cayo asimismo papa y mártir, siendo emperadores Diocleciano y Maximiano. En este tiempo se levantó la décima persecución contra la Iglesia, que fué la más brava y más cruel de todas, porque en espacio de un mes murieron por Cristo en diversas provincias más de diez y siete mil mártires con tan atroces y exquisitos tormentos, que solo el demonio los pudiera inventar. Y porque durante esta persecución, recibía el santo benignamente a
los que espantados con las amenazas y el terror de los suplicios habían ofrecido incienso a los falsos dioses y derjués arrer pentidos de su culpa le pedían el perdón y la penitencia, no faltaron malvados censores que r i gurosamente osasen juzgar y condenar la paternal blandura del santo pontífice: lo cual fué ocasión para que más tarde le infamasen diciendo calumniosamente que el mismo santo, vencido también del temor de los tormentos había sacrificado a los ídolos, y hecho después penitencia de su pecado, ofreciéndose de su voluntad al martirio. Mas
lo que hubo fué, que habiendo sido preso juntamente con otros tres santos llamados Claudio, Cirino y Antonino, por sentencia del emperador fué como ellos decapitado. Dejáronse por orden del juez los cadáveres insepultados, hasta que san Marcelo los recogió a los treinta y tres días, y con acompañamiento de los presbíteros y diáconos, y con himnos y antorchas les dio honrosa sepultura en el cementerio de santa Priscila en la vía Salaria.
Reflexión: No es maravilla que en aquellas cruelísimas persecuciones algunos fieles, vencidos por la inhumanidad y duración de los tormentos, se rindiesen a la voluntad de los tiranos. El ser vencidos era efecto de la fragilidad del hom-hre; el vencer, prodigio de la fortaleza de Dios. Pero así eomo es propio de la humana flaqueza el caer, también lo es dé la gracia de Cristo, levantar al caído. Por esta causa instituyó e 1 Señor e 1 sacramento de la penitencia, donde el pecador alcanzase remisión de sus pecados por muchos y graves que fuesen, con solo confesarlos con un corazón contrito y humillado. ¿Por qué pues no hemos de humillarnos, si hemos pecado? ¿No vale más confesar ahora humildemente nuestras culpas, que padecer la vergüenza de ellas cuando se manifiesten a todo el mundo en el día del juicio, y caer en una eterna confusión?
Oración: Suplicárnoste, Señor, que en la fiesta de tus pontífices y. mártires Cleto y Marcelino, merezcamos su poderosa protección, y que por su intercesión sean gratas a tu divina Majestad nuestras oraciones. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Pedro Armengol, mártir. — 27 de abril. ( t 1284.)
El glorioso redentor de los cautivos y mártir de la caridad san Pedro Armengol nació en la Guardia de los Prados, villa del arzobispado de Tarragona, y su apellido queda todavía en la muy ilustre familia de los barones de Rocafort, descendientes de los condes de Urgel y emparentados con los antiguos con-d e s de Barcelona, y reyes de Francia, condes de Flandes y r e yes de Castilla y Aragón. Halló- , se presente en su nacimiento el venerable padre Bernardo Cor- t
bera, religioso de la Merced, el ] cual profetizó del niño recién i nacido diciendo: «A este niño un patíbulo ha de hacerle santo.» Crióle su padre Amoldo como a mayorazgo, noble, rico y deseado: pero ¡oh fuerza de las malas compañías y cuántas torres de virtud has derribado! El ilustre mancebo que parecía un ángel por su piedad e inocentes costumbres, con el ejemplo de otros mozos desenvueltos, bravos y valientes con quienes jugaba y como brioso caballero de su edad probaba con las armas en la mano la destreza y el valor, vino a desenfrenarse de manera, que hacía gala de sus desórdenes y oscurecía su linaje capitaneando una cuadrilla de ladrones. Por este tiempo determinó el rey don Jaime pasar de Valencia a Mompeller y entendiendo que los Pirineos estaban infestados de salteadores, mandó a Amoldo que con dos compañías de infantes y algunos caballos limpiase aquellos caminos de bondoleros. Entonces lucharon cuerpo a cuerpo Amoldo y su hijo Pedro hasta que después de haberse herido, se reconocieron, y el hijo, llenos de lágrimas los ojos, se echó a los pies del padre, con grande arrepentimiento de su mala vida. Partióse de allí a Barcelona y después de hacer una confesión general de todas sus culpas, pidió el hábito de los religiosos de la Merced, y comenzó una vida llena de admirables y extraordinarias virtudes. Ordenáronle de sacerdote, y todos los días celebraba la misa con tantas lágrimas que hacía llorar de devoción a todos los que la oían. Rescató en Murcia doscientos cuarenta cautivos, convirtió al bey Almohazen Mahomet, el cual se hizo Mer-cedario y se llamó Fray Pedro de santa María. Pasando después el santo de Ar-
'gel a Bugía con Fr. Guillermo, florentino, rescató ciento y diez y nueve cauti-
J vos, y para sacar de la esclavitud a diez y ocho niños se quedó en rehenes de mil escudos que ofreció por ellos. Ocho meses estuvo encerrado en un calabozo, padeciendo cada día palos y azotes; y como no llegasen los mil escudog a su tiempo, le condenaron a la horca. Vino ocho días después del suplicio su compañero Guillermo con los mil escudos, y con grande espanto le halló vivo todavía y pendiente de la horca, en la cual dijo el santo que la santísima Virgen le había sostenido en sus manos. Finalmente después de haber convertido con estupendos pródigos a muchos infieles a nuestra santa fe, entregó su bendita alma al Señor en su mismo convento de nuestra Señora de los Prados.
Reflexión: La vida admirable de este santo nos manifiesta cuan poderosa es la gracia de nuestro Señor Jesucristo para trocar los corazones de los hombres, hasta hacer de un capitán de bandidos un perfectísimo religioso, un celoso misionero y un gloriosísimo mártir de la caridad. Esta es una excelencia propia de nuestra santa Religón: porque ninguna fuerza ni convicción humana sería bastante para trocar con tan extraña mudanza el ánimo y las costumbres de los hombres, si no interviniera en ello la mano poderosa de Dios.
Oración: Oye, Señor, benignamente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu glorioso confesar el bienaventurado Pedro, para que consigamos por la intercesión del que tanto te agradó lo que no podemos esperar de nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Vidal, mártir. — 28 de abril. ( t 172.)
Entre los santos q u e derramaron su sangre en las primeras persecuciones de la Iglesia, uno fué san Vidal, caballero muy noble de Ravena y marido de Santa Valeria, y padre de Gervasio y Protasio, que todos cuatro fueron ilustres mártires del Señor. Sucedió que habiendo preso los gentiles en Ravena a un cristiano, llamado Ursicino, de profesión médico, le dieron muchos y atroces tormentos, los cuales él sufrió con grande constancia y fortaleza ayudado de la gracia del Señor. Mas cuando se llegaba su última hora y vio que el verdugo desenvainaba la espada y le vendaba los ojos, comenzó (como- hombre) a desmayar, y a perder el vigor que antes había tenido; y estando ya para adorar a los falsos dioses, Vidal, que estaba presente a este espectáculo, compadeciéndose de él, y juzgando que le corría obligación de socorrerle en aquel conflicto, alzó la voz y públicamente dijo: «¿Qué es esto, Ursicino? ¿qué dudas? ¿qué temes? Habiendo tú como médico dado salud a tantos enfermos, ahora no aciertas a salvarte a ti mismo? Acuérdate que con esta muerte que se acaba en un soplo, comprarás una vida bienaventurada que no tiene fin.» Fueron de tanta eficacia las palabras de Vidal que animaron de tal suerte a Ursicino, que con grande alegría tendió el cuello al cuchillo y murió por Cristo: y san Vidal, no contento de haberle dado la vida del alma, por dar honra a su cuerpo muerto, con gran celo y fervor le hurtó y sepultó. El juez que se llamaba Paulino, visto lo que Vidal había dicho y hecho, y entendiendo que era cristiano, le amonestó blandamente que dejase aquella nueva
secta, y siguiese la antigua religión de los romanos. Burlóse Vidal de las palabras de Paulino, el cual le mandó luego atormentar en el ecúlea donde fueron despedazadas sus carnes y descoyuntados sus miembros, y p ro . bada su fe y su paciencia: y como todo esto no bastase para trocarle y ablandar su pecho fuerte, ordenó que lo llevasen al mismo lugar donde había sido ajusticiado Ursicino, y que hiciesen en él una hoya m u y grande, y le echasen v i v o en ella, y la llenasen de tierra y piedra: lo cual ejecutaron a la letra los verdugos, y murió el
glorioso mártir ahogado y sepultado vivo, entregando con este linaje de cruel martirio su triunfante espíritu al Criador. Conservanse las sagradas reliquias de este santo en un magnífico sepulcro de una iglesia que se le dedicó en Ravena, y que es uno de los templos más hermosos del mundo: y parte de ellas se veneran en Bolonia y en Praga.
Reflexión: Dio el bárbaro tirano contra san Vidal aquella sentencia de horrorosa muerte, a persuasión de un sacerdote de Apolo, en el cual luego que expiró el santo mártir, entró el demonio y le comenzó a atormentar tan terriblemente, que daba gritos y decía: «¡Quémasme, Vidal! ¡enciéndesme, Vidal!* y como padeciese siete días este tormento, no pudien-do más sufrir el fuego interior que le abrasaba, se ochó en un río y se ahogó. Donde se ve el castigo del mal consejo que había dado aquel mal hombre contra nuestro santo; el cual por el contrario, mereció la palma de los mártires por el buen consejo que había dado a Ursicino ayudándole a morir por el Señor. Procuremos pues aconsejar siempre cosas buenas y santas: ya que de los buenos consejos podemos esperar la recompensa de Dios, y ' d e los malos consejos solo podemos esperar el daño y castigo, que no pocas veces recae aun en esta vida sobre la cabeza de los que aconsejaron a otros lo que era inicuo.
Oración: Suplicárnoste, Señor todopoderoso, que los que celebramos el nacimiento a l cielo de tu bienaventurado mártir Vidal, seamos por su intercesión fortificados en el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Hugo, abad de Cluni. — 29 de abril. ( t 1109.)
El glorioso y venerable abad de Cluni, san Hugo, nació en Se-mur, de u n a ilustre y antigua familia de Borgoña. Su padre llamado Dalmacio era señor de Se-mur, y su madre Aremberga, descendiente de la antigua casa de Vergi. Quería el padre que su hijo Hugo siguiese, como, noble, la carrera de las armas, pero sintiéndose él m á s inclinado di retiro y a la piedad q u e a la guerra, recabó licencia para ir a cultivar l a s letras humanas en Chálon-sur-Saóne, donde la santidad de los monjes de Cluni, gobernados por el piadoso abad Odilón, le movió a dar libelo a todas las cosas de la tierra, y a tomar el hábito en aquel célebre monasterio. Hizo allí tan extraordinarios progresos en las ciencias y virtudes, que mereciéndose la fama de su eminente santidad, sabiduría y prudencia por toda Europa, el emperador Enrique le nombró padrino de su hijo; y Alfonso rey de España, hijo de Fernando, acudió a él para librarse de la prisión en que le tenía su ambicioso hermano Sancho, lo cual recabó el santo con su grande autoridad, y también puso íin a las querellas del prelado de Autún y del duque de Borgoña que devastaba las posesiones de la Iglesia. Y no fué menos apreciado de los sumos pontífices, por su rara • prudencia y santidad: nombróle León IV para que le acompañase en su viaje a Francia, y su sucesor Víctor II previno al cardenal Hildebrando, después Gregorio VII, que le tomase por socio y consejero en la legacía cerca del rey de los franceses; Esteban X eme sucedió a Víctor, le llamó cabe sí, y auiso morir en sus brazos, y el gran pontífice Gregorio VII se aconsejaba de este santísimo abad de Cluni en todos los negocios más graves de la cristiandad. Es increíble lo mucho que trabajó este santo en la viña del Señor, edificándola con sus heroicas virtudes, defendiéndola de sus enemigos, y acrecentándola c o n su celo apostólico. Finalmente después de haber fundado el célebre monasterio de monjas de Mareig-ni, y echado los cimientos de la magnífica iglesia de Cluni, lleno de días y merecimientos falleció en la paz del Señor a la edad de ochenta y cinco años.
Rflexión: Entre las muchas cartas de san Hugo, se halla una escrita a Guillermo el Conquistador, el cual le había ofrecido para su monasterio cien libras por cada monje que le enviase a Inglaterra. Respóndele el santo abad «que él daría la misma suma por cada buen religioso que le enviasen para su monasterio,, si fuese cosa que se pudiese .comprar;*, en cuyas palabras manifestaba el temor de que se relajasen los monjes que enviase a Inglaterra no pudiendo vivir allí en monasterios reformados. Y si todas estas preocupaciones juzgaba el santo necesarias para conservar la virtud de aquellos tan fervorosos monjes, ¿cómo imaginamos nosotros poder estar seguros de no perder la gracia divna, si temerariamente nos metemos en medio de los peligros y lazos del mundo? Quejanse muchos de las tentaciones que padecen, y murmuran de la Providencia por los recios y continuos combates que les dan los tres enemigos del alma, mundo, demonio y carne: pero día vendrá en que Dios se justifique recordándoles que ellos mismos se metían las más de las veces en las tentaciones, y haciéndose sordos a Jas voces de la gracia y de la conciencia, se ponían voluntariamente en las ocasiones de pecar, y se rendían a sus mortp.les enemigos.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos recomiende delante de Ti#la intercesión del bienaventurado Hugo, abad; p*ara que alcancemos por su patrocinio, lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Catalina de Sena, virgen. — 30 de abril. (t 1380)
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La bienaventurada virgen santa Catalina de Sena, esposa regalada de Jesucristo, nació en la ciudad de Sena, de padres virtuosos, que solo tenían lo necesario para pasar la vida. Desde su más tierna infancia comenzó a resplandecer en ella la gracia de Dios; y apenas tenía cinco años, cuando subiendo o baiando alguna escalera de su casa se arrodillaba en cada escalón y decía el Ave María. Siendo de seis años tuvo ya una visión celestial en que Jesucristo le echó su bendición, quedando ella t a n transportada, que su hermano no podía volverla en sí. Algunas niñas se le juntaban con deseo de oir sus dulces palabras, y ella las ¡enseñaba y se encerraba con ellas y hacía que se disciplinasen en su compañía. A ios siete años hizo votos de perpetua virginidad, y cuando más tarde siendo de edad, la apretaban sus padres para que se casase, ella se cortó el cabello, que le tenía por extremo hermoso, por lo cual se enojaron mucho y la mandaron a las cosas de la cocina en lugar de la criada; mas como un día la hallase el padre orando en el rincón de un aposento y viese sobre su cabeza una blanca paloma, le otorgó su permiso para dejar las cosas del mundo y tomar el hábito de las Hermanas de Penitencia, que le había ofrecido en una admirable visión el glorioso santo Domingo. Después que se vio plantada en e l jardín de la religión, fueron tan extraordinarias sus virtudes y tan excelentes sus donds celestiales, que no hay palabras" con que puedan explicarse. Tratábala Jesucristo su ¡esposo tan familiarmente, que siempre estaba con ella. Dábale algunas veces la sagrada comunión de su cuerpo y sangre; una vez le dio s
beber de su costado, y en otra maravillosa aparición le puso en su lado izquierdo su Corazón divino, dejándole en la misma parte una prodigiosa herida. Adornóla además con toda suerte de gracias y prodigios, y eran tantas las gentes que venían a verla y con sola su presencia se compungían, que el sumo pontífice dio al confesor de la virgen y a dos compañeros suyos amplia facultad de absolver a los que luego se querían confesar: y por ser tan grande la fama de sus virtudes,. Gregorio XI y Urbano VI, se sirvieron de ella en negocios gravísimos de la cristiandad, y
la enviaron por embajadora suya. Finalmente a la edad de treinta y tres años murió diciendo aquellas palabras de Je sucristo: Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Reflexión: Un día ss apareció Jesucristo a esta santa llevando dos coronas en ías manos, una de oro finísimo y otra de espinas y le dijo que escogiese cual quería. «¡Señor! respondió ella, yo quisro en esta vida la que escogisteis para Vos» y diciendo esto tomó la de espinas y se la puso tan apretadamente en su cabeza, que luego sintió grandes dolores. Por esta causa se representa la imagen de santa Catalina de Sena coronada de espinas. Imitémosla nosotros, llevando siquiera con paciencia los trabajos que nos envía el Señor y las cruoss con que se digna probar nuestra fidelidad. Si el divino Redentor se te apareciese, y te ofreciese la cruz de esos trabajos que padeces, ¿no la abrazarías con mil acciones de gracias? Pues entiende que es voluntad suya que la lleves siquiera con paciencia y resignación, para que asemejándote en algo a tu soberano modelo crucificado, puedas después gozar con El en la gloria.
Oración: Concédenos, oh Dios todopoderoso, que pues celebramos el nacimiento al cielo de tu bienaventurada virgen Catalina, nos alegremos santamente con su anual solemnidad y nos aprove- t chemos del ejemplo de su eminent» virtud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Felipe y Santiago el Menor, apóstoles. — 1- de mayo. (t 54 y 62)
El glorioso apóstol de Cris+o san Felipe fué natural de Betsai-da, donde nacieron asimismo san Andrés y san Pedro. Luego que san Felipe conoció a Cristo, comenzó a hacer oficio de apóstol, que es traer a otros al conocimiento y amor de Dios; y así trajo a Natanael a Cristo, de quien dijo el Señor que era verdadero israelita y hombre sin doblez ni engaño. Antes de hacer nuestro Señor el gran milagro de la multiplicación de los panes en el desierto, preguntó a Felipe de dónde comprarían pan para sustentar a aquella gran muchedumbre de pueblo, para darnos a entender con su respuesta la falta de pan que había, y la grandeza del milagro del Señor. Después de la resurrección de Lázaro algunos gentiles vinieron i ver a Jesucristo, y tomaron por medio a san Felipe, declarándole su deseo, y Felipe y Andrés lo dijeron al Señor, el cual hizo gracias al Padre Eterno porque ya los gentiles comenzaban a conocerles. En a-quel soberano sermón que el mismo Señor hizo a los apóstoles después de la sagrada cena, le dijo san Felipe: «Señor, mostradnos al Padre»; y de estas palabras tomó ocasión el Señor para revelarnos altísimos misterios de su divina naturaleza. Después de la venida del Espíritu Santo, cupo a san Felipe la provincia del Asia superior, en la cual predicó el santo Evangelio; de allí pasó a la Esci-tia y últimamente a la ciudad de Hiera-polis, donde los gentiles adoraban por dios una víbora, y donde echaron mano al santo apóstol, y después de haberle azotado ásperamente, le crucificaron y mataron a pedradas.
Celebramos hoy también la memoria del apóstol Santiago el Menor, que nació en Cana de Galilea, el cual es llamado hermano del Señor, conforme a la costumbre de los hebreos que llamaban hermanos a los que eran primos, y por haber sido llamado al apostolado después de Santiago hermano de san Juan, se llama Santiago el Menor. Era apellidado también con el nombre de Justo, porque su vida era un retrato del cielo, y en las facciones del rostro se parecía a Cristo, y así muchos cristianos venían a Jerusalen •a ver a Santiago. Nunca comió carne ni bebió vino, y de estar de rodillas, las tenía duras como de camello; jamás con
sintió que se le cortase el cabello, -ni quiso bañarse ni ssr ungido con óleo. Era tan grande la opinión que tenían los judíos de su santidad, que a él solo le dejaban entrar en el saricta sanctorum. Nombróle san Pedro obispo de Jerusalen y en el primer concilio que allí se celebró dijo su parecer después de san Pedro. Finalmente, después de haber gobernado la Iglesia de Jerusalen por espacio de treinta años, por haber predicado a Jesucristo en el Templo, los fariseos, bramando como leones, tomaron piedras contra él, y le arrojaron del lugar eminente en que predicaba: y mientras levantaba las manos al cielo rogando por sus enemigos, uno de ellos le dio con una pértiga en la cabeza, esparciéndole los sesos por el suelo.
Reflexión: Esta fué la recompensa que llevaron los santos apóstoles de Jesucristo: padecer y morir por el Señor. ¿No vale más esto que todos los demás bienes del mundo? Y por eso nos enseña el mismo Santiago en su epístola canónica, el gran bien que se encierra en las adversidades y tribulaciones cuando se llevan con paciencia, y nos exhorta a gozarnos en gran manera, cuando somos tentados y probados con muchas y varias aflicciones del Señor. Lo que nos cuesta es lo que vale, ,y lo que vale es lo que se premia con eterna gloria.
Oración: Oh Dios, que cada años nos alegras con la solemne feftividad de tus apóstoles Felipe y Santiago, concédenos tu gracia para imitar los ejemplos de aquéllos, de cuyos merecimientos nos regocijamos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
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San Atanasio, patriarca de Alejandría. — 2 de mayo. (t 373)
Juliano el Apóstata y Valente como enemigos de Dios. Escribió el símbolo que llaman de Atanasio, el cual como regla certísima de nuestra santa fe ha sido recibido y usado de toda la Iglesia. Padeció largos destierros; cinco mil hombres de guerra entraron para prenderle en su iglesia, y tuvo que esconderse en los yermos, en una cisterna, donde estuvo seis años, y hasta en la misma sepultura de su padre. Cuando volvía a su Iglesia, recibíanle como si viniera del cielo, y era tal el fruto de su predicación y ejemplo, y tan grande la porfía en las gentes sobre el darse a la virtud, que como él mismo escri
be, cada casa y cada familia parecía una iglesia de Dios. Así ilustró y defendió la fe cristiana durante medio siglo, y acabó su vida en santa vejez hasta que el Señor fué servido de llevarle para sí y darle el galardón de sus largos trabajos.
Reflexión: En la vida de este santo se ve la firmeza que el verdadero católico debe tener en todo lo que toca a la pureza y entereza de nuestra santa rligión; y los embustes y artificios que usan los herejes para contaminarla y corromperla, valiéndose del favor de los malos príncipes, los cuales, aunque algunas veces por razón de estado, favorecían a Atanasio, pero nuestro Señor que quiere ser servido de los príncipes con verdad, al cabo los castigó, a Constancio con una apoplejía, a Juliano con una saeta, y a Valente con haberle quemado los bárbaros en una choza; pero san Atanasio quedó triunfador de estos infelices tiranos y de todos los herejes que con tan porfiada rabia y crueldad le persiguieron. Seamos, pues, como este gloriosísimo doctor fieles a Dios, y a su santa Iglesia, y el Señor nos esforzará de manera que toda la potencia de nuestros enemigos no podrá prevalecer contra nosotros.
Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas benigno las súplicas que te hacemos n la solemne fiesta de tu bienaventurado confesor y pontífice Atanasio, y que por los méritos de aquel que te sirvió con tanta fidelidad, nos libres de nuestros pe% cados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El valeroso defensor de la fe católica san Atanasio, nació de nobles padres en Alejandría, para ser una de las más br illantes lumbreras del orbe cristiano. Acabados sus estudios, retiróse por algún tiempo en el yermo, donde conversó con san Antonio abad, a quien dio dos túnicas para el abrigo y reparo de su cuerpo. Era todavía diácono cuando asistió al gran concilio de Nicea, donde confundió al mismo Arrio en las disputas que tuvo con él; y habiendo fallecido cinco meses después del concilio san Alejandro, obispo de Alejandría, fué elegido Atanasio por común consentimiento de todo el pueblo. Los herejes que ya le conocían, se hicieron a una para derribarle, y en el conciliábulo de Tiro, entre otros cargos, le acusaron de haber violado una mujer, la cual, por persuasión de los arríanos y dineros que ie dieron, exclamaba allí que habiendo hospedado a Atanasio, le había quitado por fuerza la virginidad. Pero luego se conoció el embuste de la mala hembra, porque Timoteo, presbítero de Atanasio, fingiendo que era él mismo Atanasio, le dijo: «Di, mujer, ¿yo fui huésped en tu casa? ¿Yo he mancillado tu castidad?». Y como ella respondiese a grandes voces y con muchas lágrimas fingidas que sí, y lo jurase, y pidiese a los jueces que le castigasen, vino a descubrirse toda aquella maraña, y paró en risa aquella acusación. Es imposible decir las calumnias y persecusiones que armaron los herejes contra este santísimo patriarca. Cuatro emperadores le persiguieron: Constantino Magno con buen celo, pensando que acertaba, y Constancio su hijo,
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La invención de la santa Cruz. — 3 de mayo. (Año 326 de J. C.)
La bienaventurada santa Elena, madre del emperador Constantino, visitando a la edad de ochenta años los santos lugares, consagrados con la vida y sangre de Cristo, movida por divina inspiración, quiso buscar la santa cruz de nuestro Redentor adorable. Hallábase muy congojada y perpleja porque nadie podía decir dónde estaba, y los inmundos gentiles habían puesto en el Calvario un ídolo de Venus para que ningún cristiano se acercase para hacer oración en aquel sagrado lugar. Mas como fuese costumbre de los gentiles, cuando hacían morir por justicia algún hombre fascineroso, enterrar los instrumentos del suplicio junto al lugar donde se sepultaba el cuerpo, mandó santa Elena cavar cerca del sepulcro del Señor, y al fin se hallaron allí tres cruces, y el título de la cruz de Cristo tan apartado que no podía declarar cuál de aquellas cruces fuese la del Señor. En esta perplejidad el patriarca de Jerusalén, san Macario, que allí estaba, mandó hacer oración, y luego hizo traer allí una mujer tan enferma que los médicos la t e nían por deshauciada. A ésta mandó aplicar la primera cruz y la segunda, sin verse fruto alguno, y aplicándole la tercera, repentinamente quedó del todo sana y con enteras fuerzas. Con este milagro ceso la duda y se entendió que aquella era ia cruz de nuestro Salvador. Increíble fué el gozo de santa Elena, la cual hizo gracias al Señor por tan señalado regalo y beneficio, y mandó edificar un suntuoso templo en aquel mismo lugar, donde dejó parte de la cruz ricamente engastada y adornada, y la otra parte con los clavos envió a su hijo el emperador Constantino, el cual mandó ponerla en un templo que labró en Roma, y que después se llamó Santa Cruz de Jerusalén. Ordenó además que desde entonces ningún malhechor fuese crucificado, y que la cruz que hasta aquel tiempo era el más vil e ignominioso suplicio, fuese de allí adelante la gloria y corona de los reyes, y así trocó las águilas del guión imperial por la cruz, con ella mando batir monedas y poner un globo del mundo en la mano derecha de sus es-jtatuas y sobre el globo la rauma cruz, para que se entendiese que el mismo mundo había sido conquistado por la santa Cruz
de nuestro Redentor Jesucristo, y que esta misma cruz había de ser el escudo y defensa de la república cristiana.
Reflexión: La Iglesia celebra hoy esta fiesta para enseñarnos a reverenciar el te soro divino de la santa Cruz, en el cual está la salud, la paz, la verdadera sabiduría, la justicia y la santificación del género humano. Declarando Tertuliano la costumbre que tenían los cristianos en santiguarse y armarse de la señal de la cruz, dice: «En todos los pasos que damos, en nuestras entradas, en nuestras salidas, cuando nos calzamos, cuando nos lavamos y nos ponemos a la mesa, cuando nos sentamos y nos traen lumbre y nos acostamos, y finalmente en todas nuestras acciones continuamente hacemos la señal de la cruz en la frente.». Notables palabras son éstas, que manifiestan la santa costumbre de los cristianos más antiguos y fervorosos. ¿Por qué no hemos de imitarles, haciendo también con toda reverencia la señal de la cruz al levantarnos y acostarnos, en la tentación, y al comenzar cada una de nuestras obras, al comenzar algún viaje y en tantas otras ocasiones o peligros en que tenemos harta necesidad de la ayuda y favor del cielo?
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Oración: Oh Dios, que en la invención de la saludable cruz, renovaste los milagros de tu pasión, concédenos que por el valor de aquel leño de vida, alcancemos eficaz socorro para lograr "a v:Í2 p<=»"du-rable. Por Jesucristo, iraesiro Señor. Amén.
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Santa Mónica, viuda, madre de san Agustín. — 4 de mayo. (t 387)
oraciones de su buena madre, ia cual se determinó de pasar el mar y buscarle por Italia., Hallóle m Milán, a donde había sido enviado de Roma para enseñar re tórica, y en aquella ciudad, con la comunicación y sermones de san Ambrosio, se convirtió y bautizó, a los treinta y cuatro años de edad. Volviendo, pues, santa Mónica muy consolada y alegro con su hijo san Agustín, pava África, y habiendo llegado a la ciudad de Ostia aguardando embarcación, hablando a solas con su hijo del amor y deseo de las cosas celestiales, le dijo que .nuestro Señor le había cumplido su deseo de verle critsiano, y cayó
luego enferma tan gravemente, que a los nueve días pasó de esta vida mortal a .a vida perdurable, siendo de edad de cincuenta y seis años. Desde que murió esta santa se hizo memoria de ella con singular veneración en toda la Iglesia.
Reflexión: De su madre, dice san Agustín, que gobernaba su casa con gran piedad, ejercitándose continuamente en loables cbras, que criaba sus hijos en el temor de Dios, regenerándoles tantas veces, cuantas ellos se apartaban del camino de la virtud, que era muy amiga de hacer amistades entre las personas que se tenían mala voluntad, y que nunca refería cosa que hubiese oído de los unos a los otros, procurando en todo unir los corazones desunidos y quitarles la amargura del odio con la dulzura de la santa caridad. Tengan presente este ejemplo todas las madres y señoras cristianas, para que sus familias sean un cielo de paz, y críen sus hijos, no para ser unos condenados del infierno, sino para verles gozar de su gloriosa compañía en la gloria. Y si se apartaren, como san Agustín en su mocedad, del camino del bien, no cesen como santa Mónica, de rogar por ellos al Señor, hasta lograr su conversión.
Oración: Oh Dios, consuelo de los afligidos y salud de los que en ti esperan, que atendiste misericordiosamente a las piadosas lágrimas de la bienaventurada Mónica en lá conversión de su hijo Agustín, concédenos por la intercesión de entrambos que lloremos nuestros pecados y hallemos el perdón de ellos^ en tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén
Santa Mónica, gloriosa madre de san Agustín, fué de nación africana e hija de padres cristianos, que la criaron con toda honestidad y virtud. Siendo niña levantábase de noche a rezar las oraciones que su madre Facunda la enseñaba, y era tan amiga de hacer limosna, que de su propia comida quitaba parte para dar a los pobres. Deseó perseverar en virginidad; pero condescendió con la voluntad de sus padres, que la casaron con un varón llamado Patricio, el cual, aunque era hombre noble, era gentil. Tuvo mucho que sufrir con él santa Mónica, mas fué tal su prudencia, sufrimiento y buen término, que no solo ablandó el carácter áspero y colérico del marido, sino que también le ganó para Jesucristo. Más le costó rendir a su propio hijo san Agustín, porque siendo mozo se enredó en los vicios y liviandades y en los desatinos de los herejes Mani-queos, y la santa madre derramaba ríos de lágrimas por su hijo, y clamaba de día y
' de noche sin cesar al Señor, suplicándole que le sacase de aquella profundidad de errores y torpezas en que estaba. Era esto de manera que no podía reposar ni sosegar en espíritu, y así acudiendo una vez a su santo obispo, rogándole que le enseñase y convenciese, el buen obispo la consoló diciendo: «Por vida vuestra, señora, que no es posible que perezca un hijo de tantas lágrimas.». Quiso san Agustín dejar 'la ciudad de Cartago, donde leía retórica y pasar a Roma para valer más. Procuró ia santa estorbárselo por todos los medios que pudo; y en fin él la engañó y se fué a Roma, donde tuvo una grave enfermedad, de la cual le libró el Señor por las
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San Pío V, papa y confesor. — 5 de mayo. (t 1572)
El gran pontífice de la Iglesia, Pío V, de nombre Gisleri, fué natural de Bosco, villa del estado de Milán, y nació de padres pobres en una humilde choza. Acertando a pasar por sus pueblos" dos religiosos de santo Domingo y viendo al niño Miguel, que así se l lamaba, se le aficionaron por ver sa buena inclinación y Miguel se aficionó a ellos; y así le llevaron consigo al convento de Voguera, de la provincia de Lombardía.
Terminados sus estudios fué nombrado sucesivamente, prior de varios conventos, obispo de Nepi, cardenal, y finalmente, soberano pontífice. Las ropas interiores que traía eran pobres y remendadas, la estameña de las camisas era de ia más áspera, y su mesa era tan parca como la de un pobre oficial. Cuatro mil escudos gastaba cada año en casar huérfanas; visitaba él mismo los hospitales, y a sus deudos más cercanos los dejó en el estado en que los halló. Con cien mil ducados de gasto, resucitó en Roma el arte de tejer lanas para desterrar las telas de ios extranjeros que sacaban el dinero de la ciadad. Ofrecía un homicida diez mil ducados por librarse de la muerte a que estaba ya condenado, y respondió san Pío: «Si con dinero se rescatase la vida, las penas sólo se hicieran para los pobres». Reformó el sacro Palacio y la ciudad de Roma, limpió de foragidos la Italia, solicitó que se coligasen los príncipes de Italia y España para hacer guerra contra los hugonotes, socorrió a Flandes contra los re beldes a su Dios y a su rey, declaró a la reina Isabel de Inglaterra por hereje, absolviendo a sus subditos del juramento de fidelidad, esforzó a la reina de Escocia a la constancia en la fe, pacifió la Polonia. y procuró unir a los príncipes cristianos contra los turcos, y por las oraciones del santo pontífice se alcanzó la insigne y milagrosa victoria naval de Lepan te Finalmen te , hizo en seis años de pontificado lo que era bastante para llenar un siglo; y a los setenta y ocho años de edad recibió la corona inmortal de sus heroicas virtuces, apareciéndose a santa Teresa de Jesús, con grande gloria y de camino para el cielo. Enterránronle en la capilla de san Andrés, donde grabaron este epitafio
jen marmol: «Pío V, pontífice, restaurador de la religión y honestidad, establece-dor Je la rectitud y justicia, renovador de
la disciplina y costumbres, defensor de la cristiandad. Habiendo dado leyes saludables, conservado a la Francia, coligado a ios príncipes y conseguido victoria de los turcos; en heroicos hechos e intentos en gloria de paz y guerra: Máximo, Pío, Feliz y Óptimo Príncipe.».
Reflexión: La noche en que estaban una t n frente de otra las armadas de don Juan de Austria y de Selim, ordenó el santo Pontífice que en todas las iglesias de Roma se continuasen las oraciones toda la noche, y el domingo se siguiesen unas a otras. Estuvo él toda la noche en oración delante de un crucifijo y toda la mañana del domingo, hasta que sentándose a comer, de repente se levantó de la mesa y se puso en una ventana de su palacio, donde estuvo mirando al cielo más de una hora. Al fin, dijo a sus domésticos con grande alegría: Los nuestros han peleado bien y vencido al turco. Vamos a dar gracias a Dios. Notóse el día y la hora en que dijo esto, y hallóse después ser la misma hora de la batalla y victoria. Mira cuan poderosa es la oración de un santo, que fué sin duda gran parte para que librase el Señor a toda la cristiandad del poder de sus enemigos.
Oración: Oh Dios, que te dignaste elegir por pontífice máximo al bienaventurado Pío V para destruir a los enemigos de tu Iglesia, y para reparar el culto divino, defiéndenos con tu protección para que libres de las acechanzas de nuestros enemigos gocemos en tu servicio de una paz perpetua y estable. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan, ante Portam Latinam. — 6 de mayo. (Año 92)
maba Pathmos, donde el glorioso evangelista tuvo las grandes ' revelaciones que escribió en el sagrado libro del Apocalipsis, que, como dice san Jerónimo, tiene tantos misterios como palabras. Estuvo san Juan en este destierro hasta la muerte de Domicia-no, y en este tiempo convirtió » aquellos isleños de Pathmos a la fe de Cristo. Luego que mataron en Roma a Domiciano, con el aborrecimiento que todos le t e - . nían, el senado revocó sus decretos y condenaciones, y con esto el santo evangelista volvió de su destierro a Asia, y fué recibido por los cristianos como si viniera del cielo, mirándole como a após
tol tan querido del Señor, y como a profeta y mártir que había padecido por El, y a quien no había faltado la voluntad y ocasión de morir por Cristo, sino el efecto de la muerte que no le quiso conceder el Señor para que escribiese después el sagrado Evangelio, y volase como águila a lo más alto del cielo para declararnos la eterna generación del Verbo divino. Del martirio de san Juan hacen mención Tertuliano y san Jerónimo.
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Reflexión: San Juan evangelista es el único apóstol que no murió márt ir ; pero mira con qué generoso corazón se ofrecía a la muerte, entrando en la caldera con. aceite hirviendo. ¿Quién no recibirá pues con toda confianza el divino Evangelio que escribió? ¿Quién rehusará darle fe después de habernos él dado su ilustre testimonio por estas palabras: «Os anunciamos lo que hemos visto por nuestros ojos, lo que hemos oído por nuestros oídos, lo que hemos palpado con nuestras manos acerca del Verbo de eterna vida, a fin de que creyendo en él alcancéis la vida eterna?». Quien menosprecie este testimonio, merece ser despreciado; quien lo repruebe, merece ser eternamente re--probado.
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Oración: Oh Dios, que estáis viend nuestra turbación por las calamidades que por todas partes nos rodean, suplicárnoste nos concedas que seamos defendidos de ellas por la gloriosa protección de tuv apóstol y evangelista san Juan. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
Celebra en este día la santa madre Iglesia la fiesta de san Juan de Porta Latina, y en ella el asombroso martirio que padeció el discípulo amado del Señor junto a una puerta de Roma, llamada Latina, por salirse por ella a los pueblos del Lacio. Estaba el gloriosísimo san Juan Evangelista en la ciudad de Efeso gobernando las iglesias de Asia, cuando en la persecución de Domiciano fué preso y a pesar de su mucha edad le llevaron a Roma, donde por no querer obedecer a Domiciano y adorar los falsos dioses, fue condenado a ser echado en una tina de aceite hirviendo, para que con aquel tormento acabase su dichosa vida. Señalóse el día para hacer este sacrificio, que fué el 6 de mayo. Estuvo el senado presente en el espectáculo, al cual concurrió toda la ciudad por la gran fama del santo apóstol, y habiéndole primero azotado, como era costumbre de los romanos con los que condenaban a muerte, lo desnudaron y echaron en la tina de óleo hirviendo que allí tenían dispuesta. Entró con grande alegría y seguridad el glorioso evangelista, acordándose que Cristo nuestro Señor le había dicho a él y a su hermano Santiago que beberían el cáliz de su pasión; mas el Señor obró entonces un maravilloso prodigio que espantó a toda la ciudad; porque las llamas perdieron su fuerza y el aceite que ardía se convirtió en un rocío del cielo ;• y aunque se abrasaron algunos de los ministros impíos que atizaban el fuego, el venerable apóstol de Cristo salió resplandeciente, como suele salir el oro fino
• Mandóle después el emperador a una isla apartada que se 11a-
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San Estanislao, obispo y mártir. — 7 de mayo. ( t 1079)
El maravilloso obispo y glorioso mártir san Estanislao, nació da noble familia en la ciudad de Cracovia, cabeza del reino de Polonia, y como fuese de grande habilidad e ingenio para todo género de letras, llegó a la dignidad de canónigo y después a la de obispo de Cracovia, cuya mitra sólo aceptó por no resistir a la voluntad divina. Era en aquella sazón rey de Polonia, Bolés-lao, el cual, habiéndose estragado y dado a todo género dé vicios, se convirtió en una bestia, no sólo carnal, sino también fiera y cruel y derramadora de sangre humana. Parecíale a san Estanislao que tenía obligación de avisarle, lo cual hizo con humildad y gran modestia; mas con la amonestación salió fuera de sí el rey y determinó perderle. Había comprado el santo obispo para su iglesia cierta heredad de un hombre rico llamado Pedro, el cual hacía tres años que era ya muerto, y los herederos del difunto, por dar gusto al rey, pusieron pleito al obispo diciendo que aquella heredad era de ellos. Vióse el negocio delante del rey, y como al obispo le faltasen los documentos necesarios para probar la compra, f"é condenado y obligado a restituir la heredad. Entonces pidió tres días de tiempo, en los cuales ayunó, veló y oró con gran fervor. Fuese después a la sepultura donde Pedro estaba enterrado, e hizo quitar la losa que estaba encima y cavar la t ierra, y descubrir el cuerpo; y tocándole con el báculo pastoral le mandó que se levantase. Al punto obedeció el muerto,.y siguió al santo hasta el tribunal, donde estaba el rey, y allí atestiguó que el santo obispo le había pagado enteramente el precio de la heredad. Quedaron atónitos y helados, así el rey como los adversarios del obispo, el cual acompañó de nuevo al resucitado á la sepultura. Y como a pesar de todo, se revolcaba el rey en el cieno de sus torpezas y se relamía en la sangre inocente de sus vasallos, excomulgóle el sanio obispo, y el tirano envió sus ministros a la iglesia para matarle; mas espantados con una súbita y excesiva luz del cielo, cayeron en tierra. Y lo mismo sucedió la regunda y tercera vez a otros sayones que jnandó el rey; el cual, finalmente, por sus propias manos se hizo verdugo, dando con la espada un golpe tan terrible en la cabe
za del santo obispo, que los sesos se es parcieron por el suelo. Así murió el sant> obispo de Cracovia. El cruelísimo rey. aborrecido de todos, huyó a Hungría, don de al poco tiempo yendo a caza cayó del caballo, murió desastrozamente y fué, co mido por los perrSs.
* Reflexión: ¿A quién no convirtiera u n
milagro tan ilustre y tan evidente come el que hizo el santo a los ojos de Boles-lao? ¿Qué pecho tan duro y empedernido-podía haber que no se ablandase y enmendase viendo un hombre resucitado? Mas estaba el corazón del rey tan abrasado con sus vicios y tan encenagado en sus. deshonestidades, que todo esto no basta para reducirle y rendirle a Dios. El Señor te libre ,de estas malas pasiones; mortifícalas con sumo cuidado, porque tiranizan al hombre y le pierden en esta vida y en la otra. Dice san Ligono: «Todos los adultos que se condenan, caen en el infierno con estos vicios o por estos vicios.»-El remedio más eficaz para vencer a este enemigo mortal de infinitas almas ya sabes cuál es: huir de las ocasiones y r e chazar con gran valor y fortaleza las tentaciones. En este género de combate el vencedor es el que huye, y aquel triunfa siempre que sabe huir de la batalla.
Oración: Oh Dios, por cuya honra murió el glorioso pontífice Estanislao al fii> de la espada de los impíos, rogárnoste nos concedas que todos los que imploran su amparo, consigan el saludable efecto de su petición. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Í3T
La aparición de san Miguel Arcángel. — 8 de mayo. (Año 492)
Así como la divina bondad ha dado a su Iglesia por príncipe y defensor al glorioso san Miguel Arcángel como antes le había dado a la Sinagoga, así también ha querido en diversos lugares y tiempos obrar cosas maravillosas por intercesión y ministerio de este bienaventurado príncipe de la Iglesia. Muchas han sido las apariciones de san Miguel Arcángel y muchos templos le han sido consagrados, así en Oriente como en Occidente, pero la más ilustre y señalada anarición es la que sucedió en el monte Gárgano en la provincia de la Pulla, del reino de Ñapóles. Porque siendo pontífice Gelasio, primero de este nombre, un hombre rico tenía grandes manadas de ganado mayor, y como de una de ellas se desmandase un toro, buscáronle y le hallaron al cabo de algunos días dentro de una cueva. Tiráronle una saeta la cual se volvió del medio del camino contra el que la había tirado y le lastimó. Turbáronse los presentes y asombráronse entendiendo que allí había algún secreto y oculto misterio. Acudieron al obispo de Siponto, para que le declarase. El obispo mandó que todos ayunasen e hiciesen oraciones por tres días para implorar la gracia del Señor, y al cabo de ellos, le apareció san Miguel y le declaró que #quel lugar donde se había recogido el toro estaba debajo de su tutela y que la voluntad de Dios era que en aquella cueva se fabricase un templo en honra suya y de todos los ángeles, asegurándole que en aquel sitio experimentarían los pueblos la eficacia de su celestial protección. Movido el santo prelado por la soberana aparición y promesa del glorioso Arcángel, juntó al
clero y al pueblo, les declaró la visión que había tenido, y fué en procesión al sitio donde había sucedido el milagro. Encontraron en él una caverna muy grande y en forma de templo, con su bóveda natural harto elevada, y sobre la puerta una como ventana abierta en la misma peña, por donde entraba la luz. Erigieron un altar, consagróle el obispo, y celebró allí el santo sacrificio de la misa, y más tarde se hizo la dedicación de la iglesia con mayor solemnidad y devoción, concurriendo a ella todos los pueblos de la comarca, y duró la fiesta muchos días. No tardó el Señor en manifestar allí la gloria y va
limiento del poderoso arcángel san Miguel por cuyos merecimientos ha obrado Dios nuestro Señor después acá, muchos milagros en aquel templo, mostrando que se sirve de que san Miguel sea allí singularmente reverenciado, y por esta causa ha sido siempre tenido por un santuario de gran concurso y veneración.
Reflexión: Leemos que san Romualdo, fundador de la orden de la Camáldula, ordenó a Otón, emperador, que fuese en romería a pie y descalzo desde Roma al monte Gárgano a visitar el templo de san Miguel, en penitencia de haber mandado o consentido matar a Crescencio, hombre principal, habiendo dado antes su palabra de que no le mataría. Cumplió el emperador aquella penitencia con grande humildad y edificación de los fieles, los cuales, a ejemplo del monarca frecuentaban aquel lugar santo en sus piadosas romerías. Imitemos también nosotros estas peregrinaciones a los devotos santuarios, porque en nuestros tiempos son muy necesarias para vencer la impiedad y restaurar la devoción cristiana y alcanzar del Señor extraordinarias bendiciones sobre las familias y los pueblos.
Oración: Oh Dios, que con orden maravilloso dispones de todos los ministerios de los ángeles y de los hombres, concédenos benignamente que sea nuestra vida defendida en la tierra por aquellos soberanos espíritus que te asisten siempre en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor". Amén.
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San Gregorio Nazianzeno. — 9 de mayo. (t 389)
San Gregorio Nazianzeno, llamado por excelencia el Teólogo, fué natural de Nazianzo, ciudad de Capadocia. Su padre fué obis-* po de su misma ciudad, su hermano fué san Cesáreo, y su hermana santa Gorgonia. Estudió la elocuencia y filosofía en Atenas, donde trabó tal amistad con san Basilio, condiscípulo suyo, que parecían los dos un alma y un corazón. Mas no quiso acompañarse jamás con Juliano el Apóstata, que había venido a aquella universidad al estudio de las buenas letras, poraue desde entonces adivinó cuan pernicioso había de ser a toda la república si Dios 7e daba el cetro de ella. Después de haber enseñado elocuencia con grande loa, retiróse con su amigo Basilio al desierto del Ponto, donde los dos vivían como ángeles; mas al fin dejaron su amada soledad para defender la religión católica; y Gregorio procuró que eligiesen a Basilio por obispo de Cesárea. Pasando a Cons-tantinopla, empleó todo su gran caudal
, de sabiduría en la conversión de los herejes, los cuales trataron muchas veces de darle la muerte. Mas al fin venció la causa de Dios, refloreció la fe y Gregorio fué nombrado arzobispo de Constantino-pla con aplauso del emperador de Oriente, el gran Teodusio, español, el cual le dio el templo patriarcal que poseían aún los herejes. Todo el favor que el emperador hacía a san Gregorio era tósigo para los herejes; los cuales determinaron acabarle, y para salir con su intento se concertaron con un mozo hereje como ellos, que entrase a visitar al santo que a la sazón estaba enfermo y hallase ocasión de cometer la maldad. Hízolo así, mas cuando se vio en el aposento del santo, al tiempo que le podía herir, se echó a sus pies pidiéndole perdón con muchos sollozos y lágrimas; y como san Gregorio le preguntase qué quería, uno de los que estaban presentes le dijo: «Este mozo, padre, ha entrado aquí inducido de los herejes para matarte, y ahora arrepentido llora su pecado.» Entonces el santo abrazando al mozo le dijo: «Dios te perdone y te guarde como a mí me ha guardado; deja pues, hijo mío, la herejía, y sirve al
J3eñor con sincero corazón.» Viendo después muy turbada aquella iglesia por los bandos y herejías pidió licencia al empe
rador para renunciar a su dignidad arzobispal, y volviendo a su patria se retiró a una heredad de sus padres; donde cargado de años y dolores escribió en prosa y en verso algunas obras de rara elegancia. Finalmente habiendo este glorioso doctor ilustrado la Iglesia con su vida, doctrina y escritos, a los noventa años de su edad fué a recibir el galardón de sus largos y dichosos trabajos.
Reflexión: Hablando el mismo san Gregorio en uno de sus libros de la vida que hizo en Atenas en el tiempo de su juventud, dice: «Yo con mis continuos trabajos quebranté mi carne, que con la flor de la edad tiraba coces y hervía; vencí la glotonería del vientre y la tiranía que está cerca de él; mortifiqué mis ojos, reprimí el ímpetu de mi ira, y todas mis cosas consagré a Cristo. El suelo t fué mi cama, el velar mi sueño, y las lágrimas mi descanso. Este fué mi instituto de vida, cuando era mozo; porque la carne y la sangre echaban llamaradas y me apartaban de la sabiduría del cielo.» Aprendan los jóvenes a refrenas sus apetitos, poniendo los ojos en este modelo; y no digan que es imposible la victoria de sí mismos, después que los mismos santos han luchado también y triunfado con tanta gloria de la rebeldía de sus pasiones.
Oración: Oh Dios, que concediste a tu Iglesia por ministro de su .eterna salvación al bienaventurado Gregorio, haz que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que logramos por maestro en ia tierra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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San Antonino, arzobispo de Florencia. — 10 de mayo. (t 1459)
dijo sobre él las palabras que se suelen decir en la excomunión, y luego delante de todos el pan se convirtió en carbón, y pronunciando después las palabras de la absolución, el pan negro se tornó a su primera blancura; y con esto entendieron los efectos que hace la excomunión en el alma, y que no se debe usar de ella sino a más no poder. Autorizaba su celestial doctrina con muchos, prodigios, y le estimaba tanto el papa, que, en su última enfermedad, quiso recibir los sacramentos de su mano, y que asistiese a su cabecera: y Nicolao V cuando puso en el catálogo de los santos a san Bernardino de Sena,
dijo que tan bien podía canonizar a san Bernardino muerto, como a san Antonino vivo. Finalmente a los setenta años-de su edad expiró pronunciando estas palabras: «Servir a Dios es reinar.» Y fué tanto el concurso que acudió al entierro, que no le pudieron dar sepultura hasta pasados ocho días, en los cuales estuvo el santo cuerpo en la iglesia, fresco, hermoso el rostro, como si fuera ya cuerpo glorioso.
Reflexión: Presentó un pobre hombre una cestilla de fruta a san Antonino pensando que se la había de pagar bien; el santo conociendo sus miras interesadas, no le dio nada, sino con rostro alegre alabó su fruta, y di jóle: «Dios os lo pague, hermano.» Parecióle al hombre que había empleado mal su fruta, e íbase quejando del arzobispo. Mandóle este llamar, y escribió en un papel aquellas palabras: «Dios os lo pague»: y poniendo el papel en una balanza, y en la otra la cesta de fruta, la balanza que tenía el papel bajó hsta el suelo, y la otra subió todo lo que pudo con la fruta. Entonces, volviéndose al hombre, le dijo: «Mirad como yo no os hice agravio; que más os di que re cibí.» Y mira tú como Dios mostró con este milagro cuánto gana el que hace limosna, aunque a veces no parezca a los ojos humanos el fruto de la caridad.
Oración: Ayúdennos, Señor, los merecimientos del santo confesor y pontífice Antonino, para que así como te ensalzamos admirable en sus virtudes, así también te experimentemos misericordioso, en nuestras necesidades. Por Jesucristo, nuestrr. Señor. Amén.
El santísimo prelado san Antonio, o Antonino, que así le llamaban por ser pequeño de cuerpo, nació de honrados padres en Florencia, y desde niño mostró que era escogido de Dios. A la edad de trece años había ya estudiado y decorado todo el Derecho Canónico, y luego pidió y alcanzó el hábito de santo Domingo. Nunca comía carne sino estando enfermo, traía una cadena de hierro y dormía en el suelo sobre las tablas. Ordenado de sacerdote, vino a ser prior de los principales conventos de su orden en Italia, y siendo ya Vicario general de Roma, y Ñapóles, lavaba los platos y escudillas de sus hermanos, y barría la casa como el menor de todos. Obligóle el papa Eugenio IV a aceptar el obispado de Florencia, bajo pena de excomunión; y él vino a pie y descalzo a su Iglesia, con tanta amargura de su corazón, como regocijo de toda la ciudad que salió a recibirle como a santo pastor venido del cielo. Muy presto resonó en toda Italia la fama de sus virtudes. En la oración quedaba arrebatado y suspenso en el aire, resplandeciendo su rostro con maravillosa claridad. Desentrañábase por los pobres y dábales cuanto tenía; reprimía a los insolentes y poderosos, mandándoles hacer penitencias públicas, y echaba con gran severidad de las iglesias, a las mujeres que venían a ellas para enlazar las almas. Quejábanse algunos de él porque no excomulgaba por ciertos pecados a sus subditos; y él, para no declararles la razón que tenía para no hacerlo, por el daño que recibe el alma con la excomunión, mandó traer un pan blanco, y
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Los santos Gordiano y Epímaco, mártires. — 10 de mayo.
Después que. el impiísmo Ju liano el Apóstata fué aclamado de su ejército por emperador en Francia, y con la muerte del emperador Constancio, su primo hermano, cobró fuerzas y se vio señor, luego comenzó a quitarse la máscara de piedad con que antes había favorecido y engañado a los cristianos a los cuales determinó perseguir y deshacer y conservar y ampliar el culto de sus falsos dioses: pero, porque pretendía ser tenido de todos por príncipe manso y benigno, y no quería que los que morían por Cristo fuesen honrados como mártires, y ya la religión se había extendido, y florecía mucho por el mundo, temiendo alguna turbación en el imperio, por razón de estado pretendió con maña destruir a los cristianos, haciendo presidentes y gobernadores de las provincias a hombres crueles y bárbaros, para tirar la piedra como dicen y esconder la mano. Entre los ministros que nombró el apóstata para destruir la Iglesia de Cristo, fué uno Gordiano, el cual nombrado vicario en Roma, ejercitaba su crueldad y derramaba la sangre inocente de los cristianos. Estcüa preso con otros muchos un santo presbítero llamado Jenaro. Tuvo con él Gordiano largas pláticas, y finalmente tocándole el Señor el corazón abrió los ojos al rayo de la divina luz, y determinó abrazar la fe; y en efecto, recibió el bautismo por mano de san Jenaro y Marina su mujer, y otros cincuenta y tres de su familia, y entregó a Jenaro un ídolo de Júpiter que tenía en su casa, y le quebraron y desmenuzaron y echaron en un lugar inmundo. Supo lo que pasaba Ju liano,, y embravecióse por ver que sus principales ministros se volvían contra él y se hacían cristianos: y quitando a Gordiano el cargo, ordenó al tribuno que le__castigase severamente. Mandóle este atormentar y azotar y quebrantar los huesos con plomadas, y como el santo mártir hiciese gracias al Señor por la merced que le hacía en darle que padecer por él, el. tribuno le condenó a ser descabezado delante del templo de la diosa Tierra y que echasen el cadáver a los perros. Mas el Señor ordenó que los pe-j ros hambrientos no tocasen el santo cuerpo, antes con ladridos le guardasen y defendiesen. Cinco días después, un criado
de Gordiano y otros cristianos le tomaron de noche y le sepultaron en la vía Latina en una cueva donde antes había sido enterrado san Epímaco, mártir, cuyo martirio también celebra hoy la Iglesia: el cual siendo natural de Alejandría fué preso por el nombre de Jesucristo, y habiendo padecido muchos días excesivos trabajos y molestias en una áspera y dura cárcel y llevádolos con gran paciencia y alegría, al cabo fué mandado quemar y sus huesos y cenizas fueron llevados a Roma por algunos cristianos y puestos en aquel sepulcro en que dijimos que después fué sepultado san Gordiano. Por eso la Iglesia católica celebra juntamente el martirio de estos dos santos en un mismo día-
Reflexión: No es para decir la rabia y furor con que los crueles emperadores veían convertirse a la fe a los mismos principales ministros que ponían por perseguidores de los cristianos y defensores de su imperio: mas en esto se echa de ver la maravillosa virtud de la gracia de Cristo que puede hacer que lobos sanguinarios se ofrezcan al sacrificio como inocentes corderos. ¿Quién sino Dios puede obrar tan admirable mudanza en los corazones? Pidámosle pues como el santo Profeta David: ¡Señor! cread en mí un corazón limpio y poned en mi interior un espíritu nuevo y recto. (Ps. L.)
Oración: Oh Dios omnipotente, concédenos tu gracia para que los que celebramos la solemnidad de tus bienaventurados mártires Gordiano y Epímaco seamos ayudados en tu presencia por su intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
•Éfa.
San Mamerto, obispo. — 11 de mayo. (t 477)
Entre los santísimos prelados que ilustraron la Iglesia de Dios en el siglo V, uno fué el glorioso san Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado. En aquel tiempo desolaban todo el país grandes calamidades y azotes del cielo. Sucedíanse unos a otros los terremotos, incendios y guerras: las fieras, llenas de pavor por los temblores de la tierra, dejaban las cuevas de los montes y sé llegaban a las poblaciones con grande espanto de la gente; la cual a vista de estos azotes hacía penitencia de sus pecados y se disponía a la festividad de la Pascua de Resurrección para recibir dignamente la comunión pascual, esperando alcanzar de esta suerte el remedio de tantos males. Concurrie-, ron pues todos contritos a la iglesia, a celebrar el misterio en la vigilia de la gloriosa noche: pero habiéndose incendiado varias casas principales de la ciudad, huyeron del templo despavoridos. Solo el santo obispo quedó en la iglesia, implorando con entrañables gemidos la divina misericordia, y fué tan grande la eficacia de sus lágrimas, que presto se apagó aquel grande incendio, y los fieles volvieron para continuar su penitencia a los oficios divinos. En esta ocasión ordenó el santo obispo tres días de rogativas públicas acompañadas de ayunos y oraciones, en los días que preceden a la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor' Jesucristo, a los cuales concurrió toda la ciudad con grande compunción; lágrimas y gemidos, y desde entonces se vio libre de las calamidades que la oprimían. Divulgada la fama de esta institución y su buen suceso, fué imitada en. las provincias vecinas y
se extendió muy presto por la Iglesia occidental, donde se ha venido siguiendo hasta nuestros días: de manera que aunque semejantes preces precedieron a la edad de san Mamerto desde tiempo indefinido, en cuanto a la determinación de la forma con que se hacen tienen por autor a este insigne y santo prelado. Halló san Mamerto las preciosas reliquias de san Julián y san Fe-rreolo, ilustres mártires que padecieron en la sangrienta persecución de Dioclesiano y Maxi-miano; las cuales trasladó a un magnífico templo que había labrado. Finalmente después de haber gobernado santamente su
iglesia algunos años, y edificádola con sus virtudes y milagros, murió en la paz del Señor, y su sagrado cadáver fué sepultado con gran veneración en la iglesia de los santos Apóstoles, extramuros de la ciudad de Viena, desde donde se trasladaron después sus reliquias a la basílica Contantiniana de santa Cruz de Orleans. Allí permanecieron en grande veneración hasta el siglo XVI, en el que los hugonotes, durante sus sacrilegas irrupciones del año 1562, entrando en Orleans, quemaron la cabeza y huesos del santo, que estaban en diferentes cajas y dispersaron sus cenizas.
Reflexión: ¿Qué son todas las calamidades y males que nos afligen sino frutos del pecado? que no hizo Dios la muerte, como dice el apóstol, sino que por el pecado entró la muerte en el mundo. Y aunque en la presente providencia se sirve nuestro Señor de estos mals, ya para castigarnos, ya para darnos ocasión de mayores merecimientos, ya para darnos a entender que no hemos de buscar en este mundo nuestro paraíso, siempre ha sido costumbre muy cristiana la de implorar en los comunes males la divina clemencia con públicas rogativas. Procura asistir a ellas con grande piedad, que el Señor casi siempre suele oir las plegarias de todo un pueblo contrito y humillado y suele darle lo mismo que pide.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado Mamerto, tu confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra sal* vación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santo Domingo de la Calzada. — 12 de mayo. (t 1070)
Santo Domingo de la Calzada fué italiano de nación, y habiendo dado su patrimonio a los pobres, para ser menos conocido, vino a España, donde pretendió hacerse religioso de san Benito en el monasterio de san Millán. Entonces se juntó con san Gregorio, obispo de Ostia, que había venido a Navarra por legado del Papa a mitigar el azote de Dios, que hacía grande estrago en todo aquel reino, pues la langosta y pulgón comían y destruían los frutos de la t ierra; y con las oraciones, limosnas y penitencias que mandó hacer san Gregorio se enmendaron muchos de su mala vida, y cesando los pecados, cesó también el castigo de ellos. Muerto san Gregorio, se determinó santo Domingo de hacer asiento en el mismo lugar que ahora tiene su nombre; allí edificó una pequeña celda y una capilla que dedicó a nuestra Señora: luego desmontó la espesa sslva donde se guarecían muchos ladrones y salteadores que robaban a los peregrinos que iban en romería a Santiago de Galicia. Hizo además una calzada de piedra, que por ser obra tan insigne, tomó el santo de ella el nombre; y para hospedar a los peregrinos, les edificó un hospital, donde le visitó santo Domingo de Silos, que a la sazón vivía, y los dos santos se recibieron con mucha ternura y caridad, y el de Silos alabó mucho las buenas obras que hacía el de la Calzada. Siete años antes de morir hizo labrar su sepulcro en una peña, y para que este lugar no estuviese ocioso, le llenaba de trigo para repartirlo a los pobres. Un día vino a visitarle una devota mujer que le preguntó la causa de haber cavado su sepultura tan lejos de la iglesia. A lo que respondió el santo: «No tengáis cuidado de eso, señora; la divina Providencia cuidará de que mi cuerpo repose en lugar sagrado, porque os hago saber que, o la iglesia seguirá mis pasos a este recinto o mi cadáver gozará de sus favores.» El suceso mostró que había hablado con espíritu profético, pues con el discurso del tiempo vino el sepulcro del santo a estar dentro de la iglesia. Finalmente, habiendo pasado su larga vida con grande aspereza y penitencia, murió en el Señor, el cual ilustró a su siervo con tantos milagros, que en aquel mismo sitio se le hizo
un hermoso templo, y después una ciudad que tomó su nombre y se llama Santo Do-mingo de la Calzada.
* Reflexión: Dignas de alabanza son las
obras de pública utilidad; pero tienen sin duda más especial mérito delante de Dios las que se ordenan al acrecentamiento de la religión y de la pieda'd, como las que hizo santo Domingo de la Calzada; porque el que en ellas emplea su trabajo y hacisn-da, coopera señaladamente a todas las buenas obras y piadosos ejercicios que con ocasión de ellas después se practican. ;Oh! ¡cuánta gloria del Señor se sigue de la fábrica de un templo, de una casa de beneficencia o de otros edificios que levanta la caridad cristiana en honra de la religión y beneficio de los pobres! Si los hombres ricos y poderosos entendiesen los tesoros celestiales que pueden alcanzar con este empleo de sus terrenales riquezas, no habría uno solo de ellos que en la hora de la muerte no dejase un legado pío para semejantes obras. ¿Cómo no ha de tener un palacio en el cielo, quien labra una casa de Dios en la tierra?
Oración: Clementísimo Dios, que te dignaste adornar a tu biaventurado confesor Domingo con virtudes tan excelentes, con- . cédenos que por al intercesión de este justo, cuyo nacimiento para el cielo celebramos en este día, seamos libres de las cadenas de nuestros pecados y merezcamos
t gozar de su compañía en los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan Silenciario, obispo y confesor. — 13 de mayo. (t 558)
San Juan llamado Silenciario por el profundo recogimiento y silencio que
guardó por espacio de muchos años, nació en Nicópolis de Armenia, de nobilísimos padres. A los diez y ocho años de su edad vino a Colonia donde empleó su patrimonio en edificar una magnífica iglesia a nuestra Señora y en fundar un monasterio, en el cual él mismo se encerró con otros diez compañeros, haciendo allí vida tan perfecta que en breve tiempo fué aquel monasterio un seminario de santos. Pero muerto el obispo de Colonia, sacaron de su retiro al joven abad que tenía a la sazón veintiocho años, y en fuerza de su celo se vio muy presto florecer la piedad en todo el obispado y aun en la misma corte del emperador, donde su hermano Pérgamo y su primo Teodoro fueron modelo de cortesanos ejemplares. Mas no pudiendo reducir a su cuñado Pasímico <jue era gobernador de la Armenia, y tur baba la paz de su iglesia con injusticias y violencias, después de llevar inútilmente sus quejas al emperador Zenón, y puesto orden en los negocios del obispado, lo renunció secretamente y se embarcó solo en un navio y fué a Jerusalén con propósito de pasar el resto de su vida desconocido de los hombres. Recibióle san Sabas en su monasterio llamado la Laura; allí el obispo desconocido sirvió de peón a los albañiles, que fabricaban el hospicio para los peregrinos, llevándoles el yeso y las piedras. Al cabo de algunos años, admirando san Sabas cada día más la eminente virtud del religioso, le llevó consigo al patriarca de Jerusalén para conferir a aquel monje las órdenes sagradas
y el sacerdocio, lo cual dijo el patriarca que haría de buena gana. Entonces viéndose el siervo de Dios precisado a descubrirse, pidió audiencia secreta al patriarca, y después de obligarle al secreto, le declaró que era obispo; de lo cual asombrado y edificado el patriarca llamó a san Sabas y le dijo que no podía ordenar a aquel santo religioso y que le dejase en su humildad, sin permitir que nadie le inquietase. Así perseveró en su silencio todo el resto de su vida, no hablando palabra por espacio de muchos años, y entregándose a asombrosas penitencias y altísima contemplación así en el monas
terio como en la soledad. Muerto san Sabas, se apareció a nuestro santo para consolarle en la cruel persecución que movieron contra él y contra sus monjes los que seguían los dogmas de Orígenes y Teodoro de Mopsuestia. Mucho tuvieron que padecer aquellos santos anacoretas; pero teniendo por cabeza y guía a nuestro santo, jamás pudieron ser inficionados por el veneno del error, y sufrieron con gran fortaleza las más duras persecuciones por defender los decretos de la Iglesia. Finalmente colmado de méritos y virtudes, entregó su preciosa alma' al Señor a la edad de ciento y cuatro años.
Reflexión: ¿Por qué inspiró el Señor a san Juan Silenciario la guarda de tan maravilloso silencio, sino para que aprendamos con este ejemplo a mortificar los vicios de nuestra lengua? La cual es una espada de dos filos que no pocas veces hiere a la vez al prójimo y al maldiciente: y la herida casi siempre es mortal o incurable. No murmures, pues, de tus hermanos, ni les maldigas jamás, ni seas fácil en creer y referir lo malo que te han dicho de ellos. No reniegues, ni jures, ni blasfemes, que ese es lenguaje de los demonios, y si quieres usar bien de la lengua, piensa antes de hablar, si es bueno o malo, útil o dañoso lo que vas a decir.
Oración: Oh Dios, omnipotente, rogárnoste nos concedas que la venerable solemnidad de tu confesor y pontífice Juan, acreciente en nosotros la devoción y e] deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Pacomio, abad y confesor. — 14 de mayo.
San Pacomio abad, padre y maestro de innumerables monjes y varón perfectísimo, nació de padres gentiles en la Tebaida. Siendo ya de veinte años se halló en la guerra que Constantino emperador hizo a Majencio, tirano. Llegando una vez al puerto de Tebas Pacomio, con una legión de soldados hambrientos y fatigados de los trabajos y peligros de la mar fueron acogidos por los cristianos de aquel puerto, los • cuales les visitaren y les trajeron muchas cosas de comer re mediando con incomparable desinterés aquella grande necesidad que padecían. Admiróse Pacomio de lo que veía y preguntó que gente ,era aquella tan nueva para él: y como le respondiesen que eran cristianos, alzó Mas manos al cielo y dijo: «Señor Dios, que criaste el cielo y la tierra, yo te prometo servirte como cristiano.» Y desde aquel día comenzó el santo capitán a resistir a la sensualidad, y terminada su milicia se fué a la alta Tebaida donde moraban algunos siervos de Dios, por los cules fué enseñado y bautizado. Era discípulo del santo anciano Palemón, cuando yendo a la isla de Taberma el Señor le ordenó que edificase allí un monasterio y le dio una tabla en que estaba escrita la Regla que había de guardar. La vida de Pacomio fué períectísima y como de hombre a quien Dios había escogido para capitán y maestro de tantos monjes. No es fácil decir las gloriosas victorias que alcanzó de los enemigos infernales. Dióle el Señor dominio sobre las bestias feroces, y hasta los mismos cocodrilos del Nilo le servían, y cuando quería, pasar el Nilo, ellos le traspasaban de una parte a otra. Tres años probaba a sus discípulos y no permitía que ninguno aspirase al sacerdocio. Vino una hermana suya a visitarle, y no la quiso ver, antes la envió a decir que estaba sano y que ella se volviese a su casa si ya no quería dar de mano al mundo y mover con su ejemplo a otras mujeres. Con estas palabras se compungió la hermana, y ofreció obedecer al hermano, el cual le hizo hacer una casa apartada, que en breve fué monasterio de perfectísimas monjas. Entrando una vez Pacomio a visitar un monasterio
*de los que estaban a su cargo, vio que algunos muchachos subían a una higuera grande para coger hijos sin licencia; y
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llegándose un poco más cerca, advirtió que un demonio estaba sentado en lo alto de la higuera. A la mañana siguiente se halló seca por la oración del santo. Le concedió el Señor el don de lenguas para tratar en todas las lenguas a los extranjeros que venían a él. Fundó Paconio muchos monasterios donde vivían como ángeles unos siete mil monjes. Finalmente cargado de años y de merecimientos, el bienaventurado padre hizo juntar a sus religiosos y con un semblante amoroso les avisó que el Señor-le llamaba, exhortándoles a amarse ' entrañablemente en Cristo, y habiéndoles echado su bendición, dio su espíritu al Señor a la edad de ciento y diez años.
Reflexión: Entre los monjes de aquel monasterio había uno llamado Silvano, el cual antes de tomar el hábito había sido comediante, y de vida (como los tales lo suelen ser) libre y disoluta; mas por las instrucciones del santo fué espejo de Virtud y tuvo don de lágrimas, y al cabo de ocho años santamente murió, y el santo vio su alma» subir a los cielos acompañada de muchos ángeles. Este caso has de admirar y con él te has de consolar, entendiendo por él cómo lo que no puede dar de sí la naturaleza ni la costumbre, que es segunda naturaleza, lo puede dar la gracia de Dios nuestro Señor a los hombres de buena voluntad.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Pacomio, abad, para lograr por su patrocinio lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Isidro, labrador. — 15 de mayo. ( t 973)
El gloriosísimo patrón de la villa de Madrid y corte de los reyes de España, san Isidro labrador, fué hijo de Madrid, casado con santa María de la Cabeza, y hombre del campo, que se sustentaba con el sudor de su rostro. Solía madrugar mucho para oir las misas que se decían en algunas iglesias de Madrid antes de comenzar las labores del campo en la casería de un caballero de la misma villa, llamado Juan de Vargas; y como los labradores de las caserías vecinas le pusiesen mal con su amo, diciéndole que rio cuidaba de su hacienda, quiso un día aquel caballero enterarse por sí mismo de lo que pasaba, y viendo que se había puesto muy tarde a arar, fuese para él con intención de r e prenderle; mas acercándose a la heredad, vio como estaban arando a una parte y a otra de su criado dos pares de bueyes más, los cuales eran blancos como la nieve; con lo que entendió que los ángeles le ayudaban en su labranza. Otra vez sucedió que yendo unos hombres a buscar a san Isidro a la heredad, no le hallaran, sino sólo a los bueyes uncidos, que estaban por sí arando, sin regirlos nadie, y habían arado mucha tierra.
Cuando se dirigía el santo labrador a sembrar, repartía el trigo que llevaba a los pobres, echando también puñados de él a las avecillas del campo diciendo: Tomad avecillas de Dios, que cuando Dios amanece para todos amanece: y aunque en el camino iban los costales menguados con tanto repartimiento, en llegando a la heredad, los hallaba llenos de trigo. Acontecíale también, yendo al molino, repar
tir gran cantidad de trigo a los pobres y a las aves, y moliendo después lo poco que había quedado, salía tanta harina, que no cabía en el costal. Era tan caritativo que tenía costumbre todos los sábados de hacer una olla aparte para los pobres en honra de la Virgen santísima, y para dar un día de beber a su amo en la heredad, hirió con su aguijada
• una piedra, y al punto salió una fuente clara y milagrosa, la cual dura hasta hoy cerca de Madrid, en una ermita del santo. Resucitó a una hija de aquel caballero, cuando estaba ya preparada la cera y todo lo demás que era necesario para el entierro: y ha
biéndose un día ahogado en el pozo un hijo del santo, se puso éste con su mujer en oración; y estando así, creció el agua del pozo hasta el brocal, pareciendo el hijo vivo sobre las aguas. Finalmente siendo ya san Isidro muy lleno de años y virtudes, y habiendo recibido devotísi-mamente los sacramentos, entregó su hu milde espíritu al Criador, y cuarenta años después fué hallado su bendito cuerpo sin corrupción alguna, y trasladado con grande pompa a la iglesia de san Andrés, tocando todas las campanas de aquel
templo por sí mismas, y sanando milagrosamente muchos enfermos. Muchas veces ha remediado el Señor faltas muy grandes de agua por intercesión de este santo.
Reflexión: Es de admirar la sabiduría de Dios que ha hecho a un santo labrador patrón de la corte de los reyes de España, para que los príncipes y grandes venerasen a un pobre quintero e implorasen su favor y ayuda. ¡Oh! ¡cuántos monarcas se han postrado al pie del sepulcro de san Isidro, confesando la ventaja que hace la virtud a todas las grandezas humanas! De ella dice el Sabio, «que vale más que los tronos y cetros reales y que todas las riquezas del mundo: porque todo el oro es en su comparación un poco de arena, y la plata es como Iodo delante de ella.» (Sapient. VII)
Oración: Rogárnoste, oh Dios misericordioso, que por la intercesión de tu bienaventurado confesor Isidro, nos concedas tu gracia para no sentir vanamente de nosotros mismos, y servirte con aque-^ lia humildad que te agrada. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan Nepomuceno, sacerdote y mártir. — 16 de mayo.
San Juan Nepomuceno tomó segundo nombre de Nepomuk, lugar de Bohemia, donde nació. Hechos sus estudios en la universidad de Praga, y conservándose puro e inocente, mereció ser promovido al sacerdocio. Pre -dicaba la palabra de Dios sin vanos adornos de elocuencia humana, "pero con tal gracia del cielo, que corrían a oirle innumerables gentes y hasta el mismo rey Venceslao era uno de sus oyentes continuos. Habiéndole nombrado el monarca para uno de los principales obispados de Bohemia, nunca quiso admitir ninguno; mas no pudo eximirse del cargo de confesor de la reina, y este cargo le ocasionó muchos trabajos y el martirio. Porque siguiendo Venceslao sus depravadas inclinaciones, llegó al frenesí de dejar poseer su corazón de la pasión de celos contra su esposa; y con lisonjas, promesas y amenazas deseaba saber los secretos de su corazón que había oído su confesor en el sacramento de la penitencia. Horrorizóse el santo al oír demanda tan sacrilega, y con una liber • tad y espíritu apostólico, reprendió el exceso al engañado príncipe; el cual no sabiendo qué replicar, disimuló por entonces el resentimiento. Mas habiendo llamado al santo confesor, le entregó a 1-gunos soldados de su guardia para que en las interiores piezas de palacio le atormentasen y apaleasen cruelmente. No estaba bien curado de sus heridas, cuando el bárbaro rey volvió a intimarle la misma demanda, y como el santo respondiese que antes sacrificaría mil vidas que hablar una palabra en materia de confesión, enfurecido Venceslao mandó que atado de pies y manos el santo confesor fuese echado al río Moldava, como en efecto fué ejecutado con todo secreto en la oscuridad de la noche. Pero el Señor hizo patente a todos la gloria de su siervo: porque muchas noches se vieron antorchas encendidas en cierto lugar del río, y allí hallaron el cadáver del santo mártir, el cual los canónigos de la catedral sepultaron con la mayor pompa en su iglesia, rio temiendo la ira del mal aconsejado príncipe. El Señor se dignó ilustrar a su invencible mártir con mu-
j chos milagros: y uno de ellos, muy extraordinario y notorio en toda la cristiandad, fué la incorrupción de su lengua,
pues habiendo estado sepultado debajo de la tierra el cadáver del santo por espacio de trescientos años, cuando se re conoció jurídicamente, fué hallada la lengua incorrupta y como si fuera viva; y presentada seis años más tarde a los jueces delegados de la Silla apostólica, de repente con un nuevo prodigio se entumeció y mudó el color que tenía algo oscuro, en un color rojo y natural.
Reflexión: ¿Quién no vé que este grandísimo milagro hizo Dios para glorificar aquella santa lengua fidelísima en guardar el sigilo sacramental? ¿Y quién no echa de ver también que este mismo prodigio soberano. es uno de los argumentos divinos que autorizan el sacramento de la confesión? Divino es este sacramento, e instituido por Jesucristo Señor nuestro por aquellas palabras del Evangelio con las cuales dio a sus discípulos la facultad de perdonar los pecados a los penitentes sinceros, y de retenerlos a los indispuestos. Quiere, pues, que el pecador se humille para ser perdonado; y aunque este sacramento sea el blanco de las iras de los incrédulos y malos cristianos, Dios ha mandado a los hombres la humilde confesión de sus culpas, y no hay más remedio: o confesión o condenación.
Oración: Oh Dios, que por el invencible silencio sacramental del bienaventurado Juan Nepomuceno adornaste tu iglesia con una nueva corona del martirio; concédenos, por su intercesión y ejemplo, que moderemos nuestra lengua y suframos todos los males de este mundo antes
,, que el detrimento de nuestras almas. Por •J Jesucristo, nuestro Señor. Amé».
147
San Pascual Bailón. -(t 1592)
17 de mayo.
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Nació san Pascual Bailón en Torreher-mosa, villa del reino de Aragón. Sus padres, que eran labradores, le dedicaron al oficio de pastor, y guardando las ovejas aprendió a leer y escribir. Llevaba en el zurrón varios libros de piedad y el oficio de la Virgen, que rezaba todos los días con singular devoción.-Andaba descalzo por los lugares escabrosos y llenos de espinas, y vivía con la pureza e inocencia de un ángel. Habiéndole propuesto su amo Martín García la intención que llevaba de adoptarle por hijo y hacerle dueño de muchas posesiones, respondióle el santo mozo que agradecía su buena voluntad, pero que su ánimo era imitar la pobreza de Jesucristo, haciéndose re ligioso. Veinte años tenía cuando pasó al reino de Valencia y se presentó a un convento de religiosos descalzos de san Francisco, llamado de nuestra Señora de Lo-reto; querían admitirle por fraile de coro, mas él no lo consintió; y aunque lo pusieron los guardianes en la portería, él no dejaba por eso de cultivar la tierra y servir en la cocina. Traía a raíz de ias carnes una gruesa cadena de hierro, y rallos de hoja de lata; casi nunca cenaba, y en mucho tiempo no comió más que solo pan. Dormía en el suelo sobre una estera, y su sueño no pasaba de tres horas. Cuando oraba delante del santísimo Sacramento no parecía hombre, sino serafín glorioso y abrasado en las llamas del amor divino, desfalleciendo de amor en los éxtasis y arrebatos de su alma. Escribió un pequeño tratado de la oración donde se halla lo más sublime de la contemplación, lo más insp.'rado de los sal
mos y lo más divino de la santidad. Multiplicó el pan para socorrer a los pobres, sanó innumerables enfermos y tuvo el don de profecía y el de penetrar los secretos del corazón. Hallándose en el convento de Villa-real p re dijo el día de su muerte y rogó a uno de sus hermanos religiosos que le lavase los pies para recibir la Extrema-Unción. Y en efecto, a los pocos días enfermó gravemente, y habiendo recibido los santos sacramentos con gran devoción y reverencia, pidió que le pusiesen en el suelo y allí espiró invocando el dulce nombre de Jesús. Quedó su cuerpo hermoso y flexible, y en los tres
días que estuvo expuesto, todos los enfermos que le tocaron recibieron la salud; era tan grande la muchedumbre que acudía a venerarle, que fué menester el auxilio de la autoridad civil y de la fuerza armada para poderlo enterrar. Pusiéronle en una caja llena de cal viva; pero a los diez y nueve años lo hallaron entero e incorrupto, continuando el Señor en obrar por este santo numerosos prodigios en favor de sus fieles devotos.
Reflexión: Suelen representar la imagen del. seráfico san Pascual, hincada de rodillas *y extática delante de la Sagrada Custodia, porque era singular y ardentísima la devoción que profesaba a nuestro Señor sacramentado. En el sagrario está Jesús para que le visitemos y nos regalemos con su presencia adorable, allí nos está esperando con los brazos abiertos y con el pecho abasado de amor. No le seamos ingratos y desconocidos, que no es buen amigo de Jesús quien no le visita en el santísimo Sacramento del altar ; y pues los que se aman suelen v i s i tarse con frecuencia, vayamos a postrarnos cada día ante el sagrado Tabernáculo, donde tenemos nuestro hermano, nuestro amigo y nuestro amorosísimo Redentor Jesús.
Oración: Oh Dios, que adornaste a tu bienaventurado confesor Pascual con un amor maravilloso a los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, concédenos, misericordioso Señor, que merezcamos percibir aquella dulzura que sentía él en este divino convite del espíritu. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Venancio, mártir. — 18 de mayo. . (Siglo III)
Siendo Decio emperador y A n -tíoco presidente de la ciudad de Camerino en el ducado de Espo-leto, fué acusado porque era cristiano, Venancio, mancebo de quince años y natural de la misma ciudad. En sabiéndolo el santo joven, se presentó al presidente en la puerta de la ciudad confesando que adoraba a Jesucristo verdadero Dios y hombre, y no . a los dioses falsos de los gentiles, que ni ven, ni oyen, ni pueden ayudar a los que les adoran y sirven. Mandóle prender el presidente, y habiéndole como padre, aconsejóle que mirase por sí; mas como nada bastase para rendirle, le mandó azotar cruelmente y después cargarle de cadenas. Pero envió Dios un ángel que le desatase de ellas, y el impío juez embravecido, ordenó que le abrasasen con lámparas encendidas, y que colgándole cabeza abajo, pusiesen debajo mucho humo. Segunda vez salió ileso del suplicio y fué visto andar entre el humo con una vestidura blanca. Encerrado de nuevo en la cárcel, envióle el juez un hombre engañoso y astuto llamado A.talo, el cual le dijo que él también había sido primero cristiano, y después había abandonado la fe por entender que era locura. Conoció el santo los» embustes de este ministro de Satanás, y respondióle como sus razones merecían; por lo cual mandó Antíoco quebrarle los dientes y quijadas y arrojarle a un muladar. Sacóle de allí el ángel y fué pre sentado a un juez de la ciudad, el cual cayó repentinamente muerto, diciendo: «verdadero es el Dios de Venancio que destruye nuestros dioses.» Entonces el prefecto condenó a Venancio a los leones hambrientos, y éstos se echaron a los pies del mártir y se los lamían; arrastraron después al santo mancebo por lugares llenos de cardos y espinas y le despeñaron de una roca; y viendo que de todos los suplicios salía victorioso, y que con sus milagros muchos gentiles se convertían, mandó el tirano que le cortasen la cabeza. Luego que se ejecutó la sentencia, se levantó tan grande tempestad de truenos y rayos, que el prefecto huyó te meroso del castigo; mas pocos días después murió infelicísimamente. Los cristianos recogieron el venerable cadáver de san Venancio y lo sepultaron en un lugar decente, con los sagrados cuerpos
de otros mártires, y hoy se guardan con gran veneración en una iglesia dedicada a san Venancio en Camerino, de donde el santo es ciudadano y patrón. No debe •confundirse este santo con otro del mismo nombre, obispo y mártir, de que habla el Martirologio el día primero de abril.
Reflexión: A los muchos portentos de soberana fortaleza que resplandecen en el martirio de san Venancio, se ha de añadir uno de inestimable caridad; porque viendo el santo , que sus verdugos padecían mucha sed y que no había cerca agua, hizo la señal de la cruz en una piedra y de ella manó una fuente de agua dulce y clara, por cuyo milagro se convirtieron muchos a la fe. Y aquí verás de nuevo los cimientos sobre los cuales se estableció nuestra divina religión, que fueron sangre de mártires y prodigios: los prodigios para atestiguar que era de Dios, la sangre para que nadie sospechase que los testigos engañaban. Y son tantos y tan esclarecidos estos argumentos de nuestra santísima fe, que nos vemos forzados a exclamar con Hugo de san Víctor, el cual decía a Dios: «Señor, si somos engañados, vos nos engañasteis; porque habéis dado tantas pruebas de esta verdad, que no pudimos dejar de creer que Vos erais el autor y maestro de ella».
Oración: Oh Dios, que consagraste este día con el triunfo de tu bienaventurado mártir san Venancio, oye las preces de tu pueblo y concédenos gracia para imitar su constancia los que veneramos sus merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Ivon, presbítero y abogado de los pobres. — 19 de mayo. ( t 1303)
do , de alzar el cáliz. Queriendo pasar el santo por el puente de un río caudaloso, había crecido el río de manera que había sobrepujado el puente, y él haciendo la señal de la cruz sobre las aguas, se partieron y le dejaron el paso libre, y después de haber pasado volvieron a cu-. brir el puente. Muchos otros milagros hizo el Señor para declararnos la santidad de su siervo; el cual hallándose ya lleno de méritos y extenuado por sus muchos ayunos y penitencias,,
tendido en su cama ordinaria, que era la tierra, y abrazado con la santa cruz, dio su bendita a l ma al Señor. Su sagrado cuer
po fué sepultado honoríficamente en la iglesia Trecosense, donde acuden de diversas partes muchos peregrinos por los innumerables milagros que allí obra el Señor.
Reflexión: Mereció san Ivon el nombre de abogado de los pobres, porque en su vida de ninguna cosa se pareció más que de ser el refugio y amparo de los pobres, padre de huérfanos, defensor de las viudas y remedio de todos los necesitados. Imita, pues, esta caridad tan necesaria -y agradable al Señor, acordándote de que el día del juicio, el soberano Juez ha de pedirnos muy estrecha cuenta de las obras de misericordia que tanto nos encomendó en su santo Evangelio: «Venid, nos dirá, benditos de mi Padre, a poseer el Reino que os tengo preparado desde el principio del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y me visitasteis»; y así de estas y de las demás obras de misericordia quiere Dios que hagamos más cuenta que de otros ejercicios de virtud y de piedad, y que sean como el sello y nota distintiva de los verdaderos cristianos que tienen el espíritu de Jesucristo.
Oración: Atiende, Señor, a nuestras súplicas que hacemos en la solemnidad del bienaventurado Ivon tu confesor, para que los que no tenemos confianza en nuestras virtudes, seamos ayudados por los ruegos de aquel que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fué san Ivon natural de una aldea llamada comúnmente San Martín, en la Bretaña menor. Haciendo sus estudios en París y en Orleans, no bebía vino y daba de mano a todos los entretenimientos sensuales, conservando así las fuerzas de su espíritu con la entera pureza de su cuerpo y alma. Ejercitó luego el oficio de juez eclesiástico y vicario general del obispo Trecorense y retiróse después a una iglesia parroquial para entregarse de veras al Señor. Acontecióle una vez estar siete días en oración, tan embebecido y absorto en Dios, que ni tuvo hambre, ni comió bocado; y acabada su oración salió tan bueno y con tantas fuerzas como si hubiera comido regaladamente. Era excelente predicador e iba a pie por diversos pueblos para sembrar la palabra divina; pero sobre todas las virtudes se esmeró en la misericordia con los pobres. Recibíales con gran caridad, lavábales los pies, proveíalos de todo lo que habían manester, y tenía casa señalada para esto: nueve años tuvo en su casa a un pobre hombre casado con cuatro hijos, sustentándolos y remediándolos con extremada caridad. En una gran carestía, no teniendo más que un pan en casa para comer él y dar a los pobres que en gran número habían concurrido, el Señor le multiplicó de manera que tuvo que comer y repartir a todos los que habían venido. Otros muchos milagros obró el Señor para ' proveerle y recompensar su caridad. Diciendo misa un dja, al tiempo de alzar la hostia se vio un globo de fuego de maravillosa claridad que le rodeaba, el cual desapareció en acaban-
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San Bernardino de Sena, confesor. — 20 de mayo. (t 1444)
El glorioso confesor y sublime predicador y fraile humilde de San Francisco, san Bernardino de Seña, nació en la ciudad de Sena en Toscana, de muy noble y cristiana familia. Por la muerte de sus padres quedó encomendado el niño a una tía suya, la cual le crió con mucho cuidado. Era muy amigo de componer altares y de remedar a los predicadores que oía, y para esto se subía a algún lugar alto, estando sentados los otros muchachos, lo cual era como un indicio de lo que después había de ser. Cuando cursaba en las aulas, los otros mozos que le conocían se recataban de hablar en su presencia de cosas torpes y libres, y si estando él ausente las hablaban entre sí, en viéndole venir, luego decían: «¡Hola! Bernardino viene, dejemos estas pláticas.» Siendo de edad de veinte años, hubo una grande pestilencia en toda Italia, y extendiéndose por la ciudad de Sena, hacía tan grande estrago en el hospital, que habiendo muerto los ministros que servían a les enfermos, no había quien se atreviese a entrar en él. Viendo esto Bernardino, persuadió a algunos jóvenes, bien inclinados y amigos suyos, a encargarse de aquella empresa tan gloriosa, y fué al hospital con sus compañeros, y por espacio de tres meses sirvieron a los apestados, hasta que cesó aquella calamidad. Llamado después por una voz del cielo a la religión de san Francisco, Vendió su hacienda y la dio toda a los pobres. Habiendo hecho su profesión, dio principio a sus correrías apostólicas, predicando en Sena, Florencia y otras partes de Toscana, pasando de allí a Lombardía y siendo en toda Italia una trompeta del cielo. A la hora en que predicaba, se cerraban las tiendas, y cesaban los t r i bunales y audiencias, y en las universidades las lecciones. Nadie podía resistir a la virtud de su santa palabra. Convirtiéronse innumerables y grandes pecado-des: los jugadores le llevaban sus tableros, naipes y dados; las mujeres mundanas sus cabellos, afeites y vestidos; y él en una hoguera lo mandaba todo abrasar. Edificó y pobló más de doscientos monasterios, renunció a tres obispados que los
Jpapas le ofrecieron; y habiéndole una vez el santo pontífice puesto por su mano en
la cabeza la mitra episcopal, él se la quitó, y con lágrimas y razones logró quedarse en su humilde estado. Sesenta y tres años llevaba de grandes méritos y virtudes, cuando le apareció san Pedro Celestino, que le avisó de su cercana muerte; y la vigilia de la Ascensión, tendido humildemente en el suelo como su padre san Francisco, murió alegremente y con la risa en los labios.
Reflexión: Este apostólico y santísimo varón tenía tan impreso en el alma el dulce nombre de Jesús, que jamás se le caía de la boca. Con este nombre sazonaba todos sus sermones y todas sus pláticas familiares y buenas obras: y l levaba pendiente del cordón una tablita en que estaba escrito aquel nombre en letras de oro, y la mostraba al pueblo y a los pe^dores para animarles y llenarles de santa confianza. Sea también el dulcísimo nombre de Jesús nuestro tenim. consuelo y esperanza en la vida y en la muerte. Frágiles somos y miserables pecadores; no podemos confiar en nuestros méritos; pero .podemos y debemos confiar en los merecimientos de Jesucristo, el cual se entregó a la muerte, como dice el apóstol, para satisfacer por nuestros pecados y por todos los pecados del mundo.
Oración: Señor Jesús, que concediste a tu bienaventurado confesor Bernardino un amor tan grande a tu santo nombre; por sus méritos e intercesión te suplicamos que infundas en nuestros corazones el espíritu de tu divino amor. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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San Hospicio Recluso, confesor. — 21 de mayo. 581)
Vestido de áspero cilicio, rodeado de cadenas de hierro, y atado a una de ellas, dentro de una torre, comiendo solo un poco de pan con unos dátiles y algunas raíces de yerbas y bebiendo solo agua, vivía en la ciudad de Niza un varón santísimo llamado Hospicio o Sospis. Junto a esta torre había un monasterio cuyos monjes dirigía el siervo de Dios Agradó tanto al Señor su gran penitencia y vida encerrada, que hizo por él grandes maravillas. Tuvo espíritu de profecía con que muchos años antes que viniesen los fieros Longobardos a Francia, lo anunció; y así aconsejó a los monjes que se fuesen a vivir a otro lugar; y a los vecinos de Niza que se ausentasen, porque los bárbaros destruirían su ciudad y otras seis poblaciones. Todo fué así como el santo Hospicio lo profetizó. Llegaron también los Longobardos a la torre del santo, y quitando tejas y rompiendo el techo entraron, y como vieron a aquel hombre rodeado de cadenas, dijeron: «Este es, sin duda, algún insigne malhechor»; y por un intérprete le preguntaron; que «¿por qué estaba de aquela manera preso?» El santo respondió, «porque soy el hombre peor del mundo»: y diciendo y haciendo, uno de los bárbaros sacó la espada para cortarle la cabeza; pero al ir a descargar el golpe, se le quedó seco el brazo y cayó la espada en tierra. Entonces el soldado se echó a los pies del santo, confesando su culpa; y el santo le echó la bendición sobre el brazo y le sanó; con que reducido el bárbaro, se convirtió y se hizo monje. Así predicándoles a Jesucristo desde sus cadenas redujo a
muchos de aquellos bárbaros. Curaba toda suerte de enfermedades, sanaba mudos, ciegos y tullidos, y lanzaba los demonios con poderosa virtud. Pasada la furia de los Longobardos, los monjes volvieron a su monasterio, y cuando el glorioso Hospicio conoció que se acercaba su muerte, de que tuvo divina revelación,, llamó al prior y le dijo: «Trae las herramientas necesarias y rompe esta pared, y di al obispo que venga a sepultar .ni cuerpo, porque mi hora es llegada, pues dentro de tres días dejaré este mundo y me iré a gozar del eterno descanso.» Luego avisaron al obispo de Niza, rompieron las pa
redes, entraron dentro y halaron al santr» lleno de gusanos y le desataron de sus cadenas. «Ciertamente, les dijo, ya soy desatado de las prisiones del cuerpo y me voy a reinar con Cristo.» Pasados tres días se postró en oración y después de , orar un grande espacio con mucha abundancia de lágrimas, se puso sobre un escaño, y tendiendo los pies y alzando las manos al cielo, entregó su espíritu al Señor. Luego que hubo muerto, desaparecieron los gusanos que roían sus carnes y quedó el cadáver hermoso y resplandeciente: por lo cual el obispo lo hizo sepultar con grande pompa y solemnidad.
Reflexión: Hemos visto en el glorioso san Hospicio otro santo Job: pues comiendo sus carnes los gusanos, estaba tan alegre y contento, cual pudiera estar otro cualquiera gozando de los regalos y delicias del mundo. «Oh padre, le dijo uno de los que entraron a verle cuando estaba para morir: ¿Y cómo es posible que puedas sufrir estos gusanos?» A lo que respondió el santo: «Porque me conforta aquel Señor por quien yo padezco.» ¡Oh si nosotros pusiésemos también en el Señor nuestro amor y confianza! ¡Qué ligeros y suaves nos parecieran los trabajos y dolores que para nuestro bien el Señor nos envía!
Oración: Te rogamos, Señor, que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Hospicio penitente, para que alcancemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor." Amén.
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Santa Julia, virgen y mártir. — 22 de mayo. (t 450)
Habiendo entrado en Cartago Genserico, rey de los Vándalos y queriendo poner allí su corte, hizo esclavos a los ciudadanos principales a muchos quitó la vida, y a las mujeres y doncellas nobles vendió a los mercaderes. Entre estas ilustres esclavas, una fué la virgen santa J u lia, que fué vendida a un mercader gentil, llamado Eusebio, el cual l a llevó consigo a Siria, y cobró tal aprecio de ella, que solía decii que la estimaba sotare todos sus bienes. Abatíase Julia a los humildes oficios de esclava por amor de Jesucristo, y el tiempo que le quedaba libre, gastaba en oración y en la lectura de libros piadosos que había salvado del saqueo de su casa. Aunque era extraña su hermosura, se hacía respetar por su virtud y singular modestia, de los mismos paganos. Pasó después su amo a la Provenza para hacer un negocio y l levóse a su esclava Julia, y en arribando a la :'sla de Córcega al tiempo que los idólatras de la isla celebraban una gran fiesta, entró en el templo y sacrificó un toro al demonio. Terminadas las supersticiosas ceremonias, el gobernador de la isla, habiendo sabido por relación de sus criados que Eusebio había dejado a bordo de la nave con parte del equipaje y gente de la tripulación a una esclava suya hermosa en extremo, le convidó a un magnífico banquete, en el cual le embriagó, y entonces hizo llamar la esclava Julia con el fin de tomarla para sí. Cuando la tuvo delante Ja dijo con artificiosa ternura: «No temas, hija mía, que se pretenda hacert algún insulto: estoy muy informado de tu virtud, y no merecen tus prendas que gimas por más tiempo en el indigno estado de esclava. Quiero tomar a mi cuenta tu fortuna, y no pido de ti otra ^osa sino que vengas al templo a cumplir con tus devociones y hacer sacrificio a nuestros dioses. Yo pagaré a tu amo. tu rescate; y si quieres quedarte en nuestra isla no te faltará un esposo digno de tu persona.» Respondió Julia con mucha modestia y compostura, pero con igual resolución, que ella se consideraba verdaderamente libre, mientras tuviese la dicha de ser sierva de J e sucristo; que estaba contenta con su condición, y que no pretendía alcanzar otros bienes que los del cielo. Irritado el im
pío gobernador la hizo abofetear y colgar de los cabellos y azotar cruelmente, y porque perseveró constante en confesar que adoraba a Jesucristo crucificado, hizo que a toda prisa la colgasen en una horca de madera hecha a manera de cruz, donde la sagrada virgen expiró perdonando generosamente a sus enemigos. Sus sagradas reliquias son muy veneradas en el monasterio de monjas que fundó en Brescia Didier rey de Lombardía, del cual era abadesa su hija Angelberga.
Reflexión: A los ojos del mundo no puede imaginarse mayor desventura que la esclavitud y martirio de la purísima y nobilísima virgen santa Julia, pero a los ojos de Dios y de sus ángeles fué la may"or gloria y la mayor grandeza; y este es el verdadero juicio que hemos de hacer de los varios sucesos con que el Señor quiso probarla y hacerla merecedora de la gloriosísima corona de los mártires. ¿Qué son la hacienda, la honra y la vida temporal, si se comparan con la inefable felicidad que está gozando santa Julia en los cielos hace ya quince siglos, y de la cual gozará eternamente? Pongamos pues nuestra suerte en las manos del Señor y pidámosle una sola cosa, a saber: que por tempestades o bonanzas, por buenos o malos sucesos, no nos deje nunca de sus manos y a todo trance nos lleve al puerto deseado de la gloria.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos a l cance el perdón de nuestras culpas la bienaventurada virgen y mártir santa J u lia, la cual siempre fué de tu agrado por el mérito de su castidad y por la profesión de su virtud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La aparición de Santiago, apóstol. — 23 de mayo. (844)
amanecer, dada la señal del combate, bajaron las huestes españolas del monte, y como bravos leones se arrojaron sobre'los bárbaros, invocando el nombre de Santiago. Asombráronse los sarracenos al ver el ímpetu y.valor con que los acometían unos enemigos a quienes contaban por vencidos, y creció más su confusión con los favores que nos vinieron del cielo. Porque Santiago, cumpliendo la palabra que había dado al rey, se dejó ver en el aire, cercado de una luz resplandeciente, que a los cristianos infundía grande confianza y fortaleza, y a los moros terror y espanto. Venía el santo apóstol montado en un blanco
corcel; y en la una mano traía un estandarte blanco en medio del cual campeaba una cruz roja, y con la otra mano blandía una espada fulminante que parecía un rayo. Capitaneando así nuestra gente se alcanzó la más ilustre victoria. Unos setenta mil sarracenos cayeron muertos en el campo, quedando humillada desde aquel día la soberbia de los moros, y España libre del ignominioso tributo.
Reflexión: Desde este tiempo comenzaron los soldados españoles a invocar en las guerras al glorioso apóstol como a su valeroso y singular defensor; lo cual hacen en todas las batallas, y la señal para acometer y cerrar con el enemigo, hecha oración y la señal de la cruz, es invocar al santo y decir: «¡Santiago, cierra España!» Y por este singular patrocinio del santo apóstol han tenido felicísimos sucesos y acabado cosas tan extrañas y heroicas que humanamente no parece que se podían hacer. Invoquemos también nosotros al santo porque nos defienda de nuestros enemigos visibles e invisibles y especialmente de los demonios y hombres diabólicos que causan la perdición temporal y eterna de los hombres.
Oración: Oh Dios, que misericordiosamente encomendaste la nación española a la protección del bienaventurado Santiago apóstol, y por su medio la libraste milagrosamente de su inminente ruina, concédenos, te rogamos, que defendida' por el mismo gocemos de eterna paz. Por Jesucristo, nuestro Señor Amén.
Entre los innumerables y señalados beneficios que ha recibido España de su bienaventurado apóstol y defensor Santiago, es digno de eterna recordación y agradecimiento el que alcanzó en Clavi-jo. Porque dominando aún en España los sarracenos y oprimiendo a los pueblos cristianos con graves y deshonrosos t r i butos, el rey Ramiro, que había subido a l trono de León, rechazó sus injuriosas demandas y procuró con toda sus fuerzas enflaquecer el poder de los moros, y l ibrar a nuestra patria de aquella tan dura servidumbre. Hizo pues un llamamiento general a las armas, y juntando un poderoso ejército se entró en las tierras de los enemigos. Abderramán lleno de coraje, llamó en su auxilio hasta las tropas africanas, para salir a su vez al encuentro de los cristianos. Encontráronse los ejércitos cerca de Avelda y en aquella comarca se dio la batalla de poder a poder, y pelearon con dudoso suceso, hasta que cerrando la noche, mandó don Ramiro re t i rar sus tropas cansadas y destrozadas al vecino collado llamado Clavijo, donde se fortificó lo mejor que pudo e hizo curar a los heridos. El rey, oprimido de tristeza y de cuidado, se quedó adormecido, y entre sueños le apareció un varón celestial de gran majestad y grandeza, y preguntándole el rey quién era: «soy, respondió, Santiago apóstol, a quien ha confiado Dios la protección de España. ¡Buen ánimo! mañana te ayudaré y alcanzarás ilustre victoria de tus enemigos.» Despertó el rey con esta visión y dio cuentas de ella a los obispos que seguían su campo y a los capitanes del ejército; y al
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( t 287)
En tiempo de los emperadores Diocleciano y Maximiano vivían en la ciudad de Nimes en Francia dos hermanos de claro linaje, de los cuales el p~.ayor, llamado Donaciano se aventajaba en la fe y virtudes cristianas, al menor, llamado Rogaciano, que todavía era gentil. Mas al fin le persuadió que se bautizase; y aunque Rogaciano vino en ello, no pudo, porque por este tiempo llegaron a Nimes crueles edictos contra los fieles, y el sacerdote que había de bautizarlo huyó de temor como otros muchos cristianos. A pocos días, un ciudadano de Nimes se fué al juez y acusó o los dos hermanos. Sintiólo mucho porque eran ricos y nobles, y así les hizo llamar y les rogó que no menospreciasen la veneración de Júpiter y Apolo por la doctrina nueva de Jesucristo, porque esto era enloquecer y poner en riesgo la vida. Respondieron los dos hermanos, que no podían creer en los dioses y que debían y querían creer en J e sucristo, y se tendrían por dichosos derramando por El su sangre. Encerráronles, pues, en una cárcel oscura donde los dos hermanos pasaron la noche en oración, suplicando Rogaciano al Señor que la muerte le fuese el don del bautismo. Entrado el día, mandó el presidente que los sacasen delante de todo el pueblo cargados de cadenas como estaban, y díjo-les: «Con indignación os quiero hablar, porque o por ignorancia dejáis la religión y veneración de los dioses, o lo que es peor por sacrilega obstinación los menospreciáis.» A esto respondieron los gloriosos mártires: «Tu ciencia es peor que toda ignorancia, y tu religión supersticiosa es tan vana como esos dioses de metal que adoras. Ya nosotros estamos dispuestos a padecer por el nombre de Cristo los mayores tormentos que pudieres inventar, pues ningún daño recibirá con ellos nuestra vida vueltos a Aquel de donde tuvo principio.» El presidente, oída esta respuesta, se enfureció más y los mandó poner en un potro, y que les rompiesen las carnes, para que si ya con el terrible dolor y tormento no les pudiese mudar los ánimos, a lo menos con despedazar y deshacer sus cuerpos quedase vengado. Esta crueldad se ejecutó con to
do rigor quedando los invictos mártires despedazados; pero siempre estuvieron constantes y firmes en la confesión de la fe y nombre de nuestro Señor Jesucristo; por lo cual los verdugos, por mandato del presiente, con dos lanzas lea traspasaron las cervices y al fin les cortaron las cabezas. De esta manera estos felices hermanos y mártires gloriosos fueron a reinar con Cristo, siendo el uno ai otro causa de su salud eterna.
* Reflexión: Esta fué buena compañía y
santa hermandad; y por esta causa triunfan ahora eternamente los dos santos hermanos en la compañía de Dios y en el gloriosísimo coro de los mártires. Si tienes pues algún hermano, deudo o amigo a quien mucho aprecias, y les ves andar por malos caminos, no le dejes perecer. No se trata de exhortarle al martirio, y persuadir que se ha de dejar quemar y desollar vivo; se trata de decirle que procure vivir nada más que como buen cristiano, porque es gran desventura que un hermano se salve y otro se condene, y que los verdaderos amigos se hayan de separar para siempre, gozando uno en el cielo, y padeciendo el otro en el infierno.
Oración: Oh Dios, que nos concedes tu gracia para venerar el nacimiento a la verdadera fe de los santos hermanos mártires Donaciano y Rogaciano, danos también la gracia de gozar en su compañía de la eterna felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Gregorio VII, papa. — 25 de mayo. (t 1085)
Gregorio, séptimo de este nombre, llamado antes Hildebrando, fué uno de los más grandes pontífices que han ocupado la silla de san Pedro, y uno de los hombres más eminentes que han florecido en los siglos del mundo. Su mira principal había sido hacer de todas las naciones una sola familia unida por los vínculos de la caridad y de la ley de Jesucristo. Nació este incomparable y santísimo varón, en Soano de Toseana, y era hijo de un carpintero. Dícese de él, que siendo niño y jugando con los fragmentos de la madera, formó, dirigido por la mano de Dios, aquellas palabras de David: «Domi-nabitur a mari usque ad mare: dominará de un extremo a otro del mar»: lo cual era indicio del poder que este niño había de ejercer en el mundo. Hizo sus estudios en Roma, donde mostró su vastísimo ingenio, y mereció el singular aprecio de los pontífices Benedicto IX y Gregorio VI. Acompañó a este en su destierro a Alemania y se retiró después a la abadía de Cluni, donde fué abad y ejemplar de gran virtud para aquellos religiosos. Nobráronle después cardenal de la santa Iglesia romana, y desempeñó con tal acierto cargos importantísimos durante los reinados de cinco papas, que después de la muerte de Alejandro II, fué elegido sumo pontífice por unánime consentimiento, brillando como sol en la casa del Señor. Viéronle en cierto día que celebraba la misa solemne, cobijado por una blanca paloma que tenía las alas extendidas sobre su sagrada cabeza, como dando a entender que no eran las razones de la prudencia humana sino la asistencia
del Espíritu Santo la que lo dirigía en el gobierno de la Iglesia. Dio eficaces decretos contra la simonía, apoyada por la misma autoridad real, fulminó anatemas hasta contra el emperador Enrique IV, que le declaró la guerra, y mientras estaba sitiado dentro de Roma celebró un sínodo en que le excomulgó, retirándose luego al castillo de San Angelo, y libertándose por el socorro que recibió de Roberto Guiscardo, príncipe de la Pulla. Conjuró después el cisma nacido de la elección de un antipapa hecho por el emperador; y con sapientísimas instrucciones que daba a los fieles y a los príncipes cris
tianos, trabajó infatigablemente por la restauración y felicidad de los pueblos cristianos; y después de doce años de un glorioso pontificado, pasó a recibir la eterna recompensa de sus heroicas virtudes en la gloria de los cielos. Las obras que escribió constan de diez libros de epístolas, y con sobrada razón dice Du-Pin, el contrario más parcial de san Gregorio, que las calumnias acumuladas por los adversarios de la Iglesia contra este santo pontífice están refutadas por aquellas mismas cartas, llenas del espíritu de Dios y de celo apostólico.
Reflexión: Las últimas palabras que pronunció san Gregorio VII, momentos antes de morir, fueron estas:, «He amado la justicia y aborrecido la iniquidad.» Ruguemos al Señor que envíe a su Iglesia pontífices y prelados como este santo que defiendan la Iglesia, que la ilustren con sus herocias virtudes y preparen todas las naciones al reinado social de nuestro Señor Jesucristo, el cual convirtiría la t ier ra en un cielo de paz, de amor y de tanta felicidad como es posible en este mundo; porque no hay duda que gran parte del malestar social proviene de no estar unidos todos los hombres con el vínculo de una religión divina.
Oración: Oh Dios, fortaleza de los que esperan en ti, que esforzaste con la virtud de la constancia al bienaventurado Gregorio, tu confesor y pontífice, para que defendiese la libertad de la Iglesia, concédenos por su intercesión y ejemplo la gracia de vencer todas las dificultades que se oponen a tu divino servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Felipe Neri, fundador. — 26 de mayo. (t 1595)
El glorioso fundador de la Congregación del Oratorio san Felipe Neri nació en Florencia de padres nobles y temerosos de Dios. Mostró desde la infancia grande inclinación a la virtud, por lo cual le llamaban comúnmente Felipe el bueno. Tocado de Dios, se fué a Roma, y en aquella corte del mundo comenzó una vida tan penitente como si estuviera en el yermo. Unos mancebos atrevidos le encerraron una vez con dos mujercillas livianas para que le provocasen al mal; ms él cuando se vio en tan gran peligro, no hizo sino hincarse de rodillas, orando con tal reverencia, que ni aun mirarle a la cara se atrevieron. Terminados sus estudios de filosofía y teología, vendió hasta los libros para entregarse todo a Dios, del cual recibía tan grandes consuelos, que le decía amorosamente: «Señor, no puedo más, apartaos de mí, que siendo yo mortal, no puedo ya llevar esta avenida de vuestros celestiales deleites.» Un día, poco antes de la fiesta de Pentecostés, vino sobre él un fuego de amor tan grande que le derribó en el suelo con una grande palpitación del corazón que le duró toda su vida, quebrándosele dos costillas de encima del pecho; y sentía en aquella parte un calor tan excesivo, que por más frío que hiciese y siendo él ya un viejo era fuerza desabrigarse el pecho para templar aquellos ardores. Conversaba con gente muy perdida y la ganaba para Jesucristo, visitaba los hospitales, y servía a los enfermos; fundó la cofradía de la santísima Trinidad de peregrinos y convalecientes, y por su ejemplo instituyó san Camilo de Le-lis la religión de clérigos regulares, mi nistros de los enfermos. Habiendo mandado su confesor que se ordenase de sacerdote eran perpetuos los éxtasis y a r dores de amor que sentía en la misa, y algunas veces le veían levantado en el aire muchos codos en alto. Era muy familiar de san Ignacio de Loyola, el cual le llamaba la campana por los muchos que por su medio llamaba Dios a las religiones, y no le quiso admitir en la Crmipañía, porque sabía que el Señor le tenía guardado para fundador de la Congregación del Oratorio. Solía visitar las
siete iglesias de Roma, y a veces pasaban de dos mil los que le acompañaban. Obraba innumerables prodigios y parecía que tenía en la mano la vida y la muerte, la salud y la enfermedad. Finalmente después de haber prepetuado su espíritu de piedad y celo de las almas en la Congregación del Oratorio, a los ochenta años de su vida preciosa y en el día de Corpus Christi, recibió del Señor la eterna recompensa de sus trabajos y virtudes.
Reflexión: Llegándose a san Felipe una persona que había cometido un pecado grave, le dijo el santo: «¡Qué mala cara tenéis!» Ella se retiró e hizo algunos actos de contrición, y tornó a ponerse delante del siervo de Dios, el cual le dijo: «Desde que os apartasteis de mi habéis mudado de rostro.» Era también cosa muy rara y notada que san Felipe Neri echaba de sí un olor suavísimo y celestial que confortaba a los que trataban con él, y que conocía a los que estaban en pecado por un hedor insoportable, y les avisaba que se confesasen y enmendasen. ¿Qué olor sintiera en ti el santo glorioso? ¿Había de avisarte también para que purificases tu alma? ¿Se alegraría percibiendo en ti el aroma de las virtudes y de la gracia de Dios?
Oración: Oh Dios, que encumbraste a la gloria de tus santos a tu bienaventurado confesor Felipe, concédenos benignamente que los que celebramos su solemnidad, imitemos sus ejemplos y virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan, papa y mártir. — 27 de mayo. (t 526)
San Juan, papa, primero de este nombre, nació en Florencia, y se crió en Roma donde hizo maravillosos progresos en las ciencias y cristianas virtudes. Era ya el espejo y oráculo de todo el clero cuando por la muerte del santísimo padre Hormisdas, fué elegido Juan sumo pastor de la Iglesia, con gran consuelo de los fieles. Reinaba a la sazón en Italia Teo-dorico, rey de los ostrogodos, defensor de los herejes arríanos, y en Oriente el emperador Justino, celoso protector de la Iglesia católica. Mandó, pues, este católico príncipe que no se admitiesen en su imperio obispos y sacerdotes arríanos, y que se les quitasen las iglesias que tenían y se diesen a los fieles y católicos. Al saber esto embravecióse Teodori-co y dio bramidos como un león; y hasta amenazó de poner a sangre y fuego a Italia y pasar a cuchillo a todos los católicos. Recatábase de todas las personas de valor que veía aficionadas a la parte de Justino, y así mandó prender al sapientísimo Severino Boecio y a su suegro Símaco. Pero antes de ejecutar su furor, quiso enviar embajadores al emperador Justino, y escogió para esta embajada a cuatro senadores que habían sido cónsules y a nuestro santo pontífice, juzgando que había blandeado con las amenazas. Llegado el santo a Cons-tantinopla, fué recibido con cruces, pendones y hachas encendidas; el mismo emperador bajó del caballo en que iba, $ puesto ante él de rodillas, le hizo reverencia como a vicario de Dios en la t ierra. Entrando el santo pontífice por _ la puerta de la ciudad dio la vista a un cie
go. Trató los negocios que llevaba con el emperador y concluyólos como deseaba, aunque convinieron los dos en no dar las iglesias a los arríanos, ni consentir que contaminasen los templos del Señor con las ceremonias de los herejes. Por lo cual el rey Teodorico hizo matar a Símaco y al ilustre y católico filósofo Boecio, que eran los varones más esclarecidos de Italia, y el mayor ornamento de Roma. Luego que volvió^ el santo pontífice a I talia fué encerrado en una cárcel sucia y tenebrosa de Ravena, pero no por eso desmayó ni dejó por temor del tirano de llevar adelante la defensa de la fe ca
tólica, antes escribió una carta a los obispos de Italia en que les exhortaba a t ra bajar varonilmente en la viña del Señor, y a despreciar por la causa de J e sucristo las fieras amenazas del rey. Fué el santo en aquella cárcel tan maltratado, que dentro de pocos días murió. Pero no se fué alabando el tirano, porque poco después fué severísimamente castigado de Dios con espantosos terrores que le helaron la sangre y le quitaron la vida.
Reflexión: En la carta que escribió el venerable pontífice san Juan desde su cárcel a los obispos de Italia, les decía: «Armaos, hermanos míos, con la espada del espíritu del Señor contra la perfidia de los herejes; persaguidla hasta que no quede raíz ni rastro de ella; y puesto caso que el rey Teodorico inficionado de la pestilencia arriana nos amenace y diga que a nosotros y a nuestra tierra la ha de. pasar a sangre y fuego, no por eso os turbéis, ni temáis a los que pueden matar al cuerpo y no al alma. Roguemos al Señor que dé esta fortaleza cristiana así a nuestros pontífices y prelados como a todos los fieles de la santa y divina Iglesia católica, pues, vale más la fe de Jesucristo que todos los demás bienes temporales del mundo.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la festividad de tu bienaventurado mártir y pontífice san Juan, concédenos benignamente que merezcamos la protección de aquel cuya memoria solemnizamos. Por Jesucristo, nuestro Sé-ñor. Amén.
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San Germán, obispo de París, confesor. — 28 de mayo. (t 576)
San Germán, obispo de París, varón por su excelencia, santidad y grandes prodigios admirado, fué hijo de padres pobres y nació en Borgoña en territorio de Autún. Aborrecida su madre por haberle concebido en breve, tiempo después de otro hijo, tomó medios para matarle antes de que naciese, y no pudo porque Dios guardaba aquel niño y le había escogido para gran ministro de su gloria. Habiendo, pues, pasado los años de la primera edad en estudios de letras, s e ' ordenó de diácono y de presbítero, y fué elegido por abad del monasterio de san Sinforiano. Florecía allí con rara virtud, cuando por voluntad del rey Childetaerto fué consagrado obispo de París. Era muy largo en las limosnas que hacía, y con frecuencia comía con los pobres. Dios le ayudaba por mano del mismo rey, el cual le daba hasta sus vasos de oro y plata, rogándole que lo diese todo porque no le faltaría qué dar. No fué tan favorecido del rey Clotario su hermano, a quien Dios castigó con una enfermedad de la cual e] mismo santo le sanó. Después, habiendo venido la corona de Francia al rey Ca-riberto, que estaba amancebado con la hermana de su mujer, san Germán, le excomulgó a él y a la amiga, y como aun todo esto no bastase, tomó 'Dios la mano quitando la vida primero a la amiga del rey y después al mismo rey. Celebró también san Germán un concilio en París, en el cual reprimió la codicia de los grandes que usurpaban los bienes de la Iglesia, y las limosnas de los fieles. Haciendo el santo una peregrinación a J e -rusalén, el emperador Justiniano le ofreció grandes dones de oro y plata; mas el santo varón no quiso aceptarlos, antes le suplicó que le diese algunas reliquias, y el emperador le dio entre otras la corona de espina de nuestro Señc^ Jesucristo. Los milagros que hizo fueron innumerables, y no parecía sino que el Señor le había dado señorío e imperio sobre las criaturas. Finalmente a los ochenta años de su edad llamó a un notario suyo y le mandó que escribiese sobre su cama «A los 28 de mayo.» Y aunque entonces no se entendió lo que quería decir, se adivinó después cuando en este
día entregú su preciosa alma al Señor. Fué sepultado con gran llanto y solemnidad de toda la ciudad de París, en la capilla de san Sinforiano que él mismo había mandado fabricar, y luego confirmó el Señor con nuevos milagros la santidad de su siervo: y más tarde Lanfrid» abad trasladó el sagrado cuerpo a la iglesia de san Vicente, con asistencia del rey Pipino y de Carlos su hijo, que fueron, testigos de muchas maravillas.
Reflexión: Dice el rey Childeberto en unas letras patentes: «Nuestro padre y señor Germán, obispo de París y hombre-apostólico, nos ha enseñado en sus sermones que mientras estemos en esta v i da hemos de pensar mucho en la otra y hacer muchas limosnas. Habiendo sabido que estábamos enfermos en el Castillo de Celles, y que no nos habían aprovechado todos los medios humanos, vino a visitarnos y pasó toda la noche en o ra ción. Por la mañana puso sobre nosotros sus santas manos y apenas nos tocó cuando nos hallamos con plena salud. Por lo cual donamos a la iglesia de París y al obispo Germán la tierra de Celles donde recibimos esta misericordia de Dios». Mira tú cuan poderosos son los santos, y cuan provechosos a los reyes y a los re i nos y a todos sus devotos.
Oración: Rogámote, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te ñapemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado confesor y pontífice Germán, y que-por sus méritos nos libres de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro S e ñor. Amén.
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San Maximino, obispo de Tréveris. — 29 de mayo. (t 348)
Fué san Maximino natural de la ciudad de Poitiers, hijo de padres clarísimos en linaje, descendientes de senadores. Tuvo por hermano a san Majencio, que fué obispo de Poitiers, y él a su vez lo fué de Tréveris, por nombramiento de san Agricio y consentimiento 'de todos los clérigos. Grandes fueron las cosas que hizo en defensa de la fe católica sin temer jamás • al emperador Constancio, hereje arriano. Cuando todo el Oriente se levantó contra el glorioso san Atanasio, que andaba huido y desterrado, no hallando donde acogerse en todo el imperio, san Maximino le recibió y le tuvo hospedado en su casa hasta que pasó aquella tempestad. Hizo juntar un concilio en Colonia para excomulgar y privar de su cátedra al obispo Eufrates, hereje, que' perdía aquella tierra. Hallóse también en el concilio celebrado en Milán para expulsar a los herejes Eusebianos; y de acuerdo con san Atanasio y el papa Julio y el célebre Osio de Córdoba, propuso san Maximino al emperador Constancio la necesidad de un concilio general que se celebró en Sárdica, donde fué de nuevo restablecido en su silla san Atanasio, y depuestos los principales Eusebianos. Y aunque estos se reunieron después en Filipópoli de Tracia y tuvieron allí un conciliábulo que llamaron de Sárdica, para confundir con este equívoco las decisiones del verdadero concilio, y osaron excomulgar a san Maximino, el papa J u lio, a Osio y a san Atanasio, no pudieron con toda su malicia prevalecer sobre la entereza con que el santo defendió la verdadera fe. Acreditó el glorioso san
Maximino la verdad católica alumbrando ciegos, sanando paralíticos, curando endemoniados y obrando muchos y extraños prodigios. Yendo una vez camino de Roma con san Martín, un oso feroz les mató el jumentillo que les llevaba la ropa; entonces san Maximino mandó al fiero animal que tomase sobre sí la carga, lo cual hizo el oso llevándola hasta un lugar llamado Ursaria, donde san Maximino lo despidió. Finalmente lleno de méritos y trabajos murió en Poitiers, y su sagrado cuerpo fué trasladado a Tréveris con grande solemnidad, obrando el Señor por él innumerables prodigios. El terror de los nor
mandos, que pasaban a sangre y fuego los templos y monasterios, movió a algunos religiosos a ocultar las reliquias de san Maximino en el año 882, dentro de una cueva; con este motivo se perdió la noticia de ellas, hasta que habiéndose caído una grande peña, abrió con el golpe parte del sepulcro, y fueron descubiertas por la fragancia que despedían, y se vio con admiración de todos entero el santo cuerpo, e intactos sus vestidos al cabo de tantos años.
Reflexión: Quiere Dios para gloria suya y de sus santos que los animales y la naturaleza les estén sujetos, como se veía en san Maximino. ¿Y qué hombre tan ciego hay que no vea por estos argumentos que la religión católica que autorizan los santos con sus milagros, es la que enseñó a los hombres aquel mismo Dios omnipotente que hizo el cielo y la tierra? Recibámosla pues de su mano divina como hemos recibido de ella el cuerpo y el alma; y así como le somos agradecidos por la luz de los ojos que nos ha dado, tanto y mucho más debemos hacerle gracias por la luz sobrenatural de la fe, que ha infundido en nuestras almas, y por la revelación que ha hecho a los hombres de$su divina verdad por medio de Jesucristo, testigo de sus soberanos secretos.
Oración; Suplicárnoste, oh Dios todopoderoso, que en esta venerable solemnidad de tu confesor y pontífice san Maximino, acrecientes en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jsucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Fernando, rey de Castilla y de León. — 30 de mayo. (t 1252)
El gloriosísimo rey san Fernando fué hijo de don Alfonso IX rey de León y de doña Beren-guela, la cual le crió a sus pechos, y así con la leche parece que mamó sus santas virtudes. Jamás dejó de obedecerla como a madre; y como algunos de los ricos-hombres murmurasen de que después de ser rey estuviese tan rendido a su madre, dijo el santo: «En dejando de ser hijo, dejaré de serle obediente.» Poseía en altísimo grado todas las prendas reales, y con sus virtudes tenía tan ganados a sus vasallos, que era más rey de sus corazones que de las ciudades de su reino. Tomó en sus manos la espada para hacer guerra a los moros que t i ranizaban gran parte de España; pacificó
' los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de Valencia y de Granada, conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla, y varios, príncipes de África solicitaron su amistad con decentes partidos. En treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos. Nunca desnudé la espada (decía él) ni cerqué ciudad ni castillo, ni salí a empresa, que no fuese mi único motivo el dilatar la fe de Cristo; y por la mayor gloria y servicio de Dios no re husaba ningún trabajo de la guerra, cono si fuera soldado particular, hasta dormir en el duro suelo, y hacer las centinelas por su turno con los demás soldados en el sitio de Sevilla. Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con el buen pretexto de hacer guerra a los moros, respondía: «Más temo las maldiciones de una viejecilla pobre de mi reino, que a todos los moros del África. Ganada la ciudad de Sevilla, dispuso una solemnísima procesión de toda la gente lucida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestro Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata. Los templos y oratorios que edificó a la Virgen santísima pasaron de dos mil. Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo Monarca que se llegaba su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir y pidió la
sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y postrándose sobre la tierra con una sogra al cuello. Despidióse después de la reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo: «Desnudo nací del vientre de mi madre a la tierra y desnudo vuelvo a ella.» Mandó luego que cantasen el Te Deum, y en el segundo verso que dice, «a ti Eterno Padre venera toda la tierra,» inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios.
Reflexión: Dicen los historiadores: «Cuando murió el rey don Fernando todo el reino hizo un gran sentimiento: los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de sus personas, salían por las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos lloraban y decían: Ojalá no hubiese nacido, o no hubiese muerto el príncipe. Y hasta el mismo Alhamar mandó cien moros con achas encendidas a sus exequias.» No nos olvidemos pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos dé reyes o gebnadores como san Fernando, que merezcan las bendiciones y no las maldiciones de sus pueblos.
Oración: Oh Dios, que concediste al bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria de nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Petronila, virgen. — 31 de mayo. (t Siglo I)
Fué santa Petronila una doncella romana, a quien el Príncipe de los apóstoles poco después de entrar en Roma convirtió a la fe juntamente con toda su familia. Y porque la engendró para Jesucristo por el bautismo, ella le amaba y le tenía una tierna devoción, y se llamaba hija de san Pedro, aunque no según la carne, sino según el espíritu. Deseaba esta santa virgen padecer mucho por J e sucristo que por su arrior había muerto en la cruz, y el Señor le dio por cruz el lecho del dolor, donde estuvo por muchos años herida de perlesía en todos los miembros de su cuerpo. Visitábanle con frecuencia san Pedro y otros fieles de Roma, y como le dijesen que por qué sanando él a tantos enfermos y siendo piadoso para todos, para solo ella era cruel; levántate, pues, Petronila, dijo, y sírvenos a la mesa. Levantóse la santa como si nunca hubiese estado enferma, y después de haber servido a la mesa, con asombro de todos, les dijo san Pedro: «no es eso lo que le conviene, sino estar enferma»; y así volvió a hallarse paralítica como antes, hasta la muerte del santo apóstol y luego sanó de todas sus enfermedades. Salió tan aventajada en la virtud, que como dicen las actas, con sola su voluntad sanaba de repente a los enfermos. Enamoróse ciegamente de ella un caballero noble romano, llamado Flaco, quien con gente de guerra vino a casa de Petronila para llevársela por esposa. Rospondióle la hermosísima virgen; «aguarda tres días, y al cabo de ellos vengan las doncellas que me acompañen a tu casa.» Con esta respuesta quedó Flaco
contento, y ella que había ofrecido su virginidad a Jesucristo, gastó los tres días en perpetua oración y ayunos, suplicándole con muchas lágrimas y grande afecto que la librase de aquel peligro, y no permitiese que ella contra su voluntad perdiese lo que le había prometido y tanto deseaba conservar. Vino al tercero día a su casa un santo sacerdote llamado Nicomedes, díjole misa y dióle el santísimo Sacramento; y en recibiéndole se inclinó sobre su cama y dio su espíritu a Dios. Vinieron aquel día las doncellas que Flaco enviaba para acompañarla y llevarla a su casa, y hallándola muerta, en lu
gar de celebrar las bodas, celebraron sus exequias. El cuerpo de la santa fué sepultado en la vía Ardeatina y después trasladado con gran solemnidad a la basílica del príncipe de los apóstoles san Pedro en tiempo del papa Paulo, primero de este nombre.
Reflexión: Dichosa y bienaventurada virgen, muy amada del Señor después de haber sido probada como la plata y puri ficada como el oro en el crisol de la enfermedad. Acontece con harta frecuencia que esos trabajos que humillan al hombre y rinden el cuerpo, son el mejor remedio para sanar el alma; porque entonces vemos claramente y mejor que con todas las meditaciones, la brevedad y fragilidad de nuestra vida y la nada de nuestro ser y la vanidad de las cosas del mundo. ¿A cuántos ha sido ocasión de perderse la salud, o la posesión de los demás bienes temporales, en que el mundo cifra la humana felicidad? Mas cuando la salud está quebrantada, comienza a entrar el hombre dentro de si, y a acordarse de Dios en quien solamente puede hallar su verdadera, sólida y eterna dicha.
* Oración: Óyenos, Señor y salvador
nuestro, para que la espiritual alegría con que celebramos la festividad de tu bienaventuraba virgen Petronila, vaya acom-v; panada de verdadera devoción. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Iñigo, abad de Oña. — 1 de junio (t 1071)
San Iñigo, decoroso ornamento del orden de san Benito, nació en Calatayud, ciudad antiquísima y muy noble de la corona de Aragón. Sus padres fueron muzárabes, esto es, cristianos mezclados con los árabes, los cuales dieron a Iñigo una educación conforme a las piadosas máximas del Evangelio. Llegado el ilustre joven a edad competente, dejó su patria, sus padres y sus cuantiosos bienes, y se retiró a los montes Pirineos, donde pasó algún tiempo en la contemplación de las grandezas divinas; mas llegando a su noticia la santidad de los monjes que vivían en el cele- ~ bre monasterio de san Juan de la Peña, establecido en lo alto de las montañas de Jaca, resolvió abrazar la regla de san Benito. Hecha ya su solemne profesión, cuando era amado y venerado de todos los monjes por sus «eminentes virtudes, alcanzó licencia del esclarecido abad, llamado Paterno, para re tirarse a un espantoso desierto de las montañas de Aragón, donde resucitó con sus austeridades las imágenes de penitencia que se leen de los solitarios de la Tebaida, de la Nitria y de la Siria; y donde atraía a gran número de gentes que se aprovechaban de sus saludables instrucciones. Mas habiendo fallecido por este tiempo el primer abad del monasterio de Oña, llamado García, y deseando el rey Sancho nombrar un digno sucesor del difunto, envió tres veces embajadores al santo para que aceptase aquel cargo, y aun pasó el mismo rey personalmente al desierto y logró al fin rendirle y traerle consigo a aquel monasterio. En su gobierno practicó con grande eminencia todas las virtudes del más perfecto prelado, a los pobres oprimidos pagaba sus créditos, buscábales para mantenerlos y vestirlos, libró a muchos presos de las cárceles, redimió cautivos y obró esclarecidos milagros. Cuando le acometió su última enfermedad en un pueblo llamado Solduengo y tomó al anochecer el camino para Oña a fin de consolar a sus hijos, se le aparecieron dos ángeles en figura de dos hermosísimos niños vestidos de blanco con sus hachas encendidas, los cuales le acompañaron hasta el monasterio. En la hora de su muerte se llenó el ámbito de su celda de un resplandor celestial y se oyó una voz que dijo: Ven,
alma dichosa, a gozar de la bienaventuranza de tu Señor. Celebráronse con gran pompa sus funerales, y no solo los cristianos, sino también los judíos y los moros concurrieron a sus exequias y rasgaron sus vestiduras con grandes muestras de sentimiento.
Reflexión: El abad Juan, sucesor del santo, decía de él en su oración fúnebre estas palabras: «Hemos visto, hermanos, llenos de espiritual consuelo, y entre lágrimas y sollozos como ha sido arrebatado el justo de esta vida. No habrá lugar tan remoto en el mundo, al que no haya conmovido el tránsito de nuestro santísimo padre Iñigo, ni sitio tan ajeno de religión cristiana, donde no se llore su muerte. Llora la Iglesia de haber perdido tal sacerdote, pero se alegra el paraíso habiendo recibido tan gran santo: lloran los pueblos, pero se alegran los ángeles, gimen las provincias, pero triunfan los coros celestiales en la recepción de aquel varón santísimo, que deseaba diariamente volar a ella cuando decía: ¡Cuan amables son, Señor Dios de las virtudes, tus tabernáculos! (Ps. 83). ¡Ojalá que nuestra muerte sea también la muerte de los justos, llorada de los buenos y celebrada de los ángeles! ¡Oh, cuan prudentes y dignos de toda alabanza son los hombres que considerando como negocio principal del hombre el negocio de la virtud, emplean su vida en obrar el bien y edificar a sus semejantes!
Oración: Háganos, Señor, agradables a ti, como te lo pedimos, la intercesión de san Iñigo abad, para que por su patrocinio alcancemos lo que no podemos esperar de nuestros propios méritos. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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La beata Ana de Jesús de Paredes. — 2 de junio (t 1645)
La inocentísima y penitente virgen, beata María Ana de Jesús, nació de esclarecido linaje en la ciudad de Quito de la América meridional. Casi desde la cuna tomó el camino de la perfección, y se dio tanta prisa a correr por él, que al empezar, pudo parecer que acababa. Apenas tenía diez años, hizo ya los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, que suelen hacerse en la profesión religiosa. Como oyese un día las alabanzas de aquellos tres santos mártires de la Compañía de Jesús, que en el Japón habían sido crucificados y alanceados por la fe que predicaban, encendiéndose la santa niña en vivos deseos de ganar almas a Cristo y derramar su sangre en esta demanda, dejó secretamente, como santa Teresa de Jesús, la casa de sus padres y se puso en camino para ir a la conversión de los pueblos bárbaros e idólatras: mas no pu-diendo llevar a cabo su intento, se hizo en una pieza muy retirada de su casa su yermo y soledad, donde apartada de todas las cosas del mundo, pudiese vivir para solo Dios. Allí imitó la vida asperísima y penitente que leemos de los admirables anacoretas de la Tebaida. Llevaba hincada en la cabeza una corona de punzantes espinas, ceñía su delicado cuerpo con áspero silicio, poníase piedre-cillas en los zapatos, tomaba su breve descanso sobre una cruz sembrada de espinas, y afligía varias veces así de día como de noche todos los miembros de su cuerpo con inauditas invenciones de tormentos. Eran tan extraordinarios y maravillosos sus ayunos que pasaba a veces ocho y diez días sin comer más de una
onza de pan duro. A pesar de este extremado rigor que usaba consigo, era tan blanda y afable con los demás, que fácilmente rendía los corazones de cuantos trataba, y los ganaba para Jesucristo; y así redujo a vida honesta y virtuosa a muchos pecadores de toda condición y estado que se hallaban encenagados en los vicios, o muy apartados del camino de su salvación. Las consolaciones y soberanos favores que recibía en su ítimo trato con Dios, no son para declararse con palabras humanas. Viéronla levantada de la tierra y brillando su rostro con una luz del cielo: tuvo Dxcelente don de profecía y dis
creción de espíritu, curó a muchos enfermos, y resucitó a una mujer difunta. Finalmente habiéndose ofrecido al Señor para satisfacer con su muerte por los pecados del pueblo afligido a la sazón por la pestilencia que hacía en Quito grandes estragos, a la edad de veintiséis años entregó su alma al celestial Esposo. Una maravilla del cielo se vio momentos después de espirar la purísima doncella: y fué que de su sangre cuajada brotó una blanquísima y hermosísima azucena: por cuyo soberano acontecimiento comenzaron a apellidar a ia santa con el nombre de Azucena de Quito.
Reflexión: ¡Qué contraste forma la vida de esta santísima doncella con la que llevan las doncellas mundanas de nuestros días, ataviados con todas las invenciones de la moda y escandalizando con su inmodestia y profanidad! Pero aquella con su retiro, su modestia, su honestidad y mortificación admirable fué una grande santa, y está gozando de inefable gloria en el cielo; y ¿qué será de esas jóvenes tan vanas, distraídas, orgullosas y sensuales, tan enemigas de la verdadera piedad, y tan amigas de los placeres del mundo?
Oración: ¡Oh Dios! que hasta en medio de los lazos del mundo quisiste que la bienaventurada María Ana floreciese como lirio entre las espinas, por su.virginal castidad y asidua penitencia; concédenos por sus méritos e intercesión, que nos apartemos de los vicios y sigamos 1a senda de las virtudes. Por Jesucristo* nuestro Señor. Amén.
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Santa Clotilde, reina de Franeia. (t 545)
Santa Clotilde, gloriosísima rei-na de Francia, fué hija de Chil-perico, hermano menor de Gon-debaldo, tirano rey de Borgoña que quitó la vida a él, a su mujer y a los demás hermanos suyos, por usurpar la corona. En esta lamentable tragedia solo fueron perdonadas dos hijas de Ohilperico, de las cuales una fué nuestra santa Clotilde. .Crióse en la corte de su tío y aunque se hallaba entre herejes arrianos deparóle el Seño:-- quien la instruyese en las cosas de la verdadera fe. Por su extraordinaria hermosura, honestidad y discreción pidióla y alcanzóla por esposa Clodoveo, potentísimo rey de Francia. Procuró ella a su vez ganar a su rey esposo para Jesucristo, persuadiéndole que dejase la vana idolatría, y aunque él prometía de hacerlo así, no iO acabó consigo hasta que una grande ne cesidad y aprieto ablandó y rindió su corazón: porque en una batalla que libró contra los Alemanes, siendo él muy inferior en fuerzas, levantó el corazón al cielo y dijo: «El verdadero Dios de mi mujer Clotilde me valga»; y habiendo conseguido la victoria, no solamente se bautizó como había prometido, sino que también acabó de desterrar de su reino la idolatría y levantó en París la iglesia mayor san Pedro y san Pablo, llamada después Santa Genoveva y envió su real diadema, conocida hoy con el nombre de reino, al sumo pontífice Hormisdas, significándole por aquel presente que dedicaba su reino a Dios. Muerto el rey, se retiró su santa esposa a Tours donde pasó el resto de sus días en oraciones, vigilias, penitencias, y muchas obras de caridad y beneficencia propias de su magnífico y real ánimo. Predijo el día de su muerte un mes antes que sucediese y en su última enfermedad llamó a sus dos hijos Childeberto rey de París, y Clotario rey de Soissons, y los exhortó con santas palabras y maternal autoridad a mirar por la honra de Dios, a conservar entre sí la paz y concordia y hacer justicia y misericordia a los pobres. Recibió después con tiernísima devoción los sacramentos de la Iglesia, hizo pública profesión de fe y ^ntregó su alma preciosa en las manos del Criador. Su cadáver fué sepultado con el
3 de junio
de su marido el rey Clodoveo en la igle
sia de santa Genoveva, e ilustró el Señor su sepulcro con muchos milagros.
Reflexión: Bárbaro y gentil era el rey Clodoveo; y por las oraciones y piadosas instancias de santa Clotilde dejó la vana idolatría y abrazó la fe de nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh! ¡cuánto valen y pueden delante de Dios las súplicas y lágrimas de una esposa, para alcanzar la conversión de su marido! Entiéndanlo bien la? señoras que tienen el marido apartado de la religión y de la fe; porque si no cesan de rogar por él y de exhortarle con oportunos avisos, alcanzarán del Señor su conversión. En esto han ae manifestarle principalmente su amor; porque ¿qué cosa más para sentirse y llorarse, que verse eternamente separados el uno del otro dos consortes, que mucho se amaban, por haberse salvado la mujer fiel y condená-dose el marido infiel? Y ¿qué mayor ventura pueden desearse, si de veras se aman, que la de poderse unir eternamente con los más dulces e inquebrantables lazos del amor en la gloria del paraíso, donde la esposa gozará de la vista y compañía de su esposo glorioso y el esposo de la regalada presencia y conversación de su esposa glorificada, sin temor ninguno de que la muerte pueda separarlos jamás, ni de que tribulación alguna pueda menoscabar un punto su gozo y felicidad beatífica?
Oración: Óyenos, oh Dios autor de nuestra salud, para que los que nos alegramos en la festividad de la bienaventurada Clotilde, seamos enseñados en el afecto de la piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Francisco Carácciolo, fundador. — 4 de junio (f 1608)
El fervorísimo sacerdote, san Francisco Carácciolo, nació en el lugar llamado Santa María, de la diócesis de Trivento del reino de Ñapóles, y fué hijo de nobilísimos y cristianísimos padres. Desde sus primeros años se mostró tan compasivo de los pobres, que cuando se sentaba a la mesa para comer, dejaba a un lado el plato que más le gustaba y le llevaba a los pobres. Siendo de mayor edad se inclinó a las armas, y aprendió los ejercicios militares propios de los caballeros de su tiempo; mas como se viese acometido de una maligna dolencia que le cubrió de pies a cabeza de una lepra asquerosísima, y redujo toda su hermosura y gentileza a un disforme esqueleto, ofreció a Dios que si le restituía la primera salud, abrazaría el estado religioso. Mientras estaba haciendo esta resolución, se sintió inundado de una avenida tan copiosa de lágrimas, que embargándole la voz, le dejó suspenso: y vuelto en si, como si despertara de un dulce sueño, se halló fuera de todo peligro, y en pocos días se vio bueno y sano. Aprendió las letras humanas y divina, y habiéndose ordenado de sacerdote, celebró su primera misa con asistencia de la nobleza más distinguida de Ñapóles; y fué este acto de grande ternura y edificación. Juntándose después con don Agustín Adorno y
"don Fabricio, fundaron la nueva orden de clérigos, que el sumo pontífice Sixto II quiso se nombrase de Clérigos menores; y habiendo fallecido el padre Agustín Adorno, primer general, fué elegido nuestro Francisco que era confundador: mas a los seis años de su gobierno alcanzó con
sus muchos ruegos dejar su oficio. Entonces se dio a una vida tan santa como admirable: porque escogió para su habitación un rincón debajo de la escalera de la casa, estrecho, oscuro y guarnecido de calaveras, que más parecía sepulcro de muertos, que habitación de vivos. Allí estaba recluso, todo el tiempo que le sobraba de los actos de comunidad, absorto en la contemplación de las cosas celestiales. Las noches pasaba en la iglesia velando en oración, donde le vieron varias veces en éxtasis con los brazos en cruz. Finalmente habiendo tenido revelación de su muerte, y sintiéndose abrasado de una gra
ve calentura, preguntó al enfermero que le asistía: «¿En qué día estamos?» y respondió:* En martes 3 de junio, antevíspera del Corpus.» Dijo Francisco: «Pues según eso, mañana saldré de este mundo.» Y el día siguiente, recibidos con grande devoción los sacramentos, plácidamente expiró. Comenzó luego su cadáver a despedir una suavísima fragancia, y estuvo en el féretro tres días para satisfacer a la devoción del pueblo, después de los cuales determinaron embalsamarle para transportarle a Ñapóles y le hallaron ceñidos con un áspero cilicio.
Reflexión: No es menester vivir como este santo en una celda pobrísima, obscura y llena de calaveras, pero es gran desatino pensar que hemos venido a este mundo para tener nuestro cielo en la tierra, y pasar la vida conforme a la ley de nuestros gustos y antojos. Hemos de morir: y si hemos de morir, no ha de caerse jamás de nuestra memoria el saludable recuerdo de la muerte. ¿Qué provecho ha sacado de todas las riquezas, honras y placeres de su vida, el que la termina con una mala muerte? ¿Y qué daño decibe de todos sus contratiempos, el que la acaba con santa muerte? En eso está todo el gran negocio de la vida mortal del hombre: en morir bien.
Oración: Oh Dios, que ilustraste al bienaventurado Francisco, fundador de nueva orden, con el amor de la oración y de la penitencia, concede a tus siervos, que imitando su ejemplo, perseveren en la oración y domen la rebeldía de s\> cuerpo para merecer la gloria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Bonifacio, apóstol de Alemania. — 5 de junio (t 755)
El celosísimo apóstol de Alemania san Bonifacio nació en la provincia de los Sajones occidentales en el reino de Inglaterra. Procuró su padre inclinarle a las cosas del mundo con halagos y con amenazas, pero cayendo malo de una grave enfermedad, conoció que aquel era castigo del cielo por la violencia que hacía a su hijo; y llorando su culpa condescendió con él enviándole a un monasterio para que allí se dedicase a la virtud y a las letras. Ordenado de sacerdote, queríanle los monjes por superior y abad, mas encendido él de un ardiente deseo de predicar el Evangelio a los gentiles y se-llar su predicación con su sangre, se fué a Roma donde el papa Gregorio II l» dio un tesoro de reliquias y un breve muy favorable para que predicase a los infieles de cualquier parte del mundo. Pasó luego el varón apostólico a Alemania y evangelizó las provincias de Turingin, Frisia y Hasia que confina con la Sajorna, donde bautizó gran número de infieles, derribó los templos de los falsos dioses y edificó otros nuevos al verdadero Dios, el cual le favoreció con singulares prodigios. Arrancando un día un árbol de extraordinaria grandeza que llamaban el árbol de Júpiter, concurrió gran multitud de paganos para estorbarlo y matarle, pero viendo que en comenzando él a dar con la segur en el tronco, caía el árbol hecho pedazos en cuatro partes, se convirtieron y él edificó en aquel lugar un oratorio en honra del apóstol san Pe dro. Pasaron de cien mil los infieles que convirtió; por lo cual el papa Gregorio III a la dignidad de obispo que ya tenía el santo, quiso añadirle la de arzobispo, mandándole que ordenase obispos donde fuesen menester. Presidió san Bonifacio un concilio en que se halló Carlomagno, donde se ordenaron muchas cosas muy útiles para el bien de la Iglesia; fué nombrado arzobispo de Maguncia, y en nombre del pontífice coronó por rey de Francia a Pipino. Habiendo tenido noticia de que los Frisones habían vuelto a su antigua superstición, es embarcó con tres presbíteros y tres diáconos y cuatro monjes, para reparar los daños que el demo-
' n i o había hecho en aquella provincia; y estando un día el santo con sus compañe
ros cerca de un río aguardando que viniesen los gentiles bautizados para recibir la Confirmación, cayeron sobre ellos de repente armados los bárbaros paganos y mataron a aquellos apostólicos varones y a otros cincuenta y tres compañeros, todos los cuales alcanzaron con san Bonifacio la palma del martirio.
Reflexión: Es muy celebrado un dicho de san Bonifacio, el cual hablando de los sacerdotes y de los cálices antiguos y de los de su tiempo, dijo que los sacerdotes antiguos eran de oro y celebraban en cálices de madera, y los de su tiempo eran sacerdotes de madera y celebraban en cálices de oro. De este dicho se hace mención en el Decreto y en el concilio Tri-burense. No quiso decir el santo que no estuviese bien empleado el oro en el servicio de Dios, que bien merece nuestro Sñor todo esto y mucho más: sino que deseaba que los sagrados ministros fuesen también puros y preciosos como el oro en el acatamiento divino. Roguemos pues al Señor por los sacerdotes, para que no permita que ninguno se haga indigno de su sagrado y angelical ministerio, sino que todos resplandezcan por su via ejemplar, y sean, como dice Jesucristo, la luz del mundo y la sal de la tierra.
Oración: Oh Dios, que te dignaste llamar al conocimiento de tu nombre una muchedumbre de pueblos por medio del celo de tu bienaventurado mártir y pontífice Bonifacio, concédenos propicio que experimentemos el patrocinio de aquel santo cuya solemnidad celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Norberto, fundador y arzobispo. — 6 de junio 1134) (t
El glorioso fundador de la orden Pre-monstratense, san Norberto, nació en Se-ten, en una de las más ilustres casas de Alemania y fué hijo de Heriberto conde de Gnepp y emparentado con el emperador. En su mocedad engolfóse en las vanidades del siglo y era "'como el alma de todas las diversiones de la corte; mas caminando un día a caballo hacia un lugar de Westfalia llamado Freten seguido de solo un lacayo, se levantó una furiosa tempestad, y cayó un rayo a los pies de su caballo, que le derribó, quedando como muerto por espacio de una hora. Vuelto en si, sintió de tal manera trocado^ su corazón que exclamó como Saulo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y desde aquel día dejó los ricos vestidos, y dando de mano a todos los devaneos del mundo, resolvió entregarse del todo al servicio divino. No había querido recibir hasta entonces las órdenes sagradas a pesar d-í ser canónigo; y una vez recibidas, comenzó a predicar con gran fervor, y admiración de los oyentes, que veían convertido en santo misionero al que habían visto cortesano tan liviano y disoluto. Habiéndosele juntado trece compañeros, buscó un lugar solitario, áspero y apartado que se llamaba Premonstrato, en el obispado de Lauduno, donde asentó los fundamentos de un monasterio; y allí tuvo su origen la nueva religión que del mismo lugar se llamó Premonstratense, y tomó la regla de san Agustín y el hábito blanco de los canónigos reglares. Entabló con sus compañeros una vida muy penitente y más angelical que humana; y el Señor le ilustró con singulares dones
de profesía y de milagros. Mas acompañando en un viaje a Alemania al conde de Champaña, fué elegido muy a pesar suyo para el arzobispado de Magdeburgo, y conducido con guardias da vista a aquella iglesia, a donde llegó con su pobre hábito y con los pies descalzos, pero con universal aplauso y gozo del clero y del pueblo. Vino a él un día un hombre para confesarse; y aunque llevaba traje de penitente, así que el santo le vio, mandó que le quitasen la capa y que mirasen lo que traía y hallaron que iba armado con un puñal para matar al Arzobispo, como él mismo, lo confesó arrepentido ya
de su pecado. Finalmente habiendo provisto de prelado a la religión premonstratense, y gobernado 'santísimamente su iglesia de Magdeburgo por espacio de ocho años, a los cincuenta y tres de su vida preciosa entregó su espíritu en las manos del Criador, quedando su santo cadáver sin la menor señal de corrupción y expuesto nueve días a la veneración del pueblo.
Reflexión: Escribe Paulo Morigia en la Historia del origen de las religiones, cap. 17, que la religión premonstratense creció tanto, que tenía treinta provincias, y en ellas más de mil y trescientos monasterios, y cuatrocientos de monjas. Pero ¿quién podrá decir la muchedumbre de santos religiosos y las excelentes virtudes con que han ilustrado a la Iglesia de Dios? Toda esta gloria redunda en alabanza de san Norberto y es fruto de su conversión. Si hubiese permanecido en los peligros de la corte y en la vanidad del mundo, no hubiera hecho nada, y por ventura se hubiera perdido, y sido causa de la perdición de muchas almas. Convirtióse de veras al Señor, y de caballero mundano, vino a ser gran santo y padre de innumerables santos.
Oración: Oh Dios, que hiciste tan excelente predicador de tu divina palabra al bienaventurado Norberto, tu confesor y pontífice, y por su medio te dignaste aumentar tu santa Iglesia con una nueva familia; concédenos por sus merecimientos, que practiquemos lo que nos enseñó^ con sus ejemplos y palabras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Pedro y cinco compañeros mártires de Córdoba. — 7 de junio ( t 851)
En la sangrienta persecución que suscitó contra los cristianos el rey de los sarracenos Abde-rramán III en Córdoba, capital de su reino en España, entre otros ilustres mártires que dieron su vida en defensa de la fe de Cristo, señaláronse mucho por su admirable valor los santos mártires Pedro, Walabonso, Sabinía-no, Wistremundo, Abencio y Je remías. Pedro fué natural de Erija y ordenado de sacerdote; Walabonso era diácono, y nacido en Lipula, lugar llamado hoy Peña-flor; Sabiniano era monje ya entrado en edad, y natural de Fro-niano en la sierra de Córdoba; Wistremundo era todavía mozo, natural de Ecija y monje en la abadía de san Zoilo; Abencio era hijo de Córdoba y había tomado el hábito en el monasterio de san Cristóbal; y Jeremías era también natural de Córdoba, casado con Isabel, y hombre muy rico y poderoso que había fundado el monasterio llamado Tabanense a dos leguas de aquella ciudad. Todos estos seis fervorosos varones, oyendo que acababan de ser martirizados los santos Isaac y Sancho, se presentaron delante del rey moro y le dijeron: «Nosotros también, oh juez, somos cristianos como nuestros hermanos Isaac y Sancho, y tenemos la misma fe, por la cual has mandado darles la muerte: confesamos como ellos a Jesucristo por verdadero Dios, y afirmamos que vuestro profeta Mahoma es precursor del Anticristo: y decimos que los que profesan la fe de Jesucristo gozarán de la felicidad del cielo, y que los que siguen la falsa doctrina de Mahoma padecerán los eternos tormentos del infierno.» Al oír el tirano tan espontánea y clara confesión, mandó luego prender a les valerosos mártires y pronunció contra ellos sentencia de muerte, ordenando que fuese cruelmente azotado el santo viejo Jeremías, por haber blasfemado, como decía el juez, del profeta Mahoma. Azotaron pues con tanto rigor al venerable anciano, que cuando le llevaron a degollar, no podía ir por sus pies. Pero todos los demás caminaron al lugar del suplicio con tanta ligereza y alegría de sus almas como si fuesen a un espléndido banquete. San Pe-áro y Walabonso fueron los primeros en ser degollados, y después sus cuatro com
pañeros, y así dieron todos sus benditas almas a Dios. Tomando después los sayones aquellos sagrados cadáveres los ataron a unos palos, y pasando algunos días los quemaron y echaron las cenizas en el río.
Reflexión: Mucho vale una santa y pronta resolución cuando se ve que para ella inspira y anima el Espíritu Santo, como es cierto inspiró a estos gloriosos mártires, para que sin temor alguno de la muerte, todos unidos y conformes, se fuesen a reprender al inicuo juez, que cuatro días antes había quitado la vida al glorioso san Isaac, y después a Sancho y a otros santos mártires. No seamos pues tardos y perezosos en ejecutar la .voluntad divina cuando se nos manifiesta claramente por las divinas inspiraciones, que todo nuestro provecho o daño espiritual depende de ponerlas o de no ponerlas por obra. Pongámonos delante de los ojos los ejemplos de los santos: los cuales por su fidelidad en poner por obra los altos pensamientos e inspiraciones de la divina gracia, llegaron a ser tan grandes en el reino de los cielos. ¡Oh cómo reprenden y condenan nuestra flojedad y cobardía: ¡Cómo nos cubrirán de vergüenza en el día el Juicio, donde se descubrirá el mal uso que hemos hecho de las inspiraciones de Dios y de los beneficios de la gracia!
Oración: Oh Dios, que nos alegras en la anual solemnidad de tus santos Pedro, Sabiniano y sus compañeros mártires, concédenos propicio que así como gozamos de sus merecimientos, así nos movamos a imitar sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Medardo, obispo de Noyón. — 8 de junio (t 545)
Uno de los más ilustres prelados de la iglesia de Francia en el VI siglo, fué el caritativo obispo san Medardo, el cual nació en Salentiaco, posesión muy rica de sus padres, que estaba en la región de Noyón. Desde sus tiernos años fué tan amador de los pobres, que les daba su misma comida y yestido, y un día hasta les dio el caballo de que tenía harta necesidad. Riñeron unos labradores sobre el linde y término de unas tierras que tenían y convinieron en ajusfarlo allí con las armas y las vidas: Medardo que lo supo, se fué con ellos, y viendo una piedra, puso el pie sobre ella, y dijo: «Esta piedra es el mojón y término de esta porfía»; y quitando el pie, vieron todos que había quedado estampado en la piedra, con cuya maravilla quedaron en paz. Entregáronle después sus padres al obispo de Vermandois para que con su doctrina se adelantase en letras y virtud; y habiendo sido ordenado de misa acrecentó su fervor: afligía su carne con abstinencias, dejando de comer para hartar a los hambrientos, sanaba endemoniados, y curaba todas las enfermedades, por lo cual cuantos a él venían, hacían a la letra lo que les decía y aconsejaba, como si se lo dijera un ángel del cielo. Murió el obispo de Vermandois, y luego se oyó la voz común que aclamaba por su obispo a Medardo, y aunque el santo rehusó mucho aquella dignidad, al fin, vencido de los ruegos y lágrimas de todo el pueblo, hubo de aceptarla. Habiendo después fallecido el obispo de Tournay, eligieron también al mismo santo, y el rey pidió al pontífice que uniese las dos iglesias para que el
siervo de Dios las gobernase, y así lo hizo, aunque por causa de las irrupciones de los Vándalos tuvo que trasladar el santo la sede a Noyón. Eran los de Tournay muy bárbaros e indómitos, de malas costumbres y obstinados en sus pecados e idolatrías; mas al fin pudo tanto el santísimo obispo con sus suaves y dulces razones, que a todos los bautizó e hizo buenos cristianos. Y después de haber ganado para Jesucristo innumerables almas, con su predicación y con los grandes milagros que hacía, a ]os quince años de su gobierno descansó en la paz del Señor. Los que estaban presentes vieron
muchas luminarias del cielo delante del santo cuerpo, que duraron por espacio de dos horas. Y cuando condujeron el sagrado cadáver a Soissóns, el mismo rey con otros caballeros llevó las andas sobre sus hombros y le hizo labrar un magnífico sepulcro, el cual fué muy célebre y glorioso por los señalados prodigios que obró el Señor por medio de su santo.
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Reflexión: Tal es la honra que merece la santidad aun acá en la tierra. Los pueblos y los reyes la veneran, y con universal aplauso la ensalzan sobre todas las demás grandezas del mundo. No se conceden semejantes obsequios a la opulencia, a la sabiduría, a las dignidades y placeres mundanos; porque todos entienden que estas cosas pueden hallarse hasta en un hombre malvado y digno de todo vituperio. Sólo la virtud hace al hombre verdaderamente grande. Pues ¿por qué no hemos de amarla y codiciarla y preferirla a todas las demás cosas? ¿No es ella, como dice el Sabio, incomparablemente más estimable que el oro, y las piedras preciosas? ¿No es el mayor tesoro que podemos hallar sobre la tierra, y el único caudal que podemos llevarnos a la eternidad, y el único bien que nos honra en esta vida y que nos hará dignos de eterna gloria?
Oración: Concédenos, Señor, que la venerable festividad del bienaventurado Medardo, tu confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de la devoción y el deseo de la salvación eterna. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Primo y Feliciano, hermanos, mártires. (t 287)
Los gloriosísimos mártires de Jesucristo Primo y Feliciano fueron hermanos y caballeros romanos, ilustres por la sangí e, y más ilustres por la fe y confesión del Señor. Habiendo sido acusados por ser cristianos delante de los emperadores, que a la sazón eran Diocleciano y Miximiano, los sacerdotes de los ídolos dijeron a los jueces que los dioses estaban tan enojados, que no darían respuesta a cosa que les preguntasen hasta que Primo y Feliciano los reconociesen por dioses y protectores del imperio. Llevaron pues a los dos santos al templo de Hércules, y como no quisiesen sacrificar a su estatua, los azotaron con varas crudamente. Entregáronlos después a un gobernador de la ciudad Nomentana, que se llamaba Promoto, el cual los hizo apartar uno de otro para asaltar a cada uno de los dos por sí, pensando con esto poderlos más fácilmente vencer. Comenzó pues el procónsul a amonestar a Feliciano, que mirase por su vejez y no quisiese acabar su vida con tormentos atroces y penosos. A lo que respondió el venerable anciano: «Ochenta años tengo cumplidos, y ha treinta que Dios me alumbró y que me determiné a vivir para solo Cristo.» Mandóle el juez azotar cruelmente y le hizo después enclavar en un palo. El santo mártir mirando al cielo, decía: En Dios tengo puesta mi esperanza, y no temo mal ninguno que el hombre me pueda hacer. A los cuatro días hizo el juez traer a su tr ibunal a Primo y le dijo: «¿No sabes que tu hermano Feliciano está ya trocado y ha obedecido a los emperadores, los cuales le han honrado mucho y admitido en su palacio?» «Yo sé, respondió Primo, los tormentos que ha padecido, y que ahora está en la cárcel gozando de los regalos de Dios, y que no podrás tú apartar con los tormentos a los que Jesucristo ha unido con su amor.» Ordenó el tirano embravecido sobremanera, que moliesen a Primo ^on palos nudosos, y le extendiesen en el ecúleo, y abrasasen sus costados con hachas encendidas. Condenaron después a los dos santos hermanos a las fieras, y echaron a los mártires dos leo-
¿nes ferocísimos, los cuales se arrojaron a sus pies, como dos corderos, lamiéndolos y halagándolos, sin hacerles mal a l guno. Entonces alzaron la voz los santos
9 de junio
y dijeron al presidente: «Juez, las fieras reconocen a su Creador; y tú eres tan ciego que no quieres tener por Señor al que te hizo a su imagen y semejanza?» Conmovióse con este prodigio la muchedumbre que había concurrido al espectáculo, y convirtiéronse a la fe de Jesucristo quinientas personas con sus familias. Y el tirano Promoto, atribuyendo a arte mágica aquellos portentos y cansado ya de atormentar a aquellos fortísimos caballeros de Cristo, los mandó degollar.
Reflexión: La única razón que alegaban aquellos gentiles para no convertirse al ver los prodigios de los santos mártires era decir que los obraban por arte de encantamiento y virtud diabólica. Ya no creen esto los incrédulos de nuestros días. ¿Pues cómo no se convierten al leer estas maravillas tan repetidas en los martirios de nuestros santos? ¿Cómo no las creen estando acreditadas con el testimonio de tantos autores así cristianos como paganos, que presenciaron aquellos tan públicos y asombrosos prodigios? Líbrenos el Señor por su gracia de la horrible ceguedad y dureza de corazón propia de los incrédulos; los cuales ultrajan con gravísima ofensa a la Divinidad, y son dignos de eterno castigo por desoír las voces de la gracia, y despreciar con obstinada voluntad los prodigios de la div i t e omnipotencia.
Oración: Concédenos, Señor, que celebremos siempre la fiesta de tus santos mártires Primo y Feliciano, y que por su intercesión merezcamos la gracia de tu protección divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Margarita, reina de Escocia. — 10 de junio (t 1093)
" cho al rey su marido instancias y súplicas para que no fuese a cierta campaña en el condado de Cumberland, y como el rey no quisiese en esto darle gusto y saliese a la batalla, se puso la santa reina muy triste y dijo: «Hoy ha sucedido al reino de Escocia el mayor mal que podía suceder.* Y con brevedad vino la nueva de que el mismo día, fueron muertos en el combate el rey y el príncipe Eduardo, su hijo. Cuatro días después estando la santa gravemente enferma, viendo a su hijo Edgar o que volvía del ejército, le preguntó por su padre y hermano, y como él respondiese que quedaban buenos,
ella dando un tierno suspiro, dijo: «¡Ay hijo! que sé muy bien todo lo que ha pasado*: y levantando las manos y los ojos al cielo como Job, exclamó: «Gracias te doy, mi Dios, porque al fin de mi vida me has enviado tantas penas, para acrisolarme y purificarme de toda mancha de pecado», y luego invocando y ensalzando a la Santísima Trinidad, entregó su preciosa alma al Criador.
Reflexión: Por ventura te has maravillado de leer como esta santa reina, después de haber pasado su vida en obras de tanta piedad y caridad, hubiese de lamentar la dolorosa pérdida de su esposo y de su hijo muertos en el campo de batalla. Mas ¿por qué has de asombrarte de esto? ¿No es acaso toda la vida humana un perpetuo combate sobre la t ierra, como dice Job? ¿Por ventura el Señor de los ejércitos ha de dar la recompensa a sus soldados mientras se hallan todavía luchando en el campamento? No: sino cuando entren por la puerta t r iunfal del cielo que es su verdadera patria: y entonces es cada uno premiado conforme a sus méritos, y si a los santos exige el Señor tan grandes pruebas de heroísmo y fidelidad, es porque los t iene destinados a muy grande gloria.
Oración: Oh Dios, que hiciste tan admirable a la bienaventurada Margarita, reina de Escocia por la insigne caridad que ejerció con los pobres, concédenos que por tu imitación y a su ejemplo se aumente perpetuamente en nuestros,^ corazones el amor a tu divina Majestad.^ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
La piadosísima reina de Escocia santa Margarita fué hija de Eduardo, rey de Inglaterra y de Águeda, hija del emperador. Desde su niñez fué dada a todas las obras de caridad con los pobres. Casó con Malcolmo, rey de Escocia; y en el lugar donde se celebraron las bodas fabricó una suntuosa iglesia a honra y gloria de la Santísima Trinidad, enriqueciéndola con ornamentos de gran precio, con muchos vasos de oro y piedras preciosas. En las demás iglesias del reino dejó también memoria de su devoción y magnificencia, reparándolas y enriqueciéndolas. Todos sus vasallos la temían y amaban; y cuando salía en público era grande la multitud de viudas, huérfanos y pobres que la seguían como a su madre. Tenía exploradores repartidos por las provincias, que mirasen si se hacía alguna injusticia o inhumanidad, oprimiendo a los inocentes y desvalidos, como suele suceder, y que lo remediasen todo y en todo se obrase con amor y caridad. Las pr imeras horas de la noche tomaba breve descanso y luego se levantaba y entraba en la iglesia, y rezaba maitines de la Santísima Trinidad, y estos terminados, rezaba el oficio de difuntos. Volvía después a su cuarto y a la mañana lavaba los pies a seis pobres, se los besaba y les daba larga limosna; y antes de sentarse ella a la mesa servía a nueve doncellas huérfanas y a veinticuatro pobres aná§a'-nas. Muchas veces hacía venir a su palacio trescientos pobres, y puesto el rey de una parte, y ella de otra les daban de comer y beber regalada y abundantemente. Sabedora de lo porvenir, había he-
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San Bernabé, apóstol. —11 de junio (t 62)
El bienaventurado discípulo y mártir de Jesucristo, san Bernabé, que también en la Escritura se llama José Levita, fué hebreo de nación, de la tribu sacerdotal-de. Leví, y nació -en la isla de Chipre, en la cual sus padres t e nían grandes y ricas posesiones. Aprendió en Jerusalén las letras sagradas, en la escuela de Ga-maliel, varón doctísimo y muy versado en la ley de Moisés, y tuvo por condiscípulo a san Esteban protomártir, y a Saulo, que después se llamó Pablo y fué apóstol y vaso escogido del Señor. En este tiempo vino Cristo nuestro Redentor a Jerusalén, y maravillado Benabé de su celestial doctrina, ejemplos y milagros, entendió que era el Mesías prometido, y echóse a sus pies; el Señor le bendijo y le contó en el número de los setenta y dos discípulos que le siguieron. Y él, conforme al consejo evangélico, repartió su hacienda entre los pobres, quedándose con una sola posesión, cuyo precio, después de la Ascensión del Señor, puso también a los pies de los apóstoles. Cuando los discípulos huían todavía de san Pablo, porque ignoraban su conversión, san Bernabé se llegó a él, y entendiendo cuan trocado estaba, y lo que le había acontecido yendo a Damasco, le abrazó y lo llevó a los apóstoles y con gran re gocijo fué admitido en su compañía. Enviaron los apóstoles a Bernabé a Antio-quía donde estuvo con san Pablo predicando por espacio de un año, con tan grande aprovechamiento de los fieles, que dejando el nombre de discípulos y perdiendo el vano temor y respeto del mundo, se comenzaron a llamar cristianos. Volviendo después a Jerusalén, se concertaron allí con san Pedro algunos otros apóstoles, para que ellos predicasen a los hebreos, y Saulo y Bernabé a los gentiles. No es fácil decir los t rabajos y presecuciones que padecieron estos dos santos por sembrar la doctrina evangélica y plantar a Cristo en los corazones de los hombres en tantas ciudades, islas, reinos y provincias. Y, a lo que escriben graves autores y se saca de firmes testimonios y piedras antiguas, san Bernabé fundó la iglesia de Milán, y es
t u v o en ella siete años, y fué el primer arzobispo de aquella insigne ciudad.
También se muestra en Brescia el altar donde el santo apóstol decía misa y en otras muchas iglesias se conserva la memoria de este varón apostólico y compañero de san Pablo. Finalmente hallándose ,en la isla de Chipre, vinieron de Siria unos judíos con intención de perseguirle y darle la muerte; y aunque el santo lo entendió, deseoso ya de juntarse con Je sucristo, se entró en la sinagoga para predicar a los judíos; mas éstos, con grande enojo le echaron mano, y le apedrearon, en cuyo martirio dio su espíritu al Señor.
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Reflexión: Aunque san Bernabé no era del número de los doce apóstoles que escogió Jesucristo, los primeros santos padres de la Iglesia le dan ya el título de apóstol, no sólo por sus muchos y apostólicos caminos y trabajos, sino que también por haber sido particularmente llamado por el Espíritu Santo a aquel sagrado ministerio. (ACT. APOST. XII , 2).. Honrémosle, pues, como a los doce apóstoles que son las doce columnas indestructibles de la Iglesia, y despreciando las doctrinas anticatólicas, que son edificios sin fundamento, descansemos con entera confianza en la verdad de la Iglesia católica, sellada con la sangre del Redentor, y de sus santos apóstoles y discípulos.
Oración: Oh Dios, que nos consuelas con la intercesión de tu bienaventurado apóstol Bernabé, concédenos benigno, que consigamos por tu gracia aquellos beneficios que te pedimos por su ruego. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan de Sahagún, confesor. — 12 de junio (t 1479)
píritu de Dios, que compuso las paces, y ablandó los ánimos que habían resistido a la autoridad de tres reyes. En cierta ocasión se imaginó un caballero muy prrincipal que el santo le había injuriado en sus sermones, y buscó asesinos para que le vengasen; mas cuando éstos iban a poner sus manos sacrilegas en el santo, que salía de la iglesia, quedaron inmobles y pasmados, hasta que reconociendo su culpa se echaron a sus pies para que les perdonase. Pasando por una calle le dijeron que se había caído un muchacho dentro de un pozo, y movido el santo por las lágrimas de la madre, echó la
bendición a las aguas del pozo, y subieron casi hasta el brocal. Entonces el santo alargó su correa al niño, el cual asido de ella salió del pozo sin haber recibido daño alguno. Finalmente después de haber convertido a penitencia a innumerables pecadores, quiso el Señor que muriese este santo por haber predicado contra, la deshonestidad, como el Bautista: porque se tiene por cosa cierta que una dama muy principal, de cuyos lazos había el santo librado a un caballero, le dio un veneno que le causó la muerte. Estuvo su santo cadáver en el féretro a l gunos días para satisfacer la devoción de innumerables gentes que acudieron a venerarle, y el Señor acreditó su santidad, con repetidos y grandes prodigios.
Reflexión: No hay duda que arden a veces los odios y enemistades con tan grandes llamas, que no bastan a apagarlas ni la manifiesta sinrazón de tomarse el hombre la venganza por sus propias manos, ni aun el temor de la muerte y del patíbulo. Pero el glorioso san Juan extinguía el fuego de los odios con la sangre de Cristo: porque en efecto, quien considera al divino Redentor perdonando en la cruz a los que le estaban crucificando, o no es cristiano, o debe perdonar también de corazón a sus enemigos.
Oración: Oh Dios, autor de la paz y amante de la caridad, que condecoraste al bienaventurado Juan, tu confesor, con la admirable gracia de componer a los enemistados: concédenos por sus méritos e intercesión, que afirmados en tu caridad, no nos separemos de ti por nin-i¡. gún motivo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El apostólico varón san Juan de Sahagún, decoroso ornamento de la sagrada orden de Ermitaños de san Agustín, nació de nobles padres en la población de Sahagún, que está . en la provincia de León en España. Siendo todavía 'de tierna edad solía juntar a los otros muchachos, y subido a lo alto de una piedra les predicaba con tanto celo y discreción, que todos decían que aquel admirable niño había de ser un apostólico orador. Pasó su mocedad entre los pajes del arzobispo de Burgos, renunció una canongía, y otros beneficios eclesiásticos; y después de una peligrosísima enfermedad, por cumplir con un voto que había hecho, tomó el hábito de los ermitaños de san Agustín, y fué tan admirable el ejemplo de sus virtudes, que le confiaron los superiores el cargo de maestro de novicios. Todos los días purificaba su alma con el sacramento de la penitencia, diciendo que ignorando en qué día había de morir, debía estar siempre prevenido para la hora de su muerte. Celebraba diariamente la misa con grande ternura y devoción, y antes de comulgar le oyeron decir algunas veces: «¡Señor! yo no te puedo r e cibir si no te vuelves a la primera especie eucarística.» Y era, como manifestó humildemente al superior, que se le aparecía Jesucristo en carne humana, unas veces con las señales de la pasión, y otras glorioso. Ardiendo la ciudad en Salamanca en una guerra civil, causada por la enemistad de dos familias que habían atraído a sus bandos a la mayor parte de los vecinos, cuando todos respiraban ira y venganza, el santo predicó con tanto es-
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San Antonio de Padua, confesor. — 13 de junio (t 1231)
El maravilloso predicador de Cristo, san Antonio de Padua, nació en Lisboa, cabeza del reino de Portugal, y fué hijo de muy nobles y virtuosos padres. Bebió con la leche de su madre la devoción a la Virgen santísima; y a la edad de quince años tomó el hábito en el monasterio de canónigos reglares de san Agustín, donde hizo su profesión: mas once años después, pasó con la venia de sus superiores a la religión seráfica, llevado del deseo de convertir a los moros y derramar su sangre por Jesucristo. Pero el Señor que le destinaba a otro apostolado, le envió en África una grave enfermedad; y para cobrar salud se embarcó con rumbo a España, mas por vientos contrarios fué llevada la nave a Italia. Mandóle su seráfico padre san Francisco, que leyese teología en las ciudades de Montpellier en Francia, y de Bolonia y Padua en Italia, y le encomendó después el oficio de predicar. Eran sus palabras como unas llamas de fuego que abrasaban los corazones, y como Dios las confirmaba con grandes prodigios, fueron innumerables los herejes y pecadores que convirtió así en Francia como en Italia. Una vez, disputando con un hereje llamado Bonibillo que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía, h i zo que la muía del hereje, a pesar de haber estado tres días sin comer, dejase la cebada que le ponían delante, para arrodillarse delante del santísimo Sacramento; con este milagro se convirtió aquel principal maestro de los herejes. Otra vez estando en la ciudad de Armiño, para confundir a los herejes que no querían oirle, se llegó a la ribera del mar, a predicar a los peces, a los cuales, asomando del agua les echó su bendición. Convidáronle un día unos herejes a comer y le pusieron ponzoña en el plato; y el santo les afeó aquella maldad, pero haciendo la señal de la cruz sobre el manjar, comióle sin recibir del veneno lesión alguna. Aconteció muchas veces que predicando en una lengua le entendían los oyentes de diferentes naciones y lenguas, como si predicara en la de cada ^vno, y aun fué oído dos milas lejos de donde predicaba. Era tanta la gente que acudía a sus sermones, que no cabiendo
en los templos se salían a los campos. Acechó una noche al santo el huésped que le había recibido en su casa, y yió en su aposento una gran claridad, y el Niño Dios hermosísimo y sobremanera gracioso encima de un libro, y después en los brazos de san Antonio, y que el santo se regalaba con él sin apartar los ojos de su divino rostro. Finalmente a los diez años de sus apostólicos ministerios, acabó su vida llena di virtudes, y en la ciudad de Padua entregó su alma bienaventurada al Señor.
Reflexión: Entre los milagros con que Dios ilustró a este santo gloriosísimo, es muy digno de mención el que aconteció treinta y dos años después de su muerte, en la traslación de su sagrado cuerpo. Porque se halló entre los huesos de la boca la lengua tan entera y fresca como si estuviera viva: y tomándola en las manos san Buenaventura, que era a la sazón Ministro general de la orden de san Francisco, bañado en lágrimas exclamó: «¡Oh lengua bendita! que siempre alabaste a Dios, y fuiste causa de que tantos le alabasen: bien se ve ahora de cuánto merecimiento eres delante del Criador, que para tan alto oficio te había formado!» Empleemos también la nuestra en alabar al Señor; ya que es éste el mejor uso que podemos hacer de ella.
Oración: Haz, Señor Dios mío, que la solemne festividad de tu confesor Antonio regocije toda la Iglesia, para que fortificada con los socorros espirituales, merezca disfrutar los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Basilio Magno, doctor de la iglesia y obispo. — 14 de junio (t 379)
Toda la antigüedad ha dado a san Basilio el título de Magno, porque en él, todas las cosas fueron grandes: grande su ingenio, grande su elocuencia, grande sus milagros. Nació en Cesárea de Ca-padocia y fué hijo de san Basilio y de santa Emilia, nieto de santa Macrinia, hermano de san Gregorio Niseno, de san Pedro de Sebaste y de santa Macrina la joven. Aprendió las letras humanas pr imero en Cesárea y después en Constan-tinopla y en Atenas, que era a la sazón madre de todas las ciencias; donde trabó muy estrecha y cordial amistad con Gregorio Nazianzeno, porque eran los dos muy parecidos no menos en el ingenio que en la virtud. Allí alcanzó fama de varón sapientísimo en todo género de letras, y las enseñó con grande aplauso. Convirtió a Eubulo su maestro; y los dos fueron a Jerusalén a visitar los santos lugares, y bautizarse en el Jordán. Al tiempo que Máximo, obispo de Jerusalén. bautizaba a Basilio, bajó una llamarada de fuego del cielo y de ella salió una paloma que tocó con sus alas las aguas, y luego voló a lo alto, dejando llenos de admiración y temor a los que estaban presentes. Ordenado de presbítero en Cesárea, se retiró por no ser compelido a aceptar la dignidad de obispo, a un desierto del Ponto, y allí vivió algunos años en compañía de san Gregorio Nazianzeno, con un género de vida tan admirable que más parecían ángeles que hombres. Mas como en tiempo del emperador Va-lente, arriano, la herejía como furioso incendio abrasase todo el Oriente, y en Cesárea hiciese grandes estragos, salió el
santo de su yermo para oponerse a los herejes. En esta sazón murió el obispo de Cesárea; y todo el clero y pueblo aclamó por su pastor a san Basilio. En una hambre cruelísima que sucedió, vendió el santo todas sus posesiones, y predicó de la limosna en los templos, plazas, calles y casas de los ricos, con que alivió aquella extremada necesidad. Edificó para los pobres un hospital tan insigne y suntuoso, que se podía contar entre las maravillas del mundo, como escribe el Nazianzeno. Habiendo rogado a Dios que atajase los pasos del emperador Juliano el Apóstata, que intentaba matarle y destruir toda
la Iglesia de Cristo, fué aquel impío tirano muerto en la guerra de Persia: y queriendo el emperador Valente desterrar al santo, al tiempo de firmar el decreto, la silla en que estaba se quebró, la pluma no dio tinta, aunque la mudó tres veces, y el brazo comenzó a tem-blarle como si estuviera tocado de perlesía. Entonces se rindió y rasgó el decreto. La penitencia de san Basilio era más admirable que imitable, y estaba tan flaco que no parecía tener más que la piel y los huesos. Finalmente después de haber gobernado santísimamente su Iglesia ocho años, obrado estupendos milagros y escrito admirables libros, murió a los cincuenta y un años de su edad.
Reflexión: Las alabanzas que dan a san Basilio los santos doctores Gregorio Nazianzeno, Gregorio Niseno, Efrén y otros, son tantas y con tan grande encarecimiento, que ellas solas bastan para entender la estimación y veneración con que hemos de horarle e imitarle. Sigamos pues los ejemplos y doctrinas de este gran doctor de la Iglesia tan lleno de espíritu de Dios, y andaremos seguros por el camino de nuestra eterna salud sabiendo de cierto que agradamos a nuestro Señor, el cual para nuestra enseñanza le hizo tan sabio y tan santo.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que oigas las oraciones que te ofrecemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado siervo y confesor Basilio, librándonos de nuestros pecados por la intercesión y mé t ritos del que te sirvió con tanta fidelidad Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Vito, Modesto y Crescencia, mártires. — 15 de junio (t 303)
Nación el glorioso niño san Vito en la ciudad de Mazara, que está en el reino de Sicilia, de padres muy ricos y poderosos, pero gentiles: mas el niño fué bautizado secretamente y bien enseñado en las cosas de la fe de J e sucristo por Crescencia, que había sido su ama de leche, y por Modesto, marido de Crescencia, < el cual era también muy fervoroso cristiano. Siendo ya Vito de doce años, el prefecto de Sicilia que había tenido noticia de la fe y religión que ocultamente profesaba, llamó al padre de Vito para que le redujese al culto de los ídolos, amenazándole que corría peligro de muerte si no sacrificaba a los dioses. Tentó el padre gentil los medios blandos y aun los halagos de unas doncellas deshonestas para salir con su intento, y viendo que nada aprovechaba para apartarle de la fe, le entregó inhumanamente al prefecto Valeriano para que ejerciese en él su rigor. Mas como Modesto y Crescencia supiesen aquella bárbara resolución del padre, tomaron a Vito y fuéronse con él al mar, y entrándose en un navio que allí encontraron aprestado, pasaron al reino de Ñapóles para librarse de la persecución. Tampoco hallaron aquí la seguridad que buscaban; porque habiendo sido acusados por la profesión de su fe, fueron pre sos y cargado de cadenas. Mandó después el tirano ponerles en la catasta (que era un tablado alto y eminente, en que se extendía y atormentaba a los santos mártires con varios instrumentos y penas) ; y les descoyuntaron los miembros, rasgaron y despedazaron sus benditos cuerpos. Y como perseverasen firmes en la cárcel amenazándoles con otros horribles suplicios, echaron a Vito un león ferocísimo para que le despedazase, y como si fuera un manso cordero cayó a los pies del santo niño, y halagándole, se los lamía. Entonces dijo Vito al tirano: «¿No ves cómo las fieras se amansan y olvidadas de su crueldad natural reconocen y obedecen a su Señor, y tú le desconoces y desobedeces?» Convirtiéronse a la fe de Cristo gran número de los que estaban presentes a este espectáculo; pe-Vo el desventurado gobernador estaba tan empedernido, que ni las palabras del
santo niño ni los milagros que veía, bastaron para ablandarle; y así probó en vano a aquellos mártires con otros cruelísimos tormentos, en los cuales perseverando firmes hasta la muerte alcanzaron la gloriosa palma del martirio.
* Reflexión: ¿Quién no ve en este mar
tirio de san Vito la omnipotencia de Dios, que en un flaco y delicado niño de doce años, así triunfó de los tormentos, de la muerte y de todo el poder del infierno? ¿Quién temerá su flaqueza o desmayará, considerando la virtud del Señor? Y ¿quién se fiará de amor de padre o de otro hombre, si no es fiel a Dios, viendo como el mismo padre de san Vito, fué como su verdugo y causa de su martirio? Deben los hijos estar sujetos y rendidos a la voluntad de sus padres, en todas las cosas que no sean pecado; pero no han de obedecerles si les mandan cosas malas, y manifiestamente contrarias a la voluntad divina. En este caso, el hijo que obedece al malvado padre, no merece tener por padre a Dios.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que por < la intercesión de tus santos mártires Vi
to, Modesto y Crescencia, concedas a todos los fíeles un santo horror a la mundana sabiduría, y gracia para hacer cada día nuevos progresos en aquella santa humildad que. tanto te agrada; a fin de que huyendo y menospreciando todo lo malo, se apliquen libre y generosamente a todo lo bueno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan Francisco de Regis, confesor. — 16 de junio (t 1640)
multiplicó tres veces el trigo destinado para el sustento de los pobres. Había íundado en varias principales ciudades, algunas casas de recogimiento para las mujeres arrepentidas: no es fácil decir los malos tratamientos que por esta causa padeció; porque fué calumniado, abofeteado, azotado, arrastrado y no pocas ve-
* ees perseguido de muerte. Llamáronle una vez unos hombres de vida licensiosa diciendo -que se querían confesar con él: mas el santo sabiendo por divina r e velación que llevaban intención de matarle, les habló con tanto espíritu de Dios, que en efecto confesaron con grande senti
miento y lágrimas sus pecados. Finalmente después de haber convertido a penitencia a innumerables herejes calvinistas y pecadores, y alcanzándoles la gracia señaladísima de la perseverancia, a los cuarenta y cuatro años de edad descansó en la paz del Señor. Su muerte fué muy llorada de todos, especialmente de los pobres, de los cuales siempre iba rodeado diciendo que eran la porción más escogida del rebaño de Jesucristo.
Reflexión: El Señor ha querido ilust rar el sepulcro de san Juan Francisco de Regis con innumerables y estupendos prodigios. La aldea de Lalovesco, donde se halla, es ya una crecida población, célebre por el concurso de peregrinos que acuden de muchas provincias para hallar remedio en toda suerte de enfermedades: y el feliz suceso de tantas curaciones milagrosas que el santo está obrando, atrae peregrinos de muchas otras regiones apartadas. Al pie de aquel famoso sepulcro pueden también hallar seguramente los incrédulos, la fe y la salud de sus almas, viendo por sus ojos las maravillas que obra el Señor para acreditar la gloria de aquel gran santo.
» Oración: ¡Oh Dios! que adornaste con una admirable caridad, y con una invencible paciencia a tu confesor el bienaventurado Juan Francisco, para que pudiese sufrir tantos trabajos por la salvación de las almas; concédenos benigno, que enseñados de sus ejemplos y protegidos con su intercesión, merezcamos el premio de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestra Señor. Amén.
El fervorosísimo misionero de los pobres Juan Francisco de Regis, de la Compañía de Jesús, fué natural de una aldea de Francia lamada Fontcuberta, que está en el obispado de Narbona. Nació de padres nobles y ricos, y desde su niñez fué muy inclinado a socorrer a los pobres. Habiendo entrado en la Compañía de Jesús a los diez y nueve años de su edad, hizo tales progresos en la virtud, que le llamaban la Regla viva de san Ignacio. Bien enseñado en las letras humanas y divinas y ordenado de sacerdote fué destinado al apostólico ministerio de evangelizar a los pobres. Predicaba dos y tres veces cada día; dormía dos o tres horas en el duro suelo, su ordinario alimento era pan y agua, y en los diez ú l timos años de su vida jamás se desnudó el áspero cilicio con que traía afligida su carne. Partíase a sus misiones en tiempo de hielos muy rigurosos, llegándole la nieve algunas veces a la rodilla y a la cintura: pero como él estaba tan abrasado de amor de Dios y deseoso de padecer por la eterna salud de las almas, todo lo llevaba en paciencia y con alegría. Ja más fueron parte para estorbar sus intentos los rigores del frío, los vientos, los precipicios y la aspereza de las montañas. No hubo pueblo, aldea, choza ni cabana en los obispados del Puy, Viena, Valencia y Viviers, donde no predicase la divina palabra. En Fai dio vista a dos ciegos; en Marlhes libró a un furioso endemoniado, en Montfaucon asistió con admirable caridad a los apestados y por sus oraciones cesó el contagio; y en una grande hambre y carestía que afligió en Puy
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San Avito, abad de Micy. — 17 de junio ( t 530) ^
El religiosísimo abad de Micy san Avito fué hijo de un pobre labrador del territorio de Or-leans. Habiendo visto algunos monjes de la abadía de Micy, se echó a los pies del abad san Mes-mino y le suplicó con los ojos l lenos de lágrimas se dignase darle el sagrado hábito o por lo menos recibirle como criado de su monasterio, añadiendo que antes se dejaría morir allí que volverse al mundo. Viendo el abad aquella humildad y resolución del fervoroso mancebo, le admitió y contó entre sus hijos. Nombróle procurador del monasterio; y él sustentaba con mucha caridad a los pobres que se llegaban a la puerta, con lo cual merecía que el Señor lloviese sus bendiciones sobre aquella sagrada comunidad. Mas al poco tiempo movido de Dios se retiró con licencia de su santo abad, a un bosque muy solitario que estaba no lejos de allí y se l lamaba el desierto de Soloña. Por este tiempo pasó de esta vida mortal a la eterna son Mesmino; y por voz común de todos los monjes y del obispo de Or-leans, el glorioso san Avito fué nombrado superior de aquellos religiosos; mas como el santo se iuzgase indigno de aquel cargo, dejó su renuncia por escrito, y llevando consigo a uno de sus monjes se retiró secretamente a otro desierto llamado de la Percha. Allí dio habla a un mudo de nacimiento, y corriendo de boca en boca la noticia de este prodigio, concurrían de todas partes las gentes a visitarle y porque muchos querían acompañarle en aquella soledad, labró un monasterio que se llamó después el monasterio de san Avito, donde se vieron los admirables ejemplos que habían dado los discípulos de san Antonio en Oriente. Dejó algún tiempo el santo abad un retiro para ir a Orleans donde le llamaba el bien de las almas, y habiendo alumbrado allí a un ciego de nacimiento, el gobernador de la ciudad para celebrar este y otros prodigios del varón de Dios mandó abrir las cárceles y dar libertad a los presos. Volviendo Avito a su convenio, halló en el féretro a su discípulo que había traído consigo del monasterio de san ?j[esmino, e hincándose de rodillas dijo al cadáver: «Yo te mando en nombre de Dios todopoderoso que te levantes.* Y
_ «=- - — ^ si
ir alzándose el difunto, arrojóse a los pies i- del santo y fué con él a dar gracias a io Dios. El glorioso san Lubin, obispo de le Chartres, asegura que oyó este prodigio i- de boca del mismo monje resucitado, el i- cual sobrevivió muchos años a nuestro :e santo. Finalmente lleno de méritos y vir-la tudes, a la edad de sesenta años> entregó in su purísima alma al Señor. :- Reflexión: De varios santos leemos que i- han alcanzado con su autoridad y sus is prodigios la libertad de los presos, y des-el de los días de san Pablo que libró de y la servidumbre el esclavo Onésimo y le ss llamó con el dulce nombre de hermano, i- hasta la obra de la Redención de Cauti-m vos y actual rescate de los esclavos de 2a África, siempre se ha mostrado la Re-í- ligión cristiana amiga y favorecedora de i- la libertad. ¿Sabes por qué? Porque parí- ra obligar a los hombres al cumplimien-o- to de sus deberes, tiene medios más efi-s- caces que los recursos de la fuerza y de os la violencia de que ha de echar mano os la justicia humana: pues ésta sólo pue-e- de atar los brazos del cuerpo; mas la r e -ro ligión ata hasta los malos deseos del el alma. Por esta causa vemos que los que a- temen solamente a la justicia de los hom-o- bres se ríen de ella muchas veces, mas íte el que teme a Dios, tiembla de sus ame-n- nazas, porque sabe que es imposible es-Ios caparse de las manos divinas, io, Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos ta- recomiende delante de ti la intercesión an del bienaventurado san Avito para que al alcancemos por su patrocinio lo que no de podemos conseguir por nuestros méritos. Y Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen.
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San Marcos y san Marceliano, hermanos mártires. — 18 de junio ( t 286)
los dos santos hermanos se determinaron a morir, y los que estaban presentes se convirtieron a la fe del Señor, y fueron compañeros en el martirio de aquellos mismos a quienes antes con palabras, llantos y gemidos persuadían a adorar los falsos dioses. Y así pasado el término de los treinta días, un juez llamado Fabián, que había sucedido a Cromacio, y era hombre cruelísimo, mandó atar a los santos hermanos en un madero y enclavar en él sus pies con duros clavos. En este tormento estuvieron un día y una noche, alabando al Señor y cantando a versos algunos salmos, repitiendo con singu-
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Los valerosos y nobles caballeros de Jesucristo, Marcos y Marceliano, fueron romanos y hermanos de un vientre y de ilustre sangre, e hijos de Tranquilino y de Marcia, personas muy ricas y principales. Eran cristianos y ya casados, y con hijos. Mandólos prender por la fe de Cristo, Cromacio, prefecto de Roma, y les condenó a gravísimos tormentos y a ser después degollados, si dentro de treinta días no volvían en sí obedeciendo al mandamiento imperial y adorando a los dioses del imperio. En este espacio de tiempo no se puede fácilmente creer las máquinas que usó el demonio para derribarlos, las batallas que tuvieron, la batería .y asaltos que les dieron su padre y su madre, sus mujeres e hijos, sus deudos, amigos y conocidos que eran muchos, por ser los santos mártires personas de tanta calidad y estima. El glorioso san Sebastián, que era a la sazón caballero de la corte imperial, y encubría exteriormente su fe para ayudar mejor a los cristianos perseguidos, se halló pre sente a todos estos encuentros y combates: y viendo que las entrañas de Marcos y Marceliano se ablandaban, con las lágrimas de sus padres, esposas e hijos, juzgó que era tiempo de declarar lo que tenía encerrado en su pecho, y manifestar que era cristiano, para que los dos hermanos no lo dejasen de ser; ni dejasen de exponer su cuerpo a la muerte por la fe de Jesucristo. Entonces les habló tan altamente de la brevedad, fragilidad y engaños de esta vida mortal, y de la certidumbre y gloria de la *bien-aventuranza de que presto gozarían, que
lar afecto y ternura aquellas palabras del real Profeta: «¡Oh! ¡qué buena y qué alegre cosa es habitar dos hermanos en uno!» Finalmente, espantado el juez de la fortaleza y perseverancia de los dos sanaos hermanos, que en lugar de desear verse libres de aquellos grandes tormentos, le pedían que les dejase morir allí unidos de aquella manera en le amor de Jesucristo, mandó que los alanceasen y con este género de muerte dieron sus almas a Dios.
Reflexión: Has visto como estos dos santos hermanos movidos por la falsa compasión de los que les amaban con solo el amor de la carne y sangre, llegaron a blandear con sumo riesgo de perder la fe y la palma del martirio. ¡Alerta pues con las seducciones del amor carnal, y de las amistades y respetos mundanos! Porque si por una criminal condescendencia llegases a perder la amistad de Dios, el alma y el cielo; ¿por ventura podrían tus deudos o amigos librarte del infierno? Y aunque ellos también se condenasen, ¿acaso podrían darte allí algún alivio o consuelo con su presencia y maldita compañía? Deja pues su amistad, si no puede compadecerse con la amistad de Dios. Un corazón magnánimo no ha de temer a ningún hombre: solo ha de temer a Dios omnipotente.
Oración: Concédenos, oh Dios todopoderoso, que pues celebramos el nacimiento para el cielo de tus santos mártires ' Marcos y Marceliano, seamos libres por su intercesión de todos los males qu^ nos amenazan. Por Jesucristo, nuestrG Señor. Amén.
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Los santos hermanos Gervasio y Protasio, mártires. —19 de junio (t Siglo I)
Habiendo descubierto san Ambrosio por divina revelación los sepulcros de estos santos márt i res de Milán, halló a la cabecera una escritura con estas palabras: «Yo, Filipo, siervo de Cristo, en compañía de mi hijo hurté los cuerpos de estos santos, y dentro de mi casa los sepulté. Su madre se llamó Valeria, y Vital su padre. Nacieron de un parto, y l lamáronlos Gervasio y Protasio. Siendo ya difuntos sus padres, y habiendo sucedido ellos abintes-tato en sus bienes, vendieron la ¡ *. casa propia en que habían na- •*"* cido y toda su hacienda, y repa í - j tieron el precio de ella a los po- j_ bres y a sus esclavos, dándoles libertad. Diez años vacaron a solo Dios, dándose a la lección y a la oración, y al onceno, alcanzaron la corona del martirio. A esta .sazón pasó por Milán el general Astasio que iba a la guerra contra los bárbaros: saliéronle al camino los sacerdotes de los ídolos, y dijéronle que si quería alcanzar victoria de sus enemigos apremiase a Gervasio y Protasio, que eran cristianos, para que sacrificasen a los dioses inmortales, los cuales«estaban de ellos tan enojados, que no querían hacer a los pueblos el favor que solían con sus oráculos. Mandóles Astasio buscar y prender, y rogóles que le hiciesen placer de ofrecer con él sacrificio a los dioses, para que prosperasen su jornada y tuviese buen suceso aquella guerra: a lo que respondió Gervasio: «la victoria ¡oh Astasio! la da del cielo el Dios verdadero y no las estatuas vanas y mudas de los dioses.» Enojóse Astasio sobremanera con esta respuesta, y mandóle luego azotar y herir con plomadas fuertemente hasta que allí muriese; y con este tormento Gervasio dio su espíritu al Señor. Quitado de aquel lugar el cadáver, hizo llamar a Protasio y di jóle: «¡Desventurado y miserable! mira por ti, y no seas loco como tu hermano.» Respondió Protasio* «¿Quién de los dos es miserable, tú que me temes a mí, o yo que no te temo a ti, ni hago caso de tus dioses ni de tus amenazas?» Al oir el general estas palabras mandóle moler a palos con unos bastones nudosos, y le dijo: «¿Quieres perecer como tu hermano?* El santo respondió: *No me eno-Jo contigo porque mi Señor Jesucristo no abrió su boca contra los que le cruci
ficaron: te tengo lástima y te perdono porque no sabes lo que haces.» Finalmente el general le hizo degollar, y mandó arrojar los sagrados cadáveres de los dos hermanos en un muladar. Y yo Filipo, siervo de Cristo, con mi hijo tomé de noche los cuerpos de estos santos y los l levé a mi casa y siendo Dios solo testigo los puse en un arca de piedra.»
é Reflexión: Habiéndose aparecido los
santos a san Ambrosio, arzobispo de Milán, convocó éste a todos los obispos comarcanos, y cavando la tierra en el lugar señalado que estaba en la iglesia de san Nábor y san Félix, hallaron el arca de piedra. La abrieron, y vieron los cuerpos de los mártires, y el fondo del sepulcro lleno de sangre, exhalando un maravilloso olor qué se extendió por toda la iglesia, e ilustrándoles el Señor con estupendos milagros, señaladamente dando vista a un ciego muy conocido en toda aquella ciudad de Milán. Boguemos al Señor que estos auténticos prodigios re feridos largamente por san Ambrosio que los presenció, abran los ojos de nuestra alma para ver con mayor luz del cielo la divinidad de la fe por la cual dieron sus vidas tan ilustres mártires.
Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras con la festividad de tus bienaventurados mártires Gervasio y Protasio; asístenos con tu gracia para que nos inflamen con sus ejemplos estos santos de cuyos méritos nos alegramos. Por Jesu-criío, nuestro Señor. Amén.
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San Silverio, papa y mártir. — 20 de junio (t 538)
El glorioso pontífice y mártir san Silverio fué natural de la campaña de Roma, e hijo de Hormisdas, el cual habiendo enviudado, se ordenó de Diácono de la iglesia Romana, y fué elevado después a la cátedra de san Pedro. No ascendió su hijo Silverio al sumo pontificado con puras y santas intenciones; mas apenas se vio sentado en la Silla apostólica sintió trocársele el corazón, lloró con amargas lágrimas su ambición pasada, edificó toda la cristiandad con el ejemplo de sus santas costumbres, y protegió la Iglesia de Dios hasta dar la vida en su defensa. Porque pretendiendo la emperatriz Teodora, que era hereje, restituir la silla de Constantmopla a Anti-mo, cabeza de los herejes eutiquianos, quiso que san Silverio, con su autoridad apostólica le volviese a aquella iglesia," y aun escribió a Belisario, general de sus tropas, que en caso que san Silverio se resistiese, le privase del pontificado. Propuso, pues, Belisario al pontífice lo que la emperatriz ordenaba, y el santo no hizo ningún caso de ello; sino que con gran constancia respondió que antes perdería el pontificado y la vida, que restituir a la silla de Constantmopla a un hereje impenitente y justamente condenado. Al ver Belisario lo poco que podían los fieros y amenazas con el santo pontífice, no quiso poner en él las manos sin algún justo o aparente pretexto. Entonces la mujer de Belisario, llamada An-tonina, concertó con los herejes una gran maldad, fingiendo algunas cartas como escritas en nombre de Silverio a los go
dos, en que les prometía que si llegaban a Roma les entregaría la ciudad y al mismo Belisario que en ella estaba. Llamaron después Belisario y Antonina a su palacio al santo pontífice, y habiendo entrado, detuvieron a la otra gente que le acompañaba; y llegado al aposento donde estaba Antonina en la cama y Belisario a su cabecera, la descompuesta y loca mujer comenzó a dar voces contra el santo pontífice como si fuera un traidor que los quería vender y entregar en manos de sus enemigos; y diciendo y haciendo le despojaron de su hábito pontifical y le vistieron de monje, y con buena guardia
le enviaron desterrado a Patara de Licia. Y aunque a suplicación del obispo de aquella ciudad, el emperador Justiniano le mandó volver a Roma, pudieron tanto los herejes con Belisario, que luegr> desterró al santo a una isla desierta del mar de Toscana, llamada Palmaria, donde afligido y consumido de pobreza, calamidades y miserias vino a morir.
Reflexión: Caso extraño y lastimoso parece que nuestro «Señor haya permitido que se tratase con tanto desacato a un vicario suyo en la tierra, pero debemos reverenciar sus secretos. Con estas calamidades quiso hacer santo a Silverio y honrarle como mártir con corona de eterna gloria; y a los que pusieron en él las manos les castigó severamente, porque Belisario que había sido uno de los más famosos capitanes del mundo perdió la gracia del emperador y fué despojado de su dignidad y hacienda; Teodora, la emperatriz, fué descomulgada y murió infelizmente, y Justiniano el emperador que era católico, cayó en la herejía de los monotelitas, y los Hunos, gente fiera y bárbara, le hicieron cruel guerra en Oriente, y los godos tornaron a hacerse señores de Roma, en castigo de lo que se había hecho contra el pontífice. ¡Así suele nuestro Señor castigar aun en esta vida con poderosa mano a los perseguidores de su santa Iglesia!
Oración: Oh Dios omnipotente, mira compasivo nuestra humana fragilidad; y por la intercesión de tu bienaventurado pontífice y mártir Silverio, alivíanos del peso de nuestras miserias. Por Jesucristo; nuestro Señor. Amén.
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San Luis Gonzaga. -(t 1591)
El angelical patrón de la juventud san Luis Gonzaga nació en Castellón, y fué hijo primogénito de don Ferrante Gonzaga, príncipe del imperio y marqués de Castellón, y de doña María Tana Santena de Chieri del Pia-monte, dama muy principal y muy favorecida de la reina doña Isabel, mujer del rey don Felipe II. Criáronle sus padres con gran cuidado como heredero suyo y de otros dos tíos suyos, en cuyos estados había de suceder. Siendo de cinco años, y tratando con los soldados de cosas de guerra con más ánimo que discreción, disparó un arcabuz y se quemó la cara, y otro día estuvo en peligro de perder la vida por poner fuego a un tiro pequeño de artillería. Entonces se le pegaron algunas palabras desconcertadas, que oía decir a los soldados sin entender lo que significaban, pero siendo avisado y reprendido por su ayo nunca jamás las dijo, y quedó de esto tan avergonzado, que tuvo éste por el mayor pecado de su vida. Siendo ya de ocho años se crió en la corte del duque de Toscana e hizo voto de perpetua virginidad ante la imagen de la Anunciada, y tuvo un don de castidad tan perfecta, que, como aseguraba el santo cardenal Belarmino, que le confesó generalmente, jamás sintió estímulo en el cuerpo ni imaginación torpe en el alma, a pesar de ser, de su natural, sanguíneo, vivo y amo. roso. No dejaba él de ayudarse para conservar aquella preciosa joya, refrenando sus sentidos, y llevando bajos los ojos, sin mirar jamás el rostro a las damas, ni a la emperatriz, ni aun a ' su propia madre. Ayunaba tres días por semana, traía a raíz de las carnes las espuelas de los caballos y se disciplinaba rigurosamente. Comulgando la fiesta de la Asunción en el colegio de la Compañía de Jesús de Madrid, oyó una voz clara y distinta que le decía se hiciese religioso de la Compañía de Jesús. No se puede creer los medios que tomó su padre para divertirle de su vocación; mas después de muchas y recias batallas, rindió el santo joven el corazón del padre y renunciando sus estados en favor de su hermano Rodolfo, °ntró en el noviciado de san Andrés de
'Roma, a la edad de diez y ocho años no cumplidos. Entonces resplandecieron con
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toda su claridad celestial las virtudes de aquel angelical mancebo. Era tan dado a la oración que parece vivía de ella, y preguntado si padecía en ella distracciones, dijo al superior que todas las que había padecido en el espacio de seis meses no llegarían a tiempo que es menester para rezar un Ave María. De sólo oir hablar de amor divino se le encendía súbitamente el rostro como un fuego, y cuando oraba delante del santísimo Sacramento, parecía un abrasado serafín encarne mortal. Finalmente habiendo asistido a los pobres enfermos de mal contagioso, fué víctima de su ardentísima caridad, y como tuviese revelación del día de su muerte, cantó el Te Deum lauda-mus, y besando tiernísimamente el crucifijo, dio su bendita alma al Criador, siendo de edad de veintitrés años.
Reflexión: El sumo pontífice Benedicto XIII, que puso al bienaventurado Luis en el catálogo de los santos, lo declaró también patrón y ejemplar de la juventud estudiosa. Mírense pues en este celestial espejo todos los jóvenes cristianos, y aprendan de él a conservar la inocencia de su alma, y, si la han ya perdido, a compensar con la penitencia la pérdida de joya tan preciosa.
Oración: ¡Oh Dios! repartidor de los dones celestiales, que juntaste en el angelical mancebo Luis una grande inocencia de alma con una maravillosa penitencia: concédenos por su intercesión y por sus merecimientos, que imitemos en la penitencia al que no hemos imitado en la inocencia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Paulino, obispo de Ñola. — 22 de junio (t 431)
El santísimo obispo de Ñola san Paulino fué de nación francés, y nació de padres muy nobles y ricos en la ciudad de Burdeos. Tuvo por maestro a Ausonio Galo, excelente poeta y muy estimado en aquellos tiempos; y llegado a la edad competente, se casó con una señora muy principal llamada Terasia, y como todos tenían en él puestos los ojos así por su sangre como por sus letras, riquezas v loables costumbres, llegó a ser cónsul y prefecto de la ciudad de Roma. No tuvo hijos de su mujer y así propusieron los dos esposos, tocados de Dios, vivir como hermanos, y se vinieron a España y estuvieron algún tiempo en Barcelona, donde por aclamación del pueblo, el obispo Lampio, contra la voluntad del santo, que quería servir a la Iglesia de sacristán, le ordenó de sacerdote, como el mismo santo lo refiere en sus escritos. Habiendo repartido a los pobres todos sus bienes, se retiró con su esposa a un campo de la ciudad de Ñola, donde vivían en hábito y profesión de monjes; mas como ya la fama de sus virtudes se hubiese extendido por toda aquella tierra, en muriendo el obispo de Ñola, le compelieron a aceptar él gobierno de aquella Iglesia, donde edificó a todos no menos con sus admirables ejemplos, que con su celestial doctrina. Envióle a llamar al emperador Honorio para un concilio que se juntaba sobre ciertos negocios tocantes a la quietud de la Iglesia, llamándole santo y venerable padre y verdadero siervo de Dios. Cuando Alarico rey de los Godos tomó a Roma y la sequeó, vino también a Ñola y prendió al santo obispo. Dice san Agus
tín, que entonces se alegró el santo de no ser atormentado por el oro y la plata, porque todos sus tesoros tenía en el cielo; y habiendo saqueado después los vándalos la iglesia, procuró san Paulino desentrañarse y allegar lo que pudo para redimir a los cautivos. Y dice san Gregorio papa, que en esta sazón vino a san Paulino una pobre viuda a pedirle limosna para rescatar un hijo que los vándalos se habían llevado a África, y estaba en poder del yerno del rey. A la cual respondió el santo que ya no tenía cosa que darle, sino a sí mismo, y en efecto pasó a África, y se entregó al yerno del rey por
el hijo de aquella viuda, haciendo todo el tiempo de su cautiverio oficio de hortelano, hasta que el rey de los vándalos sabiendo que Paulino era obispo, le mandó a su tierra cargado de dones y acompañado de los cautivos que pertenecían a su obispado. Finalmente después de haber gobernado largos años como santísimo pastor aquel rebaño de Cristo, fué consolado en su dichoso tránsito por los gloriosos santos Jenaro y Martín, que se le aparecieron y acompañaron su santa alma a los cielos.
* Reflexión: En el libro inmortal que
nos ha dejado san Paulino sobre las Delicias de la antigua piedad cristiana, r e comienda encarecidamente la caridad y misericordia, que es el principal mandamiento de la Ley evangélica, y la virtud que nos hace más semejantes al divino modelo Jesucristo. Por esta causa no dudó el santo en venderse por esclavo a t rueque de rescatar al hijo de aquella viuda. ¡Oh, si prendiese el fuego de la caridad de Cristo en todos los corazones! ¿Habría por ventura en el mundo una sola familia menesterosa, un solo enfermo, una sola viuda, un solo huérfano, un solo pobre, que no hallase amparo y refugio bajo el manto de la caridad?
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu confesor y pontífice san Paulino acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra salvación eterna. Por Jesucris i to, nuestro Señor. Amén.
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Saivia Ii&v\taYiL&\s, icema y abadesa. (t 679)
La gloriosa reina Ediltrudis, fué hija de Anas, rey de los ingleses orientales, varón muy religioso, el cual la casó con Tom-brecto, príncipe de los girvios australes. Viviendo con este príncipe guardó siempre la bendita Ediltrudis su virginidad y entereza. Y aunque por muerte de su esposo, fué segunda vez casada con Ecfrido, rey de los nor-danimbros, con quien vivió por espacio de doce años, conservó siempre su pureza virginal, con el beneplácito del rey su marido, a quien ella quería y amaba más que a todas las cosas de esta vida. Suplicóle muchas veces le diese licencia para servir en un monasterio al Rey de los cielos, y al cabo de doce años lo consiguió, y se entró en un monasterio donde era abadesa Evacia, tía de su esposo, y allí tomó el velo de manos del santo obispo Wilfrido. Fué nombrada después por abadesa de dos monasterios que fundó en su mismo reino, donde gobernó santamente a muchas devotas monjas, a quienes fué ejemplo de vida celestial. Desde que entró en el monasterio no quiso traer más vestidura de lino, sino de lana. Entraba raras veces en los baños (tan usados por todas personas en aquellos tiempos), y estas en las fiestas principales, como el día de Pentecostés y Epifanía, y como si fuese sier-va de todas sus hermanas, se ejercitaba con grande humildad en los más bajos oficios del monasterio. No comía más de una vez al día, sino en los días de gran fiesta. Desde la hora de maitines hasta el alba estaba siempre en la iglesia en oración. Tuvo espíritu de profecía y profetizó una pestilencia que había de venir, y que-había de morir en ella, y nombró otros que también habían de morir en dicha peste, como sucedió. Viéndose afligida con una muy penosa llaga en el cuello, daba continuamente gracias al Señor, sufriéndola con grande paciencia y alegría; y diciendo que Dios castigaba con ella la vanidad que había tenido en su juventud, cuando llevaba en la corte preciosos collares de perlas y diamantes. F i nalmente después de una larga enfermedad, y de una vida purísima y llena de admirables virtudes, entregó su alma al
/Creador, y fué sepultada humildemente en un sepulcro de madera, como ella lo
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había dispuesto. A los diez años de su muerte, su hermana Sexburga, viuda del rey de Cantua, que la sucedió en el gobierno del monasterio, mandó trasladar el santo cuerpo a un sepulcro de piedra, y lo hallaron sin corrupción alguna: y un famoso médico le miró la llaga que tenía y la halló cicatrizada como si estuviera viva, y se la hubiesen curado los cirujanos.
Reflexión: ¡Qué bella parece la flor de la virginidad resplandeciendo en la persona de una reina cristiana! Esta virtud guardó pura e intacta la gloriosa Ediltrudis, la cual, a pesar de ser esposa de dos reyes, no quiso perder el nombre de esposa del Rey de los cielos y Señor de los que dominan. Por esta causa enamorados los coros angélicos de la hermosura de aquella alma purísima la presentaron al trono del Rey de los reyes, el cual la coronó con inmarcesible diadema de gloria. Tengamos pues en grande estima y aprecio esta virtud celestial; y pensemos que si su hermosura es tan agradable a los ojos de Dios, que ha querido ser glorificado por ella en tantos santos, la fealdad de los vicios contrarios a esta virtud le son muy desagradables y dignos de aborrecimiento y severo castigo.
Oración: Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada reina Ediltrudis se conservase intacta aun en dos matrimonios: concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia; y podamos por la intercesión de la santa, observarla cada uno según pide su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La natividad de san Juan Bautista. — 24 de junio (6 meses antes de J. C.)
___ nado visitar y redimir a su pueblo. Yo nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo; según lo tenía anunciado por boca de sus santos profetas, que vaticinaron en todos los tiempos pasados; a fin de librarnos de nuestros enemigos y de las manos de aquellos que nos odiaban; usando misericordia con nuestros padres, y acordándose de su santa alianza y del juramento con que prometió a nuestro padre Abraham que nos otorgaría la gracia de que, libertados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor todos los días de nuestra vida. Y tú, ¡oh niño! tú serás lla
mado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos; enseñando a su pueblo la ciencia de la salvación para que obtenga la re misión de los pecados por las misericordiosas entrañas de nuestro Dios, con que nos ha visitado de lo alto del cielo, amaneciendo cual sol naciente para alumbrar a los que están de asiento en las tinieblas y en las sombras de la muerte, y enderezar nuestros pasos por las sendas de la paz.» (EVANG. S. Luc. i ) .
Reflexión: Cumpliéronse maravillosamente a la letra todas las profecías que había hecho el arcángel san Gabriel. Nació el dichoso niño de padres ancianos y estériles; llamóse Juan que quiere decir gracia, y de gracia fué colmado desde que la Virgen visitó a su prima santa Eli-sabeth, y redundó aquella plenitud de gracia en el santo anciano Zacarías, que juntamente con el uso de la lengua re cibió tan alto don de profecía. ¡Qué divinas son las palabras que habló a su infante recién nacido llamándole Profeta del Altísimo, y Precursor del Mesías deseado! Celebremos pues también nosotros con júbilo de nuestras almas tan alegre nacimiento disponiéndonos a recibir la gracia de Cristo anunciada por san Juan, que fué el más grande y glorioso de los profetas.
Oración: ¡Oh Dios! que hiciste este día tan solemne para nosotros por el nacimiento de san Juan Bautista, concede a tu pueblo la gracia de los espirituales regocijos, y endereza las almas de todos por el camino de la vida eterna. Por J e - \ sucristo, nuestro Señor. Amén.
El nacimiento del gloriosísimo Precursor de Cristo, san Juan Bautista, cuya festividad celebra la Iglesia con tanto gozo y regocijo, refiere el mismo sagrado Evangelio por estas palabras: «Entretanto le llegó a Elisabeth el tiempo del alumbramiento y dio a luz un hijo. Tuvieron noticia sus vecinos y parientes de la gran misericordia que Dios le había hecho, y se congratulaban con ella. El día octavo del nacimiento, vinieron a la circuncisión del niño, y llamábanle con el nombre de su padre Zacarías; pero su madre no lo consintió y dijo: No: en ninguna manera; sino que se ha de llamar Juan. Replicáronle: ¿No ves que nadie hay en tu parentela que tenga ese nombre? Y preguntaban por señas al padre del niño cómo quería que se llamase. Entonces-, pidiendo él la tablilla de escribir, escribió así: Juan es su nombre. Maravilláronse todos; y en aquel instante se le abrió a Zacarías la boca y se le desató la lengua, y comenzó a hablar, bendiciendo a Dios. Con lo que un santo temor se apoderó de todas las gentes comarcanas, y se divulgó la noticia de esos extraordinarios sucesos por todo el país de las montañas de Judea, y cuantos los oían, los ponderaban en su corazón, y decíanse unos a otros: ¿Quién pensáis que ha de ser este niño? Porque en verdad se ostentaba en él admirablemente la poderosa mano del Señor. Sobre todo esto su padre Zacarías fué lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: Bendito sea el Señor Dios de Israel; porque se ha dig-
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San Guillermo, abad. — 25 de junio ( t 1142)
El venerable padre de los ermitaños del Monte-Virgen, san Guillermo nació en Vercelli de ilustre linaje, y aunque perdió en su infancia a sus padres, corrió su educación a cargo de unos parientes que le criaron noble y cristianamente. A los catorce años no cumplidos de su edad, tocado de Dios, dio libelo a todas las cosas del mundo, y en hábito de pobre peregrino, cubierto de un tosco sayal y descalzos los pies, vino a visitar el glorioso sepulcro de Santiago de Compostela. En este camino hizo jornada en la casa de un piadoso herrero que tenía devoción de hospedar a los peregrinos, y para añadir el santo mancebo nuevos rigores a su penitencia rogóle que le labrase dos cercos de hierro y luego le rodease con ellos el pecho, trabándoselos por los hombros de manera que jamás pudiesen desasirse ni caerse. Esta manera de cilicio llevó el santo todo el tiempo de su vida. Volviendo después a Italia pasó al reino de Ñapóles y retiróse en lo más áspero de un monte llamado Virgiliano, que de entonces acá lleva el nombre de Monte-Virgen, donde el santo anacoreta edificó una iglesia en honra de la Virgen santísima, y echó los cimientos de su nueva religión. Era tan admirable la vida que allí hacía san Guillermo con los numerosos discípulos que se le juntaron, que no parecía sino que la Tebaida se había trasladado al Monte-Virgen. La re gla viva de aquellos fervorosos monjes era el ejemplo de su santo abad, y sus constituciones los consejos del santo Evangelio. Y como se esparciese por todas partes el buen olor de sus religiosas virtudes, fué menester se edificasen en breve tiempo otros muchos monasterios. Cada día ilustraba el Señor la santidad de su siervo con nuevos dones y caris-mas celestiales: porque daba vista a los ciegos, oído a los sordos, habla a los mudos y salud a toda suerte de enfermos. Habiéndole llamado el rey de Sicilia, Ro-gerio, a su corte, le edificó un nuevo monasterio no lejos de su palacio, para tener consigo a aquel varón de Dios, y aprovecharse de sus consejos. En esta sazón unos malignos cortesanos, cuyos ojos
,' no podían sufrir el resplandor de tan grandes virtudes, calumniaron al santo
delante del príncipe, poniendo mácula en su honestidad, y echando mano de una mujer desenvuelta para que le tentase. Súpolo el siervo de Dios, y mandó encender una hoguera, en la cual se arrojó, a vista de aquella dama, con lo cual la convirtió y deshizo toda aquella trama infernal. Finalmente habiendo profetizado delante del rey y de muchos señores de la corte, que ya el Señor de los cielos le llamaba para sí, acabó su vida llena de virtudes y milagros con la preciosa muerte de los justos, y su santo cuerpo fué enterrado en un magnífico sepulcro de mármol, acreditando Dios la santidad de su siervo con numerosos prodigios.
Reflexión; Cuando el rey de Ñapóles y Sicilia, Rogerio llamó a su corte a nuestro santo, le encomendó toda la familia real y le pedía su consejo en todos los graves negocios del reino. Y ¿crees tú que aprovechaban menos los consejos de un santo, para la felicidad de todo el reino, que las maniobras de políticos ambiciosos, que sólo ponen los ojos en mezquinos intereses de partidos? ¿Qué otra cosa es ese malestar general, y ese desconcierto social de que todos se lamentan, sino un resultado necesario, y un castigo bien merecido de la sacrilega locura de los hombres, que prescindiendo de la ley de Dios, pretenden gobernarse a su antojo?
Oración: Suplicárnoste, Señor, que la intercesión del bienaventurado Guillermo, abad, haga nuestras preces aceptables ante tu divino acatamiento, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Juan y Pablo, mártires. — 26 de junio (t 362)
hacer largas limosnas. Al onceno día, a la hora de cena vino Terenciano con grande acompañamiento de soldados a la casa de ellos y hallólos puestos en. oración; y mostróles una estatua pequeña de Júpiter, hecha de oro, que llevaba consigo, y di-joles que el emperador mandaba que la adorasen y le ofreciesen incienso, y si no, que allí fuesen degollados, porque no quería que muriesen en público por ser perdonas tan principales (aunque a la verdad lo que le movió a hacerles morir en secreto fué el temor de algún alboroto en la ciudad) . Ellos con gran constancia respondieron que se preciaban
de no tener por Señor sino a Jesucristo: por lo cual Terenciano los mandó allí, degollar y enterrar secretamente en una hoya que se hizo en la misma casa, y pu blicar por la ciudad que habían sido desterrados. Pero muchos energúmenos comenzaron a publicar que allí estaban los santos mártires Juan y Pablo, y fueron libres de los demonios por su intercesión; y entre ellos un hijo de Terenciano, lo cual fué ocasión para que este reconociese su culpa, y postrado ante los mártires, les pidió perdón, y se convirtió a la fe, y escribió el martirio de estos dos. santos hermanos, que es el que aquí queda referido.
* Reflexión: ¿Quién pudo engañar a Dios
o librarse de sus manos? Un año después de este martirio, fué el apóstata Juliano a la guerra contra los Persas, y murió infelicísisimamente el mismo día en que hizo degollar a aquellos santos hermanos. Casi todos los perseguidores de la religión han acabado sus días con muerte desastrosa; para que entendamos cuan celoso es Dios de su Iglesia divina, y que no pueden sus enemigos perseguirla y afligirla impunemente, sin recibir el castigo que merecen por tan grande crimen,, en esta vida o en la otra.
Oración: Suplicárnoste, oh Dios todopoderoso, que nos consueles con duplicado gozo por la doblada gloria que alcanzaron los santos Juan y Pablo, hermanos,, en la constancia de la fe y en la corona, del martirio. Por Jesucristo, nuestro S e - \ ñor. Amén. /
El martirio de los valerosos mártires de Cristo san Juan y san Pablo escribió Terenciano, el cual siendo capitán de la guardia imperial de Juliano el Apóstata, por su mandato los hizo matar, y después se convirtió a la fe de Jesucristo nuestro Señor. Eran pues estos dos santos hermanos italianos de nación y cortesanos muy favorecidos del emperador Constantino, el cual los escogió para que sirviesen a su hija la princesa Constancia en los más nobles oficios de su palacio. Habían estado también con Galiciano en la guerra contra los Escitas, y convertido en ella a aquel capitán general del ejército romano, y alcanzado milagrosa victoria de aquellos bárbaros. Mas habiendo subido al imperio Juliano el Apóstata, hizo matar a Galiciano, y sabiendo que Juan y Pablo repartían con largas manos a los pobres las grandes riquezas que Constancia les había dado, buscó algún color para quitarles también la hacienda y la vida, y mandó a Terenciano a decirles que de buena gana se serviría de ellos y los honraría en su palacio, si adoraban a los dioses del imperio; mas que, si no lo quisiesen hacer así, les costaría caro. A esto respondieron los dos santos que no querían la amistad de Juliano, ni entrar en el palacio de aquel apóstata; y como Terenciano les concediese diez días para que mejor lo pensasen, ellos le dijeron que hiciese cuenta que ya los días eran pasados y que ejecutase lo que su amor mandaba. Entendiendo pues que presto habían de morir por Cristo, dieron a los pobres en aquellos diez días cuanto tenían, ocupándose de día y de noche en
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San Ladislao, rey de Hungría. — 27 de junio (t 1096)
Modelo perfectísimo de príncipes cristianos fué el gloriosísimo rey de Hungría san Ladislao I . Nació en Polonia, donde se había refugiado su padre Bela, huyendo de la persecución del rey P e dro. Crióse en la corte de Polonia, y después en la de Hungría, y por muerte de Geiza su hermano, fué coronado por rey de Hungría, con general aplauso de todo el reino. Un antiguo rey llamado Salomón, que por sus exorbitantes excesos y crueldades había sido arrojado del trono levantó a los Hunos en armas contra Ladislao, mas fué vencido y derrotado por el ejército real, y sólo con la fuga pudo salvar la vida. Libre ya Ladislao de este cuidado, convocó una junta de los prelados, de la nobleza y del pueblo para restablecer el orden en todo su reino. Presidióle él mismo en persona: y las sabias ordenanzas que se dictaron en ella se recopilaron en tres libros, y son como la quinta esencia de la política cristiana. Envidiosos los príncipes vecinos de la felicidad de Ladislao, hicieron varias i rrupciones en sus estados; mas el santo puesto a la cabeza del ejército, reprimió a los Bohemios, ahuyentó a los Hunos y les obligó a pedir la paz; tomó a Cracovia, domó a los Polacos y a los Rusos, quitó a los bárbaros la Dalmacia y la Cracovia, humilló a los Tártaros, y conquistó gran parte de la Bulgaria y de la Rusia. El número de sus batallas fué el de sus victorias. Con esta paz alcanzada de todos los enemigos, florecieron en el reino las artes, la industria, el comercio y la agricultura, y juntamente la religión y las buenas costumbres, que hicieron de aquel reino, el reino máz feliz de toda la cristiandad. Y aunque era magnífica y es-
• pléndida la corte del santo rey, su vida era un dechado de todas las virtudes. Asistía cada día a los divinos oficios, ayunaba tres días cada semana, dormía sobre la dura tierra, maceraba su carne con rigurosas penitencias, y tuvo tan grande amor y estima de la castidad, que jamás pudieron persuadirle que se casase. Cuando comulgaba, se le encendía el rostro con un fuego de amor divino; y no era menor la devoción que tenía a la
r M a d r e de Dios, en cuya honra edificó ia célebre basílica de nuestra señora de Wa-
radín. Para los pobres levantó hospitales y casas de beneficencia: él mismo les hacía justicia, acomadaba sus diferencias, y socorría todas sus necesidades. Todos sus vasallos le amaban como a padre. Finalmente habiendo aceptado el mando general de un ejército de trescientos mil cruzados que le ofrecieron los príncipes de España, Francia e Inglaterra, movidos por el fervoroso celo del papa Urbano II, cuando hacía los aprestos de aquella guerra santa, el Señor le llamó para sí, a los cincuenta y cuatro años de su edad, y a] décimo quinto de su reinado. Su muerte fué muy sentida en toda la cristiandad, y llenó de luto y de lágrimas todo su reino.
Reflexión: Tal es el acertado gobierno de un rey santo, y tal la felicidad nacional que resulta de un santo gqbierno. Quéjanse muchos de que Dios tolere esos gobiernos actuales que en lugar de mirar por el bien de los pueblos, los tiranizan y explotan. Pero ¿qué culpa tiene Dios ni su providencia, si los mismos pueblos por universal sufragio les dan sus votos, sólo porque les prometen libertad y más libertad para el mal, y no piensan siquiera en elegir hombres cristianos que gobernarían conforme a la ley de Dios y de la conciencia?
Oración: Oye, Señor, agradablemente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor, el bienaventurado rey Ladislao, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por los ruegos del que tuvo la dicha de agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Ireneo, obispo y mártir. — 28 de junio ( t 202)
El apostólico obispo, antiquísimo escritor y fortísimo mártir de Cristo, san Ireneo, dicen algunos que fué francés de nación; pero lo más cierto es que nació en Asia, porque él mismo escribe de sí, que siendo muchacho, oyó a san Policarpo, obispo de Esmirna y discípulo de san Juan Evangelista, y conoció y trató a Papías y otros varones del tiempo de los apóstoles. Llámanle leonés, porque fué obispo de León de Francia, a donde fué enviado desde Asia por san Policarpo su maestro, para alumbrar con la luz del Evangelio aquella ciudad. Siendo aún presbítero, fué enviado como legado de aquella iglesia al sumo pontífice san Eleuterio, el cual le recibió con grande benignidad, y con esta ocasión se informó el santo de todos los ritos, costumbres y tradiciones que los gloriosos príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo habían ensebado a la Iglesia romana. Habiendo sido martirizado Fotino obispo de León, por voluntad de Dios fué elegido san Ireneo de todo el pueblo cristiano por sucesor de Fotino. Procuró primeramente recoger la grey de Cristo que estaba asombrada y descarriada con la persecución, y desarraigó la gentilidad de las provincias comarcanas, enviando a la ciudad de Besanzón a Ferreolo, presbítero, y a Ferrución diácono, y a la de Valencia a Félix presbítero, y Aquileo diácono y Fortunato. Y porque los herejes Valentino, Marción y otros monstruos inficionaban la Iglesia católica, san Ireneo escribió en griego divinamente contra ellos, deshaciendo sus errores, y declarando la sincera y verdadera doctrina,
que él había aprendido de los varones apostólicos. Habiéndose levantado aquel tiempo en la Iglesia una muy reñida cuestión, acerca del día en que se había de celebrar la Pascua de Resurrección, queriendo algunas iglesias de Oriente que se celebrase a los catorce días de la luna de marzo, como la celebró Cristo, según la ley vieja, y la celebran los judíos), y queriendo por otra parte el papa san Víctor, que se celebrase el primer domingo siguiente en que el Salvador había resucitado, (por haberlo enseñado así el Príncipe de los apóstoles) ; san Ireneo se puso de por medio, y escribió a los prelados
y a las iglesias que se sujetasen a la Iglesia romana, ya que era maestra y cabeza de las demás. Finalmente en el tiempo que Septimio Severo derramó tanta sangre de cristianos especialmente en León de Francia, donde, corno dice san Gregorio Turonense, corrían arroyos de sangre por las calles, san Ireneo como pastor celoso murió en esta persecución con casi toda la ciudad, siendo de edad de noventa años.
Reflexión: Para que los libros en que san Ireneo escribió la sincera y verdadera doctrina que había aprendido de los varones apostólicos, fuesen trasladados fielmente, puso el santo en ellos al fin esta cláusula: «Yo te conjuro, dice, a ti, que trasladas este libro, por Jesucristo nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, y por su glorioso advenimiento, por el cual ha de juzgar a los vivos y a los muertos, que después que le hubieres trasladado, le confieras y enmiendes di-ligentísimamente con el original de donde le trasladaste.» Esto es de san Ireneo: donde se echa de ver con cuanto solicitud quería se guardase las tradiciones de los apóstoles, que son el arma más fuerte contra los herejes, y contra las nuevas invenciones de los que se apartan del camino de su salvación.
Oración: ¡Oh Dios! que concediste al bienaventurado Ireneo, tu mártir y pontífice, la gracia de vencer a los herejes y asegurar felizmente la paz de la Iglesia, rogárnoste des a tu pueblo constancia en la santa religión, y la paz deseada en^ nuestros tiempos. Por Jesucristo, nuestro »-Señor. Amén.
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San Pedro, príncipe de los apóstoles. (t 67 de Cristo)
El gloriosísimo príncipe de los apóstoles san Pedro fué de nación Galileo, y natural de Beth-saida, y vivía del arte de pescar. Fué hermano de san Andrés, y se dice que estaba casado con una mujer llamada Perpetua, y que tuvo una hija que fué santa Petronila. San Andrés fué quien le llevó a Cristo, y el Señor así que le vio le dijo: «Tú eres Simón; pero de hoy más te llamarás Pedro, que vale lo mismo que piedra;» porque había de ser piedra fundamental de su Iglesia. Viendo otro día el Señor a los dos hermanos que estaban pescando, les dijo: «Venios en pos de mí para ser pescadores, no de peces sino de hombres.* Y ellos dejando sus redes le siguieron. San Pedro era el que siempre acompañaba al Señor aun en las cosas más secretas, como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó a la hija de Jairo, y cuando se apartó a orar en el huerto. El fué, en cuya barca entró nuestro Señor a predicar: él quien confesó a Cristo por Hijo de Dios vivo, y se ofreció con gran denuedo a cualquier peligro y muerte por su amor. Y aunque permitió el Señor que le negase para que conociese su flaqueza humana, con todo después de la resurrección, le preguntó el Señor si le amaba más que todos los otros apóstoles; y confesando Pedro que mucho le amaba, J e sucristo le hizo pastor universal de toda su Iglesia. El día de Pentecostés, fué el primero que predicó, convirtiendo en un sermón tres mil almas y en otro cinco mil. También hizo los primeros y estupendos milagros con que comenzó a acreditarse la predicación apostólica, dando la salud a innumerables enfermos que traían de toda la comarca de Jerusalén, a los cuales ponían en las plazas, para que cuando él pasaba, tocando siquiera la sombra de su cuerpo a alguno de ellos, todos quedasen sanos. Tuvo san Pedro su cátedra de Vicario de nuestro Señor J e sucristo, siete años en Antioquía, y veinticuatro años en Roma; y como entre los innumerables ciudadanos romanos que habían recibido la fe de san Pedro y de san Pablo, hubiese dos damas amigas de
w Nerón que con el bautismo habían recibido el don de la castidad, y se habían
29 de junio
apartado del trato ruin con el emperador, aquel monstruo de crueldad y lujuria mandó encerrar a los dos santos apóstoles en la cárcel de Mamertino, y luego dio sentencia que san Pedro como judío fuese crucificado, y san Pablo como ciudadano romano fuese degollado. De esta manera acabó su vida el príncipe de los apóstoles, imitando con su muerte ja muerte de Cristo clavado en la cruz, aunque por tenerse por indigno de morir en la forma que el Señor había estado, rogó a los verdugos que le crucificasen cabeza abajo.
* Reflexión: ¡Jesucristo crucificado! ¡San
Pedro muerto también en la cruz! ¡San Pablo degollado! ¿Qué dicen a tu corazón estos adorables testigos de la verdad evangélica? ¿Quién podrá mirarlos y osará decir que nos engañaron? Para persuadir a los hombres la divinidad de su doctrina resucitaron muertos, y para que nadie pudiera sospechar siquiera que nos engañaban, se dejaron matar como mansísimos corderos. ¡Ay de aquellos, que con los lazos de sus malas pasiones tienen aprisionada la verdad de Dios tan clara y manifiesta a los sabios e ignorantes!
* Oración: Oh Dios que consagraste esté
día con el martirio de tus apóstoles P e dro y Pablo; concede a tu Iglesia la gracia de seguir en todo la doctrina de aquellos a quienes debió su principió y fundamento de la Religión cristiana. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Pablo, apóstol de las gentes. — 30 de junio (t 67)
naciones, islas y regiones que estaban asentadas en las tinieblas y sombras de la muerte. El mismo dice de sí que fué encarcelado más veces que los otros apóstoles, y que se vio lastimado con llagas sobremanera, y muchas vsces en peligro de muerte. Su vida no parecía de hombre mortal, sino de hombre venido del cielo, que con verdad pudo decir: «Vivo yo, más no yo, sino Cristo vive en mí.» El fué el grande intérprete del Evangelio que sin haber aprendido nada de los demás apóstoles, fué enseñado por' el mismo Dios, y descubrió a los hombres las riquezas y tesoris que están escondidos en Cristo,
confirmando su predicación con divinos portentos, como decía a los fieles de Co-rinto: «Las señales de mi apostolado ha obrado Dios sobre vosotros, en toda paciencia, en milagros y prodigios, y en obras maravillosas.» Y escribe san Lucas, que con poner los lienzos de san Pablo sobre los enfermos y endemoniados, todos quedaban libres de sus dolencias. Después de haber estado el santo apóstol dos años preso en Roma, es fama que sembró también la semilla y doctrina del cielo por Italia y Francia y que vino a España donde predicó con gran fruto. Finalmente volviendo a Roma a los doce años del imperio de Nerón, fué degollado, en el lugar llamado de las tres fontanas, sellando con su sangre la fe de Cristo.
Reflexión: Alabemos pues y glorifiquemos a los príncipes de la Iglesia san Pe dro y san Pablo; porque ellos son las lumbreras del mundo, las columnas de la fe, los fundadores del reino de Cristo, los ejemplos de los mártires, los maestros de la inocencia y los autores de la santidad, alabados del mismo Dios. Amémoslos como buenos hijos a sus padres, oigámoslos como discípulos a sus maestros, sigámoslos como oveja a sus pastores; imitémoslos como a santos, y pidámosles socorro y favor como a bienaventurados.
Oración: ¡Oh Dios! que alumbraste a los gentiles por medio de la predicación del apóstol san Pablo;- suplicárnoste nos concedas sea nuestro protector para contigo aquel cuya fiesta celebramos. P o \ Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El gloriosísimo apóstol de las gentes san Pablo fué hebreo de nación y de la tribu de Benjamín: nació en la ciudad de Tarso (como él mismo lo dice). Tuvo padres honrados y ricos, y de ellos fué enviado a Jerusalén, para que debajo del magisterio de Gamaliel, famoso letrado, fuese enseñado en la ley de Moisés. Entendiendo que los discípulos de Jesucristo eran contrarios a aquella doctrina, les comenzó a perseguir cruelísimamente; y no contentándose con haber procurado la muerte de san Esteban y de guardar los mantos de los que le apedreaban para apedréale con las manos de todos, él mismo ofreció al sumo sacerdote para perseguir a los cristianos; y con gente a r mada se partió para la ciudad de Damasco para traer aherrojados a todos los que hallase, hombres y mujeres que creyesen en Cristo, y hacerlos infame y cruelmente morir. Pero en el mismo camino de Damasco le apareció el Señor, y cegándole primero con su luz, le alumbró y con su voz poderosa como trueno le asombró y derribó del caballo, y de lobo le hizo cordero, y de perseguidor, defensor de su Iglesia, y vaso escogido para que llevase su santo nombre por todo el mundo, como se dijo en el día de su conversión. No se puede explicar con pocas palabras lo que este santísimo apóstol trabajó y padeció predicando el Evangelio en Damasco, en Chipre, en Panfilia, en Pisidia, en Lystra, en Jerusalén, en muchas regiones de Siria, Galacia y Macedo-nia, y en las populosas ciudades de Fili-pos, de Atenas, de Efeso, de Corinto, y dé Roma, alumbrando como sol divino tantas
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San Galo, obispo de Arverna. — 1 de julio (t 550)
E] venerable obispo san Galo nació en Arverna, ciudad de Francia. Desde su tierna edad resplandeció en él la gracia de Dios; y cuando entendió que su padre quería casarle con una muy ilustre dama, se fué al monasterio . cremonense que estaba a seis millas de Arverna y suplicó al abad le recibiese en su compañía y cortase el cabello. Conocida por el abad su gran nobleza, le dijo que era menester dar cuenta de todo a su padre, que era uno de los primeros senadores del reino, y envió a avisarle de lo que pasaba; el cual luego que oyó tal nueva se entristeció, diciendo: «El es mi primogénito querido, y por eso deseaba casarle; pero si Dios lo quiere para su servicio, hágase su voluntad.» Con esta licencia el abad ordenó al santo mancebo de primera tonsura y le recibió en el monasterio. Tenía tal dulzura y suavidad en la voz cuando cantaba los divinos oficios, .que enamoraba a todos. Llevóle consigo a su palacio el obispo de Arverna san Quin-ciano, para enseñarle en las letras y virtudes ; y el mismo rey Teodorico y la reina le tuvieron en la corte en lugar de hijo.
Habiendo un día ido el santo mozo en compañía del rey a la ciudad de Agripina donde había un templo lleno de abominaciones gentílicas, y se hacían cosas indignas de referirse, encendió en él una grande hoguera con que todo lo abrasó. Por este tiempo murió el santo obispo Quinciano, y aunque Galo no era más que diácono, con universal aplauso fué ordenado de sacerdote y aclamado por obispo. Era amado de toda la ciudad por su afabilidad, humildad y paciencia. Un día, cierto enemigo suyo le hirió en la cabeza y le dijo mil afrentas y baldones, y el santo se estuvo tan sosegado y sin hablar palabra como si fuera de mármol, y como después le pidiese perdón su enemigo y se le postrase a los pies, el siervo de Dios le abrazó cariñosamente. Habiéndose prendido fuego en la ciudad de • Arverna, y no viendo el santo prelado remedio humano a tanto incendio, acudió al templo y puesto en oración, tomó el libro de los Evangelios y abriéndole salió a vista del fuego, el cual al punto 4uedó^ del todo apagado. Tuvo revelación del día de su muerte, que sería pasados
tres días, e hizo juntar a todo el pueblo, y con entrañas piadosas de padre les dio la santa Comunión y su bendición a todos, y el día tercero que era domingo dio su santísima alma al Señor a la edad de setenta y cinco años. Estando el sagrado cadáver en el féretro puesto en medio de la iglesia, a vista de todo el mundo se volvió del otro lado para estar mirando al altar, acreditando el Señor la santidad de su siervo con otros muchos prodigios.
Reflexión: Fué tan grande el sentimiento que hizo toda la ciudad de Arverna en la muerte de su santo obispo Galo, que por las calles no se oía otra cosa que llantos y gemidos, diciendo: «¡Ay de nosotros! y ¡cuándo mereceremos tener otro tan santo obispo!» Y las mujeres todas iban vestidas de luto y tan llorosas como si hubieran perdido sus maridos, y de la misma suerte los hombres como si hubieran perdido sus mujeres. Roguemos -il Señor que dé a su Iglesia santos obispos y celosísimos pastores de su rebaño; pero no dejemos de amarles y venerarles aunque no resplandezcan por extraordinarias virtudes, considerando que están revestidos de verdadera autoridad, y como dice el apóstol, «puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de
Dios.»
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad del bienaventurado Galo, tu pontífice y confesor, acreciente en nosotros el afecto de la devoción, y la esperanza de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La Visitación de Nuestra Señora. — 2 de julio
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La devotísima fiesta de la Visitación de la santísima Virgen instituyó el papa Urbano VI y la publicó el papa Bonifacio IX el año del Señor 1389, tomando por medianera a la Virgen sacratísima para que remediase el cisma peligrosísimo que a la sazón afligía la Iglesia. Y el sagrado evangelista san Lucas refiere aquel paso tan devoto de la vida de núes, tra Señora por estas palabras: «En aquellos días partió María y se fué presurosa a la montañas de Judea a una ciudad de la tribu de Judá: y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Elisabeth. Y aconteció que en oyendo Elisabeth la salutación de María, la criatura que traía en su seno dio saltos de placer; y su madre Elisabeth se sintió llena del Espíritu Santo; y exclamando en alta voz dijo a María: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! Y ¿de dónde a mí tan grande bien, que venga a visitarme la Madre de mi Señor? Pues lo mismo ha sido llegar a mis oídos la voz de tu salutación, que dar saltos de júbilo el infante que tengo en mis entrañas. ¡Bienaventurada tú, que has creído! porque sin falta se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor. Entonces la Virgen llena de un altísimo espíritu de profecía, tornó a Dios estas sus alabanzas y dijo: Engrandece el alma mía al Señor; y mi espíritu está transportado de gozo en Dios, Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí irosas grandes Acmel que es todopoderoso, Aquel, cuyo nombre es santo,
y cuya misericordia se extiende de generación en generación sobre todos los que le temen: Hizo ostentación del poder de su brazo, desconcertó las t r a mas de los soberbios y los altivos pensamientos de su corazón, derribó del trono a los poderosos, y encumbró a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos dejó vacíos. Acordándose de su misericordia, recibió debajo de su protección a Israel su siervo, conforme a la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes por todos los siglos. Detúvose la Virgen María en compañía de Elisabeth como unos
tres meses; y tornóse después a su casa.» (Evangelio de san Lucas, I, 39-56).
Reflexión: ¡Qué admirable es la visitación de la Virgen a su prima santa Elisabeth! ¡Verdaderamente está toda llena de prodigios! Elisabeth trae en su seno al infante Precursor del Mesías: María tiene en sus purísimas entrañas al Hijo de Dios. Salúdanse las dos santas madres, y al instante se reconocen con todos sus dones y excelencias; y la presencia del Verbo eterno encerrado en la Virgen sacratísima como en su precioso relicario santifica al niño Juan en el seno de su madre. Veneremos pues nosotros a ejemplo de santa Elisabeth a tan excelsa Madre y a su divino Hijo Jesús; y rezando cada día el santo Rosario, pronunciemos con singular devoción aquellas palabras del Ave María: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el jruto de tu vientre. Y siempre que recibamos a su divino Hijo Jesús sacramentado en la sagrada Comunión, exclamemos diciendo: ¿De dónde a mí que mi Dios y mi Señor se haya dignado visitarme? Porque si con esta humildad le recibimos supliremos en parte nuestra indignidad, y mereceremos la gracia de aquel Señor que derriba a los poderosos y ensalza a los humildes.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que concedas a tus siervos el don de tu celeste gracia, para que aquellos, a los cuales fué principio de salud eterna el sacratísimo parto de la bienaventurada Virgen María, reciban en la votiva solemnidad de su Visitación acrecentamiento de paz y espirituales gozos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Ireneo y santa Mustióla, mártires. — 3 de julio (t 275)
En el tiempo del emperador Aureliano era Turcio procónsul en la ciudad de Clusi, en la Tos-cana o Etruria; y ejecutando el edicto imperial contra los cristianos en la ciudad de Sutri, el pr i mero que llamó a su tribunal fué el santo presbítero Félix, ordenando que lo sacasen fuera de la ciudad, y que lo apedreasen hasta que acabase la vida, como así sucedió. Tomó secretamente el cuerpo despedazado de aquel santo mártir el fervoroso cristiano san Ireneo y habiéndolo sepultado junto a los muros de la ciudad, llegó la noticia de esta obra piadosa a los oídos del cruel Prefecto, por lo cual lo mandó prender, y cargándole de cadenas lo hizo venir siguiendo su carroza hasta la ciudad de Clusi donde lo puso en la cárcel con otros muchos cristianos presos. Una doncella y señora rica llamada Mustióla, que era prima hermana del príncipe Claudio, visitaba con frecuencia a aquellos fidelísimos soldados de Jesucristo, y con su hacienda y favor socorría sus necesidades y los regalaba cuanto podía. Dieron cuenta a Turcio de la gran caridad que la ilustre y santa virgen usaba con los cristianos presos; por lo cual este bárbaro juez la mandó prender, sin reparar en su gran nobleza. Entonces con el fin de poner espanto y terror a los cristianos de la ciudad, hizo degollar en un solo día a todos los que tenía cargados de prisiones en la cárcel, dejando solamente con vida a san Ireneo, en el cual quiso ejecutar todos los artificios de su crueldad para amedrentar y rendir, si fuera posible, el ánimo valeroso de aquella santa doncella. Mandó pues que a su vista colgasen en el potro a Ireneo, y que en aquella máquina le descoyuntasen los miembros, le despedazasen con uñas aceradas, y pusiesen fuego debajo, hasta que sin quitarle del tormento perdiese la vida. Hiciéronlo así los inhumanos verdugos, cebándose en la sangre de aquel fortísimo mártir de Cristo con extraña crueldad, por echar de ver que ni conseguían quebrantar su constancia y espíritu admirable, ni hacer mella en el pecho de la gloriosa virgen que estaba presente a aquel horrible martirio. Luego
¿que el mártir acabó su vida mortal, mandó el impío juez que azotasen rigurosamen
te a la santa virgen con cordeles emplomados, hasta que ella se rindiese, o acabase la vida; lo cual ejecutaron los mismos sayones que habían martirizado a san Ireneo, y en este suplicio murió aquella castísima esposa del Señor, siguiendo en la gloria del cielo al que había sido ejemplo de su fortaleza en el martirio. Los dos sagrados cuerpos enterró cerca de los muros de la misma ciudad de Clusi, Marcos, varón cristiano y religioso, donde hoy tienen un suntuoso templo, y hacen continuos milagros, con que es Dios en ellos glorioso, como siempre en sus santos.
Reflexión: Observa en estos martirios como la piedad cristiana que usó san Ireneo sepultando el santo cuerpo del glorioso mártir san Félix, le ganó al instante la insigne corona del martirio; y la caridad que la gloriosa virgen santa Mustióla tuvo con los mártires encarcelados, fué asimismo premiada con la misma corona. ¡Oh, qué grande es la recompensa de las obras de caridad! Si las haces en favor de los santos, participas del mérito de su santidad; si las haces en alivio de los enfermos, participas del mérito de su paciencia; y siempre que haces bien a tu prójimo necesitado, mereces la recompensa que tuvieras, si lo hicieras a la persona de Cristo.
Oración: ¡Oh Dios! que alegras nuestras almas en la anual solemnidad de tus santos mártires Ireneo y Mustióla, concédenos propicio, que nos enciendan en tu amor los ejemplos de estos santos, por cuyos merecimientos nos gozamos. Por Je sucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Laureano, arzobispo de Sevilla y mártir. — 4 de julio ( t 544)
a un hijo de un hombre principal. De allí pasó a Italia y llegó a Roma, sanando muchos enfermos. En Roma visitó al sumo pontífice y consolóse con él; dijo misa de pontifical delante del papa el día de la Cátedra de san Pedro, y allí sanó a un viejo que desde niño estaba tullido de pies y manos. Partióse después para visitar el cuerpo de san Martín, en Francia, y tuvo revelación que venían por parte del rey Totila algunos soldados con el fin de quitarle la vida. No se turbó el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del Señor y deseoso del martirio, salió a
buscarles, y encontrándose con ellos en un campo raso, y siendo conocido de ellos, dieron en él y le cortaron la cabeza. Tomáronla y la llevaron al tirano, el cual cuando la vio y supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y con su entrada respiró aquella ciudad y cesó la sequedad, hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida del Señor por sus pecados. El cuerpo del santo sepultó Eusebio, obispo de Arles, en la iglesia de la ciudad de Bourges: y el Señor glorificó su sepulcro con innumerables prodigios.
Reflexión: Te parecerán crueles y ajenos de toda humanidad aquellos reyes Theudes y Totila que perseguían de muerte a un varón tan santo y adornado con el don de milagros y profecía como el glorioso san Laureano- pero más extraña que la fiereza de aquellos bárbaros parece, sin duda, la guerra que hacen a nuestra santísima religión los incrédulos y libertinos de nuestros tiempos. Porque a pesar de saber muy bien que a ella* se debe principalmente la civilización del mundo, la aborrecen entrañablemente y quisieran exterminarla de la tierra, ¿No es esta guerra propia de barbaros, o de gentes enemigas de Dios y del linaje humano?
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado san Laureano, tu confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el amor de la virtud y el deseo de nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestros Señor. Amén. v
El portentoso san Laureano, arzobispo de Sevilla y glorioso mártir de Cristo, nació de padres nobles en la provincia de Fannoma que ahora llamamos Hungría. Dejo su patria siendo de poca edad, y fué a Milán donde por misericordia del Señor se hizo cristiano, recibiendo el bautismo de manos del obispo Eustorgio II, y ordenándose de diácono a la edad de treinta y cmco anos. Pasó después a España, guiado por la Providencia, para resistir con su predicación y doctrina a los herejes arr ia-nos que eran muy poderosos y señores de la nación, y perseguían a los católicos. Muriendo en esta sazón Máximo, arzobispo de Sevilla, por la malicia de los herejes, estuvo vacante aquella cátedra por espacio de dos años, hasta que por común voto de los prelados sufragáneos fué elegido para aquella dignidad el varón de Dios san Laureano, el cual gobernó diez y siete años aquella Iglesia. Mas como los herejes levantasen en Sevilla una grande persecución contra el santo arzobispo y el mismo rey Theudes que injustamente ocupaba el trono, enviase gente que le matasen, el santo avisado de todo por un ángel, dijo misa, convocó al pueblo hizo un largo sermón, y t o m a n d o después su báculo rodeó parte de la ciudad, llorando y dando voces diciendo: «Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado y tiene levantado el brazo para heriros.» Y en efecto, poco después fué reciamente castigada de Dios aquella ciudad con sequedad, hambre y pestilencia, Saliendo desterrado de ella el santo obispo, en el camino sanó a un ciego; entró en un navio y aportó a Marsella, donde resucitó •
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San Miguel de los santos. — 5 de julio (t 1625)
El seráfico siervo de Cristo crucificado, san Miguel de los santos fué natural de Vich, en Cataluña, a donde poco antes se había trasladado su padre, que ejercía el oficio de escribano en la villa de Centellas. Tenía el asombroso niño Miguel seis años no cumplidos, cuando abrasado del amor de Cristo se encaminó con otro niño hacia Montseny, con propósito de hacer en aquellas asperezas una vida penitente y solitaria. Al hallarle su padre en una cueva, hincado de rodillas y orando con muchas lágrimas, le preguntó por qué lloraba; y el niño respondió: «Lloro por la pasión de nuestro Señor Jesucristo»; y preguntándole también cómo pensaba sustentarse en aquella soledad, respondió que Dios le alimentaría como alimentaba a otros santos. Tomándole el padre de la mano lo volvió a su casa, donde comenzó a ayunar la cuaresma, las vigilias y los miércoles, viernes y sábados de cada semana; ponía los pies desnudos sobre la nieve, disciplinábase todas las noches, y llevaba en el pecho una cruz de madera atravesada con tres clavos, que traía hincados en las carnes. Terminados los primeros estudios de las letras humanas y siendo de doce años fué a Barcelona, donde recibió el hábito de los Trinitarios calzados, <:on indecible gozo de su alma, mas poco después de sus votos solemnes, pasó a la estrecha observancia de los religiosos trinitarios decalzos, a los cuales espantó con sus extraordinarias pe_ nitencias. Porque no comía sino de dos en dos días algunos bocados de pan, y a veces se le. pasaban doce, quince y veinte días sin probar agua ni bebida alguna, llegando a pasar un verano entero sin beber. Poníasele la lengua y los labios tan secos como los que padecen ardentísima fiebre y el siervo de Dios para acrecentar aún esta terrible mortificación bajaba a unos sótanos donde había muchas t inajas de agua fresca, para que a la vista del refrigerio fuese mayor el sacrificio. Guárdase hoy todavía una cruz de hierro que tiene una cuarta de largo y está sembrada de ochenta y un clavos que traía hincados en las espaldas. En invierno se aplicaba agua fría al pecho para templar los ardores del amor divino. Uno de los regalos que el Señor le hizo fué trocarle
místicamente el corazón, dándole Jesucristo el suyo de una manera inefable. Eran tan frecuentes sus éxtasis seráficos que se arrobaba predicando, diciendo misa, orando, en el templo, en las visitas y en las calles. Viéronle muchas veces elevado todo el cuerpo en el aire, especialmente al celebrar la misa, y teniendo el que se la ayudaba curiosidad de medir la altura, pues los arrobamientos duraban un cuarto de hora, halló que estaba elevado más de media vara del suelo. Finalmente l legado el tiempo en que el Señor quería trasladar este serafín humano al paraíso, después de haber asombrado al mundo con sus extraordinarias virtudes, le llevó para sí el segundo día de Pascua de Resu-rección a la e í ad de treinta y tres años.
Reflexión: Oye y asienta en tu alma lo que solía decir este mismo santo, maravillándose de que hubiese hombres que no amasen a Dios. «¡Oh, hijos de Adán!,—exclamaba,— ¿Es posible que haya hombres que no quieran amar a Dios? ¡Oh si las almas conocieran aquella suma bondad, cómo no la ofendieran, antes se abrasaran en su amor! ¡Oh! ¡si experimentaran la suavidad de Dios, cómo se murieran to_ dos de amor por El!» Tal es el secreto y verdadera causa de la vida asombrosa de los santos. - •
Oración: ¡Oh Dios misericordioso! que te dignaste adornar al bienaventurado Miguel, tu confesor, con maravillosa inocencia y admirable caridad, concédenos por su intercesión, que libres de los vicios, y encendidos en tu amor, merezcamos llegar a gozarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Goar, presbítero y confesor. — 6 de julio ( t 575)
virtud al rey Sigiberto, el cual tomó todos los medios que pudo para persuadir al venerable presbítero que aceptase el obispado de Tréveris, porque quería dar con ello satisfacción a todo el pueblo que lo deseaba y se lo suplicaba. Mas no pudo el príncipe acabar con el santo que re cibiese aquella dignidad; y habiéndole dado ve ;nte días de término para recogerse y hacer oración sobre ello, se encerró el siervo de Dios en su celda, y postrado en el si elo delante del acatamiento del Señor, llorando aroyos de lágrimas le suplicó afectuosamente que no permitiese que el rey saliese con su pre
tensión. Oyóle el Señor, enviándole una calentura que le fatigó siete años gravemente y de manera que no pudo ya salir de su retiro, ni ver más ai rey. Finalmente, labrada aquella bendita alma del siervo de Dios, y purificada como el oro con tan larga y penosa dolencia, acabó el curso de su peregrinación y pasó a recibir el premio de sus heroicas virtudes en el eterno descanso. El sagrado cuerpo fué sepultado en la misma iglesia cue había edificado el piadosísimo varón para honrar las reliquias de los santos.
Reflexión: Si los santos honran con tanta reverencia las reliquias de los santos, ¿no es razón que nosotros pobres pecadores, las honremos con la misma veneración y acatamiento? Son ellos grandes amigos de Dios, príncipes del cielo, cortesanos del palacio divino, abogados e intercesores nuestros, que tienem muchas gracia y cabida con la divina Majestad; y esas sagradas reliquias de sus cuerpos son honradas de Dios, con soberanos prodigios, y han de resucitar con todas las dotes de gloria y participar de la eterna felicidad de sus almas. Adorémoslas pues con mucha devoción, pidiendo a ios santos que nos alcancen por sus méntos la gracia de gozar en cuerpo y alma de su glorksa compañía.
Oración: Oye, Señor, favorablemente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor, el bienaventurado Goar, para que los qae no confiamos en nuestra justicia, seamos favorecidos por los Merecimientos de aquel santo, que fué tan agradable a tus divinos ojos. Por Jesucris- V to, nuestro Señor. Amén.
El ejemplarísimo presbítero san Goar fué .francés de nación, de la provincia de Gascuña: su padre se llamó Jorge y su madre Valeria, personas por sangre ilustres. Desde niño fué muy bien inclinado, de amable aspecto, humilde, honesto y dado a todas las obras de virtud. Habiéndose ordenado de presbítero, determinó dar de mano a todas las cosas de la tierra, y se fué a un lugar del obispado de Tréveris, que se llamaba W°chara, don-
. de hizo una iglesia con licencia del obispo Félix y colocó en ella algunas reliquias de los santos. En este lugaf vivió muchos años, dándose a la oración, ayunos y penitencia, y a ejercitar la hospitalidad con los pobres y peregrinos. Había aún muchos gentiles en aquella tierra, los cuales con la vida tan ejemplar y con la predicación y milagros del santo presbítero se convirtieron a la fe. Echaba los demonios de los cuerpos, daba vista a los ciegos, pies a los cojos, y sanaba a muchos dolientes de varias enfermedades. Dos criados del obispo, que se llamaba Rústico, le acusaron delante de su amo, diciéndole que era hipócrita y embustero, e interpretando muy mal las honestas acciones y obras de caridad que hacía, albergando a los peregrinos. Mas cuando el obispo mandó venir al santo delante de sí, y vio que un niño de pecho de solos tres días habló volviendo por la honra del varón de Dios, quedó tan corrido y confuso de haber side tan fácil en creer lo que falsamente le habían dicho, que echándose a los pies del santo se encomendó con lágrimas en sus oraciones. Llegó la fama de tan excelente
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San Panteno, padre de la Iglesia. —7 de julio (t 212)
El sapientísimo y apostólico doctor de la Iglesia san Panteno, a quien san Clemente de Alejandría llama por su elocuencia la Abeja siciliana, fué natural de Sicilia, y antes de convertirse a la verdadera fe profesaba la filosofía en la secta de los estoicos. Mas habiendo conversado y trabado amistad con algunos cristianos, quedó tan enamorado de la doctrina de Jesucristo que le enseñaron que, dando de mano a las supersticiones de los falsos dioses y a los libros de la humana filosofía, abrió los ojos a la luz de la fe y abrazó de todo corazón la sacrosanta ley del Evangelio. Después de su conversión, estudió con gran dudado las divinas Escrituras, conferenciando sobre ellas con algunos varones virtuoso? y eruditos que habían sido discípulos d?. los santos apóstoles; y pasando luego s la ciudad de Alejandría se hizo discípulo de los que lo habían sido del Evangelista san Marcos, y enseñaban en aquella famosa escuela Alejandrina, la doctrina misteriosa del Hijo de Dios Escuchaba en silencio sus lecciones, ., ocultaba con tan rara modestia y humildad sus grandes talentos, que costó harto trabajo a sus maestros el descubrirlos; hasta que el año 179, por voz común de todos fué nombrado maestro de aquella cátedra, en la cual por espacio de muchos años explicó la filosofía de las divinas Escrituras con grande aplauso v reputación de sabiduría. Porque fué en efecto san Panteno el primer maestro cristiano de su siglo, y
. glorioso padre y doctor de la Iglesia, y como enseñaba con excelente método, atraía de muchas y lejanas tierras numerosos discípulos, los cuáles, viendo la gran ventaja que hacía aquella doctrina del cielo a las de ?os o+.rc<¡; filósofos, abrazaban la fe cristiana, y pregonaban por todas partes la admirable sabiduría de su maestro. Los cristiano:? de la India, que venían a Alejandría para entender en sus negocios, le enviaron un mensaje, rogándole que fuese a su país a confutar a los doctores brachmanes, y el santo vencido de sus ruegos, dejó por algún tiempo su escuela, y se encaminó a aquellas apartadas regiones: y Demetrio, obispo de «Alejandría, confirmó su misión y le nombró predicador del Evangelio en las na
ciones del oriente. Refiere Eusebio que san Panteno vio sembrada ya en aquellas Indias alguna semilla de la fe, y halló un libro del Evangelio de san Mateo escrito en lengua hebrea, que había dejado allí san Bartolomé, apóstol del _ Señor, y que san Panteno lo trajo a Alejandría, después de haber evangelizado con grande fruto a los indios durante algunos años. Finalmente, mientras el glorioso doctor san Clemente gobernaba la célebre escuela pública de Alejandría, su maestro san Panteno, que era ya de edad muy avanzada, continuó todavía leyendo algunas lecciones privadamente, hasta que lleno de méritos y virtudes, en el reinado del emperador Caracalla acabó la peregrinación de su vida gloriosa.
Reflexión: Útilísima es a la Iglesia de Dios la profunda sabiduría de los sagrados doctores, no porque nuestra sacrosanta fe tenga necesidad de filósofos que demuestren su divina verdad, porque la Religión católica no es alguna teoría o sistema filosófico, sino un acontecimiento histórico público y notorio a más no poder: sino porque los santos doctores enseñan la doctrina cristiana en toda su pureza, y como la recibieron de mano de los apóstoles y discípulos de Jesucristo, y la defienden contra todos los herejes y filósofos libertinos.
Oración: ¡Oh Dios! que nos alegras con la anual solemnidad de tu confesor san Panteno, concédenos propicio, que imitemos las virtuosas acciones de aquel santo cuyo nacimiento para el cielo ^celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Isabel, reina de Portugal. — 8 de julio (t 1336)
La gloriosa reina de Portugal doña Isabel, espejo de reinas y vivo retrato de princesas casadas, fué hija de don Pedro, tercero de este nombre, noveno de Aragón, y de la reina doña Constancia, y nació reinando en Aragón su abuelo don Jaime, llamado el Conquistador. Desde la edad de ocho años rezaba el oficio divino, y a la edad de once la pidió y consiguió por mujer don Dionisio, rey de Portugal. No se envaneció ella por verse sentada en el trono, antes acrecentó los ejercicios de oración y de caridad que en casa de sus padres le habían enseñado. Era muy templada en el comer, modesta en el vestir, benigna en el conversar, y en gran manera dada al divino servicio. Por la mañana rezaba maitines y oía misa cantada en su capilla, que tenía muy adornada de ricos y preciosos ornamentos, y mucho más de virtuosos capellanes y excelentes cantores, y cada día iba a ofrecer en la misa al tiempo que cantaban la ofrenda, y puesta de rodillas besaba la mano al sacerdote y recibía su bendición. Labraba con sus damas cosas que sirviesen al culto divino, socorría a las doncellas pobres y huérfanas y ponía a muchas en estado, porque no corriese peligro su castidad: visitaba a los enfermos, y curábalos con sus propias manos sin asco ni pesadumbre, y el Jueves Santo lavaba los pies a algunas mujeres pobres y con grande devoción se los besaba. No se hacía iglesia, hospital, puente u otra cosa en beneficio público, a que ella no extendiese la mano. En Santarén puso en perfección el hospital de los ino
centes; en Coimbra junto a sus palacios reales edificó el de los pobres enfermos; en la villa de Torresnovas el recogimiento para las mujeres arrepentidas. Fué el rey su marido en su mocedad liviano con gran deshonor suyo y agravio de la santa, mas ella lo llevó todo con tan grande paciencia que rindió el corazón del rey, y le sacó de aquel mal estado, y cuando su hijo el príncipe don Alonso se armó contra su mismo padre, y estaban los dos con ejércitos para darse batalla, sólo la santa logró ponerles en paz y restituir la paz a todo el reino. En la hora que el rey su marido falleció se recogió ella
a un aposento, y se cortó los cabellos y se vistió el hábito de santa Clara; acompañó el cadáver al monasterio de monjas de san Bernardo, en que el rey se había mandado enterrar, y habiendo estado allí tres meses, partió a pie en romería para Santiago e hizo al santo apóstol una ofrenda riquísima de muchas piezas de oro, piedras preciosas, sedas y brocados. Finalmente después de una vida tan santa fué visitada en su muerte por la Reina de los ángeles, y diciendo aquellas palabras: «María, madre de gracia y madre de misericordia, defiéndenos tú del maligno enemigo y recíbenos en la hora de la muerte» dio su alma al Creador.
Reflexión: La santa y piadosísima doña Isabel, supo juntar con la grandeza y majestad de su estado, la pequenez y humildad de Cristo. Por estas raras virtudes mereció "er tenida y reverenciada pr santa, no solamente en su tiempo, sino también en todos los siglos posteriores; para que las grandes señoras se miren en ella como en un clarísimo espejo, y conformen su vida con la de la santa; y las mujeres de más baja condición se corran, considerando que no hacen ellas lo que hizo tan gloriosa reina.
Oración: Oh clementísimo Dios, que entre otros dones con que enriqueciste a la santa reina Isabel, la favoreciste con la gracia singular de aplacar el furor de las guerras; concédenos por su intercesión la paz de esta vida mortal, que humildemente pedimos, y después los dichosos gozos de la eterna. Por Jesucristo^, nuestro Señor. Amén .
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San Efrén, diácono y confesor. — 9 de julio ( t 379)
Uno de los más esclarecidos doctores de la Iglesia de Siria fué san Efrén, el cual nació en la ciudad de Nisibe y fué hijo de padres labradores, pero ilustres por la confesión de la fe y por la sangre de los santos mártires, que honraron su cristiana familia. Crióse con tan grande inocencia, que en el libro de su Confesión no se acusa más que de dos culpas de su niñez: fué la una haber echado a correr por los montes tras una vaca de un vecino suyo, la cual se perdió y fué devorada por las fieras; la otra, haber puesto una vez en duda que todas las cosas anduviesen ordenadas por la Providencia divina. Retiróse al yermo; mas habiéndole mostrado el Señor que quería servirse de él para bien de muchos, pasó a la ciudad de Edesa, donde fué ordenado de diácono, y aunque más tarde quería el glorioso san Basilio hacerle sacerdote, nunca pudo acabar con él que aceptase aquella dignidad. Supo otra vez que venían para hacerle obispo y comenzó él a fingirse loco y hacer visajes en la plaza, andando aprisa y corriendo por las calles, y rasgando sus vestiduras, y comiendo delante de todos, para que le dejasen y menospreciasen los que querían encomendarle el gobierno de la Iglesia. Era elocuentísimo predicador de Jesucristo, y convritió a la fe gran número de idólatras y herejes: y de una disputa que tuvo con Apolinar, salió aquel famoso hereje tan atajado y corrido, que no sup"o decir palabras, y con tan gran tristeza y angustia de corazón, que le dio una enfermedad de que llegó a las puertas de la muerte. Tenía también el glorioso san Efrén unas entrañas muy blandas con los pobres, y en una grande hambre que en su tiempo afligió mucho a la ciudad de Edesa, viendo que perecían muchos pobres y que los ricos apretaban la mano y los dejaban morir, los reprendió gravemente, y con las limosnas que recogió armó trescientas camas para los enfermos, vistió a los desnudos y dio de comer a los hambrientos. Y para que no faltase el alimento espiritual de las almas, escribió muchos libros en lengua siriaca, los cuales eran tan estimados que, como
JÜice san Jerónimo, se leían públicamente en algunas iglesias después de la Sagrada
Escritura. Son todas las obras de esta santo Padre muy espirituales, y en eüas resplandece su grande ingenio y su elocuencia singular, y sobre todo un espíritu celestial y soberano, suave, eficaz, blando y fervoroso de que Dios le había dotado. Finalmente estando ya para morir escribió aquella admirable exhortación llena de santísimos documentos, llamada el Testamento de san Efrén, y encomendó encarecidamente que no le enterrasen con vestidura preciosa, ni en sepulcro, ni en templo, sino en el cernen- , terio de los pobres y peregrinos: mas el Señor tomó por su cuenta el honrarle y hacer su nombre inmortal y glorioso en toda la universal Iglesia.
Reflexión: Poseemos en la Iglesia católica tal abundancia de libros escritos por autores doctísimos y santísimos, que es para alabar a Dios. Su profunda sabiduría asombra al ingenio humano y el olor de santidad que se percibe en su lectura, reanima al lector más aletargado por el frío de la duda, o la ponzoña del error y de los vicios. Pues ¿por qué no se han de leer tan buenos libros que dan luz y calor, y sanidad perfecta al espíritu? ¿Por qué se han de leer libros malos que le llenan de tinieblas y de frío glacial, y lo sumen en un letargo de muerte?
Oración: ¡Oh Dios! que nos alegras en la anual solemnidad de tu bienaventurado confesor san Efrén, concédenos propicio, que imitemos las buenas acciones de aquel santo cuyo nacimiento para si cielo celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los siete hijos mártires de santa Felicitas. — 10 de julio ( t 165)
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Siendo emperador Marco Aurelio Anto-ninc, hubo en Roma una santa viuda llamada Felicitas, noble en linaje y más ilustre en piedad, que tenía siete hijos. Habia hecho voto de castidad, ejercitábase en oraciones y obras de misericordia, y con sus palabras y el ejemplo de su vida, movía a muchos de los gentiles para que se hiciesen cristianos. Por esta causa algunos sacerdotes de los ídolos concibieron gran saña contra ella y contra sus hijos y procuraron con el emperador que los mandase prender. Remitióse la causa a Publio, prefecto de la ciudad, el cual llamando aparte a la madre, la rogó que sacrificase a los dioses del imperio, y que no le obligase a usar de rigor con ella y con sus hijos. A lo cual respondió Felicitas: «No pienses, oh Publio, que con tus blandas palabras me podrás ablandar, ni con tus amenazas me podrás rendir; porque tengo en mi favor el espíritu de Cristo, y viva o muerta te venceré.» A esto respondió el prefecto: «¡Desventurada de ti! Y ¿has de permitir que hasta tus hijos mueran a mis manos?» «Mis hijos, dijo Felicitas, muriendo por Jesucristo vivirán para siempre.» Y como al siguiente día, estando el tribunal en la plaza del templo de Marte, fuese traída a juicio la madre con los siete hijos, y el juez les persuadiese que sacrificasen a los dioses: volviéndose a ellos la madre les dijo: «Mirad, hijos míos, al cielo, en donde os está Cristo esperando con todos sus santos; pelead valerosamente por vuestras almas, y mostraos fieles y constantes en el amor de Jesucristo.» El tirano oyendo estas palabras
se embraveció y mandó dar a la madre muchas bofetadas en el rostro, porque en su presencia daba tales consejos a sus hijos; y llamando luego delante de sí al mayor de ellos, que era J e naro, y usando todo su artificio, para atraerle a la adoración de los ídolos, no lo pudo conseguir; por lo cual le mandó desnudar y azotar crudamente y llevarle a ia cárcel. Por este mismo orden llamó uno a uno a los siete hermanos, y como viese en todos la misma constancia y resolución, después de haberlos castigado con muchos azotes, los echó en la cárcel, y dio aviso al emperador de lo que pasaba. El empe
rador ordenó que con diferentes géneros de muerte les quitasen la vida, y ejecutándose este impío mandato, Jenaro, siendo azotado gravísimamente y quebrantado con plomadas, dio su espíritu al Señor; Félix y Felipe fueron molidos a palos; Silvano murió despeñado; Alejandro, Vidal y Marcial fueron descabezados: y la madre santa Felicitas, también fué martirizada al cabo de cuatro meses, y su martirio celebra la santa Iglesia a los 23 de noviembre.
Reflexión: De esta santa heroína de la fe y de ,sus hijos dice san Gregorio en una homilía estas palabras: «La bienaventurada santa Felicitas, creyendo, fué sierva de Cristo, y predicándole, madre de Cristo: porque teniendo ella siete hijos, de tal manera temió dejadlos vivos en el mundo, como los otros padres carnales suelen temer que se mueran. No me parece que hemos de llamar a esta mujer mártir, sino más que mártir, pues habiendo enviado delante de sí siete hijos al cielo, a la postre vino después de ellos a recibir la corona del martirio.» Todo esto es de san Gregorio. ¡Pluguiera al Señor que todas las madres cristianas tuvieran este espiritual amor a sus hijos, deseándoles y procurándoles ante todo la eterna salvación!
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que celebramos la fortaleza de tus invictos mártires en la confesión de tu fe, experimentemos la efica-, cia de su intercesión. Por Jesucristo,"1
nuestro Señor. Amén.
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San Pío I, papa y mártir. — 11 de julio (t 167)
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San Pío, primero de este nombre, glorioso pontífice y mártir de Cristo, fué natural de la ciudad de Aquileya e hijo de Rufino, el cual después de haberle instruido en la fe cristiana, le envió a Roma para que saliese bien enseñado.en las letras humanas y divinas. Es opinión de muchos que el papa Higinio le consagró después por obispo, y repartió con él la solicitud pastoral de toda la Iglesia. Habiendo aquel santo pontífice alcanzado la gloriosa palma del mart i rio, vacó la Sede apostólica solos tres días, porque era muy crecido en Roma el número de los saltos, (que así se llamaban los fieles): los cuales después de emplear aquellos tres días en ayunos, vigilias y oraciones, eligieron por voz común a san Pío, y le nombraron vicario de nuestro Señor en la tierra. Ordenó muchas cosas de grande utilidad para la santa Iglesia: Señaló las penitencias que habían de hacer los sacerdotes que fuesen negligentes en administrar el santísimo Sacramento; mandó que fuesen inviolables las heredades de las iglesias, y que no se consagrasen las vírgenes que profesan perpetua continencia hasta tener veinticinco años. Hizo un decreto por el cual mandaba que la santa Pascua se celebrase siempre en domingo como lo habían instituido los apóstoles; consagró en Roma Jas Termas Novacianas a honor de santa Potenciana; anatematizó a los infernales heresiarcas Valentín y Marción, y escribió varias epístolas, en las cuales resplandece la santidad y celo de este venerable pontífice. En una de ellas que escribió a Justo (a lo que parece obispo de Viena), le dice: «Ten cuidado de los cuerpos de los santos mártires, como de miembros de Cristo, que así le tuvieron los apóstoles del cuerpo de san Esteban. Visita a los santos que están en las cárceles, para que ninguno se entibie en la fe. Los clérigos y diáconos te respeten y reverencien, no como a mayor sino como a ministro de Jesucristo. Todo el pueblo descanse, y sea amparado y defendido con tu santidad. Quiero que sepas, compañero dulcísimo, que Dios me ha revelado que tengo de acabar presto los dias de mi peregrinación: sólo te ruego que estés firme en la unión de la Igle
sia, y que no te olvides de mí. Todo el senado y compañía de los sacerdotes y ministros de Cristo que está en Roma, te saluda, y yo saludo a todo el colegio de los hermanos en el Señor, que están contigo.» Todo esto es de san Pío, el cual después de haber acrecentado mucho la Iglesia de Dios con su celestial espíritu y gobierno, fué delatado, y cargado de cadenas, y muerto por la fe de nuestro Señor Jesucristo, como tantos otros pontífices de los primeros siglos de la Iglesia.
Reflexión: Para que veas la reverencia que has de tener al santísimo Sacramento, lee las graves penas que puso san Pío a los sacerdotes que por su negligencia derramasen alguna parte del vino consagrado: «Si cayere, dice, la sangre de Cristo en el suelo, hagan penitencia por espacio de cuarenta días; si en los corporales, por tres: si penetró hasta el primer mantel, por cuatro; por nueve si llegó al segundo; y por veinte si caló hasta el tercero. En cualquier parte donde cayere, seqúese todo lo que hubiese mojado; si esto no se pudiese, lávese con cuidado o raígase; y recogiendo todo lo lavado o raído, quémese y échense las cenizas en la piscina.» Considera pues con qué devoción y pureza de alma y cuerpo, se ha de recibir este divino sacramento, que con tanto cuidado se ha dé tratar.
Oración: Atiende, oh Dios todopoderoso, a nuestra flaqueza, y alivíanos del peso de nuestros pecados, por la intercesión de tu bienaventurado mártir y pontífice Pío. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
203
San Juan Gualberto, fundador. — 12 de julio (t 1073)
El venerable fundador de la orden de \ ralleumbrosa, san Juan Gualberto, nació en Florencia, y se convirtió de la vanidad del siglo a la perfección evangélica por un caso notable que le sucedió, y fué de esta manera. Tenía Juan un padre que se llamaba como él Gualberto y era valiente y bravo soldado, el cual traía enemistad con un hombre que injustamente había muerto a un pariente suyo, y para vengarse, le pretendía matar: y Juan acudía a la voluntad de su padre y andaba en los mismos pasos y cuidados. Un día, yendo a Florencia él y otro criado bien armados, topó acaso a aquel su enemigo, desarmado, y en un paso tan estrecho que no se podía huir ni escapar. Turbóse aquel pobre hombre, y echándose a los pies de Juan con grande humildad, le pidió por amor de Jesucristo crucificado que le perdonase y le diese la vida. Fué tanto lo que se enterneció Juan oyendo el nombre de Jesucristo crucificado, que luego levantó del suelo a su enemigo, le abrazó, le perdonó y dijo que estuviese seguro. Partióse pues aquel pobre hombre consolado, y Juan siguió su camino, y entró en una iglesia, donde poniéndose a hacer oración delante de un crucifijo que allí estaba, vio claramente que el crucifijo le inclinó la cabeza como quien le hacía gracias por su caridad. Quedó Juan confuso por este regalo del Señor, y determinó abrazarse con Cristo crucificado. Para esto pidió al abad de san Miniato de Florencia el hábito de san Benito, y fué tal el ejemplo de santidad que dio a los monjes, que fallecido el abad, todos pusieron los ojos
en Juan para hacerle su prelado: mas él no lo consintió por su humildad, y como se alzase con el gobierno un monje que turbaba la paz del monasterio, el santo se partió con un compañero para buscar otro lugar donde con más quietud pudiese servir a Dios. Vino pues a un valle que por la espesura de los árboles se llama Valleumbrosa, y está en la p rovincia de Toscana, y allí por inspiración del Señor hizo su morada, y en aquel sitio se formó un grande y numeroso monasterio, debajo de la regla de san Benito, aunque con algunas constituciones propias y particulares de nuestro santo. Favorecióle, el
Señor con su gracia y con dones de milagros y profecías, y después de haber edificado otros monasterios y resucitado en ellos el primitivo espíritu de san Benito, gobernándolos santísimamente por espacio de veintidós años, a los setenta -y cuatro de su edad, dio su espíritu al Señor.
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Reflexión: Después de haber leído la caridad que usó san Gualberto con su enemigo mortal, no quisiera, amado lector) que conservases en tu corazón algún maligno rencor y deseo de venganza. No trates acaso de manchar tus manos con la sangre del que te ofendió y perjudicó, ni aun tal vez de delatarle a un tribunal en demanda de justicia. Pues ¿qué provecho sacarías de maldecirle y desearle la muerte o alguna desgracia? ¿Podrías con este odio acarrearle algún grave mal? No: el mal recaería sobre de ti, porque con esos malditos rencores no harías más que llenar tu conciencia de pecados. Sacrifica pues generosamente por amor de Cristo crucificado todos tus odios y r e sentimientos y dile con todo el corazón (y no solamente con los labios) aquellas palabras del Padre nuestro: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos haga recomendables ante tu divino acatamiento la intercesión del bienaventurado Gualberto, abad, para que consigamos por su protección lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Eugenio, obispo de Cartago. — 13 de julio (t 505)
El prudentísimo y pacientísi-mo san Eugenio, obispo de Cartago, era un caballero seglar de esta ciudad muy estimado por su celo, discreción y piedad cristiana, cuando por voz común de todos sus conciudadanos, fué elegido y ordenado sacerdote y obispo de aquella iglesia en tiempo del cruel Hunerico, rey de los Vándalos, los cuales se habían hecho dueños y señores del África. Y aunque el santo prelado gozó de paz en los primeros tiempos de su gobierno, y era respetado de los herejes, y tan amado de los católicos, que dieran por él la hacienda y la vida, no tardó el rey Hunerico, que profesaba la secta de los arríanos, en perseguir de muerte a los fieles, y a sus venerables pastores. Y para dar algún color a su perfidia, obligó a todos los obispos a jurar que deseaban que después de su muerte le sucediese su hijo en el trono. No dudaron algunos en jurarlo, juzgando que podían con ello contentar al rey, y otros no prestaron aquel juramento, pensando que era contrario a la ley de justicia; pero el bárbaro monarca los condenó a todos, alegando que los primeros habían sido infieles a Dios, que manda no jurar ; y los segundos se habían mostrado rebeldes a su príncipe. Poco después dio orden para que la persecución se hiciese general. Los sacerdotes de Cartago fueron azotados con látigos y varas, las vírgenes consagradas a Dios cruelmente atormentadas, muriendo muchas de ellas en el potro, y los obispos, y todo el clero, y muchos seglares y señores católicos fueron desterrados sn número de unas cinco mil personas. Cuando el pueblo vio tan maltratados a aquellos venerables sacerdotes y al santísimo obispo Eugenio, que con ellos iba desterrado, les seguía con los ojos llenos de lágrimas, diciendo: ¿Cómo nos dejáis así desamparados para ir vosotros al mart ir io?^ ¿quién bautizará a nuestros hijos?, ¿quién nos administrará la penitencia y la comunión?, ¿quién nos enterrará después de muertos y ofrecerá por nosotros el divino sacrificio? Habiendo fallecido ya aquel cruel rey de los Vándalos, tornó el varón de Dios a su diócesis, pero fué desterrado de nuevo por Trasimundo a las Galias, y haciendo vida solitaria cerca de jllbi escribió algunos libros contra los errores de los herejes, hasta que consu
mido de trabajos descansó en el Señor. También murió en el destierro todo el clero de Cartago, compuesto de unos quinientos sacerdotes y diáconos y de muchos niños que eran cantores de aquella iglesia, y con ellos el santo arcediano llamado Salutario, y Murita, que era el segundo de aquellos sagrados ministros, los cuales habiendo sido puestos por los herejes tres veces en el tormento, perseveraron constantes en la verdadera fe de la iglesia católica y merecieron la corona inmortal de confesores de Jesucristo.
Reflexión: ¿Has reparado sin duda en el castigo que dio el bárbaro Hunerico así a los que trataron de contentarle a él, como a los que sólo quisieron contentar y estar bien con Dios? Cumplamos pues las obligaciones de conciencia sin respetos humanos, porque hasta los malos echan a mala parte lo que se hace por complacerles con -tra la conciencia, y violando la ley del re torno vuelven mal por bien. Mas Dios, es fidelísimo, y si hacemos su santidad voluntad, aun a costa de las persecuciones de los malvados, no seremos confundidos, sino más dignos del respeto y admiración de los hombres, y de la alabanza y gran recompensa de Dios. «Bienaventurados, dice Jesucristo, los que padecen por la justicia, porque es grande su galardón en el reino de los cielos*.
Oración: Dígnate, Señor, oír nuestras oraciones en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Eugenio, y perdona nuestros pecados, por los méritos e intercesión de este santo que te sirvió tan dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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S a n B u e n a v e n t u r a , obispo y doctor . — 14 de jul io (t 1274)
El seráfico doctor de la Iglesia san Buenaventura, nació de padres esclarecidos por su linaje en una pequeña ciudad de Toscana, llamada Bagnarea. Siendo muy niño tuvo una tan recia enfermedad, que le deshauciaron los médicos; y su madre prometió a san Francisco que, si alcanzaba la salud de su hijo, procuraría que tomase el hábito de su santa religión, como lo hizo en efecto Buenaventura a ia edad de veintidós años. Hecha su profesión religiosa, tuvo por maestro en París al famosísimo Alejandro de Hales, y leyó después al maestro de las sentencias en aquella universidad, con grande aplauso, y allí tomó el grado de doctor el mismo día que lo recibió el angélico doctor de la Iglesia, santo Tomás, con el cual tuvo muy estrecha amistad, y con su humilde porfía le rindió para que se graduase primero que él. Entrando un día santo Tomás en la celda de san Buenaventura le rogó que le mostrase los libros más secretos de donde sacaba sus altísimos y divinos conceptos; entonces el santo le enseñó un crucifijo que tenía allí delante y le dijo: <<:Sabed cierto, padre, que éste es mi mejor libro». Otra vez le halló santo Tomás escribiendo la vida de san Francisco, su padre, y no le quiso estorbar, diciendo: «Dejemos al santo que trabaje por otro santo*. Con esta santidad y sabiduría juntaba san Buenaventura una prudencia tan maravillosa, que siendo de solos treinticinco años, con gran conformidad fué elegido ministro general de la orden. Por este tiempo se trasladó el cuerpo de san Antonio de Padua a una iglesia suntuosa que se le había edificado en la mis
ma ciudad de Padua. Hallóse presente a esta traslación san Buenaventura, y hallando entre los huesos de la boca, la lengua del santo tan fresca y hermosa como si estuviera vivo, con ser ya el año treintidos de su muerte, tomóla en sus manos el santo general, y derramando muchas lágrimas, exclamó: «¡Oh lengua bendita que siempre bendijiste a Dios y enseñaste a otros que lo bendijesen! ¡Bien muestras ahora cuan agradable le fuiste!». Y besándola con grande reverencia la mandó poner en lugar honorífico. Considerando la soberana majestad de Jesucristo sacramentado estuvo muchos días sin osar
llegarse al altar, y un día oyendo misa, al tiempo que el sacerdote partía la hostia, una parte de ella se vino a él y se le puso en la boca. Muerto el papa Clemente IV, y no concertándose los cardenales en la persona que habían de elegir, dieron sus votos a san Buenaventura, para que él solo eligiese al que le pareciese más digno de sentarse en la silla de san Pedro, y él nombró a Teobaldo, que en su asunción se llamó Gregorio X. También llevó el mayor peso de los gravísimos negocios que se trataron en el concilio de León, y poco después que el papa le hizo allí cardenal y obispo de Albano, quiso Dios honrarle llevándole para sí a la edad de cincuenta y tres años.
Reflexión: Los muchos y doctísimos l i bros que dejó escritos san Buenaventura están llenos de una doctrina celestial y de un fuego de amqr divino que alumbra el entendimiento de los que los leen, y abrasa su voluntad, y penetrando hasta lo más íntimo de las entrañas, les compungen con unos estímulos de serafín, y les bañan de una suavísima dulzura de devoción. P r o cura pues, amado lector, traer en las manos los libros de este doctor seráfico y también los demás escritos de los santos, que en ellos está atesorada la verdadera sabiduría que alimenta, perfecciona y satisface cumplidamente el espíritu.
Oración: Oh Dios, que te dignastes darnos por ministro de nuestra salvación al bienaventurado Buenaventura, concédenos que sea nuestro intercesor en el cielo el que tenemos por nuestro doctor en Ja tie*. rra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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San Enrique I, emperador de Alemania. — 15 de julio (t 1024)
El admirable emperador de Alemania san Enrique, por sobrenombre «el piadoso*, nació en el castillo de Abaudia, sobre el Danubio, y fué hijo de Enrique, duque de Baviera, y de Gisela, hija de Conrado, rey de Borgo-ña. Bautizóle el santo obispo de Ratisbona, Wolfango, el cual tomó a su cuenta la educación del niño y le hizo letrado, y aficionado a toda virtud. Habiendo heredado el santo príncipe los estados de su padre, fué elegido con gran conformidad por emperador de Alemania, sucediendo en el imperio a Otón III. Consultaba con Dios todo lo que había de disponer en el gobierno de sus vasallos, orando fervorosamente, dando largas limosnas, y tomando el parecer de los varones más santos y prudentes. Estando un día para asistir a unos espectáculos o fiestas públicas que parecieron mal a san Popón, abad, el critsiano príncipe luego las dejó y mandó que no se hiciesen. Reparó muchas iglesias que estaban destruidas de los esclavones y otros bárbaros, y amplificó en todo su imperio la religión católica y el culto divino. Habiendo vencido a Roberto, rey de Francia, y hecho paces con él, juntó un buen ejército contra los infieles, especialmente los polacos, bohemios, moravos y esclavones, y ciñéndose la espada que había sido de san Adriano mártir, salió a campaña, haciendo voto a san Lorenzo de reedificar su iglesia de Merseburgo si le alcanzaba victoria. Y cuando le salieron al encuentro los príncipes enemigos con un formidable ejército de gente innumerable, mandó que todas sus tropas se confesasen y comulgasen, como solían hacer, en semejantes ocasiones, y les exhortó a pelear animosamente, esperando el favor del cielo. Dio el Señor entera victoria de sus enemigos al santo emperador, el cual hizo tributarias a Polonia, Bohemia y Mora-via, y declaró luego guerra a los borgo-ñones, que aunque estaban muy poderosos y armados, se le rindieron sin querer pelear. Pasó más tarde a Italia para restituir, como lo hizo, a la silla de san Pe dro a Benedicto VIII, de la cual había sido injustamente despojado. Recobró con gran valor la provincia de la Pulla, que le habían usurpado los griegos, y fué cog n a d o en Roma con gran solemnidad por el papa Benedicto. Cuando volvió a Ale
mania, quiso pasar por Francia y visitar el monasterio cluniacense que florecía con gran fama de santidad, y estando allí oyendo misa de la Cátedra de san Pedro, llevado de un gran fervor ofreció en ella su corona de oro llena de preciosísimas piedras. Finalmente, después de tantas; victorias y obras heroicas de virtud, viendo que llegaba su última hora, llamó a los príncipes del imperio, y tomando por la mano a su mujer, santa Cunegunda, se la encomendó encarecidamente, declarando-que estaba virgen, y que ambos habían, guardado castidad y vivido como hermanos. Murió el santo emperador a la edad de cincuenta y dos años.
Reflexión: Grande es la obligación que tienen los príncipes y gobernantes cristianos de amparar nuestra santísima rel i gión. Del cumplimiento de este sagrado deber depende, como has leído, la prosperidad de los estados, porque la religión inspira así a los gobernantes como a los pueblos gobernados sentimientos de toda virtud y justicia que son la mejor garantía de la paz y felicidad de las naciones. Pero ¿qué ha de suceder si en la corte y en el reino imperan la irreligión, el egoísmo, la inmoralidad y la falta de toda justicia y temor de Dios?
Oración: ¡Oh Dios! que en este mismo día trasladaste al bienaventurado Enrique, tu confesor, desde el trono de la tierra al reino de la gloria; rogárnoste humildemente que nos des tü ayuda para despreciar como él los halagos de este mundo, y llegar a ti por la inocencia de nuestras costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Nuestra Señora del Carmen o del Santo Escapulario. —16 de julio
Celebra en este día la santa Iglesia la festividad de nuestra señora llamada del Carmen o del Monte Carmelo, porque de
aquel santo monte, desde donde vio el profeta Elias aquella nubécula maravillosa, que era figura de la "Virgen santísima, trae su nombre la religión carmelitana, a la cual enriqueció la Reina de los cielos con la vestidura del santo Escapulario, que desde entonces acá ha sido la librea, el escudo y prenda de salud de todos sus fieles devotos. Refiérese, en las crónicas que ya desde los tiempos apostólicos muchos santos hombres se juntaron en'la soledad del Carmelo para celebrar la gloria del Señor y dar culto especial a su Madre santísima, mas cuando los sectarios del falso profeta Mahoma hicieron grande est rago en aquellas regiones, los solitarios hubieron de ocultarse en las cavernas, donde moraron hasta que los ejércitos de las Cruzadas pasaron a la Tierra Santa y persuadieron a aquellos devotos siervos de la Virgen que viniesen a las tierras de Europa; y hacia la mitad del siglo XIII, vinieron algunos de ellos en compañía de san Luis rey de Francia, quedándose unos en cierta ermita que está a una legua de Marsella, y embarcándose otros con rumbo a Inglaterra, a donde el Señor les guiaba. Allí les habló y conoció por divina revelación el admirable Simón> Stock, el cual, habiendo abrazado el instituto de aquellos santísimos religiosos carmelitas, partió a Jerusalén, visitó con los pies descalzos los santos lugares, y se detuvo seis años en el Monte Carmelo, donde se dice que la Virgen le sustentó milagrosamente. En volviendo a su patria fué nombrado por
voz común de todos sus hermanos, Superior general de la orden, y entonces se le apareció la gloriosa Reina de los cielos con majestad, acompañada de coros angélicos, y llevando en la mano un escapulario, que entregó al santo, diciéndole con muy blandas y amorosas palabras: «Toma, querido hijo, este escapulario de tu orden, como insignia de mi cofradía, y privilegio singular para ti y tus carmelitas; es una señal de predestinación y alianza de paz y pacto sempiterno: los que con él murieren no padecerán el fuego eternal». Apenas se publicó en el mundo tan provechosa devoción y tan rica pren
da, los reyes y los pueblos se vistieron a porfía del sagrado escapulario y se alistaron en la cofradía de la Virgen del Carmen, los sumos pontífices la aprobaron y colmaron de alabanzas e indulgencias, y la misma Reina de los cielos la autorizó con estupendos y soberanos prodigios, l ibrando a sus devotos de innumerables peligros del cuerpo y del alma.
Reflexión: Es, pues, el Santo Escapulario del Carmen la librea de los verdaderos hijos de la Virgen; es una prenda de eterna vida, y conforme se dice en el decreto del papa Paulo V, pueden los fieles piadosamente creer que todos los cofrades del Carmen, que religiosamente cumplen sus obligaciones, y mueren en gracia de Dios, adornados con el santo escapulario, si han de pasar por el purgatorio, experimentan allí el singular patrocinio déla Virgen santísima, especialmente el día sábado, que a su culto tiene consagrado la Iglesia. No dejes pues de llevar el santo escapulario, que será para ti escudo soberano contra los enemigos visibles e invisibles, y al armarte con él, piensa que es un regalo que te hace la Virgen, y una prenda de eterna salvación.
Oración: ¡Oh Dios! que honraste la orden del Monte Carmelo con el título especial de tu Madre bienaventurada la Virgen María, concédenos benigno, que amparados con la protección de esta soberana Señora, cuya memoria tan solemnemente celebramos, merezcamos llegar a los eternos gozos de la gloria. Por Jesucristc nuestro Señor. Amén.
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El triunfo de la Santa Cruz. — 16 de julio (1212)
Entre las ilustres victorias que Dios nuestro Señor ha dado a los cristianos contra los infieles y enemigos suyos, es muy admirable la de las Navas de Tolosa, que alcanzó el rey de Castilla don Alfonso el VIII, en compañía de los reyes de Aragón y de Navarra, sobre el rey moro Ma-homat y su innumerable ejército. Recabó el arzobispo de Toledo del papa Inocencio III que concediese cruzada a todos los que viniesen a aquella guerra, y les otorgase las mismas gracias e indulgencias que se concedían a los que iban a la conquista de la Tierra Santa; y fué tan grande el concurso de gentes que acudieron de toda España y aun de Francia e Italia, que se puso en orden uno de los más lucidos ejércitos que en España se habían visto. Salieron pues de Toledo los soldados cristianos a los veinte días del mes de junio; y venciendo las dificultades del camino, ganaron de mano de los bárbaros algunos pueblos, como Malagón y Calatrava, y llegaron al puerto que llaman del Muradal, en donde estaba el rey Mahomat con su ejército muy grande y poderoso. Supo el moro de sus espías que los cruzados extranjeros se habían ret irado, en cierto motín que sucedió en el ejército; y determinó esperar al rey en campo raso, y así se retiró un poco a los llanos de Baeza, dejando en las Navas :le Tolosa (que es un paso muy estrecho) jarte de su gente para hacer daño en los cristianos. El camino era muy trabajoso y áspero, y los enemigos estaban ya a la vista; mas un pastor muy práctico de toda aquella tierra guió a los cruzados por la ladera del monte, de tal manera, que llegaron al sitio que deseaban, viéndolos los enemigos sin poderles estorbar el paso. El rey Mahomat presentó luego batalla a los cristianos, y llegada la noche del domingo, el rey Alfonso mandó pregonar a sus tropas que se apercibiesen para la batalla con la confesión y comunión; y levantando las manos al cielo, suplicó al Señor les diese victoria de sus enemigos. Vinieron pues a las manos los dos ejércitos, y al principio parecía que llevaban lo mejor los moros, de manera que el rey dijo al arzobispo don Rodri-¿6: <,;¡Ea, arzobispo; muramos aquí, yo, y vos!» Mas el arzobispo le respondió:
«No, señor, no moriremos, sino que venceremos*. Y luego se conoció la ventaja de los cristianos y el favor del cielo; porque la cruz que un canónigo de Toledo llevaba delante del arzobispo, pasó por todos los escuadrones enemigos sin daño del que la llevaba, con tirarle de todas partes infinitas saetas, y llegando el estandarte real que llevaba una imagen de Nuestra Señora a donde estaba la mayor fuerza del ejército moro, lo desbarató y deshizo como humo. El rey Mahomat, con algunos de su corte, apenas pudo escapar, quedando muertos en el campo doscientos mil almohades. Esta insigne victoria llenó de grande alegría y regocijo a toda la cristiandad, y para memoria de ella se instituyó la fiesta del t r iunfo de la santa Cruz, porque la santa Cruz rompió por medio de los escuadrones enemigos y quebrantó aquel día todo el poder de la soberbia morisma.
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Reflexión: Supliquemos al Señor que por la virtud de la santa Cruz sea también confundida y humillada la arrogancia de los herejes, sectarios v demás enemigos de Jesucristo, que turban la paz del pueblo cristiano con tan grande menoscabo de su felicidad temporal y eterna.
* Oración: Oh Dios, que por la virtud de
tu santa Cruz diste a tu pueblo creyente glorioso triunfo de sus enemigos, rogárnoste» que concedas victoria y honra perpetua a los piadosos adoradores de la santa Cruz. Por Jesucristo, nuestro - Señor. Amén.
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San Alejo, confesor, — 17 de julio ( t 417)
El humildísimo siervo de Cristo san Alejo, nació en la ciudad de Roma y fué hijo de un gran caballero rico y poderoso que se llamaba Eufemiano. Por obedecer a sus padres, se desposó con una doncella de esclarecido linaje: mas inspiróle Dios que hiciese un porfecto holocausto de sí mismo y de todos los deleites del mundo. Obedeció Alejo; entró en el aposento donde estaba su esposa, y dióle un anillo de oro y una cinta muy rica envuelta en un velo colorado de seda, y di jóle que guardase aquellas joyas en prenda de su amor hasta que Dios otra cosa ordenase; y tomando luego algunos dineros, mudó el traje y partió a Laodicea, y de allí a Edesa, en la Mesopotamia, donde se vistió de pobre y comenzó a mendigar. Lo más del tiempo vivía debajo de un portal de una iglesia de Nuestra Señora. Quedaron atónitos los padres de Alejo, sabiendo que no se hallaba en casa, la madre en un perpetuo llanto, la esposa deshaciéndose en lágrimas, y el padre, enviando por todas partes criados que le descubriesen a su hijo. Por señas que algunos de ellos tuvieron, llegaron a Edesa, donde Alejo estaba; pero le hallaron tan trocado, que le dieron limosna y no le conocieron. Diez y siete años estuvo en Edesa, y haciéndose después a la vela hacia Tarso de Cilicia para visitar el templo del apóstol san Pablo, una brava tempestad lo llevó a Italia, y viéndose ya en el puerto de Ostia, determinó entrar en Roma, y para triunfar más gloriosamente de sí mismo, irse a la casa de sus mismos padres, donde entendía que no sería conocido. Acogióle en efecto su pa
dre, que era muy caritativo y amigo de socorrer a los pobres, y el santo se aposentó en una camarilla estrecha y oscura en el portal de la casa, donde padeció grandes molestias de los criados: porque como si fuera un simple e insensato, le daban bofetadas, le echaban cosas inmundas y Te hacían otras muchas befas y agravios. Diez y siete años pasó el santo en esta vida tan abatida y admirable, hasta que teniendo revelación del día de su muerte, escribió en un papel su nombre y el de sus padres y de su esposa, y el viernes siguiente entregó su espíritu al Creador. Estaba a la sazón el papa dicien
do misa delante del emperador, y oyóse una voz del cielo que decía: «Buscad al siexvo de Dios en casa de Eufemiano», y halláronle tendido en el suelo, cercado de gran resplandor y hermoso como un ángel. Ecio, cancelario, por mandato del pontífice y del emperador, leyó la carta que el santo tenía apretada en sus manos, en ella halló los nombres de sus padres y de su esposa, la cual derribándose sobre el sagrado cadáver, dijo tales cosas que ablandaran corazones de piedra. Fué sepultado el día siguiente con grandísima pompa en la iglesia de san Bonifacio, y el Señor le glorificó con grandes prodigios.
Reflexión: Es Dios (coma dice el real profeta) admirable en sus santos: pero lo es muy particularmente en su humildísimo siervo san Alejo. ¡Qué castidad tan entera y pura infundió en su alma! ¡qué obediencia para menospreciar los regalos de su casa y dejar a sus padres, esposa, deudos y amigos! ¡qué pobreza de espíritu para vivir tantos años como mendigo! y sobre todo esto ¡qué fortaleza y sufrimiento para triunfar de sí y del mundo con un género de victoria tan nuevo y glorioso! Sea el Señor bendito y glorificado para siempre en sus santos y a nosotros nos dé gracia para hacer por su amor, siquiera los pequeños sacrificios que nos pide.
Oración: Oh Dios que cada año nos alegras con la solemnidad del bienaventurado Alejo tu confesor, concédenos que imitemos las acciones de aquel, cuyo nacimiento a l cielo celebramos. Por Jesi -cristo, nuestro Señor. Amén.
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San Camilo de Lelis, fundador. — 18 de julio (t 1614)
El ángel consolador de los enfermos y moribundos, san Camilo de Lelis, nació de padres ilustres por la nobleza de su sangre, en la villa de Voquíanico, en el arzobispado de Chieti del reino de Ñapóles. Cuando su madre Camila dio a luz a nuestro santo, era ya de edad de sesenta añoSj y tuvo" un sueño misterioso, en que vio a su hijo con una cruz en el pecho, acompañado de otros muchos niños que llevaban también en el pecho unas cruces semejantes. Siguió Camilo, como su padre, los ejercicos de las a r mas, sirviendo en los ejércitos de Venecia y de España, y llevando una vida no menos trabajosa que licenciosa. Mas habiendo oído los santos consejos de un religioso capuchino, el día de la Purificación de Nuestra Señora, se sintió tocado de Dios de manera que saltando del caballo en que iba camino de Manfredonia, se hincó de rodillas sobre una piedra y empezó a deshacerse en llanto copiosísimo pidiendo a Dios perdón de sus pecados, y proponiendo hacer asperísima penitencia. Con este ánimo, se llegó al padre guardián de los capuchinos de Manfredonia, rogándole que le diese el santo hábito: mas no pudo llevarlo sino algunos meses, porque batiéndole de continuo en la corva del pie, le abría una llaga antigua oue en él tenía, la cual no se le cerró en toda la vida. Pasó entonces a Roma, y se consagró enteramente al servicio de los enfermos en el hospital llamado de Incurables, donde echó los cimientos de su gran santidad, ayudado por los avisos del padre san Felipe Neri, que era su confesor. Dolíase mucho de ver cuánto padecían los enfermos por el descuido de los enfermeros asalariados; y pensó en instituir una congregación de enfermeros religiosos que sirviesen en los hospitales por solo amor de Jesucristo, y encomendando esta obra al Señor, vio cómo Jesús, desclavando las manos de la cruz, le dijo: «Lleva adelante tu empresa, que yo te ayudaré». En esa sazón consideró Camilo que siendo seglar como era, no podría ayudar como deseaba a las almas de los enfermos, y así empezó a estudiar la gramática, no avervonzándose de aparecer en medio de los niños, sien-?/ de edad de treinta y dos años, y con grande aplicación prosiguió sus estudios hasta ordenarse de sacerdote. Fundó des
pués su nueva orden, en la cual se obligaban los religiosos con un cuarto voto, a asistir a cualesquiera enfermos de pestilencia: y en efecto, en una peste que hizo grande estrago en Roma, ejercitaron su heroica caridad con los apestados, entrando a veces con escalas en sus casas, por estar enfermos todos los que en ellas moraban, y no haber quin pudiese abrirles la puerta. Son indecibles las proezas de caridad que hizo en los numerosos hospitales que fundó en toda Italia; hasta que habiendo renunciado el generalato de su Orden y vuelto a servir en el Hospital del Espíritu Santo que había en Roma, dijo: «Aquí será mi descanso»; y en efecto, a los sesenta y cinco años de su edad, descansó en el Señor y recibió la corona de sus grandes trabajos y merecimientos.
Reflexión: ¿Que te parece, cristiano lector? Si hubieses de parar como pobre enfermo en un hospital, ¿no preferirías la dulcísima caridad de san Camilo y de sus hijos religiosos, al servicio negligente, frío y puramente interesado de ciertos hospitales secularizados? Espanta lo que cobran los enfermeros laicos, y hace derramar lágrimas la inhumanidad que usan con los pobres enfermos, haciendo de su oficio de caridad un vilísimo negocio.
Oración: Oh Dios, que adornaste a san Camilo de una singular caridad para socorrer a los que luchan en la última agonía, infunde en nosotros el espíritu de tu amor, para que en la hora de nuestra muerte merezcamos vencer al común enemigo, y alcanzar la corona celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Vicente de Paúl, confesor y fundador. — 19 de julio (t 1659)
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El amorosísimo padre de los pobres san Vicente de Paúl, parece que fué de nación español, aunque varios autores de su vida dicen que nació en el lugar de Ranquines de la parroquia de Puy, en Francia. Habíanle puesto sus padres, que eran unos pobres labradores, a guardar el ganado; mas como le viesen hábil para las letras, le enviaron a una escuela de los padres franciscanos que estaban en la ciudad de Acqs. Habiéndose graduado de bachiller en la universidad de Tolosa, y ordenádose de sacerdote, enseñó por algún tiempo la sagrada teología. Mas el Seqor, que le ha_ bía escogido para que ilustrase al mundo con el resplandor de sus virtudes y señaladamente de su caridad, le puso en el crisol de la tribulación. Porque haciéndose a la vela para ir desde Marsella a Narbo-na, en el golfo de León fué asaltada la nave por unos corsarios moros, los cuales mataron bárbaramente al patrón y a otros que iban con él, e hirieron con flechas a casi.todos los demás, y entre ellos a nuestro Vicente, y cargándoles'de cadenas los llevaron a Túnez. Aquí, despojado el santo de sus vestidos, encadenado, y mal cubierto con un pobre sayal, com vil esclavo, fué llevado por las calles y vendido a un pescador. Fué comprado después por un viejo médico químico, el cual lo entregó a un sobrino, bárbaro de secta y de costumbres, y paró finalmente en poder de un renegado. No se pueden decir los gran_ des trabajos que pasó el santo todo el tiempo de su esclavitud, que fué como el noviciado de su vida santísima. Convirtió al renegado, el cual fué con san Vicente a Roma, y entró en el austero convento de
unos religiosos llamados Faíe ben Fratelli que servían en los hospitales bajo la regla de san Juan de Dios. Encaminóse luego el santo a París, donde se consagró al servicio de los pobres enfermos del hospital de la Caridad, y pasando después a los condenados a galeras fundó para socorrer a aquellos infelices la Casa Misión de Marsella, donde por librar a uno de los galeotes en extremo afligido, se ofreció a ocupar su lugar y llevar sus hierros, de lo cual le quedó en los pies una hinchazón que le duró todo el resto de la vida. Fundó
' la Congregación, llamada de la
Misión, de clérigos seculares y fervorosísimos misioneros; instituyó la Cofradía de hombres para asistir a los enfermos, la Hermandad de las Hijas de Caridad para los enfermos de cada parroquia la llamada de la Caridad para los grandes hospitales, y la de las Damas de la Cruz para la educación de las niñas. Promovió las fundaciones de los grandes hospicios de París para los niños expósitos; socorrió con gruesas limosnas a los po bres de las provincias de Lorena y de muchas poblaciones asoladas por la guerra y el hambre, y asistió al rey Luis XIII, que puesto en el último trance murió consolado en los brazos del santo. Finalmente, lleno de días y de méritos, a los ochenta y cinco años de su edad, dio su espíritu al Señor.
Reflexión: Apenas se derramó en París la triste nueva del fallecimiento de san Vicente de Paúl, no se oía en toda la ciudad más que esta sola voz: «Ha muerto el santo». Lloráronle los huérfanos, lloráronle las viudas y todos los pobres exclamaron con lágrimas: «¡Ha muerto nuestro padre!». Sacerdotes y prelados, caballeros y damas, senadores y príncipes hicieron gran sentimiento por su muerte y comenzaron a venerar su sepulcro, glorificado por el Señor con grandes prodigios, y con la perfecta incorrupción del sagrado cadáver.
Oración: Oh Dios, que revestiste de apostólica fortaleza al bienaventurado Vicente para que evangelizase a los pobres y promoviese el decoro del Orden eclesiástico, rogárnoste nos concedas seamos instruidos con los ejemplos de sus virtude. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Margarita, virgen y mártir. — 20 de julio (f 175)
La gloriosa virgen y mártir santa Margarita, que los griegos y algunos autores llaman Mari-ña, fué natural de la ciudad de Antioquía de Pisidia, e hija de un famoso sacerdote de los dioses, llamado Edisio. Crióla una buena mujer, la cual le infundió con la leche la fe cristiana y la educó en santas costumbres. En_ ternecíase sobremanera cuando oía decir los suplicios con que los santos mártires eran despedazados, y la constancia y fortaleza con que los padecían; y veníale gran deseo de imitarlos y de morir como ellos por Jesucristo. Por esta causa era aborrecida y maltratada de su padre idólatra y sacerdote de los ídolos, el cual llevó su inhumanidad hasta el extremo de^ acusaría y de ponerla en manos del impío presidente Olibrío. Habíase enamorado este t i rano "de la belleza de Margarita, y no pu-diendo atraerla a su voluntad con astucia ni con fuerza, trocó todo el amor en odio, y quiso vengarse de ella con tormentos. "Mandóla tender en el suelo,, y azotar crue-lísimamente, hasta que de su delicado cuerpo saliesen arroyos de sangre, lo cual, aunque hizo derramar lágrimas de pura lástima al pueblo que estaba presente, no ablandó el pecho de la santa virgen, que parecía no sentir aquellos despiadados azotes como si no descargaran sobre ella. Lleváronla después arrastrando a la cárcel, donde rogando la santa con gran devoción al Señor que le diese fortaleza y perseverancia hasta el fin. oyó un temeros ruido, y vio al demonio en figura de un dragón terrible que con silbidos y un olor intolerable se llegó a ella como que la quería tragar. Mas la cristiana virgen, armándose con la señal de la cruz, le ahuyentó, y luego aquel oscuro calabozo resplandeció con una luz clarísima y divina, y se oyó una voz que dijo: «Margarita, sierva de Dios, alégrate, porque has vencido*. Al día siguiente la mandó el juez comparecer delante de sí y con grande asombro observó que estaba sana de sus heridas, y l lamándola hechicera, la mandó desnudar y con nachas encendidas abrasar los pechos y costados. Después ordenó que trajesen una gran tina de agua, y que echasen en ella a la santa virgen atada, de suerte que sin poderse menear se ahogase. Y cuando la vumergían en el agua, bajó una claridad grandísima, y una paloma que se asentó
sobre la cabeza de la santa. Por este milagro se convirtieron muchos de los que presentes estaban, en los cuales el presidente ejercitó su crueldad, dando sentencia que así ellos como la santa fuesen degollados. Al tiempo que el verdugo estaba con la espada en la mano para ejecutar la sentencia, tembló la tierra con súbito terremoto, y animando la misma santa al verdugo, fué degollada y recibió de mano de su amorosísimo y celestial Esposo la corona doblada de su virginidad y martirio.
* Reflexión: En el martirio de esta santa
doncella vemos cumplida aquella palabra del Señor que dijo: «Vine a separar el h i jo de su padre y la hija de su madre», porque siendo tan contraria la santidad del Evangelio a la impiedad de la antigua superstición, era imposible que en una misma familia viviesen en paz cristianos e idólatras. Estos infieles, a falta de verdad, echaban mano de la fuerza y violencia contra los fieles de Cristo, como se ve en el martirio de nuestra santa. Y ¿de dónde nacen ahora las pe»secuciones que padecen los buenos católicos de los impíos, sino de la enemistad irreconciliable de la impiedad con la fe y del vicio con la virtud?
* Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos
alcances el perdón de nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Margarita, que tanto te agradó por el mérito de su castidad y por la manifestación de tu soberana fortaleza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Víctor y sus compañeros, mártires. — 21 de julio ( t 290)
Al poco tiempo de haber mandado degollar a toda la legión Tebea, fué el emperador Maximiano a Marsella, donde había una iglesia numerosa y floreciente. A su llegada temblaron por su vida todos los fieles de la ciudad y se prepararon para el martirio. Durante esta general consternación un oficial cristiano, llamado Víctor, iba todas las noches de casa en casa a visitar a sus hermanos en Jesucristo para exhortarles al desprecio de la muerte, e inspirarles el deseo de la vida eterna. Habiendo sido sorprendido en una acción tan digna de un soldado de Cristo, fué conducido al tribunal de los prefectos Asterio y Eutiquio, que le representaron el peligro que corría, y cuan loco era de exponerse a perder el fruto de sus servicios y el favor del príncipe, por querer adorar a un hombre muerto. Contestó Víctor que renunciaba a todas las ventajas <jue no podía gozar sino renunciando a Jesucristo, Hijo eterno de Dios, que se había dignado hacerse hombre y que había resucitado después de muerto. Semejante respuesta excitó furiosos gritos de indignación, pero como el prisionero era persona ilustre, lo enviaron al emperador Maximiano, el cual, para torcer la constancia de Víctor lo hizo atar de pies y manos y mandó que lo paseasen por todas las calles de la ciudad, exponiéndolo así á los insultos del populacho. A la vuelta de este público desprecio, lo presentaron todo cubierto de sangre a los prefectos, y Asterio mandó que lo extendiesen sobre el caballete, donde los verdugos le atormentaron por largo espacio. Encerránronle después en una lóbrega prisión, en la cual, a media
noche, le visitó el Señor por el ministerio de sus ángeles. La cárcel se llenó de admirable claridad. El santo mártir cantaba con los espíritus celestiales las alabanzas del Señor. Tres soldados encargados de custodiarle
' queda ron tan asombrados de lo que pasaba, que arrojándose a los pies de Víctor, le pidieron perdón y la gracia del bautismo. Llamábanse Longinos, Alejandro y Feliciano, los cuales fueron bautizados aquel día, y Víctor les sirvió de padrino. Al día siguiente, supo todo esto el emperador, y montado en cólera hizo trasladar los cuatro santos a la plaza pública, donde fueron car
gados de injurias por la plebe soez y cortadas las cabezas de los tres centinelas. Tres días después llamó de nuevo el emperador a Víctor a su tribunal y le mandó adorar una estatua de Júpiter puesta sobre un altar, pero Víctor, lleno de fe en Jesucristo, dio un puntapié al altar, y lo derribó juntamente con el ídolo hecho pedazos. El tirano, para vengar a sus dioses, le hizo cortar el pie ordenando luego que metiesen al mártir debajo de la rueda de un molino. Y como a la primera vuelta el molino se descompusiese, sacaron de allí al santo y le cortaron la cabeza. Su cuerpo, junto con los cadáveres de Longinos, Alejandro y Feliciano, fueron arrojados al mar, pero los cristianos los encontraron sobre la orilla y Jes dieron honrosa sepultura.
Reflexión: Mostróse san Víctor muy digno de su nombre, porque fué ilustre y glorioso vencedor de todos los poderes de la tierra y del infierno. Por esta causa tr iunfa ahora en el paraíso con todos los santos mártires a quienes animó a alcanzar también victoria de los tiranos y tormentos. Hagamos asimismo nosotros obras dignas del nombre que llevamos, imitando las virtudes del santo cuyo nombre nos pusieron en el bautismo, para que, así como ahora nos honramos con su nombre, participemos después de su eterna recompensa.
Oración: Oh Dios, que nos concedes la gracia de celebrar el nacimiento para el cielo de los gloriosos mártires Víctor y sus compañeros, concédenos también la de gozar de tu eterna bienaventuranza en su santa compañía. Por Jesucristo, nuestrC Señor. Amén.
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Santa María Magdalena. — 22 de julio (t hacia el 66)
La bienaventurada María Magdalena, espejo de penitencia y fervorosísima discípula de Cristo, era hermana de san Lázaro y de santa Marta. Usando mal de la libertad que tenía por ser muertos sus padres, y viéndose noble, rica y hermosa, comenzó a darse a los gustos y deleites del mundo, de manera que vino a tener escandalizada toda la ciudad, en tanto grado, que la llamaban la pecadora. Dice el Evangelio que el Señor echó de ella siete demonios, por los cuales entienden algunos santos los pecados y vicios de que el Salvador la libró Porque sabiendo ella que Jesús estaba convidado a la mesa de un rico fariseo llamado Simón, tomó un vaso de ungüento precioso en las manos y entró en aquella casa, y derribada a los pies del Salvador, comenzó a derramar lágrimas tan copiosas, que bastaron para regar los pies de Cristo, y luego los limpió con los cabellos, los besó y ungió con aquel precioso ungüento. Y como el fariseo juzgase que no debía de ser profeta quien se dejaba tocar de aquella pecadora, le reprendió el Señor, y dio a la Magdalena un jubileo plenísimo y remisión de todos sus pecados, enviándola con paz y alegría a su casa. De allí en adelanta comenzó la santa a emplear su caudal, su persona y hacienda en servicio de Jesucristo. Hospedábale con sus hermanos Lázaro y Marta, y habiendo Lázaro caído malo, enviaren las dos hermanas a Jesús un mensajero que le dijese: «Señor, el que vos amáis está enfermo». Vino el Señor a Betania muy tarde y cuando Lázaro estaba ya muerto y sepultado. Y viendo Jesús las lágrimas de amor y dolor de las dos hermanas, se enterneció y lloró con ellas, y resucitó 'a Lázaro de cuatro días muerto. Celebraron este gran prodigio haciendo un convite a Lázaro resucitado, el cual comía a la mesa, con Jesús y muchos judíos convidados, y con esta sazón ungió otra vez María los pies del Salvador. Acompañóle después en su sagrada Pasión, perseverando al pie de la cruz y ungiendo con aromas el santísimo cadáver de- Jesucristo, • y en recompensa de tanto amor fué entre los testigos de la Resurrección que menciona el Evangelio, la primera que vio al Señor resucitado y glorioso. Y parece cosa sin
Auda que también se halló la santa a la subida de Cristo a los cielos, y en la venida
del Espíritu Santo. Finalmente en la persecución que se levantó después de la muerte de san Esteban, María, Lázaro 3' Marta, con otros discípulos del Señor, fueron puestos en un navio sin velas ni remos, para que pereciesen en el mar. Mas aportando en Marsella, con el admirable ejemplo de su vida y palabras de cielo y milagros que hacían, convirtieron aquella provincia a la fe de Cristo, y se dice que san Lázaro fué obispo de Marsella, y la Magdalena, se retiró a una soledad donde pasó treinta años muy consolada del Señor, hasta que su alma bendita fué llevada al cielo por los santos ángeles.
Reflexión: Es mucho para notar (como observa san Crisóstomo) que santa Magdalena fué la primera que vino al Señor para alcanzar el perdón de sus culpas, usando de todas las cosas que le habían sido instrumento de pecado, para hacer de ellas remedios contra el pecado; porque de los ojos con que cautivaba antes las almas hizo fuentes para lavar la suya; de los cabellos hizo lienzo para limpiarla; de la boca hizo portapaz para recibir la de Cristo; y del ungüento hizo medicina para curarse. Imitemos este ejemplo, y si de los dones que hemos recibido de Dios hemos hecho instrumentos para ofenderle, usemos ahora de ellos para servirle y amarle.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que seamos ayudados por la intercesión de la bienaventurada María Magdalena, a cuyos ruegos resucitaste a su hermano Lázaro, de cuatro días muerto. Tú que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.
215
San Apolinar, obispo y mártir. — 23 de julio (f hacia el año 75)
El apostólico obispo de Rávena y fortí-simo mártir de Cristo san Apolinar, fué uno de los discípulos que el apóstol san Pedro trajo consigo, cuando trasladó su cátedra de Antioquía a Roma. Consagróle obispo el mismo príncipe de los apóstoles y le envió a Rávena para que allí predicase el santo Evangelio. En llegando Apolinar cerca de aquella ciudad, fué acogido por un militar llamado Treneo, que tenía un hijo ciego, al cual el santo pontífice restituyó la vista. Por este milagro Treneo y toda su casa creyeron en Cristo y fueron bautizados. Supo luego este prodigio el tribuno de aquel soldado, y rogó al santo que viniese y sanase su mujer llamada Tecla, que estaba sin esperanza de vida, a la cual Apolinar tomó de la mano, y le dijo: «Levántate sana en nombre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, y cree en él, y entiende que "no hay cosa semejante a él en el cielo ni en la tierra». Y luego se levantó sana la mujer, con lo cual ella, su marido el tribuno y todos los de su familia se convirtieron. Doce años se ocupó el santo en predicar la doctrina del cielo en Rávena, y en administrar a los fíelos los santos sacramentos, instituyendo algunos clérigos que le ayudasen; y como ya creciese el número de los cristianos, Saturnino, gobernador de la ciudad, le mandó llamar, y le examinó delante de los sacerdotes de los ídolos, los cuales alborotaron al pueblo y maltrataron y apalearon al santo, hasta dejarlo medio muerto. Mas los cristianos le tomaron y escondieron en casa de una buena viuda cristiana y allí le curaron. Toda la vida de este apostólico varón fué una
cadena de milagros y persecuciones. Restituyó el habla a un caballero principal llamado Bonifacio, el cual se convirtió con quinientas personas; y los gentiles le hicieron pasar sobre las brasas con los pies descalzos, y visto que no recibía lesión de fuego, le echaron como a nigromántico de la ciudad. En la provincia de Emilia resucitó a una difunta, hija de un caballero patricio llamado Rufo; y el juez Mesalino le mandó atormentar en el ecúleo y echar agua hirviendo sobre las llagas. En la región de Misia sanó un hombre muy principal que estaba cubierto de lepra, y en Tracia hizo en
mudecer el oráculo del templo Serapis, y los gentiles, después de haber maltratado bárbaramente al santo les desterraron a Italia. Volviendo a Rávena, los idólatras le amenazaron con la muerte si no sacrificaba al dios Apolo, y por la oración del santo, el simulacro cayó hecho pedazos con grande alegría de los cristianos y rabia de los gentiles, los cuales le hirieron gravemente junto a la puerta de la ciudad. Finalmente, después de estos malos t ra tamientos vivió aún siete días en una casa donde se recogían los leprosos y allí dio su espíritu al Señor.
*
Reflexión: Tal fué la vida apostólica de san Apolinar, el cual se sacrificó como hostia viva del Señor, con un martirio prolijo de veintinueve años. Guárdense, pues, los enemigos de nuestra santísima fe de blasfemar diciendo que la religión cristiana es un negocio de ambición y sórdida codicia, porque al exagerar algunos defectos humanos que no podían faltar en una sociedad que no es de ángeles sino de hombres, vituperan calumniosamente al Hijo de Dios que la fundó, y a sus santísimos apóstoles y discípulos, y a todos los santos de la verdadera Iglesia de Dios. •
* Oración: Oh Dios, remunerador de las
almas fieles, que consagraste este día con el martirio de tu sacerdote, el bienaventurado Apolinar, suplicárnoste nos concedas a nosotros tus humildes siervos, el perdón de nuestras culpas por los ruegos de aquél, cuya venerable solemnidad celebramos v. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
21
Santa Cristina, virgen y mártir. — 24 de julio (t 300)
La maravillosa virgen y mártir de Cristo, santa Cristina, nació en Tiro de Toscana, población que estaba junto al lago de Vol-sena. El padre de la santa niña Cristina se llamó Urbano; era de la ilustre familia de los Anicios, y gobernaba la ciudad en calidad de prefecto, nombrado por los emperadores Diocleciano y Maxi-miano, cuyos edictos contra les fieles de Cristo ejecutaba con gran diligencia y bárbara crueldad. El lugar del tribunal fué la escuela en que la niña Cristina aprendió las primeras lecciones de nuestra santa fe, porque asistiendo frecuentemente a los interrogatorios de los mártires, entendió que eran dignos de desprecio los ídolos vanos, y que había un solo Dios verdadero, y que sólo Dios podía dar a los cristianos aquella invencible fortaleza con que triunfaban en los suplicios, y menospreciaban la vida temporal por al_ canzar la eterna. Algunas señoras cristianas perfeccionaron la instrucción de la niña, y fué bautizada secretamente. Diez años tenía no más cuando deseosa del martirio tomó los ídolos de oro y de plata que su padre tenía, los quebró e hizo pedazos y los repartió a los pobres. De lo cual tuvo tan grande enojo su padre, que él mismo la mandó desnudar y azotar cruelmente por sus criados; y no contento con esta crueldad la hizo otro día atormentar con garfios de hierro, hasta arrancarle algunos pedazos de sus carnes, los cuales tomó ella en la mano y los ofreció a su padre, diciendo: «Toma, cruel tirano, y come también, si quieres, esa carne que engendraste.» Mandóla poner después en una rueda de hierro algo levantada del suelo, y debajo encender carbones y echar en ellos aceite; mas el Señor la defendió de este suplicio, y la sacó viva y sana de entre las llamas. Otro día l a mandó el padre atar un gran peso al cuello y echar en el lago de Volsena; pero los ángeles la libraron y sacaron a tierra sin lesión alguna, con grande rabia y despecho de su bárbaro padre, el cual imaginando nuevos suplicios, no pudo ejecutarlos, por haber sido hallado muerto en la cama. Sucedióle en el oficio de juez el no menos cruel Dión, el cual mandó llevar a la santa niña, raída la cabeza, al templo de Apolo; M el ídolo cayó en tierra hecho pedazos; quedó de esto tan asombrado el prefecto,
que cayó allí muerto, por cuyos prodigios se convirtieron muchos gentiles a la fe de Cristo. A Dión sucedió otro juez llamado Julián, no menos impío y feroz; porque mandó encender un horno, donde tuvo a la santa niña por espacio de cinco días, y del cual salió ella alabando a Dios, sin haber recibido lesión alguna. Cortáronle la lengua para que no pudiese invocar a J e sucristo, y sin lengua hablaba y no cesaba de bendecir al Señor. Finalmente fué atada a un madero y asaeteada y con este martirio envió su alma al cielo.
Reflexión: ¡Con qué regocijo sería r e cibida de los ángeles aquella alma purísima que revestida de la fortaleza de Dios había salido con victoria de tres tiranos y de tan dura y larga pelea! ¡Qué t rabajos podemos nosotros padecer por amor de Cristo, que puedan coempararse con los que pasó la santa niña Cristina! ¡Verdaderamente es nada todo lo que hacemos por servir a Dios y ganar el cielo! Una niña de diez años como santa Cristina nos cubrirá de vergüenza en el día del juicio, si no sólo servimos a Dios con tan poca generosidad, sino que aun rehusamos aceptar con paciencia las cruces que el Señor nos envía.
Oración: Suplicárnoste, Señor, nos a l cance el perdón de nuestros pecados la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Cristina que tanto te agradó así por el mérito de su castidad, como por la ostentación que hizo de tu poder en su constancia hasta la muerte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
217
Santiago el Mayor, apóstol. — 25 de julio (t 44 de J. C.)
El protomártir de los apóstoles, Santiago el Mayor, luz y patrón de las Españas, fué natural de Galilea, hijo de Zabedeo y de María Salomé,-hermano mayor de san Juan evangelista, y primo de Jesucristo según la carne. Fueron ambos hermanos pescadores y andando el Señor a la r i bera del mar de Galilea, violes en un navio con su padre Zebedeo, remendando las redes, y los llamó, y ellos dejando al punto las redes y a su padre, le siguieron. Mudóles después el Señor el nombre y por su ardoroso celo los llamó Boaner-ges que quiere decir hijos del trueno, y después de san Pedro, a quien mudó también el nombre, fueron estos dos hermanos los discípulos favorecidos del Salvador. Porque los llevó consigo cuando fué a resucitar a la hija del príncipe de la sinagoga; quiso que fuesen testigos de su transfiguración en el Tabor, y de su mortal tristeza en el huerto de Getsema-ní, y después de su resurrección hizo que se hallasen presentes a casi todas sus frecuentes apariciones. Refiere el evangelista san Lucas que viendo los dos hermanos Santiago y Juan que los samari-tános no querían hospedar al Señor, le dijeron: ¿Quieres que hagamos bajar fuego del cielo que abrase esta gente? Mas Jesús les respondió: No sabéis de qué espíritu sois; dándoles a %ntender que El no había venido a dar la muerte a los pecadores, sino a morir por ellos para darles la vida eterna. En otra ocasión la madre de estos dos hermanos se atrevió a pedirle que en su reino hiciese que el uno de ellos se sentase a su diestra y el otro a la siniestra; mas el Señor les dijo:
No sabéis lo que pedís; porque pedían dignidad temporal. Preguntóles si podrían beber el cáliz que El mismo había de beber; y como respondiesen animosos que sí, el Señor les profetizó que en efecto lo beberían, y padecerían el martirio por su amor. Después de la Ascensión de Jesucristo predicó Santiago en Jerusalén y en Samaría; y habiendo los judíos apedreado y muerto a san Esteban, y levantándose aquella grande tempestad en Jerusalén contra la Iglesia, el santo apóstol vino a España y convirtió algunos hombres a la fe, de los cules siete fueron ordenados de obispos por san
Pedro, y pasaron a España. Llegado Santiago a Zaragpza, salió una noche con sus discípulos a la ribera del Ebro para orar, y la Reina de los ángeles, que aun vivía, se le apareció sobre una columna o pilar de jaspe, y le dijo: «En este mismo lugar labrarás una iglesia de mi nombre, porque desde ahora tomo esta nación debajo de mi amparo. Volvió después el santo apóstol a Jerusalén donde los judíos le echaron una soga a la garganta y acudiendo los soldados le prendieron y llevaron delante del rey Herodes, el cual por dar contento al pueblo le mandó degollar.
Reflexión: Grandes han sido las mercedes que Dios nuestro Señor ha hecho a los reinos de España por medio de este gloriosísimo apóstol; porque de él recibieron la luz de la fe, y el primer templo labrado a la Madre de Dios, y la celestial protección contra los moros, hasta capitanear el mismo santo apóstol nuestros ejércitos, montado sobre un caballo blanco, y con un grande estandarte blanco en la mano, como se vio en la famosa batalla de Clavijo, por lo cual la señal de acometer los soldados españoles y cerrar con el enemigo, comenzó a ser la señal de la cruz y decir: «¡Santiago, y-cierra España!» Invoquémosle pues al rogar por nuestra patria, para que la libre de sus actuales enemigos.
Oración: Santifica, Señor, y guarda a tu pueblo, para que amparado de la protección del bienaventurado apóstol Santiago, te agrade con sus virtuosas costumbres y te sirva en paz. Por Jesucristo., nuestro Señor. Amén.
21S
Santa Ana, madre de la Madre de Dios. — 26 de julio
Santa Ana, dichosa madre de nuestra Señora la Virgen santísima, fué natural de Belén e hija de Matan y de Emerenciana, y esposa d e l glorioso Joaquín, galileo, de la ciudad de Nazaret. Eran los santos esposos Joaquín y Ana de la tribu de Judá y del real linaje de David; y ejercitábanse continuamente en la guarda de la ley de Dios. Dícese que dividían la renta que cada año cobraban de su hacienda, en tres partes, de las cuales la una gastaban en su casa y familia, la otra en el templo y sus ministros, y la tercera empleaban en soco- ¡ — rrer las necesidades de los pobres. Vivían muy afligidos estos santos casados por haberlo sido veinte años sin tener fruto de bendición, por lo cual andaban como avergonzados y corridos, por considerarse entre los hebreos la esterilidad como nota de ignominia. Llevaba Ana en paciencia esta prueba de su acrisolada virtud, con gran rendimiento a la voluntad del Señor; mas no por eso dejaba d e mirar c o n santa envidia a aquellas^ dichosas mujeres q u e algún día habían de tener afinidad y parentesco con el deseado Mesías. Y como se acordase de que la madre de Samuel, llamada también Ana, por haber clamado al Señor, alcanzó el hijo que deseaba, animada santa Ana con este ejemplo, suplicó con gran fervor al Señor se compadeciese- de su sierva, prometiendo que si le hacía merced de concederle algún fruto, se lo consagraría luego v lo destinaría, al templo para su santo servicio. Oyó el Señor benignamente las súplicas humildes de Ana, y es piadosa creencia que le reveló que sería madre de una hija, a quien pondría por nombre María, la cual sería llena del Espíritu Santo, y más dichosa que Sara, Raquel, Judit y Ester; porque sería bendita entre todas las mujeres y la llamarían bienaventurada todas las generaciones. Esta fué la soberana recompensa con que el Señor glorificó a santa Ana y a su bienaventurado esposo san Joaquín, haciéndolos padres de la Madre de Dios hecho hombre. Después de haber criado con gran cuidado a la santísima niña, y llegado el tiempo de cumplir su voto, ía llevaron a l "tem-
y p l o de Jerusalén, donde fué recibida con mucho gozo entre las otras vírgenes y
santas viudas que allí moraban en unas habitaciones vecinas al templo, y se ocupaban en sus labores, oraciones y demás .oficios ordenados al servicio de Dios. No pudieron Joaquín y Ana ausentarse de su hija tan querida, y se vinieron a vivir en Jerusalén en una casa que no estaba lejos del templo, gozando de la conversación de su hija hasta que el Señor los llevó para sí: muriendo san Joaquín a la edad de ochenta años, y Ana a los setenta y nueve.
Reflexión: Los gloriosos padres de la santísima Virgen fueron venerados en Oriente desde los primeros siglos de la Iglesia, y luego se extendió su devoción a los fieles del Occidente, los cuales levantaron en honra suya muchos templos y santuarios. Seamos pues devotos de santa Ana, que ella es la gloriosa abuela de Jesucristo Hijo de Dios y la madre de la Virgen Madre de Dios. Mucho desea y estima el divino nieto y la hija de santa Ana que la honremos por tan excelsa dignidad, y es bien loable.la costumbre de algunas piadosas señoras que en el día de santa Ana visten alguna pobre doncella, y nunca salen sin recompensa las oraciones y obsequios que se hacen a la madre de la Tesorera de todas las gracias.
Oración: Oh Dios, que te dignaste otorgar a la bienaventurada santa Ana la gracia de que fuese madre de la Madre de tu unigénito Hijo; concédenos por tu bondad que los que celebramos su fiesta, merezcamos alcanzar su poderoso patrocinio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
219
San Pantaleon, médico y mártir . — 27 de julio (t 305.)
El médico, taumaturgo y mártir de Cristo san Pantaleon, nació en Nicomedia de Bitinia, y fué hijo de Eustorquio, hombre rico y noble, aunque gentil, y de Ebula, señora cristiana, la cual murió de- ' jando a Pantaleon muy niño. Púsole el padre a los estudios de retórica y filosofía, y después a los de la medicina, en la cual salió nuestro santo muy aventajado. Estaba a esta sazón escondido en una pequeña casa por temor de la persecución, un venerable sacerdote de vida santísima, llamado Hermolao, el cual trabó amistad con Pantaleon y poco a poco le vino a persuadir que el autor de la vida y se-.ñor de la salud temporal y eterna era Jesucristo: y como un día viese Pantaleon un niño muerto, y junto a él una víbora que parecía decir que ella había cometido aquel homicidio, movido del Señor dijo entre sí: «Ahora veré yo si es vendad lo que Hermolas me dice». Y lie-gándose al niño, di jóle: «Levántate vivo en el nombre de Jesucristo, y tú, bestia ponzoñosa, padece el mal que le has hecho». Luego el niño se levantó con vida y la víbora quedó muerta: y visto este milagro se fué a Hermolao y le pidió el bautismo. De allí a pocos días entró en casa de Pantaleon ya cristiano, un hombre ciego, y poniéndole el santo las manos sobre los ojos, invocando el nombre de Jesucristo, luego le restituyó la vista, y con ella le dio juntamente la luz del a l ma, persuadiéndole que se hiciese cristiano. Presenció este prodigio el padre de Pantaleon, y luego quiso también bautizarlos. De aquí se comenzó a divulgar la fama del santo médico; y por las muchas
cías, y
enfermedades incurables que sanaba en el nombre del Señor, te níanle grande envidia l o s otros médicos y le acusaron delante del emperador Maximiano que estaba a la sazón en Nicomedia. Confesó claramente Pantaleon que era cristiano, y concertaron que trajesen un enfermo del todo desahuciado de los médicos y de sus sacerdotes, con la invocación de cualquiera de sus dioses, le procurasen dar la salud, y que él también invocaría a Jesucristo, y que el que le sanase fuese tenido por verdadero Dios. Hí-zose así: trajeron un paralítico de muchos años: los sacerdotes de los ídolos hicieron sus diligen-
todas fueron en vano. Y Pantaleon tomando por la mano al paralítico, le dijo: «Levántate sano en nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo». Y el enfermo se levantó sano, haciendo gracias a Dios; y muchos de los circunstantes se convirtieron a la fe. Mas como los sacerdotes de los ídolos persuadiesen al emperador que Pantaleon era un gran mago y enemigo de los dioses, el tirano ejercitó en él diversos suplicios, el potro, las uñas de hierro, el plomo derretido, las fieras y la espada; de todos los cuales salió el santo milagrosamente ileso; hasta que animando él mismo al verdugo que había de cortarle la cabeza, en la segunda herida, entregó su espíritu al Criador.
Reflexión: Este gloriso santo no solamente fué portentoso en su vida y en su martirio, mas lo es también perpetuamente después de su muerte; porque en la ciudad de Ravello, en el reino de Ñapóles, se conserva en la iglesia catedral una redoma de su sangre, y cada año en el día de su martirio se derrite y descuaja, estando el resto del tiempo cuajada y dura, y la sacan aquel día en procesión. Semejante prodigio hace el Señor con la sangre de este mismo santo que se conserva también en una ampollita de cristal en la iglesia de las Agustinas del real convento de la Encarnación de Madrid.
Oración: Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, nos concedas por la intercesión de tu bienaventurado mártir Pantaleon, que seamos libres de todas las calamidades del cuerpo y de todos los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
220
Los santos Nazario y Celso, mártires. — 28 de julio (t 68.)
Til apostólico predicador y mártir de Cristo, san Nazario, nació en Roma y fué hijo de un caballero africano y de una señora romana celebrada en 'la Iglesia con el nombre de. santa Gaudencia. Recibió el bautismo de manos de san Lino, coadjutor a la sazón del príncipe de los apóstoles san Pedro. Por inspiración del Señor determinó salir de Roma para predicar a Jesucristo; y socorrer con sus limosnas a los pobres necesitados, juntando en uno la misericordia espiritual y corporal, vino a Placencia, y de allí a Milán donde fué preso por mandato del presidente Anolino; el cual queriendo persuadirle que adorase a sus falsos dioses y no habiéndolo podido acabar con él, mandó darle en su venerable rostro muchas bofetadas y echarle de la ciudad. Tuvo el santo esta afrenta por grande honra, por haberla pedecido por Cristo; y pasó a Francia derramando por todas partes las semillas del Evangelio. En una población de aquel reino, llamada Melia una mujer principal por nombre Ma-ríonila. le trajo un niño llamado Celso, para que le instruyese y le bautizase. Hi-zole así el santo, y viendo que resplandecía mucho en el jovencito la gracia del Señor, se lo pidió a su madre por inseparable compañero de su vida apostólica; y ella, aunque era viuda, hizo aquel sacrificio, y encomendó el hijo a san Nazario, el cual le trajo siempre consigo y padeció con él muchos trabajos. Obraron en la ciudad de Tréveris muchos milagros con que ganaron innumerables almas a Jesucristo; mas aresta-dos los dos y puestos en la cárcel, fueron condenados a muerte, y para ello los arrojaron en la confluencia de dos ríos Sarra y Mosela; pero al tiempo que los ministros del tirano pensabn que los dos santos habían ido al fondo, los vieron andar sobre las aguas, con grande admiración, y movidos de este prodigio los veneraron y tomaron por maestros, recibiendo de su mano la fe y el bautismo. Con esto, viéndose libres, volvieron a predicar por las ciudades de Italia, y vinieron a parar a Milán, donde fueron presos del mismo presidente Anolino, el cual habiéndolo primero consultado con
y-el emperador Nerón (por ser Nazario ciudadano romano y hombre principal)
los mandó conducir a la plaza mayor de la ciudad, donde fueron juntamente degollados, siendo aquella su preciosa sangre fecundísima semilla de gran número de fieles y mártires que dio al cielo aquella bendita tierra.
Reflexión: Trescientos años después del martirio de estos gloriosos santos Nazario y Celso, fué revelado a san Ambrosio (como él mismo lo escribe) el lugar donde estaban sus sagrados cuerpos: y pasando a el acompañado de su clero, halló el cadáver' de san Nazario tan entero como si lo hubieran sepultado aquel mismo día: y junto a el una ampollita de sangre tan fresca y roja como si acabara de derramarse. La cabeza del santo estaba cortada y separada del cuerpo, pero tan entera que parecía estar viva. Añade el diácono Paulino, testigo presencial de este suceso, que el sepulcro exhalaba un olor suavísimo, y más agradable que todos los aromas. En otra parte de la misma huerta hallaron luego el cuerpo de san Celso, el cual juntamente con el de san Nazario fué transalado a la iglesia de los Apóstoles. De este entonces acá no ha menguado un punto la devoción de los mi-laneses a los santos Nazario y Celso, cuya piedad todos hemos también de imitar, ya que nuestro Señor ha queri lo ilustrar a estos santos con tantas maravillas, y hacerlos tan gloriosos en la santa Iglesia.
Oración: Rogárnoste, Señor, que fortalezca nuestra fe la santa confesión de los bienaventurados mártires Nazario y Celso, para que consigamos de tu bondad el auxilio de tu gracia que sustente nuestra flaqueza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
221
Santa Marta, virgen. — 29 de julio (t 84.)
La virgen santa Marta, devotísima huéspeda de Jesucristo, fué hebrea de nación, hija de padres nobles y ricos, y hermana de santa María Magdalena y de san Lázaro. Ella misma quiso aderezar la comida cuando el Señor se hospedó en su casa de Betania; y pareciéndole poco todo lo que hacía, quería que su hermana Magdalena, que se estaba a los pies de Jesús oyendo sus dulcísimas palabras, se levantara y la ayudase. Quejóse, pues, de esto al Señor, pero el Señor aunque no reprendió el solícito afecto con que Marta le servía, alabó la quietud suave con que Magdalena, dejados los otros cuidados, atendía a lo que más importa, que es oir a Dios y gozar de Dios. Vese asimismo la familiaridad que nuestro Señor Jesucristo tuvo con estas dos santas hermanas, cuando estando enfermo y peligroso su hermano Lázaro, enviaron a decirle: «Señor, el aue amas está enfermo»; y aunque el Señor permitió que Lázaro muriese y estuviese cuatro días en la sepultura, lloró sobre él por la ternura y compasión que tenía a sus dos hermanas, y luego resucitó gloriosamente al hermano difunto, y llenó aquella casa de bendición. Después de la Ascención del Señor, aquellos mismo judíos que le crucificaron, movieron una grande persecución contra los fieles, y se dice que echaron mano de santa Marta y santa Magdalena, y habiéndoles confiscado sus bienes, las pusieron con Lázaro su hermano y con Maximino y toda su casa, en un navio sin velas ni remos para que pereciesen en el mar; mas el navio, guiado de Dios aportó a Marsella, en cuya ciudad enseñaron aquellos santos la doctrina del
Evangelio, y convirtieron a muchos a la fe, y los mismo hicieron en otra ciudad llamada Aix. Gloríase Marsella de haber te nido por obispo a san Lázaro, y Aix de haber tenido a Maximino, uno de los setenta discípulos deí Señor. Santa Magdalena se apartó a un áspero y solitario monté para emplearse toda en oración y meditación; y se refiere que santa Marta, con una criada suya llamada Marcela, edificó un monasterio, fuera de poblado, y en compañía de otras muchas doncellas que la siguieron, sirvió muchos años en santo recogimiento al Señor, alzando la bandera (después de la Madre de
Dios) de la virginidad, y haciendo voto de ella, y viviendo con tanta aspereza de vida, que san Antonio, obispo de Florencia, escribe que no comía carne, ni huevos, ni queso, ni bebía vino, y que con la señal de la cruz ahuyentaba al demonio, que en figura de un dragón infernal quería espantarla y estorbar su oración. Ocho días antes de su muerte vio cómo los santos ángeles llevaban al cielo el ánima de su dulcísima hermana Magdalena, y a la hora de su dichoso tránsito se apareció a nuestra santa Jesucristo, nuestro Redentor, y le dijo: «Ven, huéspeda mía muy querida, que como tú me recibiste en tu casa, así yo te recibiré en mi reino».
Reflexión: Muy bien pagó nuestro Señor Jesucristo los buenos servicios que recibió de su devotísima huéspeda santa Marta; la instruyó en las cosas del Reino de Dios, resucitó a su hermano Lázaro, la hizo una grande santa, la amparó en los peligros del mar, la llenó de celo apostólico, la hizo fundadora del primer colegio de santas vírgenes, y la recibió,lle-na de méritos, en el palacio de su gloria. Y nosotros ¿a qué pensamos servir sino a Jesucristo, porque los que sirven al mundo no sacan otra recompensa que funestos desengaños en la vida, angustias en la muerte y tormentos en la eternidad?
Oración: Oh Dios, salud y vida nuestra, dígnate oir nuestras súplicas, para que así como la fiesta de tu bienaventurada virgen santa Marta nos llena de espiritual alegría, así también nos alcance una piadosa devoción. Por Jesucristo, s,
nuestro Señor. Amén.
222
San Abdón y san Senén, mártires. (t 250).
Los nobilísimos y portentosos mártires de Cristo Abdón y Senén fueron persas de nación, y caballeros principales y muy r i cos en su patria; los cuales siendo cristianos y viendo padecer a los que lo eran graves tormén- • tos y muertes atroces, imperando Decio y persiguiendo crudamente a la Iglesia, se ocupaban en consolar las almas de los que padecían por Cristo, y en dar sepultura a los cuerpos de los que con muerte habían alcanzado la vida. Supo esto Decio: madóle prender y traer a su presencia, habiéndolos oído, y sabiendo por su misma confesión que eran cristianos, les mandó echar cadenas y prisiones, y guardar con otros cautivos de su misma nación que tenía presos, porque quería volver a Roma y entrar triunfando, y acompañado de todos estos presos y cautivos para que su triunfo fuese más ilustre y glorioso. Hízose así: entró en Roma el emperador con gran pompa acompañado de gran multitud de persas cautivos, entre los cuales iban los santos mártires Abdón y Señen ricamente vestidos, como nobles que eran, y como presos, cargados de cadenas y grillos. Después mandó Decio a Claudio, pontífice del Capitolio, que t rajese un ídolo y le pusiese en un altar, y exhortándoles que le adorasen, porque así gozarían de su libertad, nobleza y r i quezas. Mas los santos, con gran constancia y firmeza, le respondieron que ellos a solo Jesucristo adoraban y reconocían por Dios, y a El le habían ofrecido sacrificio de sí mismos. Amenazólos con las fieras, y ellos se rieron. Sacáronlos al anfiteatro, y quisieron por fuerza hacerlos arrodillar delante de una estatua del sol, que allí estaba; pero los mártires la escupieron, y fueron azotados y atormentados cruelmente con plomos en los azotes, y estando desnudos y llagados, aunque vestidos de Cristo y hermoseados de su divina gracia, soltaron contra ellos dos leones ferocísimos y cuatro osos terribles, los cuales, en lugar de devorar a los santos, se echaron a sus pies y los reverenciaron, sin hacerles ningún "mal. El juez Valeriano, atribuyendo este milagro a arte mágica, mandó que los matasen; y allí los despedazaron con muchos y despiadados golpes y heridas que les dieron, y sus almas hermosas y resplan-
' decientes subieron al cielo a gozar de
30 de julio
Dios, dejando sus cuerpos feos y revueltos en_ su sangre. Los cuales estuvieron tres días sin sepultura, para escarmiento y terror de los cristianos; pero después vino Quirino, subdiácono (que se dice escribió la vida de estos santos), y de noche recogió sus sagrados cadáveres y los puso en un arca de plomo, y los guardó en su casa con gran devoción. E imperando el gran Constantino, por revelación celestial fueron descubiertos y trasladados al cementerio de Ponciano.
Reflexión: Decía Marco Tulio, adulando al emperador Cayo César que acababa de perdonar generosamente a Marco Marcelo: «Has rendido muchas naciones y domado gentes bárbaras y triunfado de todos tus enemigos; pero hoy has alcanzado la más ilustre victoria, porque per donando a tu enemigo te has vencido a ti mismo». ¿Pues quién duda que según esta folosofía, mayor victoria alcanzaron los santos Abdón y Senén atados al carro triunfal de Decio, aue el otro empera, dor que acababa de sujetar a los Persas? ¡Oh! ¡cuan grande gloria es padecer afrentas por Cristo! «Más gloriosa, dice san Crisóstomo, es esa igonominia que la honra de un trono real, y del imperio del mundo».
Oración: Oh Dios, que concediste a tus bienaventurados mártires Abdón y Senén un don copioso de tu gracia, para llegar a tan grande gloria; otórganos a rastros, siervos tuyos, el perdón de nuestros pecados, para que por sus méritos nos veamos libres de todas las adversidades. Por Jesucristo, nuestro S«ñor. Amén.
223
San Ignacio de Loyola, patriarca y fundador. — 31 de julio (U556).
almas a Cristo eran necesarias las letras, volvió a España y estudió en Barcelona, en Alcalá y Salamanca, donde padeció por Cristo presecuciones, cárceles y cadenas. Acabó sus estudios en París y ganó para Dios nueve mancebos de los más excelentes de aquella florida universidad, y con ellos echó en el Monte de los Mártires los primeros cimientos de la Compañía de Jesús, que instituyó después en Roma, añadiendo a los tres votos de religión un cuarto voto de obediencia a] Sumo Pontífice acerca de las Misiones. Aprobó Paulo III la nueva religión diciendo con espíritu de pontífice: Digitus Dei est
hic. El dedo de Dios es éste: porque en efecto la Compañía de Jesús era un nuevo e invencible ejército que el Señor suscitaba para la propagación de la santa fe y defensa de la santa Iglesia combatida por los sectarios de estos últimos tiempos, discípulos de Lutero e imitadores de la rebeldía de Lucifer. Y así la Compañía de Jesús conquistó para Cristo muchos reinos de Asiaj África y América, restauró en Europa la piedad cristiana y la frecuencia de sacramentos, y ha ilustrado la Iglesia con centenares de mártires, con millares, de nombres sapientísimos, y aun dando por ella la vida, y resucitando para volver a luchar como antes por la mayor gloria de Dios. Tal es el espíritu magnánimo que infundió san Ignacio en su santa Compañía; el cual después de haberla gobernado por espacio de dieciséis años, a los sesenta y cinco de su edad descansó en la paz del Señor.
Reflexión: Si quieres alcanzar el espíritu de Jesucristo que informaba el a l ma de san Ignacio, lo hallarás en sus Ejercicios espirituales. Dice el pontífice-León XIII, que al conocerlos, no pudo menos de exclamar: He aquí el alimento que deseaba para mi alma. (Alocución de León XIII al clero de Carpineto).
Oración: Oh Dios que para propagar la mayor gloria de tu nombre, diste un nuevo socorro a la Iglesia militante por medio del bienaventurado Ignacio, concédenos que peleando con su ayuda y e jem. pío en la tierra, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El gran celador de la mayor gloria divina, san Ignacio de Loyola, nació en la provincia de Guipúzcoa, y en la nobilísima casa de Loyola. Crióse desde niño en la corte de los reyes católicos y se inclinó a los ejercicios de las armas. Habiendo los franceses puesto cerco al castillo de Pamplona, Ignacio lo defendió con heroico valor, hasta que fué malamente herido. Agravándosele el mal, se le apareció el apóstol san Pedro, del cual era muy devoto, y a cuya honra había escrito un poema, y con esta visita del cielo comenzó a mejorar. En la convalecencia pidió algún libro de caballería para entratenerse, y como le trajesen, en lugar de estos libros, uno de la Vida de Cristo y otro de Vidas de santos, encendióse en su lección de suerte que determinó hollar el mundo. En este instante se sintió en toda la casa un estallido muy grande, y el aposento en que estaba Ignacio tembló, hundiéndose de arriba abajo una de las paredes. Sano de sus heridas, se partió para Montserrat, donde hizo confesión general, y colgó su espada y daga junto al altar de nuestra Señora, y dando los vestidos preciosos a un pobre, se vistió de un saco asperísimo. De allí partió para Manresa, donde por espacio de un año hizo vida austerísima y penitente en el hospital de santa Lucía y en una cueva cerca del r ío; en la cual ilustrado por el Espíritu Santo y enseñado de la Virgen santísima, escribió aquel famoso libro de los Ejercicios espirituales, que ha hecho siempre increíble fruto en la Iglesia de Dios. Pasó después a visitar los sagrados lugares de Jerusalén, y entendiendo que para ganar
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San Pedro Ad-vincula (ó á la cadena. — 1 de Agosto (En el año 43 de J. C.)
Celebra en este día la santa Iglesia la festividad de las cadenas del glorioso príncipe de los apóstoles san Pedro, cuya prisión se refiere en el sagrado libro de los Hechos apostólicos por estas palabras: «En este mismo tiempo el rey Herodes se puso a perseguir a algunos de la Iglesia. P r i meramente hizo degollar a Santiago, hermano de Juan. Después, viendo que esto complacía a los judíos, determinó prender también a Pedro. Eran entonces los días de los Ázimos. Habiendo, pues, logrado prenderle, le metió en la cárcel, entregándole a la custodia de cuatro piquetes de soldados, de a cuatro hombres cada piquete, con el designio de presentarle al pueblo y ajusticiarle después de la Pascua. Mientras Pedro estaba así custodiado en la cárcel, la Iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él. Mas cuando iba ya Herodes a ponerle a la vista del pueblo, aquella misma noche estaba durmiendo Pedro en medio de dos soldados, que le tenían atado con dos cadenas; y las guardias estaban haciendo centinela ante la puerta de la cárcel. Mas he aquí que de repente apareció un ángel del Señor, cuya luz llenó de resplandor toda la pieza: y tocando a Pedro en el lado, le despertó diciendo: Levántate al punto. Y en aquel instante se le cayeron de las manos las cadenas. Di jóle asimismo el ángel: Ponte el ceñidor y cálzate las sandalias. Hízolo así. Di jóle más: Toma tu manto y sigúeme. Salió, pues, y le iba siguiendo, bien que no creía ser cosa de verdad todo lo que veía. Pasada la pr imera y segunda guardia, llegaron a la cual se les abrió por sí misma. Saliendo puerta de hierro que sale a la ciudad, la por ella, caminaron hasta el fin de la calle: y súbitamente desapareció de su vista el ángel. Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: Ahora sí que entiendo bien que verdaderamente el Señor ha enviado su ángel y librádome de las manos de Herodes y de la expectación de todo el pueblo judaico. Y habiendo pensado lo que podía hacer, se encaminó a la casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban congregados en oración. Habiendo, pues, llamado al postigo de la puerta, una doncella llama
da Rhodé salió a observar quién era; y conocida la voz de Pedro, fué tanto su gozo, que en lugar de abrir, corrió adentro con la nueva de que Pedro estaba a la puerta. Dijéronle: Tú estás loca: mas ella afirmaba que era cierto lo que decía. Ellos dijeron entonces: Sin duda será un ángel. Pedro entretanto proseguía dando golpes a la puerta. Abriendo por último, le vieron, y quedaron llenos _de asombro. Mas Pedro haciéndoles señas con la mano para que callasen, contóles cómo el Señor le había sacado de la cárcel y añadió: Haced saber esto a Santiago y a los hermanos. Y partiendo de allí se retiró a otra parte. Luego que fué de día, era grande la confusión entre los soldados sobre qué se habría hecho de P e dro. Herodes haciendo pesquisas por hallarle y no dando con él, hecha la sumaria a los de la guardia, los mandó l levar al suplicio.» (Act. Apóst., cap. XII).
Reflexión: Hoy es el día de rogar al Señor que vuelva los ojos compasivos sobre nuestro actual pontífice, sucesor suyo y Vicario de Cristo sobre la -tierra; para que le libre de las cadenas con que le tienen como aprisionado sus enemigos, y pueda gobernar con entera libertad su santa Iglesia.
Oración: Oh Dios, que libraste al apóstol san Pedro de sus cadenas, y le pusiste en libertad sin que recibiese daño alguno; suplicárnoste que rompas las cadenas de nuestros pecados, y que por tu bondad apartes de nosotros todos los males que nos amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor. — 2 de agosto (t 1787)
ros, que se llamó del Redentor, y fué aprobada por el papa Benedicto XIV. Predicaban aquellos nuevos apóstoles con gran fervor y espíritu de cielo, y recorrían las aldeas y los campos evangelizando a los pobres el reino de Dios; y los sermones de nuestro santo, iban siempre acompañados de suspiros, lágrimas y numerosas conversiones. En la misión de Amalfi, vio todo el pueblo con grande asombro una luz maravillosa que salía de la imagen de la Virgen y esclarecía el rostro del santo misionero, el cual estaba arrobado y suspenso en Dios, Nombróle el rey de las dos Sicilias obispo de Palermo, y el
sumo pontífice Clemente XIII, le hizo obispo de la iglesia de santa Águeda de los Godos, y después de santificar aquella diócesis por espacio de algunos años, impedido por la edad avanzada y las dolencias, y mucho más por su piedad, se retiró a su amada Congregación en la casa de Nocera de Pagani, donde a la edad de noventa años y diez meses, descansó en el Señor, habiendo conservado la inocencia bautismal, y edificado a to da la cristiandad con sus heroicas vir tudes, arrobamientos, milagros, profecías, y libros admirables.
Reflexión: El sumo pontífice Pío IX, dio a san Alfonso María de Ligorio el título de doctor de la Iglesia por las sapientísimas obras que dejó escritas, como la Teología moral y la Práctica de los confesores; pero recomendamos encarecidamente a todos los fieles sus libros sobre la Verdad de la fe, la Conformidad con la vonlutad de Dios, las Visitas al Santísimo Sacramento, y singularmente la Preparación a la muerte y las Glorias de María. ¡Pluguiera a Dios que estos l i bros, que son tesoros de sabiduría y de unción celestial, anduviesen en manos de todos los fieles católicos!
Oración: Oh Dios, que por medio del bienaventurado Alfonso María, tu confesor y pontífice, encendido en el eelo de las almas diste a tu Iglesia una nueva proble; rogárnoste que enseñados por su saludable doctrina y alentados por sus ejemplos, podamos llegar felizmente a Ti. \ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El celosísimo obispo, fundador de la Congregación del Santísimo Redentor, y doctor de la Iglesia, san Alfonso María de Ligorio, nació en Ñapóles y fué hijo de don José de Ligorio, caballero del orden patricio, y de doña Ana Catalina Cavalieri, señora muy principal de la ciudad de Brindis. Trayendo un día esta señora su niño Alfonso al apostólico varón san Francisco de Jerónimo paisi que le bendijese, dijo el santo con espíritu profético: «Este niño llegará a una edad muy avanzada, no morirá antes de los noventa años, será obispo, y obrará cosas grandes y útilísimas a la Iglesia de Dios.» Los sucesos de la vida de san Alfonso comprobaron la verdad de aquella profecía. Adelantóse en letras y virtudes en la Congregación de jóvenes nobles que se educaban en la casa de los Padres de san Felipe Neri, y a los dieciséis años de su edad, había alcanzado ya el grado de doctor en ambos derechos, con grande aplauso y reputación de sabiduría. Habiendo seguido luego la carrera del foro, por consejo y voluntad de su padre, como le hiciesen caer en la cuenta de un error involuntario que había cometido en la defensa de un pleito feudal, entristecióse mucho de esto, y determinó dejar el oficio de abogado; y así se desnudó de la toga, colgó la espada junto a l altar de la Virgen de la Merced, y renunció al derecho de primogénito, para darse del todo a Dios y comenzar una vida muy santa y apostólica. Ordenado de sacerdote, con diez compañeros a quienes había comunicado su celo y espíritu, echó los cimientos de la Congregación de misione-
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La invención del cuerpo de san Esteban. •----> "S-.-. . (En el año 415)
Con haber sido tan ilustre en la Iglesia primitiva el glorioso protomártir san Esteban, estuvo su santo cuerpo largo tiempo escondido, hasta que el Señor se dignó revelarlo en tiempo de los emperadores Honorio y Teodosio el Menor su sobrino, el año 415 de nuestra salud. Hízose esta r e - , velación a Luciano presbítero, el cual refiere todo lo que en ella pasó en una carta escrita en griego, donde dice: «Que estando él durmiendo en un lugar del bautisterio, donde salía dormir para mejor guardar la iglesia y ocurrir presto a las necesidades de los fieles de su parroquia, despertó viendo un súbito resplandor, y le apareció un venerable anciano en traje de sacerdote, el cual le mandó que buscase los cuerpos santos, que estaban en cierta heredad de aquella aldea, y los colocase en otro lugar más decente. Preguntó Luciano al venerable viejo quién era, y cuyos eran aquellos cuerpos. Y él respondió que era Grema-liel, el que había enseñado a san Pablo apóstol de Jesucristo, y que el que estaba en el monumento con él a la parte de Oriente era el bendito mártir san Esteban, que fué apedreado de los judíos, cuyo cuerpo él había hecho recoger y enterrar en aquella heredad suya, y que en otro lucillo y sepulcro estaba el cuerpo de Nicodemus, al cual, por ser discípulo de Cristo, los judíos habían anatematizado y desterrado de la ciudad, y él le había recogido en su casa y dado todo lo que había menester todo el tiempo que vivió, y después de muerto le sepultó honoríficamente junto a san Esteban. Con las señas que recibió del santo anciano Gamaliel, fué Luciano a Jerusalén a dar cuenta de todo al obispo: el cual dio orden que se buscasen los santos cuerpos en el lugar señalado: y en efecto, cavando en él, hallaron tres sepulcros en cuyas piedras se leía en letras siríacas: Esteban, Nicodemus, Gamaliel. Divulgándose luego esta noticia, vino el obispo de Jerusalén, llamado Juan, acompañado de Eleuterio, obispo de Sebaste, y otro Eleu-terio, obispo de Jericó, y del clero y gran muchedumbre de fieles; y abriendo el sepulcro donde estaba el cuerpo del glorioso san Esteban, comenzó a temblar la
3 de agosto
tierra y salir un suavísimo olor y fragancia celestial de aquel sagrado cuerpo, tan extremada que a los que presentes se hallaban les parecía estar en el paraíso. Dieron todos voces de alabanza a Dios, y más cuando por la virtud de aquellas sagradas reliquias sanaron setenta y tres enfermos de varias dolencias. Trasladáronse los santos cuerpos en solemnísima procesión a Jerusalén, donde fueron colocados en preciosas urnas; hasta que Teodosio el Joven quiso que el de san Esteban pasase a Constantinopla; y poco después el papa Gelasio I lo hizo trasladar a Roma y depositar en la basílica edificada con nombre de san Lorenzo.
Reflexión: El sapientísimo doctor de la Iglesia san Agustín hacía en sus sermones mención honorífica de esta maravillosa invención del cuerpo de san Esteban, y de los milagros sin cuento con que quiso el Señor glorificar a su protomártir, no solo en Jerusalén, sino en todas partes, a donde se llevaba alguna parte de sus preciosas reliquias. Donde se ve con cuánta razón celebra la Iglesia católica el descubrimiento de este gran tesoro, para hacernos dignos de las mercedes que podemos alcanzar por los méritos del Santo.
Oración: Concédenos, Señor, la gracia de imitar al santo cuya fiesta celebramos, para que aprendamos por su ejemplo, a amar también a nuestros enemigos, ya que celebramos la Invención de aquel santo que supo rogar por sus mismos perseguidores a Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santo Domingo de Guzmán, fundador. — 4 de agosto (t 1221)
El gloriosísimo patriarca santo Domingo de Guzmán, luz del mundo, gloria de España y fundador de la sagrada Orden de Predicadores, nació en el obispado de Osma en un lugar que se dice Cale-ruega, y fué hijo de muy ilustres padres. Estando su madre en cinta, tuvo un sueño misterioso en que le pareció ver a su hijo representado bajo el símbolo de un perro con una hacha encendida en la boca el cual alumbraba y encendía con ella todo el mundo: y cuando bautizaron al niño, echaron de ver los presentes sobre su frente una estrella de maravilloso resplandor. Confiaron su primera educación a un tío suyo, arcipreste de Gumiel de Iza, y le mandaron después a Patencia, donde a la sazón florecían los estudios generales de España, y salió tan aventajado en filosofía y metafísica, como en las divinas virtudes. Una vez vendió las alhajas de su casa y hasta los libros para dar de comer a los pobres, y viniendo a él una mujer llorando para que le ayudase a rescatar un hermano suyo que le habían cautivado los moros, hizo instancias a la mujer afligida, que le vendiese a él por esclavo y le trocase por su hermano. Tomó en Osma el hábito de canónigo reglar, y por obedecer a su obispo recibió la dignidad de arcediano de aquella iglesia; pero en llegando a la edad de treinta años, por imitar a Cristo, comenzó su predicación, y pasó a To-losa de Francia, donde la herejía de los Albigenses hacía grandes estragos, y con sus sermones, milagros y sobre todo con
el arma del santo Rosario, que le inspiró la Virgen, salvó a los católicos, y convirtió cien mil herejes. Entre otros prodigios fué muy admirable el no haberse quemado el libro que echó el santo en una hoguera, donde se abrasó al instante el libro de los herejes. Celebrándose por este tiempo el gran Concilio Latera-nense, vio en sueños el papa como la iglesia de Letrán se abría por todas partes y venía al suelo, y que santo Domingo la sustentaba y como atlante la tenía en peso: por lo cual aprobó la fundación de su nueva Orden de Predicadores. Saliendo en otra ocasión el santo de la iglesia de
San Pedro en la ciudad de Roma, vio en la calle a san Francisco, que venía a instituir su esclarecida orden, y sin haberse visto jamás, los dos grandes patriarcas, se conocieron y abrazaron. Quiso el humildísimo santo Domingo que todos sus hijos eligiesen por general al santo varón Fray Mateo, e irse él a Palestina o predicar a los moros y derramar la sangre por Jesucristo: mas Dios le llamó a Roma, donde se le juntaron cien religiosos a quienes dio el hábito y escapulario blanco, por haberlo señalado la Virgen como vestido de su amada orden. Finalmente siendo de edad de cincuenta y un años, se le apareció Jesucristo convidándole a los gozos de su reino; y acostado el santo en unas tablas mandó a sus hijos que comenzasen el oficio de los que están en la agonía: y al rezar la antífona que dice: Socorred, santos de Dios, salid al camino, ángeles bienaventurados, salió su alma de la cárcel' del cuerpo.
Reflexión: Dijo la Virgen a santo Domingo que el Rosario era el arma más (poderosa contra la herejía y contra los vicios. Ahora, pues, hay mayor necesidad que nunca de rezarlo.
Oración: Oh Dios, que te dignaste ilustrar a tu Iglesia con los méritos y con la doctrina del bienaventurado santo Domingo, tu confesor; concédenos, que por su intercesión nunca sea destituida de los auxilios temporales, y sea acrecentada en los bienes espirituales. Por Jesucristo,, nuestro Señor. Amén.
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Nuestra Señora de las Celebra la santa Iglesia la fies
ta de nuestra Señora de las Nieves a 5 de agosto por la razón que aquí diremos. Siendo sumo pontífice Liberio, hubo en Roma un caballero muy noble y rico, llamado Juan patricio, el cual estaba casado con una señora principal e igual suyo en todo, de la cual al cabo de muchos años no tenía hijos; y aunque los
• deseaban .mucho estos caballeros, pero como eran tan temerosos de Dios como ricos, y no menos piadosos que ilustres, conformábanse con su voluntad, entendiendo que no darles sucesión era lo que mejor les estaba; pues así lo ordenaba El con su paternal providencia. Eran muy devotos de la Virgen María nuestra Señora y determinaron tomarla por heredera de sus grandes r i quezas; y para acertar mejor a servirla, hicieron grandes plegarias, limosnas y buenas obras, suplicándole' que los encaminase y mostrase en qué obra quería que ellos gastasen su hacienda en su servicio. Oyó la Reina del cielo las oraciones que con tanto afecto Juan Patricio y su mujer le hacían, y una noche, que fué la precedente al quinto día de agosto, cuando los calores son excesivos en Roma, habló entre sueños a los dos, a cada uno de por sí, y di joles que la mañana siguiente fuesen al collado Esquili-no, y que en la parte de él que hallasen cubierta de nieve le edificasen un templo, donde ella fuese honrada de los fieles, y que haciendo esto, se tendría por su heredera y bien servida. La mañana siguiente confirieron entre sí los dos buenos casados el sueño o revelación que habían tenido: dieron parte de ello al sumo pontífice Liberio, al cual la Virgen había hecho la misma revelación. Convocóse el pueblo, juntóse el clero, y ordenóse una devota procesión. Llegados al monte, hallaron cubierto de nieve un espacio muy bastante para una iglesia capaz: señalóse el lugar para ella, y de la hacienda de los caballeros devotos de la Virgen, luego se comenzó a labrar, y se acabó suntuosamente. Esfa fué la pr imera iglesia que se edificó en Roma con título y advocación de nuestra Señora. Llámesele al principia Nuestra Señora de
j las Nieves, mas después, como en Roma se hubiesen edificado muchas y muy
Nieves. — 5 de agosto
grandes iglesias de nuestra Señora, dieron a esta de las Nieves título de santa María la Mayor, para mostrar la excelencia que tiene sobre todas las que hay en aquella ciudad; la cual se esmera mucho en honrar a la soberana Señora. No es maravilla, pues, que san Gregorio y otros soberanos pontífices mandasen que viniesen en solemne procesión a esta iglesia los fieles de todos los estados y condiciones, que había en Roma, cuando alguna pública calamidad los afligiese. Muchos milagros ha obrado el Señor en aquel templo y obra cada día, por intercesión de su purísima Madre, que en aquel lugar santo que ella misma escogió es tan señaladamente y de tantas gentes venerada.
Reflexión: Con este obsequio prestado a la Virgen por aquellos esposos nos enseñó Dios cuan bien empleadas están las haciendas que se gastan en edificar, restaurar y enriquecer los templos, y cuan bien remunera la Reina del cielo los servicios que los fieles le hacen acá en la t ierra; demos también nosotros de cuando en cuando alguna limosna para la conservación y mayor esplendor de los templos consagrados a nuestra Señora, la cual, como Reina que es del cielo y de la tierra, recompensará magníficamente nuestros filiales obsequios.
Oración: Te rogamos, Señor Dios, que nos concedas la salud cumplida del alma y del cuerpo; a fin de que por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen María, nos veamos libres de los trabajos presentes y gocemos de la dicha sempiterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La gloriosa Transfiguración del señor. — 6 de agosto
En este día celebra la santa Iglesia el misterio altísimo y regaladísimo de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo. Había avisado el Salvador a sus discípulos que padecería mucho en Jeru-salén de los escrioas y príncipes de los sacerdotes, y que moriría en sus manes y que después de muerto había de resucitar. Y para que cuando le viesen morir no se escandalizasen y entendiesen que era Señor de la vida y de la muerte, quiso el divino Redentor transfigurarse y darles un breve gusto de su gloria y una como muestra de la bienaventuranza que habían de alcanzar. Para esto tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan su hermano, los cuales habían de presenciar más de cerca los dolores de su pasión, y los llevó al monte Tabor. Habiéndose puesto allí en oración, se transfiguró delante de aquellos discípulos, y vieron su rostro resplandeciente y glorioso, y todo el cuerpo más claro que el mismo sol, y sus vestiduras más blancas que la nieve. Vieron juntamente a Moisés y a Elias que estaban a sus lados y le tenían en medio, hablando con El de la pasión y muerte que para cumplir las profecías había de padecer en Jerusalén. Y al haber el Salvador mostrádose glorioso con aquella nueva claridad en el monte, llaman los evangelistas transfigurarse, porque aunque no tomó otra forma ni figura, pero alteró la que antes tenía, dándole aquel nuevo resplandor y maravillosa claridad. «Al tiempo que Moisés y Elias . se partían y despedían de Cristo, dice el evangelista san Lucas que san Pedro, como más fervoroso y que con más disgusto oía hablar de la pasión y muerte
de su maestro, le dijo: Señor, bien estamos aquí: hagamos en este monte tres moradas: una para vos, otra para Moisés y otra para Elias. No sabía lo que decía: porque se contentaba con sola aquella vista de la gloria del cuerpo del Señor, y teníala por suma bienaventuranza, no siendo más que una gota de aquel río que alegra la ciudad de Dios y un pequeño reflejo de aquella gloria que hace bienaventurados a los moradores del cielo. Mientras estaba hablando san Pedro, súbitamente vino una nube del cielo clara y resplandeciente, que hizo sombra al Señor, y sonó en ella una voz que dijo: Este es mi
Hijo muy amado, en el cual siempre me he agradado; oídle a El. Y al sonar esta voz magnífica y testimonio divino del Padre Eterno, los apóstoles, despavoridos y llenos de temor y estupor, cayeron sobre sus rostros en tierra quedando fuera de sí y como muertos; mas entonces el Salvador se llegó a ellos y los tocó con la mano y les dijo que se levantasen y no temiesen; y bajando después del monte les mandó que no descubriesen ni dijesen a nadie lo que habían visto hasta que El hubiese resucitado; y así lo callaron los apóstoles, como dice San Lucas, hasta que el Señor hubo resucitado de entre los muertos.
Reflexión: Siendo la gloria de Cristo el galardón de nuestras buenas obras y padecimientos, vivamos en este valle de lágrimas de tal suerte que merezcamos verle en el monte alto del cielo, no transfigurado, como le vieron los tres apóstoles en el monte Tabor, sino como El es, y como es glorificador y remunerador de todos sus escogidos, donde como se dice en la Escritura, no hay llantos ni gemidos ni dolores, ni trabajo alguno, sino que todo es júbilo y gloria y felicidad cumplida y eterna.
Oración: Oh Dios que en la gloriosa Transfiguración de tu unigénito Hijo con la autoridad de los profetas confirmaste los ocultos misterios de la fe, y con la voz salida de una resplandeciente nube, admirablemente nos diste a conocer la perfecta adopción de hijos; concédenos la gracia de ser coherederos del Rey de la gloria y la participación de su misma bienaventuranza. Por Jesucristo, tu mis- v mo Hijo y nuestro Señor. Amén.
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San Cayetano, fundador. — 7 de agosto (t 1547)
El seráfico y apostólico sacerdote san Cayetano, fundador de la orden de los Clérigos regulares, llamados Te,atinos, nació _en la ciudad de Vicencia, del señorío de Venecia, de padres no menos ilustres por su piedad que por su nobleza. Resplandeció en él, desde su temprana edad, un señalado amor a la pureza, a la caridad, y a la piedad con Dios y su Madre santísima: e hizo tales progresos en las ciencias y virtudes, que se ganó mucha estimación con los príncipes y prelados y con el papa Julio II, el cual le honró con le dignidad de protonotario apostólico. Pero mayor fué la honra que recibió de
la soberana Reina de los cielos, la cual, en recompensa de la devoción que el santo le tenía, se le apareció llena de claridad y hermosura, y le regaló poniéndole sú divino hijo en los brazos. Había entrado el santo en la Cofradía del Divino Amor que estaba instituida en Roma, y pasando a Vincencia la estableció en aquella ciudad, y prendió después el fuego de su amor divino en Venecia, Vero-na y otras ciudades, en las cuales le llamaban con razón serafín en el altar, y apóstol en el pulpito. Volviendo a Roma determinó fundar una religión de clérigos regulares, que con sus letras, y su modestia y santa vida, honrasen mucho a la Iglesia de Dios y la proveyesen de santos prelados, y confundiesen a los herejes. Favorecieron los intentos del santo varias personas muy distinguidas, que andaban en los mismos deseos, especialmente Pedro Carafa, y el papa Clemente VII, el cual aprobó la nueva religión, que se llamó de los Teatinos por haber sido su primer superior don Juan Pedro Carafa, que a la sazón era obispo de Teati, y después fué sumo pontífice con nombre de Paulo IV. Vióse el santo muy maltratado y preso con sus religiosos en un saqueo de Roma; mas nunca fueron tantas las penas que le hicieron sufrir los soldados herejes, como las que. deseaba padecer por amor de Jesucristo; el cual una vez se le apareció y le convidó a poner sus labios en la llaga del costado pa ra que gustase la inefable suavidad de su amor divino. Dice la Sagrada Rota que
j los resplandores de las virtudes con que fué adornado san Cayetano, como de una
preciosa vestidura, le acompañaron desde la cuna hasta el sepulcro. Ocasionáronle su última enfermedad los alborotos suscitados en Ñapóles (en 1547) por las resistencias que hicieron los enemigos de Dios y de la Iglesia para estorbar que se estableciese allí el santo tribunal de la Inquisición: y como el médico le ordenase que moderando sus penitencias, ;se acostase en cama blanda y regalada, dijo el santo: Si mi Jesús murió en el duro leño de la cruz, dejadme morir siquiera en un lecho de paja. Finalmente, recibidos los santos sacramentos, tuvo un éxtasis maravilloso en que se le apareció la serenísima Virgen acompañada de ángeles que llevaron aquella alma santísima a la patria celestial.
Reflexión: Vean otra vez aquí los sectarios del liberalismo quiénes han sido los amigos y quiénes los enemigos del santo Tribunal de la Inquisición: porque han estado muy bien con él y lo han alabado .mucho todos los santos que desde que se fundó, han florecido en la Iglesia; y lo han aborrecido, calumniado y procurado derrocar, todos los impíos, herejes y l ibertinos. Ruégote, amado lector, que re pares en esto para abrir los ojos y ver claramente esta verdad, ya que los malos porfían aún en desfigurarla o encubrirla.
Oración: Oh Dios, que diste al bienaventurado Cayetano tu confesor la gracia de imitar la vida de los apóstoles; concédenos, por su intercesión y ejemplo, la gracia de poner en Ti toda nuestra confianza, y desear solamente las cosas celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Ciríaco, Largo y Esmaragdo, mártires. — 8 de agosto (t 309)
Ciriaco, con sus dos compañeros Largo y Esmaragdo. Predicaron éstos la fe en la cárcel a los demás presos gentiles, y alentaron a los que eran cristianos, entre los cuales se hallaban los mártires Crescencio, Sergio, Segundo, Albano, Victoriano, Faustino, Ju liana, Ciriacide y Donata. Parecía la cárcel un templo donde se cantaban de día y de noche las divinas alabanzas, y se ofrecía el
adorable sacrificio: mas llegó el día en que abriendo los ministros del emperador las puertas, les intimaron la orden de sacrificar a los dioses o de morir en los más duros suplicios. Moriremos por Cristo, dijo el valeroso
Ciriaco: y con la misma fortaleza se ofrecieron a la muerte todos los demás p re sos. Ejecutóse la sentencia en la vía Salaria, y aquellos santos confesores, es forzados por las exhortaciones de Ciriaco y de Largo y Esmaragdo, después de varios tormentos fueron degollados. En aquel mismo sitio los fieles sepultaron los sagrados cadáveres de estos santos, hasta que cesando el furor de la persecución, la nobilísima matrona Lucina mandó t ras ladarlos a la vía Ostiense, donde tuvieron más honrosa sepultura. El sumo pontífice León IX regaló un brazo de san Ciriaco a la abadía de Altdorf en Alsacia.
* Reflexión: La constancia de estos san
tos mártires debe esforzarnos a nosotros a defender públicamente nuestra fe católica, sin dejarnos vencer de respetos humanos ni temer mal alguno que por la causa de Jesucristo nos pueda venir. Bienaventurados, dice el Señor, los que padecen persecución por la justicia. Los enemigos de Dios nos pueden quitar la ha cienda temporal y la vida del cuerpo; mas no pueden quitarnos los eternos bienes, la eterna vida y la eterna gloria, que es la recompensa prometida por J e sucristo a los que padecen persecuciones, injurias y la muerte por su amor.
Oración: Concédenos propicio, oh Señor, que pues nos alegras con la anual solemnidad de tus santos mártires Ciriaco, Largo y Esmaragdo, imitemos la constancia que mostraron en sus tormén- ^ tos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El martirio de los santos Ciriaco, Largo y Esmaragdo, se saca de las Actas de san Marcelo papa y mártir, que los notarios de Roma escribieron. Fué san Ciriaco ilustre diácono de la iglesia romana, bajo el pontificado de los vicarios de Jesucristo Marcelino y Marcelo. En aquellos tiempos primitivos de la iglesia los diáconos se ocupaban mucho en la predicación y administración de los sacramentos; y en estos oficios convirtió Ciriaco a muchos gentiles a la fe. Habíale el Señor concedido un don señalado de curar a los enfermos y lanzar los demonios, y el mismo emperador Diocleciano, le rogó que sanase a una hija suya llamada Artemia, que estaba poseída y r i gurosamente atormentada del maligno espíritu. Libróla el santo con poderosa virtud de aquella tiranía infernal; y como la noticia de este suceso llegase a oídos de Sapor, rey de Persia, el cual tenía asimismo una hija, llamada Jobia, agitada del espíritu diabólico, vino con grande acompañamiento a Roma eñ busca del diácono taumaturgo, y con humildes súplicas le rogó que le otorgase el mismo beneficio que había hecho a Diocleciano. El santo diácono con los sagrados exorcismos libró de la posesión a la hija de Sapor y quedó éste tan maravillado de la virtud de Cristo, que luego se convirtió y abrazó la fe con otros muchos de su reino. Mas no fueron bastantes todos estos prodigios para que el cruelísimo Diocleciano dejase de perseguir a la Iglesia: antes atribuyéndolos a arte mágica y encantamiento, y viendo que por ellos muchos se convertían, mandó prender a
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Los santos niños Justo y Pastor hermanos, mártires. — 9 de agosto (t 304)
Entrs las victorias que por medio de sus mártires y esforzados guerreros alcanzó Dios nuestro Señor de los tíranos que persiguieron la Iglesia de España, es muy esclarecida y admirable la de los santos niños y bienaventurados hermanos Justo y Pastor, quienes en edad tierna y delicada, vestidos de espíritu y soberana fortaleza, triunfaron del malvado presidente, y volando al cielo, dejaron en la tierra el t rofeo y las señales de la victoria. Vino Daciano a Alcalá de Henares para perseguir, como lo hacía en todas partes, a los fieles de Cristo; y publicó un edicto en que mandaba que todos sacrificasen a los dioses o que fuesen muertos con exquisitos y atroces tormentos. Divulgóse luego este mandato; y estando muchos fieles temerosos y encogidos, salieron al campo dos niños valerosos para hacer burla del tirano. Estos fueron Justo y Pastor, el primero de siete años y el segundo de nueve, los cuales eran hijos de padres nobles y cristianos, y en aquella sazón aban a la escuela para aprender las primeras letras. Luego que oyeron el impío mandato del tirano, entró en sus tiernos pechos un encendido deseo de padecer y morir por Cristo; y arrojando las cartillas que llevaban, se fueron al palacio de Daciano para ofrecerse al martirio. Cuando éste supo que aquellos dos niños, sin ser llamados y por su voluntad, venían a morir por la fe de Cristo, se turbó y llenó de asombro: mas pensando que aquello sería liviandad pueril, los mandó azotar para amedrentarlos. Al tiempo de ser llevados a este tormento, Justo habló a Pastor y le dijo: «No temas, hermano Pastor, esta muerte del cuerpo que se nos prepara; porque, Dios que nos hace merced que muramos por El, nos dará todo el esfuerzo necesario para que podamos morir y alcanzar la corona del martirio.» Quedó Pastor más esforzado y animoso con estas palabras de Justo, y di jóle: «Oh hermano mío Justo, con razón te llaman justo, pues tan bien muestras que lo eres. Ligera cosa me será morir contigo por ganar a Jesucristo en tu compañía.» Estas palabras iban los santos hablando en-t¿é sí, dejando a los ministros de Daciano admirados de ver en tan corta edad
tan grande aliento y constancia. Por lo cual temeroso el tirano de ser vencido por aquellos niños, mandó que, sin más dilación, los degollasen secretamente en algún lugar apartado de la población. Y así los sacaron a un campo que llamaban Loable, y allí les cortaron las cabezas sobre una gran piedra; en la cual quedaron impresas las señales, como hoy día se ven, de sus rodillas y manos. Edificaron en aquel mismo sitio los cristianos una capilla que llevaba el nombre de los santos mártires.
Reflexión: El espectáculo que nos ofrece hoy el martirio de estos dos niños, es un terrible anatema contra la cobardía de muchos cristianos, que no están dispuestos, no digo a derramar una gota de sangre por Cristo, pero ni aun a sufrir una palabra de burla, un gesto despreciativo, una ligera incomodidad que a veces exige el fiel cumplimiento de la ley de Dios. Pues, ¿con qué alma piensan comparacer ante el tribunal de Jesucristo? ¿Con qué ojos podrán ver allí a esos tiernos niños ostentando el laurel de la victoria y la palma del martirio?
Oración: Oh Dios, que das la fe, la esperanza y la caridad a los tiernos n i ños, y por la alabanza con que te confesaron tus inocentes mártires Justo y Pas tor, nos estimulas a alcanzar la salvación; infúndenos la pureza de la infancia, para que emulando con nuestra vida ajustada a tu santa ley la vida inculpable de los niños, nos gocemos con los santos, en la recompensa que has de dar a tus fieles servidores. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Lorenzo, diácono y mártir. — 10 de agosto (+ 258)
El gloriosísimo y fortísimo mártir san Lorenzo, nació en Huesca del reino de Aragón: su padre llamado Orencio y su madre, Paciencia, fueron santos, y de ellos celebra festividad la iglesia de Huesca. Hízole el papa san Sixto, segundo de este nombre, arcediano, o primero de los diáconos de la iglesia romana. Por este tiempo anduvo muy brava la persecución del emperador Valeriano: y en ella fué preso san Sixto y llevado a la cárcel. Salióle al camino san Lorenzo y It dijo: «¿Adonde vas, oh padre, sin tu hijo? ¿Adonde vas, oh sacerdote, sin tu diácono?» Rospondióle el venerable pontífice: «A ti, hijo mío, como a más joven, te aguardan más rigurosos suplicios, y más gloriosa victoria: anda a repartir a los pobres los tesoros de la Iglesia; porque presto me seguirás como hijo al padre, y como diácono al sacerdote.» Cumplió san Lorenzo enteramente la voluntad del pontífice, y gastó toda la noche en visitar a los pobres y repartirles el tesoro de la Iglesia, y el día siguiente volvió a san Sixto, y viendo que ya le llevaban a degollar, corrió a él y con voz alta y llorosa le dijo: «No me desampares, padre santo: ya cumplí tu mandamiento y distribuí los tesoros que me encargaste.» Oyeron los ministros de justicia estas palabras, y, a la voz de los tesoros, echaron mano de Lorenzo, y dieron noticia de lo que habían oído al emperador, el cual se holgó de ello esperando hartar su codicia. Preguntóle, pues, por los tesoros de la Iglesia; y el santo con una sabiduría y sagacidad, divina le respondió, que se los traería. Y juntando el santo diácono
un Yiuen rmmexo &.e cve^os,, t o jos, mancos y pobres, a quienes
r y había socorrido, se vino con ellos [jg al emperador y díjole: Estos son
los tesoros de la Inlesia. No se puede fácilmente creer la saña que recibió el tirano, viendo así frustradas sus esperanzas: mandóle luego azotar y rasgar sus carnes con escorpiones; y echando de ver que no se quejaba ni daba un solo gemido, antes se reía del tirano y de los tormentos, embravecióse más y exclamó: «Tú eres un mago; pero yo te juro por los dioses inmortales que has de padecer tan graves penas que ningún hombre hasta hoy las padeció.» A lo cual res
pondió Lorenzo: «En nombre de Jesucristo te aseguro que no las temo.» Mandóle pues atormentar toda la noche con varios suplicios, y finalmente asarle en un lecho de hierro a manera de parrillas, en las cuales no mostró el santo ningún sentimiento de dolor; sino que estando asada una parte de su cuerpo, habló al t i rano y le dijo: «Ya está asada la mitad de mi cuerpo; manda que me vuelvan de la otra parte, y que me echen la sal.» Y mientras el tirano con los ojos encarnizados y dando bramidos de rabio y furor mandaba a los sayones que atizasen el fuego, el fortísimo mártir, levantados los ojos al cieio, decía: «Recibid, Señor, este sacrificio, en olor de suavidad»; y dando gracias al Señor, expiró.
Reflexión: Este es el martirio de san Lorenzo, gloria de España, y tan ilustre en toda la cristiandad, después del pro-tomártir san Esteban, que como dice san Agustín, «alumbró con sus resplandores el universo mundo.» ¿Quién no se animará con tal ejemplo a servir a Jesucristo con viva fe, segura 'esperanza y encendida caridad, sin temer el fuego y crisol de la tribulación por donde se l lega al eterno descanso y refrigerio?
# Oración: Concédenos, oh Dios todopo
deroso, que se apaguen en nosotros las llamas de nuestros vicios; pues concedis-
•te al bienaventurado san Lorenzo que venciese el fuego de sus tormentos. P^-Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Tiburcio, mártir. (t 286)
Entre los nobles caballeros romanos que el glorioso mártir san Sebastián convirtió a la fe de J e sucristo nuestro Redentor, uno fué Cromacio, prefecto de la ciudad de Roma, de sangre iíustrí-sima, de riquezas y familia poderosa; el cual habiendo sabido que Tranquilino, padre de los santos mártires Marcos y Marce-liano, había abrazado la fe, siguiendo tan buen ejemplo, y r e nunciando a toda la grandeza y • regalo de que había gozado, se sujetó al suave yugo del Señor y se hizo cristiano él y sus criados y esclavos, varones y mujeres, que eran en número de mil cuatrocientas personas. Repartió ent re ' e l los parte de sus riquezas y dio a sus esclavos libertad, diciendo: que pues eran ya hijos de Dios inmortal, no habían de ser siervos de hombre mortal. Tenía este santo caballero un hijo llamado Tiburcio, mozo de grandes esperanzas, de alto y delicado ingenio, bien enseñado en todas las letras, de lindo aspecto y suave condición; el cual siguió a su padre en abrazar la fe de Cristo, y siguióle con tanto fervor, que se señaló mucho entre los otros cristianos, y por él obró Dios muchos prodigios. Pasando un día por una calle, vio a un mozo que había caído de un lugar alto, y de la caída había quedado tan quebrantado que sus padres trataban más de sepultarle que de curarle. Llegóse a ellos Tiburcio y dí-ioles: «Dadme lugar que le hable una pa-•abra, que podrá ser que cobre salud»: -.- el santo dijo sobre el mozo la oración :lel Padre nuestro y el Credo, y con esto .-1 herido sanó repentinamente. Pero ha-úa. entre los cristianos uno que era hi-)ócrita, llamado Torcuato, el cual no vi-/ía con las costumbres de cristianos y iervo de Dios, sino con las del siglo y is los gentiles. Reprendíale a menudo san Tiburcio de sus vicios, con deseo de que los enmendase, y aunque Torcuato, por ser san Tiburcio persona tan ilustre, en la apariencia de fuera disimulaba, y le daba muestras que le agradaba que así le amonestase y corrigiese, pero en su corazón concibió tan grande rencor y aborrecimiento contra el santo, que para vengarse le acusó de que era cristiano; 'Vpara que no se entendiese que él había sido el acusador, dio traza con el pre-
11 de agosto
fecto Fabiano que le hiciese prender con otros fieles de Cristo. Mandó pues el juez • prender al santo, e hizo sembrar una pieza de carbones encendidos, y le dijo que echase incienso sobre ellos en honra de los dioses o con los pies descalzos pasease por las brasas. Tiburcio hizo la señal de la cruz y con los pies descalzos paseóse sobre las ascua como si pisara rosas. Atribuyendo esto el tirano a arte mágica embravecióse blasfemando de Je sucristo. Díjole Tiburcio: «Enmudece y calla y no te oiga yo con tan rabiosa y maldita lengua decir tales injurias contra tan' santo nombre.» Sobremanera irritado el tirano con estas palabras de re prensión, mandó cortarle la cabeza, y se ejecutó esta sentencia a tres millas de Roma en la vía Lavicana, donde fué sepultado.
Reflexión: Hemos visto cómo un cristiano falso e hipócrita, fué quien procuró la muerte de san Tiburcio, pagándole las saludables amonestaciones que el santo le hacía, con delatarle delante del impío juez. ¡Qué execrable villanía! Pero ¿crees tú que son menos villanos, muchos que en nuestros días se llaman católicos, y hacen pactos con los enemigos de la Iglesia de Cristo, para oprimirla, para despojarla, para cargarla de cadenas y para matarla si fuese posible?
Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que por la intercesión de tu mártir Tiburcio, nos veamos libres de todas las enfermedades del cuerpo y de todos los malos pensamientos del alma. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Clara, fundadora. — 12 de agosto (t 1253)
La seráfica virgen santa Clara, fundadora de las religiosas del seráfico padre san Francisco, fué, como este santo, natural de Asís, y de claro y nobilísimo linaje. Siendo aún muy niña y no teniendo aún rosario para llevar la cuenta de sus oraciones, las iba contando con piedre-cillas, y aunque por voluntad de sus padres vestía ropas preciosas, mas interiormente usaba de un áspero cilicio, y ofrecía a Dios su virginidad con gran resistencia de sus padres, que deseban casarla. Había Dios enviado en este tiempo al mundo para renovarlo, al seráfico padre san Francisco, el cual estaba en la misma ciudad de Asís; y por su consejo dejó la santa doncella la casa de sus padres y renunciando a todas las grandezas del mundo, se entró en la iglesia de santa María de la Porciúncula que está a una milla de Asís. Allí la aguardaban san Francisco y todos sus santos religiosos con velas en las manos y entonando el Veni Creator Spiritus; y ella, al pie del altar, se desnudó de todas sus galas y preciosas vestiduras, se cortó las trenzas de su rubia cabellera, y recibió de manos del seráfico patriarca el hábito penitencial. Pretendieron sus deudos y parientes llevársela por fuerza, mas la santa se asió tan fuertemente al altar, que al quererla sacar por fuerza, dejó en sus manos la mitad de sus vestiduras, y aun se quitó la toca, para que viesen que había también sacrificado a Cristo la hermosura de sus cabellos. Premió el Señor tan ilustre victoria que su sierva alcanzó de la carne y de la sangre, con dar la misma vocación a su hermana Inés y a otras nobilísimas
doncellas, parientas suyas, 'hasta el número de diez y seis; las cuales formaron la primera comunidad de religiosas de santa Clara. No solamente en aquella ciudad, sino en la Umbría y por todo el mundo se extendió el resplandor de las virtudes de santa Clara. Ayunaba a pan y agua todas las vigilias de la Iglesia y toda la cuaresma, llevaba por vestidura interior una asperísima piel de jabalí, y dormía sobre la tierra teniendo un haz de sarmientos por almohada; pero el amor de Cristo le hacía tan suaves éstas, y otras espantosas penitencias, que no había rostro más alegre y apacible que el de la santa. Y
¿qué lengua podrá decir las inefables dulzuras, éxtasis seráficos y dones de milagros y de profecía con que Jesucristo la regalaba y correspondía a su amor? Cuando los bandidos y sarracenos con que el malvado Federico II talaba el valle de Espoleto, cercaron la ciudad de Asís y escalaban ya los muros del monasterio de santa Clara, ella, aunque enferma, se hizo llevar a las puertas, y sacando del seno una custodia del santísimo Sacramento, oyó la voz de Jesús, que le decía: «Sí, Clara, yo te protegeré»: y huyeron al punto aquellos bárbaros, dejando muchos cadáveres, heridos como si hubiesen peleado contra los rayos del cielo. Finalmente toda la vida de la santa fué como la de un serafín sacrificado por amor de Jesucristo, y a la edad de sesenta años, visitada por un coro celestial de santas vírgenes, entregó su alma purísima al divino esposo.
Reflexión: Los monasterios de santa Clara han llegado a la crecida suma de cuatro mil; y en ellos se han santificado mucha nobilísimas doncellas, condesas, duquesas y princesas, y sobre todo un gran número de almas herocias que practicando la regla más austera de todas, han sido en la tierra las delicias de Dios, el ornamento de la Iglesia católica, y el más elocuente ejemplo del mundo.
Oración: Óyenos, Señor y Salvador nuestro, y haz que la alegría que sentimos en la fiesta de tu bienaventurada virgen santa Clara, sea acompañada de los afectos de una verdadera devocióiC Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San 3uan Berchmans, confesor. — 13 de agosto (t 1621)
El purísimo y angelical mancebo san Juan Berchmanb, vivo retrato de las Reglas de la Compañía de Jesús, fué natural de Diest, en el ducado de Brabante, y nació en el día de sábado, consagrado a la Virgen santísima, con quien tuvo toda su vida muy tierna y regalada devoción. Madrugaba ya desde niño para pir muy de mañana dos o tres misas antes de ir a la escuela; y acostábase a veces muy tarde para meditar en el silencio de la noche la sagrada pasión de Jesucristo. Cuando se confesó para comulgar la vez primera, halló el confesor tan limpia su conciencia, que apenas supo de que poderle absolver. En su vida y costumbres parecía un ángel, y por tal era tenido; y con este nombre le llamaban. Rogó a sus padres que, a pesar de su pobreza, no le estorbasen el seguir la carrera de la Iglesia, a la que Dios le llamaba: y así se concertaron con un canónigo de Malinas, que le serviría en su casa, y aprendería al mismo tiempo las letras humanas en el colegio de la Compañía. Ponía gran cuidado en imitar las acciones y ejemplos de san Luis Gonzaga; hizo, como él, voto de perpetua virginidad a gloria de la sacratísima Virgen; y con su compostura refrenaba a sus compañeros, de manera, que ninguno osaba a su vista desmandarse. Mas ¿quién podrá decir la suavísima fragancia y hermosura de sus virtudes, cuando se trasplantaron, como flores del cielo, de los eriales del siglo al paraíso de la religión? Entró Juan en la Compañía a la edad de diez y siete años, y así en el noviciado, como después en los colegios, vivió con tan grande ejemplo y opinión de santidad, que a los que habían conocido a san Luis Gonzaga, les parecía haberlo recobrado en la persona de nuestro santo mancebo. No puso con iodo la perfección de su santidad en asombrosas penitencias: su grande penitencia, decía que había de ser la fiel observancia de las reglas de la Compañía, sin apartarse de la vida común; y esto cumplió tan perfectamente, que jamás pudieron sus superiores y compañeros notar cosa de que poderle avisar: y éj, mismo tenía escrito entre sus propósitos que antes quisiera morir que quebran
tar deliberadamente' cualquier regla de la Compañía por mínima que fuese. Habíase obligado con voto a defender la inmaculada Concepción de María, y como hijo de tal Madre, guardaba tan rara modestia, que por sólo ver su semblante hermosísimo y modestísimo acudían muchos a la iglesia del Colegio Romano. Nunca quiso levantar los ojos para mirar muchas cosas dignas de ser vistas eme hay en Roma, y algunos que habían procurado saber de que color los tenía, nunca lo pudieron saber. Enseñaba con gracia sin igual la doctrina a los pobres., y rogaba a los superiores que le mandasen a la misión de la China, para alumbrar a aquellos infieles y derramar si pudiese la sangre por Cristo. Mas no era la patria de este ángel la tierra, sino el cielo; y así a la edad de solos veintidós años, abrazado con el santo crucifijo, el rosario y el librito de las reglas de la Compañía, entregó su alma purísima al Creador.
Reflexión: Hallamos también escrito en el libro de los propósitos de este santo mancebo: «Aborreceré cualesquiera imperfecciones, que puedan menoscabar la castidad.» Tomen, pues, los jóvenes por ejemplar de este santísimo mancebo, el cual es especialísimo abogado contra las tentaciones sensuales.
Oración: Rogárnoste, Señor, que concedas a tus siervos la gracia de saber imitar los ejemplos de aquella, inocencia y fidelidad. en tu divino servicio, con los cuales el angélico joven Juan Berchmans, te consagró la flor de su edad. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Eusebio, presbítero y confesor. — 14 de agosto (t 357)
Sixto papa, poniendo en una grande piedra un título que decía: «Aquí yace Eusebio, varón de Dios.» Cuando Constancio supo la muerte de Eusebio, y cómo Gregorio y Orosio habían dado a su cadáver honrosa sepultura, enojóse sobremanera, y mandólos prender. Hubo a las manos de Gregorio, e hízole enterrar vivo en la misma cueva, donde estaba el cuerpo de san Eusebio. Orosio que se había escapado, lo supo, y de noche se fué a él, y aunque le halló vivo, estaba ya tan debilitado que murió allí en sus manos; y así le dejó sepultado \n aquel mismo lugar. En Roma hay una iglesia de san Eusebio, muy
antigua y de gran devoción, en la cual está su sagrado cadáver, y los de Orosio y Paulino, y otras muchas reliquias de santos mártires. San Zacarías, papa, la mandó reparar y adornar en hora de san Eusebio y de los otros santos mártires allí sepultados.
Reflexión: Al leer el cruel y prolongado martirio de san Eusebio, no sabe uno de qué espantarse más; de la extraña crueldad de los herejes que con tan prolongado y durísimo suplicio probaron la constancia del santo sacerdote; o de la invencible fortaleza de este santo márt ir que padeció tan lenta muerte sepultado vivo. En aquella crueldad se echa de ver la crecida malicia del demonio que tales invenciones inspira a los herejes y enemigos de nuestra santa fe; en esta p a ciencia, la virtud divina de que Jesucristo reviste a sus soldados para que t r iunfen de todos los poderes del mundo, de la muerte y del infierno. ¡Oh! ¡Con qué soberana luz resplandece la verdad de Dios en todos los martirios y heroicas ac ciones de los santos! Quien con esta luz no ve la verdad divina de nuestra santísima religión, ciego es, y llena tiene la mente de las tinieblas con que las malas pasiones suelen oscurecerla para que no vea la luz de Cristo.
Oración: Oh Dios, que nos alegras en la anual festividad de tu confesor s an ' Eusebio; concédenos propicio, que los que celebramos su nacimiento para la gloria, por la imitación de sus saludables ejemplos, lleguemos a gozar de Ti. Por Jesu\^ cristo, nuestro Señor. Amén.
El venerable sacerdote y valeroso soldado de Cristo san Eusebio, dio grande gloria a la Iglesia con un nuevo género de martirio que sufrió, inventado por el furor y rabia de los tiranos. Vivió en tiempo del emperador Constancio, en el que se embraveció en Roma la herejía de los arríanos, enemigos declarados de los católicos, por el favor y fuerzas que él les dio; y por esta causa, levantaron una gravísima y terrible tempestad en la cual muchos obispos y santos sacerdotes fueron desterrados, afligidos y muertos por la verdadera fe. Entre ellos alcanzó ilustre victoria el santísimo presbítero Eusebio, de nación romano; el cual,, por defender constantísimamente la verdadera y divina religión con más libertad y ánimo que quisiera Constancio, sufrió un nuevo género de martirio en que fué probada, como en un crisol, su paciencia y fidelidad a Jesucristo y a su verdadera Esposa la santa Iglesia. Mandó, pues, Constancio que lo encerrasen y como emparedasen en una pieza o pequeño aposento que había en su misma casa, tan estrecho y angosto que apenas el santo cabía en él, ni se podía casi menear, ni volver a una parte ni a otra. Allí estuvo el varón de Dios por espacio de siete meses haciendo oración al Señor, y suplicándole que le diese fortaleza y constancia para morir por él; y diósela tan cumplida, que al cabo de los siete meses murió en aquella como sepultura en que había estado. Recogieron su cuerpo los sacerdotes del Señor, Gregorio y Orosio, y le enterraron en una cueva del cementerio de Calixto, junto al cuerpo de san
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La Asunción de nuestra Señora. — 15 de agosto Subió Cristo nuestro Salvador
a los cielos, y dejó a su benditísima Madre y Señora nuestra en la tierra, para que en ausencia de aquel sol de justicia, brillase ella como luna de serenos resplandores en medio de la primitiva cristiandad; y enseñase a los apóstoles, instruyese a los Evangelistas, esforzase a los mártires, alentase a los confesores y encendiese en el amor de la pureza a las vírgenes, y a todos consolase y ayudase con su -ejemplo y magisterio. Quince años sobrevivió nuestra Señora a su Hijo bendito, observando, como dicen los santos padres, con gran perfección los consejos evangélicos, obedeciendo a lo que san Pedro como vicario de Cristo ordenaba, frecuentando los sagrados lugares donde se habían obrado los misterios de nuestra Redención, comulgando cada día de mano del discípulo amado san Juan, a quien Jesús la había encomendado. Dice san Dionisio que la vio y trató, que «resplandecía en ella una divinidad tan grande, que si la fe no lo corrigiera, pensaran todos que era Dios, como lo era su Hijo.» Aunque el Señor la preservó de la culpa original, no quiso preservarla de la muerte del cuerpo, para que en esto imitase a Jesús, y para que mereciese mucho, venciendo la natural repugnancia que tiene la carne a morir, y se compadeciese de los que mueren, como quien pasó por aquel trance, ya que había de ser nuestra abogada en la hora de la muerte. Es pía tradición que asistieron a su dichoso t ránsito los santos apóstoles con Hieroteo, Timoteo, Dionisio Areopagita, y otros varones apostólicos que con velas encendidas rodeaban el lecho de la Virgen: y que en habiendo expirado, no por dolencia alguna, sino por enfermedad de amor y deseo de ver y abrazar a su divino Hijo glorioso; sepultaron honoríficamente su inmaculado cuerpo en el Huerto de Getsemaní, con muchas flores, ungüentos olorosos y especies aromáticas. Mas no era conveniente que aquella verdadera arca del Testamento padeciese corrupción, y así se cree que los tres días resucitó la Madre, como había resucitado su Hijo unigénito, el cual la vistió de inmortalidad y de claridad y hermosura so. Yye todo lo que se puede explicar y comprender, y la llevó sobre las alas de los
querubines, en triunfal procesión hasta lo más alto del cielo, y hasta el trono de la santísima Trinidad. Allí fué coronada por las tres Personas divinas, con inefable gloria y regocijo de todas las jerarquías y coros celestiales. Coronóla el Padre con diadema de Potestad, el Hijo con corona de Sabiduría, el Espíritu Santo con corona de Caridad. Allí fué aclamada por soberana Princesa de los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, potestades, querubines y serafines, y por Reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, y de todos los santos: y finalmente allí fué constituida Emperatriz del universo, y Reina soberana de todas las criaturas.
# Reflexión: Creyendo, pues, ahora con
viva fe, que esta excelsa Señora tan encumbrada y gloriosa no sólo es Madre de Dios, sino también Madre adoptiva nuestra, Reina de misericordia y dulcísima. Abogada de los pecadores, acudamos t o dos los días a ella con gran confianza en su maternal bondad, suplicándole que no. nos deje de su mano, a fin de que por stt poderosa intercesión alcancemos seguramente la vida y gloria eterna.
Oración: Suplicámotes, Señor, que pe r dones a tus siervos los pecados de que son reos, para que ya que no podemos agradaros por nuestras obras, seamos sa l vos por la intercesión de la santa Madre de vuestro Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
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San Roque, confesor. -(t 1327)
16 de agosto
San Roque, abogado contra la pestilencia, fué de nación francés, y nació en la villa de Montpellier, en la provincia de Languedoc, de padres ilustres y ricos, y señores de aquel pueblo. Su padre se llamó Juan y su madre Libera. Desde niño mostró grande inclinación a la virtud; y siendo de doce años comenzó a macerar su cuerpo con ayunos y penitencias, y a hacer guerra a sus gustos y apetitos. Muertos sus padres, vendió en aquella t ierna edad la hacienda que pudo, que era riquísima, y la repartió a los pobres; y tomando el hábito de la tercera orden de san Francisco, y encomendando a un tío suyo el gobierno de su estado y vasallos, se vistió de romero, y dejando su patria, casa, deudos y amigos, se partió de Francia para Italia a visitar los Santos Lugares de Roma. Llegó al lugar de Acquapendente, donde halló muchos que estaban heridos de pestilencia. Fuese al hospital, y comenzó a servir a los pobres y a hacer la señal de la cruz sobre los apestados, y los sanó maravillosamente a todos. Los mismos milagros obró en Roma, Cesena, Placencia y otras ciudades de Italia. Mas para que él no se desvaneciese con tantas maravillas de la virtud de Dios, y para que acrecentase su corona con la paciencia, le dio una recia y aguda calentura, y permitió el Señor •que fuese herido en el muslo. Pasó este trabajo san Roque con entera resignación y alegría, retirado en un lugar desierto, donde la providencia de Dios ordenó que un perro le trajese cada día de la mesa de su amo un pedazo de pan con que se pudiese sustentar. Finalmente volvió a
Montpellier su partia, y hallóla muy alterada por la guerra, y como le tomasen por espía, echaron mano de él, y pusiéronle en la cárcel por orden de su mismo tío, a quien el santo ni quiso darse a conocer, por ser maltratado y padecer por amor del Señor. Cinco años estuvo allí desconocido de todos, hasta que entendiendo .que se llegaba el fin de su peregrinación, se armó con los santos Sacramentos, y entregó su espíritu al Creador, siendo de edad de treinta y dos años. En su muerte tocaron alegremente por sí mismas las campanas, y se halló junto a su cuerpo una tabla en que estaba escrito el
nombre del santo, y la vida que había llevado y el favor que alcanzaría del Señor a los que heridos de pestilencia implorasen con viva fe su patrocinio. Llevaron su sagrado cadáver con gran pompa a la iglesia y le sepultaron honoríficamente, y su tío, que era hombre rico y principal, le edificó un magnífico templo en el cual y en muchas partes Dios obró por san Roque muchos milagros.
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Reflexión: Creció más la devoción de los pueblos, por el gran portento que sucedió en la ciudad de Constanza el año 1414; donde celebrándose el Concilio, y siendo fatigada aquella tierra y comarca de una grave pestilencia, se le hizo al santo una solemnísima procesión en la cual se llevaba la imagen de san Roque, y luego cesó aquella terrible plaga y azote del Señor. También se ha experimentado este mismo favor del santo en otras muchas pa r t e s u de manera que los pueblos, ciudades y provincias en su mayor aflicción acuden a él, y le toman por intercesor, y por sus oraciones alcanzan del Señor el
• remedio que no han podido hallar en los médicos humanos y en las medicinas del cuerpo.
Oración: Rogárnoste, Señor, que guardes con tu continua piedad a tu pueblo, y que, por los méritos del glorioso san Roque, los libres de todo contagio de alma y cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. ^
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San Liberato, abad, y compañeros mártires. ( t 483)
Grandes fueron los estragos que hizo en África el furor del rey vándalo llamado Hunerico, que seguía la secta de los herejes arríanos; pero en el año séptimo de su reinado, publicó un edicto sobremanera impío y sacrilego,
' por el cual mandaba que se ar rasasen todos los monasterios, y se profanasen todas las iglesias consagradas a honra de la santísima Trinidad. Vinieron, pues, los soldados de Hunerico a un convento de monjes que vivían con grande ejemplo y opinión de santidad, debajo del gobierno del santo abad Liberato, entre los cuales se hallaba el diácono Bonifacio, los subdiáconos Servo y Rústico, y los santos monjes Rogato, Séptimo y Máximo: y habiendo los bárbaros derribado las puertas del monasterio, maltrataron con grande inhumanidad a aquellos inocentes siervos del Señor, y los llevaron presos a Cartago, y al tribunal de Hunerico. Ordenóles el tirano que negasen la fe del bautismo y de la santísima Trinidad; mas ellos confesaron con gran conformidad, un solo Dios en tres Personas, una sola fe y un solo bautismo: y añadió en nombre de todos san Liberato: «Ahora, oh rey impío, ejercita, si quieres, en nuestros cuerpos las invenciones de su crueldad; pero entiende que no nos espantan los tormentos, y que estamos prontos a dar la vida en defensa de nuestra fe católica.» Al oir el hereje estas palabras, bramó de rabia y furor, y mandó que le quitasen de delante aquellos hombres y los encerrasen en la más oscura y hedionda cárcel. Pero los católicos de Cartago hallaron modo de persuadir a los guardas, que soltasen a los santos monjes; y aunque éstos no quisieron verse libres de las prisiones que llevaban por amor de Cristo, aprovecharon alguna libertad que se íes concedió en la misma cárcel, para esforzar a otros muchos cristianos que por la misma fe estaban cargados de cadenas: lo cual habiendo llegado a oídos del tirano, castigó severamente a los guardas, y con despiadados suplicios a los santos monjes. Dio luego orden que aprestasen un bajel inútil y carcomido, y que habiendo echado en él buena cantidad de leña, pusiesen sobre ^lla a los santos confesores atados de pies y manos, y los abrasasen en el mar. Mas
17 de agosto
aunque los verdugos una y muchas veces aplicaron hachas encendidas en las ramas secas amontonadas en el barco, . nunca pudo prender en ellas el fuego. Atribuyó el bárbaro monarca aquel soberano prodigio a artes diabólicas y de encantamiento: y bramando de rabia, mandó que a golpes de remos les quebrasen las cabezas hasta derramarles los sesos, y los echasen en la mar. Arrojaron las olas a la playa los sagrados cadáveres de los santos mártires; y habiéndolos re cogidos los católicos los sepultaron honoríficamente.
Reflexión: La historia de todas las herejías ha sido siempre la historia de los odios sangrientos, de los sacrilegos desmanes, y de las más insoportables tiranías. Semejantes acciones propias de aquellos Vándalos, han hecho en nuestros días, en muchas partes, los enemigos de la fe católica, robando monasterios, profanando sacrilegamente los templos de Dios, y asesinando villana y cruelísima-mente a indefensos religiosos, sacerdotes y vírgenes consagradas a Dios. Inhumanos han sido pues como los Vándalos, pero más hipócritas y traidores que ellos porque han cometido tales crímenes a pesar de andar pregonando humanidad, tolerancia y libertad de pensamiento.
Oración: Oh Dios, que nos concedes la dicha de celebrar el nacimiento para el cielo de san Liberato y sus compañeros, mártires; otórganos también la gracia de gozar de su compañía en la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
241
Santa Elena, emperatriz 18 de agosto (t 328)
Siendo Constancio Cloro gobernador en Inglaterra, casó con Elena, hija de Coel, hermosísima doncella, muy avisada y honesta, y tuvo de ella al gran Constantino su hijo, que después fué emperador, el cual, favorecido de Dios por la virtud de la santa cruz, vino a ser señor absoluto y monarca de todo el imperio romano. Elena su madre se hizo cristiana, y después se convirtió también Constantino su hijo a nuestra santa religión. Viendo los judíos, que aquel a quien sus padres habían crucificado era tenido por verdadero Dios y adorado del mismo emperador y de los grandes de su imperio, alteráronse mucho y pretendieron rebelarse; pero fueron castigados severamente. Dejadas pues las armas, quisieron con las letras y disputas oscurecer la gloria de J e sucristo, y persuadir a santa Elena y al emperador su hijo, que habían de mudar de religión y tomar la de los judíos: y para sosegarlos, se dio orden que viniesen a Roma los más insignes letrados de los judíos y que acerca de ella disputasen con san Silvestre, vicario de Jesucristo; y el santo pontífice, en presencia del emperador y su madre, los convenció y confundió de tal manera que no supieron que responder, ni más hablar. Santa Elena con su hijo se halló también en un concilio romano celebrado por san Silvestre y firmó los decretos y leyes en él establecidos. Después que en Nicea se celebró aquel famoso y universal concilio en el que se condenó la perversa doctrina de Arrio, tuvo santa Elena revelación del cielo de ir a Jerusalén, y visitar aquellos santos lugares consagrados con la vida y
muerte de Cristo nuestro Salvador, y buscar en ellos el precioso madero de la santa Cruz. Fué la santa emperatriz, cargada de años, con grandes ansias de hallar tan precioso tesoro y manifestarle al mundo, y el Señor cumplió sus deseos, v declaró con evidentes milagros, ser aquella la misma cruz, en que murió el Autor de la vida. La santa emperatriz mandó edificar un suntuoso templo junto al monte Calvario, donde había hallado la santa Cruz, otro en la cueva de Belén y otro en el monte Olívete; los cuales dotó y enriqueció de muchos y preciosos dones. Visitó también los monasterios de vír
genes consagradas a Dios con tan rara modestia, que ella misma, vestida pobremente, les daba aguamanos y servía de rodillas: y después de haber andado por otros lugares y provincias de Palestina, y mandado edificar en ellos muchas iglesias y oratorios, y repartido largas limosnas y dado libertad a los presos de las cárceles en honra de Jesucristo, volvió, siendo ya de ochenta años, a Roma, donde estando presente el emperador Constantino su hijo y sus nietos, después de haberles dado muy santos consejos y su bendición, entregó su espíritu al Creador.
Reflexión: ¿Cómo pudieron imaginar los judíos deicidas que aquella Cruz tan afrentosa en que pusieron a Cristo, había de ser adorada de las gentes y puesta como el más precioso ornamento de las coronas de los emperadores del mundo? Es un acontecimiento que ha durado ya largos siglos. Y ¿cómo podrían creer los modernos enemigos de la Cruz de Cristo y de su Iglesia que esta misma Cruz ha de triunfar finalmente de todo el mundo universo? Será también un acontecimiento: porque escrito está que cuando llegue la plenitud de las naciones, se convertirá Israel, y que el Crucificado ha de atraer a sí todas las cosas.
Oración: Oh Señor Jesucristo que r e velaste a la bienaventurada Elena el lu gar donde estaba oculta tu santa Cruz, para enriquecer a tu Iglesia con este t e soro preciosísimo; concédenos por su intercesión, que por el precio inestimable de este árbol de vida, alcancemos el premio de la vida eterna. Por Jesucristo^ nuestro Señor. Amén.
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San Luis, obispo y confesor. ( t 1297)
19 de agosto
El clarísimo príncipe, humilde fraile menor y admirable obispo san Luis, nació en Brignola, lugar de la Provenza, cerca de Marsella, y fué hijo de Carlos II, rey de Francia y Sicilia y conde de Provenza, y de María, hija del rey de Hungría. Andando muy encendida la guerra entre el rey de Aragón don Pedro y Carlos rey de las dos Sicilias, fué preso éste en una batalla muy sangrienta, que tuvieron por mar, y llevado a Barcelona y hechas las paces con ciertas condiciones, para cumplimiento de ellas, al salir de la prisión, dejó en rehenes a sus tres hijos, Luis que era el mayor, Roberto y Raimundo. Siete años estuvieron presos en Barcelona estos tres hermanos. Aprovechándose san Luis de aquella soledad y haciendo de la necesidad virtud se ocupó en el estudio de las buenas letras y en la oración. Tuvo excelentes maestros de la orden de san Francisco y santo Domingo y alcanzó tan rara sabiduría, que no parecía aprendida por los libros, sino divina, y dada del cielo. Era hermoso sobremanera, honestísimo y enemigo de toda liviandad. Estando aún preso, mandó llamar a todos los presos de la ciudad de Barcelona para lavarles los pies y servirles la comida, y viniendo entre ellos uno de grandes estatura, y con los pies cubiertos de lepra, san Luis le lavó con más diligencia y devoción que a los otros. Al día siguiente, que era Viernes santo, buscándole con gran diligencia, no se pudo hallar aquel leproso, y se tuvo por cierto que Cristo nuestro Redentor en aquella figura había querido favorecer al santo. Alcanzada ya la libertad, daba de comer en su casa a veinticinco pobres y él por su persona los servía. En este tiempo hizo voto de tomar el hábito de san Francisco. Mas habiendo ido a Roma con su mismo padre, allí se ordenó de subdiácono y en Ñapóles de diácono y sacerdote, y fué constreñido a aceptar el obispado de To-losa por mandato del papa Benifacio VIII, el cual vencido de los ruegos del santo, le permitió que primero vistiese el hábito de san Francisco, e hiciese luego su profesión, como la hizo con gran consuelo de su alma. Recibiéronle después en Tomasa como a un ángel del cielo; y el santo obispo procuró ser y parecer fraile menor
en todo, edificando con su humildad, y predicando con apostólico celo no solo en Tolosa, sino también en muchos otros lugares de Francia, de Cataluña, y de Italia. Finalmente andando con vivos deseos de dejar la carga pastoral, determinó para ello ir a Roma, mas fué nuestro. Señor servido, que llegando a Brig-nofá y estando en la misma casa donde su tío san Luis rey de Francia había nacido, enfermó gravemente; y entendiendo que Dios le quería para sí, y recibidos con gran devoción los sacramentos, abrazado con una cruz dio su bendito espíritu' a su Dios y Señor, teniendo de edad veintitrés años y seis meses.
Reflexión: ¿Quién leerá las virtudes de este admirable joven, que no se maraville y alabe al Señor, que le puso en tan breves años por dechado de jóvenes, de príncipes, de obispos, de nombres apostólicos y de santos religiosos? ¡Oh! ¡cuánto más esclarecida es su memoria, por haber hollado el reino, que si lo hubiera tenido como su padre, su abuelo y su hermano! ¡Los mismos reyes y emperadores se postran hoy ante sus r e liquias, e invocan su favor, y su misma madre tuvo a grande honra el venerar a su santo hijo puesto ya en los altares!
Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice san Luis, acreciente en nosotros la gracia de la devoción, y la salud de nuestras a l mas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Bernardo, abad y doctor. — 20 de agosto (t 1153)
San Bernardo, abad de Claraval, melifluo doctor, y lumbrera resplandeciente de la Iglesia, nació en un pequeño lugar de la provincia de Borgoña, llamado Fontana, y fué hijo de Teselino, caballero y honrado militar, y de Alicia de Mon-tebarro, señora tan noble como virtuosa. Era Bernardo de muy linda disposición y rara hermosura, y tan honesto y recatado, que porque una vez se descuidó un poco poniendo los ojos en el rostro de una mujer, se arrojó desnudo en un estanque de agua casi helada, de donde le sacaron medio muerto. Conociendo la vanidad del* mundo, determinó entrar en la Religión del Cister que poco antes había sido fundada por el abad Roberto, debajo de la Regla de san Benito, y atrajo a ella con su ejemplo a sus cinco hermanos, y a su tío, y otros treinta compañeros. Dijo el hermano mayor a Nevardo que era el más joven y estaba jugando: ^Nevardo, quédate a Dios: nosotros nos vamos al monasterio, y te dejamos por heredero de toda nuestra hacienda». A lo que contestó el muchacho: «Pues (cómo? ¿Tomáis vosotros el cielo y me dejáis a mi la tierra? No es ésta buena partición». Y así de allí a algunos días también siguió a sus hermanos. Comenzó su noviciado nuestro santo siendo de edad de veintitrés años, con tan grande recogimiento, que habiendo estado un año entero en la pieza de los novicios, no sabía si el techo era de bóveda o de madera. Habiendo el abad Esteban edificado el monasterio de Claraval, hizo abad de él a san Bernardo, y entre los muchos caballeros que tomaron el hábito de manos
del santo, uno fué Teselino, su mismo padre, el cual haciéndose hijo espiritual de su hijo acabó santamente su vida en aquel monasterio. Deseaba el santo abad estarse allí'toda su vida desconocido del mundo y por esta causa renunció muchas veces grandes dignidades y obispados; pero fué necesario que saliese de su pobre celda para reconciliar con la Iglesia romana a los cismáticos que después de la muerte del papa Honorio habían ensalzado al antipapa Anacleto; y persuadir al rey Enrique de Inglaterra, y al conde Guillermo, y al emperador Lotario, que acatasen a Inocencia como a sumo y verdadero
pastor de la Iglesia. Hubo de reprimir también el santo a los famosos herejes Pedro Abelardo y Enrique, que durante aquel cisma publicaron guerra contra J e sucristo y su Iglesia: y predicar después por ordenación del pontífice Eugenio III la cruzada capitaneada por el emperador Conrado y el rey de Francia san Luis contra los sarracenos e infieles que infestaban la Tierra Santa. Finalmente habiendo san Bernardo predicado como varón enviado de Dios, y escrito muchos y sapientísimos libros, y obrado grandes milagros, y dejado fundados ciento sesenta monasterios de su orden, entre las manos y lágrimas de sus hijos, dio su purísima alma al Creador.
Reflexión: Entrando un día san Bernardo en la iglesia mayor de Espira, ciudad de Alemania y cámara del imperio, acompañado de todo el clero y de gran muchedumbre del pueblo, se arrodilló tres veces en tres lugares diferentes y dijo en el primero: O clemens; en el segundo: O pía; en el tercero: O dulcís virgo María, y en memoria de esta salutación del santo, hoy día en la misma iglesia están tres láminas de metal, en que se leen estas palabras y todos los días se canta la Salve Regina con gran solemnidad. Recémosla nosotros cada día devotamente, para mostrarnos también hijos de tan clemente, piadosa y dulcísima Madre.
Oración: Oh Dios, que diste a tu pueblo al bienaventurado Bernardo por ministro de la salud eterna, concédenos que tengamos por intercesor en los cielos al que en la tierra tuvimos por maestro de santa vida. Por Jesucristo, nuestro Se<v ñor. Amén.
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Santa Juana Francisca de Chantal, fundadora. — 21 de agosto (t 1641)
La santísima fundadora de las religiosas de la Visitación, Juana Francisca . Fremiot de Chantal, nació en la ciudad de Dijón, cabeza del ducado de Borgoña en el reino de Francia. Era a la sazón el padre de Juana Francisca, presidente del Parlamento de Borgoña, y como un caballero que profesaba la secta infernal de Calvino, le visiíase y acariciase a la santa niña y le diese algunos regalillos, ella los ar rojó luego al fuego, diciendo: «Ved cómo arderán en el infierno los herejes que no vuelvan a la verdadera fe católica»: y a una criada entrada ya en años, que procuraba apartarla de las cosas de Dios y aficionarla a las del mundo, r e prendió ásperamente, diciéndole que no quería que de allí adelante la sirviese en cosa alguna. Siendo ya de edad competente, la casó su padre con el barón de Chantal, con quien vivió como perfecta casada. Jamás recibía visitas de caballeros, en ausencia de su marido; y cuan-:o podía ahorrar de atavíos y regalos su-pírfluos, lo daba por su mano a los pobres. Llevó con perfecta resignación, ocho años después, la muerte de su marido, herido involuntariamente por un compañero con quien había salido a cazar, y los malos tratamientos que por espacio de siete años recibió en la casa de su suegro, de una antigua criada que hacía burla de su piedad y la trataba como a esclava, y las tentaciones gravísimas que permitió el Señor que la purificasen como el oro en el crisol, de las cuales escribió la sierva de Dios que la afligían tanto, que cualquiera hora del día trocara de buena gana por la hora de la muerte. Hizo voto de perpetua castidad; y al pedirla por esposa cierto caballero rico y noble, con una lámina candente se grabó ella en el pecho el nombre de Jesús, al cual escogió por perpetuo y divino Esposo. Fundó después la Congregación de la Visitación de María por consejo de su director espiritual san Francisco de Sales, el cual la mudó más tarde en Religión con clausura y votos solemnes, y dio a las religiosas la Regla de san Agustín y otras constituciones llenas de celestial sabiduría, asestando como cimien-Vs de su nuevo instituto la caridad y humildad, y el amor de Dios, como el alma
de toda su vida religiosa. Y prendió tanto fuego este amor divino en el corazón de la santa fundadora, que se obligó con voto a obrar siempre lo que entendiese ser más perfecto y agradable al Señor; y Dios en retorno ilustró a su sierva con esclarecidos dones de profecía, de discreción de espíritus y de milagros, y con la veneración de los príncipes, de los reyes, de los obispos y de los santos. Finalmente habiendo renunciado la santa el cargo de superiora y rehusado siempre el nombre de fundadora, a la edad de sesenta y ocho años, enfermó de muerte, y pronunciando tres veces el adorable nombre de Jesús, entregó su alma a su divino Esposo.
Reflexión: ¿Quién no admira en la vida de santa Juana Francisca, un vivo r e trato de la mujer fuerte? Y a la vista de semejante ejemplo de fortaleza, ¿quién no atrepellará por dificultades mucho menores que se le atraviesan en el camino de la virtud? ¿Por ventura ha de ser re cibido en triunfo el soldado que arrojó las armas y huyó de los enemigos? ¿O ha de entrar por la puerta triunfal del cielo el cristiano que arrojó la Cruz de' Cristo y se entregó a los enemigos de su alma?
Oración: Oh Dios omnipotente y mi sericordioso, que diste un admirable es-, píritu de fortaleza a la bienaventurada Juana Francisca, y que por medio de ella quisiste ilustrar tu Iglesia con una nueva familia, concédenos tu gracia para vencer las dificultades que se nos atraviesen en tu servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Sinforiano, mártir. — 22 de agosto ( t hacia el año 180)
El ilustre mancebo y mártir de Cristo san Sinforiano nació en Autún, ciudad de la provincia de Borgoña en el reino de Francia. Su padre que se llamaba Fausto y era caballero rico y muy cristiano, le crió en nobles costumbres _y temor santo del Señor. Siendo ya mancebo, Sinforiano era estimado por los mismos gentiles, por su mucha gracia y buen ingenio, y celebrando un día los paganos en aquella ciudad una fiesta muy solemne a Berecintia o Cibeles, cuyo ídolo llevaban en unas andas con gran pompa y majestad, a pesar de que todo el pueblo se postraba a adorarle, el valeroso joven Sinforiano no quiso inclinarse ante aquella estatua y monstruo infernal: sino que con gran desprecio le volvió las espaldas e hizo burla de él, de manera que fué notado y acusado al juez Heraclio. Presentado ante el t r i bunal, y preguntado cómo se llamaba y quTén era, respondió que se llamaba Sinforiano y que profesaba la ley de Cristo. Deseando el juez librarle de la muerte, por respeto a su nobleza y a su edad, le persuadía con muchas palabras, que obedeciese a los mandatos del emperador y adorase a los dioses. Mas el magnánimo mancebo no hizo caso ni de sus promesas ni de sus amenazas. «Yo adoro, le dijo, a mi Señor Jesucristo, a quién reverencian todos los hombres más virtuosos y santos del imperio; y me duelo de vuestra ceguedad, viendo que adoráis unos dioses tan criminales, que si vivieran, merecieran por toda justicia la pena de muerte». Enojóse sobremanera el impío juez oyendo semejantes razones,
y mandó azotar bárbaramente al animoso mancebo, y echarle después a la cárcel, y dio sentencia que sin probarle con otros tormentos, fuese degollado. Cuando le llevaban al suplicio, viéndole su santa madre, comenzó con grande espíritu y esfuerzo a exhortarle que muriese con alegría, y a decirle estas palabras: «Hijo mío Sinforiano, hijo de mis entrañas, acuérdate de Dios vivo, ármate de su fortaleza y constancia; no hay que temer la muerte que nos lleva a la vida. Alza, hijo mío, tu corazón, y mira a Aquél que reina en los cielos. No temas los tormentos, porque durarán poco, y piensa que
con ellos no se te quita la vida, sino que se trueca por otra mejor. Por ellos alcanzarás hoy mismo la gloria de los santos, y la corona inmortal con que te convida Jesucristo». Todo esto dijo la santa madre a su amado hijo, el cual animado con sus palabras y con el espíritu del cielo, tendió el cuello al cuchillo, y fué descabezado fuera de los muros de la ciudad. Los cristianos tomaron de noche su cuerpo y lo enterraron cerca de una fuente, en la cual obró nuestro Señor por él muchos milagros.
Reflexión: Anímense los jóvenes con el ejemplo de este valeroso mancebo, mártir de Cristo, a hacer loables y heroicas acciones que redunden en honra de Dios, y sean de común edificación. En ellas estará bien empleada su magnanimidad y ardor juvenil. Porque, ¿qué valor es menester para dejarse arrastrar de la corriente del mal, de las pasiones desenfrenadas y de los perversos ejemplos? Para esto no hace falta el valor: el joven más cobarde y vil puede ser el más esclavo de sus liviandades y más falto de toda honradez y virtud. La gloria de los jóvenes está en que a pesar de las malas inclinaciones de la naturaleza, de los malos ejemplos y de la corriente del mal, obren ellos el bien: y entonces son admirables y de grande ejemplo sus virtudes.
Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que cuantos celebramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado mártir Sinforiano, seamos por su intercesión fortalecidos en el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Se \ ñor. Amén.
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San Felipe Benicio, confesor. — 23 de agosto ( t 1285)
El humildísimo y gloriosísimo siervo de María, san Felipe Benicio, nació de ilustres padres en la ciudad de Florencia, el día de la Asunción de nuestra Señora, y día en que nació en la misma ciudad la esclarecida Religión de los siervos de María, como quien venía al mundo para gran siervo de esta soberana Virgen y para lustre y ornamento grande de la Orden de sus siervos. Habiendo aprendido las primeras letras fué enviado de sus padres a la universidad de París, donde cursó nueve años, y se graduó de filosofía y medicina, siguiendo en esta facultad a Diego, su padre. Vuelto a su casa, frecuentaba la iglesia de los padres servitas, llamada la Anunciata. Apareciósele una noche la Virgen y le dijo: «Felipe: ve por la mañana a mis siervos, y sabrás lo que has de hacer para ser fiel siervo mío.» Pos
tróse Felipe delante del prior, y con hu mildad y lágrimas le pidió el hábito de los Siervos de María; y ocultando lo que había estudiado, quiso ser religioso lego. Pero Dios le descubrió más tarde al mundo, y avisado su General por dos^ religiosos dominicos, del tesoro de sabiduría del santo lego, hízole ordenar de sacerdote, y después el capítulo general le eligió por prior de toda la Orden; y aun algunos años después por muerte de Clemente IV, deseaban los cardenales que fuese puesto en la silla de san Pedro. Pero el humildísimo siervo de María, dijo con espíritu profético al cardenal Oto-bono, que le instaba a aceptar la dignidad de sumo pastor de la Iglesia: «Yo no seré pontífice, y vuestra eminencia sí; aunque gobernará pocos días la Iglesia». Y así sucedió; porque Otobono que en su asunción se llamó Adriano V, no vivió cuarenta días en el pontificado; y el santo estuvo escondido en las asperezas del monte Juniato por espacio de tres meses hasta que fué elegido sumo pontífice Gregorio X. Envióle este papa a Pistoya a sosegar los célebres bandos, de los güelfos y gibelinos, y no solo los sosegó, sino ganó para su religión al capitán de la facción gibelina; y Nicolao III le mandó a Alemania para que con su predicación desterrase las herejías y pacificase las guerras civiles que tenían
^ m u y afligido el imperio. Era tal la eficacia de su predicación, confirmada a
veces con asombrosos milagros, que ganaba todos los corazones de los que le oían: con que convirtió casi innumerables herejes a la fe, y pecadores a penitencia, y trajo a su religión más de diez mil personas, fuera de los Terceros, que fueron en excesivo número. Llegándose a la ciudad de Todi, en la Toscana, montado en un jumentillo, le salieron a recibir al camino con ramos de oliva y aclamaciones, diciendo a voces: Bendito el que viene en el nombre del Señor, y entonces profetizando él su próxima muerte, dijo: Haec requies mea in saeculum saeculi. Aquí será mi descanso por los siglos de los siglos; y en efecto, pocos días después, falleció a la edad de cincuenta y dos años, llenándose todo el convento de suavísima fragancia, y despidiendo su rostro grande claridad en las tinieblas de la noche.
Reflexión: Negando una mujer incrédula los milagros de san Felipe, por justo castigo de Dios quedó de repente muda. Reconociendo que aquel era castigo de Dios, pidió perdón al santo y luego cobró el uso de la lengua que empleó después toda la vida en sus alabanzas. Sirva este caso de ejemplo para saber con qué reverencia debemos hablar siempre de los santos. ¡Cuánto más vale imitar sus virtudes, que medirlas con nuestra cortedad y tibieza!
Oración: Oh Dios, que por medio de tu confesor el bienaventurado Felipe, nos diste tan insigne ejemplo de humildad; concede a tus siervos la gracia de menospreciar las honras de la tierra, y buscar solamente las del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Bartolomé, apóstol. — 24 de agosto (t 71)
El gloriosísimo apóstol y tortísimo mártir de Cristo san Bartolomé, fué natural de Galilea, hijo de Tolmai, y- de oficio pescador como su padre, según dice el historiador Josefo. Luego que fué llamado por Jesucristo, lo dejó todo para siempre; y así fué testigo de casi todas sus palabras, obras y prodigios. Después de la pasión y muerte de Cristo vio muchas veces al Señor vivo y resucitado, y fué testigo ocular de su gloriosa Ascensión a los cielos. Y a los cincuenta días de la Resurrección, habiendo recibido el Espíritu Santo y el don de lenguas, al tiempo xque los apóstoles dividieron entre sí las provincias del mundo para predicar el Evangelio, cupo a san Bartolomé la misión de Licaonia, de Albania, de las Indias orientales y de Armenia. Llevóse consigo el libro del Evangelio, escrito por san Mateo en lengua hebrea, y como dice san Crisóstomo, por todas partes donde esparcía las primeras semillas de la fe, eran tan colmados los frutos, que los gentiles se asombraban de la rara mudanza de costumbres, y de la pureza, templanza y virtud de los pueblos que se convertían. De la Licaonia pasó a la India citerior, como lo escriben Orígenes, Eusebio y san Jerónimo; y añade san Panteno que más tarde se halló en aquella región una copia del Evangelio hebreo que llevaba consigo el santo apóstol. De allí vino a la mayor Armenia, y a la ciudad, que era cabeza de aquel reino, donde había un templo del famoso ídolo llamado Astarot, en el cual el demonio con sus embustes daba oráculos y prometía la salud a los que le sacrificaban; mas
habiendo el santo entrado en aquel templo, el ídolo enmudeció, causando esto grande asombro a aquella miserable gente. Acudieron para saber la causa de aquel extraño silencio a otro ídolo llamado Berit, el cual respondió que la causa no era otra que la presencia de un hombre de Dios llamado Bartolomé, a quien el espíritu del oráculo había visto cercado de muchedumbre de espíritus celestiales, muy poderosos. En esta sazón el santo apóstol hizo pedazos el ídolo y lanzó el maligno espíritu que afligía sobremanera a una hija del rey armenio llamado Pole-món, el cual abrazó la fe de Cris
to y se bautizó con toda su corte y familia. Quisieron vengarse los sacerdotes de los ídolos, y acudieron a un hermano de aquel rey, que se llamaba Astiages, y t e nía su estado en otra parte de Armenia, persuadiéndole que si no daba muerte a Bartolomé vería la ruina del culto de sus dioses, y también la de su casa, familia y reino. Mandó pues Astiages, con falso pretexto de convertirse, llamar al santo apóstol, que deseaba ya terminar su carrera y unirse con Cristo; y cuando lo hubo en su poder el bárbaro tirano, ordenó que le hiriesen con varillas de hierro, que le desollasen vivo, y finalmente le cortasen la cabeza.
Reflexión: Cuando los fieles visitan en Roma la iglesia de san Bartolomé y contemplan junto al sepulcro del santo que • está debajo del altar mayor, una estatua preciosa que lo representa muy al vivo y tal como quedó después del suplicio, se llenan sus almas de compasión y sus ojos de lágrimas. Mas ¿qué fuera ver el mismo cuerpo del santo tan sangriento y desollado por amor de Cristo? ¿Quién no reconociera en aquella llaga de todo su cuerpo un sello auténtico y testimonio irrecusable de la verdad evangélica que predicaba el santo apóstol?
Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios que nos llenas de espiritual alegría con la fiesta de tu bienaventurado apóstol san Bartolomé; concede a tu Iglesia la gracia de amar con grande estima la verdad de la fe que creyó, y de ensalzar lo que enseñó. Por Jesucristo, nuestro Se-, ñor. Amén.
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San Luis, rey de Francia. — 25 de agosto (t 1270)
San Luis, rey de Francia, nono de este nombre, espejo de r e yes y ornamento de su nación, fué hijo de Luis VIII, rey asimismo de Francia, y de doña Blanca,, hija de Alonso VIII, rey de Castilla, y héroe de las Navas de Tolosa. Quedó san Luis huérfano de padre a la edad de doce años, y debajo de la tutela de su madre, la cual solía decirle: «Hijo mío, antes querría verte muerto delante de mis ojos, que con algún pecado mortal.» Las, cuales palabras de tal manera se le asentaron en el corazón al hijo, que jamás cometió culpa grave. Y a los cuatro hijos que tuvo se las repetía como la mejor bendición. Traía a raíz, de las carnes un áspero cilicio; los sábados lavaba los pies a algunos pobres, y los días de fiesta daba por sus manos de comer a más de doscientos. Edificó en su palacio real de París una capilla muy suntuosa, donde solía orar con gran fervor, en la cual puso el hierro de la lanza que abrió el costado de Cristo con otras reliquias muy preciosas. Era tan grande su fe al santísimo Sacramento, que habiendo aparecido en París un niño hermosísimo en la Hostia, diciendo un sacerdote misa, y concurriendo el pueblo a verle, el santo rey no quiso ir, diciendo que no tenía necesidad de aquel milagro para creer que Cristo estaba en la Hostia consagrada. Hizo ley que a los blasfemos y perjuros los herrasen y cauterizasen como a esclavos; y castigando con rigor a los herejes, desarraigó la herejía de todo su reino. No fué menos celoso de la justicia; y por su persona trataba las causas de los pobres dos veces cada semana debajo de la célebre encina de Vicennes. Pidió la cruz, que en aquel tiempo se predicaba para la conquista de la Tierra Santa: se la puso en el vestido, y habiendo juntado un numeroso y lucido ejército, se embarcó con toda su gente después de haber hecho procesiones y rogativas para que Dios favoreciese sus píos intentos y diese buen suceso a aquella jornada. Mas aunque ganó en Egipto el ejército cristiana la ciudad de Damieta, y peleó dos veces con los moros con gran mantanza de aquellos bárbaros, en castigo de la ambición de algunos capitanes y de las estragadas costumbres de los soldados,
no alcanzó la victoria en aquella guerra ni en la otra cruzada que llegando a Túnez fué contagiada de una maligna pestilencia que asolaba aquella región, de la cual fué herido el santo Rey, a quien el Señor en lugar de la Jerusalén de la tierra, dio la Jerusalén celestial y la eterna recompensa de sus heroicas virtudes.
Reflexión: Estando san Luis para morir, escribió para su hijo el rey Felipe entre otros documentos los que siguen: «Hijo p í o , le dijo; ante todas cósasete encomiendo qué ames a Dios mucho, porque el que no le ama no puede ser salvo. No des lugar a pecado mortal, aunque por no cometerlo padezcas cualquier género de tormento. Confiesa a menudo tus pecados, y busca confesor sabio para que te sepa enseñar lo que has de seguir y lo que has de huir, y trata con él de manera que tenga osadía para reprehenderte y darte a entender la gravedad de tus culpas. Mira con mucho cuidado a quien das la vara de la justicia; y escoge para jueces los mejores hombres de tu reino.» No es maravilla, pues, que san Luis fuese bendecido y aclamado de todo su reino no sólo como santo rey, mas también como padre de todos sus vasallos.
Oración: Oh Dios, que trasladaste a tu confesor el bienaventurado Luis desde el reino de la tierra a la gloria del cielo; concédenos que por su intercesión y por sus méritos, seamos recibidos en el reino del Rey de los reyes Jesucristo, tu único Hijo, nuestro Señor. Amén.
249
San Zeferino, papa y mártir. — 26 de agosto (t 220)
El celosísimo pastor de la Iglesia y glorioso mártir de Cristo, san Zeferino, nació en Roma de familia patricia, y fué hijo de Abundio, caballero noble y cristiano. Por sus letras, y sobre todo por sus loables y santas costumbres, fué re cibido y contado entre el clero de la iglesia de Roma, y habiendo padecido el martirio el papa san Víctor, pasaron los fieles once días en oraciones, vigilias y ayunos para acertar en la elección del nuevo pontífice que había de sucederle, al fin de los cuales vieron al Espíritu Santo que en figura de paloma posaba sobre la cabeza de san Zeferino. El primer año de su pontificado, que fué el décimo del imperio de Severo, se levantó una de las más recias persecuciones contra la Iglesia; señaladamente contra los fieles de Roma, que en crecidísimo número y de todos estados y condiciones habían abrazado la fe. Corría con abundancia todos los días la sangre de los mártires; las cárceles estaban llenas de confesores de Cristo, y las cavernas, de cristianos amedrentados por el furor de los perseguidores: y nuestro santo pontífice, ajeno de todo temor, de día y de noche los visitaba en sus casas, en las cárceles y en las catacumbas, animándolos, dándoles l imosnas y fortaleciéndolos con los sacramentos. Nueve años duró esta terrible persecución, hasta que con la muerte del impío Severo, volvió la Iglesia a gozar de paz. Mas entonces comenzaron a tur barla algunos herejes. Uno de aquellos fué Práxeas, que venido de Asia, negaba la santísima Trinidad y decía que la persona del Padre era la que había pa
decido muerte y pasión, y por esto los herejes que le seguían, se llamaban Patrt passianos. Confundió el papa san Zeferino al heresiarca; el cual abjuró sus errores; pero como los que son cabezas de alguna secta casi nunca se convierten de veras, habiendo pasado Práxeas a África volvió a sus desvarios, y murió desastrosamente como hereje. También afligió al santo pontífice el hereje Natal, que llevado de torpe avaricia se hizo cabeza de los Teodorianos, aunque después se arrepintió de sus culpas y perseveró fiel hasta la muerte. No sabemos por cosa tan segura la conversión de Tertuliano, que
llevado de su natural austero, desobedeció a los decretos suaves del santo pontífice. Finalmente ordenó este santo que en el sacrificio de la misa no se consagrase ya en cálices . de madera, sino de vidrio, aunque después se determinó que por el peligro de quebrarse, fuesen de oro o plata, o a lo menos de estaño. Mandó también que todos los fieles comulgasen el días de Pascua, y que celebrando el obispo se hallasen presentes siete sacerdotes: y después de haber gobernado la Iglesia de Dios por espacio de diez y ocho años, lleno de días, trabajos y méritos, alcanzó la gloria del martirio y fué sepultado en el cementerio de Calixto en la vía Apia.
Reflexión: Leemos en la Historia de Eusebio, que solía decir san Zeferino que más temía a los herejes que a los sangrientos perseguidores: porque en efecto la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos; pero la doctrina herética es cáncer que corroe la Iglesia: la sangre de los mártires es savia que da nuevo vigor a la fe; la herejía es una tisis maligna que mata la fe o la deja flaca y sin fuerzas: y en fin la persecución sangrienta sólo da la muerte a los cuerpos; pero la herejía mata las almas y les quita la vida eterna.
Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que nos concedas la gracia de aprovecharnos de los ejemplos de tu bienaventurado pontífice y mártir Zeferino, de cuyos merecimientos nos gozamos. Pon Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
350
San José de Calasanz, fundador. — 27 de agosto (t 1648)
El apostólico maestro de los niños pobres, y gloriosísimo fundador de las Escuelas Pías, san José de Calasanz, nació en la villa de Peralta de la Sal. Tuvo desde muy niño singular devoción con nuestra Señora, y de ella predicaba a los otros niños, los cuales le llamaban el Santico. Graduado de doctor en filosofía y derecho civil y canónico en la Universidad de Lérida, pasó a Valencia para cursar la Teología, donde se libró como el casto José de un gran peligro de perder la joya de la castidad, que había ofrecido con voto a honra de la Madre de Dios. Ordenado de sacerdote hizo oficio de secretario en las cortes que Felipe II tuvo en Monzón, y en la visita del mismo rey al monasterio de Montserrat, fué muy honrado por su obispo diocesano de Urgel. Pero sentíase el varón de Dios poderosamente movido a ir a Roma, donde el Señor le había de mostrar su voluntad, y habiendo allí visto un día unas cuadrillas de muchachos que se apedreaban y decían muchas blasfemias y maldiciones, oyó en su interior aquellas palabras del salmo: «Para ti queda reservado el cuidado del pobre»; y de acuerdo con el párroco de santa Dorotea, que le ofreció su casa para escuela de niños pobres, dio principio a sus Escuelas Pías, siendo de edad de cuarenta y un años. Las contradicciones que hubo de vencer el santo para llevar adelante tan santa obra fueron extraordinarias sobremanera y las mayores que podían ser. Porque no sólo procuraron apartarle de su propósito, ofreciéndole muchas veces hacerle obispo y también cardenal, sino que los primeros compañeros que tuvo le abandonaron, faltóle el lugar de la escuela, fué calumniado por los otros maestros de las escuelas, y delatado muchas veces ante el romano pontífice: y cuando superados con el favor de Dios todos estos impedimentos, t e nía ya su nueva Religión aprobada por Gregorio XV, e ilustrada con muchos varones nobles y santos, y maravillosamente extendida casi por toda la cristiandad, por la malicia del demonio y de los émulos, fué depuesto del generalato, y reducida su religión a congregación de sacer-
j dotes seglares, y tan caída, que sólo podía esperarse que se diluiría como la sal
en el agua. Mas el santísimo y pacientí-simo fundador, dijo como Job: El Señor lo dio, el Señor lo quitó, sea bendito su santo nombre. Y el Señor en retorno esclarecía a su siervo tan humillado y perseguido, con soberanas revelaciones y dones de profecía y de milagros, de manera que no parecía sino que había puesto en sus manos la salud y la vida para darla a los enfermos y a los difuntos por quienes hacía el santo oración. Finalmente habiendo alcanzado la gracia de morir en la cruz de los trabajos y persecuciones, a la edad de noventa y dos años, descansó en el Señor, y se cumplió después la profecía que hizo diciendo que no perecería su religión, la cual fué reintegrada por Clemente IX.
Reflexión: Nunca podrá ser bastantemente ponderada la trabajosísima y heroica empresa de educar cristianamente a los niños que san José de Calasanz escogió para sí y para su Religión, tan benemérita de la Iglesia y de la sociedad. ¿No son los niños, quienes más tarde han de formar la sociedad? ¿Y no pende principalmente de la primera educación, el porvenir de ella, y el bien temporal y eterno de los individuos y de la familia?
Oración: Oh Dios, que por medio de tu confesor san José, te dignaste proveer a tu Iglesia de un nuevo auxilio para educar a la juventud en las letras y en Ja piedad, concédenqs por su intercesión, que a su ejemplo obremos y enseñemos de modo que consigamos la eterna recompensa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
251
San Agustín, obispo y doctor. ( t 430)
28 de agosto
El doctor máximo de la Iglesia san Agustín nació en Tagaste, ciudad de África, y fué dotado de un maravilloso ingenio, que descubrió ya desde niño. Su madre, santa Mónica, le crió en santas costumbres: pero como su padre que era gentil no permitiese que se le bautizase, pasando Agustín a Cartago para aprender las letras humanas, se inficionó con los errores de los maniqueos. De allí fué a Roma, donde dio tales muestras de su saber e ingenio, que el prefecto de la ciudad le mandó con grandes recompensas a Milán para enseñar retórica, en tiempo en que era obispo de esta ciudad san Ambrosio. Santa Mónica, que con fervorosas oraciones y continuas lágrimas no cesaba de pedir al cielo la conversión de su hijo, logró que éste fuera a oir las elocuentes homilías del santo obispo. Conmoviéronle tan profundamente las palabras de san Ambrosio, que se hizo bautizar por él, siendo de edad de treinta años. Vuelto al África no se contentó con ejercitar él todas las virtudes propias de un cristiano fervoroso, mas también se hizo ordenar de sacerdote por Valerio, obispo de Hipona, y fundó una orden religiosa de sacerdotes, que, viviendo vida común, imitaban la de los apóstoles, teniendo por superior y maestro y ejemplo a san Agustín. Por esta sazón, cobrando nuevas fuerzas la secta infernal de los maniqueos, levantó su voz el santo contra el heresiarca Fortunato, y lo refutó victoriosamente: por lo cual él obispo Valerio le nombró coadjutor suyo y sucesor en el obispado. A la elocuencia tr iunfante de sus sermones añadió luego el
santo la profunda sabiduría de sus libros. Con unos y con otros combatía con tal fuerza de razones y argumentos a los herejes, que no les dejaba en paz, y así limpió el África de los errores de los maniqueos, de los donatistas y de los pelagianos que tenían inficionada aquella provincia; con la cual proveyó de nuevas armas y pertrechos a la teología cristiana. Porque tantos fueron los volúmenes que escribió, tan llenos de la doctrina más sublime y pura, y de tanta piedad y unción divina, que siguiendo las huellas de tan sabio y santo doctor, los que más tarde redujeron a forma científica la teología
cristiana, pudieron formar un cuerpo completo de doctrina, que sirviera parra enseñar la más soberana y celestial de las ciencias. Enfermó san Agustín en ocasión en que los Vándalos tenían ya puesto cerco en la ciudad de Hipona, y conociendo que se le acercaba el fin de su vida, leía de continuo los salmos penitenciales de David: y puesto en oración y llorando muchas lágrimas sus religiosos que estaban presentes, a los setenta y seis años de edad y treinta y seis de obispado dio su bendita alma al Señor que para tanta gloria suya le había criado.
Reflexión: Siendo Agustín en su ju ventud muy ambicioso del aplauso de los hombres, permitió Dios que, a pesar de su clara inteligencia y sutil ingenio, cayese en los errores de los herejes e imitase sus costumbres depravadas; pero humillándose a escuchar la predicación de san Ambrosio con toda docilidad, comunicóle el cielo tan copiosa luz de las verdades católicas, que llegó a ser uno de los hombres más sabios que han visto los siglos y uno de los mayores santos de la Iglesia. ¿Quieres tú que Dios te ilumine con su luz y te llene de su gracia? Enfrena tu vanidad y orgullo y reconoce tu vileza e ignorancia.
Oración: Atiende a nuestras súplicas, oh Dios todopoderoso, y por intercesión de san Agustín confesor y pontífice, concédenos benignamente que sintamos los efectos de tu acostumbrada misericordia, ya que en él nos das segura confianza de poder esperar en tu piadosa bondad. Por \ Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
252
La degollación de san Juan Bautista. — 29 de agosto (t 32)
La degollación del Precursor de Cristo san Juan Bautista a quien mandó matar el impío y sacrilego tetrarca Herodes Antipas, hijo de aquel Herodes llamado Ascalonita que mató a los inocentes, refiere el sagrado Evangelio de esta manera: «Envió Herodes a prender a Juan, y le aherrojó en la cárcel por amor de Herodías, mujer de su hermano Filipo, con la cual se había casado. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener por mujer a la que es de tu hermano. Por eso Herodías le armaba asechanzas a Juan y deseaba quitarle la vida; pero no podía conseguirlo, porque Herodes, sabiendo que Juan era un varón justo y santo, le
temía y miraba con respeto, y hacía muchas cosas por su consejo, y le oía con gusto. Mas, en fin, llegó un día favorable al designio de Herodías, en que por la fiesta del nacimiento de Herodes, convidó a- éste a cenar a los grandes de su corte, y a los primeros capitanes de sus tropas, y a la gente principal de Galilea. Entró la hija de Herodías, bailó, y agradó tanto a Herodes y a los convidados, que dijo el rey a la muchacha: Pídeme cuanto quisieres, que te lo daré ; y añadió con juramento: Sí: te daré todo lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino. Y habiendo ella salido, dijo a su madre: ¿Qué pediré? respondióle: La cabeza de Juan Bautista. Y volviendo al instante a toda prisa a donde estaba el rey, le hizo esta demanda: Quiero que me des luego en una fuente la cabeza de Juan Bautista. El rey se puso triste: mas en atención al impío juramento, y a los que estaban con él a la mesa, no quiso disgustarla, sino que, enviando a un alabardero, mandó traer la cabeza de Juan en una fuente. El alabardero, pues, le cortó la cabeza en la cárcel, y trájola en una fuente, y se la entregó a la muchacha, que se la dio a su madre. Lo cual sabido, vinieron sus discípulos, y cogieron su cuerpo, y le dieron sepultura.» (San Marcos, cap. v, v. 17-30).
Reflexión: Exclama aquí san Ambrosio, diciendo: «¡Cuántas maldades en un
y^olo crimen! ¿Quién no pensara que el ir del convite a la cárcel era para poner
en libertad al profeta? ¿Qué tienen que ver las delicias del festiín con las sangrientas crueldades, y el alborozo de la orgía con el luto de la muerte? Y con todo, en aquella hora es degollado el santo profeta y es presentada en un plato su sagrada cabeza. Tal plato faltaba a aquella crueldad feroz que no había podido hartarse con los otros manjares de la mesa. Mira, oh rey sin entrañas, ese espectáculo digno de tu convite. Extiende la mano, toma esa cabeza y baña tus dedos con los arroyos de esa sangre bendita: y ya que tu hambre y tu sed de fiera sangrienta no han podido saciarse con otros manjares y con otras bebidas, bebe esa sangre que derraman aún las venas de esa cabeza cortada. Mira esos ojos sin lumbre aue aun son testigos de tu crimen y se apartan para no ver las liviandades de tu orgía: que no tanto los cierra la muerte como el horror de tu lujuria. Esa boca de oro, cuyo lenguaje no podías sufrir, muda está y desangrada, pero es aún para ti harto temible.» Hasta aquí son palabras de san Ambrosio, las cuales se han ouesto aquí, para que se vea la horrenda maldad que puede cometer un hombre víctima de la lujuria y del respeto humano.
Oración: Rogárnoste, Señor, que en la venerable festividad de san Juan Bautista tu precursor y mártir, alcancemos los saludables efectos de tu divina gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
253
Santa Rosa de Lima, virgen. (Í1617)
30 de agosto
' La primera flor de heroica santidad que produjo la América fué la admirable virgen santa Rosa, a quien llamaron con este nombre, por haber aparecido una vez
estando en la cuna con el rostro admirablemente encendido como una rosa. Nació de virtuosos padres en la ciudad de Lima, capital del antiguo reino y actualmente república del Perú. No pasaba de los cinco años la tierna niña, cuando por inspiración del cielo consagró su virginal pureza al esposo de las vírgenes Cristo Jesús, haciendo de ella voto perpetuo, y observándolo con tanta perfección, que entendiendo que sus padres trataban de darla en matrimonio a un joven, que se había prendado de su rara belleza y otras excelentes dotes que en ella resplandecían, se cortó su hermosa cabellera y afeó su rostro angelical. Librada con esto del peligro de perder aquella preciosa joya que con tan grande voluntad había consagrado al Señor, echó mano de todos los medios posibles para asegurarla de todo peligro. El primer medio fué el ayuno, pasando cuaresmas enteras sin probar bocado de pan, y, lo que es más asombroso, no tomando más alimento que cinco granos o pepitas de cidra. Acogióse también como a refugio más seguro, a la tercera orden del glorioso padre santo Domingo, y acrecentó sus primeras austeridades, ciñendo su cuerpo inocente con largo y muy áspero cilicio entretejido de alambres erizados de puntas, llevando día y noche debajo del velo una corona de espinas, y rodeóse la cintura con una cadena de hierro, que le daba tres vueltas. Servíanle de cama unos troncos nu
dosos, sobre los cuales ponía pedazos de tejas, y para juntar mejor la mortificación con la oración, construyóse en un lugar muy retirado del jardín de su casa una celda o capilla, y a ella se recogía para entregarse con quietud y sin testigo a largas horas de contemplación, la cual interrumpía a menudo con sangrientas disciplinas. Procuraba el maligno espíritu estorbarla, v amedrentarla apareciéndose debajo de figuras horrendas y atizando el fuego de gravísimas tentaciones: pero nunca pudo vencer la paciencia y constancia de la santa doncella. A las persecuciones del infernal ene
migo se añadieron los dolores de agudísimas enfermedades, los insultos de sus domésticos, las calumnias de los maledicientes, y ninguno de estos t rabajos fue parte para sacar de los labios de la santa una palabra de queja-antes con grande humildad se tenia por merecedora de mayores v más acerbos tormentos. Y como si todo esto no fuese bastante, por espacio de quince anos apenas pasó día alguno en que no estuviera varias horas sumergida en un mar de desconsuelo y aridez espiritual; lucha más amarga y penosa que la misma muerte, y que ella soportó-con g_ran fortaleza de ánimo y constancia sobrehumana. A estas desolaciones sucedieron los consuelos y delicias celestiales, con que el Señor regalaba a su fidelísima esposa y le anticipaba los gustos del cielo. Finalmente derretida la santa en seráficos ardores y enferma de puro amor divino, a los treinta años de su edad voló a su celestial Esposo.
Reflexión: Verdaderamente admirable es el Señor en sus santos: él los previene con su gracia, él les inspira la práctica de las más heroicas virtudes y les hace inventar extrañas maneras de deshacerse a si mismo para no vivir más que a Dios.
Oración: Oh Dios omnipotente, dador de todo bien, que hiciste florecer en América por la gloria de la virginidad y paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida con el rocío de tu gracia; haz que nosotros, atraídos por el olor de su suavidad, merezcamos ser buen olor de Cris--, to. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
254
San Ramón Nonato, confesor. (t 1240)
31 dé agosto
El heroico redentor de los cautivos san Ramón, conocido por el nombre de Nonato o no nacido, por haber nacido un día después de la muerte de su madre, fué natural de Portell en el principado de Cataluña. Tuvo natural inclinación a las letras y al estado eclesiástico; mas no asintiendo en ello su padre, le envió como desterrado a una a l quería para que cuidase de aquella hacienda. Había allí una ermita de la Virgen santísima, la cual habló al devoto joven y le dijo: «No temas, Ramón, porque yo te recibo desde ahora por hijo mío.» Y habiendo hecho el" santo mancebo voto de perpetua virginidad, su Madre celestial le mandó que vistiese el hábito sagrado de los re ligiosos de la Merced. Fué luego Ramón a Barcelona y cumplió la voluntad de la Virgen santísima, tomando aquel santo hábito, y como si con la nueva enseña se hubiese revestido de nuevo espíritu, anduvo a pasos de gigante por el camino de la perfección. Abrasábase en vivos deseos de r e dimir cautivos y librarlos del inminente riesgo en que se hallaban de perder la fe. A este fin pasó a África; y dio principio a su obra con tan ardiente celo, que en poco tiempo rescató gran número de ellos, hasta el punto de agotar todo el caudal que los cristianos le habían mandado de limosna. No desmayó sin embargo el apóstol de la caridad: sino que compadecido de los que no pudiendo ya resistir más los ultrajes y malos tratamientos de los infieles, trataban de dejar la fe, el santo se entregó a sí mismo en rehenes, saliendo fiador por ellos con su persona, hecho cautivo por amor de Dios y de los hombres. En tal estado no cesaba de afear a los moros los errores y vicios que les había enseñado su falso profeta, y de ensalzar la verdad y pureza del Evangelio de Cristo; y predicábales con tanto fervor y gracia del cielo, que gran número de infieles abrazaron la fe católica. Enojóse sobremanera el bajá por las victorias que alcanzaba el apostólico varón; y mandó que le llevasen desnudo por las calles y le azotasen delante de todo el mieblo, y que en la mayor le barrenasen los labios con hierros encendidos, y le pusiesen un candado en la boca para que no pudiese ha-
^tolar más ni predicar la ley del Señor. Todos estos oprobios y tormentos llevó el
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santo con admirable paciencia; y extendiéndose la fama de sus heroicas virtudes por toda la cristiandad, y llegando a oídos del soberano pontífice Gregorio IX, en testimonio de su amor, le hizo cardenal de la santa Iglesia, y le ordenó que volviese a España. Fué recibido el santo en Barcelona con gran pompa, y al pasar por Cardona sintióse gravemente enfermo. Entendiendo que le llegaba el fin de su vida pidió los santos Sacramentos: y como se tardase el sacerdote que había de administrárselos, el santo tuvo la dicha de ser viaticado por ministerio de los ángeles, que se le aparecieron vestidos del hábito de su religión, y consolado con esta visita celestial, dio plácidamente su espíritu al Creador.
Reflexión: La caridad verdadera con obras ha de mostrarse; y con obras costosas si es grande la caridad. ¡Cómo condenan nuestro miserable egoísmo, y nuestra dureza con tantos necesitados no menos del sustento del espíritu que del pan del cuerpo, los heroicos ejemplos de san Ramón! Temamos la terrible sentencia que el juez supremo ha de fulminar contra los hombres que fueron de duras entrañas con sus hermanos.
* Oración: Oh Dios, que tan admirable
hiciste al bienaventurado Ramón en rescatar cautivos del poder de los infieles: concédenos por su intercesión que rotas las cadenas de nuestros pecados cumplamos con libertad de espíritu tu santísima voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
255
San Gil, abad. — 1 de setiembre (t 720)
El maravilloso abad san Gil, fué griego de nación, natural de Atenas, y de sangre real. Aplicóse desde niño a las letras y virtudes, y era muy inclinado a las obras de misericordia. Yendo cierto día a la iglesia, vio un pobre enfermo que estaba echado en el suelo, y le pedía limosna; y san Gil, desnudándose la túnica cubrió con ella la desnudez del pobre, y en vistiéndosela, le dio juntamente la salud. Muertos sus padres, repartió a los pobres su crecido patrimonio; y no parece sino que Dios quiso pagárselo con el don de milagros, porque obró tantos, que divulgándose .-en Grecia la fama de su santidad, se embarcó a donde no fuese conocido ni estimado. Mas seguíale la gracia de los prodigios, y así en el mar sosegó con su oración una gran borrasca. Llegado a Arles, donde era obispo san Cesáreo, estuvo dos años con él en santa compañía, y habiendo pasado después el Ródano, obró muchos milagros en las r e giones vecinas. Honrábanle por tantos prodigios las gentes del país; y él por huir de la alabanza de los hombres, entróse por la parte en que el Ródano va a morir en el mar, y halló una grande espesura, y en ella una cueva muy solitaria, y no lejos de aquel lugar una fuente de agua clara y abundante. Allí puso el santo su asiento; y todos los días venía a san Gil una cierva como enviada de la mano de Dios, para que con su leche se sustentase. Habiendo salido una vez el rey de Francia a caza hacia aquella parte, la cierva acosada por los perros, con gran ligereza vino a guarecerse en la cueva del santo anacoreta, y por la oración del santo, se volvieron los perros • atrás para sus amos: y como otro día viniese el rey con más cazadores, y no osasen los perros llegarse a aquella gruta, un ballestero tiró desatinadamente una saeta que hirió al santo. Rompiendo luego por las malezas el rey con su gente, halló a san Gil en hábito de monje, de muy venerable aspecto, puesto en oración, sin moverse ni turbarse, corriendo sangre de la herida, y la cierva rendida a sus pies. Admiróse en gran manera el rey de lo que estaba viendo, y pidiendo perdón al santo, mandó que le curasen luego la hedida: pero resistiólo él, diciendo que no consentiría jamás que le quitasen aque
lla ocasión de nuevos merecimientos. Con esto quedó tan edificado el rey que le construyó allí un monasterio, en el cual vivió san Gil algunos años, ordenado ya de sacerdote, con muchos discípulos que se le juntaron, a quienes gobernó con prudencia del cielo, hasta que llegando el día de su muerte, les echó su paternal bendición, y fué a gozar de Dios, a quien tan santamente había servido.
Reflexión: Preguntarás por ventura ¿en qué se ocupaban los discípulos del santo abad Gil y tantos otros monjes de los antiguos monasterios? En la contemplación de las cosas celestiales, en el canto de los salmos, en trabajos manuales, en el cultivo de las tierras, en abrir caminos por los desiertos, y formar poco a poco centros de poblaciones en medio de las soledades; en evangelizar a pueblos rudos o bárbaros, y en socorrerles como ángeles de los pobres. Siempre verás al rededor de un antiguo monasterio, algunas poblaciones que se formaron debajo de la protección y jurisdicción paternal de los monjes. Ahora están bajo el yugo del Estado o de amos a las veces harto codiciosos y egoístas.
*
Oración: Rogárnoste, Señor, que la intercesión del bienaventurado abad san Gil nos recomiende en tu divino acatamiento, para alcanzar por su patrocinio lo eme no podemos impetrar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
257
San Esteban, rey de Hungría. — 2 de setiembre (f 1038)
Deseaba Geisa, soberano llamado Duque de Hungría, reducir a la verdadera fe y vida civil a los descendientes de aquellos Hunos, que por espacio de un siglo habían con saqueos y rapiñas devastado la Europa: mas.el cielo había reservado tan gloriosa empresa para su hijo y. sucesor Esteban, el cual después de dar principio a su felicísimo reinado con una sincera profesión de fe católica y con una protesta de filial sumisión a la Sede Romana, amplificó la jerarquía eclesiástica, sosegó los bandos de aquellas gentes que estaban en continua guerra, y llamó a sus estados a muchos santos y apostólicos varones para que les enseñasen la verdadera fe, y les redujesen a costumbres humanas y virtuosas. Recibió este santo rey la corona real de manos del papa Silvestre, con la señalada prerrogativa de que le precediese la cruz, como apóstol de aquellas gentes: y el santo por su grande devoción a la Santa Sede, se hizo tributario de ella. Para gobernar más acertadamente su reino, buscaba el parecer de los más prudentes señores y de los prelados; por cuyo consejo tomó por mujer a Gisela, hermana del emperador Enrique, y siguió con ella el camino de la virtud que había comenzado. Edificó muchas iglesias y monasterios, y entre ellas la iglesia de Alba, que hermoseó con gran magnificencia por estar en la cabeza de su reino, y porque era hijo devoto de la Virgen santísima, la dedicó a nuestra soberana Señora. También fuera de su reino levantó monasterios, colegios y hospitales para los húngaros, así en Roma como en Jerusalén y Constantinopla. Socorría,
a los pobres con largas limosnas y con tan viva fe como si viera en ellos la persona de Jesucristo: y el Señor le pagó esta caridad con admirable gracia de curar toda suerte de enfermedades: de manera que enviándole a un pobre enfermo el socorro que había menester, y mandándole que se levantase de la cama, luego se levantaba del todo sano. Mas aunque Dios favorecía al santo rey en todas sus empresas, no dejó de purificarlo en el crisol de la tribulación, permitiendo que muriesen sus hijos en tierna edad, y le quedase solamente Emerico, en quien el rey se re galaba, por ser muy virtuoso y
de tan esclarecidas virtudes que mereció que la Iglesia le pusiese en el número de los santos. Pero al fin, también a este hijo le llevó el Señor en la flor de la edad con gran sentimiento del rey y de todo el reino. Sujetóse san Esteban a la. divina voluntad, y al poco tiempo, habiendo enfermado de muerte, recibió con gran devoción los Sacramentos de la Iglesia: dio libertad a muchos presos, mandó repartir a los pobres gruesas l imosnas, y a los sesenta años de su edad, y en el día que había deseado morir, que fué el de la gloriosa Asunción de la Virgen a los cielos, entregó su alma santísima al Creador, y pasó del reino de la t ier ra al reino celestial.
Reflexión: Admiremos en este santo rey la filial devoción con que siempre reverenció y obedeció al vicario de Jesucristo en la tierra, a quien reconocía por verdadero representante de la Majestad de Dios en el mundo: e imitemos nosotros tan santo ejemplo respetando con cristiana sumisión la suprema autoridad del papa, así cuando nos enseña las cosas de la fe como supremo doctor, como cuando nos manda como supremo pastor: entendiendo que si nos dejamos guiar de él, seremos ovejas de la grey del Señor; el cual en el día del juicio, nos pondrá a su mano derecha, y nos dará la posesión del reino de la gloria.
Oración: Suplicárnoste, oh Dios todopoderoso, que concedas benignamente a tu Iglesia tener por defensor glorioso en el cielo' al bienaventurado Esteban que fué propagador de ella reinando en la tierra^ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
25S
Santa Serapia, virgen y mártir. (t 120)
3 de setiembre
La inocente virgen y esforzada mártir de Cristo, santa t e r a pia, llamada también Serafina y Serafia, nació en Antioquía de Siria, de padres cristianos, los cuales dejando su patria para escapar de la persecución de Adriano, se fueron a Italia y acabaron santamente sus días en Roma. Quedó pues huérfana de pad.re y madre, Serapia a la edad de quince años no cumplidos, y sin tener otro amparo que el de su esposo Cristo Jesús, a quien había ofrecido la flor de su virginidad. A pesar de que algunos nobles mancebos prendados de su hermosura la pidieron por esposa, prefiriendo ella la humildad de la cruz a los regalos y gloria del mundo, entró a servir en la casa de una dama romana, joven y viuda, por nombre Sabina, cuyo genio áspero y antojadizo le dio sobradas ocasiones de padecer por Cristo muchas injurias y malos tratamientos. Maravillóse Sabina de la extraña paciencia de su sierva, y deseosa de saber la causa, entendió que la fe cristiana que Serapia profesaba era la que tanto aliento le infundía, para llevar con tan grande sosiego y gozo los insultos: y trocado con esta noticia su corazón, quiso abrazar la misma fe y se hizo bautizar. Al poco tiempo por consejo de Serapia se retiraron ambas con algunas otras doncellas cristianas a una de las posesiones que tenía la señora de Umbría, donde vivieron más como religiosas en el retiro del claustro, que corno seglares" en el mundo. Llegó a noticia del prefecto de la ciudad, llamado Berilo, lo que pasaba en la casa de Sabina, y que quien todo lo dirigía era Serapia, y envió allá ministros que la trajesen presa. No permitió Sabina que fuera sola, sino que ella misma la acompañó; y viendo el juez ante su tribunal tan noble dama, no creyendo fuese cristiana, por respeto de su nobleza, mandó que soltasen a Serapia, y permitió que las dos volvieran a su casa. Pasados tres días, acordóse Berilo de Serapia y con maligna y liviana intención mandó otra vez prenderla. A las pocas demandas y respuestas de Berilo con Serapia, dijo ésta que conservándose casta y pura era templo de Dios; y entendiendo por estas palabras el impío juez que era cristiana, la entregó a dos mozos las-
civos para que la deshonrasen, pero la santa al verse sola con ellos, suplicó a Jesucristo que la guardase, y al punto cayeron muertos los mozos como si fuesen heridos de un rayo del cielo, y ella perseveró toda la noche en oración. A la mañana espantóse el presidente al saber lo que había pasado: mas atribuyéndolo a artes de magia diabólica, mandó que abrasasen los costados de la santa con hachas encendidas, las cuales en tocándola se apagaron, cayendo muertos los verdugos; hízola después azotar como a cristiana y -hechicera, y sintióse luego un gran terremoto. Finalmente el prefecto, corrido, ordenó cortarle la cabeza, en cuyo martirio entregó la santa virgen y mártir gloriosa su purísima alma al Creador. Dio a su sagrado cuerpo honrosa sepultura Sabina, en cuyo piadoso oficio, sorprendida de los ministros, mereció también sellar la fe con su sangre después de padecer cruelísimos tormentos.
Reflexión: Con los ejemplos que de sus virtudes dio la gloriosa virgen santa Serapia logró que Sabina, su señora, abrazase la fe de Jesucristo, alcanzase la palma del martirio y con ella un trono de eterna gloria. Seamos pues mansos y sufridos, que no poco se edifican de esto los mundanos que viven como gentiles.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos alcance el perdón de nuestras culpas la bienaventurada virgen y mártir Serapia, la cual fué agradable a tus divinos ojos así por el mérito de su castidad, como por la manifestación de tu divina virtud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
259
Santa Rosa de Viterbo. (t 1252)
4 de setiembre
Uno de los más brillantes ornamentos de la Tercera Orden de san Francisco, y de la santa Iglesia, fué la penitente y maravillosísima doncella santa Rosa, natural de Viterbo. A los tres años de su edad resucitó a su abuela difunta: poco después recogiendo los pedazos de un cántaro que se le rompió a una niña, se lo volvió entero; queriendo su padre ver el alimento que llevaba para los pobres, se convirtió el pan en rosas. A los siete años se recogió a un aposento de su casa muy retirado, donde gastaba muchas horas en oración y maceraba su delicado cuerpo con tan ásperas penitencias, que se puso en grave peligro de-perder la vida, y la perdiera a no haberle traído del cielo la salud la santísima Virgen, que, acompañada de coros de vírgenes se le apareció, y le ordenó que tomase el hábito de la tercera Orden seráfica, y dé ella al momento se lo vistió con singular devoción. Redobló sus admirables austeridades, mayormente después que se le apareció Jesús crucificado, cuya dolorosa imagen le quedó tan impresa en la mente y en el corazón, que la violencia del amor la traía como fuera de sí y la hacía correr por calles y plazas desahogando los ardores de su pecho y cantando las divinas alabanzas. Por aquel tiempo afligían a la Iglesia numerosos enemigos, favorecidos por el emperador Federico Barbarroja; y santa Rosa, siendo de doce años, ilustrada con ciencia infusa, rebatió y confundió a los herejes con los más sólidos e irrefragables argumentos, despreciando los terrores de los sectarios, y la muerte misma que le
quisieron dar: de lo cual avergonzados, obtuvieron del gobernador de Viterbo que la arrojase de la ciudad so pretexto de que conmovía al pueblo. Caminando entre nieves y expuesta a perecer, llegó a Salerno, donde profetizó los prósperos sucesos que a poco se verificaron con la muerte del emperador. Vuelta a su patria fué recibida de sus conciudadanos con increíble regocijo. Quiso retirarse a la soledad en el monasterio de santa Clara; y como no fuese admitida, dijo que, pues no la recibían viva, la recibirían muerta. Para que no saliesen defraudados sus deseos de soledad y recogimiento, continuó
en el retiro de su casa sus acostumbrados ejercicios de oración y penitencia, atormentando su inocente cuerpo con ayunos, cilicios y disciplinas, y esto con tanto mayor espíritu y fervor cuanto sentía más cercano el fin de su vida, que esperaba como el principio de otra eterna y bienaventurada en el cielo, adonde voló el alma purísima de la santa, el día 6 de marzo de 1252, a la temprana edad de solo diez y ocho años. Sepultaron el sagrado cadáver en el templo de santa María de Podio; pero a los pocos meses Alejandro VI, que se hallaba en Viterbo, amonestado tres veces de la santa, que trasladase su cuerpo al monasterio de santa Clara, lo hizo Su Santidad con triunfal magnificencia, cumpliéndose entonces el vaticinio que había hecho la santa cuando no fué admitida en aquel convento.
Reflexión: ¡Cómo se muestra en esta santa niña que Dios nuestro Señor escoge lo necio del mundo para confundir la sabiduría según la carne, lo flaco para confundir a los poderosos, lo vil y despreciado para confundir a los soberbios del siglo: en una palabra, lo que no es para confundir a lo que es! Confiemos pues en Dios, y no temamos a los que pueden, sí, destruir el cuerpo, mas ningún daño pueden hacer al alma.
Oración: Oh Dios, que te dignaste admitir en el coro de tus santas vírgenes a la bienaventurada Rosa, concédenos por sus ruegos y merecimienos la gracia de expiar todas nuestras culpas y de gozar eternamente de la compañía de tu Majesi tad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
2S0 ti
Los santos Rómulo, Eudoxio, Zenón, Macario y 1104 compañeros mártires. — 5 de setiembre
(t siglo I) El fortísimo soldado de Cristo
san Rómulo, era mayordomo del emperador Trajano y servíale con tanta fidelidad y diligencia que mereció gozar de toda su confianza. Enviado en cierta ocasión por el emperador a las Galias, para que se enterase por sí mismo del estado de las legiones que allí tenía, y obligase a todos los soldados a sacrificar a los dioses, cumplió su encargo Rómulo con toda lealtad y celo; mas ni con promesas, ni con amenazas logró vencer la resistencia de muchos soldados que eran cristianos; a todo estaban dispuestos antes que a hacer aquel sacrificio abominable. Era capitán de aquellas tropas Eudoxio, ciudadano romano no menos fiel a la ley de Cristo que el emperador, el cual le había ennoblecido con las más altas condecoraciones del imperio; mas no fué todo esto bastante para que obedeciese a sus impías órdenes y desobedeciese a las del verdadero Dios. Así que llegó a los oídos del tirano la obstinación de aquellas tropas, mandó que fuesen trasladadas desde las Galias a Melitina de Armenia, y que en el viaje les hiciesen padecer grandes fatigas y malos tratamientos: los cuales sufrieron aquellos soldados de Cristo, con tan maravillosa fortaleza, que espantado de ella el mismo Rómulo que les afligía, abrió los ojos a la fe y arrepintióse de lo que había hecho; y presentándose al emperador, le confesó que también él era cristiano, y que todo lo menospreciaba y tenía en poco a trueque de vivir y morir como siervo de Cristo. Enojóse sobremanera el emperador al oir la confesión de su mayordomo; y en castigo de su desacato, que por tal lo tenía, mandó que luego le cortasen la cabeza y así se ejecutó. Tampoco quiso el Señor que perdiesen la corona aquellos invictos soldados, que habían comenzado ya a ganarla negándose a sacrificar a los ídolos, como Rómulo, siendo gentil, les había mandado; y así algunos años después, en tiempo del emperador Maximiano, enviáronse nuevas órdenes al prefecto de Melitina para que obligara a todos los soldados de su guarnición a que adorasen los dioses del imperio, condenando a muerte a cuan
t o s se resistiesen a obedecer al mandato imperial. Entonces Eudoxio, que era co
mo se ha dicho capitán de aquella legión, respondió que sus soldados cristianos de ninguna manera se contaminarían con aquella sacrilega idolatría, y luego les hizo una fervorosa exhortación diciéndg-les que pues tenían valor, como buenos soldados, para morir en un combate por la esperanza de una victoria incierta y de una recompensa temporal, ¡cuánto más animosos habían de estar para dar la vida por Jesucristo, sabiendo que alcanzaban seguramente mucho más esclarecida victoria, y una recompensa perdurable! Esforzados con estas palabras y precedidos de Eudoxio, Zenón y Macario, ofrecieron todos alegremente su cerviz al cuchillo, y en número de mil ciento cuatro, recibieron en un día mismo la corona de su confesión, y la palma gloriosa del martirio.
Reflexión: Mírense en este ilustre ejemplo de fidelidad a Cristo señaladamente los militares cristianos; y ya que como buenos soldados muestran su valor arrostrando cualquier peligro de muerte, no quieran faltar por cosa del mundo a la lealtad que deben a su divino Capitán, Rey y Señor Jesucristo; a quien todos debemos servir fielmente, y en cuya honra y amor hemos de vivir y morir para alcanzar la corona de los cielos.
Oración: Oh Dios, que concedes la gracia de celebrar la fiesta de tus bienaventurados mártires Rómulo, Eudoxio, Zenón, Macario y demás compañeros de su martirio; otórganos también la dicha de poder gozar con ellos de la alegría y eterna felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
261
Santa Rosalía de Palermo, virgen. — 6 de setiembre (t 1160)
Santa Rosalía, virgen, protectora de Ñapóles y Sicilia, fué natural de Palermo e hija de un noble caballero, l lamado Sinibaldo, descendiente de la real familia de Carlomagno. Había sido criada desde niña en la verdadera fe y en santas costumbres, y tocada de Dios dio libelo de repudio a todas las vanidades del siglo para comenzar desde su infancia una vida enteramente consagrada a su esposo Jesucristo. Y como sus parientes, ya con ruegos y promesas, ya con crueles amenazas procurasen disuadirla de su santo propósito, la santa niña, temiendo la violencia que podrían hacerle, se huyó secretamente de la casa de sus deudos y fué a esconderse en una cueva que halló en el monte llamad» del Peregrino, donde sólo era conocida de una pastor-cilla que le traía para su sustento un poco de pan y de leche. Dios era quien la había llamado a aquella soledad y así la regalaba con sus consuelos y visitaciones celestiales. Temiendo ser hallada, subía a veces a la cumbre de aquel monte y desde allí miraba la ciudad de Palermo; oía el sonido de las campanas y el rumor confuso de las gentes; y al pensar que tantos pecadores andaban por el camino de su perdición,, dolíase mucho de su tan grande ceguedad y desventura, y con muchas lágrimas y sollozos hacía oración por su patria y por sus conciudadanos. Tenía escritas en la pared de las rocas de su cueva estas palabras: «Yo, Rosalía, por amor de mi esposo Jesús y por no faltar a la fidelidad que le he prometido, he escogido esta gruta para mi perpetua morada.» En ella perseveró la santa mu
chos años llevando una vida muy austera y como de ángel en carne humana, hasta que su Esposo divino la llamó para sí a su re tiro celestial. La noche que murió vióse resplandecer con grande claridad todo aquel monte, de manera que toda la ciudad de Palermo quedó asombrada de aquella extraordinaria luz, y como nadie supiese la causa, aquella pastora que servía a Rosalía, la descubrió, diciendo que no podía ser sino un milagro que en aquel lugar hacía Dios por la santa. Acudió entonces a él el clero y el pueblo en devota procesión, y hallando el sagrado ca- > dáver de Rosalía lo trasladaron
a la catedral, donde lo sepultaron honoríficamente; y desde aquel día comenzó el Señor a glorificar a la santa virgen con muchos prodigios, entre los cuales es digno de singular mención el que aconteció en el año 1625 en que estando la ciudad de Palermo y toda Sicilia muy afligidas de peste, sacaron en procesión de penitencia el sagrado cuerpo de santa Rosalía, y luego se vieron libres de aquel terr i ble azote.
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Reflexión: No podemos dudar, por los efectos, de haber sido Dios el autor de la soledad y aspereza de vida que escogió para sí esta santa virgen para huir de los lazos y peligros del mundo; y esto no se debe imitar sino cuando el mismo Señor con particular revelación lo mandare. Mas lo que debemos sacar de este ejemplo es el cuidado y diligencia grande con que debejmos evitar todas las ofensas de Dios, entendiendo que a pesar de los malos ejemplos que vemos en la gente del mundo arrastrada por la fuerza de las malas pasiones y rendida a los enemigos mortales del alma, no nos falta la gracia suficiente para vencer todas las tentaciones y perseverar hasta el fin en el divino servicio, porque como dice el apóstol: «Fiel es Dios y no permitirá que seamos tentados sobre nuestras fuerzas.»
Oración: Oh Dios, autor de nuestra salud, dígnate oir nuestras súplicas; para que así como nos alegramos en la fiesta de tu bienaventurada virgen Rosalía, así crezcamos en verdadera piedad y devo- \ ción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
262
Santa Reina o Regina, virgen y mártir. — 7 de setiembre ( t 224)
La gloriosa virgen y mártir santa Reina fué natural de la ciudad de Alisia, sita en la parte septentrional de Germania; su padre fué gentil y se llamó Clemente. Siendo de edad de quince años creyó en Cristo sin que su padre lo supiese, y bien instruida en la fe católica se bautizó y ofreció a Dios su virginidad y pureza. Era tan hermosa, esmalte que divinamente sale sobre el oro de la virtud, que pasando acaso por Alisia Olibrio, prefecto, y viéndola, se enamoró de ella. Hízola venir a su presencia, y sabiendo de ella misma que era cristiana, la mandó poner en la cárcel, advirtiéndola que él iba a un viaje y que si al volver de él no había mudado de religión, experimentaría su rigor. Volvió de su viaje, y habiendo sacrificado a sus falsos dioses, hizo sacar de la cárcel a la santa virgen Reina. Mandóle sacrificar, y hallándola firme y constante en la fe que había prometido a su esposo Jesús, la hizo suspender en el ecúleo, después herir por mucho tiempo con varas de hierro, y atormentar y rasgar sus delicadas carnes con uñas de acero. Tan cruel fué este martirio y con tan grande inhumanidad fué herida y despedazada la santa virgen, que el mismo Olibrio y todos los demás circunstantes cubrían sus rostros de horror por no ver tan lastimoso espectáculo. Los arroyos de sangre que corrían no parecía posible que de tan tierno y delicado cuerpo manasen. Pero viéndola constante siempre el cruel Olibrio la mandó descolgar del ecúleo y volver a la cárcel. En ella fué admirablemente consolada por su divino Esposo, el cual le envió una cruz de oro de maravillosa hermosura, sobre la cual tremolaba una hermosísima paloma, que sin duda era el Espíritu Santo, que bajó a consolarla y sanarla de sus heridas, y animarla para el fin de la pelea. Pasados^ dos días Olibrio la mandó ot~a vez poner en el ecúleo, y que debajo encendiesen una grande hoguera que la abrasase; y cuando ya el fuego había hecho su oficio la mandó descolgar, y que, atada de pies y manos, como inocente cordera, la metiesen dentro de un baño de agua muy fría para que con la contrariedad de los tormentos padecie
r e más crudamente; y al entrarla en el • ' baño hubo un horrible terremoto, y aque
lla hermosa paloma que en la cárcel la había consolado bajó sobre ella. Este prodigio fué tan patente a todos los que habían concurrido a ver el espectáculo, que se convirtieron a la fe de Jesucristo ochocientos cincuenta gentiles. Con esto se encendió más en furor diabólico el presidente, y la hizo degollar, con que acabó gloriosamente su triunfo la santa virgen Reina. Fué sepultado su glorioso cuerpo por los cristianos en la misma ciudad de Alisia, donde resplandece en milagros.
Reflexión: En el martirio de esta santa doncella hay como en los martirios de los demás santos un gran misterio. ¿Cómo permitía el Señor que fuesen tan cruelmente atormentados con todo linaje de suplicios? ¿Por ventura no les amaba o no se acordaba de ellos? Sí: mira con qué maravillas del cielo consolaba a santa Reina, y con qué finezas de amor curaba las llagas de otros mártires. Pero no por esto les sacaba de las manos de los sayones, porque por el martirio quería darles grande gloria en los cielos. Entendamos, pues, que nunca permite el Señor que ninguno de sus escogidos padezca mucho en este mundo, sino porque está destinado a grande gloria.
Oración: ¡Oh Dios! que entre las demás maravillas de tu poder, diste también al sexo frágil la victoria del mart i rio; concédenos propicio, que los que veneramos el nacimiento para el cielo de la bienaventurada Reina, tu virgen y mártir, guiados por sus ejemplos, camine, mos hacia Ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
263
La Natividad de la Virgen nuestra Señora. — 8 de setiembre
La alegre natividad de nuestra Señora la Virgen santísima Madre de Dios, había sido anunciada en el Paraíso terrenal a nuestros primeros padres, vislumbrada por los santos patriarcas, vaticinada por los profetas y decretada por los eternos consejos de Dios en los divinos misterios de la reparación del mundo. El -padre de la Virgen fué Joaquín, de Nazareth; su madre, Ana, de la ciudad de Belén, y los dos eran de la tribu de Judá y del linaje de David. Eran ricos y nobles y de sangre ilustrísima, porque descendían de muchos reyes, de valerosos capitanes, de grandes y sabios jueces y de santísimos patriarcas del pueblo escogido. Y lo que más importa, eran personas santísimas; porque tal convenía que fuese el árbol que había de producir tal fruto. Habían vivido veinte años casados sin tener hijos; mas DJLOS nuestro Señor ordenó que fuese estéril santa Ana para que el nacimiento de su hija santísima fuEse milagroso; y así habiendo oído el Señor las oraciones de los dos santos esposos les envió el arcángel san Gabriel para anunciarles la venida al mundo de aquella que había de ser la Madre del Mesías prometido. Nació pues esta gloriosa niña en una casa que tenían sus padres en el campo, entre los balidos de las ovejas y alegres cantares de los pastores, como dice san Damasceno; y fué en el cuerpo más linda, más bella y hermosa que ninguna pura criatura, y en el alma tan sin mancha de pecado original, y tan perfecta y adornada de gracias y virtudes, que los mismos serafines y querubines se admiraban y estaban suspensos de verla. Porque como del cuerpo de la Virgen había de formarse el cuerpo de Jesucristo y organizarse de su delicada
sangre, fué cosa muy conveniente que aquella carne de la cual se había de vestir el Verbo eterno, fuese muy proporcionada a la del Hijo y bien compuesta y en todos los dones naturales acabada con suma perfección; y para que la Madre fuese digna de tal Hijo, no menos convenía que fuese adornada el alma de la Vir_ . gen con la plenitud de la gracia y las inmensas riquezas de todas las virtudes. Y así todas las gracias que Dios repartió a todos los otros santos y ángeles, las atesoró y juntó en la Virgen santísima con mayor perfección y con medida más colmada. Pues, ¡oh bienaventurada y dichosa Seño
ra! ¡qué lengua, aunque sea de ángeles, podrá explicar o qué mente comprender las maravillas que obró en ti toda la santísima Trinidad para ensalzarte y engrandecerte! Nacida eres de la carne de Adán, mas sin la corrupción de Adán; hija eres de Eva, mas para reparar las miserias de Eva; hija eres de hombre, pero Madre de Dios. Con razón pues, hov jubila y se alegra con grande fiesta y regocijo la santa Iglesia; porque tu santísimo nacimiento es como la aurora suspirada del claro día de la redención del mundo y el principio tan deseado de nuestra salud.
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Reflexión: Exclama lleno de gozo san Juan Damasceno: «Venid todas las gentes y todos los estados de hombres de cualquiera lengua, edad y condición que sean, para celebrar con grande afecto el dichoso y alegre nacimiento de esta Virgen soberana. Demos el parabién a esta niña que nace, predestinada para ser Madre de Dios y corredentora del mundo. Hagamos la reverencia como humildes vasallos a nuestra gran reina, para que en este día de su bendito nacimiento comencemos a renacer a la vida de la gracia y a recobrar el derecho a la vida eterna y gloriosa.»
« Oración: Rogárnoste, Señor, que conce
das a tus siervos el don de la gracia celestial, para que la votiva solemnidad del Nacimiento de la bienaventurada Virgen, acreciente la paz del cielo a los que fué su parto el principio de la salvación. Por v Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
264
San Pedro Claver, apóstol de los negros. — 9 de setiembre (t 1654.)
El heroico apóstol de los esclavos negros, y pacientísimo enfermero de los leprosos san Pedro Claver, fué natural de Verdú, en el principado de C a t a l u ñ a . Aprendió las letras humanas en Barcelona, y recibió la tonsura y órdenes menores de mano del , obispo de aquella ciudad, el cual elogió públicamente las muchas letras y virtudes del santo mancebo. Llamóle el Señor a la Compañía de Jesús, para que fuese un grande apóstol, y habiendo hecho su noviciado en Tarragona, pasó a continuar sus estudios a Palma de Mallorca, donde t rató las cosas de su espíritu con el hermano portero de la casa, que era san Alonso Rodríguez, el cual en una de sus sublimes revelaciones, vio muchos tronos en el cielo, y uno de extraordinaria hermosura y claridad; y entendió que este solio tan resplandeciente era para su dicípulo Claver, en recompensa de las almas que había de ganar a Cristo en las Indias occidentales. Enviaron en efecto los superiores a América al santo Claver, el cual terminada su Teología en Santa Fe de Bogotá, pasó a la ciudad de Cartagena, puerto del mar atlántico, a donde acudían para sus tráficos muchas gentes de Méjico, del Perú, de Potosí de Quito y de las islas vecinas. Hacíase allí cada año un abominable comercio de diez o doce mil negros africanos. Siempre que entraba en el puerto algún buque cargado de filos, acudía luego el santo, provisto de bizcochos, dulces, tabaco, aguardiente, y bebidas frescas y olorosas; y después de ganar el corazón de aquellos infelices con estos regalos, les instruía por medio de intérpretes, les enseñaba a amar a Dios, y bautizaba a los enfermos; muchos de los cuales no parece sino que esperaban este favor del cielo para morir. A los que no estaban en peligro de muerte enseñaba más despacio la doctrina cristiana, y en sabiéndola, los colocaba en filas de diez en diez para bautizarles, y a los neófitos de cada decena ponía el mismo nombre para que lo pudiesen re cordar mejor. No es posible decir las proezas de caridad que hizo el santo con los pobres esclavos negros, hasta ganar cuatrockntos mil de ellos para Cristo y hacerles "herederos del Reino de los ciegos: más no fué menos heroica la miseri
cord ia que usó con los enfermos del hos
pital de San Sebastián y particularmente del de San Lázaro, donde estaban los leprosos. Buscábales regalos, dábales de comer por su mano, limpiábales las llagas asquerosas, y se las besaba, y era cosa extraña que el manteo cqn que muchas veces los cubría, se conservaba limpio y exhalaba suavísima fragancia. Dio a muchos enfermos entera salud, alumbró ciegos, y resucitó tres muertos. Convirtió al pastor de los herejes anglicanos, y con él a seiscientos herejes. Finalmente lleno de méritos y virtudes, a los setenta y cuatro años de su edad, descansó en el Señor, con gran duelo y sentimiento de los n e gros, de los enfermos y de todos los pobres.
Reflexión: No hay duda que el precepto de caridad que es el principal del Evangelio, el ejemplo del Hijo de Dios que dio la vida por nosotros, y la recompensa de, las obras de caridad, que Jesucristo p re miará como hechas a su persona, son a r gumentos tan eficaces, que pueden inspirar una ardentísima caridad como la de san Pedro Claver. Pero ¿qué obras de sacrificio pueden esperarse de los que no obedecen al Evangelio, ni creen en Je sucristo, ni esperan recompensa alguna de sus buenas obras en el cielo?
Oración: Oh Dios, que para llamar al conocimiento de tu nombre a los negros reducidos a esclavitud, fortaleciste al bienaventurado Pedro, tu confesor, con caridad y paciencia en ayudarlos; concédenos por su intercesión, que buscando lo que es de Jesucristo, amemos a nuestro prójimo, con obras de verdadera caridad. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Nicolás de Tolentino, confesor. — 10 de setiembre. (t 1246.)
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El fervorosísimo y religioso sacerdote san Nicolás de Tolentino, ornamento de la sagrada Orden de san Agustín, nació en una aldea llamada San Angelo, de la ciudad de Ferino, que está en la provincia de la Marca de Ancona. Prometió la madre de nuestro santo ir a visitar el sagrado cuerpo de san Nicolás, obispo, que está en la ciudad de Bari en el reino de Ñapóles, si Dios le daba un hijo: y apa-reciéndole el santo la hizo cierta de que tendría un hijo, a quien pondrían por nombre Nicolás, y que sería santo. Todo se cumplió así: porque como iba el niño creciendo en edad, así fué adelantándose en virtud y ciencia; y orando un día en el templo vio a Cristo nuestro Señor con los ojos corporales. Hiriéronle canónigo de la iglesia de San Salvador: mas habiendo oído un sermón del menosprecio del mundo, se determinó a tomar el hábito de san Agustín, y fué espejo de rel igiosos en todas las virtudes. Treinta años estuvo en el convento de Tolentino sin comer carne, ni huevos, ni peces, ni cosa de leche, ni aun manzanas, ahora estuviese sano, ahora enfermo. Visitaba con grande caridad a los enfermos, consolaba a los afligidos, reconciliaba a los discordes, socorría a los pobres y libraba a los cautivos y encarcelados. Fué devotísimo de las ánimas del purgatorio por una visión que tuvo, en la cual vio gran número de ánimas que con grande instancia, le pedían el sufragio de sus oraciones y misas, y habiéndolas dicho, le dieron las gracias por ello. Ilustróle el Señor con muchos y grandes milagros; porque dio maravillosamente la salud a muchos en
fermos que estaban afligidos de varias dolencias, alumbró ciegos y libró muchos endemoniados. Toda la vida de san Nicolás fué de hombre perfectísimo y venido del cielo, y como tal, le favoreció y regaló mucho nuestro Señor. Seis meses antes que muriese, cada noche a hora de maitines, le dieron música los ángeles; y el entendió que se llegaba la hora de su dichosa muerte, y así la profetizó y avisó de ella a sus hermanos religiosos. Rogóles que le perdonasen sus faltas, y al prior, que le diese la absolución de todos sus pecados, y le admi-
' rústrase los santos Sacramentos de la Iglesia; los cuales recibió
con grandísima devoción y abundancia de lágrimas. Después se hizo traer una cruz en que estaba un pedazo de la de nuestra redención, la cual adoró con profundísima humildad. Regocijábase su espíritu en aquella hora sobremanera; y como los frailes le preguntasen por qué estaba tan contento y alegre, respondió: «Porque mi Señor Jesucristo, acompañado de su dulce Madre y de nuestro padre san Agustín, me convida a la partida, y me dice que me alegre y entre en el gozo de mi Dios»: y diciendo aquellas palabras: En tus manos. Señor, encomiendo mi espíritu, levantadas las manos y los ojos hacia la cruz que tenía presente, con maravillosa tranquilidad dio su alma al Señor a la edad de setenta años.
Reflexión: Léese también en la vida de este santo, que hallándose una vez gravemente enfermo, la Virgen santísima le bendijo unos bocados de pan; y le mandó que los comiese, y en comiéndolos san Nicolás, quedó de repente sano: y en memoria de esta maravilla todos los años se bendicen el día de su fiesla en las iglesias de su orden los panecillos que llaman de san Nicolás, con ciertas oraciones aprobadas por el papa Eugenio IV, comunicando Dios a estos panecillos maravillosa virtud contra todo género de enfermedades.
Oración: Oye, Señor, benignamente las humildes súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Nicolás, para que los que no confiamos en nuestras virtudes, seamos ayuda-idos por los méritos de este santo que fué tan agradable a tus divinos ojos. Po~" Jesucristo, nuestro Señor. Amén. x-
266
San Pafnucio, obispo y confesor. — 11 de setiembre (t hacia el año 356.)
El ilustre confesor de Cristo y venerable obispo de la Tebaida superior, san Pafnucio, fué natural de Egipto, e hijo de padres cristianos y muy virtuosos. Oyendo desde niño la admirable vida que llevaban los santos anacoretas de los desiertos de la Tebaida, se sintió tocado del Señor para imitar sus ejemplos; y llegado a la mocedad, dio libelo de repudio a todas las cosas del siglo, para servir a sólo Dios en la soledad, debajo de la disciplina y magisterio del grande Antonio. Teniendo delante de los ojos aquel perfectísimo ejemplar de todas las virtudes, hizo tan grandes progresos en el camino de la perfección, que extendiéndose la fama de HI gran santidad y de sus divinas letras, :e obligaron a recibir las órdenes sagradas, y poco después de haber sido ordenado de sacerdote, fué elegido por co-v.ún consentimiento para la silla episco-" al de la Tebaida. Gobernaba santísimamente su iglesia como verdadero pastor el rebaño de Jesucristo, cuando el tirano :aximino-Daia levantó una de las más
.-/andes y sangrientas persecuciones que rugieron aquella santa cristiandad. En-•^nces fué preso y cargado de cadenas el :nerable obispo Pafnucio; y fué el pr i
mero de los santos confesores a quien ortaron los nervios de la corva izquierda, y le sacaron ^ ojo derecho, y le
-ondenaron a trabajar en las minas. Pero abiendo sucedido a la persecución de ••s tiranos, la paz que dio a la Iglesia el mperador Constantino, el santo volvió
su silla con nuevo celo y con grande úbilo de todos los fieles de su diócesis; os cuales le recibieron como a su ama-
•'o obispo y como a valeroso confesor de •i fe. Por este título le hicieron también -ucha honra los padres del Concilio de "icea, en el cual se halló, y señalada
mente el emperador Constantino el Grande, que se holgaba conversando con él largas horas, y jamás se despedía del siervo de Dios, sin besarle con reverencia el hueco del cual le habían arrancado el ojo. Gozaba el santo de tan grande autoridad ten aquel concilio, que viendo desasosegados los ánimos en cierta controversia de nuevas doctrinas en las cosas de fe, se levantó v dijo en alta voz:
^:Nada se mude: estad firmes en las sagradas Tradiciones; y todos se aquieta
ron y le obedecieron. Fué san Pafnucio famiíiar amigo de san Atanasio y estuvo con él en el concilio de Tiro, donde al ver seducido por los Arríanos al obispo Máximo, llegóse a él y tomándolo^ por la mano, lo sacó de entre ellos, diciéndole: «No puedo sufrir ver entre herejes un obispo que ha padecido por la fe»: y oídas después las razones de Pafnucio volvió Máximo a confesar la fe católica. F i nalmente después de haber gobernado muchos años santamente su Iglesia, en-tregú su espíritu en manos del Creador.
• Reflexión: Por ventura te parecerá cosa extraña que un obispo como Máximo que había sido confesor de la fe y había padecido por ella como nuestro san Pafnucio, cayese en los errores de los he rejes Arríanos: pero has de recordar que la fe es siempre libre en sus actos, y que es sobremanera pestilencial la herejía y maligno su veneno. Para librarnos pues del contagio de toda herejía e impiedad, es menester creer con fortaleza las verdades que nos enseña la santa Iglesia depositaría legítima de la doctrina de Dios, y estimarlas sobre toda doctrina humana, y preferirlas a nuestras propias ideas y discursos; porque es insensata soberbia querer poner la verdad de Dios en tela de juicio, y gran presunción el pretender tragar la ponzoña de los herejes e impíos sin envenenarse.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad del bienaventurado Pafnucio, tu confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y de la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
267
San Guido, sacristán. — 12 de setiembre (t 1012.)
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El glorioso y devotísimo sacristán san Guido o Guidón, fué hijo de padres tan escasos en bienes de fortuna como ricos en virtudes cristianas, v nació en una aldea de Brabante llamada Anderlecht; por lo cual era conocido por el nombre de santo padre de Anderlecht. Siendo todavía niño, pasó al pueblo de Lacke que está a media legua de Bruselas, y entrando en la iglesia, estuvo una larga hora en oración muy fervorosa, ante el altar de la Virgen santísima nuestra Señora: lo cual echando de ver el capellán que gobernaba aquella parroquia, le rogó que se quedase para ser monaguillo de la iglesia. Vinieron en ello los padres del santo muchacho, y él cumplió desde aquel día con tan- gran devoción las obligaciones de su oficio, aue la ponía en los mismos fieles y sacerdotes. No podía sufrir que se manchasen los manteles de los altares con alguna gota de aceite o de cera: y traía muy aseadas y bien compuestas todas las cosas del templo; porque decía que así habían de estar las del palacio de Dios. Decía que las campanas eran la voz del Señor que llamaba a los fieles, y que las velas que arden en el altar r e presentaban la vida de los cristianos que h'a de gastarse toda en servicio y honra de Jesucristo. Obedecía puntualmente y reverenciaba con grande acatamiento a los sacerdotes: jamás ponía los ojos en rostro de mujer, y era tan rara su modestia y compostura que cuantos le ha blaban y miraban, le veneraban como a un ángel de la iglesia. Daba a la oración largas horas antes de acostarse y tomaba después breve descanso en el suelo
del templo; y de lo que recibía para sustentarse, repartía gran parte con los pobres. Sacóle de aquel oficio cierto mercader de Bruselas, diciéndole que podría socorrerles con más largas limosnas si mudaba el oficio y tomaba parte en los negocios de su casa. Hízolo así el santo, mas al poco tiempo, bajando por el río en una nave cargada de mercancías, dio en un banco de arena; y queriendo sacarla con una larga percha, hizo grande fuerza, que la rompió y se le entró una astilla muy adentro del brazo. Con este mal suceso, volvió a su iglesia, y postrado a los pies de la Virgen le rogó con muchas lágri
mas que le sanase: y antes de levantarse de su oración salió por sí misma la astilla del brazo. Después de haber servido algunos años más en aquella iglesia, gastó los siete últimos de su vida en peregrinar a pie y mendigando a Roma, e hizo dos veces el viaje a Tierra Santa. Volviendo a Anderlecht entendió que se llegaba su dichosa muerte. Vióse una noche resplandecer con una luz muy clara el aposento donde oraba, y se oyó una voz del cielo que decía: Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor; y en aquella hora pasó el fidelísimo siervo de Dios de esta vida mortal a la eterna.
Reflexión: La reverencia con que san Guido trató las cosas del templo, y la edificación que daba a todos los fieles, nos enseña el respeto que se debe a la divina majestad de Dios que tiene allí su morada. Ño permitamos, pues, que se le ofenda con irreverencias, faltas de silencio, inmodestias, miradas licenciosas y trajes profanos; y, si es posible, procuremos, que los sacristanes y monaguillos que sirven en el templo, sean tales que mueva a devoción, como nuestro santo, a los que los miren.
Oración: ¡Oh Dios! que nos alegras en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Guido; concédenos propicio, que los que celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos sus virtudes y loables acciones. Por Jesucristo, nuestro Señor^ Amén.
268
San Eulogio, patriarca de Alejandría. — 13 de setiembre (t 608)
El celosísimo defensor de la Iglesia de Jesucristo, y patriarca de Alejandría san Eulogio, fué -natural de Esmirna y vino al mundo en los calamitosos tiempos en que la herejía de Euti-ques, Arrio y Nestorio turbaban la paz de la Iglesia. Abrazó desde su mocedad la vida monástica en su misma patria; y mientras los herejes eutiquianos derramaban la ponzoña de sus errores en las cristiandades de Siria y de Egipto, el santo estudiaba con diligencia en el silencio y retiro del monasterio las letras humanas y divinas, y se adelantaba en el ejercicio de todas las virtudes, para defender valerosamente la casa de Dios, y librar de_ los lobos las ovejas del rebaño de Jesucristo. Habiendo alcanzado gran caudal de ciencia, y profundo conocimiento en las sagradas Escrituras y tradiciones de la Iglesia explicaba en los concilios, y en los doctores más sabios y aprobados; fué sacado de su soledad y ordenando presbítero, de mano de Anastasio patriarca de Antioquía. Desde aquella sazón contrajo estrecha amistad con san Eutiquio, patriarca de Constantinopla, y unió sus fuerzas con las de este santo prelado para refrenar la osadía de los herejes, Había fallecido ya el emperador Justinia-no II, después de un reinado de diez años, y sucedido en el trono imperial Tiberio Constantino, que fué príncipe virtuoso y enemigo de los herejes, y deseando que ocupase la silla de Alejandría un pastor sabio y celoso, puso los ojos en nuestro santo, el cual por muerte del patriarca Juan, fué elegido a la dignidad patriarcal, y resplandeció en ella muchos años como lumbrera de la Iglesia católica. A los dos años de su consagración pasó a Constantinopla, y acabó con feliz suceso algunos gravísimos negocios en bien de su iglesia; y como viese en aquella corte a san Gregorio el Magno, trabó con él muy grande amistad, de manera que desde que los dos santos se conocieron y trataron, no parecían tener más que un solo corazón y una sola alma. Compuso nuestro santo muchos libros de excelente doctrina para refutar las herejías de los Acéfalos, y confundir las sectas de los Eutiquianos: escribió además otros seis libros para deshacer los errores de los
^/Novacianos de Alejandría, y en el quinto de ellos demuestra muy de propósito,
cuan dignos sean los santos mártires del culto y veneración que reciben en la Iglesia católica. San Gregorio Magno, a cuyo juicio y censura sujetó el santo_ sus libros, le envió su aprobación diciéndble: «No he encontrado cosa alguna que no sea admirable en vuestros escritos.» Finalmente después de haber gobernado santísimamente su iglesia, y trabajado sin cesar por la entereza de la fe y extirpación de las herejías, poco tiempo después de la muerte de su amigo el papa san Gregorio, descansó en la paz del Señor, y fué a gozar de la recompensa de sus grandes méritos y trabajos.
* Reflexión: Muy buena y loable era sin
duda la amistad y unión que juntaba en uno de los dos corazones de san Eulogio y de san Gregorio: porque no fundándose en carne y sangre .ni en motivo alguno de terrenal interés, sino en Dios y en el aprecio que ambos hacían de la santidad verdadera, se ayudaban mutuamente y se animaban a hacer nuevos progresos en toda virtud y perfección. Mas cuando la amistad es de mal linaje y se funda en malas aficiones, es grandemente perjudicial, y a los que traban tales amistades, íes hace peores que antes; porque no parece sino que en cada uno de ellos se junta la maldad de todos.
Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que la venerable "Solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Eulogio, acreciente en nosotros la gracia de ía devoción, y la salud eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
269
La Exaltación de la santa Cruz. — 14 de setiembre (hacia el año 630)
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Queriendo nuestro Señor castigar al emperador Focas, príncipe vicioso y desalmado, que mató a Mauricio y le sucedió 'en el imperio, movió a Cósroas, rey de Persia, que le hiciese la guerra y tomase muchas y grandes provincias. Acabó Focas la vida asesinado y sucedióle en el imperio Heraclio, príncipe muv virtuoso. Entretanto Cósroas, como señor del campo, daba sobre unas ciudades y otras, tomándolas por fuerza de armas; y finalmente vino sobre la santa ciudad de J e -rusalén, y la tomó, y saqueó, y mató en ella miles de personas, y llevó consigo preso y cautivo a Zacarías, patriarca de Jerusalén, santo varón y excelente p re lado y a otro gran número de gente, y tomó el santo madero de la cruz de J e sucristo, nuestro Redentor, y le llevó a Persia, v le puso encima de su trono real, que era de oro fino, entre muchas perlas y piedras preciosas. Como Heraclio viese los daños de su imperio, juntó un ejército de gente nueva y bisoña para salir en busca en Cósroas, confiando que Dios le daría victoria del blasfemo e insolente rey. Trabáronse entre los dos ejércitos crueles batallas, sin declararse la victoria por ninguna de las partes; hasta que pidiendo Heraclio socorro a la Virgen santísima, cuya imagen llevaba en la mano derecha, súbitamente se levantó un viento muy recio, con grande lluvia y granizo, que a los cristianos daba en las espaldas y a los persas en los ojos, con lo cual los cristianos quedaron desde aquel día vencedores. Cósroas, humillado y vencido, restituyó todas las tierras que había tomado del imperio, y el tesoro de
la casa real que poseía su padre, y la santa Cruz, y todos los cristianos que tenía cautivos. El emperador Heraclio para hacer gracias a nuestro Señor, ordenó una solemnísima procesión, en la cual llevaba él mismo en sus hombros la santa Cruz que había estado catorce años en poder de Cósroas. Pero al entrar con ella en Jerusalén, y llegando a la puerta de la ciudad, no pudo dar un paso adelante. Entonces el santo patriarca Zacarías le dijo: «Mira, oh emperador, si es la causa de esto, el llevar tú la cruz con muy diferente traje y manera que el Señor la llevó por este camino.» Entonces se quitó Hera
clio la vestidura imperial, y la corona de la cabeza; y con los pies descalzos pudo proseguir con la procesión hasta poner la sacrosanta Cruz en el mismo lugar de donde Cósroas la había quitado. Quiso nuestro Señor ennoblecer aquel triunfo y regalar a su pueblo con grandes maravillas, entre las cuales resucitó aquel día un muerto, cuatro paralíticos cobraron salud, quince ciegos vista, diez leprosos quedaron limpios, y muchos que eran atormentados del demonio quedaron libres y gran número de enfermos con entera salud; a cuyos prodigios pueden
añadirse otros infinitos obrados en toda la cristiandad por la virtud de las reliquias de la santa Cruz, en la cual se nos dio la salud, la redención y la vida eterna.
Reflexión: Así como Heraclio llevó humildemente sobre sus hombros la Cruz de Jesucristo, así hemos de llevar con humildad y resignación nuestra cruz conforme a lo que dice el Señor en su Evangelio: Si alguno quisiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame. (Luc. XIV) . Mostremos pues nuestra paciencia cristiana en las enfermedades, dolores, pobrezas, infamias, falsos testimonios y otras muchas aflicciones semejantes; que estas cosas son para nosotros la cruz de Cristo, y en sufrirlas por su amor está nuestra virtud, merecimiento y corona.
Oración: ¡Oh Dios! que nos alegras en este día con la solemnidad de la Exaltación de la santa Cruz, rogárnoste nos concedas que merezcamos gozar en el cielo del premio de la Redención, cuyo misterio hemos conocido en la t ierra , \ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
270
Santa Catalina de Genova, viuda. — 15 de setiembre (t 1510)
La heroica enfermera y conso- B ladora de los pobres, santa Ca- I talina de Genova, fué natural de I la ciudad que lleva su nombre, y H de la nobilísima casa de los Fies- B chi. Deseaba en gran manera imi- B tar el ejemplo de una hermana B suya,llamada Limbonia, que ser- B vía al Señor en un monasterio B de monjas agustinianas; mas es- B torbáronselo sus padres, los cua- B les a todo trance quisieron ca- C sarla con u n mancebo muy no- B ble y rico de Genova. Llamábase B a este caballero Julián Adorno, y • ( aunque antes de tomar a Cata- , lina por esposa parecía de loa- -i~: bles costumbres, se desenfrenó después, de manera que los diez años que vivió en compañía ide la santa, fueron para ella diez años de cruel martirio. Sacábanle fuera de sí la ambición de honras mundanas, la afición al juego, y a los deleites sensuales: y aunque la santa con muchas lágrimas pedía al Señor la conversión de su marido, no abrió éste los ojos, hasta que en el juego y en las vicios hubo perdido la salud, y toda su hacienda y la de su esposa. Entonces por las oraciones de la santa se convirtió a Dios y entró en la tercera orden de san Francisco y al poco tiempo pasó de esta vida con señales de verdadera contrición y arrepentimiento. Desde aquel día determinó la santa viuda comenzar a servir a Dios, y a los pobres de Jesucristo en el hospital mayor de Genova, donde por muchos años fué como el ángel consolador de los enfermos. Era tan grande la caridad que ardía en su pecho que se extendía a todos los enfermos de la ciudad: de día y de noche los visitaba en sus casas, los animaba y regalaba cuanto podía, quitándose de su propio sustento, y mendigando lo que había menester para remediar sus necesidades. La ciudad de Genova bendice todavía con singular r e conocimiento el nombre de la santa por los portentos de caridad que obró en los años de 1497 y 1501 cuando la pestilencia desolaba la población. Todos huían por escapar del terrible azote; mas no huyó la santa, antes como enfermera de los heridos de la peste, acudía a su socorro, y a unos daba la salud del cuerpo y a otros disponía a bien morir y alcanzar la eterna salvación del alma. No se pueden decir ni imaginar las proezas de ca
ridad que llevó a cabo esta grande santa. Mas no fueron menos asombrosas sus a u s teridades y ayunos: porque pasó veintitrés cuaresmas y otros tantos advientos con sólo el Pan eucarístico, y bebiendo u n poco de agua mezclada con sal y vinagre. Escribió un hermoso diálogo sobre el purgatorio, que bastara a desengañar a los herejes protestantes, que niegan _este dogma. Finalmente a la edad de setenta y siete años, conociendo que era llegada su dichosa muerte, recibió el santo v iático, diciendo: «Ven, oh querido Espose» de mi alma», y llena de méritos y .v i r tudes voló a la gloria del cielo.
Reflexión: No es maravilla que todos los buenos genoveses alaben y glorifiquen. a esta santa heroína de la caridad, y la invoquen con grande fe en las públicas calamidades. En ella se manifiesta el verdadero amor del prójimo, propio de l a caridad cristiana, que en semejantes ocasiones suele llegar hasta el heroísmo, y el falso amor del prójimo, que huye de todo peligro de muerte, faltando a veces, aun a las obligaciones y oficios más ne cesarios de la caridad y careciendo hasta de palabras de consuelo y esperanza para reanimar ios corazones de los enfermos y moribundos.
Oración: Dígnate, oh Señor, Autor de nuestra salud, escuchar nuestras humildes súplicas; para que así como nos alegramos en la festividad de la bienaventurada Catalina, así imitemos su piedad y afectuosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
271
San Cipriano, obispo y mártir. ( t 258)
16 de setiembre
El santísimo obispo, sapientísimo doctor y fortísimo mártir de Jesucristo, san Cipriano, fué africano de nación y de ilustre sangre, pues su padre era hombre poderoso, senador nobilísimo, y tuv.o en Cartazo la dignidad primera de aquel orden. Dióse Cipriano desde su niñez a las letras humanas y a la elocuencia y filosofía, y enseñó retórica con grande loa y fama. Mas como era gentil, cayó en todos los vicios y liviandades de los mozos paganos, hasta que se casó y tuvo hijos. "Entonces trabó amistad con un santo presbítero llamado Cecilio, el cual con su ejemplo y doctrina le persuadió que se hiciese cristiano: y él lo hizo con tan particular conocimiento de la merced que recibía de Dios por medio de Cecilio, que siempre le revenrenció como a padre de su alma y maestro de su nueva vida. El mismo día que se bautizó, con el beneplácito y consentimiento de su mujer, se apartó de su compañía, y dejando a ella y a sus hijos todo lo que habían de menester para su sustento, repartió sus grandes riauezas a los pobres, y comenzó a hacer una vida perfectísima, v a enseñar una doctrina tan alta y admirable que no parecía sino haberla recibido del cielo. Porque en bautizándose comenzó a pensar y hablar como excelentísimo teólogo, y aunque él mismo dice que procuraba cortar de raíz la elocuencia y ornato de
. palabras, sus escritos ponen admiración, a los grandes maestros. Fué elegido presbítero de Cartago por aclamación de todo el clero y pueblo, y poco después, habiendo muerto el obispo Donato, a una voz escogieron al santo por sucesor en
aquella cátedra, sacándole del retiro en que se había ocultado. No se puede fácilmente decir cuan admirablemente resplandeció como antorcha clarísima de la Iglesia africana. Hacíase amar, temer y reverenciar de todos, y en una terrible pestilencia, en que los gentiles desamparaban a
. sus enfermos y huían de Cartago, el santo les visitaba y socorría, convirtiendo gran número de ellos a la fe de Jesucristo. Escribió entre otros muchos libros un tratado sobre la unidad de la fe, y otro acerca de la modestia con eme habían de vestirse las vírgenes, y también una elocuentísima • exhortación al martirio.
Habiéndose levantado una terrible persecución que había anunciado el santo, en la cual deseaba morir por la fe, no pudo alcanzarlo, porque como en el anfiteatro no se oían más que gritos de los idólatras que clamaban: «¡Cipriano a los leones!» y pensaban triunfar de los fieles con la muerte del santo obispo, le aconsejaron que se escondiese, como lo hizo por el bien de su Iglesia. Renovóse más tarde la persecución y entonces el santo obispo llamado por el tirano Galerio Máximo, se presentó a su tribunal, y a todas las preguntas que le hizo contestó: «Soy cristiano, y me glorío de serlo.» Y juzgando el procónsul que no era conveniente dilatar el martirio del santo prelado, mandó que el mismo día le cortasen la cabeza.
Reflexión: A pesar de ser san Cipriano tan sabio y santo obispo, cayó en un error creyendo que era inválido el bautismo, siempre que fuese administrado por herejes; en ello creía seguir la tradición de la Iglesia africana en tiempo en que nada había definido. «Permitió Dios, dice san Agustín, que Cipriano errase, para que conociésemos que el entendimiento humano es limitado, y que la infalibilidad no es privilegio de los doctores esclarecidos, sino de las decisiones de la Iglesia y de su cabeza visible, que es el v i cario de Jesucristo.»
Oración: Asístenos, Señor, con tu gracia en la festividad del bienaventurado mártir y pontífice san Cipriano, para aue su poderosa intercesión nos haga agradables a tu divina majestad. Por Jesucristo,\ nuestro Señor. Amén.
272
San Pedro de Arbués, mártir. — 17 de setiembre (f 1485)
El valeroso mártir de la fe, y decoroso ornamento de la Inquisición de España, san Pedro de Arbués, fué hijo de don Antonio Arbués, y de doña Sancha Ruiz y nació en la villa de Epila, como a seis leguas de Zaragoza. Alcanzó en la universidad de Bolonia gran renombre de sabio, y leyó en una de las dos cátedras del insigne colegio que había allí fundado don Egidio Albornoz, arzobispo de Toledo y cardenal de la Iglesia romana. El grado de doctor que recibió hállase acompañado de singular mención honorífica de sus virtudes, por estas palabras: «Los multiplicados dones de virtudes con que el Altísimo engrandeció la persona del maestro en artes y filosofía Pedro de Arbúes, etcétera . . . » Recibiéronle después con grande honra en la iglesia metropolitana de san Salvador de Zaragoza los canónigos reglares de la orden de san Agustín, y como llegase a oídos de los reyes católicos la fama de sus grandes letras y virtudes, le nombraron inquisidor del reino, de Aragón, en cuyo santo oficio mostró admirable discreción, celo y entereza. Mas habiendo juzgado reos de ciertas horrendas abominaciones a algunos judíos ricos que por sola hipocresía se habían bautizado, juntáronse en concilio y enviaron a Córdoba procuradores que se quejasen a los reyes católicos del rigor que con los judíos usaba Pedro de Arbués. No hicieron caso los católicos monarcas de aquellas falsas acusaciones, porque estaban tan satisfechos de la prudencia y santidad del inquisidor, como cansados de las traiciones de los moros y de la perfidia de los judíos. Entonces dieron éstos buena suma de oro a un hombre facineroso llamado Juan de Labadía el cual la repartió con otros dos asesinos llamados Juan Esperan y Vidal Duran. Algunos amigos del santo le avisaron de su peligro; y él les respondió sin turbarse: «Ya que no soy buen sacerdote, al menos seré buen mártir.» Escondiéndose los tres asesinos una noche en la iglesia, al tiempo que solía venir a ella el santo vestido con
. los hábito de coro para asistir a los Maitines, así que se hincó de rodilla ante el altar mayor para hacer una breve oración, cayeron sobre él, y le dieron con sus o p a d a s tantas cuchilladas, que le deja-fon muerto. Cuando los malvados judíos
le daban la muerte, cantábase en el coro aquel verso que dice: «Cuarenta años me hallé con esta gente y dije: yerran siem- _ pre por la ceguedad de su corazón»: y al caer mortalmente herido, exclamó: Muero por Jesucristo, pues muero por su santa fe. Fué llevado luego a su casa, y al cabo de dos días, pidiendo perdón por sus enemigos, y recibidos con grande> devoción los Sacramentos, dio su espíritu al Creador, a la edad de cuarenta y tres años. Hizo toda Zaragoza gran sentimiento de su muerte, y por espacio de tres días no se celebraron en la catedral los divinos oficios, y se vistieron de luto los altares hasta que se purificó el templo de aauella sacrilega violación, y por un año entero se cantaron los oficios en tono fúnebre.
Reflexión: Muy honrado es de Dios con prodigios, y de la Iglesia con universal veneración, el gloriosísimo inquisidor san Pedro de Arbués, el cual murió a manos de los pérfidos judíos, por el celo de conservar la fe católica, que es el mayor beneficio que Dios puede hacer a una nación. Tengamos pues en grande estima esta prenda del cielo: y ya que los gobiernos liberales la posponen a los intereses de la tierra, procuremos guardarla con todo cuidado en nuestras almas. Antes perder la vida que la fe.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que sigamos con la debida devoción la fe de tu bienaventurado mártir san Pedro de Arbués, el cual mereció alcanzar la palma del martirio por la confesión de la misma fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia. — 18.de setiembre
(t 1555)
de lesa majestad, intercedieron por ellos los grandes de España, el almirante, el condestable, el arzobispo de Toledo, y hasta su mismo hijo el príncipe don Felipe: estuvo inexorable con todos el emperador, pero no pudo resistir a la súplica que le hizo nuestro santo, y revocó la sentencia. También le rindió a su voluntad en la renuncia eme hizo del a r zobispado de Granada, mas no pudo renunciar el arzobispado de Valencia, porque los superiores le mandaron que le admitiese, bajo pena de excomunión. No mudó en la dignidad hábito ni costumbres; socorría cada día a cuatrocientos pobres, y el Señor
multiplicó muchas veces en sus manos la limosna. Predicaba todos los días, y decían de él que bastaba verle para convertirse: y con ser tan resplandeciente lumbrera de la Iglesia, nunca cesó de pedir al papa que le quitase la dignidad de arzobispo, mas a los once años de su pontificado, oyó una voz del Señor que le dijo: Tomás, ten buen ánimo: el día de la Natividad de mi Madre recibirás la recompensa de tus t ra bajos.» Y siendo de edad de sesenta y siete años, recibidos con gran devoción los Sacramentos de la Iglesia, y habiendo mandado repartir lo poco que le quedaba a los pobres, murió en lecho prestado. Treinta y tres años después se halló entero su santo cuerpo.
Reflexión: Los funerales del santo fueron magníficos y honrados con los clamores y lágrimas de más de ocho mil quinientos pobres, que lloraban la muerte de su padre y no podían consolarse. ¡Oh! ; si hubiera en los pechos cristianos ese espíritu de caridad, que es el primer mandamientos- de la ley de Cristo! ¿Qué más fuera menester para que el santo Evangelio de nuestro Señor crucificado por amor de los hombres, resplandeciese e imperase en el mundo como la mayor ley, la mayor moral y la prenda segura de toda felicidad temporal y eterna?
Oración: Oh Dios, que adornaste al bienaventurado pontífice Tomás de Villa-nueva con una insigne caridad para los pobres; rogárnoste que por su intercesión derrames copiosamente las riquezas de tu misericordia sobre todos los que te invocan. Por Jesucristo, nuestro S e \ ñor. Amén.
El clarísimo arzobispo de Valencia, y suavísimo padre de los pobres, santo Tomás de Villanueva nació en Fuen Llana, lugar pequeño de la Mancha, y se crió en Villanueva de los Infantes, a tres leguas de dicho lugar, y de él tomó el sobrenombre de Villanueva. Eran sus padres inclinados a hacer limosna, y de ellos aprendió el santo niño esta virtud, dando a los pobres cuanto podía haber a las manos, frutas, legumbres, pan, huevos, y aun su propio sustento y vestido, pues algunas veces volvió casi desnudo a su casa por haber cubierto con su vestido • algún niño desnudo. Nunca ocultó la verdad con mentiras harto comunes en los niños. Las primeras palabras que aprendió fueron los nombres de Jesús y María; por su devoción a la Madre de Dios le llamaban el hijo de la Virgen. Enviáronle sus padres a Alcalá y fué admitido en el colegio mayor de san Ildefonso, y explicó después con grande loa filosofía y teología en aquella universidad. Por esta sazón murió su padre, y él repartió todos sus bienes a los pobres, y tomó el sagrado hábito de los ermitaños de san Agustín, en el año 1518, y en el mismo día en que el desventurado Lutero le había dejado. Hecha su profesión, enseñó teología en el convento de Salamanca, y predicó con admirable y divina unción en Burgos y Valladolid, donde toda la corte concurrió a oirle con el emperador Carlos V, el cual no quería perder ninguno de sus sermones. Hízole su teólogo y predicador, y jamás le negó merced que le pidiese. Habiendo el emperador condenado a muerte a ciertos caballeros, reos
274
San Jenaro, obitepo y mártir. (t 305)
El celosísimo obispo de Bene-vento, y portentoso mártir de Cristo, san Jenaro, fué natural de Benevento en el reino de Ñapóles. Fué ordenado de presbítero y de obispo por expreso mandato del sumo pontífice: y como en la persecución de Diocleciano y Ma-ximiano estuviese preso un santo joven diácono llamado Sosio, y san Jenaro le visitase en la cárcel, Timoteo, presidente, le mandó prender y traer delante de sí, y procuró atraerle con muchas palabras y razones a la adoración de los dioses. Pero entendiendo que perdía el tiempo, hizo encender un horno, y echar en él al santo: mas guardóle el Señor de
manera, que salió del horno sin que la llama le hubiese hecho daño ni aun en la ropa ni en un cabello de la cabeza. Encendióse más el tirano, y condenóle a un nuevo suplicio en que todos los miembros del santo fueron descoyuntados. Vinieron a visitarle Festo, diácono y Desiderio, lector, y siendo conocidos por cristianos, fueron presos y llevados con su obispo san Jenaro, cargados de hierros v cadenas, delante de la carroza del. presidente a la ciudad de Puzol. Allí fueron echados en la misma cárcel donde estaban presos Sosio, diácono de la ciudad de Mesina, y Próculo, diácono de Puzol, y dos cristianos llamados Eutiques y Acucio, todos los cuales habían sido condenados a ser despedazados de las fieras, y estaban aguardando la ejecución de la sentencia. Al día siguiente todos los siete fueron echados a las bestias fieras, las cuales olvidándose de su natural crueldad, se derribaron a los pies de san Jenaro y de sus santos compañeros como mansas ovejas. El presidente, atribuyendo este milagro del Señor a hechizos, dio sentencia contra ellos y mandólos degollar; pero luego perdió la vista, y por la oración de san Jenaro la recobró, y con este milagro se convirtieron unas cipco mil personas. No bastó el beneficio que había recibido al inicuo juez para conocer la mano poderosa de Dios que obraba por sus santos tales prodigios; antes dudando en su opinión de que todas las maravillas que veía se hacían por arte mágica, y temiendo la ira de los emperadores, mandó que llevasen los mártires a la plaza llamada Vulcana, y que allí les coreasen la cabeza; en cuyo martirio dieron todos ellos sus benditas almas al Creador.
19 de setiembre
El cuerpo de san Jenaro está colocado en la catedral de Ñapóles donde es reverenciado con grande devoción de toda aquella ciudad, que le tiene por patrón y r e cibe de su mano continuos beneficios señaladamente en tiempo ide pestilencia y de otras públicas calamidades.
Reflexión: Obran también las sagradas reliquias de este santo otro milagro que es perpetuo y que hasta hoy dura y es famoso en todo el mundo. Porque t ienen en la catedral de Ñapóles la sagrada cabeza del santo, y aparte una ampolla de vidrio llena de la sangre cuajada del mismo mártir, y en juntándola con la cabeza, o poniéndola delante de ella, comienza luego la sangre a deshelarse y derretirse y hervir como si se acabara de verter; y este milagro tiene cada año por testigos a toda clase de gentes que de muchas partes acuden a verlo, y aun los mismos incrédulos quedan tan certificados del suceso maravilloso, que no pueden siquiera ponerlo en duda. ¡Ojalá que el admirable portento eme ven con los ojos del cuerpo, les abriese los ojos del alma, y se rindiesen a la fe y voluntad de aquel Señor que hasta con perpetuos milagros da testimonio de nuestra divina y santísima religión!
Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras en la festividad de tus bienaventurados mártires Jenaro v sus compañeros; concédenos benignamente que así como sus merecimientos nos regocijan, así también nos enfervoricen sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
275
San Eustaquio y sus compañeros, mártires. — 20 de setiembre (f 118)
jano en el imperio, y ofreciéndosele una guerra dificilísima contra los bárbaros de varias naciones que amenazaban caer sobre el imperio, acordándose del valor que había mostrado Plácido en la guerra contra los judíos, le mandó buscar, y le hizo general del ejército. Marchó pues contra. los enemigos con tan feliz suceso que alcanzó de ellos insigne victoria y mereció entrar en Roma con los honores del triunfo. Pasados los días del regocijo ordenó el emperador que se hiciese un solemne sacrificio de acción de gracias a los dioses. El santo general le dijo que lo haría en honra
del verdadero Dios a quien se debía la felicidad de su campaña, y le declaró que era cristiano: por lo cual bramando de rabia el tirano, le condenó a las fieras, y para que la afrenta fuese tan grande como la honra pasada, mandó que le llevasen casi desnudo hasta el anfiteatro, y le arrojasen con su mujer y sus hijos a las fieras. Respetaron ellas a los santos, y les lamieron los pies sin hacerle daño alguno, por lo cual ordenó el bárbaro emperador que fuesen abrasados en unos bueyes de bronce, en cuyo espantable martirio entregaron su espíritu al Creador.
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Reflexión: Ya lo ves: después del triunfo del martirio: esto es lo que sabe dar el mundo a los que le sirven, cuando, dejan de servirle por servir a Dios. Pero así alcanzó Eustaquio más ilustre victoria que la que había alcanzado de los bárbaros. Y ¿qué tenía que ver «1 triunfo con que fué recibido en Roma, con la gloria con que entró poco después en el reino de los cielos? Sirvamos pues fielmente a nuestro Señor, aun con desagrado del mundo, porque sólo Dios es santo y Señor nuestro, y fiel en sus promesas y magnífico en sus recompensas.
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Oración: ¡Oh Dios! que nos haces la gracia de que celebremos el nacimiento para el cielo de tus bienaventurados mártires Eustaquio y sus compañeros, concédenos que logremos la dicha de gozar con ellos del júbilo v felicidad eterna. Poi^ Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
El fortísimo mártir de Cristo san Eustaquio era patricio romano de ilustre l i naje: llamábase Plácido antes del bautismo, y tenía el grado de oficial en el ejército del emperador. Habiendo hecho grandes servicios a Vespasiano y a su hijo Tito en las guerras contra los judíos, se retiró a Roma; y saliendo un día a caza, echó de ver un ciervo ide extraña grandeza que se le puso delante y traía entre los cuernos un crucifijo rodeado de maravillosa claridad, y oyó una voz que le día: «Plácido, no quiero que me persigas: yo soy Jesús que morí por tu amor y ahora quiero salvarte.» Apeóse Plácido despavorido, y postrado en tierra adoró al Señor, el cual le mandó que fuese al presbítero de los cristianos y se bautizase con su mujer y sus hijos. Hízolo así, mudando el nombre de Plácido en el de Eustaquio y el de su mujer que se l lamaba Taciana en el de Teopista, para que por estos nombres fuesen conocidos de los cristianos y no lo fuesen de los gentiles. Los dos hijos que tenía Eustaquio se llamaron Agapito y Teopisto. Mas habiendo mudado con los nombres las costumbres, y trocado las 4 e l a gentilidad, por las muy santas de la fe que habían abrazado, Eustaquio fué acusado de ser cristiano, y pendió el grado y la renta que era muy crecida y como de uno de los primeros oficiales del ejército. Entonces se ausentó a un lugar donde no fuese conocido, y se concertó con un labrador rico para cultivar una de sus haciendas, y en este oficio, andando tras los bueyes, gobernando el arado el que había gobernado un ejército, pasó tranquilamente quince años. En este tiempo sucedió Tra-
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San Mateo, apóstol y evangelista. — 21 de setiembre (t siglo I)
El bienaventurado apóstol y evangelista san Mateo, que por otro nombre se llamó Leví, fué Galileo de nación y de la ciudad de Cana. Era pubiicano y arrendador de las rentas imperiales que se cogían de los tributos que pagaban los judíos, que era oficio odioso entre ellos, y así les 'llamaban con el nombre de pecadores. Estando pues un día Mateo sentado en la casa o aduana, pasó el Señor, y puso en él los ojos de su clemencia, y le idijo:^ «Sigúeme»: y luego se levantó san Mateo tocado de Dios, y dejando el trato, dineros, casa y familia, le siguió. Cobróle tanto amor, aue le hizo un convite en su casa al cual hizo venir a otros publícanos y pecadores para que, atraídos de la dulzura y conversación del Señor, también le conociesen v amasen. Esto escribe en su Evangelio divino el mismo san Mateo, el cual se llama humildemente a sí mismo «Mateo el pubiicano», mientras los otros evangelistas le llaman con el nombre de Leví, para disimular la afrenta del oficio que ejercitaba antes de su vocación. Después de la subida del Salvador al cielo y la venida del Espíritu Santo, cupo a san Mateo la misión de Etiopía, y llevóse consigo el Evangelio que había escrito en lengua he -Brea o siriaca para los judíos. Llegado a Etiopía el santo apóstol, se dice que entró en la ciudad de Nadaber, donde fué hospedado por aquel eunuco de la reina Can-dace, a quien bautizó san Felipe. Allí encontró dos magos que con sus malas artes pervertían al pueblo, mas el santo apóstol les confundió con la virtud de Jesucristo, y resucitó a un hijo del rey Egipo, que los magos no habían podido resucitar. Con este prodigio se convirtieron el rey y la reina y sus hijos a la fe del Señor y gran parte del pueblo, siguiendo su ejemplo, se bautizó. Tenía el rey una hija llamada Ifigenia, la cual oyendo alabar al santo apóstol el estado virginal, se determinó con su parecer, de consagrarse a Dios en compañía de otras doncellas que se le juntaron con el mismo propósito; mas habiendo muerto el rey Egipo, y apoderádose del reino un hermano suyo llamado Hirtaco, quiso éste casarse con Ifigenia, y que san Mateo se lo persuadiese: pero el santo apóstol se resistió:
vpor lo cual el rey se enojó de manera,
que mandó sus ministros a la iglesia donde el santo estaba diciendo misa para que le diesen la muer te ; y así acabada la misa, fué el santo apóstol alanceado, quedando el altar del divino sacrificio rociado con su sangre. Con este martirio acabó su carrera apostólica, después de haber padecido muchos trabajos, obrado grandes milagros, edificado templos, ordenado sacerdotes y ganado para Jesucristo muchas almas en aquella remota provincia de Etiopía.
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Reflexión: En la vocación de san Mateo al apostolado, mostró el Señor sus entrañas de misericordia para darnos gran confianza que no desechará a cualquier pecador, por malo que haya sido y viniere a él; y para que entendamos que aunque no viniere y le cerrare la puerta, llamará a ella y si le abriere, entrara en su corazón y le perdonará sus pecados. Y juntamente nos propone el sagrado Evangelio la presteza con que san Mateo obedeció al Señor, para que la imitemos, y obedezcamos a la divina vocación, dando de mano si es menester a todas las cosas de la tierra y a todas las riquezas, gustos y vanidades del siglo, para ser verdaderos discípulos de Jesucristo, Señor nuestro.
Oración: Asístenos, Señor, por los méritos de tu apóstol y evangelista, el bienaventurado Mateo, para alcanzar por su intercesión lo que no podemos conseguir por nuestras débiles fuerzas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Mauricio y la legión Tebea. — 22 de setiembre (t 287)
El martirio del esforzado caballero de Cristo san Mauricio capitán de la legión de los Tebeos, sucedió de esta manera. Después eme Diocleciano tomó el cetro del imperio, hizo cesar a Maximiano, y envióle a Francia con un ejército poderoso a sosegar algunos alborotos que habían levantado Amando y Esiano. Entre la otra gente que llevaba consigo había una legión de seis mil y seiscientos y sesenta y seis soldados, los cuales eran de la provincia de Tebas, y cristianos confirmados en la fe por el santo pontífice Marcelino. Parecióle a Maximiano que era bien hacer la reseña de su gente, y ofrecer sacrificio a los dioses, y sobre sus aras tomar a los soldados juramento de fidelidad y de pelear animosamente. San Mauricio, que era capitán de aquella legión, entendida la resolución del emperador, para no contaminarse con aquel sacrilego juramento y sacrificio abominable, se apartó con sus tropas ocho millas lejos del resto del ejército a un lugar que se llamaba Agauno y ahora se llama San Mauricio. Como supo Maximiano la retirada de la legión Tebea y la causa, le envió un mensaje, mandándole que viniese y se juntase con el ejército e hiciese lo que los demás soldados hacían. Todos los santos soldados con un mismo ánimo y determinación respondieron que estaban dispuestos a obedecer a Maximiano en todo ló que no fuese contra Dios, y a pelear por él como lo habían hecho muchas veces, pero que, siendo como eran cristianos, no querían sacrificar ni conocer por dioses a los ídolos vanos. Enojóse sobremanera Maximiano con esta respuesta y mandó diezmar aquella
legión. Ejecutóse aquella rigurosa orden en los valerosos guerreros de Jesucristo: y creyendo Maximiano que, escarmentados los que quedaban, estarían más blandos y rendidos a su voluntad, tornó otra vez a mandarles que viniesen a juntarse con los demás soldados para hacer el so_ lemne juramento y sacrificio; mas ellos se quedaron firmes como antes, y no quisieron obedecer, prefiriendo dar la vida por Jesucristo, y obedecer antes al emperador del cielo que al de la tierra. Cuando Maximiano vio el ánimo de aquellos fortísimos caballeros de Cristo, teniéndolo por obstinación y pertinacia, se
embraveció con increíble saña, y mandó que todo el ejército diese sobre ellos y no dejase de aquella legión hombre con vida. Bien pudieran los santos soldados resistir y pelear y defenderse, pues eran harto temibles; pero armados de fe y espíritu del cielo, no quisieron tomar las armas, sino con una nueva manera de victoria vencer sin pelear y alcanzar la gloriosa corona del martirio, no meneando las manos, sino ofreciendo sus cervices al cuchillo. Y así, animados de su capitán el glorioso san Mauricio, sin alzar la espada para defenderse, puestos de rodillas y levantando las manos y los corazones al cielo, recibieron todos la muerte y se ofrecieron en sacrificio a Jesucristo.
Reflexión: Solía antiguamente la Iglesia romana invocar en las batallas contra los enemigos de la fe el favor de Dios por intercesión de san Mauricio, de san Sebastián y de san Jorge, como se saca del Orden romano. Resucitemos ahora aquella tan pía costumbre; pues nos hallamos con tanta frecuencia cercados de enemigos que con infernal astucia y con mil artes diabólicas hacen guerra a nuestra santa fe, y desean quitarnos este te soro que hemos de conservar a todo t rance, aunque nos costara la sangre y la vida como a san Mauricio' y a sus soldados.
Oración: Haz, Señor, que nos alegremos en la solemne fiesta de tus santos mártires, Mauricio y sus compañeros, y que nos gloriemos en el nacimiento para el cielo de estos santos, en cuya intercesión tenemos puesta nuestra confianza.^ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Tecla, virgen y mártir. _ 23 de setiembre (t hacia el fin del siglo I)
La esclarecida virgen^ y protomártir santa Tecla nació de ilustres padres en Iconio de Licao-nia. Hallábase en dicha ciudad cuando llegó a ella el apóstol san Pablo a predicar el Evangelio.. A la fama de la nueva doctrina, acudió Tecla a oir las enseñanzas del apóstol, y quedó tan convencida de la verdad de la fe cristiana y tan enamorada de la castidad por las alabanzas que de ella oyó, que desde luego resolvió firmemente consagrar su virginidad a Dios, renunciando _ al matrimonio que sus padres tenían ya concertado con un joven muy noble y bien apuesto, por nom
bre Tamiris. Y no se contentó con entablar ella sola una vida de oración y recogimiento conforme a las prescripciones del santo apóstol; sino que atrajo al mismo género de vida a gran número de doncellas. Bajo la disciplina de Tecla alcanzaron sublime grado de santidad, entre otras, dos matronas llamadas Trifena y Trifosa. Tanto los padres de Tecla como el joven Tamiris llevaron tan a mal que la santa, por seguir una ley nueva de tanta abnegación y humildad, renunciase a las bodas, que la acusaron ante el juez de que era cristiana. Mandó este encender una grande hoguera, amenazando a la santa virgen con arrojarla a ella, si no abandonaba su fe; pero Tecla¿ movida por interior espíritu, hecha la señal de la cruz, se precipitó en medio de las llamas, mostrando estar ella más pronta a padecer aquel tormento que el juez a dárselo. En aquel mismo punto cayó una abundante lluvia, que apagó el fuego, dejando libre y sin lesión a la santa. Condujeron -la entonces a Antioquía, en donde se tentó una y otra vez su invencible constancia: porque, en primer lugar, fué arrojada a las fieras; mas por gracia de su señor_y esposo Jesucristo no recibió de ellas daño alguno. Entonces se la ató fuertemente a dos toros, a los cuales se hizo correr en dirección contraria a fin de que dividiesen en dos partes el cuerpo de la santa virgen; pero tampoco alcanzaron los gentiles su malvado intento. Finalmente la metieron en una hoya llena de serpientes; y ninguna le causó la más leve molestia. Librada milagrosamente de tantos peli-f/os, volvió Tecla, más firme que nunca, á su patria; y abandonando la comuni
cación y trato con los hombres, se entregó a la contemplación y amor de las cosas celestiales; para lo cual se retiró a la escabrosidad de un monte, y pasó allí sola el largo tiempo que le quedaba de vida, pues llegó a los noventa años de edad. Fué sepultada en Seleuecia; y en todo el oriente se tuvo a esta santa en gran veneración, viéndose su sepulcro frecuentado de gran concurso de gentes. Visitóle san Gregorio Nazianzeno, y tanto él como otros santos padres ensalzaron las vir tudes y santidad de Tecla de palabra y por escrito, honrándola con el renombre de protomártir, por haber sido la primera de las mujeres que por la confesión de l a fe cristiana fué condenada al tormento.
Reflexión: Maravíllanse muchos de la invencible fortaleza con que tantas delicadas vírgenes padecieron los más atroces tormentos: mas ¿cómo no habían de animarse al martirio, viendo que su protomártir santa Tecla, revestida de la virtud de Dios, vencía a todos los tiranos y atormentadores y aun salía ilesa de todos los suplicios? Con tal auxilio de la gracia se explica la fortaleza de los mártires, y con tales martirios y prodigios, quedó admirablemente sellada la divinidad de nuestra santa fe católica.
Oración: Oh Dios, por la gloria de cuyo nombre sufrió con fe nunca vencida el gran combate de los tormentos la bienaventurada virgen Tecla, la tarimera már tir entre las mujeres; concédenos que a imitación suya sepamos despreciar las prosperidades del mundo y no temer ninguna de sus adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Nuestra Señora de las Mercedes. — 24 de setiembre
Estaba todavía gran parte de España oprimida bajo el yugo de los sarracenos, y gran número de cristianos gemían en la más dura y cruel esclavitud con grave peligro de abandonar la santa fe que de sus padres habían recibido; cuando algunos piadosos varones, compadeciéndose de la miserable suerte de sus hermanos, se reunieron para tratar de socorrerlos y procurarles el alivio de sus penas. Desde el año 1190 se ocupaban en tan benéfica obra unos caballeros catalanes; mas no se instituyó la orden religiosa para la redención de cautivos, hasta principios del siglo siguiente. Esta obra heroica de auxiliar a los cristianos puestos en cautiverio traía muy pensativo a san Pedro Nolasco: cuando he aquí que una noche se le apareció la serenísima Reina de los cielos, consoladora de los afligidos, y le manifestó ser voluntad suya y de su benditísimo Hijo que en su honra se instituyese una religión que tuviera por fin principal redimir a los cristianos cautivos, y cuyos religiosos estuviesen prontos a perder su libertad y aun la vida en bien de sus prójimos y para conservación de su fe. El santo, corrió a su confesor, san Raymundo de Peñafort, a darle cuenta de lo que le había sucedido. Quedó sorprendido Raymundo al oir a su penitente, y al entender que había recibido del cielo el mismo favor que él; pues también a Raymundo se le había aparecido la santísima Virgen y descubiértole su voluntad y la de su bendito Hijo. Pero mucho mayor fué por una parte el asombro, y por otra el gozo y alegría de uno y otro, al referirles el rey de Aragón Jaime I, que aquella misma noche había tenido igual revelación, hecha por la misma misericor
diosísima Señora. Asegurados, pues, los tres de la verdad de lo sucedido, trataron desde luego de poner por obra la voluntad del cielo, y el día 10 de agosto del año 1218 instituyeron una or . den religiosa que, en honor de nuestra Señora, llamaron de santa María de las Mercedes, y del fin que al fundarla se proponían, le añadieron el nombre de «Redención de Cautivos». A los tres votos esenciales de pobreza, castidad y obediencia, añadieron los religiosos de esta orden un cuarto voto, por el cual se obligaban a quedarse en rehenes en poder de los sarracenos siempre que esto fuese preciso para alcanzar
la libertad de los cristianos. Concedióles el rey que pudiesen llevar al pecho sus reales armas, y el soberano pontífice aprobó y confirmó tan pío y santo instituto. En conmemoración de tan insigne beneficio hecho por la santísima Virgen a los hombres, se estableció esta festividad de María con el título de las Mercedes.
Reflexión: ¡Cuántos miles y miles de cristianos, tratados en Argel y Berbería con grande crueldad, miserables, hambrientos, desnudos, cargados de cadenas o azotados y heridos bárbaramente por los látigos de los sobrestantes moros, se vieron libres del cautiverio y restituidos alegremente al hogar de sus familias por la generosa caridad de los religiosos de la Merced! Echáronse estos muchas veces al cuello las cadenas a trueque de libertar a los pobres cautivos, y en el primer capítulo general de la Orden, halláronse ya presentes muchos venerables religiosos a quienes los moros habían sacado un ojo, o mutilado la nariz o las orejas, y otros que estaban cubiertos de heridas, recibidas por haberse quedado en rehenes uara librar a nobres cautivos de aquella durísima esclavitud.
Oración: Oh Dios, que por medio de la gloriosísima Madre de tu unigénito Hijo te dignaste enriquecer a tu Iglesia con una nueva religión destinada a rescatar a los fieles del poder de los paganos; r o gárnoste que por los méritos y por la intercesión de la que veneramos como a iniciadora de tan pía obra, nos veamos l i bres de todos nuestros pecados y del cautiverio del demonio. Por el mismo H i j \ tuyo y Señor nuestro. Amén.
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San Fermín, obispo y mártir. — 25 de setiembre (t 290)
El santo obispo e ilustre mártir de Cristo, Fermín, a quien otros llaman Pirmio, fué natural de Pamplona de Navarra, e hijo de un ilustre senador y muy poderoso. Sus padres, habiendo detestado la idolatría y abrazado la fe de Cristo, se dieron con gran diligencia a la práctica de todas las virtudes cristianas, conforme a los consejos de san Honesto, obispo de Tolosa de Francia, de quien habían recibido el santo bautismo; y no fué el menor de sus cuidados la cristiana educación de su hijo Fermín, que aprendió de sus devotos padres el socorrer con limosnas a los pobres y necesitados, y con saludables enseñanzas a los rudos e ignorantes. Consagróse de joven al servicio de Dios recibiendo el sacerdocio, y por sus méritos y virtudes llegó a ocupar la sede episcopal de Pamplona. Ardía en su pecho el deseo de la dilatación de la fe y de la salvación de las almas: por lo cual, predicando con apostólico celo, pasó a la Galia que entonces se llamaba Lugdunen. se, recorrió varios pueblos diseminando la verdad del Evangelio, y fijó su residencia por algún tiempo en Augeviros, ciudad principal de aquella región, donde en un año y tres meses redujo innumerables almas dé la idolatría a la fe de Jesucristo, y a la práctica de la ley evangélica. Con no menor fruto ganó para Jesucristo muchas almas en las ciudades de Aubi, Auvergne, Anjou y otras, desterrando de todas partes los errores de los paganos e introduciendo nuevas y muy puras costumbres en las almas de sus habitantes. Pasó luego a Beauvais, ciudad de la misma provincia, donde fué preso por Valerio, presidente de esta ciudad; el cual lo hizo azotar cruelmente varias veces, y después que le juzgó ya casi muerto a puros azotes, le hizo volver a la cárcel, donde, si no moría, le acabase de quitar la vida Sergio, sucesor suyo; mas el pueblo, que le amaba como a su padre y maestro, se amotinó y lo sacó violentamente de la cárcel y le puso en libertad, con que el santo confesor y apóstol de Cristo volvió de nuevo a desplegar las alas de su celo, y convirtió y bautizó a todos los moradores de aquella ciudad, levantando en ella algunas iglesias. De aquí pasó a Amiens, en la misma provincia,
donde en cuarenta días convirtió unos tres mil nombres a la fe de Jesucristo. No pudiendo llevar en paciencia tantas conversiones Longinos y Sebastián, crueles tiranos, que presidían en esta ciudad, prendieron al glorioso obispo y apostolice» varón san Fermín, y temiendo no se lo quitase de entre las manos el devoto pueblo, como había hecho en Beauvais, lo degollaron en la misma cárcel: con que acabó gloriosamente, dando la vida por la fe de Jesucristo que tanto y con t a n tas fatigas había dilatado, recibiendo la gloriosa corona del martirio, y siendo su alma pura presentada por manos de án geles en las del Creador.
Reflexión: Consideremos en el celo, en. los trabajos, y en el glorioso maítirio de san Fermín, lo que costó a los varonas apostólicos el don de la fe y conocimiento de Cristo que nosotros tenemos y gozamos. Cada país tiene su apóstol, y casi todos estos hombres apostólicos compiaron como los discípulos de Jesucristo, a costa de su sangre, la conversión de los pueblos que redujeron a la fe cristiana. Tengamos pues en grande aprecio y e s tima nuestra religión verdadera, como una joya del cielo, bañada en sangre de apóstoles, y en sangre de Jesucristo, que nos ha hecho este regalo de Dios y prenda de su amor infinito.
Oración: Oh Dios, que coronaste con aureola de inmortalidad al bienaventurado obispo y mártir Fermín, ilustre por la predicación de la fe y el combate de los tormentos; concédenos benigno que así como celebramos su triunfo, alcancemos también su premio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Cipriano y Justina, mártires. — 26 de setiembre (f 304)
La esclarecida virgen y gloriosa mártir de Cristo santa Justina nació en la ciudad de Antioquía de padres gentiles; y habiendo abrazado la fe cristiana por la doctrina de un celoso diácono, logró que también se convirtiesen sus padres y recibiesen el santo bautismo. Aunque era Justina hermosa por extremo y de excelentes gracias naturales; resplandecía a los ojos del Señor su alma mucho más por la hermosura de sus virtudes, y especialmente por su limpieza virginal, que consagró a su esposo Cristo. Había puesto los ojos en Justina y enamorándose de ella un mancebo poderoso y lascivo, • por nombre Agladio; el cual, por todos los medios que suele emplear el amor ciego, procuró atraerla a su voluntad; mas ninguno bastó para vencer el propósito de la santa virgen. No desmayó Agladio; sino que tomó por postrer remedio el favorecerse de un mal hombre, que con artes diabólicas doblegase la voluntad de Justina. Llamábase Cipriano aquel hombre y habitaba en la misma ciudad de Antioquía. A éste descubrió Agladio lo que pretendía, diciéndole cuan inútiles habían sido los medios empleados, y que le socorriese con sus artes poderosas y sobrehumanas; que se lo pagaría libe-ralmente y quedaría su perpetuo esclavo. Admitió Cipriano la propuesta, y empezó a poner por obra su mal intento; y después de haber usado contra la santa todas sus artes y embustes, quedó corrido y avergonzado, porque Justina con el favor de Cristo, con la oración y el ayuno, y con la señal de la cruz, siempre triunfó gloriosamente del enemigo. Asombrado
de lo que veía, consultó Cipria-• no al demonio; el cual le respon
dió que contra los adoradores de Cristo ningún poder tenía él: de esto entendió que Jesucristo era verdadero Dios, y determinó hacerse cristiano, como lo hizo, renunciando al demonio y bautizándose, y viviendo con tal fervor, que fué ordenado de diácono,
" y resplandeció en gran santidad y muchos milagros. Y porque por medio de Justina había recibido de Dios tantas mercedes, tuvo siempre gran cuenta de ayudarla y de llevar adelante sus santos propósitos, siendo ella como madre de buen número de doncellas
que vivían juntas y servían al Señor con gran pureza. En esto un conde llamado Eutolmio los mandó prender; y a Cipriano le hizo atormentar y rasgarle los costados con uñas aceradas: a Jus tina, después de haberla bárbaramente abofeteado, la hizo azotar con duros nervios: luego a él le pusieron en la cárcel; a ella en una casa honrada: v a los pocos días, fueron traídos al conde, el cual como viese su perseverancia en la fe, los mandó echar en una caldera llena de pez, sebo y resina derretida; mas siendo quemado Atanasio, sacerdote de los gentiles, los dos santos salieron sin lesión del tormento. De allí fueron llevados a Nicome-dia; donde después de haber padecido otros tormentos con grande ánimo y alegría, los degollaron. Sus sagrados cuerpos, abandonados e insepultos, Dios los conservó enteros y sin corrupción.
Reflexión: En las maravillas de santa Justina y en la conversión de san Cipriano resplandece con grande gloria la virtud de la señal de la cruz: porque por ella venció la santa todas las artes diabólicas; y viendo Cipriano la poca fuerza que tenían los demonios, y que no podían prevalecer contra ella, determinó abrazar la fe, y comenzar una vida santa: ¿por qué, pues, no hemos de amarnos de la santa cruz haciéndola con toda reverencia en nuestras tentaciones y peligros?
Oración: Ayúdenos, oh Señor, el favor continuo de los bienaventurados márt i res Cipriano y Justina, ya que no cesas de mirar con benignos ojos a los que concedes que con tales socorros sean ayuda- ,. dos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Cosme y Damián, mártires. — 27 de setiembre (t 303)
Los ilustres mártires de Cristo san Cosme y san Damián fueron'hermanos, naturales de Egea, ciudad de Arabia, e hijos de pa- i dres cristianos. Diéronse al estudio de las letras y ciencias humanas, y especialmente al de la medicina, en que salieron muy | excelentes, y no pocas veces por arte divina sanaban dolencias incurables. No tenían puestos los ojos en interés temporal ni curaban por dineros, sino sólo por misericordia y puro amor de Dios, y valiéndose de su arte para dar a los enfermos conocí- i miento de la ley de Cristo y de i su santo Evangelio. A esta sazón "• tomó las riendas del imperio ro
mano aquel gran perseguidor de la Iglesia, que inundó el orbe con sangre de mártires, y se llamaba Diocleciano. Este envió de procónsul de Egea a Lisias, hombre cruelísimo y por extremo enemigo de los cristianos, con orden de que los exterminase. Al tener Lisias noticia de los dos santos hermanos, mandólos traer a su presencia, y procuró, con todo el artificio que pudo, persuadirles que sacrificasen a los dioses del imperio; y como viese que perdía tiempo, los mandó atar de pies y manos, azotarlos cruelísimamente, atormentarlos con otros muy atroces suplicios, y luego, así como estaban atados, que los echasen en la mar; pero un ángel los desató y libró y puso en la r i bera. Súpolo el procónsul, v atribuyéndolo a arte mágica, los mandó poner en la cárcel, y al día siguiente los hizo echar en una hoguera encendida; y los dos santos salieron ilesos de las devoradoras llamas. Espantado Lisias, mas no rendido, mandólos colgar en el ecúleo y descoyuntar sus. sagrados miembros: mas el ángel del Señor, que los había librado ya del agua y del fuego, los amparó también entonces, y los sacó de aquel tormento sin lesión alguna. Corrido y avergonzado Lisias, no acababa de entender la virtud y poder de Dios y de la religión que los dos hermanos profesaban: y así, lleno de furor y enojo, dio orden de que los atasen en sendas cruces, los levantasen en alto y que allí fuesen apedreados hasta que acabasen la vida; todo lo cual no tuvo más efecto que los tormentos pasa-Jos, y solamente sirvió para demostrarle
'que nada puede la fuerza del hombre con
tra el todopoderoso brazo de Dios. Quiso aún tentar otro suplicio además de los referidos, para convencerse de que todo lo pasado era pura obra de magia y hechicería; y fué, mandarlos asaetear con agudas y aceradas saetas hasta destrozar los cuerpos de los santos confesores de Cristo; y al ver la inutilidad de ete postrer tormento, los hizo degollar. De esta manera acabaron gloriosamente sus vidas los dos santos mártires, y con ellos otros tres hermanos suyos, llamados Án-timo, Leónico y Euprepio, cuyos cuerpos fueron sepultados fuera de la ciudad de Egea.
Reflexión: Solían decir los santos médicos Cosme y Damián a los enfermos que visitaban: «Mirad que la medicina que cura las enfermedades del cuerpo, no puede preservarle de la muerte: pero la medicina de la^ fe de Jesucristo, no sólo tiene maravillosa virtud para curar las dolencias del cuerpo, mas también da la salud y vida eterna del alma.» Imiten este ejemplo los médicos cristianos, procurando sanar a la vez, como san Cosme y Damián, los cuerpos y las almas de los enfermos: y aprendamos todos a tener en mayor estima la salud y vida inmortal del alma, que la sanidad y vida frágil, de nuestro cuerpo mortal y corruptible.
Oración: Haz, te rogamos, oh Dios todopoderoso, que pues honramos el nacimiento a la gloria de tus santos márt i res Cosme y Damián, por intercesión de ellos nos veamos libres de todos los males que nos- amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Wenceslao, rey y mártir. — 28 de setiembre (t 936)
El santísimo duque de Bohemia y glorioso mártir de Cristo Wenceslao fué hijo de Wradislao, príncipe cristianísimo, y de Dragomira, gentil y perversa mujer. Perdió Wenceslao a su padre siendo niño, y fué educado por Sudmila su abuela, que era santa matrona. Así lo había dispuesto el padre al morir, temeroso de que la madre pervirtiese al hijo mayor, como pervirtió al menor Boleslao de cuya educación se encargó. De suerte que Wenceslao imitó las santas costumbres de su abuela y el hermano menor las perversas de su madre. La cual como era tan impía y ambiciosa, contra lo dispuesto en el testamento de su marido, alzóse con el gobierno del estado y comenzó a perseguir la religión. Con esto Sudmila y los que bien sentían fueron de parecer que en todo caso se encargase Wenceslao del gobierno, como se hizo con rabia y despecho increíble de la madre. Era Wenceslao de lindo y grave aspecto, virgen toda su vida, templado y devotísimo. Visitando de noche las iglesias por nieves y hielos con los pies descalzos, un compañero que le seguía, calzado y bien arropado, se helaba; y poniendo los pies en las huellas que dejaba Wenceslao, cobró calor. Gobernaba más como padre benigno y santo príncipe que como señor temporal. Para ahorrar la sangre de los suyos, entró en singular batalla con Radislao que se le había rebelado, y al tiempo de acometer, vio Radislao dos ángeles que daban a Wenceslao las armas y diciéndole a él «no le hieras»: y espantado con esto, se apeó y le pidió perdón, y Wenceslao le perdonó..
En otra ocasión presentándose en Alemania al emperador, vio éste que acompañaban a Wenceslao dos ángeles hermosísimos, sirviéndole como de pajes; y l e vantándose de su trono, se adelantó para recibirle; sentóle a su derecha, concedióle entre otras reliauias el brazo de san Vito, y el título de rey con las armas imperiales, y le hizo otras muchas mercedes. Era tan devoto del santísimo Sacramento, que por su mano sembraba, cogía, trillaba el trigo y hacía las hostias. Todas estas virtudes eran tósigo que emponzoñaba más v más el corazón de su madre, y para acabar con él, hizo que Boleslao ofre
ciese un convite a Wenceslao, después del cual se recogió el santo a la iglesia a prepararse para la muerte que Dios le había revelado. Por instigación de la madre fué Boleslao a la iglesia con gente armada, y allí, con su propia mano, mató a su santo hermano y le hizo mártir de Jesucristo. Dios vengó esta muerte: porque la t ierra se tragó a aquella madre inhumana; el impío Boleslao, por sobrenombre el Cruel, vencido del emperador Otón, fué obligado a dar satisfacción al mundo por la muerte de Wenceslao con unajDÚblica penitencia y a volver a llamar a los católicos desterrados; y acabó miserablemente su vida en la flor de la edad: y todos los demás reos de aquel crimen tuvieron fin desastroso. En cambio el Señor ilustró con grandes y repetidos nrodigios el sepulcro del santo mártir Wenceslao.
Reflexión: No es maravilla que sean tan reciamente castigados de Dios los perseguidores de sus santos: porque quien persigue y afrenta a los santos, persigue y afrenta a los amigos de Dios: y el Señor considera como hechos a su Majestad los agravios que se hacen a sus fidelísimos siervos. Respetémoslos, pues, y venerémoslos con devoción; pues la honra eme les hacemos, la hacemos también á Dios.
Oración: Oh Dios, que por la palma del martirio trasladaste al bienaventurado Wenceslao del principado de la tierra a la gloria del cielo, guárdanos por sus ruegos de toda adversidad y concédenos gozar de su compañía. Por Jesucristo, núes' tro Señor. Amén. "V
284
La fiesta de san Miguel, arcángel. — 29 de setiembre
Celebra hoy la santa Iglesia fiesta particular, no sólo de san Miguel que es el príncipe de toda la milicia celestial, sino también en honra de todos los santos ángeles. Estos soberanos espíritus, cuya muchedumbre excede, como dicen algunos doctores, al número de las estrellas del cielo y de las gotas del mar y de los átomos del aire, fueron criados antes que todas las criaturas o con las primeras de todas, y son incorruptibles e inmortales. Su inteligencia entiende sin discurso todas las cosas que naturalmente se pueden saber: su voluntad es tan constante que, según dice santo Tomás, nunca se aparta de lo que una vez escogió; su memoria nunca se olvida de lo que una vez aprendió; su poder es grande sobre toda fuerza de la naturaleza corpórea, y su agilidad es tan admirable, que no hay velocidad en la tierra ni en los cuerpos celestes eme con la suya pueda compararse. Enseña el doctor angélico que no hay ningún ángel que no difiera en especie de todos los demás; y con todo, están distintos en tres jerarquías, suprema, media e ínfima, y cada jerarquía dividida en tres coros, como se saca de las divinas Letras y santos doctores. En la suprema jerarquía hay t res órdenes: Serafines, Querubines y Tronos; en la segunda hay tres coros, Dominaciones, Virtudes y Potestades; en la tercera, Principados, Arcángeles y Angeles, ¿lámanse todos estos soberanos espíritus con el nombre de ángeles, porque como dice san Pablo, son ministros del Señor para bien de los que han de heredar la bienaventuranza eterna. Todos ellos están vestidos de la estola de la gracia que nunca perdieron, y son la familia lucidísima de criados que sirven a Dios, y de ministros que ejecutan su voluntad soberana en la gobernación del mundo y en la particular providencia que tiene de la Iglesia, y también de cada uno de los hombres, así fieles y cristianos, como infieles y pecadores, pues todos tienen su ángel de guarda. Por estas excelencias de los santos ángeles y por los beneficios que de sus manos re cibimos, los debemos honrar, y señaladamente al gloriosísimo príncipe de ellos, ,san Miguel, que es soberano protector de
' l a Iglesia. Su nombre significa ¿Quién
como Dios? porque cuando el príncipe de los ángeles Lucifer, envanecido con la grandeza de sus dones y gracias, se negó a adorar el mislterio de la humana natu- , raleza tan ensalzada en la persona de Cristo, y atrajo a su rebelión a muchos ángeles, el fidelísimo san Miguel volvió por la honra de Dios, y de su Unigénito, y con gran poder arrojó de los cielos a los ángeles rebeldes. Entonces fué exaltado san Miguel al trono aue perdió Lucifer, y recibió el principado de todos los ejércitos celestiales, y la representación de la divina autoridad en la tierra, y la protección de la Iglesia de Cristo a la cual defenderá de todos los poderes del mundo y del infierno, hasta el fin de los siglos.
Reflexión: Entiendan bien todos los católicos que esa actual rebelión de los hombres que ensoberbecidos por los progresos materiales, apostatan de la fe, no es otra cosa que una imitación de^la re beldía de los ángeles malos, que inspira Lucifer a los pobres hijos de Adán, para que no logren la dicha de reinar en el cielo con los ángeles buenos, sino que se condenen y padezcan eternamente con los demonios.
Oración: ¡San Miguel arcángel! Defiéndenos en la batalla: sé nuestra protección contra la malicia y las asechanzas del diablo. Reprímale Dios, suplicamos humildemente: y tú, oh príncipe de la mi licia celestial, arroja a los infiernos a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan sueltos por el mundo, para causar la perdición de las almas. Amén.
285
San Jerónimo, presbítero y doctor. — 30 de setiembre ( t 419)
El austero penitente, doctor máximo de la Iglesia • y eruditísimo intérprete de la sagrada Escritura, san Jerónimo, nació en Estridón de Dalmacia^Siendo todavía muy joven fué enviado de su padre a Roma para aprender las letras humanas, y en aquella ciudad, cabeza del orbe cristiano, recibió el bautismo. Instruyéronle Donato y otros célebres maestros en cuantas ciencias por aquellos tiempos se enseñaban. Ansioso de- sajber y amigo de libros y del trato de hombres doctos, recorrió las Galias y pasó a Constanti-napla para ver y oír a san Gregorio Na-zianzeno, cte quien confiesa haber aprendido las letras sagradas, como de otros la filosofía y la elocuencia. Viajó luego a Palestina para venerar el Pesebre del Señor, en cuya ocasión trató con los doctores más eruditos de los hebreos. Ayudándose de ellos en gran manera para entender las santas Escrituras. De Belén pasó a Siria, donde gastó cuatro años en la soledad del desierto, ejercitándose en santas meditaciones y austerísima penitencia; llegando hasta golpearse el pecho con una piedra, aterrorizado por el sonido de aquella trompeta que como dice el sagrado Evangelio, nos ha de llamar a juicio. De aquí le llamó a Antio-quía el obispo Paulino para combatir el cisma, y le ordenó de presbítero, y volvió después a Roma a donde le llamó el papa san Dámaso para que le ayudase en el gobierno de la Iglesia; mas él, l levado del amor a la soledad, muerto el papa, volvió por segunda vez a Belén, y puso eu asiento en un monasterio fundado allí por santa Paula, haciendo en aquel retiro
una vida celestial. Visitóle Dios nuestro Señor con enfermedades, las que sufrió él con admirable paciencia, siempre ocupado en escribir y leer y tratar con Dios. Desde el pesebre del Señor fué un sol que alumbró a toda la Iglesia, Dues con el conocimiento que tenía de las lenguas latina, griega, hebrea y caldea, podía como pocos alcanzar perfecta inteligencia de las sagradas Escrituras, y así a él acudían como a un oráculo los doctores y prelados de toda la cristiandad. Consultóle entre otros aquella resplandeciente lumbrera de la Iglesia, san Agustín, el cual afirma aue san Jerónimo había leído
todo cuanto hasta entonces se había escrito. Fué llamado con razón el martillo de los herejes y cismáticos, y columna de la Iglesia católica. Tradujo con admirable fidelidad y gracia del cielo los l ibros del antiguo Testamento del original hebreo a la lengua latina: corrigió por encargo de san Dámaso el texto griego del Nuevo Testamento, y lo interpretó en gran par te ; y aunque ocupado en estas y otras grandes obras y trabajos, llegó a una edad muy avanzada, que dicen haber sido de setenta y ocho años. Su bendita alma voló al cielo en tiempo del emperador Honorio, dejándonos ilustre memoria de santidad y doctrina. Su cuerpo, sepultado en Belén, descansa hoy en Roma en Santa María ad Praesepe.
Reflexión: Este gran santo traía el temor del día del juicio tan metido en las entrañas, que él mismo dice de sí estas palabras: «Todas las veces que me pongo a pensar en el día del juicio estoy como azogado y tiembla todo mi cuerpo.» Pues ¿cómo vivimos tan olvidados de esta verdad revelada por Dios, nosotros, miserables pecadores? Temamos aquel divino tribunal, que es cosa horrenota caer en las manos de Dios airado. Démosle mientras vivimos cumplida satisfacción de* todas nuestras culpas, y así podremos esperar en aquel día una sentencia favorable de gloria eterna.
Oración: Oh Dios, que te dignaste proveer a tu Iglesia del santo confesor y doctor máximo san Jerónimo para la exposición de las sagradas Escrituras; concédenos, te rogamos, que con tu auxilio podamos poner por obra lo que él con palabras y ejemplos enseñó. Por Jesucris-\_ to, nuestro Señor. Amén.
286
San Remigio, arzobispo de Reims. — 1 de octubre (t 533)
San Remigio, esclarecido taumaturgo, y apóstol de Francia, fué hijo de Emilio, señor de Laón, y de santa Cilinia, cuya memoria celebra la Iglesia en 21 de octubre. Hizo rápidos progresos en las letras y virtudes, y para huir de los peligros del mundo se r e tiró al castillo de Laón. A la edad de veintidós años, por muerte de Beunado, arzobispo de Reims, fué elegido por su sucesor, dispensándole el papa la falta de años, que alegaba el santo mozo para esquivar aquella dignidad. Nota san Gregorio Turo-nense que fué tan eminente la santidad de su vida, que era san Remigio tan venerado en Reims como san Silvestre en Roma. Ilustróle el Señor con el don de milagros: alumbró ^ ciegos, libró endemoniados, multiplicó el vino, apagó un terrible incendio, sanó toda clase de enfermedades y resucitó algunos muertos. Pero el mayor portento de san Remigio fué la conversión del rey y de casi toda la nación francesa. Hacía cinco años que reinaba Clodoveo, el cual era gentil y estaba casado con Clotilde, y aunque esta santa reina le persuadía que dejase sus ídolos, y reconociese por verdadero Dios a Jesucristo, no podía salir con su intento. Mas haciendo Clodoveo la guerra a los alemanes y suevos, y hallándose en la jornada de Tol-biac muy apretado y en peligro inminente de perderse, pidió socorro y favor a J e sucristo, prometiéndole de hacerse cristiano si le daba victoria de sus enemigos. En habiendo hecho esta promesa se arrojó con el numeroso ejército de sus contrarios, y lo desbarató, dejando a su mismo rey tendido en el campo, y alcanzando de ellos la más completa victoria. Volvió triunfante a su reino para cumplir su palabra, y señalado el día en que había de recibir el bautismo, adornóse de telas blancas y ricas colgaduras para esta augusta ceremonia la iglesia de san Martín, que estaba afuera de los muros de Reims. las hachas y las velas, que ardían en gran número, estaban preparadas con bálsamos olorosos y suaves perfumes; y el día de la Natividad del Señor, el rey, adornado de blancas vestiduras, y tres mil catecúmenos de su corte y ejército, fueron bautizados por san Remigio, el cual
Jdió a Clodoveo el nombre de Luis, siendo
el primero de este nombre y el que dio principio a los cristianísimos reyes de Francia. Finalmente, habiendo san Remigio hecho innumerables bienes a aquel rebaño de Jesucristo y gobernado santísimamente su iglesia setenta y cuatro años, a los noventa y seis de su vida, dio su alma al Señor, con gran sentimiento y llanto de todo el reino de Francia, que perdió tan buen padre, maestro y pastor.
Reflexión: No cabe duda que la conversión de Clodoveo y los Francos al catolicismo se debe en gran parte a las oraciones y ejemplos de su santo prelado y de la piadosa reina Clotilde. ¡Oh cuánto pueden las plegarias fervientes y el buen ejemplo de un celoso pastor, de una buena madre, de una esposa cristiana, de un amigo caritativo, y en general de todos los fieles para trocar los corazones! Cuan-do, desatados de los lazos del cuerpo, entremos en la posesión de los bienes eternos, veremos sin duda que más conversiones han obrado la oración y la fragancia de las virtudes de los siervos de Dios, que la predicación de los varones apostólicos, pues aun ésta, por sí sola y destituida de aquélla, quedaría en gran parte frustrada.
*
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu confesor y pontífice el bienaventurado Remigio, nos aumente la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
287
El santo Ángel de la guarda. — 2 de octubre
Son tantas y tan grandes y continuas las mercedes y favores que cada uno de nosotros recibe del Ángel particular de su guarda, que es cosa justa y muy debida que le hagamos fiesta particular conforme al espíritu de la santa Iglesia. Porque es verdad católica y muy recibida entre los sagrados doctores, que todos los hombres, fuera de Cristo nuestro Redentor, desde el punto que nacen, tienen un Ángel custodio deputado de Dios para su guarda y defensa. Y dícese que Cristo no le tuvo, porque siendo Dios y Señor de los ángeles, no tenía necesidad de ángel que le guardase, antes era conveniente •que todos los ángeles le sirviesen como lo hacían. Pero nosotros por ser tan ignorantes y flacos, y tener tan poderosos enemigos, hemos menester la ayuda de los soberanos espíritus para que nuestras almas que son inmortales y compañeras de los mismos ángeles, puedan henchir las sillas que dejaron vacías aquellos espíritus rebeldes que de ellas cayeron. Mas ¿qué lengua si no es de ángel podrá explicar dignamente los beneficios que por sus manos recibimos? Ellos son los que nos preservaron de mil riesgos para que ya en naciendo recibiésemos el agua del santo bautismo; ellos nos desviaban muchas veces de los tropiezos cuando íbamos a caer; ellos ponían en nuestro corazón las primeras semillas de virtudes; ellos nos descubrían el anzuelo que estaba escondido debajo del deleite: ellos velaban cuando dormíamos v estaban siempre a nuestro lado para nuestra defensa. Ellos son los que nos ayudan con santas inspiraciones, con amonestaciones saludables, y también con reprensiones y so
frenadas para que nos dejemos conducir enteramente por Dios. Ellos se alegran con nuestras espirituales ganancias, y se entristecen con nuestras pérdidas: ellos son los que ofrecen nuestras oraciones y buenas obras al Señor: ellos los que a la hora de la muerte nos libran del dragón infernal que nos querría tragar: ellos los que acompañan nuestras almas y las presentan a Dios, los que las visitan y consuelan en el purgatorio, o las reciben en el paraíso. Todo esto hacen los santos ángeles custodios; por lo cual debemos engrandecer la suma bondad de Dios por haber querido que
aquellos tan excelentes, tan sabios y tan gloriosos espíritus sean nuestros tutores, ayudadores y defensores, y también hemos de reconocer y agradecer los beneficios que nos hacen, profesándoles una muy tierna y cordial devoción.
Reflexión: Aunque todas las obras buenas son del agrado de los santos ángeles, pero muy particularmente se deleitan en la concordia y paz con el prójimo, porque ellos se llaman Angeles de paz; en la castidad sin mancha, porque ellos son espíritus purísimos y nos quisieran ver curados de malas concuspicencias, y semejantes a ellos; y finalmente en la oración y devoción, porque tienen el encargo de presentar nuestras súplicas ante el trono de la divina Majestad. Recemos pues todos los días por la mañana a nuestro Ángel custodio la siguiente oración enriquecida con cien días de indulgencia y una plenaria al mes.
Oración: Ángel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor con bondad infinita; iluminadme, defendedme, regidme y gobernadme en este día. Amén. ^
288
San Gerardo, abad. — 3 de octubre ( t 959)
El ejemplarísimo abad, san Gerardo, fué hijo de Estando, varón ilustre de la casa de Haga-nón, duque de la Austrasia inferior, y de Plectrudis, hermana de Esteban, obispo de Lieja. Hiriéronle seguir sus padres desde muy joven la carrera de las armas, propia a la sazón de mancebos nobles, y le enviaron a la corte de Berengario conde de Namur, donde resplandeció así por la modestia de sus costumbres, como por la discreción de sus palabras y natural elegancia de su persona. Cobróle tanto amor el conde, que le llevó a su casa, y se servía de él para muchas cosas de importancia, y así le envió a Francia por su embajador para tratar con el príncipe Roberto un negocio grave que se le ofrecía. Luego que llegó a París, dejando allí sus criados, se fué solo al monasterio de san Dionisio para retirarse en él algunos días; y quedó tan edificado de la virtud de los monjes, y tan aficionado al sosiego y felicidad de la vida religiosa, que determinó dar l i belo de repudio a todas las cosas de la tierra, para recogerse a servir a Dios en aquel monasterio. Trató los negocios a que iba, y volviendo a dar cuenta de ellos al conde Berengario, suplicóle que le diese licencia para profesar en dicho monasterio: y aunque con mucha dificultad y tristeza del conde, obtuvo su beneplácito. Vistióse pues el hábito de san Benito, y desde luego fué espejo de toda santidad y virtud. Allí comenzó a estudiar desde las primeras letras como niño, y aprovechó tanto en las humanas y después en las divinas, que a los nueve años de su conversión se ordenó de sacerdote con grande gozo de su espíritu, y aprovechamiento de los otros monjes, de los cuales era tenido en gran veneración. Fué el primer abad del célebre monasterio de Broñá, a cuya iglesia trasladó con gran solemnidad muchas reliquias de santos cuerpos. Un día vino al monasterio una mujer ciega y pidió que le diesen del agua con que el santo diciendo misa se
.había lavado los dedos: lavóse con ella los ojos, y luego cobró la vista. Habiendo recibido el marqués Arnulfo, señor de Flandes, de mano del santo la Comunión, se vio enteramente libre de un mal de
••piedra que le fatigaba mucho, encomen
dóle el gobierno de todas las abadías que tenía en su estado, y el santo las reformó, y tuvo cargo de diez y ocho monasterios, en los cuales floreció la más perfecta observancia religiosa. Finalmente recogido en su pobre monasterio de Broñá, y cargado de días y merecimientos, dio su espíritu al Señor, el cual le ilustró con muchos milagros.
Reflexión: Siempre han sido las órdenes religiosas semillero de santos, y la vida ejemplar de sus miembros poderoso aliciente para atraer las almas a la vir-,tud. Si no tienes valor, oh cristiano, para despojarte, a imitación de san Gerardo, de las cosas de la tierra (que tarde o temprano te ha de arrebatar la muerte) , tenlo al menos para dejarlas con el afecto, poniendo tu principal cuidado en amar y servir a Dios solamente y a todas las demás cosas sólo en El y por El. Porque ¿de qué nos aprovechará ganar todo el mundo, si perdemos el alma? Esta máxima bien ponderada hizo de un Javier un apóstol: ésta ha poblado el cielo de santos y ésta debe ser la única norma de todas nuestras acciones. ¡Dichoso de quien se guía por ella, pues tiene asegurada su eterna salvación, único negocio para el cual estamos en este mundo, y que nos ha de preocupar seriamente.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos recomiende delante de Ti la intercesión del bienaventurado abad Gerardo, para que alcancemos con su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
289
San Francisco de Asís, fundador. — 4 de octubre (t 1226)
El seráfico patriarca san Francisco, uno de los más grandes santos que venera la Iglesia, fué natural de Asís, en la provincia de Umbría, y nació en un establo como su divino modelo Jesucristo. Sus padres que eran mercaderes, l lamáronle Juan en el bautismo, pero después le dieron el nombre de Francisco por la facilidad con que aprendió la lengua francesa, necesaria a la sazón a los negociantes de Italia. Pasó los años de su mocedad en el comercio y en las armas: y saliendo un día a pasearse a caballo por las cercanías de Asís, halló un pobre leproso que le llenó de asco y horror, mas para vencerse a sí mismo, se apeó, abrazó y besó a aquel pobrecito y le dio todo el dinero que llevaba. Deshaciéndose un día en lágrimas de sus culpas, se le apareció Jesucristo crucificado como cuando estaba próximo a expirar; por lo que propuso desde aquel momento en su corazón imitar en su vida la pobreza y los trabajos de su adorable Redentor. Muchas veces trocó sus vestidos por los andrajos de los pobres: y siendo de edad de veinticinco años, oyendo en la iglesia el Evangelio en que Jesucristo dijo a sus discípulos: «No queráis tener oro, ni plata, ni dinero, ni en vuestros viajes l levéis alforja, dos túnicas, ni calzado, ni báculo» (Matth. X ) , de repente se sintió tocado de Dios para tomar aquellas palabras por regla de su vida, y constitución de la orden que fundó con sus doce compañeros, llamados los penitentes de Asís. Aprobó Inocencio III su instituto, después de haber visto en un sueño misterioso cómo san Francisco sostenía sobre sus
hombros la iglesia de San Juan de Letrán, que se desplomaba; y habiendo el santo recibido de los monjes de» san Benito una pequeña posesión con una ermita llamada, de la porción de terreno, Santa María de Porciúncula, residió allí como en su primer convento, mas creció tanto su orden que en menos de tres años se fundaron más de sesenta monasterios. Túvole santa Clara por maestro de su espíritu, y por autor de la Regla de sus religiosas, llamadas al principio Señoras pobres. Encendido en deseos del martirio, partió para Siria con algunos religiosos y llegado a Damiata se presentó al Sultán,
y le declaró la falsedad de la ley de Ma-homa, mas asombrado el príncipe infiel de la santidad de Francisco, le honró y le ofreció ricos presentes, rogando que le encomendase a Dios. Habiendo el santo re nunciado al generalato, se retiró al monte Albernia, y hacia el fin de la cuaresma de san Miguel que hacía todos los años, recibió la impresión de las sagradas llagas en las manos, pies y costado, y desde allí en adelante todos le llamaban el Patriarca seráfico. Finalmente después de haber asombrado al mundo, con sus virtudes, austeridades y prodigios de todo género, quiso morir en suma pobreza y desnudez como Jesús; mas tomando por obediencia su túnica vieja, tendido en el suelo, y puestos los brazos en cruz entregó su alma al Creador a la edad de cuarenta y cinco años.
Reflexión: Movidas de los sermones y de los ejemplos de san Francisco y de santa Clara, innumerables personas casadas de uno y otro sexo deseaban ret irarse a los claustros: pero nuestro santo les enseñó como en todos los estados se podían santificar, y les señaló cierta forma de vida medida con su condición, y ésta fué la Tercera orden; la cual florece hoy en el mundo con grande honra de Dios y de la santa Iglesia.
Oración: ¡Oh Dios! que por los mér i tos de san Francisco fecundaste a tu Iglesia con una nueva familia; danos gracia para que a su imitación despreciemos las cosas de la tierra y nos gocemos siempre en la participación de los dones celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. AménV
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San Plácido y sus compañeros, mártires. — 5 de octubre (f 541)
San Plácido, hijo de Tértulo, ser^dor romano, fué desde la edad de siete años encomendado a la disciplina del gran patriarca san Benito, venerado a la sazón en toda Italia por la excelencia de su santidad. Llevóle pues su padre al santo para que por sí mismo le educase en el monasterio de Subiaco; donde se aventajó tanto Plácido en letras y virtudes, que era por ellas admirado de todos. Refiere san Gregorio que enviándole un día san Benito a sacar agua de cierta laguna que estaba no lejos del monasterio, cayó en ella y fué arrastrado por las olas hasta un tiro de piedra adentro del lago; mas teniendo su santo maestro revelación del triste suceso, llamó a otro discípulo suyo llamado Mauro y le mandó que prontamente acudiese a socorrer a Plácido. Llegó Mauro a la laguna, y sin pensar siquiera en el peligro en que se ponía, se entró en ella, caminando sobre las aguas sin hundirse, y tomando a Plácido por los cabellos le sacó a la orilla sano y salvo. Era este santo mancebo compañero más predilecto del santo abad, tanto, que cuando san Benito hizo brotar de su peñasco una copiosa fuente para abastecer de agua al monasterio, quiso que Plácido fuese testigo de aquel prodigio; y cuando fué a echar por tierra los ídolos que se adoraban en el Monte Casino, y a fundar en él la casa que había de ser como la cabeza de su orden, también llevó a Plácido por su compañero. Habiendo Tértulo su padre hecho donación a san Benito de muchas y grandes posesiones que tenía en Sicilia, mandó el santo patriarca allá a su amado discípulo Plácido para que fundase un monasterio, dándole por compañero a Donato y Gordiano, dos santos monjes de la casa de Monte Casino. Fabricó Plácido el nuevo monasterio no lejos del puerto de Mesina, cuya iglesia dedicó a san Juan Bautista. Treinta caballeros jóvenes, maravillados de sus virtudes y prodigios, abrazaron la vida monástica, y en breve tiempo fué aquella religiosa colonia vivo retrato de Monte Casino. Dos hermanos suyos, Eutiquio y Victorino, con su hermana Flavia fueron a visitarle, y cuando estaban resueltos a renunciar a todos los
/bienes de la t ierra para ganar los del cielo, el Señor les abrevió el camino para
conseguir la eterna felicidad, porque habiendo el famoso pirata Manuca hecho un desembarco en Sicilia, y entrado en el monasterio, prendió a Plácido con to dos sus monjes, y también a Eutiquio, Victorino y Flavia, mandándoles adorar sus falsos dioses; mas como en lugar de esto confesasen con grande fervor a J e sucristo, todas aquellas inocentes víctimas, en número de treinta y tres, fueron sacrificadas. Pero el Señor castigó a aquellos bárbaros, porque haciéndose a la vela y estando todavía delante del puerto de Mesina se levantó una brava tormenta en que todos perecieron.
Reflexión: ¡Por qué caminos tan extraños llevó el Señor a estos santos a tan gloriosa victoria! ¡Verdaderamente son ocultos los designios de Dios e inescrutables sus juicios! Es indudable que sobre cada uno de nosotros tiene el Todopoderoso trazados sus planes, distintos sí, pero todos ellos encaminados a nuestro mayor bien espiritual; y la ejecución de ellos depende en grande parte de nuestra cooperación a las divinas inspiraciones. Quien resiste a los toques de la gracia, muy cerca está de perderse. Dejémonos, pues, conducir por su amorosa Providencia, y estemos seguros de que las que el mundo llama desgracias no son sino medios de que Dios se vale para acrisolar las almas y llevarlas al cielo.
Oración: ¡Oh Dios! que nos concedes la gracia de celebrar el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Plácido y sus compañeros; otórganos la dicha de gozar en su compañía de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
291
San Bruno, fundador. — 6 de octubre (t noi)
San Bruno, fundador de la Cartuja, fué alemán de nación, hijo de nobles padres, y nació en la ciudad de Colonia. Enviáronle a la universidad de París, donde se dio a la filosofía y a la sagrada teología, en que se aventajó tanto a sus otros compañeros que vino a ser maestro excelente, varón docto y de fama.y canónigo de la ciudad de Reims. Sucedió en este tiempo en París una cosa notable y espantosa, que refieren muchos autores, entre los cuales el que escribió la vida de nuestro santo en el año 1150, es decir, cuarenta y nueve años después de su muerte. Entre los otros insignes doctores de aquella universidad había uno muy amigo de Bruno, de grande opinión de virtud y letras: murió éste, y estando en la iglesia haciéndole las exequias acostumbradas, al tiempo que uno de los clérigos cantaba aquella lección de Job que dice: Responde mihi: quantas habeo iniquita-tes? que quiere decir: «Respóndeme, ¿cuántas son mis maldades?» el cuerpo del difunto que estaba en medio de la iglesia, levantó la cabeza y con una voz espantosa dijo: «Por justo juicio de Dios soy acusado», y acabando de decir estas palabras reclinó su cabeza en las andas como antes. Asombráronse los circunstantes, y determinaron no enterrarle hasta el día siguiente para ver lo que sucedía: y el día siguiente tornó a hablar el difunto y dijo: «Por justo juicio de Dios soy juzgado»; y como fuese grande la turbación de todos los presentes, acordaron dejarle hasta el tercer día, en que con voz más espantosa y tremenda clamó: «Por justo juicio de Dios soy con
denado.» Moviéronse muchos a hacer penitencia de sus pecados con este terrible juicio, y uno de ellos fué san Bruno, el cual tocado de la mano de Dios, determinó morir en vida para no morir eternamente, y con seis de sus amigos se partió a Grenoble en el Delfinado, donde el santo obispo Hugo les cedió el asperísimo desierto llamado la Cartuja. Allí fundaron su sagrada orden, viviendo más como ángeles que como hombres; y muchas veces el mismo san Hugo iba a morar entre ellos con grande humildad y gozo de su espíritu. Habiendo sucedido en el pontificado Urbano II, que había sido discípulo de
Bruno, le llamó a Roma para aprovecharse de sus consejos: mas al partirse el pontífice para Francia, el santo le suplicó que le diese licencia para retirarse a un desierto de Calabria tan áspero como el de la Cartuja: y en aquel yermo llamado Torre, en el territorio de Esquilache, pasó el resto de su vida con muchos otros solitarios que se llegaron a él deseosos de imitar su admirable perfección. Finalmente habiendo enriquecido la santa Iglesia con la nueva y celestial familia de los gloriosos hijos de la Cartuja, tan célebre por la multitud de santos y eminentes prelados que de ella han salido, cubierto de cilicio, y con un crucifijo arrimado a los labios, a la edad de cincuenta años no cumplidos entregó su espíritu en las manos del Creador.
Beflección: ¿Quién no ve en la vida de este santísimo confesor los caminos maravillosos que el Señor toma para llevar almas al cielo? Condenóse por justo juicio de Dios el letrado soberbio y vano y publicó su condenación de un modo tan espantoso que movidos con tal ejemplo muchos se salvasen; y este santo fundase una orden de solitarios y penitentes, que jamás ha descaecido de su primer espíritu, y ha sido de grande ejemplo, en la Iglesia de Dios.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que seamos ayudados con la intercesión de tu glorioso confesor san Bruno; para que los que con nuestras culpas hemos ofendido gravemente a tu divina Majestad, alcancemos por sus méritos y oraciones la remisión de nuestros pecados. Por Je-\ sucristo, nuestro Señor. Amén.
292
San Marcos, papa y confesor. (f 340)
7 de octubre
Fué el venerable pontífice san Marcos natural de Roma, e hijo de Prisco, patricio romano: y como resplandeciese con la luz de su doctrina y ejemplos en la Iglesia del Señor, y en aquellos tiempos de persecuciones y martirios, se mostrase digno siervo de Cristo, y sacerdote celoso de su rebaña, habiendo fallecido el papa san Silvestre, de tan gloriosa memoria, todos pusieron los ojos en san Marcos, y le eligieron en su lugar para ocupar la silla de san Pedro. Gobernó este santo pontífice la Iglesia de J e sucristo en la paz de que gozó con el favor del emperador Constantino, y aunque vivió poco tiempo, hizo muchas cosas de grande utilidad y edificación para toda la cristiandad, y señaladamente para Roma, resistiendo con invencible entereza a los herejes arríanos que se iban multiplicando, y decía que podían causar mayor estrago en la Iglesia que las persecuciones sangrientas de los tiranos. En la única ordenación que hizo, consagró veintisiete obispos, y veinticinco sacerdotes, que dilataron mucho por diversas regiones de la tierra el reino de Dios, y ganaron a Cristo innumerables almas; edificó dos nuevas basílicas, una en la vía Ardeatina a tres millas de Roma, y otra (que lleva su nombre) dentro de la misma ciudad y cerca del Capitolio; y las dotó de muchas posesiones y las adornó con vasos de oro y plata. Concedió al obispo de Ostia la honra de usar de palio, por el antiguo privilegio que tiene de consagrar al sumo pontífice, y ordenó todas las cosas que eran menester así para el decoro del divino servicio, como para librar a los fieles del contagio de los herejes, y conservar la fe católica tan pura e inmaculada como la habían enseñado los santos apóstoles y los romanos pontífices que le habían precedido. Finalmente después de haber gobernado santísimamente l a l g l e -sia de Dios por espacio de dos años y ocho meses, como vivo retrato de humildad, sobriedad, caridad y celo apostólico de su antecesor san Silvestre, a los 7 de octubre pasó de esta vida para ser compañero de su gloria y eterna recompensa.
,Su sagrado cuerpo fué sepultado honorí-/ ficamente en el cementerio de Balbina y
en la misma iglesia que en la vía Ardeatina él había edificado.
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Reflexión: Difícilmente se hallará otro santo, que en tan breve espacio de vida haya llevado a cabo tantas obras del divino servicio como san Marcos. ¡Tanto puede el celo ardiente de la gloria de Dios y salvación de las almas! Todos los cristianos, no ya sólo los religiosos y sacerdote, somos coperadores de Cristo en la grande obra de la regeneración del mundo. Debe, por lo tanto, cada cual, según sus fuerzas y talentos, emplearse en ayudar a sus hermanos a conseguir su eterna salvación. El oficio de apóstol es más fácil de lo que comúnmente se cree: un buen ejemplo, un consejo dado con oportunidad, a veces una sola palabra, son bastantes para evitar pecados y hacer abrazar la virtud aun a personas que estaban muy lejos de ella. ¡Cuántos seglares se verán en el cíelo rodeados de innumerables almas que ayudaron a salvar con sus ejemplos y exhortaciones! Y ¡cómo nos sufrirá a nosotros el corazón ver que tantos se condenen, a cuya salvación podríamos tan fácilmente cooperar!
Oración: Dígnate, Señor, escuchar nuestras preces, y aplacado por la intercesión de tu bienaventurado confesor y pontífice Marcos, concédenos el perdón de nuestras culpas y la santa tranquilidad de nuestras conciencias. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
293
Santa Brígida, viuda. -( t 1373)
83 de octubre
lia gloriosa santa Brígida, tan celebrada por sus revelaciones, fué hija de Bir-gerio, príncipe de la sangre real de Sue-cia, y de Sigrida princesa de casa no menos ilustre. Siendo niña de siete años, hablaba ya altamente de las cosas de Dios y practicaba las más heroicas virtudes. Estando un día recogida en un aposento, se le apareció la Virgen cercada de celestiales resplandores, con una corona de inestimable precio en la mano, que recibió la santa niña con indecible consuelo de su alma; y duróle el gozo de este soberano favor todo el tiempo de su vida. A la edad de diez años vio al Redentor divino del mismo modo que estuvo en la cruz, cubierto todo de llagas y sangre: y quedó tan impresa en su alma aquella dolorosa imagen, que de allí en adelante no podía pensar en la pasión de Cristo sin lágrimas de gran sentimiento. Levantábase varias veces de noche para orar, y usaba de extrañas invenciones para mortificarse, y como en cierta ocasión la reprendiese por ellos su tía, la respondió: «No temáis, amada tía, porque mi divino Salvador que se me apareció en la cruz, me enseña lo que he de hacer para amarle.» Cuando cumplió los trece años, el príncipe su padre la casó con un caballero joven llamado Wolfango, príncipe de Nericia, y concedióla el Señor cuatro hijos y cuatro hijas, cuya singular virtud fué el fruto de los ejemplos de tan santa madre. Persuadió después a su marido que sé retirase de la corte, que comulgase todos los viernes, que sustentase a muchos pobres como si fueran sus hijos y les fundase un hospital. Hizo con
él una peregrinación a Santiago de Galicia: y de vueltas a Sue-cia, Wolfango tomó el hábito en el monasterio de Albastro de la Orden del Císter, donde murió santamente. Entonces la santa vistióse un traje de penitencia, repartió sus bienes a los pobres y tomó por único Esposo a J e sucristo, el cual desde aquel día la regaló con frecuentes apariciones y celestiales comunicaciones. Fundó en Wastein un monasterio de religiosas, a quienes dio unas constituciones llenas de espíritu de Dios; y retiróse allí por.espacio cíe dos años, después de los cuales pasó con su hija a Roma para visitar los sepulcros de los
santos apóstoles y luego a Palestina para venerar los sagrados Lugares de Jerusa-,lén. Finalmente volviendo a Roma la santa, supo por divina revelación el día y hora de su muerte, y a la edad de setenta y un años, colmada de méritos entregó su espíritu al Señor en los brazos de su hija santa Catalina. A j o s muchos milagros que hizo en su vida se siguió la multitud que Dios obró por ella después de muerta. San Antonio cuenta entre otras maravillas diez muertos resucitados.
Reflexión: Tenemos un volumen entero de las revelaciones de santa Brígida re partidos en ocho libros, las cuales fueron aprobadas por los padres del concilio de Basilea, después de haberlas examinado, de orden del mismo concilio, el sabio Juan de Torquemada, quien declaró no haber hallado en dichas revelaciones cosa contraria a la sagrada Escritura, a la regla de las buenas costumbres, ni a la doctrina de los santos padres. Seamos a imitación de esta santa tiernamente devotos de la pasión y muerte de Jesucris-, to: porque si consideramos los tormentos del cuerpo y los dolores del espíritu que padeció, y como por nuestro amor los padeció, nos encenderemos en grande amor de nuestro Redentor divino, y su santísima cruz será nuestro refugio, nuestra esperanza y nuestra gloria.
Oración: Dios y Señor nuestro, que por medio de tu unigénito Hijo revelaste a la bienaventurada Brígida muchos secretos celestiales; concede por su intercesión a tus siervos el gozo beatífico en la perpetua revelación de tu gloria. Por Je-\_ sucristo, nuestro Señor. Amén.
294
San Dionisio y sus compañeros, mártires. (t 96)
9 de octubre
El divino teólogo san Dionisio Areopagita, fué natural de Atenas, ciudad principalísima de Grecia, y nació de padres ilustres, ocho o nueve años después del nacimiento del Salvador. Estudió la filosofía y astronomía en aquella célebre universidad de Atenas a donde concurrían de todas partes los mayores ingenios, y para perfeccionarse en las matemáticas hizo un viaje a He-liópolis de Egipto. Allí observó el milagroso eclipse de sol que sucedió en la muerte de Cristo, puntualmente en el plenilunio, y espantado exclamó: «O el Autor de la naturaleza padece, o la máquina de este mundo perece.» Vuelto a Atenas resplandeció por su sabiduría, y fué levantado a la dignidad de uno de los primeros jueces del Areópago, que era el más respetable tribunal de toda la Grecia. En esta sazón entró en Atenas san Pablo, el cual habiendo predicado a Jesucristo fué delatado a aquel tribunal. Estando pues el apóstol en el Areópago, rodeado por todas partes de filósofos, habló altísimamente de la Majestad de Dios, y del juicio universal, y entre los que se convirtieron, uno fué Dionisio Areopagita y Dámaris su mujer, lo cual produjo grande asombro en toda la ciuc'ad y dio ocasión a que otros muchos abrazasen la fe de Jesucristo. Hí-zose Dionisio discípulo de san Pablo y de él aprendió la divina teología que después comunicó en sus libros a toda la Iglesiai Tuvo tan grande veneración a la Virgen, desde que la vio, que solía decir que a no saber por la fe que era humana criatura, la tuviera por una divinidad; y en el libro de los lumbres divinos dice que presenció su dichoso tránsito. Ordenóle san Pablo de obispo de la Iglesia de Atenas y dejando al cabo de algunos años aquella cristiandad tan floreciente como la de Jerusalén, pasó a Efeso a hablar con san Juan Evangelista recién venido del destierro de Patmos, y por su consejo fué a Roma, donde el vicario de Cristo eme era san Clemente le envió a las Galias a predicar el Evangelio, juntamente con Rústico, sacerdote, Eleuterio, diácono. Eugenio y otros comnañeros. Alumbró primero con la luz de Cristo las gentes de Arles, y de allí se dirigió a
/París, donde hizo copioso fruto y es t ra-J dición, que dedicó un templo a la santí-
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sima Trinidad, y otro a la Virgen santísima. Finalmente el prefecto Fescenio Si-sinio lo hizo prender con sus compañeros, y los mandó azotar y atormentar con varios suplicios, de los cuales habiendo salido ilesos, los entregó a los verdugos para que fuera de la ciudad, les degollasen. Ejecutóse la sentencia en el monte que hoy se llama Monte de los mártires; y es tradición que el cuerpo de san Dionisio se levantó en pie y tomó su propia cabeza en las manos como si fuera t r iunfando y llevara en ella la corona, trofeo de victoria, y que.así anduvo dos millas, hasta que entregó tan preciosa reliquia a una santa mujer llamada Cátula, la cual dio honorífica sepultura a los cuerpos de todos aquellos santos.
Reflexión: Muchos oyeron predicar a san Pablo en Atenas, pero muy pocos se convirtieron con su predicación. Otro tanto sucede en nuestros días. Llénanse los templos de gente que escucha la divina palabra, pero el número de los que la practican es reducidísimo. ¿Y esto por qué? Porque se acude a los sermones más con espíritu de crítica, o por mera rut ina, que con verdadero deseo de aprovecharse.
Oración: ¡Oh Dios! que en este día fortaleciste con la virtud de la constancia a tu mártir y pontífice el bienaventurado Dionisio, y le diste por compañeros a Rústico y Eleuterio para evangelizar a los gentiles, rogárnoste nos concedas que a su imitación despreciemos por tu amor las prosperidades del mundo y no temamos ninguna de sus adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
295
San Francisco de Borja 10 de octubre (t 1572)
El humildísimo san Francisco de Borja, tercer prepósito general de la Compañía de Jesús, nació en Gandía y fué hijo de don Juan de Borja, tercer duque de Gandía, y de doña Juana de 'Aragón, nieta del rey don Fernando el Católico. A los diez años de su edad perdió a su madre, y el inocente niño en lugar de llorar, ofrecía en sufragio sangrientas disciplinas que descargaba sobre su tierno cuer-pecito. Crióse en el palacio de su tío, el arzobispo de Zaragoza y en la corte del emperador Carlos V; y la emperatriz doña Isabel quiso que se casase con doña Leonor de Castro, su dama, reputada por la primera hermosura de palacio. Fué esta boda muy aplaudida del emperador, el cual hizo a Francisco marqués de Lom-bay, y privado suya tan familiar, que estudiaba con él las matemáticas. Acompañó Francisco al emperador en la expedición de África y a la que intentó sobre las costas de la Provenza, señalándose tanto por la prudencia en el consejo como por el valor en la campaña. La muerte de la emperatriz confirmó el disgusto que tenía ya el santo de las cosas del mundo: mandóle el emperador que condujese el cadáver a Granada, y al descubrirle para hacer la entrega, le halló tan horrorosamente desfigurado, que no se reconocía en él un solo rasgo de lo que había sido, y propuso en su corazón no servir más a señor que se le pudiese morir. Nombróle después el emperador virrey de Cataluña, y luego que el santo tomó posesión de aquel gobierno, mudó de semblante toda la provincia. Vivía en su palacio como religioso y .consultaba por cartas las cosas de su con
ciencia con san Ignacio de Lo-yola que estaba en Roma. Habiendo muerto su esposa, con licencia del emperador renunció sus Estados, títulos y empleos y entró en la Compañía de Jesús. Celebró su primera misa en la casa de Loyola, por su devoción a san Ignacio. Traía sus espaldas hechas una llaga por el rigor de sus disciplinas, su oración era un éxtasis continuado, deseaba ser despreciado de todos, y se firmaba en sus cartas: Francisco el pecador. Es increíble el fruto de conversiones que hizo así en las cortes como en los pueblos. Muerto Carlos V pronunció el santo su oración fúnebre, y cuan
do fué elegido general de la Compañía, extendió maravillosamente su celo por toda Europa y por el nuevo mundo. En el conclave de los cardenales pensóse en hacerle papa, si no lo estorbara la noticia que tuvieron de una recia enfermedad que le asaltó, y el tesón con que por siete veces se resistió a admitir el capelo cardenalicio. Finalmente después de haber visitado a la Virgen de Loreto, entendiendo que se llegaba el día de su muerte, pidió perdón a todos los que le rodeaban, y después de un éxtasis maravilloso, dio tranquilamente el alma al Creador a los sesenta y dos años de su edad.
Reflexión: He aquí uno de los mayores ejemplos de desengaños del mundo obrados por la muerte. La vista de una hermosura desfigurada hizo de uno de los más ilustres grandes de España uno de los más esclarecidos santos de la Iglesia. Mirémonos en este espejo, y aprendamos a apreciar en su justo valor las cosas de la tierra. Corftinuamente está llamando la muerte a nuestras puertas: no perdona a pobres ni a ricos, a príncipes ni a mendigos, a jóvenes robustos ni a decrépitos ancianos; cada día falta de nuestro lado alguna persona amada o conocida. Procuremos, pues, vivir de manera que no nos halle desprevenidos.
Oración: ¡Señor nuestro Jesucristo! ejemplar y premio de la verdadera humildad, rogárnoste que así como hiciste al bienaventurado Francisco glorioso imitador tuyo en el desprecio de las honras de la tierra, así también nos concedas que le imitemos y le acompañemos en tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. *>
296
San Nicasio y compañeros, mártires. — 11 de octubre ( t siglo V)
Algunos varones apostólicos griegos, discípulos de san Poli-carpo habían predicado la fe en Lyon de Francia, y formado allí una cristiandad numerosa. De ella salieron otros celosos ministros de Cristo que llevaron la luz del Evangelio a diversas partes de las Galias, como san Alejandro y san Epipodio martirizados en Lyon, san Benigno, sacerdote y san Tirso, diácono, que lo fueron en Autún; y de aquella misma iglesia fué hijo el glorioso san Nicasio, cuyo nombre vale lo mismo que vencedor: y vencedor fué con toda verdad, porque triunfó de sí mismo, de los idólatras y de los bárbaros. Tomó por compañeros al presbítero Quirino, y al diácono Escubículo, y con ellos recorrió las poblaciones de Conflans, de An-dresy, de Triel y de Vaux. En esta ú l tima hay una fuente que lleva el nombre del santo, donde se dice que bautizó a más de trescientas personas. Neulant, Nantes y Monceaux se glorían también de haber recibido la fe de Cristo de mano de San Nicasio. No se sabe si fué obispo, pe ro consta que trabajó con celo, de verdadero pastor de las almas señaladamente cuando los bárbaros septentrionales hacían sus incursiones y llenaban de sangre y de ruinas los lugares por donde pasaban. Para alentar a los fieles andaba el santo de casa en casa, exhortándolos a armarse con el escudo de la fe, y con aquella fortaleza de ánimo que es el fruto de la buena conciencia y de la perfecta confianza en Dios; y a trueque de salvar las almas, no dudó en exponer mil veces su vida, a peligro de caer en manos de aquellos bárbaros, que auxiliados por los idólatras, lo pasaban todo a sangre y fuego, y despedazaban con inhumana crueldad hasta las mujeres y los n i ños. Andando pues el santo varón en estas obras de caridad y celo, fué preso por ellos, y después de haberlo azotada desapiadadamente, le cortaron la cabeza. Con el mismo suplicio alcanzaron la palma de los mártires los dos compañeros del santo, Quirino y Escubículo, y una dama muy principal llamada Piencia que san Nicasio había convertido y bautizado, y que desde aquel día se había con
sag rado enteramente al servicio de Dios J y de los pobres de Jesucristo. Los sagra
dos cuerpos de todos estos mártires fueron sepultados en la iglesia de san Agrícola, y el Señor los ilustró con numerosos milagros, y los libró de los saqueos y estragos de los bárbaros del Norte para que se perpetuase su gloriosa memoria.
* Reflexión: Cuando hay verdadero amor
de Dios se sufren, no sólo con paciencia, mas también con alegría, los mayores trabajos y persecuciones, y hasta la misma muerte. El amor de Dios hizo tan esforzados a los mártires, y la falta de él hace tan pusilánimes a muchos hombres mundanos. ¿Qué harían a la vista de los suplicios, los que ante el temor de una deshonra aparente, de una burla necia o del peligro de perder un miserable interés temporal, se olvidan tan fácilmente de sus deberes de cristianos? Y todo esto nace del amor desordenado a las comodidades, honras o deleites; es decir, de que se antepone la vil criatura al Creador, olvidándose el hombre de que cuanto es y cuanto tiene lo ha recibido de la generosa mano de Dios, con el único fin de que lo ordene todo a su mayor servicio y alabanza, y a alcanzar por este medio la posesión de las riquezas del cielo.
Oración: ¡Oh Dios! que nos concedes la merced de celebrar el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Nicasio- y sus compañeros, danos también la gracia de gozar en su compañía de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
297
La aparición de la Virgen del Pifar en Zaragoza. — 12 de octubre
La admirable aparición de la sacratísima Virgen nuestra Señora en el Pilar de Zaragoza, se refiere en un documento antiquísimo del archivo de la santa basílica del Pilar, por estas palabras: «Después de la pasión y resurrección del Salvador y de su ascensión a los cielos, la piadosísima Virgen quedó encomendada al apóstol y virgen san Juan Evangelista: y de ella recibieron los apóstoles la licencia y bendición para ir a predicar el E\»angelio a las regiones del mundo que a cada uno habían tocado. El bienaventurado apóstol Santiago el Mayor, hermano de Juan e hijo del Zebedeo, por r e velación del Espíritu Santo recibió mandamiento de Cristo de venir a las provincias de España, y habiendo besado las manos de la Virgen y pedídole su bendición, ella le dijo: Ve, hijo, cumple el mandamiento de tu Maestro, y por él te ruego que en aquella ciudad de España en que mayor número de hombres conviertas a la fe edifiques una iglesia a mi memoria, como yo te lo mostraré. Saliendo pues de Jerusalén el bienaventurado Santiago vino a España, y pasando por Asturias llegó a la ciudad de Oviedo donde convirtió uno a la fe. Entrando por Galicia predicó en la ciudad de Padrón; de allí volviendo a Castilla llamada España la Mayor, vino últimamente a España la Menor que se llama Aragón, en aquella región que se dice Celtiberia, en donde está situada Zaragoza, a orillas del Ebro. En esta ciudad habiendo predicado muchos días, convirtió a Jesucristo ocho varones, con los cuales trataba de día del reino de Dios y por la noche salía a la ribera del río para tomar algún descanso y orar, sin ser molestados por los gentiles.
Estando una vez en aquel sitio, a la hora de media noche oyó unas voces de ángeles que canta-^ ban: Ave María, llena de gracia, y postrándose de rodillas, vio a la Virgen, Madre de Cristo, entre dos coros de millares de ángeles sentada sobre un pilar de mármol, la cual mirándole amorosamente, le dijo: He aquí, Santiago, hijo, el lugar donde has de edificar un templo en mi memoria: mira bien este pilar en que estoy asentada, el cual mi Hijo y maestro tuyo le trajo de lo alto por manos de ángeles: al rededor de él harás el altar de la capilla. En este lugar obrará la virtud del Altísimo portentos y maravi
llas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio, y este pilar permanecerá en este sitio hasta el fin del mundo, y nunca faltarán en esta ciudad verdaderos cristianos. Alegre el santo con tan maravillosa visión, edificó un templo en aquel lugar, con la ayuda de los ocho varones convertidos, y para el servicio de aquella iglesia ordenó de presbítero a uno de ellos, y habiéndola consagrado le dio el título de Santa María del Pilar. Es la primera iglesia del mundo dedicada^ a honra de la Virgen por manos de los apóstoles.»
Reflexión: Las cita-das palabras del re ferido códice, cuya verdad ha venido a confirmar la experiencia, pues nunca han faltado en Zaragoza verdaderos adoradores, aun en tiempos los más borrascosos, son el monumento más sólido y fidedigno de tan piadosa tradición. Añádanse los repetidos portentos obrados por la santísima Virgen, y la autoridad de la Santa Sede, que ha decretado en su favor una festividad particular, y hemos de confesar que aquel pilar bendito santificado por las plantas virginales, es la joya más rica de la nación española.
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Oración: ¡Oh Dios y Señor! Concédenos, te rogamos, que nosotros tus siervos nos alegremos con la perpetua sanidad de cuerpo y alma, y que por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre virgen María, seamos libres de la tristeza presente, y lleguemos a gozar del eterno júbilo. Por Jesucristo, nuestro Se ñor. Amén. \
398
San Walfrido, obispo y confesor. (t 709)
El admirable obispo de York, san Walfrido, nació de padres ilustres en Northumberland, y habiendo perdido a la edad de doce años a su virtuosa madre, envióle su padre a la corte para que se criase en ella sirviendo a la reina Eanfleda mujer del rey Osuvi. Prendada la católica princesa de las raras dotes y gracias naturales de Walfrido, le distinguió mucho entre sus pajes ; pero como el santo mancebo le manifestase que Dios le llamaba para su servicio, ella le recomendó a uno de los principales cortesanos del rey, que r e tirándose también de la corte iba a tomar el hábito de monje en el monasterio de Lindisfarne. Siguióle Walfrido, y estuvo algunos años allí, ocupado en ejercicios de virtud y en el estudio de las letras. Pero deseoso de instruirse con todo esmero en la disciplina eclesiástica, con licencia del abad pasó a Lyon de Francia, donde el arzobispo san Delfín le importunó a que se quedase en su palacio para ayudarse de su virtud y prudencia en el gobierno de su diócesis: pero insistiendo el santo en su primera resolución, prosiguió su viaje a Roma. Visitaba con frecuencia los sepulcros de los santos apóstoles, y las catacumbas de los mártires, y en aquellos cementerios pasaba gran parte del día y de la noche en oración. El arcediano Bonifacio, venerado en Roma por su mucha santidad y sabiduría, le explicó los libros sagrados y le instruyó en la disciplina de la Iglesia romana. Volviendo después a Lyon, recibió de san Delfín la tonsura clerical. Era el ánimo del santo arzobispo hacerle sucesor suyo, pero habiendo sido asesinado por sus enemigos, Walfrido le dio honrosa sepultura y volvió a Inglaterra. Luego que llegó a aquel reino, el príncipe Al-frido hijo del rey le hizo donación del territorio de Ripón en la diócesis de York; y allí fundó el santo un monasterio, del cual fué primer abad. Ordenado ya de sacerdote, fué nombrado obispo de York, y gobernó santísimamente su grey conforme a la disciplina de la Iglesia romana, por espacio de cuarenta y cinco años. Fué maravilloso el celo con que redujo a la fe de.*Cristo a todos los gentiles de aquella provincia; la caridad con
_ que auxilió a los pobres, librándoles con ' sus oraciones de una sequía que había
12 de octubre
durado por espacio de tres años, y bautizando y alcanzando la libertad a muchos esclavos. Finalmente lleno de días y virtudes descansó ¡en el Señor y su cuerpo fué honoríficamente llevado al monasterio donde primero había sido monje, y allí obra Dios por él muchos milagros.
Reflexión: Es verdaderamente irresistible el atractivo de la virtud; quien se consagra a ella sin reserva, no sólo es amado de los buenos, como el glorioso san Walfrido, mas también admirado y respetado de los mismos malos. Y aunque parezca que la odian y persiguen los hombres perversos, pero en el interior de sus corazones no pueden menos de reconocer su valor y tributarle el homenaje de su veneración y respeto. ¡Oh si se persuadiesen bien de esto los cristianos todos! ¡Con qué empeño procurarían copiar en sí los hermosos ejemplos de los varones perfectos! ¿De qué sirve leer las vidas de los santos, si no nos esforzamos por imitarlas? ¿Acaso bastarán ante el tribunal del supremo juez los estériles sentimientos de admiración, único fruto que sacan muchos de las lecturas piadosas? Obras quiere Dios, que. no meros afectos, y la mejor manera de honrar a los santos, como dijo uno de ellos, es el imitar sus virtudes.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu bienaventurado confesor y pontífice Walfrido, acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
299
San Eduardo, rey de Inglaterra. — 13 de octubre (t 1066)
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San Eduardo, tercero de este nombre, rey de Inglaterra, llamado el Confesor o el Piadoso, fué sobrino de san Eduardo rey y mártir, y nació en Inglaterra. Por librarse de la irrupción de los daneses que causaban en el reino grandes estragos, tuvo que ponerse a salvo con toda la familia real en Lombardía. Creció juntamente en él la virtud con la edad, y mereció por su extraordinaria honestidad y admirable pureza el renombre de ángel de la corte. Por muerte de su padre, y por haber asesinado los daneses a los dos hermanos que le quedaban, se halló único heredero del reino; y restituyó luego a sus estados la antigua prosperidad y felicidad. Reparó las iglesias que los enemigos habían saqueado o arrumado, reedificó los monasterios, y por medio de los religiosos y celosos predicadores, r e formó las costumbres del pueblo. Por condescender con los grandes del reino se casó con Edita, hija del conde Godu-bin, pero los santos esposos que habían hecho voto de perpetua virginidad, vivieron como hermanos. Asistiendo un día san Eduardo al adorable sacrificio de la misa, vio a Jesucristo en forma corporal en la sagrada hostia. Otro día, terminada la misa en que se había quedado pasmado y vertiendo lágrimas, le preguntaron los magnates qué significaba aquella novedad, y él les respondió que acababa •de morir el rey de Dinamarca y que se había perdido toda su arma que venía a Inglaterra. Esta visión profética quedó confirmada por las nuevas que pocos días después se recibieron del funestó su
ceso de los daneses y de su armada naval. Era el santo rey amado de todos sus vasallos, y llamado tutor de los huérfanos y padre de los pobres. Encontró una vez en la calle a un pobre paralítico, y tomándolo sobre sus hombros lo llevó a la iglesia a donde el enfermo iba como arrastrando. En otra ocasión, no llevando dinero de que dar a un pobre que le pidió limosna, se sacó del dedo el anillo y se lo dio. Jamás se había visto el re i no de Inglaterra tan floreciente ni había gozado de tanta prosperidad y sosiego como en el re i nado de nuestro santo, el cual habiendo tenido revelación de su
temprana muerte, colmado de méritos, entregó su alma inocentísima al Creador a los treinta y seis años no cumplidos de su edad, y veintitrés de su reinado. Por largo tiempo fué llorada su muerte con luto general de toda Inglaterra, y treinta y seis años después se halló su cadáver fresco, flexible y exhalando suavísima fragancia, y se traspasó a un sepulcro de oro y de plata.
Reflexión: En todos los estados se puede servir a Dios santamente: el pobre con la falta de las cosas de la tierra y el rico con la abundancia de ellas; el religioso en la soledad de su retiro y el seglar en el bullicio del mundo; todos, sin excepción, pueden, si quieren, llegar a la cumbre de la santidad. Basta para ello refrenar los apetitos desordenados, basta sujetar las pasiones a la razón, basta imitar los ejemplos de nuestro divino modelo Cristo Jesús y de sus santos, que para esto se nos proponen en tan admirable variedad. De modo que el decir: «Yo no puedo ser santo; yo no puedo ser virtuoso; tengo tales o cuales dificultades que me lo impiden»; no pasa de ser una vanísima excusa. ¡Como si aquellos admirables varones, que veneramos en los altares, hubieran, sido de una naturaleza superior a la nuestra!
Oración: ¡Oh Dios! que coronaste con la gloria eterna al bienaventurado san Eduardo, tu confesor, suplicárnoste nos concedas la gracia de venerarle de manera en la tierra, que merezcamos reinar con él en el cielo. Por Jesucristo, nuestro. Señor. Amén.
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San C alisto, papa y mártir. — 14 de octubre ( t 222)
Él glorioso pontífice y mártir san Calisto, primero de este nombre, fué natural de Roma, hijo de Domicio, patricio romano, y por sus esclarecidas virtudes, sabiduría y celo de la gloria de Jesucristo, nombrado sucesor de san Dámaso, mientras imperaba en Roma Marco Aurelio Antonio Heliogábalo. Como este emperador vivía tan entregado a sus placeres sensuales, que ni aun tenía tiempo para acordarse de los cristianos y perseguirlos, y su sucesor Alejandro Severo, dejó a los fieles mayor libertad que la que habían tenido desde el nacimiento de la Iglesia, y estaba tan inclinado a la religión cristiana, que tenía un retrato de Jesucristo en su mismo aposento imperial; el santo pontífice aprovechó esta paz para acrecentar el rebaño de Cristo y perfeccionar las cosas de la Iglesia. Edificó un templo de santa María, llamado Transti-beriano, en honra del sagrado parto de la Virgen, y desde aquel tiempo comenzaron los cristianos a tener iglesias públicas a vista de los gentiles. Por el mismo tiempo mandó fabricar en la vía Apia el famoso cementerio de su nombre, una de las más bellas obras de arquitectura, y el más capaz y célebre de todos los que hay en los alrededores de Roma, pues se asegura que fueron sepultados en él hasta ciento setenta y cuatro mil mártires y entre ellos cuarenta y seis papas. A pesar de la tranquilidad de que gozaba la Iglesia, hubo también en aquella sazón algunas persecuciones, especialmente mientras el emperador estaba ausente de Roma, y entre otros mártires, padeció la .muerte por Cristo este santo pontífice. Porque habiendo caído un rayo en el Capitolio y abrasado gran parte del edificio, y al mismo tiempo prendido fuego en otro templo de Júpiter y desprendí-dose la mano siniestra de aquella estatua, atemorizados los idólatras quisieron aplacar a los dioses con sacrificios; y cuando los hicieron se levantó una tempestad tan furiosa, que cuatro sacerdotes de los ídolos murieron heridos de los ra yos y el altar de Júpiter cayó reducido a cenizas. Atribuyendo el mal suceso a las imaginadas hechicerías de los cristianos, Palmario, varón consular, los delató
,al gobernador, y aun tomó una tropa de soldados para ir a prenderlos a la otra
parte del Tíber, donde los había visto en los sepulcros de los mártires. Pero luego que llegaron los soldados, quedaron como ciegos y huyeron: y Palmacio por este y otros prodigios se convirtió con otros cuarenta y dos de su familia, como también su amigo el senador llamado Simplicio con sesenta y ocho personas de su casa. A todos mandó prender el bárbaro pre fecto, y les mandó cortar la cabeza y entregó en manos del furioso populacho al santo pontífice Calisto, quien después de haber sido azotado y arrastrado por las calles, fué arrojado en una profunda cisterna, de la cual después sacó el santo cuerpo el presbítero Asterio y le enterró en el cementerio de san Calepodio en la vía Aureliana.
Reflexión: Parece increíble que con tantos prodigios en favor de la religión cristiana, como se obraron por este tiempo en Roma, se obcecase más aquel impío prefecto, llegando hasta derramar la sangre de los ilustres campeones de Cristo. Es que le dominaba la ambición, y propio es de las pasiones no domadas el ofuscar la mente y endurecer el corazón. Esta es la raíz de los mayores pecados que se cometen en el mundo. Dominemos nuestras pasiones, no dejándolas salir con sus depravados antojos, sobre todo nuestra pasión dominante, y nuestra vida será un retrato de la de los Bienaventurados.
Oración: ¡Oh Dios! que estás viendo que continuamente desmayamos por nuestra flaqueza, fortalécenos misericordiosamente en tu amor con el ejemplo de tus santos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Teresa de Jesús. — 15 de octubre (t 1582)
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La seráfica madre Teresa de Jesús, nació en Avila, ciudad de las principales de España, y fueron sus padres Alonso de Cepeda y doña Beatriz de Ahumada, personas nobles y muy cristianas. Siendo de siete años, aprehendió tan vivamente la eternidad de la gloria y penas del infierno, que repetía a menudo y con gran ponderación: «Para siempre, para siempre, para siempre.» Con la lectura de las vidas de los mártires, se encendió en tal deseo del martirio, que saliendo de casa con su hermanito Rodrigo, quiso irse a África a ser martirizada por Cristo, de los moros: mas un tío suyo los halló y volvió a su casa: y viendo los niños frustrados sus deseos, hicieron en la huerta de su casa dos celdillas para llevar allí vida de ermitaños. Apenas contaba Teresa doce años de edad, cuando pasó su madre; a mejor vida, y ella comenzó a tomar gusto en leer novelas, con cuyas lecturas se le despertó grande afición a las galas y vanidades del mundo; y teniendo catorce años, trabó amistad con un pariente suyo, que puso su inocencia en gravísimos peligros. Sacóla de ellos su padre poniéndola en un convento de religiosas de san Agustín. Entonces volvieron a despertarse en ellos los pr imeros fervores, y creciendo más con la experiencia, a la edad de veinte años determinó entrarse monja en el monasterio de la Encarnación de Avila, de religiosas carmelitas. El día de la Asunción le dio un parasismo tan largo que estuvo cuatro días como muerta, y diéronla ya la unción; mas volviendo en sí, dijo que había estado en el cielo, y que había visto lo
que el Señor quería hacer de su sagrada Orden del Carmen. Padeció grandes sequedades en la oración por espacio de diez y ocho años: mas con lo que san Francisco de Borja la animó, concibió gran odio contra sí, quebrantando en todo su voluntad, y se vistió de un silicio de hoja de lata agujereado al modo de rallo, que dejaba toda su carne llagada. Por más de tres años vio a Cristo Señor nuestro a su lado, y mereció que un ángel hermosísimo y tan encendido que parecía un serafín, con un dardo de oro le traspasase el corazón y la dejase abrasada en grande amor de Dios. Muchas veces fué vista levantada de la tierra y con el rostro lleno de resplan
dores; los que comulgaban solían ver con el rostro todo resplandeciente; y con los mismos resplandores la vieron muchos cuando escribía sus admirables libros. Con la protección de san José, de quien fué devotísima, llevó a cabo la reforma de la Orden del Carmen y fundó multitud de conventos. Finalmente, después de haber asombrado al mundo oon sus heroicas virtudes, milagros estupendos y libros inspirados, entregó su alma al divinal Esposo a la edad de sesenta y siete años; y en el instante en que expiró, vio una religiosa salir por su boca una paloma blanca que voló a los cielos, y fué tan grande la fragancia que echaba de sí su virginal cadáver, que fué necesario abrir las ventanas para poderlo sufrir, y el mismo olor celestial exhala todavía su cuerpo incorrupto.
Reflexión: Por las vanas lecturas estuvo a punto de perder esta santa no solamente el tesoro inestimable de sus méritos, mas aun la joya de su virginidad y hasta su misma alma. ¡Para cuántos
' jóvenes ha sido ésta la causa de su perdición! Un mal libro es el veneno más poderoso de la virtud, y las novelas sobre todo han producido en el mundo daños incalculables.
Oración. Óyenos ¡oh Dios! que eres nuestra salud, para que así como nos alegramos en la festividad de tu bienaventurada virgen Teresa, así nos sustentemos con el alimento de su celestial doc-
• trina y recibamos con ella el fervor de su piadosa devoción. Por Jesutíristo, núes-, tro Señor. Amén. ^
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San Galo, abad. — 16 de octubre ( t 646)
El glorioso abad san Galo, fué de nación irlandés, e hijo de padres tan ilustres por su nobleza como por sus cristianas vir tudes. Pusiéronle desde niño en el monasterio de Bencor bajo la disciplina de san Columbano, donde hizo grandes progresos en la virtud, en la poesía y en las letras sagradas. Siguió como fiel discípulo a san Columbano cuando este pasó de Irlanda a Inglaterra, y después a Francia, donde fueron muy bien recibidos, como varones de Dios, del rey Sigeberto, y fundaron el monasterio de Anegroy en una selva de la diócesis de Besancon, y dos años después el de Luxenil. Ha- — biendo sido desterrado de este monasterio san Columbano por el rey Thierry cuyas liviandades había reprendido, se retiró con san Galo a los estados de Teodo-berto a la sazón rey de Austrasia, y pusieron su asiento en una soledad horrorosa cerca del lago de Costanza. Encontraron en él una capilla dedicada a san Aurelio, pero profanada por los gentiles, los cuales habían colgado algunos de sus ídolos en las paredes. Encendióse el celo de san Galo a vista de aquella abominación y determinó trabajar en la conversión de aquellas gentes con la esperanza de encontrar la corona del martirio. Llegó el día de la fiesta principal de aquel lugar, y concurriendo mucho gentío, pre-•dicó'es el santo con tanto fervor y eficacia contra las supersticiones del paganismo, que redujo a muchos a la fe cristiana. Pasando después de las palabras a las obras, derribó las estatuas de sus dioses, y arrojó al lago los pedazos que hizo de ellas. San Columbano purificó la capilla, bendíjola, puso una ara sobre el altar y celebró el santo sacrificio de la •misa. Fué creciendo aquella comunidad, levantáronse celdas alrededor de la capilla, y aquella colonia <£e santos religiosos hizo triunfar la vida monástica en medio del paganismo. Curó san Galo una doncella hija del duque de Cunzón, que estaba poseída del demonio, y que no había podido curarse con los exorcismos: y reconocido el duque, hizo cuanto pudo para que el santo admitiese el obispado de Constanza que en aquella sazón había vacado; pero san Galo se resistió a acep-
v"tarlo. Por muerte de san Eustaquio, abad
de Luxeu, todos los monjes eligieron por sucesor suyo a san Galo, pero éste r e nunció también aquella abadía, y nunca quiso salir de su soledad. Finalmente ¡habiéndole convidado el santo presbítero Willimar a la fiesta de su parroquia, p re dicó el santo con grande fruto delante <de un numerosísimo concurso de gentes, y tres días después, pasó de esta vida ,a los ochenta años de su edad, y recibió la recompensa de sus méritos y virtudes.
Reflexión: No se puede hacer elogio más honorífico de un hombre, que el decir que fué amado de Dios. ¿Puede, en efecto, aspirar a más la ambición del corazón humano, que a ser favorecido de Dios con su amistad, como lo fué san Galo? Por esto los santos despreciaron siempre las honras y dignidades terrenas, abrazándose únicamente con la humildad y bajeza, persuadidos de que así agradaban de veras a l Señor, y entraban por lo tanto a formar parte del número de sus amigos predilectos. O Cristo se engaña, dice san Bernardo, al abrazarse con la humildad'y las deshonras, o el mundo yerra, al correr desolado en pos de las honras y dignidades: pero Cristo no se puede engañar, porque es sabiduría infinita: luego el mundo yerra miserablemente.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos recomiende delante de tu divino acatamiento la intercesión del bienaventurado abad Galo, para que lo que no podemos conseguir por nuestros méritos, lo* alcancemos por su patrocinio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Eduvigis, duquesa de Polonia, viuda. — 17 de octubre ( t 1243)
Santa Eduvigis fué hija del príncipe Bertoldo, duque de Carintia, marqués de Moravia y conde del Tirol. Siendo aún niña dispusieron sus padres que se educase en el monasterio de Benedictinas de Lutzing, donde tenía todas sus delicias en pasar largas horas de oración delante de una imagen de la santísima Virgen. Nunca la deslumhró el resplandor de su nobleza, y si hubiese podido resistirse a la voluntad de sus padres, jamás hubiera tomado otro esposo que a Jesucristo. Pero quiso el Señor que la santa fuese un ilustre modelo de perfección en el estado del santo matrimonio; y a la temprana edad de solo doce años la casaron con el príncipe Enrique, duque de Silesia y de Polonia. Su primer cuidado fué estudiar el genio y las inclinaciones del duque su marido para complacerle y ganarle el corazón: y logrólo con tan buen suceso, que fué uno de los más cristianos y virtuosos príncipes de Alemania. Tuvo de él tres hijos y tres hijas, a los cuales crió ella por sí misma con tal acierto, que fueron más tarde la gloria de varias cortes de Europa. Hicieron después los dos esposos voto de perfecta continencia en manos del obispo, y desde aquel día entablaron una vida de mayor santidad y perfección. La santa daba de comer en su palacio a gran número de huérfanos y pobres, y persuadió al duque su marido que fundase el célebre monasterio de Trebnitz, gobernado por las religiosas del Císter, donde eran recibidas cuantas viudas y doncellas deseaban consagrarse a Dios. Eran asperísimas las penitencias que hacía la
santa, y andaba los pies descalzos por el hielo dejando en él huellas ensangrentadas. Habiendo entrado Conrado, duque de Kirne, en las tierras del duque de Polonia, dióle éste una batalla en la cual quedó herido y prisionero: y como se resistiese Conrado a ponerle en libertad a pesar de las razonables condiciones que se le propusieron, determinó la santa presentarse en la corte del enemigo. Al verla Conrado en su presenciarse l lenó de un respetuoso terror y le concedió todo lo que pedía. Murió poco después el virtuoso duque y su santa esposa le vio espirar con ojos enjutos, diciendo:
«Todos debemos recibir con humilde rendimiento, en vida y en muerte las amorosas disposiciones de Dios.» Favorecióla nuestro Señor con el don de milagros y de profecía; predijo el día de su muerte mucho antes de su última enfermedad; y después de haber vivido por espacio de cuarenta años con grandes rigores, r e cibidos los santos sacramentos dio su alma al Creador. Veinticinco años después de su muerte fué hallado su sagrado cadáver consumidas todas las carnes, menos los tres dedos de la mano izquierda con que tenía asida una imagen de la santísima Virgen, que toda la vida había llevado consigo.
Reflexión: ¿Quién hallará una mujer fuerte como dice el Sabio en los Proverbios? Tal será sólo aquella que, a imitación de santa Eduvigis, sea verdaderamente virtuosa, y que ponga todas sus aficiones, no en las galas, modas y otras vanidades por el estilo, sino en cumplir exactamente con las obligaciones de su estado, en vivir bien con su marido, en conservar la unión y la paz en la familia, cuidar el buen orden de su casa y educar cristianamente a sus hijos.
Oración: ¡OheDios! que enseñaste a la bienaventurada Eduvigis a renunciar de todo corazón a las pompas del mundo, por seguir con humildad el camino de tu cruz; concédenos por sus méritos que aprendamos, a ejemplo suyo a menospreciar las perecederas delicias de este siglo y a vencer por tu amor todas las adversidades de esta vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. V
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San Lucas, evangelista. — 18 de octubre (t 86)
El gloriosísimo evangelista san Lucas, fué natural de la ciudad de Antioquía, e hijo de padres gentiles. En las letras griegas y elocuencia puso mucho cuidado, y más particularmente en la medicina, la cual ejercitó, pues san Pablo le llamó «Médico carísimo». También aprendió el arte de pintar,xno por oficio, sino como es de creer, para ocuparse en ello algunos ratos y pasar el tiempo honestamente. Fué compañero de San Pablo en sus t rabajos y peregrinaciones, y escribió el Evangelio tal cual el apóstol solía predicarlo: y así como san Mateo lo había escrito en hebreo para los judíos, s"n Lucas lo escribió en griego para los gentiles. Pero no solamente se valió para ello de las instrucciones de san Pablo, sino también de los otros apóstoles y especialmente de la sacratísima virgen María, nuestra Señora, con la cual parece que tuvo mucha familiaridad, y de la cual fué muy favorecido. Supo de ella los sagrados y ocultos misterios de la encarnación del Verbo eterno en sus entrañas, la visitación de santa Isabel, la santificación de san Juan Bautista en el vientre de su madre, el nacimiento del Señor en Belén, su circuncisión y la presentación en el templo, con todos los otros misterios que sólo san Lucas escribe en su Evangelio, y sola la que era Madre y había sido testigo y tanta parte en «líos los sabía y se los podía descubrir. Además del sagrado Evangelio escribió san Lucas otro libro que se llama «Los Hechos Apostólicos», en el cual comenzando de la venida del Espíritu Santo, escribe la predicación de los apóstoles, los milagros que hicieron, las contradicciones que tuvieron de los judíos, las costumbres con que los cristianos de la primitiva Iglesia vivían, la muerte de san Esteban, la conversión de san Pablo, cómo Hero-vdes mandó degollar a Santiago el Mayor y prender al mismo san Pablo y el Señor le libró; y cómo fué compañero de este santo apóstol. Va contando su peregrinación, sus trabajos y persecuciones, de las cuales no pequeña parte le cupo al sagrado Evangelista, hasta que llegaron a Roma, donde estuvo dos años preso el apóstol, y allí pone fin y remata su libro.
-Dice san Epifanio que después de la
muerte de los gloriosos príncipes de la Iglesia san Pedro y san Pablo, san Lucas anunció a Jesucristo con admirable fruto en Italia, en las Galias, en Dalmacia y en Macedonia, y los griegos aseguran que también predicó la fe en Egipto, en la Tebaida y en la Libia, donde derribó ídolos, y levantó altares al verdadero Dios. Afirma san Jerónimo 'que murió de edad de ochenta y cuatro años y que fué virgen toda la vida. No se duda que murió en Acaya, y que su sagrado cuerpo fué t rasladado a Constantinopla, siendo emperador Constantino, y más tarde a Pavía donde es venerado, aunque la cabeza se reverencia en Roma en la iglesia de san Pedro.
Reflexión: Entre las cosas memorables y dignas de veneración que hizo el bienaventurado san Lucas, una fué pintar las imágenes de Cristo nuestro Señor y la sacratísima Virgen su Madre. La de la Virgen hoy día está en Roma en la Basílica de Santa María la Mayor: ha sido siempre tenida en grande estima y reverencia con gran devoción; y el Señor ha obrado muchos milagros por ella. Que no falte una imagen de María en la alcoba de la familia cristiana, pues esta soberana Señora derramará sus bendiciones sobre las casas donde sea venerada su efigie.
Oración: Suplicárnoste, Señor, que interceda por nosotros tu evangelista san Lucas, -el cual llevó siempre en su cuerpo la mortificación de la cruz por la gloria de tu nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén, i
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San Pedro de Alcántara, confesor. — 19 de octubre (t 1562)
El admirable penitente y extático contemplativo san Pedro de Alcántara nació en la villa de este nombre, provincia de Extremadura, en España, y fué hijo de don Alfonso Garavito, hábil jurisconsulto y corregidor de la misma villa. Después de haber aprendido las letras humanas pasó a Salamanca a estudiar el derecho canónico, y dando luego de mano a todas las cosas del mundo, tomó el hábito del seráfico padre san Francisco en el convento de Manjarrez a la edad de diez y .seis años. Toda la vida anduvo con los ojos bajos, de manera que nunca supo .si el coro o el dormitorio eran de bóveda, y a los religiosos del convento les conocía sólo por la voz. Después de la profesión pasó a morar en una soledad, donde se labró una celda que más bien parecía sepultura, en la cual entabló una vida de tan áspera penitencia, que se haría increíble si no la autorizara la bula de su canonización. Comía sólo una vez cada tercer día y a veces se le pasaban ocho sin tomar bocado; traía a raíz de las carnes un cilicio en figura de rallo: dormía no más que hora y media y por espacio de cuarenta años lo hacía de rodillas o sentado, arrimada la cabeza a la pared. Su celda era tan baja que en ella no podía estar en pie, ni tendido a lo largo, su cuerpo estaba hecho una l laga, y no parecía el santo más que un esqueleto animado. Mas así como ningún santo le excedió en su penitencia, pocos tuvieron como él tan sublime don de contemplación: porque su oración era un éxtasis casi continuo, en que Dios le rega
laba con delicias de la gloria. A la edad de veinte años fué nombrado guardián de Badajoz: y escogió para sí todos los oficios más humildes del convento. En el tenor de su vida parecía un ángel; pero ordenado de sacerdote fué un abrasado serafín. Cuando predicaba al pueblo, con sola su vista y presencia ablandaba los corazones más duros, y los sermones que hacía solían quedar interrumpidos por lágrimas y gemidos dolorosos; así renovó en muchos obispados el espíritu de penitencia. Nombráronle provincial, y emprendió luego la reforma de su Orden para re sucitar en ella el primitivo espí
ritu de san Francisco, obra dificultosísima que llevó a cabo, y fué confirmada por breve de Julio III, y ponderada de santa Teresa de Jesús y de san Francisco de Borja, que se encomendaban en las oraciones de este gran siervo de Dios. Quiso tomarle por confesor el emperador Carlos V, cuando estaba meditando su retiro en el monasterio de Yuste; pero el santo se resistió con tales razones, que el emperador se rindió a ellas. Finalmente siendo comisario general de España para la Reforma, se hizo llevar al convento de Arenas, donde en un dulcísimo éxtasis, entregó su alma al Creador, a la edad de sesenta y tres años.
Reflexión: De este santísimo varón dice santa Teresa: «Hele visto muchas veces con grandísima gloria. Di jome la pr i mera vez que me apareció: ¡Qué bienaventurada penitencia, que tanto premio había merecido!» ¿Somos nosotros discípulos de Jesucristo? Pues no nos aver-goncemos de vestir su librea. Pobre soy, dice él por el Salmista, y lleno estoy de trabajos desde mi más tierna edad: ¿y no será un verdadero contrasentido, que, mientras nuestra cabeza de Cristo está coronada de espinas, andemos nosotros nadando en los regalos y deleites?
Oración: ¡Oh Dios! que te dignaste ilustrar al bienaventurado san Pedro, tu confesor, con el don de una altísima contemplación, y con el de una admirable penitencia; suplicárnoste nos concedas por sus méritos que mortificada nuestra carne, alcancemos mayor inteligencia de las cosas celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. ^
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San Juan Cancio, confesor. (t 1473)
El glorioso maestro y caritativo sacerdote secular san Juan Cancio fué natural del reino de Polonia, y nació en un lugar llamado Kencio del obispado de Cracovia. Sus padres, no menos nobles por su sangre que por su cristiana piedad, le enviaron a estudiar las letras humanas y divinas a la universidad de Cracovia. Allí se graduó de doctor, y enseñó filosofía, y fué nombrado decano de los doctores de aquella facultad. Leyó después teología con grande aplauso y edificación de sus discípulos, los cuales salían de su escuela no menos virtuosos que sabios. Muchas veces se desnudó de sus vestidos >por cubrir a los pobres que hallaba temblando de frío. Viéronle con frecuencia los doctores de la un i versidad postrado y arrebatado en dul-
. ees éxtasis delante de una imagen de Cristo crucificado que estaba en el colegio. La tierna devoción que tenía a la pasión del Salvador le movió a visitar en hábito de peregrino y caminando siempre a pie los santos Lugares de Palestina, para regar con sus lágrimas aquellos sitios que el Señor regó con su sangre. Cuatro veces visitó también el sepulcro de los apóstoles san Pedro y san Pablo: y en una de estas romerías ha biéndole asaltado unos ladrones y robado el dinero que llevaba, le preguntaron si tenía más; y el siervo de Dios respondió que no, pero acordándose luego que aun traía algnas monedas escondidas en el vestido, los volvió a llamar y les dijo: «Me había olvidado de estas monedas que aun me quedaban: tomadlas también si queréis.» Los ladrones maravillados de tal ofrecimiento, y movidos de la santidad que en él resplandecía, le restituyeron todo lo que habían robado, pidiéndole perdón de su culpa. Habiendo vacado laÉ iglesia parroquial de Ol-Kusz, cinco millas distante de la ciudad de Cracovia, los rectores de la universidad le confiaron la administración de aquella parroquia, en la cual el santo hizo grandes proezas de caridad, y encendió en amor de Jesucristo los corazones de los fieles; mas temiendo los peligros que van unidos con el cargo de pastor de las almas, hizo muchas instancias para que le descargasen de aquel peso que para su pro-
efunda humildad era intolerable, y vol-
20 de octubre
vio a continuar sus lecciones de sagrada teología, y a ser al propio tiempo el padre de los pobres, y ángel consolador de todas las personas afligidas. Finalmente, entendiendo que se llegaba el día de su dichoso tránsito, distribuyó a los pobres los pocos objetos que en casa quedaban, y habiendo recibido con extraordinaria devoción los sacramentos de la Iglesia, a los sesenta y siete años de su edad entregó su alma santísima en las manos del Creador. El Señor ilustró después su sepulcro con grandes y continuos milagros.
Reflexión: El glorioso san Juan Cancio fué un doctor muy sabio de la universidad de Cracovia; y poseyó en grado todavía mayor la verdadera sabiduría. ¿Sabes cuál es ésta? Es la ciencia de los santos; y es una ciencia que a pesar de ser la más sublime está al alcance de todos. Cumplir con los preceptos de Dios y practicar las virtudes cristianas según el estado de cada uno, no es cosa que esté al otro lado de los mares o en lo más alto de los cielos, como dice el Señor, para que nos excusemos de hacerlo por cualquier frivolo pretexto.
Oración: Concédenos ¡oh Dios omnipotente! que aprovechando en la ciencia de los santos, con el ejemplo de san Juan Cancio, tu confesor, y ejercitando las obras de misericordia, por sus méritos obtengamos el perdón de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Úrsula y
La memoria de la gloriosa santa Úrsula y sus compañeras vírgenes y mártires hallamos en un manuscrito muy antiguo que se conserva en el Vaticano. En él se dice que santa Úrsula nació en la Gran Bretaña donde la religión cristiana estaba ya muy floreciente, y que fué hija de Dionot, rey de Cornouaille, y de Doria, princesa nada inferior a su marido, n i en la nobleza de la sangre, ni en las cristianas virtudes. Era a la sazón general del emperador Graciano en la Gran Bretaña, el tirano Máximo; el cual habiéndose hecho proclamar emperador, pasó el mar y desembarcó con todo su poderoso ejército en. las costas de aquella parte de las Galias que se llamaba Armónica, y se apoderó de toda ella. Uno de los generales de Máximo que más se había distinguido en aquella expedición, era cristiano, y se llamaba Conán: a éste hizo Máximo gobernador de la Armónica con título de duque, y él puso su residencia en la ciudad de Nantes, dejando en el país gran parte de las tropas que eran de bretones e ingleses. Envió luego diputados al rey de Cornouaille, pidiéndole a su hija la princesa Úrsula por mujer; y como casi todos los oficiales y soldados eran también solteros, encargó a los diputados que trajesen de la isla todas las doncellas que pudiesen para casarlas con ellos. Parecióle bien al padre de Úrsula, casarla con aquel príncipe tan noble y cristiano, y habiendo recogido gran número de doncellas, para formar aquella .colonia que se llamó Bretaña menor, salieron con viento próspero de Inglaterra. Mas una tempestad arrojó toda
sus compañeras, vírgenes y mártires. — 21 de octubre
451) la escuadra hacia los mares del Norte, sobre las costas de la Galla Bélgica; y habiéndose abrigado Úrsula y sus compañeras en el puerto de Tiel hacia la embocadura del Rhin, siguiendo la corriente de este río, navegaron hasta Colonia, teatro del glorioso triunfo. Porque al saber el emperador Graciano el desembarco de Máximo en las costas Galias, a falta de tropas con que hacerle resistencia llamó en su socorro a los hunos, bárbaros de la antigua Marmacia, que se habían derramado ya por toda Germania, y llegado por las márgenes del Rhin hasta la Ga-lia Bélgica. Luego que descu
brieron navios bretones se apoderaron de ellos, y quedaron sorprendidos al ver en aquella flota una multitud tan grande de doncellas cristianas. El general de los bárbaros quedó tan ciegamente prendado de Úrsula, que no perdonó medio para rendirla: pero la santa princesa le habló con tal r e solución y majestad en nombre de todas sus compañeras, que mudada en furor la brutal pasión de aquellos bárbaros, se arrojaron espada en mano contra ellas: a unas atravesaron el pecho, a otras degollaron, a otras asaetearon, pasando todas a aumentar la Corte del Cordero de Dios, con la doble palma de la virginidad y del martirio.
Reflexión: Con el tiempo se fundó en la Iglesia una célebre congregación de religiosas, bajo el nombre y la protección de santa Úrsula, y por eso se llaman Ursulinas, las cuales entienden en la educación de las niñas, inspirándoles una grande estima de todas las virtudes cristianas. Procuren todas las doncellas imitar en esta virtud a santa Úrsula v a sus compañeras mártires, teniendo su pureza virginal en mayor aprecio que su propia vida, y conservándola limpia de toda mancha.
Oración,: Suplicárnoste, Señor Dios nuestro, la gracia de venerar con incesante devoción los triunfos de las santas vírgenes y mártires Úrsula y sus compañeras, para que ya que no podemos honrarlas como merecen, les tributemos al menos humildemente nuestros frecuentes obsequios. Por Jesucristo, nuestro Se-, ñor. Amén. \
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Santa María Salomé, viuda. — 22 de octubre Fué santa María Salomé mujer
del Zebedeo y madre de los gloriosos apóstoles Santiago el Mayor y San Juan Evangelista, l lamado por otro nombre el Discípulo amado. Era parienta de la Virgen santísima, por cuyo motivo se trata a sus hijos en el Evangelio como consanguínsos de Jesús: y puede presumirse que sería oriunda de Nazaret en donde sabemos que tenían su casa los padres de la Madra de Dios. Estaba casada con Zebedeo, que era pescador de oficio aunque con barca propia. En el tiempo que el Señor llamó a sus dos hijos al apostolado, estaban ellos remendando las redes, y luego le siguieron: cosa que no sólo no llevó a mal .la santa madre, sino que también imitó después, siguiendo ella misma al Salvador con otras piadosas mujeres galileas, como se lee en el Evangelio. Llevada un día del amor de madre y de la confianza que tenía con el Salvador, le dijo: «Quiero que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu siniestra en tu reino». Respondió el Señor: «No sabéis lo que os pedís: ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber (en mi pasión y muerte)?» A cuya pregunta respondieron san Juan y Santiago confiados más de lo justo: «Sí, Señor, podemos». Entonces les dijo Jesús: Beberéis en efecto mi cáliz: pero el sentaros a mi diestra o a mi siniestra, no está en mi mano concedéroslo a vosotros, sino que será para aquellos a quienes está preparado por mí Padre: queriendo significar que tales dignidades no se habían de dar por respetos de parentesco, sino por solas razones de mérito, y profetizándoles al mismo tiempo que padecerían el martirio. Sabemos también por el Evangelio que santa Salomé con otras mujeres piadosas siguió a Jesucristo hasta el Calvario, sin que el te mor de los soldados la amedrentase, ni el verle padecer en la cruz entre los ladrones entibiase su fe. También acompañó el sagrado cadáver del Señor cuando le llevaron al sepulcro: y en la tarde del sábado compró gran cantidad de aromas con ánimo de ir por la mañana con sus compañeras a ungir el santísimo cuerpo de Jesucristo; mas cuando llegaron al sepulcro, lo encontraron ya abierto y vacío; y luego vieron dos ángeles vestidos de blanco que las aseguraron de la
resurrección, y les dijeron que diesen cuenta de ello a los demás discípulos. Volviéndose presurosas con tal encargo, se les apareció Jesús resucitado y glorioso y les dijo: Dios os guarde: y Salomé y sus compañeras se postraron y abrazaron sus pies sacratísimos y el Señor les encargó que anunciasen su resurrección a sus hermanos, y les dijesen que fuesen a Galilea, donde le verían. Finalmente, con estos divinos regalos, creció santa Salomé en piedad y divino amor hasta que llegada la hora de su dichoso tránsito, pasó a gozar la eterna gloria de Jesucristo en los cielos.
Reflexión: Era consiguiente a los grandes beneficios que ha recibido España de su primer apóstol y patrón Santiago, que nuestra Iglesia hiciese gloriosa memoria de su santa madre, tantas veces celebrada en los Evangelios. Veneremos, pues, a esta dichosa parienta de Jesús, a esta madre de dos de sus apóstoles y fidelísima sierva de nuestro divino Redentor: y cuando rogamos por nuestra amada patria, imploremos su patrocinio juntamente con el de su hijo Santiago, para que nos alcancen la ayuda de Dios para vencer a los enemigos de nuestra fe, y ser fieles siervos de Jesucristo, "Señor nuestro.
Oración: ¡Oh Señor Jesús! por cuyo amor la bienaventurada Salomé entre las primeras mujeres fieles, lo dejó todo por ti, y cuidó de venerar tu cuerpo en el sepulcro, concédenos propicio, que a su ejemplo sepultados contigo merezcamos participar de la eterna resurrección. Amén.
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San Teodoro, sacerdote y mártir. — 23 de octubre (f 362.)
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San Teodoro, glorioso sacerdote y mártir de Cristo, fué uno de los más celosos mi nistros del Señor en la iglesia de Antio-quía de Siria. Trabajó sin descanso en desarraigar las supersticiones paganas, en derribar las aras y estatuas de los falsos dioses, y en levantar varios templos al Dios verdadero, sin esperar otra recompensa que ver más extendida y gloriosa aquella cristiandad, ni desear otro premio que la corona del martirio. El conde Juliano, tío del emperador J u liano, y apóstata como él, gobernaba a la sazón el Oriente, cuya capital era An-tioquía, y sabiendo que el santo sacerdote Teodoro tenía el ministerio de guardar los vasos sagrados y tesoros de la Iglesia, quiso apoderarse de ellos, y le llamó a su tribunal, ordenándole en nombre del César que hiciese entrega de todos aquellas preciosas alhajas. Respondióle el fidelísimo siervo de Cristo que nada había recibido de manos del César, y que nada le debía. Al oir estas palabras el codicioso tirano, enojóse sobremanera, y comenzó a reprenderle con grandes amenazas por la contradicción que hacía a la religión del imperio y a la voluntad del César. Teodoro con grande elocuencia y entereza, le echó en cara la liviandad de su apostasía, y de la de su sobrino el emperador: por lo cual mandó el conde Juliano que luego azotasen cruelmente al santo presbítero en las plantas de los pies y en su venerable rostro. Después le hizo poner en el suplicio del ecúleo, donde con cuerdas que pasaban por unas poleas, le estiraron con tan grande inhumanidad los brazos y las piernas, que
le sacaron de sus junturas los huesos y mientras el bárbaro juez que presenciaba el suplicio se mofaba del mártir, y le decía palabras injuriosas, el santo rogaba por él, y sin hacer demostración alguna de dolor, ni dar un solo gemido, le exhortaba a que mirase por sí, y pidiese perdón a Jesucristo de su iniquidad y apostasía. «Bien veo, le dijo el tirano, que eres harto insensible a los tormentos. ¿De dónde sacas
- esta fortaleza?» «No los siento 1 '*" nada, respondió el márt ir ; por
que Dios está conmigo.» Entonces Juliano mandó que le aplicasen a los costados hachas encendidas ; y mientras«le abrasaban
con ellas los verdugos, repentinamente cayeron de espaldas en tierra, y se negaron a seguir atormentándole, diciendo que habían visto unos ángeles que protegían al mártir. Finalmente el encarnizado apóstata vencido y avergonzado por la entereza e incontrastable constancia del santo mártir, mandó que le cortasen la cabeza y en este suplicio entregó su alma santísima en manos del Creador.
* Reflexión: La torpe codicia y deseo de
apoderarse de los bienes de la Iglesia fué lo que estimuló al procónsul Juliano a cebarse en la sangre del fiel presbítero san Teodoro. Y ¿cuál ha sido aún en otras harto recientes persecuciones que ha padecido la Iglesia una de las causas principales del odio mortal con que la han maltratado sus enemigos manifiestos o solapados? La sed de los bienes que justamente había alcanzado, que legítimamente poseía y caritativamente empleaba. Nos enseña, pues, la historia de la Iglesia, que muchos de sus sangrientos tiranos y acérrimos perseguidores no solamente han sido enemigos de la verdad de Dios y de la santidad del Evangelio, sino también hombres codiciosos, avaros, ladrones y obradores de toda injusticia e iniquidad.
Oración: ¡Oh Dios! que nos proteges con la gloriosa confesión de tu bienaventurado mártir Teodoro, concédenos que de su imitación y oración saquemos fuerzas para adelantar en tu divino servicio^ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Rafael, arcángel. — 24 de octubre
Los celestiales beneficios que ¡"j" recibió del glorioso arcángel san Rafael, el santo patriarca Tobías, refiérense en el mismo sagrado libro de Tobías por estas palabras: «Entonces Tobías llamó a parte a su hijo, y díjole: ¿Qué podemos dar a este varón santo que te ha acompañado? A lo que respondiendo Tobías, dijo a su padre: Padre mío, ¿qué recompensa le daremos? O ¿cómo podremos corresponder dignamente a sus beneficios? El me ha l levado y traído sano y salvo: él mismo en persona cobró ¡el dinero de Gabelo: él me ha propor- ^ cionado esposa, y ahuyentó de ' ella al demonio, llenando de consuelo a sus padres: asimismo me libró del pez que me iba a tragar: te ha hecho ver a ti la luz del cielo;'y hemos sido colmados por medio de él de toda suerte de bienes. ¿Qué podremos, pues, darle que sea proporcionado a tantos favores? Mas yo te pido, padre mío, que le rue -gues si por ventura se dignará tomar para sí la mitad de todo lo que hemos traído. Con esto padre e hijo le l lamaron, y empezaron a rogarle que se dignase aceptar la mitad de todo lo que habían traído. Entonces di joles él en secreto: Bendecid al Dios del cielo, y glori-ficadle delante de todos los vivientes, porque ha hecho brillar en vosotros su misericordia. Porque así como es bueno tener oculto el secreto confiado por el rey, es cosa muy loable el publicar y celebrar las obras de Dios. Buena es la oración acompañada del ayuno; y el dar limosna mucho mejor que los tesoros de oro: porque la limosna libra de la muerte, y es la que purga los pecados y a l canza la misericordia y la vida eterna. Mas los que cometen el pecado y la iniquidad, son enemigos de su propia a l ma. Por tanto, voy a manifestaros la verdad, y no quiero encubriros más lo que ha estado oculto. Cuando tú orabas con lágrimas, y enterrabas los muertos, y te levantabas de la mesa a medio comer, y escondías de día los cadáveres en tu casa, y los enterrabas de noche, yo presentaba al Señor tus oraciones. Y por lo mismo que eras acepto a Dios, fué necesario que la tentación o la aflicción te probase. Y ahora el Señor me envió a /Curarte a ti, y a libertar del demonio a
' Sara, esposa de tu hijo. Porque yo soy
,el ángel Rafael, uno de los siete espíritus principales que asistimos delante del Señor. Al oir estas palabras, se llenaron de turbación, y temblando cayeron en tierra sobre sus rostros. Pero el ángel les dijo: La paz sea con vosotros, no temáis, pues que mientras he estado yo con vosotros, por voluntad o disposición de Dios he estado: bendecidle, pues, y cantad sus alabanzas. Parecía, a la verdad, que yo comía y bebía con vosotros; mas yo me sustento de un manjar invisible, y de una bebida que no puede ser vista de los hombres. Ya es tiempo de que me vuelva al que me envió: vosotros empero bendecid a Dios, y anunciad todas sus maravillas. Dicho esto, desapareció de su vista, y no pudieron ya verle más. Entonces, postrados entierra sobre sus rostros por espacio de tres horas, estuvieron bendiciendo a Dios; y levantándose de allí, publicaron todas sus maravillas.»
Reflexión: Es el arcángel san Rafael, singular protector de los enfermos; como su mismo nombre lo significa, pues Rafael vale lo mismo que Medicina de Dios. Por esta causa se han puesto debajo de su amparo todos los hospitales de san Juan de Dios, y todos los fieles deberíamos invocar en nuestras enfermedades su celestial patrocinio.
Oración: ¡Oh Dios! que diste por compañero para el camino de tu siervo Tobías al bienaventurado arcángel san Rafael; concédenos que seamos siempre protegidos con su custodia y fortalecidos con su auxilio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Los santos Crispín y Crispiniano, mártires. (t 287.)
25 de octubre
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Los gloriosos hermanos y mártires de Jesucristo san Crispín y san Crispiniano eran nobles patricios de Roma, los cuales al ver los estragos que los perseguidores de la Iglesia hacían en el rebaño del Señor, robándoles los bienes, y quitándoles después la vida con los más atroces suplicios, determinaron vender toda su hacienda y trasladarla al cielo por las manos de los pobres. Hechos así pobres por amor de Cristo, pasaron a las Galias en compañía de san Quintín y otros celosos cristianos, para dar noticia de la fe a aquellas gentes idólatras. Después de muy largos y penosos viajes, en los cuales sembraron en varias poblaciones las semillas de la verdad evangélica, pusieron su residencia en la ciudad de Sois-sons, y a ejemplo de san Pablo, que juntaba su ministerio apostólico con el t rabajo manual, nuestros santos hermanos enseñaban ¡en todas las ocasiones oportunas que se les ofrecían, la doctrina del Salvador del mundo, y se ganaban el sustento haciendo calzado. Escuchaban los infieles con asombro sus pláticas admirables y consejos de perfección nunca oídos, maravillándose más todavía de su vida santísima, y señaladamente de su caridad, desinterés, piedad y menosprecio de la gloria y vanidad del mundo, pues jamás les veían en los públicos regocijos y fiestas de los dioses; porque mientras los idólatras se entregaban a aquellos pasatiempos, los dos santos hermanos se postraban delante de una cruz, y oraban con gran fervor a Jesucristo para que con su gracia alumbrase a aquellos hombres tan ciegos. De esta manera con su
vida ejemplar y santa conversación redujeron a la fe gran muchedumbre de gentiles. En esta sazón vino a la Galia Bélgica el emperador Maximiano Hercúleo, y algunos idólatras se quejaron amargamente de los dos hermanos, diciendo que eran enemigos de los dioses, y que desasosegaban al pueblo inficionándole con una nueva superstición. El emperador, por deseo de complacer a los delatores, y por el odio que tenía al nombre cristiano, dio orden que los dos hermanos fuesen presos y presentados al tribunal de Riccio Varo, tirano sangriento, a quien había hecho antes
gobernador de la Galia, y promovido ya en aquellos días a la dignidad de prefecto del Pretorio. Mandó este bárbaro juez que atormentasen a los dos santos con desapiadados azotes y después con los más rigurosos suplicios, con que solían probar la constancia de los mártires, hasta que viéndolos salir triunfantes de todos los tormentos, mandó degollarlos. Levantaron los fieles de Soissons un templo suntuoso a la memoria de los santos Crispín y Crispiniano, y san Eligió adornó magníficamente las urnas de sus sagrados cuerpos.
Reflexión: En el glorioso catálogo de los santos figuran no pocos que concilia-ron el trabajo manual y la fatiga del cuerpo con eminentísima santidad. San Pablo hacía tiendas de campañas, entre los demás apóstoles había pescadores, labradores y de otros oficios, san José, la Virgen santísima y nuestro mismo divino Redentor se ganaron el pan con el sudor de su rostro. Pues, ¿qué perdón merecen aquellos cristianos tan reprensibles que con achaque de la pobreza que pasan, o del trabajo de que han de vivir, pretenden excusar su pureza en las cosas de Dios y de su eterna salvación? ¿Por ventura no puede el pobre labrador o artesano tener a raya sus pasiones y vivir conforme a la ley del santo Evangelio?
Oración: ¡Oh Dios! que nos alegras con la anual festividad de tus bienaventurados mártires Crispín y Crispiniano, concédenos propicio, que gocemos de sus méritos, y seamos instruidos con sus ejemplos. Por Jesucristo nuestro Señor.. Amén. ^
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San Evaristo, papa y mártir. — 26 de octubre (t 121.)
El gloriosísimo pontífice y mártir san Evaristo, fué griego de nacimiento, pero originario de Judea, pues su padre era un israelita llamado Judas, natural de Belén, que pasó a vivir a Grecia. Habiendo sido alumbrado Evaristo con la luz de la fe vino a Roma, y por sus loables costumbres y muchas letras fué recibido con grande aplauso entre el santo clero de la Iglesia romana, madre y maestra de todas las demás iglesias. Por muerte del santo pontífice Anacleto coronado del martirio (glorioso fin de "todos aquellos primeros papas), fué san Evaristo por voz unánime colocado en la silla de san Pedro. Alaba san Ignacio obispo de Antioquía la fidelidad, valor y constancia en la fe, pureza de costumbres, y fraternal caridad que resplandecía en la Iglesia romana gobernada por este santo pontífice, a pesar de que la mayor parte de los herejes procuraban derramar en ella el veneno de sus errores, persuadidos de que una vez inficionada la cabeza del orbe cristiano, luego se dilataría a todo el cuerpo la ponzoña de la herejía haciendo mayores estragos. No había entonces iglesias públicas, sino unos oratorios privados dentro de casas particulares, donde se congregaban los cristianos para oir la palabra de Dios y participar de los divinos misterios y sacramentos; llamábanse aquellos oratorios títulos, porque sobre sus puertas se grababan unas cruces, para distinguirlos de los lugares profanos llamados también con el nombre de títulos, por las estatuas de los emperadores que había a sus puertas. El santo pontífice distribuyó dichos oratorios o títulos entre ciertos presbíteros, para que cuidasen de ellos. Mandó también que, conforme a la t radición apostólica, se celebrasen públicamente los matrimonios, y que los desposados recibiesen en público la bendición de la Iglesia. Predicaba con apostólico celo varias veces cada día, y enseñaba por sí mismo la doctrina de Cristo a los niños y a los esclavos: y como se aumentase mucho el número de los fieles, y creciese a la par el odio con que miraban los idólatras la pureza de la ley evangélica tan opuesta a la corrupción de sus costumbres paganas, n o . cesaban de sembrar contra los cristianos las más horribles calumnias, pintándolos como
hechiceros que con sus sortilegios encantaban a las gentes. De estas calumnias y falsos rumores nacían muchas veces tumultos contra ellos en el circo, en el anfiteatro, y en los juegos públicos, y cuando veían pasar por la calle algún cristiano, gritaban desaforadamente: ¡Al malvado! ¡al facineroso! ¡al hechicero! En uno de estos motines populares fué hallado y apresado nuestro santo pontífice en el año noveno de su pontificado; y aunque no se sabe qué linaje de suplicio padeció, consta que en este día 26 de octubre alcanzó la gloriosa corona de los mártires.
Reflexión: El emperador Trajano, en cuyo tiempo padeció el martirio nuestro santo pontífice, se gloriaba de ser más religioso y humano que los otros emcera-dores, y no publicó nuevo edicto contra los cristianos: pero toleraba que el pueblo se amotinase contra ellos y les persiguiese de muerte. También ha ocasionado algunas veces semejantes desafueros la rnoderna tolerancia de los gobiernos liberales. Pero ¿qué es ¡esa tolerancia que abandona en manos de la gente más desgarrada y soez del pueblo a personas inocentes e indefensas, sino un resabio de aquella antigua inhumanidad y barbarie?
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Mira con ojos piadosos nuestra flaqueza, y ya que nos agrava el peso de nuestras miserias, la intercesión de tu bienaventurado Evaristo, tu mártir y pontífice, nos proteja y ampare. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Frumencio, obispo. — 27 de octubre (t siglo IV.)
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El glorioso san Frumencio, apóstol y obispo de Etiopía, fué natural de Tiro, y criado por sus padres en la fe cristiana y en santas costumbres. Pero siendo todavía muy joven quedó huérfano y encomendado con su hermano Edesio, a la tutela de un tío suyo, que se llamaba Me-ropio, filósofo de Tiro. El amor a la ciencia, movió a este sabio a hacer un viaje a Etiopía, y se llevó consigo a sus dos sobrinos. Tuvieron próspera navegación y_ el filósofo se enteró con gran diligencia de las cosas que quería aprender en aquel viaje: mas al hacerse a la vela para volver a su patria, la nave hubo de detenerse en cierto puerto de Etiopía para abastecerse de algunas provisiones ne cesarias; y entonces unos bárbaros de aquel país la apresaron y saquearon degollando inhumanamente al capitán, a Meropio y a la demás gente que había en ella. No estaban allí a la sazón los dos niños Frumencio y Edesio, porque habían saltado a tierra y algo lejos de la playa estaban sentados debajo de un árbol e s tudiando la lección de que habían de dar cuenta a su tío. Así que los bárbaros vieron aquellos dos niños tan inocentes y candorosos, no quisieron matarlos sino presentarlos al rey de aquella tierra, el cual residía en Axuma, llamada hoy As-cu, en Abisinia: enamorado el príncipe de las raras prendas de los dos mancebos los hizo educar con gran cuidado, y a Edesio hizo más tarde su secretario y a Frumencio nombró tesorero y gobernador del reino. Estando el rey a la muerte les concedió la libertad: mas la reina les rogó que no la dejasen hasta que su hijo
heredero del trono llegase a la edad competente para gobernar el Estado. En todo este tiempo trabajaron los dos santos her
m a n o s por disponer la corte y el reino a recibir la doctrina del Evangelio conforme a la c u a l habían siempre vivido. Edesio volvió después a Tiro, de cuya iglesia fué digno sacerdote; y Frumencio rogó a san Atanasio que mandase a Etiopía un obispo para que llevase a cabo la conversión de los Etíopes. Juzgó el santo patriarca Atanasio que ninguno podía ejercitar con mayor celo el cargo pastoral de aquellos pueblos, que el que los había
dispuesto a recibir la fe; y así consagró en Alejandría a san Frumencio por obispo de los Etíopes. De vuelta a Axuma bautizó el santo a toda la familia real, y con su apostólica predicación, y los milagros con que el Señor la autorizaba, redujo toda la nación a la fe de Jesucrist o . Finalmente después de ordenar todas las cosas de aquella nueva Iglesia, que le reconoce por su apóstol, y gobernarla santamente algunos años, murió en Axuma, y pasó a recibir la recompensa de sus apostólicos trabajos y méritos.
Reflexión: Mira qué preciosos frutos dieron las primeras semillas de la educación cristiana que recibieron los dos niños Frumencio y Edesio. Aunque se vieron cautivos en un país idólatra, nunca dejaron de vivir según la ley de Cristo, y finalmente ganaron para Cristo todo aquel reino. ¡Oh! ¡si ponderaran bien los padres de familia cuánto importa educar cristianamente a los hijos desde sus más tiernos años! Entonces la tierra de su corazón está aún limpia de malas yerbas de vicios y pasiones; y las semillas de las virtudes germinan en ella y echan profundas raíces, y más tarde producen copiosos frutos de loables y excelentes obras.
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad del bienaventurado Frumencio, tu confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Se-\ ñor. Amén.
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San Simón y san Judas, apóstoles 28 de octubre (t siglo I.)
Los gloriosísimos apóstoles y mártires de Jesucristo san Simón y san Judas fueron hermanos de Santiago el Menor, hijos de Cleofás y de María, primos de la Virgen santísima, nuestra Señora. Eran llamados hermanos del Señor según las costumbres de los judíos, por ser parientes. Simón se llamaba el Cananeo o Zelotes para distinguirlo de san Pedro que tenía el mismo nombre de Simón: y Judas también tomó sobrenombre de Tadeo o Lebbeo, para distinguirse de Judas Iscariote. Habiéndoles el Señor escogido para su apostolado, recibieron la doctrina de su santo Evangelio, y le siguieron con gran fidelidad, y fueron testigos de sus admirables prodigios y compañeros de sus trabajos y persecuciones. Después de la institución de la sagrada Eucaristía y terminado aquel admirable sermón que hizo el Señor, y se refiere en el capítulo XIV de •san Juan, como san Judas no hubiese comprendido aquellas palabras: El mundo no me verá, pero vosotros me veréis, •porque yo estaré vivo y nosotros lo estaréis también, preguntó al Salvador: «Señor, ¿cómo ha de ser eso que te has de manifestar a nosotros y no al mundo?» A lo que respondió el Señor que era porque ellos le amaban y no le amaba el mundo, pues no guardaba sus mandamientos. Habiendo subido Jesús a los cielos, y después de la venida del Espíritu Santo, padecieron san Simón y san Judas grandes trabajos en la predicación del Evangelio, hicieron muchos milagros, derribaron ídolos y redujeron a la fe innumerables gentes. Se dice que san Simón predicó en Egipto y san Judas o Tadeo en Mesopotamia, y que después entraron juntos en Persia. Entre las conversiones que hicieron, la más ruidosa fué la de toda la familia real y de muchos hombres principales de la corte que recibieron el bautismo. Abrieron iglesias y formaron cristiandades, una de las cuales fué la de Babilonia. Refiérese también que en oyendo el apóstol san Judas el martirio de Santiago el Menor, pasó a Jerusalén y se halló presente en la elección del nuevo obispo de aquella Iglesia: mas que una vez elegido Simón, volvió a Persia, y que los dos apóstoles, coronaron
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la carrera de su vida apostólica con un glorioso martirio; porqué cayendo sobre ellos una turba de feroces idólatras, san Simón fué aserrado por medio, y a san Judas le cortaron la cabeza. Añade la misma antigua tradición que en el mismo punto en que fueron muertos estos dos sagrados apóstoles delante de unos ídolos del sol y de la luna, se levantó una terrible tempestad que dio en tierra con los templos y estatuas de aquellos falsos dioses, quedando sepultados en las ru i nas los que habían dado muerte a los dos sagrados apóstoles.
Reflexión: La vida de los dos gloriosos apóstoles san Simón y san Judas, es como la de todos los demás apóstoles de Jesucristo. Toda ella consistió en amar con toda su alma a su divino Maestro: en predicarle crucificado, confirmar, con milagros la verdad de su Evangelio, ganarle muchas gentes idólatras, padecer por su amor grandes trabajos y persecuciones, y la misma muerte. No se entiende pues como hay hombres tan ciegos que no se fíen del testimonio de los santos apóstoles: porque aunque sea verdad que eran los más íntimos amigos del Salvador del mundo, también lo es que fueron sus más abonados testigos, y los más desinteresados confesores de su divinidad.
Oración: ¡Oh Dios! que nos hiciste merced de venir al conocimiento de tu nombre por medio de los bienaventurados apóstoles Simón y Judas, concédenos la gracia de aprovechar en virtud al celebrar su gloria sempiterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Narciso, obispo de Jerusalén. — 29 de octubre (t 212.)
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San Narciso, obispo de Jerusalén, nació a fines del siglo I, a lo que se cree en la misma ciudad de Jerusalén, y íué uno de los más santos y admirables prelados de los primitivos tiempos de la cristiandad. Habiendo vacado la silla de aquella metrópoli de Judea por muerte del patriarca Dulciano, fué elegido por voz común de todos los fíeles san Narciso, que era uno de los más ejemplares y sabios sacerdotes, y aunque a la sazón-tenía ya ochenta años, hizo grandes cosas en bien del rebaño de Cristo, y lo defendió valerosamente de los herejes. Presidió en el concilio que se reunió en Palestina para decidir la cuestión sobre el día en que debía celebrarse la Pascua: y refiere Éusebio que una víspera de dicha festividad, faltando el aceite de las lámparas al tiempo que los sagrados ministros iban a celebrar la solemnidad de la vigilia, mandó san Narciso que sacasen agua de un pozo y se la trajesen. Hiriéronlo así, y el santo, animado de viva fe hizo oración, y habiendo bendecido aquella agua la convirtió en aceite, con que se llenaron las lámparas: y de la parte que sobró se proveyeron muchos fieles para curar sus enfermedades. En otra ocasión calumniaron al venerable prelado tres hombres malignos confirmando su acusación con juramento. El primero dijo: «quemado muera yo si no es verdad lo que digo»; el segundo: «sea yo cubierto de lepra»; el tercero: «quede yo ciego». Mas no tardó el Señor en volver por la honra de su siervo, castigando a los tres perjuros con los males que habían significado en sus maldiciones, y el
tercero confesó delante de to dos la conspiración que los tres juntamente h a b í a n tramado contra su santo obispo. Habíase san Narciso retirado con aquella ocasión de su iglesia y enterrádose vivo en un espantoso desierto, donde por espacio de algunos años llevó vida más de ángel que de hombre; mas sabiendo que estaba tan probada y reconocida su inocencia, juzgó que debía volver a su iglesia. Así que llegó a Jerusalén fué recibido con tanto alborozo y tanto tropel de gente, como si fuera un santo venido del otro mundo: y apenas llegó cuando murió en aquella ciudad
el obispo Gordio, que había ocupado en su ausencia la silla episcopal. Gobernó pues el santo algunos años más aquella cristiandad, hasta que por divina revelación tomó por coadjutor a san Alejandro, obispo de Flaviada en la Capodocia, que había venido a visitar los santos lugares de Jerusalén, con el cual repartió el cargo pastoral, por causa de su edad tan avanzada: y así escribiendo san Alejandro a los antinoítas de Egipto, les dice: Saludóos de parte de Narciso, que gobernó esta iglesia antes de mí, y ahora la gobierna juntamente conmigo, siendo al presente de edad de ciento diez y seis años ya cumplidos. Luego descansó en el Señor, y recibió el premio de sus trabajos.
Reflexión: Pocos son los hombres que llegan a una edad tan avanzada, y por ventura ni uno solo de los que leen esta vida, alcanzará los años que sirvió a Dios san Narciso. Démonos pues prisa en llevar adelante nuestro único negocio y hacer las prevenciones necesarias para toda la eternidad, procurando que los días que pasan, no sean días inútiles y perdidos, sino días aprovechados y llenos de méritos y virtudes; pues como nos dice el Espíritu Santo, la edad de la senectud, no está en los muchos años que se viven, sino en la vida inmaculada g virtuosa.
Oración: Concédenos ¡oh Dios omnipotente! que la venerable solemnidad del bienaventurado Narciso, tu confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Se- \ ñor. Amén.
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San Marcelo, centurión, mártir. (t 298)
El glorioso centurión y mártir . de Cristo san Marcelo fué de na
ción español y tiénese por tradición que nació en la ciudad de León, que después fué cabeza y corte del reino de su nombre. Floreció en la profesión militar en tiempo del presidente Anastasio Fortunato que gobernaba aquella provincia de España, y celebrándose por este tiempo la
. exaltación de Maximiano Hercúleo al imperio, para que la función fuese más solemne, el presidente Anastasio Fortunato publicó un edicto por el que se mandaba que todos los pueblos de la provincia concurriesen a León el día señalado para la fes
tividad y regocijo público. Marcelo, es tando delante de las banderas de su legión, lastimado de ver tanta gente entregada a la idolatría, a vista de todos se quitó el cíngulo o banda militar y dijo: «Yo solo sirvo a Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores, por lo que desisto de servir más a los emperadores de la tierra, y desprecio sus falsos dioses.» Diciendo esto arrojó también el sarmiento que llevaba en la mano como divisa de su grado de centurión en la milicia. Dio orden el gobernador que luego pusiesen a san Marcelo en la cárcel; y terminadas las fiestas y sacrificios idólatras, preguntóle lleno de ira: «¿Qué causa has tenido para arrojar el cíngulo militar?» «La causa es, respondió Marcelo, que siendo como soy cristiano no puedo conservar estas insignias que parece obligan a prestar sacrificio a vuestras deidades quiméricas.» «Yo no puedo disimular tu temeridad, repuso Fortunato; daré parte de ella al César, enviándote por ahora a Tánger a mi principal Agricolano.» «Haz lo que te parezca, contestó Marcelo; pero entiende que aquí y en todas partes haré la misma confesión de mi Señor Jesucristo.» Envió con efecto Fortunato a Marcelo cargado de prisiones a la metrópoli de la Mauritania, donde a la sazón se hallaba Agricolano, y habiendo llegado el santo a aquella ciudad, después de innumerables trabajos que padeció en el viaje, enterado Agricolano del proceso hecho por Fortunato, mandó a uno de sus oficiales leerlo en alta voz, y preguntó después a Marcelo: «¿Qué furor te ha preocupado para arrojar las
t/ insignias militares y blasfemar contra los
30 de octubre
yw*iWi$eg dioses del imperio?» Respondió el mártir: «No hay furor alguno en los que temen al Señor»: y en habiendo oído la sentencia de muerte, mostrándose agradecido al prefecto, le dijo: «Agricolano, Dios te haga bien y tenga misericordia de ti.» Fué conducido después al lugar del suplicio el mismo día que entró en Tánger, y puesto en oración fué degollado. Los cristianos recogieron el venerable cuerpo del ilustre soldado de Cristo en el silencio de la noche, y habiéndole embalsamado le dieron honrosa sepultura.
Reflexión: ¡Qué heroico vencedor de los respetos humanos se mostró el cristiano centurión san Marcelo, arrojando el cíngulo militar delante de tan grande muchedumbre y en medio de aquella fiesta tan solemne! ¡Cómo podrán leer este ejemplo tan sublime sin cubrirse de vergüenza las miserables víctimas del qué dirán! Pero ¿no es razón hacer más caso del qué dirá Dios que del qué dirán los hombres? Y si llega la alternativa de haber de perder la amistad de Dios o la del mundo, ¿qué amistad ha de preferirse y conservarse a todo trance? La del mundo que es tan mudable, fementida y transitoria, o la de Dios, que es constante, fidelísima y eterna? Mira cuan necios son los que por no desagradar al mundo por un poco de tiempo, no reparan en perder la eterna amistad de Dios.
Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Marcelo mártir, por su intercesión crezca en nosotros el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Quintín, mártir. -( t 287)
31 de octubre
Fué san Quintín hijo de un senador romano llamado Zenón, muy conocido en Roma por sus grandes riquezas y por su valimiento con los emperadores. Desde el día que recibió su bautismo, que fué, a lo que se cree, hacia el fin del pontificado de san Eutiquiano, a quien sucedió san Cayo, prendió en su corazón un fuego de amor de Jesucristo tan ardiente, que hubiera querido abrasar con él todos los corazones y reducir a cenizas todos los ídolos. Ofrecióse al papa san Cayo para llevar la fe a los idólatras de las Ga-lias, y el santo pontífice alabó su celo y le dio por compañero a san Luciano, y con éste y otros muchos fervorosos fieles que también quisieron acompañarle, partió a aquella apostólica expedición. Con san Luciano predicó el Evangelio en los pueblos que halló a su paso hasta l legar a la ciudad de Amiens, a las riberas del Soma. Allí se separaron, pasando san Luciano a plantar la fe en Beauvais, y quedándose en Amiens nuestro santo, el cual con su elocuencia y milagros en breve tiempo formó allí una de las más florecientes Iglesias de las Galias. De todas partes acudían a él los enfermos, y con sólo invocar sobre ellos el nombre de Jesús les daba la salud del cuerpo y juntamente la del alma. Venían al santo los ciegos conducidos por sus guías, y se volvían sin ellos a sus casas: venían los cojos y paralíticos, y se volvían sin muletas ni apoyo alguno. Pero los sacerdotes de los ídolos que veían ya desiertos sus templos, vacías de ofrendas y cubiertas de polvo sus aras, acudieron a Riccio Varo, que acababa de ser nombrado prefec-
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to de las Galias y era encarnizado enemigo de lá Iglesia: éste, para satisfacer el odio mortal que^ tenía al nombre cristiano, pasó a Amiens, donde hizo prender al santo, y ejecutó en él toda su bárbara crueldad: mandóle azotar rigurosamente sin respetar su nobleza, ni el privilegio de ciudadano romano de que el santo gozaba: y como los verdugos que le azotaban cayesen en tierra como muertos, el presidente renegando de la magia cristiana a la cual atribuía aquel suceso, ordenó que encerrasen al mártir en un lóbrego calabozo; pero llenóse de luz celestial aquel lugar oscuro, y hacia la
media noche se cayeron las cadenas del santo hechas pedazos, y al amanecer se halló el preso en medio de la plaza de la ciudad, donde comenzó a predicar con tan grande espíritu de Dios; que convirtió a mucha gente, y al mismo alcaide y los soldados de la guardia que le buscaban. Espantado de esto Riccio Varo, pero no convertido, le hizo prender de nuevo, y después de ponerle en la tortura, y desgarrarle las carnes, rociárselas con aceite hirviendo, y abrasarle todo el cuerpo con hachas encendidas, viendo que aquella fortaleza sobrehumana conmovía a toda la ciudad de Amiens y amenazaba tumulto, mandó que cortasen al santo la cabeza.
Reflexión: Gran maravilla fué que desde que recibió san Quintín el bautismo, se abrasase en tanto celo de la conversión de los gentiles: pero no es cosa rara, sino efecto ordinario de la gracia de Jesucristo, el sentir un pecador que de veras se convierte, gran deseo de la conversión de los demás, porque queda su alma tan esclarecida con la luz sobrenatural de la fe, y su corazón tan satisfecho y tranquilo en su centro que es Dios, que quisiera que todos los hombres gozasen de esta misma dicha, y así fuese más glorificado Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe.
Oración: Rogárnoste, ¡oh Dios todopoderoso! que cuantos veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Quintín, mártir, por su intercesión, crezca en nosotros el amor de su santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. ^
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La fiesta de todos los santos. — 1 de noviembre
Entre todas las fiestas que la Iglesia ha instituido en reverencia de los santos que están en los cielos, la más solemne es la que celebra en este día en honra de todos; porque en ella a todos los abraza, a todos se encomienda y llama en su favor. Instituyóla en Roma Bonifacio IV en honor de la Virgen santísima y de todos los santos rtfártires, consagrándoles, en el año 607, el templo llamado Panteón, en el cual habían sido adorados todos los falsos dioses de la gentilidad. Más tarde Gregorio IV ordenó que aquella fiesta se hiciese en honra de todos los santos del cielo, y mandó que se celebrase en toda la cristiandad, señalando para ello este día primero de noviembre. Tres fueron las razones principales de esta institución: reparar lo que la fragilidad humana hubiese faltado por ignorancia o descuido en las fiestas particulares de los santos; alcanzar, por la poderosa intercesión de todos los santos juntos, las gracias que hemos menester, y animarnos a la imitación de sus virtudes, con la esperanza de alcanzar el premio de la eterna gloria que ellos alcanzaron. «Consideremos, nos dice san Cipriano, y pensemos con frecuencia, que hemos renunciado al mundo, y que vivimos en la t ierra como huéspedes y peregrinos. Suspiremos por aquel día, en que a cada uno se nos ha de señalar morada en aquella verdadera patria, y en que, sacados de este destierro, y libres de los lazos del siglo, hemos de entrar en el reino celestial. ¿Quién hay, que, viviendo lejos de su patria, no arda en deseos de tornar a ella? ¿Quién hay, que navegando de vuelta a su hogar y familia, no desee viento favorable para poder abrazar a las prendas de su corazón? Nuestra patria es el paraíso; son nuestros parientes los, santos patriarcas: ¿por qué no nos damos prisa y corremos para ver nuestra patria, y saludar a los parientes? Allí nos espera un gran número de amigos; allí nos echa de menos una gran muchedumbre de parientes, hermanos e hijos, seguros ya todos de su gloria inmortal, pero solícitos de nuestra salva
ción. ¡Qué alegría ha de ser para ellos y para nosotros, el vernos y abrazarnos! ¡Qué deleite el de aquellos reinos celes-
. tiales, donde sin el temor de la muerte
se posee una eternidad de vida! ¡Oh felicidad suprema, y que nunca se ha de acabar! Allí está el glorioso coro de los apóstoles: allí la alegre compañía de los profetas: allí el innumerable ejército de los santos mártires, coronados por la victoria que alcanzaron de los tiranos y verdugos: allí las purísimas vírgenes, que con la virtud de su continencia, t r iunfaron de las malas inclinaciones de su cuerpo: allí los misericordiosos, que, socorriendo largamente las necesidades de los pobres, cumplieron con toda justicia, y observando los preceptos del Señor, colocaron en el tesoro del cielo los patr i monios de la tierra. Apresurémonos con vivas ansias a llegar a donde ellos están, deseemos hallarnos presto con ellos, para que podamos reinar presto con Cristo.» (Son. Cipriano, lib. de mortal i t) .
Reflexión: Dice muy bien san Gregorio: «Al oír las cosas de aquella gloria, nuestra alma suspira por ellas, y ya desea encontrarse donde espera gozar sin fin. Pero los grandes premios no se a l canzan sin grandes trabajos: y así dice san Pablo, que no será coronado sino aquel que legítimamente peleare. Deleítese en hora buena, el ánimo con la grandeza de los premios; pero no desmaye en los trabajos de la campaña.
Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, que nos concedes la gracia de celebrar en una solemnidad los méritos de todos los santos, rogárnoste que atendiendo a tan grande muchedumbre de intercesores, derrames sobre nosotros la abundancia deseada de tus misericordias. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
319
La conmemoración de los fieles difuntos. — 2 de noviembre.
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Después que la santa Iglesia en el día de ayer celebró la fiesta de todos los santos, hoy extiende su caridad, y ayuda con sus oraciones y sufragios a las almas del purgatorio. Pues es dogma de fe que para poder entrar en el cielo, han de purificarse y acrisolarse las almas de los que murieron en gracia de Dios con pecados veniales, o sin haber satisfecho en vida enteramente por los mortales que cometieron, y cuanto a la culpa les fueron perdonados. Las obras con que podemos socorrerlas son tres: la primera y principal es el santo sacrificio de la misa; la segunda, la oración; y la tercera, todas las obras penales con que se satisface a Ja divina justicia, como son la limosna, ayunos, penitencias, peregrinaciones, y cosas semejantes. Además de estos modos con que las personas particulares socorren a las almas del purgatorio, el Sumo Pontífice concede indulgencias aplicables a ellas, no por vía de absolución, sino por modo de sufragio, y como dispensador del tesoro de la Iglesia, que son las obras y satisfacciones de Cristo y de los santos. Ganando por las benditas a l mas estas indulgencias, y haciéndoles otros sufragios, ejercitamos con ellas las obras de misericordia. Porque damos de comer al hambriento, y de beber al sediento, aliviamos con nuestra caridad el hambre y la sed que aquellas santas a l mas tienen de Dios. Consolamos al enfermo, porque mucho padecen las almas del purgatorio en aquel lugar de tormentos. Rescatamos al cautivo, porque cautivas están en aquella cárcel de expiación, y las redimimos con indulgencias' y l i mosnas. Vestimos al desnudo, alcanzándoles de la bondad de Dios la vestidura
'nupcial y sin mancha, que han .menester para entrar en el cielo. 'Hospedamos al peregrino, rogando al Señor que por los méritos de Cristo les abra las puertas, de su palacio divino; y en fin, ¿no es mayor obsequio el llevar aquellas almas al eterno descanso del paraíso, que el dar a sus cuerpos sepultura? Pero aunque nos debemos compadecer de todos los que están en el purgatorio; especialmente hemos de socorrer a ¡nuestros deudos y amigos, a los ¡padres e hijos, a los maridos y mujeres, a los hermanos carnales y otras personas, con quienes • tuvimos algún lazo más estrecho de sangre o amistad. Finalmente
mucho mayor cuidado debemos poner en cumplir las obligaciones de justicia que pertenecen a ellos, ejecutando sus testamentos y mandas pías, y todo lo que dispusieron para bien de sus almas.
*
Reflexión: Mientras que el Señor nos da tiempo, procuremos ajusfar nuestra vida con la ley de Dios, y llorar nuestras culpas, y satisfacer por ellas en esta vida: aceptemos las tribulaciones, como de su bendita mano, en penitencia de nuestras culpas: y ayudemos a nuestros hermanos con las buenas obras que pudiéremos, para que salgan del purgatorio puros y afinados; y cuando gocen de Dios nos ayuden con sus oraciones y nos den la mano para llegar al puerto de salud, y gozar juntamente con ellos de la eterna bienaventuranza.
Oración: Oh Dios, creador y Redentor de todos los fieles, concede la remisión de los pecados a las almas de tus siervos y siervas, para que consigan, por nuestras humildes súplicas, el perdón que siempre desearon. Que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén. \
320
Los innumerables mártires de Zaragoza. — 3 de noviembre. (t 305) '
La misma Reina de los ángeles, que, según el Leccionario antiquísimo de la Catedral de Zaragoza, se dignó poner su asiento y morada en esta ciudad, cuando aún vivía en carne mortal, parece que quiso ennoblecerla también con el glorioso t ítulo de ciudad real de los mártires. En la décima persecución de la Iglesia, que íué la más cruel de todas, el impío procónsul Daciano, entró en Zaragoza; y después que hubo martirizado con inauditos suplicios al fortísi-mo diácono san Vicente, y derramado la sangre de santa Engracia y de diez y ocho ilustres varones: viendo que con tales castigos no amedrentaban a los cristianos, imaginó un artificio sobremanera cruel e inhumano para conseguir su total exterminio. Hizo publicar a son de t rompeta por toda la ciudad un edicto, en que concedía amplia licencia para que todos los ciudadanos que profesaban la fe de Cristo pudiesen salir de la población y pasar a vivir en cualquiera otra parte que quisiesen: y que si alguno quedase, experimentaría el rigor de la ley imperial. Este decreto fué recibido de todos los cristianos con singular alegría, creyendo que cesaban en parte la persecución; y que en cualquier otro pueblo podrían vivir según su fe. Obligóseles a salir por determinada puerta, y a la misma hora. Era de ver aquella muchedumbre innumerable de hombres y mujeres, desterrándose con gozo de sus hogares por no abandonar la fe de Cristo. Estando ya todos en las afueras de la ciudad, los soldados y ministros de Daciano, escondidos y puestos en acecho, se arrojaron como sangrientos lobos sobre aquel numeroso rebaño de inocentes corderos. A unos cortan la cabeza, a otros les t raspasan el corazón, a todos los despedazan con furor infernal, cubriendo, en breve tiempo, aquellos campos de sangre y de cadáveres horriblemente mutilados. Manda luego el sacrilego procónsul juntar en un montón todos aquellos sagrados cuerpos para abrasarlos y reducirlos a ceniza; y con el intento de impedir que los cristianos las recogiesen y venerasen, hacen matar y quemar a todos los crimi-íales que había en las cárceles, y mez
c l a r sus cenizas con las de los cristianos.
Mas, por un admirable portento de la mano de Dios, se separaron las unas de las otras, formando las de los santos unas masas de una blancura extraordinaria. Conservanse aún en nuestros días estas reliquias, llamadas Las santas Masas, en la cuales se echan de ver algunas señales de color de sangre.
* •
Reflexión:- ¡Qué diferencia entre la conducta de los innumerables mártires de Zaragoza y la nuestra! La caridad estaba de tal manera arraigada en sus corzo-nes, que ni las promesas, ni las amenazas, ni los suplicios, ni la misma muerte podían debilitar su valor. Es que entonces reinaba el verdadero espíritu del cristianismo: y se templaban constantemente los ánimos con el rigor de la austeridad y penitencia cristianas. ¿Qué mucho que salgas una y otra vez derrotado en el combate que sostienes con tus pasiones, si te preparas a la lucha por medio de regalos y placeres? ¿Quieres salir vencedor? Pues practica la penitencia y austeridad cristianas: y procura que estas virtudes aparezcan en la sencillez de tus vestidos, en la frugalidad de tu mesa, en la supresión de los deleites y de cuanto debilita el vigor propio de los que siguen al Crucificado.
Oración: Mirad, Señor, a vuestra familia, y concedednos que, amparada con la intercesión de los santos innumerables mártires, sea preservada de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
321
San Carlos Borromeo. — 4 de noviembre. (t 1584)
San Carlos Borromeo, ejemplar per-fectísimo de sacerdotes y prelados, nació en el castillo de Arona, no lejos de Milán, y fueron sus padres el conde Gilberto y Margarita de Médicis, hermana del papa Pío VI. Terminados los estudios de humanidades, vino a la universidad de Pavía, donde se graduó de doctor en ambos derechos a la edad de veintidós años. En esta sazón fué sublimado al sumo pontificado su tío el cardenal Juan Angelo de Médicis; el cual maravillado de las raras prendas de su sobrino, le hizo cardenal y arzobispo de Milán, dióle otras dignidades, y lo que más es, cargó sobre él la mayor parte del gobierno de la Iglesia. No hallaba el santo en todas estas honras la satisfacción de su alma: y habiendo escogido por guía de su espíritu al padre Juan, de Ribera, de la Compañía de Jesús, hizo los ejercicios de san Ignacio, de los cuales salió tan enamorado que en adelante nunca dejó de hacerlos una o dos veces cada año. Mostrándole un día el duque de Mantua su regia biblioteca, sacó el santo su librito de los Ejercicios, diciéndole que valía más que toda aquella librería: y cuando se ordenó de sacerdote quiso celebrar su primera Misa en la capilla que usaba san Ignacio. Conociendo que la conclusión
del Concilio tridentino había de ser para la universal reformación de la Iglesia, lo procuró con grande empeño, e hizo que se compusiera luego el catecismo romano. Desembarazado de la asistencia de Roma, con la muerte del papa, su tío, a quien administró los últimos sacramentos, pasó a su arzobispado de Milán, donde refor
mó las costumbres del clero y del pueblo; fundó seis seminarios, muchos monasterios, casas de religiosos y congregaciones piadosas que enseñasen a los niños la doctrina cristiana. Vendió el principado de Oria, que había heredado, y aplicaba las pensiones de la Iglesia para socorrer las necesidades de los menesterosos: y en tiempo de carestía, daba de comer en su casa a más de tres mil pobres. Vino sobre Milán una lastimosa peste, que el siervo de Dios había profetizado; y asistía a los enfermos, dábales por su mano los Sacramentos, y proveíales de todo lo que había menester. Para defen
derlos del frío, hizo despojar su guarda-ropa, y llevar al hospital hasta su propia cama; y se redujo a tal necesidad, que su despensero había de pedir de limosna lo que había menester para el gasto ordinario del santo arzobispo. Ordenó muchas procesiones de penitencia, y en ellas iba desnudos los pies, con capa morada, echada la capilla sobre la cabeza, la falda tendida y arrastrando por tierra, y llevando en las manos un Cristo crucificado de gran peso, fijos en él los ojos, y vertiendo continuas lágrimas. El pueblo, al ver aquel espectáculo tan lastimoso, prorrumpía en voces de misericordia, que llegaron al cielo, y aplacaron la indignación de Dios. F i nalmente, lleno de merecimientos y t rabajos, descansó en el Señor a la edad de cuarenta y cinco años.
Reflexión: Solía decir el santo, que la majestad de Dios le había guiado por camino extraordinario a su santo servicio, no por tribulaciones y adversidades, sino por la prosperidad y colmo de las mayores grandezas: pero que con luz divina había descubierto en ellas tanta vanidad e insuficiencia, que se maravillaba de la ceguedad del mundo, que anda tras ellas, y hace poca estima de la cumplida satisfacción y perfecto bien que se halla en solo Dios y su divino servicio.
Oración: Conserva, Señor, tu Iglesia por la continua protección de san Carlos, tu confesor y pontífice; para que así como le colmó de gloria el cuidado que tuvo de su rebaño, así también nos encienda en tu amor su poderosa intercesión. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén. V
322
Santa Bertila, abadesa 5 de noviembre. ( t 692)
La ejemplarísima abadesa santa Bertila, fué francesa de nación, e hija de padres muy nobles e ilustres, en el tetíitorio de Soissons. Desde su niñez fué muy inclinada a toda piedad, y deseosa de toda virtud. Era en extremo retirada, modesta y sincera en su trato: huía todo vano entretenimiento, y cualquier estorbo que la pudiese distraer de sus santos intentos de servir a Dios nuestro Señor, y de gozar de su dulce trato en. la oración. Entrando en más años, anhelaba a mayor perfección: y aunque en la casa de sus padres podía gozar de todos los bienes y gustos del mundo, lo hallaba todo tan sin jugo y sustancia, que generosamente se dio a buscar un solo y perfecto bien, en que hallase una satisfacción y paz cabal. Fué grande el cuidado que nuestro Señor tuvo de su sierva; y su divina y dulcísima disposición la guiaba por las seguras sendas de una vida santísima. Entendiendo, pues, sus padres, que estaba tocada de Dios, la llevaron al monasterio de Jouarre, que estaba a cuatro leguas de Meaux, en donde la abadesa santa Telchildes y todas sus monjas la recibieron con singulares muestras de gozo. Allí consagró a Dios todos sus adornos, despojóse de todos los vestidos de seda, de los anillos y joyas preciosas, se cortó las trenzas de sus hermosos cabellos, y t rocó los atavíos mundanos por el hábito pobre de sierva de Jesucristo. Encendióse con una emulación santa y generosa en imitar a sus religiosas hermanas; ni había acción virtuosa, que no t ratase de copiar en sí misma, chupando y convirtiendo en sí, como cuidadosa abeja, lo más precioso y escogido de cada flor. Servía a sus hermanas enfermas con dulcísima caridad en los oficios más humildes, enseñaba toda virtud a las niñas nobles que se educaban en el monasterio: y recibiendo a las personas que la visitaban, derramaba un perfume de santidad que parecía del cielo. Tenía el cargo de priora, cuando la esposa de Clodoveo reedificó la abadía de Chelles, y fué nombrada, con aprobación común, primera abadesa de aquel monasterio. Fueron muchas las señoras y doncellas ilustres que,
" por su ejemplo y conversación, se movie
ron a dejar las cosas del mundo y abrazarse con la pobreza y humildad d%- J e sucristo; y entre otras princesas extranjeras, tomó el hábito de su mano, Heres-wita, reina de los ingleses orientales, y más tarde también Batilde, viuda de Clodoveo II. Finalmente habiendo Bertila gobernado santísimamente aquel monasterio por espacio de cuarenta y seis años, y llegado a una ancianidad venerable por los méritos y los días, entre tiernas lágrimas de todas sus hijas, y abrazada con una imagen de su Redentor crucificado, entregó su espíritu en las manos de Dios.
Reflexión: Toda mortificación y austeridad se hace leve cuando se ama a Dios, y se desea contemplar la claridad y hermosura de su divino rostro. Así lo vemos en toda la vida de santa Bertila. Sí: cuando hay amor de Dios, los ayunos no se cumplen ya con repugnancia: los trabajos de cada día ya no tienen nada de penosos: la separación de los amigos y parientes no inspira ya tristeza: y un alma así dispuesta, llena de desprecio por todas las cosas presentes, animada de un solo deseo que la arrebata sobre todo, merece la muerte de amor, la muerte del justo.
* Oración: Óyenos, oh Dios Salvador
nuestro, para que así como nos alegramos en la fiesta de tu bienaventurada
• virgen Bertila, así aprendamos de ella el afecto de su piadosa devoción. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
323
San Leonardo, solitario y confesor. — 6 de noviembre. (t 559)
edificó un monasterio. Aquí vivió con maravillosa abstinencia y oración: y como faltase agua para los monjes, el Señor, a ruegos del santo, les proveyó de una fuente muy copiosa que hasta el día de hoy da de beber a los moradores de aquel lugar. Extendióse la fama de sus virtudes y milagros por toda Francia, Inglaterra y Alemania: y señaladamente el maravilloso poder para librar los presos de la cárcel y sacarlos de ella y traerlos a su casa. Muchos que habían estado aherrojados y cargados de pr isiones, venían de remotas partes a traerle sus grillos, esposas y cadenas, suplicándole los admi
tiese en su compañía, y se sirviese de ellos como de esclavos; mas el santo era, tan humilde, que les servía a ellos, y les enseñaba a servir al Señor, y les daba parte de aquel campo que había recibido del rey, para que lo cultivasen, y viviesen de su trabajo. Finalmente después de esta vida santísima y admirable, dio su bendita alma al Señor: el cual le honró con los mismos milagros que había he cho por él en vida; y fueron tantos, que casi no se podían contar las esposas, grillos y cadenas y otros instrumentos penales que estaban colgados alrededor de
El admirable solitario san Leonardo, nació* en Francia, de padres nobles e ilustres, y muy favorecidos del Rey Clodo-? veo: del cual se dice que, para honrarlos, le sacó de pila. Hízose Leonardo discípulo de san Remigio, varón santísimo, por cuya predicación el rey Clodoveo había abrazado la fe cristiana. Por la buena instrucción de varón tan insigne y divino, creció nuestro Leonardo en toda virtud, y comenzó a resplandecer con maravillosa opinión y fama de santidad: por la cual movido el rey, le rogó que viniese a su corte, y le ofreció preeminentes dignidades; de las cuales él no hizo caso, porque era amigo de quietud, y deseaba atender a Dios y al provecho de los prójimos, como lo hizo, predicando el Evangelio en Orleans y en otras partes de la Aquitania, en donde por aquel tiempo había aún muchos gentiles. Para que mejor pudiese hacerlo, el Señor le honraba, y obraba por él muchos milagros, echando los demonios de los cuerpos, y sanando a los sordos, rengos y ciegos y a otros enfermos. Cumplida esta misión, se escondió en la soledad de un bosque; mas avisado de parte del rey, que la reina se hallaba en grave peligro de muerte, pasó a la corte, donde aplicó una gracia de salud a la agonizante, y la dejó del todo sana. Agradecido el rey, le ofreció muchos vasos de oro y plata, y grandes tesoros: los cuales él no quiso recibir, rogando al rey que los repartiese a los pobres, y con aquella limosna comprase el cielo. Ofrecióle después todo aquel bosque donde el santo moraba: y sólo aceptó una parte de él, en la cual
su sepulcro.
*
Reflexión: No estimó Leonardo el oro y la plata, sino que cifró toda su esperanza en los bienes del cielo. Muchos, dominados por el amor terrenal vano, sufren con pena que se les arrebata o difiera el gozo de un bien corruptible, en el cual creen hallar el descanso del corazón. Si apeteces la verdadera paz del espíritu, pon tu felicidad en solo Dios; sin el cual las alegrías son llanto: las dulzuras, hiél: las riquezas, espinas: los deleites, tormentos.
*
Oración: Recomiéndenos, Señoi, la intercesión del bienaventurado Leonardo, a fin de que logremos con su patrocinio, lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Se- i ñor. Amén. *-
324
San Willibrordo, obispo. — 7 de noviembre. (t 739)
El apostólico prelado san Willibrordo nació por los años del Señor de 658, en la isla de la Gran Bretaña y reino de Nor-thumberland. A los siete años no cumplidos de su edad, le mandaron sus padres al célebre monasterio de Ripon, gobernado por san Wilfrido, el cual poco antes lo había fundado. Habiéndose así acostumbrado desde niño a l levar el yugo del Señor, lo halló después todo el resto de su vida muy blando y ligero: y para mejor conservar los frutos de la re ligiosa educación que en el monasterio había recibido, tomó en él el hábito de religión, en edad muy temprana. Hizo tan rápidos progresos en las letras humanas y divinas, que mereció ser elevado a la dignidad del sacerdocio, la cual recibió en Irlanda. Juntáronse con él algunos compañeros, a quienes abrasaba un mismo deseo de ganar almas a Cristo: y con grande celo predicaron el Evangelio a los Frisones, en cuyo santo ministerio se señaló, así por su ardor apostólico, como por su rara modestia, humildad, apacible conversación e igualdad de ánimo. Habiendo llegado la fama de sus vir tudes a oídos de Pepino de Heristal, señor de aquellas regiones, le escogió para la silla episcopal de Utrecht: y esta elección agradó tanto al Sumo Pontífice, que le llamó a Roma para consagrarle por sí mismo,^ obispo de aquella diócesis. Emprendió luego el santo con nuevo fervor la conversión de los gentiles, dilatando el campo de sus correrías apostólicas hasta las incultas regiones del Septentrión; y acompañándose después con otros muchos sacerdotes y algunos obispos, para exterminar por completo las supersticiones del paganismo en la Zelanda, y después en Holanda. Para conservar los frutos de estas santas misiones, ordenaba de sacerdotes solamente a aquellos en quienes veía más sólidas virtudes; y procuraba encender en sus corazones la llama del celo de las altas, que en el suyo ardía. Llegando en estas empresas de tanta gloria de Dios, a una edad harto avanzada, eligió, entre sus sacerdotes, a uno que tomó por auxiliar, y a quien encomendó el gobierno de la diócesis; y él se retiró a hacer una vida solitaria, para
emplear los últimos tiempos de su vida, en prepararse para la eternidad. Finalmente, lleno de días y méritos, y precedido de una innumerable muchedumbre de almas que había sacado de la servidumbre del demonio, y ganado para Cristo, entregó la suya al Creador.
*
Reflexión: ¡Feliz el alma que siguiendo las huellas de este apostólico prelado, se dedica, en cuanto puede, a las obras de celo y de caridad! Con razón puede esperar una perfecta bienaventuranza en el reino de los cielos. ¿Qué cosa habrá que le parezca dulce, en comparación de la gloria que le espera? ¿Qué cosa podrá igualar a la verdad y perpetuidad de tal bienaventuranza? ¿Qué cosa, de cuantas hay en este valle de lágrimas, será capaz de atraerla, cuando contempla los bienes verdaderos que le dará el Señor en la tierra de los vivientes?
*
Oración: Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad de tu confesor y pontífice san Willibrordo, acrecientes en nosotros el espíritu de piedad, y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
325
La solemnidad de las santas Reliquias y los ¡cuatro Santos Mártires coronados. — 8 de noviembre.
(t en el imperio de Diocleciano)
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La Iglesia verdadera de Jesucristo ha honrado siempre con especial veneración Jas reliquias de los santos, sus sagrados cuerpos, sus huesos, su sangre, sus vestidos, sus cenizas y todas las demás cosas que usaban, o tocaban a sus personas; porque son sagrados despojos o venerables recuerdos de amigos de Dios, miembros de Jesucristo y templos del Espíritu Santo, en los cuales resplandeció una excelente y heroica santidad. Y así el mismo Dios les ha honrado de muchas maneras, obrando por ellos y por sus r e liquias, innumerables portentos, para que nosotros también los honrásemos, y tuviésemos sus cuerpos y reliquias en grande estima y veneración: y aunque los herejes iconoclastas y los protestantes llamaron supersticioso el culto tr ibutado a las sagradas reliquias, jamás ha dejado de venerarlas la Iglesia católica; la cual conservará siempre esta santísima costumbre, usada desde los tiempos apostólicos, loada de los santos padres, sancionada por los sagrados Concilios, y confirmada por infinitos milagros que ha obrado el Señor, así a gloria de sus santos, como en provecho de los fieles que veneraron sus sagrados cuerpos y reliquias. Lo que ordena la santa Iglesia y quiere que se enseñe a todo el pueblo cristiano, es que no expongan a la pública veneración reliquias que no sean aprobadas, como tales, por la autoridad del Sumo Pontífice o de los obispos: y que se guarden decorosamente y se evite en su culto toda indecencia y sombra de profanación.
Honramos también, en este día, a los santos Mártires coronados, cuyos nombres son: Severo, Se-veriano, Carpóforo y Victorino. Eran todos cuatro, hermanos, y en el ejercicio de las armas servían a Cristo y al emperador Diocleciano: mas como se negasen a prestar juramento a los
_• falsos dioses, los llevaron delante del ídolo de Esculapio, amenazándoles, que, si no le adoraban morirían a puros azotes. Ellos hicieron burla de aquel de-^ monio, y despreciaron todas las amenazas. Entonces los sayones desnudaron a los cuatro hermanos, y a todos los hirieron con plomadas, tan fuertemente, que
en aquel tormento dieron sus almas a Dios. Mandó el tirano, que sus cuerpos fuesen echados a la plaza, para que los perros los comiesen; mas en cinco días, que allí estuvieron, no los tocaron; mostrando que los idólatras eran más crueles que las bestias. Vinieron los cristianos, y tomáronlos secretamente y sepultáronlos en un arenal, tres millas de Roma, en la vía Lavicana. El papa Melquíades mandó que se celebrase su fiesta el día de su martirio, que fué a los 8 de noviembre; y porque a la sazón no se sabían aún sus nombres, se llamaron los cuatro santos coronados.
Reflexión: ¡Qué agradable y sorprendente espectáculo nos presenta esta solemnidad de los santos, cuyas reliquias veneramos! La Iglesia nos invita a contemplarlo: y con tanta mayor confianza, cuanto que nos llama a la dicha de que gozan ellos. Es verdad, que el designio de nuestra Madre es presentarnos hoy a nuestros bienaventurados hermanos como objeto de religioso culto: pero no trabaja menos en monstrárnoslos como modelos de digna imitación. Estos héroes nos atraen hacia sí por los encantos de la gloria que los corona: pero debemos también seguirlos, corriendo tras el aroma de las virtudes, que en tan alto grado practicaron.
Oración: Aumentad en nosotros la fe de la resurrección^ oh Señor, que obráis maravillas en las reliquias de vuestros santos, y hacednos participantes de la inmortalidad de la gloria, de la cual veneramos la prenda en sus santas cenizas, y Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
326
La Dedicación de la Iglesia del Salvador. — 9 de noviembre. (año 324)
Como la primitiva Iglesia de Jesucristo fué tan perseguida de los tiranos, que apenas podían los fieles alzar cabeza, y salir al público y profesar seguramente» su religión, érales necesario celebrar el santo sacrificio de la misa en casas particulares, o en cementerios de los mártires, o en cuevas debajo de la tierra. Y aunque tuvieron iglesias, eran muy pocas: y los emperadores, enemigos de Jesucristo, en sus edictos,, y el pueblo pagjmo con su furor, se las quemaban, asolaban y destruían; hasta que, queriendo el Señor dar paz a su Iglesia, convirtió milagrosamente al emperador Constantino: i el cual quedó tan trocado en el corazón, que en agradecimiento de tan gran merced, como Dios le había hecho, no solamente dio licencia para que se le edificasen templos por todos sus dominios, en los cuales Cristo fuese glorificado, sino que él mismo en su imperial palacio la-terano, que era magnificentísimo, mandó labrar un templo suntuoso a nuestro Salvador, templo que también se llama San Juan de Letrán, por las dos capillas que se erigieron en el bautisterio; una de san Juan Bautista, y otra de san Juan Evangelista. Este templo enriqueció el emperador, de grandes dones y vasos r i -imperial magnificencia; y en una pared quisimos de oro y plata, y lo adornó con de él se apareció una imagen que representaba muy al vivo al Salvador. Consagró esta iglesia el papa Silvestre: y fué la primera que se consagró entre cristianos. En ella puso el altar en que el apóstol san Pedro decía misa, que era de madera, en forma de una arca hueca; y mandó que solos los romanos pontífices celebrasen misa en él; y que los demás la dijesen sobre altar de piedra, y consagrada. Finalmente, en memoria de este tan grande beneficio del Señor, ordenó que todos los años se celebrase la dedicación de este templo. La ceremonia anual de la consagración del templo era observada religiosamente por el pueblo de Dios en la ley antigua; y no menos lo ha sido por los cristianos, en la nueva ley. Y es muy conveniente que la dedicación del templo del Salvador, se celebre en toda la universal Iglesia; porque,
como dice san Pedro Damián: «La iglesia de san Juan de Letrán, así como tiene nombre del Salvador, que es cabeza de todos los escogidos, así es madre, cabeza y corona de todas las iglesias que hay en el mundo: es la cumbre de toda la religión cristiana, y en cierta manera, Iglesia de las iglesias y sanbta sanctorum.-»
*
Reflexión: Algunos, dice san Juan Cri-sóstomo, se excusan fríamente de venir a la iglesia, diciendo que también pueden orar en su casa; pero engáñanse y están en grande error; porque aunque es verdad que al hombre le es-lícito orar en su casa, pero no es posible que ore tan bien en ella, como en la iglesia, donde están otros que le afervorizan con su ejemplo, y le ayudan con sus oraciones a alcanzar la gracia divina: donde están presentes los ángeles, y el mismo rey de los ángeles en el santo Sacramento: y la misma consagración o bendición de la iglesia, que nos convida a orar, y da fuerza a nuestra oración para que suba al cielo.»
*
Oración: Oh Dios, que cada año nos renuevas el día de la consagración de este tu templo, y nos conservas para asistir a estos sagrados misterios; oye benigno las oraciones de tu pueblo, y concede a todos los que entran en .este templo, los beneficios que te pide. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
327
San Andrés Avelino, confesor. (t 1608)
10 de noviembre.
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San Andrés Avelino, acabado modelo del clero secular y regular, nació en Cas-tronovo, pueblo de la provincia de Basi-licata, en el reino de Ñapóles. Juntaba a una rara hermosura de rostro, una singularísima honestidad, y con esta virtud triunfó muchas veces de grandes 'tentaciones y peligros de perder la joya de su pureza, en que le pusieron algunas mujeres livianas. Habiendo seguido la carrera eclesiástica, se graduó en ambos derechos, y se ordenó de sacerdote: y como al defender en el foro de la iglesia algunas causas de personas particulares, se le escapase una leve mentira, al reparar en ello, sintió tan grandes remordimientos, que determinó apartarse cVel todo de aquel oficio, y procurar solamente la eterna salud de las almas. Mostró en este sagrado ministerio tanto celo y prudencia, que el arzobispo de Ñapóles le escogió para la dirección espiritual de algunos conventos de religiosas. Su entereza en este cargo fué ocasión de odios y persecuciones de hombres malvados; los cuales una vez intentaron darle la muerte, y otra le dieron en el rostro tres cuchilladas. Deseoso de mayor perfección, tomó el hábito de los clérigos regulares, y trocó el nombre de Lanceloto, que le pusieron en el bautismo, por el de Andrés, para imitar a este santo apóstol así en el nombre, como en el ardiente amor a la cruz de Jesucristo. A los tres votos r e ligiosos añadió otros dos: uno, de contrariar sin tregua su voluntad propia para hacer la de Dios; otro, de no perder punto de perfección en el divino servicio. Aun teniendo el cargo de superior
empleaba el tiempo que podía en evangelizar las aldeas vecinas de Ñapóles; y el Señor le ilustraba con maravillosos prodigios. Volviendo el santo de confesar a un enfermó, una noche muy tem
pestuosa, en que la lluvia y e l viento apagó la antorcha que llevaban delante los que le acompañaban, no sólo no se mojaron en medio de la copiosa lluvia, sino que pudieron seguir su camino, alumbrados por una luz maravillosa que despedía el cuerpo del santo. Llevó sin turbarse el asesino del* hijo de su hermano; y no sólo apagó los deseos de venganza en que ardían sus parientes, sino que aun imploró delan
te de los jueces, que perdonasen a los matadores. Conversaba con los ángeles y bienaventurados del cielo; y cuando rezaba el oficio divino, les oía cantar las divinas alabanzas. ..Finalmente, después de haber concluido muchas y grandes obras del divino servicio, siendo de edad de ochenta y ocho años, quiso celebrar la misa, para disponerse a la muerte que esperaba aquel mismo día: y al decir aquellas palabras Introibo ad altare Dei, cayó herido de apoplejía; y recibidos luego los santos Sacramentos, descansó en la paz del Señor.
Reflexión: Este glorioso santo es reconocido en la Iglesia como protector admirable contra los accidentes de apoplejía. Y porque esta enfermedad muchas veces quita al hombre instantáneamente la vida, o lo priva de los sentidos y del conocimiento necesario para disponerse a una santa muerte, procuremos ser de votos del santo, para que nos libre de semejantes accidentes, y podamos recibir los Sacramentos de la Iglesia, y morir en la paz y gracia del Señor.
Oración: Oh Dios, que dispusiste en el corazón del bienaventurado Andrés, tu confesor, admirables elevaciones hacia Ti, por el arduo voto que hizo de aprovechar cada día imás y más en las vir tudes; concédenos, por sus méritos e intercesión, tu divina gracia para ejecutar siempre lo más perfecto, y llegar dichosamente hasta la cumbre de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Martín, obispo de Tours. — 11 de noviembre. (t 400)
El caritativo y celoso san Martín fué oriundo de Sabaria en la Panonia (Hungría). A la edad de diez años se hizo catecúmeno contra la voluntad de sus padres, que eran gentiles; y a los quince, en virtud de un decreto imperial fué alistado en la milicia, como hijo que ,era de un tribuno militar: y sirvió en el ejército de Constancio, y después en el de Juliano el Apóstata. Entrando un día de invierno en Amiens, pidióle limosna un pobre, desnudo y temblando de frío; y como Martín no tuviese qué darle, sacó la espada, cortó por medio la capa; y dio la mitad al mendigo. Este era el mismo Salvador, como lo manifestó apareciéndosele la noche siguiente rodeado de ángeles, y dicién-dole estas palabras: «Martín, siendo aun catecúmeno, me cubrió con este vestido.» Después de este tan señalado favor, recibió el santo bautismo; y propuso dejar las armas, para entregarse del todo al servicio de su divino rey Jesucristo. Partióse luego a Poitiers en busca del santo obispo Hilario: y con su magisterio aprovechó tanto en la virtud, que san Hilario le hubiera ordenado de diácono, si él por su humildad no lo rehusara, prefiriendo quedarse en el grado de Exor-cista. Deseando convertir a sus padres, volvió a Hungría, su patria; y redujo a la fe a su madre y a otras muchas personas, pero no pudo acabar con su padre, que dejase la superstición de los paganos. Allí defendió la verdadera fe contra los arríanos, de los cuales fué azotado públicamente y desterrado. Pasó a Milán, y se encerró en un monasterio, de donde le arrojó la facción de aquellos herejes: y volviendo a las Galias en busca de san Hilario, edificó el monasterio de Ligugé, donde resplandeció con tan santa vida, que con sus oraciones resucitó dos muertos. Habiendo vacado la sede de Tours. por universal aclamación fué escogido por obispo de aquella diócesis: y previendo su resistencia le sacaron del monasterio, con achaque de que fuese a visitar a un enfermo, y entonces le llevaron casi por fuerza a la iglesia de Tours. Edificó otro monasterio, donde vivió algún tiempo "on ochenta santos monjes; convirtió in-•numerables infieles, sanó un leproso con
sólo besarle, sosegó en Tréveris un grave tumulto; y salía de él con tanta copia la gracia de los milagros, que hasta los pedazos de su vestido, las cartas que escribía y las pajas de su lecho obraban milagrosas curaciones. Habiendo compuesto en Candes ciertas diferencias, se sintió enfermo: y entendió que se llegaba el día de su muerf%, por la cual suspiraba. Decíanle llorando sus discípulos: «¿Por qué nos dejas, oh Padre? ¿A quién puedes encomendarnos que nos consuele en nuestra orfandad?» Enternecido él, decía: «¡Señor! si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehuso el trabajo»: mas como ,el Señor le llamaba para sí, expiró plácidamente a la edad de ochenta y un años; y su alma fué vista subir al cielo llevada en manos de los ángeles.
* Reflexión: ¿Cómo se explica la heroica
caridad de san Martín para con los pobres y necesitados? Es que veía constantemente en sus prójimos, especialmente en los pobrecitos, la persona de Cristo nuestro Señor. ¡Oh, si nosotros le imitáramos en esta parte! ¡Cuántas gracias r e cibiríamos de la mano de Cristo, a quien ellos representan!
Oración: Oh Dios, que conoces que por nuestras fuerzas no podemos subsistir; concédenos benigno que, por la intercesión de tu confesor y pontífice san Martín, seamos fortalecidos contra todos los
• males que nos cercan. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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San Martín, papa y mártir. — 12 de noviembre. (t 655)
El glorioso pontífice y mártir san Martín nació en Todi, ciudad de Toscana, y fué hijo de Fabri'cio, varón de grande santidad. Terminados sus estudios en Roma con grande opinión de sabiduría y virtud, fué ordenado de sacerdote por el papa Teodoro I, el cual lo envió por le gado suyo a Constantinopla, para que re dujese a los herejes monotelitas a la unidad de la fe. En esta^azón pasó de esta vida el pontífice: y Martín fué elegido para sucederle, traspasado su corazón de dolor, por no haber podido aún sosegar los disturbios de los herejes. Convocó luego un Concilio en Letrán; y en él dio cuenta a los Padres de lo que había hecho para reducir a obediencia a los rebeldes. Los padres aclamaron a una voz a san Martín, y con él condenaron de nuevo las pretensiones cismáticas de Sergio, patriarca de Constantinopla, y el tipo o edicto del emperador Constantino II: en el cual, para favorecer a los herejes monotelitas, prohibía toda controversia en que se tratase de si en Cristo había dos voluntades o una sola. Envió san Martín un vicario suyo a Constantinopla, al cual no quisieron someterse los herejes; antes embravecidos y llenos de coraje, determinaron asesinar al santo pontífice. Tomó el emperador por instrumento de su maldad, a Olimpio, su camarero; y para ello le nombró Exarca de Italia; y pasando Olimpio a Roma, fingió querer comulgar de mano del santo papa; y dio orden a uno de su guarda, que, al tiempo que él estuviese hincado de rodillas para recibir la comunión, le diese la espada, para con ella dar la muerte al que
le estaba dando el Pan de vida. Mas sucedió que al mismo tiempo que aquel sayón cruel quiso dar la espada a Olimpio, se cegó de manera, que jamás pudo atinar a ver al papa: No habiendo podido los herejes consumar su crimen, usaron de más diabólicos artificios, calumniándole ante el emperador Constante; el cual, como estuviese ya inficionado con el veneno de la herejía, envió a Roma a Teodoro Caliopas, hombre astuto, con orden de prender al santo y traerlo a Constantinopla, como lo hizo. Allí defendió él su inocencia con razones irrecusables, pero todo fué en vano. Constante quizo forzarle a fir
mar los edictos.solemnemente condenados en el Concilio de Letrán; y como el papa se negase resueltamente, le quitaron ignominiosamente sus vestiduras pontificales, le cargaron de cadenas, y le llevaron así a Crimea, donde padeció hambre y sed y toda clase de malos tratamientos; de los cuales él mismo dice en una de sus epístolas: «Vivo en las angustias del destierro, despojado de todo, alejado de mi Sede: sustento mi débil cuerpo con duro pan; pero ningún cuidado paso de las cosas terrenas.» En estos trabajos perseveró con admirable paciencia, hasta que, a los seis años de su pontificado, entregó su espíritu al Señor.
Reflexión: ¿No te sorprende ver a este santo pontífice tan perseguido, tan maltratado, tan atormentado? ¿Acaso es ésta la recompensa de su virtud? ¡Ah! Abre las sagradas Escrituras, y comprenderás en alguna manera la conducta de Dios nuestro Señor. «Todos los caminos del Señor, dice el real profeta David, son misericordia y verdad.» Entiende, pues, que si el Creador aflige a sus siervos, los aflige por efecto de su justicia y de su misericordia. De su justicia, castigando en ellas algunas imperfecciones y faltillas, a veces imperceptibles; de su misericordia, preparándoles así colmada recompensa.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu mártir y pontífice, el bienaventurado Martín, concédenos propicio, que al celebrar su na cimiento a la gloria, experimentemos los efectos de su protección. Por Jesucristc nuestro Señor. Amén,
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* San Estanislao de Kostka, confesor. — 13 de noviembre. ( t 1568)
El seráíico joven san Estanislao de Kostka fué hijo de padres nobles, y señores de una de las más ilustres casas de Polonia. Luego que tuvo conocimiento de Dios, sintióse inclinado a amarle; y confesaba después él mismo, que el primer uso de su razón fué ofrecerse al Señor. Era en extremo hermoso, y de tan angelical pureza, que bastó para causarle un desmayo una palabra algo libre que se dijo en su presencia. Gustaba de vestir sencillamente, aborrecía el juego, huía las conversaciones peligrosas, y estaba siempre ocupado en el estudio o en la oración. Hasta la edad de catorce años estudió en casa de sus padres, teniendo por ayo y maestro a Juan Bilinski, más tarde canónigo de la iglesia de Plock. Pasó después a Viena de Austria a un seminario de nobles gobernado por padres de la Compañía de Jesús, y allí estudió con un hermano suyo llamado Pablo, el cual era de pensamientos y costumbres muy contrarios a los de Estanislao. Por haberse cerrado aquel seminario, los dos hermanos se hospedaron en la casa de un hereje luterano, lo cual fué ocasión a Pablo, de mayor libertad, y a Estanislao, de ser blanco de las iras de su hermano, que le miraba como censor importuno de sus liviandades: y así le sonrojaba en cualesquiera ocasiones, hacía mofa de sus prácticas piadosas, llamábale de ne cio y mentecato; y llevó su enojo hasta poner en él las manos con extremado rigor. Estos malos tratamientos, unidos con la aspereza de su vida penitente, le acarrearon una enfermedad mortal. P i dió en vano el santo mancebo los Sacramentos; y como se los negasen, recibió el santísimo Viático que los ángeles le trajeron del cielo: y apareciéndosele la Virgen santísima, le puso en los brazos el divino Niño, y le mandó que entrase en la Compañía de Jesús. Con estos soberanos favores y regalos se sintió r e pentinamente sano y convalecido. Estorbándole la entrada en la Compañía el temor de su padre, vistióse un hábito de peregrino y huyó a pie, y pidiendo l i mosna, con intento de no parar hasta lograr lo que tanto deseaba. Llegando final-
"mente a Roma, fué recibido en la Compa
ñía por san Francisco de Borja. Diez meses vivió en el noviciado, hecho uri serafín de amor divino. Se arrobaba con frecuentes éxtasis, tenía el rostro siempre encendido, y a veces resplandeciente, los ojos llenos de tiernas lágrimas: y eran tales los ardores de su pecho, que aun en el rigor del invierno, había de templarlos con paños empapados en agua fría. Así, pues, consumido más del amor que de la calentura, murió el día de la Asunción de la Virgen, a quien tenía una devoción tierna y filial, y fué a contemplar el soberano triunfo de su divina Madre en los cielos, habiendo vivido en la t ier ra solo diez y ocho años.
Reflexión: Encanto de los hombres y embeleso de los ángeles fué Estanislao durante los cortos años de su vida mortal. Por su encendida caridad, mejor le juzgaríamos ardoroso Serafín, que mero ser humano. Alma soberanamente grande, aunque encerrada en -cuerpo pequeño, así supo aspirar a lo infinito, que despreció todo lo finito, repitiendo una y otra vez a la vista de los más seductores bienes de la tierra: Para mayores cosas nací.
Oración: Oh Dios, que, entre otros milagros de tu sabiduría, conferiste la gracia de una santidad madura aun a la tierna edad; rogárnoste nos concedas, que, resarciendo con santas obras el mal empleo del tiempo pasado, a ejemplo de san Estanislao nos apresuremos a entrar en el eterno descanso. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Diego de Alcalá, confesor. — 14 de noviembre. (t 1463)
El humilde y bienaventurado san Diego, religioso de la Orden del seráfico padre san Francisco, fué de un lugar pequeño de Andalucía, llamado san Nicolás. Vivió algún tiempo en su tierra, cerca de una iglesia antigua y solitaria, en compañía de un devoto sacerdote, ermitaño, trayendo el mismo hábito, cultivando una huerta para sustentar su vida, y ocupándose en santos ejercidos de oración y meditación. Volviendo un día del pueblo a su recogimiento, halló cerca de él una bolsa con dineros, y no quiso ni aun tocarla: y cuando quería afirmar mucho una cosa decía: «Así me cumpla Dios los deseos, que son de ser pobre fraile de san Francisco.» Cumplióselos el Señor; y Diego recibió el hábito de los Menores en el convento llamado San Francisco de Arrizafa, a media legua de Córdoba, escogiendo el estado humilde de fraile lego. Hecha su profesión, fué a las islas Canarias en compañía del padre Fr. Juan de Santorcaz, que iba a plantar la fe entre aquella gente idólatra. Aportaron a una de las islas, en donde el santo Fr. Diego labró un convento; y aunque fraile lego, fué de él guardián. Mas, con el fervoroso deseo que tenía de derramar su sangre por la fe, se embarcó para ir a la Gran Canaria, qué aun estaba poblada de gentiles. No se atrevieron los que gobernaban el navio a saltar a tierra, por temor de aquella gente feroz y bárbara, y sólo saltó el santo; el cual después de convertir muchos idólatras a la fe, por obediencia de sus prelados volvió a Andalucía. Estuvo en varios monasterios de la orden y resplandeció en todas
las demás virtudes. No tenía otra voluntad que la del Señor, en cuya cruz se gloriaba; trataba su cuerpo con extremada aspereza, y traía en sus manos una cruz de palo, para que nunca se apartase de su memoria la pasión de Jesucristo, y la recordase a los demás. Despedía de su cuerpo una fragancia y olor suave y maravilloso; y oraba con tan fervoroso afecto, que muchas veces fué visto levantado en el aire,
I por la fuerza del alma que .esta-| ba arrebatada y absorta en Dios, j De la sacratísima Virgen María j fué devotísimo; y acostumbraba
con el aceite de su lámpara ungir los enfermos que venían a él,
haciendo sobre ellos la señal de la cruz, con la 'cual muchos quedaban sanos. Una vez, estando en Sevilla, se encontró en la calle con una mujer que venía dando gritos como loca y fuera de sí, porqué un hijo suyo se había escondido en un horno de pan, y sin saberse que estaba allí, habían encendido el horno. Compadecióse el santo de la triste madre; y le dijo que se fuese luego a la iglesia mayor a encomendarse a la Virgen, y que esperase .en Dios, que su hijo sería libre. Hízolo así la mujer; y su hijo salió del horno encendido, sin lesión alguna. Finalmente, cargado ya el santo de años y méritos, y besando la santa cruz, dio sil espíritu al Señor.
Reflexión: Preguntarás ¿por qué en las religiones, y especialmente en la del seráfico padre san Francisco, ha habido tantos religiosos legos, que han florecido con extremada santidad? La causa es porque la bajeza de su estado los dispone y hace más hábiles para la humildad; y las ocupaciones en ayudar a los otros, para alcanzar la caridad; las cuales por ser más de manos que de estudio, no distraen ni derraman el corazón, de manera que pueden juntamente trabajar y orar.
Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, que con admirable disposición eliges lo más flaco del mundo para confundir a lo más fuerte: concédenos benigno, a nuestra humildad, que por los ruegos de tu confesor san Diego merezcamos ser sublimados a la gloria eterna y celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor Amén.
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Santa Gertrudis, abadesa. — 15 de noviembre. (t 1292)
La ilustre maestra espiritual — santa Gertrudis, hermana de san- J ta Matilde, nació de nobles pa- 1 dres en Eisleben en la Alta Sajo- I nia. A la temprana edad de cinco años fué ofrecida a Dios en J. | monasterio de Rodersdor, de las | religiosas de san Benito. Dióse al | estudio de la lengua latina, eo- | mo era costumbre entre las mon- ' jas; en la cual aprovechó tanto, i que llegó a escribir en latín con ij elegancia muchos libros. Apren- !' dio también las letras divinas y i la doctrina de los ascetas; y j aunque estaba adornada de ta - ? lentos naturales no comunes, y jj de los más extraordinarios do- ^ — nes de la divina gracia, se tenía por la más vil y despreciable criatura. La sacratísima pasión del Redentor y la sagrada Eucaristía eran la materia más ordinaria de sus altísimas contemplaciones, en las cuales vertía copiosas y suaves lágrimas, y se arrobaba con éxtasis de amor divino. Fué elegida abadesa de su monasterio a los treinta años de su edad; y un año después, pasó con sus monjas a otro monasterio llamado de Heldes, donde fué ejemplar perfectísimo de todas las virtudes, haciéndose por su humildad sierva de todas. Con las vigilias, ayunos, abstinencias y una constante abnegación de su propia voluntad, venció todas las desordenadas aficiones que podían estorbarla el perfecto cumplimiento de la voluntad divina. Tenemos un vivo retrato de su alma candida y santísima, en el compendioso libro, que escribió de las Divinas insinuaciones, o comunicaciones y sentimientos de amor de Dios; que es tal vez la obra más provechosa escrita por mujer, y comparable con las que escribió santa Teresa de J e sús. En ella propone la santa piadosísimos .ejercicios para renovar los votos bautismales, para convertirse el alma a Dios, para renovar sus espirituales desposorios, y para consagrarse á su Reden-
. tor divino por vínculo de amor indisoluble, pidiendo la gracia de morir para sí misma, y ser sepultada en el Señor, de manera que no haga otro empleo de su vida, que el ^mar a su divino Esposo, que tanto la ama. Tenía esta santa virgen altísima contemplación, en la cual •;on frecuencia se arrobaba en éxtasis se-
y -ráficos; y hablaba de Cristo y de los mis
terios de su vida adorable con tanta fuerza ' de espíritu y afectuosa devoción, que encendía en amor del Redentor divino a los que la oían: y como el amor divino había sido durante toda su vida el único principio de todas sus obras y afectos, así también fué como el término de ella; pues la enfermedad de que murió no tanto fué dolencia corporal, como enfermedad de amor divino, que desatándola del cuerpo a la edad de setenta años, hizo que volase a su celestial Esposo.
Reflexión: Por lo dicho puedes ver en dónde aprendió esta esclarecida maestra, de espíritu los sublimes documentos de perfección, que nos dejó, y ella misma practicó. El libro más familiar de esta ,gloriosa santa, no era otro que Cristo crucificado. Entiende, pues, la frecuencia con que debes leer y contemplar la pasión del Salvador, si deseas aprovechar en la ciencia de los santos. ¡Oh! ¡Qué lecciones tan sabias de humildad, de mortificación, de paciencia y de todas las demás virtudes nos enseña Jesús en el curso de su pasión sacrosanta! Apréndelas tú con toda diligencia: pues así, y sólo así comprenderás el secreto de la verdadera santidad.
Oración: Oh Dios, que en el corazón de tu bienaventurada virgen santa Gertrudis, te preparaste una agradable morada; por sus méritos e intercesión, limpia las manchas del nuestro, para que merezca ser digna habitación de tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Edmundo, arzobispo de Cantorbery. — 16 de noviembre. ( t 1242)
milagros. Habiendo vacado la silla de Cantorbery, nombróle el pontífice Gregorio IX arzobispo y primado de Inglaterra. Aceptó el santo aquella dignidad, por sola obediencia, y por no resistir al papa con ofensa de Dios. Fué tal la entereza con que gobernó aquella diócesis y en defender los derechos de la Iglesia, que por esta causa padeció grandes persecuciones de los grandes del re ino, y de su mismo Cabildo, hasta el punto de haberse de desterrar voluntariamente a Francia; donde fué recibido con grande honra, de san Luis y de toda la real familia. Recogióse al monasterio cisterciense de Pontigny; y allí
cayó malo de una grave enfermedad; y como le llevasen mal convalecido al monasterio de Soissy, de aires más benignos y templados, se le agravó el mal. Recibió devotísimamente los santos Sacramentos; y faltándole poco a poco los sentidos, dio su espíritu al Señor, que para tanta gloria suya le había criado.
Reflexión: Los solícitos desvelos de la ejemplar madre de Edmundo, y el empeño de este vigilante pastor en la cristiana educación de los jóvenes,1 nos enseñan sabiamente cómo se ha de atajar la corrupción y desarreglo de nuestra juventud. Todos se quejan hoy de que nunca ha habido tanta inmoralidad entre los jóvenes. Su inmodestia y poco recato apesadumbra con frecuencia: su vanidad, sus gastos desmedidos, sus inclinaciones l icenciosas, la pasión del juego, son objeto de censura y de quejas muy amargas. Su desaplicación al estudio y al trabajo, el afán por asistir a todos los espectáculos, son frecuentemente la cruz de sus padres. Todos nos quejamos de este mal: pero ¿buscamos el oportuno remedio? ¿Se da siempre a los jóvenes un instrucción y educación cristianas? ¿Ven siempre en sus padres y maestros ejemplos de virtud, que los muevan a su imitación?
Oración: Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, que ,en la venerable .solemnidad del bienaventurado Edmundo tu confesor y pontífice, nos aumentes la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Je-, sucristo, nuestro Señor. Amén.
El celoso defensor de la Iglesia, san Edmundo, arzobispo de Cantorbery, nació en Inglaterra, en una villa llamada Abin-gtón. Sábese de su padre, que, con consentimiento de su mujer, tomó el hábito en un monasterio, y que allí acabó santamente su vida. La madre, aunque quedó en el siglo, vivió en él más como re ligiosa, que como seglar: y crió a sus hijos en tan loables y santas costumbres, que hasta les enseñaba a domar la carne con cilicios que ella misma les labraba, y cuando envió a su hijo Edmundo a la universidad de Oxford, y más tarde le mandó con su hermano menor, Roberto, a la de París, dio a cada uno un cilicio, scon orden de que se lo pusiesen a raíz de las carnes tres veces cada semana. Estudió en París, con gran cuidado, las artes liberales, y se hizo maestro en ellas; y volviendo a Oxford, por espacio de seis años las enseñó con gran loa y aprovechamiento . de sus discípulos. Procuraba que todos ellos cada día oyesen misa .con él, y que adelantasen no menos en la piedad que en las letras; y así salieron de su escuela muchos varones doctos y excelentes, los cuales entraron en diversas religiones. Ordenóse de sacerdote; y dejando la cátedra para poder predicar más desembarazadamente la palabra de Dios, aceptó una canongía en la iglesia de Salisbury, para no ser cargoso a nadie. Tuvo el papa noticia de la santidad, erudición y grandes prendas de Edmundo: y mandóle predicar en el reino de Francia la Cruzada; la cual predicó con maravilloso fruto, confirmando nuestro Señor su predicación con muchos
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San Gregorio Taumaturgo, obispo. ( t 270)
17 de noviembre.
El gloriosísimo san Gregorio, obispo de Neocesarea, llamado Taumaturgo, que quiere decir obrador de milagros, nació en Neocesarea, en el Ponto Euxino, de padres nobles y ricos, aunque gentiles. Habiendo aprendido las primeras letras, fué enviado a Alejandría: y en el estudio de las ciencias filosóficas, le alumbró el Señor el alma, y viendo la verdad de nuestra santa fe, la abrazó y se hizo cristiano. Aplicóse después a las letras divinas, oyendo por espacio de cinco años las lecciones de Orígenes. Volviendo luego a su patria, por muerte de su padre quedó heredero de toda su grande hacienda; la cual 'vendió, y repartió el precio a los pobres, y se apartó a una soledad. P e ro extendiéndose por todas partes la fama de su sabiduría y de sus virtudes, le buscaron con gran trabajo, para hacerle obispo de Neocesarea. Estaba toda aquella tierra llena de templos dedicados a los demonios: y en los bosques, alamedas y montes se les ofrecían abominables sacrificios; mas el santo, con la grande virtud que tenía de hacer milagros, redujo tantos gentiles a la fe,-que al poco tiempo trataron de labrar un templo al Dios verdadero. Pero como el lugar donde habían de edificarlo, de una parte quedase estrechado por el río y de la otra por un monte, hizo el santo, con la virtud de su» oración, que el monte se retirase cuanto era menester. Lamentábase también el pueblo, de las enfermedades que causaban las aguas insalubres de una laguna que allí había; y una noche fué el santo para hacer oración sobre esto, en la ribera; y, venida la mañana, no pareció más la laguna, porque toda se había convertido en tierra fértil y fructuosa. Bañaba aquella comarca el río Lico llamado hoy Casalmac, muy caudaloso, que saliendo de madre, arrebataba árboles, ganados y casas con los moradores; y acudiendo aquellos al santo para que los socorriese en tan extremada necesidad, se encaminó hacia el río, y fijó en la ribera el báculo que llevaba en la mano, y suplicó al Señor, que aquel báculo fuese el límite del río; y así sucedió, porque aquel báculo se convirtió °n un árbol; y cuando más furioso venía
-el río, en llegando con sus aguas al ár-
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bol, se detenía y volvía atrás. Levantóse en su tiempo la cruel y fiera persecución de Decio contra la Iglesia católica; y juzgó san Gregorio, que lo que más convenía a la gente era retirarse por entonces; y para poderlos ayudar más, él mismo-huyó y se fué con ellos a un monte, hasta que, pasada aquella tormenta, volvieron a la ciudad. Supo poco después por revelación la hora de su muerte: y p re guntó a su diácono ¿cuántos gentiles quedaban en Neocesarea? Respondióle que había sólo diez y siete. Y alabando Gregorio a Dios, dijo: «Diez y siete eran Ios-cristianos que hallé en ella cuando v i ne», y dichas estas palabras dio su espíritu al Señor.
Reflexión: Bondadosísimo y misericordiosísimo se mostró Dios en los numerosos y estupendos milagros, obrados a petición de su fidelísimo siervo san Gregorio. Pero no menos lleno de bondad y misericordia se nos muestra el Señor, cuando aflige a sus siervos, y los visita, por medio de la tribulación. Es cierto que no siempre vemos los paternales designios del Altísimo en nuestras tribulaciones: pero día vendrá en que podamos decir con el profeta: «Pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste al r e frigerio.»
Oración: Rogárnoste, oh Dios todopoderoso, que en la venerable solemnidad de tu bienaventurado pontífice y confesor Gregorio, aumentes en nosotros el espíritu de piedad, y el deseo de nuestra eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Odón, abad de Cluny. — 18 de noviembre. (t 942)
Nació san Odón, en Maine, y fué hijo de Abbón, señor muy principal, doctísimo y muy inclinado a todas las obras de piedad. Tuvo, pues, Odón por maestro a su mismo padre, el cual le enseñó las letras humanas, y juntamente el ejercicio de todas las virtudes; a las cuales se aficionó tanto, que daba por mal empleado el tiempo que, para distraer el espíritu, gastaba en la caza y en otras honestas •diversiones. Recibió la tonsura a la edad de diez y nueve años, y fué nombrado canónigo de la iglesia de Tours: y pasando después a París, aprendió la teología y las letras sagradas, en las cuales salió muy aventajado. De vuelta a su iglesia en Tours, se encerró en una estrecha celda, donde gastaba los días y las noches en santas contemplaciones y «n el estudio de los libros sagrados. Y como viniese a sus manos la Regla del patriarca san Benito, la tuvo en tan grande estima, que determinó dejar todas las cosas del mundo, para tomar el hábito de aquella sagrada religión en el monasterio de Baume, de la diócesis de Besan-zón. Habiendo muerto por este tiempo el abad de aquel monasterio, llamado Ber-nón, fué elegido, para sucederle, nuestro santo, que había sido ya ordenado de sacerdote. Resplandeció en su gobierno con tan rara prudencia y santidad, que llegando a oídos del romano pontífice, le encomendó muchos y graves negocios de la Iglesia. Tres veces pasó a Roma, para librar aquella ciudad santa de la opresión en que la tenía Alberico; compuso las paces entre este príncipe y el rey Hugo: edificó un monasterio en Roma; restauró
el de san Elias en Soppenton; y con su admirable ejemplo y fervor, redujo a la primera observancia el de Salerno y el de Pavía. Aunque estaba ocupado en tantos y tan graves negocios, escribió admirables libros llenos de sabiduría y espíritu del cielo, entre los cuales se cuentan las Conferencias, los Morales sobre Job, los Sermones y los Himnos. La última vez que estuvo en Roma, cayó brevemente enfermo; y entendiendo que no estaba lejos el día de -su muerte, por la señalada devoción que tenía a- san Martín, deseó morir en Tours y ser sepultado junto al sepulcro de aquel santo. Alcanzólo así
como deseaba; y venido a aquella ciudad, y llegada la hora de su dichoso tránsito, recibió con gran devoción los sacramentos de la Iglesia; y bendiciendo a todos sus religiosos, que con lágrimas le rodeaban, entregó su alma santísima en las manos "Sel Creador, a los sesenta y cinco años de su edad.
*
Reflexión: ¿No ves en la vida de este humilde religioso y santo abad de Cluny, cuánto atrae el aroma de las virtudes: y cómo se hacen dueños de los corazones los que desprecian los bienes visibles, para enriquecerse con los invisibles que da Dios? En almas de este linaje resplandece gran prudencia, pues adquieren con módico precio inmensa fortuna: con bienes pasajeros, bienes eternos: con objetos sin valor, lo que hay de más precioso: con penas, la felicidad verdadera: con amargura, los más exquisitos consuelos: finalmente, con nada (pues nada es lo que no es eterno, como dice san Crisós-tomo) el tesoro de las infinitas perfecciones de todo un Dios que poseerán eternamente.
Oración: Recomiéndenos, oh Señor, la intercesión del bienaventurado abad san Odón; para que alcancemos, por su patrocinio, lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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«anta Isabel, hija del rey de Hungría. — 19 de noviembre. (t 1231)
La caritativa madre de los pobres, santa Isabel, fué hija de los reyes de Hungría Andrés II y Gertrudis: desde niña tuvo gran devoción a la sacratísima Virgen y a san Juan Evangelista ; y fué muy enemiga de galas y de vestidos ricos y curiosos; y en sus palabras, muy compuesta. A la edad de quince años la casaron con el Landgrave de Turingia, Luis IV, apellidado el Santo: y en su nuevo estado se ocupaba de buena gana en todos
' los ejercicios de caridad, por viles y bajos que fuesen. Recibía a los peregrinos, curaba los enfermos, criaba a los niños huérfanos o de padres pobres, h i laba con sus doncellas para dar de su trabajo limosna a los necesitados; y en una cruel hambre que hubo, daba cada día de comer a novecientos pobres; y cuando le faltaba que dar, vendía sus mismas joyas. En las procesiones públicas, como letanías, etc., iba descalza y muy modesta. En estas obras y en criar santamente a sus tres hijos se ocupaba, cuando su marido, partiendo para la, conquista de la Tierra Santa, con el emperador Federico, enfermó en Otranto, y pasó de esta vida. Cuando lo supo santa Isabel, aunque lo sintió, como era razón; pero entendiendo que aquella había sido la voluntad del Señor, se volvió a El, y con lágrimas de corazón le dijo: «Vos sabéis lo que yo amaba al duque; mas también sabéis que yo aunque pudiese, no le volvería a la vida mortal contra vuestra divina voluntad.» En aquel estado de viuda determinó abrazarse más estrechamente con Cristo; y comenzó a darse más a la oración, al ayuno y penitencia, y a dar a ios pobres todo cuanto tenía. Fué esto de manera, que su cuñado le quitó la administración de la hacienda, y la echó de su casa; viniendo ella a tanta necesidad, que tuvo que acogerse a un establillo. Supo el rey su padre la miseria que padecía, y dio orden para que sus tres h i jos se criasen honradamente en casas de parientes, y que a ella se le diese su dote, el cual lo gastó en socorrer a los pobres y enfermos; y para consagrarse a Dios más perfectamente, tomó el hábito de la tercera Orden de san Francisco. A la medida de su piedad, eran los regalos que recibía del Señor, apareciéndosele a l
gunas veces, visitándola por los ángeles, teniéndola arrobada y transportada en la oración, y obrando por su intercesión muchos milagros. Estando ya llena de merecimientos, apareciósele Cristo, y la avisó de su cercana muerte: de lo que ella se regocijó por extremo; y armándose con los Sacramentos de la Iglesia, dio su bendita alma al Señor a los veinticuatro años de su edad. Quedó su cuerpo hermoso, blando y tratable, y despedía de sí un olor suavísimo, que recreaba a todos los presentes. Tuviéronle cuatro días sin enterrar por el gran número de gente que concurrió a verle y reverenciarle; y el Señor hizo por él grandes prodigios, entre los cuales hubo diez y seis muertos resucitados.
* Reflexión: Mucho se engañan los que
piensan que las leyes de la verdadera nobleza son contrarias a las de Cristo: imaginando que la grandeza de los estados consiste en desechar todas las leyes de Dios y vivir a su apetito y libertad, como un caballo desbocado y sin freno. No pensaron así tantos señores, príncipes y re yes, que, como santa Isabel, no sólo ajustaron sus vidas con la voluntad de nuestro Señor, pero vivieron con raro ejemplo y menosprecio del mundo, y fueron vivo retrato de toda perfección y virtud.
Oración: Alumbra, oh Dios misericordioso, los corazones de tus fieles; y por las súplicas de la gloriosa y bienaventurada Isabel, haz que despreciemos las prosperidades del mundo, y gocemos siempre de los consuelos celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
337
San Félix de Valois, confesor. ( t 1212)
20 de noviembre.
El glorioso san Félix de Valois, l lamado antes Hugo, que juntamente con san Juan de Mata fundó la orden de la santísima Trinidad, fué hijo de Ranulfo, conde de Vermandois y de Valois, y nieto de Enrique I rey de Francia; y nació hallándose su madre de paso en Amiens. Bendijo san Bernardo al santo niño en Claraval, y también el papa Inocencio II cuando vino a Francia y se hospedó en casa de Teobaldo, tío de Félix. Crióse en Claraval oon otros hijos de príncipes y caballeros, con la enseñanza de san Bernardo. Habiendo muerto su madre, el rey llevó a su palacio al santo mancebo, el cual quiso acompañarle en la conquista de Tierra Santa, donde peleó con gran valor. Vuelto a París, determinó dejar la corte, por el desierto; y la milicia secular, por la espiritual; y para cortar de todo punto la esperanza próxima que le daban a la corona de Francia la ley Sálica y el deudo estrecho que tenía con el rey, se ordenó de sacerdote y se retiró a un monte desierto. Veinte años después fué buscado, por aviso del cielo, de san Juan de Mata, que habitaba en otra soledad; y Félix, que sabía que Juan había de venir a buscarle, en viéndole le saludó por su nombre. Vivieron los dos santos anacoretas tres años en aquel desierto, en santa y dulce compañía, hasta que Dios los sacó de allí para que fundasen la orden de la santísima Trinidad, con este caso prodigioso: estando los dos conversando, vino a ellos un ciervo blanco que traía sobre la frente una cruz de dos colores, celeste y carmesí. Admiráronse de esto; y Félix no entendió lo que sig
nificaba la cruz, hasta que san Juan, que había tenido la misma visión, le declaró el misterio, y voluntad de Dios, de que fundasen una nueva orden para redimir a los cautivos. Partieron pues a Roma, y dieron cuenta de todo a Inocencio III; el cual había tenido revelación de que habían de venir, y una visión, durante la misa, en que se le apareció un ángel vestido de blanco con una cruz también de los dos mismos colores, y con las manos cruzadas sobre dos cautivos. Vistió el papa a los dos santos el hábito que traía el ángel, y fun-
. . - dó la orden de la santísima Trinidad para la redención de los
cautivos. Volviéronse los dos santos a Francia, y en el mismo lugar donde habían hecho vida solitaria fundaron su primer monasterio, llamado de Ciervofrío. Allí san Félix gobernó santísimamente a ios religiosos que en él entraron, muchos de los cuales fueron ilustres por la nobleza de su nacimiento y por su santidad y sabiduría, hasta que fué avisado por un ángel de su cercana muerte. Sintiendo Félix la orfandad en que quedaban sus hijos, apareciósele la santísima Virgen, y le dije que quedaban bajo su amparo, y que ella sería su madre. Después de este regalo del cielo, dio su espíritu al Creador a los ochenta y cinco años de. su edad.
Reflexión: El bienaventurado san Félix, derramando en su última hora lágrimas de consuelo, exclamaba: «¡Oh dichoso día aquel en que huí de la corte a la soledad, y troqué el palacio por una gruta! ¡Oh felices noches, las que gasté en la oración, en lugar de sueño! ¡Oh dulces lágrimas las que derramé por mis culpas! ¡Oh bien empleados suspiros! ¡Oh suaves asperezas con que maltraté mi cuerpo! ¡Oh bien empleados pasos los que di para cumplir la voluntad del Señor! ¡Cómo me lleváis ahora a la bienaventurada eternidad!
Oración: Oh Dios, que por una vocación celestial sacaste del desierto, para la redención de los cautivos, a tu confesor, el bienaventurado Félix, rogárnoste nos concedas, que, libres mediante tu gracia y su intercesión del cautiverio del pecado, seamos conducidos a la patria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
338
La Presentación de nuestra Señora. — 21 de noviembre.
Desde los primeros tiempos de la ley de Moisés, fué religiosa costumbre entre los hebreos^ ofrecerse a sí mismos, y también sus hijos, al Señor: unas veces, i rrevocablemente y para siempre; otras, reservándose la facultad de rescatarlos con dones y sacrificios. A este fin había alrededor del templo varios edificios, con sus estancias y aposentos, destinados unos para hombres, y otros para mujeres: unos para niños, y otros para niñas, donde inoraban todos hasta cumplir el voto que ellos, o sus padres por ellos, habían hecho. Ocupábanse allí en servir a los ministros sagrados y en labrar los ornamentos y en otros muchos oficios necesarios para el servicio de Dios en el templo. Así leemos en Ana, mujer de Elca-na, que ofreció a su hijo Samuel; y en el segundo libro de los Macabeos se hace mención de las doncellas que se criaban en el templo: y san Lucas dice que Ana profetisa, desde que enviudó, no salía del templo. A ejemplo de aquella Ana, madre de Samuel, santa Ana, madre de nuestra Señora, y san Joaquín, hicieron voto al Señor, que si les daba algún fruto de bendición, librándolos de la nota de esterilidad, lo consagrarían a su servicio en el templo: y el Señor, que quería fuese todo milagroso en aquella santa Niña, a quien desde la eternidad había desti-
1 nado para Madre de su unigénito_Hijo, oyó benignamente sus oraciones, y los hizo padres de aquella bienaventurada criatura. Llegando la bendita Niña a la edad de tres años, cumplieron religiosamente su voto san Joaquín y santa Ana, llevándola ellos mismos para presentarla, y dejarla para el servicio de Dios en el templo. Después que quedó la bendita Niña entre las sagradas vírgenes, ¿qué lengua podrá declarar el buen olor de santidad que allí derramó, y la excelencia de sus virtudes? De las cuales hablando san Jerónimo, dice así: «Procuraba la Virgen ser en las vigilias de la noche, la primera; en la ley de Dios, la más enseñada; en la humildad, la más humilde; en los cantares de David, la más elegante; en la caridad, la más ferviente; en la pureza, la más pura ; y en toda virtud, la más perfecta. Todas sus palabras eran llenas de gracia, porque
siempre en su boca estaba Dios: continuamente oraba; y, como dice el profeta, meditaba en la ley del Señor, día y noche. Tenía también cuidado de sus compañeros, que ninguna hablase palabra mal hablada; que no levantase su voz en la risa; que no dijese palabra injuriosa ni soberbia a su compañera.» Y san Ambrosio añade: «No deseaba que otras doncellas le diesen conversación, la que t e nía buena compañía de santos pensamientos: antes entonces estaba menos sola, cuando estaba sola, porque ¿cómo se puede decir que estaba sola, la que tenía consigo tantos libros devotos, tantos arcángeles y tantos profetas?»
Reflexión: La vida de la Virgen en el templo es dechado y modelo perfecto de la vida de todas las doncellas; las cuales deben imitarla en todas las virtudes que son propias de las doncellas, y ornamento de su estado. Pero especialmente las vírgenes, que, consagraron su virginidad a Jesucristo, o que, al conocer la vanidad del mundo, se acogen en la soledad de la religión, deben tener por su reina y princesa a esta Niña, y pedirle devotamente su favor para imitarla en la guarda del
,voto que hicieron, como la imitaron en hacerlo, y seguir en todas las cosas su glorioso ejemplo.
Oración: Oh Dios, que quisiste que la bienaventurada María, siempre virgen, en la cual habitaba el Espíritu Santo, fuese hoy presentada en el templo; concédenos que, por su intercesión, merezcamos nosotros ser presentados en el templo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
339
Santa Cecilia, virgen y mártir 22 de noviembre. (t 230)
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La esclarecida virgen y mártir santa Cecilia, nació en Roma, de padres muy nobles; los cuales, aunque eran gentiles, no estorbaron que su hija fuese criada en la verdadera fe. Traía siempre consigo el libro de los Evangelios, y procuraba poner por obra las palabras de Jesucristo, a quien consagró su virginidad. Casáronla sus padres, contra toda su voluntad, con un caballero mozo, llamado Valeriano. Vino el día en que se habían de celebrar las bodas; y estando todos con gran fiesta y regocijo, sólo Cecilia, vestida de seda y oro, estaba triste y llorosa; y llamando a parte a su esposo, le dijo: «Te hago saber que tengo en mi compañía un ángel que guarda mi virginidad; el cual quiere que me respetes.» Respondió Valeriano: «Hazme ver a este ángel que dices que está en tu compañía.» Díjole Cecilia: «Menester será, si lo quieres ver, que primero creas en Jesucristo, y te bautices.» Y como Valeriano mostrase gana de hacerlo, y le preguntase quién le había de enseñar y bautizar, ella le envió a la Vía Apia al papa san Urbano, de cuya mano recibió el bautismo: y luego vio un ángel que llevaba dos espléndidas coronas. Volvió Valeriano a Cecilia, y le dio cuenta del suceso: lo cual habiendo referido también a Tibur-cio, su hermano, le redujo a la fe, y le hizo bautizar con Máximo, su compañero de armas. Súpolo el prefecto Almaquio; y habiendo mandado prenderlos y atormentarlos, alcanzaron la corona de un ilustre martirio. Los sagrados cuerpos de estos mártires los recogió secretamente la virgen Cecilia y los enterró en el ce
menterio de Pretextato. Y como socorriese a los mártires que estaban en las cárceles, y públicamente predicase a Jesucristo, la hizo prender Almaquio: y traída al templo de los dioses, la instó con halagos, promesas y amenazas, a ofrecerles sacrificio; mas viendo que todo era en vano, mandóla encerrar en un baño de la misma casa de la santa, y poner fuego debajo, para que, respirando ella el aire caliente, se ahogase. Guardóla el Señor todo un día y una noche: y ella, no sólo no recibió detrimento alguno, antes, llena de gozo, cantaba con los ángeles las alabanzas de Cristo. Al saber esto Almaquio,
dio orden que allí mismo le cortasen la cabeza: y aunque el verdugo la hirió tres veces, no se la pudo cortar. Los que presentes estaban recogieron la sangre con esponjas y lienzos, para guardarla por reliquias. Pasados así tres días, en que ella consolaba a los que la visitaban, entregó su alma al divino Esposo.
*
Reflexión: Cuando los ministros que prendieron a la santa y la llevaban al tribunal del prefecto, la rogaban que mi rase por sí, y gozase de su hermosura, nobleza y riquezas, ella les dijo: «No penséis que el morir por Cristo será daño para mí, sino inestimable ganancia: porque confío en mi Señor, que, con esta vida frágil y caduca, alcanzaré otra bienaventurada y perdurable. ¿No os parece que es bien dejar una cosa vil, por ganar otra preciosa y de infinito valor; y trocar el lodo, por el oro; la enfermedad, por la salud; la muerte, por la vida, y lo transitorio, por lo eterno? ¡Cómo se endulzarían con estos cristianos sentimientos las amarguras de nuestra vida, y, sobre todo, del trance de nuestra muerte!
Oración: Oh Dios, que nos alegras cada año con la festividad de tu virgen y mártir, la bienaventurada Cecilia; concédenos la gracia de imitar, con nuestras buenas obras, a la que con nuestros religiosos obsequios veneramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
340
San Clemente, papa y mártir. (t.ioi)
23 de noviembre.
El apostólico pontífice y mártir san Clemente, nació en Roma, y fué hijo de padres nobilísimos, deudos muy cercanos de los emperadores. Recibió la fe, el bautismo y el sacerdocio de mano del príncipe de los apóstoles san Pedro; y se hizo discípulo de San Pablo, a quien ayudó en la predicación del Evangelio, como lo testifica el mismo apóstol, escribiendo a los Filipenses, cuando dice: «Yo y Clemente y los demás de mis compañeros que trabajaron conmigo, y están sus nombres escritos en el Libro de la Vida.» Volviendo a Roma después de varias correrías apostólicas, san Pedro le consagró obispo, y le instituyó sucesor suyo; aunque él, teniéndose por indigno, dio su lugar a san Lino y a san Cleto, a cuya muerte tomó Clemente el gobierno de la Iglesia. Siendo sumo pontífice, señaló siete notarios, y los repartió en los barrios de Roma, para que tuviesen cuenta de inquirir y escribir las batallas y triunfos de los mártires. Estando la Iglesia de Co-xinto alterada por divisiones y cismas, escribió san Clemente dos admirables epístolas a aquella cristiandad, con las cuales, dice san Ireneo, restableció la fe y la caridad entre los hermanos de Co-rinto; y les recordó las tradiciones que habían recibido por ministerio de los apóstoles. Predicaba la palabra de Dios con tanto espíritu, que muchos gentiles se convertían a la fe, y algunos se daban a toda perfección, y seguían los consejos evangélicos; por lo cual, los sacerdotes de los ídolos persiguieron a san Clemente, y alborotaron al pueblo contra él, y le acusaron delante de Mamertino, prefecto de Roma. Consultado por el prefecto el emperador Trajano, mandó que Clemente, o sacrificase a los dioses, o fuese desterrado a Quersona, en el Ponto Euxino. Prefiriendo el santo el destierro, halló en él más de dos mil cristianos desterrados por el mismo emperador, y condenados a cortar y llevar piedra. Padecían gran falta de agua; y enternecido el santo, hizo oración al Señor, la cual acababa, alzó los ojos y vio un cordero que levantaba el pie derecho, como señalando donde hallarían agua: y llegándose a aquel lu-rjar, dio con un azadón un golpe, y brotó Aiego una fuente de agua clara y abun
dante. Corno por este milagro se convirtiese gran muchedumbre de gentiles, mandó el emperador a aquellas partes a un presidente, llamado Aufidiano, el cual hizo grande estrago en los fieles de Cristo; y mandó que llevasen a san Clemente dentro, en alta mar, donde, con una pesada áncora al cuello, fuese sumergido en las aguas. Con este linaje de muerte alcanzó el venerable pontífice la palma del martirio.
Reflexión: Para estorbar que los cristianos recogiesen y venerasen las sagradas reliquias de san Clemente, ordenó el prefecto gentil que fuese sepultado en el fondo del mar: pero el Señor hizo que el mar se retrajese tres millas, hasta descubrir el santo cuerpo que hallaron los cristianos puesto en un templo y sepulcro de mármol, y junto a él el áncora con que había sido arrojado al agua. Y en tiempos de Nicolao I fué trasladado a Roma aquel venerable cadáver, y colocado con gran solemnidad en una iglesia de su nombre. ¡Así quiere Dios nuestro Señor, que sean veneradas las sagradas reliquias de sus santos!
Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras con la festividad de san Clemente, tu pontífice y mártir ; concédenos benigno, que, pues celebramos su nacimiento pafa el cielo, imitemos la paciencia que mostró en su martirio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Juan de la Cruz, confesor. — 24 de noviembre. ( t 159D
~San Juan de la Cruz, insigne maestro de la vida espiritual, y grande ornamento de la reforma de la Orden carmelitana, nació en Fontíveros, villa del obispado de Avila; y antes que naciese fué ofrecido por su madre a la Virgen santísima. Quedando el santo niño huérfano de padre, el administrador del Hospital de Medina del Campo se lo pidió a su madre, para que sirviese a los pobres, ofreciéndole darle alimentos, estudios y una capellanía. Era Juan de doce años cuando comenzó a servir en el hospital; y al mismo tiempo estudió la gramática, retórica y filosofía, en que salió muy consumado. En esta sazón fundaron los religiosos carmelitas un convento en Medina, en el cual el santo mancebo tomó el sagrado hábito, y resplandeció señaladamente en el espíritu de oración, en la pobreza, y aspereza de vida. Adelantó su penitencia con extraños rigores: el jubón de esparto le parecía suave; las disciplinas no le satisfacían, si no las teñía en sangre; tenía los cilicios por blandos, si no taladraban sus miembros: la cama era un rincón del coro, con una piedra por a l mohada. Mandáronle a Salamanca para estudiar la teología y habiendo sido ordenado de sacerdote, quiso pasar a la Cartuja para llevar vida más austera; pero el Señor que le llamaba para una grande obra de su servicio, le inspiró la reforma de su sagrada orden, que a la sazón había ya comenzado santa Teresa de Jesús, entre sus religiosas carmelitas. El primer convento reformado fué el de Duruelo, pobrísimo, estrecho, lleno de cruces y calaveras, donde el santo, por
parecerse hasta en el nombre a su Redentor crucificado, mudó el nombre de Matías, en el de Juan de la Cruz. Allí fué probado por el Señor con durísima sequedad y oscuridad del espíritu, cuyo estado describe admirablemente en su libro titulado Noche obscura; mas pasada la terrible prueba, fué regalado por Dios con tan inefables comunicaciones del cielo y sublimes arrobamientos, que no parecían sino un serafín en cuerpo humano. Hablando un día con santa Teresa, en el locutorio, del misterio de la santísima Tr i nidad, la santa quedó arrobada; y el santo, justamente con la silla en que estaba sentado, se le
vantó por el aire hasta dar en el techo, de la pieza. Vencidas las gravísimas dificultades, fundó numerosos conventos, que gobernó santísimamente, en los cuales florecía la santidad de la primera Regla. Queriendo el Señor llevarle para sí, le envió una enfermedad dolorosísima, que se mostró en cinco apostemas en forma de cruz; y llegada la hora de su dichoso tránsito, lo rodeó un globo grande de luz como de fuego resplandeciente, cuya claridad ofuscaba la de veinte luces que ardían en el altar de su celda, sintiéndose por todo el convento una celestial fragancia.
Reflexión: ¡Dichosa el alma que, a imitación del esclarecido confesor de Cristo, Juan de la Cruz, se esfuerza en r e nunciar todo lo que parece florecer a la sombra de esta vida! El que se deja dominar por el amor engañoso de este mundo, pierde infaliblemente las dulzuras de la felicidad verdadera. Mientras exista en nuestro corazón alguna afición desordenada por las cosas creadas, no alcanzaremos la abnegación necesaria para llegar a la santidad, a la plenitud de la dicha, al descanso del espíritu.
Oración: Oh Dios, que hiciste al bienaventurado Juan, tu confesor, uno de los mayores amantes de la cruz, y de la perfecta abnegación de sí mismo; concédenos que, imitándole sin cesar, consigamos como él, la gloria eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. v
342
Santa Catalina, virgen y mártir. — 25 de noviembre. ( t 307)
La virgen santa Catalina, esclarecida lumbrera de la filosofía cristiana, y mártir de Jesucristo, nació en Alejandría de Egipto; y como se dice en el Monólogo del emperador Basilio, fué de sangre real. Criáronla sus padres en la verdadera fe: y como era avisada y de alto entendimiento, fué también enseñada en todas las letras de la filosofía humana, que en el tiempo florecían en la ciudad de Alejandría. Tenía la santa doncella unos diez y ocho años, cuando el emperador Maximino II vino a Alejandría para inaugurar ciertas fiestas y regocijos en honra de los dioses del imperio, y hacer burla y escarnio de los misterios cristianos. Indignóse Catalina al ver aquella pública profanación; y movida del espíritu de Dios, y llegándose a los paganos que celebraban aquellas sacrilegas bacanales, con gran libertad les reprendió y afeó las cosas que hacían. Acusáronla, pues, delante del emperador, el cual mandó prenderla y traerla a su presencia. Dióle ella razón de sí y de su fe con tan singular sabiduría, elocuencia y gracia, que el emperador, pasmado la estaba mirando: y admirado de ver su incomparable hermosura, y oír la fuerza y peso de sus razones, a las cuales él no supo qué responder, entendiendo que para convencer a Catalina, era menester más ciencia que la suya, y para salir de aquel aprieto, la mandó callar, y ordenó que la echasen en la cárcel, donde pasó la santa algunos días sin comer bocado. Entretanto, llamó el emperador a algunos varones, los más sabios y elocuentes que había en Alejandría, para que, disputando con la santa doncella, la convenciesen. Juntáronse, pues, los más sabios filósofos de la escuela de Alejandría; y concurrió toda la ciudad a aquel espectáculo tan nuevo y maravilloso, en que los hombres tenidos por la flor de la sabiduría, disputaron con una doncella cristiana en presencia del emperador. Santa Catalina deshizo todos sus argumentos, y les dejó tan confusos, que muchos de los presentes se convencieron de la verdad de la fe, y se hicieron cristianos: por lo cual el emperador Maximino, parecién-dole que ser vencido de una delicada doncella, era menoscabo suyo, mandó que
fuese despedazada en una máquina de dos ruedas sembradas de clavos. Comenzando los sayones a mover aquellas ruedas, de repente se destrabaron y rompieron. Entonces mandó el tirano, que la santa virgen fuese degollada. Fué trasladado su sagrado cuerpo por ministerio de los ángeles, al monte Sinaí.
« Reflexión: ¿Puede concebirse mayor
firmeza en la fe, y mayor pureza en las costumbres, que la firmeza y pureza con que brilló la angelical virgen y mártir Catalina? Admirable fué la celestial sabiduría con que confundió a los sabios del gentilismo: pero no fué menos admirable la constancia con que, en todo tiempo, se abstuvo de las licenciosas diversiones paganas. Sí: la firmeza en las costumbres no es menos necesaria que la doctrina: y así como el dejarse llevar por toda clase d e ' doctrinas, es señal de fe vacilante, así también es piedad vacilante el gobernarse por la costumbre y por el respeto humano. ¿Deseas ser constante en la virtud? Pon, como Catalina, el fundamento de tu edificio espiritual en Jesucristo; y entonces podrás resistir virtuosamente a todas las contrariedades.
Oración: Oh Dios, que diste la Ley a Moisés en la cumbre del monte Sinaí, y dispusiste fuese enterrado en el mismo lugar, por ministerio de tus santos .ángeles, el cuerpo de tu bienaventurada Catalina; suplicárnoste nos concedas que por sus merecimientos e intercesión podamos llegar al monte que es Jesucristo. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
343
San Pedro Alejandrino, obispo y mártir. — 26 de noviembre. (t 311)
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El valeroso defensor de la fe católica y de la unidad de la Iglesia, san Pedro, fué natural de Alejandría y patriarca de la misma ciudad. Levantóse en su t iempo la persecución atrocísima de los emperadores Diocleciano y Maximiniano, en la cual el buen prelado no dejó cosa por hacer para consuelo de los fieles en aquella gravísima tempestad. Para poder atenderlos mejor, recogióse a lugares ásperos y apartados, huyendo de las manos de los emperadores, que le buscaban: y desde allí escribía a más de seiscientos cristianos, presos en la cárcel, exhortándolos a la paciencia y perseverancia: y al saber que habían alcanzado la corona del martirio, se regocijó por extremo. Vuelto el santo a Alejandría, tuvo grandes encuentros con los cismáticos, herejes y gentiles; porque Melecio, obispo de Egipto, fué depuesto de su silla por el santo, después que le hubo convencido de haber perpetrado graves delitos y sacrificado a los dioses. Corrido y afrentado Melecio, como era hombre docto y astuto, comenzó a turbar la Iglesia y a causar cisma en ella, contando muchos secuaces, entre ellos al infame Arrio, hombre inquieto y furioso, a quien también por esta causa san Pedro excomulgó y apartó de la Iglesia. Vino a tener el cetro de Oriente el emperador Maximino, no menos cruel perseguidor de cristianos que sus antecesores, y mandó prender a Pedro y darle la muerte. Cuando se supo en la ciudad que su santo pastor estaba preso en la cárcel, todos a porfía acudieron a ella para librarle y poner su vida, si fuese menester, en su defensa. En esta ocasión, el perverso Arrio procuró que
algunos sacerdotes fuesen al obispo y le suplicasen que le perdonara y admitiese a la comunión de la Iglesia, pensando que por este camino ganaría las voluntades del clero y del pueblo, y que le harían obispo una vez mart i rizado san Pedro. Fueron con esta embajada dos sacerdotes, propusieron a Pedro a lo que venían, diciéndole que Arrio se sujetaba a su parecer y corrección. El santo pontífice, dando un gran suspiro, díjoles que Arrio era astuto y engañador encubierto, que en maldad excedía a todas las maldades, que había de rasgar la túnica de Cristo, que es la Iglesia, promoviendo un cisma muy
desastroso; y mandóles que no fuese admitido en la Iglesia: y que todo esto no lo decía de su cabeza, sino que lo había entendido por luz superior. Y todo sucedió después, de la misma manera que él lo dijo. Entretanto permanecía el pueblo junto a la cárcel deseando librar a su pastor; mas el santo, deseoso del martirio y temeroso de algún disturbio, rogó al tribuno encargado de ejecutar la sentencia, que le sacase secretamente de la cárcel, y le llevasen a otro lugar, como se hizo, y allí le cortaron la cabeza.
Reflexión: De este prelado y defensor insigne de la ortodoxia cristiana bien se puede decir lo que se dijo de Cristo: que siendo luz de las naciones y gloria del pueblo de Dios, estaba puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel. Elevado Pedro de Alejandría a la eminente dignidad patriarcal, quiso salvar a los que le habían sido confiados. Mas como esto no era posible sin imitar sus virtuosos ejemplos, los cuales la mayor parte rechazaban, por eso fué causa de la ruina de muchos: no por sí mismo, sino por culpa de los que quisieron perecer voluntariamente. ¡Oh espantosa verdad! También el Hijo de Dios está en la cruz para salvar a todos los hombres: y no obstante, esta cruz será la causa de la condenación de los que no viven debidamente.
Oración: Vuelve, Señor, los ojos a nuestra flaqueza; y pues nos oprime el peso de nuestros pecados, protéjanos la gloriosa intercesión de tu bienaventurado mártir y pontífice san Pedro. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
344
San Máximo, obispo de Riez. — 27 de noviembre. (t 480)
El humildísimo siervo de Dios san Máximo, obispo de Riez, nació en un lugar llamado Decomer, hoy Cháteau-Redon, en la Provenza. Criáronle sus padres en santo temor de Dios y en la práctica de todas las virtudes. Pasó muchos años, en el retiro de su casa, olvidado del mundo, y ocupado en el estudio y meditación de las letras sagradas, y en su propia mortificación, como si viviese en la soledad. Llamado del Señor a vida más perfecta, tomó el hábito en el monasterio de Lerins, que es una pequeña isla junto a las costas de la Pro-venza. Allí encontró una numerosa comunidad de santos religiosos, cuyas heroicas virtudes daban gran celebridad al monasterio. Con tales ejemplos, hizo el santo tan grandes progresos en la virtud, que aventajándose sobre todos en santidad, parecía resplandecer como el sol entre las estrellas, y habiendo sido escogido para la cátedra de Arles el abad san Honorato, todos los monjes pusieron los ojos en Máximo, y a una voz lo aclamaron por sucesor. Quiso nuestro Señor manifestar la heroica virtud de su siervo, obrando por él grandes milagros, y curando toda suerte de enfermedades. Concurrían, pues, al monasterio, tropas de gente, considerando al Santo como depositante del divino poder; y por huir de los aplausos del mundo, fué a esconderse en un bosque de la misma isla. Pasáronse tres días y tres noches sin poderle descubrir, hasta que, al fin, le encontraron, y le volvieron al monasterio. Poco después, habiendo perdido su obispo la iglesia de Riez, en la Provenza, mandó sus comisarios al monasterio de Lerins, para ofrecer al santo la silla de aquella diócesis. Pero huyendo él de aquella dignidad, navegó hasta las costas de Italia, donde los comisarios le alcanzaron: y a pesar de su resistencia, le condujeron a Riez. Allí fué recibido con extraordinarias demostraciones de júbilo: y todo el tiempo de su gobierno fué amado como padre, y reverenciado como santo, por las maravillas que obraba, entre las cuales se refieren dos muertos resucitados. Asistió a varios concilios que se celebraron en su provincia y en ¿as comarcanas: y fué uno de los prelados que aprobaron la célebre epístola del
papa san León a Flaviano de Constanti-nopla contra los herejes Eutiquianos: y firmó asimismo la epístola sinodal que los obispos escribieron en respuesta a la del papa. Finalmente, después de haber gobernado santísimamente su iglesia, descansó en la paz del Señor; y fué sepultado con gran solemnidad, en la iglesia de San Pedro, que él mismo había edificado.
*
Reflexión: ¿De dónde proviene nuestra negligencia en practicar la humildad, y con ella las demás virtudes cristianas, siendo así que los santos tanto se desvelaron en el ejercicio heroico de los actos virtuosos? Muy fácil es descubrir la causa. Para apreciar debidamente las virtudes, debemos hacer de ellas la ocupación principal de nuestro espíritu: y para ponerlas en práctica, debemos desearlas con todo nuestro corazón. Mas, ¿qué hacemos? Con el pretexto de obligaciones fingidas, nos vamos olvidando de nuestro fin: y empleando todo el tiempo en buscar y cuidar los bienes perecederos, no nos queda espacio para los eternos. ¡Deplorable error, que si no lo enmendamos en tiempo oportuno, lo lloraremos perpetuamente!
*
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu venerable confesor y pontífice Máximo acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
345
Santiago de la Marca, confesor. ( t 1479)
28 de noviembre.
Eí celoso predicador de Cristo, Santiago de la Marca, nació en Montebrandón, en la Marca de Ancona. Fué hijo de unos pobres labradores; y pasó los años de su niñez apacentando un rebaño. Un tío suyo materno, sacerdote ejemplar y prudente, echando de ver en él buen ingenio y disposición para las letras, le envió a la universidad de Perusa, para estudiar las letras humanas y divinas; en las cuales salió tan aprovechado, que un caballero muy principal de aquella ciudad, le encomendó la educación de un hijo suyo, y dio su favor para que pudiese ganar mucha hacienda, y medrar en el mundo. Mas no llenaron su corazón las esperanzas y bienes del siglo, sino los verdaderos bienes que hallaba en el servicio del Señor. Habiendo pasado a Asís, para ganar la indulgencia de la Porciúncula, quedó tan edificado de la rara modestia y humilde compostura de los hijos del seráfico padre san Francisco, que se sintió interiormente llamado de Dios a tomar su hábito, y copiar en sí aquellas religiosas virtudes. Echó, en el noviciado los cimientos de su esclarecida santidad; y ordenado de sacerdote, fué destinado por sus superiores al ministerio de la divina palabra. Predicó en Italia, Austria, Dinamarca y Polonia, con tan apostólico celo, y tan grande espíritu y virtud de Dios, que convirtió innumerables pecadores a penitencia. No eran menos eficaces sus palabras, que el ejemplo de su santa vida. En el espacio de cuarenta años, no dejó pasar un solo día sin macerar su cuerpo con ásperas disciplinas; ni se desató ja más el cilicio o ceñidor de hierro, erizado de. clavos, que traía puesto a la cin
tura. Pasaba las noches en oración, sin dormir más de tres horas ; no comía carne; su hábito era de sayal pobre y remendado, y gozábase de padecer falta aun de las cosas más necesarias. Habiendo entendido que querían hacerle arzobispo de la iglesia de Milán, rehusó aquella dignidad, con grande resistencia, que jamás pudieron acabar con él que la aceptase. Ilustró el Señor a este su siervo, obrando por él muchos milagros, señaladamente el tiempo que estuvo en Vene-cia. Sanó repentinamente al duque de Calabria y al rey de Ñapóles, que estaban desahuciados de. los médicos, y a las puertas
de la muerte. Finalmente, lleno de días y merecimientos, a la edad de ochenta y nueve años, llamóle el Señor para darle la recompensa de sus grandes trabajos y -virtudes, en el reino de su gloria.
*
Reflexión: ¿Qué tienen que ver los deleites causados por los bienes sensibles, con los purísimos goces que nos proporcionan los bienes del alma? Aquellos, son vanos o torpes: éstos, verdaderos y puros. Cuando un alma desprecia generosamente todo lo mundano, el Señor, que es generosísimo, no retarda la paga; y su divina providencia ilumina de tal manera el entendimiento, y da tal alegría al corazón, que no cabiendo en él, rebosa y se manifiesta visiblemente en el exterior. Yerran, pues, miserablemente, los pecadores, creyendo que la observancia de la ley de Dios es un sacrificio dolorosísimo y sin recompensa en esta vida.
*
Oración: Oh Dios, que nos alegras con la anual festividad de tu bienaventurado confesor Santiago; concédenos benigno, que pues celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos el ejemplo de sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
346
San Saturnino, obispo y mártir. — 29 de noviembre. (t 250)
El apostólico varón y valeroso mártir del Señor san Saturnino, fué escogido por el sumo Pontífice san Fabián para ir a predicar el santo Evangelio a la ciudad de Tolosa de Francia, en aquella sazón capital de una floreciente colonia romana fundada por Julio César. Estaba aquella ciudad tan sumergida en las t i nieblas de la infidelidad, y tan dada a las supersticiones del paganismo, que el santo obispo, al poner el pie en ella, apenas encontró vestigios de la fe cristiana. Confiado en el poder de Dios, y esperando de la divina misericordia, que abriría los ojos de aquellos miserables ciegos, dio principio a su predicación ensalzando los misterios de la cruz; y desde luego reconoció la soberana protección de lo alto, en lo rendido que halló los corazones de los tolosanos a la eficacia de su predicación, y en las numerosas conversiones a la fe de Cristo. La santidad de la vida, el ejemplo de las apostólicas virtudes, el celo de la salvación de las almas, que resplandecían en el santo obispo, y el soplo del Espíritu Santo, en poco tiempo cambiaron el aspecto de aquella ciudad, cuyos habitantes recibieron, en gran número, el santo Bautismo, cambiaron sus antiguas costumbres en otras nuevas, dignas de la fe que acababan de abrazar, y de la santidad de su doctrina. De todos los templos de los ídolos que había en la. ciudad, después de pocos años sólo quedaba uno abierto, en el cual se reunían los sacerdotes de las falsas deidades del imperio con los paganos más contumaces y feroces a celebrar sus sacrilegas festividades. Y viendo la rapidez con que iba desapareciendo la antigua y diabólica superstición, que ellos llamaban religión, y que tanto estrago, como ellos decían, era obra de la predicación de un solo hombre; se congregaron para deliberar sobre los medios con que debían conjurar la completa ruina que les amenazaba. La resolución que tomaron fué de quitar para siempre de en medio a san Saturnino, dándole la muerte. En esto acertó a pasar por delante del templo el apostólico varón: corrieron hacia él, prendió- ' ronlo, arrastráronlo al templo, e intimáronle que ofreciese sacrificio a los dioses; y que de lo contrario, le quitarían la
vida. Como el santo se negase valerosamente a cometer tamaña iniquidad, dié-ronle cruelísimos azotes; y como él permaneciese constante en la confesión de su fe, atáronle a un toro bravo y furioso, al cual luego soltaron, y corriendo él, arrastró al santo hasta que le dejó reducido a una masa informe de carne y de huesos. Recogieron los cristianos las reliquias de su apóstol, y las colocaron en un templo con gran veneración, que se ha conservado hasta nuestros días.
Reflexión: ¿Quién no echa de ver, en la vida de este santo, la eficacia que tiene la palabra, si va precedida del ejemplo? Más fruto se hace con una vida ejemplar, que con cuantas exhortaciones se pueden hacer. Los hombres más creen lo que ven con sus ojos, que lo que oyen con sus oídos. ¿Cómo podrás reprender en otros los vicios y defectos que ven en ti? ¿Quieres aprovechar a los demás y enmendar sus malas inclinaciones? Pues comienza por resplandecer con una insigne santidad de vida: y tus prójimos, viendo la luz de tus buenas obras, glorificarán a su Padre que está en los cielos.
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Oración: Vuelve tus ojos, oh Dios omnipotente, a nosotros miserables; y ya que nos oprime el peso de nuestras culpas, protéjanos la gloriosa intercesión de tu bienaventurado mártir y pontífice san Saturnino. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
347
San Andrés, apóstol. — 30 de noviembre. (t 62)
respondiendo Andrés que cada día ofrecía en sacrificio al verdadero y único Dios un Cordero-inmaculado, que se inmola en los altares de los cristianos; el feroz procónsul, incapaz de entender el lenguaje del santo apóstol,
• condenóle a morir en una cruzs y no enclavado en ella, sino a tado con sogas, para que el tormento fuese más prolijo. Al verle el pueblo salir para el lugar de la crucifixión, daba voces diciendo: «¿Qué ha hecho este j u s to y amigo de Dios? ¿Por qué lo crucifican?» Mas él rogábales que no le impidiesen aquel bien tan grande: y al ver la cruz, desde lejos exclamó: «Yo te adoro,
oh cruz preciosa, que con el cuerpo de mi Señor fuiste consagrada: yo vengo a ti regocijado y alegre; recíbeme tú en tus brazos con alegría y regocijo. ¡Oh buena cruz tan hermoseada con los miembros de Cristo! días ha que te deseo: con solicitud y diligencia te he buscado; ahora que te hallé, recíbeme en tus brazos y preséntame a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió». Dos días estuvo vivo en la cruz con estos santos afectos, y fervorosas exhortaciones al numeroso pueblo que le rodeaba, y así dio su espíritu al Señor.
El glorioso apóstol san Andrés, hermano mayor de san Pedro, natural de Bet-saida en Galilea, y pescador de oficio, fué el primero de los apóstoles que conoció y trató a Jesucristo: porque siendo condiscípulo de san Juan Bautista, un día viendo san Juan al Señor, dijo: «Este es el Cordero de Dios»; y luego san Andrés con otro discípulo suyo, se fué en seguimiento de Cristo; el cual volviéndose a ellos y viendo que le seguían, preguntóles a quien buscaban, y ellos respondieron que querían saber donde posaba. Dí-joselo, llevólos consigo, túvolos un día en su compañía: y de si* conversación entendieron que era el verdadero Mesías. Di jólo Andrés a su hermano Pedro, y lo llevó a Cristo. Más adelante hallólos al Señor pescando en el mar de Galilea, y los llamó al apostolado. Siguieron los dos hermanos a Cristo todo el tiempo que anduvo predicando por Judea y Galilea; y aunque el primero a quien nombran los Evangelios al nombrar a los apóstoles es san Pedro, no obstante, inmediatamente después de Pedro ponen a san Andrés. Después ¡de haber recibido el Espíritu Santo, fué san Andrés a predicar el Evangelio a los habitantes de la Esci-tia, de las regiones del mar Negro, y de la que ahora llamamos Albania. Pasó finalmente a Acaya, en donde las numerosas conversiones que con su apostólica predicación obtuvo, suscitaron el furor de los idólatras, los cuales le acusaron de seductor y le llevaron al tribunal de Egeas, procónsul de Patras. Mandóle éste que sacrificase a los dioses del imperio, si no quería morir entre tormentos: y
* Reflexión: ¡Cuánta fué aquella dulzu
ra, dice san Bernardo, que sintió san Andrés cuando vio la cruz, pues endulzó la amargura de la misma muerte! ¿Qué cosa puede haber tan desabrida y llena de hiél, que no se haga dulce con aquella dulcedumbre que hizo suave la muerte? San Andrés, hombre era semejante a nosotros, y pasible; pero tenía tan ardiente sed de la cruz, y con un gozo jamás oído estaba tan regocijado y como fuera de sí, que pronunció aquellas palabras tan dulces y amorosas. ¿Y nosotros nos quejaremos cuando el Señor nos haga part i cipantes de su cruz?
Oración: Humildemente suplicamos a tu Majestad, oh Señor, que sea el bienaventurado san Andrés nuestro continuo intercesor para contigo, como fué en tu Iglesia predicador y gobernador Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
348
San Eloy, obispo y
El admirable confesor y santísimo obispo san Eloy nació en Catelat, aldea del Lemosín en Francia, de nobles y piadosos padres, que le criaron en toda virtud. Aprendió la letras que correspondían a su edad y nacimiento; y mostró mucho ingenio y capacidad para cuanto emprendía; por lo cual le envió su padre a Limoges y le puso bajo la enseñanza de un insigne platero y opífice de aquella ciudad, en cuyo arte dio tales muestras de habilidad y destreza, que no tardó en sobrepujar a la de su maestro mismo. Sería de unos treinta años de edad, cuando por consejo de éste pasó a París: y como su conversación era tan honesta y agradable a todos, y tan rara su pericia en el arte, no tardó en granjearse la amistad de muchos, entre ellos de Bob-bón, tesorero del rey Clotario, segundo de este nombre, para quien hiz*> muchas obras.de valor y mérito. Deseaba Clotario hacerse una silla o trono de una traza particular; y como ningún artífice alcanzase a hacérselo según su idea, su tesorero le presentó a Eloy, con la esperanza de que daría con el gusto del rey. Entrególe éste una buena cantidad de oro y piedras preciosas; y Eloy hizo con esto no un trono, sino dos. Presentó uno de ellos a Clotario: y éste lo halló tan ajustado a su idea, que no sabía cómo manifestar a Eloy su satisfacción. Agradecido éste y humilde, va a su casa y trae el segundo trono, igual en todo al pr i mero; con lo cual el rey quedó tan admirado de la destreza y de la fidelidad de Eloy que no pudo menos de abrazarle, y desde entonces le tuvo por su más íntimo privado y le puso cuarto en su palacio mismo. Ño menor confianza que Clotario, hizo de san Eloy su hijo y sucesor Dagoberto: y de ella no se servía el santo sino para bien de sus prójimos, empleando toda su hacienda en socorrer a los pobres, rescatar cautivos y fundar piadosas instituciones, como fueron la célebre abadía de Soliñac, cerca de Limoges, y un monasterio de doncellas en París bajo la invocación de san Marcial, y la iglesia de San Pablo en la misma ciudad de París. Por este tiempo murió san Acario, obispo de Noyón y de Tournay, y el clero con el pueblo a una voz pidieron por
>nfesor. — 1 de diciembre. (t 659)
obispo al religioso de la corte, nombre que daban a san Eloy. Resistió Clodo-veo II, hijo de Dagoberto y sucesor en el trono, no queriendo privarse de tan santo amigo y consejero: repugnó el santo cuanto le fué posible; mas tantas instancias se hicieron, que les fué preciso ceder; y san Eloy recibió las sagradas órdenes y pasó a Rúan en donde fué consagrado obispo en 640. En su obispado conservó su espíritu de humildad, oración y penitencia; sus rentas las repartía entre los pobres; su único deseo fué dilatar la fe de Jesucristo por todas las regiones sumergidas aún en los errores de los paganos. En fin, favorecido de Dios con la virtud de hacer milagros y con el don de profecía, lleno de méritos, murió la muerte de los santos a los setenta 'años de su edad y diez y nueve de su obispado.
Reflexión: ¿Quién había de imaginar que un platero como san Eloy pasase del taller a la corte y de la corte a la sede episcopal? Su virtud excelente obró estas maravillas; en el taller vivió como cristiano perfecto, en la corte como religioso, y en la silla episcopal como celosísimo pastor de las almas. También podemos nosotros santificarnos en nuestro estado y oficio cualquiera que sea y ejecutando siempre la voluntad divina hacer nuestras obras más preciosas que el oro.
Oración: Oíd, Señor, las súplicas que os dirigimos en la fiesta de vuestro confesor y pontífice san Eloy, y libradnos de nuestras culpas por intercesión de quien tan dignamente os sirvió. Por J e sucristo nuestro Señor. Amén.
349
Santa Bibiana, virgen y mártir. — 2 de diciembre. (t 235)
La heroica virgen y mártir _ santa Bibiana, fué hija de Flaviano, prefecto de Roma, el cual por su constancia en profesar la fe de Cristo fué degradado de la nobleza, privado de su empleo, despojado de todos sus bienes, reducido a la vil condición de esclavo y muerto de miseria en el destierro, como confesor y mártir de Jesucristo. El emperador Ju liano el apóstata, que así trató a este santo, proveyó en sus honores a Aproniano, tan perverso y hostil a los fieles de Cristo como el emperador. Lo primero en que puso los ojos el perverso pre fecto fué en perseguir la familia de su antecesor. Componíase ésta de Dafrosa, mujer de Flaviano, y de Bibiana y Demetria, sus hijas. A las tres tuvo encerradas' como en cárcel en su propia casa. Luego se apoderó de sus bienes y desterró a la madre, a la cual después de haberla casi hecho morir de hambre, mandó cortar la cabeza. A las dos hermanas, jóvenes hermosas, y más que todo fervientes cristianas, las hizo comparecer en su presencia, é intimóles la orden de r e negar de Jesucristo. Resistiéronse ellas valerosamente: de lo cual irritado el prefecto, las encerró en una cárcel con orden que no se les diese ningún alimento hasta que abjurasen su fe: y como nada obtuviese con esto, determinó sujetarlas a la prueba de los tormentos. Antes de ejecutarlo, llamó Dios a su gloria a Demetria, quedando sola Bibiana, única heredera de la fe de sus padres, dispuesta a entrar en batalla con los enemigos del nombre cristiano. Fué desde luego entregada a una perversa mujer para que con
halagos y promesas tratase de rendir aquel tierno corazón, más firme que una roca combatida por bravas olas; y no pudo la mala hembra alcanzar lo que pretendía. No bastando las caricias echó mano de los malos t ratamientos. Hacíala azotar cada día con varas y látigos guarnecidos de puntas de acero con una crueldad que excede a todo encarecimiento, sin que pudiese arrancar de la santa virgen ni una sola queja ni un solo gemido, antes bien daba muestras de mayor alegría y contento, por la honra que tenía de padecer por su celestial esposo, lo que él ha
bía padecido primero por ella. Embravecido y fuera de sí Aproniano al verse vencido por una débil doncella, con cuya defección pensaba granjear mayor confianza del emperador, mandó que atasen a la santa virgen a una columna y que fuese azotada hasta que muriese, con disciplinas armadas de plomo, ejecutándose esta su orden con una crueldad tan sin ejemplo, que los corazones más bárbaros e inhumanos se horrorizaban al contemplar tan cruel carnicería. Sola la santa estuvo inmóvil, con el rostro risueño y el corazón esforzado y tranquilo: hasta que destrozado su cuerpo virginal, dejó paso a aquella alma pura e inocente para volar a su divino esposo con la palma del martirio y la corona de la virginidad.
Reflexión: No hay palabras para afear y detestar la feroz crueldad de los enemigos del nombre de Cristo. ¿Qué mal les hizo esta santa doncella cristiana, para que la hubiesen de atormentar tan bárbaramente? Pero así como en la inquebrantable fortaleza que mostró en los suplicios se manifestó que estaba revestida del espíritu de Dios, así en la fiereza e inhumanidad de los perseguidores de la virtud cristiana, se muestra que están revestidos del furor de los espíritus infernales.
Oración: Oh Dios, dispensador d^ todo bien, que en tu sierva santa Bibiana juntaste la palma del martirio con la flor de la virginidad; por su intercesión une a ti nuestras almas por medio de la caridad, para que libres de todo peligro, consigamos los premios eternos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
350
San Francisco Javier, confesor. — 3 de diciembre. (t 1552>
San Francisco Javier, ornamento de la Compañía de Jesús, gloria de su nación, taumaturgo de estos últimos ^siglos, apóstol de las Indias y del Japón, admiración de todas las naciones, era navarro y descendía de los reyes de Navarra. Escogióle el Señor para resucitar en el siglo XVI, que fué el de las herejías, todos los prodigios y gracias de los apóstoles. Inclinado a las letras y al estudio de la sabiduría, pasó a la universidad de París, donde graduado de maestro en artes, enseñó filosofía en aquella universidad, con grande aprobación y aplauso de sus discípulos. Fué compañero del beato Pedro Fa-bro, y los dos lo fueron de san Ignacio de Loyola en la fundación de la Compañía de Jesús. Con deseo de visitar los santos Lugares, pasó a Venecia: y frustrado el viaje a Jerusalén, recorrió varias ciudades de Italia predicando y dando ejemplos de heroica humildad y mortificación. Fué designado para anunciar el Evangelio a las tierras de la India descubiertas por los portugueses, y pasó allá con el título y autoridad de Nuncio apostólico, que le dio Paulo III. Llegado a Goa después de una larga y penosísima navegación, se dio del todo al trabajo apostólico, recorriendo a pie, y a veces descalzo, aquellas vastísimas regiones, y navegando a todas las islas de la Ocea-nía en que residían portugueses. Cuando entre los oyentes los había de varias lenguas, cada uno oía a Javier como si le hablase en la suya natural: y sucedió algunas veces que haciéndole muchos a la vez preguntas sobre la doctrina, o por no entenderla bien o por dudar de ella, Ja vier con una sola respuesta satisfacía a todas las preguntas. Lo que daba especial eficacia a su predicación eran los numerosos milagros que hacía, sanando enfermos, librando de peligros, calmando los mares embravecidos y los vientos tempestuosos, haciendo retroceder ejércitos enteros de bárbaros enemigos, descubriendo lo más oculto de los corazones, anunciando lo que estaba por venir, resucitando muertos, y acompañando todas estas maravillas con la no menor de sus apostólicas virtudes, el celo, la paciencia, la mansedumbre, la humildad, la mi-sericordia con los desgraciados, el res-
* peto a los superiores, la caridad con los
iguales, la afabilidad con los inferiores. Tuvo noticia del Japón recientemente descubierto por los portugueses, y al momento voló allá, exponiéndose a mil peligros: y con los ejemplos de sus virtudes y las maravillas que hemos dicho, plantó la fe en aquellos reinos, cuyos moradores la abrazaron con tal fervor, que semejaban los primeros cristianos convertidos por la predicación de los apóstoles. Establecidas aquellas cristiandades y dejados en ellas ministros que las cultivasen, volvió él a Malaca, donde supo que se había descubierto la China; y se dirigió allá a predicar a Cristo. Llegado a Sancián, isla cercana al continente chino, alegre con la vista de la tierra y con la esperanza de nuevos triunfos, dióse el Señor por satisfecho de sus trabajos y lo llamó al descanso eterno.
Reflexión: El recuerdo de Javier trae a la memoria millones de almas convertidas por su celo. ¡Oh! ¡cuánto amó y estimó el Hijo de Dios las almas! ¡La caridad nos habría de estar siempre solicitando y compeliendo a trabajar por salvarlas! Que no se puede sufrir que muera Dios por un alma y que la veamos irse a perder y a caerse en el infierno y que la podamos ayudar y no lo hagamos: esto no lo puede sufrir la caridad.
Oración: Oh Dios, que por la predicación y milagros de san Francisco Javier, te dignaste agregar a tu Iglesia los pueblos de las Indias; concédenos benigno, ya que veneramos los gloriosos merecimientos de sus virtudes, que también imitemos sus ejemplos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
351
Santa Bárbara, virgen y niártir. — 4 de diciembre. , (i 235)
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Imperando en Oriente Maximino, hubo en la ciudad de Nicomedia un caballero noble y poderoso, llamado Dióscoro, hombre feroz y muy dado al culto de sus falsos dioses. Tenía una sola hija llamada Bárbara, doncella de extremada belleza y de costumbres muy contrarias a las de su padre; el cual para apartarla de los ojos de los hombres que. la codiciaban, y porque sospechó que estaba en comunicación con los cristianos la encerró en la torre de una granja, donde había mucha comodidad. Holgóse la santa doncella con este encerramiento, porque era amiga de soledad y quietud; y fué tanto lo que Dios obró en su alma en aquel retiro, que dando de mano a todos los gustos de la carne, determinó Bárbara consagrarle su pureza. Andando el tiempo, quísola su padre casar; mas ella se resistió, diciendo que ya tenía esposo y Esposo inmortal. No se puede creer el furor que cobró Dióscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana. Por no perder la gracia del emperador, hízola prender y conducir al tribunal de Marciano, que era allí presidente, el cual con blandas palabras quiso derribarla; y trocando la blandura y suavidad fingida en crueldad verdadera, mandóla desnudar y azotar con nervios de bueyes, y luego con un cilicio fregar las heridas; con lo cual quedó su cuerpo manando por todas partes arroyos de sangre. Echada de nuevo en la cárcel, le apareció su esposo Jesucristo y la sanó y esforzó para los restantes combates. Otro día, llevada a la segunda audiencia, viéndola el presidente del todo sana, quedó pasmado y de nuevo
con halagos' procuró inducirla a que adorase los ídolos; mas como respondiese ella con el valor que a esposa de Cristo convenía, mandó a los verdugos que descarnasen sus costados con peines de hierro, y luego la abrasasen con hachas encendidas, y con un martillo golpeasen su cabeza. Estaba en estos tormentos la valerosa virgen, puestos en el cielo sus ojos y el corazón, hablando dulcemente con su divino Esposo, pidiéndole favor y prometiéndole fidelidad. Adelantando la crueldad del tirano, hízole cortar los pechos y mandó que la sacasen a la vergüenza por las calles públicas de la ciudad, y
que la fuesen azotando para mayor vergüenza y escarnio; pero el Señor la amparó y cubrió su cuerpo con una claridad maravillosa, con que no r pudo ser vista de los ojos profanos. Volviéronla al tribunal, y el presidente la mandó al fin degollar. A todo este espectáculo había estado presente el bárbaro padre. ¡Quién lo creyera! y él fué quien con permiso del juez le dio la muerte por su mano. Vengó Dios tanta crueldad, porque al poco tiempo, volviendo el padre del monte a su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y eterna, y lo mismo aconteció al presidente Marciano. El cuerpo de santa Bárbara recogió un varón religioso y pío, llamado Valenciano, y entre cánticos y salmos lo colocó honoríficamente en un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.
Reflexión: Es la gloriosa virgen santa Bárbara particular abogada contra los truenos y rayos, con los cuales parece que quiso nuestro Señor castigar a su padre y al inicuo juez que la condenaron y mataron: y así es muy piadosa costumbre cuando estalla una gran tormenta, el santiguarse y pedir la protección de Dios por la virtud de la santa Cruz y los méritos de santa Bárbara.
Oración: Oh Dios, que entre los otros prodigios de tu poder ornaste al sexo dé-bil con la palma del martirio; concédenos benigno, que pues honramos el nacimiento de santa Bárbara, imitando sus ejemplos subamos a la glpria. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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San Sabas, abad. — 5 de diciembre. (t 532)
El admirable anacoreta san Sa- ¡HB bas nació -en una aldea del te - H l rritorio de Cesárea de Capado- H H | cia. Juan, su padre, era oficial de * los ejércitos del emperador, y como fuese enviado a apaciguar un tumulto ocurrido en Alejandría, j ¡ siguióle Sofía, su mujer, dejando al hijo recomendado a unos tíos; mas él prefirió retirarse al mo- j, nasterio de Flaviano, que dista- * ba de su lugar ¡como una legua. Ocho años tenía el niño cuando entró en el monasterio, y hasta los diez y ocho estuvo en compañía de los santos monjes. Par- ;BJ
tióse luego para Jerusalen con *-—— deseo de visitar los santos lugares y los desiertos de Palestina. Pasado algún tiempo en el monasterio de San Pasarión, fué enviado al de Eutimio, a cuatro leguas de Jerusalen, y por ser aun de edad tan tierna el abad Eutimio, le hizo pasar a otro monasterio dependiente de él, cuyo superior era Teoctis-to. Aquí permaneció hasta la muerte de Teoctisto, siendo la edificación de aquellos santos monjes por su humildad, espíritu de oración y penitencia, y por su caridad con los hermanos. Dióse después a vida más austera, encerrándose en una pequeña cueva, donde pasaba cinco días de la semana en riguroso ayuno, ocupado en oración sólo interrumpida por el trabajo, haciendo diez cestillos cada día, los cuales llevaba al monasterio los sábados, y pasaba el domingo con los monjes. Cada año desde el 14 de enero hasta el domingo de Ramos, Sabas y Eutimio se retiraban al desierto de Rubán, donde hacían un espantoso ayuno. Deseoso aún de mayor soledad, se fué al desierto del Jordán, a vivir cerca del santo anacore-to Gerásimo, y más tarde se subió a las rocas de un elevado monte, y tomando por morada una cuevecita tan alta y de tan difícil ¡subida, que para llevar el agua, que iba a buscar a dos leguas del monte, tuvo que atar una larga soga desde lo alto para asirse al subir con la carga. No usó otro alimento que las raíces que nacían al pie de las rocas; mas el Señor saciaba su corazón con la abundancia de los consuelos celestiales. De muy lejos iba la gente a admirar al santo .anacoreta, y muchos sentíanse llamados 'a imitarle, entre ellos Juan el Solitario,
que renunció el obispado para hacerse su discípulo. El obispo de Jerusalen, movido de lo que oía de Sabas, le ordenó de sacerdote y le nombró exarca, esto es, superior, de todos los anacoretas que vivían en las lauras, en las ermitas y en los desiertos. Aunque tanto amaba la soledad, sabía dejarla, cuando el bien de la Iglesia lo pedía. A este fin hizo dos viajes a Constantinopla para oponerse a los Euti-quianos: fué a Cesárea de Escitópolis y varias ciudades de la Palestina para hacer aceptar el concilio de Calcedonia; y siendo ya de noventa años, volvió a Constantinopla a tratar con el emperador Jus -tiniano. Tres años después, lleno de virtudes y merecimientos, murió la muerte de los justos y fué enterrado en medio de su laura. Sus santas reliquias fueron trasladadas a Venecia.
Reflexión: Noventa y tres años sirvió el glorioso san Sabas a Dios nuestro Señor en la soledad y en áspera penitencia. No suelen alcanzar edad tan avanzada los que más regalan su carne, sin negarle ninguno de los placeres que apetece: y es cosa harto sabida que hasta para la salud del cuerpo más aprovechan los consuelos del espíritu que los deleites del cuerpo.
Oración: Rogárnoste, Señor, que nos sea recomendación para contigo la intercesión del abad san Sabas; a fin de que alcancemos por su patrocinio, lo que no podemos por nuestros merecimientos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
353
San Nicolás, obispo. — (t 350)
6 de diciembre.
San Nicolás, tan celebrado por sus virtudes y milagros, nació de padres ricos en bienes de este mundo y mucho más en santidad y virtud, en Pátara, ciudad de la Licia, en el Asia menor. Tuviéronle sus padres en la ancianidad, y fué recibido como don del cielo, y como a tal le educaron en toda virtud y en las letras humanas. Siendo muy joven, perdió sus padres, y heredó todos sus bienes, que empleó en obras de caridad. Dotó a tres doncellas hijas de un caballero, que no pudiendo colocarlas por falta de dote, trataba de entregarlas a la mala vida: así que las tres contrajeron honesto matr i monio. Conocía la virtud y letras de Nicolás un tío suyo, obispo de Mira, y le ordenó de sacerdote; estado que honró él con nuevos acrecentamientos de virtud y santidad de costumbres. Durante ur» viaje a la Tierra santa, dejó encargado el obispo a Nicolás el gobierno de su diócesis. Murió poco después su t ío; y el santo, temeroso de lo que sospechaba había de suceder, se alejó de su país e hizo un viaje a Palestina. Al entrar en la nave, predijo que, aunque a la sazón el mar estaba quieto y el viento era bo-nacible, se levantaría una horrorosa tormenta, como sucedió, y por sus oraciones cesó la tempestad y renació la calma. Después que hubo visitado los santos lugares, retiróse a una cueva con ánimo de pasar en ella toda su vida; mas entendiendo ser voluntad de Dios que volviese a Mira, fué allá y retiróse a un monasterio para vacar solo a Dios. Pasado algún tiempo murió el obispo de Mira, sucesor del tío de nuestro santo; y juntán
dose los prelados de la provincia para elegir otro, y no conviniendo entre sí, uno de ellos, inspirado de Dios, dijo que el Señor quería fuese elegido un sacerdote, que sería el primero que la mañana siguiente entraría en la iglesia. San Nicolás, ignorando lo que ocurría, al día siguiente fué a la iglesia a hacer oración, como tenía de costumbre; y al verle, le proclamaron obispo, c o n t a l asombro suyo, que quiso escaparse de sus manos; pero fué detenido, y con gran júbilo del clero y del pueblo, fué consagrado obispo. Preséntesele allí mismo una mujer con un hijo que había caído en el fuego y muerto
abrasado; y él, hecha la señal de la cruz sobre el cadáver, lo resucitó. Pasaba las noches en oración, ayunaba todos los días y maceraba su cuerpo con rigurosas austeridades. Resistió al emperador Licinio, que restablecía el culto de los ídolos: por lo cual se vio desterrado, cargado de cadenas y bárbaramente azotado, hasta que derrotado Licinio por Constantino, volvió el santo a su sede, siendo su viaje una serie continua de conversiones y milagros. Asistió al primer concilio, celebrado en Nicea: y lo restante de su santa vida, fué tan fecunda en milagros, que con ra zón se le ha tenido en todos tiempos por el taumaturgo de su siglo. Finalmente, después de una corta enfermedad, dio su espíritu al Creador.
Reflexión; Luego que murió san Nicolás, comenzó a manar de su sagrado cadáver un licor milagroso y saludable para toda clase de enfermedades. Con este prodigio que leemos también de otros muchos santos, manifiesta el Señor cuan agradable le fué la fragancia de sus virtudes, y también cuan suave y saludable es para nuestras almas la imitación de sus ejemplos.
Oración: Oh Dios, que honraste al bienaventurado san Nicolás con la gracia de obrar innumerables milagros: haz que por sus súplicas y merecimientos nos veamos libres de los fuegos eternales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
354
San Ambrosio, obispo y doctor. — 7 de diciembre. ( t 397)
El esclarecido doctor de la iglesia san Ambrosio, obispo de Milán, fué hijo de un ciudadano romano llamado también Ambrosio, el cual era prefecto de la Galia, cuando le nació este hijo, en cuya boca se dice que se vio posar un enjambre de abejas, indicio de la divina elocuencia con que había de resplandecer. Después que hubo aprendido en Roma las letras humanas y la filosofía, encomendóle el prefecto Probo el gobierno de la Liguria y de la Emilia, de donde fué enviado por el mismo Probo con potestad para sosegar al pueblo alterado con motivo de la elección del obispo que había de suceder al prelado Anjencio, que seguía los errores de Arrio, y acababa de morir. Habiendo entrado Ambrosio en la iglesia, para calmar al pueblo, y habiendo hecho un largo y elocuentísimo discurso, sobre la paz y necesaria tranquilidad de Ja república, súbitamente se oyó la voz de un niño de pecho que clamó diciendo: ¡Ambrosio obispo! Y todo el pueblo con una voz pidió por obispo a Ambrosio. Como él rehusase tal dignidad, y se opusiese con gran resistencia a la voluntad de todos, dióse cuenta de lo que pasaba al emperador Valentiniano; el cual se holgó en gran manera, viendo que eran elegidos para el sacerdocio los jueces por él enviados: y no menos se agradó de esto el prefecto Probo, el cual como si adivinase lo que había de suceder a Ambrosio, al enviarle a Milán le había dicho estas palabras: «Ve allá y obra no tanto como juez, cuanto como obispo.» Conviniendo pues la voluntad del emperador con los deseos del pueblo, Ambrosio, que era todavía catecúmeno, recibió el bautismo y las sagradas órdenes, y en el espacio de ocho días fué levantado por sus grados a la dignidad de obispo. Desde aquel día comenzó a defender con grande fortaleza y constancia la fe católica y la disciplina de la Iglesia, reduciendo a la verdadera fe gran número de arríanos y otros herejes, entre los cuales engendró para Jesucristo a san Agustín, clarísima lumbrera de la Iglesia católica. Partióse como legado a Máximo, que había hecho matar ,a Graciano emperador, para moverle a penitencia; y negándose Máximo
Sa. hacerla, el santo se apartó de su trato
y comunicación. Al emperador Teodosio le prohibió que entrase en la iglesia, por la cruel matanza que había mandado hacer en Tesalonica. Teodosio se excusó con decir que también David había sido adúltero y homicida; mas respondióle el santo obispo: «Ya que le imitaste en el pecado, imítale también en su penitencia.» A cuyas palabras rendido el emperador aceptó humildemente y cumplió la penitencia impuesta. Finalmente, después de haber trabajado sin descanso por la Iglesia de Dios y escrito muchos y sapientísimos libros, profetizó el día de su d i chosa muerte y recibió el santísimo Viático de manos de Honorato, obispo de Vercelis, y puestas las manos en forma de cruz, entregó su espíritu al Creador.
Reflexión: En la autoridad que ejerció san Ambrosio sobre el emperador de Roma, se echa de ver cuan alta es la potestad sagrada de los sacerdotes de J e sucristo. Reconozcamos pues en ellos la representación que tienen de Dios, recordando aquellas palabras de Cristo que les dijo: Quien a vosotros oye, a mí me oye; y quien os desprecia a vosotros, a mí me desprecia.
Oración: Oh Dios, que diste a tu pueblo por ministro de la salvación eterna al bienaventurado san Ambrosio: concédenos que, pues le tuvimos por maestro de nuestra vida en la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
355
La Concepción inmaculada de María. — 8 de diciembre.
Después que Adán y Eva pecaron y fueron convencidos de su pecado, el Señor, antes de pronunciar la sentencia contra ellos, maldijo a la serpiente que había engañado a Eva, diciendo: «Yo pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre su generación y la tuya; y ella te quebrantará la cabeza.» Esta mujer fué la gloriosísima virgen María nuestra Señora, a la cual ya desde entonces puso Dios por capitana y señora del campo, para que pelease con la serpiente infernal, y le quebrantase la cabeza, y destruyese su benditísimo Hijo. Y el escogerla para tan grande empresa antes de pronunciar aquella sentencia, fué para darnos a entender que no quiso comprenderla en ella, sino que la eximía de contraer el pecado original, que los hombres han heredado de su primer padre, y que su concepción sería todo pura, y su alma en el primer instante de su ser sería llena de gracia. Por eso el Señor dice de ella, que es entre todas las hijas suyas, como la azucena entre las espinas; que es amiga suya, toda hermosa, sin mancha alguna de pecado; que es su paloma querida y perfecta, y como un huerto cerrado y l leno de aromas. Y el ángel la llamó «llena de gracia y bendita entre todas las mujeres». Porque fué infundida a la Virgen en su purísima Concepción, no solo la gracia para preservarla del pecado original; mas también le fueron infundidas todas las virtudes morales; y le fué acelerado el uso de la razón y verdadero conocimiento de Dios: tuvo ya desde su
,Concepción la ciencia de las cosas naturales y morales, que son necesarias para
la inteligencia de las divinas Escrituras y para la prudente gobernación exterior; y una gracia tan abundante, que causaba en ella una compostura admirable y divina: porque jamás tuvo movimiento desordenado, ni dijo palabra ociosa, ni cayó en la menor imperfección del mundo, ni en cosa que oliese a pecado: antes desde el punto de su inmaculada Concepción comenzó a merecer la gloria, y tomó la corrida para alcanzar la joya de la bienaventuranza con tan largos pasos, que a todos los otros santos dejó atrás. Este privilegio tan singular de María celebra hoy la santa Iglesia: esta prerro
gativa de nuestra Madre definió ser dogma de fe el pontífice Pío IX en 8 de diciembre de 1854; y bajo este gloriosísimo título de la Inmaculada Concepción ha sido aclamada María patrona de España y de sus Indias, por haber sido España la nación que más se distinguió en, honrar a María inmaculada.
*
Reflexión: Roguemos hoy con gran fervor a nuestra purísima Reina y Madre que no permita seamos víctimas de la serpiente infernal: que nos libre de todo contagio de error y herejía, y nos guarde puros e inmaculados en medio de esa corrupción de costumbres que es la natural consecuencia de la impiedad: y finalmente, que resistiendo con gran constancia debajo de su amparo a las asechanzas de los demonios y a los malos principios de los enemigos de Dios, a l cancemos victoria del dragón infernal que ella puso debajo de sus pies, y merezcamos participar de su triunfo glorioso en la eterna felicidad de los cielos.
Oración: Oh Dios, que por la Concepción inmaculada de la Virgen preparaste digna morada a tu Hijo: te rogamos, que pues con la previsión de la muerte del mismo Hijo la preservaste de toda mancha, también a nosotros nos concedas por su intercesión que nos lleguemos a ti puros y limpios. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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Santa Leocadia, virgen y mártir 9 de diciembre. (t 305)
í La bienaventurada virgen y
mártir santa Leocadia fué natural de la ciudad de Toledo, de noble linaje y grande sierva del Señor. Mandóla prender el presidente Daciano, que como una fiera cruel no se podía ver harto de la sangre de los cristianos, y traída a su presencia le puso delante su nobleza y sangre, y la vileza e ignominia de la que él llamaba superstición de los cristianos, y ya con halagos, ya con miedos, procuró disuadirla que dejase la fe de Cristo y adorase a los dioses falsos. No se movió la santa virgen por cosa alguna de las que le dijo el presidente, y todo su artificio se resolvió en humo sin poder hacer mella en aquel pecho sagrado. Mandóla llevar a una oscura y horrible cárcel: y viendo algunos que la seguían llorando, se volvió a ellos con alegre y sereno rostro y les dijo: «Ea soldados de Cristo, no os entristezcáis por mi pena, antes holgaos y dadme el parabién, pues Dios me ha hecho digna de que padezca por la confesión de su nombre.» Algunos dicen que fué crudamente azotada antes de entrar en la cárcel; y de la crueldad de Daciano se puede creer que fué así. En aquella dura y áspera cárcel estuvo algún tiempo; y oyendo la carnicería que Daciano continuamente hacía de los cristianos, y los tormentos atrocísimos con que había hecho morir a la gloriosa virgen santa Eulalia de Marida, enternecida y traspasada de dolor, suplicó a nuestro Señor la llevase para sí, si así convenía, para que no viese la destrucción de su Iglesia y menoscabo de la fe de su santa religión. Cumplió Dios el deseo de la santa virgen, y oyó su oración; y así como estaba orando, h i zo con los dedos una cruz en una dura piedra de la cárcel y quedaron en ella las señales, y besándola con gran ternura y devoción, dio su bendita alma a Dios. El cuerpo fué hallado junto a aquella cruz, caído y reclinado en el suelo, y fué sepultado por los cristianos de la manera que mejor pudieron. Tiene la santa virgen tres templos de su nombre en la ciudad de Toledo. Uno fué su casa, otro donde estuvo presa y otro donde fué sepultada. Un día de santa Leocadia en que el rey Recesvinto, acompañado de toda la
¿ nobleza de su corte, celebraba la fiesta
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de la santa virgen, estando san Ildefonso orando ante su sepulcro, ella se levantó de la tumba y le dijo: «¡Oh Ildefonso, por ti vive la gloria de mi Señor!» Dando a entender que san Ildefonso había defendido la limpieza y gloria de la virginidad de nuestra Señora contra los herejes. Todos los circunstantes cayeron en el suelo, pasmados por la novedad de este prodigio; y san Ildefonso con un cuchillo que le dio el rey cortó un pedazo del velo , con que venía cubierta la virgen,, para que quedase memoria de tan ilustre milagro, y la ciudad de Toledo consolada con tener aquel celestial tesoro.
Reflexión: El mayor tormento de esta gloriosa virgen y mártir, fué la extremada pena que traspasó su corazón al ver los trabajos que padecía la Iglesia, y que se perdían tantas almas. Este suplicio interior ha dado la muerte a muchos santos. Porque es indicio seguro del grande amor de Dios y caridad con el prójimo el sentir vivamente el menoscabo de honra divina y la ruina eterna de los hombres, así como el no afligirse de tan grandes males, es señal de haberse apagado la luz de la fé, y sucedido a la verdadera caridad el amor desordenado de sí mismo.
Oración: Ayúdennos, Señor, las súplicas y merecimientos de tu bienaventurada virgen y mártir Leocadia, a fin de que habiendo padecido ella cárceles y muerte por la confesión de tu nombre, nos guarde de caer en la cárcel eterna. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santa Eulalia de Mérida, virgen y mártir 10 de diciembre. ( t 304)
Fué santa Eulalia natural de Mérida y criada desde niña en toda virtud. A ella y a otra doncella por nombre Julia enseñaba el sacerdote Donato, y se encendió tanto Eulalia en el amor del martirio y de la virginidad, que no gustaba de galas ni atavíos, y mostraba gran mesura en el rostro y en todo su proceder y hablar. Era de solos doce años cuando l legó a Mérida Calfurnio, a quien subdelegó Daciano, para tener noticia de los fieles de Cristo y perseguirlos; para lo cual mandó publicar un solemne sacrificio a sus dioses. Los padres de la santa virgen, conociendo sus deseos del martirio y temiendo perderla, teníanla retirada en una heredad suya llamada Por ce j ana, a diez leguas de Mérida; mas conociendo la santa doncella que se le ofrecía tan oportuna ocasión, de su voluntad se huyó secretamente de noche y se vino a la ciudad para ofrecerse al martirio con gran fervor y ansia de morir por Jesucristo. Llegó pues la pura y delicada doncella a los estrados del juez Calfurnio, y con gran comedimiento y no menor libertad le afeó las crueldades que usaba con los cristianos. Pretendió el juez engañarla con blandas y amorosas palabras, púsole delante su nobleza, su ternura y poca edad, y quiso probar si con halagos y promesas, como a niña, la podía apartar del amor de Jesucristo. Mas observando que perdía el tiempo, trocó luego la blandura en severidad y los halagos en terrores. Azotáronla crudamente y quebrantáronla los huesos con plomadas; echáronla aceite hirviendo por todo el cuerpo; arañáronla con garfios de hierro; levantáronla
y descoyuntáronla en la garrucha; y ella, como quien tenía a Dios en su alma, decía a su Esposo: «Ahora, Redentor mío Je sucristo, te imprimes mejor en mí, y estas llagas, como letras que se escriben en mis carnes con mi sangre, me representan mejor tu pasión.» Pusiéronla entre dos hogueras y así le dieron la muerte y la corona del mart i rio. Y tanto deseaba la sagrada virgen morir por Jesucristo, que abrió su boca para que las llamas entrasen por ella, y t ra 1
gando el fuego vieron muchos su alma purísima subir al cielo en figura de paloma. Entre otros la vio el verdugo que la había ator
mentado, y con esta vista quedó atónito, fuera de sí y movido a penitencia. Desnudo quedó el santo cuerpo, mas cayó gran abundancia de nieve para cubrirle, hasta que los cristianos le dieron sepultu-ra^ Edificáronle un suntuoso templo en Mérida, e hizo Dios nuestro Señor muchos milagros por su intercesión; fué después trasladado a la ciudad de Oviedo, donde está ahora encerrado en una rica urna de plata. ' '
Reflexión: Dicen que la santa virgen Julia fué también al tribunal del tirano en compañía de santa Eulalia, y que habiéndose adelantado un poco en el camino, le dijo Eulalia con espíritu de profecía: «Por más que te apresures, yo moriré primero.» Y en efecto se cumplieron estas palabras, aunque aquel mismo día en que fué martirizada santa Eulalia, fué también degollada Julia, su compañera en la santidad y deseo de morir por Jesucristo. Pues ¿quién no ve aquí sobrepujada y reputada por nada en estas dos tiernas doncellas, la muerte armada de todos sus espantos y terrores? ¿Y de dónde sacaron esas débiles niñas una fortaleza y serenidad de ánimo tan grande, que no se vio jamás en ninguno de los héroes profanos úe la historia? Del amor de Cristo, que es más fuerte que la muerte.
Oración: Todopoderoso y eterno Dios que escoges lo flaco del mundo para confundir lo fuerte: danos que gocemos de una conveniente devoción en la fiesta de tu santa virgen y mártir Eulalia, para que en su pasión ensalcemos tu poder y recibamos el socorro a nosotros prometido. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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San Dámaso, papa. — 11 de didembre. (t 3841
El doctísimo y santísimo pontífice san Dámaso fué español de nación; algunos piensan que fué natural de Tarragona; otros que fué de Madrid, y en la iglesia de San Salvador de esta villa hay una inscripción que lo dice. Fué muy insigne pontífice y muy alabado de los escritores de su tiempo. Teodoreto dice que le llamaban «varón admirable digno de toda alabanza y que resplandecía en toda virtud.» San Jerónimo, su secretario y grande amigo, dice que «fué virgen limpio y sin mancilla». San Ambrosio, «que fué elegido por juicio divino»; y en el sexto concilio diamante de la íe, por la gran firmeza con que la defendió de los herejes. Sucedió en el pontificado a Liberio papa, cuyo vicario y presbítero había sido. Hubo en tiempo de este santo pontífice muchos herejes que con nuevas y falsas opiniones turbaban la paz de la Iglesia católica, especialmente en las provincias de oriente: y para cortarlas de raíz persuadió san Dámaso al grande y religiosísimo emperador Teodosio, que también era español, que se juntase concilio general en Constantinopla; y así se hizo, y todos los obispos unánimes confesaron la fe del concilio Niceno, y condenaron a Macedo-nio y otros herejes. Hizo después el emperador Teodosio, en compañía de los emperadores Graciano y Valentiniano, una ley que mandaba que todos los .subditos de su imperio siguiesen la religión que enseñó san Pedro en Roma, y el pontífice Dámaso seguía. Edificó san Dámaso dos templos, uno dentro de la ciudad de Roma en honra 'de l invictísimo mártir san Lorenzo, y otro fuera de la vía Ardeati-na en las catacumbas, y enriquecióle con varios y ricos dones. Halló muchos cuerpos de mártires, cuyos sepulcros ilustro con versos elegantes. Sirvióse de san J e rónimo para responder a las dudas y consultas de todas las iglesias de la cristiandad, que acudían a la sede apostólica, y estimóle y honróle tanto por su excelente sabiduría y santidad, que él mismo, siendo sumo pastor y maestro de toda la Iglesia, como si fuera su discípulo, le proponía las dificultades que tenía en la sagrada escritura, para que él se las decla-
í rase. Dio autoridad a la traslación del
Viejo Testamento que el santo doctor había hecho, habiéndose usado comúnmente en la Iglesia, hasta aquel tiempo, la de los Setenta intérpretes. Finalmente, habiendo gobernado santísimamente la nave de san Pedro diez y ocho años comenzados, y siendo ya de edad de .ochenta, lleno de virtudes y merecimientos, pasó de esta vida temporal a la eterna. En vida restituyó la vista a un • ciego que hacía trece años que estaba sin ella, y después de muerto este santo papa obró el Señor por él muchos milagros.
Reflexión: Si fué virgen y limpio de corazón, como lo afirma san Jerónimo, su íntimo amigo y secretario, no tienes que preguntar ni por su celo en propagar la fe, ni por su firmeza en defenderla. Lo que debilita al hombre, y hasta acaba con sus fuerzas así espirituales como corporales, son los vicios. De ellos se ha dicho sabiamente que son la polilla del alma y del cuerpo. Si te encanta esa energía del santo (¿a quién no encanta virtud tan excelente?), ya sabes el secreto. La limpieza del corazón aumentará tu valor. Al paso que hombres al parecer vigorosos, decaen de ánimo ante obstáculos que sólo tienen el nombre de tales, uno dado a la virtud, romperá fácilmente por todos ellos y saldrá adelante en las empresas de la gloria de Dios.
Oración: Oye, Señor, nuestras oraciones, y por intercesión del bienaventurado Dámaso, tu confesor y pontífice, otórganos benignamente el perdón de nuestras culpas y la paz de nuestras almas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Nuestra Señora de Guadalupe. — 12 de diciembre. echó de ver en la tilma del pobre indio una maravillosa pintura de la imagen de la santísima Virgen, en la misma forma como decía el neófito haberla visto en la colina cerca de la ciudad. Movidos los habitantes por tan extraordinario prodigio, procuraron se guardase con gran cuidado aquella venerable imagen, como regalo del cielo, y poco después la trasladaron con gran pompa desde la capilla episcopal al santuario que le habían edificado en la colina del Tepeyac. Colocóse más tarde en un suntuoso templo que los romanos pontífices ennoblecieron concediéndole para el ¡esplendor del
culto un cabildo colegial; y el arzobispo de México y los demás obispos de aquellas regiones, con aprobación de Benedicto XIV la eligieron por patrona principal de toda la nación mexicana, y finalmente León XIII, accediendo a los r ue gos de todos los prelados mexicanos, concedió por decreto de la sagrada Congregación de Ritos, que se rezara el novísimo Oficio de la Virgen de Guadalupe, y decretó que con solemne pompa fuese decorada con corona de oro aquella p re ciosísima imagen.
Reflexión: Era Juan Diego neófito indio de la más baja condición, y a la edad de cuarenta años había recibido el bautismo de mano de un santo misionero franciscano, quedando tan devoto de la Virgen, que todos los sábados andaba más de dos leguas para asistir a la misa que se cantaba en México en honra de María. Después de las apariciones de la soberana Señora, vivió y murió como un santo. Con los humildes y sencillos tienen su trato familiar el Señor y su Madre santísima. Acordémonos de esto, y siempre que visitemos los venerables santuarios de María, hagamos nuestra oración con un corazón tierno, humilde y sencillo, y nos haremos dignos de recibir sus soberanas mercedes.
Oración: Oh Dios, que te dignaste ponernos bajo el singular patrocinio de la beatísima virgen María, para colmarnos de continuos beneficios: concede a tus humildes siervos, que pues se regocijan con su memoria en la tierra, gocen de su presencia en el cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
En el año mil quinientos treinta y uno de nuestra Redención, la Virgen Madre de Dios, según consta por antigua y constante tradición, se mostró visible al piadoso y rústico neófito Juan Diego en la colina del Tepeyac de México, y hablán-dole cariñosamente, le mandó presentarse al obispo y notificarle que era su voluntad qUe se le edificase un templo, porque quería ser allí singularmente venerada. Para asegurarse de la verdad del suceso difirió la respuesta Juan de Zumá-rraga, que era el obispo del lugar: pero al ver que el sencillo neófito, obligado por la Virgen, que por segunda vez se le había aparecido, repetía con lágrimas y súplicas la misma demanda, le ordenó que con empeño pidiera una señal por la que se manifestase claramente la voluntad de la gran Madre de Dios. Tomando el neófito un camino más apartado de la colina de Tepeyac, y dirigiéndose a México para llamar a un sacerdote que viniese a la casa de su tío gravemente enfermo, para administrarle los sacramentos de la Iglesia, la benignísima Virgen le salió al encuentro y se le apareció por tercera vez, y le mandó ir a coger unas rosas que habían brotado en el cerro y presentarlas al obispo. Obedeció Diego, y en aquel cerro formado de rocas áridas donde apenas podía crecer alguna yerba, y en la estación rigurosa del invierno, cuando en ninguna parte de aquella región se veían flores, halló un hermosísimo y florido rosal, y cogiendo las rosas, las puso con cuidado en un pliegue de su tilma (o capa) y se encaminó luego al palacio del obispo. Maravillóse mucho el devoto prelado de ver aquellas rosas tan hermosas y aromáticas en tal sazón, y mucho más porque
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Santa Lucía, virgen y mártir. (t 304)
13 de diciembre.
La gloriosa virgen y mártir santa Lucía nació de padres ilustres y ricos en Siracusa de Sicilia, y desde niña fué cristiana y muy inclinada a la virtud y piedad, especialmente a conservar la pureza de cuerpo y alma. Muerto su; padre, Eutiquia su madre concertó de casarla con un caballero mozo y principal, aunque pagano; mas Lucía repugnaba y buscaba ocasión para que no tuviera efecto: la cual le ofreció una enfermedad molesta y larga de su madre. Aconsejóla Lucía que fuese a Catania, a visitar el cuerpo de santa Águeda,' en cuyo sepulcro hacía Dios grandes milagros. Dejóse convencer la enferma: fueron a su piadosa romería, y habiendo sanado de su dolencia la madre, y vueltas las dos a Siracusa, rogóle la santa hija que no le mentase esposo carnal, sino que el dote que le había de dar le permitiese distribuirlo entre los pobres. Aunque se le hacía de mal a Eutiquia despojarse de su hacienda y darla en vida; con todo cedió a las súplicas de la santa doncella, que decía no ser tan aceptas a Dios las l imosnas hechas después de la muerte, como las que se hacen en vida; con que recibió el dote, lo comenzó a vender y lo fué repartiendo con larga mano a los pobres. Supo esto aquel caballero, y de aquí entendió que Lucía era cristiana y le rehusaba por ser él gentil: de lo cual concibió gran saña contra ella, y la acusó delante del prefecto, como a enemiga de los dioses del imperio. Mandóla llamar el presidente, y con buenas palabras procuró persuadirla que dejase su fe y sacrificase a los dioses; mas no halló entrada en el pecho de la santa virgen. Y como instase de nuevo, díjole ella: «No te canses, ni pienses que me podrás con Jtus ra zones apartar del amor de mi Señor J e sucristo.» Embravecióse el prefecto; y trocando la primera blandura en braveza y enojo, tratóla como mujer que había gastado su patrimonio en mal vivir. Defendióse Lucía con firmeza: y entonces mandó el malvado juez que la llevasen al lugar de las mujeres públicas; mas con todos los esfuerzos que hicieron, no les fué posible moverla del lugar en que es-
t taba. Mandó, pues, el presidente poner
mucha leña, resina y aceite alrededor de la santa, y encenderlo para abrasarla; y ella, como si estuviese en un jardín muy ameno y delicioso, estuvo segura y queda y sin recibir detrimento. Finalmente la hizo el juez atravesar una espada por el cuello: y estando la bienaventurada virgen herida de muerte, oró todo el tiempo que quiso, y habló cuanto quiso a los cristianos, que estaban, allí presentes, diciéndoles que se consolasen, porque presto la Iglesia tendría paz, y los emperadores que le hacían la guerra dejarían el mundo y el señorío: y luego dio su bendita alma a Dios.
Reflexión: Ni lo tierno de la edad, ni la debilidad del sexo, con que tan de ordinario se disculpan los mundanos para no darse a la virtud, son, como acabas de leer, excusas suficientes. ¿Qué responderán los tales a Cristo, cuando por toda acusación les ponga ante los ojos tantos niños, tantas delicadas doncellas como santa Lucía, que supieron arrebatar el cielo? Si el demonio trata de engañarte con un día que quizás no amanecerá para ti, contéstale que muchos habían diferido su conversión y han muerto sin ver el sol que se prometían. Si te pone delante lo tierno de tu edad, ¡qué! debes exclamar con san Agustín: ¿pudieron estos niños, estas delicadas doncellas conquistar el cielo, y no lo podré yo?
Oración: Óyenos, Señor Salvador nuestro, y como nos regocijamos en la festividad de tu bienaventurada virgen y mártir Lucía, así experimentemos el afecto de una verdadera piedad y devoción. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén,
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San Espiridión, obispo. — 14 de diciembre. ( t siglo IV)
í
El santo obispo y confesor de Cristo san Espiridión nació en la isla ¡de Chipre, en la segunda mitad del siglo III, y fué hijo de padres cristianos. Pasó los primeros años de su vida en el monte, hecho pastor del ganado de su padre, con lo cual se crió en grande simplicidad e inocencia de costumbres, ocupado en admirar las maravillas y perfecciones del Creador en sus criaturas. Llegó a extenderse por toda la isla la fama del santo pastor Espiridión; de tal suerte que fué uno de aquellos confesores a quienes Maximino, creado con Severo, y gran perseguidor de los cristianos, mandó sacar el ojo derecho, cortar el nervio y desjarretar la pierna izquierda, y lo condenó a t rabajar en las minas. Holgóse el santo confesor de haber sido hallado digno de padecer por el nombre de Jesús; y permaneció en su destierro y pesadísimo t rabajo durante algunos años, hasta que con la muerte del perseguidor cesó el destierro y pudo volver a Chipre y gozar de la paz que dio a la santa Iglesia el gran Constantino. Ejercitóse de nuevo en su oficio de pastor, esparciendo más puros rayos de santidad y edificación después de su confesión; hasta que habiendo fallecido el obispo de Tremitunte, en la isla de Chipre, el pueblo y el clero a una voz aclamaron por su sucesor a Espiridión. Resistióse el humilde pastor, alegando su incapacidad, pero inútilmente: y después de recibidas las sagradas órdenes, fué consagrado obispo. Convocóse el concilio de Nicea, en que fué condenado Arrio, siendo Espiridión uno de los prelados que allí, en número de tres-
• I cientos diez y ocho, se reunieron. No faltaron algunos filósofos
j gentiles deseosos de ver aquella | sagrada junta, y aquel como tea-I tro de sabiduría y majestad; y | entre ellos había uno de sutil in-i genio y gran disputador, a quien
los Padres más doctos e ilustra -j dos jamás pudieron convencer. I Pidió Espiridión licencia para I disputar con él; y le propuso con ¡ pocas y sencillas palabras la su
ma de lo que la fe cristiana cree y predica de la Trinidad y de la redención del hombre por Cristo; y después le dijo: «Filósofo, esto es lo que los cristianos creemos: tú ¿qué crees?» Quedó asombrado el gentil, y, como fuera de sí,
respondió: «Yo creo lo que tú crees, y lo tengo por verdad», añadiendo, que cuando se le quiso convencer con razones, con razones había él respondido; mas cuando la virtud de Dios le había hablado por boca de su siervo, no pudo resistir: y se hizo cristiano. También asistió al concilio sardicense y defendió contra los mismos arríanos la fe católica. Finalmente, habiendo corrido la carrera de su peregrinación, ilustre por sus virtudes y por la gloria de sus milagros, dio su bienaventurado espíritu al Señor, que para tanta gloria suya lo había creado.
* Reflexión: ¿Quién no admira el poder
de la gracia, que convierte hasta a los más rudos y sencillos pastorcillos en tan grandes santos? Ella se abre paso a t ravés de todos los obstáculos si cuenta con la cooperación del hombre: y de ahí esa variedad tan asombrosa de santos de todas condiciones, sexos y edades de la Iglesia de Dios. Dichoso tú si, a ejemplo del santo obispo Espiridión, te vales para santificarte de tus mismas ocupaciones. Ofrécelas a Dios cada día por la mañana: levanta durante ellas a menudo tu corazón, y con eso no más, será tu vida una serie no interrumpida de actos de virtud.
Oración: Concédenos, Señor todopoderoso, en la augusta solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Espiridión, xnuevo aumento de devoción y de salud. Por Jesucristo Señor nuestro. Amén.
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San Maximino, abad. — 15 de diciembre. ( t 520)
San Maximino, llamado también Máximo, fué francés y natural de Verdún. Encargóse de su educación- en las letras y en el amor de la virtud y honestidad un tío suyo, sacerdote ejem-plarísimo y varón de gran santidad, por nombre Hospicio. Sucedió, siendo joven Maximino, que la ciudad de Verdún, en que con su tío moraba, faltó a la fidelidad debida a su soberano, re belándose contra Clodoveo rey; el cual para apaciguar y hacer entrar en razón a los verduneses, envió un poderoso ejército a poner sitio a la ciudad rebelde. Aterrada la gente al saber tal noticia, y temerosa del castigo, ya no pensó en otra cosa que en someterse: y acudieron al sacerdote Hospicio para que saliese al encuentro al ofendido rey, y en nombre de toda la ciudad, le pidiese perdón de la injuria y que se dignase levantar la mano del castigo que en ella iba a hacer. Admitió el caritativo sacerdote el encargo, y presentóse a Clodoveo; el cual, enternecido con las súplicas del ministro del Dios.de paz, envainó la espada, apeóse del caballo, besó con humildad y reverencia la mano a Hospicio, di-ciéndole que por su respeto otorgaba el perdón a la ciudad. Quísole el rey elevar a la sede episcopal, que estaba huérfana de pastor; mas no creyéndose Hospicio con fuerzas para tal cargo por su avanzada edad, se excusó; y el rey le significó su voluntad de que siquiera fuese con él a su corte de Orleáns. Accedió el sacerdote: fué allá con Maximino; y cansados de la vida de la corte, se ret i raron a un sitio entre el Loira y el Loi-rette, que les dio Clodoveo, para que levantasen un monasterio e implorasen el favor del cielo para la real familia. Ordenado Maximino de sacerdote y hecho abad del monasterio, se mostró varón poderoso en obras y palabras. Gran número de jóvenes se pusieron bajo la dirección del santo abad, que les infundía amor a la virtud y al trabajo, con el cual convirtieron en campos fértilísimos los eriales contiguos al claustro. A gran número de sus monjes envió a pueblos lejanos a predicar la fe de Cristo y a desterrar los restos de las antiguas idolatrías. Tuvo tal dominio sobre las almas, que de una sola
J mirada componía los ánimos más desaso
segados y calmaba a los iracundos. Su monasterio fué verdaderamente un semillero de varones santos, muchos de los cuales son venerados por tales. Un año en que la ciudad de Orleáns padeció el terrible azote del hambre, abrió a todos los necesitados las trojes de su abadía; y Dios nuestro Señor multiplicó el trigo con tanta abundancia, que bastó para re mediar aquella necesidad. Maximino, después de haber edificado a los suyos con ilustres ejemplos de humildad y caridad, entendiendo que se le acercaba el fin de sus días, reunió a sus monjes, exhortólos a la paz y unión, a la oración y piedad y, recibidos los santos Sacramentos, dio su espíritu al Creador.
Reflexión: Niño aún, fué confiado Máximo al celo de un ejemplar sacerdote. Súpole inspirar este aquel amor tan tierno al bien y a la virtud, y Máximo lo conservó durante toda su vida. Tan cierto es que los caminos del hombre en su avanzada edad, son los mismos que los • de su niñez. No lo olvidéis jamás, padres y madres de familia. Educad bien a vuestros hijos, si los queréis un día hombres honrados. En vuestras manos está su suerte, y si os horroriza la idea de que vuestro hijo pueda ser, cuando mayor, un facineroso, debe horrorizaros también el dejar de corregir sus defectos, cuando aún son tiernos.
Oración: Recomiéndenos, Señor, la intercesión del bienaventurado Maximino abad; para que consigamos por su patrocinio lo que no alcanzamos por nuestros merecimientos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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San Eusebio, obispo y mártir. — 16 de diciembre. (t 371)
San Eusebio, luz de la Iglesia católica, santísimo sacerdote y prelado excelentísimo, y contraveneno de los herejes arr ia-nos, fué natural de Cerdeña, y muerto su padre, trájole. Restituía su madre a Ro-
-ma, y le puso bajo el amparo del pontífice Eusebio, quien le hizo criar e instruir en buenas letras y loables costumbres. De Roma pasó a Vercelli a sazón en que había muerto el obispo de esta ciudad, y fué él elegido para sucesor suyo, con grande oposición de los herejes arríanos, que ya amenazaban y fatigaban a las provincias de occidente. Para formarse un clero fervoroso y santo, estableció que todos los clérigos y sacerdotes viviesen vida monástica, teniendo todo en común, esto es, la comida, la oración, el estudio y el trabajo. Por orden del papa Liberio fué como embajador suyo al emperador Constancio para alcanzar de él que tuviese por bien se juntase un concilio en Milán a fin de contener los pro-
- gresos de la herejía-y sosegar a la Iglesia; y así sucedió. Pero en el concilio procuraron los herejes que se condenase a san Atanasio; y no pudiéndolo recabar de Eusebio y de algunos otros obispos, los desterraron. San Eusebio fué llevado a Escitópolis en la Tebaida superior, y puesto en manos de un obispo acérrimo hereje y tan fiero, que le prendió, el echó en la cárcel, y en ,ella le apretó de manera que le tuvo muchos días sin comer. Desde allí escribió a los fieles de su iglesia animándolos a morir por la fe católica, y dándoles cuenta de los malos t ra tamientos que él sufría por tan noble causa. De Escitópolis fué desterrado por se
gunda vez a Capadocia, l levando con heroica paciencia y ánimo invencible todos estos t rabajos, hasta que por la muerte del emperador quedó libre de sus enemigos los arríanos. Pasó a Alejandría, donde san Atanasio juntaba concilio, y luego a An-tioquía para componer algunas contiendas eclesiásticas. Por orden del papa Liberio fué visitando las iglesias del oriente, que con la tempestad de los arríanos estaban caídas y arruinadas, para levantarlas y poner en ellas ministros católicos y resistir a los herejes, y acabado con grande celo y vigilancia este negocio, volvió el santo pontífice a Italia
y en ella fué recibido como gloriosísimo confesor y valerosísimo capitán de Cristo. En Italia hizo el mismo oficio de sacerdote y médico de las almas, como lo había hecho en oriente, visitando y r e creando las iglesias con increíble alegría y fruto de los católicos y pesar de los malvados herejes: de los cuales fué pr imero arrastrado, después atormentado con varios suplicios y apedreado, y teniendo la cabeza y todo el cuerpo hecho pedazos, acabó gloriosamente su carrera siendo ya casi de ochenta años de edad, y dio su espíritu al Señor, por cuyo gloria había peleado.
Reflexión: Sufrir con fortaleza de ánimo las adversidades: más aún, olvidarse de sus sufrimientos para ser maestro y guía de los que necesitaban instrucción y esfuerzo de ánimo, es una virtud que admiraron en nuestro santo los mismos enemigos de nuestra santa religión. Ni el hambre, ni las prisiones con que sus enemigos le cargaron, fueron parte para que desistiese de instruir desde la cárcel a los fieles. Si no tienes valor para ser maestro de los demás en los infortunios, jamás te olvides de llevarlos con paciencia. Sufrirás aquí un poco de t iempo, y una eternidad de delicias será tu recompensa después.
Oración: Oh Dios, que nos alegras cada año con la festividad de tu bienaventurado mártir y pontífice san Eusebio: concédenos benigno, que pues celebramos su memoria, gocemos también de su protección. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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Santa Olimpiades, viuda. — 17 de diciembre. ( t 410)
La gloriosísima santa Olimpia-des, dechado y espejo de las viudas cristianas, gloria de la Iglesia de oriente, nació de padres muy abastecidos de bienes de fortuna y ella lo fué más de los de gracia. Habiendo quedado huérfana de padre y madre siendo aún muy niña, confióse su educación a una matrona muy honrada y de mucha virtud y r e ligión, por nombre Teodosia; la cual, comprendiendo los deberes que tal confianza le imponía, t ra tó de cumplirlos con gran diligencia y cuidado, infundiendo en el tierno corazón de la huerfani-ta el santo temor y amor del Padre celestial, y la misericordia
con los pobres: y como todo esto lo hacía más con las obras y buen ejemplo que con las palabras, logró que Olimpiades a medida que iba creciendo en edad, creciese también en virtud y sabiduría. Llegada a la edad en que le fué preciso tomar estado, contrajo matrimonio conforme con su posición y más con sus santas y purísimas costumbres, con Nebridio, te sorero del emperador Teodosio el Grande. Mas Dios nuestro Señor, que la destinaba a ser modelo no de matronas casadas, sino de señoras viudas, dispuso que a los diez y ocho meses de su matrimonio la muerte le arrebatase a su marido. Adoró Olimpiades los insondables arícanos de la Providencia, y resolvió no volver a tomar esposo que se le pudiese morir; permaneciendo tan constante en esta su r e solución, que Teodosio, por más que lo procuró, nunca pudo recabar de la santa que aceptase por esposo a Elpidio, caballero español. Ocupaba santamente su vida en obras de piedad y religión, visitando enfermos, abasteciendo de ornamentos y alhajas las iglesias pobres, en lo cual invertía sus abundantes riquezas, considerándose no como dueña de sus bienes, sino como administradora y dispensadora de los dones que de Dios había recibido. La virtud de esta santa viuda fué tan reconocida, que Nectario, arzobispo de Constantinopla, la juzgó digna de ser públicamente elogiada; y, conforme a la costumbre de los primeros siglos, honró a Olimpiades con el título de Diaconisa: y san Juan Crisóstomo, sucesor de Nectario en la sede constantinopolitana, se glorió de tener en su Iglesia una diaconisa de
'* .r la virtud y buen ejemplo de Olimpiades. San Anfiloquio, san Epifanio, san Pedro de Sebaste, y otros esclarecidos y religiosísimos varones la honraron con sus cartas. Al ver la santa viuda la infernal tormenta suscitada por los herejes arria-nos contra la Iglesia de Cristo, rogó al Señor abreviase los días de su vida, y la sacase de este valle de miserias: y el cielo oyó sus súplicas y gemidos llamándola al eterno descanso.
Reflexión: ¡Qué uso tan santo no hizo de las riquezas santa Olimpiades! Las empleó precisamente en lo que Dios quería que las empleara. El quiso que hubiese en el mundo pobres y ricos. Las r i quezas que estos poseen son bienes de Cristo. Ellos solo son sus administradores. ¡Cosa verdaderamente horrible gastar la hacienda de Cristo en diversiones y pasatiempos, mientras haya pobres que socorrer! Si Dios te ha concedido r iquezas, te las ha concedido por los pobres y para los pobres. ¿Cómo te atreves pues a defraudar del tesoro de Cristo empleándolas en otros usos? Pero si en vez de riquezas te ha regalado Dios con pobreza y necesidad, lejos de entristecerse por ello tu corazón, debe alegrarse, considerando que te ha concedido los inmensos tesoros que recogió su divino Hijo en la t ierra. Es que, como a Cristo, te reserva la herencia del cielo.
Oración: Óyenos, oh Dios salvador nuestro; y como nos gozamos en la festividad de la bienaventurada Olimpiades, así sepamos imitarla en su piedad y devoción. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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Nuestra Señora de la O. — 18 de diciembre.
Llámase esta fiesta Nuestra Señora de la O, porque desde las vísperas de ella se comienzan en el oficio divino á decir unas antífonas en el Magníficat, que empiezan por O, y se continúan hasta la víspera de Navidad. Llamóse en un principio fiesta de la Anunciación: y con este nombre se celebró en algunas iglesias de España y se mandó celebrar en toda ella en el concilio Décimo de Toledo en que presidió san Eugenio, arzobispo de aquella ciudad; hasta que san Ildefonso, sucesor suyo, ordenó que se celebrase con el título de la Expectación del Parto. El fin de esta denominación fué recordar los ardientes deseos con que los santos suspiraron por verle nacido y hecho redentor del mundo. Porque ya nuestros pr imeros padres Adán y Eva con esta esperanza aliviaron las penas, a que por su transgresión y desobediencia se vieron sujetados. El mismo Señor confesaba que Abraham había deseado ver su día, esto es, su venida a este mundo; y a los judíos decíales: «Bienaventurados son los ojos que ven lo que vosotros veis; porque muchos reyes y profetas desearon verlo, y no lo alcanzaron.» En efecto: el patriarca Jacob le llamaba «el que ha de ser enviado y será la espectación de las gentes», y añadía: «Señor, yo esperaré a vuestra salud y a vuestro Salvador.» Moisés rogaba a Dios que enviase al que había de enviar. David exclamaba: «Excitad, Señor, vuestra potencia, y venid a salvarnos.» Pero el que con mayor fuerza de razones expresó los deseos de su corazón fué el profeta Isaías: así dice: «Enviad, Señor, aquel Cordero, que ha de señorear todo el mundo». «Ea, cielos, enviad vuestro rocío de allá de lo alto, y las nu-
bes lluevan al Justo: ábrase la ~ '. t ierra y brote y produzca al Sal-
: ' vador». En en otra parte: «¡Oh, si ya rompieses, Señor, esos cielos, y descendieses y acabases de venir!» Pero si todos los santos y profetas por el extremado deseo de la venida del Salvador daban tantas voces y clamores al cielo, ¿qué haría la que era más santa que todos, y tenía más lumbre
I del cielo para conocer y estimar ¡ este soberano beneficio, y más
caridad para desear el remedio de todas nuestras pérdidas y calamidades? Ella sabía que el que traía en su seno virginal era ver-
— ^ dadero hijo suyo y juntamente unigénito del ¡eterno Padre, y que
se acercaba ya aquel bienaventurado día, en que ella había de dar al mundo su Redentor, su Salvador, su vida, su gloria y toda su bienaventuranza. ¡Cómo se desharía de júbilo y gozo su espíritu, viendo que ya eran oídas las súplicas y oraciones de tantos justos, los gemidos de todos los tiempos y naciones, y los continuos ruegos y lágrimas, con que ella hu-mildísimamente había suplicado al Señor que no tardase en venir, y manifestarse vestido de su carne para dar espíritu a los hombres carnales y hacerlos hijos de Dios! Deseaba con un increíble deseo verle ya nacido para adorarle como a su Dios, reverenciarle como a su Señor, y abrazarle y besarle como a su dulcísimo Hijo.
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Reflexión: ¡A grandes deseos, da Dios grandes cosas! ¿Qué tiene pues de extraño que la santísima Virgen cuyos deseos eran tan ardientes, abreviase el tiempo de nuestra redención, como afirman algunos santos Padres? Pero ¿qué de extraño tiene también que nosotros que apenas deseamos sino objetos te r renos, nos hallemos tan atrasados en el camino del espíritu? Levántese nuestro corazón: ame y suspire por las cosas del cielo si quiere ser lleno de las cosas de Dios.
Oración: Oh Dios, que quisiste que, por la embajada de un ángel, tu Verbo se encarnase en las entrañas de la Virgen María: concede a tus humildes siervos, que pues la creemos verdadera Madre de Dios, seamos ayudados por su intercesión para contigo. Por el mismo Señor Jesucristo. Amén.
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San Nemesio, mártir. — 19 de diciembre. (t 250)
Entre los insignes mártires que dieron testimonio Ce la fe de Cristo en la persecución que suscitó contra la Iglesia el impío emperador Decio por los años 250, refiere san Dionisio, obispo de Alejandría, que fué uno de aquellos memorables héroes Nemesio o Nemesíón, egipcio de origen, de costumbres y de idioma. Algunos hombres perversos le acusaron falsamente por cómplice de los crímenes de ciertos malhechores que habían cometido robos y hecho varios homicidios; y al t ratarse de condenarlos, justificó Nemesio su inocencia y el juez le absolvió, declarando la acusación por calumniosa. Irritados los que habían sido autores de ella, le acusaron delante del juez de que era cristiano: y el santo lo confesó sin rodeos. Entonces fué cargado de prisiones y conducido ai prefecto de Egipto, residente en Alejandría. Era aquel prefecto Sabino, hombre sin entrañas y enemigo mortal del nombre de Cristo, que había hecho derramar arroyos de sangre cristiana por todo el Egipto. A esta fiera presentaron al siervo de Dios Nemesio, el cual revestido de aquella fortaleza que daba el Señor a sus ilustres mártires, despreció con t ranquilo semblante todas las promesas y amenazas con que el cruel gobernador trató de rendirle. Ordenó pues el impío prefecto que azotasen cruelmente al santo, y probasen en él los más atroces suplicios; pero como en todos ellos perseverase con gran constancia en confesar a Jesucristo, mandó que juntamente con unos ladrones que había en la cárcel fuese quemado vivo. Cuando Nemesio se vio en el tormento del fuego en medio de dos ladrones, hizo gracias al Señor por la merced que le hacía de poder dar la vida entre dos fascinerosos a semejanza del Redentor del mundo, y en aquel suplicio encomendó su espíritu en las manos de Dios. Junto al tribunal del prefecto había cuatro soldados que eran también cristianos, llamados Ammón, Zenón, Ptolo-meo e Ingenuo, y ,otro nombre llamado Teófilo. Todos estos esforzaban al santo, cuando era atormentado en el caballete, y al ver la serenidad con que padecía, mezclaban sus palabras de exhortación con otras expresiones de santa envidia, y del ardiente deseo que tenían de dar co
mo él la vida por amor de Cristo y la confesión de la fe que profesaban. Habiendo pues sido denunciados ante el cruelísimo gobernador, y temiendo este verse humillado por la constancia con que menospreciarían los tormentos los que h a bían sido testigos del martirio de Nemesio, y le daban mayor ánimo para sufrirlo, determinó que luego les cortasen a todos la cabeza.
Reflexión: Así pagan los santos los favores, y esa es muchas veces la ventaja de las obras buenas en favor del p rójimo. Dichosos de nosotros si con nuestras amonestaciones, o nuestras buenas palabras o ejemplos de virtud, hemos sido parte para que un alma persevere en l a santa vida que emprendiera. Estará continuamente orando ante el acatamiento divino para que seamos también nosotros partícipes de su dicha. ¿Hemos descuidado hasta aquí manera de proceder tan gananciosa para nosotros? Si el mundo nos ofreciese doblada paga de terreno-interés, ¿cuáles no serían nuestros esfuerzos para legrarle? Todos nuestros, pensamientos, todas nuestras ansias se concentrarían en ese punto y aun nos parecería haber hecho muy poco si dejábamos perder algo. ¿Cómo nos cuidamos pues tan poco de nuestra ganancia espiritual?
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para la gloria, de tu bienaventurado mártir Nemesio, por su intercesión crezca en nosotros el amor de tu santo Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santo Domingo de Silos, confesor. — 20 de diciembre. (t 1003)
El admirable taumaturgo santo Domingo de Silos, fué natural de Cañas, pequeño lugar de la Rio ja, y en su niñez se ejercitó en apacentar el ganado de su padre, después de lo cual se apartó a hacer vida solitaria y de contemplación. Pa-reciéndole más segura la vida religiosa, se hizo monje en el monasterio de San Millán, de Padres benedictinos, en donde estudió con gran provecho las divinas letras, y ordenado de sacerdote, diéronle el cargo de cura de Santa María de Cañas. Tan buena cuenta ,dió de este oficio, que le llamaron a San Millán y le hicieron prior del monasterio. Aquí dió aquella muestra de tesón y santa libertad resistiendo al rey de Navarra don «García, que por su propia autoridad y con violencia intentó sacar ciertas joyas y el oro y la plata de la sacristía del convento; por lo cual le desterró el rey con algunos de sus monjes. Acogióse Domingo a Fernando I, rey de Castilla y de León, de quien fué recibido con benevolencia y amor, y su fama de santidad empezó a extenderse por España. Habiendo decaído en lo espiritual y temporal el insigne monasterio de Silos; el rey no halló remedio más eficaz para reparar sus pérdidas, que confiarlo a santo Domingo nombrándole su abad. Durante veintitrés años lo gobernó con admirable ejemplo de vida, maravilloso celo y grande acrecentamiento de sus monjes en virtud y perfección. Resplandeció en muchas y grandes maravillas, que Dios obró por él, sanando a los ciegos, cojos, tullidos y otros enfermos de diversas enfermedades; pero en la que principalmente se señaló,
fué en socorrer' a los cristianos cautivos de los moros, que a la sazón eran muchos. Fué esto con tan grande extremo, que encomendándose a él desae sus mazmorras los cautivos, se hallaban a deshora en tierra de cristianos, y aun a las puertas de su monasterio, dejando allí por testimonio las cadenas y grillos de su cautiverio; y fueron tantos los despojos que los cautivos depositaron en el templo, que decían por refrán en Castilla: «No te bastarán los hierros de santo Domingo»: y no solamente en el templo ide santo Domingo colgaban los cautivos sus cadenas, sino también en otros santuarios
y oratorios de su advocación, como se veían siglos después en la iglesia de Jesús del Monte, junto a la villa de Lo-ranca de Tajuña, que antes había sido ermita de santo Domingo. Fué gran devota de este santo doña Juana de Aza la cual en el monasterio de Silos hizo fervorosa oración, velando ante el sepulcro del santo y suplicándole la gracia de un dichoso parto, al cual estaba próxima: y por su intercesión tuvo un hijo, a quien puso el nombre de su favorecedor, y más tarde fué santo y fundador de la esclarecida orden de predicadores, martillo de los herejes e instituidor del santísimo Rosario: este fué santo Domingo de Guzmán. Finalmente llamó a sus monjes, les dió muy saludables documentos; y recibidos los santos Sacramentos, dió su alma al Señor.
Reflexión: Ni amenazas, ni castigos deben arredrarnos a imitación de nuestro santo, cuando se trate de defender los intereses divinos. El te ha confiado la honra de su santísimo nombre. ¿Cómo te muestras tan cobarde al oír una blasfemia que la hace pedazos, y no atajas con severa reprensión aquella maldita lengua, si no puedes amordazarla?
Oración: Oh Dios, que ilustraste tu Iglesia con los esclarecidos merecimientos del bienaventurado confesor santo Domingo, y la alegraste con los ilustres milagros obrados para redención de cautivos: concédenos a tus siervos, que aprendamos de sus ejemplos y que por su intercesión nos veamos libres de la servidumbre de todos los vicios. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santo Tomás, apóstol. — 21 de diciembre. (t siglo I)
Fué santo Tomás de nación ga-lileo y uno de los doce escogidos por el Señor para predicadores de su Evangelio, y conquistadores del mundo. Sábese de él que cuando Cristo nuestro Señor qui -so volver a Judea para resucitar a Lázaro, diciéndole los otros discípulos que no fuese, porque poco antes los judíos le habían querido apedrear, solo santo Tomás con grande ánimo dijo: «Vayamos nosotros también, y con él muramos.» Y en el sermón de la cena, como el Señor dijese que iba a prepararles lugar y que sabían el camino por donde iba, díjole el santo: «Señor, -no sabemos a dónde vas; y ¿cómo podemos saber el camino?» Finalmente, no estaba Tomás con las otros apóstoles
cuando el mismo día de la resurrección se les apareció Jesús glorioso y triunfante; y no creyendo después a los que le habían visto y tocado; dijo aquellas palabras: «Si no viere yo con mis ojos las llagas de los clavos en sus manos, y no entrare mis dedos en ellas, y si no pusiere mi mano en su costado, no creeré» que es él y que está vivo. Y el benignísimo Señor, volviendo después de ocho días a aparecérsele, estando entre ellos Tomás, se volvió a él y le dijo: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y toca mi costado: y no quieras ser incrédulo, sino fiel.» Quedó asombrado Tomás con la vista y dulzura del Salvador: y atónito con la novedad y derretido de gozo, exclamó: «Señor mío y Dios mío»: confesando que aquel Señor que había muerto en la cruz y ahora veía r e sucitado, era verdadero Hijo de Dios. Algunos días después, yendo san Pedro a pescar, llevó consigo algunos de los apóstoles y discípulos, entre ellos a Tomás: y como hubiesen gastado toda la noche sin provecho alguno, aparecióseles a la mañana el Salvador en la ribera, y les mandó que echasen la red a la parte derecha de la barca. Después que recibió el Espíritu Santo con los demás apóstoles y hubo predicado el Evangelio en Jerusa-lén y en Judea, cúpole en suerte predicarlo a los persas y a los medos, y luego a los habitantes de la India, obrando en todos estos países numerosísimas conversiones; hasta que en Calamina, ciudad de la India, se vio muy perseguido del
rey idólatra, el cual después de haberle hecho padecer cruelísimos tormentos, lo mandó atravesar con una lanza. Alzó el santo apóstol los ojos al cielo, invocó el nombre de Jesucristo, suplicándole perdonase a sus verdugos y conservase en la fe los nuevos cristianos que por su medio se habían convertido. Permanecieron ocultas sus sagradas reliquias, hasta que Juan III, rey de Portugal, procuró con gran diligencia descubrirlas, aunque sin provecho; mas insistiendo en su santo propósito, después de nuevas diligencias, excavando en la pared de una capilla en la ciudad de Meliapur, descubrióse en 1523 un sepulcro en forma de nicho, dentro del cual se hallaron los santos huesos, una redoma con sangre, y la punta de la lanza, instrumento de su martirio.
Reflexión: Pasma el entrañabilísimo amor de nuestro Salvador para con los pecadores. A Pedro que le había negado tres veces, se le aparece el primero entre los discípulos; y a santo Tomás, que se resistía a creer en su resurrección, le re gala con el tierno favor de permitirle meter sus dedos en su santísimo costado. J a más te han de desalentar tus .faltas, por grandes que hayan sido. Llóralas de corazón, y no temas que Dios te mire airado por ellas.
Oración: Concédenos, Señor, que nos gloriemos en la solemnidad de tu bienaventurado apóstol santo Tomás, para que seamos ayudados de su patrocinio, y con devoción conveniente imitemos su fe. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
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San Isquirión, mártir. — 22 de diciembre. (t 253)
Imperando Decio, levantóse una terrible persecución que hizo grandes estragos en la cristiandad, y señaladamente en la iglesia de Egipto, a la sazón harto floreciente: y como al paso que iba multiplicándose la muchedumbre de los fieles, y creciendo en fervor, se encendiese también la saña de los gentiles, que .por sus vicios y liviandades se hacían indignos de la luz de la fe; no podían sufrir los buenos ejemplos de los cristianos, y se aprovechaban de la licencia que los edictos de los tiranos les concedían, no sólo para delatarlos ante los tribunales, mas también para maltratarlos con grande inhumanidad. Servía por este tiempo en la casa de un magistrado gentil, el siervo de Cristo, Isquirión, el cual cumplía con gran diligencia cuanto su amo le mandaba, y por esta causa era de él muy estimado y tenido como criado de su confianza. Guardábase de los vicios que solían acompañar a los criados de otros señores; era sufrido y respetuoso, y tan inclinado a la caridad y misericordia, que de su mismo salario, socorría las necesidades de los pobres, y consolaba con gran caridad y gracia a los afligidos. Estas virtudes parecían bien a su. amo, aunque idólatra y de malas costumbres; lo que no podía ver con buenos ojos, era que se apartase Isquirión de todas las fiestas y sacrificios que se hacían en honra de los dioses, y nunca quisiese asistir a los r e gocijos de tales ¡días; negábase también a comer carnes sacrificadas a los ídolos, por los cual sospechó el amo que Isquirión era cristiano. Comenzó pues a amonestarle que se sacrificase y se confor
mase con los demás criados de su condición, que en todo obedecían a la voluntad de sus dueños; a lo cual respondió Isquirión que la ley que profesaba, le obligaba a dar a los hombres lo que se debe a los hombres, y a Dios lo que es de Dios. «¿Eres por ventura cristiano?», le p re guntó el amo lleno de cólera. «Sí, cristiano soy». A lo que replicó el amo: «Yo te arrancaré de las entrañas esa superstición cristiana, que te obliga a quebrantar las órdenes del César, a blasfemar de los dioses inmortales, y a faltar a la obediencia que me debes». Así amenazaba el amo m u chas veces al siervo fidelísimo de
Cristo, hasta que viéndole tan constante, que no hacía caso de ninguna clase de promesas y amenazas, tomó un día un palo agudo que halló a la mano, y se lo metió en el vientre. Hincóse de rodillas Isquirión, y rogando a Jesucristo que perdonase a su inhumano señor, recibió en aquel suplicio la corona de los mártires.
Reflexión: Hasta a los mandatos de los gentiles e idólatras debe extenderse nuestra obediencia, cuando legítimamente constituidos, nos exigen actos conformes a la ley divina. Sólo a Dios se le debe incondicional obediencia. A todas las demás autoridades, por respetables que sean, condicional; en cuanto no ordenan algo contrario a la ley de Dios. Esto m u chas veces nos acarreará disgustos, p r i vaciones', suma necesidad como a los m á r tires: pero se trata de perder a Dios o a los hombres, y ningún cristiano debe vacilar en perder antes todo el mundo por conservar la gracia de su Creador. Los amos y superiores jamás deben constituirse en tiranos del gentilismo, exigiendo de sus subditos actos que sin pe cado no los pueden practicar. Pero si a l guno tuviese la desgracia de caer debajo de alguno de éstos, debe decirle resueltamente que entre Dios y el César escoge a Dios, y no dude de su especialísima ayuda en la lucha.
Oración: Rogárnoste, oh Dios todopoderoso, que por la intercesión de tu bienaventurado mártir Isquirión, nos libres de las aflicciones del cuerpo y de los malos pensamientos del alma. Por Jesucr isto, nuestro Señor. Amén.
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San Sérvulo, confesor. — 23 de diciembre. (t 590)
£] admirare varón san Sérvulo fué un pobre mendigo y toda su vida paralítico, mereciendo que todo un romano pontífice como san Gregorio el Grande, escribiese la historia de su santa vida con estas palabras: «En el portal .que va a la iglesia de san Clemente (en Roma), hubo un pobre hombre que se llamaba Sérvulo, que muchos de los que aquí están y yo mismo conocimos. Era pobre de hacienda y rico de. merecimientos y consumido con una larga enfermedad; porque desde sus primeros años hasta el fin de su vida estuvo paralítico y echado en una camilla. No hay para qué decir que no se podía levantar; pues aun no podía estar sentado en ella, ni llegar la mano a la boca, ni volverse de un lado a otro. Tenía madre y un hermano que le asistían y ayudaban, por cuyas manos daba a los pobres lo_ que a él le daban de limosna. No sabía letras, y hacía comprar libros de la sagrada Escritura, y rogaba a los religiosos que se las leyesen continuamente: y así, aunque era hombre sin estudios, vino a saber de la sagrada Escritura lo que le bastaba y a su persona y estado convenía. En sus dolores procuraba hacer siempre gracias al Señor que con ellos le visitaba y daba ocasión de grandes merecimientos, y de día y de noche cantábale himnos y alabanzas. Vino el tiempo en que Dios nuestro Señor quería remunerar su paciencia; y" el mal, que estaba derramado por todo el cuerpo, recogióse al corazón: y entendiendo él que se acercaba la hora de su muerte, rogó a los peregrinos que estaban en el hospital, que se levantasen y cantasen con él algunos salmos, esperando la gloriosa hora de su dichoso tránsito. Al tiempo que él mismo estando a la muerte, cantaba con ellos, los detuvo, y con una gran voz les dijo: Callad: ¿no oís las voces que resuenan en el cielo? Y estando el alma atenta a lo que había oído, suelta de aquel cuerpo tan quebrantado y consumido, voló al cielo: y en aquel momento mismo se llenó todo aquel lugar de una suavísima fragancia, que sintieron todos cuantos allí presentes estaban; y por ella entendieron que aquella bendita alma, rica de merecimientos y adornada de perfectísimas virtudes, había sido re -
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iía cibida en el cielo, de donde Sérvulo había ino oído aquellas voces y dulce consonancia, ro. Uno de nuestros monjes, que aun es vivo, is- estuvo presente: y con lágrimas suele iba afirmar lo que allí vio: y dice que siem-li- pre sintió él y los otros que allí estaban, :ar aquel olor suavísimo hasta que le acaba-iba ron de enterrar. Este es el fin de aquel t i - que en vida tuvo tanta paciencia para sin sufrir los azotes de Dios; y la buena tie-Ss- rra que había sido rota con el arado de ma la tribulación, dio fruto y copiosa cose-:u- cha, que fué recogida en el granero del iue Señor».
^ Reflexión: Ahora yo os ruego, añade . " san Gregorio, hermanos carísimos, que
penséis cómo nos podremos excusar en j " el día riguroso del juicio, habiendo reci-' bido hacienda y manos para trabajar y
-,~ cumplir los mandamientos de Dios, y no L lo haciendo, viendo que un hombre sin
| manos tan de veras se empleó en su ser-vicio. No nos reprenderá entonces el Se-
asa ^ o r c o n e* e J e m P l ° de sus apóstoles, que IDO c o n s u P r edicación convirtieron tantas al-*? mas y las llevaron consigo al cielo; no •añ n o s P o n d r a delante a los valerosos már-c e s tires, que con su sangre compraron la co
gí roña de la gloria; sino a este pobre Sér-lf.a vulo, que aunque tuvo atados los brazos )n_ con la enfermedad, no los tuvo atados in_ para obrar bien y cumplir la ley de Dios.
de Oración: Concédenos, Señor, que imi-:on tando en la tierra los ejemplos de tu po-
y bre siervo el bienaventurado Sérvulo, i ta participemos con él de las riquezas eter-*da nales en el cielo. Por nuestro Señor J e -re- sucristo. Amén.
371
San Gregorio, presbítero y mártir. — 24 de diciembre.
Movieron los emperadores Diocleciano y Maximiano, a principios del siglo III, una de las más crueles persecuciones que ha padecido la Iglesia; pues habiéndoles persuadido Flaco, hombre cruelísimo, que levantasen en todas partes simulacros de los dioses romanos, a quienes todos los vasallos dei imperio debiesen ofrecer sacrificios, fácilmente se podrían descubrir así los que eran cristianos. Agradó 'esta diabólica invención a los emperadores, y Maximiano encomendó al mismo Flaco que la pusiese por obra. Entró pues este tirano en Espoleto, y sentado en un gran tribunal levantado en medio de la plaza, donde había concurrido todo el pueblo, preguntó a Tircano, juez de la ciudad, si todos adoraban a los dioses del imperio. Respondióle el juez: «Todos adoran a J ú piter, a Minerva y a Esculapio, nuestros inmortales dioses que miran propicios a todo el universo», con lo cual quedó Flaco satisfecho, y mandó retirar al pueblo. Pero había a la sazón en la ciudad un presbítero cristiano llamado Gregorio, admirable por los muchos portentos que obraba todos los días, curando a los enfermos, librando a los endemoniados, y reduciendo a muchos a la fe de Cristo. Delatado a Flaco, mandó éste a cuarenta soldados que le trajesen preso al santo presbítero, y luego que lo tuvo a su presencia le preguntó con grande enojo: «¿Eres tú el Gregorio de Espoleto, r e belde a los emperadores y a los dioses?» Respondió el santo: «Yo' soy Gregorio, siervo del Dios verdadero; no de tus dioses que fueron criaturas torpes y abominables, como se acredita por vuestras mismas historias». Fuera de sí el tirano al
oír tal respuesta, mandó que le deshiciesen la cara a bofetadas; amenazóle luego con grandes suplicios si se negaba a sacrificar a los dioses; a lo que contestó el santo: «Yo no sacrifico a los demonios». Entonces ordenó
• Flaco apalearle con varas nudosas como a vil esclavo, y .echarle después en medio de una grande hoguera. Rogó el mártir al Señor que le librase de las llamas, como libró a los tres mancebos del horno de Babilonia, y así lo hizo, sucediendo en aquellos instantes un espantoso terremoto que arruinó gran parte de la población, en la que murieron más de quinientos cin
cuenta idólatras. El mismo impío Flaco huyó precipitadamente, encargando a Tircano que volviese al mártir a la cárcel. El día siguiente mandó que le quebrantasen las piernas, que le aplicasen a los costados hachas encendidas, y finalmente mandó que le degollasen en medio del anfiteatro. Ejecutada la sentencia de muerte, soltaron las fieras para que devorasen el sagrado cadáver^ pero éstas, olvidadas de su natural crueldad, le veneraron inclinando delante de él las cabezas sin osar tocarle; por cuyas maravillas todo el pueblo comenzó a clamar a grandes voces: ¡Grande es el Dios de los cristianos! y se convirtieron a la fe muchos gentiles. Aquel mismo día murió Flaco desastrosamente, vomitando las entrañas por la boca. Una señora cristiana llamada Abundancia, compró a Tircano el cadáver de Gregorio, y lo embalsamó con preciosos aromas. Sus reliquias se veneran en la iglesia de Colonia.
Reflexión: Así castiga Dios aun en esta vida a los que afligen a sus siervos. No se engañe tu corazón con prometerse por lo menos aquí una vida toda llena de placeres, dudando, como los impíos, de la futura. En medio del festín Je alcanzó a Baltasar la ira de Dios: a Flaco cuando menos lo pensaba. ¿Quién te ha asegurado que no te pasará lo mismo al primer mandamiento que quebrantes?
Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo, de tu bienaventurado mártir Gregorio, por su intercesión se acreciente en nosotros el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
372
El Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. — 25 de diciembre.
El texto del santo Evangelio dice así: «Sucedió pues en aquellos días, que se promulgó edicto de César Augusto, ordenando que todo el mundo se empadronase. Este fué el primer empadronamiento llevado a cabo por Ciri-no, gobernador de la Siria; y todos iban a inscribirse, cada uno a la ciudad de donde traía origen. Siendo pues José de la casa y familia de David, subió desde Nazareth, ciudad de Galilea, a la ciudad de David, llamada Bethle-hem, que está en Judea, para empadronarse, y llevó consigo a su esposa, que estaba p r e ñ a d a . Aconteció pues, que cuando allí estaban, se cumplió para la Virgen el tiempo del parto, y dio a luz a su primogénito Hijo, y le envolvió en pañales y le reclinó en el pesebre, porque ya no había lugar para ellos en la posada. Estaban velando en aquella comarca unos pastores que guardaban de noche el ganado, cuando de improviso un ángel del Señor apareció junto a ellos, cercándolos con el resplandor de una luz divina, lo cual los puso en grande espanto. Díjoles entonces el ángel: No temáis; que vengo a daros una nueva que ha de ser de grande gozo a todo el pueblo: y es, que hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo Señor vuestro. Y esta es la seña que os doy: hallaréis al Infante envuelto en pañales y re costado en el pesebre. En este instante apareció con el ángel un numeroso coro del ejército celestial que alababa a Dios y decía: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». (Luc. II).
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Reflexión: Acércate, cristiano, como aquellos sencillos pastores a adorar en el pesebre al infante Jesús, al Mesías prometido, al Verbo de Dios encarnado, al Rey de los reyes, al Dios de inmensa majestad y grandeza, hecho hombre por nuestro amor, y por nuestro amor y ejemplo rodeado de todas nuestras miserias. Ya tenemos un hermano que es Dios. ¿Por qué piensas que se ha hecho hombre, sino para levantar la naturaleza hu mana a las alturas de su divinidad? Y si Cristo la ha encumbrado tanto ¿por qué te empeñas en degradarla dejándote
arrastrar de las más viles pasiones? Un rey tiene a menos el ocuparse en oficios indignos de su elevado puesto. ¿Cómo se atreve el hombre, hermano de Cristo desde hoy, a envilecerse hasta el punto de hacerse esclavo de sus concupiscencias? «Mayor eres y para mayores cosas has nacido». El cielo es tu patria y tu reino. Tu ocupación debe ser seguir las huellas de este Dios hecho hombre por tu salud. «Demos pues gracias a Dios Padre, por su Hijo en el Espíritu Santo, el cual por la grande caridad con que nos amó se compadeció de nosotros, y cuando estábamos muertos por el pecado, nos dio la vida con Cristo, para que fuésemos en él nueva criatura y nueva obra de sus manos. Despojémonos pues de nuestro hombre viejo y de su antiguo proceder, y pues hemos sido regenerados en Cristo, renunciemos a las obras de la carne. Reconoce, oh cristiano, tu dignidad; y hecho partícipe de la divina naturaleza, no quieras volver a la antigua vileza por una conducta que te degrada. Acuérdate de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro, y recuerda cómo libertado de la potestad de las tinieblas, fuiste trasladado a la lumbre y al reino de Dios». (S. León pap. serm. X, de Nativit. Dómini).
*
Oración: Concédenos, te rogamos, omnipotente Dios, que el nuevo nacimiento de tu Hijo, según la carne, nos libre del yugo del pecado a los que nos hallamos aún en la antigua servidumbre. Por J e sucristo tu Hijo y Señor nuestro. Amén.
373
San Esteban, el primer mártir 26 de diciembre. (t el séptimo mes después de la Ascensión de Cristo al cielo)
El primero que selló con su sangre la fe de Jesucristo, fué el glorioso san Esteban, uno de los siete varones escogidos entre los primeros cristianos, como hombre de mejor reputación y más lleno del Espíritu Santo y de su sabiduría, a quienes encargaron los apóstoles la distribución de las limosnas a los pobres y a las viudas de Jerusalén, mientras ellos se ocupaban en predicar la divina palabra y en hacer oración. Como san Esteban, lleno de gracia y poder de Dios, hiciese grandes prodigios y milagros en el pueblo, y el número de los discípulos, no solamente de los plebeyos, sino también de los sacerdotes, creciese en gran manera; levantáronse muchos judíos graves y doctos a disputar con Esteban; mas no podían resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos que dijesen haberle oído hablar palabras de blasfemias contra Moisés y Dios, y conmovieron al pueblo y a los ancianos y a los escribas, y arremetiendo a él, le arrebataron y trajeron al concilio, acusándolo de blasfemo. Y en señal de su inocencia dispuso el Señor que todos los que en el concilio se hallaban, puestos los ojos en él, viesen su rostro como el de un ángel. Preguntóle el príncipe de los sacerdotes si eran verdad aquellos cargos que le hacían. Y él respondió probándoles con un largo y elocuente razonamiento cómo ni ellos ni sus padres habían observado la ley, que el Señor, por medio de Moisés, les había dado; antes al contrario, duros de corazón como eran, y resistiendo siempre al Espíritu Santo, habían perseguido y dado
muerte a los profetas que les anunciaban a Cristo, a quien ellos acababan de condenar y crucificar. Oyendo estas razones, concibieron grande enojo contra él; mas Esteban, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a la diestra del Padre. Di joles él lo que veía; y ellos, dando grandes voces, y tapándose los oídos por no oir lo que tenían por gran blasfemia, arremetieron a una contra él, y echándolo fuera de la ciudad de Je ru salén, le apedreaban; y para hacerlo con mayor desembarazo y menos estorbo, se quitaron los mantos, y los entregaron a un mancebo, que se llamaba Saulo,
y después fué el apóstol san Pablo, para que se los guardase. Siguieron, pues, arrojando, ciegos de furor y de rabia, grandes piedras contra Esteban: mas él con grande paz y no menor constancia, iba invocando el nombre de Jesús, y pidiendo al Señor que recibiese su espíritu: y puesto de rodillas clamó a grandes voces: «Señor, no les imputes este pecado». Y dicho esto, murió. Y Saulo consentía en su muerte. Y el mismo día se hizo una grande persecución en aquella fervorosa Iglesia, que estaba en Jerusalén: y todos los discípulos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaría, excepto los apóstoles que quedaron allí ocultos. Unos piadosos varones, a pesar del tumulto, recogieron el sagrado cadáver del santo protomártir, lo llevaron a enterrar, e hicieron gran llanto sobre él.
Reflexión: Ninguna región del orbe, dice san Agustín, ignora los méritos de este bienaventurado márt i r ; porque padeció en el origen de la Iglesia, a saber, en la misma ciudad de Jerusalén. Por confesar a Cristo fué apedreado de los judíos y mereció la corona que llevaba significada en su mismo nombre, porque Esteban en lengua griega vale lo mismo que corona. (San Agust. sem. II, de S. Esteban).
Oración: Concédenos, Señor, que imitemos lo que veneramos, aprendiendo a perdonar a los enemigos; pues celebramos el nacimiento para el cielo de aquel que supo rogar por sus perseguidores a tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo. Amén.
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San Juan, apóstol y evangelista 27 de diciembre. (t íoi)
El bienaventurado p r o f e t a , apóstol, evangelista y mártir san Juan, el discípulo, amado del Señor, fué natural de Betsaida en Galilea, pescador de oficio, como su hermano Santiago y su padre Zebedeo. Llamado por Cristo al apostolado, fuéle m u d a d o su nombre en Boanerges, esto es, rayo o hijo del trueno. Fué uno de los tres apóstoles más íntimos del Señor. Con Pedro y con Santiago fué admitido a la resurrección de la hija de Jairo, a ser testigo de la transfiguración en el monte Tabor y de la agonía de Cristo en el huerto de Getse-maní, la noche que precedió al día de la pasión; y en la última cena mereció recostarse en el pecho del Señor. Fué el único apóstol que tuvo amor y valentía para acompañar al Señor en su crucifixión y muerte, mereciendo en recompensa que Cristo al morir le dejase por hijo a su Madre benditísima, y a ella le recomendase a Juan que le tuviese en lugar de hijo: y Juan cumplió desde entonces con la Virgen Santísima todos los deberes de un hijo fiel y amante. Resucitado el Señor, fué con san Pedro al sepulcro, y por respeto a Pedro, no entró hasta que él hubo llegado y entrado primero. Después de la Ascensión de Cristo al cielo, san Juan predicó el Evangelio en Judea; y más tarde pasó a Efeso, donde estableció su residencia y formó una comunidad de fervorosos cristianos, que fué como el alma de las demás comunidades vecinas. Sabiendo lo cual el cruel emperador Do-miciano, mandóle prender, y cargado de cadenas y de años, fué conducido a Roma, donde le mandó echar en una tina de aceite hirviendo en presencia del senado y de numeroso pueblo; mas por virtud de Dios salió san Juan de la tina más puro y resplandeciente y con más vigor que había entrado. Entonces le desterró Domiciano a la pequeña isla de Pat-mos, poblada de infieles, a los cuales p re dicó el Evangelio y los convirtió a la fe. Aquí tuvo admirables revelaciones del cielo y escribió el libro de ellas, que llamamos Apocalipsis. Muerto Domiciano, san Juan volvió a Efeso, y a instancias de los obispos del Oriente, escribió el
J cuarto Evangelio, en cuyo principio, como águila real, de un vuelo se levanta a la
divina generación del Verbo del Padre y de allí desciende a la creación de todas las cosas del .mundo visible e invisible por medio del mismo Verbo. Escribió a,demás tres cartas o epístolas canónicas, en las cuales nos dejó un fiel trasunto de la ardiente caridad y amor a Dios y a los hombres en que ardía su seráfico pecho. Llegado a la suma vejez, hacíase trasladar a las reuniones de los fieles y no cesaba de recomendarles que se amasen unos a otros. Cansados ellos, preguntáronle por. qué les repetía siempre lo mismo. Respondió él: «Este es el mandamiento del Señor, y quien lo cumple, hace cuanto debe». Llegó a la edad de cien años, y fué el único apóstol que no perdió la vida en los tormentos. Murió en Efeso entre las lágrimas y las oraciones de los fieles.
Reflexión: Aprendamos en este glorioso apóstol y evangelista la liberalidad con que recompensa Dios a los que le siguen y acompañan en sus trabajos. Por haber estado él al pie de la cruz, mereció oir del Señor estas palabras: «He ahí a tu Madre»; como si le dijera: Buen galardón recibes por todo el amor que me has mostrado; dejaste tus padres, yo te dejo mi Madre; dejaste un barquichuelo, yo te dejo esta arca de salvación. Dichoso quien tiene a María por madre: dichoso quien es digno hijo de María.
Oración: Derrama, benigno Señor, tu luz sobre la Iglesia, a fin de que iluminada por la doctrina de tu bienaventurado apóstol y evangelista san Juan, alcance los dones Sempiternos. Por Jesucristo Señor nuestro. Amén.
375
Los santos Inocentes, mártires. — 28 de diciembre.
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Cuando Cristo nuestro Señor nació, hacía treinta años que reinaba en Judea Herodes Ascalonita, extranjero, aborrecido por los judíos por su fiereza y mala condición. Vinieron a Jerusalen los Magos, creyendo que en esta metrópoli del reino habría nacido el Rey de los judíos, que la estrella les había anunciado. Turbado Herodes, e informado de que el Mesías prometido había de nacer en Belén de Judá, enteróse muy particularmente de los Magos acerca de la estrella y del tiempo en que se les había aparecido, y les encargó que fuesen a Belén, que adorasen al santo Niño, y volviesen a darle cuenta de lo que habían hallado, para que él también le fuese a adorar. Fueron allá los reyes Magos; mas el ángel del Señor les avisó que no se volviesen por Jerusalen, sino por otro camino, como lo hicieron. Enojóse Herodes al creerse engañado: y carcomiéndose de su propia ambición, y lleno de saña y furor, determinó por todos los caminos que pudiese, matar a aquel Niño, a quien él temía, y pensaba que le había de quitar el reino. Entonces el ángel del Señor apareció a san José, y le mandó que con el Niño y la Madre huyese a Egipto. Estaba ya a salvo el único Niño a quien quería matar Herodes, cuando el hombre malvado, ciego con la pasión, llama a los soldados, capitanes y ministros de su crueldad, y les da orden de que pasen a cuchillo todos los niños que en los dos últimos años hubiesen nacido no solamente en Belén, sino además en todos los pueblos y aldeas de su comarca. Armados con este impío y cruel mandato aquellos crueles carniceros dieron como lobos en una manada de inocentes corderos, sin que fuese parte
para ablandar aquellos feroces e inhumanos pechos el fiero y lastimoso espectáculo que ofrecían los alaridos de las madres, las heridas de los niños inocentes, y la sangre de aquellos puros y tiernos corderitos, que por todas partes corría; pues fueron más de dos mil los que murieron a sus manos. El único que no cayó en ellas, fué aquel precisamente que Herodes pretendía matar. Tan atroz e inhumana maldad castigóla el Señor, dando al bár baro rey una multitud de tantas y tan agudas enfermedades, que todo su cuerpo era un retablo de dolores: porque tenía las entrañas llenas de llagas y dolores
cólicos, los pies hinchados, algunas partes del cuerpo hechas hervidero de gusanos, los nervios contrahechos, la respiración dificultosa, y de todo su cuerpo salía un olor tan pestilencial, que no se podía sufrir: y vino a tan grande aborrecimiento de sí mismo, que pidió un cuchillo con intento de matarse; y hu -biéralo hecho, si un- nieto suyo no se lo hubiese estorbado. Tal fué el fin de este hombre tan ambicioso y tan cruel.
Reflexión: Mueren, dice san Agustín, los niños inocentes por Cristo, y la inocencia muere por la justicia. ¡Qué bienaventurada edad fué aquella, que no pu-diendo aún nombrar a Cristo, mereció morir por Cristo! ¡Qué dichosamente murieron aquellos, a quienes entrando en esta vida, tuvo fin su vida; pero el fin de su vida temporal fué el principio de la eterna y bienaventurada. Apenas habían llegado a los pañales y cunas de la niñez, cuando recibieron la corona: son arrebatados de los brazos de sus madres para ser colocados en el seno de los ángeles.
. Oración: Oh Dios, cuya gloria confesaron los inocentes mártires no con palabras, sino con su sangre: mortifica en nosotros todos los vicios, a fin de que nuestra vida y costumbres sean una confesión de aquella fe, que de palabra profesamos. Por Jesucristo, nuestro Señor. ^ Amén.
376
Sto. Tomás de Cantorbery, arzobispo y mártir. (t 1170)
29 de diciembre
El invicto defensor de la inmunidad eclesiástica y glorioso mártir de Cristo santo Tomás, nació en Londres de padres np-bles, ricos y piadosos. Aprendió desde niño las bellas letras con grande aprovechamiento, y ya desde joven fué de. loables costumbres, de gentil disposición, hermoso de rostro, en sus palabras modesto y grave, y tan ami- , go de la verdad, que ni aun burlando se apartaba de ella. Con tales prendas tanto se hizo amar del arzobispo de Cantorbery que el' buen prelado le admitió en su servicio, y le hizo arcediano de su iglesia, y luego por consejo suyo el rey Enrique II le hizo su cancelario y le confió la educación de su - hijo, llamado también Enrique; y muerto el arzobispo, quiso a todo trance que ocupara la sede primada de Cantorbery, Tomás su cancelario, a pesar de su firme resistencia. Hecho arzobispo, asistió a un concilio celebrado en Tours, en que presidió el papa Alejandro III: y vuelto a Inglaterra, tuvo que luchar denodadamente contra el' rey, su grande amigo y protector; el cual pretendía dar algunas leyes muy perjudiciales a la Iglesia y contrarias a su divina autoridad. Tomó el rey grandes medios de promesas y amenazas, de blanduras y espantos para atraer al santo prelado a su voluntad; mas todo fué inútil; con lo cual es increíble el odio que tomó contra el santo, teniéndole por ingrato y desconocido a las mercedes que le había hecho. Para evitar mayores males, salió de Inglaterra el santo arzobispo y pasó a Flandes. Sintiólo el rey; dio contra él quejas al Papa; quiso este oír al prelado, para lo cual pasó a Roma, en donde el pontífice le oyó, y le animó a seguir en su buen propósito; mas para aplacar al rey, le aconsejó que se recogiese a una casa religiosa, como lo hizo, retirándose a un monasterio de la orden del Císter en Francia. Y como el rey amenazase a los monjes cistercienses de toda Inglaterra con echarles de su reino, el santo, por no serles ocasión de tan grave daño, dejó aquel monasterio, y pasó a otro. Finalmente, después de muchas alteraciones v dificultades, el rey de Francia con ruegos y el papa con amenazas apretaron tanto a Enrique, que se aplacó, se re
concilió con el santo arzobispo, y le dio licencia para volver a Inglaterra, donde fué recibido con grande fiesta y alegría de los buenos y no menor pesar de los malos. Continuó el santo su oficio pastoral con la misma entereza que antes ; y sus adversarios, por hacer placer al príncipe, determinaron acabar con él y darle muerte. Estando, pues, santo Tomás en la iglesia, entraron en ella aquellos crueles verdugos, arremetieron contra él, y uno de ellos le descargó con la espada un fiero golpe en la cabeza, y tras él otros, hasta que cayó en el suelo, el cual quedó manchado con el cerebro del invicto mártir.
Reflexión: Actos heroicos reclama a veces de nosotros la justicia. Por defenderla hay que perder quizás como' este santo, el valimiento de los príncipes, alejarse de la patria, y vivir en suma miseria en extraño suelo. Pero ¡cuánto no ensancha el corazón la amorosa providencia que Dios tiene de los suyos! Ya él nos lo había dado a entender diciéndonos que eran bienaventurados los que padecían persecución por la justicia, y así es. Los mismos que los persiguen admiran su virtud y hasta les piden perdón de sus yerros. Si acaso Dios te ha escogido también para este género de bienaventuranza, adora reverente sus juicios y dale gracias por tan inestimable favor.
Oración: Oh Dios, por cuya Iglesia el glorioso pontífice santo Tomás murió a manos de los impíos, concédenos que todos los que imploran su auxilio, reciban el saludable efecto de su petición. Por nuestro- Señor Jesucristo. Amén.
377
S. Sabino, obispo y sus compañeros, mártires. (t 304)
30 de diciembre.
La rabia y crueldad de los gentiles eontra los fieles habían llegado a tal extremo en tiempo de Diocleciano y Maxi-miano, que por edicto imperial se habían puesto ídolos en todos los mercados, en los molinos públicos, en los hornos, en los caminos, en los mesones, en las fuentes públicas, en los pozos y en los ríos, para que nadie pudiese tomar agua, moler t r i go ni comprar cosa alguna sin que hubiese adorado antes a los simulacros de los falsos dioses. Pero el Señor suscitaba ilustres héroes que con su celo apostólico, su ejemplo y sus prodigios, alentaban a los fieles a menospreciar todos los artificios de aquella tiranía infernal: y uno de estos héroes cristianos fué el admirable san Sabino, obispo de Espoleto en Umbría: el cual, cuando más arreciaba la persecución, y se veían en todas partes horcas levantadas, hogueras encendidas, potros, calderas de aceite hirviendo, uñas de hierro y otras invenciones de torturas, recorrió todas las ciudades y pueblos de la provincia, consolando y esforzando a los fieles, con sus exhortaciones y con los santos sacramentos. Noticioso al fin el gobernador de Toscana, llamado Venustiano, de que el obispo Sabino estaba en Asís y que no cesaba día y noche de alentar a los cristianos y visitar aun a los que estaban escondidos en cuevas subterráneas, pasó a Asís y le hizo buscar y prender juntamente con Exuperancio y Marcelo, sus diáconos, y cargado de cadenas los encerró en una horrorosa cárcel. Pocos días después los hizo presentar a su tribunal, y les mandó adorar una pequeña esta
tua de Júpiter, hecha de coral y de oro: y el santo, tomando el ídolo €n sus manos, lo arrojó al suelo, y lo hizo pedazos. Ordenó el presidente que allí mismo le cortasen las manos al santo obispo, y extendiesen en el potro a Exuperancio y a Marcelo y los moliesen a palos hasta matarlos, a los cuales no cesó de animar Sabino hasta que murieron. Serena, dama cristiana y riquísima, visitó al santo en la cárcel, y le rogó que curase a un sobrino que estaba ciego, y el mártir le alcanzó luego la vista. Con este milagro se convirtieron quince presos. También el gobernador Venustiano fué atormentado con
grandes dolores en los ojos, por espacio de un mes, y por esta causa no pasó adelante en el suplicio del santo obispo, y como el dolor creciese cada día, y le dijesen que Sabino acababa de dar la vista a un ciego, fué a la cárcel con su mujer y dos hijos y rogó al santo que le perdonase los tormentos que le había hecho sufrir, y le aliviase los que él padecía en los ojos. Respondióle el santo que alcanzaría esta gracia si quería creer en Jesucristo y se bautizaba. Aceptó el gobernador el partido, y arrojando al río los pedazos del ídolo de coral, pidió al santo que le instruyese en la fe, y al instante se halló curado, y recibió el bautismo con toda su familia: lo que habiendo llegado a oídos del emperador, mandó que les cortasen la cabeza. Finalmente, Lucio, sucesor de Venustiano, hizo conducir a Espoleto a san Sabino, donde le mandó azotar con látigos forrados de plomo, hasta que expiró.
Reflexión: ¡Cuánta verdad es que ja más Dios se deja vencer en generosidad de sus siervos! Si como san Sabino resiste denodado y confiesa su fe, parece que pone a su disposición toda su omnipotencia, según, son los milagros y conversiones que obra. Por muchos sacrificios que hagas por El, siempre serán mayores las gracias que te conceda.
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve tus ojos compasivos sobre nuestra debilidad, y pues nos agrava el peso de nuestras miserias, concédenos la protección del bienaventurado Sabino, tu mártir y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
378
San Silvestre I, papa. — (f 335)
San Silvestre, gloria y ornamento de la Iglesia católica, fué hijo de un noble romano, por nombre Rufino. Desde su niñez estuvo bajo la dirección de un sabio y virtuoso sacerdote, llamado Girino, cuyas virtudes copió en su inocente alma. Admirado el pontífice san Marcelino de las buenas disposiciones y entereza de costumbres de Silvestre, le confirió las sagradas órdenes. En el corto espacio de algunos años murieron los papas san Marcelino, san Marcos, san Eusebio y san Melquíades, a cuya muerte fué elegido por sucesor suyo en el pontificado san Silvestre, que se había ya ganado los corazones de los fíeles, por considerarle como sólida columna de la santa Iglesia y sol resplandeciente que brillaba en aquel tiempo de tenebrosas supersticiones y prácticas gentílicas. Acababa de triunfar Constantino el Grande de su enemigo Majencio: y el emperador devolvió la paz a la Iglesia, la cual pudo salir a la luz del día y dejar la oscuridad de las catacumbas, a que se hallaba condenada por las crueldades de los impíos perseguidores de los cristianos. El papa san Silvestre fué el que recabó de Constantino que asistiese al primer concilio ecuménico que se celebró en Nicea para condenar los errores del blasfemo Arrio, y obtuvo del emperador que protegiese a la santa Iglesia contra la fiereza y audacia de los arríanos. San Silvestre envió sus legados a Francia a presidir en el concilio de Arles para anatematizar los errores de los donatistas y cuartodecimanos. El proveyó con fortaleza y magnanimidad a la universal Iglesia y especialmente a la romana, cabeza y madre de las demás iglesias particulares. Reconocida públicamente como divina la fe cristiana hasta entonces tan perseguida y ultrajada, san Silvestre, con el auxilio del emperador, hizo edificar en Roma ocho basílieas, donde se celebrasen con la debida magnificencia los divinos oficios: formó reglamentos para la ordenación de los clérigos, para la administración de los santos sacramentos, para el socorro que debía prestarse a los sacerdotes necesitados, a las vírgenes consagradas a Dios y a los fieles todos que se
./hallaban faltos de medios de subsistencia; viviendo él muy parcamente y evitando
31 de diciembre.
expensas inútiles, a fin de poder dotar las iglesias y de atender a las obras de beneficencia. Tomó un cuidado muy especial de los judíos, procurando convencerlos de que era ya venido el Mesías que ellos esperaban, que habían pasado ya las figuras y venido la realidad, que en ellas se figuraba: hasta que después de veintitrés años de un pontificado no menos ilustre que trabajoso, pasó al eterno descanso.
Reflexión: ¡Qué rayos tan claros de virtud y saber no derramó san Silvestre desde el alto puesto del pontificado! Porque aunque es verdad que la luz a lumbra siempre, se derrama más su res plandor cuando se la coloca sobre el can-delero. Muy cierto es también que los elevados puestos no hacen grandes a los pontífices, ni las acciones más brillantes son las que forman los más grandes santos. ¡Infelices de la mayor parte de los hombres si así fuese! No pudiendo llegar a elevadas dignidades, te quedarías también con una santidad muy mediana. Pero consistiendo esta como consiste en el exacto cumplimiento de sus deberes, y en el sacrificio y abnegación de tus gustos, están, puede decirse, en tu mano los grados de santidad a que quieras subir. A mayor fidelidad en el cumplimiento de tus deberes, a mayor abnegación, corresponde mayor santidad.
Oración: Concédenos, te rogamos, oh Dios todopoderoso, que la venerada solemnidad de tu confesor y pontífice el bienaventurado san Silvestre, aumente nuestra devoción y nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
pe ndi ce
F i e s t a s M o v i b l e s
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San Pedro Nolasco, confesor y fundador (t 1258)
Nació este gran santo en el Mas de las Paulas y en una de las principales casas del Lan-guedoc. Pasó los primeros años de su juventud al lado de su madre viuda, siguió luego algún tiempo al conde Simón de Mont-fort, general de la cruzada contra los albigenses; mas después de la famosa batalla de Muret, en la cual murió don Pedro de Aragón, el conde confió a No-lasco la educación del niño rey don Jaime, que había quedado prisionero. Desde entonces se sintió llamado a la redención de los cristianos cautivos que le encomendó Ntra. Señora de la Merced con manifiesta revelación. Nolasco dio cuenta de ella a su confesor san Raimundo de Peñafort, el cual le dijo que también había tenido la misma visión; pasaron luego los dos al palacio del rey don Jaime y quedaron no poco espantados cuando el rey les refirió la misma visión y orden de la Virgen. Por lo cual el día de san Lorenzo don Jaime con los de su corte y con todos los grandes de Barcelona fué a la catedral, donde san Raimundo desde la sagrada cátedra declaró al pueblo aquella revelación y movió a todos a corresponder a la soberana voluntad de la Reina de los cielos. Después del Ofertorio, el rey y san Raimundo presentaron a Nolasco a los pies del obispo de Barcelona, el cual le vistió el hábito blanco y escapulario de la nueva Orden de la Merced, y antes de comulgar el santo fundador, hizo los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, añadiendo un cuarto voto propio de los hijos de este sagrado Instituto, por el cual se obligaba a solicitar limosnas y a quedarse cautivo, si era menester para el rescate de sus hermanos. Muchos varones nobilísimos entraron en este glorioso Instituto, cuyo primer convento fué el palacio de don Jaime el Conquistador. Pasó luego el santo a Valencia y a Granada, donde libertó a cuatrocientos cautivos y convirtió gran número de moros: pasó después al rescate de los de Berbería, y allí se vio en la mazmorra cargado de cadenas: y volviendo a Barcelona con muchos cautivos libertados, quiso renunciar humildemente al generalato de la Orden, mas sólo consiguió que le nombrasen un vicario. Llamóle a sí el rey de Francia san Luis y le comunicó el pen-
31 de enero .
Sarniento de pasar a Tierra Santa para libertar a tantos cristianos que gemían bajo el yugo de los moros. Mas estaba ya colmada la medida de sus merecimientos, y en el día del nacimiento del Redentor divino, recibió la eterna gloria. Salió tal fragancia del cuerpo del santo, que llenó todo el convento, rodeando al mismo tiempo su rostro un celestial resplandor. Siguióse una multitud de milagros, por lo cual fué preciso tenerle al-, gunos días sin enterrar. En sabiendo su muerte el rey, vino a visitar sus sagradas reliquias.
Reflexión: Tal fué el origen de la ilustre Orden de Nuestra Señora de la Merced, que acabó gloriosamente con el bárbaro cautiverio de los moros. En la pr i mera Congregación general veíanse m u chos religiosos que habían sido ya víctimas de su heroica caridad, porque a uno faltaban los brazos y orejas, a otro la nariz y a otro una pierna. Todos ellos se" habían cargado de cadenas por dar la libertad a sus hermanos. Ruego, pues, a los que esto leyeren, que miren bien dónde se halla la verdadera caridad, porque fuera de la religión católica y divina no hallarán un solo ejemplo de tan heroica virtud.
Oración: Oh Dios, que a ejemplo de tu caridad enseñaste a san Pedro Nolasco que enriqueciese tu Iglesia con la fundación de un nuevo instituto para redención de los cautivos cristianos, concédenos por su intercesión que descargados de las cadenas de los pecados, gocemos de una libertad eterna en la patria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Gabriel de la Dolorosa, Confesor. — 27 de febrero. (t 1862)
San Gabriel de la Dolorosa nació en Asís el lo de marzo de 1838. A los tres años de edad quedó huérfano de madre. Obedientísimo 'a su padre, era muy compasivo con los pobres. Aprendió las pr i meras letras en las escuelas de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, donde hizo su primera comunión con gran fervor. Desde aquel día no dejó de frecuentar el sacramento eucarístico. Pasó a estudiar humanidades y filosofía al colegio que en Espoleto dirigían los PP. de la Compañía de Jesús. Era naturalmente inclinado a la vanidad de los trajes y a las diversiones que, sin ser ilícitas, suele proporcionar el mundo, bien que Dios que le quería santo y le llamaba a la perfección, le guardó de caer en pecado grave. Por dos veces al salir de gravísima enfermedad prometió a Dios abrazar vida de perfección, y por dos veces se olvidó. Renovó el propósito al salir ileso de un peligro en la caza. Olvidóse también. Llámale Dios nuevamente con la muerte casi repentina de María su hermana a la que quería entrañablemente. Pidió licencia a su padre para entrar en religión. Disuadióle su padre con la esperanza de un casamiento ventajoso por lo cual volvió Francisco a distraerse y a ocuparse en las cosas del mundo. Pero Dios lleno de bondad y misericordia atrájole nuevamente con ocasión de la fiesta solemne que el día 15 de agosto dedica Espoleto a una imagen antiquísima de la Virgen de gran veneración. Porque en el año 1856 durante la procesión que se hizo en aquel día, vio Francisco a la Virgen que le miraba benignamente y le dio a en
tender claramente que su vida no era en el mundo sino en la religión. Desde este momento experimentó un cambio radical. Consultó a varios religiosos y finalmente vio que era voluntad de Dios que entrara en la Congregación de la Sma. Cruz y Pa sión de N. S. J. C. Obtenido el consentimiento de su padre, voló, acompañado de su hermano Luis, dominico, al noviciado de Moro-valle el 7 de setiembre del mismo año y dejado el nombre de Francisco tomó el de Gabriel de la Dolorosa. Observó todas las reglas, aún las más pequeñas, con una puntualidad admirable. Hizo los votos perpetuos el 21 de se
tiembre de 1857. El 15 de mayo de 1861 recibió la tonsura. Su unión con Dios fué, tiempo adelante, más estrecha, sólo le preocupaba el pensamiento de si en algo disgustaba a Dios. Al acostarse ponía la cruz sobre su pecho, pensando en ella pensaba en la Comunión, y cuando hablaba al referirse a la cruz de Cristo hacía derramar lágrimas a los que le oían. Fi'é ardiente devoto del Corazón de Jesús. Nunca habló mal de nadie, de los malos e imperfectos se compadecía y hacía cuanto estaba en su mano en favor de los pobres, riguroso en la pobreza religiosa, admirable en la humildad y angelical en la pureza. En esta veloz carrera de santidad, un vómito de sangre ocurrido el 17 de febrero de 1862 le atajó los pasos. El 27 de febrero fué su último día. Al acercarse la hora de su partida, oró con gran fervor, acudió a la Virgen de los Dolores, apretó contra su pecho el crucifijo y pronunciando los nombres de Jesús, María y José, murió plácidamente. En junio de 1908 fué beatificado y canonizado el 13 de mayo de 1920.
Reflexión: En medio de la corrupción de costumbres puedes admirar cómo todavía florece la santidad y darte cuenta de que para alcanzarla no se requieren visiones, milagros ni grandes penitencias, sino ser dócil a las gracias que da Dios a cada uno según su propio estado.
Oración: Dios que nos regocijas con la anual solemnidad del bienaventurado Gabriel, concédenos propicio que al celebrar su nacimiento para el cielo, imitemos también sus hechos. Amén.
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Santo Toribio de Mogrobejo, Obispo y Confesor. — 27 de abril. (t 1606)
Santo Toribio de Mogrobejo nació de padres nobles en la ciudad de Mayorga, del reino de León el año 1538. Estudió letras humanas y derecho canónico en Valladolid y Salamanca sin descuidar por eso la oración y los ejercicios de piedad a los cuales dedicaba la mayor parte del tiempo. Fué tan amante de la castidad que habiéndose introducido en su aposento una mujer liviana y no bastando sus palabras para apartarla de su malvado intento, la arrojó de allí con la ayuda de un tizón encendido. Castigó su cuerpo con ma-ceraciones, ayunos y vigilias y fué en peregrinación, a pie descalzo, hasta Compostela, donde veneró las reliquias del Apóstol Santiago. Habiendo sido nombrado por el pontífice Gregorio XIII inquisidor de la Iglesia de Lima, partió para América, donde desplegó en su nuevo ministerio tal solicitud por la salvación de aquella nueva cristiandad, que en breve se vio acrecentada en fervor y número. Los domingos explicaba al pueblo la doctrina cristiana, no solo en las iglesias de la ciudad sino también en' los pequeños villorrios diseminados por la campaña. En 1581 pasó a ocupar la sede arzobispal de Lima, donde reunió su primer Concilio provincial y varios sínodos diocesanos según las normas del Concilio de Trento. Muchos de sus decretos, confirmados por la Sede Apostólica, rigen aún hoy día en varias diócesis de América. Brilló su celo pastoral en la enmienda general de las costumbres, en la construcción de colegios para la educación de la juventud, en la reforma d*el clero y en el mantenimiento de monasterios y casas donde se recogiesen las doncellas cuyo honor peligraba;
» Visitaba asiduamente las parroquias de su inmensa diócesis aliviando las miserias de los pobres a quienes llamaba «sus acreedores», repartiendo entre ellos todos sus beneficios y administrando el sacramento de la Confirmación. Se dice que la recibieron de sus manos más de ochocientas mil personas. Soportó con magnanimidad y grandes deseos del martirio las frecuentes contradicciones que suscitara en los tibios su intrepidez apostólica. Contribuyó al progreso de las letras in-
-' troduciendo en el Perú la imprenta y ha
ciendo imprimir en ella «La Doctrina Cristiana», primer libro impreso en América del Sud. Finalmente, esclarecido en milagros sucumbió a tantas fatigas, mientras visitaba su diócesis. Al recibir el Santo Viático exclamó «Mi alma se inunda de regocijo porque me anuncian que pronto iré a la casa del Señor.» Después de su muerte obró Dios por su intercesión innumerables prodigios que confirmaron la santidad de su vida. Por lo cual el Sumo Pontífice Benedicto XIII insertó su nombre en el catálogo de los Santos.
Reflexión: Decía el papa San Gregorio, comentando la parábola del Buen Pastor: «¿Quién, estando dispuesto a dar su alma que es el principio de la vida, negará los auxilios materiales, cosas exteriores a nosotros y que sólo ayudan a conservarlas?» Nadie se extrañará que habiendo deseado el Santo continuamente el martirio en aras de su rebaño se hubiese despojado de todos sus haberes en favor de los pobres, los indios y los esclavos. Camino inverso al de los conquistadores terrenales, pero mucho más glorioso, pues si estos eran temidos mientras vivieron, el Santo fué amado en v i da y después de su muerte hasta el día de hoy, y glorificado en el supremo honor de los altares.
Oración: Dígnate Señor, custodiar a tu Iglesia por la continua intercesión de tu bienavuentrado Toribio, pontífice y confesor; y así como su pastoral solicitud hizo su nombre glorioso, así también sus ejemplos nos enfervoricen en tu amor. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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Santa Juana de Arco, Virgen. — 30 de mayo. (f 1431)
Continuaba la guerra comenzada en 1340 entre Francia e Inglaterra en 1412, cuando el día 6 de febrero de este año, la admirable ' Juana hija de Santiago Arco y de Isabel Romé, modestos labradores, nació en la aldea de Dqmremy, al sud de Vaucouleurs en Lorena. Después de Crecy, dio la reina, en virtud de un tratado, con la mano de Catalina hija de Carlos VI la regencia de Francia a Enrique V de Inglaterra. El delfín, Carlos VII, entregado a los placeres, sufrió derrota tras derrota. Los ingleses llegaron a sitiar Orleans. Pero Dios, en sus inescrutables designios suscita a la prodigiosa doncella de Domremy para defender la patria. Dulce y apacible, y temerosa de Dios, Juana recibía con frecuencia los sacramentos, era devotísima de la Virgen, amantísima de los pobres y se entregaba asiduamente a la oración. A los 13 años de edad se le apareció un ángel resplandeciente de luz y poco después el arcángel san Miguel que le mandó abandonar a sus padres y aldea y presentarse al rey. Añadióle que dejara todo temor porque santa Catalina y santa Margarita no la desampararían un punto. Vencidas muchas dificultades, recibióla el delfín en el castillo de Chinon donde oyó de sus labios que la destinaba Dios para salvar a Orleans y coronar al delfín en Reims. Dejóla Carlos hacer la prueba. Juana vestida de guerrero y arbolando el estandarte real, entusiasmó al ejército y puso en huida a los ingleses que la miraron como una aparición sobrenatural. Orleans, tomados por Juana varios castillos y fortalezas, se vio libre en 1429 y el delfín fué
coronado en-Reims el 27 de julio de este año. Tomó Juana parte en las batallas no haciendo uso de las armas, sino empuñando el estandarte, limpió de rameras el ejército, hizo confesar y comulgar a los soldados y llevó una vida purísima y angelical en el desenfreno del campamento. Por traición fué entregada en Com-piégne a los borgoñones que, por dinero, pusiéronla en manos de los ingleses. Padeció gravísimas injurias y humillaciones durante el proceso que le hizo un tribunal eclesiástico vendido a los ingleses que la declaró hereje, hechicera y escandalosa por vestir traje varonil que sólo usaba
para defender su pureza en su vida militar. Relegada al brazo seglar, fué condenada a la hoguera, en Rúan, en 1431. Antes del suplicio confesó y comulgó con gran fervor, hizo arbolar una cruz ante ella y protestó que no reconocía más Iglesia que la de Jesucristo en la que el Papa es su vicario, y pronunciando el nombre de Jesús expiró. Apaciguadas las discordias, Carlos VII ordenó la revisión del proceso, aceptólo el papa Calixto III y el 7 de julio de 1456 poclamó el tribunal legítimo la invalidez de la sentencia y la inocencia de la víctima. Alabaron su santidad sus coetáneos como el canciller Juan Gerson, san Antonio de Florencia y el que después fué Pío II, proclamáronla los inauditos honores que le tributaron los pueblos y la ratificaron innumerables milagros. León XIII admitió la introducción de la causa el 27 de enero de 1894; fué beatificada en la Dominica in albis de 1099 y solemnemente canonizada el 16 de mayo de 1920.
* Reflexión: Al ejemplo de tan prodi
giosa doncella verás cuan santa y pía es la obediencia a los mandatos de Dios por difíciles que sean, puesto que es El mismo, El-que manda y El que da fuerzas para obedecer.
Oración: Dios que suscitaste a la bienaventurada virgen Juana para defender la fe y la patria, te rogamos que por intercesión de ella, vencidas las asechanzas de los enemigos, goce tu Iglesia de perpetua paz. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
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San Francisco Solano, Confesor. — 24 de julio. (t 1610)
San Francisco Solano, apóstol de Tucumán y del Perú, nació en la ciudad de Montilla, en España, de familia no menos esclarecida por su nobleza que por su piedad. Desde niño dio muestras de aquellas virtudes que habían de florecer más tarde en el hombre y se asegura que conservó intacta hasta su muerte la inocencia bautismal. Llegado a la adolescencia pidió y obtuvo ser admitido en la Orden del Seráfico Padre San Francisco, donde se distinguió por su humildad y por el rigor de sus austeridades. Resplandeció su heroica caridad en el cuidado de los enfermos durante la peste que asoló casi todas las provincias de Andalucía, l levando a los apestados junto con la asistencia corporal los consuelos de la religión. Como la fama de su virtud y su linaje lo hicieran célebre en todo el reino, pi dió a los superiores ser enviado a las misiones del África donde deseaba extender el reino de Cristo y derramar por él su sangre. Pero Dios que le tenía destinado a otras conquistas le deparó las misiones del Nuevo Mundo. Fué el Tucumán el primer campo de sus tareas apostólicas. Recorrió casi todas las provincias del norte argentino: el Tucumán, Córdoba, La Rio ja, fueron testigos de su actividad. En esta última ciudad, habiendo los indios determinado acabar con los cristianos y congregándose para este fin varios millares de ellos, el santo acudió a su encuentro sin más armas que la palabra de Dios y hablándoles en un solo idioma, con ser los infieles de lenguas distintas, cada cual le entendía en la suya. Y no sólo les hizo deponer las armas sino que convirtió de ellos a unos nueve mil. Después de evangelizar catorce años las provincias de Córdoba del Tucumán y del Paraguay fué destinado al reino del Perú a cuya capital, cual nuevo Jonás, amenazó con la ira divina e inminentes castigos si no hacía penitencia de sus liviandades. Los limeños, tocados de la gracia por la palabra del santo, hi cieron pública penitencia con gran pesar y aborrecimiento de su vida pasada. Era tal su amor a la Santísima Virgen que a menudo, al hablar de ella en los sermones, era arrebatado en éxtasis. Varias veces, al comentar la Sagrada Pasión de Nuestro Señor, hubo de interrumpir sus palabras a causa de los sollozos y lágri
mas que le impedían continuar. Publicó Dios la virtud de su siervo por medio de estupendos milagros: resucitó varios muertos; hizo brotar fuentes de agua cristalina en medio de áridos desiertos; atravesó ríos torrentosos valiéndose de su capa como de barca; sujetó a su imperio las fieras de la selva. Fué especial devoto del seráfico doctor San Buenaventura, en cuya festividad pasó a recibir la corona eterna en el año 1610. Después de muerto, su semblante que era más bien trigueño quedó revestido de una blancura y claridad celestial. Por los prodigios que Dios obra a diario por su interseción es llamado el Taumaturgo del Nuevo Mundo.
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Reflexión: Vemos en los prodigiosos trabajos apostóliocs de San Francisco Solano cómo se cumple la parábola del grano de mostaza que siendo la más pequeña de las semillas, crece hasta convertirse en un árbol frondoso. ¿Quién dudará del origen divino de una religión que de principios tan humildes llega a convertirse por medios prodigiosos en el árbol que cobija al mundo entero?
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Oración: Oh Dios que por medio del bienaventurado Francisco condujiste al seno de tu Iglesia innumerables gentes; aparta, por sus méritos y ruegos, tu indignación de nuestros pecados, y concede benignamente a los pueblos que te ignoran el temor de tu santo nombre. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Santa Margarita María Alacoque, Virgen. — 17 de octubre. ( t 1690)
Maestro le encargó comunicar a los hombres la ardiente caridad de su Corazón Sagrado hacia ellog. En la segunda revelación que fué el año siguiente, le exigió la comunión del primer viernes de cada mes y una hora de oración en la noche del jueves al viernes; y en 13 de junio, día de Corpus de 1675 tuvo lugar la célebre revelación en la que le pidió que en el primer viernes después de la octava de Corpus, se dedicara una fiesta a su Corazón divino en la que se comulgase en reparación de las injurias que especialmente recibía estando de manifiesto en los altares. Margarita maestra de no
vicias, consagró éstas al Sagrado Corazón. Fué grande la perturbación en el convento por semejante novedad. Contra toda clase de obstáculos fué tan evidente y poderosa la acción de Jesucristo, que la imagen de su Corazón fué puesta en el coro y se le edificó una capilla que fué inaugurada y bendecida el 7 de setiembre de 1688 en que toda la comunidad se consagró al Sagrado Corazón. Llegó el momento en que la fuerza de los dolores y del amor intenso a Jesús desató a Margarita de los lazos de la carne y su alma voló a los brazos de Jesús el 17 de octubre del año 1690," cuando contaba 43 años de edad. Canonizóla Benedicto XV el 13 de mayo de 1920.
Reflexión: Por aquí te persuadirás de que es absolutamente necesario para salvarse y santificarse conocer, amar y servir a Jesucristo, y pura ilusión creer que se puede ir al cielo sin guardar las leyes y preceptos que El nos ha impuesto. Y porque nos ha dado un medio eficaz para salir de la frialdad espiritual y vencer las tentaciones por medio de la devoción al Sagrado Corazón, muy responsable será delante del divino juez el que no se salva, de no haber acudido a tiempo al Sagrado Corazón de Jesús.
Oración: Señor mío Jesucristo que maravillosamente revelaste a la bienaventurada • virgen Margarita los escondidos tesoros de tu Corazón, concédenos, por los méritos e imitación de ella que, amándote en todo y sobre todo, merezcamos morar perennemente en tu propio Corazón. Así sea.
Margarita María nació el 22 de julio de 1647 en la aldea de Lhautecour en la Bor-goña francesa. Destinada por Jesucristo para dar a conocer su Corazón a los hombres, la llenó, ya desde el comienzo de su vida, de.gracias singulares y le infundió gran horror a toda imperfección, y una inclinación tan vehemente a la pureza que repetía constantemente: «Dios mío, os consagro mi pureza y hago voto de castidad.» Llevóla Dios por el camino del dolor, de modo que toda su vida la pasó en padecer y en amar a Jesucristo. Muerto su padre, cuando ella tenía cuatro años, sufrió la escasez y la humillación por haberse encargado del gobierno de su casa a personas extrañas. Las cuales en todo se opusieron a que abrazara la vida religiosa que finalmente logró, entrando en ' e l monasterio de la Visitación de Paray-le-iMonial en 1671, en el cual, el 25 de agosto tomó el hábito y a 6 de noviembre de 1672 profesó. Siempre obe-dientísima,'y mortificada, anduvo por caminos tan levantados que no poco dudaron primero la maestra de novicias en concederle los votos, y hechos estos, las superioras que se sucedieron Madres Sau-maise y Greyfié en entender que era espíritu de Dios el que la guiaba. A este fin la sujetaron a todo linaje de contradicciones, desaires y severidad de trato. En el que tenía con Dios eran las visiones, éxtasis y comunicaciones diarias continuas y extraordinarias. En estas angús- ' tías proporcionóle el Señor el auxilio del P. Claudio de la Colombiere. Preparada ya Margarita, el 27 de diciembre de 1673, fiesta de san Juan Evangelista, el divino
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Nuestra Señora de Lujan
Por el año 1630 vivía en Córdoba un piadoso hacendado portugués, quien deseando dedicar una capilla a la Madre (de Dios
i en su estancia de Sumampa, pidió I a un amigo suyo residente en el k Brasil le enviara una imagen de • ' Nuestra Señora. Este le envió
dos pequeñas estatuas de la pura y limpia Concepción, las cuales llegadas a Buenos Aires fue-
fc ron confiadas para su traslado a una tropa de carretas que se dirigía a las provincias del norte. Vadeado el río Lujan detúvose la caravana frente a una humilde choza, morada a la sazón de cierto individuo dueño de una estancia sita en las inmediaciones,
'•'¿. donde hizo noche. Al día siguiente reanudóse la marcha, pero por más esfuerzos que hicieron las robustas bestias para mover el vehículo de las sagradas imágenes, ne gábase a rodar como enclavado en la tie-ra por invisible fuerza. Añadiéronse nuevas yuntas de bueyes, azuzándolos los carreteros con igual resultado. Aconseja-
j . ron entonces al dueño del carretón que V los descargara de cuantos bultos llevaba, * que eran a la verdad bien pocos. Así se í<-, hizo y al punto se movieron los animales /\ sin el menor esfuerzo. Discurriendo en-''', tonces en tan inexplicable suceso algún - prodigio de lo alto, repitióse la prueba ; varias veces comprobándose que el im
pedimento provenía de uno de los cajones. El cual abierto resultó contener una hermosa efigie de la Purísima Concepción. Al punto todos los presentes postrados en tierra veneraron a la Madre de Dios que por modo tan singular había querido elegir aquella tierra para morar en ella. La imagen fué depositada en el aposento más decente de la choza cercana transformado en modesta capilla. Venía „en la expedición un pequeño esclavo africano, el negrito Manuel, que durante cuarenta años se dedicó al cuidado de la imagen, muriendo en opinión de santidad después de haber experimentado innumerables favores del cielo. En 1685 se edificó la primera capilla alrededor de la cual comenzó a surgir una pequeña población que andando el tiempo habría de ser la Villa de Lujan. Otras dos capillas
m cobijaron la sagrada imagen, hasta que
en 1887 se colocó la piedra fundamental de la suntuosa basílica actual, inaugurada en 1910. En aquel mismo año fué solemnemente coronada. Innumerables y continuos son los portentos con que la virgen favorece a sus fieles devotos como la atestiguan los millares de exvotos suspendidos en las paredes del templo y las frecuentes peregrinaciones que de todas las provincias argentinas y países vecinos acuden al célebre santuario.
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I Reflexión: No es uno solo el portento obrado por nuestra amadísima Patrona; la copia incalculable de ofrendas que adornan su altar proclaman el inmenso número de extraordinarios beneficios concedidos por su mano maternal a los que en ella confiaron: y los exvotos de oro y plata que penden allí, diciendo están con elocuente y poderosa voz que es superior el número de lágrimas enjugadas en el santuario al de los granos de arena que afianzan las piedras de sus muros.
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Oración: Vuelve, Señor, propicio tus ojos a la devoción de tu pueblo y por los méritos e intercesión de la Bienaventurada Virgen María concédenos los dones de tu gracia en esta vida y la salud eterna en los cielos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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Resurrección gloriosa del Señor. Pascua de Resurrección (se celebra el 'domingo siguiente al plenilunio del
equinocio de primavera) Tomando ellos el dinero, obraron conforme a la instrucción que se les dio, y la noticia de esto ha corrido entre los judíos hasta el día de h o y , (Matth. XXVII, Marc, XVI). — Aquel mismo día, primero de la semana, siendo ya tarde y estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban reunidos los discípulos por temor de los judíos, vino Je sús; y apareciéndose en medio de ellos, les dijo: «La paz sea con vosotros»: mas ellos turbados y espantados imaginaban ver a l gún espíritu. Díjoles Jesús: «¿De qué os asustáis, y por qué ha-, béis de pensar tales cosas? Mirad mis manos y mis pies, que yo
mismo soy; palpad y miradme; que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.» Dichas estas palabras mostróles las manos y los pies y el costado, y echóles en cara la dureza de su corazón por no haber creído a los que ya le habían visto resucitado. Mas como aun no acababan de creer lo q u e veían, estando como estaban enajenados de júbilo y asombro, les dijo Jesús: «¿Tenéis ahí a l go de comer?» Ellos le presentaron una ración de pescado asado y un panal de miel. Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio. Llenáronse, pues de alegría los discípulos con la vista del Señor (Joann., XXI).
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Reflexión: La gloriosa Resurrección de Jesucristo, manifestada por espacio de cuarenta días con muchas y singularísimas apariciones que pueden leerse en los cuatro Evangelios, es la prueba más evidente e irrefragable de su Divinidad. Es también un divino testimonio de nuestra esperanza; pues habiendo resucitado el Señor, también nosotros, como él nos dijo, resucitaremos.
La gloriosísima y alegrísíma Resurec-ción de nuestro Señor Jesucristo se r e fiere en el sagrado Evangelio por estas palabras: — Al día siguiente después de Parasceve, los príncipes de los sacerdotes y fariseos acudieron juntos a Pilato, y le dijeron: «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor cuando estaba aún en vida andaba diciendo: Después de tres días resucitaré. Manda, pues que se custodie el sepulcro hasta el tercero día; no sea, que vayan allá sus discípulos y lo hurten, y digan luego a la plebe: Ha r e sucitado de entre los muertos, y sea el postrero error peor que el primero.» Respondióles Pilato: «Ahí tenéis a vuestra disposición la guardia: id, y ponedla como os parezca.» Con eso, yendo al lugar del sepulcro, lo aseguraron bien, sellando la piedra, y poniendo guardas de vista. Mas Jesús resucitó al amanecer del pr i mer día de la semana. El ángel del Señor descendió de los cielos, y llegándose r e volvió la losa del sepulcro. Su rostro era deslumbrador como un relámpago y su vestidura blanca como la nieve. A su vista los guardas quedaron yertos de espanto y como muertos. Viniendo después algunos de ellos a la ciudad, contaron a los príncipes de los sacerdotes lo que había acaecido: y congregados estos en asamblea con los ancianos tuvieron su consejo, y dieron una grande suma de dinero a los soldados con esta advertencia: «Habéis de decir: Estando nosotros durmiendo, vinieron de noche sus discípulos, y lo hurtaron. Y si esto llega a oídos del presidente, nosotros le aplacaremos, y os sacaremos a paz y a salvo.
Oración: ¡Oh Dios! que en el día de hoy nos has abierto la entrada de la Eternidad por tu Unigénito vencedor de la muerte, favorece con la ayuda de tu gracia las súplicas que nos has inspirado previniéndonos con ella. Por el mismo Je sucristo, nuestro Señor. Amén.
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! » La gloriosa Ascensión del Señor. A los 40 días después de la Resurrección
Después de l a bienaventurada y gloriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, en la cual fué levantado por el divino poder aquel verdadero Templo de Dios que la impiedad de los judíos había derribado; se han cumplido hasta • hoy cuarenta santos días, ordenados por disposición divina para nuestro provecho y enseñanza; a fin de que mientras dilataba el Señor todo este espacio su presencia corporal, se confirmase con los argumentos necesarios la fe de su resurrección. Porque la muerte de Cristo había turbado mucho los ánimos de los discípulos, y con el suplicio de la cruz, y la muerte de su Señor, y el entierro de su cadáver, habían caído en gran tristeza y en cierto desfallecimiento y desconfianza. Por esta causa los dichosos apóstoles y todos los discípulos que andaban temerosos sobre el suceso de la cruz,, y dudosos en la fe de la resurrección, de tal manera se consolaron con la evidencia de la verdad, que al subir el Señor a las* alturas de los cielos, no experimentaron tristeza alguna, antes, bien se llenaron de grande gozo. Y verdaderamente era grande e inefable la causa de su alegría, cuando a vista de aquella santa multitud se levantaba la naturaleza del linaje humano sobre la dignidad de todas las criaturas celestiales, para sublimarse sobre los coros angélicos, y encumbrarse sobre la alteza de los arcángeles; y no parar en ninguna altura por sublime que fuese, hasta ser recibido en el solio del eterno Padre, para asociarse a la gloria de su trono, como su divina naturaleza se había asociado a la.humana, en la divina persona de su Hijo. Ahora, pues, ya que la Ascensión de Cristo es una elevación de nuestra naturaleza, y a donde subió primero la gloria de la cabeza, allá es llamada la esperanza del cuerpo, alegrémonos con grande gozo y con piadosas acciones de gracias celebremos nuestra dicha, porque hoy no solamente hemos sido confirmados en la esperanza de poseer el paraíso, sino que también hemos ya entrado en persona de Cristo en aquel reino soberano de los cielos, alcanzando mayores bienes por la gracia de Cristo, que los que por envidia del diablo habíamos perdido: porque a los que
el maligno enemigo hizo caer en la felicidad de la primera mansión, los colocó el Hijo de Dios incorporados a sí a la diestra del Padre: con el cual vive y reina en unidad con el Espíritu Santo Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén. (Serm. I, Sancti Leonis Papae, de As-cens. Domini.)
Reflexión: ¡Qué gozo no infunde en el corazón humano la exaltación de Cristo en este día y qué ansias tan vehementes no se despiertan en él de acompañarle en su gloria! Pues Cristo primero se abatió y se humilló. Las afrentas e ignominias de la Pasión, precedieron al triunfo de su ascensión gloriosa. Humillarse, pues, padecer afrentas y desprecios del mundo, he ahí el medio seguro de ser participantes de su dicha. Quien se humilla será ensalzado: a mayor humillación, corresponde mayor encumbramiento: a una humillación como la de Cristo, una exaltación como la de Cristo también. ¿Eres pobre porque el Señor te ha puesto en ese estado que Cristo escogió para sí? ¿Te desprecian los malos porque eres bueno? Mil veces dichoso tú, si no desmayas. Cesará esa afrenta y ese abatimiento: y en día no lejano quizás, oirás sobre ti la voz de Dios que te dice: Alégrate, siervo bueno y fiel: entra en el gozo de tu Señor.
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! rogárnoste nos concedas que los que creemos que tu unigénito Redentor nuestro el día de hoy subió a los cielos, vivamos también con nuestro espíritu en las moradas celestiales. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La venida del Espíritu Santo. A los 50 días después de la Resurrección
La admirable venida del Espíritu Santo refiérese en el libro de los Hechos de los apóstoles por estas palabras: «Entrados los apóstoles en la ciudad de Jerusa-lén, subiéronse a una habitación alta, donde tenían su morada Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de Alfeo y Simón llamado el Celador y Judas hermano de Santiago. Todos los cuales, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las piadosas mujeres, y con María la madre de Jesús y con los hermanos o parientes de este Señor. Al cumplirse, pues, los días de Pentecostés, estando todos juntos en un mismo lugar, sobrevino de repente del cielo un ruido, como de viento impetuoso que soplaba, y llenó toda la casa donde estaban. Al mismo tiempo vieron aparecer unas como lenguas de fuego, que se repartieron y se asentaron sobre cada uno de ellos: entonces fueron llenos todos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca. Había a la sazón en Jerusalén, judíos piadosos y temerosos de Dios, de todas las naciones del mundo. Divulgado pues, este suceso, acudió una gran multitud de ellos, y quedaron atónitos, al ver que cada uno oía a los apóstoles en su propia lengua. Así pasmados todos, y maravillados, se decían unos a otros: ¿Por ventura estos que hablan, no son todos Galileos rudos e ignorantes? pues ¿cómo es que les oímos cada uno de nosotros hablar nuestra lengua nativa? Partos, Medos y Ela-mitas, los moradores de Mesopotamia, de
Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Pan-filia, y del Egipto, los de la Libia, confinante con Cirene, y los que han venido de Roma, tanto judíos, como prosélitos, los Cretenses y los Árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.» (Hechos de los Apóstoles, cap. II). Los efectos que obró el Espíritu Santo en los apóstoles fueron tan admirables como las obras con que asombraron al mundo. Infundióles una celestial sabiduría para que entendiesen y comprendiesen los misterios altísimos de Dios que habían de predicar; imprimióles en sus co
razones la ley de gracia, alentándoles soberana fuerza para cumplirla perfectísi-mamente, y sobre todo los abrasó con un amor tan encendido, tan ardiente y fervoroso, que si mil vidas tuvieran, las ofrecieran por Cristo. Este fuego de amóles el que los animaba para que saliesen luego al encuentro a todo el poder del mundo y del infierno: y para decir en pocas palabras lo que obró por ellos este divino Espíritu en esta venida, no es menester sino considerar la conversión del mundo que resultó de ella por la predicación de los sagrados apóstoles; los cuales, no eran más que doce pobres y despreciados pescadores, sin elocuencia ni sabiduría humana, sin favores ni amistades de príncipes.
Reflexión: Además de aquella primera venida tan visible y prodigiosa del Espíritu Santo, hay otra invisible que siempre dura y obra cosas muy admirables en las almas de los justos enriqueciéndolas con sus dones y con su real presencia. El es el que alumbra con soberana luz su entendimiento, el que enciende en amor de Dios su voluntad; de manera que los que le reciben por una sincera conversión se sienten como trocados en otros hombres muy diferentes de los que antes eran.
Oración: Oh Dios, que en el día de hoy, derramando la luz del Espíritu Santo sobre los corazones de los fieles, les enseñaste la verdad divina; concédenos que por el mismo Espíritu sintamos de ella rectamente, y gocemos siempre de su consolación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La Santísima Trinidad. El domingo siguiente al de Pentecostés
Entre todos los soberanos misterios que nuestro Señor nos ha revelado acerca de las cosas divinas, el más inefable es el de la santísima Trinidad. Muchos filósofos con sola la luz de la razón natural han conocido y probado la existencia de Dios, su infinidad, su omnipotencia, su sabiduría, su bondad, su hermosura y casi todos los demás atributos de su divinidad; mas que Dios sea uno en la esencia y trino en las personas, es secreto a todos los sabios escondido, que sin la r e velación de Dios jamás se hubiera podido comprender ni alcanzar. Lo que la fe nos enseña de este altísimo misterio es, que de
tal manera Dios es uno en su naturaleza y esencia, que también es trino en las personas, que son Padre, Hijo y Espíritu Santo: las cuales, aunque cada una es Dios, no son tres dioses, sino un solo Dios vivo y verdadero. Enseña más: que la primera persona que es el Padre, contemplándose y entendiéndose a sí perfec-tísimamente, ab aeterno produjo y engendró una noticia suya y concepto, no accidental, sino substancial, que llamamos Unigénito Hijo de Dios, y Verbo eterno, resplandor de su gloria y figura de su substancia, tan perfecta y acabada como el que la engendró: la cual es Dios, así como el Padre que la engendró es Dios: y que estas dos divinas personas, Padre e Hijo, mirándose y complaciéndose el uno en el otro con inenarrable contento y gozo, se aman infinitamente; de donde resulta un amor recíproco que también es substancia y no accidente; y procede del Padre y del Hijo, como de un principio; al cual llamamos Espíritu Santo, y es la tercera persona de la santísima Trinidad. Todas estas tres personas son iguales en todo; porque la perfección que dice en el Padre del ser Padre, dice en el Hijo el ser Hijo, y en el Espíritu Santo el ser Espíritu Santo, y procedido de los dos. El Padre es principio del Hijo, y no nace de otra persona; el Hijo es engendrado de solo el Padre; y con el mismo Padre, es principio del Espíritu Santo. En esta generación eterna no hay lo que acaece en las generaciones temporales que tienen fin y se acaban, porque aquella dura eternamente: ni pienses que porque acá el padre es primero que el hijo, así lo
sea en este inefable misterio: porque siempre que fué el Padre fué el Hijo; ni hay en él primero ni postrero, de manera que el Padre sea más antiguo que el Hijo, y el Hijo más joven que el Padre, sino que todas tres personas son en todo iguales, consubstanciales y coeternas: Trinidad en Unidad, y Unidad en Trinidad, como dice san Agustín. Esta es la suma de lo que de este misterio se colige de las Sagradas Escrituras y señaladaemnte de lo que nos enseña Jesucristo, Hijo de Dios, en su sagrado Evangelio.
Reflexión: Siendo cosa muy conforme a toda razón que sintamos altísimamente del que es Altísimo, confesemos en obsequio de la Divinidad este misterio incomprensible que se ha dignado 'revelarnos, así para que nuestra fe fuese meritoria, como para que entendiésemos que nuestra sacrosanta religión católica es divina; pues el no entender nosotros la profundidad de los misterios que nos enseña, es evidente señal que son cosas de Dios. Creamos pues sencillamente este adorable misterio para que lo veamos con claridad en la gloria beatífica; pues, como dice san Bernardo, «escudriñarlo es te merario, creerlo piadoso,, conocerlo vida, y vida eterna y bienaventurada.»
Oración: Omnipotente y sempiterno Dios, que diste a conocer a tus siervos, en la confesión de la verdadera fe, la gloria de la eterna Trinidad, en la cual adorasen la unidad de tu naturaleza, ro gárnoste, que con la firmeza de la misma fe, seamos fortalecidos en todas las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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La solemnidad del Corpus. El Jueves después de la Sma. Trinidad
Grande inestimable dignidad dan al pueblo cristiano los inmensos beneficios que de la divina largueza ha recibido. Porque no hay ni hubo jamás tan esclarecida nación, que tuviese dioses tan allegados y vecinos como lo es para nosotros nuestro Dios. Queriendo el Unigénito del Padre celestial hacernos participantes de su divinidad, revistióse de nuestra naturaleza, para que hecho hombre, hiciese dioses a los hombres. Y aun esto que tomó de nuestro linaje, todo lo empleó para nuestra salud y remedio: su cuerpo ofreció como hostia de reconciliación a Dios Padre en el ara de la cruz: su sangre derramó como precio de nuestro rescate, y como agua en que nos limpiásemos de todas nuestras culpas; y para que tuviésemos un continuo recuerdo de tan gran beneficio, nos dejó su cuerpo y sangre, para que debajo de las especies de pan y de vino, le recibiesen los fieles. ¡Oh precioso y admiarble convite, saludable y lleno de toda suavidad! En él, el pan y el vino se convirten substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo; y Cristo verdadero Dios y hombre, está debajo de las especies de un poco de pan y de vino. De esta suerte es comido de los fieles, y no es despedazado; antes, dividido el Sacramento, permanece entero en cada partícula. Los accidentes subsisten en él sin la substancia; para que haya lugar la fe mientras lo que es visible se toma oculto debajo de otra apariencia, y los sentidos que juzgan de los accidentes que conocen, no caen en error. Tampoco hay sacramento más saludable que éste, con el cual se limpian los pecados, se acre
cientan las virtudes, y el alma se alimenta con la abundancia de todos los espirituales carismas. Ofrécese en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche lo que para la salud de todos fué instituido. Finalmente, la suavidad de este Sacramento nadie puede explicarla; pues en él se gusta la dulzura espiritual en su misma fuente, y se renueva la memoria de aquella infinita caridad que mostró Cristo en su Pasión. Y así para que más hondamente se imprimiese en los corazones de los fieles la inmensidad de aquel amor, instituyó este Sacramento en la última cena, cuando después
de celebrar la Pascua con los discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre: y lo dejó para que fuese memorial perenne de su Pasión, cumplimiento de las figuras de la ley antigua, el mayor de los milagros que obró, y particular consuelo de los que habían de entristecerse con su ausencia. Conviene, pues, a la devoción de los fieles, hacer solemne memoria de la institución de tan saludable y tan maravilloso Sacramento, para que veneremos el inefable modo de la divina presencia en este Sacramento visible y sea ensalzado el poder de Dios, que obra en él tantas maravillas, y se le hagan las debidas gracias por merced tan saludable y regalo tan dulce. (Serm. de Sto. Tomás de A., opuse. 57).
Reflexión: ¡Con cuánta solemnidad no celebra la Iglesia este santo día! Para él guarda la procesión más solemne del año en la cual es llevado en triunfo Jesucristo Sacramentado, como a Rey de todos los hombres. Desea que nadie se dispense de asistir a ella sino con grave causa. P e ro una vez que asistamos, sea no por humanas miras o respetos que tanto desagradan a Dios, sino por agradecer de corazón el inmenso beneficio de quedarse entre nosotros hasta el fin del mundo.
Oración: Oh Dios, que en un admirable Sacramento nos dejaste memoria de tu Pasión, rogárnoste nos concedas, que veneremos los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, de manera que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
394
El sacratísimo Corazón de Jesús. Primer viernes después de la octava de Corpus
Es sin duda una singularísima merced de Dios, la que en estos últimos siglos ha hecho a los hombres, inspirándoles por me-
' dio de su sierva la beata Margarita María de Alacoque la devoción suavísima al sagrado Corazón de Jesucristo, Señor nuestro. Al aparecerse el Redentor divino en la figura más hermosa y atractiva que pudo concebir su bondad, ha querido recordarnos que, a pesar del olvido e ingratitud de los hombres, amaba con aquella misma infinita caridad con que se sacrificó por todo el linaje humano en el ara de la santa cruz; ¿qué significa la corona de espinas que trae hincada en el corazón, sino que tiene amor para sufrir de nuevo, si fuera preciso, aquellos mismos tormentos que padeció por nosotros en los días de su pasión sacratísima? ¿Qué nos dice esa grande herida de su corazón, y la sangre que de ella gotea, sino que por nuestro amor la derramaría de nuevo, si fuese necesario hasta la última gota? ¿Qué nos enseña con esa cruz que, como árbol de vida, brota de su Corazón divino, sino que quisiera padecer nueva cruz y nueva muerte si aun fuese menester para redimirnos y darnos la eterna vida? ¿Y qué son esas llamas que brotan de su Corazón divino, sino ardentísimas lenguas de fuego, que predican amor, para encender de nuevo los corazones tibios de los hombrtes? Y aunque muchos son tan ciegos e ingratos que desprecian estas finezas del amor de Jesucristo, no por esto deja de cumplir sus designios adorables: y desde que se dignó decubrirnos los tesoros de su divino Corazón, comenzó a prender por todas partes el fuego de su amor, "y a extenderse su culto público con una rapidez igual a la de la propagación del Evangelio. En todas las capitales del orbe católico se le han consagrado Isuntuosos templos, en todos los templos tiene ya sus altares y tronos de amor, y a todos sus altares atrae numerosos y fervientes adoradores. Sólo el Apostolado de la Oración Ha reunido en el espacio de cincuenta años, más de ciencuenta mil piadosas asociaciones, y la frecuencia de sacramentos en el primer viernes de cada mes, las magníficas so-lemidades y procesiones con que es honrado en toda la cristiandad el deífico Co
razón de Jesús, y las maravillosas conversiones y reforma de costumbres que causa su universal devoción, espantan y desconciertan a los impíos, y manifiestan los admirables triunfos del Conquistador divino de los corazones. El Corazón divino de Jesús, como dice nuestro actual Pontífice León XIII, es la vida del espíritu católico, y ha de ser la salvación de la sociedad.
Reflexión: Mas también han de ser, oh cristiano, la vida y eterna salud de tu alma. Por ventura padeces hartos trabajos en este mundo, y tal vez por tus muchos pecados no esperas cosa buena después de esta vida. Acógete pues al sagrado Corazón de Jesús, que dice: Venid a mí todos los que estáis trabajados y agobiados, que yo os aliviaré. Amale sobre todas las cosas y con todas tus fuerzas, y manifiéstale tu amor comulgando en este día de su festividad, y visitándole en la adorable Eucaristía, para desagraviarle de las ofensas que recibe de los impíos herejes y malos cristianos. Procura también hacerte digno de aquellas nueve promesas regaladísimas que el amabilísimo Salvador hizo a los fervorosos devotos de su Corazón adorable, entre las cuales una es que cuando muriesen acogería El sus almas en el seno de su infinita bondad.
Oración: Rogárnoste ¡oh Dios omnipotente! que al gloriarnos en el santísimo Corazón de tu amado Hijo, y hacer memoria de los principales beneficios de su amor, nos alegremos juntamente en estos obsequios y en el fruto espiritual de nuestras almas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Nuestra Señora de Montserrat. Dominica después del 25 de abril
Mientras las tropas de los sarracenos devastaban las regiones más florecientes de España, y oprimían con grave yugo a la ciudad de Barcelona después de haberla sitiado: y tomado, es tradición que el obispo de dicha ciudad, llamado Pedro, escondió entre las asperezas de Montserrat la insigne imagen de la bienaventurada Virgen, para que no cayese en las manos de aquellos impíos. Allí estuvo oculto cerca de dos siglos tan precioso tesoro: y a fines del siglo noveno algunos pastores que en las cercanías apacentaban su rebaño, vieron en la tarde de un sábado, caer unas estrellas del cielo hacia el lado oriental de la montaña, y oyeron unas suaves melodías que de aquella parte resonaban. Lo cual habiendo sucedido una y otra vez en la misma hora de varios días de sábado, lo avisaron al obispo de Vich que a la sazón residía en Manresa; el cual halló en una cueva de aquel lugar la hermosa imagen de la Madre de Dios, y con gran júbilo del clero y del pueblo la quiso llevar a la catedral de Manresa. Mas sucedió que al llegar la procesión al sitio en que está ahora la Virgen, se hizo tan pesada la imagen, que con ningunas fuerzas se pudo mover; por donde entendieron que allí en Montserrat como en un excelso trono de misericordia quería ser venerada. Edificóle primero el obispo Gotomaro una devota capilla, la cual fué ensanchada y enriquecida así por los condes de Barcelona y las dádivas de los fieles, como por la munificencia de los Sumos Pontífices y reyes de España, que añadieron un monasterio de monjes de san
Benito al suntuoso templo de Montserrat, llamado con razón la Perla del principado de Cataluña y uno de los más célebres santuarios de María. Allí la visitaron los santos Juan de Mata, Pedro Nolasco, Vicente Ferrer, Ignacio de Loyola, Luis Gonza-ga y otros muchos santos para dar comienzo al noviciado de su milicia espiritual. Allí fueron los príncipes de la España y de otras naciones para implorar el auxilio de la Virgen para vencer a sus enemigos o para ofrecerle los trofeos de sus victorias. Finalmente habiendo sido restaurado este magnífico templo de la Madre de Dios, y adornado con el
decoro que requería un santuario tan famoso en nuestro reino y en toda la cristiandad, accediendo benignamente el r o mano Pontífice León XIII a los ruegos de los prelados, del clero y pueblo de Cataluña, por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, nombró a Nuestra Señora, Santa María de Montserrat, con el título de Principal Patrona de las provincias catalanas, y concedió que fuese solemnemente coronada.
Reflexión: Si vas a Montserrat, o a a l gún otro santuario de la Virgen María muy frecuentado, no sea solamente por gozar de la amenidad del sitio, ni para regalarte y pasar alegremente algún día de campo: procura que tampoco falte a tu alma el sustento y gozo espiritual que suele alcanzar la Virgen a los que con devoción la visitan. Recibe, si puedes, la gracia de los santos Sacramentos; reza con toda devoción el santo Rosario, y una Salve por cada uno de los individuos de tu familia, y por las personas que se "hayan encomendado a tus oraciones y así alcanzarás los soberanos beneficios que' concede la Virgen a los que oran con gran reverencia postrados ante el trono de su misericordia.
Oración: Oh Dios, dispensador de todos los bienes, que ilustras con insigne culto el monte escogido de la gloriosa Madre de tu Hijo unigénito; concédenos que ayudados poderosamente de la protección de la misma inmaculada siempre Virgen María, lleguemos seguramente al Santo Monte Cristo Señor nuestro, que contigo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
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El purísimo Corazón de María. El domingo después de la octava de la Asunción.
Así como veneramos el sacratísimo Corazón de Jesús, por estar unido con la divinidad, y para recordar y agradecer a nuestro Redentor adorable las divinas finezas de su infinito amor; así es también digno de gran reverencia el dulcísimo Corazón de María, por ser el corazón de la Madre de nuestro Señor y salvador, y de nuestra soberana Madre adoptiva. De este Corazón virginal de María salió la purísima sangre con que el Espíritu Santo formó el cuerpo sacratísimo de Jesús: este Corazón maternal de María palpitó siempre de amor ardentísimo a aquel su Hijo adorable, se dilató en sus alegrías, se oprimió en sus angustias, participó de sus mismos sentimientos y deseos, y fué la más perfecta semejanza de aquele Corazón divino. ¿Cómo no había de ser purísimo sobre toda pureza creada aquel Corazón de la Hija primogénita del Padre, exenta de toda mancha de culpa e inmaculada desde el primer instante de su concepción? ¿Cómo no había de ser santísimo aquel Corazón de la Madre del Hijo de Dios, habiendo r e cibido en su*seno virginal al mismo autor y consumador de toda santidad? ¿Cómo no había de estar lleno de la caridad divina aquel Corazón de la Esposa del Espíritu Santo, enriquecida con todos sus soberanos dones, gracias y carismas? Recordemos además para singular consuelo de nuestras almas, que este purísimo, santísimo y preciosísimo Corazón de María es por gran dicha nuestra el Corazón de nuestra Madre, de nuestra soberana Reina y de nuestra piadosísima Correden-tora: y que por esta causa no solamente nos ama con maternal cariño, sino que también puede y quiere favorecernos con grandes beneficios, y señaladamente con aquellos que más se ordenan a nuestra eterna salud y gloria perdurable. Anímense los pobres pecadores, que en este Corazón maternal de la Virgen, que nos engendró en el Calvario, y nos adoptó por hijos en la persona del discípulo amado, hallarán un piélago de bondad y ternura inefable sin mezcla de rigor ni aspereza: y si tiemblan de la divina justicia, acójanse a la Madre del supremo Juez y a la misericordia de su Corazón maternal. Consuélense los pobres hijos de Eva, que
en este Corazón de María, Reina y Señora de los cielos y de la tierra encontrarán abierto el tesoro de todas las gracias para el socorro de todas sus necesidades y el alivio de todas las aflicciones del cuerpo y del espíritu. Y nadie desespere de su eterna salvación por grandes que sean sus culpas, porque en el Corazón de María, nuestra misericordiosísima Co-rredentora, que nos amó con tal extremo, que por nosotros ofreció su divino Hijo al Eterno Padre, hallaremos todos los méritos que nos faltan para hacernos verdaderos hijos de Dios y coherederos de su Reino. Ninguno de los que con humildad y entera confianza acuden al amor del Corazón dulcísimo, magnífico y amorosísimo de María ha de temer la muerte perdurable.
Reflexión: No hemos de contentarnos con poner nuestra esperanza en el Corazón de María; procuremos además como verdaderos hijos de tan soberana Madre, que nuestro corazón sea semejante al suyo por imitación de, sus excelentes virtudes: y ya que fué tan puro e inmaculado su Corazón, no permitamos que reine el pecado en el nuestro: ya que fué tan humilde, arranquemos del nuestro toda raíz de soberbia y vanidad.
Oración: Omnipotente y sempiterno Dios, que en el Corazón de la bienaventurada virgen María hiciste una morada digna del Espíritu Santo; concédenos propicio, que celebrando devotamente la festividad de su Corazón purísimo, sepamos vivir según tu Corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.*
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El santísimo Nombre de María. Dominica después de la Natividad de Ntra. Sra.
congojosas, piensa en María, llama a María. No se aparte de tu boca, no se aparte de tu corazón, y para que alcances el favor que le pides, no dejes de imitar sus ejemplos; porque siguiéndola no vas fuera de camino; rogándola no desesperas; pensando en ella no yerras; teniéndote ella no caes; defendiéndote no temes; siendo tu guía no te cansas, y siéndote ella propicia llegas al deseado puerto de tu eterna felicidad. Todo esto es de san Bernardo. Y es cierto, que ésta Virgen castísima y Madre benignísima toma debajo de sus alas y con especial amparo defiende a los que con entrañable afecto se
encomiendan a ella e invocan su santo Nombre; el cual aunque en diversas partes de la cristiandad era ya venerado con señalado culto, con todo el romano pontífice Inocencio XI, después de ía insigne victoria que los cristianos alcanzaron de los turcos, en Viena de Austria, por la invocación del nombre de María, mandó que este santísimo y dulcísimo Nombre fuese celebrado en todo el universo cristiano, en la dominica infraoctava del nacimiento de nuestra Señora»
# Reflexión: Los santos doctores y teólo
gos enseñan que es singular gracia y favor de Dios y una como prenda de salvación el invocar a la Virgen santísima, y acudir a ella con confianza e imitar sus virtudes: de manera que el melifluo san Bernardo, devotísimo de nuestra Señora, osa decir: Calle vuestra misericordia, oh Virgen beatísima, si hay alguno que no haya hallado vuestro favor, cuando os lo pidió en sus necesidades. Tengamos, pues, con ella particular y filial devoción, in-voquémosla en nuestros peligros y tentaciones, y sea este dulce Nombre de María, el último que pronuncien nuestros labios antes de cerrarlos la muerte.
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Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que tus siervos fieles que se a legran con la invocación y protección de la santísima Virgen María, por su intercesión sean libres en la tierra de todos sus males y merezcan llegar a la eterna felicidad de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Nueve días después del glorioso nacimiento de la inmaculada Virgen nuestra Señora, que fué el diecisiete de setiembre, según la costumbre de los hebreos, fué puesto a la soberana niña el nombre dulcísimo de María, que quiere decir excelsa y estrella del mar, porque ella es excelsa señora de todas las cosas criadas, y así como todas las criaturas reconocen a Dios por su Creador, así han de reconocer a María por Madre del mismo Dios, y sujetarse con profundo acatamiento a su imperio. También significa el nombre de María estrella del mar, porque, como dice san Bernardo, ella es aquella estrella de Jacob cuyo fulgor destella en los cielos, penetra en los abismos y recorre todo el orbe, e irradiando su calor más sobre los espíritus que sobre los cuerpos, fomenta las virtudes y abrasa y seca los vicios. Oh tú, que entre las ondas de este siglo andas fluctuando, si no quieres perecer en la tormenta, no desvíes los ojos de este norte y de esta estrella. Si se levantaren los vientos de las tentaciones, si fueres a dar en la roca de las tribulaciones, mira a la estrella y llama a María. Si te arrebata la ola de la soberbia, de la ambición, de la detracción o envidia, mira la estrella y llama a María. Si la navecilla de tu alma zozobrare, y estuviere en peligro por la codicia o algún apetito sensual, vuelve los ojos a María. Si te comienzas a ahogar por la gravedad de tus delitos y la fealdad de tu conciencia, y espantado del juicio divino te afliges y temes caer en el profundo abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las caídas
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Los siete Dolores de nuestra Señora. Dominica tercera de setiembre
En la fiesta de los siete Dolores de la Virgen sacratísima, hemos de recordar y venerar sus misterios de amor y de dolor. Porque no ha habido jamás madre en el mundo que haya amado a su hijo más que la Virgen, ni que haya padecido más que lo que ella padeció por su Hija Jesucristo Señor nuestro. Era Jesús hijo de María, e hijo unigénito, y tenía pues en él todo su amor: era Madre sin padre terrenal, y así reunía en su amor los afectos que están repartidos entre el padre y la madre: tenía además Jesucristo una perfecta semejanza con su Madre virginal, era el más amable de los hijos de los hombres, y era infinitamente amable como Dios por su naturaleza y persona divina: de donde podemos entender que la Virgen le amaba con amor más tierno que el de todas las madres, y con un amor semejante al de los querubines, y con un amor incomparable y propio de la Madre de Dios. Por esta causa no hubo madre más atribulada y dolorosa que ella. ¿Qué angustias y dolores pueden atravesar el corazón de una madre, que no afligiesen con grande extremo de dolor el corazón de la Virgen? Suelen las madres cifrar en sus hijos pequeños, las más hermosas esperanzas: pero la Virgen no tuvo ninguna de aquellas ilusiones del amor maternal: y desde qué oyó la profecía del santo Simeón, siempre miró a su divino Hijo como víctima que había de ser sacrificada por los pecados del mundo. Gran consuelo es para una madre ver al hijo de sus entrañas seguro de todo peligro: la Virgen hubo de ver a su divino Infante, perseguido ya de muerte por el cruelísimo Herodes, y desterrado a la tierra de Egipto. La presencia del hijo es tan agradable para una madre como triste su ausencia, y dolorosísima la pérdida: también hubo de sufrir la Virgen esta pena amarguísima, y llorar tres días y tres noches la pérdida de aquel su Hijo adorado. Y si una madre padece en su corazón todos los tormentos que ve padecer a su hijo, ¿qué dolores sentiría el corazón maternal de la Virgen, cuando vio a su Hijo divino puesto en las manos de sus enemigos y padeciendo los acerbísimos tormentos de su sagrada pasión sin poderle remediar? ¡Qué espadas de dolor
atravesarían sus entrañas, cuando le encontró en la calle de Amargura, oprimido con el peso enorme de la cruz, y cuando le contempló colgado de tres clavos en aquel afrentoso patíbulo, y cuando recibió después en sus brazos su sacratísimo cadáver descolgado de la cruz; y finalmente cuando le dejó depositado en el sepulcro, quedándose ella huérfana de su Hijo y en la más triste soledad! Por estas siete espadas de dolor mereció la Virgen la corona de Keina de los márt i res, y pudo decir con toda verdad aquella triste lamentación: ¡Oh vosotros todos los que pasáis por el camino, paraos y mirad si hay dolor semejante a mi dolor!
Reflexión: Ahora, pues, después de r e cordar los sublimes misterios de los siete Dolores de la Virgen santísima, considerando que los padeció por nuestra causa y por nuestro amor, miremos si es razón crucificar con nuevos pecados al Hijo de Dios, y atravesar con nuevas ofensas el pecho de su santísima Madre. Apártenos de toda culpa la consideración de tan negra ingratitud.
Oración: ¡Oh Dios! en cuya pasión fué atravesada con espada de dolor, según la profecía de Simeón, el alma tierna de la gloriosa Virgen y Madre María; concédenos propicio, que los que hacemos piadosa memoria de sus Dolores, por los gloriosos méritos y súplicas de todos los santos, tus fieles siervos y amantes de tu cruz, alcancemos los dichosos efectos de tu pasión. Que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.
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Nuestra Señora del Rosario Domingo l9 de octubre
Entre las devociones de la Virgen, la más celebrada es la del Rosario, que algunos graves autores dicen ser tan antigua como la Iglesia; pero no hay duda que quien merece y con sobrada razón el título de inventor y primer propagador del Rosario, es santo Domingo de Guzmán, por haber sido el primero que lo enseñó y predicó con el método y orden admirable de meditar los misterios de nuestra fe, repartidos en tres clases: de gozosos, dolorosos y gloriosos, que él aprendió de nuestra Señora, y lo t ransmitió a la Iglesia como cosa venida del cielo para provecho de todo el mundo, culto de la Virgen santísima y gloria del mismo Dios. Inspíreselo la Reina de los ángeles, para destruir la herejía de los Albigenses, los cuales ponían su lengua sacrilega en la pureza virginal: y por esto quiso el Señor oponer a las injurias hechas a su Madre, alabanzas de su Madre, y por medio de su Rosario, que aconsejó santo Domingo rezasen los capitanes y soldados del ejército católico, que gobernaba Simón de Monforte, les dio una insigne victoria, pues contando ellos con solos ochocientos caballos y mil infantes, y sus enemigos los albigenses con cien mil hombres, perecieron de estos muchos mi llares, y solos siete u ocho de los católicos. No menos eficaz "y poderosa fué la virtud del santo Rosario en la famosa batalla naval de Lepanto. Después que el gran turco Selim II rompió las paces con la república de Venecia, se coligaron con ella el Papa y el rey católico Felipe II, y dispusieron una poderosa armada de que iba por general don Juan de Austria, hijo
del invicto emperador Carlos V. Los turcos contaban doscientas treinta galeras reales, con otras muchas galeotas y barcos menores; los cristianos llevaban más de doscientas galeras, ochenta y una del rey de España, ciento-nueve de Venecia, y doce del sumo Pontífice, tres de Malta, y otras de caballeros particulares. Al llegar nuestra armada a vista del enemigo, que estaba en el golfo de Lepanto, mandó su alteza enarbolar una devota imagen del Redentor crucificado, y muchas de la Virgen nuestra Señora, y todos puestos de rodillas, confesados y arrepentidos de sus culpas, le suplicaron que les die
se victoria de los enemigos superiores en número y orgullosos por sus repetidos triunfos. Acometiéronse después con increíble ímpetu, y se peleó por espacio de dos horas con extraño valor; quedando en breve desbaratada la armada de los turcos: treinta mil con su bajá muertos, diez mil cautivos, ciento ochenta naves presas, noventa sumergidas, quince mil cristianos rescatados, casi trescientos tiros de artillería cogidos, y un despojo incalculable de dineros, joyas y armas. Murieron de nuestra parte seis mil hombres, pero pocos de cuenta. Esta insigne victoria se consiguió en el primer domingo de octubre de 1571, día consagrado a nuestra Señora del Rosario.
Reflexión: Parecería superfluo el r e cordar a cristianos la tan saludable devoción del Rosario, si no se viese de algunos años acá tan decaída en muchos, que por otra parte se precian de devotos de María. Además, el pontífice reinante, con sus repetidas encíclicas, no cesa de exhortar a los fieles a tan hermosa práctica. Sigamos, pues, sus consejos, y renuévese en el seno de las familias la piadosa costumbre de obsequiar a la Virgen con el rezo del Rosario, pues así lloverán sobre nuestros hogares las celestes bendiciones.
Oración: Oh Dios, cuyo Unigénito por su vida, muerte y resurrección nos adquirió los premios de la vida eterna, te suplicamos nos concedas, que meditando éstos misterios en el santísimo Rosario de la inmaculada Virgen María, no sólo imitemos lo que contienen, sino que alcancemos lo que prometen. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Í N D I C E DE LOS SANTOS (POR ORDEN MENSUAL)
1—Circuncisión de N. iS. J e suc r i s t o y el adorab le nombre de J e s ú s
2—iSan Macar io Ale jandr ino , monje . . . . 3—Santa Genoveva, v i rgen 4—San Ti to , obispo de Cre ta 5—San Simeón Es t i l i t a . . . tí—La Ep i fan ía o la fiesta de los san tos
Reyes 7—San R a i m u n d o de Peñ a fo r t 8—San Lorenzo J u s t i n i a n o 9—San J u l i á n y S a n t a Basi l i sa
10—San Gonzalo de A m a r a n t e , confesor . . 11—San Teodosio, cenob ia rca 12—San Nazar io , confesor 13—San Fél ix , p re sb í t e ro 14—San Hi lar io , obispo y doctor 15—San Pablo , p r i m e r e r m i t a ñ o 10—San Fulgencio , obispo, confesor y
doctor t
1—San Ignacio, obispo y m á r t i r 2—La Pur i f icac ión de la Ssma. Vi rgen
y la p re sen t ac ión de su divino Hijo 3—(San Blas , obispo y m á r t i r 4—San Andrés , Corsino, obispo y confesor 5—Santa Águeda , v i rgen y m á r t i r 6—Santa Dorotea , v i rgen y m á r t i r . . . . 7—San Romualdo , a b a d 8—San J u a n de M a t a , fundador 9—Santa Polonia, v i rgen y m á r t i r
10—Santa Esco lás t i ca , v i rgen 11—San Severino, a b a d 12—Santa Eulal ia , v i rgen y m á r t i r 13—Santa Ca ta l ina de Ricci 14—San Valent ín , p resb í te ro y m á r t i r . . . .
1—San Rosendo, obispo y confesor 2—San Simplicio, p a p a 3—Santa Cunegunda , e m p e r a t r i z y v i u d a 4—San Casimiro , p r ínc ipe 5—El bea to Nicolás F a c t o r 6—San Olegario, obispo de Barce lona . . 7—Santo T o m á s de Aquino, doctor 8—San J u a n de Dios, fundador 9—Santa F r a n c i s c a R o m a n a
10—Los c u a r e n t a m á r t i r e s de Sebas te . . . . 11—San Eulogio, p resb í t e ro y m á r t i r . . . . 12—San Gregorio Magno 13—Santa Euf ras i a , v i rgen 14—(Santa Mati lde, r e ina 15—San R a i m u n d o de F i t e r o 16—San A b r a h a m , sol i tar io 17—San Pa t r ic io , apóstol de I r l anda
E N E R O
17—(San Antonio, a b a d 7 18~—La C á t e d r a de S a n P e d r o en R o m a . . " 19—San Canu to , r ey de D i n a m a r c a , m á r t i r ^ 20—San Sebas t i án , m á r t i r
1 1 21—Santa Inés , v i rgen y m á r t i r 22—(San Vicen te , d iácono y m á r t i r
12 23—San Ildefonso, arzobispo de Toledo . . . . lg 24—San Timoteo , obispo y m á r t i r 14 25—La convers ión de San Pablo 15 26-—San Pol icarpo, obispo de E s m i r n a y 16 m á r t i r •••• 17 27—San J u a n Cr isñs tomo, obispo, confe-18 sor y doctor 19 28—San Ju l i án , obispo de Cuenca 20 29—San F r a n c i s c o de Sales , obispo, confe-21 sor y doctor
30—Santa Mar t i na , v i rgen y m á r t i r . . . . 22 31—San J u a n Bosco, confesor y fundador
F E B R E R O
39 lo—Los s a n t o s Jov i t a y F a u s t i n o , m á r t i r e s 16—San Onésimo, obispo y m á r t i r
40 17—San Ju l i án de Capadocia , m á r t i r 41 18—San F l av i ano , p a t r i a r c a de Cons t an t i -42 nopla 43 19—San Alvaro de Córdoba, confesor 44 20—San Euquer io , obispo y confesor 45 21—San Sever iano , obispo y m á r t i r , 46 22—La C á t e d r a de San P e d r o en Ant ioquía 47 23—San Sereno, monje y m á r t i r 48 24—San Ma t í a s , apóstol 49 25—San Taras io , obispo de Cons tan t inop la £0 26—(San Porf ir io, obispo 51 27—San L e a n d r o , a rzobispo de Sevil la 52 28-^San R o m á n , a b a d
•MARZO
67 18—El a r c á n g e l S a n Gabriel 68 19—San José , esposo de la Madre de Dios 69 20—San Joaqu ín , p a d r e de la Madre de Dios 70 21—San Beni to , a b a d 71 22—(Santa Ca ta l ina de Suecia, v i rgen . . . . 72 23—San Vic to r i ano y sus compañeros , m a r -73 t i r es 74 24—San Simón, inocen te y m á r t i r 75 25—La Anunciac ión de N u e s t r a Señora y 76 E n c a r n a c i ó n del Hijo de Dios 77 26—San Braul io , arzobispo de Zaragoza . . 78 27—(San J u a n , e r m i t a ñ o 79 28—San G u n t r a n o , rey y confesor 80 29—Santos J o n á s y Baraqu i s io , h e r m a n o s 81 m á r t i r e s 82 30—San J u a n Clímaco, a b a d 83 31—El B. Amadeo , duque de Saboya
A B R I L
1—San Hugo , obispo de GrenoMe 99 2—San Feo. de Paula , fundador 100 3—San Beni to de P a l e r m o 101 4—San Is idro, arzob. de Sevilla, doctor 102 5—San Vicen te F e r r e r 103 6—San Celestino, p a p a 104 7—(San Egesipo, a u t o r eclesiást ico 105
'8—San Alber to Magno 106 9—Santa M a r í a Cleoté 107
10—San Ezequiel , p ro fe ta 108 11—San León, el Magno, p a p a y doctor . . 109 12—San Jul io, p a p a 110 13—¡San Hermeneg i ldo , pr íncipe de E s p a ñ a 111 14—San Jus t i no , filósofo y m á r t i r 112 14—S. P e d r o González Telmo, confesor . . . 113 15—Las s a n t a s Basi l i sa y Anas t a s i a , m á r
t i r es 114 16—Santo Toribio de L l á b a n a 115
16—Santa E n g r a c i a y sus 18 compañeros , m á r t i r e s H(¡
17—La Bea ta Ana M a r í a de J e s ú s 117 18—El Bea to Andrés H ibe rnón 118 19—San Vicente de Colibre, m á r t i r 119 20—Santa Inés del Monte Pulc iano, virgen 120 21—San Anselmo, a rzob . y doctor 121 22—Los s a n t o s Sotero y Cayo, pontíf ices
y m á r t i r e s 122 23—San Jorge , m á r t i r 123 24—fían Fidel de S igmar inga , m á r t i r 124 25—San Marcos , E v a n g . y m á r t i r 125 26—Los s a n t o s Cleto y -Marcelino, p a p a s
y m á r t i r e s 126 27—San P e d r o Armengol , m á r t i r 127 2S—San Vidal , m á r t i r 128 29—San Hugo , a b a d de Oluni 129 30—Santa Ca ta l ina de Sena, v i rgen 130
MAYO
1—Santos Fel ipe y San t i ago el Menor, apóstoles
2—Santa Aa tanas io , p a t r i a r c a de Alej a n d r í a
3—La Invención de la S a n t a Cruz 4—Santa Mónica, m a d r e de S a n Agus t ín 5—San P ío V, p a p a y confesor 6—San J u a n an t e P o r t a m L a t i n a m 7—San Es tan i s l ao , obispo y m á r t i r 8—La apar ic ión de S. Miguel Arcánge l . . . 9—San Gregorio Naz iazeno
10—San Antonio, a rzobispo de F lorenc ia 10—Los san tos Gordiano y Epímaco , m á r
t i r es 11—San M a m e r t o , obispo 12—Santo Domingo de la Calzada 13—San J u a n Silenciario, obispo y confesor 14—San Paeomio , abadi y confesor 15—San Is idro, l ab rador
131
13:2 133 134 135 136 137 138 139 140
141 142 143 144 143 146
16—San J u a n Nepomueeno , sace rdo te y m á r t i r 147
17—San P a s c u a l Bailón 148 18—San Venanc io , m á r t i r 149 19—San José , p resb í te ro y abogado de los
pobres 150 20—San B e r n a r d i n o de Sena, confesor . . . . 151' 21—San Hosp ic io Recluso, confesor 152 22—Santa Jul ia , v i rgen y m á r t i r 153 23—La Apar ic ión de San t i ago , apóstol . . . . 154 24—Santos Donac iano y Rogaciano, h e r m a
nos y m á r t i r e s : 155 25—San Gregorio VII, p a p a 156 26—San Fel ipe Ner i , fundador 157 27—San J u a n , papa y m á r t i r 158 28—fían Germán , obispo de Par í s , confes3r 159 29—San Maximino, obispo de Trév'eris . . . 160 30—San F e r n a n d o , rey de Cast i l la y A r a
gón . . . " 161 31—Santa Pe t roni la , v i rgen 162
J U N I O
1—San Iñigo, abad de Oña 163 2—La b e a t a María Ana de J e s ú s de P a
r e d e s 164 3—Santa Clotilde, r e ina de F r a n c i a 165 4—San F ranc i s co Caraceiolo , fundador . . . 166 5—San Bonifacio, apóstol de A leman ia . . . 167 6—San Norber to , fundador y arzobispo 168 1—San Ped ro y cinco compañeros , már
t i res de Córdoba 169 8—San Medardo, obispo de Noyón . ; . . . . 170 9—Los s a n t o s P r i m o y Fel iciano, h e r m a
nos y m á r t i r e s 171 10—Santa M a r g a r i t a , r e ina de Escoc ia . . . . 172 11—San Bernabé , após to l 173 12—San J u a n de Sahagún , confesor 174 13—San Antonio de P a d u a , confesor 175 14—San Basil io Magno , doctor de la Igle
sia y obispo 176
15—Los san tos , Vito, Modesto y Crescen-cia, m á r t i r e s 177
16—San F r a n c i s c o de Kegis, confesor . . . . 178 17—San Avi to , abad de Micy 179' 18—San Mareos y San Marcel iano, h e r m a
nos, m á r t i r e s 180 19—Los s a n t o s h e r m a n o s Gervas io y P i o -
tasio, m á r t i r e s 181 20—San Silverio, p a p a y m á r t i r 182 21—San Luis Gonzaga 183 22—San Paul ino , obispo de Ñola 184 23—Santa Edi ldr ida , r e ina y a b a d e s a 185 24—La na t i v idad de San J u a n B a u t i s t a . . 186 25—San Guillermo, aibad 187 26—Los san tos J u a n y Pablo , m á r t i r e s . . 188 27—San Ladis lao , r ey de H u n g r í a 189 28—San Ireneo, obispo y m á r t i r 190 29—San Pedro , pr ínc ipe de los apóstoles . . 191 30—San Pablo, apóstol dé las gen tes 192
J U L I O
1—San Galo, obispo de A r v e r n a 193 2—La Vis i tac ión de N t r a . S e ñ o r a 194 3—San I reneo y s a n t a Mustióla , m á r t i r e s 195 4—San L a u r e a n o , a rzobispo de Sevilla y
m á r t i r 196 5—San Miguel de los San tos 197 G—San Goar, p resb í t e ro y confesor 198 7—San P a n t e n o , P a d r e de la Ig les ia 199 8—Santa Isabel , r e ina de P o r t u g a l 200 9—San Efrén, diácono y confesor 201
10—Los s ie te hijos m á r t i r e s de s a n t a F e -l íci tas 202
11—San P ío I, p a p a y m á r t i r 203 12—San J u a n Gua lber to , fundador 204 13—(San Eugenio , obispo de C a r t a g o , 205 14—San Bvienaventura , obispo y doctor . . 206 15—• San E n r i q u e I, emperado r de Ale
m a n i a 207 16—Muestra Señora del C a r m e n o del s a n t o
Escapu la r io 208
18—El Tr iunfo de la S a n t a Cruz 209 17—San Alejo, confesor 210 18—iSan Camilo de Lelis , fundador 211 19—San Vicen te de Paú l , confesor y fun
dador 212 20—Santa Marga r i t a , v i rgen y m á r t i r . . . . 213 21—San Víc tor y sus compañeros , m á r t i r e s 214 22—Santa Mar ía Magda l ena 215 23—San Apolinar , obispo y m á r t i r 216
24—Santa Cr is t ina , v i rgen y m á r t i r 25—Santiago el Mayor, apóstol 26—Santa Ana, m a d r e de la Madre de Dios 27—San Pan ta í eón , médico y m á r t i r 28—Los san tos Naza r io y Celso, m á r t i r e s 29—Santa Mar t a , v i rgen 30—San Abdón y san Senén, m á r t i r e s . . . 31—San Ignacio de Loyola, p a t r i a r c a y
fundador
1—San Ped ro ad-Víncu la (o la cadena ) 2—San Alfonso Ma. de Lig-orio, ob. y ])r. 3—La inv. del cuerpo de san E s t e b a n . . . 4—Santo Domingo de Guzmán , fundador 5—Nuestra Sra. de las Nieves 6—La gloriosa Trans f igurac ión del Señor 7—San Caye tano , fundador 8—Los san tos Ciríaco, L a r g o y E s m a -
ragdo, m á r t i r e s 9—Los san tos niños, J u s t o y Pas to r , he r
manos , m á r t i r e s 10—San Lorenzo, diácono y m á r t i r 11—San Tiburcio , m á r t i r 12—Santa Clara, fundadora Í3—San J u a n B e r c h m a n s . confesor 14—San Busebio, p resb í t e ro y confesor . . . . 15—La Asunción de N u e s t r a Señora
AGOSTO
225 16—San Roque , confesor 226 17—San L ibe ra to , a b a d y sus c o m p a ñ e -227 ros, m á r t i r e s 228 18—'Santa E lena , empera t r i z 229 19—San Luis , obispo y confesor 230 20—San Berna rdo , a b a d y doctor 231 21—Santa J u a n a de Chan ta l , fundadora . .
22—San Sinforiano, m á r t i r .232 23—San Fel ipe Benicio, confesor
24—San Bar to lomé , apóstol 233 25—Kan Luis , r ey de F r a n c i a 234 26—San Ceferino, p a p a y m á r t i r 235 27—San J o s é de Calasanz , fundador 236 28—San Agus t ín , obispo y doctor 237 29—La degollación de S. J u a n B a u t i s t a . . 238 30—Santa Rosa de L i m a 239 31—'San R a m ó n Nona to , confesor
S E T I E M B R E
1—San Gil, a b a d 257 2—'San E s t e b a n , rey de H u n g r í a 258 8—Santa Se rap ia , v i rgen y m á r t i r 259 4—Santa Rosa de Vi te rbo 260 5—Los san tos , Rómulo , Eudoxio , Zenón,
Macar io y 1104 compañeros , m á r t i r e s 261 6—Santa Rosal ía de Pa l e rmo , v i rgen . . 262 7—Santa Re ina o Regina , v i rgen y m á r t i r 263 8—La Na t iv idad de la Vi rgen N t r a . Señora 264 9—<San P e d r o Claver, apóstol de. los negros 265
10—San Nicolás de Tolent ino. confesor . . . 266 11—San Pafnucio, obispo y confesor 267 12—San Guido, s a c r i s t á n '. . . . . 268 13—San Eulogio, p a t r i a r c a de Ale jandr ía 269 14—.La Exa l t ac ión de la S a n t a Cruz 270 15—Santa Ca ta l ina de Genova, v iuda 271 16—San Cipriano, obispo y m á r t i r 272
17—San P e d r o de Arbués , m á r t i r 18—Santo T o m á s de Vi l lanueva , a rzob is
po de Valenc ia , 19—San J e n a r o , obispo v m á r t i r 20—J?an E u s t a q u i o y sus compañeros , m á r
t i r es 21—San Mateo , apóstol y Evange l 22—San Maur ic io y la Legión Tebea 23—Santa Tecla , v i rgen y m á r t i r 24—Ntra. Sra. de ias Mercedes 25—San F e r m í n , obispo y m á r t i r 26—Los s a n t o s Cipr iano y J u s t i n a , m á r
t i res 27—Los s a n t o s Cosme y Damián , m á r
t i res 2$—San Wences lao , r ey y m á r t i r 29—La f ies ta de San Miguel Arcángel 30—San Je rón imo, p re sb í t e ro y doctor . . . .
O C T U B R E
1—San Remigio, a rzobispo de Reiñis . . . 287 2—El s a n t o Ángel de la G u a r d a 288 3—San Gerardo, a b a d .-. 289 4—San F ranc i s co de Asís, fundador . . . . 290 5—San Plácido y sus compañeros , m á r t i r e s 391 6—San Bruno , fundador 292 7—San Marcos , p a p a y confesor 293 8—Santa Birg i ta , v iuda 294 9—San Dionisio y sus compañeros , m á r
t i r es 295 10—San F ranc i s co de Borja 296 11—San Nicas io y sus compañeros , m á r t i r e s 297 12—La Apar ic ión de la Virgen del P i l a r
en Za ragoza 298 li2—San Walfr ido, obispo y confesor 299 13—San E d u a r d o , rey de I n g l a t e r r a 300 14—San Calixto, p a p a y m á r t i r 301 15—Santa Te re sa de J e s ú s 302
16—San Galo, a b a d 17—(Santa Eduwigis , duquesa de Polonia,
v iuda 18—San L u c a s , evange l i s t a 19—San Ped ro de A lcán t a r a , confesor 20—San J u a n Cancio, confesor 21—Santa Úrsu l a y sus c o m p a ñ e r a s , ví r
genes y m á r t i r e s 22—Banta Mar ía Salomé, v iuda 23—San Teodoro, s ace rdo te y m á r t i r 24—San Rafae l Arcángel 25—Los san tos , Crispín y Crispiniano, m á r
t i r e s 26—San E v a r i s t o , p a p a y m á r t i r 27—San Frumiencio, obisno 28—San S imón y san J u d a s , apóstol 29—San Narc iso , obispo de Jerusalén. . 30—San Marcelo, cen tur ión y m á r t i r 31—San Quint ín , m á r t i r
NOVIEMBRE;
1—La fiesta de Todos los San tos 319 2—La Conmemorac ión de los fieles di
funtos 3i20 3—Los i n n u m e r a b l e s m á r t i r e s de Za ra
goza 321 4—San Carlos Bor romeo 322 5—Santa Ber t i la , a b a d e s a 323 6—San Leona rdo , sol i tar io y confesor . . . 324 7—San Wilbrordo , obispo 325 8—La solemnidad de las s a n t a s re l iquias
y los c u a t r o m á r t i r e s coronados . . . . 326 9—La dedicación de !a Iglesia del Sa lvador 327
10—San André s Avelino, confesor 328 11—San Mar t ín , obispo de Tour s 329 12—San Mar t ín , Papa y m á r t i r 330 13—San E s t a n i s l a o de K o s t k a , confesor . . 331 14—San Diego de Alcalá, confesor 332
15—Santa Ger t rud i s , a b a d e s a 333 16—San E d m u n d o , a rzobispo de Cantor -
be ry 334 17—San Gregorio T a u m a t u r g o , obispo . . . . 335 18-nSan Odón, abad de Cluni 336 19—Santa Isabel , h i j a del rey de Hung-r 'a 337 20—San Fé l ix de Valois, confesor 338 21—La P r e s e n t a c i ó n de N t r a . Sra 339 22—Santa Cecilia, v i rgen y m á r t i r 340 23—¡San Clemente , p a p a y m á r t i r 341 24—iSan J u a n de la Cruz, confesor 342 25—Santa Cata l ina , v i rgen y m á r t i r 343 26—San Ped ro Alejandr ino, obispo y m á r t i r 344 27—San Máximo, obispo de Ríez 345 28—Santiago de la Marea , confesor 346 29—San (Saturnino, obispo y m á r t i r 347 30—San Andrés , apóstol 348
D I C I E M B R E
1—San Eloy, obispo y confesor 349 2—Santa Bibiana , v i rgen y m á r t i r 350 3—San Franc i sco Jav ie r , confesor 351 4—Santa B á r b a r a , v i rgen y m á r t i r 352 5—San Sabás , a b a d 353 6—San Nicolás, obispo 354 7—San Ambrosio , obispo y doctor 355 8—La Concepción I n m a c u l a d a de M a r í a 356 9—Santa Leocadia , v i rgen y m á r t i r . . . . 357
10—Santa Eula l ia de Mérida , v i rgen y m á r t i r 358
11—San D á m a s o , p a p a 359 12—Nuestra S e ñ o r a de Guada lupe 360 13—Santa Luc ía , v i rgen y m á r t i r 361 U—San Espir idión, obispo 362 15—San Maximino , abad 363 16—San Eusebio , obispo y m á r t i r 364
17—Santa Olimpiades, v iuda 365 18—.Nuestra S e ñ o r a de la 0 366 19—San Nemesio , m á r t i r 367 20—Santo Domingo de Silos, confesor . . . . 368 21 - iSan to T o m á s , apóstol 369 22—San Isquir ión, m á r t i r 370 2 3 ^ S a n Sérvulo , confesor , 371 24—San Gregorio, p resb í te ro y m á r t i r . . . . 372 25—El Nac imien to de N u e s t r o Señor J e s u
cr is to 373 26—San E s t e b a n , el p r i m e r m á r t i r 374 27—San J u a n , após to l y evange l i s t a 375 28—Los s a n t o s Inocentes , m á r t i r e s 376 29—Santo T o m á s de Can torbery , arzobispo
y m á r t i r : 377 30—San Sabino, obispo y sus compañeros ,
m á r t i r e s " 378 31—San S i lves t re I, p a p a 379
Apéndice 381 31 de ñero . S. Pedro Nolasco 383 San Gabriel de la Dolorosa, confesor 384 27 de abri l . Sto. Toribio de Mogro'bejo 385 S a n t a J u a n a de Arco, Vi rgen 386 24 de Jul io . S. F ranc i sco Solano 387 S a n t a M a r g a r i t a Mar ía Alaeoque, v i rgen 388 F i e s t a s movibles 389 N u e s t r a Señora de L u j a n 389 L a Resur recc ión gloriosa del Señor 390
L a gloriosa Ascensión del Señor 391 L a Venida del E s p í r i t u San to 392 L a 'Sant í s ima Tr in idad 393 L a Solemnidad del Corpus 394 El S a c r a t í s i m o Corazón de J e s ú s 395 N u e s t r a Señora de M o n t s e r r a t 396 El Pu r í s imo Corazón de M a r í a 397 ÍE1 S a n t í s i m o N o m b r e de M a r í a 398 Los S ie te Dolores de N u e s t r a Señora . . . . 399 N u e s t r a Señora del Rosar io 400
404
* Abdón
ÍNDICE DE LOS SANTOS
Abdón • • 223 Abraham, sol i tar io . . . . . . . 82 Águeda • • • 43 Agust ín , ob. y doctor . . . . 252 Alberto Magno • • . • • . 106 Alejo, -confesor . . . . . . . . . . . 210 Alfonso Ma. de Ligorio 226 Alvaro de Córdoba . . . . . . . 57 Amadeo 97 Ambros io 355 Ana 219 A n a s t a s i a •' 111 Andrés , apóstol 348 Andrés Avel ino . . • 328 André s Corsino 42 Andrés H i b e r n ó m 118 Ángel de la G u a r d a 288 Anse lmo 121 Antonino 140 Antonio, a b a d 23 Antonio de P a d u a . . . . . . . . 175 Anunciac ión de N t r a . Sra . 91 Apol inar 21 Apolonia 47 Ascensión del Señor 391 Asunción de N t r a . S e ñ o r a 239 Atanas io 132 Avito 179
B
Baraqu i s io 95 B a r b a r a 352 Bar to lomé 248 Basil io M a g n o . • 176 Basíl isa, ¡mártir 114 Basi l isa , v i rgen 15 Beni to , a b a d 87 Ben i to de P a l e r m o . . . . . . . 101 B e r n a b é 173 B e r n a r d o 244 Berba rd ino de Sena 151 Ber t i l a 323 Bib iana 359 B i rg i t a 294 Blas 41 Bonifacio, apóstol de Alem a n i a 167 Brau l io 92 B r u n o 292 B u e n a v e n t u r a 206
Cal is to 301 Camilo de Lelis 211 C a n u t o 25 Carlos Bor romeó 322
C a r m e n t e o del s a n t o E s c a pular io (N t r a . Señora de) 208 Cas imiro 70 Ca ta l ina de Genova 271 Ca t a l i na de Ricci 51 Ca t a l i na de ISena 130 Ca ta l ina de Suecia 88 Cata l ina , vg. y m á r t i r . . . 343 C á t e d r a de San Pedro en Ant ioquía 60 Ca ted ra l de S a n Ped ro en R o m a 24 Caye tano 231 Cayo 122 Cecilia 340 Ceferino 250 Celes t ino 104 Celso 221 Cipr iano, m á r t i r 282 Cipr iano, ob. y m á r t i r . . . 272 Circuncisión de J e s ú s 7 Ciríaco 232 Clara 236 Clemente 341 Cleto 127 Clotilde 165 Concepción I n m a c u l a d a de M a r í a 356 Conversión <3e San P a b l o ' . . 31 Corazón de M a r í a 397 Corazón de J e s ú s 395 Carpóforo, ( m á r t i r coronado) 326 Corpus (Solemnidad del) . 394 Cosme 283 Crescenc ia 177 Crispín 312 Cr isp in iano 312 Cr i s t ina 217 Cruz (Exa l tac ión de la S a n t a ) 270 Cruz (Invención de la Santa) 133. Cruz (Tr iunfo de la S a n
t a ) 258 Cunegunda 69
D á m a s o 359 D a m i á n 283 Diego de Alcalá 332 Difuntos (Conmemorac ión de los fieles) 320 Dionisio, m á r t i r • • . • 295 Dolores de N t r a . S ra 319 Domingo de G u z m á n 228 Domingo de la Calzada . . . 143 Domingo de Silos 368 Donac iano . • • 155 Doro t ea 44
E
Edi ldr ida • . . 185 E d m u n d o 334 E d u a r d o 300 Eduwlg i s • •' 304 Efrén 201 Egesipo • 105 E lena 242 Eloy 349 E n c a r n a c i ó n del Hi jo de Dios • 91 E n g r a c i a 115 En r ique I 207 Ep i f an í a 12 Ep ímaco 141 Esco lás t i ca 48 E s m a r a g d o 232 Espir id ión 362 Esp í r i tu S a n t o (Venida del) 392 E s t a n i s l a o de K o s t k a 331 Es tan i s l ao , ob y m á r t i r . . 137 Es t eban , p r i m e r m á r t i r . . . 374 E s t e b a n ( Invención del cuerpo de s a n 227 E s t e b a n , r ey de H u n g r í a . . 258 Eudox io 261 E u f r a s i a 79 Eugen io , ob. de C a r t a g o . . 205 Eula l ia de Mérida 358 Eula l ia , vg . y m á r t i r 50 Eulogio, p a t r i a r c a de Alej a n d r í a 269 Eulogio, p re sb í t e ro y mr . 77 Euquer io 58 Eusebio , obispo de Verell i 364 E sebio, p resb í te ro y conf. 238 E u s t a q u i o 76 ¡Evaristo 313 Ezequiel 108
F a u s t i n o 53 Fel ic iano . . . 171 Fe l i c i t a s y su s s iete hi jos m á r t i r e s 413 Fel ipe, apóstol 131 Fel ipe iBenicio • • 24T Fel ipe Ner i 157 Fél ix de Valois 338 (Félix, p resb í te ro '.. 39
- F e r m í n 281 F e r n a n d o - 161 Fidel de S igmar inga 124 F l av i ano 56 ¡Francisca, r o m a n a 75 F ranc i s co Corácciolo 166 F r a n c i s c o de Asís 290 F r a n c i s c o de Bor ja 296
405
Franc i s co de P a u l a 100 F ranc i s co de Regís 178 Franc i sco de Sales 35 F ranc i s co J a v i e r 351 F ranc i sco Solano 387 F rumenc io 314 Fulgenc io 22
G
Gabriel 84 Galo, a b a d 303 Galo, ob. de A r v e r n a . . . . 193 Genoveva 9 Gera rdo 289 G e r m á n 159 Ger t rud is 333 Gervasio 181 Gil 257 Goar 198 Gonzalo de A m a r a n t e 16 Gordiano 141 Gregorio M a g n o 78 Gregorio Naz ianzeno 139 Gregorio, p resb í te ro y mr . 373 Gregorio sép t imo 136 Gregorio T a u m a t u r g o . . . . 335 Guada lupe (Nt ra . Sra. da 360 Guido 268 Guil lermo 187 G u n t r a n o 94
H
Hermeneg i ldo 111 Hi la r io 20 Hospicio Recluso 152 Hugo , Abad de Cluni 129 Hugo, a b a d de Grenoble . . 99
Ignacio de Loyola 22"4 tenacio , ob. y m á r t i r 39 Ildefonso T9 Tnés de Montepulc iano . . . . 120 Inés, vi rgen y m á r t i r . . . . 27 Inocen tes (los s an tos ) . . . . 376 Iñigo Ifi3 I reneo, m á r t i r 195 Ireneo, ob. y m á r t i r 190 Isabel , h i ja del rey de H u n -
• gr la 337 Isabel , r e ina de P o r t u g a l . 200 Is idoro 102 i s id ro 1^6 Tsquirión 370 Iván 150
J J e n a r o 275 J e r ó n i m o 286 J e s ú s ((Nombre de) 7 J o a q u í n 86 J o n á s , m á r t i r 95 Jo rge 123 José de Calasanz 251 José , Esposo de la Madre de Dios 85 J o v i t a 53 Jua^ia F r a n c i s c a de Chan-
ta l 245
J u a n , a n t e I^órtam L a t i -n a m 136 J u a n , apóstol y evange l i s t a 375 J u a n B a u t i s t a (Degollación
d e san) 253 J u a n B a u t i s t a (Na t iv idad
de s a n ) 186 J u a n B e r c h m a n s 237 J u a n Bosco 37 J u a n Cancio 307 J u a n Cr isós tomo 33 J u a n Cl ímaco 96 J u a n de Dios 74 J u a n de la Cruz 342 J u a n de M a t a 46 J u a n de S a h u g ü n 174 J u a n , e r m i t a ñ o 93 J u a n Gua lber to 204 J u a n , m á r t i r 188 J u a n Neporauceno 147 J u a n , p a r a y m á r t i r 158 J u a n Si lenciar io 144 Judafe, apóstol 315 Ju l i án de Capadocia . . . . . . 55 Ju l i án m á r t i r 15 Jul ián , obispo 31 Ju l ia 153 Jul io 110 J u s t i n a 232 J u s t i n o 112 J u s t o 233
L
Ladis lao ' 189 Lars;o 282 L a u r e a n o 196 L e a n d r o • • 65 Leocadia 3^7 Leonardo 324 León, el .Magno 109 L i b e r a t o 241 Lorenzo, diác. y m á r t i r . . 284 Lorenzo J u s ü n i a n o . 1 ¿
L u c a s SOR L u c í a • • 2(U Luis .G^"z--fa 183 Li?is, obiprro ^ c"ri(\ . . . . . ?¿,}
L I I Í F , r ev ^e F ranc ia . . . . . 249 Lujan , (Virgen d?) 389
M
Macar io Alejandr ino . . . . . . 8 Macar io , m á r t i r 261 M a m e r t o 142 Marcel ino 12F, Marce l iano 1 P n
Marcelo 3i7 Ma,rcos • • 180 Marcos , evange l i s t a 125 Marcos, papa y conf 293 M a r g a r i t a , r e ina de Escocia 172 Martrarit^i, virpr. y m á r t i r 213 M a r í a Ana de J e s ú s 117 M^r ía Ana de J e s ú s P a redes 164 Ar a r í a Cleoié 107 Mar ía Magda lena 215 Mar ía ( N o m b r e a.e1 398 M a r í a Salomé 309 M a r t a ..'. 222 M a r t i n a - - 26 Mar t ín , ob. de T n u r s 329 Mar t ín , papa y m á r t i r . . . . 330
Mateo • • 277 Mat ía s 62 Mati lde • • 80 Maur ic io ," 278 Maximino, a b a d 363 Maximino, obispo de T r é -
vis 160 Máximo 345 Medardo 170 Mercedes ( N t r a . .Sra de las) 280 Miguel Arcánge l 285 Miguel Arcángel , ( la a p a r i ción de san) 138 Miguel de los San tos 197 Modesto . . 177 Mónica 134 Mon t se r r a t (N t r a . Sra. de) 395 Mustióla 195
N
N a c i m i e n t o de J. C 373 Narc i so 316 Na t iv idad de la Virgen . . . 264 Nazar io , confesor 18 Xazar io , m á r t i r 221 Vemesio 367 Nicar io 297 Nicolás de Tolent ino 266 Nicolás F a c t o r 71 Nicolás, obispo 354 Nieves (N t r a . Sra de las) 229 Norber to 168
O
Odón 336 Olegario 72 Olimpiades 365 Onísimo 54 O (Nt ra . Sra. de la) 366
Pablo, apóstol de las gen t e s 192 Pablo, p r i m e r e r m i t a ñ o . . 21 Pablo, m á r t i r 188 Pacomio 145 Pafnucio 267 Pan ta l eón 220 P a n t e n o *. . . . 199 Pascua l Bailón 148 P a s t o r 233 Pat r ic io 83 Paul ino 184 Pedro ad-Víncula 225 Pedro Alejandrino 344 Pedro Armengol 127 Ped ro Claver 265 Ped ro de A l c á n t a r a 306 P e d r o de Arbués : 273 Pedro González Telmo . . . . 113 Pedro , mr . de Córdoba . . . 169 Ped ro Nalasco 383 Pedro , pr ínc ipes de los apostóles 191 Tet roni la 162 P i la r (apar ic ión de la Vir
gen del) 298 Pío I 203 Po V 135 Plácido 291 Pol icarpo 32 Porf i r io 64 P r e s e n t a c i ó n de J e s ú s . . . . 40
406 %
¿rinventación de X t r a . Sra . 339 P r i m o 171 P ro t a s io 181 Puri f icación de la S a n t í s i
m a Vi rgen 40
Q
Quin t ín 318
R
Rafael 311 Ra imundo de P i t e ro 81 R a i m u n d o de Peñafor t . . . . 13 R a m ó n N o n a t o 255 Reina o Regina 263 Rel iquias (solemindad de las s a n t a s ) 326 Remigio ., 287 Resurrecc ión del Señor . . . 390 Rogac iano 155 Román 66 Romualdo 45 Rómulo • 261 Roque 240 Rosa de L i m a 254 Rosa de Vi te rbo 260 Rosal ía de P a l e r m o 262 Rosar io (Nt ra . Sra . del) . . 400 Rosendo 67
s Sabas 353 Sabino 378 Salvador (Dedicación de la Iglesia del) 327 San t i ago apóstol (la a p a r i
ción de) 154 San t i ago de la Marca . . . . 546 San t i ago , el Mayor . . . . . . . 218 San t i ago , el Menor 131 S a n t o s (f iesta de todos los) 319 S a t u r n i n o 347 S e b a s t e ( c u a r e n t a m á r t i r e s de) 76 Sebas t i án 26 Senén 223 Serap ia 259 Se reno 61 Sérvulo • 371 Sever iano ( m á r t i r e s coro
nados) 326 Sever iano , ob. y m á r t i r . . . . 59 Sever ino 49 Severo ( m á r t i r e s corona
dos) 326 Si lver io 182 Si lvest re I 379 ¡Simeón Es t i l i t a 11 Simón apóstol 315 Simón, inoc. y m á r t i r . . . . 90 Simplicio 68 iSinforiano 246 Sote ro 122
T
T a r a s i o 63 Tec la 279 Teodoro 310 Teodasio, cenobia rca . . . . 17 T e r e s a de J e s ú s 302 T o m á s , Apóstol 369 T o m á s de Aquino 73 T o m á s de Cantorbe i y . . . . 377 T o m á s de Vi l l anueva 274 Toribio de L i é b a n a 115
Tor íb ío de Mogrobejo . . . . 385 Tiburcio 235 Timoteo • • 30 Ti to 10 Transf igurac ión del Señor 230 Tr in idad (San t í s ima) 393
u Úrsula 308
"Valentín 54 Venanc io 149 Vicen te de Colibre • • 119 Vicente de P a ú l 212 Vicente , diác. y m á r t i r . . . 28 Vicen te (Perrer 103 Víc tor 214 Vic tor iano , 89 Vic tor ino ( m á r t i r e s coro
nados) 326 Vidal 128 Vis i tac ión de N t r a . Sra 194 Vito 177
w WJfrido • • • • 2 9 9 Wences lao 284 Wil l ibrordo 325
Zaragoza ( i nnumerab l e s m á r t i r e s de) 321 Zenón i 261
40?
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