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Ana Vicente Sánchez – La retórica y la crítica literaria en los siglos II-III
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55. La retórica y la crítica literaria en los siglos II-III: Luciano, Elio Aristides,
Filóstrato, Hermógenes, Menandro Rétor.
ISBN: 978-84-9822-114-5
Ana VICENTE SÁNCHEZ [email protected]
Thesaurus: Atenas, aticismo, ático, declamación, diálogo, discurso, escuela, estilo, retórica,
Roma, Segunda sofística, sofista.
Otros artículos: 38. La oratoria en los siglos V-IV: características generales; 52. Plutarco; 54.
La retórica y la crítica literaria en los siglos I a.C. y I p.C. Cecilio de Caleacte, Dionisio de
Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa; 56. La retórica y la
crítica literaria a partir del siglo IV: Libanio, Juliano, Himerio, Temistio.
Resumen: En los siglos II y III la influencia de la retórica se va a notar en todos los ámbitos
literarios, impulsada con fuerza ya desde la formación escolar. La declamación pública disfruta
de un puesto de honor entre las actividades culturales y políticas de la época, y los sofistas
impregnarán sus composiciones de los temas y formas de la Atenas Clásica, a través de un
nuevo formato aticista que se ha denominado siempre Segunda sofística. Con la misma
intensidad se teoriza acerca de esas formas adecuadas y se dedican muchas líneas a la crítica
literaria contemporánea y del pasado.
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1. LA RETÓRICA Y LA CRÍTICA LITERARIA EN LOS SIGLOS II-III La estabilidad y libertad de que gozaban las ciudades griegas bajo dominio romano
estimularon la vida intelectual y menudeaban las ocasiones para declamar públicamente. Las
escuelas de retórica surgían por doquier en una época marcada por dos movimientos, el
aticismo y la sofística, ambos relacionados entre sí: los sofistas generalmente eran aticistas y el
estudio de los modelos áticos ayudó a enriquecer los contenidos de la oratoria sofística.
Es Filóstrato quien menciona la expresión “Segunda sofística” al inicio de su obra Vidas
de sofistas como una retórica que trata temas concretos, diferente de la primera, que se
dedicaba a la filosofía (I 480-484). Y es que el discurso ficticio, procedente de la formación
escolar, se convirtió en declamación pública, sin una finalidad real ni utilidad práctica. La
repercusión de este fenómeno cultural que es la Segunda sofística será trascendental y
caracterizará la producción literaria griega de época imperial.
A la imitación de las formas, estilo y contenidos de época clásica llevada a cabo desde el
siglo I a.C. (véase el Tema 54 acerca del llamado ‘clasicismo’), añadirá la Segunda sofística la
emulación de la lengua ática, a fin de distanciarse de la lengua común panhelénica y popular, la
κοινή. Esta tendencia gramatical y lingüística dio lugar a un lenguaje literario anacrónico y
artificial que se instaló en las escuelas y en la composición literaria durante siglos. Este nuevo
‘aticismo’ se dedicará entonces a la copia del estilo y lengua áticos, motivada también por
razones de otra índole que la elite de la Segunda sofística esgrimía para adoptar una identidad
político-cultural que la elevase y diferenciase. La vuelta a las antiguas formas de la Atenas
clásica tiene lugar en todos los ámbitos lingüísticos y estilísticos posibles. En las escuelas se
enseña la gramática del ático, se estudia a los grandes autores de esa época dorada, se imitan
sus composiciones en las ejercitaciones escolares (los ejercicios preparatorios προγυμνάσματα
y las avanzadas μελέται) y, por otra parte, se incide de forma especial en la teoría retórica.
Además se crean en esta época distintos instrumentos de ayuda para la composición, como la
elaboración y divulgación de léxicos que recogen la lengua ática más pura diferenciándola
exhaustivamente de la lengua común.
Entre los objetivos de esa formación retórica escolar se hallaba producir un orador
completo, pero, además, fue inevitable que su influencia se reflejara en cualquier composición
literaria de la época, dado que sus autores habían pasado por esas escuelas de retórica. Los
retóricos griegos vuelven, por lo tanto, su mirada a la dicción y composición de los siglos V y IV
a.C., desechando algunos autores y aprobando a otros como Jenofonte y Platón, aunque el
más alabado fue Demóstenes. La pureza y corrección del aticismo trajo sin embargo un estilo
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que no admitía innovaciones ni en la forma ni en el contenido, por lo que a esa depurada
técnica literaria le correspondió un contenido de poco peso.
La figura de Dión de Prusa -a quien ya se hizo referencia en el tema anterior (nº 54)-
sirve de preludio de este movimiento, y suele señalarse al orador Herodes Ático (vivió entre los
años 101-177) como principio marcado de ese segundo aticismo, aunque sólo una obra se ha
conservado, Sobre la Constitución, de cuya autoría real existen dudas. Discípulo de Favorino y
Polemón, maestro a su vez de grandes oradores como Elio Aristides, Herodes Ático se inserta
en una tradición retórica que se esforzaba por mantener una estrecha relación con la filosofía. A
lo largo del siglo II se multiplican los sofistas, que cultivarán la oratoria y también la preparación
literario-artística de su declamación. Estos oradores gozarían de gran fama y reconocimiento en
su época: Polemón, Herodes Ático, Luciano, Elio Aristides, Filóstrato, etc. El siglo III continuó su
producción en el ámbito de la retórica, con nombres como Hermógenes, Pseudo Aristides,
Pseudo Dionisio, Menandro de Laodicea, el denominado Anónimo Segueriano, Casio Longino,
Apsines de Gádara.
Los sofistas se dedicaban a ofrecer conferencias sobre temas a veces propuestos
incluso por la audiencia, temas que se remontaban sobre todo a la Atenas clásica, sobre
situaciones ficticias, relacionados a menudo con el mito o el mundo homérico. El orador solía
comenzar con una pequeña charla de estilo simple, que daba paso al discurso, en el que se
valoraban sobre todo los registros estilísticos, el ritmo que se imprimía a las palabras, la
modulación de la voz y los gestos que acompañaban a la declamación. Los sofistas gozaban de
gran prestigio social, mantenían buenas relaciones con el poder y con frecuencia
desempeñaban un papel importante social y políticamente.
Este tema, dedicado a la retórica y la crítica literaria en los siglos II y III, trata en primer
lugar la figura de Luciano y su variada obra; a continuación se hablará de Elio Aristides, gran
orador y compositor de discursos artísticos muy apreciados por sus contemporáneos y por la
posteridad; en este mismo apartado es de obligada mención el Arte retórica en dos volúmenes
atribuida tradicionalmente a Elio Aristides, hoy día considerada espuria; Filóstrato es el tercer
autor cuya producción literaria es relevante en la época en cuestión, dado que es, en efecto,
uno de los mayores exponentes del movimiento aticista; los dos últimos apartados se refieren a
sendos corpora teóricos de la retórica de este período, los relativos a Hermógenes de Tarso y a
Menandro de Laodicea.
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2. LUCIANO
Sus datos biográficos se extraen principalmente de su obra, ya que ni los autores
contemporáneos (Filóstrato no lo incluye en su elenco de sofistas) ni los posteriores le prestan
mucha atención. Nacido en torno al 120 (hacia el 160 contaba cuarenta años según Hermótimo,
13) en Samósata, una ciudad del norte de Siria, conoció el mundo griego desde el exterior y
aprendió su lengua en la escuela (véase Cómo debe escribirse la Historia, 24 o Doble
acusación, 14, 27, 34). En su juventud fue primero aprendiz de escultura en el taller de un tío,
pero resultó una experiencia fracasada, como nos relata graciosamente en El sueño o Vida de
Luciano, en el que la Escultura y la Retórica, ambas con forma de mujer, hacen sendas
apologías de su arte, con victoria de la Retórica, a la que finalmente Luciano se dedicará.
Entonces acudió en la región de Jonia a la escuela de retórica, y después fue a estudiar a
Atenas, de donde pasó a Antioquía. Aprendió, por lo tanto, el arte declamatoria, la lengua
griega en sus distintas formas y la poética y prosa clásica más importante que conformaba la
base de la educación escolar en la Antigüedad. Tras una probable incursión fallida en el mundo
de la abogacía, se dedicó a recorrer el Imperio ganándose la vida como orador sofístico. Se
estableció durante unos veinte años en Atenas, donde compuso la mayor parte de sus obras. Al
final de su vida reanudó su actividad sofística en la cancillería del gobernador de Egipto (en su
Apología de los que están a sueldo justifica esa vuelta a la sofística y menciona alguna de sus
obligaciones en este cargo). En Alejandro o el falso profeta hace referencia a la muerte de
Marco Aurelio, que se produjo en el 180, y, aunque se desconoce cuánto tiempo más vivió
Luciano, se cree que no sobrevivió a Cómodo (emperador entre el 180-192).
Son considerados apócrifos algunos de los títulos del largo elenco de obras que nos ha
proporcionado la tradición (ochenta y cinco), y poco se sabe de la datación de las mismas;
Nerón se considera obra de uno de los Filóstratos, mientras que se tachan de espurios Lucio o
el asno, Elogio de Demóstenes, Epigramas, o El patriota, entre otras. Asimismo se presenta
complicada una clasificación ordenada de su legado, pues trabajó diferentes géneros a lo largo
de su vida, que elaboró con distintos tratamientos y sirviéndose de variada temática.
Sus obras puramente retóricas pertenecen, en su mayoría, a la primera época de su
vida, mientras se dedicó a la sofística, una producción muy influida por el diálogo platónico. En
sus años de madurez se considera que su característica mordacidad tendría todavía una
finalidad moral, y que Luciano se aproximaría más hacia la filosofía, aunque nunca se inclinó
por una tendencia definida -y, además, volvió pronto a la sofística-, si bien la filosofía cínica
popular ejerció una gran influencia sobre él. La comedia antigua y nueva vienen ahora a unirse
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al modelo literario del diálogo platónico. La etapa final de su vida estaría marcada por el
escepticismo y la decepción, con frecuentes ataques sobre todo hacia los filósofos.
En sus viajes por distintas ciudades del Imperio cultivó la retórica epidíctica, de la que
conservamos algunas declamaciones y también otras composiciones destinadas a la lectura.
Entre los muchos títulos puede destacarse Elogio de la patria (panegírico tradicional que se
ambienta en la antigüedad clásica), Elogio de la mosca (típica composición sofística que
demuestra su habilidad retórica con un tema vano y insignificante), Acerca de la casa (quizá
compuesto en su madurez) e Hipias (con la descripción -el ejercicio retórico ἔκφρασις- de la
mansión donde pronuncia el primer discurso y de un balneario, obra del arquitecto Hipias, en el
segundo). Se incluye aquí la prolalia (προλαλιά), breve composición retórica previa a los
discursos sofísticos: Acerca del ámbar o los cisnes (defiende la modestia y sencillez de su
retórica), Heródoto (en la que se sirve del ejemplo del historiador y del pintor Etión -realiza,
además, una descripción de su pintura de las bodas de Roxana y Alejandro- para esperar cierto
éxito con su declamación), El escita, o Sobre las dipsadas. En su vejez también realizó estos
‘preludios’, como muestran Dioniso (6-7) y Heracles (7-8), que justifica la renovada actividad
sofística de Luciano. También compuestas después de ese primer período son las obritas Al
que dijo: ‘eres un Prometeo en tus discursos’ (en la que Luciano explica su técnica compositiva
y su concepción de la creación literaria), El sueño o Vida de Luciano (donde, ya se ha
comentado, evoca el origen de su vocación literaria), y Sobre una falta cometida al saludar (que
data de la época que pasó en Egipto).
La oratoria judicial está presente en su obra sobre todo en forma de apología, en unos
ejercicios retóricos forenses (μελέται) que asumen la defensa de causas imposibles -al más
puro estilo gorgiano- y cuya finalidad es entretener y divertir al auditorio, y quizá también
prepararlo para otra actividad de mayor entidad literaria. Así Fálaris I y II consta de dos
discursos que defienden al tirano de Acragante conocido por su proverbial crueldad; en Pleito
entre consonantes la Sigma presenta demanda contra la Tau ante el tribunal de las Siete
Vocales (un ataque a aquellos aticistas cuya única arte consistía en cambiar los grupos de
doble sigma por doble tau); también pertenecen a esta oratoria El desheredado y El tiranicida.
Quizá el género más llamativo en su producción es el del diálogo, si bien no puede
hablarse de estas composiciones como un grupo unitario, por su diversidad en cuanto a la
forma y al contenido. Pertenecen en su mayoría a la segunda parte de su carrera, a partir
aproximadamente del año 160. Algunos son de tema filosófico como Hermótimo -donde ataca a
todas las escuelas filosóficas- o la Filosofía de Nigrino, diálogo de difícil interpretación que
presenta a Luciano visitando al platónico Nigrino en Roma, y que aparece precedido de una
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carta dedicatoria al filósofo. A pesar de la impresión que este filósofo debió causar en Luciano y
de otros contactos con la filosofía, éste nunca se inclinó por una tendencia definida -y además
volvió pronto a la sofística-, si bien la filosofía cínica popular ejerció una gran influencia sobre él.
Otros diálogos son simplemente recreaciones literarias o mundanas, como los Diálogos de las
heteras o Los retratos. La retórica también tendrá gran protagonismo, con ejemplos epidícticos
como el encomio y la descripción en Los retratos y la Defensa de los retratos, o encomio y
vituperio en la Filosofía de Nigrino; la retórica judicial se halla presente en Doble acusación o en
El Pescador. Algunos de los diálogos introducen al autor con el nombre de Licino (Λικῖνος)
como variante del latino helenizado Luciano (Λουκιανός).
Los diálogos más característicos de la producción lucianesca son los menipeos y los
diálogos breves. El Diálogo como personaje (en Doble acusación 33) acusa al autor de haber
recibido de él un aspecto cómico y satírico, y de mezclarlo con la burla, el yambo, el cinismo,
Éupolis, Aristófanes y con cierto Menipo, el filósofo cínico de Gádara de quien Luciano tomó
prestados los motivos y los temas. Unida a la fantasía, la sátira y el humor, aparece en sus
diálogos una clara intención moral. En dos de ellos es Menipo el personaje principal, en Menipo
o Necromancia y en Icaromenipo o Por encima de las nubes. El motor de ambos diálogos es la
incapacidad de los filósofos, que impulsa a Menipo a buscar las respuestas esenciales: en el
primero viaja al inframundo mientras realiza una dura crítica de los ricos y de los filósofos; en la
segunda el cínico vuela a la luna y al cielo, donde se entrevista con Zeus y al final la asamblea
de los dioses decide acabar con los filósofos. De este tipo menipeo o de inspiración cínica,
compuso en los primeros años de la década del 160 Zeus confundido (diálogo entre Cinisco,
prototipo de filósofo cínico, y Zeus, sobre la relación de las divinidades con el destino), Zeus
trágico (tragicomedia en la que los dioses ven peligrar su existencia por culpa de los filósofos),
El sueño o el Gallo (crítica filosófica y social marcada por el pensamiento cínico en una ficción
literaria llena de humorismo: conversación entre Micilo, un zapatero ávido de riquezas, y su
gallo, animal en el que ha transmigrado el alma de Pitágoras) Saturnales. De mediados de esa
década o poco después es El Banquete o los lapitas, parodia de Banquetes tradicionales, de
Platón sobre todo pero también de Jenofonte, y en el que se ejerce una crítica social y filosófica
general. Otras obras que pueden añadirse son Carón, Los fugitivos, La asamblea de los dioses
y El barco o Los deseos.
También de tipo menipeo son los grandes diálogos de polémica personal, sobre todo los
compuestos entre los años 166-7 Doble acusación, Subasta de vidas y El pescador o los
resucitados. La primera contiene procesos judiciales en los que critica los excesos de los
filósofos y oradores. En ella el propio Luciano resulta acusado por la Retórica, puesto que la ha
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abandonado en pos del Diálogo, y también por este último, que se siente maltratado por el Sirio,
como se autodenomina en la obra. En Subasta de vidas dispara Luciano contra todos los
filósofos que le han decepcionado y crea un mercado en el que Zeus y Hermes los ofrecen en
una subasta. En El Pescador o los resucitados los filósofos, por su parte, arremeten ofendidos
contra Luciano (que aparece en la obra con el nombre de ‘Parresíades’) ante la Filosofía como
juez, quien finalmente lo absuelve porque no es de los grandes filósofos de quienes se burla
Luciano, sino de la caterva de seguidores indignos a los que tilda de impostores y fanfarrones y
de los que es preciso defender a la filosofía.
La colección de Diálogos de los muertos continúa la serie de temas menipeos -el propio
Menipo protagoniza alguno- y en ellos se critica y satiriza tanto a personajes legendarios como
a contemporáneos, con el nombramiento de modelos para seguir como Menipo y Diógenes.
Pero estos Diálogos de los muertos comparten otras características con los diálogos breves
próximos al mimo, los dedicados a los dioses, a las heteras y a personajes marinos. En ellos
predomina el carácter sofístico y versan con una sutil ironía sobre cuestiones conocidas de la
mitología y la literatura, no sin cierta carga de crítica ingeniosa, pero dejando atrás las feroces
invectivas de otros diálogos.
Las diatribas filosóficas constituyen otro apartado en la obra de Luciano, y suelen
mencionarse obras de tinte moral como No debe creerse con presteza en la calumnia -si bien
su adscripción a un género literario es difícil dado que la reflexión filosófica y moral recibe un
tratamiento sofístico-, Sobre el luto -manifestación de su rechazo a los rituales de duelo- y
Acerca de los sacrificios, que critica determinados relatos míticos de los que dependen algunas
creencias religiosas tradicionales.
Algunas de sus obras son cartas, en especial aquellas que van precedidas de un saludo
epistolar, sin embargo, otras que carecen de éste, suelen considerarse epístolas porque se
dirige directamente a alguien en segunda persona. En cualquier caso las obras que se agrupan
bajo este epígrafe son de muy diverso corte. En Sobre los que están a sueldo se dirige a su
amigo Timocles, y anima a los filósofos, maestros, oradores o músicos a que no vendan su
dignidad por un sueldo, un punto de vista que en su vejez se ve obligado a concretar en
Apología de los que están a sueldo, obra dedicada a Sabino en la que explica las razones que
le impulsan a entrar al servicio de la administración romana en Egipto. Otras consisten en
invectivas, como El maestro de retórica (dirigida a un joven estudiante de oratoria, se critica al
modelo de orador contemporáneo), Contra un ignorante que compraba muchos libros (en el que
vilipendia a aquellos que acumulan libros pero no aprenden nada de ellos), Acerca de la muerte
de Peregrino (precedida de un saludo epistolar, en ella explica a Cronio la vida y el suicidio de
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Peregrino) y Alejandro o el falso profeta (dirigida a Celso, fustiga las supersticiones imperantes
en su época a través de un prototipo de impostor muy frecuente por aquel entonces).
Aunque acaba como una carta dirigida a su amigo Filón, Cómo debe escribirse la
Historia puede considerarse un tratado didáctico (en la primera parte parodia la historiografía de
su época, en la segunda teoriza acerca de este género), junto a la Vida de Demonacte
(recuerdos memorables, anécdotas y sentencias de este cínico contemporáneo de Luciano).
Las narraciones fantásticas que contienen las Historias verdaderas son una parodia y
sátira de las novelas y de los relatos fabulosos de Heródoto, Ctesias, o Antonio Diógenes.
Consta de dos libros y de todas las aventuras que experimenta el protagonista destaca su
estancia en la luna en el primero de ellos y en la isla de los Bienaventurados en el segundo. A
ellas puede añadirse Lucio o el asno, si bien existen dudas acerca de su autoría. Contiene
diversas peripecias que atraviesa el protagonista metamorfoseado en asno, en un tratamiento
con grandes dosis de fantasía.
También se consideran apócrifas las obras en verso transmitidas bajo la firma de
Luciano, una colección de cincuenta y tres epigramas o la obra Podagra, buen ejemplo de
tragicomedia donde se aprecia cierta parodia literaria (en la métrica y el vocabulario,
especialmente), además de la imitación burlesca de la vida cotidiana (a partir de las
circunstancias que rodean al personaje de Podagro o ‘Don Gotoso’, enfermo de gota,
enfermedad que tiene un papel principal en esta obra).
Mucho procede de su formación en la escuela de retórica, y también es esencial su
dependencia de la literatura, sobre todo en relación con la religión y los mitos. Es un aticista
cuyo conocimiento del ático procede la literatura, pero sin caer en el hiperaticismo de algunos
contemporáneos que tanto denuncia en su obra (véase, además de las ya mencionadas,
Lexífanes). Su aticismo moderado, por lo tanto, correcto pero en el que hay intromisiones de la
lengua contemporánea, le proporciona un estilo sencillo y agradable. Las alusiones y
referencias literarias en su obra son innumerables. Su ambiente preferido es la época clásica, y
como escenario frecuenta Atenas y también Roma. En ocasiones entremezcla circunstancias
contemporáneas y es imposible saber si lo hace inconscientemente o se trata de un juego
literario irónico. Critica y satiriza a los sofistas, a los filósofos y a los poetas, con un sentido del
humor próximo a la yambografía y a la comedia. Imita y parodia todo género literario anterior,
desde la épica homérica a la novela, pasando por la lírica helenística, la historiografía, etc. No
es raro que tome como modelo para sus obras un texto de la comedia o de la poesía, y
sumamente frecuente es la contaminación de dos o más géneros literarios u obras en una de
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sus composiciones. Mezcla, además, realidad y ficción, y gusta de yuxtaponer elementos
contrapuestos.
3. ELIO ARISTIDES Sus Discursos sagrados nos ofrecen buena información acerca de su biografía, pero su
éxito literario y social hizo que autores contemporáneos y posteriores le prestaran gran atención
(como Filóstrato en sus Vidas de sofistas). Así, con gran seguridad se sabe que nació en la
parte oriental de la región de Misia en el año 117, mientras que su muerte se fecha en los
primeros años de la década de los ochenta. Viajó en su juventud a Egipto, pasó un tiempo en
Atenas, donde la tradición dice -así lo recoge el léxico Suda- que fue discípulo de Herodes
Ático, o al menos coincidió allí en la misma época (Filóstrato, Vidas de sofistas, II 581); también
visitó Roma pero es Esmirna la ciudad con la que mayores vinculaciones mantuvo en su vida y
en la desarrolló buena parte de su actividad sofística, aunque hay que señalar que siempre
evitó desempeñar cargos públicos. Debido a su delicada salud, pasó unos dos años en el
santuario de Asclepio de Pérgamo (desde finales del año 145), donde mejoró de sus dolencias
y consolidó su carrera de orador, de tal modo que su veneración hacia el dios Asclepio le
acompañó durante el resto de su vida y de sus composiciones. Gran orador y experto del
discurso artístico, Filóstrato destaca de él en las Vidas de sofistas (II 585) su cultura, la fuerza
de su expresión, su capacidad para transmitir caracteres, su conocimiento de las reglas
retóricas y la profunda preparación de sus discursos.
Conservamos doce μελέται o declamaciones (5-16 L-B, 29-39 y 52 D), discursos
completos ficticios que los sofistas solían componer desde el final de su formación retórica.
Poseen un marcado carácter escolar y juega Aristides en ellos con distintas perspectivas de
una misma situación histórica de los siglos V y IV a.C., salvo en una que trata un tema
legendario. Las dos primeras conforman los llamados Discursos sicilianos, cuyo tema se
remonta a la petición de refuerzos a Atenas por parte de Nicias desde Sicilia en el año 414 a.C.,
a partir del cual imagina Aristides sendas posibles respuestas de dos oradores enfrentados en
la asamblea de Atenas. Continúa con asuntos atenienses del siglo V a.C. en los dos siguientes
discursos, en boca de un orador ateniense y de otro lacedemonio, a favor de la paz con los
lacedemonios en el 425/4 a.C. y con los atenienses en el 404/5 a.C. respectivamente. A
continuación dos discursos representan la embajada -encabezada por Demóstenes- que los
atenienses enviaron a Tebas con la intención de evitar que permitiera el paso de las tropas
macedonias en su ataque hacia el Ática (9-10 L-B, 38-39 D). Igualmente ambientados en el
siglo IV a.C. están los cinco Discursos léuctricos (11-15 L-B, 33-37 D) en los que distintos
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oradores defenderán las posturas lacedemonia, tebana y ateniense tras la batalla de Leuctra.
Estos cinco discursos suelen considerarse entre sus obras más elevadas, por su forma y
contenido, dado el análisis histórico que presentan. Finalmente se conserva una declamación
de tema legendario, el Discurso de embajada a Aquiles, que recrea la petición de Odiseo, Fénix
y Áyax al héroe para que deponga su cólera. En alguna ocasión se han atribuido a nuestro
sofista las denominadas Declamaciones leptianas, consideradas hoy día anónimas.
Nos ha llegado, asimismo, una charla o breve introducción de las que solían preceder a
los discursos con la intención de ganarse la benevolencia del público y que reciben distintos
nombres en lengua griega (διάλεξις, λαλιά, προλαλιά). Aristides pronunció en Esmirna Sobre la
prohibición de representar comedias entre el 157 y el 165, en la que se opone a este género
dramático.
A la retórica epidíctica más pura pertenecen sus encomios, entre los que se cuentan
himnos dedicados a divinidades y los variados tipos de elogio que dirigió a distintas
personalidades y ciudades. Estos tipos aparecerán más tarde sancionados en los tratados de
retórica atribuidos a Menandro Rétor (véase infra). Así, tiene un encomio dirigido a un
emperador (35 K, 9 D), a un gobernador a su llegada a la ciudad -los titulados Discurso a
Esmirna I y II (17 K, 15 D y 21 K, 22 D)-, con motivo del cumpleaños de alguien -Discurso de
aniversario a Apellas-, dos epitafios -por la muerte de su discípulo Eteoneo y de un maestro de
Cotieo, Alejandro-, dos monodias a sendos lugares destruidos -a Esmirna (18 K, 20 D) por un
terremoto en el año 178 y a Eleusis por la devastación de su templo-, aunque son los encomios
a ciudades los que ocupan un lugar esencial en su obra. Los más famosos son los dedicados a
Atenas y Roma: el Panatenaico (1 L-B, 13 D) recoge sobre todo la sublimación del pasado
ateniense, mientras que el Discurso a Roma (26 K, 14 D) contiene referencias contemporáneas
con una excelente descripción del imperio en el siglo II. También puede mencionarse el
discurso al templo de Cízico (27 K), a Corinto en el Discurso ístmico a Posidón (46 K) o el
incompleto dedicado, probablemente, a la construcción de un nuevo acueducto en Pérgamo (53
K).
Por su parte, los himnos dirigidos a los dioses (37-46 K, 1-8 y 17-18 D) dan una idea de
las aspiraciones de la retórica en esta época, que ansía incluso sustituir a los poetas. Estas
composiciones debían preceder a los grandes discursos como antaño los himnos homéricos a
las actuaciones de los rapsodas. Sólo nos ha llegado una parte de los himnos que Aristides
compuso; de ellos la crítica suele destacar la forma artística del dedicado a Zeus, pero también
se dirigió a Atenea, a Heracles, a Dioniso, y, como no, entre otros muchos, a Asclepio, a sus
hijos y a su templo.
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Compuso también discursos propiamente de tipo deliberativo, entre los que destacan
aquéllos que pretenden suavizar tensiones entre distintas poblaciones, un tema que preocupó
siempre a Aristides: Sobre la concordia de las ciudades, dirigido a Pérgamo, Esmirna y Éfeso,
pronunciado en el año 167; A los rodios sobre la concordia, relativo a una revuelta social del
año 142 en Rodas tras un terremoto. A su querida Esmirna no sólo le dedicó una monodia con
motivo de su destrucción, sino que también solicitó su reconstrucción (Carta a los emperadores
sobre Esmirna) y agradeció su realización asimismo a través de un discurso (Palinodia por
Esmirna). Suele incluirse en este listado el Discurso rodio, también con motivo del mencionado
terremoto de la isla, pero actualmente se cree que es anónimo.
Seis de sus discursos, de carácter teórico, son una manifestación a favor de la retórica.
Seguidor de Isócrates, reclama la supremacía de la retórica y su carácter de τέχνη, discrepado,
de este modo, de Platón, como puede leerse en su discurso Contra Platón, en defensa de la
Retórica (2 B, 45 D), en el que critica especialmente su Gorgias. Se opone también a la
devaluación platónica de Milcíades, Cimón, Temístocles y Pericles en A Platón, en defensa de
los Cuatro (3 B, 46 D), discurso en el que continúa presente la polémica entre retórica y
filosofía. En A Capitón (4 B, 47 D) contesta a este personaje por sus críticas vertidas acerca de
ese primer escrito en defensa de la retórica. En los otros tres discursos (28, 33 y 34 K, 49, 51 y
50 D) critica a los sofistas de su época que no trataban a la retórica como ésta se merecía.
Un grupo aparte lo conforman los seis Discursos sagrados I-VI (47-52 K, 23-28 D), un
documento autobiográfico religioso en el que repasa su propia experiencia desde el momento
en que decide curarse de una enfermedad en el santuario de Asclepio en Pérgamo mediante la
práctica del ritual de la incubatio. La composición de estos discursos, sin embargo, se retrasa
unos veinticinco años después de su estancia en el santuario, si bien recogen sobre todo las
experiencias vividas a partir de esa época, desde las más personales a las circunstancias
históricas relevantes. El carácter autobiográfico y su estilo más relajado los diferencian del resto
de su producción artística.
Asimismo suele clasificarse aparte el Discurso egipcio, cuyo prólogo tiene formato
epistolar y el contenido es similar al de un tratado. En él quiere ofrecer Aristides una explicación
a los cambios del Nilo que pudo apreciar en su estancia en Egipto (entre los años 140 y 142
aproximadamente), dada la gran cantidad de teorías insólitas que se habían propuesto hasta
entonces. Al igual que los Discursos sagrados, se cree que compuso este dedicado a las aguas
del Nilo hacia el final de su vida, en la década de 170.
Su obra gozó de gran prestigio en la Antigüedad, sus discursos servían de modelo en las
escuelas y los retóricos los usaban como ejemplo en sus manuales. Ayudaba a ello, además de
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la corrección de su imitación de la lengua ática, la adecuación del estilo a los distintos tipos de
discurso que compuso. Así refleja el estilo oratorio demosténico en sus composiciones
elevadas; los miembros breves dotados de ritmo, al modo gorgiano, en los Himnos, monodias y
epitafios; y un estilo más simple y desenfadado empleado en los Discursos sagrados. En todos
ellos se demuestra el fervor aticista, en la forma artística y en los temas elegidos, eso sí, sin
cometer excesos pedantes.
Aunque actualmente ya no se consideran obra de este orador, atribuidos a Aristides se
han conservado dos libros de Arte retórica, uno sobre el discurso político y otro sobre el
discurso simple. A pesar de complementarse en lo que a la materia se refiere, ambos libros no
son dos partes sucesivas de un mismo tratado, dadas determinadas diferencias fundamentales.
Entre ellas puede destacarse que la primera exposición considera tres componentes del estilo:
γνώμη, σχῆμα y ἀπαγγελία, esto es, pensamiento (en referencia al contenido), figuras y
expresión; mientras que la segunda se rige por cuatro: ἐπινοήματα, ἀπαγγελία o λέξις, σχῆμα y
ῥυθμός, pensamientos, expresión o estilo, figuras y ritmo. Al primer volumen, además, le sigue
un apéndice que sólo se explica, en opinión de M. Patillon, si esta parte funcionaba y circulaba
como obra independiente. Probablemente la presencia en el primer tratado de algunas citas
procedentes de sus discursos propiciara la posterior la atribución del conjunto a Elio Aristides,
que quizá se produjo ya en el siglo X, aunque la tradición manuscrita de las obras del orador no
incluye estos dos tratados hasta el siglo XIV. Los ejemplos empleados, por otra parte, parecen
provenir más bien de la utilización de los discursos del orador en los centros escolares.
Además,. Si se admite que la doctrina sobre las categorías del estilo de ambos tratados
transmite una teoría anterior a la obra Περὶ ἰδεῶν de Hermógenes, puede, entonces,
establecerse un terminus ante quem hacia fines del siglo II o principios del III. Así, desde estas
fechas hasta el siglo X, se han podido introducir en los textos diversas adiciones con distintos
fines.
La primera obra está dedicada al discurso político, a la exposición de las ‘ideas’
(‘virtudes’) de estilo. Las notables diferencias que se observan en la estructura y composición
de este libro hacen pensar en su múltiple procedencia. Así, la primera parte de la exposición (I
3-128) ilustra la teoría con variados ejemplos, mientras que en la segunda (I 129-140) no consta
de ninguno, por lo que, además, podría pensarse que el texto de la segunda parte ha sido
abreviado por alguna razón, y, en efecto, parece más una acumulación de pasajes que una
redacción continuada. Otro factor que las distancia es la diferente terminología empleada, por lo
que también se ha pensado que la introducción al tratado tiene un origen diverso. Por último,
este primer tratado contiene una serie de apéndices (I 141-186) cuya finalidad pedagógica es
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evidente. La compilación de las distintas partes se cree que se realizaría entre los siglos III y
V/VI. Conocemos a través de comentaristas posteriores los nombres de dos autores, Basílico y
Dionisio, a los que podría atribuírseles la autoría de I 3-128 y I 129-140 respectivamente, pero
es esta una cuestión de difícil resolución. Los ejemplos principalmente proceden de
Demóstenes, y el objetivo de la obra parece ser dar lugar a un estilo comprensible que permita
al alumno llegar a ser un sofista como Aristides u otros de los descritos por Filóstrato.
La segunda obra retórica atribuida a Aristides versa sobre el discurso simple y es un
testimonio fundamental de la crítica literaria antigua aplicada a las obras de Jenofonte.
Conservamos lo que parece la segunda parte de esta obra, que casi se reduce a una colección
de comentarios acerca de la obra de Jenofonte, elegido representante del llamado discurso o
estilo simple, diferente del discurso político y caracterizado por su sencillez (ἀφέλεια).
4. FILÓSTRATO El léxico bizantino Suda del siglo X recoge tres Filóstratos distintos procedentes de
Lemnos a los que adscribe las diferentes obras conservadas con esa autoría y también otras
perdidas. El primero de ellos, compositor de varios discursos, viviría en Roma -durante el
reinado de Nerón dice el léxico, pero probablemente pertenece al siglo II- y era el padre de otro
Filóstrato, el que trabajó en Roma a las órdenes de Septimio Severo. El tercero nos lo presenta
como sobrino nieto del primero y yerno del segundo, al cual algunos autores añaden un cuarto
que sería nieto del segundo y autor de la última versión de las Imágenes. La confusa
explicación referida en dicho léxico y la diferente información proporcionada por Focio parecen
indicar que las cuestiones de autoría a este respecto resultaban ya en esa época un asunto
nebuloso.
La mayor parte de las obras se adjudican al segundo Filóstrato -si bien no existe
consenso entre la crítica-, del que sabemos que nació entre el 160 y 170 y que disfrutó parte de
su juventud en Lemnos. Estudió retórica en Atenas y es posible que visitara otros centros de
formación retórica en Asia Menor -quizá Éfeso o Esmirna. Sería discípulo de Proclo de
Naucratis (discípulo de Herodes Ático), Damiano de Éfeso y Antípatro de Hierápolis y
probablemente fue este último quien le introdujo en el ambiente de la corte en el que marcaba
las tendencias Julia Domna, la esposa de Septimio Severo, y el círculo de filósofos, científicos y
sofistas que la rodeaba. Filóstrato regresaría a Atenas -tras la muerte de Julia Domna en el 217-
para trabajar como sofista, donde, según la Suda, falleció bajo Filipo el Árabe (244/249). Posee
Filóstrato un estilo sencillo y cuidadoso, prescinde de ornamentos excesivos, sus modelos son
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Platón y Jenofonte más que los oradores, y, a pesar de su marcada tendencia aticista, introduce
algunos rasgos propios de la lengua común, relativos, por ej., al vocabulario o al hiato.
Tras la figura un tanto oscura del primer Filóstrato, suelen atribuirse a este segundo la
Vida de Apolonio de Tiana, las Vidas de sofistas, el Heroico, el Gimnástico, los dos primeros
volúmenes de Imágenes, quizá el breve diálogo Nerón y la heterogénea colección de Cartas,
aunque no debe descartarse que alguna de ellas proceda de cualquiera de los otros Filóstratos.
Al tercero (nacido en torno al 190/191), llamado Filóstrato de Lemnos o el Joven, que obtuvo
una gran fama como orador, suele atribuírsele con seguridad un tratado sobre el estilo epistolar,
la Carta a Aspasio de Ravena, mientras que el breve discurso sobre νόμος y φύσις -dialexis
añadida por C. L. Kayser- parece ser anónimo, si bien uno de sus ejemplos aparece en la Vida
de Apolonio. Para la segunda colección de Imágenes suele recurrirse a un cuarto escritor con el
mismo nombre, aunque en la Suda aparece adscrita una obra con ese título a Filóstrato de
Lemnos, el tercero.
Vida de Apolonio de Tiana. Consta de ocho libros cuyo protagonista es una figura
histórica, la de Apolonio, que vivió en el siglo I d.C., gozó de gran fama y veneración, fue
conocido sobre todo como brujo y taumaturgo y, al parecer, autor de una extensa producción
literaria. En esta biografía Filóstrato pretende dejar de lado esa aura mágica y reivindica su lado
filosófico y su extraordinaria sabiduría, pero inevitablemente las prodigiosas facultades de
Apolonio confirman esa reputación: milagros, profecías, expulsión de espíritus, sanador,
poliglotismo, etc. El valor de esta obra como documento histórico se ha puesto en duda con
frecuencia, debido a algunas incoherencias cronológicas y de contenido, que, sin embargo,
suelen considerarse menores. En cuanto al género al que adscribir la obra también se ha
generado cierta polémica por lo que muchos críticos la consideran biografía novelada -o novela
biografiada, si bien es el aspecto biográfico el que parece predominar-, teniendo en cuenta las
características de los géneros literarios en la época de su composición. La Vida de Apolonio
está organizada siguiendo un criterio cronológico, interrumpido por frecuentes discursos y
digresiones, con frecuencia coincidentes con los elementos propios de las novelas antiguas.
Vidas de sofistas. Reúne Filóstrato en dos libros una selección de personajes relevantes
en una actividad literaria que denominamos, siguiendo su propia terminología, Segunda
sofística. No se trata en realidad de biografías puras si no más bien de información sobre su
actividad sofística, comentarios acerca de su estilo y algunas noticias de su vida. La obra
contiene una breve introducción en la que hace referencia a los fundadores de la antigua
retórica sofística, con Gorgias en el puesto de honor que le corresponde.
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En primer lugar habla de los filósofos sofísticos, comenzando por Eudoxo de Cnido -del
siglo IV a.C.-, pasando por Carnéades de Atenas hasta Dión de Prusa y Favorino de Arelate
-hasta mediados del siglo II (I 484-492). Después hace referencia a los sofistas puros: Gorgias
de Leontinos, Protágoras de Abdera, etc. (I 492-506). A continuación introduce al que, en su
opinión, es el iniciador de la Segunda sofística (I 507), Esquines (el oponente de Demóstenes
en el siglo IV a.C.) del cual Filóstrato pasa directamente a Nicetes de Esmirna, de finales del
siglo I, de quien dice que encontró la oratoria en un estado lamentable. Desecha a tres sofistas
intermedios, pero no menciona a importantes declamadores helenísticos, ni siquiera a Demetrio
de Falero, a quien es probable que rechazase en favor de Esquines (Quintiliano dice que
comienza la declamación en la época de Demetrio, tan sólo unos pocos años posterior a
Esquines). El editor de Filóstrato, C. L. Kayser, piensa que en el texto debe haber una laguna,
entre otras varias interpretaciones. Después de Nicetes contiene el libro primero tres discípulos
suyos y tres maestros de Herodes Ático, personaje con el que se inicia el libro segundo. La
suya es la recopilación de datos más próxima a una biografía. Casi todos los demás sofistas
(veintidós de los otros treinta y dos que recoge el libro segundo) mencionados a continuación
tienen relación con Herodes Ático.
Según Filóstrato, los antiguos sofistas debatían temas como el valor, la justicia, los
héroes, los dioses, la naturaleza del universo, mientras que los nuevos presentaban caracteres
tipo como el hombre pobre, el rico, los nobles y tiranos, e hipótesis históricas con nombres
conocidos, y no les preocupaba convencer a la audiencia sino tan sólo tratar la materia de
forma artística (I 481). A Filóstrato le interesa, sobre todo, destacar la forma de declamar, la
elección de temas y las técnicas de improvisación. Dado que el tema muchas veces era elegido
por alguien de la audiencia, se ponía mucho énfasis en la improvisación, aunque algunos
sofistas como Aristides adquirieron gran reputación sin ella. Además de la actividad
declamatoria, los sofistas se dedicaban a otras actividades oratorias, como la judicial, si bien
ésta última se consideraba menos honorable que la primera, era de carácter práctico y el estilo
apropiado resultaba bastante diferente.
Heroico. Diálogo acerca de héroes locales entre un viñador del Quersoneso tracio y un
viajero fenicio. Este último desea conocer la historia de Protesilao, héroe que defiende y
protege al viñador, quien con anterioridad vivía en la ciudad y se dedicaba a aprender filosofía
al tiempo que descuidaba sus negocios del campo. En la conversación el viñador narra
múltiples relatos de héroes, que denotan el resurgimiento en época imperial del antiguo culto a
los héroes.
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Gimnástico. Proporciona gran variedad de información acerca de las competiciones,
deportes y métodos de entrenamiento a través de la ‘gimnástica’, una τέχνη que pretende
enseñar y preparar al atleta, pues entre los objetivos de esta obra se halla servir de guía a
aquellos que deseen ser maestros de gimnasio. De los deportes explica su origen y desarrollo,
atendiendo a las circunstancias que han llevado a cada uno de ellos a su forma actual.
Imágenes. Descripción en dos libros de una colección de pinturas en Nápoles -por lo que
constituye un documento valioso para la historia de la crítica artística-, en la que el ejercicio
escolar de la ‘descripción’ (ἔκφρασις) se convierte en una composición literaria elevada. En ella
hace gala Filóstrato de su sabiduría y de su ingenio, la colma de referencias pedantes,
interpretaciones y conclusiones. Su prosa en esta obra, si bien marcada por el purismo aticista,
conserva todavía algo de libertad en el estilo, lo que le confiere cierto encanto. Una segunda
colección de Imágenes, como ya se ha comentado, se atribuye a un Filóstrato posterior.
Nerón. En ocasiones se atribuye la autoría al primero o al segundo de los Filóstratos
antes mencionados, pero el texto ha sido transmitido entre las obras de Luciano. Actualmente,
aunque ha cobrado peso la adscripción al mismo Filóstrato que compuso las Vidas de sofistas y
la Vida de Apolonio -parte de la temática de Nerón aparece también en esta obra-, continúa
siendo en realidad una incógnita. Este breve diálogo entre el filósofo Musonio y Menécrates
critica los excesos de Nerón cometidos en el Istmo de Corinto.
Cartas. Es una colección de setenta y tres cartas que suelen clasificarse en dos tipos. La
mayoría de ellas son ficticias y tienen una temática erótico-amorosa, los destinatarios son casi
siempre anónimos, a veces una mujer, otras un muchacho, aunque algunas mencionan su
nombre. Otro grupo carece de esa temática y sus destinatarios aparecen nombrados, entre
ellos, la propia Julia Domna, a la que dedica la epístola número 73. Este último grupo se
adscribe con seguridad a la producción del mismo autor que las Vidas de sofistas y la Vida de
Apolonio, aunque gran parte de la crítica considera suyas también las otras, si bien queda
abierta la posibilidad de alguna pertenezca a cualquiera de los Filóstratos.
Carta a Aspasio de Ravena. Es probable que proceda del tercer Filóstrato, el llamado de
Lemnos o el Joven y está dirigida a un secretario ab epistulis graecis de Caracalla o de
Alejandro Severo. Es un tratado sobre el estilo epistolar adecuado para la composición de una
carta literaria. Como modelos literarios cita a Apolonio de Tiana y Dión Crisóstomo, las Cartas
de Bruto, del emperador Marco Aurelio y de Herodes Ático (aunque censura su excesivo
aticismo), e indica que la ‘idea’ de una carta -término que los teóricos de esta época -Pseudo
Aristides, Hermógenes- emplean para hacer referencia al estilo- debe mediar entre el ático y la
lengua coloquial elevada, sin llegar al aticismo.
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5. HERMÓGENES DE TARSO De Hermógenes de Tarso sabemos que vivió entre los siglos II y III (aproximadamente
161-240), fue un gran orador en su juventud y, según nos cuenta Filóstrato en sus Vidas de
sofistas (II 577-8), después se dedicó a la composición de tratados teóricos útiles para la
oratoria. La tradición nos ha transmitido cinco obras con su firma, pero hoy en día tan sólo dos
se consideran auténticas: Sobre los estados de causa (Περὶ στάσεων) y Sobre las formas de
estilo (Περὶ ἰδεῶν).
La teoría desarrollada en Sobre los estados de causa pertenece a la parte de la retórica
que se encarga de seleccionar los temas y argumentos, la ‘invención’. Esta obra trata de
determinar esos temas y los planteamientos adecuados a cada caso. Los asuntos que comenta
Hermógenes son los tradicionales en la declamación judicial o deliberativa, referidos siempre al
mundo griego o imaginarios, sin reflejar ni leyes ni costumbres del Imperio romano. La teoría
que expone procede principalmente de Hermágoras de Temnos (siglo II a.C.), el primero que
trató en profundidad esta cuestión en los discursos retóricos. Como es habitual desde época
Helenística, se establece una división de las diferentes στά, que, a su vez, se subdividen en
otras especies, por lo que el planteamiento acaba siendo un tanto complicado y enmarañado.
En los dos libros Sobre las formas de estilo ofrece Hermógenes las distintas categorías
de estilo (ἰδέαι) que conforman combinadas los estilos apropiados a cada género literario.
Hermógenes aconseja aprender bien cada una de las ‘ideas’ o formas de estilo que expone
-claridad, grandeza, belleza, vehemencia, carácter, sinceridad y habilidad, aunque si contamos
los subtipos llegan a veinte- reforzándolas a través de los elementos que las componen
-pensamientos, la forma de tratarlos y la expresión adecuada, que incluye a su vez figuras,
cláusulas, composición, cadencia y ritmo. De este modo estudia esos componentes en cada
una de las formas de estilo y la combinación de estas últimas da lugar a los distintos tipos de
estilo propios de cada género oratorio.
Esta obra, Sobre las formas de estilo, menciona otro tratado aparte dedicado a la
habilidad. Y, en efecto, se ha conservado un tratado titulado Sobre el tratamiento de la habilidad
que la tradición adjudicó a Hermógenes pero que hoy en día se considera espurio. En él no se
contestan las cuestiones planteadas en Sobre las formas de estilo, sino que se trata más bien
una miscelánea sobre algunos aspectos del estilo.
Sobre la invención son cuatro libros atribuidos a Hermógenes en los que se recogen
diversos detalles de las distintas partes del discurso salvo del epílogo que queda sin
tratamiento. Al autor de esta obra, al igual que a Hermógenes en sus dos obras de adscripción
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segura, le interesa la composición de declamaciones y lo que el orador necesita para llevarlas a
cabo.
Finalmente ha de hacerse referencia a una colección de ejercicios preparatorios utilizado
en las escuelas de retórica, un manual de Progymnasmata atribuido a Hermógenes y que suele
datarse en el siglo III. Estos ejercicios enseñaban a usar determinados argumentos a la hora de
desarrollar un tema, lo cual proporcionaba la oportunidad de practicar uno a uno elementos que
más tarde el alumno debería combinar y coordinar. Este manual consta de fábula, relato, chreia,
sentencia, refutación y confirmación, lugar común, encomio y vituperio, comparación, etopeya,
descripción, tesis y propuesta de ley.
Bajo el nombre de Hermógenes de Tarso se reúne el material didáctico retórico que por
excelencia se empleará en la Antigüedad tardía, en época Bizantina, y, traducido al latín, en el
Renacimiento. Además del manual de Progymnasmata de Aftonio, estas obras de Hermógenes
o a él atribuidas componen el llamado Corpus Hermogenianum, el canon para los estudios de
retórica.
6. MENANDRO RÉTOR Diversos testimonios antiguos señalan a Menandro como una autoridad en oratoria
epidíctica en época bizantina y parece que se atribuían a él los dos tratados que han llegado
hasta nosotros, aunque algún manuscrito menciona diferente autoría. A pesar de que la Suda le
atribuye a Menandro Rétor, un sofista de Laodicea del Lico, estos dos tratados Sobre los
géneros epidícticos -junto a otras obras y sendos comentarios a los Progymnasmata de
Minuciano el Viejo y a una obra de Hermógenes- los problemas de autoría y datación son
múltiples, y actualmente se plantea la cuestión de si realmente ambos tratados son de la misma
época y autor. Las dos obras nos han llegado incompletas y presentan copiosas diferencias en
la teoría expuesta, en la terminología, en el estilo, en las fuentes literarias y en los modelos
seguidos.
Quizá Menandro fuera autor de una de ellas y, con el tiempo, se le atribuyó otro tratado
de similares características. De hecho la tradición manuscrita aplica un título carente de sentido
al primero de los tratados que puede proceder de un intento posterior de unificación de ambos
textos bajo un título coherente para ambos. Por otra parte, los resultados de una comparación
entre ambos tratados y los fragmentos conservados de un comentario a Demóstenes que
realizó Menandro, apuntan hacia su autoría para el segundo de los tratados.
Para su datación dependemos en gran medida de las referencias contemporáneas que
puedan detectarse en su contenido, pero tampoco éstas ofrecen una cronología segura. La
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referencia del asentamiento de los carpos en territorio romano (358.28) puede indicar diferentes
fechas como terminus post quem del tratado I, puesto que tenemos noticias de distintos
establecimientos de este tipo, de modo que se proponen dataciones entre el 272 y el 295. En el
segundo tratado parece que se relaciona los vasallos de la antigua Troya con los de la época
del autor (387.17-28), pero se trata de una cuestión de interpretación; por otra parte, se habla
de los emperadores en plural (378.31-379.2, 415.14-15), con lo que se podría remitir a Caro y
sus hijos Carino y Numeriano (años 283-285) o a la época de Diocleciano (a partir del 285).
El proemio del Tratado I nos anuncia que de los tradicionales géneros aristotélicos
judicial, deliberativo y epidíctico va a desarrollar éste último, esto es, el encomio y el vituperio.
Señala también los distintos tipos de elogio (del vituperio dice que es indivisible), a saber, los
himnos a los dioses, por una parte y, por otra, el elogio de cuestiones mortales: de ciudades y
de seres vivos (331-332), pero no nos ha llegado el desarrollo de estos últimos. Los himnos a
los dioses, largo tiempo reservados a la poesía, pueden ser de diversos tipos (333-344):
invocatorios, de despedida, científicos, míticos, genealógicos, ficticios, precatorios y
deprecatorios. En segundo lugar (344-367) detalla los elogios a regiones, ciudades y distintos
lugares como puertos, bahías o acrópolis, a lo que se añade el elogio de una ciudad a partir de
su origen y a partir de sus acciones. Todo el tratamiento adelantado en el proemio sobre los
seres vivos (332.11-19) y sus subtipos no llega a desarrollarse, al menos en la forma que se
nos ha transmitido este texto. Además de los modelos poéticos relativos a los distintos tipos de
himnos, este primer tratado cita los mismos que ensalzaba la Segunda sofística (Isócrates,
Platón, Jenofonte, etc.), a los que añade otros del propio movimiento (Elio Aristides sobre todo,
pero también Dión de Prusa, etc.) y sus recomendaciones coinciden con los elogios que
conservamos fruto de esos autores sofísticos.
El Tratado II consiste en la sucesión de los distintos tipos de discurso sin orden ni
conexión entre ellos. Además, las distintas familias de manuscritos que nos han transmitido la
obra no siempre coinciden ni en los discursos recogidos ni en el orden de los mismos. Algunas
referencias internas pueden ofrecer cierto orden relativo (como a partir de 413.8-14 y 435.16,
donde se indica que la monodia precede al consuelo), pero aún así una distribución definitiva
resulta problemática. Se detallan en este Tratado II discursos de carácter público, como el
encomio al emperador, denominado discurso imperial (368-377), en el que debe predominar el
uso de la amplificación y la comparación; el discurso de llegada (dedicado a la ciudad natal, a
otra a la que se llega o a un nuevo gobernador, 377-388); de partida (elogio de la ciudad de la
que se parte, 430-434); de salutación (elogio de las acciones de un gobernador, 414-418);
sobre la concesión de una corona (centrado en la corona y en la gloria del emperador, 422-
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423); de embajada (en favor de una ciudad que se halla en una situación difícil, sigue las
indicaciones ya mencionadas del discurso sobre la corona, 423-424); de invitación (para invitar
a un gobernador a una celebración, 424-430); y el himno a Apolo Esmintio (elogio de esta
divinidad, 437-446). Otros encomios tienen un destinatario privado acerca de temas variados:
sobre el epitalamio (relativo al matrimonio, celebra todos sus elementos, los novios, las familias,
la divinidad, el tálamo, etc., 399-405), sobre el lecho nupcial (muy breve, es una incitación a la
unión, 405-412); de cumpleaños (412-413); la monodia (se lamenta y compadece de la muerte
en distintas situaciones, 434-437); de consuelo (para consolar sirven los mismos argumentos
mencionados en la monodia, añadiendo el tratamiento de los tópicos de la literatura de
consolación, 413-414); epitafio (en esta época conviene reducirlo al encomio, prescindiendo del
tradicional lamento y, en menor medida, del consuelo, 418-422). También contiene el Tratado II
la charla (λαλιά, 388-399) cuya utilidad reside en su aplicación tanto en el género epidíctico
como en el deliberativo, pues sirve para encomiar, vituperar, exhortar y disuadir. Esta charla es
breve, con un estilo sencillo, sin un orden fijo para su composición y de amplia y variada
temática (a un gobernador, a una ciudad, a sus políticos, de partida, de llegada, de despedida,
etc.). Además puede servir también de introducción a la verdadera declamación, como hacía
Luciano (προλαλιά) o Máximo de Tiro (διάλεξις). Los ejemplos que aporta Menandro bajo la
forma de charla son variados, como el encomio de un gobernador, de llegada, de partida, o de
despedida. Se define en este Tratado II cada tipo de discurso, las ocasiones en las que puede
emplearse, las diferencias formales y de contenido que se han producido a lo largo de la
historia, las partes de que consta cada tipo, la extensión y el estilo apropiado, los modelos
clásicos y, sobre todo, los de la Segunda sofística, con diversas ejemplificaciones, etc.
Son notables las diferencias entre los dos tratados, y la crítica suele considerar obra de
Menandro sólo el segundo, quizá anterior al que la tradición ha colocado en primer lugar.
Además parecen simplemente una recopilación de instrucciones sobre los discursos epidícticos
de fácil manejo y para una aplicación inmediata, que se divulgaría fácilmente dada su gran
utilidad y que nos ha conservado la forma en la que se practicaba la declamación en las
escuelas de retórica de la época.
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BIBLIOGRAFÍA
La traducción al español de los títulos de las obras aquí citadas se corresponde
normalmente con los editados por la colección de la Biblioteca Clásica Gredos, y en algunos
autores, dadas las distintas clasificaciones que su obra ha recibido, se han añadido además las
referencias numéricas de cada obra, con la intención de alejar al máximo cualquier posibilidad
de confusión.
Ediciones y Traducciones al español
Luciano: el texto griego puede consultarse en los Oxford Classical Texts a cargo de M.
D. MacLeod, Luciani Opera, I-IV, Oxford, 1972-1987; en Les Belles Lettres, por J. Bompaire
(Lucien. Oeuvres), vols. I-IV, París, 1993-2008; la edición bilingüe en la colección Alma Mater
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: Luciano. Obras, Madrid, 1962-2007 (vols. I
y II a cargo de J. Alsina Clota, III: M. Jufresa, F. Mestre & P. Gómez, IV: F. Mestre & P. Gómez,
VI: M. García Valdés). La traducción de la obra completa en la editorial Gredos en cuatro
volúmenes: Luciano. Obras, Madrid, Gredos, 1981-1992 (I: J. Alsina Clota & A. Espinosa
Alarcón, II: J. L. Navarro González, III: Juan Zaragoza Botella, IV: J. L. Navarro González).
Otras editoriales han publicado la traducción de obras sueltas, como Alianza Editorial (J.
Zaragoza Botella, Diálogos de los dioses, Diálogos de los muertos, Diálogos marinos, Diálogos
de las cortesanas, Madrid, 1987; C. García Gual, J. Curbera & J. Bergua, Relatos fantásticos,
Madrid, 1998), Akal (Mª C. Giner Soria, Elio Aristides, Discursos Sagrados. Luciano de
Samósata, Sobre la muerte de Peregrino y Alejandro o El falso profeta, Madrid, 1989), Cátedra
(Mª Teresa Amado Rodríguez, Luciano. Pleito entre consonantes. Pseudosofista o solecista,
Madrid, 2009). Elio Aristides: para el texto griego de sus discursos, F. W. Lenz - C. A. Behr,
Opera quae exstant omnia I-II, Leiden, E. J. Brill, 1976-1981. La traducción completa en la
editorial Gredos en cinco volúmenes: Elio Aristides. Discursos, Madrid, 1987-1999 (I: F. Gascó-
A. Ramírez de Verger, II: L. A. Llera Fueyo, III: F. Gascó, IV y V: J. M. Cortés Copete); los
Discursos sagrados pueden leerse también en la traducción antes citada de Mª C. Giner Soria.
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23 © 2010, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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