NOTAS EN ESTA SECCION
Una voz subterrnea | Fui al ro, Juan L. Ortiz | Seleccin potica
UNA VOZ SUBTERRANEA . Puerto Ruz
(Entre Ros) es el lugar que vio nacer a Juan
Laurentino Ortz el 11 de junio de 1896. Al
poco tiempo la familia se traslada a las
selvas de Montiel; el paisaje de su provincia
marcarn a fuego al nio que aos ms tarde
convertir esos elementos en protagonistas
de su poesa. Estudia en la Escuela Normal
Mixta de Maestros de Gualeguay. Temprano
lo atrapa el ideario socialista; hace
vigorosos discursos y comienza a escribir en
la prensa grfica. Tiene un breve paso por
Buenos Aires, realiza estudios de Filosofa y
Letras, se relaciona con el ambiente
bohemio y literario de la capital, hace
amigos entraables entre escritores y poetas
y regresa a su provincia en la bsqueda de
su aire, de sus elementos, de su paisaje.
Nunca milit en grupos literarios ni en
partidos polticos. Construye as una de las
obras cumbres de la literatura en lengua castellana.
Este poeta no necesit el fasto luminario de la metrpolis para concebir una obra cuya dimensin es tan
vasta como profunda; su cuerpo lrico contiene una insospechada renovacin que sostiene como ejes su
entorno/paisaje, su indagacin metafsica, junto a su capacidad para rastrear en la realidad cotidiana. Su
voz extraordinaria an contina en secreto y confinada por el mundo oficial de la literatura por haber
asumido Ortz su derecho a ejercer su libertad sin concesiones, pagando por ello el alto precio del olvido a
una poesa fiel a s misma, autntica, que deja fuera de ella todo lo que no es digno de su contenido.
Celebr la revolucin rusa del ao '17 y la liberacin de Pars; denunci el asesinato de Garca Lorca y
los horrores del nazismo; padeci la crcel durante el golpe del '55 y en 1957 fue invitado a visitar China
y la ex Unin Sovitica encabezando una delegacin de intelectuales argentinos. Sus libros tambin
fueron alcanzados por la barbarie de la ltima dictadura teniendo como destino trgico la hoguera.
Desarroll una activa labor con la poesa extranjera traduciendo a Paul Eluard, los poetas chinos,
Guisseppe Ungaretti y Ezra Pound. La revolucin fue una idea permanente en Ortz, un motivo que
organiza y da sentido, pero no por ello puso en lugar secundario sus inquietudes filosficas y estticas
magistralmente transformadas en uno de los cuerpos lricos ms autnticos de las letras latinoamericanas.
Juan L Ortiz muere un 2 de setiembre de 1978 y consolida as la leyenda que con el tiempo instalar
definitivamente su verdadera estatura de poeta.
Obra de Juan L. Ortiz: "El agua y la noche" (1924-1932); "El alba sube..." (1933-1936); "El ngel
inclinado" (1938); "La rama hacia el este" (1940); "El lamo y el viento" (1947); "El aire conmovido"
(1949); "La mano infinita" (1951); "La brisa profunda" (1954); "El alma y las colinas" (1956); "De las
races y del cielo" (1958); "En el aura del sauce" (Obras completas 1970-1971, incluye "El junco y la
corriente", "El Gualeguay" y "La orilla que se abisma", inditos hasta el momento). El cuarto tomo de sus
obras completas, que el vate entrerriano haba dejado listo para su impresin con la produccin de sus
ltimos aos (su etapa ms fructfera) se perdi durante la ltima dictadura militar.
[De IslaPoetica La imagen pertenece al artista Ricardo Ajler]
Fu al ro...
Introduccin
Cuando Juan Laurentino Ortiz, nacido el 11
de junio de 1896 en Puerto Ruiz,
Departamento de Gualeguay, Provincia de
Entre Ros, escribe en el poema "Deja las
letras", de su libro "De las races y del cielo":
"El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por
secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las
islas...
Viste alguna vez la meloda de los brillos?
La viste ondular, todava de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el ro?"
Tambin est bien lejos de describir un paisaje. Apenas si se apoya suavemente en l, lo hace penetrar en
su corazn y lo transforma en poesa. Una poesa de esplendorosa espiritualidad donde convive su decir
siempre delicado y leve con una infinita piedad hacia la condicin humana.
Para que su potica sea a la vez completamente localista y absolutamente universal, Juan L. Ortiz no
necesit viajar demasiado a lo largo de su vida. El complejo recorrido por sus senderos interiores,
poblados de "cielos que se cerraban sobre un monte lleno de largos brazos negros y miradas lvidas" que
haba comenzado en Gualeguay, continu en Mojones Norte, enclavado en plena selva de Montiel donde
su padre fue capataz de estancia, continu luego en Villaguay para regresar, a los diez aos, a su amada
Gualeguay.
Entre estos pocos kilmetros, sin embargo, se fue conformando un nio contemplativo inclinado a la
soledad, actitud que se constituir en una de sus marcas indelebles. Tanto, que a pesar de recordar con
afecto sus escapadas a Buenos Aires, de la que rescataba la bohemia de una pobreza enriquecida por sus
estudios libres en Filosofa y Letras, las clases de literatura en la Universidad de La Plata, su relacin con
algunos amigos entraables y, sobre todo, la lecturas de poetas que le fueron abriendo su propio camino,
nunca pudo soportar el movimiento vertiginoso y agitado de la gran ciudad.
Era dueo de una formacin literaria envidiable. Rilke, Juan Ramn Jimnez, Antonio Machado,
Mallarm, Pound, Eliot, Maeterlinck, Tolstoi, entre una lista interminable de autores, fueron sus
inseparables compaeros junto al sereno transcurrir del ro Gualeguay. No obstante, o precisamente por
ello, su primer libro "El agua y la noche", seleccin de poemas manuscritos, apareci recin en 1933,
gracias a la insistencia de Crdoba Iturburu, Csar Tiempo y, especialmente, de su gran amigo Carlos
Mastronardi.
En su segundo libro "El alba sube",
publicado en 1937, no slo el paisaje
cobra mayor protagonismo sino que va
afirmndose con ms fuerza su
despojamiento de las cosas materiales.
Este desapego ser uno de los pilares
que le permitir alcanzar el sello
distintivo de una exquisita espiritualidad.
En el poema "Hay entre los rboles" se
pregunta:
"Hay entre los rboles una dicha plida.
final, apenas verde, que es un
pensamiento
ya, pensamiento fluido de los rboles,
luz pensada por stos en el anochecer?"
Pero ha de ser en "Fui al ro" de su tercer
libro "El ngel inclinado" (1938), donde Juanele celebra con incontenible alegra su fus in con la
naturaleza, la que ya nunca volvera a ser la otra parte de la ceremonia dialgica. Por fin, l era el ro y el
ro era l.
En la ciudad de Rosario,
provincia de Santa Fe, los
militares usurparon la
Biblioteca Popular Constancio
C. Vigil, La Vigil, una
institucin que tena una
biblioteca de 55.000
volmenes en circulacin y
15.000 en depsitos, a principios de la dcada del setenta.
El 25 de febrero de 1977 fue intervenida mediante el
decreto N 942. Ocho miembros de su Comisin Directiva
detenidos ilegalmente, su control de prstamos
bibliogrficos utilizado para investigar a los socios. Miles
de libros de la entidad fueron quemados, por ejemplo
seiscientas colecciones de la obra completa del poeta Juan
L. Ortz.
"Regresaba
--Era yo el que regresaba?--
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas ltimas y secretas.
De pronto sent el ro en m,
corra en m
con sus orillas trmulas de seas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corra el ro en m con sus ramajes.
Era yo un ro en el anochecer,
y suspiraban en m los rboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en m.
Me atravesaba un ro, me atravesaba un ro!"
Esta consustanciacin no exclua, ciertamente, un agudo dolor por la guerra civil que en ese
momento padeca Espaa. Cuando Rilke deca que el da de nuestro nacimiento encamina tanto a
morir como a vivir, estaba hablando con dulce piedad acerca de la inevitable angustia que le
produca la finitud del ser, angustia que mitig a travs de la lectura de la Biblia y su profunda fe en Dios.
La sensibilidad de Juanele tena el mismo tono mayor que la de su admirado Rilke, slo que fue
depositando la esencia de su fe en un sincretismo, abarcador por definicin, que fusion lo inefable de sus
percepciones con los elementos concretos del paisaje. Esta maravillosa fuente fenomnica le permiti
elaborar una potica de gran belleza lrica, de hondo sentimiento de misericordia tanto hacia lo humano
como hacia los elementos y criaturas de la naturaleza. Model cada palabra creando delicados matices de
una sutileza incomparables, emergiendo, as, una suerte de continuidad entre inmanencia y trascendencia.
En "La rama hacia el este" (1940) pero ms an en "El lamo y el viento" (1947), muestra el conflicto
anidado en su alma: Viva en la natural serenidad de su entorno y, a la vez, senta una desgarrada
impotencia por el espanto que signific la segunda guerra mundial. Los temas insisten sobre el dolor, la
angustia y el mal, como odiosos contaminantes.
Por otra parte, en "El lamo y el viento" se pueden leer sus primeros poemas extensos donde, a
pesar de que el seguimiento de su decir se asemeja a
un andar por meandros, no desdea por cierto el
ordenamiento de la narrativa. En estos poema es
posible internarse en su particular cosmovisin del
universo, a travs de sus constantes percepciones y su
permanente lirismo. Los poemas "Las colinas" de "El
alma y las colinas" y "Gualeguay" de "La brisa
profunda", son dos claros ejemplos de ello. Y es en
este libro donde intenta, adems, el develamiento de la
esencia de todo cuanto le rodea bajo la forma de
interrogaciones. Preguntar y preguntarse. Traspasar lo
oscuro y ver en qu consiste el misterio, llegar hasta la despersonalizacin si fuese necesario para poder
as informar acerca de sus hallazgos. Slo que la luz que esplende detrs de la oscuridad nos observa y
nos retacea su grandiosidad, quiz porque nuestra capacidad de comprensin es insuficiente para
aprehenderla.
En sus libros posteriores "El aire conmovido" (1949), "La mano infinita" (1951), "La brisa profunda"
(1954), "El alma y las colinas" (1956) y "De las races y del cielo" (1958), la red que va tejiendo con su
natural compasin por todas las criaturas vivientes, la memoria recreadora de lo que am, y la captacin
de los sutiles colores y las voces que emanan de la naturaleza, se va haciendo cada vez ms compleja y,
paradjicamente, tambin sus visiones se despojan ms.
En 1942 se radic en Paran hasta donde llegaban, a manera de una peregrinacin laica, amigos
entraables, estudiosos de su potica y poetas de todas las edades pero, y sobre todo, lo visitaban lo s
jvenes atrados no slo por la calidad de su poesa sino por la transparencia de su conducta. En Juan L.
Ortiz, poesa y vida son por completo inseparables. Tanto que de su tica surge su esttica y su esttica
profundizar su tica.
En 1971, con prlogo de Hugo Gola, apareci en Rosario "En el aura del sauce" que incluye diez libros
editados ms dos inditos: "El junco y la corriente", producto de lo vivenciado en su viaje a China y otros
pases de Oriente y "La orilla que se abisma". En 1996, El Centro de Publicaciones, Universidad Nacional
del Litoral, Santa Fe, edita "Obra Completa" , antologas ambas de lectura imprescindible, gracias a las
cuales es posible sentir placer por la multiplicidad de imgenes y riqueza de smbolos en una potica casi
despojada de metforas, profundizar en la riqueza de su poesa gracias a los valiosos estudios publicados,
y advertir la estatura de Juan L. Ortiz, ese gran renovador de la poesa argentina.
El 2 de setiembre de 1978 Juanele abandon definitivamente su cuerpo, el que fue llevado de regreso a su
amado Gualeguay, quedando su espritu con nosotros, caminando para siempre entre las pginas de sus
libros.
FUI AL RO...
Fui al ro, y lo senta
cerca de m, enfrente de m.
Las ramas tenan voces
que no llegaban hasta m.
La corriente deca
cosas que no entenda.
Me angustiaba casi.
Quera comprenderlo,
sentir qu deca el cielo vago y plido en l
con sus primeras slabas alargadas,
pero no poda.
Regresaba
-Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas ltimas y secretas.
De pronto sent el ro en m,
corra en m
con sus orillas trmulas de seas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corra el ro en m con sus ramajes.
Era yo un ro en el anochecer,
y suspiraban en m los rboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en m.
Me atravesaba un ro, me atravesaba un ro!
ELLA...
Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aqu para all la mariposa profunda
-ala del paisaje y del alma de un pas, con su polen...
Ella hace sensible el clima de los das, con su color y su
perfume...
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hlito. ..
Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ngel,
el infinito a su lado y el presente en el confn...
Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es tambin el trmino supremo y la ltima esencia
con las melodas de los sentidos y los smbolos y las visiones y
los latidos
para el encuentro en los abismos...
Mas tiene cargo de almas, y es la comunicacin,
el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los
nios,
ms all de s misma, en el olvido puro de ella misma...
Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera toda desnuda, con la lmpara en la mano,
en el centro mismo de la noche...
AH, MIS AMIGOS, HABLIS DE RIMAS...
Ah, mis amigos, hablis de rimas
y hablis finamente de los crecimientos libres...
en la seda fantstica os dan las hadas de los leos
con sus suplicios de tsicas
sobresaltadas
de alas...
Pero habis pensado
que el otro cuerpo de la poesa est tambin all, en el Junio
de crecida,
desnudo casi bajo las agujas del cielo?
Qu harais vosotros, decid, sin ese cuerpo
del que el vuestro, si frgil y si herido, vive desde "la divisin",
despedido del "espritu", l, que sostiene oscuramente sus
juegos
con el pan que l amasa y que debe recibir a veces
en un insulto de piedra?
Habis pensado, mis amigos,
que es una red de sangre la que os salva del vaco,
en el tejido de todos los das, bajo los metales del aire,
de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,
a no ser una escritura de vidrio?
Oh, yo s que buscis desde el principio el secreto de la tierra,
y que os arrojis al fuego, muchas veces, para encontrar el
secreto...
Y s que a veces hallis la meloda ms difcil
que duerme en aquellos que mueren de silencio,
corridos por el padre ro, ahora, hacia las tiendas del viento...
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la
poesa
igual que en un capullo...
No olvidis que la poesa,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queris, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del
amor...
DEJA LAS LETRAS...
Deja las letras y deja la ciudad...
Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...
Yo s que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul...
Yo quiero ser, amigo,
uno, el ms mnimo, de sus sentimientos de cristal...
o mejor, uno, el ms ligero, de sus latidos de perfume...
No ests t tambin
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?
Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aqu, flotar a la pesadilla
en celeste de agua...
Pero derivemos rpido, del lado de los caminos del roco,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...
Sentmonos, mi amigo, entre estas nias rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardn,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
Viste alguna vez la meloda de los brillos?
La viste ondular, todava de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el ro?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una msica blanca
con unos silencios amatistas...
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor...
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia s
a las abejas todas del da
y de volver de margaritas a la melancola ms flotante...
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hlito de alas?
O es slo la cortesa ms misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiracin de un dios?
Saluda, tambin, a sus vecinas menos subidas y ms plidas:
qu delicadsimo sueo de amapolillas ms plidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
ptalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...
Y a las apenas nveas, por bordadas, del pas de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...
Y ah, a las ms sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas...
Y al trbol de all, loco de verde, y miniado de sol,
increblemente miniado de sol en primores casi ntimos
pero que extenan a la brisa...
Y a las verbenillas, por cierto, de aqu:
oh, la ms dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todava...
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, all,
delante no se sabe qu sacramento etreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...
Ni olvidemos a aqullas que ya parecen abisales
con su "pasin" de cielo sobre el susurro trepador:
rveries de qu abismo hacia otro abismo las de mburucuy?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..
Cmo abrazar, mi amigo, a estas miradas del beso
que van estrellando, se dira, todos los minutos
con todos los ptalos y todos los fuegos del suspiro?
Y si nos corriramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
All, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi va lctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita. ..
Y los laberintos de los taludes, an con su sin fin
de pequesimas miradas en los iris ms inditos,
dando no s qu nmeros de no s qu otra noche
o qu mareo de gemas entre unos miedos de crepsculo...
Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qu ave de diamante, di, sobre la lnea del sueo,
se deshace dulcemente?
O qu llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas...
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor ms all
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espritu?
S, en los amantes invisibles est asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que vivira de su sombra...
Dnde, entonces, aqu, nuestras debilidades hechas dioses?
Aqu, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos
"amenaza",
sonriendo desde la semilla, se dira,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un fro que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...
Pero aqu tambin enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ngel...
Mas es en nosotros, mi amigo, que la agona es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura...
Y aquella msica blanca con unos silencios de jacarandaes?
All y aqu, a la vez, la condena "de la rueda",
desde las madres del ro y desde las madres de las zanjas...
Y aqu, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios , qu le vamos a hacer?
Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces
"las letras"
para reencontrarlas sobre el vrtigo, ms puras
en las relaciones de los orgenes...
O ms ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasa que sern...
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente annimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfeccin
en la armona que la excede...
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su msica,
lejos de los taedores que se cantan a s mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento...
ni menos ven lo que el viento, por ah, pone de pie. ..
Y aqu, adems, las rimas entre los escalofros de las briznas,
con los hilos temblando, siempre ms all de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recin nacido, con unos signos por hallar
y que sern, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma...
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aqu, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardn,
virgen profunda sta toda an de cabellos?
[De El ngel inclinado, 1937]
SI, MI AMIGA...
S, mi amiga, estamos bien, pero tiemblo
a pesar de esas llamas dulces contra junio
Estamos bien s
Miro una danzarina en su martirio, es cierto,
con los locos brazos, ay, negando la ceniza
y el crepsculo ntimo
Estamos bien Cummings que se va, muy plido,
al pas que nunca ha recorrido,
mientras Debussy enciende el suyo, submarino
Estamos bien Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia
que trae ms agudamente an la noche
para las preguntas que se han tendido como ramas
a lo largo de la pesadilla de la luz,
con la vara que sabes y la arpillera que sabes,
en las puertas mismas, quizs, de la poesa y de la msica
Estamos bien, s mi amiga, pero tiemblo de un crimen
Cundo, cundo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego,
cundo, cundo, el amor no tendr fro?
FUI AL RO
Fui al ro, y lo senta
cerca de m, enfrente de m.
Las ramas tenan voces
que no llegaban hasta m.
La corriente deca
cosas que no entenda.
Me angustiaba casi.
Quera comprenderlo,
sentir qu deca el cielo vago y plido en l
con sus primeras slabas alargadas,
pero no poda.
Regresaba
-Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas ltimas y secretas.
De pronto sent el ro en m,
corra en m
con sus orillas trmulas de seas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corra el ro en m con sus ramajes.
Era yo un ro en el anochecer,
y suspiraban en m los rboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en m.
Me atravesaba un ro, me atravesaba un ro!
ELLA
Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aqu para all la mariposa profunda
-ala del paisaje y del alma de un pas, con su polen...
Ella hace sensible el clima de los das, con su color y su
perfume...
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hlito. ..
Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ngel,
el infinito a su lado y el presente en el confn...
Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es tambin el trmino supremo y la ltima esencia
con las melodas de los sentidos y los smbolos y las visiones y
los latidos
para el encuentro en los abismos...
Mas tiene cargo de almas, y es la comunicacin,
el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los
nios,
ms all de s misma, en el olvido puro de ella misma...
Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera toda desnuda, con la lmpara en la mano,
en el centro mismo de la noche...
AH, MIS AMIGOS, HABLIS DE RIMAS
Ah, mis amigos, hablis de rimas
y hablis finamente de los crecimientos libres...
en la seda fantstica os dan las hadas de los leos
con sus suplicios de tsicas
sobresaltadas
de alas...
Pero habis pensado
que el otro cuerpo de la poesa est tambin all, en el Junio
de crecida,
desnudo casi bajo las agujas del cielo?
Qu harais vosotros, decid, sin ese cuerpo
del que el vuestro, si frgil y si herido, vive desde "la divisin",
despedido del "espritu", l, que sostiene oscuramente sus
juegos
con el pan que l amasa y que debe recibir a veces
en un insulto de piedra?
Habis pensado, mis amigos,
que es una red de sangre la que os salva del vaco,
en el tejido de todos los das, bajo los metales del aire,
de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,
a no ser una escritura de vidrio?
Oh, yo s que buscis desde el principio el secreto de la tierra,
y que os arrojis al fuego, muchas veces, para encontrar el
secreto...
Y s que a veces hallis la meloda ms difcil
que duerme en aquellos que mueren de silencio,
corridos por el padre ro, ahora, hacia las tiendas del viento...
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la
poesa
igual que en un capullo...
No olvidis que la poesa,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queris, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del
amor...
DEJA LAS LETRAS
Deja las letras y deja la ciudad...
Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...
Yo s que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul...
Yo quiero ser, amigo,
uno, el ms mnimo, de sus sentimientos de cristal...
o mejor, uno, el ms ligero, de sus latidos de perfume...
No ests t tambin
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?
Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aqu, flotar a la pesadilla
en celeste de agua...
Pero derivemos rpido, del lado de los caminos del roco,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...
Sentmonos, mi amigo, entre estas nias rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardn,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
Viste alguna vez la meloda de los brillos?
La viste ondular, todava de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el ro?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una msica blanca
con unos silencios amatistas...
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor...
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia s
a las abejas todas del da
y de volver de margaritas a la melancola ms flotante...
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hlito de alas?
O es slo la cortesa ms misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiracin de un dios?
Saluda, tambin, a sus vecinas menos subidas y ms plidas:
qu delicadsimo sueo de amapolillas ms plidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
ptalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...
Y a las apenas nveas, por bordadas, del pas de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...
Y ah, a las ms sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas...
Y al trbol de all, loco de verde, y miniado de sol,
increiblemente miniado de sol en primores casi ntimos
pero que extenan a la brisa...
Y a las verbenillas, por cierto, de aqu:
oh, la ms dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todava...
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, all,
delante no se sabe qu sacramento etreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...
Ni olvidemos a aqullas que ya parecen abisales
con su "pasin" de cielo sobre el susurro trepador:
rveries de qu abismo hacia otro abismo las de mburucuy?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..
Cmo abrazar, mi amigo, a estas miradas del beso
que van estrellando, se dira, todos los minutos
con todos los ptalos y todos los fuegos del suspiro?
Y si nos corriramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
All, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi va lctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita. ..
Y los laberintos de los taludes, an con su sin fin
de pequesimas miradas en los iris ms inditos,
dando no s qu nmeros de no s qu otra noche
o qu mareo de gemas entre unos miedos de crepsculo...
Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qu ave de diamante, di, sobre la lnea del sueo,
se deshace dulcemente?
O qu llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas...
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor ms all
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espritu?
S, en los amantes invisibles est asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que vivira de su sombra...
Dnde, entonces, aqu, nuestras debilidades hechas dioses?
Aqu, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos
"amenaza",
sonriendo desde la semilla, se dira,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un fro que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...
Pero aqu tambin enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ngel...
Mas es en nosotros, mi amigo, que la agona es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura...
Y aquella msica blanca con unos silencios de jacarandaes?
All y aqu, a la vez, la condena "de la rueda",
desde las madres del ro y desde las madres de las zanjas...
Y aqu, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios, qu le vamos a hacer?
Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces
"las letras"
para reencontrarlas sobre el vrtigo, ms puras
en las relaciones de los orgenes...
O ms ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasa que sern...
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente annimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfeccin
en la armona que la excede...
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su msica,
lejos de los taedores que se cantan a s mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento...
ni menos ven lo que el viento, por ah, pone de pie. ..
Y aqu, adems, las rimas entre los escalofros de las briznas,
con los hilos temblando, siempre ms all de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recin nacido, con unos signos por hallar
y que sern, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma...
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aqu, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardn,
virgen profunda sta toda an de cabellos?
ELLA IBA DE PANA AZUL
(msica de Claudio Alsuyet)
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
La maana pesaba ya dulcemente.
De qu color la sombrillas contra el amor de Octubre?
Entre las manzanillas ella iba.
Entre la nieve ardiente ella iba.
En qu ligersima penumbra sus labios florecan?
(Oh, sin la penumbra,
toda la abeja del aire,
toda, sobre sus labios...).
Entre las manzanillas ella iba.
La voz, la voz de nia, algo indecisa an,
con pudor, con cierto pudor, de los ptalos ebrios...
Esa edad de Jacinto, ay, y ese aire...
Entre las manzanillas ella iba toda de pana azul,
de un azul ms grave que el del Domingo, azul,
porque ya era el destino
de ojos a veces bajos o turbados... mi destino.
Mi destino... Y yo a su lado, qu?
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
PARA QUE LOS HOMBRES
Para que los hombres no tengan vergenza
de la belleza de las flores,
para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo,
con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueos,
o la armona de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,
para que podamos mirar y tocar sin pudor
las flores, s, todas las flores
y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que las cosas no sean mercancas,
y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:
iremos todos hasta nuestro extremo lmite,
nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
annima y segura de una simiente en la noche de la tierra.
TODOS AQUI
Todos aqu para mirar arder y consumirse ese fuego.
Fuego slo?
No es un corazn apasionado que se ilumina en los cielos?
La pasin de la luz antigua abrindose en flores encendidas
para mirarse en el espejo humano.
El corazn dice: criaturas terrestres, la vida es gloriosa,
alzaos hasta el fuego armonioso como hasta la sangre
del xtasis para que todos seis como simientes ardiendo
para las cosechas sucesivas de la luz comn que encender hasta la sombra
y la estrellar como un jardn.
OH, ALLA MIRARIAS
Oh, all miraras
con un noviembre de jacarandaes s, s.
Pero, amigo,
si no habr, del otro lado, domingos
de nias
ni menos en lo ido
lilas
de prometidas
O miraras
con un infinito de islas y otra vez moriras, sin morir
en unas como ultra-islas?
Mas amigo, qu otro infinito, all, podra repetirme
y aun desdecirme
en el juego con un confn
que no sera
confn?
O entonces con lo que restase
de ro
en el estuario que dicen?
Qu tiempo, amigo,
qu tiempo, por Dios, para los tiempos
en lo que a ellos los ahogara todava?
Ni con un junco, as?
Dnde los juncos, nio mo, en un inconcebible
de orillas?
Un sentimiento, pues,
soado por el no, el no, sin lmites?
O un crecimiento, all, en un modo de existencia y no de vida?
O donde nada, por tanto, sera,
de la negacin misma, una manera de fermentacin hacia el s
de unas espumas de jardn
o hacia se que las ramas y las hojas, pstumamente, habran
perdido
pero en un ir
sin fin :
espritus, entonces, por momentos, de unas
azucenas a la deriva
Mas, qu all
qu de los ojos de violeta, y de los ojos de verdn,
y de los ojos de los narcisos,
y de esos ojos que les transfiguran,
en iris
de la eternidad, sus minutos,
mas desde las arenillas
de aqu?
EL JACARANDA
Est por florecer el jacarand amigo
Es cierto que est por florecer lo has acaso sentido?
Pero dnde ese anhelo de morado, dnde, podras
decrmelo?
En realidad se le insina en no se sabe qu de las ramillas
Cmo, si no, esa sobre-presencia, o casi, que an de lo invisible,
obsede, se asegurara,
el centro de la media tarde misma,
sobre qu olvido?
llamando desde el sueo o poco menos, todava,
cuando un rosa en aparecido,
lo cala, indiferentemente, y lo libra, lo libra
a su limbo.
POESIA EROTICA DE LA GRECIA ANTIGUA
Qu pie y pierna y muslos, por los que con toda justicia me he perdido,
qu nalgas, qu concha del sexo, qu caderas,
qu hombros, qu pechos, qu cuello tan esbelto,
qu brazos y qu ojos que me vuelven loco,
qu pcaro meneo, qu lengua en los besos cual ninguna,
qu susurros que me excitan hasta el punto de matarme!
Y si es de Italia y se llama Flora y no conoce las canciones de Safo,
tambin Perseo se enamor de Andrmeda, que era de la India.
Yo, que en tiempos echaba cinco y hasta nueve, Afrodita, ahora
slo uno, y se trabajosamente desde que anochece hasta que sale
el sol. Ay de mi!, esta cosa poco a poco se me muere y muchas veces
ya est medio difunta: qu catstrofe! Vejez, vejez!, qu hars despus un da, si me llegas,
cuando ahora hasta tal punto estoy languideciendo?
A la danzarina de Asia, la que con posturas picaronas se menea
desde la punta de sus delicadas uas,
la aplaudo y no porque despierte el entusiasmo ni porque sus brazos
delicados mueva delicadamente de este o aquel modo,
sino porque sabe bailar en torno al clavo ms deteriorado
y no huye de las arrugas de los viejos.
Te da besos lamedores, te hace cosquillas y te abraza, y, si alza
la pierna, te levanta del reino de los muertos la garrota.
Si algo, Cleobulo, me sucede (casi slo soy, arrojado al fuego
de los mozos, un despojo entre cenizas), te lo ruego,
antes de depositarla bajo tierra haz que mi urna funeraria se embriague
de vino fuerte y escribe sobre ella: "Regalo de Amor para la Muerte".
FUENTE: Antologa de la poesa ertica de la Grecia antigua, Mximo Brioso Snchez, Ed. El carro de la
nieve, Sevilla, 1991, I.S.B.N.: 84-86697-08-5
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