D E S E N A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A
¿DÓNDE TIENES LA CABEZA?
La mañana era apacible. Los últimos días del mes de mayo habían empezado a regalar a la
localidad de Soses un calor inusual que se reafirmaba de forma notable durante las noches. A los
habitantes de la población les empezaba a costar conciliar el sueño, puesto que en momentos
puntuales el bochorno era realmente insoportable. Roger se había armado de paciencia durante cuatro
noches seguidas y las había pasado en vela, estudiando duramente. El almanaque de su abuelo
indicaba que la luna llena dominaría los cielos de esas noches, con lo que su habitación quedaba,
además de por la lamparilla de mesa, iluminada por una luz generosa procedente del satélite natural del
planeta. Él era un estudiante infatigable, muy conocido en el instituto por su gran capacidad de sacrificio
y, durante la semana en la que se concentraban las pruebas finales que tenían que permitirle acceder a
la siguiente etapa educativa, quizá solo dormía diez minutos de las ocho largas horas en las que se
batía en duelo con los más variados libros: matemáticas, tecnología, física, literatura, geografía…
Armado con su inseparable lupa, un artilugio de potente lente que su abuelo le había regalado,
Roger analizaba con detenimiento las fórmulas químicas de los elementos que aparecían en las
ilustraciones de su libro. Además, estudiaba y revisaba con ansia las diferentes inflexiones de los
principales verbos irregulares en inglés y se peleaba con las complejas ecuaciones matemáticas que su
profesor les había anotado en la pizarra. Era una persona que enfocaba siempre con entusiasmo el
período de exámenes, pues sabía que obtener una buena nota era crucial y determinante para
conseguir una digna media aritmética con la que acceder a la selectividad. Su sueño era entrar en el
grado de Ingeniería Aeronáutica en Madrid, pero lo cierto es que la nota de corte era muy alta y, si
quería asegurarse una plaza, no podía permitirse el más mínimo error. Así, pues, tenía que
sobreponerse al sueño y proseguir duramente con su estudio personal para así dejar el listón bien alto
en su expediente del instituto de Seròs.
Roger había quedado profundamente impactado con la observación del primer alunizaje que
Collins, Armstrong y Aldrin habían llevado a cabo en la Luna en julio del año anterior. 1969 había
supuesto, sin lugar a dudas, un año de enorme progreso para la humanidad y se había convertido en un
referente para las aspiraciones del chaval, pues tras observar la pisada efectuada por Neil Armstrong
había decidido ya de forma firme llegar a ser también él, algún día, astronauta en nómina de la NASA.
Con los primeros rayos de sol, al alba, Roger, visiblemente cansado y un poco desorientado por
la falta de sueño, cerró los cuadernos de estudio y se dirigió a la cocina con la intención de reponer
fuerzas. Tras un generoso desayuno, pasó por la ducha rápidamente, pues el primer examen empezaba
en breve y tenía que desplazarse hasta el colegio.
Esa mañana no se dirigió a la parada de autocar. Incomprensiblemente, algún vecino vio pasar a Roger
de largo de la parada y dirigirse hacia la parte sur del pueblo. El muchacho se colocó pacientemente tras la
reja del colegio y esperó hasta que las campanas de la iglesia anunciaron las nueve en punto. Entonces,
con una sonrisa en los labios –perecía que aquel miércoles iba a ser el primero en entrar en clase-, observó
como el señor Pere abría el candado, accedió a las filas por la rampa, se colocó el primero en la fila de sexto
y entró en clase. Ocupó su antiguo pupitre y, cuando el maestro Ramon tomó asiento en su mesa, le saludó.
Inmediatamente, con cara de estupor e incredulidad, el docente le dijo, en un tono amable pero con una
cierta sonrisilla en los labios: <<Roger, mi querido antiguo alumno… ¿Dónde tienes la cabeza, hijo?>>
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