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ÍNDICE
ACTA DEL JURADO página 2
CATEGORÍA: A (1º/2º ESO). MODALIDAD: NARRATIVA
PRIMER PREMIO:
MARINA FERNÁNDEZ PLAZA, 1º B ESO página 4
SEGUNDO PREMIO:
MARTA TRIGO MURILLO, 1º D ESO página 8
ACCESIT
VÍCTOR SÁEZ JIMÉNEZ, 4º B ESO página 13
ACCESIT
IRENE HERRERO GARRETAS, 3º A ESO página 16
CATEGORÍA B (3º/4º ESO). MODALIDAD: NARRATIVA
PRIMER PREMIO
GABRIEL PALACIOS CALDERÓN, 4º B ESO página 19
SEGUNDO PREMIO
CRISTINA ZAZO MUÑOZ, 4º B ESO página 23
CATEGORÍA C (1º/2º BTO.). MODALIDAD: NARRATIVA
PRIMER PREMIO
IRENE DÍAZ TORNERO, 1º C BTO. página 25
SEGUNDO PREMIO
ARTURO GÓMEZ DOMÍNGUEZ, 1º D ESO página 27
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ACTA DEL JURADO
El Jurado del Concurso Literario del IES "La Serna" de Fuenlabrada, formado
por los profesores del Dpto. de Lengua, ha adoptado por unanimidad los
siguientes acuerdos:
1º Declarar desiertos los premios de la modalidad de Poesía en las categorías A
(1º/2º ESO), B (3º/4º ESO) y C (1º/2º BTO.) y los de la modalidad de Artículo de
la categoría C.
2º Conceder los siguientes premios* en la modalidad de Narrativa:
Categoría A (1º/2º ESO):
Primer premio: MARINA FERNÁNDEZ PLAZA, 1º E ESO
Segundo premio: MARTA TRIGO MURILLO, 1º D ESO
Categoría B (3º/4º ESO):
Primer premio: GABRIEL PALACIOS, 4º B ESO
Segundo premio: CRISTINA ZAZO, 4º B ESO
Categoría C (BTO):
Primer premio: IRENE DÍAZ TORNERO, 1º C BTO
Segundo premio: ARTURO GÓMEZ DOMÍNGUEZ, 1º D BTO.
3º Además el jurado acuerda conceder dos accesit en la categoría B (3º/4º ESO)
a:
IRENE HERRERO GARRETAS, 3º A ESO
VICTOR SÁEZ JIMÉNEZ, 4ºB ESO
De acuerdo con las Bases del Concurso el fallo del Jurado es
inapelable. El Jurado agradece a todos los concursantes su
participación en el Concurso Literario y felicita a todos los
premiados.
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CATEGORÍA A: PRIMERO Y SEGUNDO DE ESO.
MODALIDAD: NARRATIVA
PRIMER PREMIO: MARINA FERNÁNDEZ PLAZA,
1º E ESO
LA TORMENTA
Hola, me llamo Derek y soy un chico que estoy un poco, ¿cómo decirlo?
¿Loco, tal vez? Todo empezó hace unos diez años, cuando el cielo era
azul, la gente charlaba sin preocupaciones y los árboles cantaban bajo la
luz del sol. En el Valle de la Rosa existía una leyenda la cual trataba de
que algún día la “Tormenta” llegaría y lo arrasaría todo con su lluvia
torrencial. También habría un héroe que los salvaría a todos, pero ese
héroe debía hacer un gran sacrificio.
Él corría por el bosque, alarmado, con la frente y el cuello empapados de
sudor. Paró tras unos arbustos y guardó silencio durante unos minutos.
Mientras tanto, una horda de jinetes seguía sus pasos. Jinetes que se
camuflaban gracias a sus ropas entre la espesura del bosque. Pararon los
caballos donde habían perdido el rostro del fugitivo. El chico sintió la
respiración de uno de los caballos en el cuello y se giró, pero era
demasiado tarde, Había dos personas allí un caballero –el jinete- y una
persona encapuchada que llevaba un búho sobre el hombro y dos
pistolas a los lados del cinturón. “Soy su presa”, pensó el chico con los
ojos húmedos- El individuo encapuchado no se lo pensó dos veces y bajo
su capucha deslumbraron dos ojos azules como el hielo. El búho alzó el
vuelo y se abalanzó hacia el jinete con las garras por delante, haciéndolo
huir desesperado.
El chico temblaba de miedo, tenía los ojos cerrados, los puños agarrando
con fuerza la camiseta.
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-Tú, muchacho, tienes el deber de elegir -era una voz femenina la que
salió bajo la capucha, la misma que llamó después al búho- entre la vida
y la muerte.
-¿Qué…qué? Eso …no…está…en…mi…mano. –musitó el chico.
El individuo se inclinó pues se cansaba de estar de pie.
-Tú puedes elegir entre ser la presa –volvió a levantarse, sacó de su
cinturón una pistola y se la tendió al joven- o el cazador. Acaba con la
“Tormenta”, llega al “Bosque de las Ánimas y derrama tu sangre sobre el
altar. Derek, eres el elegido por nuestra Diosa. ¡Corre!”.
El chico agarró la pistola y observó al encapuchado huir hacia la
penumbra. Los árboles se alzaban hasta el cielo nocturno haciendo
cosquillas a la luna. Sonrió para sí. ¿Qué se creía aquella bruja? ¿Qué él
iba a derramar su sangre? Pero no pudo darse la vuelta, ya estaba
justamente en el Bosque de las Ánimas y se acordó de sus seres
queridos, por lo que no tiró la pistola. La guardó en su zurrón de cuero y
buscó el altar.
De camino hacia quién sabe dónde se fue fijando en todo el bosque. En
cada pájaro y su vuelo, en cada árbol y sus ramas para no andar en
círculos. Paró en seco al oír el galope de unos caballos a lo lejos y se
escondió tras una roca esperando a que todo pasara. Oía en su mente el
crujir de las hojas bajo los cascos del caballo, la respiración de los
animales y sus relinchos.
“No soy su presa –pensó-, soy su cazador.”
Derek agarró la pistola con ambas manos y salió de su escondite sin
miedo a encontrarse con los jinetes. Mientras caminaba adentrándose
en la espesura se fijó bien en que la pistola tenía algo grabado y que a
medida que se movía las letras se veían mejor o peor. Puede que eso
dependiese de lo cerca que estaba del altar o suelo fuera un efecto que
el sueño causaba en él. Pero se dejó guiar, al menos ahora tenía un
rumbo que seguir.
A medida que caminaba fue descubriendo esto:
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“No malgastes tu bala”.
“Sigue recto”.
“No temas por nada”.
“Estás cerca”.
“Camina un poco más y ten cuidado porque…”.
¿Por qué?
Derek se quedó a cuadros. Giraba la pistola entre sus manos, buscando
la continuación de la frase, pero no la encontró. Abatido, levantó la
cabeza y se vio frente a una roca. Una roca escalonada, oscura como la
pizarra, que parecía conducir a algún lugar. Subió los escalones. Parecían
interminables porque le dolían los pies, tenía sueño y hambre, y no
podía aguantar siquiera su propio peso. Pero una luz violácea le dejo
perplejo y le dio ánimos para seguir. Pensó en el Valle de la Rosa, su
pueblo, y sonrió para sí porque le dolían hasta los labios.
Siguió subiendo mientras sentía el frío del invierno o el calor del verano.
Se iba a morir. Alzó la vista y se quedó absorto ante la multitud de
caballos que había escalones arriba. Lleno de júbilo corrió agitando los
brazos en el aire como si fueran alas; se torció los tobillos mil y una veces
como si fuera de goma. Llegó hasta los numerosos corceles negros y
subió al que tenía más cerca. El animal relinchó y se puso muy nervioso
al igual que Derek, que se esforzó en mantener la calma.
-“Tranquilo” –murmuró al oído del caballo mientras acariciaba su cuello.
Todo fue muy rápido a partir de ese momento. Derek a lomos del
caballo. Derek llegando al altar. Derek mirando hacia la pistola. Y
silencio, se paró el tiempo El chico se había paralizado al leer la última
frase en la chapa dorada de la pistola. El miedo corría sus entrañas, la
cobardía acosaba a su corazón y las lágrimas asaltaban sus ojos.
“Dispárate”. Fue lo último que leyó antes de ponerse el cañón en la
cabeza, hacer de tripas corazón y apretar el gatillo.
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Me desperté en una camilla del hospital de Móstoles. Tenía el pecho
vendado y unos ojillos curiosos me miraban: era mi amor. Una tormenta
de emociones invadió mi corazón y sentí las pisadas de caballos y jinetes
en mi interior.
La chica que me miraba me besó en los labios.
-“Yo soy tu presa- dijo ella con ternura, clavándome sus ojos azules.
-Yo seré tu cazador.
Volvimos a besarnos y descubrí bajo el abrigo de mi chica una chapa
plateada en la que ponía
“FIN”
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CATEGORÍA A: PRIMERO Y SEGUNDO DE ESO.
MODALIDAD: NARRATIVA
SEGUNDO PREMIO: MARTA TRIGO MURILLO,
1º D ESO
EL VIAJE DEL TIEMPO
El día era nublado y gris. Abby no había tenido un buen día en el
instituto. De camino a casa arrastraba los pies, suspiraba intranquila. Al
llegar a su habitación tiró la mochila de mala gana y se tiró sobre la cama
sin quitarse las zapatillas.
-¡Abby, a comer! –la llamó su madre.
-No quiero –gritó ella enfadada.
Su madre irrumpió en la habitación.
-Qué pasa aquí? ¡Vaya desastre –masculló.
-Cosas del instituto…¡Déjame en paz! –gritó Abby de nuevo.
-¿No me hables así, Abby! –exclamó la madre.
Empezó a chispear.
-¡Vete! –dijo la niña empujando a su madre fuera de la habitación y
cerrando la puerta con un portazo.
Se tumbó de nuevo sobre la cama y arrojó varios peluches al suelo, de
mala gana. Suspiró varias veces.
Oyó cómo empezaba a llover cada vez con más fuerza y empezó a llorar.
Se lamentaba una y otra vez, recordando lo mal que lo había pasado en
el instituto por culpa de los matones de Jack y David. La habían
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empujado sobre un charco de barro, manchándose así toda la ropa. Su
amiga, Amy, la trató de ayudar, pero Abby la trató como a su madre.
La lluvia caía sobre los cristales de su ventana. Abby empezó a ver
relámpagos y a oír truenos, y lloraba cada vez con más rabia, al igual que
la tormenta. Y se quedó dormida.
No soñó nada.
Cuando se despertó, la tormenta había cesado. En la calle reinaba la paz
y un silencio sepulcral invadía la casa de Abby.
Deambuló por el pasillo, un poco desorientada, con la sensación de
haber viajado hasta la otra puerta del mundo.
-¿Mamá? ¿Papá?
Nadie contestó, lo que hizo que Abby se enfadara aún más, por haberse
ido sin avisar.
El reloj del vestíbulo sonaba escandalosamente. Marcaba las tres menos
diez. Apenas había dormido una hora.
Tenía hambre y vio que su madre le había dejado la comida en un plato,
junto al microondas. La puso a calentar un minuto mientras sacaba
algunos cubiertos.
Empezó a comer y, con la primera bocanada, escupió.
-¡Está frío! –exclamó- Vaya asco de microondas.
Pasó el tiempo. Abby hizo sus tareas y demás, y sus padres no aparecían.
Se decidió a salir en su busca, Se puso un chubasquero y botas de agua,
agarró un paraguas y abrió la puerta.
Pero antes de salir, su mirada reparó de nuevo en el reloj. Aún marcaba
las tres menos diez.
Al principio se asustó, pero luego pensó que podía estar roto, como el
microondas.
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Salió a la calle y empezó a pensar dónde buscar. Todo seguía en calma,
pero el día seguía gris y apagado.
No había andado mucho cuando una voz la sobresaltó.
-¿A quién buscas?
Se giró rápidamente y vio a un hombre alto, rubio y de eléctricos ojos
azules.
-¡A ti que te importa! –respondió ella de mala gana.
-Porque a lo mejor puedo ayudarte, Abby.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Soy muy listo.
Abby no quiso hacer más preguntas.
-Eres la única persona que he visto en la calle –dijo ella.
-Lo mismo digo –respondió- me llamo Simon.
Los dos comenzaron a andar por la calle, mientras Abby le contaba su
historia a Simon.
Simon era un poco extraño, no se le notaba preocupado por lo rara que
estaba la ciudad, y sonreía constantemente.
Entonces, Abby se detuvo y se fijó en el escaparate de una tienda de
televisiones donde había una expuesta. Estaban las noticias, pero el
locutor estaba parado. El reloj digital de la pantalla marcaba las tres
menos diez.
Abby miró a Simon. Seguía sonriente.
-¿Qué está pasando? ¿Qué sabes tú? –le preguntó.
-Por fin te das cuenta.
-¿Esto es un sueño?
-Es demasiado real para ser cierto, ¿no crees?
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-Y tú, ¿qué? ¿Eres Dios? ¿Por eso sabes mi nombre?
Simón rió, provocando eco, pero no contestó.
-Abby, ¿qué recuerdas de todo esto?
-La pelea con mi madre –dijo, arrepentida.
-No, un poco después –contestó él señalando el cielo.
-Una…tormenta.
-¡Eso es! Si consigues que vuelva a llover, ¡volverás a tu vida normal!
-¿De qué vas? –dijo Abby con brusquedad.
-¡El tiempo es oro, Abby! -gritó Simon con su sonrisa, antes de perderse
en la niebla.
“Menudo loco” –pensó.
Pero empezó a creer que era verdad. Se asustó. Empezó a darse cuenta
de que todo encajaba- El microondas no podía calentar comida en
minutos porque el tiempo… ¡no existía!
Empezó a correr por las calles, presa del pánico. Sus botas no hacían
ruido sobre los charcos, su melena pelirroja no se movía con el viento.
¿Iba a morir de hambre con el paso del tiempo? ¿No podría disculparse
con su madre y Amy? ¿No podría volver a reír con sus amigos?
Lo que estaba claro es que nunca volvería a equivocarse.
Llegó de nuevo a su casa, llorando. Se quitó el chubasquero y con las
botas se tiró sobre la cama.
No volvería a ver llover nunca.
Se durmió, entre sollozos, esperando que nada fuera real.
Se despertó al cabo de no sabía cuánto tiempo. Seguía con sus botas
puestas. Estaba destrozada, quería morir.
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De repente, un sonido leve sobre el cristal la sorprendió. ¡Estaba
lloviendo!
Corrió al salón, gritando. Vio a su madre y saltó a sus brazos.
-¡Mamá! ¡Lo siento, lo siento! –lloraba de alegría mientras la besaba-
¡No volverá a ocurrir!
Su madre le devolvió los abrazos extrañada, pero contenta.
A través de la ventana, Abby divisó a Simon, tan sonriente como
siempre. Ella le devolvió la sonrisa acompañada de un gracias por la
lección inolvidable que acababa de darle, que había sido real ya que…
!Llevaba puestas las botas de agua!
Abby llamó a Amy para disculparse y contarle todo lo ocurrido, y
hablaron durante varias horas.
Desde ese día, Abby vivió cada segundo de su vida como si fuera el
último, disfrutando con sus amigos y familiares.
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CATEGORÍA B: TERCERO Y CUARTO DE ESO.
MODALIDAD: NARRATIVA
ACCESIT: VÍCTOR SÁEZ JIMÉNEZ,
4º B ESO
CORAZÓN HERIDO
Samuel. Sí, ese es mi nombre, Samuel. Y esto, esta libreta y este boli es
lo único que me queda. Llevo horas meditando sobre cómo empezar a
escribir, por donde comenzar toda mi historia, y toda la historia de mi
pueblo.
Toda la historia, en definitiva, de un solo corazón, un corazón herido,
plasmado en papel, y estoy seguro que de muchas de las personas que lo
han vivido a mi lado.
Aquella mañana, aquella mañana del mes de marzo, estaba yo junto a
mi mejor amigo, Umaye. Umaye y yo siempre estuvimos juntos,
prácticamente desde el día en que nacimos. Él vivía dos chabolas más
allá de la mía, en nuestro pequeño pueblo llamado Ketombo, en medio
de África. Jugábamos a las chapas, como cada mañana desde hacía casi
cuatro años. No parábamos de reírnos, como de costumbre, si lo
hacíamos sin motivo o no, no lo recuerdo. El caso es que éramos felices,
muy felices. Siempre lo fuimos cuando estábamos juntos, hasta ese día.
¡Oh, aquella mañana! Desde entonces no volvería a ser el mismo.
La gente llegaba corriendo desde la otra punta del pueblo,
completamente despavoridos, ahuyentados por algo que parecía
realmente terrible, como si fuese el mismo diablo el que los perseguía.
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-¡Samuel, corre! ¡Corre! –gritaba mi profesor de la escuela, el mejor que
hubo jamás, me ayudaba siempre que yo lo necesitaba, e incluso de vez
en cuando me daba alimentos del huerto de su mujer para mi
hermanito. Nunca lo había visto tan asustado, y creo que fue eso lo que
me impulsó a mirar a Umaye, y dar los primeros pasos hacia donde huía
la muchedumbre. Pero algo me hizo frenar, Umaye no me seguía.
¿Dónde estaba? Di la vuelta a la esquina de la calle y le vi corriendo
hacia su casa para esconderse o para coger algo de allí que no quería
perder en caso de no volver. No lo sé, se lo habría preguntado, pero no
volví a verlo desde entonces.
Vi aparecer entonces a, más o menos, treinta hombres blancos, los
primeros que había visto en mi vida. Llevaban apoyado en el hombro, y
sujetaban con ambas manos, una especie de herramienta metálica
negra, de casi un metro de largo, de manera amenazante. Me escondí.
Estaba desconcertado, no sabía qué hacer. Y fue en ese momento
cuando vi a uno de ellos apuntar a la hija del panadero y matarla en el
acto. Yo estaba ya subido en el techo de una chabola cercana a la mía,
por lo que no me vieron. Los vi entrar en todos los habitáculos del
pueblo, hechos de barro y paja, arrasando con todo a su paso. Veía cómo
las hacían arder una a una, por lo que bajé sigilosamente de mi
escondite, justo antes de oír en la chabola de Umaye, yn sonido
exactamente igual al que había acabado con la vida de la hija del
panadero, atronador. Ese sonido sigue en mi cabeza todavía, no puedo
quitar de ella cómo ese hombre hizo callar, con ese gran estruendo, el
grito de mi gran amigo Umaye. Fue lo último que recuerdo de él.
Eché a correr, inconscientemente, hacia el bosque. Solo quería llegar a él
para esconderme, para subirme a un árbol u ocultarme tras un arbusto
sin hacer ningún ruido.
Entonces empecé a encontrarme con cadáveres en el suelo, y a todos, a
todos, los conocía. La lavandera, el curandero, el Padre Marcos, la
enfermera Kemba… Y así llegué a contar hasta veintinueve muertos. Tras
ver el siguiente cuerpo sin vida en el suelo, no seguí contando. Mi
hermana, mi pequeña Segutu… ¡Con solo doce años! ¿Qué podía
haberles hecho mi hermanita a esos malditos blancos para que la
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matasen de un cuchillazo en la garganta? Estaba desangrada… Y yo, con
toda mi cobardía y mi miedo a lo que no terminaba de entender (y creo
que nunca lo entenderé) seguí corriendo. ¡Dios, seguí corriendo! ¡Ella, lo
único que me quedaba en la tierra, estaba allí, muerta en el suelo, y yo
no paré de correr! ¡Ella, que tantas sonrisas me había dedicado gracias a
mis tonterías, yacía en medio de un pequeño montón de tierra y yo ni
siquiera le cerré los ojos, esos que tanta luz me habían aportado incluso
en los días más oscuros! Subí a un árbol, lo escalé y lloré. Yo, que con
diecisiete años creía estar hecho un verdadero hombre, lloré como una
nenita a la que acaban de quitar un dulce. Y durante toda la noche.
Creo que lo más triste de todo es estar escribiendo esto con el papel y el
boli de Umaye, que usábamos para apuntar los resultados de nuestras
partidas de chapas, por primera y última vez interrumpida antes de
acabar. Le iba ganando, aunque creo que, después de lo ocurrido, me
ganó él. Mejor estar así, en el cielo, que como estaba yo entonces.
Al siguiente día, tras rodear el poblado en busca de los que huyeron,
encontré a seis, solo a seis. “De los setenta y cuatro que éramos en el
poblado! Estaban junto a un río, comiendo, curiosamente, una gacela
que mataron con una lanza. No tenían ropa, ni recursos y, creedme (algo
raro en la gente de mi pueblo) ni sonrisas. Las habían matado todas, y ni
siquiera sabíamos por qué.
No éramos nada, únicamente un montón de caras desencajadas y, como
ya dije al principio de este relato, un montón de corazones heridos. Un
solo corazón herido.
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CATEGORÍA B: TERCERO Y CUARTO DE ESO.
MODALIDAD: NARRATIVA
ACCESIT: IRENE HERRERO GARRETAS,
3º A ESO
EL DESTINO DE ESTE TREN
Todavía era agosto, una noche cálida, ligera brisa fresca y la luna llena
más grande que jamás había visto. Mi familia me esperaba en el coche y
yo intentaba hacer tiempo para no irme. Algo me decía que debía
quedarme y las lágrimas que caían por mi mejilla hacían ese sentimiento
más fuerte todavía.
Contaré la historia de aquel verano.
Yo llegué, como todos los años ilusionada, con calor, con ganas de
respirar el aire de otro ambiente, más limpio tal vez, tal vez más puro.
Las vistas de la naturaleza eran magníficas y reencontrarme con la gente
que hacía tanto no veía era una gran alegría para un pequeño órgano
alojado en mi pecho, algo así, llamado corazón.
Hasta la noche no bajé a la plaza del pueblo, estuve organizando el
equipaje. Me puse mi mejor vestido, saqué la mejor sonrisa que
guardaba en mí y me calcé los zapatos más bonitos que tenía. Eran las
fiestas del lugar y mi mejor ocasión para brillar.
Una vez allí, miré hacia los lados, dando lugar a algo parecido a lo que el
mundo informático llama “vista previa”. Vi a mis amigos y ellos me
vieron a mí. Entonces salimos disparados los unos hacia los otros y mi
sonrisa aumentó sus dimensiones. Aquí llega el problema: aparece él, el
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mismo que hace cosa de un año rompió mi corazón en los trocitos más
diminutos que alguien conseguiría ver.
Traté de no mostrar mi debilidad ante ese recuerdo, pero fue un intento
inútil ya que nunca se me dio bien mentir y menos ante él. Me limité a
saludar con cierto aire de falsedad en el ambiente porque en realidad
preferiría no tener que volver a verlo; sin embargo, tenía que afrontar la
realidad, así como es, como se plantea en la vida.
La noche transcurría rápidamente y llegó la hora de volver a casa,
pensando yo que esta podría ser mi refugio ante él. Me equivoqué, y a la
mañana siguiente allí estaba esperando en mi puerta, supongo que con
intenciones de hablar. Me sorprendió que al menos había venido para
decir lo que nunca le había oído decir a nadie.
-Lo siento.
Cerré la puerta, por tener algo más de intimidad. Decidí oír su disculpa y
dedicarme a aceptarla, pero siempre con cierto resquemor por el daño
sufrido. De verdad se le notaba arrepentido, pero que fuera tan injusto
conmigo no me parecía bien. Nuestra historia se basaba en un amor fiel,
pero él se limitó a romper la promesa que habíamos creado tiempo atrás
cuando en fiestas de otros sitios me engañó y me tomó como una tonta,
pensando que nunca me daría cuenta de su infidelidad. Sin ser mi culpa,
acabé yo dañada y hasta entonces no había sido capaz de dirigirme la
palabra.
Pensé por un momento en los recuerdos buenos y malos que había
tenido con él, y la verdad es que los buenos desequilibraban la balanza a
su favor, pero los malos eran demasiado importantes para dejarlos pasar
como si nada con un “no importa”.
Lo único que supe decir es que lo personaba por esos errores, porque
toda persona puede cometerlos y la vida da muchas oportunidades, pero
yo no me llamo “vida” y no podía volver a cometer otro error estando
con él. Lo aceptó, ya que él no estaba en condiciones de exigir nada,
quizás con el tiempo las cosas se situarían en un punto más favorable
para ambos.
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Quizá prefiero pensar así, pero como nadie me lo asegura prefiero llorar
y liberar mis emociones contenidas.
Ahora voy de camino al coche. Llego, abro la puerta, me siento y me ato
el cinturón, cierro la puerta y un “arranca, papa” que sale de mi boca
deja atrás todo un verano de no saber qué opción es la correcta para
poder vivir sin ese contrapeso que tira del corazón hacia donde duele.
Yo pienso, simplemente, que este tren solo pasará una vez y quien sea
capaz de lograr ser el destino de este viaje tirará el billete de vuelta
porque mi amor será para siempre.
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CATEGORÍA B: TERCERO Y CUARTO DE ESO.
MODALIDAD: NARRATIVA
PRIMER PREMIO: GABRIEL PALACIOS CALDERÓN,
4º B ESO
ESTE MUNDO ME DA MIEDO
Este mundo me da miedo. Nunca pensé en decir este tipo de cosas, y
menos en serio. Solo soy un chico normal al que el mundo que ve detrás
de la puerta le aterra y le empuja hacia atrás. Un adolescente. Como
muchos otros. No destaco ni en lo bueno ni en lo malo. No soy el callado
de la clase, pero tampoco soy el payaso. No destaco ni por tener buenas
notas ni malas, solo soy una cabeza más en un paisaje lleno de gente
más interesante que yo. Ni el mejor ni el peor. Solo un chico más al que
el mundo en el que va a crecer le da miedo.
¿Cómo no conoce el mundo en el que va a vivir? Muy fácil, y he aquí la
primera regla para NO ser feliz: “QUITARSE LA VENDA DE LA
IGNORANCIA”, o lo que es lo mismo, abandonar la seguridad que te
proporciona la infancia. Mi relato, que seguro que lo habéis oído
millones de veces, es algo oscuro, quizá negro, que te deja un mal sabor
de boca de por vida. Hay infinidad de relatos de este tipo, ¿por qué este
iba a ser diferente? No es diferente, solo es un relato normal de un chico
normal. Bien, pronto os sumergiréis en el océano de mis recuerdos.
Año 2009. Me llamo César, César Laker y estudio 1º de Bachillerato en
Sevilla. Llevaría cosa de cinco o seis meses de curso cuando mi padre Phil
llegó de su viaje a Tokio. Traía consigo esa tonelada de regalos para mí y
para mi hermana. Puede permitírselo. Es dueño de una de las grandes
empresas europeas, “International. Por si os lo estáis preguntando, mi
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madre, una asquerosa zorra, engañó a mi padre y se llevó la mitad de sus
bienes. Pero eso pasó hace mucho, cuando yo tenía tres años y mi
hermana uno.
Ahora estaba bien, traía los amigos a mi habitación, mi novia, mis
aprobados justitos. Todo me iba normal, ni bien ni mal. Normal. Todavía
tenía la venda puesta.
Un día necesitaba la ayuda de mi padre con las mates. Es muy bueno con
las matemáticas, así que siempre recurro a él. Fui a su despacho, pero no
estaba. Miré por la ventana, con el cuaderno en la mano. Esas vistas me
encantaban. Me senté en su silla, con su escritorio enfrente de mí.
Encendí el ordenador, porque francamente no quería hacer los deberes
en ese momento, sino que me apetecía navegar. Moví el ratón. La
pantalla se encendió. Tenía una ventana abierta, una ventana con un e-
mail. Un e-mail de una tal Karina. Me picaba la curiosidad, así que abrí el
mensaje. Solo ponía “¿Hoy quedamos?” Lo lógico es pensar que era la
nueva novia de mi padre, y eso pensé. De pronto el ordenador recibió
otro e-mail. Emitió un sonido que me hizo levantarme sobresaltado de la
silla.
Era de mi madre. Pensé: “He leído el anterior. ¿Por qué no este?”. Pinché
sobre él y ponía: “¿Cuándo coño me vas a coger el teléfono?”. En ese
momento me enfadé y en mi mente sonaba todo el rato las mismas
frases: “No solo nos abandona sino que ahora quiere hablar con papá.
¿De qué? ¿Para qué? ¿Quiere volver para después abandonarnos de
nuevo?”. Estaba lleno de rabia, y di un puñetazo a la mesa. Los nudillos
me sangraron un poco. Decidí ir a verla ese mismo fin de semana para
aclarar las cosas con ella.
El viaje me dejó molido, pero cuando llegué a Madrid no me anduve con
florituras y fui al piso de mi madre a bocajarro. La miré a los ojos y sentí
asco. Ojos marrones oscuros. Ojos marrones oscuros. Que me daban
asco.
-¡Hijo! ¿Qué tal estás?, cariño.
Fue a abrazarme, pero me aparté.
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-¿Cómo? –le pregunté con el ceño fruncido- ¿Soy cariño? ¿Cuándo he
sido cariño? Solo me has visto dos veces, en mi comunión y en la de mi
hermana, ¿y me llamas cariño?.
-¿Eh? –se sorprendió ella.
-¿Para qué quieres hablar con mi padre? –dije directo como una flecha.
-¿Eh? ¿Cómo sabes eso? –dijo echándose para atrás.
-Leí tu e-mail. Y ahora, ¡responde! –le dije seriamente.
-No quieras saberlo, César, nosotros...
-¡Claro que quiero saberlo! ¡Escúchame bien”, ¿vale? Creo que soy un
adulto como para entender lo que hiciste y ahora quiero saber por qué le
envías mensajes a papá –dije explotando.
-Siéntate –contestó cabizbaja.
Me senté. Esperé y ella empezó a hablar.
-Yo no hice lo que tú crees que hice. Yo no…Yo… -tartamudeó- Fue tu
padre.
-¿Qué? –le pregunté –Explícate!.
-Hace años descubrí que me engañaba con una tal Karina Yo lo descubrí
y…él me dijo que me pagaría si no os contaba nada ni a ti ni a tu
hermana –dijo extasiada.
-Espera, ¿es papá quien…te pagó? ¿Cómo que te pagó? –pregunté.
-Me ofreció el divorcio y la mitad de sus bienes, siempre que yo quedase
como la mala –dijo mirándome- y yo acepté.
Estuvimos en silencio y, cuando me fue a abrazar, me aparté.
-¿Qué haces? ¿Por qué te apartas?
-Ahora es mucho peor…¡Renunciaste a tus hijos por dinero! ¿No eres
mejor que él! ¡Los dos sois basura! –repliqué.
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Me marché de esa casa con el corazón roto. A ninguno de mis padres le
importábamos una mierda yo y mi hermana. Es así. Mi infancia había
sido una mentira. Mi madre me quitó la venda de la ignorancia. Y me di
cuenta de que eres un lobo o una oveja. O comes o te comen. En este
mundo las cosas funcionan así. . Años después lo comprobé al ver que
mi padre nos había eliminado de la herencia para poner a Karina y sus
dos hijos medio-humanos- Es así. No soy un chaval importante. Esto le
puede pasar a cualquiera. A cualquiera que veas por la calle. Porque
apuñalas o serás apuñalado. Yo fui apuñalado. ¿Y sabes qué? No me
queda más opción que apuñalar en este mundo de mentiras y
falsedades. Un mundo que me da miedo.
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CATEGORÍA B: TERCERO Y CUARTO DE ESO.
MODALIDAD: NARRATIVA
SEGUNDO PREMIO: CRISTINA ZAZO MUÑOZ,
4º B ESO
Juan temblaba violentamente. En su mano apretaba algo con fuerza. Sus
ojos, desorbitados por el dolor y la ira, miraban la estampa que se
encontraba ante él. Estaba fuera de sí, tan enfadado consigo mismo
como con el cruel mundo que le rodeaba. En sus ojos había lágrimas que
amenazaban con derramarse. Su cabeza la asaltaban miles de recuerdos,
que abrían heridas. Recordaba la primera vez que la vio. La preciosa y
larga melena negra que le caía sobre los hombros, y su redonda cara de
niña seguían intactas en su memoria. De esto haría ya más de once años,
cuando con cinco años él jugaba en el patio de su colegio. Entonces llegó
ella, la muchacha que se acababa de mudar al pueblo con sus padres. En
sus ojos entonces solo había felicidad- Desde el primer momento se
llevaron bien, siempre se entendían y a cuando a uno le pasaba algo, el
otro siempre le apoyaba y le ayudaba. Miró entonces la cara de la joven
en que se había convertido. Conservaba los mismos rasgos suaves y
femeninos que tenía hacía once años. Juan recordó con cariño cómo se
habían declarado el uno al otro dos años atrás. Cómo ella, con su cara
risueña, le había mirado a los ojos y le había susurrado un “te quiero”,
justo antes de besarle en los labios. Cómo habían sido tan felices hasta
que, hacía un par de meses, un hombre que vivía justo al lado de sus
casas, se había obsesionado de manera inusual con ella.
“Nora…” –susurró, inútilmente.
Recordaba cómo el hombre la miraba por la ventana, como la seguía de
vez en cuando por la calle. Su obsesión creció. Una noche, en que Nora
volvía sola de estar estudiando en la biblioteca, pasó algo que ella no
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quiso contarle a nadie. Al día siguiente tenía moratones salpicando su
rostro y marcas por todo el cuerpo. No quiso contar nada, ahora Juan
suponía que por vergüenza, hasta que al mes siguiente dejó de asistir a
clase, Juan acudió a casa de Nora para interesarse por su estado. Se
encontró con que estaban haciendo las maletas: se marchaban del
pueblo. Finalmente Nora se derrumbó y, entre lágrimas, le confesó que
estaba embarazada de aquel hombre horrible.
Todo el pueblo se enteró de la marcha de Nora y de su familia, pero
nadie sabía el motivo. Nadie, excepto ellos y , claro está, el hombre, que
al enterarse amenazó con matarla. Esto pasó un día antes. Pero no hizo
falta que el hombre hiciera nada. Nora tomó la decisión por sí sola:
poner fin a sus días.
Juan volvíó a la realidad. Observó el cuerpo inerte de Nora frente a él.
Luego todo fue muy deprisa. Tomó el cuchillo que ella misma se había en
incrustado en el pecho, salió de la pequeña habitación de Nora y se
presentó en la casa del hombre que había robado la sonrisa de su amada
para siempre. Aporreó la puerta con fuerza y, cuando notó que se abría,
se abalanzó sobre el hombre que había tras ella y clavó el cuchillo
directamente en su pecho. La imagen pálida de Nora abría heridas en su
corazón y echaba alcohol en ellas. El hombre, agonizando y sin
comprender por qué Juan lo miraba con aquella ira, le miraba a los ojos
interrogándolo con la mirada,
-Donde yo he clavado este cuchillo no hay nada. Está vacío. No he
podido atravesar tu corazón porque sé que no tienes. Tú, en cambio,
destrozaste su vida y, por tanto, has dejado mi corazón herido para
siempre. No creas que esto duele. Preferiría mil veces que alguien me
hubiera atravesado el pecho antes que haberme dejado tan muerto
como lo has hecho tú: dejándome sin ella.
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CATEGORÍA C: BACHILLERATO.
MODALIDAD: NARRATIVA
PRIMER PREMIO: IRENE DÍAZ TORNERO,
1º C BTO.
CRISIS EMOCIONAL DE LOS MALDITOS DOMINGOS
Se levantó aquella mañana. Le dolían hasta las pestañas. Su cuerpo
cansado estaba desparramado sobre el sofá. Un sonido, puntiagudo
como una bala, estallaba en sus oídos. Los pájaros estaban cantando
como cada mañana en el balcón que había detrás del sofá. El aire le
soplaba en la mano que colgaba por encima. Pero ninguna de estas dos
sensaciones fue la que le despertó, sino el horrible ladrido de Luna y sus
empujones contra la puerta.
Marcos se despertó algo sobresaltado, calmándose un instante después
al ser el ruido normal de cada mañana. Aunque esta vez era diferente,
este domingo era muy diferente a los 164 anteriores. “Cuánta
exactitud”, pensó aún sentado en el sofá. Le encantaban los domingos y
oírla cantar en la ducha, o verla correr descalza por el salón para coger el
teléfono, o imaginarla apoyada en la pared, mirándose las uñas al
hablar.
Marcos debió cerrar los ojos y apretar los puños fuertemente para
acordarse de olvidarlo. Y de repente escuchó un golpe brusco a la puerta
del salón. Luna había logrado colarse e iba directo hacia él, moviendo el
rabo contenta. “Pero cómo voy a olvidarla teniendo a este chucho
asqueroso, vestido con la ropa ridícula hecha por su madre”.
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De un salto el perrillo se tiró encima de él. Marcos empezó a acariciarlo,
y a mirarlo con ojos rojos. Ojos de lágrimas, ojos que reflejaban el dolor
aún dentro, ojos cansados de noches de farra para beber y olvidar. Y
creerán que lo mejor es eso, olvidar que existió. Y lo peor, su calvario, es
conseguir olvidarla. El recuerdo es lo único que le quedaba de ella. Eso y
la maldita urna con su nombre grabado y la fecha en que aquellos
desalmados se la arrebataron. “Once de septiembre de 2001”. Porque
como él solía contarle a cada vaso él no la ha perdido, no la ha dejado: a
él se la han quitado.
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CATEGORÍA C: BACHILLERATO.
MODALIDAD: NARRATIVA
SEGUNDO PREMIO: ARTURO GÓMEZ DOMÍNGUEZ,
1º D BTO.
Tormenta, tormento, tormentoso. Curiosas, según se mire, estas tres
palabras que, quizá por infortunios del destino, marcan una vida como la
de este pobre soñador loco en este momento.
La tormenta, aunque más bien es la sensación que esta deja, define el
primer punto de esta historia, por llamarla de algún modo. Rayos,
truenos y centellas, lluvia, frescor. Indescriptible sensación la del olor de
la lluvia. Casi lo hace tiritar, tartamudea y tarda en reaccionar, pero ha
de decir que le encanta.
Tormento, o lo que es lo mismo, esa sensación que se ha adaptado ya a
su cuerpo, que no le deja pensar, que solo hace que aumente su pesar.
Carece de estados de ánimo, no posee razón alguna por la que deba
continuar su camino, ya que este es frío, largo y tormentoso,,,
Es curioso cómo la derivación de una simple palabra puede dar tantas
definiciones a algo a lo que solía llamar vida.
Y por qué dice solía, quizá nunca tuvo vida, quizá ahora carezca de
razones, lo que para nada hace que cese su dolor, lo que para nada hace
que se pregunte qué ha de hacer para parar. Él solo quiere acabar
rápido, quiere tirar por el camino fácil, quiere salir de toda esta mierda,
quiere ser libre, aunque por desgracia ha olvidado cómo hacerlo.
Varios pesares lo aguardan cuando vuelve a su cama. La misma pregunta
resuena una y otra vez en su cabeza… “¿Cómo demonios piensas
hacerlo?”
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Sin más dilación se levanta, es noche de tormenta, buena elección para
un fin. No se toma la molestia de vestirse, se calza sus botas y
acompañado de su paraguas favorito se dirige al valle…
Simplemente llegó, gritó, por primera vez en su vida, y aquel fue su fin...
Su vida se apagó como una colilla que emana sus últimos brotes de
humo en un cenicero.
Nadie le echó de menos, nadie notó su ausencia, nadie vibro como aquel
chico delante de una fría y gris tormenta.
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