Curso de Escritura creativa. 2009-10
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Diseño de cubierta: ALBERTO SÁNCHEZ POLO
Mayo de 2010
MASS MEDIA
Mario Benedetti
De los medios de comunicación
en este mundo tan codificado
con internet y otras navegaciones
yo sigo prefiriendo
el viejo beso artesanal
que desde siempre comunica tanto.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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ÍNDICE
- INTRODUCCIÓN. La experiencia etílica de
escribir 6
- MIGUEL DELIBES RECUPERA
SU SITIO 10
- LA ESQUINA DEL NÚMERO 3. 15
- ESCRITURA Y COMUNICACIÓN 19
- LA FERIA DEL ARRABAL 20
- TRUFA 24
- LA VIDA Y LOS SUEÑOS 28
- CÁDIZ Y SU BAHÍA 31
- POR QUÉ ESCRIBO 35
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4
- HOMBRES Y MUJERES, MUJERES Y - -
HOMBRES 37
- EL NARRADOR DE CUENTOS 43
- EL ELEFANTE 45
- COMPAÑERA 48
- QUÉ SUERTE TENGO 50
- LA MESA ‘TERCERA’ Y SUS ADICTOS
54
- EL COMIENZO DE UNA VIDA 57
- ¿EL DÍA MÁS HERMOSO DE MI VIDA?
AQUEL QUE HABLÉ CON EL SOL 60
- MERCADO DE GANADO EN EL
ARRABAL 63
- HOMBRES Y MUJERES Y VICEVERSA 70
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5
- EL PLACER DE… 74
- ¿QUÉ HABRÁ SIDO DE ELLOS? 76
- PEQUEÑAS COSAS 79
- ERMITA DE EL CASTAÑAR 82
- PLACERES COTIDIANOS 85
- RECUERDO A MIGUEL DELIBES 88
- EL OTRO LADO 93
- PARA ENVEJECER ACTIVAMENTE 103
- REFLEXIÓN 104
- Y CUÁNDO VOLVERÁS 107
- A LA HORA DE ESCRIBIR 117
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INTRODUCCIÓN:
La experiencia etílica de escribir
Han sido sólo unas pocas semanas, pero
me atrevería a asegurar que suficientes para
cumplir, al menos, uno de los objetivos que se
proponía este primer Curso de Escritura
Creativa: mitigar el temor de los alumnos a la
hora de enfrentarse a un folio en blanco.
Algunos, más valientes, cada semana han
ejecutado la propuesta voluntaria de deberes,
‘forzándose’ a escribir sobre la temática que se
planteaba. Otros, sin decirlo, quizás lo han
hecho en silencio, para sí mismos. Porque la
escritura tiene ese doble cariz de pública y
privada: para algunos se convierte en muleta en
la que se apoyan para lograr una especie de
catarsis personal, una terapia que les permite
desahogarse consigo mismos. A otros, les
seduce la idea de compartir sus sentimientos,
sus pasiones, sus preocupaciones, su forma de
ver la vida y de contarla… Máxime cuando las
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palabras se hacían sonido en el aula y, después
de ser amplificadas se acompañaban del
aplauso de los compañeros, como rúbrica de
que el mensaje había calado. Y es que, en
definitiva, la literatura consigue un efecto
etílico, como decía Alberto Cortez en su canción-
poema ‘El vino’:
“El vino puede sacar cosas que el hombre
se calla. Que deberían salir cuando el hombre
bebe agua. Va buscando pecho adentro por los
silencios del alma y les va poniendo voces y los
va haciendo palabras”.
Esta pretensión etílica no hubiera sido
posible sin el firme empujón de Adoración
Holgado, directora del Programa
Interuniversitario de la Experiencia, y el apoyo
permanente de María Teresa Ramos. Gracias a
las dos.
Asimismo, quiero agradecer la compañía
en este viaje literario de dos profesores, los
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doctores Mercedes Lledó Patiño y Sergio Ortega
Santamaría.
Mercedes Lledó se ha centrado
fundamentalmente en las relaciones entre la
literatura y el periodismo, aterrizando al final en
otra de sus especialidades, la narración
radiofónica.
Sergio Ortega ha tratado de bucear en el
océano de Internet, en ese gran mercado del que
tanto se puede recibir y al mismo tiempo dar.
Unos cuantos seguro que, después de
escucharle y observar su pasión por las nuevas
tecnologías, matarán el gusanillo de escribir su
pequeño blog.
Por mi parte, he tratado de hilvanar un
traje que ahora corresponde coser a los
alumnos, dando claves para que la inspiración
no se apague o esté fuera de cobertura; de cómo
generar ideas para llevarlas al papel o saber qué
aspectos de fondo y de forma deben cuidar para
que sus relatos lleguen al lector…
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Ya en la presentación del curso quedó
patente que estas clases, que con tanto cariño
hemos impartido, servirían únicamente para
abrir boca a la maravillosa experiencia de
escribir. No sería honesto tener otra pretensión
en sólo unos meses. Porque, como dice el
escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, “la
literatura es la conquista de la lentitud”.
María Eugenia Polo,
coordinadora del Curso de Escritura
Creativa
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MIGUEL DELIBES RECUPERA SU SITIO
Virgilio Justo
En los últimos años de la segunda década
del siglo veinte apareció por Valladolid, sin
pensar en quedarse, un ingeniero que traía en
encargo hacer llegar el tren de cercanías hasta
Medina del Campo y, por esas cosas que tiene la
vida, terminó quedándose. Y allí, en 1920, nació
Miguel y alguno más de sus hermanos.
A pesar del parón que representó en sus
estudios la Guerra Civil, el joven Miguel sacó
cátedra en Derecho Mercantil a los veinticinco
años; y, como era costumbre por entonces, al
año siguiente se casó con Ángeles, vinieron los
hijos, los pluriempleos, ya tenía uno además de
la Cátedra, llevaba cinco años trabajando como
caricaturista en EL NORTE DE CASTILLA, desde
1940. Y al casarse, comenzó con sus trabajos
periodísticos y, casi en secreto, emborronaba
folios por las noches porque necesitaba más, y
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se presentó al Premio Nadal de Novela de 47 con
La sombra del ciprés es alargada y ganó al que
luego sería su mejor amigo, José Luis Martín
Descalzo.
Ese año de 1947 comenzaron a llegar los
hijos, los de carne… y los de la inteligencia, y
con los niños y para los niños escribió EL
CAMINO en 1950 y más libros, más viajes, más
caza, y mas cuentos, y relatos, LA HOJA ROJA,
que le aparecería en el librillo de la vida a
mediados de los años 90 con el nombre de
cáncer. Pero aún faltan muchas cosas, más
libros, muchos libros, hasta sesenta, muchas
conferencias, dirigir el periódico desde 1958 a
1963 en que exhausto y harto de las presiones
que recibía su línea editorial, se vio forzado a
renunciar.
Tres años después de esta aparente
derrota publicó el mejor monólogo que se ha
escrito nunca sobre la realidad de España en
esa época, CINCO HORAS CON MARIO; más
libros, más viajes, más conferencias. Y en el 73
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el ingreso en la Real Academia en
reconocimiento a su valor como estudioso del
lenguaje castellano.
Esta alegría duraría poco a los Delibes; al
año siguiente, se despidió Ángeles.
Con la muerte de su esposa comenzó para
él una tormenta de penas y de premios, algo que
en la vida de Delibes ha ido a la par.
En 1982 le conceden el Premio Príncipe de
Asturias. En 1993, el Premio Cervantes de las
Letras. Y, de nuevo, la tragedia, a mediados de
los noventa, un cáncer lo acorrala, pero no lo
vence. Es operado en 1998 y el pronóstico no
puede ser más positivo; ese mismo año publica
su mejor obra de los últimos años: EL HEREJE.
No ha vuelto a cazar, vivía con su hija en
un séptimo piso, él, que odiaba los ascensores,
pero estuvo bien, resignado, ecuánime,
luchador…
Su último trabajo con su hijo Miguel fue
LA TIERRA SE MUERE.
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Ayer se marchó en busca de descanso a
los 89 años y su cuerpo mortal ha sido
conducido al lugar donde en Valladolid
entierran a los Hombres Ilustres Y hasta allí, lo
más pronto posible, trasladarán los restos de
Ángeles, hasta aquí unas breves pinceladas de
la vida de un gigante de las letras…
Yo, tengo para mí, que Miguel, socarrón
como pocos, estará complacido, feliz, al
reencontrarse con Ángeles, su SEÑORA DE
ROJO SOBRE FONDO GRIS, con su José-Luis,
Martín Descalzo, que ahora estará más
tranquilo, jugará mejor al julepe, porque allí no
hay máquina que tenga que limpiarle la sangre,
ni falta que hace; con Paco Umbral, que habrá
dejado atrás su bufanda de friolero porque no
tendrá frío, con Rabal, que, zumbón, le hará el
monólogo de “milana bonita” y después,
presumido, como siempre, hablará de aquel
aterrizaje forzoso que le separó de Asunción y de
los chicos. Luego, se limpiará una lágrima y
seguirá, jocoso, con sus chistes.
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14
Sí, estoy seguro que Miguel, en el
reencuentro definitivo con su Señora de Rojo
con fondo gris, estará feliz como nunca y para
siempre.
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15
LA ESQUINA DEL NÚMERO TRES
Plinio el joven
Me construyeron hace 25 años, por lo que
soy relativamente joven, con muchas vivencias y
conocimientos. Veo siempre al menos cuatro
calles, aunque estoy destinada a estar sola; lo
prefiero, porque una ha visto tantas cosas, que
resulta más agradable estar sola que con
vecinas. Y para demostrarlo os relato algunos
hechos acaecidos tanto en mi vecindad como a
mí misma.
Una vez dos amigas se juntaron y se
convirtieron en pared, por lo que perdieron toda
su personalidad, y tras caer en una gran
depresión se suicidaron aflojándose; y el
edificio, claro está, se derrumbó. Que el
arquitecto supremo las tenga en la gloria. Otra
vez tres conocidas se juntaron y ¡oh! desilusión,
se convirtieron en rincón, aunque desde
entonces, al estar tan juntas, solo hacen que
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cuchichear, porque según ha llegado a mis
piedras, en esos lugares ocurren cosas
divertidísimas y muy picantes.
Ya no me hablo con una esquina que hace
tiempo fue amiga íntima, bueno conocida, que
vive tres manzanas calle arriba. Era una
esquina majísima, pero la integraron en un
edificio remodelado y parece una nueva rica, se
ha vuelto de un esnob que no hay quien la
soporte. Claro, que la de la manzana del número
12 se ha operado, poniéndose botox, y ahora es
redonda, que cursi. ¿Y qué contaros de la del
14?, pobrecita, es chata con un portal en medio.
Con la que me llevo muy bien es con la de la
catedral, porque sabe tratar a todas por igual, y
es que los siglos dan mucha experiencia y
sabiduría.
Pero prefiero seguir estando sola con el
viento de la tarde, el frío de la mañana y el calor
del mediodía. Y además, dada mi ubicación en
este edificio privilegiado, todos me nombran
para quedar; soy un lugar mágico, un lugar de
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encuentro, junto a mí se acercan todos los
humanos, hasta una señora mayor que se apoyó
para rascarse la espalda.
En otras ocasiones suceden anécdotas
curiosas, como el sábado pasado; fue hilarante.
Un detective estuvo apoyado en mí con una
cámara casi una hora, esperando pillar a la
chica del 16 en un desliz, pero avisé a su
esquina y los tapó; el detective se fue sin jalarse
una rosca.
En un día de primavera, supongo que
estaría esperando a su novia o amiga, se apoyó
en mí un chico, bueno, qué digo un chico, un
mazizorro, que apuros, yo disimulando y todas
las otras esquinas de cachondeo, ¡qué calentón
hasta que se fue!
Tengo seis chicles pegados; ¡qué asco!,
son de un niñato que cuando pasa para ir al
cole los deja pegados a mí como si fuese su
papelera. Seguro que la maestra se los hace
tirar.
Mi piel tiene cicatrices de la vida
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cotidiana, os podría contar que son
heroicidades, pero no, son de una camioneta
de m… que no sabe tomar las curvas y me raya.
Temo a los operarios municipales cuando
me miden, ¿estaré dentro del plan urbanístico?
Siempre me acongojo por si me derriban, pero
hasta ahora no ha ocurrido. Y estoy muy
descontenta con el Ayuntamiento, porque no me
protege, no me dan crema y me estoy
descamando poco a poco; suelto arenilla. Qué
les costaría darme un poco de resina, así luciría
más joven.
Hay días en que me siento fatal por la
humedad, y todo debido a que tengo los pies
húmedos por un maldito chucho, que cree que
marcando las esquinas la ciudad ésta le
pertenece.
Voy a escuchar a dos comadres que se
han parado junto a mí, quiero oír lo que dicen…
Hasta otro día.
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19
ESCRITURA Y COMUNICACIÓN (inicio de clases en la Universidad
Pontificia, 5 de octubre de 2009)
Emilio Corona
Me apunté a la Escritura Creativa…
La profesora es María Eugenia Polo,
muy joven, sonriente y atractiva,
carita de bondad, como sin dolo.
Confío en aprender, con ella y sólo,
una métrica ágil y expresiva,
aprovechar y no tocarme el “bolo”,
que la vida se escapa y es esquiva.
En entretanto, el ínclito Javier
habla del tema “Comunicación”,
algo con lo que no tengo que ver…
Que, aunque sea persuasiva su lección,
nada quiero del ser y del no ser,
que el escribir, me da más emoción.
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20
LA FERIA DEL ARRABAL
Pascual Martín
Clase del lunes pasado. Proyectan
fotografías de la Salamanca antigua. Como es
lógico, en blanco y negro. Se nos pide un texto
alusivo a las imágenes que, por otra parte, no
dejan de traer a los presentes bonitos recuerdos
de tiempos ya idos. A todos ayudan a rescatar
algo que dormía en cualquiera sabe qué rincón
de la memoria, de ahí los comentarios en voz
baja con el compañero más cercano. ¿Cuántas
fotos vimos? No sé, bastantes. Quizá el tema
que más se repetía era el de la Feria de Ganado
en el Arrabal del Puente.
A servidor le impactó una muy en
particular; seguro que más de uno la recuerda.
Ganado mular salpicado aquí y allá. Gente del
medio rural pululando entre los animales;
propietarios que sujetan los ramales de las
caballerías. Si nos fijamos bien, veremos arriba,
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en el ángulo superior derecho, un señor mayor
con boina; también un jovenzote que aparenta
dieciséis años más o menos; y un hombre de
mediana edad que les acompaña, moreno, con
toda la traza de ser gitano. El gitano es quien
parece disculparse con el señor mayor mientras
sujeta en su mano el ronzal atado a la cabezada;
parece incluso echar un paso atrás y la mano
adelante, como rechazando el trato.
El señor mayor y el joven son padre e hijo.
Han estado recorriendo cada uno por su lado el
ferial, desde la orilla del río hasta lo alto del
teso, en busca de la caballería que necesitan.
Habían acordado reunirse a la entrada misma
del Puente Viejo. El señor mayor no venía muy
satisfecho de lo que vio; el joven sí, el joven
había echado el ojo a la mula ideal, lustroso
pelo recién esquilado, ancas bien firmes, buena
planta. Un poco cara parecía (se atrevió incluso
a preguntar precio), pero lo bueno hay que
pagarlo. «Nada, no busque usted más, padre;
mejor no la vamos a encontrar, menuda
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estampa». «¿Seguro?» «Seguro, padre, vamos.
Esa puede bien con las aguaderas y los ocho
cántaros».
Entonces, ¿alguien aventura qué pinta el
gitano en esa extraña actitud, renunciando a la
venta de la caballería? No es fácil dar con el
motivo, aunque para un servidor, ningún
problema; se lo tengo escuchado a mi padre mil
veces de niño, cuando se contaban sucedidos al
amor de la lumbre. Ahora mismo parece como si
estuviera oyendo al gitano: «Nada, señor José
Antonio, que esta mula no es para usted; no me
lo perdonaría yo jamás». «Pero bueno, si le
habías dicho al chico el precio y todo». «Ya,
señor José Antonio, pero yo no sabía que él era
su hijo; ¿cómo cree usted si no, que yo... con lo
ha hecho usted por nosotros. Mire, yo le ayudo,
si quiere, a buscar una que le vaya bien».
Aclaro. El joven que había encontrado la
“joya” de mula era mi padre cuando joven. El
señor José Antonio, el de la boina, mi abuelo.
Del gitano no sé nada más, sino que se dedicaba
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al trato y era uno de los mejores. Se lo tengo
escuchado a mi padre muchas veces, ya digo:
«A tu abuelo, hijo, le quería todo el mundo; no
hay como ir por la vida como él fue siempre,
haciendo favores. Aunque, ¿sabes?, él dice que
nadie le dejó ninguno a deber».
¿Que si lo contado es verdad? Claro, claro,
estas cosas no se inventan. Pues no tengo yo
grabadas en la memoria ni nada las palabras de
mi padre (papa, decíamos entonces). Y fíjate ya
el tiempo; más años cargo yo a la espalda hoy
de los que tenía mi abuelo cuando la foto.
No sé, la historia a mí me parece bonita,
qué más da luego si en ninguna de las
fotografías aparecen la mula y el señor mayor y
el jovenzote y el gitano.
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TRUFA
Teresa Martín Rodero
Hoy nos han pedido en clase que digamos
los motivos que nos mueven a escribir,
pequeños textos. Pues hoy, 8 de marzo de 2010,
para mí ha sido muy fácil, ya que me interesa
hablar de la “tristeza”.
La tristeza o la angustia por la pérdida de
alguien que ha compartido contigo 11 años de
tu vida, y que hoy nos ha dejado por una
decisión muy dolorosa y meditada, ya que
estaba enferma de diabetes grave; se trata de mi
perra “Trufa”, un cocker spanier negro. La
familia lloramos su pérdida, egoístamente,
porque la echamos en falta. Me duele decir que
lloro por la muerte de un animal, cuando hay
tanta falta de cariño en la humanidad; pero lo
necesito y no me avergüenzo.
He salido de clase, hacía mucho frío, pero
yo no tenía; mi corazón estaba cerrado, y mi
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cuerpo iba al compás de la caída de la tarde,
grisácea, melancólica. Venían ráfagas de viento
que penetraban por todo mi cuerpo, pero yo no
mi inmutaba; mi mente estaba mirando la
clínica veterinaria donde se le había dormido a
mi perra. Quería darle el último abrazo, aunque
hubiese sido un abrazo frío, pero mis pies
giraban en torno a la parada del autobús, y no
fui capaz.
Tenía cuatro meses cuando un vecino nos
pidió que nos quedáramos con ella, por las
vacaciones estivales. Accedimos toda la familia,
y cuando sus dueños regresaron de su merecido
descanso, comprendieron que el animal estaba
mejor con nosotros.
Todas las mañanas la sacábamos al
monte, y ahí se comportaba como era, un
verdadero animal. Introducía su hocico en las
madrigueras para asustar a la caza; a veces lo
sacaba tan lleno de tierra que se pasaba un
buen rato limpiándose. Era muy veloz corriendo
detrás de las liebres y conejos; otras se quedaba
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parada, estática, en actitud de máxima tensión,
y con una pata delantera levantada escuchando
el más mínimo movimiento para actuar. En
ocasiones sus desplazamientos eran entre las
tierras de cereales, en busca de perdices, y no
la veíamos, no sabíamos dónde se encontraba,
pero el movimiento de las espigas la delataba.
Otras veces era ella la que nos agrupaba, ya que
nos controlaba perfectamente.
El resto del día lo compartía con la
familia, en la casa y en el jardín; su actitud era
más casera, siempre en un punto de la vivienda
donde nos pudiera controlar. Si alguien llamaba
al timbre de la casa, ladraba y tenía que salir la
primera a recibir al visitante, para después
echarse en el suelo para que la acariciase; era
mimosa, cariñosa, y estéticamente muy bonita.
Este pequeño texto es en su memoria, y
en el recuerdo de todos los perros que nos
hacen la vida más agradable a los humanos. Y
ahora, para finalizar, me gustaría desde mi
imaginación pasarle mi mano derecha por su
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cabecita y acariciarla; notar esa seda de pelo
negro que tenía para después abrazarla y darle
mi último beso de despedida.
Gracias, Trufa.
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LA VIDA Y LOS SUEÑOS
Virgilio Justo
Ahora, cuando han quedado atrás los días
de hacer y deshacer, de trabajar o estudiar
pensando en el futuro, podría decir, pero sería
mentira, que no tuve la oportunidad de estudiar
una carrera; realmente la tuve, pero no supe
aprovecharla.
Sólo al segundo intento, con veinte años
cumplidos, y por propio convencimiento y con
no pocos sacrificios, terminé el bachillerato y
podía haber pensado en el ingreso en la
Universidad para mayores de 25 años; pero no,
tenía demasiada prisa por demostrar que era
capaz de ganarme la vida trabajando.
Eso me llevó a empezar, muy joven, en
cuanto terminé los estudios correspondientes,
con la Academia. Y en cuanto comprobé que la
cosa funcionaba, me casé y fui teniendo niñas,
nada menos que cuatro, y esa lucha, la de sacar
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adelante una familia numerosa, me ocupó a
tiempo completo durante muchos años, muchas
horas de clase y luego, en cuanto tenía alguna
hora libre, apuntes que me proporcionaban
algunas pesetillas para los inevitables extras
que surgían con demasiada frecuencia.
En todo ese tiempo, casi cuarenta años,
mi única meta fueron mis hijas y sacar adelante
la casa. Ahora, puedo decir, con orgullo, que
mereció la pena, que ellas sí que aprovecharon
la oportunidad. Las cuatro tienen sus carreras;
la mayor, dos.
Siempre he tenido el gusanillo de escribir,
pero lo iba aplazando, mataba el gusanillo
mezclando algún texto mío con otros de mis más
queridos autores, Ignacio Aldecoa, Miguel
Delibes, Ignacio Agustí, Mercedes Salisachs o
José Agustín Goytisolo…
Ahora sí, ahora doy rienda suelta a esos
personajes que, como los osos en invierno,
permanecían aletargados, esperando el
momento de escapar; y lo hacen, torpemente,
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quizá temiendo que vuelvan a prohibirles salir, y
lo hacen a través de Virgilio Justo en los ratos
que puedo, tranquilamente, sentarme ante el
teclado del ordenador. Es él, Virgilio Justo, el
que cuenta sus propias verdades y mentiras,
porque, como diría mi admirado Vargas Llosa, el
escritor es un mentiroso consentido que exige
su derecho a expresarse en libertad.
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CADÍZ Y SU BAHÍA
Catalina Gómez
Sus puestas de sol, cuando el mar está
bravo, se pueden ver a lo largo de su paseo
marítimo, con sus preciosos jardines. Miras
hacía el horizonte, y ves el mar abierto, poblado
de esos yates impresionantes, que cuando están
en el muelle, gozan de dos, tres e incluso cuatro
pisos; y cuando los pierdes en el horizonte son
nada.
Mi hija tenía cuatro años la primera vez
que lo vio y su pregunta fue: “¿Mamá, cuando
llegan los barcos allí se caen?”.
De lo que quiero hablarles es de la
entrada y salida en el muelle de “Juan
Sebastián El Cano”, buque escuela de la
Armada española.
Es un bergantín-goleta de cuatro palos;
tienen el nombre de cuatro buques escuelas de
los anteriores: “Blanca”, “Almansa”. “Asturias” y
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“Nautilos”. Estos llevan cruzados otros palos
arriba donde amarran las velas y allí es donde
van subidos los marineros. Lo mismo a la
entrada que a la salida.
Es todo un acontecimiento, debido a la
cantidad de barcos y personas que salen a
recibirle. La punta de San Felipe es un lugar
privilegiado para verlo desde el muelle, y
también desde mar abierto a medida que se va
acercando con sus velas extendidas, movidas
por el viento. ¡Majestuoso!, de cualquier
manera que se mire, ya sea de frente o de lado,
se ve cuando vira para entrar en el muelle, se
detiene, y sus marineros recogen las velas, ya
que en el muelle no puede entrar con ellas
extendidas.
Le acompañan las patrulleras que
escoltan al navío hasta que amarra en el muelle.
Todos los barcos salen a recibirle, sin importar
el tamaño, desde el más pequeño al más grande,
haciendo sonar sus bocinas, hasta que queda
amarrado en el puerto; por una semana o más
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depende el tiempo que tenga.
En su estancia en el muelle, todos los días
hay unas horas para poderlo visitar por dentro,
te lo enseñan detalladamente; sales
impresionada, se forman unas colas largas,
tanto que tienes que esperar una hora para
entrar, si no es más.
Este navío lleva 390 personas a bordo,
formado por oficiales, suboficiales, y cadetes de
la Armada española, incluso en el 2009 se
vieron mujeres, lo nunca visto. Es la primera vez
que estos cadetes tienen contacto con el mar.
Cuando esto se presencia por primera vez,
te deja impresionada, por lo menos a mí me
paso; yo veía las caras de las personas y su
expresión era de admiración, no hacía falta
preguntar.
La salida del muelle es muy parecida.
Salen las autoridades de Cádiz con su alcaldesa
a la cabeza, autoridades de la academia de San
Fernando y del Gobierno. No hay que olvidar la
cantidad de personas que salen a despedirle:
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esposas, padres, hijos, novias, amigos, etc.
Los marineros, en posición para soltar las
velas cuando sea necesario antes de salir a mar
abierto. Las embarcaciones le despiden de la
misma manera que lo recibieron, con sus
bocinas sonando, el “orgulloso” del séquito que
lleva verlo así; y por La Punta de San Felipe, lo
ves tan cerquita…, cómo le sueltan las velas
para hacerse a la mar, rumbo a su destino,
surcar los mares. Te quedas mirando cómo se
aleja hasta que lo pierdes de vista. Nadie se
mueve y piensas en tu interior: “¡hasta el año
que viene!”.
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POR QUÉ ESCRIBO
Pascual Martín
Las razones por las que uno puede
ponerse a escribir son múltiples. Mil hay ya
censadas, según tengo entendido. No las
conozco todas, pero voy a dar las número mil
uno y mil dos.
De siempre me recuerdo con gran afición
a leer; cuando niño, de joven luego, y de no tan
joven más adelante. Y pienso continuar
haciéndolo también cuando sea mayor, porque
la verdad es que no hallé tebeo, cuento,
panfleto, revista, periódico, libro, etc. del que yo
no sacara provecho. Entonces, me dije, digo,
¿voy a ser tan negado para la cosa, que haga yo
un texto más malo que nadie? Y aquí estamos.
Ésta es la razón mil uno.
La mil dos —a ver cómo lo enhebro— sería
que un servidor es tan amante de la Vida, así,
con mayúscula, que no se conforma con
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disfrutar de solo la suya. Y como no se trata de
ir por ahí quitándole a nadie nada de lo que
legítimamente le pertenece, pues una manera es
crear personajes y hacerlos vivir; y vivir con
ellos sus avatares, que a fin de cuentas son los
propios.
Otra razón más tengo preparada, la mil
tres, pero ésta es ya un poco más seria, más
profunda. Más, diríamos, de gente formal. La
dejamos para cuando vayamos siendo mayores.
Si llegamos a ello, queridos compañeros de
clase, y no me entero (cosa bastante probable),
avisadme, porfa.
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HOMBRES Y MUJERES,
MUJERES Y HOMBRES
Esteban Sánchez Manjón
Desde los albores de la humanidad o
mejor dicho desde el proceso de la formación del
hombre, cuando los bípedos u homínidos y más
concretamente desde el homo sapiens sapiens, o
más recientemente con el hombre de Cromañón,
pasando por todas las etapas desde el origen del
hombre (dejando a un lado lo somático y lo
espiritual y olvidándonos de la larga noche de
los tiempos hasta el siglo VIII antes de Cristo
aproximadamente y hasta nuestros días), quiero
hacer unas reflexiones sobre tan arduo tema de
Hombres y Mujeres, Mujeres y Hombres.
La literatura nos cuenta ya cómo el poeta
griego Homero escribió sus poéticas obras la
IÍiada y la Odisea, y vemos a hombres y mujeres,
aunque fueran en unos grandes poemas épicos
(Elena y París en la Iliada y Ulises y Penélope en
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la Odisea). En la era romana tenemos a
Cleopatra y Marco Antonio. En ambos casos,
grades amores, sí, pero ya tenían sus problemas
sociales y de convivencia.
Después de los amores épicos, podemos
pasar a los dramáticos y de familia, como los
amantes Romeo y Julieta en Verona, ya en el
Medievo; o el tan carroñero amor de don Juan a
doña Inés de Zorrilla, pasando por el
romanticismo musical con el músico Frederick
Chopin, cuando sus melodías se difundían con
las ventanas abiertas para mezclarse con el
canto de los ruiseñores y el perfume de las rosas
para que las escucharan sus amigos, además de
su amada y seductora la escritora francesa
George Sand, tanto aquí en Mallorca como en
París. También ambos con problemas.
Ya que he dado un paseo por la mitología,
la literatura y la música, quiero traer también a
estas páginas a nuestro gran pintor Francisco
de Goya y Lucientes y a su maja “desnuda y
vestida”. Duquesa de Alba, que como las
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anteriores no han sido nada ejemplares, al ser
personas que han tenido mucha pasión y poco
amor y, como tal, poca convivencia.
Así intento expresar en estas reflexiones
venidas a mi cabeza a bote pronto que aunque
sean grandes obras de la cultura, los hombres
y las mujeres siempre han tenido sus etapas de
amor y de odio. Por supuesto no todas las
relaciones humanas o de pareja han terminado
como en estas fecundas obras universales, que
son poco ejemplares para abordar este tema Y
yo las he traído antes de hacer mi juicio de la
realidad, o al menos como yo la veo.
Empezaré diciendo que la realidad de la
convivencia entre hombres y mujeres nos la da
el día a día, con sus altos y bajos, con sus luces
y sombras, con una actitud prudente, solidaria,
con educación y amor al prójimo, siempre
buscando el bien, no haciendo cada uno en su
género aquello que al otro pueda molestar. Hay
que ser críticos para buscar esa felicidad y
armonía que necesita toda convivencia; pero,
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también hay que ser muy tolerantes entre unos
y otros. Que nuestras ideas sean lo más
positivas y claras dentro de nuestra convivencia.
Esto para alguno será una utopía, pero es
la realidad; los sentimientos no son buenos ni
malos. Son los mitos o los estereotipos los que
nos fallan y nos hacen ser poco realistas. Si
somos o intentamos ser normales, menos
frívolos, más humanos y el tú a tú sea sin
niveles ni sexos, nuestro futuro entre hombres y
mujeres está salvado. Estamos, querámoslo o
no, condenados a entendernos, tenemos que
intentar evitar los conflictos, aprender a capear
los problemas que toda convivencia tiene. Vivir
plenamente los unos con las otras; cada vez
más y mejor, en una sociedad en la que todos
nos podamos mirar a los ojos sin tener que
agachar la vista cuando nos crucemos.
Cuando estoy escribiendo estas
reflexiones me ha entrado un gran dolor y pena
al escuchar que otras tres mujeres han muerto
a manos de sus parejas, en la hoy denominada
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violencia de género. Así pues vaya para ellas y
todas las que así han fallecido este pequeño
recuerdo. Que todos pidamos y trabajemos para
que termine esta sangría de personas, al igual
que sucede con las víctimas del terrorismo, que
no nos conducen a nada, y podamos erradicar
esta lacra y este dolor innecesario.
Todos debemos ser iguales ante la Ley, sin
jerarquías, iguales en la familia, en pareja, en lo
político, en lo económico y en el trabajo. Los
unos somos complementarios de los otros.
Que la frase “tanto monta, monta tanto”, a
nivel de sociedad, sea para todos los estratos
sociales y no solo para las clases pudientes,
pues cada uno con su poder económico (siempre
han existido ricos y pobres) ha de saber respetar
al otro, sea hombre o mujer.
Sin lugar a dudas, siempre hay más cosas
que nos unen de las que nos alejan, no siempre
hay que estar de acuerdo con todo, pero sí para
el respeto mutuo; para ello tenemos la mejor
herramienta: “la palabra”. Debemos ser
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dialogantes, tolerantes y respetarnos unos a
otros, seamos mujeres u hombres.
Cómo no traer aquí el famoso dicho
“siempre detrás de un gran hombre hay una gran
mujer y/o viceversa”.
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EL NARRADOR DE CUENTOS
(Soneto con estrambote)
Emilio Corona
Si intentas escribir un bello cuento,
que cale de manera sin igual,
buscar debes dignísimo argumento
y mantener tensión argumental…
El título del texto, es condimento
impactante, importante y principal…
Misterios guardarás en el evento:
narrar lo imprevisible,… elemental.
Maestro en elocuencia, y pescador
que, buen cebo, coloca en el anzuelo,
ha de ser el perfecto narrador.
Robándole emoción, a tierra y cielo,
con estilo incisivo, retador,
cual águila imperial, de excelso vuelo…
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Sea tu texto, sencillo, evocador:…
Relatos de conflictos, tras el velo
que, hasta el final, no rasgará el autor…
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EL ELEFANTE
Juan Manuel Conde
Sentiría que mis cuatro líneas fueran mal
interpretadas; siempre he tenido la mala
costumbre de escribir lo que pienso, y no lo que
a mis colegas le gustaría oír. O sea que escribo
para mí, y no para los demás. Pues como decía
el torero cuando le dijeron: ¿Sabes que a Severo
Ochoa le han dado el premio Nóbel de Medicina?,
contestó: Bueno, en esta vida tiene que haber de
tó.
Después de meditar el ejemplo que
María Eugenia nos leyó sobre el comportamiento
del elefante, y sobre las consecuencias de una
precoz educación, no puedo menos de tomar
nota y pensar si el autor no intentaría reflejar en
esta fábula la forma de vida de la Humanidad
desde el origen de la le historia hasta nuestros
días, claro está, salvando las distancias. Una
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conducta que denigra a los humanos, por
tratarse siempre de aprovecharse del hermano.
La generación presente en esta sala sabe
perfectamente a qué me refiero. Todavía en los
tiempos que nos tocó vivir, nuestra educación
pasaba por respetar las tradiciones y las normas
de conducta heredadas; y aunque
comprendiéramos ya lo que era justo, teníamos
que fingir no enterarnos, como el elefante del
cuento.
Para corregir esta situación la mejor arma
es la cultura. Recuerdo con orgullo a Fray Luis
de León, que por romper una lanza en su favor
soportó el calabozo, y para ponerle la guinda a
tal injusticia selló la frase: “decíamos ayer”. Pero
no hubo muchos agustinos, ni antes ni después.
Y como todo aquello que tiene un
principio tiene un final, creo que ya hemos
llegado a éste; sin lugar a dudas la cultura y el
progreso han terminado con los tópicos que a mi
manera de pensar se servían algunos en
detrimento de la mayoría. A algunos jóvenes
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cuando les hablo no entienden cómo es posible;
yo le respondo con la frase de Ortega y Gasset:
“Yo soy yo y mi circunstancias”.
Ahora, a nosotros, educados en otro
ambiente, nos cuesta asimilar ciertas
costumbres que los jóvenes ponen en práctica,
por eso creo un vez más que en el centro está la
virtud.
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COMPAÑERA
Plinio el joven
Oí tú canción esta madrugada, cuando el
día empieza y la ilusión renace; no la entendí, la
perplejidad eclipsó mi mente. La escuché de
nuevo y exploté.
Renacieron en mí los prejuicios del
hombre tosco, de macho herido, de hombre
social cornudo. La rabia hizo de mi rostro una
antorcha y me tuve que sentar; mis piernas se
aflojaron.
Más tarde me fui al bosque, mi lugar de
sosiego, junto a aquel abedul enorme que tú
conoces, nuestro árbol de los susurros, de las
caricias y las connivencias, nuestro rincón del
paraíso en el que nuestras manos se unían, y
me dejé llevar por el susurro del viento en las
hojas.
Y entonces me hice el propósito de no oír
lo que dices en la canción, sino de escuchar lo
que sientes. Una y otra vez me dejé llevar por tu
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voz y la melodía, dejando que entrara en mí lo
que no se oye, pero que tu voz grita.
Siempre supe que somos diferentes y te
acepté a mi lado. Conozco tu capacidad enorme
de amar, lo he sentido profundamente en mí, en
el entorno de nuestras vidas y en cómo miras
un atardecer.
Te dejo esta nota y no me despido, porque
necesito unos días para mirarme, para sentir lo
que siento, para serenarme y decidir sobre lo
que me pides en tu canción: “Con todo lo que
siento, te pido que te quedes”. No te apenes por
romper las reglas, las reglas de tu vida ponlas
tú; ni te sientas una tonta, siéntete viva; no te
atormentes, ama todo lo que sepas y puedas.
Llenaste a rebosar mi corazón con tu
amor y no quisiera renunciar a ti, pero no lo sé,
quizás yo también tenga que romper las reglas y
quedarme. No lo sé.
Sigue viviendo como diga tu corazón.
PD. Quisiera morirme junto a ti,
compañera del alma, compañera.
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QUÉ SUERTE TENGO
Matilde
Qué suerte tengo cuando, ya libre de mis
tareas, me arreglo para dirigirme a clase,
pasando por delante de tantos monumentos de
ésta mi Salamanca. A veces me desvío un poco
del camino que debería seguir para contemplar
algunos edificios de la ciudad. Según paso,
admiro la belleza casi única de la Iglesia
románica de San Marcos. Y siguiendo la calle
más recta hacia la Pontificia, me encuentro a la
derecha con un convento de monjas que dudo si
se llaman del Corpus Christi, a la izquierda la
trasera del convento de los Carmelitas, más
adelante la estatua de Santa Teresa y enfrente,
la casa de su mismo nombre. A la derecha, por
una calle veo la iglesia de San Juan de
Barbalos. Llego hasta la estatua de Miguel de
Unamuno, frente a la casa donde él vivió. A su
lado la Casa de las Muertes. Enfrente, los
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conventos de las Adoratrices, de las Úrsulas y la
bonita Iglesia de la Veracruz. Al fondo el Campo
de San Francisco.
Continúo caminando, y llego al Palacio de
Monterrey con su cresta, que iluminada por la
noche parece una bonita puntilla de lencería.
Enfrente, la Iglesia de la Purísima con su altar
mayor presidido por un bello cuadro del mismo
nombre pintado por Ribera. Un poco más
adelante casi no alcanzo a ver el convento de los
Franciscanos, cuyos altares de la Iglesia son de
un puro barroco construido en piedra
(maravillosa).
Entro en la mágica calle de la Compañía,
la más bonita de la ciudad. Cierro un momento
los ojos y veo a D’Artagnan y sus mosqueteros
luchando a capa y espada. Los abro y me
encuentro con el convento de monjas Las
Madres de Dios y la Iglesia de San Benito.
Vuelvo a soñar y ésta vez no veo a Cyrano de
Bergerac con su gran nariz y soplándole a su
amigo los poemas de amor que él mismo le
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hubiera dicho a la misma mujer (su prima) de la
cual está enamorado. Llego a la Pontificia y paso
de largo; esta vez para contemplar la fachada de
la Clerecía, y a su izquierda la Casa de las
Conchas, dos edificios distintos compitiendo
entre sí en hermosura. “Aquí estoy yo”, dice la
Iglesia del Espíritu Santo, que presume de alta y
erguida. Pero las Conchas, que no se amilanan,
le contestan todas a una: “¡Aquí estamos
nosotras también! ¡Qué pasa!”.
¡Se me ha ido el santo al cielo! Retrocedo
para entrar en clase y me reúno con mis
compañeros para escuchar a Mercedes, la
profesora, con sus enriquecedoras
explicaciones. Ella es la causante (lo que le
agradezco) de que yo me decida a escribir. Al
terminar la clase me dirijo al coro, también de
los alumnos de la Universidad de la Experiencia,
donde por estas fechas canto villancicos junto a
otras voces amigas.
De regreso a casa, tomo otro camino para
contemplar la Iglesia de San Martín y su nido de
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cigüeñas. A continuación entro en la Plaza
Mayor bellamente iluminada, aparte de sus
motivos navideños, y me quedo embelesada
mirándola a la vez que pienso: He paseado, he
aprendido, he cantado, he contemplado y, sobre
todo, me he relacionado con otras personas.
¡Qué suerte tengo!
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LA MESA ‘TERCERA’ Y SUS ADICTOS
LOFRADY
Hay en Salamanca un bar,
junto a la Plaza del Rollo,
donde se elabora el bollo,
sin la precisión de amasar.
¡Y hay que ver de qué medida!,
cuando se ha de deliberar,
cuando se trata de bien jugar,
por la tarde la partida.
Allí se juega con ardor,
poniendo los cinco sentidos,
con intereses desmedidos,
sin disculpar el error,
y si se detecta una falta,
explotan las discusiones,
que pasan a divagaciones,
sostenidas en voz alta.
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Pero la raíz verdadera,
lo que se dice el epicentro,
parte del mismísimo centro,
sobre la mesa tercera,
donde no se admite demora,
donde, sin que nadie medie guasa,
hay quien no come en casa,
por estar allí a la hora.
Y es que hay varios señores,
que, con sólo poder jugar,
sentados en aquel lugar,
se califican los mejores;
pero, como no pasan del montón,
al encaminarse al perdedero,
inculpan siempre al compañero
para salvar su reputación.
Pues, si intuyen la derrota
le hace pasar por culpable;
mas, si el rumbo es favorable,
su ostentación de lo denota
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con jugadas resonantes,
echándole mucho teatro,
para que, además de los cuatro,
se enteren los cirncundantes.
Porque a muchos impresionan
con su estudiado guirigay,
y, aunque razones no hay,
a buena parte sugestionan;
y esto es la gran sopresa,
pues no tienen supremacía,
y de existir una hegemonía:
ésta, corresponde a la mesa.
Pero todo ese proceder
de creerse los mejores,
¡de estimarse superiores!,
fácil es de comprender,
porque toda aquella criatura
quque no sabe de laureles
ni conoce otros niveles
se considera a gran altura.
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EL COMIENZO DE UNA VIDA
María Pilar de los Mozos
Ese brillo en los ojos de un niño, el
asombro de ir descubriendo todo… Con los años
su mirada irá cambiando. Empezó un camino
detrás de la ilusión de un bello paisaje. Anduvo
mucho; descansó dos o tres veces. La última vez
ya le era muy costoso continuar. Con gran
esfuerzo recobró el camino.
La verdad es que deseó que aquello
terminase; su desilusión le paralizó. Ésta es la
vida. También a veces hay un deseo de poder
parar, un agotamiento espiritual que merma el
ánimo para seguir; quizás se vuelva a conseguir.
¿Y cómo no va a cansar la vida? Podía ser
tan diferente…, pero la estropean los hombres
volviendo la mirada a otro lado ante tanto
sufrimiento. Se dice muy alto ‘sí a la vida’..
¿Qué vida? ¿La que tenemos unos cuantos que
tuvimos la suerte de nuestras propias
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circunstancias? ¿O la que tienen otras personas
que desde su nacimiento hasta su muerte todo
es sufrir? Es tan diferente nacer el mismo día en
una u otra cuna…
Decía Séneca que un pueblo sólo debería
tener los hijos que pudiera mantener. En una
novela de Buero Vallejo, la madre mira a su hijo,
que está en la cuna, y con gran sentimiento le
dice: “Hijo, no sé si alguna vez me perdonarás
que te trajese a este mundo”. Se ha quedado
desconcertada ante la visita de quien fue su
compañera de clase que ha ido a pedirle ayuda,
que interceda ante su mariado a quien torturan
en la cárcel. ¿Cómo ella podía imaginar que su
marido estaba mezclado en ello? Él había
solicitado abandonar la policía, pero no se lo
permitieron en aquella época de la dictadura. Es
una novela basada en realidades.
Y me pregunto qué queda limpio y bello en
la vida.. Quizás la música, que es un punto de
unión; la naturaleza, el verdadero amor, la
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inocencia de los niós -que también hay quien se
la roba-…
Volveré a mentar a Séneca: El hombre
tiene que tener la grandeza de ánimo, procurar
no ser débil para no dejarse derrotar. Una
palabra afectiva puede devolver la ilusión,
fortalecer el alma. Igual que al caer la tarde se
va la luz y sólo la belleza de la luna compensa la
oscuridad, al amanecer volverá la luz a hacer
resurgir la vida.
No quisiera que esto fuese considerado
pesimismo; son realidades que mejor sería que
no existiesen. Hoy nos volcamos con la
desgracia de Haití, pero llevan muchos años de
miseria y sufrimiento. Lo que hacen hoy los
gobiernos ya tenían que haberlo hecho antes.
Un niño de unos dos años movió su cabecita y
murió en un instante de necesidad y
enfermedad… Eso deja el alma rota… Se
podrían contar millones de casos.
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¿EL DÍA MÁS HERMOSO DE MI VIDA?
AQUEL QUE HABLÉ CON EL SOL
María Pilar Jiménez
Al despertar por la mañana me asomé a la
ventana. ¡Qué bello amanecer! El solo empezaba
a mostrar su cara entre los árboles del monte.
Parecía tener prisa para salir. Mirándolo como
una niña ingenua, quedé sorprendida de su
belleza. Su luz abarcaba los campos más
diversos. Sin dudar un momento, me aventuré a
preguntarle:
- ¿Por qué te escondes?
- No me escondo. Yo soy los motivos del
embellecimiento de la vida.
- No lo creo, eres muy ardiente.
- Pero, ¿no te das cuenta? Cuando yo
salgo cantan los pájaros, las flores abren sus
hojas, las gentes comienzan a salir de sus
casas. Todo esto vive en mi corazón, es la única
razón para seguir adelante.
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- Sí, ya sé. Yo he observado a la luna; ¿la
conoces?
- Claro, es mi amiga. Se llama Selene,
aunque la llaman Catalina, porque le gusta
andar de noche. Es un poco disoluta.
Sentí la necesidad de alivar la tentación
que me habían motivado aquellas palabras
machistas, encaminadas hacia Selene. Mis ojos
se llenaron de ira.
- ¡Basta, idiota! ¿De qué te sirve madrugar
tanto si la gente no te puede ni mirar? ¿Por qué
gastas tu energía ofreciendo tu luz a la
humanidad?
- Ése es mi camino, tengo que recorrerlo
creando tantos instintos como se necesiten en
cada momento.
- Tienes razón. Pero cuando llega el ocaso
y desapareces en el horizonte, se olvidan de tu
belleza. Las coas buenas no deben olvidarse
nunca.
Catalina, por el contrario, aprovecha la luz
de Lorenzo (que así se llama el Sol). La
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serenidad de la noche relaja a las personas
contemplando a la luna, salen rondallas y
lanzan romances hacia ella, cantan las cigalas y
hasta los lobos le cantan sus canciones.
Por eso se dice: el día se ha hecho para
descansar y la noche para dormir.
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MERCADO DE GANADO EN EL
ARRABAL
Esteban Sánchez Manjón
Al ver en clase el documental de varias
calles y plazas de Salamanca, salió la Plaza del
Poniente del Arrabal cuando se celebraba allí el
mercado de ganados. En esta plaza salía un
edifico para mí muy familiar, pues en aquellos
años estaba ubicada allí la Central Lechera de
Salamanca (CELESA), en la que yo trabajé,
dedicada a la fabricación de productos lácteos:
queso, mantequilla y yogur.
Este edificio sigue estando frente al
Puente Romano; era una magnífica atalaya, no
sólo para ver las bonitas vistas de Salamanca;
sino del mercado de ganado que allí se
celebraba y del que quiero hacer un pequeño
retrato, tanto de su entorno como de las
personas que a él acudían.
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El Mercado de Ganados se concede a
Salamanca el 27 de agosto de 1476, por
Privilegio del Rey Enrique IV, para que se
celebrara una Feria Franca en septiembre de
cada año, con el fin de reactivar la actividad
mercantil de la ganadería salmantina. Hay que
recordar que las ferias de ganados eran
acontecimientos mercantiles y se consideraban
fechas festivas en las zonas rurales que
formaban parte de su identidad histórica, al
atesorar una gran tradición estos eventos. Aquí
en el Arrabal era causa de negocio y de
algarabía festiva.
Posteriormente se celebraba el mercado
también en el mes de abril y determinados
viernes del año. Ocupaba la extensión
comprendida entre: El Teso de la Feria (hoy
Parador de Turismo) la bajada hasta la Plaza del
Poniente y a los dos lados del Puente Romano
en el lado Izquierdo del río Tormes, conocido
como El Arenal, y detrás del Fielato y de la
Farmacia (edificio que aún existe).
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Por supuesto en este mercado cada tipo
de ganado ocupaba su sitio. Así en lo que hoy es
el Parador de Turismo y en la bajada hacia la
Plaza era el sitio del ganado vacuno, la plaza
estaba reservada para el ganado caballar, asnal
y mular. Detrás del Fielato y de la Farmacia, se
reservaba para las ovejas y al lado izquierdo del
puente los porcinos. Esta era su ocupación
habitual. Cuando era poco el ganado que acudía
a la feria, todo se quedaba en la plaza.
Hoy, los que conocimos en la década de
los 50-70 esa Plaza del Poniente, vemos que son
pocos los cambios efectuados en ella en cuanto
a edificios; pero no así en cuanto a los negocios
y oficios que en aquellos años había. Como
todos sabemos, el campo y la economía agraria
aún estaban en auge y la emigración rural
estaba en sus albores. Aquí había un almacén
de Coloniales, dos vinateros, un tonelero, varios
mesones, un barbero, un carretero, los famosos
pajeros (almacenes de paja), la churrería que
todavía existe y en sus aledaños, un cordelero,
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un hojalatero, un alfarero y un cestero. Como
podemos ver oficios que hoy prácticamente han
desaparecido.
Además de estos negocios y oficios quiero
traer a estas páginas, a los que no solamente
acudían a este tipo de mercados para vender o
comprar ganados, como eran los tratantes; sino
aquellas otras personas como los gitanos,
trileros, carteristas y charlatanes que tenían en
el mercado un caldo de cultivo muy bueno para
hacer el agosto o la “feria” propiamente dicha.
Los tratantes eran conocidos, sobre todo
los mayores, por su vestimenta, que consistía en
una blusa muy parecida a la de los mieleros.
Estos hombres eran fácil de divisar, además de
por su vestimenta, al ir casi siempre
acompañados por una troupe de gitanos que
siempre estaban prestos a echarlos una mano,
para ver la edad o si padecían alguna
enfermedad las caballerías abriéndoles la boca y
mirándoles las pezuñas de manos y patas. Está
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claro que si había trato intentaban hacer
negocio con las dos partes.
Los trileros y carteristas ya sabemos cómo
hacían sus “tratos”. Cuántas personas mayores
vi en aquellos años que yo era casi un niño,
derrotados por su avaricia al pensar que ellos
iban a ganar un dinero extra y lo que recibían
era un sablazo que los habían dejado como el
Gallo de Morón, es decir sin dinero para
comprar; y si habían vendido, volvían para sus
casas con sus alforjas vacías, sufriendo cómo
contarían a sus familias al volver a sus pueblos
que habían perdido ganado y dinero. Y si la
economía familiar estaba mal, que era lo más
fácil, aún lo tenían peor.
El tema de los charlatanes, como podéis
comprender, era un poco más llevadero, diría yo
que hasta ameno y gracioso; pero el dinero de
los ingenuos e infelices mercaderes que caía en
manos de los charlatanes, ellos no lo volvían a
ver.
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Así era la vida de este mercado, bastante
importante dentro de la región por los tratos que
se hacían, y con estos personajes tan
variopintos y con su idiosincrasia.
Ni qué decir tiene que los días de mercado
y siguientes las gallinas de los vecinos de la
plaza y aledaños se daban buenos festines.
Para terminar, ya fuera del mercado y a
título de curiosidad, quisiera comentar que en el
Puente Romano fue donde se instalaron los
primeros semáforos que ha tenido Salamanca.
Eran manuales controlados por un guardia
urbano, ubicado en una cabina en alto en el
centro de Puente, frente a donde se encontraba
en aquellos tiempos el Toro. Desde allí se
divisaban las dos entradas al puente; sólo
podían pasar los camiones y los autobuses. Los
peatones, bicicletas, motos, coches y carros
tenían que cruzar el río por el puente de
Enrique Esteban, medida muy impopular para
los vecinos del los barrios del Arrabal, Las
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Alambres, Chamberí y el pueblo de Tejares, que
tenían que dar ese rodeo por el orto puente.
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HOMBRES Y MUJERES Y VICEVERSA
Fé López
Pienso que este título es tan amplio que
nos permite englobar en él diferentes
perspectivas, distintos aspectos y formas de ver
las cosas que más llamen nuestra atención.
Creo que en la vida real ellos y ellas se
complementan, porque con ese fin fueron
creados por Dios. Desde nuestra infancia
supimos apreciar y valorar el papel o rol que
cada uno representaba en la familia.
Generalmente, veíamos en el padre la
autoridad, y en la madre la figura que se
preocupaba por todo: los hijos, la casa…o
colocándose si era preciso para aportar algo de
dinero que permitiera al matrimonio dar
estudios a los hijos, lo que para ellos a veces
suponía grandes sacrificios.
En general, los hombres son más
cerebrales y las mujeres dejan aflorar más sus
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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sentimientos. Las personas deben cultivar las
dos cosas.
Cuando la madre no trabajaba fuera,
como el padre, podía dedicar más tiempo a sus
hijos, pero si tiene un horario laboral, los dos
deben colaborar en algunas tareas para que
ambos no se sientan agobiados y puedan
disfrutar un poco, para poder después seguir
con renovada ilusión.
Es necesario que sepamos reconocer todo
lo positivo que tienen los hombres, y de igual
forma que ellos reconozcan lo nuestro, porque
así nos complementamos.
Los hijos deben sentirse queridos por los
padres y éstos no sólo deben de sacrificarse por
ellos, sino también demostrárselo con palabras
y caricias que colmen sus necesidades de afecto,
superándose un poco más cada día.
Precisamente, el hecho de ser distintos
puede ayudarnos a evitar la rutina, siendo más
creativos en algo que no se nos habría ocurrido.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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Es necesario aprender a trabajar en
equipo, para ir acoplando los estilos diferentes,
porque así puede enriquicerse el proyecto que
estén realizando.
Si nos fijamos, podemos darnos cuenta de
los diferentes que son en algunos aspectos el
marido y la esposa. Precisamente esto es lo que
mantiene equilibrada la balanza en su vida.
Con el paso de los años y los cambios que
observamos, las mujeres se cultivan, estudian y
van ocupando puestos de responsabilidad en las
distintas esferas sociales.
Igualmente el hombre no debe pensar que
pierde su personalidad al prestar su
colaboración a la esposa en las tareas
domésticas.
Nosotros somos responsables de que la
historia siga su curso, haciendo que el mundo
se beneficie del progreso y los avances
científicos logrados por ambos; poniendo
nuestro empeño sobre todo en pasar haciendo el
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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bien, tratando de amarnos y procurar que los
demás también sean felices.
Resumiendo, creo que este título,
‘Hombres y mujeres y viceversa’, nos recuerda el
lema de los Reyes Católicos: “tanto monta
monta tanto, Isabel como Fernando, porque
ellos en su forma de gobernar así lo llevaron a la
práctica.
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EL PLACER DE…
José María Pérez
Son casi las doce de la noche. Poco a
poco, se van acercando los momentos más
esperados del día por mí, y espero que tmabién
por ella. Esas horas anheladas, ansiadas y
apetecidas, que transcurren generalmente por la
noche.
Atrás, muy lejos, quedan las siete de la
mañana, hora del comienzo de mi jornada
laboral,. Después de una ducha rápida, y de un
frugal desayuno, rápidamente me dirigí a la
oficina. Allía pasé toda la mañana, pesadísima,
por cierto, atendiendo los múltiples problemas y
consultas planteadas por nuestros clientes.
Después de un corto receso para comer, y casi
sin tiempo para descansar, vuelta otra vez a la
maldita rutina de la oficina. Aunque por la tarde
no recibimos a clientes, hay que dar salida y
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solucionar todas las dudas y consultas recibidas
por la mañana.
A eso de las nueve la noche, casi
completamente abatido, por la cantidad de
trabajo desarrollado (sabiendo, por supuesto,
que no soy una persona excesivamente
diligente, aunque sí muy perfeccionista), vuelvo
a casa para compartir con la familia, y por qué
no decirlo, también con la televisión, las últimas
horas del día, aguardando muy a mneudo con
impaciencia la llegada de uno de mis mejores
placeres y delecites: el encontrarme con mi
estupenda cama, cómplice de mis sueños,
colaboradora de mis reposos. Y descansar en
ella las pocas horas que me quedan para
comenzar una nueva etapa.
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¿QUÉ HABRÁ SIDO DE ELLOS?
P. Andrés Hernández
¿Dónde habrán ido a parar, qué será de
sus vidas (o tal vez sus muertes)? ¿Dónde
habrán ido a parar ese abuelo y ese nieto que
un día tras otro cuando salía de casa me los
encontraba paseando al sol por la Plaza de
España, dibujando una estampa de inefable
ternura, de íntima unión y a la vez de recíproca
dependencia…? ¿Qué habrá sido de ellos?
Muchas veces cuando les veía, imaginaba
una profunda soledad que embargaría a
cualquiera de los dos en caso de supervivencia.
Eran dos, pero parecían solo uno. El abuelo,
enjuto, bien vestido, con los zapatos brillantes y
un sombrero gris de media ala, caminaba firme
por sí mismo y por su nieto, vencido a su
costado, apuntalándolo, cuando el abuelo
necesitaba de su irrenunciable apoyo.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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Nunca había visto limpiar la baba a una
criatura con tanta ternura como la de aquel
abuelo, doblando cuidadosamente su pañuelo
sobre aqeulla boca que no articulaba palabra
alguna, mientras le susurraba alguna carantoña
al oído antes de continuar su paseo lento y
costoso.
Por su edad, aquel abuelo parecía no estar
para muchos trotes, pers sí s percibía para con
el nieto una amorosa dedicación. Su cara
denotaba felicidad, ne medio de aquella
tragedia.
Cuando la familia le anunció la llegada de
ese nieto al que ahora acompañaba, pensaría
quizás que le haría muchas preguntas y que él,
sabiamente, le respondería con consejos… Sin
duda imaginaría tantas cosas ese abuelo con su
nieto cuando su nieto era solo un proyecto de
vida…
Sin embargo, todo aquello se había venido
abajo y nada de lo que él imaginaba ha sido
posible, pero a pesar de todo, ha querido
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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dedicarle sus paseos, su vejez, la confortable
sombra del ala de su sombrero y el delicado roce
de su blanco pañuelo para limpiarle las babas
de su desgraciada incapacidad.
No los he vuelto a ver, quizás hayan
cambiado de itinerario, de horario o de
costumbre. Quiero pensar esto, aunque me pase
por la cabeza que la vida puede haberle jugado
una mala pasada a alguno de los dos.
Ni siquiera quiero preguntar al camarero
del bar donde tomo café ni el quiosco donde
compro la prensa. Mejor prefiero recordar a ese
abuelo subiéndole el cuello del abrigo a su nieto
cuando daban la vuelta a la esquina de la plaza.
Pero…, ¿dónde están, qué habrá sido de
ellos?
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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PEQUEÑAS COSAS
Juan Manuel Conde
Estoy convencido que la felicidad se
consigue con los pequeños placeres. ¿Cuando
una persona se siente más feliz? Cuando es
niño. El motivo sin duda son las pequeñas cosas
que mantienen el interés cotidiano, algo que
abandonamos cuando somos mayores en aras
de otros placeres que tanto nos hacen sufrir.
Ciertamente, como nos dice Carlos
Herrera, la simple llegada de un jamón a la casa
de un pobre era todo un acontecimiento, si se
tiene en cuenta, que como dice el proverbio:
“cuando el pobre come jamón, o está malo el
pobre, o está malo el jamón.” Pero lo que el
autor nos indica es otra cosa.
La sonrisa de un niño, un atardecer o una
puesta del sol, son cosas que además del placer
de contemplarlas, nos evaden de los prejuicios
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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de otros sinsabores a que la vida cotidiana nos
tiene acostumbrados.
También debemos reconocer que muchas
pequeñas cosas forman una gran montaña,
capaz de crear la más inmensa felicidad, que de
otro modo nos resultaría difícil conseguir.
Nunca se debe despreciar el más mínimo
atisbo a la hora de contemplar el más
insignificante medio, para encontrar la alegría
que tanto necesitamos en este mundo que
nosotros mismos hemos construido. Medios no
nos faltan, lo importante saberlos aprovechar.
Yo, por experiencia lo digo, cuando un
nieto te devuelve una sonrisa, desaparecen
todas
las preocupaciones que en este momento
te invaden, volviendo después cuando el nieto se
retira. El canto de una golondrina, o
simplemente, las gracias de un menesteroso
después de darle una limosna. ¡Ah! “Pero si me
has dado tú a mí, más de lo que yo te he dado,
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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mi satisfacción vale más que la limosna que has
recibido; yo a ti sí debería darte las gracias”.
Tenemos un sin fin de medios para poder
ser felices, pero la condición humana nos pone
palos en las ruedas. Nos dice Oscar Wilde: Con
la libertad, las flores, los libros y la luna, ¿Quién
no sería perfectamente feliz?
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ERMITA DE EL CASTAÑAR
Catalina Gómez
Retrocediendo unos años, mi mayor placer
tenía lugar los domingos (los demás días de la
semana trabajaba): escuchar el toque de las
campanas del la ermita, de la ¡Virgen de El
Castañar!, de Béjar. Sonaba el primer toque, yo
salía de casa. Para el que no conozca la Villa (tiene
esa categotía), les diré que la ermita está en el
monte de El Castañar; y mi casa estaba al otro lado
de la Villa.
En casa tomaba el café, y luego en la
corredera, a la esquina del parque, había una
churrería. Me compraba una peseta o cincuenta
céntimos, cogía fuerzas para subir las cuestas.
Creo que en clase, hay algunos que lo conocen,
para el que no, lo explicaré un poco. Había tres
sitios por donde se subía. Por el Arcamadre, una
cuesta que estaba llena de piedras y cuando llovía
el agua por la pendiente que hay, bajaba a unas
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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velocidades que arrastraba la tierra, y las piedras
que eran grandes quedaban al descubierto. Cuando
limpiaban la cuneta aquello lo echaban encima y
quedaba el camino arreglado. Ahora no la subiría ni
aunque me la pusieran de penitencia. La otra eran
l’os rodeos’; estaba sin asfaltar. Si por la otra
tardaba desde mi casa treinta minutos, por estos
tardaba cincuenta, y si subía por la carretera, hora
y medía. Esta estaba como es debido. Creo que la
otras han cambiado mucho, no son ni su sombra.
Si era invierno, tanto si llovía como si nevaba,
me daba lo mismo; me calzaba las botas de goma y
el impermeable, y a misa de nueve de la mañana.
No estaba mal de la cabeza, en ese caso estaríamos
muchos. No subía sola, en algunas ocasiones me
acompañaba algunos de mis hermanos. Os aseguro
que era un placer subir por aquella cuesta. Al
entrar en la Ermita y ver a la Virgen te olvidabas
de todo, salías de la misa, respirabas aquel aire tan
puro, que te daban ganas de quedarte allí. Si había
nieve, era un regalo par los ojos verla mezclada con
el verde, una auténtica gozada. Había que poner los
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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pies sobre la tierra, y bajar por donde había subido.
Si era verano para qué contaros. Hay un dicho: ¡de
El Castañar, al cielo!
Yo me quedaba mirando, y para mi interior
decía: ¡qué regalo de la naturaleza! Y sientes orgullo
de tener la suerte de poder contemplarlo. Cuando
veo un árbol roto, me siento impotente, y a esa
persona que hace eso, yo el castigo que le daría
sería que plantase árboles y los cuidase como algo
suyo, que aprendiera amar la naturaleza.
Cuando salí de Béjar echaba mucho de
menos las dos cosas; aquí en Salamanca ni tenía
tanta nieve ni mi Castañar.
Al que no la conozca, le doy un consejo: que
se dé una vueltita por allí, no le pesará y si se sube
a Llano Alto, se ve la sierra, y Candelario.
Quedarán ganas de volver.
Para algunos esto será una tontería; para mí
significó mucho y son cosas que no se olvidan, por
mucho tiempo que pase.
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PLACERES COTIDIANOS
Matilde
Desde la ventana del salón, veo mover
las hojas de mis plantas. Me asomo para ver
los árboles de mi calle y por encima de los
tejados los de la avenida próxima. Para un lado
y para otro se zarandean sus ramas
vertiginosamente. Hace mucho viento, oigo
desde mi casa el zumbido del aire.
Ha comenzado a llover y salgo al balcón,
que huele a tierra húmeda. Es primavera y me
gusta que llueva y que haga viento, porque es
uno de mis placeres cotidianos. El sentir el
tintineo de las gotas de lluvia sobre mi
paraguas me relaja, y a veces no me ha
importado que el agua caiga sobre mi rostro
porque yo salgo a su encuentro. ¡Y nevar! ¡Si
no fuera tan peligrosa la nieve!
Me gusta observar la tormenta con sus
truenos y rayos reflejarse en el firmamento; los
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relámpagos, el granizo que suele acompañarle,
aunque a veces sienta temor por ello.
Contemplo por las noches el firmamento
estrellado, las fases de la luna, el planeta
Venus frente a mi ventana, que brilla con un
resplandor intenso como lucero de la mañana.
Me levanto temprano en el verano para ver
salir el sol entre los edificios vecinos. Y allá en
la lejanía veía el monte, que he ido perdiendo
de vista por nuevas construcciones y cuando
ese monte no se veía era cierto que llovía.
Llega el otoño y de los árboles se van
cayendo las hojas secas, formando una
alfombra en las calles, parques y jardines. A
mediados de octubre, comienzan las primeras
y flojitas heladas y es el tiempo de los frutos
secos. Ya en noviembre, las nieblas son
frecuentes por la mañana, aunque el sol luzca
por la tarde en la bóveda celeste.
Lo que menos me gusta es el verano con
su achicharrante calor; lo soporto mal, pero lo
respeto. Es así como valoro más las otras
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estaciones, aunque también tiene sus cosas
buenas, como el olor a mies de las cosechas. A
partir del solsticio del verano, observo
diariamente en la hojita de mi taco-calendario
cómo van minuto a minuto disminuyendo los
días para igualarse en septiembre y en marzo,
hasta que llega la estación de invierno, en que
comienzan de nuevo a crecer. Y esto no quita
que después de unos días de lluvia o de niebla
amanezca un luminoso día de sol y un cielo
azul purísimo en que también lo agradezca mi
corazón y piense: para que el campo florezca y
haya cosecha y se llenen los jardines de flores,
hace falta el agua que riegue con su lluvia los
prados y la ciudad, pero que tampoco falte el
calor del sol floreciente en el cielo. Observar
estos fenómenos atmosféricos son mis placeres
cotidianos.
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RECUERDO A MIGUEL DELIBES
Juan Manuel Conde
Aprovecho esta oportunidad que se me
ofrece, fundamentalmente para mi desahogo
personal. Pero como mi infancia y juventud se
desarrolló en una pequeña aldea, y llevo casi
medio siglo viviendo en la ciudad, creo que estoy
en condiciones de jugar a dos bandas.
Mi infancia fue como la de otros niños de
la posguerra, la misma época a la se refiere
Miguel Delibes. Tanto, que me siento obligado a
pensar si muchas de sus obras serían producto
de su imaginación, sino casos reales que él supo
plasmar en sus libros como nadie, para
conocimiento de posteriores generaciones. En
cualquier caso, tenemos un aval en nuestros
comentarios con los jóvenes.
Nací en una pequeña aldea a cincuenta
kilómetros de la ciudad; para venir a ella
teníamos que recorrer trece a pié cargados con
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las maletas hasta la estación de tren más
próxima. Al ser niños siempre veníamos
acompañados por alguna persona mayor.
Siempre nos apeábamos en el centro de la
ciudad, en el apeadero en el lugar que hoy
ocupa el cruce de la Avenida de Portugal con
Torres Villarroel. Allí estaba el fielato, por donde
pasaban todos los productos que entraban en la
ciudad, previo abono de un canon.
Nuestra primera impresión al llegar y ver
tanta gente, era recordar lo que nos indicaba
nuestro compatriota Gabriel y Galán por boca
del tío Gorio: “pero cómo dará la tierra “pa”
tanto.” Como casi siempre era por Ferias,
nuestros espectáculos se reducían a dar un
paseo por las casetas del mismo nombre, “ver la
salida de los toros” y un paseo por el ferial, la
Plaza mayor con sus jardines, y otros lugares de
interés, que para nosotros eran todos. No
obstante, era todo un acontecimiento para
contar en los mentideros del pueblo, donde el
último que hablaba se llevaba la palma.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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La vida y costumbres no diferían mucho
de lo que nos describe Delibes en sus libros.
Pocos existieron como Daniel, el Mochuelo, (El
camino) al que su padre le enviaba a la ciudad
para cursar estudios.
Delibes nos habla de la pobreza y
abandono de los pueblos de Castilla en esta
época; aunque el niño fuera un superdotado
como el Nini, (Las ratas), tenía prohibido el
exceso a la cultura, por la falta de recursos, por
el conformismo de los mayores, y por el interés
de las altas esferas de no levantar el yugo del
cuello a los humildes. Pues aquellos que
invitaban al progreso habían desaparecido.
Con este caldo de cultivo, el niño se
convertía en un parásito de la sociedad en su
gran mayoría, aunque también en su fuero
interno algunos se revelaban; pero cuando
llegaba el “amo” tenían que descubrirse en señal
de sumisión. Era lo que había. Como nos indica
Machado: caminante, son tus huellas el camino y
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nada más, caminante, no hay camino, se hace
camino al andar…
Los niños en esa época, como nos
describe Delibes, se reconvierten en símbolo vivo
de una sociedad injustamente organizada; sin
derechos, pero con deberes: les castiga el cura
por faltar a misa, el maestro si no comprenden
algo mal explicado, los padres por rutina y
tradición no se quedan atrás. Siempre castigo,
ningún premio.
Una forma de complementar la maltrecha
economía familiar, era enviando al niño a
guardar ganado, además de la caza furtiva.
Recuerdo una anécdota curiosa que me ocurrió
siendo niño. Estaba guardando ganado cuando
encontré una liebre, al intentar matarla con mi
proyectil de piedra, se cruzó un pavo, la liebre
se marchó y el pavo murió en el acto. Ante el
temor del castigo decidí dejarle allí. A la mañana
siguiente comprendí que en lugar de darse un
festín los “amos,” se lo habían dado las
alimañas. No esto arrepentido por ello.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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También conocí anécdotas como las que
cuenta Delibes en Los santos inocentes. Familias
enteras muy bien domesticadas, que trabajaban
para el “amo”, sin que los niños pudieran ir a la
escuela. Claro que de esta forma mataban “dos
pájaros de un tiro”, o más bien tres:
rendimiento económico, imposibilidad de en lo
sucesivo poder sacudirse el yugo, caso de El
niño yuntero; como nos describe Miguel
Hernández. Y, como no, si la esposa e hija están
de buen ver, servir al “señorito” de la forma más
deshonesta. Caso, insisto, de Los santos
inocentes.
Pero de todas formas, también de las
desgracias se puede sacar rendimiento, los que
pertenecimos a familias humildes en época tan
dura, hoy sabemos valorar lo poco que tenemos.
Pues como dice el proverbio: si nací desnudo, y
hoy estoy vestido, ¿Qué más puedo pedir?
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EL OTRO LADO
Conchita Grande
La verdad, no sé cómo he llegado aquí. Iba
a encontrarme con mi marido en una cafetería
del centro y no recuerdo nada más, pero me
estoy viendo tumbada en una mesa de quirófano
y a mí, que estoy sentada en una silla al lado,
no me ven.
Miro atentamente y, en efecto, soy yo,
pero, ¿cómo puedo estar en dos sitios a la vez?
Hay dos personas (supongo que son
médicos) que hablan entre sí; una enfermera y
otra que me figuro que es auxiliar, porque
obedece en todo a la otra.
Me acercan al pecho de planchas de acero
y debido ala descarga me incorporo y caigo otra
vez sobre la camilla; ¡Dios mío! ¿Cuántos voltios
tendrá ese aparato? ¡Menos mal que yo no
siento nada! Estoy llena de tubos, cables y
agujas por todos los sitios. Voy recorriendo con
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la mirada el quirófano, ¡qué limpio está todo y
cuántos aparatos hay! Casi todo está blanco,
menos las batas y los gorros de los médicos y
enfermeras, y pienso: “Si me levanto, ¿se darán
cuenta de que estoy aquí y de que ya no me
hacen efecto todos los remedios que me están
aplicando? Dicho y hecho. Me levanto y salgo.
¡Qué guay! No he tenido que abrir la puerta y ya
me encuentro en el pasillo.
Sigo hasta una salita de espera y veo que
están allí mis familiares. Mi marido, muy
afectado, les está diciendo a mis hijos y a mis
hermanos que he sufrido un accidente de coche.
Yo (como ya dije antes) no me di cuenta de
nada. Nadie me ve, y me voy enterando de lo
que pasó, entre sollozo y sollozo. Según
escucho, yo cruzaba por un paso de peatones,
pero vino un coche, que yo no vi, a gran
velocidad, y me atropelló. Estaban intentando
salvarme porque las constantes vitales las tenía
muy débiles, pero todavía estaba viva. Ya, ya,
dicen eso porque no me ven, porque si yo
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estuviera viva no estaría a su lado oyendo todo
lo que dicen.
Van llegando amigos al hospital
preguntando cómo estoy. ¡Hay que ver lo que me
querían todos!, pero cuando estaba con ellos no
me lo decían ni me lo demostraban. Ahora
resulta que soy –que era, tendré que decir-
buenísima, guapísima, ja, ja, ja, una madre
excelente… Hay que ver, con la de veces que me
decían: “¡Eres la madre más pesada del
mundo!”. Pues ya ven, ahora resulta que no,
que yo era fenomenal: como esposa,
insuperable; como amiga, genial. En fin, que era
un dechado de perfecciones. Con razón se dice
‘Dios me libre del día de las alabanzas’.
Vuelvo al quirófano a ver qué me están
haciendo, y veo que continúan aplicándome
esas planchas; ¡cómo sudan todos! Y yo, nada,
sin reaccionar. ¿No se dan cuenta de que esto
ya no tiene remedio?
¿Qué me pasa?, hay un momento que
parece que alguien tira de mí hacia mi otro yo.
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Esa fuerza que tira de mí va aflojándose hasta
que no siento ya nada: era una falsa alarma.
Va pasando el tiempo y se dan por
vencidos, ya que el aparato en el que aparece la
señal del corazón suena plano completamente, y
a pesar de todos sus esfuerzos sigue igual, o
sea, mi corazón ha dejado de latir. Ahora queda
otro problema para ellos: ¿quién se lo dice a la
familia? Empiezan a tirarse la pelota unos a
otros. Pero, ¿qué hacen? Se lo están jugando a
los chinos y le toca al médico moreno más alto
(¡para lo que queda una! Para ser sorteada a los
chinos. En fin…).
Salen del quirófano y al que le ha tocado
la suerte de dar la noticia a mi familia se acerca
a ellos. Rompen a llorar y mi marido y mis hijos
no tienen consuelo. Me da pena y ahora sí
quisiera poder comunicarme con ellos para
decirles que no se preocupen, que yo estoy bien
(y ahora que lo pienso, es verdad), que jamás he
tenido esta paz que siento ahora, no sé cómo
explicarlo, pero que estoy mejor que nunca, y
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que este trance lo tenemos que pasar todos.
Seguro que cuando pase un poco de tiempo y se
hagan a la idea de que yo no voy a volver,
sentirán que yo he terminado mi misión en la
vida y se aferrarán a nuestra fe en Dios para
superar estos momentos. Les deseo que lo
asimilen pronto y no sufran demasiado, y, sobre
todo, que no se desesperen ni se depriman, ya
que antes o después todos vamos al ‘Padre’. Yo
recuerdo que, cuando murieron mis padres, lo
que me fortaleció y me hizo seguir con mi vida
fue la fe.
Creo que me van a hacer la autopsia, y
como no me apetece verlo porque considero que
es muy desagradable, me siento en el pasillo
para ver pasar la camilla con mi cuerpo hacia la
sala donde se practican, que supongo que
estará en el sótano, pero no voy a corroborarlo.
Veo que se sienta a mi lado un señor y me
dice:
- ¿Está usted también esperando a
alguien?
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- Pero…, ¿usted me ve?
- Naturalmente. Yo estoy muerto, igual
que usted. Estoy esperando a mi hija que está
en el quirófano, pero no creo que salga viva, y
quiero estar aquí para consolarla y decirle que
ella no tuvo la culpa, sino el camión que se nos
echó encima. Ella conducía el coche, ¿sabe?
- A mí me atropelló uno cuando cruzaba la
calle y estoy en este compás de espera.
- ¿Usted se imaginaba que después de
muertos pudiéramos ver y oír lo que hay a
nuestro alrededor?
- La verdad es que no. De todas formas no
sé si es bueno o malo, porque seguramente
algunos se enterarán de cosas que cuando
estaban vivos no sabían (mejor para ellos), y
cuando ya están muertos no pueden hacer nada
para remediarlo.
Nos quedamos un rato en silencio.
De nuevo pregunto:
-¿Usted cree que estaremos mucho tiempo
así
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- Como usted, no tengo ni idea. De todas
formas, el tiempo para nosotros no tiene ya
ninguna importancia, y nos da igual estar horas
que años. Ya veremos lo que nos aguarda. Hasta
la vista, si es que volvemos a vernos.
- Adiós.
El señor se ha levantado y va al encuentro
de la muchacha que sale del quirófano. A la
pobre le ha pasado lo que a mí, no ha podido
superar el golpe.
Veo venir por el pasillo otra vez la camilla
con mi cuerpo. Ya me han puesto ‘guapita’ para
que me vean mi familia y amigos. La capilla
ardiente la ponen en el tanatorio del hospital.
Veo a mucha gente que ha ido llegando. ¡Caray!
Si la mitad no sé quiénes son. ¡Y cuánto me
quería todo el mundo, y yo sin enterarme!
Todos están hablando y, de pronto, veo a
lo lejos una luz. Se va acercando y siento que mi
cuerpo (más bien mi espíritu) se siente atraído
hacia ella. Me ciega y ya no me entero de nada.
Mi velatorio, familia, amigos, van quedando
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atrás. Me invade una gran paz y voy a pasar a
algo desconocido, PERO NO TENGO MIEDO.
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PARA ENVEJECER ACTIVAMENTE
Pepita Carreto
Todos queremos vivir bien, y sabemos que
está relacionado con hacerlo activamente.
Pero no se trata de querer hacer muchas
cosas, sino de tener una actitud activa que nos
permita vivir como realmente deseamos.
En nuestro diario acontecer tenemos que
tener objetivos que den sentido a la vida.
Valores culturales, sociales y humanos son
recursos que nos permiten mantenernos al lado
del que nos necesite. Porque nos necesitamos
unos a otros, y tenemos que estar dispuestos a
dar a los demás algo del tiempo que por nuestra
situación de jubilados disponemos.
Necesitamos estar inmersos (metidos) en
la sociedad, no permanecer aislados. El
aislamiento nos perjudica a todos. Tenemos que
estar con ánimo de apertura para las relaciones
sociales; es necesario convivir, divertirse,
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disfrutar. Tener tiempo libre en positivo.
Buscar, aprender, descubrir. Tener
proyectos que nos hagan sentirnos felices.
Tenemos que ser actores en nuestra
propia vida y no meros espectadores, dispuestos
a ir de acá para allá donde nos manden.
Quien gobierna sus propias acciones, su
propia vida, ejerce su voluntad.
Quiere pertenecer a un coro, a un grupo
de teatro, de voluntariado o dedicarse a sus
nietos o venir a la Universidad…
Tienes que ser consciente que todo esto te
resta libertad. Este ‘ser activo’ se refleja en una
responsabilidad de la persona hacia su propia
persona y hacia los demás.
No puede ser matar el tiempo por hacer
cosas políticamente correctas.
Nuestro compromiso es entrega, es ayuda,
es saber que puedo dar sin recibir nada a
cambio. Así te sentirás útil y querido.
Podremos ser capaces de convertir las
vivencias de la vida en experiencias que nos
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ayudarán a crecer y desarrollarnos más como
personas y a ser más felices. Somos maduros
cuando llegamos a la conclusión de que hay que
tolerar los defectos ajenos, pero no por eso
justificar los nuestros.
Pero tampoco debemos llegar al grado de
que la tolerancia se convierta en sumisión.
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REFLEXIÓN
María Pilar de los Mozos
En este viaje que es la vida se piensa que
el final es muy lejano; erróneo. Cuando oí
hablar de ochenta años eran cifras tan lejanas…
Me parecía una meta distante e inalcanzable, y
los millones de kilómetros que ante mi mente
surgían se convirtieron en la milésima parte, y
el tren llegó antes, mucho antes de lo previsto, a
la estación. En ese punto me encuentro.
Cuando una familia por diversas causas
se desestructura nadie, sino quien ha pasado
por una situación parecida y tenido que tomar
fuertes decisiones, puede comprender. Por esto
hay rincones del alma a los que nunca se da
luz, pero que están ahí.
El niño parece estar ausente ante todo lo
que está viviendo y escuchando, pero su
grabadora cerebral lo recogerá minuciosamente,
y de mayor lo analizará y lo irá reconstruyendo.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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Desde niña, muy niña, y quizá por algún
motivo justificado, me fijé una meta: contribuir
a hacer felices a las personas que estuviesen a
mi lado. Esto marcó mucho mi horizonte.
También el que nunca mi persona dejase un
mal recuerdo. Si algo de ello he logrado se lo
debo a las enseñanzas paternas, que me
inculcaron el buen trato a todo ser humano, de
cualquier creencia, raza, sexo, edad… Creo que
esto debería estar subrayado en la memoria de
todos. Si ayudamos y nos comportamos bien
con los demás, será lo único que nos dará paz
interior. Hay que perdonar, aunque sea difícil
olvidar.
Este viaje me iba fortaleciendo tiempo a
tiempo, y conseguí llegar a este punto sin que
mermara mi energía interior. Y lucho con todas
mis fuerzas físicas, que serán las que un día me
fallen. Aquí añadiré esa bella y profunda frase
pronunciada por Pilar del Río cuando su esposo
José Saramago a sus muy avanzados años salió
milagrosamente de una dura enfermedad:
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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“Alcanzaremos la primavera”. Es la esperanza de
las personas mayores. Cuánta sensibilidad
acentúa el paso del tiempo…; es difícil
describirla.
No me causa miedo la muerte, pero no
quisiera irme. Cuando renazca la luz, amanezca
temprano, la noche tarde en llegar, las plantas
rebroten…, que vuelva el placer de ver florecer la
naturaleza. Que se apague mi vida cuando se
junten los dos otoños… Una vana ilusión que
quizá se cumpla.
Curso de Escritura creativa. 2009-10
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Y CUÁNDO VOLVERÁS
J. Sánchez Tejedor
Tal vez este afán por la escritura que hoy
llena tantas horas de mi vida, que me atrae como
a la zorra las uvas (ya que cualquier momento es
bueno para despistar al sueño o algún quehacer
cotidiano), no es casual; quedó dormido en la
memoria desde aquellos días en que escribir
relatos era nuestro juego favorito.
Eran tiempos de la adolescencia, tiempos
de cambios, físicos y de emociones nuevas,
cuando los chicos del barrio, el Clan de los
Cuentistas del Roy, así nos hacíamos llamar,
nos reuníamos bajo la vieja y querida higuera,
que poseía nuestro barrio.
Durante los meses más calurosos del año
nos dábamos cita ocho chicas y seis chicos para
narrar historias y cuentos sobre temas diversos,
según las preferencias de cada cual. Los relatos
debían ser invención del narrador, y esto sucedía
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dos veces por semana. Al final del verano la
chica o chico que había contado la mejor historia
se convertía en líder del grupo por un año.
Esto suponía acatar todas sus órdenes y
obedecer ciegamente sus decisiones. De este
modo me traslado en el tiempo hasta aquellos
años despreocupados y felices que vieran nuestra
primera juventud.
Corría el verano de los 60 y, como era
habitual, nos hallábamos en el lugar
acostumbrado esperando a dar comienzo el relato
que nos había traído Mer.
- Bueno. ¿Quién falta, estamos todos?, dijo
Kiko (el líder ganador del año anterior).
- Falta Juancho, como siempre, se oyó la
voz chillona de Olga impaciente mordiéndose las
uñas.
- Siempre llega el último, deberíamos
comenzar sin él, se aventuró a decir Marino.
- No seas impaciente. Mira ya viene,
comentó Casmi.
- Hola. Ya estoy aquí. Perdonad mi retraso,
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dijo Juancho, apareciendo y sentándose en el
suelo cruzando las piernas al estilo hindú
imitando a la concurrencia.
- ¡Piiiiiii, piiiiiii, uuuuh, uuuuh!, sonaron
pitos de desaprobación por el retraso.
- ¡Vamos, que ya es hora! ¿Te ha castigado tu
mami o se te han pegado las telarañas de la
siesta?, ironizó Josema (el redicho).
- Está bien, déjalo ya, Kiko puso fin al
provocador.
- ¡Que de comienzo el relato!, dijo nuestro
líder solemne, posando sus ojos en Mer.
Mer abrió su cuaderno, se humedeció los
labios, respiró hondo y su voz se oyó clara y algo
nerviosa.
Esta es la historia de un niño huérfano de
padre marinero que vivía a las puertas de la mar,
donde las olas jugaban a morir y a resucitar día
tras día y hora tras hora sin descanso.
Era un día gris, emborronado el cielo de
nubes, cuando Fede, este era su nombre (que
contaba seis años de edad y se encontraba
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haciendo sus deberes bajo el gastado y carcomido
porche de la casa), vio a su padre cruzar la puerta
del zaguán, con su macuto al hombro, y a su
madre que muy triste salía tras él tratando de
retener las lágrimas de la amarga despedida.
Fede no se sorprendió, pues sabía que esto
ocurriría. Se acercó hasta su padre y le dijo con
tristeza.
- ¿Padre, te vas de nuevo a la mar? ¿Cuándo
me llevarás contigo?
- Sí hijo, me voy para que un día no muy
lejano, no tengamos que separarnos mas y
podamos vivir siempre juntos.
- Pero padre, yo quiero ser marino como tú.
Quiero ayudarte, dijo Fede.
- Bueno hijo mío, ya hablaremos de eso
algún día, pero antes has de ir a la escuela, si no,
nunca serás un buen marinero, respondió el padre.
- ¿Y cuándo volverás? ¿Estarás mucho
tiempo navegando?, preguntó tímidamente el niño.
- Apenas unos meses, Fede. El tiempo pasa
rápido y cuando quieras darte cuenta estaré aquí
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con vosotros.
- Cuida de tu madre. Eres el hombre de la
casa, le recomendó su progenitor mientras se
alejaba.
- ¡Sí padre, ya he cumplido seis años. Vete
tranquilo, que yo cuidaré de madre!, le gritó.
- ¡Padre!, llamó Fede. ¡Desde mañana iré
todos los días al faro a esperar tu vuelta!
- Está bien hijo mío, dijo el marino volviendo
hacia su pequeño. Cuando veas que la luna
comience a renovarse y esté en cuarto creciente,
mírala y piensa que yo también la estaré mirando
desde otras tierras. Así podremos estar juntos.
Tendremos algo compartido, algo tuyo y mío que
nos une en la distancia y que nadie nos podrá
arrebatar.
- Sí, padre lo haré, te lo prometo, le
respondió el pequeño.
El padre pasó su brazo por el hombro del
niño y juntos caminaron calle abajo en dirección al
puerto.
Fede, cumpliendo la promesa hecha al padre
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muerto…
- ¡Pero bueno, ya se ha muerto el padre!
¡Vaya lata!, interrumpió Patri impulsiva.
- ¿Por qué siempre tienes que matar a
alguien en tus relatos? Perdona, Mer, pero eres un
poco plasta, dijo Sole molesta.
- Seguro que se lo ha tragado una ballena,
como a Jonás, dijo Marino irónico.
- ¡Basta ya! ¡Dejadla seguir! ¡Continúa Mer!,
ordenó Kiko con voz autoritaria.
Mer que había cerrado el cuaderno de golpe y
se había cruzado de brazos volvió a abrirlo y
recalcando las palabras siguió.
Fede, cumpliendo la promesa hecha al padre
muerto, todos los días se encaminaba al faro para
otear el horizonte. Pensaba que, a pesar de la
adversidad, de lo doloroso que resultaba ver la
mutación de la luna, en su corazón latían vivas las
palabras del padre. “Algo que nos une en la
distancia y que nadie nos podrá arrebatar”. Quería
creer que el padre estaba en la mar y algún día
volvería a casa, con los suyos.
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Sin embargo, era un muchacho realista y
sabía que esto no había de suceder, que era
imposible. El mar se había tragado el barco en el
cual navegaba su padre y toda la tripulación había
perecido en el naufragio.
Pasaron los años y Fede, fiel a su vocación y
a la memoria de su padre, se enroló en un marino
mercante que hacía largas travesías, y aunque el
trabajo era duro, nunca faltaba a su cita con la
luna. Los compañeros lo observaban sin
comprender lo absurdo de su actitud, pues por
todos era su historia conocida.
Un atardecer cuando el sol, ya cumplida su
tarea, se despedía llevándose la luz del día, Fede se
encontraba en cubierta faenando con un
compañero y, al posar sus ojos en las aguas, vio
algo extraño, algo que llamó su atención: un gran
pez avanzaba en paralelo al barco siguiendo su
misma ruta a escasos metros de donde ellos se
encontraban. Al poco volvió a mirar y como viera
que el pez continuaba la marcha, dijo en alta voz.
- ¿Qué hace ese pez? ¡Mira, Tono! ¿No te
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parece extraño?, dijo a su compañero.
- ¿Dónde quieres que mire?, preguntó éste.
- ¡Ahí, es enorme! ¿A que es un buen
ejemplar
- ¿Te encuentras bien, Fede? Yo no veo
ningún pez, le gritó el compañero algo confuso.
- Oooh, un pez invisible. Esto se pone bien.
Sigue Mer, sigue, dijo Sole.
- ¡Qué interesante historia, me muero de
ganas por saber el final, decía Oren con los ojos
como platos.
- ¡Silencio!, grito Kiko exasperado por las
continuas interrupciones. ¡Continúa, por favor!
- ¿Que no lo ves?, ¡si está aquí mismo! Es
imposible que no puedas verlo. ¿No será que
necesitas gafas?, dijo Fede a Tono, a lo que éste
respondió enojado.
- ¡Yo no necesito gafas, veo perfectamente!
¡Creo que quien las necesita eres tú y también un
poco de cordura!
Fede quedó sorprendido por este suceso
durante unos minutos, pero pronto lo olvidó.
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Sin embargo, pasado un tiempo el pez volvió
a la misma hora y se unió al mercante en su
marcha como lo hiciera la vez anterior. Fede,
inquieto, lo miraba en silencio, pero esta vez no
dijo nada a sus compañeros, revolvió en su
memoria y no quiso creer lo que ésta le reveló; sin
embargo, tuvo que rendirse a la evidencia.
El gran pez volvería en lo sucesivo
coincidiendo con el nacimiento de la luna. Mientras
esto acontecía, eran Fede y el gran pez su propio
barco y su timón.
Cierto día el capitán del barco se le acercó y
le preguntó.
- Fede, ¿qué ocurre contigo? Los compañeros
comentan y hablan de ti cosas extrañas, dicen que
hablas con tu padre en los días en que la luna se
encuentra en fase de cuarto creciente y que ves un
extraño pez, invisible a los ojos de otros. ¿Es esto
cierto?
- Oh capitán, hasta usted ha llegado ese
rumor, dijo Fede sonriendo.
- Sabes que un barco es poca cosa para
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ocultar algo tan grande, respondió el capitán
pensativo mirándole con ojos de quien ha vivido
mucho y conoce los misteriosos caminos que
entraña la mar.
- Cierto, capitán. Un barco es un punto en el
horizonte donde empieza y acaba la historia de los
hombres, sólo que mi padre al presentirlo me
tendió un puente para que pudiera ir en su busca
cuando precisara de él.
Recuerde, capitán, que el corazón de los
niños tiene memoria.
FIN.
Cuando Mer terminó, un aluvión de aplausos
le cayeron encima, y Maite (la llorona) decía con las
lágrimas corriendo por sus mejillas: ¡Bravo, bravo,
fantástico Mer, serás grande, muy grande!
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A LA HORA DE ESCRIBIR
Emilio Corona
Si cuento aconteceres de la vida,
sin palabras abstrusas, rimbombantes,
si mi verso es preciso en la medida,
y anota pertinentes consonantes…
No hace falta buscar “rara parida”,
para narrar las cosas importantes:…
“Contubernios, memez, friso, druída,
negritud en efluvios galopantes”…
Si el léxico es tan digno en Garcilaso
y en don Gabriel, “fray Tirso de Molina”…,
con excentricidades de “payaso”,
que al mismo Calderón, dieran inquina,
meterlas, porque sí, no viene al caso,
igual que nadie nada en la cocina…
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Moraleja: escribe que te entiendan,
que las gentes sencillas te comprendan…
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