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1 Crítica de la Teoría del Diseño Inteligente
(Intelligent Design)
Autor: Santiago Collado
Profesor adjunto Facultad eclesiástica de Filosofía Universidad de Navarra Pamplona,
España Currículum Autor de las voces: Teoría de la evolución y Teoría del diseño
inteligente (Intelligent Design)
http://www.philosophica.info/voces/diseno_inteligente/Diseno_inteligente.h
tml
La teoría del “Intelligent Design” ha sido presentada por los científicos que
la defienden como una alternativa válida al Neodarwinismo. En este escrito,
además de presentar a grandes rasgos los puntos centrales de la teoría del
Diseño Inteligente, se explican los antecedentes históricos del debate que
ha surgido alrededor de ella, y se exponen algunas de las críticas científicas
y filosóficas más importantes que le han sido formuladas.
Índice
1. Antecedentes e historia
1.1. Creacionismo versus Darwinismo
1.2. Nacimiento y desarrollo del Diseño Inteligente
2. Ideas centrales del Diseño Inteligente
2.1. Complejidad irreductible de Michael Behe
2.2. Inferencia de diseño de William Dembski
2.2.1. Nociones implicadas en la inferencia de Diseño
2.2.2. El filtro de diseño
3. Críticas al Diseño Inteligente
3.1. Crítica científica
3.2. Crítica filosófica
3.2.1. Crítica epistemológica
3.2.2. Crítica teológico-metafísica
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4. Conclusión
5. Bibliografía
6. Recursos online
1. Antecedentes e historia
La compresión del Diseño Inteligente (Intelligent Design, ID) exige situarse
en el contexto en el que aparece. Dicho contexto es de pugna entre dos
visiones de la ciencia que se presentan como excluyentes. De una parte
estaría una ciencia a la que sus oponentes llaman naturalista. El motivo de
la oposición a este tipo de ciencia está en que ven su naturalismo como
equivalente a materialismo. Los que denuncian la existencia del naturalismo
científico sostienen que quienes hacen este tipo de ciencia no sustentan su
actividad sobre principios que son estrictamente científicos, sino que se
orientan por principios de carácter filosófico, ideológico o antirreligioso. La
alternativa propuesta sería una ciencia respaldada solamente por
“evidencias empíricas”, lo cual implicaría liberarla de la carga ideológica que
imponen los primeros y abrirla a la posibilidad de admitir fenómenos que no
se pueden explicar desde las simples leyes naturales pero de los que sí
tenemos evidencias. Esta última perspectiva es la que dicen defender los
principales promotores del “Intelligent Design” [Dembski 2001: 25-41].
Sin embargo, los científicos, cuando realizan su trabajo, no se debaten
normalmente en esta alternativa. Lo que ordinariamente hacen es aplicar
los métodos y técnicas propias de su disciplina para llegar a unos resultados
más o menos buscados. Por otra parte, es cierto que hay un grupo de
científicos que, al divulgar su ciencia, defienden unas posiciones netamente
materialistas y claramente beligerantes frente a la religión. Artigas y
Giberson ilustran suficientemente la existencia de este grupo de científicos
[Artigas 2007: 25-41]. Un científico que constituye un ejemplo
paradigmático de esta actitud es el inglés Richard Dawkins. El nacimiento
del ID y el trabajo de científicos divulgadores como Dawkins han avivado en
los últimos años un debate que es muy antiguo, incluso anterior a la
publicación del “Origen de las especies”. Lo que consiguió ese libro de
Darwin fue animar y desplazar el debate sobre el materialismo en la ciencia
al ámbito específico de la biología. Desde entonces, con distintos altibajos,
el enfrentamiento se ha mantenido vivo y, en este momento en Estados
Unidos, con un marcado protagonismo del ID.
Cuando nos referimos al Intelligent Design conviene distinguir entre el ID
como movimiento y, por otra parte, la aportación intelectual y
supuestamente científica que sus integrantes defienden. El movimiento
tiene una historia, unos antecedentes y unos objetivos que son
identificables. También son susceptibles de análisis científico y filosófico sus
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ideas. En lo que sigue, se tratará de delinear los diversos aspectos que
configuran la compleja realidad del Diseño Inteligente.
1.1. Creacionismo versus Darwinismo
El marco que sirve para encuadrar históricamente el Intelligent Design es el
que ofrece la pugna que han mantenido el Darwinismo y el Creacionismo
desde la misma aparición de la teoría de Darwin. El Origen de las Especies
mediante la selección natural de Charles Darwin contribuyó a poner en tela
de juicio dos pilares que los sectores más conservadores de la sociedad
norteamericana tenían como inamovibles: por una parte la autoridad
bíblica, y por otra, un modo de concebir la creación del mundo y la
aparición de las diversas especies estrechamente vinculado a la literalidad
de la narración del Génesis. El enfrentamiento entre la cosmovisión fundada
sobre los pilares aludidos, y la que se iba abriendo paso a través de la
naciente ciencia biológica, tuvo en Estados Unidos su propio itinerario. La
grieta cultural abierta en la sociedad por dicho enfrentamiento permanece
abierta y sigue dividendo hoy a la sociedad norteamericana [Giberson 2002:
1-12].
A lo largo del siglo XX aparecieron diversos grupos y movimientos que
trataron de salvar lo que el Darwinismo parecía estar demoliendo. Entre
1910 y 1915 el empresario californiano Lyman Stewart financió una obra
escrita con la que quería hacer frente a la nueva amenaza. Los doce
volúmenes que la formaban llevaron el título “The Fundamentals”. Ninguno
de sus autores vio entonces la necesidad de emprender una lucha abierta
para erradicar la enseñanza de la evolución de los centros docentes.
El momento clave en el que midieron sus fuerzas los recién nacidos
“fundamentalistas” y los defensores del Darwinismo fue un juicio celebrado
contra el profesor John Scopes, ampliamente conocido como el Juicio del
mono (Scopes Monkey Trial). Se acusaba a Scopes de enseñar la Teoría de
la Evolución contra una ley del estado de Tennesse. El resultado fue una
victoria legal del Fundamentalismo y una victoria real del Darwinismo: el
profesor fue condenado a una multa simbólica y la ley se mantuvo sin
posibilidad de ser recurrida a un tribunal federal.
En los años siguientes la biología experimentó notables avances. Destacan,
entre otros, los trabajos del genetista de origen ruso Theodosius
Dobzhansky, que en los años 30 publicó su libro más importante: Genetics
and the Origin of Species. Este biólogo contribuyó de una manera decisiva a
poner las bases para la unión de la genética y la biología tradicional. La
orientación de sus trabajos se continuó en los años sucesivos y dio lugar a
una síntesis entre genética y biología que ahora se conoce como la Teoría
Sintética o neo-Darwinismo.
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Un momento de gran importancia para la consolidación del neo-Darwinismo
como teoría dominante en el ámbito científico fue el descubrimiento de la
estructura del ADN, en 1953, por Crick y Watson. En ese momento se
puede decir que la totalidad de la comunidad científica respaldaba ya la
teoría sintética. La evolución darwiniana (el Neodarwinismo) se impuso
sólidamente durante la segunda mitad del siglo XX. En la medida en que el
Darwinismo era aceptado, y rechazadas las tesis de los Fundamentalistas,
también iba creciendo el malestar, incluso entre algunos científicos, que
veían cómo se imponía, junto con el Darwinismo, una visión de la
naturaleza predominantemente materialista y amparada por esa misma
ciencia.
En los años 70 y 80 ven la luz asociaciones y publicaciones que se hacen
eco de este malestar pero, a diferencia de lo que ocurre con las típicamente
creacionistas, el enfoque adoptado por un buen número de ellas pretende
ser realmente científico y no dependiente de la Biblia. Estas publicaciones y
grupos trataban de poner de manifiesto, desde la misma ciencia, las
lagunas e insuficiencias que esconden algunos argumentos defendidos por
no pocos evolucionistas [Giberson 2002: 198 y ss.]. Dos de los libros que
contribuyeron con más eficacia a suscitar recelos científicamente fundados
frente al Darwinismo fueron: El misterio del origen de la vida escrito por
Thaxton (químico), Bradley (ingeniero) y Olson (geoquímico) [Thaxton
1984], y Evolución: una teoría en crisis, escrito muy poco después del
anterior por Michael Denton, agnóstico y especialista en genética molecular
[Denton 1986].
Uno de los grupos formado entonces y que compartía el interés por el
estudio de las ideas contenidas en los libros mencionados, es el que,
durante los últimos años de la década de los 80 y principios de los años 90,
da lugar al Intelligent Design. Como es patente, el ambiente en el que nace
es de enfrentamiento entre posiciones teístas y ateas de carácter
materialista. Pero también en un clima en el que empiezan a esgrimirse
argumentos científicos contra el paradigma dominante en biología: el
Neodarwinismo.
1.2. Nacimiento y desarrollo del Diseño Inteligente
Desde el nacimiento del ID podríamos decir, de modo muy esquemático,
que la todavía breve pero densa historia del ID recorre tres fases. Cada una
de ellas la podemos asociar a un personaje que asume en ese momento el
protagonismo dentro del movimiento.
La primera es la de formación del movimiento: Phillip E. Johnson es su
protagonista. Johnson, abogado de prestigio en la década de los 80, ve en
las explicaciones darwinistas que se hacen en las publicaciones de entonces
–“El relojero ciego” de Dawkins, especialmente–, argumentos más propios
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de estrategias jurídicas que del ámbito científico. Johnson decide escribir un
libro en el que se propone hacer justicia a los argumentos darwinistas: su
título es “Juicio a Darwin” (Darwin on Trial). El libro se publica en 1991 y
alcanza un gran éxito editorial. Durante esta primera y breve fase de
formación, que se inicia el año en que Johnson conoce en Londres al resto
de los principales miembros del grupo –1990–, se formulan los objetivos y
las estrategias principales del Intelligent Design y se organiza formalmente
el movimiento. Los componentes asumen el papel de ser la “cuña” que
debería romper la hegemonía de la cultura materialista en la ciencia
contemporánea.
El inicio del segundo periodo puede situarse en el año 1996, el momento de
la publicación del libro Darwin’s Black Box [Behe 1996], escrito por el
profesor de bioquímica en la Universidad de Lehigh, Michael Behe. El éxito
del libro impulsó la difusión del movimiento y sus ideas en amplios sectores
de la sociedad norteamericana. La supuesta cientificidad de los argumentos
esgrimidos por Behe y el modo cuidado y persuasivo de presentarlos en su
libro es, sin duda, clave del éxito y de la amplia difusión que el movimiento
experimenta a partir de ese año.
Podría decirse que la tercera fase del historia del ID comienza con el final de
siglo, y caracterizarse como “la búsqueda de la identidad científica del
Intelligent Design”. En este intento está desarrollando también un papel
muy activo, desde el punto de vista de la epistemología, Stephen C. Meyer.
En sus escritos ha intentado determinar el estatuto científico del ID y
ponerlo en relación con el del Evolucionismo [Behe 1999: 151-211]. En esta
fase del movimiento, los primeros años del siglo XXI, en los Estados Unidos
se ha producido una verdadera explosión de publicaciones a favor y en
contra del ID. También esta etapa tiene un nombre: William Dembski. La
intensa actividad desarrollada por el omnipresente Dembski le ha permitido
salir al paso de prácticamente todas las objeciones que en estos años se
han puesto al Intelligent Design. Esta fase ha visto resurgir la guerra legal
por la enseñanza de la evolución y sus supuestas alternativas: ahora la
principal alternativa la constituye el ID. Sin embargo, hasta el momento
esta batalla ha dado como resultado la derrota del Intelligent Design en el
juicio sobre la legitimidad de la enseñanza del ID en distrito escolar de
Dover (Pennsylvania) en diciembre de 2005. También es justo decir que la
incidencia en el mundo científico de las ideas propugnadas por los
defensores del movimiento está quedando muy por debajo de las
expectativas que habían creado sus promotores en los años precedentes. En
un libro del 2004 Dembski afirmaba: «Día a día se fortalece mi convicción
de que el diseño inteligente está llamado a revolucionar la ciencia y nuestra
concepción del mundo» [Dembski 2006: 15]. El horizonte de Dembski es
realmente ambicioso. Pero los resultados obtenidos hasta el momento no
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parecen acompañar la convicción del principal defensor del movimiento en
la actualidad.
El juicio de Dover ha supuesto un duro revés para los objetivos del ID como
movimiento. En cualquier caso, sus principales miembros parece que
mantienen intacta su agenda y continúan en la guerra por alcanzar sus
metas. Podríamos decir que sus previsiones incluyen tres importantes
pasos:
1. Mostrar la insuficiencia del Darwinismo como teoría científica.
2. Afirmación del ID como única alternativa posible.
3. Encontrar el modo de confirmar científicamente el punto 2.
Alcanzar la aceptación del ID como alternativa científica al Darwinismo es,
obviamente, el gran reto que tienen planteado. Dembski detalla todo un
plan para conseguirlo [Dembski 2006: 364 y ss.]: establecer un catálogo de
hechos fundamentales que confirmaran las tesis del ID, conseguir una red
de investigadores y medios para sacar adelante proyectos específicos,
disponer de medidas objetivas de progreso del ID como programa de
investigación científica, elaboración de un currículum académico del Diseño
para poder ofrecer cursos consistentes con las ideas del ID. Conseguir esto
último sería para Dembski restaurar un mercado libre en el mundo de las
ideas científicas. Considera que actualmente el Darwinismo constituye un
monopolio que asfixia la deseada libertad en la ciencia.
Dembski es consciente de que el objetivo de fondo del movimiento, un
cambio de paradigma científico, está lejos de ser alcanzado pero, por otra
parte, parece realmente sincero su convencimiento de que esta meta se
alcanzará si se sigue el camino que él mismo ha delineado. La pretensión de
provocar un cambio de paradigma científico –en el sentido que Kuhn diera a
esta palabra–, debería estar sustentada sobre sólidos pilares: “La presente
obra puede ser considerada por tanto como un manual capaz de reemplazar
un paradigma científico anticuado (el Darwinismo) por otro nuevo
paradigma (el Diseño Inteligente) perfectamente preparado para poder
respirar, crecer y prosperar” [Dembski 2006: 17-18]. En lo que sigue
vamos a exponer, también de manera breve, las ideas fundamentales que
constituyen, según sus promotores, la base sobre la cual construir el edificio
de un nuevo paradigma científico.
2. Ideas centrales del Diseño Inteligente
Las dos ideas centrales sobre las que se apoya la pretensión del ID de
convertirse en un nuevo paradigma científico son: la noción de complejidad
irreductible, expuesta por Behe con amplitud en La caja negra de Darwin, y
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la de complejidad especificada, expuesta por Dembski en multitud de
escritos. El primero y más importante, que recoge el trabajo desarrollado en
su tesis doctoral, y donde se contienen las ideas fundamentales que
sustentan estas nociones es: The Design Inference [Dembski 1998]. A
continuación se expondrán de una manera descriptiva y breve dichas ideas.
2.1. Complejidad irreductible de Michael Behe
«La teoría de la evolución se ocupa de tres materias diferentes. La primera
es el hecho de la evolución; esto es, que las especies vivientes cambian a
través del tiempo y están emparentadas entre sí debido a que descienden
de antepasados comunes. La segunda materia es la historia de la evolución;
esto es, las relaciones particulares de parentesco entre unos organismos y
otros (por ejemplo, entre el chimpancé, el hombre y el orangután) y cuándo
se separaron unos de otros los linajes que llevan a las especies vivientes. La
tercera materia se refiere a las causas de la evolución de los organismos»
[Ayala 1994: 17].
Hoy en día el Darwinismo, con todos sus perfiles actuales, es la teoría que
domina en el ámbito científico y que el mundo académico ha adoptado
como explicación más ajustada a los datos disponibles. Darwin es
considerado por la práctica totalidad de la comunidad científica como el
padre de la evolución en general. La mayoría de las teorías evolucionistas,
al menos es así para los defensores del ID, de una manera u otra, tienen en
común y remiten a las ideas básicas de Darwin. Hablar de evolución,
aunque no sea exactamente así, se puede decir que es hablar de
Darwinismo. Los ataques que se lanzan contra la evolución, en la mayor
parte de las ocasiones, son ataques lanzados contra la forma de ver la
evolución inaugurada por Darwin.
En el mundo natural, el que nos presenta nuestro conocimiento ordinario de
la naturaleza, encontramos una extraordinaria complejidad. Dicha
complejidad convierte en un desafío la explicación causal del “hecho” de la
evolución en toda su amplitud desde la perspectiva meramente darwinista,
entendiendo por tal, la teoría que explica como únicas causas de la
evolución las modificaciones al azar –sin ningún propósito especial– y la
selección natural. Pero desde nuestro conocimiento ordinario de la
naturaleza, también es cierto que es difícil negar que los complicados
sistemas biológicos puedan haber llegado a su estado actual como fruto de
los mecanismos darwinianos ayudados por el transcurso de grandes
cantidades de tiempo. En la actualidad la ciencia nos permite afirmar, con
suficientes garantías, que estos mecanismos tienen valor explicativo –han
servido incluso para hacer predicciones– en la llamada microevolución. No
parece que haya, sin embargo, tanto acuerdo ni evidencia empírica
suficiente para afirmar lo mismo con la macroevolución. Este es uno de los
hechos más explotados por los antievolucionistas.
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Michael Behe sostiene que si no se conoce la constitución de los seres vivos
en sus partes más elementales no estamos en condiciones de poder afirmar
o negar en ellos la evolución darwiniana. La biología ha trabajado hasta
prácticamente nuestros días, según Behe, con “cajas negras” de las que se
sabe lo que hacen, pero no cómo lo hacen, cómo se han formado y cómo
están constituidas o estructuradas internamente. Esta es la situación en la
que trabajaron y sacaron sus conclusiones Darwin, y también sus
opositores. Según Behe, la Bioquímica está permitiendo desvelar el
contenido de dichas cajas y, por tanto, ha puesto a la ciencia en condiciones
de dar respuestas a los problemas que hace pocos años estaban fuera de
nuestro alcance. Por tanto, para Behe, es la bioquímica, la disciplina que él
cultiva, la que nos pone en condiciones de abordar el enigma de la
evolución.
Hay dos momentos inseparables en la tesis que extrae Behe de su
investigación a nivel bioquímico. En primer lugar parece descubrir que el
Darwinismo es incapaz de explicar un cierto tipo de complejidad que
podemos apreciar en los seres vivos. En segundo lugar afirma de manera
neta que sólo el diseño ofrece una explicación satisfactoria para dicha
complejidad. Aun más, según Behe podemos llegar a afirmar
científicamente la existencia de diseño en algunos sistemas biológicos que
encontramos en la naturaleza formando parte de los seres vivos. La
cuestión ahora es ¿qué tipo de complejidad es la que nos permite afirmar el
diseño y a qué tipo de diseño se refiere Behe?
La clave con la que da unidad a los dos momentos señalados y la que
supuestamente le va a permitir la demostración científica de diseño es la
noción de Complejidad irreductible (CI). Behe la caracteriza en su primer
libro de la siguiente manera: «Con la expresión sistema irreductiblemente
complejo me refiero a un solo sistema compuesto por varias piezas
armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la
eliminación de cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar»
[Behe 1996: 60]. En publicaciones posteriores se han hecho algunos
refinamientos de esta definición. Dembski, por ejemplo, discute esta
caracterización y propone algunos ajustes que buscan hacer posible la
determinación de la complejidad irreductible sin ambigüedades [Dembski
2002: 279-289]. Para los objetivos de este trabajo es suficiente tener
presente la definición original.
El ejemplo preferido por Behe cuando explica esta noción es el de la trampa
de ratón. En ella encontramos un conjunto de piezas que interactúan de
acuerdo con un diseño bien específico para alcanzar un fin que es también
muy preciso. Nadie que vea cómo funciona la trampa de ratón pone en
duda que aquel instrumento ha sido pensado y construido para cazar
ratones. Queda fuera de toda duda, como ocurre con cualquier otro
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artefacto, que la disposición en el sistema de las piezas que lo componen no
ha sido fruto del azar. Se descarta también, por su probabilidad
prácticamente nula, que el sistema se haya formado gradualmente y como
consecuencia de una serie de pasos intermedios que han ido mejorando el
sistema por un mecanismo de tipo darwiniano: o están todas y cada una de
las piezas dispuestas en el orden previsto o el sistema no funciona. No hay
mejora gradual posible respecto a un supuesto antecesor porque,
sencillamente, la trampa no cazaría ratones de ninguna manera.
La trampa de ratón constituye para Behe un ejemplo diáfano de
complejidad irreductible. Lo que resulta más importante destacar en esta
caracterización, y en el ejemplo que la acompaña, es que la determinación
de irreductibilidad deriva de que se asume que cada una de las piezas del
sistema tiene un carácter elemental, es decir, no está compuesta a su vez
por otros elementos, o si lo estuviera, deberíamos poder a su vez
determinar su complejidad irreductible de esa pieza componente. Es decir,
cabría admitir una jerarquía de niveles de sistemas y subsistemas, pero la
clave de la aplicabilidad de la caracterización radica en tener la capacidad
de poder llegar en el análisis a las “piezas elementales” o átomos del
sistema.
La pregunta que se hace el autor de La caja negra es, precisamente, si
existe algún sistema biológico del que se pueda afirmar con certeza
científica que posee complejidad irreductible, es decir, que no se ha podido
alcanzar de una manera gradual: cambios pequeños que supongan ventajas
competitivas y selección natural. Es una pregunta que de tener respuesta
afirmativa iría directamente contra el núcleo de la teoría darwiniana. La
posibilidad de responder a esta cuestión depende de si podemos aplicar la
caracterización de complejidad irreductible, y esto será posible si somos
capaces de «enumerar todas las partes del sistema y conocer una función»
[Behe 1996: 70]. Conviene insistir en la importancia que tiene la condición
de que las partes enumeradas sean “elementales”, de la misma manera que
las piezas de la trampa del ratón lo son para el conjunto de la trampa.
Uno de los sistemas en los cuales, según Behe, es posible determinar la
existencia de complejidad irreductible es el flagelo bacteriano. En la bacteria
que lo posee, el flagelo funciona de una manera parecida a un pequeño
motor incorporado en su organismo que le permite propulsarse en diversas
direcciones. Su estructura, que contiene unas treinta proteínas distintas,
recuerda la de un auténtico motor de los que poseen las embarcaciones. Si
una sola de esas proteínas es desactivada por una mutación genética el
motor ya no servirá para impulsar a la bacteria.
El grado de análisis al que podemos llegar en ejemplos como el anterior,
llevan a Behe a pensar que la bioquímica moderna nos está permitiendo
llegar hasta los “ladrillos” con los que están formados todos los seres vivos.
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La ciencia nos permite, por tanto, llegar a descubrir qué hay en el interior
de la “caja negra”, poder desvelar los “mecanismos” mediante los cuales
dichas “piezas” se relacionan entre sí. Con palabras del mismo Behe: «Por
extraño que parezca, la bioquímica moderna ha demostrado que la célula es
operada por máquinas: literalmente, máquinas moleculares. Como sus
equivalentes artificiales (ratoneras, bicicletas y naves espaciales), las
máquinas moleculares van desde lo simple hasta lo sumamente complejo:
máquinas mecánicas que generan energía, como en los músculos;
máquinas electrónicas, como en los nervios; y máquinas de energía solar,
como en la fotosíntesis. Desde luego, las máquinas moleculares están
hechas de proteínas, no de metal y plástico» [Behe 1996: 75]. Behe asume
que las piezas de las máquinas moleculares son sólo piezas, y su
comportamiento está perfectamente determinado. El tornillo es sólo tornillo
y se comporta como tornillo que es: une de la manera prevista las piezas
que le corresponden dentro del sistema. Según Behe, y este parece que es
el punto clave de su propuesta, la bioquímica nos permite hoy en día
equiparar un sistema biológico y una complicada maquinaria humana de la
que conocemos sus entresijos. En su propuesta, lo que hemos llegado a
conocer son los tornillos que componen la compleja “mecánica” molecular.
En un nuevo libro escrito unos diez años después de “La caja negra”, Behe
mantiene la validez de su noción de complejidad irreductible y aprovecha el
avance experimentado por la bioquímica y la genética en los años que lo
separan del primero para reafirmar las tesis principales de su primer libro.
En el último, a través de la exposición de distintos sistemas biológicos, trata
de establecer los criterios que permiten determinar cuándo los sistemas
biológicos pueden tener una explicación darwinista y cuándo hay que
admitir que dichos sistemas son producto de diseño inteligente. Esto último
para Behe equivale a determinar cuándo el Darwinismo llega al límite de su
poder explicativo [Behe 2007].
2.2. Inferencia de diseño de William Dembski
Dembski afirma que la noción de complejidad irreductible es un caso
particular de una noción más general que él llama complejidad especificada
[Dembski 2002: 251-252]. Sobre el tipo de información que contiene un
sistema que ostenta dicha complejidad descansa la inferencia de diseño que
propone Dembski. Para él toda la causalidad que encontramos en cualquier
sistema, natural o no, podemos clasificarla en tres categorías: necesidad,
contingencia, y diseño. Dicho esquema podría contrastarse y ofrece un
cierto paralelismo con el esquema causal aristotélico. Para Dembski, el
diseño como causa se correspondería, en el modo en que se infiere a través
del sencillo algoritmo propuesto por él, con la actualización de la noción de
causa final aristotélico-tomista [Dembski 2001: 173-174]. Esta última ha
sido siempre la base de uno de los argumentos empleados por la filosofía
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clásica para demostrar la existencia de Dios: el de la finalidad. El cambio de
causa final por diseño y el deseo de mantenerse dentro del más estricto
ámbito científico lleva a Dembski a hablar, en lugar de un Dios ordenador
del universo, de un genérico diseñador del que poco más se puede decir
salvo que posee una inteligencia planificadora.
Dembski piensa que la causa final fue arrojada del ámbito científico con la
aparición de la teoría darwinista, y que la inferencia de diseño a la que llega
partiendo de la noción de complejidad especificada no hace sino recuperar,
actualizada, dicha causa perdida. El problema que él se plantea por tanto es
la posibilidad de afirmar la existencia de diseño en un sistema de una
manera empírica. La respuesta que ofrece es que el diseño se puede inferir
científicamente y el modo de hacerlo es mediante el filtro de diseño.
2.2.1. Nociones implicadas en la inferencia de Diseño
Las tres nociones claves para poder inferir el diseño son: contingencia,
complejidad y especificación.
La contingencia es expresión de la existencia de una posibilidad real de ser
o no ser en el mundo físico. Tiene que ver, por tanto, con la noción clásica
de potencia y, consiguientemente, con la noción de causa material. Esto
último no lo explicita Dembski que ilustra la existencia de contingencia de
diversas maneras. Dice, por ejemplo, que la disposición sobre el tablero de
unas fichas de ajedrez no se puede reducir o deducir de sus formas, del
mismo modo, la imagen de la tinta en el papel no se puede reducir a las
propiedades químicas de la tinta. Estos ejemplos son bastante ilustrativos
de lo que Dembski quiere decir con contingencia.
La noción de complejidad está directamente relacionada, al menos en una
primera aproximación, con la probabilidad. Se trata, por tanto, de la
caracterización de complejidad más sencilla: un sistema cualquiera es
complejo si son muchas las posibles configuraciones que puede adoptar su
estructura, es decir, si éstas ocurren en un espacio de probabilidad grande.
Será tanto más complejo cuanto mayor es el espacio de probabilidad. Un
ordenador sería un sistema complejo ya que tiene muchos elementos y
pueden estar unidos de maneras muy diversas (aunque solamente una, o
unas pocas, funcionen).
La tercera noción que Dembski implica en la inferencia de diseño es la de
especificación. La especificación tampoco es una noción original de
Dembski. Como él mismo menciona, la noción de complejidad especificada
fue empleada por primera vez en 1973, por Leslie Orgel, en su libro The
Origins of Life. También, en el “libro de 1999 The Fifth Miracle, Paul Davies
identificó la complejidad especificada con la clave para resolver el problema
de la vida” [Dembski 2006]. No obstante, Dembski desarrolla con
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abundantes matices esta noción con el fin de conseguir la formalidad que
requiere una inferencia de diseño rigurosa y científica. Este autor considera
que dicha noción es «crucial» [Dembski 2006: 87] dentro del esquema de la
inferencia de diseño. En sus libros ofrece una explicación analítica de las
cinco condiciones que son necesarias para afirmar la complejidad
especificada en un sistema [Dembski 2006: 88 y ss.]: Complejidad
probabilista; patrones condicionalmente independientes; recursos
probabilistas presentados bajo dos formas: de replicación y de
especificación; una versión especificacional de complejidad aplicable a
patrones; un límite a la probabilidad universal. El enunciado de estas
condiciones, aunque no se expliquen aquí, sirve para mostrar el grado de
matización que da Dembski a la noción.
Lo importante para hacerse una idea de su propuesta se podría resumir
sumariamente diciendo: un sistema posee complejidad especificada cuando
podemos determinar, en la ocurrencia de un suceso dentro del conjunto de
todos los eventos posibles del sistema que estemos estudiando, un patrón
que se pueda describir “a priori” respecto a dicha ocurrencia. Es clave
entender lo que se quiere decir con la expresión “a priori”, porque precisar
su significado es lo que persiguen todos los matices introducidos por
Dembski. Es importante para los objetivos de Dembski entender que el “a
priori” no lo es en sentido temporal. En este punto es donde el autor del
esquema que estamos explicando se juega su validez y oportunidad, pero
analizarlo en detalle alargaría excesivamente este discurso. Uno de los
ejemplos expuestos por Dembski puede servir muy bien para ilustrar esta
noción.
Si vemos que un conjunto de flechas han caído muy cerca de un grupo de
blancos, podemos pensar que esas flechas no se han clavado allí de una
manera casual, sino que han sido dirigidas por la puntería del arquero. Hay
un patrón “a priori” para poder inferir lo atinado del arquero. Este patrón,
determinado por la proximidad de las flechas a los blancos, restringe los
lugares en los que pueden caer las flechas a unas áreas concretas. Es obvio
que ver las flechas cerca de los blancos no me serviría para determinar
nada si el arquero primero dispara las flechas y después marca los blancos.
A esta última posibilidad Dembski la llama fabricación. El “a priori” quiere
dar cuenta de que dicho patrón debe ser describible independientemente de
la ocurrencia de los eventos en estudio. Se trata de poder decir lo que debe
ocurrir sin necesidad de saber lo que ha ocurrido. Es entonces cuando
podemos decir que disponemos de una especificación o, en su caso, un
sistema de complejidad especificada en el sentido en que habla de ella
Dembski.
2.2.2. El filtro de diseño
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De las tres nociones anteriores, la que suscita más interrogantes en relación
a la pretensión de Dembski de la determinación de diseño, es la tercera. No
obstante, si aceptamos la validez de las tres nociones precedentes podemos
dar el siguiente paso y establecer el modo de determinar la existencia de
diseño tal como lo concibe Dembski. El filtro de diseño es un sencillo
algoritmo que, supuesta la posibilidad de determinar si un sistema cumple
con lo que las tres nociones anteriores
expresan, permite concluir si el sistema
ha sido diseñado o no.
Esquemáticamente puede explicarse
con el diagrama que reproducimos aquí.
El esquema es suficientemente
ilustrativo de cómo se aplica el
algoritmo propuesto como filtro de
diseño. En conclusión, según Dembski,
podemos afirmar que un sistema
cualquiera ha sido diseñado cuando
somos capaces de determinar que dicho sistema es simultáneamente:
contin-gente, complejo y especificado.
3. Críticas al Diseño Inteligente
3.1. Crítica científica
El ID contiene elementos analizables y discutibles desde el punto de vista
científico, filosófico y teológico. Para la crítica de carácter científico son
pertinentes los comentarios de Francis S. Collins, científico de reconocido
prestigio y director del proyecto Genoma. Sus análisis son adecuados y no
resulta sospechoso de ser un enemigo ideológico del ID. Por el contrario,
Collins afirma que no juzga la sinceridad y seriedad de las posiciones
mantenidas por los defensores del ID, afirma textualmente: «Desde mi
perspectiva como genetista, como biólogo, y como creyente en Dios, este
movimiento merece una seria consideración» [Collins 2006: 183]. Collins
hace una crítica del ID desde el punto de vista científico y, más brevemente
pero también de forma explícita, desde la perspectiva de la teología (él es
cristiano evangélico). Incluye además en sus comentarios breves
observaciones de carácter epistemológico que están encuadradas en su
crítica científica.
La posición científica de Collins frente al ID es compatible con la que hacen
otros muchos científicos como Francisco J. Ayala [Ayala 2007] o Kenneth R.
Miller [Miller 2007], que fue llamado como testigo por la parte demandante
contra el ID en el juicio de Dover, y que se ha declarado públicamente
14
católico. También, en cuanto crítica puramente científica, es compatible con
la que hacen otros personajes como Richard Dawkins o Peter Atkins, ambos
antirreligiosos militantes. Estos últimos van más allá de una crítica
meramente científica porque muchos de sus argumentos están cargados de
ideología materialista y explícitamente antirreligiosa. Los argumentos de
Collins, por el contrario, se pueden considerar representativos de las críticas
hechas al ID desde diversas instancias estrictamente científicas.
Collins aborda directamente el argumento principal del ID contra el
Darwinismo, la complejidad irreductible, desde la autoridad que le da ser un
especialista de prestigio en el ámbito en el que dicho argumento se mueve:
la química de la vida. Las objeciones del director del proyecto Genoma
frente al ID podríamos resumirlas en los dos puntos siguientes:
1. El ID sigue siendo marginal dentro de la comunidad científica [Collins
2006: 187]. Hasta el momento no ha tenido el impacto que sus defensores
pronosticaban. El peso de esta objeción es enorme. Una posible
caracterización trivial –sólo en apariencia– de ciencia sería la de constituir la
actividad desarrollada por los científicos. Se trata, ciertamente, de una
caracterización circular: son científicos porque hacen ciencia, es ciencia
porque la hacen los científicos. Pero esa circularidad es completamente
insalvable. El ID tiene ciertamente simpatizantes pero, como el mismo
Dembski reconoce, no han conseguido incidir en la comunidad científica en
el modo de hacer la ciencia: no han conseguido moverla aunque sí hayan
provocado multitud de debates de carácter filosófico o religioso. Así lo
expresa Dembski: «Aunque los proponentes del diseño inteligente han
realizado una labor realmente buena con su creación de un movimiento
cultural, no podemos anotar demasiados éxitos del diseño inteligente en el
haber de los logros científicos» [Dembski 2006: 364]. Esta afirmación, por
otra parte, no parece restar un ápice de optimismo a su autor, que
considera que conseguirlos es una cuestión de tiempo. Collins piensa que no
es verosímil que el motivo por los que existe rechazo al ID en la comunidad
científica sea, sencillamente, que constituye un desafío a Darwin, es decir,
al paradigma dominante.
2. Con el paso del tiempo los científicos van descubriendo caminos a través
de los cuales podrían haberse formado los sistemas que los defensores del
ID consideran como irreductiblemente complejos. Collins examina
brevemente tres ejemplos de los que Behe presenta en su libro “La caja
negra de Darwin”: el sistema de coagulación de la sangre, el ojo y el flagelo
bacteriano. Hay que decir en defensa de Behe que el caso del ojo es
presentado en su primer libro como ejemplo de sistema muy complejo, pero
no de ser irreductiblemente complejo. Esto no parece tenerlo en cuenta
Collins en su exposición en la que equipara este ejemplo con los otros dos.
Behe indica en su libro que el mismo Darwin aludió a la posibilidad de
15
explicar la formación del órgano de la vista mediante pequeños cambios y
selección natural. Esa sugerencia parece hoy bastante verosímil. Para los
otros dos casos, Collins describe brevemente un mecanismo genético que
abre las puertas a una explicación evolutiva de ambos sistemas: la
duplicación genética. Este mecanismo, según Collins, está bien establecido
y admitido científicamente.
Con el mecanismo de la duplicación genética se podría explicar la formación
de sistemas que ostentan una presunta complejidad irreductible. Pero esa
explicación, en la actualidad, dista mucho de ser una descripción –aunque
sea poco detallada– de cómo ocurrieron las cosas, sino más bien se trata de
una conjetura verosímil de cómo en el ser vivo pueden aparecer funciones
antes inexistentes, con aumento de complejidad, y donde siguen teniendo
un papel principal los mecanismos darwinianos. En cualquier caso, Collins
tampoco parece muy convencido de que algún día se encuentren
exactamente los pasos que han llevado a la formación de dichos sistemas.
Pero el que no se sepan o no se lleguen a saber nunca esos pasos no
significa que no se hayan recorrido. Sencillamente podría significar que no
hemos encontrado ningún rastro o pista para determinarlos y,
consiguientemente y con más motivo, que no los hemos podido reproducir
en el laboratorio. En definitiva, podríamos resumir esta objeción diciendo
que cada vez parece más cercana la posibilidad de explicar, de una manera
“verosímil”, la formación gradual de sistemas que reciben la consideración
de irreductibles por parte de los defensores del ID. En algunos de esos
sistemas, algunos de los pasos se han encontrado. Si esta “explicación
verosímil” llega a ser científica o no, dependerá de lo que exijamos a una
explicación para considerarla científica y de hasta donde alcancemos a
explicar. Esto nos lleva a la objeción que Collins plantea al ID de carácter
epistemológico y a otras críticas hechas contra el ID de carácter filosófico.
3.2. Crítica filosófica
3.2.1. Crítica epistemológica
Collins afirma que «todas las teorías científicas representan un marco que
permite dar sentido a un conjunto de observaciones experimentales. Pero la
utilidad principal de una teoría no es la de mirar hacía atrás sino la de poder
predecir» [Collins 2006: 187]. Es aquí donde este autor ve uno de los
principales problemas del ID para poder ser considerado como disciplina
científica. Esta apreciación estaría incluida en un examen de la cientificidad
del ID llevado a cabo en un contexto más amplio, el que se podría hacer si
se contrastara el ID con las reflexiones que Mariano Artigas ha hecho sobre
la actividad científica en muchas de sus publicaciones. Para Artigas la
ciencia es una actividad difícilmente encuadrable en un conjunto reducido
de reglas o en una simple definición. Lo que sí se puede afirmar cuando se
hace ciencia en el sentido actual de la palabra, según Artigas, es la
16
existencia de una cierta unidad de método. Así lo afirma él mismo: «Una
cuestión que se plantea frecuentemente en la epistemología es la siguiente:
¿existe un método científico general, común a las diversas ciencias
experimentales y a cada una de sus disciplinas? Ciertamente, hay alguna
unidad de método. Como hemos visto, todas las ramas de la ciencia
experimental tienen un objetivo común, con un doble aspecto, teórico y
práctico. Y esto se traduce en una exigencia metodológica: en concreto,
siempre se busca establecer relaciones entre los enunciados teóricos y la
experimentación, de modo que esos enunciados puedan someterse a control
experimental» [Artigas 1999: 147].
El control experimental se corresponde precisamente con la capacidad de
“predecir” lo que va a ocurrir con un sistema cuando se le somete a unas
condiciones suficientemente determinadas. La predicción avalada por la
contrastación experimental es una característica que los epistemólogos más
importantes consideran esencial al método científico. Es precisamente en
este punto donde inciden las críticas al ID de científicos como Collins.
Si para explicar la formación de un ser vivo o una nueva estructura de un
ser vivo nos vemos obligados a recurrir a la intervención de causas ajenas a
las leyes naturales, es decir, si hubiera que recurrir a causas intencionales o
inteligentes para explicar cierto tipo de complejidades naturales, se podría
decir que la posibilidad de predecir, es decir, la predicción basada en la
determinación de regularidades quedaría en suspenso. Volveremos más
adelante sobre esta objeción desde otro contexto.
Estas dificultades tan serias, y otras que discurren paralelas a estas que
también poseen carácter epistemológico, no han sido pasadas por alto,
como es lógico, por los defensores del ID. Una respuesta amplia a estas
objeciones es formulada, por ejemplo, por Stephen Meyer [Behe 1999: 151-
212]. No tenemos aquí espacio para analizarla en detalle. Meyer entra de
lleno en el clásico problema de la demarcación de la ciencia y trata de
equiparar metódicamente el ID con el Darwinismo. Para conseguirlo, sus
argumentos intentan diluir y quitar fuerza a los diversos criterios de
demarcación que se han formulado a lo largo del tiempo. Equiparando ID
con Darwinismo desde el punto de vista metódico, si se considera ciencia a
uno habría que hacer lo mismo con el otro. Esta estrategia, en realidad,
busca conseguir para el ID el anhelado reconocimiento de científico que
tanto se le resiste, pero alimentando la confusión.
La confusión metódica parece estar instalada en distintos niveles del
discurso en los defensores del ID y también en algunos de sus oponentes.
En lo que respecta al Intelligent Design, de este punto se lamentan
Giberson y Artigas en la introducción al libro sobre los Oráculos de la
Ciencia. Son muy contundentes en sus afirmaciones: «Los proponentes del
ID defienden que este conflicto –Darwinismo vs. ID– es entre teorías
17
científicas rivales y que, por mor de tener la mente abierta y de jugar
limpio, ambas explicaciones deberían ser enseñadas. Este planteamiento
parece generoso y apela a la honestidad del americano. Pero es una
pretensión falsa. No hay teoría científica del Intelligent Design» [Artigas
2007: 14]. En este caso el motivo aducido por Giberson y Artigas es
precisamente la confusión metódica que introducen en su discurso los
defensores del Diseño Inteligente. Citan la afirmación de Dembski en la que
dice que el ID es tres cosas: un programa de investigación científica que
investiga los efectos de causas inteligentes, un movimiento intelectual que
desafía al Darwinismo y una vía para entender la acción divina. A esto, los
autores de Oracles of Science responden que es imposible abordar con éxito
las tres tareas a la vez, es decir, con el mismo método. Dembski defiende
que el ID es la intersección de ciencia y teología, y a esto responden
Giberson y Artigas: “entonces el ID no es ciencia” ¿Por qué? «Las modernas
ciencias empíricas –física, química, astronomía, biología– no tienen
intersección con la teología» [Artigas 2007: 14-15]. En este punto esta
posición se encuentra plenamente de acuerdo con la defendida, por
ejemplo, por el biólogo darwinista Francisco Ayala: «propiamente
entendidas, la ciencia y la fe religiosa no están en contradicción, ni pueden
estarlo, puesto que tratan de asuntos diferentes que no se superponen»
[Ayala 2007: 15].
Es cierto que también se podría acusar al Darwinismo de no tener el
respaldo experimental que se exige al ID. Pero dicho respaldo, como
argumenta Ayala [Ayala 2000] coherentemente con lo que defiende Collins,
no implica la obligación de tener el respaldo del laboratorio y del
experimento como ocurre con la Física o la Química, sino sólo poder dar
sentido a un conjunto de hechos de experiencia y la posibilidad de hacer
predicciones suficientemente concretas, en base a la teoría, respecto a lo
que nos vamos a encontrar en los sistemas estudiados. No cabe duda que
en esto aventaja el Darwinismo al ID, que no parece ofrecer herramientas
para hacer este tipo de predicciones.
Parece claro que el contexto en el que nace el ID y el objetivo que lo anima
desde el principio –la reacción frente al materialismo defendido por algunos
en nombre de la ciencia–, es una causa importante de que incurra en la
mencionada confusión metódica. El núcleo de dicha confusión podríamos
decir que se centra en la superposición de dos planos de racionalidad que
están íntimamente relacionados pero que, a la vez, deben distinguirse. Esta
distinción nos lleva a dar un paso más en la argumentación filosófica,
concretamente nos conduce a la metafísica.
3.2.2. Crítica teológico-metafísica
Si entendemos la teología como una disciplina que trata de profundizar en
el conocimiento de Dios partiendo de la revelación divina y con la razón
18
iluminada por la fe, podríamos decir que el ID no entra en diálogo con ella
directamente. El ID repite insistentemente, aunque a veces lo desmiente
con afirmaciones como las de Dembski reproducidas anteriormente, que no
presuponen nada que no venga dado por la experiencia empírica respecto a
la inteligencia que diseña los sistemas. Afirman, por tanto, que su punto de
partida es la experiencia empírica y se rechaza, además, la adhesión a una
fe previa. Entre sus filas militan personas de credo diverso. La mayoría son
cristianos protestantes, hay también católicos, y cuenta con algunos no
creyentes.
El ID, en cambio, tiene conexión clara con una teología natural, es decir,
con la que se ocupa del conocimiento de Dios que podemos desarrollar con
la exclusiva ayuda de los principios racionales y sin la ayuda de la fe. Pero si
tiene conexión con la teología natural, también la tiene con la teología
basada en la revelación. Los desarrollos que esta última hace son también
racionales y asumen todo lo que podemos conocer sobre Dios con las
fuerzas de la razón. Nos interesa en este punto, por tanto, abordar un
análisis del ID desde el punto de vista de la Metafísica, sabiendo que esa
crítica tiene eco teológico en los dos sentidos anteriormente aludidos.
Amplios sectores de la sociedad norteamericana, y no sólo los de origen
fundamentalista, han acogido con júbilo el nacimiento del Diseño
Inteligente. Parece lógico que sea así ya que el ID combate el materialismo
difundido desde la ciencia, supuestamente con las mismas armas que los
materialistas: la ciencia. Esta tarea la está realizando, además, de una
manera más convincente y seria que el antiguo Creacionismo Científico. No
es extraño, por tanto, que los defensores del ID se sorprendieran cuando
algunos notables representantes de la filosofía tomista no compartieron con
ellos el mismo entusiasmo y, lo que parecía más extraño aún a los
miembros del ID, que incluso ofrecieran una visión crítica más bien negativa
del ID. Un tomista como Michael W. Tkacz narra la perplejidad que Meyer le
manifestó cuando constató que no contaba con el apoyo para su causa de
“los tomistas” como él. Tkacz llega a afirmar: «A pesar de sus afinidades
culturales y religiosas, aquellos que hacen filosofía en la tradición tomista y
los que se han dedicado al movimiento ID, se encuentran en las caras
opuestas del tema crucial de la naturaleza de la acción divina» [Tkacz 2007]
Un exponente del tomismo que ha trabajado en la relación entre ciencia,
filosofía y religión, William Carroll, ha abordado la crítica del ID desde la
perspectiva de la filosofía tomista. Lo que sigue constituye un análisis de los
problemas que plantea el ID en el nivel filosófico aprovechando las ideas
centrales de la crítica de Carroll [Carroll 2000: 319-347].
Los científicos y/o divulgadores de la ciencia materialistas desafían de una
manera abierta, y con el supuesto apoyo de la ciencia, las nociones
tradicionales de naturaleza, naturaleza humana y Dios. Para Carroll dicho
19
desafío es el resultado de un problema fundamental: confundir el orden de
explicación biológico y el filosófico. Estos autores no admiten la distinción
ampliamente desarrollada por Tomás de Aquino entre el ámbito de la
creación y el de las ciencias naturales. De esta manera confunden el orden
de las transformaciones materiales con el de la creación entendida como
donación del ser de la nada. Para los materialistas la noción de creación
queda al margen de lo racional y forma parte de una fe a la que, por
supuesto, no dan crédito. En cambio, para Tomás de Aquino, la noción de
creación no requiere la fe, aunque sea ésta la que nos ha dado las pistas
para descubrirla y desarrollarla racionalmente. Para el Aquinate la noción de
creación pertenece a la metafísica y la fe intervendría en la solución de una
cuestión a la que nosotros no llegamos a dar una respuesta racional: la
creación del Universo en el tiempo. Parece claro que la distinción entre la
noción metafísica de creación y la noción de creación en el tiempo es
solidaria de la distinción entre los dos órdenes señalados. Los autores
materialistas se mueven intelectualmente en el orden de las
transformaciones y, consiguientemente, parece lógico que rechacen la
noción de creación. Pero esta creación sería entonces la noción de creación
en el tiempo sobre la cual también S. Tomás pensaba que no era
racionalmente demostrable.
Esta confusión en la noción de creación dio origen desde su formulación
metafísica a numerosos problemas que todavía no nos han abandonado. El
núcleo de todos ellos es la confusión de órdenes mencionada y ya se
planteó de una manera abierta en la Edad Media. Sucintamente se podría
expresar así: si Dios es omnipotente y capaz de crear, entonces la ciencia
de lo real no es posible. La raíz de esta afirmación nace precisamente de lo
que se entiende por crear. Si la noción de crear es la que comparece en la
expresión creación en el tiempo, entonces nos estamos moviendo en el
orden de las transformaciones y, en consecuencia, se encuentra un cierto
conflicto entre la actividad de Dios que crea y la actividad de los agentes
causales naturales que ejercen su influjo siempre en el ámbito de las
transformaciones materiales.
S. Tomás, por el contrario, entendía la noción de creación como un acto
radical del ente que, por así decir, le acompaña siempre, que no se
distancia en el tiempo porque da el ser. La dependencia del ente respecto
de su Creador es completa y trasciende el tiempo como medida o número
del movimiento. Cuando la creación se entiende de esta manera no hay
conflicto entre la actividad de Dios y la actividad de las criaturas.
Tradicionalmente, a la acción causal de Dios se le ha denominado causa
primera, mientras que al resto de los agentes causales se les ha llamado
causas segundas. Esta distinción quiere dar cuenta de la existencia de dos
órdenes de causalidad compenetrados y de su no incompatibilidad. Cada
causa actúa en su orden y sin interferencias.
20
Es indudable que la noción de creación, junto con las nociones necesarias
para su desarrollo filosófico –la de acto de ser y esencia, por ejemplo, o la
de causa primera–, han presentado muchas más dificultades a lo largo de la
historia de la filosofía que las derivadas de la simple consideración de las
transformaciones materiales. La aceptación de que la noción de creación es
inteligible y, consiguientemente, perteneciente propiamente al ámbito de la
razón, no ha sido siempre pacífica y ha encontrado resistencias desde el
mismo momento en que fue formulada.
Un ejemplo, al que hace referencia Carroll, de los problemas que surgen por
una comprensión insuficiente de la noción de creación o, de manera
equivalente, por la confusión de planos que estamos comentando es ya
explícito, por ejemplo, en Averroes. Para el autor musulmán del siglo XII
habría incompatibilidad entre la omnipotencia de Dios y la existencia de las
ciencias de la naturaleza. Averroes rechazaba la doctrina de la creación de
la nada. Si Dios interviene con su omnipotencia en la naturaleza, entonces
quedarían en suspenso las regularidades que hacen posible las ciencias
naturales. Es claro en este autor el conflicto entre la causalidad de Dios y
las causalidades que estudian las ciencias de la naturaleza, las que después
serían llamadas causas segundas. Es el mismo problema que subyace en la
aparición del nominalismo.
La noción de creación de Tomás de Aquino da una clara respuesta a este
problema: Dios actúa, es omnipotente porque es causa del ser en cuanto
creado de la nada, lo cual no entra en conflicto con el ejercicio de la
causalidad propia de las criaturas, que ejercen su influjo causal según su
naturaleza y sin ningún obstáculo o corrección por parte del Creador. Para
Tomás de Aquino, la acción divina no sólo no es incompatible con las causas
segundas sino que las sustenta respetando su modo de causar propio. La
acción divina es entendida en un nivel de racionalidad distinto al que es
propio de los métodos de las ciencias naturales. El esquema desarrollado
por Tomás de Aquino elimina el conflicto de intereses causales y, además,
realza la omnipotencia de Dios que es capaz de dar el ser a entidades que
son a su vez causas reales. De modo que podemos decir que todo efecto
procede de Dios como causa primera trascendente, y también, total e
inmediatamente de las criaturas como causas segundas.
Las dificultades que surgen hoy en día en la articulación de la ciencia y la
religión son una reedición de las que ya aparecen en la Edad Media y nacen,
según Carroll, del olvido de las mencionadas distinciones tan finamente
trazadas por Tomás de Aquino. Además, los conflictos expuestos se
agrandan cuando se sitúan en un contexto en el que se defiende la verdad
de los contenidos de la Sagrada Escritura entendiéndolos en un sentido
literal. Podríamos decir que este tipo de lectura alimenta la confusión de los
dos órdenes causales explicados.
21
La confusión de los dos órdenes tiene matices propios con relación a la
explicación que se hace a veces, desde la Física, del origen del Universo.
Carroll señala que en la actualidad hay filósofos –William Lane Craig, por
ejemplo– que defienden que el Big-Bang es una confirmación de la doctrina
de la creación de la nada. En realidad dicha teoría es una explicación de una
fase, ciertamente singular, de la historia del Universo, pero no deja de ser
una explicación científica. Desde la ciencia no se puede afirmar o negar
nada que corresponda al nivel de la causa primera cuyo influjo, que no es
causal en el sentido en el que lo entiende la ciencia, se extiende a todo lo
que es, precisamente por el hecho de ser. Habría que dar la razón a
Averroes en la afirmación de que las ciencias naturales quedarían en una
situación precaria, si se admitieran singularidades ocurridas en la naturaleza
–por ejemplo el Big-Bang– sobre las que no se aceptara otra explicación
que la intervención directa de Dios. Admitir intervenciones extraordinarias o
singulares de Dios para iniciar o guiar los procesos naturales, es decir, en el
nivel de las causas segundas, sería cerrar puertas a la ciencia tal como hoy
se entiende y practica con tanto éxito.
Carroll afirma sobre el ID, a la luz de la distinciones explicadas, que el
diseñador del que habla Behe no es el Creador de Tomás de Aquino. El
discurso desarrollado por el ID se mueve en el nivel de las llamadas causas
segundas. En realidad, con esta afirmación Carroll no contradice lo que
defienden los promotores del ID ya que, como hemos visto, ellos no afirman
que sea Dios el diseñador al que llegan, aunque tampoco lo niegan: la
posibilidad, por así decir, queda abierta para quien así lo quiera pensar por
motivos subjetivos. El ID habla de causas o agentes inteligentes, pero no
identifican a estas causas necesariamente con Dios. En cualquier caso,
después de lo expuesto más arriba, defender positivamente que el
diseñador del ID es Dios supondría concebir un Dios muy pobre y, desde
luego, como afirma Carroll, no sería en absoluto el Dios del que nos habla
Tomás de Aquino, el Dios de la teología. Parece claro que dejar
simplemente abierta esta posibilidad es ya una forma de moverse en una
cierta confusión de planos u ordenes causales.
Carroll sostiene que una cosa es la “propuesta epistemológica” del ID:
afirmar que hay singularidades que no sabemos explicar, y otra distinta la
“propuesta ontológica”: admitir que no poder explicar esas singularidades
implica la existencia de un diseñador inteligente que las ha producido. En
base a esta distinción Carroll defiende, y en esto coincide con otros muchos
como el mismo Collins, que el ID es una versión moderna y sofisticada,
basada en fenómenos biológicos, del argumento para la demostración de la
existencia de Dios llamado “Dios de los agujeros”. En este caso se trata de
una versión especial, porque en realidad el ID no reclama necesariamente la
intervención de Dios, sino la de un agente del que sólo se afirma que es
22
inteligente y que, como tal, actúa en un nivel distinto al nivel de las leyes
naturales.
Hay, además, una importante diferencia entre la noción de “complejidad
irreductible” y el clásico argumento del “Dios de los agujeros“, aparte del
hecho de que lo que se postula en el ID no es a Dios sino a un agente
inteligente. Lo que dice Behe, por ejemplo, no es que no sepamos cómo
está hecho tal o cual sistema y entonces llenamos ese hueco de nuestro
conocimiento postulando una intervención ajena a las leyes naturales, sino
que las leyes naturales nos llevan a negar la posibilidad de llenar el hueco.
Lógicamente si esa afirmación fuera correcta, la única alternativa posible
sería la intervención de un agente ajeno a dichas leyes. La disyuntiva se
plantearía de esta manera en un nivel estrictamente científico. Nos topamos
entonces en la extraña situación de que, supuestamente, desde la ciencia se
estarían defendiendo tesis opuestas. Parece claro que, o bien los que
defienden ambas alternativas (ID y evolucionismo materialista) están
haciendo algo más que ciencia, o bien se están apoyando en una ciencia
metódicamente insuficiente. Esto último sí daría la razón a los que acusan al
ID de ser un “tapa agujeros”. Si se trata de tener en cuenta lo que la
ciencia puede decir sobre la alternativa planteada, entonces no tenemos
más remedio que remitirnos a la discusión de la crítica científica de Collins
del apartado anterior. Pero retomaremos este punto más adelante.
La objeción de la distinción entre causas primera y segundas, como es
natural, no ha pasado tampoco desapercibida a los defensores del ID.
William Dembski la afronta en uno de sus libros, pero de una manera
sumaria y superficial. La reduce a una mera estrategia de los teístas para
poder afirmar el diseño dejando abierta la posibilidad a la ciencia de
mantenerse en un naturalismo metodológico. Dembski afirma lo siguiente:
«En general, la distinción entre causas primeras y segundas hace la acción
divina invisible para la ciencia. Esta distinción es en última instancia lo que
se esconde tras las estrategias populares para establecer la paz entre
ciencia y religión, tal como el NOMA (Non-Overlapping Magisteria) de
Stephen Jay Gould (…). Todas estas maniobras de los evolucionistas teístas
para poner en consonancia la acción divina con la ciencia, dejan intacto el
contenido de la ciencia, incluida la teoría evolucionista darwiniana. De este
modo, cuando utilizan estas maniobras para atribuir diseño a ciertas
características del mundo, lo hacen a pesar de la ciencia y no por causa de
ella» [Dembski 2006: 300].
Aunque, como hemos visto, Tomás de Aquino tenía presente el problema de
la compatibilidad de la acción divina con las causas naturales, no parece,
incluso por el momento histórico en que se formula por vez primera, que en
el Aquinate sea una simple estrategia para resolver dicho problema. Para
empezar, la ciencia entonces no tenía la misma consideración que en la
23
actualidad. Tomás de Aquino trata mas bien de racionalizar la difícil noción
de creación. Parece que Dembski no distingue bien lo que implica la
existencia de esos dos niveles de causalidad y cómo se relacionan. Y es
manifiesto el empeño de Dembski, como ocurre con el resto de los
miembros más importantes del movimiento, de que la discusión
permanezca en el ámbito científico, es decir, dentro de lo puramente
empírico: no parece servirle ningún diseño que no se pueda afirmar desde
la ciencia.
Dembski dice: «Según esto [la distinción entre causas primera y segundas],
Dios, la causa primera, emplea causas segundas, como los procesos
ordinarios de la física y la química, para ejecutar los propósitos divinos»
[Dembski 2006: 299]. Aquí se pone de manifiesto que en realidad no
distingue dos niveles reales de causalidad, sino más bien una simple
diversidad de causas –incluida la causa primera– que actúan en un mismo
plano ontológico causal: el de las transformaciones. Para Dembski, y
teniendo en cuenta el modo en que explica aquí esta distinción, Dios
cumpliría con sus propósitos o fines en el mundo, según el mismo esquema
causal aplicado en el ámbito de las transformaciones materiales, sirviéndose
de los procesos físico-químicos y ocultando su mano al hacerlo: Dios emplea
–employs es la palabra que utiliza en la versión original [Dembski 2004:
264]– las causas segundas. No queda claro en su breve explicación cómo es
posible hacer esto: emplear y ocultar su mano. No es ésta la argumentación
tomista. Lo que parece claro es que Dembski piensa que Dios, de hecho, no
oculta su mano al tratar de cumplir sus fines y, por tanto, no habría en
realidad posibilidad de establecer esa estratégica distinción en el tipo de
causalidad que sería, consecuentemente, artificiosa.
En la defensa contra la objeción de la confusión de órdenes de causalidad,
Dembski acusa recibo de que se plantea la objeción, pero en realidad no
aborda toda la carga filosófico-metafísica que la objeción lleva consigo. La
argumentación de Dembski frente a ella es coherente con la pretensión del
ID de hacer solamente ciencia y, por tanto, de permanecer en el terreno de
las transformaciones materiales. Pero la no consideración del nivel
correspondiente a la causa primera hace que las tesis que se sostienen
desde esa perspectiva presenten multitud de problemas: se deja a Dios
fuera del discurso pero se introducen agentes inteligentes y necesarios que
están, por tanto, en un nivel superior a lo natural; se deja de lado la
intervención de Dios, pero se mantiene la necesidad de ejercer una
actividad que podría ser de su competencia si alguien, subjetivamente, lo
estimase oportuno. En definitiva, se intenta permanecer en un plano, el
científico empírico, pero en realidad se recurre también a otro plano
superior que es necesario para explicar todo lo que la experiencia nos
muestra en el primero.
24
Coherentemente con la distinción de dos ámbitos en el ejercicio de la
causalidad, Carroll comparte con autores como Peter Hodgson [Hodgson
2005: 126], Marie George [George 2002] o Mariano Artigas, la tesis de que
es necesario distinguir sin separar tres ámbitos metódicos: ciencia, filosofía
y religión. Esta es una de las tesis principales del libro La mente del
Universo, en el que Artigas sostiene que la filosofía desempeña una
importante e insustituible función de puente entre la ciencia y la religión: no
hay “intersección” entre ciencia y religión sino a través de la filosofía
[Artigas 2000: 40 y ss.; 2004: 169]. Parece necesario afirmar con estos
autores que, ciertamente, las ciencias son competentes para dar razón de
los cambios que ocurren en el mundo natural, lo cual no significa que todo
en la naturaleza pueda ser explicado en términos científicos. Explicar lo que
es el mundo natural reclama respuestas tanto a las ciencias empíricas como
a la filosofía, y en este caso particular, a la filosofía de la naturaleza.
Cuando se trata de explicar la naturaleza en su globalidad, el intento de
permanecer en la ciencia empírica que es defendido tanto por los
evolucionistas materialistas, como por sus oponentes los defensores del ID,
es lógico que de lugar a incoherencias e incluso aporías.
Dembski, no obstante, parece encontrar respuestas a todas las objeciones
que se le plantean. De fondo, el escudo con el que se protege de todas ellas
es que el ID se mueve exclusivamente en un plano científico empírico y que
no dicen, como sí hacen sus oponentes, nada que no venga dado por la
experiencia científica. Son los hechos los que les llevan a la conclusión de la
existencia de sistemas diseñados inteligentemente. Cuando se examinan
muchos de los argumentos defendidos por el ID, en particular los de Behe,
que son los que se refieren directamente al mundo de los seres vivos,
vemos que efectivamente se mueven dentro del ámbito científico. En
cambio, es discutible la cientificidad del salto hasta el diseño a partir de
dichos argumentos. Pero, además, la ciencia no es una: no admite un
método único. La reducción que las ciencias introducen en el estudio de sus
objetos implica que la realidad no se puede estudiar con un solo método. En
la exposición de la noción de Complejidad Irreductible ha quedado
suficientemente manifiesto que la perspectiva que emplea Behe podría
recibir la calificación de mecanicista. Ese enfoque, que lleva a explicar todo
lo que ocurre en base a los elementos componentes del sistema y sus
interacciones (perspectiva bottom-up) no tiene por qué ser valida para
explicar todo o incluso la mayoría de lo que ocurre en el conjunto de la
naturaleza y, en particular, en el mundo de la vida.
El empeño por mantenerse en el ámbito de lo empírico que profesan los
defensores del ID les lleva, de un modo particular a Behe, a mantenerse
dentro de la perspectiva mecanicista. Curiosamente, aunque aquí ya no
podamos desarrollar esta afirmación, pero así lo piensa también Carroll
[Carroll 2003: 77], por ejemplo, esa perspectiva, la mecanicista, es
25
compartida por sus oponentes. Quizá parte del esfuerzo del ID por
mantenerse en ese plano sea consecuencia del afán de combatir el
materialismo científico con sus mismas armas, de poder demostrar que con
su método no se puede ser materialista. Efectivamente, el ID es un ejemplo
de cómo partiendo de los presupuestos asumidos por los materialistas
afloran aporías que no tienen solución dentro de dicho método. Encuentran,
por así decir, fisuras al materialismo desde dentro.
Las tesis materialistas no son propiamente científicas sino que son
ideología, como señala acertadamente Ayala: «la ciencia no implica el
materialismo metafísico» [Ayala 2007: 178]. A los defensores del ID no les
importa calificarlas de filosofía, aunque sería más exacto calificarlas de
ideología. El problema es que los defensores del ID tampoco resuelven el
problema desde sus pretendidos presupuestos, es decir, desde la ciencia
empírica: de hecho no pueden hacerlo. Tienen que recurrir a agentes
inteligentes, y ese recurso habría que considerarlo, desde los sus supuestos,
una confusión de planos. Quizá no sea una confusión entre causa primera y
causas segundas, pero sí entre diversos niveles de racionalidad. No se
trataría ya sólo de una omisión de la metafísica o de la filosofía de la
naturaleza, sino incluso de la adopción de un método científico que no sería
adecuado para estudiar un tipo de problemas particulares que exigirían un
método científico diverso: concretamente uno adecuado para describir los
problemas que afectan a los fenómenos vitales. El problema se agrava más
aún si se introducen en el discurso términos como inteligencia, que el ID
maneja con profusión pero sin que al final ofrezca realmente una
caracterización de ella. Es claro que desde una perspectiva mecanicista
hacerlo sería imposible. Lo que hacen es asumir una noción de inteligencia
que no es sino la vía de escape a la aporía a la que lleva el método
mecanicista empleado. Se podría decir incluso que lo que hacen es ofrecer
una caracterización mecanicista de lo que es la inteligencia, con el
reduccionismo que esto comporta.
4. Conclusión
En el recorrido que acabamos de hacer hemos pasado más o menos cerca
de temas que están relacionados con los problemas que suscita el
Intelligent Design. El debate suscitado por el ID es interesante y fructífero
porque, aunque sus propuestas estén desenfocadas e induzcan de hecho a
confusión, constituyen un desafío al materialismo y obligan a replantearse
cuestiones que ya se habían dado por supuestas o se pensaban resueltas
sin estarlo verdaderamente.
El problema de la demarcación de la ciencia y su alcance en la comprensión
de la realidad, la necesidad de cultivar una filosofía de la naturaleza que no
es idéntica ni a la metafísica ni a las ciencias experimentales y el problema
del materialismo que se difunde con demasiada frecuencia en nombre de la
26
ciencia, son algunos de los temas suscitados por las propuestas del
Intelligent Design, que han ido compareciendo a lo largo de este tratado.
Las dificultades planteadas por el ID reclaman a filósofos y científicos que
dirijan su atención una vez más a nociones como las de materia, finalidad,
causalidad, espacio y tiempo, movimiento o vida. Nociones que son
propiamente filosóficas, que tienen relevancia para la religión, y que deben
sustentarse en la experiencia que tenemos del mundo natural. Una
experiencia que se ha visto enriquecida en los últimos siglos de una manera
excepcional gracias a la ciencia.
2 El Vaticano desacredita el Diseño Inteligente
http://www.microsiervos.com/archivo/ciencia/vaticano-desacredita-disenio-
inteligente.html
Imagino que no servirá de nada, porque los defensores del Diseño
Inteligente son, y nunca mejor dicho que en este caso, más papistas que el
Papa, pero este martes L'Osservatore Romano, el diario oficial de la Santa
Sede, publicaba un artículo de Fiorenzo Facchini, un profesor de biología
evolucionista en la Universidad de Bolonia en el que explica las bases
científicas de la teoría de la evolución y dice que esta «representa la clave
para interpretar la historia de la vida en la Tierra.»
El artículo critica a continuación al Diseño Inteligente y sus defensores,
quienes hacen una interpretación literal de la biblia camuflada entre
lenguaje científico, pues para el autor sus argumentos no tienen nada que
ver con la ciencia sino con su ideología y dice que no hay nada que
justifique que se enseñe Diseño Inteligente junto con la teoría de la
evolución y que eso «sólo crea confusión entre los planos científico,
filosófico y religioso.»
Pero, barriendo al final para casa, también critica a aquellos que piensan
que Darwin lo explica todo y dice que «en una visión que va más allá del
horizonte empírico, podemos decir que no somos hombres por casualidad ni
por necesidad, y que la experiencia humana tiene un sentido de dirección
señalado por un diseño superior,» lo que no deja de ser la versión light del
creacionismo que defiende el Vaticano.
3 EL DISEÑO INTELIGENTE
Javier de Lucas
http://platea.pntic.mec.es/jdelucas/diseno.htm
¿Qué es el Diseño Inteligente? La teoría del Diseño Inteligente se gestó dentro
de los entornos críticos con la teoría de la evolución durante los años 80. La
27
primera gran contribución al desarrollo del Diseño Inteligente vino de la mano
de Michael Denton, un bioquímico australiano, investigador titular de la
Universidad de Otago, en Nueva Zelanda. En sus dos obras principales:
Evolution: a theory in crisis y Natures destiny, planteaba la idea de que la
complejidad del mundo natural no podía ser explicada mediante la acumulación
de cambios aleatorios. Sobre todo en su segundo trabajo, Denton afirmaba que
nuestro entorno natural parecía estar diseñado• expresamente para albergar
la vida.
LAS PRINCIPALES POSICIONES FILOSÓFICAS
Creacionismo: Defiende que el universo fue creado en seis días, según el
capítulo 1 del libro bíblico del Génesis, que cada una de las especies biológicas
es el resultado de un acto particular de creación divina. Quienes sostienen esta
teoría usan la Biblia como libro de ciencia y no saben distinguir bien entre
mitología, ciencia, géneros literarios, etc. No aceptan el azar o la casualidad en
el universo, sino que creen que todo lo que sucede lo proyectó Dios hasta el
grado que nada, por muy insignificante que sea el hecho, ocurre sin un
propósito del Creador.
Evolucionismo o darwinismo: Defiende
que la evolución de las especies biológicas
se produce por selección natural de los
individuos y se perpetúa por la herencia.
Unas formas de vida van evolucionando a
otras más complejas desde los primeros
microorganismos que surgieron en el agua
del mar, todo ello a lo largo de millones de
años y a través de herencia genética,
selección natural de los más fuertes y
cambios ocurridos por casualidad. Esta teoría se inició con Charles Darwin en
el cercano siglo XIX.
Diseño Inteligente (D.I.): Defiende que Algo / Alguien / Una Inteligencia / Dios
/ ha creado el universo con un diseño inteligente implícito, con unas leyes tan
particulares, precisas, puntuales, minuciosas y exactas a todos los niveles que
sin tal precisión sería imposible que las estrellas se hubieran formado; que la
Tierra estuviese a la distancia justa del sol como para posibilitar su vida; que
los cinturones de Van Allen, compuestos de cargas eléctricas, rodeen tan
equilibradamente nuestro planeta haciendo de escudos protectores contra las
partículas de radiación transportadas por el viento solar; que la luna esté tan
gemelo-hermanada a la Tierra de una forma tan exacta y crucial para el
desarrollo de las condiciones vitales; o que la variedad de constantes
fundamentales del universo tenga una precisión tan justa y milimétrica, ya la
28
masa ya la carga de las partículas atómicas, etc., etc. Es decir, todo el diseño
universal, todas las leyes cósmicas, son tan perfectas, exactas y puntuales que
prácticamente resulta imposible que se hubiera formado todo lo existente por
puro azar o casualidad. ¿Tanta precisión para algo sin propósito ni finalidad?
En consecuencia, hay científicos que con los datos actuales de la física, la
cosmología, la biología o las matemáticas argumentan que lo más lógico es
deducir que tuvo que haber Algo / Alguien / Una Inteligencia / Dios / Un
Diseñador Inefable del universo detrás de toda esta inmensa realidad; un
Diseñador que diseñó de una manera tan inteligente su gran obra, que incluso
incluyó en el diseño la posibilidad de que después de millones y millones de
años se diera la vida y que poco a poco de esa vida surgiera la Vida
Consciente de sí misma y del universo, Vida Inteligente capaz de preguntarse
«¿por qué existe, con qué fin y el Diseñador?».
Según los partidarios del D.I., las ciencias aportan datos suficientes como para
sostener la tesis que detrás de la creación universal hay una Inteligencia que
diseñó o proyectó el universo con la posibilidad implícita de que surgiera en en
su interior vida capaz de ser consciente de sí misma y probablemente de ir a
más. Los defensores del D.I. aceptan la teoría de la evolución e incluso
admiten el azar o la casualidad, pero entendiéndolo como "mecanismo" del
mismo plan o diseño inteligente.
Es decir, a diferencia del creacionismo, que plantea el dabate en el foro de los
presupuestos «FE-CIENCIA», el Diseño Inteligente argumenta desde las
posiciones «CIENCIA-CIENCIA», aceptando en gran medida el evolucionismo
y su casualidad, no es en el sentido pesimista de la casualidad darwinista, sino
con el toque esperanzador u optimista de ver en ese azar o casualidad también
el propósito y la finalidad del Diseñador Inteligente.
Como dice uno de los principales científicos actuales propiciadores del D.I., no
comprometido con posiciones religiosas convencionales, el físico matemático y
profesor en el Centro Australiano de Astrobiología de la Universidad Macquarie
(Australia), Paul Davies: "Según el principio antrópico, las condiciones físicas
que hacen posible nuestra existencia se encuentran tan enormemente
ajustadas que es difícil pensar que nuestra existencia sea un simple resultado
del azar o de fuerzas ciegas". (...) "Pertenezco al grupo de científicos que no
suscriben ninguna religión convencional y, sin embargo, niegan que el universo
sea un accidente sin significado".
E igualmente piensa el matemático británico Roger Penrose, quien tomando en
cuenta las variables físicas intentó probar matemáticamente la respuesta a
estas preguntas: "¿Cuál es la posibilidad de que un universo que pasó a existir
por casualidad produzca organismos vivientes? ¿Una en billones de billones?
¿Una en trillones en trillones? ¿O una en una cifra aún mayor?" Según
29
Penrose, la probabilidad de que ello ocurra está en el orden de 1/1010123. Es
difícil imaginar lo que significa este número. En matemáticas, el valor de 10123
se expresa por un 1 seguido de ciento veintitrés 0 ?dicho sea de paso, es un
número mayor al de átomos que se cree existen en todo el universo, el cual
está calculado en 1078? , pero la cifra que nos da Penrose es mucho más
grande: un uno seguido de ciento veintitrés ceros. Matemáticamente, en
términos prácticos, una probabilidad de 1/1050 significa "probabilidad cero". El
número de Penrose es más de un billón de billón de veces menor a 1/1050. Es
decir, la probabilidad de que se origine por casualidad un universo como el
nuestro a partir del Big Bang es extraordinariamente menor a lo que se
considera probabilidad cero.
En resumen, el número de Penrose nos dice que la creación de nuestro
universo por "accidente" o "casualidad" es algo imposible. Los números que
definen el designio y propósito del equilibrio del universo, juegan un papel
crucial y exceden la comprensión. Es decir, con la ciencia en la mano, no con la
religión, hay científicos que prueban que de ninguna manera el universo es
producto de una casualidad.
Multiuniverso: Esta teoría científica proveniente de las matemáticas subraya
que el universo es uno entre millones de universos, por purá lógica matemática.
Sostienen que matemáticamente de un "Agujero negro" puede nacer otro
universo o numerosos universos. Tal manera de pensar se debe en parte al
físico matemático estadounidense Hugh Everett , quien a mediados del reciente
siglo XX formuló una tesis acerca de una multitud de mundos o universos
posibles. El Multiuniverso es una postura por la que apuestan bastantes
defensores del ateísmo científico ?aunque desde el D.I. podrían plantearles
que el Alguien / Algo / Diseñador Inteligente / sigue siendo válido tanto para la
hipótesis de diseñador de uno o de múltiples universos?
Hay quienes se acogen a esta postura científica para enfrentar o escapar a la
tesis que otros físicos o matemáticos tan científicos como ellos les presentan
sobre la imposibilidad de un "ajuste tan fino y exacto" en todas las leyes físicas
del universo (el llamado principio antrópico) sin un propósito o causa implícita.
Es decir, los partidarios del Multiuniverso defienden que toda esa exactitud
latente en este universo es por pura casualidad físico-material y no tiene por
qué darse en el resto de universos, según la multitud de fluctuaciones
cuánticas existentes en el vacío. Con esto desean poner a salvo la casualidad
o el azar, pues si bien en este universo nosotros existimos, en otros posibles
universos la casualidad haría que no existiéramos o que fuésemos de otra
manera distinta. Muchas preguntas objetoras e importantes se le pueden hacer
a esta teoría, empezando porque si experimentamos sólo una realidad, sólo un
universo, hablar de universos múltiples es parecido a hablar de la Nada o de
los ángeles o de la resurrección después de la muerte; sin embargo conviene
30
no coger a la ligera la hipótesis del Multiuniverso, dado que ésta conlleva la
posibilidad y el sentido de la realidad entrecruzada en todas direcciones por
otras realidades, planos, dimensiones o universos que son una posible
introducción a los viajes en el tiempo o a la teletransportación desde un lugar a
otro en el tiempo y el espacio. Mas esta hipótesis no tiene por qué estar reñida
necesariamente con la del D.I.
A veces hay ateos con teorías muy respetables que, al ser científicos
provenientes de las ramas que tienen el rango de ciencias por excelencia, se
consideran más científicos que nadie, sin percatarse que están creando
escenarios tan hipotéticos y de fe ?es el caso
de muchos partidarios del Multiuniverso? tan
imposibles de probar o más que el que
proponen los científicos del Diseño
Inteligente. No obstante hay que admitirles la
honorabilidad de reconocer que su teoría del
Multiuniverso no se puede probar.
CIENCIA O NO CIENCIA
En una elección llevada a cabo en
Pennsylvania durante el mes de octubre, los
votantes expulsaron a ocho miembros del
consejo del colegio local que deseaban que la
teoría del Diseño Inteligente se enseñara
junto a la evolución. Pero, ¿debería el Diseño Inteligente, la teoría de que los
organismos vivientes fueron creados, al menos en parte, por un diseñador
inteligente, y no por un proceso ciego de evolución por selección natural, ser
enseñada en los colegios públicos? Por un lado, la respuesta es bastante
simple: si es una teoría científica, debería ser enseñada; si no lo es, no debería
(bajo pena de vulnerar la Cláusula del Establecimiento). La cuestión, sin
embargo, es si el Diseño Inteligente (DI) es una teoría científica.
Sus oponentes rechazan las credenciales científicas del DI, diciendo que la
teoría es demasiado poco plausible como para poder calificar como científica.
Pero es un razonamiento falaz: una mala teoría científica sigue siendo una
teoría científica, así como un mal automóvil sigue siendo un automóvil. Puede
haber razones pedagógicas para eliminar las malas teorías científicas de las
escuelas, pero no hay razones legales. La constitución no contiene ninguna
prohibición sobre la enseñanza de malas teorías, o incluso por las que son
demostrablemente falsas. En tanto una teoría sea ciencia y no religión, no hay
ninguna barrera legal para enseñarla.
Para presentar su caso, los oponentes a la enseñanza del DI deben demostrar
no solamente que es una mala teoría, sino que no es ciencia. Esto implica una
31
cuestión mucho más complicada: ¿qué es ciencia? ¿Qué distingue a las teorías
genuinamente científicas de las que no lo son?
De una forma u otra, la cuestión ha preocupado a los científicos y a los filósofos
durante siglos. Pero se le dio una formulación explícita recién en la década de
1920 cuando Karl Popper, el más importante filósofo de la ciencia del siglo XX.
Popper lo llamó un problema de demarcación•, porque preguntaba como
demarcar la investigación científica y distinguirla de otras formas de
pensamiento (por más respetables que puedan ser por sí mismas).
Una de las cosas enfatizadas por Popper fue que el status científico de una
teoría no depende de su plausibilidad. La gran mayoría de las teorías
científicas resulta ser falsa, incluyendo los trabajos geniales como la mecánica
de Newton. Por otro lado, la historia de Adán y Eva podría ser una verdad
absoluta, pero si lo es, no es una verdad científica, sino otra clase de verdad.
De modo que, ¿cuál es la marca de la ciencia genuina? Para enfrentar esta
cuestión, Popper examinó varias teorías que consideraba inherentemente no-
científicas, pero que tenían un vago atractivo de ciencia en su entorno. Sus
favoritas eran la teoría marxista de la historia y la teoría de Freud sobre el
comportamiento humano. Ambas intentaban describir al mundo sin apelar a
fenómenos súper-naturales, pero que sin embargo parecían ser
fundamentalmente diferentes a, digamos, la teoría de la relatividad o a la teoría
genética. Lo que Popper notó fue que, en ambos casos, no había forma de
probar a los proponentes de la teoría que ellos estaban equivocados.
Supongamos que los padres de Jaime se mudaron muchas veces cuando
Jaime era un niño. Si Jaime como adulto también se muda mucho, la teoría
freudiana explica que esto era predecible, dado los patrones paternos de
comportamiento con los cuales Jaime creció. Si Jaime no se muda nunca, la
teoría explica, con igual confianza, que esto era predecible como una reacción
a las desagradables experiencias de Jaime durante su niñez sin raíces. De
cualquier forma, la teoría tiene preparada una respuesta y no puede ser
refutada. Del mismo modo, aunque buena parte de la historia parecía diferir
bastante del modelo de Marx, los marxistas introducirían siempre nuevas
modificaciones y excusas rebuscadas para su teoría, no permitiendo nunca que
pudiera ser demostrada como falsa.
Popper llegó a la conclusión de que la marca de la ciencia verdadera era su
falsibilidad: una teoría es científica únicamente cuando es posible refutarla.
Esto podría sonar a paradoja, ya que la ciencia intenta buscar la verdad, no la
falsedad. Pero Popper demostró que era precisamente ese deseo de ser
probada falsa, el estado mental crítico de estar abierto a la posibilidad de estar
equivocado, que lleva hacia el progreso hacia la verdad.
32
Lo que hacen los científicos al diseñar experimentos que comprueben sus
teorías es crear las condiciones bajo las cuales su teoría podría ser
demostrada como falsa. Cuando una teoría supera un número suficiente de
tales comprobaciones, la comunidad científica comienza a tomarla en serio, y
luego a considerarla como plausible.
Cuando Einstein presentó su teoría de la relatividad, lo primero que hizo fue
realizar una predicción concreta: predijo que cierto planeta debería encontrarse
en tal y tal lugar, aún cuando tal cosa no había sido observada nunca antes. Si
resultaba que el planeta no se encontraba allí, su teoría habría sido refutada.
En 1919, catorce años después del nacimiento de la Relatividad Especial, el
planeta fue ubicado exactamente donde él había dicho. La teoría había
sobrevivido a la comprobación. Pero la posibilidad de fallar, el deseo de
exponer la teoría a su refutación, era lo que en primer lugar la convertía en una
teoría científica.
Para vencer en el juego de la ciencia, una teoría debe ser sometida a muchas
comprobaciones y debe sobrevivir a todas ellas sin haber resultado falso. Pero
para ser admitida en el juego, la teoría debe ser refutable en principio, debe
haber un experimento concebible que probaría que es falsa.
Si examinamos al DI bajo esta luz, resulta bien claro que la teoría no es
científica. Es imposible refutarla, ya que si un animal muestra una
característica, sus proponentes pueden argumentar que el diseñador inteligente
hizo que fuera de esa manera, y si el animal muestra la característica opuesta,
los proponentes pueden explicar con igual confianza que el diseñador lo quiso
de aquella forma. Para el caso, es completamente consistente con el DI el que
la inteligencia suprema haya diseñado al mundo para evolucionar de acuerdo
con las leyes de la selección natural de Darwin. Dado esto, no hay un
experimento concebible que pueda probar que el DI es falso.
A veces se lamenta el hecho de que los proponentes del DI recuerdan a los
historiadores marxistas que siempre encontraban una forma de modificar y re-
encuadrar su teoría de modo que evadiera cualquier posible demostración de
su falsedad, y que nunca ofrezcan un procedimiento experimental por el cual
pueda demostrarse en principio que el DI es falso. Para mí, esta queja está
realmente demostrada. Pero el problema principal no está con la honestidad
intelectual de los proponentes del DI, sino con la naturaleza de su teoría.
Simplemente, la misma no puede ser llevada a realizar ninguna predicción
potencialmente falsa, y por lo tanto no puede ganar su entrada al juego de la
ciencia.
33
Más allá de Darwin
Una segunda e importante contribución, a principios de los 90, fue la del
abogado Philip E. Johnson, considerado uno de los padres fundadores del
Diseño inteligente, que en 1991 publicó su trascendental obra Darwin on trial
(Juicio a Darwin, University of Berkeley, California), una obra que pretendía
constituirse en refutación general del naturalismo filosófico, del cual, según él,
la teoría de la evolución no era más que una reformulación. La refutación de
Johnson en general no es esencialmente diferente de la de Denton, pero, a lo
largo de sus páginas, Johnson introducía por primera vez el concepto de
“Diseño Inteligente―. Sin embargo, no fue hasta la segunda mitad de la
década de los noventa cuando aparecieron dos trabajos seminales, que son a
fecha de hoy el fundamento de la crítica del Diseño Inteligente a la teoría de la
evolución.
Según el profesor de bioquímica de la Universidad de Lehigh, Pennsylvania,
Michael J. Behe, en su obra Darwin’s Black Box: the biochemical challenge to
evolution (La caja negra de Darwin: el desafío bioquímico a la evolución, The
Free Press, New York, 1996), en la naturaleza existen sistemas tan complejos
que no pueden explicarse por la acumulación gradual de pequeña mutaciones
aleatorias. Algunos de ellos requieren una estructura mínima para ser
funcionales. Es lo que Behe denomina sistemas irreduciblemente complejos•:
si a una trampa para ratones le quitamos la pequeña varilla que contiene el
muelle que finalmente disparará la trampa, deja de ser funcional y se
transforma en algo inservible. Es decir, la estructura básica de una trampa para
ratones funcional es un sistema irreduciblemente complejo, que no puede
disminuir su complejidad sin perder su función. La célula es un sistema
biológico de base bioquímica que es irreduciblemente complejo y que contiene
a su vez múltiples subsistemas irreduciblemente complejos, como el flagelo o la
cadena bioquímica de coagulación. Es ,en definitiva, algo que Charles Darwin,
por las limitaciones técnicas de su época, no pudo observar en detalle, tal y
como sí que puede hacerse hoy, y por eso Behe dice que la célula es la caja
negra• de Darwin.
Behe afirma que estos sistemas irreduciblemente complejos se explican mejor
por la acción de un agente inteligente externo que por la acción de un proceso
no dirigido como la selección natural.
Una explicación científica
Escasamente dos años después del trabajo de Behe, en septiembre de 1998,
el matemático de la Universidad de Baylor, William A. Dembski, publicó su
trabajo The design inference (La inferencia de diseño, Cambridge University
Press, 1998) dentro de la colección, editada por la Universidad de Cambridge,
titulada Cambridge Studies in Probability, Induction and Decision Theory. La
obra de Dembski responde a la pregunta de cómo podemos identificar un
suceso ocasionado por una causa inteligente y distinguirlo de uno ocasionado
34
por causas naturales no dirigidas. En otras palabras, si carecemos de una
teoría causal, ¿cómo podemos determinar si actuó o no una causa inteligente?
La respuesta que da Dembski es en realidad una filosofía de la probabilidad.
En su libro Dembski introduce lo que él denomina el filtro explicativo•, es decir,
un método por el cual el azar es descartado cuando un suceso altamente
improbable se ajusta a un patrón discernible, que se da independientemente
del evento en sí. Según Dembski, un patrón se da independientemente de un
suceso si podemos formular ese patrón sin información del suceso en sí.
Dembski denomina probabilidad específica• a la probabilidad concomitante
con un patrón determinado, y formula en consecuencia la Ley de las Pequeñas
Probabilidades: un suceso específico de baja probabilidad no sucede por azar.
Según Dembski, este concepto es útil a la hora de detectar diseño y por tanto
resulta de utilidad en múltiples
campos, como las ciencias
forenses, la investigación policial
o del fraude en los seguros, los
criptógrafos, los investigadores
del programa de búsqueda de
inteligencia extraterrestres, y
también para los teólogos que
afirman que la fina regulación del
universo busca posibilitar la vida
humana.
Para Dembski, el diseño• quiere
decir que no hay ni regularidad ni azar•. Si encontramos algo que no podemos
explicarnos aplicando una ley natural, y que tampoco tiene sentido explicar
como mero producto del azar, entonces eso debe obedecer al dis•. Decir que
algo está diseñado• equivale a decir que exhibe un cierto tipo de patrón, de
manera que Dembski propone un proceso de tres pasos para ir desde el
diseño• hasta el diseñador inteligente•: actualización, exclusión y
especificación. En uno de sus primeros artículos titulado Ciencia y diseño,
publicado en 1998, Dembski lo explica así:
¿Qué significa que un patrón es adecuado para inferir un diseño? Esto no
ocurre con cualquier patrón. Algunos patrones pueden emplearse con justicia
para inferir diseño mientras que otros no lo hacen. Es fácil aquí ver la idea
básica. Supongamos que un arquero se encuentra a 50 metros de una gran
pared, con el arco y las flechas en su mano. La pared digamos que es lo
suficientemente grande como para que el arquero irremediablemente acierte.
Supongamos ahora que cada vez que el arquero dispara una flecha, pinta un
círculo en torno a la flecha de manera que ésta queda en el centro. ¿Qué
puede concluirse de esta situación? Respecto a la puntería del arquero,
absolutamente nada. Sí, aparecerá un patrón, pero este patrón surge sólo
35
después de que la flecha haya sido lanzada. El patrón es puramente
circunstancial.
Pero supongamos que el arquero pinta un blanco fijo en la pared y entonces le
dispara. Supongamos que el arquero lanza cien flechas y cada vez hace un
blanco perfecto. ¿Qué puede concluirse de ésta situación? Frente a esta
segunda situación estamos obligados a inferir que nos encontramos ante un
arquero de nivel mundial, uno de cuyos tiros no puede explicarse con justicia
por azar, sino más bien por la habilidad del arquero y su destreza. La habilidad
y la destreza son lógicamente ejemplos de diseño.”•
En general, la obra de Dembski concluye que la vida misma es un suceso
altamente improbable, que se ajusta a un patrón discernible y que sirve por sí
misma como evidencia del Diseño Inteligente.
Esto no es creacionismo
Resulta necesario subrayar, contra lo que se ha dicho en múltiples
ocasiones, que la teoría del Diseño Inteligente no es creacionismo•, sino
simplemente un esfuerzo para detectar empíricamente si el diseño aparente•
que se ve en la naturaleza, admitido virtualmente por todos los biólogos, es en
verdad diseño (el producto de una causa inteligente) o simplemente el producto
de un proceso no direccionado, como la selección natural, actuando sobre
variaciones aleatorias. El creacionismo está enfocado a la defensa de una
interpretación literal del relato del Génesis, incluyendo la creación de la
tierra por el Dios Bíblico hace unos cuantos miles de años. A diferencia del
creacionismo, la teoría científica del Diseño Inteligente es agnóstica con
respecto a la fuente del diseño y no pretende defender la literalidad del
Génesis, la Biblia o cualquier otro texto sagrado. Los críticos honestos
del Diseño Inteligente reconocen la diferencia entre éste y el
creacionismo. Así, el historiador de la ciencia de la Universidad de Wisconsin
Ronald Numbers es un crítico del Diseño Inteligente, pero está de acuerdo en
que la etiqueta creacionista es imprecisa cuando se refiere al movimiento por el
Diseño Inteligente•. Esta imprecisión en el lenguaje, a cuenta de autores que
en otros campos hilan realmente muy fino, evidencia una estrategia retórica de
los darwinistas que desean deslegitimar la teoría del diseño sin darle mérito
alguno. En palabras del propio Numbers “es la vía más sencilla de desacreditar
al Diseño Inteligente• (Richard Ostling, Associated Press, 14 Marzo 2002.)
Pese a que el Diseño Inteligente no está comprometido con ninguna literalidad
de los textos religiosos ni tampoco con la defensa de un credo específico, ha
conseguido reintroducir de nuevo la teología en la ciencia, abriendo así las
puertas a la presencia del Dios creador. Además, ha conseguido arrojar la duda
sospechosa acerca de la presunta base fáctica de la visión materialista de la
naturaleza, algo que muchos dan como un presupuesto demostrado. Son éstos
dos crímenes difícilmente perdonables por los muchos sectarios que pululan
por el mundo de las ideas. A pesar de ello, hoy la teoría del Diseño Inteligente
36
afirma cada vez más su poderío en los escritos de multitud de científicos,
principalmente norteamericanos, y en la red de contactos tejida por el
Discovery Institute, a través de sus oficinas centrales en Seattle y en
Washington D.C.
Por todo ello, el conocimiento del Diseño Inteligente es una de las grandes
aventuras intelectuales del siglo XXI, algo que, en definitiva, todo aquel que
manifieste una mínima curiosidad intelectual no podrá dejar de conocer.
PATRONES EN LA NATURALEZA
El diseño inteligente (DI) es una teoría que estudia la presencia de patrones en
la naturaleza, los cuales puedan explicarse mejor si se atribuyen a alguna
inteligencia. ¿Es esa señal de radio proveniente del espacio exterior, un ruido
aleatorio, o es producida por inteligencia extraterrestre? ¿Es ese pedazo de
piedra sólo eso o es una punta de flecha? ¿Es el Monte Rushmore el resultado
de la erosión o es la obra creativa de algún artista? Todo el tiempo nos
hacemos este tipo de preguntas, y pensamos que podemos dar buenas
respuestas.
Sin embargo, cuando se trata de la biología y la cosmología, los científicos
respingan ante la sola idea de cuestionarse, y mayormente de responder, si
eso implica inclinarse por la idea de que existe un diseño subyacente. Esta
situación sucede sobre todo en la biología. Según el famoso evolucionista
Francisco Ayala, el mayor logro de Darwin fue mostrar cómo podía lograrse la
organizada complejidad de los organismos sin que fuera necesaria una
inteligencia diseñadora. En contraste, el DI pretende encontrar en los sistemas
biológicos patrones que denoten inteligencia. Por lo tanto, el DI desafía
directamente al darvinismo y otros enfoques materialistas sobre el origen y la
evolución de la vida.
La idea del diseño inteligente ha
tenido una turbulenta historia
intelectual. El principal desafío que
ha enfrentado durante los últimos
200 años ha sido descubrir una
formula conceptualmente poderosa
que haga avanzar fructíferamente a
la ciencia. Lo que ha mantenido a
la idea del diseño fuera de la
principal corriente científica desde
que Darwin propuso su teoría de la
evolución, es que carecía de
métodos precisos para distinguir los objetos producidos inteligente-mente. Para
que la teoría del diseño inteligente pueda convertirse en un concepto científico
fructífero, los científicos necesitan estar seguros de que pueden determinar con
confiabilidad si algo fue diseñado.
37
Por ejemplo, Johannes Kepler pensaba que los cráteres de la luna habían sido
diseñados por sus moradores. Hoy sabemos que fueron formados por fuerzas
materiales ciegas (por ejemplo, impactos de meteoritos). Es este miedo a ser
refutada y desbancada lo que ha evitado que la teoría del diseño entre a la
ciencia. Pero los partidarios de la teoría del diseño inteligente argumentan que
ya han formulado métodos precisos para distinguir los objetos diseñados de los
no diseñados. Aseguran que estos métodos les permiten evitar el error de
Kepler e identificar confiablemente el diseño en los sistemas biológicos.
Como teoría de origen y desarrollo biológico, el DI tiene como postulado central
que únicamente causas inteligentes pueden explicar adecuadamente las
complejas estructuras ricas en información estudiadas por la biología, y que
dichas causas son empíricamente detectables. Decir que las causas
inteligentes son empíricamente detectables equivale a decir que existen
métodos bien definidos que, con base en características observables del
mundo, pueden distinguir acertadamente las causas inteligentes de las causas
materiales no dirigidas. Muchas ciencias especiales ya han desarrollado
métodos para hacer esta distinción -principalmente la ciencia forense, la
criptografía, la arqueología y el proyecto de Búsqueda de Inteligencia
Extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés). La habilidad de eliminar el azar y
la necesidad es esencial en todas estas metodologías.
CONTACTO
El astrónomo Carl Sagan escribió una novela llamada Contacto acerca del
proyecto SETI (más tarde hecha película, con Jodie Foster en el papel
principal). Después de varios años de recibir señales fortuitas de radio
aparentemente sin significado, los investigadores de Contacto descubrieron un
patrón de pulsaciones y pausas que correspondía a la secuencia de todos los
números primos del 2 al 101. (Los números primos son los que sólo pueden
dividirse entre sí mismos y entre 1). Eso llamó su atención e inmediatamente
infirieron la existencia de una inteligencia diseñadora. Cuando la secuencia
empieza con dos pulsaciones, luego una pausa, luego tres pulsaciones, luego
una pausa . . . y continúa así siguiendo toda la secuencia de números primos
hasta el 101, los investigadores deben inferir la presencia de inteligencia
extraterrestre.
¿Por qué? Ninguna de las leyes de la física exige que las señales de radio
tomen una forma u otra, así que la secuencia de números primos es
contingente, más que necesaria. Además, la secuencia de números primos es
muy larga y, por lo tanto, compleja. Note que si la secuencia hubiese carecido
de complejidad, fácilmente podría haber sucedido por casualidad. Finalmente,
no sólo era compleja, sino que también exhibía un patrón o especificación (no
era sólo una secuencia de números, sino una secuencia matemáticamente
importante: la de los números primos).
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La inteligencia deja una marca o firma característica, "la complejidad
especificada" . Un evento exhibe complejidad especificada si es contingente y
por lo tanto no necesario; si es complejo y por lo tanto no fácilmente
reproducible por casualidad; y si es especificado en el sentido de exhibir un
patrón dado. Note que un suceso meramente improbable no es suficiente para
eliminar el azar -lance una moneda al aire por suficiente tiempo y será testigo
de un suceso altamente complejo o improbable. Aun así, no tendrá razones
para no atribuirlo a la casualidad.
Lo importante de las especificaciones es que se den objetivamente y no sólo se
impongan a hechos después de que hayan sucedido. Al tratar de determinar si
los organismos biológicos exhiben complejidad especificada, los defensores de
la teoría del diseño inteligente se enfocan en sistemas identificables -tales
como enzimas individuales, caminos metabólicos, máquinas moleculares y
cosas por el estilo. Estos sistemas son especificados por necesidades
funcionales independientes y exhiben un alto grado de complejidad. Por
supuesto, cuando una parte esencial de algún organismo exhibe complejidad
especificada, el diseño atribuible a dicha parte se atribuye también al
organismo como un todo. No es necesario demostrar que cada aspecto del
organismo fue diseñado: de hecho, algunos aspectos serán resultado de
causas puramente materiales.
La combinación de complejidad y especificación fue un signo convincente de
inteligencia extraterrestre para los astrónomos de la película Contacto. Dentro
de la teoría del diseño inteligente, la complejidad es la marca o firma
característica de la inteligencia. Es un confiable marcador empírico de la
inteligencia de la misma manera que las huellas digitales son un confiable
marcador empírico de la presencia de una persona en la escena de un crimen.
Los defensores de la teoría del diseño inteligente sostienen que causas
materiales no dirigidas, como la selección natural actuando sobre cambios
genéticos aleatorios, no pueden generar complejidad especificada.
Esto no significa que los sistemas que ocurren de forma natural no puedan
exhibir complejidad especificada o que los procesos materiales no puedan
servir de conducto a la complejidad especificada. Los sistemas que ocurren
naturalmente pueden exhibir complejidad especificada, y la naturaleza
funcionando por puros mecanismos materiales sin dirección inteligente puede
tomar la complejidad especificada previamente existente y barajarla aquí y allá.
Pero ese no es el punto. El punto es si la naturaleza (concebida como sistema
cerrado de causas materiales ciegas y continuas) puede generar complejidad
especificada en el sentido de originarla cuando previamente no existía.
Tome, por ejemplo, un Rembrandt grabado en madera. Surgió al imprimir sobre
un papel un bloque de madera grabado. El Rembrandt exhibe complejidad
especificada. Sin embargo, la aplicación mecánica de tinta al papel mediante el
bloque de madera no explica la complejidad especificada del grabado hecho en
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la madera. La complejidad especificada del grabado debe llevarnos a la
complejidad especificada existente en el bloque, que a su vez debe
conducirnos a la actividad diseñadora realizada por el mismo Rembrandt (en
este caso la talla deliberada del bloque de madera). Las cadenas causales de
la complejidad especificada no terminan en las fuerzas materiales ciegas, sino
en una inteligencia diseñadora.
LA CAJA NEGRA DE DARWIN
En La Caja Negra de Darwin, el bioquímico Michael Behe conecta la
complejidad especificada con el diseño biológico con su concepto de
complejidad irreductible. Behe define los sistemas irreductiblemente complejos
como aquellos que consisten en varias partes interrelacionadas y en los que si
se elimina aunque sea una parte se destruye la función de todo el sistema.
Para Behe, la complejidad irreductible es un indicador confiable de la existencia
de un diseño. Un sistema bioquímico irreductiblemente complejo contemplado
por Behe es el flagelo bacteriano. El flagelo es un motor giratorio energizado
por ácido y una cola a manera de látigo que da unas 20,000 revoluciones por
minuto y cuyo movimiento rotatorio permite a la bacteria navegar en su medio
acuoso.
Behe muestra que la intrincada maquinaria de este motor molecular -un rotor,
un estator, anillos tóricos, bujes y un eje propulsor--exige la interacción
coordinada de por lo menos treinta proteínas complejas, y que la ausencia de
cualquiera de ellas daría por resultado la pérdida total de la función motora.
Behe argumenta que el mecanismo darvinista enfrenta grandes obstáculos al
tratar de explicar tales sistemas irreductiblemente complejos. En No Free
Lunch, se muestra cómo la noción de Behe acerca de la complejidad
irreductible constituye un caso especial de complejidad especificada y que, por
lo tanto, los sistemas irreductiblemente complejos como el del flagelo
bacteriano fueron diseñados.
Igualmente, el diseño inteligente es más que sólo el último de una larga lista de
argumentos sobre el diseño. Los conceptos de complejidad irreductible y
complejidad especificada que se le relacionan, suministran causas inteligentes
empíricamente detectables y hacen del diseño inteligente una teoría científica
hecha y derecha, a diferencia de los argumentos sobre el diseño enarbolados
por filósofos y teólogos (lo que tradicionalmente se ha conocido como "teología
natural").
El principal reclamo del diseño inteligente es este: el mundo contiene eventos,
objetos y estructuras que agotan las explicaciones con causas inteligentes no
dirigidas, pero que pueden ser explicados adecuadamente recurriendo a
causas inteligentes. Los defensores del diseño inteligente aseguran poder
demostrar esto rigurosamente. Por lo tanto, el diseño inteligente toma una
antigua intuición filosófica y la convierte en un programa de investigación
científica. Dicho programa depende de los avances hechos en la teoría de las
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probabilidades, la ciencia de la computación, la biología molecular, la filosofía
de la ciencia, y el concepto de información, por nombrar sólo unas cuantas
áreas. Si este programa puede o no convertir al diseño inteligente en una
herramienta conceptual efectiva para investigar y entender el mundo natural es
la gran pregunta que hoy se hace la Ciencia.
LA OPINION DE FRANCISCO J. AYALA
En la década de 1990, varios autores en
Estados Unidos y otros países han
resucitado el argumento de Paley a
partir del diseño. Los que proponen el
llamado diseño inteligente•, que en su
mayoría no son ni biólogos ni científicos,
afirman de nuevo que ciertas
características, como el ojo humano, o
el mecanismo de coagulación de la
sangre de los mamíferos, o el flagelo de
las bacterias, son demasiado
complicados, de modo que no pueden
haber surgido por medio de procesos
naturales. Los científicos han
respondido con explicaciones detalladas de los procesos genéticos y
fisiológicos que dan cuenta de la formación gradual de esos rasgos complejos,
en consecuencia de la selección natural. Los argumentos a favor del diseño
inteligente carecen de substancia científica y han sido rechazados por la
ciencia. Pero, además de esta deficiencia racional, tienen implicaciones
perniciosas con respecto a las creencias religiosas, porque implican que el
Diseñador Inteligente posee atributos que los creyentes no quieren atribuir al
Creador. Los organismos están llenos de deficiencias y disfunciones, de
manera que, si hubieran sido diseñados por un ingeniero, éste sería
inmediatamente despedido por su empresa. La mandíbula humana es
demasiado pequeña para los dientes, de manera que nos tienen que sacar la
muela del juicio y enderezar los dientes. El ojo humano tiene un punto ciego,
porque el nervio ocular cruza la retina en su camino hacia el cerebro. El canal
natal de la mujer es demasiado pequeño para la cabeza del niño, de manera
que millones de niños inocentes mueren al nacer.
El mundo de la vida está, además, lleno de crueldad y sadismo. Leones, tigres
y aves de rapiña se alimentan matando a otros animales. Parásitos causan la
malaria, la tuberculosis y el sida, que hacen sufrir y matan a sus víctimas. La
revolución copernico-newtoniana hizo posible explicar las sequías, erupciones
volcánicas, terremotos y tsunamis como consecuencia de procesos naturales,
sin tenerlos que atribuir al Creador castigando a los humanos. De manera
semejante, la teoría de la evolución explica los defectos, disfunciones,
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sufrimiento, crueldad y sadismo de los vivientes como consecuencia de
procesos naturales, no de la incapacidad o perversión del Creador. Por eso,
como explico en mi libro, Darwin y el diseño inteligente (Alianza Editorial,
2007), la teoría de la evolución debe verse como un gran regalo de Darwin a la
religión.
Mutaciones beneficiosas La teoría de la evolución explica las
malversaciones del mundo viviente como consecuencia de dos procesos en
parte contradictorios. El proceso de mutación es aleatorio y, por ello, muchas
mutaciones son perjudiciales, aunque otras son beneficiosas. El proceso de
selección es adaptativo porque multiplica las mutaciones beneficiosas y elimina
las perjudiciales. La interacción de dos procesos, uno aleatorio y el otro
determinístico, resulta en un proceso creador en el que entidades nuevas
aparecen: los organismos que llenan la Tierra y que evolucionan a través del
tiempo. La teoría de la evolución manifiesta la casualidad y la necesidad
entrelazadas en el meollo de la vida; el azar y el determinismo enzarzados en
un proceso natural que ha producido las más complejas, diversas y hermosas
entidades del universo: los organismos que habitan la tierra, entre ellos los
seres humanos que piensan y aman, dotados de libre albedrío y de poder
creativo, y capaces de analizar el proceso mismo de la evolución que les dio
existencia. Este es el descubrimiento fundamental de Darwin, que hay un
proceso que es creativo aunque no sea consciente. Y esta es la revolución
conceptual que Darwin llevó a cabo: que el diseño de los organismos se
puede explicar como el resultado de procesos naturales gobernados por
leyes naturales.
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