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HELIOS
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A ti, que llegars,
Yo, que slo pude vislumbrar
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EL
En el principio estaba El en Dios.
Por El fueron hechas todas las cosas;
Y sin El, ninguna cosa ha sido hechaEn El estaba la vida;
Y la vida era la luz. de los hombres.
Y la luz, en medio de las tinieblas resplandece;
Pero las tinieblas no la han recibido.
Y la verdadera luz, era AQUEL, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba, y por El fue hecho el mundo.
Y el mundo no Je conoci.
Mas nosotros vimos su gloria: vmosle lleno de gracia y de verdad.
De su plenitud hemos recibido todos nosotros, gracia sobre gracia.
A Dios, nadie le vio jams; el Hijo es quien le ha hecho conocer a los hombres.
Evangelio de San Juan.
RENUEVA TU FEHaber dado la vuelta al mundo, cuando todava se es joven, es una desventura; porque, no
habiendo ya nada que ver, nada que pueda interesamos aquel sobrante de sensibilidad que
an nos resta no tiene en qu emplearse, y entonces se transforma en desilusin y tristeza.
Pero la mayor parte de las desventuras no es haber dado la vuelta al mundo, viendo todo lo
que hay que ver, sino haber dado la vuelta a las creencias, acogindolas y desechndolas
sucesivamente, hasta encontrarnos con que ya ninguna fe nos satisface, y por consiguiente,
sin motivo para vivir. El hombre vive de su fe, nos dice la Sabidura. Cuanta ms fe, ms
vida; cuanto ms esclarecida y alta la fe, mejor la vida.Pero toda fe es como un rosal, que comienza dando slo espinas y hojas; florece luego en
rosas tmidas, las va cambiando por otras ms lozanas, culmina en algunas rnaravillosas, y
luego decae y se arruina, hasta no ser sino un arbusto deshojado y reseco, que el sol y elviento, agrietan. y descortezan, hasta convertirle en una carcomida y negra osamenta.
As como nada hay ms intil y triste para los ojos que un rosal desecado, as nada hay ms
intil y triste para l espritu que una fe ya marchita. El primero acaba en carcoma, la
segunda en mentira: uno y otro son ruina, desolacin y muerte, de donde ni una mariposa ni
un alma sabrn extraer una partcula de, miel ni de esperanza. La mariposa ha menester de
rosas nuevas, y el alma, de una fe viva, que esplenda y trascienda como una rosa nueva.
Hay almas senci1ias que saben vivir de una sola fe. La verdad moral y religiosa queaprendieron en la juventud o en la infancia, les basta para toda la vida. Hay por todas partes
gentes sencillas, que al final de sus aos, y hasta la hora misma de la muertes creen la
misma creencia, viven de la misma verdad, y extraen luz, fuerza y esperanza de aquellarosa que cortaron en el primer rosal de su existencia. Qu importa que los otros reputen
como error, o conseja, o antigualla el candil que alumbra su cerebro? Aquel candil es para
ellos el Sol
Mas hay tambin almas inquietas, absorbentes, insaciables, que devoran ideas o
sensaciones como un arenal devora el agua de las nubes; hay mariposas que cada da agotan
una flor; hay cerebros que acogen y revisan todos los sistemas y todas las creencias, para
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extraer de cada uno la pequea partcula de verdad que cada uno encierra, y que, una vezya gustaron de todas, ni siquiera alcanzan a formar con esas partculas una verdad entera y
viva. Aquellas mil gotitas de miel no alcanzan a darles la sensacin de un sorbo fresco, y
amplio de agua viva, como los ptalos esparcidos de una rosa, no daran al colibr ni a lasabejas la sensacin de una flor viva, que da miel, colores y olores.
Estos desventurados espritus, viajeros sin reposo que nunca se detuvieron mas de un da a
la sombra de un rbol, acaban por dar la vuelta a las creencias, y entonces, caen en el vaco,
donde la cada no tiene fin, donde la luz de las estrellas es fra y sin fulgores, donde no se
puede ni siquiera dejar la esperanza, como a la puerta del infierno, porque el vaco no
conoce puertas ni lmites, porque el infierno, donde reina el dolor es todava la ventura, puesto que la vida se emplea ah en llorar y maldecir,mientras que en aquel reino del
Tedio, ya no hay maldiciones, ni suspiros, ni lgrimas, sino silencio!. . , Ya no existe el
dolor, sino las cenizas del dolor Ah es el reino de la Nada, donde slo florece una rosa sin
color ni fragancia, que llaman Desencanto
Si se buscara cul de las costumbres de nuestro espritu es la que consume y devoranuestras creencias, como el fuego los secos rastrojos de marzo, veramos que es el hbito de
analizar, que fcilmente degenera en mana analtica. Este afn de ver y de tornar las
creencias, examinndolas por todas sus facetas, es un funesto afn. Muy luminoso sera el
diamante que cay en nuestras manos, y su transparencia rivalizara tal vez con la del sol;
pero si nos afanamos en mirarle con toda la acuidad de nuestros ojos, al fin surgir por ah
la mancha inevitable y dejar entonces de ser la piedra maravillosa y perfecta, para
convertirse en la piedra que tiene manchas.
Pero si podemos vivir tranquilos, y hasta dichosos, en posesin de una piedra preciosa quetiene una mancha, no podemos contentarnos con una fe en que hayamos descubierto una
sombra. Porque nuestra fe, nuestra creencia es la luz que infunde diafanidad a todo lo que
existe: todos los errores, todos los males, todas las tristezas, todas las nieblas y tinieblas del
universo, se vuelven transparentes si las vemos con la lente de nuestra fe. Adquieren una
diafanidad absoluta, si no en el acto, en la potencialidad; si no ya, maana; algn da; si no
jams en este mundo, cuando salgamos de este mundo. La fe, nuestro difano, lmpido y
perfecto ocular, nos asegura, nos evidencia que todas aquellas cosas negras,
incomprensibles, sospechosas y abominables, son realmente claras, sencillas, leales y
amables, y que, al fin, llegar el momento en que, disipada la ilusin mentirosa de la carne,
las veremos tales como son, en toda su maravillosa diafanidad y hermosura.
Mas desde el instante en que en vuestra fe misma descubrs una mancha, la leve sombra de
una mancha, el rastro imperceptible de una estra, volar inquieta y asustada de vosotros el
ave que se llama esperanza; la certeza, sin la cual la vida es imposible, caer derruida y
hecha polvo, y todo el edificio de vuestras construcciones morales se derrumbar, o caer
en la confusin y en la oscuridad. Os falt la luz, y entonces, el desierto donde la fe y la
confianza haban descubierto horizontes, mirajes y oasis, se transforma todo en soledad, en
sed y fuego, en extravo y rugido de fieras, en desamparo, desolacin y muerte.
Desde el instante en que nuestra fe padece vacilaciones o intermitencias, es seal de que se
halla enferma; y si no se produce en nosotros alguna reaccin que la reviva y restaure, sino
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que sigue alumbrndonos con dbil e intermitente fulgor, mejor ser que de una vez
apaguemos su lumbre dudosa, y pidamos a nuestro corazn un nuevo foco de luz, un nuevo
diamante sin estras, una lente nueva, de pureza y transparencia vivientes, que sumerja
todas las cosas en el mar de luz en que antes las veamos.
Toda creencia nueva, si realmente viene del corazn, ser legtima. Si nos mueve al bien; si
nos infunde valor, serenidad y confianza; si nos ensea a perdonar; si aumenta, en suma,
nuestra capacidad de amar, ser una fe sagrada, y bien podemos acogerla como una flor
divina, abierta para nosotros en el mismo jardn donde nacieron las otras religiones que un
da fueron sostn y gua de los hombres.
Lo esencial es creer. Si ya no creis en las encinas, como los druidas, ni en e fuego, como
los parsis, ni en los animales, como los egipcios, ni en el Jehov hebreo, ni en el Jpiter
griego, ni en Budha, ni en Mahoma, ni en Cristo; si habis dado la vuelta al mundo de las
creencias religiosas y ya ninguna de ellas satisface a vuestro corazn hasta el punto de serpara vosotros el motor de la vida, pedid entonces a vuestra propia alma que os muestre el
rosal de que brotan perennemente rosas nuevas; cortad una que haga latir vuestro corazn,
y haced de ella una fe, una religin, una creencia viva, una transparencia que sea al mismo
tiempo un cntico y una plegaria.
-*
La salvacin del hombre consiste en adorar. Qu adoraris? No lo preguntemos a nuestra
mente, ni a la opinin ajena, ni a los libros, ni a las tradiciones, sino a nuestro corazn;
porque l es la fuente nica de la fe, de la esperanza y del amor.
Qu importa que en vez de mostrarnos a Sirio nos muestre una lucirnaga? Qu importa
que en vez de una rosa inefable nos seale ua florecilla imperceptible? Qu importa queen vez de un ruiseor nos traiga un pajarito de humilde voz, cuyos gorjeos de nadie fueron
nunca odos? La fe, la ingenuidad del corazn, harn que la lucirnaga se transforme en
estrella, la florecilla en rosa, y el oscuro pajarito de montona voz, en ruiseor de divinos
arpegios.
Si llegis a sentir que en vuestro pecho se erigi un nuevo altar y que el incienso arde sobre
el ara, adorad. Adorad, y os habris salvado.
Habris creado entonces vuestra propia fe, y otra vez la vida tendr justificacin para
vosotros.
Por eso, HELIOS, yo me intern en mi corazn; y llam, y de sus yermas soledadessurgi tu voz, que me dijo:. AQUI ESTOY!
I
Hay una Causa Suprema, Lo Absoluto, a Quien, a cada instante, con loca irreverencia,
nombramos e invocamos llamndole Dios.
Este Dios, Lo Absoluto, Lo Inefable, lo que nunca debiramos nombrar sino de rodillas y
purificados, anda en nuestra boca para todo: hasta para fortificar nuestras mentiras; hasta
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para dar crdito a nuestros fraudes; hasta para conquistar una miserable sonrisa de
aprobacin, cuando usamos la Santa Palabra en refranes, en ingeniosidades, en cuentos
estpidos, en groseros retrucanos.
El cerebro del hombre carece de ideas capaces de concebirle. Porque siendo nuestras ideas
representaciones de las cosas que percibimos, y siendo stas, bajo todo aspecto
contingentes, limitadas, estrechas y falibles no pueden sugerirnos sino ideas limitadas,
estrechas y falibles y contingentes, ineficaces para idear y concebir Lo Absoluto.
El lenguaje humano carece de palabras que alcancen a nombrarle y definirle. Porque toda
palabra es meramente un smbolo, y las nuestras no son sino imgenes de las ideas que nos
sugieren las cosas terrestres. Y vamos, as, a comprender y a concretar con nuestro msero
lenguaje, al nico, al que no podra nombrrsele ni definrsele, ni en el mismo idiomasideral en que cada letra es un sol y un corneta cada signo?
Hasta donde la pobre mente humana alcanza a vislumbrar, la Causa Suprema se nos
manifiesta como Substancia, como Espritu, como Ley.
Mas, tan nebulosos, tan inasibles, areos y vagarosos e imponderables son esos tres
Aspectos, que nuestros mayores esfuerzos para fijarlos, apenas bastan para darnos
instantneas y dudosas visiones que nos dejan deslumbrados y ciegos. No podemos ni
siquiera adorar la Substancia, el Espritu, ni la Ley, porque slo se adora aquello que en
alguna medida se comprende. No se adora al Abismo ni a las Tinieblas; y cuando nos
imaginamos que adoramos lo inconcebible, no hacemos, en verdad, sino atormentar nuestra
imaginacin y fatigar y oscurecer ms nuestra mente.
Nuestra necesidad religiosa, nuestra felicidad religiosa, no ganan absolutamente con
referirse a lo que nos es del todo inaccesible. Qu descanso, qu consuelo llevar a mi
pobre alma atribulada, si al invocar a Dios si me detengo un instante a pensar en El,me sobreviene un diluvio de sombras, y me siento caer en un abismo que a cada instante se
hace ms profundo?
Si el nio no comprende a la madre, y vive, sin embargo, confiado en el regazo maternal, es
porque la tiene ah, entre sus bracitos y bajo sus labios. No la razona, pero la toca; no la
comprende, pero la siente. Ms nosotros, cundo, en qu momento experimentamos de Lo
Absoluto, esa divina sensacin de plenitud, de posesin, de realidad inmediata y tangible?
No lo dijo ya Jess?: al Padre nadie le vio jams? Se refera, hablando as, a la CausaSuprema, al Principio Uno, a quien ni sa ni palabra de idioma alguno convienen ni
esclarecen, sino que le desfiguran, empequeecen, y envuelven en ms y ms densas
oscuridades.
Para las necesidades de nuestro corazn; para freno de mis instintos; para luz de mis
noches; para firmeza en mis vacilaciones; para esperanza en mis tribulaciones, para
fortaleza en mis tentaciones; para templanza en mi alegra y ponderacin en mi tristeza;
para todo lo que me infunde el espritu religioso, no necesito referirme a Lo Absoluto ni
prosternarme ante la Noche. La vida me ha enseado una cosa, y es que El se manifiesta
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como Ley; y la intuicin y experiencia me dicen, que entre los pliegues rgidos de esa Ley,
que todo lo prev, han quedado suaves repliegues invisibles en donde se aloja el amor.
Y de ah la certeza de que ser perdonado, aliviado, acogido, y al fin rescatado, yreinstalado en la diadema de Sirios y Canopes que circunda su frente.
Entonces, y puesto que tal es mi certeza y mi esperanza, no necesito para mi adoracin y mi
sostn hablar con el Abismo, sino con la Flor, con el Arroyo, con la Nube, con el Celaje,
con el Ruiseor, con el Viento, con el Mar, con la Montaa, con el Arco-Iris, con la Aurora,
con todos los que son Sus testigos, y en quienes ha encarnado su Poder, su Belleza, su
Bondad, su Verdad
S, si hay en m humildad, visin y uncin, puedo prosternarme ante una Mariposa, orar
ante la tempestad, pedirle socorro a la Nieve que yace perenne en la cima del monte, y
entonar un himno de reverencia ante el Cedro del bosque o ante el microscpico Arbolillodel musgo. Si hay en m humildad, intuicin, ingenuidad, yo s que en tales cosas, estoy
hablando con El, y que El me ve y me oye; an ms, que es El quien ha suscitado mi
palabra, inspirado mi cntico, y movido a que le suplique, confiado e insistente, cmo un
nio a su madre.
As, los cultos fciles y claros de los pueblos nios, de los hombres primitivos, no fueron,
como solemos pensar, hijos de la ignorancia y de un escaso desarrollo mental, sino de la
sencillez del corazn, de la intuicin profunda, de la veracidad de espritus ingenuos; que
sentan que no puede uno religarse a lo que no concibe. Religin, es religarse: enlazarse de
nuevo, rehacer el vnculo que nos una a lo ms alto, a lo ms poderoso, a lo ms sabio, a lo
Divino.
Mas, para reanudar el lazo roto, para hallar de nuevo la certeza de que no estoy solo, que no
estoy abandonado, de que la Justicia y el Amor vendrn, por fin, con sus alas divinas a
recogerme y a salvarme; para encontrar de nuevo ese hilo de la Vida Divina, no necesito
martirizar mi flaca y estrecha razn, sumergindola en las Tinieblas, ni extender
ansiosamente la mano para sostenerme en el Abismo; necesito, ms bien, sumergirme en la
luz, y asirme a la rama del rbol, que son smbolos y testigos de lo que busco e imploro:
justicia y amor. Entonces, por qu no adorar a una gardenia, a una rosa, a una nube, a la
brisa que pasa y al arroyo que musita?
Me dir la gardenia: mira qu blanca y pura soy! Entonces, confa, y hazte como yo blancoy puro.
La rosa me dir: mira cmo esplendo y trasciendo! Entonces, acrislate, y adquiere
esplendor y fragancia.
El nio me dir: mira cmo duermo y sonro, sin pensar en el mal! Entonces, confa y
espera, pues el Universo entero es una madre.
La nube me dir: mira cmo soy de tenue, algera y sencilla! Entonces, hazte leve y
sencillo y algero, confiando en Aquel que a m me dio levedad y tenuidad.
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La brisa me dir: por qu no vas, como voy yo, oreando las frentes y las hojas,
esparciendo fragancias, confortando toda fatiga, y besando todo lo que encuentro a mi
paso? Entonces, tu vivir ser tan suave y libre como el mo, y te hars vuelo y canto!
El arroyo, en fin, me dir: ven, limpiemos, fertilicemos, calmemos la sed del hombre y de
la planta, del insecto y de la bestia; y mientras ellos beben nuestra vida, reflejemos,
sonriendo, los zafiros del cielo, la verde copa de los rboles y la silueta azul de las
montaas! Y vers que El es suave, humilde y claro, y sabe murmurar como un arroyitoque pasa,... como yo... como t...
All en lo alto luce mi Dios.
Esta maana fue para mis ojos aurora, y me anunci el da, la confianza. A la tarde, ser
para mi espritu fatigado, ocaso, promesa de reposo, de fuerza, de esperanza.
Fue, y es mi luz. En l y por el, veo y comprendo; por l aliento y en l vivo. Mi sangre, mi
fuerza, mi pensamiento, mi alegra, de l son. Mi palabra, l la inspira; mi duda, l la
esclarece; mi fatiga, l la conforta; mi hambre, l la sacia; mi sed, l l apacigua, mi sueo,
l lo serena, yndose para que mis ojos reposen.
Qu hay en mi corazn, ni en mi fantasa, ni en mi sangre, que no sea su don? Quin,
desde el insecto al Ocano, no le debe la fuerza, el vuelo, el canto, la majestad o la
hermosura? Ala de la mariposa, rondar rumoroso de la abeja; nitidez inmarcesible del
armio; azul de la onda y amatista del monte; energa de la centella y claridad del
relmpago; dureza del mrmol y suavidad del musgo; virtud secreta de la planta, y poder
misterioso del aire, del fuego y de la tierra; silencio del desierto, y horrsono estridor delhuracn; tristeza del atardecer, y alegra de la aurora que vuelve,.. qu hay, aqu abajo,
que no sea su obra, su don?...
Nuestro Dios es el Sol. De su luz nacimos, de su luz vivimos, y en su luz desaparecemos.
El Sabe, tambin, a quin adora, y tiene su Dios, un Sol aun ms divino, a quin yo no s ni
concebir. Y ese otro Dios, sabe tambin a quin adora; y as, hasta el Corazn del
Universo!...
Mas el mo, el claro, el grande, el radiante, el poderoso y clemente Dios que me hace vivir,
soar y cantar; el magnfico Dios que gloriosamente se ofrece a mis ojos todas las maanas,y silenciosamente me dice adis todas las tardes; el manantial perenne e inagotable de luz,
de vida, de fuerza, de pensamiento, de alegra y de amor, es El! .. . Eres t, Divino Sol, que
desde nio am, y a quien siempre volv ansiosos mis ojos. T, el Puro, el Bello, el
Esplendente, a quien todas las criaturas ingenuas reverencian y adoran; el Munificente, que
a todas horas te das; que nada esperas de nosotros; que cifras tu ventura en alumbrar y
esclarecer, en consolar y aliviar!
Desde nio te am, y cre en ti. .Y mi dicha ms grande, cuando mi cuerpo era como el del
ciervo, ligero e incansable, fue siempre subir a las cimas, y verte antes que nadie, y
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saludarte, y recibir tus primeros rayos en la hora sagrada en que los reciben, como un beso
del cielo, los nidos y las cumbres inaccesibles.
Y ahora, cuando mi cuerpo es tardo y triste, y doloroso, y mustio,... ahora tambin, Divino
Sol, te amo, y te reverencio y te adoro, y s que mi vida es tu lumbre; que mi canto, es eleco de tus ritmos divinos; que veo, porque t eres difano; que entiendo, porque t eres
sabio; que adivino, porque t eres vidente; que soy bueno, porque t eres santo; que tu
certeza es mi esperanza, que mi luz es tu luz, que mi amor es tu amor!
Oh, Sol! Oh, Padre! Ilumnanos, guanos, purifcanos, encindenos en tu lumbre divina, y
venga la hora en que toda oscuridad y tristeza se desvanezcan en tu alegra y tu esplendor..!
II
De nuestro Sol a Prxima Centauri, la estrella ms prxima a nosotros, hay una distancia
de cuatro aos de luz; es decir, que la luz, cuya velocidad es de setenta y cinco mil leguaspor segundo, recorre esa distancia en cuatro aos.
Prxima Centauri es una estrella de l3a magnitud, de la Constelacin del Centauro; su brillo
es muy escaso; la cantidad total de luz que de ella emana, es dos milsimos de la que
esparce nuestro Sol. Los dbiles fulgores que nos vienen de all, han tardado cuatro aos en
llegar a nosotros. De cualquier otro punto del Firmamento donde una estrella nos enve su
luz, tardar ms; lo que significa que, partiendo del Sol en todas direcciones, el espacio est
vaco, totalmente vaco de estrellas, hasta una distancia mnima de cuatro aos de luz; o, en
otros trminos, que nuestro Sol ocupa el centro de una esfera cuyo dimetro es de ocho
aos de luz.
Qu significa, en realidad, esa extensin para nosotros, y cmo podemos concebirla?
Imaginad que una golondrina, manteniendo el impetuoso arranque de su vuelo inicial, que
es de ochenta leguas por hora, emprende el viaje desde el Sol a Prxima Centauri. Para
simplificar nuestros clculos, aumentemos esa velocidad en tres leguas y una milla ms por
cada hora, lo cual nos dar un vuelo de 2,000 leguas diarias. En qu tiempo, decimos,
recorrer la golondrina, volando da y noche, el radio de la influencia solar?
Mas? digamos antes, qu entendemos por radio de la influencia del Sol. Si suponemos que
uno y otro, nuestro Sol y Prxima Centauri, tienen igual poder, igual eficiencia vital, y que
ese poder se trasmite con igual intensidad y velocidad, tendremos entonces que sus ondasse encontrarn y contrastarn, precisamente, a mitad del camino, o sea a dos aos de luz
entre uno y otro.
Se formar ah una especie de zona neutra o retardante, en la cual el contraste de las
energas iguales y opuestas, pondr un dique a las influencias de ambos soles. De ser as la
influencia eficaz de nuestro Sol, quedara limitada a una .esfera cuyo radio sera de dos
aos de luz. Es posible que sea, en realidad, mucho mayor, puesto que la potencia luminosa
de Prxima Centauri es apenas dos milsimos de la de nuestro Sol; ms, atengmonos a la
extensin primera, y aceptemos que la influencia solar acaba en los confines marcados con
el radio de dos aos de luz. En qu tiempo, decamos, recorrer la golondrina una
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extensin as, volando sin cesar, a razn de mil leguas cada doce horas, o sean ochenta y
tres leguas y una milla por hora?
Con tal velocidad, recorrer nuestra viajera las setenta y cinco mil leguas que anda la luz enun segundo, en treinta y siete das y medio. Siendo treinta y siete das y medio la
equivalencia de un segundo de luz, tendremos que un minuto de luz equivale a seis aos y
tres meses del vuelo de la golondrina; una hora de luz, a 375 aos; un da de luz, a 9,000
aos; un mes de luz, a 270,000 aos; un ao de luz 3.240,000 aos; y dos aos de luz, a
6.480,000 aos.
Para recorrer todo el dimetro, gastara, entonces,... 12.960,000 aos.
Doce millones y novecientos sesenta mil aos, son para nuestra imaginacin, ya como
distanciar ya como tiempo, cosa inaccesible; meros vocablos echados ah al paso de nuestra
comprensin, como las arenas de la playa ante las olas, para decirnos suavemente: de aquno pasars....
Esa es la extensin mnima que rige y gobierna Helios, nuestro Sol: ese es el universo en
que El es rey, padre, seor y dios; donde toda criatura humana o divina, recibe de su luz la
forma, el pensamiento, la vida, la conciencia y el constante anhelo de perfeccin... Una
esfera donde las raudas golondrinas, para visitar sus lmites extremos, tendran que volar,
da y noche, 12,960,000 aos.
Tal es nuestro reino solar.
III
Me encierro, humildemente, en la mnima esfera de la influencia del Sol.
Qu pasa ms all, en el reino de lo invisible?
No s, no necesito saberlo: ah, en esa esfera, que para m es inmensa, aunque mnima en
relacin con el grandor del Universo, hay espacio de sobra para el infierno y para el cielo;
para caer y redimirse; para morir y renacer; para cumplir los ms altos deberes y los ms
altos destinos que han soado los hombres. Ah, en esa esfera, hay un Poder inmenso,
inagotable y eficaz, que yo veo y siento. De l emanan en cascada incesante, efluvios yenergas; pensamientos, sentimientos y movimientos; figuras y colores, sonidos y
fragancias, ritmos y ademanes y cadencias; contornos y tamaos; imaginaciones e
intuiciones, y mil, y mil ms, en una catarata de prodigios. Y ese poder es del Sol.
Asido a su cauda de luz, voy en l seguro, confiado, sin preguntar adnde. Me lleva de la
mano, y yo le sigo esperanzado, como un nio a su padre.
Ir l en busca de su Dios? Sin duda, pues toda criatura, desde el gusano al querubn, se
afana en busca de su Dios. Quin es El? Dnde est? Cmo es? No s; no me inquieta
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saberlo, pues lo sabe mi Padre. Yo ignoro, pero es cual si supiera, pues que l sabe; soy
ciego, pero l ve, tropiezo a cada instante, pero l no me deja caer.
No s, l me conduce, l me har llegar a buen trmino, pues para eso es mi padre.
As, no me hablis de misterios ni de tenores. Mi alma qued harta de sombras; harto me
acongojaron los enigmas, y por tener los ojos fijos en el Abismo, he dejado de contemplar
la aurora y he perdido el canto de la alondra. Ahora ya no quiero sino claridad, alegra,
confianza, sencillez. Me hago nio. Reclino mi frente en el seno de mi padre y seor, y con
l, inmergido en su luz, confiado en su poder, encendido en su amor!...
IV
Una vez ms, la letra ha matado al espritu, y la vulgaridad de la repeticin sofoc en
nosotros la divina facultad de adorar. A fuerza de hablar del Sol, de su tamao, de susmovimientos, de su distancia a la Tierra, de sus manchas, de todo lo que una ciencia
irreverente ha descubierto de su Ser fsico, hemos llegado a considerarle como una simple
hoguera, como un hacinamiento de combustible, como un hachn.
El hombre posee esta facultad negativa y triste de profanar, de rebajar, de vulgarizar y
anular todas las cosas que ve y toca y escucha, y todava ms aquellas de que habla. Por
algo, en ciertas antiguas religiones, el nombre de Dios, el verdadero y secreto nombre de
Dios, era prohibido a los profanos, y slo era conocido del Sumo Sacerdote-, quien lo
pronunciaba, temblando, una vez cada ao.
S, el ojo, el odo, la mano y la lengua del hombre, son instrumentos de profanacin. Ay dela rosa que aspiris todo el da!, ay del ruiseor que est en la jaula, y a quien os cantar
todas las noches! Ay de la estrella que a toda hora os ofrece su luz!, ay de la nevada
montaa que siempre os muestra el esplendor de su blancura!, ay del misterio, as sea de
arcano e inefable, que la lengua del hombre revuelve sin descanso, trocndole en vocablo
innime y vaco!
Hombre, tu oficio es profanar; la profanacin exuda de todo tu Ser; lo que ves, se convierte
en ceniza, y lo que tocas, en escoria. Desde que se pasa la niez, se entra en la edad de la
profanacin. Bienaventurado el nio porque admira! Bienaventurado el poeta, porque se
maravilla! Bienaventurado el santo porque adora! Bienaventurado el que- nace de nuevo y
se hace nio, y aprende otra vez a sentir la divinidad de todas las cosas! Y triste mil vecesel razonador implacable, el analista helado, el discutidor ingenioso, para quien el Universo
es todo nombres, y las cosas, cajas vacas rotuladas con etiquetas fnebres. Oh desventura,
hombre, que hayas descendido de tu risuea actitud de nio, de rodillas ante el Arco-Iris, a
tu empaque de sabio, erecto sobre una ctedra como un loro sobre su percha, y que las rosas
de tu imaginacin se hayan trocado en datos y definiciones!..
El mismo firmamento, el ocano de soles y constelaciones, en qu vino a parar, a causa de
mirarle ah cada noche, sin esfuerzo ninguno, y de tenerle siempre al arbitrio de nuestras
miradas? En nada, en un vocablo que nada sugiere, en un simple nombre colectivo, corno
acuario y enjambre, u otro cualquiera que indique el amontonamiento de las cosas. El
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cielo? ah, s ah donde estn todos los astros,. . . es como alameda, que significa muchos
lamos, y como piscina, que significa muchos peces
Y una vez que dimos la definicin, nos vamos a un teatro, donde un foco de quinientasbujas que slo se enciende cada noche de gala, nos asombra, y reaviva nuestra facultad de
admirar.
As nos pas con la Tierra y con el Sol. La Tierra, una pelota, bastante grande, abundante
en carbn primero, y ahora abundante en petrleo. Sin duda, una pelota que no es del todo
despreciable y que mirada bien, tiene sus ventajas: sobre todo, sta del petrleo. Y por Jo
que hace al Sol, muy cmodo: una luz de mucha potencia, que no se interrumpe, que no hay
que estarle cambiando focos, que no ofrece el peligro de los alambres y que, lo mejor, es
gratuita. Algo daino a veces, para el cutis, pero eso se remedia con la sombrilla, los polvos
de arroz y la crema de almendras.
Tenemos ah combustible, segn los sabios, para algunos cientos de millones de aos, y eso
nos permitir renovar nuestras reservas de petrleo y de carbn. Eso, sin contar con que los
rayos ultra-violeta, ya en uso en las buenas peluqueras, han resultado excelentes para los
barros y las escoriaciones de la piel
Oh, Sol! Oh, Padre! En eso te convirti la lengua del hombre,su mente misrrima y suencostrado corazn, a Ti, de quien surgen la vida, la luz, el pensamiento y el amor!
V
Sed perfectos como vuestro Padre que est en los Cielos, insina Jess a quienes deseanrealizar en si toda la perfeccin accesible al hombre.
Y dnde est ese Padre? Y cmo es? Y cmo har para ser como El, si no solamente no
puedo verle, mas ni siquiera concebirle?
Me dicen que es inmaterial; que est en todas partes; que no tiene ninguno de los atributos
que yo tengo; que el tiempo y el espacio no le condicionan; que en todo es absoluto.
Cmo puedo yo, entonces, ser como El? Ni siquiera trazarme un camino para imitarle?
Donde quiera que le busque, surge lo Incomprensible, lo Inaccesible, lo Inconcebible.
Cmo puede ser mi Padre, se que ni siquiera es una sombra, ni aun el vislumbre de unasombra? Y cmo podr alcanzar su perfeccin si no llego jams a imaginar en qu
consiste? Nos propuso Jess una quimera? Vera el, sin duda, por sus ojos divinos, un
Padre, un Dios que yo no alcanzo a imaginar?...
Pero Helios, s: es mi padre; est ah, le veo a cada instante; le siento a cada instante; me
alumbra, me calienta, me da vida, me gua, me acaricia. Si no puedo alcanzarle, puedo
comprenderle; si no puedo igualarle, puedo imitarle. Estoy hecho a su imagen, soy un
reflejo de su espritu. Realmente es mi padre, y para m, es perfecto. Concibo su perfeccin,
si no en la oscura e innumerable complejidad de sus fuerzas, s en el resultado maravilloso
de las mismas.
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Veo que El se da, y yo, en vez de codiciar y atesorar, me doy, hasta donde lo permiten mis
limitaciones corporales.
Veo que El todo lo alumbra y lo esclarece, y yo, para ser perfecto como El, doy mi luz, y
hago de mi vida, de mi palabra, de mi pensamiento, un fanal.
Veo que El es constante y rtmico; que recorre siempre su rbita, llevando a todas partes la
vida, y entonces yo, ordeno mi trabajo, le trazo una rbita, hago del orden una suprema
virtud, de la constancia una suprema virtud, y me doy, como l, constantemente,
rtmicamente, esparciendo la pequea vida que hay en m.
Veo que El es puro; que todo se acrisola bajo su influencia, y entonces yo, me esfuerzo para
no mentir, para no ensuciar mi cuerpo, ni mi alma, ni mi pensamiento, y hago de todo mi
Ser un cristal, segn mis fuerzas.
Veo que El no se ofende, que no me retira su luz ni su calor, aunque yo le desconozca o le
olvide, y entonces yo, para ser como El, perdono toda injuria, o mejor no siento la injuria, y
soy siempre fraternal y ecunime.
Veo que El es para todos, que sus dones no se distribuyen parcialmente segn la sangre, o
el poder ni jerarqua de ninguna clase; que la encina y la hierba, un elefante y una hormiga,
un guila y un mosquito, un zafiro y un negro pedrusco reciben igualmente su amor, y
entonces yo, me digo que puedo ser perfecto, amando por igual a todos los hombres;
sintiendo que todos son hermanos mos, porque ellos y yo somos hijos de El
Y as, en todo, para todo, El me traza un camino, me seala un ideal, me atrae, me gua,
como un maestro, como un padre, y yo puedo seguirle, y ser, cada vez, ms semejante a El,
hasta convertirme en el Hombre-Sol, uno con el Padre, y como El perfecto en el lmite en
que la perfeccin me es accesible.
VI
La luz es la mente del Sol, el fluido sobre el cual imprime Helios sus vibraciones.
Est alumbrando el Sol, quiere decir que est pensando. Esos pensamientos son para
nosotros color, claridad, comprensin, fuerza, vida, alegra y belleza. De los pensamientosdel Sol canta el jilguero, irisa sus alas el colibr, perfuma sus ptalos la rosa, y la montaa
se envuelve en su clmide blanca. De los pensamientos del Sol remece el mar sus ondas,
ruge el len en el desierto, ondulan en el aire las nubes, ren los nios jugando sus infantiles
juegos, y los relmpagos rasgan la atmsfera con sus flamgeras espadas.
El Sol est pensando... La Tierra vuela en tomo de El como una mariposa gigantesca, y nos
lleva en sus alas a que recibamos los influjos divinos de su mente.
No se ve la mente del Sol. Su luz es invisible e impalpable. No la recibimos directamente,
ni podemos imaginarnos corno ser en su foco, al recibir las vibraciones de su pensamiento.
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La que nos llega, no es ya propiamente la del Sol, sino la de la Tierra, que es un
modificacin de aqulla. Al contacto de nuestro planeta. la mente solar se espesa, se opaca,
se hace tarda, se materializa. Y de esa luz as deformada y empobrecida, formamos la
nuestra que es todava mas que la de la Tierra, espesa, tarda, opaca, nebulosa e indcil.
Pensis lo que ser la pura luz del Sol, intocada, encerrando en su seno toda la belleza y la
verdad que hay en su espritu?..
Por que toda belleza y toda verdad y bondad concebibles aqu en la Tierra, nos vienen de
esa luz; que no slo es una revelacin para el ojo, sino tambin para el corazn y el
entendimiento. Ver, y amar, y comprender, son todo uno; diversas manifestaciones de una
misma fuerza, segn que acte sobre substancias varias.
En lo fsico, cuando la mente o la luz del Sol (no olvidis que ya deformada por la
condensacin telrica) toca la superficie de las cosas, stas se esclarecen, adquierencontornos y color, y nacen, podemos decir, a la vida. En las tinieblas, eran como larvas o
sueos; ahora, en la luz, son como flores o como mariposas.
Cmo influye esa luz en el corazn y en el entendimiento? Tampoco lo sabemos; pero as
como en lo fsico, se produce aqu el fenmeno de la revelacin: a su influjo, lo que era
supersticin, oscuridad y dispersin, se vuelve unidad, enlace y claridad.
Gozamos de la espuma de las ondas con nuestros ojos encantados; se nos ensancha el
corazn a la vista de la mujer amada o del hijo adorado que regresa; nos extasiamos
sondeando los ms escondidos secretos de los astros y de los tomos. Mis ojos, mi corazn,
mi pensamiento entran en. un santuario donde todas las cosas y todas las ideas y todos losafectos son flores, gemas, irisaciones, que me revelan y me hacen comprender y sentir y
poseer la Verdad, la Unidad, la Totalidad. Y eso qu es? De dnde vino y cmo se hizo
en m? Eso es la luz, es la mente del Sol; es Helios que estaba pensando, y en las
vibraciones suscitadas por su pensamiento me envi un efluvio de sus ojos, un reflejo de
sus emociones, un destello de su inteligencia.
Es Helios, que un momento infundi en m su espritu.
VII
Te amo y te adoro, Helios, y t siento mi padre, porque no eres omnipotente.
Un padre lace por su hijo cuanto puede; mas qu puede hacer sobre su conciencia sino
iluminarle? Qu puede hacer sobre su voluntad sino darle ejemplo? Cmo puede curar su
dolor si antes aquel no se cura del mal?
Padre, me das ejemplo, me sealas, por todas partes, vidas altas y puras que me concretan y
esclarecen tus lecciones: ah est la abejita, que me ensea el orden, el trabajo y el
desinters, y a extraer su vida sin arruinar la vida de quienes se la dieron. Ah est la
lucirnaga, que a fuerza de soar con tu luz ha encendido en su cuerpecito una antorcha.
Ah est la cigarra que slo vive para el canto. Ah est la mariposa que cava ella misma su
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Mi dios, mi padre: Helios, quiere esta religin as: toda ella esplendor, alegra y luz. Apenas
su mensajera el Alba anuncia su venida, comienza la fiesta en los nidos, y al llegar la
Aurora, las flores y las hojas se estremecen posedas de intenso regocijo. Sale, y el enfermose conforta, el prisionero se esperanza, el triste se consuela, y el que sufri los terrores de la
noche, se re de sus vanas visiones. Las cumbres se doran, la fuente se diafaniza, la espiga
se hincha, la fruta se dulcifica, las pieles se atersan, el corazn del rbol se afina y hasta las
races oscuras se estremecen gozosas en la lobreguez de su prisin.
Y toda esa alegra es porque El sali! Porque su faz resplandeciente se ha levantado sobre
el horizonte. Sali y apenas la franja de plata de su corona irradi sus primeros rayos, se
sinti el mundo rebosando alegra Por qu? Porque l es alegra, l irradia alegra; todo en
el, desde su corazn hasta sus manchas, es alegra, es canto, es risa, es himno, es triunfo. El
es, El vive, El se da, y en darse coIma su aspiracin y realiza su dicha.
As has de vivir t, si buscas la religin del Sol: sin tristeza, sin temor, sin vacilaciones, ni
dudas, ni remordimientos. As te dars, sin dolor porque no te comprendan; sin despecho
porque menosprecian tu merced: sin sorpresa porque te digan que tu luz es tinieblas; sin
rencor porque tu ofrenda sea olvidada; sin inquietud porque las sombras no se disipen; sin
preocupacin de saber si quien recibi tu luz era digno de recibirla; sin esperar a que te den
gracias y ensalcen tu amor. Dejars caer tu resplandor, y ya no pensars en l, sino que irs
adelante, esplendiendo y encendindote ms para ms alumbrar.
As dars tu palabra y tu pan; as compartirs vestido y tu hogar; as dars tu admonicin y
tu consuelo; as dars tu ejemplo y tu consejo; as dars el agua de tu cntaro y el agua de tucorazn: lleno de gozo porque te has hecho capaz de esparcirte, lleno de gozo por haberte
esparcido, y lleno de gozo con la esperanza de seguir esparcindote.
Y cuando puedas darte as, habrs alcanzado la perfeccin, el vuelo intenso y pleno, tal
como lo siente y lo vive Helios, nuestro padre que est en los Cielos.
IX
En verdad, Helios no es un dios para todos; es, nicamente para los sencillos para los
desprendidos. Sobre todo, para los desprendidos. Si necesitas que te ayuden a conseguir
negocio lucrativo; si necesitas buen empleo o relaciones en el gran mundo, o ganar a lalotera, o que se te pase la indigestin sin dolor, o que no te martirice la sed despus de la
embriaguez, o que se te perdonen los pecados sin haberlos purgados, o que se te exonere
del infierno, malgrado tus odios y rapias y por la sola virtud de los rezos,.. . entonces no
busques esta religin de la luz, que slo es buena para las almas desprendidas.
Y no la busques tampoco, si todava eres presa de terrores y de remordimientos, y si tu
corazn necesita del miedo como acicate para el bien. No tenemos aqu calderas hirvientes,
ni ltigos de llamas para quemar a los que delinquen, sino, nicamente, el dolor de ser feo,
de ser mezquino, de ser discordante, de ser inarmnico. Nuestro gran dolor es caer en la
vileza, en la impureza y en la fealdad; nuestro suplicio horrendo es advertir que para lograr
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nuestros goces o para simplemente vivir, causamos la ruina y el dolor de las criaturas. Que
otros se fatiguen para que yo descanse; que otros se atedien para que yo me divierta; que
otros se embrutezcan para que yo me ilustre; que otros vengan a la miseria para que yo
vaya a la riqueza; que otros se hundan en la vulgaridad y en la fealdad para que yo merefine y me embellezca; que otros se esclavicen para que yo me- liberte,. . . ese es nuestro
purgatorio y nuestro infierno, y no necesitamos otro.
Helios no quiere sangre, ni lucro, ni opresin. Somos sencillos los que amamos a Helios;
somos, como la abeja, fciles para vivir sin matar; como la mariposa, fciles para la alegra,
sin entristecer; como la brisa, fciles para ser libre sin oprimir.
No nos mueve la ley, sino la aspiracin; no alentamos remordimientos, sino anhelo de ya
no ms caer; no nos detenemos a contemplar el lodazal en que camos, sino que fijamos los
ojos en la cumbre adonde podemos subir.
Y tampoco sabemos perdonar, porque sabemos que quien mucho perdona todava odia
mucho: mejor que perdonar es olvidar, y mejor que olvidar no sentir. El que me aborrece, el
que me oprime, el que me infama, se vuelve oscuro, torpe y feo. Pobre de l! Helios le re-
tira su luz; se vuelve ttrico, desapacible, inquieto y malo. A qu intervenir yo en ese
proceso tenebroso?
No, ni terrores, ni remordimientos, ni castigos, ni recompensas en nuestra religin:
solamente gracias, belleza, armona; solamente, ansia de que las alas nos crezcan ms y
ms; solamente, ansia de que se nos haga mayor la transparencia.
La vida futura? El Mal, el Bien? El Cielo y el Infierno? Lo que los hombres llamanvirtud y lo que llaman vicio y crimen? No nos inquieta: lo que nos importa es no
engaamos a nosotros mismos; no llevar doble vida; no ser a un tiempo dioses y demonios.
Lo que nos importa es sobre todo, no luchar, no hundirnos en esa pestilencia que llaman la
lucha por la vida.
La lucha es la condicin de las bestias degeneradas; la lucha es la pavorosa y negra
modalidad de criaturas que han ido cayendo cada vez ms abajo, hasta llegar a fieras, que
es el grado mximo de la maldad y la desdicha. Apenas la criatura comienza a purificarse,
lucha menos, aprende a vivir sin luchar, y a encontrar la salud donde antes slo esperaba
encontrar el dolor. La lucha es el tigre, la araa, el usurero, el avaro, el tiburn, el amasador
de riquezas, el gaviln, el buitre, el opresor, todo el que saca su vida de la muerte, su gocede la tristeza, su riqueza de la miseria, su libertad de la opresin.
Mas la condicin de las criaturas limpias es la paz. Cuando ms altas, ms inofensivas.
Mucho ms alto y bello es un colibr que un pez, y sin embargo aqul no bebe sangre sino
miel; mucho ms bello es un pino que un lobo, y sin embargo aqul no hiede a sangre y a
carroa, sino que hace fragante el aire que le envuelve.
Somos pacficos, nosotros, los adoradores de Helios, y nuestra dicha sera vivir como la
abeja y el colibr; de miel y de luz. Y nuestra religin, en tres palabras se resume: no
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entristecer, amar. Y nuestra lucha, no es para gozar nuestra vida msera y egosta, sino para
que venga su reino; para que en este mundo triste haya ms luz y ms ternura.
X
Si el cristianismo no hubiera tenido orgullosos intrpretes, no hubiramos visto matanzas
religiosas; no se llevaran a la hoguera millares de herejes, a quemarles el cuerpo para que
no se les perdiera el alma. El sacerdote es fatal; es el hombre que se sustituye a Dios; el que
se abroga el derecho de declarar lo que Dios ha querido decir.
Y, naturalmente, lo que dice Dios por su boca impura y miserable, es lo que alcanza su
tenebrosa y estrecha y loca mente de hombre, ensoberbecida, y vuelta ms loca y tenebrosa,
por la quimera de que l est sirviendo de intrprete a la Divinidad.
Colmo de la ignorancia y de la soberbia es imaginarse que un dios, Cristo, Budha,Mahatma,no supo decir con entera claridad su pensamiento, y que es necesario que unpobre mortal cargado de vicios y de sombras, venga a prestarle claridad. Para qu me sirve
a m un sol, si necesita que luego se complemente su luz con la triste lividez de un candil?
Religin que no hace ver meridianamente al ignorante como al sabio la Voluntad Divina,
ms bien es criadero de tinieblas que no resplandor para dar con la senda del cielo.
Jess dice que no slo no he de matar a nadie, sino que no he de enojarme contra nadie;
declara que menospreciar y odiar, son ya los grmenes del asesinato. Pero viene el
sacerdote, y afirma que Jess no quiso decir eso, sino otra cosa, y me restaura la guerra, y
me la consagra y me la diviniza, y hteme aqu tan infeliz como antes, tan brbaro como
antes, con el agravante de que ahora ya tendr el asesinato como aprobado y autorizado porla religin. As, lo que era simple bestialidad, se convirti en deber, en ideal.
Jess dice que es bienaventurado el pobre voluntario; que la riqueza obstruye la puerta del
reino de los cielos; que no se puede servir a Dios y a las riquezas. Mas viene el sacerdote, y
aclara el pensamiento de Jess, y le da a la riqueza la sancin religiosa; y de la explotacin,
que antes era simple crimen; de la miseria, que antes era simple consecuencia de ese
crimen, hace una forma de vida legtima, y un castigo o una prueba que luego tendr su
recompensa en otro mundo. Y htenos aqu, otra vez, divididos en amos y esclavos, en
hartos hambrientos, gracias a que la palabra satnica de un intrprete se irgui sobre la
divina palabra de Jess.
Y as, de una en otra interpretacin, ha venido a parar el cristianismo en sostenedor y
santificador de toda opresin y explotacin, de todo instinto cruel, de toda rapia, de toda
soberbia y tirana; de todo lo que en el hombre ancestral fue estupidez y bestialidad, pero
con ansia de convertirse en comprensin y espiritualidad. Ahora, qu? Ya el ciego
sacerdote declar que as est bien, puesto que Jess no quiso decir lo que dijo, sino lo que
su intrprete declara.
Funesta hora fue aquella, en que el obispo, el pastor, que no lo era sino por ser entre los
hermanos el ms humilde, el ms caritativo, el ms devoto, el ms compasivo y abnegado ,
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se convirti en intrprete del Maestro, autorizado para desentraar significaciones oscuras
de aquel haz de esplendores que el Maestro llam con solo un nombre: Amor. Funesta hora
fue aquella cuando una casta de hombres soberbios se atribuy el monopolio de la luz, y de
la luz sac las sombras; y de la palabra redentora, extrajo de nuevo la legitimidad de todaesclavitud.
Jess lo presenta; lo saba, ms bien, y se precavi cuanto pudo contra la tirana del templo
y del sacerdote: Uno slo ser vuestro Maestro, y es el Cristo, dijo, categricamente, asus discpulos. A la hora de la Cena, desciende, coge agua y una toalla, les lava los pies
humildemente, y les dice: Esto es todo que os amis los unos a los otros, as como yo oshe amado, hasta el fin. Es decir, no interpretis, no sutilicis, no arguyis, no pretendissaber ms que yo; toda mi doctrina es servicio, compasin, amor. No es letra, sino espritu;
no es frmula, sino aspiracin; no es lugar, sino estado de alma, no es interpretacin, sino
comunicacin directa con el Padre, por el vuelo del corazn.
Antes, una vez ms, lo haba declarado as a la Samaritana: Mujer, ya no hay samaritanosni judos, sino hermanos; ya no hay templo de Jerusaln, ni de Samaria sino el pecho de
cada hombre convertido en santuario; ya no hay sacerdotes, autorizados para decir lo que es
divino, sino el hijo que llama confiadamente a su Padre, con su propia voz, arrodillado en el
templo de su propia alma, y le invoca ah, y le adora, en espritu y en verdad.
Mas en vano fue todo: el antiguo sacerdote, el monopolizador del cielo, el que explota el
santuario, el que domina en nombre del Seor, se levant del polvo, y el paganismo, el
hebresmo, todos los cultos idoltricos o esclavizadores, se fundieron en uno: montaa de
opresin, de miseria, de tristeza y de ignorancia que soportan los dbiles, y en cuya cimalvida y sangrienta reparte goces y favores, y gloria y podero a los fuertes, el antiguo Satn.
Mas ahora, Helios, Dios que te asomas resplandeciente cada maana a las puertas de la
aurora, yo te he visto! Por fin, te he visto! Por fin, he comprendido que eras T, que ests
ah, que me amas, que me iluminas, que me sirves y que me das t mismo, con tu propia
mano y con tu propia voz, el pan y la verdad! Por fin sent que eras mi padre, y que
siempre me estuviste llamando con tu voz unciosa de ternura! Me decas: Ven, hijo mo;
ven y sgueme. No me busques a travs de los libros y de las tradiciones. No preguntes a
sabios ni a sacerdotes cmo soy y qu anso. No inquieras de gobernantes y doctores cul
es mi voluntad, ni qu me debes. No preguntes a nadie, no te preguntes ni a ti mismo,
porque te engaar el orgullo; deja, simplemente, que hable tu corazn; simplemente, abretus ojos y mrame; fija tus odos, y escchame; estte ah, quieto, y deja que te inunde mi
luz. De da, bscame con los ojos del cuerpo; de noche, bscame en tu alma, y as sabrs mi
voluntad, que es amarte, y que t ames. Y vers que no me debes ms que una cosa, y es
sentir que yo soy tu padre, y que t eres mi hijo y que todo hijo mo es hermano tuyo!
Hijo mo, no me erijas ya templos, ni me recites oraciones, ni construyas teoras en torno de
mi nombre. Yo soy, nicamente, luz, y quiero, nicamente, amor!
S, Helios, si, comprendo: al fin comprendo, y desde ahora ser libre; entre t y mi
conciencia no habr ya intrpretes, ni tradicin, ni cdigos, ni sacerdocio, ni templo, ni
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historia, ni ciencias, ni tirana de hombre en forma alguna, sino mi espritu ansioso y
humilde, abierto al soplo de tu Espritu Santo. Yo soy desde ahora el sacerdote, el templo y
el adorador, y t eres el Dios, la Gracia, la Ley, la Luz, el Amor.
Yo soy tu hijo, y t eres mi padre.
XI
Necesitars un culto. Aunque te sirva de templo la montaa, y tu pecho sea el santuario, y
sacerdote tu propio corazn, necesitars un culto.
El hombre no sabe ni puede callarse. Cuando ama, quiere que lo sepan el viento y las
nubes; cuando adora, quiere que le acompaen todas las criaturas. Si sufre, lo han de decir
sus lgrimas; si goza, lo ha de proclamar su risa; si suea, lo ha de insinuar su canto.
Y no menos que el hombre, todas las criaturas necesitan y anhelan decir lo que vive y se
agita en su alma: qu son las alas de la mariposa? La revelacin de su triunfo; lo que so
en la oscuridad del capullo; lo que gan con la resurreccin. Qu dice la blancura de
/ la nieve? Dice lo que vio all en lo alto, en la pureza y en el esplendor de las cimas. Qu
dicen la palidez y el susurro de las hojas? Dicen la tristeza de haber dejado el rbol.
Por eso, toda idea se har palabra; toda emocin se har color, himno o endecha; toda
esperanza se volver sonrisa; toda fuerza se volver centella, y toda debilidad se har
vacilacin y palidez.
Necesitamos un culto, porque nuestra suprema necesidad es salir de nosotros mismos y quelos otros seres participen de nuestra vida. Comunin!, esto anhelan el hombre, la piedra y
la nube, y por eso buscan ansiosamente una forma, una expresin de su vivir interno.
Necesitars un culto. Mas cuida de que no se diseque o petrifique en formas muertas o
marchitas, y sobre todo, que el vaso no se quede vaco. Lo que importa es el vino: si es puro
y generoso, tanto da que lo escancies en un nfora de oro, en un bcaro de cristal, en la
concha de un caracol, en una vasija de barro, en una humilde calabaza, o en la oquedad
desnuda de tu mano. Lo que importa es el vino: lo que importa es que todo salga de tu
corazn; que si oras de pie, arrodillado, tendido en la arena de la playa, o viendo desde tu
lecho, por la ventana abierta, las profundidades del cielo, tu alma se encuentre de rodillas.
Toda nuestra vida exterior es culto: se elevan los ojos, sin pensarlo, cuando rogamos o
damos gracias; se doblan nuestras rodillas cuando imploramos o adoramos; cae y rueda por
el suelo nuestro cuerpo cuando una pena insufrible nos retuerce; nos sentamos con las
manos quietas y el semblante grave, cuando investigamos cosas hondas; y si nos oprime la
melancola, nuestras sienes buscan el consuelo de nuestra mano. Toda emocin,
pensamiento, ensueo, volicin o figuracin, buscan inmediatamente su expresin corporal,
y uno de los dolores grandes y venenosos de la vida, es verse obligado a llevar una mscara
y a encerrar en la celda ms secreta del alma, aquel ritmo que lucha por salir y revolar en
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torno de nosotros, decir a los cuatro vientos su ntimo mensaje. Bienaventurado el que notiene nada que ocultar, y vive, transparente, como los cristales del manantial!
Pues cmo la emocin religiosa habra de pasarse sin culto? Cmo no dar forma a la
emocin que viene de lo ms hondo del espritu, de tan hondo y tan lejos, que a vecessentirnos su aleteo venir de ms all de nuestro ser, y an de ms all de nuestra existencia
presente? Canto, danza, pintura, msica, escultura, arquitectura y poesa; lnea, masa, color,
y aroma, y sonido y movimiento en formas infinitas, an no alcanzan a decir nuestra voz
interior, cuando la emocin religiosa, sincera y profunda, habla en nosotros.
Por m, fuera de las grandes catedrales gticas, ningn edificio alcanza a infundirme el
sentimiento de la divinidad; ninguna pintura me dio jams la conmocin del misterio;ninguna escultura me hace pensar en Aquel que es todo Luz y todo Sombra. A m slo la
msica de los grandes maestros creyentes me sumerge en las aguas de la adoracin. Y aun
mejor, la msica de la montaa, la de la tempestad, la de la selva y la del viento. Para m,
ningn templo vale como un rincn del bosque, donde los troncos gruesos y altos se elevan
al cielo como un haz de columnas; ningn altar como la cima del monte, dorada por la
aurora o por los celajes de la tarde muriente. Un horizonte dilatado, visto desde la cumbre
de la sierra, es para m la expresin ntegra de la emocin religiosa, y el silencio bajo los
grandes rboles, en el corazn de la selva, me sirve para orar como ninguna otra forma de
oracin.
Necesitars un culto. Helios tambin quiere ser adorado: l, que es ritmo, color y cancin;
l que en todo momento delinea y colora, e imprime gracia y fuerza en las cosas; l, que sin
cesar ilumina e irisa las nubes, los ptalos y las alas, l, tambin, ha de ser adorado.
Mas, ha de ser adorado en espritu y en verdad. De adentro ha de venir la oracin y en obras
ha de cristalizarse. Slo el que vive sus pensamientos, adora plenamente, slo el que realiza
su ideal, es de verdad creyente; slo el que hace la voluntad del Padre, es su hijo. Nazcaen tu corazn, bullente y viva la emocin religiosa; crezca como una flor que ansa brotar al
aire y a la luz, y entonces, tomar forma, y surgir plena de fragancia y esplendente de
color. Mas si la flor fue modelada afuera, con papel y tijeras, por ms finamente que la
recortes y ms esmeradamente la barnices y la perfumes, esa no es una flor; esa ser unaforma muerta, una mentira, un dolo.
Ahora, ve, pues, que tu culto no sea una mentira; que sea como la flor, el desbordamiento
de los anhelos de la planta; que sea como el canto del pjaro, el exceso de amor que no
alcanzaron a decir sus alas; que sea el doloroso mpetu del alma, que ansa volverse carne y
sangre.
Helios quiere ese culto as: as le adora el mar, cuando extiende la blancura de sus espumas
y los zafiros de sus ondas; as el torrente, cuando le canta desde el corazn de la montaa;
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as el viento, y as el rbol, y el pjaro, uno con sus sonantes himnos, aqul con la plegaria
muda de sus ramas suplicantes, y ste con sus modulaciones y sus vuelos.
Ruega, ruega con todos sus anhelos! Adora con toda tu mente! Aspira con todo tu
espritu! Anhela, aspira, ruega, hasta que en un momento sin igual, sientas que El ha venido
a ti; que ha descendido a ti; que te ha envuelto, y te impregna como el aroma del incienso y
como la esencia de la rosa. Y as sabrs lo que es adorar en espritu y en verdad.
Y entonces, ya no te cuidars para nada del culto, de la actitud que tomar tu cuerpo al
adorar, ni del lugar a donde irs para adorar. Eso vendr ello solo, por aadidura, y ser,
ciertamente, en la ms bella forma y en el ms santo lugar del Universo. Porque nacer de
la verdad de tu alma, de la profundidad de tu alma, como nace el resplandor de la, estrella,
como nace el trino de la garganta del pjaro, como nace el susurro de las ramas del pino,
como nace la espuma del vaivn de la onda.
Y entonces, comprenders que el Universo entero es un templo; que tu corazn es un
santuario, que tu espritu es un sacerdote, y que el incienso para el altar, lo da tu
pensamiento.
XII
Entonces, cuando los hombres adviertan que adoras a Helios, y que los nicos resortes de tu
vida son el amor y la verdad; cuando vean que no reverencias a ninguno de sus dolos; que
no aborreces al extranjero; ni amasas riquezas con el hambre y la fatiga de tu prjimo; ni
buscas el dominio para oprimirles; ni asesinas a las pobres bestias para alimentarte de susangre; ni le impones a nadie tus creencias; ni haces leyes ni dogmas de tus concepciones
de la vida; cuando vean que no adoras la patria, ni la familia, ni la tradicin, ni el despojo,
ni la propiedad, ni la guerra, ni la vida sensual; cuando vean que no crees en la necesidad de
la prostitucin y en la santidad del dinero, y que tu dios, tu nico Dios es el resplandor de
Helios a travs de tu propia conciencia,.. entonces te pondrn en una cruz.
Mientras vean los hombres que hablas de amor y de concordia,que hablas nicamente,sin que tus palabras trasciendan a tu vida, te dejarn en paz, y an te alabarn y honrarn,
pues los hombres gustan de las bellas palabras y de las frases biensonantes. En el mundo, se
conquista gloria diciendo bellas cosas; mas hacindolas, si adems fueran santas, no se
conquista sino la cruz,
Por esto, cuida de que tu perfeccin no deslumbre; cuida de que tu resplandor no ciegue,
porque los hombres temen y aborrecen la claridad intensa. A los hombres les atrae y
encanta una media luz, una opacidad que parezca luz, a cuyos dbiles fulgores los vicios
parezcan virtudes y el egosmo se confunda con el desprendimiento. En una semiluz, las
manchas de los hombres parecen pequeas estrellas, y en ciertos momentos se nos figuran
destellos de Sirio. Por eso aman las frases, las acciones heroicas, la limosna, la obediencia a
las leyes, las virtudes polticas, el respeto a la tradicin y la conformidad al qu dirn.
Sobre todo, aman los hombres la moral, que es ajustar uno su vida a todas las ideas y
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sentimientos mediocres aceptados y acariciados por las almas cansadas y por las
conciencias perezosas. Bajo la costra honorable de la moral, toda cabe,hasta lo ms cruely ms infame,porque la aceptacin de la masa reviste de un tibio resplandor. lo que en
s es tinieblas y hediondez.
Mas la santidad, que es darse entero; la perfeccin, segn el Padre, que es vivir para los
dems y que los dems vivan en uno: la plenitud, segn Helios, que es hacerse todo luz,
amor, sencillez, ingenuidad, y eso sin medida, sin limitacin, en todo y para todos, eso no
es grato a los hombres, sino que lo abominan y execran; porque a los esplendores de una
luz as, se ven en toda su mentira y su fealdad la tibieza de su amor, la neblina de su verdad,
el egosmo de su desinters, el lucro de su religin, el odio de su perdn, el orgullo de su
humildad, la vacilacin de su fe y el miedo de su esperanza. Y tambin, porque
comprenden que si realizaran en s la luz intensa de Helios, la perfeccin segn el Padre,
dejaran de ser hombres y se convertiran en ngeles, en dioses. Y al hombre le espanta la
idea de dejar de ser hombre. Mientras sea hombre, domina, explota, oprime, corrompe,tiraniza y succiona. Si llegara a ser ngel, ya no podra sino amar, y eso le horroriza alhombre
As, gurdate!, pues cuando los hombres comprendan que tu luz es plena y verdadera; que
no es slo frase sino vida, te crucificarn. Siempre que alguno se atrevi a realizar la luz, a
ser perfecto, los hombres le crucificaron
De tarde en tarde, Helios envi para salvarnos algunos de sus hijos ms altos, algn divino
espritu solar, de los que viven a su diestra: Mahatma, Jess, Krishna, Pitgoras, Scrates; y
siempre, cuando los hombres comprendieron que era un Mensajero de la Luz, que poda
libertarles enteramente de las tinieblas, se llenaron de espanto y de clera, y lescrucificaron. Porque los hombres aborrecen la plenitud del Sol.
Mas yo te digo, gurdate, no para que te escondas, sino para que no te sorprendas; no para
que huyas de la cruz, sino para que vayas en su busca, consciente y valerosamente; porque
slo cuando te lleven a la cruz podrs estar seguro de haber alcanzado la perfeccin. Ser
crucificado es la seal visible y cierta de haberse convertido uno en Sol, en Cristo, en Hijo
del Padre, en hombre-dios.
Ah, no! Los hombres no te crucificarn mientras por algn lado de tu flaca naturaleza te
puedan mantener sujeto a sus cadenas. Mientras en algo cedas al miedo, al amor de la
gloria, al dinero, a la vanidad, a la seduccin del poder y de la carne, al prestigio de laopinin, al dogma de la patria y de la ley, al servilismo de la tradicin, al yugo de la moral,
de la familia y del gobierno; mientras creas en eso y lo acates aunque sea un pice, no te
llevarn a la cruz. La cruz es para los hombres libres, para los que dicen con ntima certeza:
Dios en las alturas, y mi conciencia despus de Dios! La verdad te har libre, dice Jess; y
yo te digo: y el ser libre te llevar al suplicio.
Mira de frente desde ahora el calvario; no lo provoques, pero no lo esquives: acostmbrate
a ir extendiendo tus miembros sobre la cruz, y a que te los traspasen con los clavos del
escarnio, de la incomprensin, de la calumnia, del insulto, de la burla y de la opresin.
Ensaya a ceirte desde ahora la corona de espinas, y a que sus dardos te atraviesen las
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sienes. As, nicamente, ir creciendo en ti el valor y la resolucin de hacerte luminoso. Y
as, cuando llegue la cruz, en cualquiera de las mil formas que le han dado los hombres, te
hallar apercibido, y aquellos que te crucifiquen, vern en tu faz la sonrisa, y la gloria
nimbarte las sienes. Y cuando traspasen tu costado, saldr de l agua viva que les abra losojos; y cuando se apresten a or tus gritos de socorro, llamando a Elas, oirn que ests
cantando y loando a Helios, por haberte iluminado, por haber descendido a ti, por haberse
confundido contigo.
Y entonces exclamars gozoso y radiante: todo est consumado; toda impureza se ha
consumido en m; mi corazn se ha vuelto luz, y mi espritu ha recobrado sus alas.
Y entonces los hombres, los que te miren al pie de la cruz, dirn asombrados: En verdad,
este era hijo de Dios!
Y esa luz penetrar en su noche, y suscitar nuevos hijos a Helios, nuevas rosas para eljardn celeste.
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