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Acontecimiento Žižek: la filosofía como espectáculo. Misael Quintero | @refresco_ ¿Es realmente la filosofía un teatro de sombras? ¿Un pseudoacontecimiento que imita con impotencia acontecimientos reales? ¿Y si su potencia reside en apartarse de la interacción directa? (Žižek, 2014) Vivimos en una sociedad de espectáculo, donde la experiencia cotidiana se realiza en nuestros entornos urbanos a través de una sobre-saturación de contenidos audiovisuales: nacemos, crecemos y nos reproducimos frente y al interior de las pantallas, estar fuera de ellas supone la muerte. No es de extrañar entonces, que hoy en día los grandes acontecimientos del pensamiento crítico no se realicen ya dentro de los estrechos confines del espacio académico, sino dentro de grandes salas de espectáculo, lugares virtuales de tele-comunicación, cuya flexibilidad no han supuesto ninguna supresión del aura sino literalmente una reconfiguración de la misma. La filosofía, esa disciplina que en otros tiempos se produjera dentro de un halo místico de erudición, hoy encuentra su mayor potencia y realización en procesos performativos de gran proyección, montajes cuyos alcances trascienden la lenta y vieja recepción de los formatos académicos. Los filósofos del mundo contemporáneo no son ya doctos profesores o simples conferenciantes, sino grandes personalidades de fama internacional. La industria del pensamiento —cuyo capital excede ya los límites del capital universitario―, supone una puesta en funcionamiento de toda una maquinaria de producción editorial y audiovisual, cuyo alcance y proyección ha logrado proyectar a distintas personalidades dentro del espacio público a través de una suerte de farándula intelectual. Hoy en día la «teoría crítica» tiene un publico consumidor tanto como la música pop o las series de televisión; la radicalidad se ha vuelto así, un discurso comercial de amplía difusión y plusvalía. Nos encontramos ya ante el más vulgar de los cinismos posmodernos, en el que la denuncia misma de la explotación capitalista se ha vuelto una de sus mercancías más redituables. El esloveno Slavoj Žižek es quizá el ejemplo más paradigmático de esta nueva industrialización comercial del pensamiento crítico, su figura no es ya la de un “filósofo” en su vieja acepción, sino literalmente la de un icono pop y un fenómeno de masas. Su genialidad reside en el hecho por demás explícito de lucrar con el mismo fenómeno que denuncia: en su discurso se escenifica una de las críticas más brillantes al capitalismo, al mismo tiempo en que este se experimenta de la manera más intensa y comprometida. Su denuncia es al mismo tiempo una apología, una reivindicación que sublima

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Acontecimiento Zizek: la filosofía como espectáculo.

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Acontecimiento Žižek: la filosofía como espectáculo.

Misael Quintero | @refresco_

¿Es realmente la filosofía un teatro de sombras?

¿Un pseudoacontecimiento que imita con impotencia acontecimientos reales?

¿Y si su potencia reside en apartarse de la interacción directa?

(Žižek, 2014)

Vivimos en una sociedad de espectáculo, donde la experiencia cotidiana se realiza en nuestros entornos

urbanos a través de una sobre-saturación de contenidos audiovisuales: nacemos, crecemos y nos

reproducimos frente y al interior de las pantallas, estar fuera de ellas supone la muerte. No es de

extrañar entonces, que hoy en día los grandes acontecimientos del pensamiento crítico no se realicen ya

dentro de los estrechos confines del espacio académico, sino dentro de grandes salas de espectáculo,

lugares virtuales de tele-comunicación, cuya flexibilidad no han supuesto ninguna supresión del aura

sino literalmente una reconfiguración de la misma.

La filosofía, esa disciplina que en otros tiempos se produjera dentro de un halo místico de erudición,

hoy encuentra su mayor potencia y realización en procesos performativos de gran proyección, montajes

cuyos alcances trascienden la lenta y vieja recepción de los formatos académicos. Los filósofos del

mundo contemporáneo no son ya doctos profesores o simples conferenciantes, sino grandes

personalidades de fama internacional. La industria del pensamiento —cuyo capital excede ya los

límites del capital universitario―, supone una puesta en funcionamiento de toda una maquinaria de

producción editorial y audiovisual, cuyo alcance y proyección ha logrado proyectar a distintas

personalidades dentro del espacio público a través de una suerte de farándula intelectual. Hoy en día la

«teoría crítica» tiene un publico consumidor tanto como la música pop o las series de televisión; la

radicalidad se ha vuelto así, un discurso comercial de amplía difusión y plusvalía. Nos encontramos ya

ante el más vulgar de los cinismos posmodernos, en el que la denuncia misma de la explotación

capitalista se ha vuelto una de sus mercancías más redituables.

El esloveno Slavoj Žižek es quizá el ejemplo más paradigmático de esta nueva industrialización

comercial del pensamiento crítico, su figura no es ya la de un “filósofo” en su vieja acepción, sino

literalmente la de un icono pop y un fenómeno de masas. Su genialidad reside en el hecho por demás

explícito de lucrar con el mismo fenómeno que denuncia: en su discurso se escenifica una de las

críticas más brillantes al capitalismo, al mismo tiempo en que este se experimenta de la manera más

intensa y comprometida. Su denuncia es al mismo tiempo una apología, una reivindicación que sublima

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su complicidad a través del señalamiento explícito de sus implicaciones. Nunca antes la crítica marxista

a la economía política había sido tan domesticada y tan potenciada en sus alcances. Lo que estamos

experimentado es un fenómeno por todos conocido: la asimilación sistemática de la crítica disidente

por parte del sistema hegemónico. Este peligro ya había sido advertido décadas atrás por el pensador de

la hiperrealidad y el simulacro Jean Baudrillard, quien en El espejo de la producción (1973) exponía ya

el carácter ilusorio de un discurso que al denunciar, exhibir y difundir el sentido de la explotación, no

haría sino operar como una suerte de catarsis desmovilizadora y reaccionaria, cuyo sentido final no

sería ya el desmantelamiento de las relaciones de dominación, sino el de una operación textual

cómplice con la reproducción del propio sistema que pretendía evidenciar y criticar. No es que en Žižek

haya un desconocimiento de esta problemática, por el contrario, su reflexión sobre la ideología es

bastante aguda y explícita en este sentido, pues reconoce las carencias y límites de su propio discurso, y

más aún, sabiéndose cómplice con la hegemonía capitalista, le asimila de la manera más cínica posible,

aprovechando y maximizando las potencialidades (críticas) de esta lucidez.

Bastantes son las implicaciones de un fenómeno intelectual como éste, en el que la filosofía parece

no sólo haberse espectacularizado, sino incluso haber dado un giro cómico —y ya no tan sólo irónico o

vulgarmente sarcástico―, explorando así, las potencialidades de un humor refinado a través de un

psicoanálisis lacaniano. No se trataría entonces, de caer —como lo hiciera Theodor Adorno― en el

tono amargo de una teoría crítica encaminada a denunciar el empobrecimiento de ciertos contenidos

teóricos y culturales a través de su masificación, sino de dilucidar los dispositivos técnicos, sociales y

culturales que hacen funcionar a toda esta industria intelectual, el cual produce toda una serie de

manufacturas teóricas que movilizan y hacen circular esta nueva economía cognitiva. Žižek marcar ya

un referente completamente nuevo dentro de la producción filosófica, su escenificación performativa y

su reproducción audiovisual, son una marca característica de la nueva industria del pensamiento. La

marca Žižek!® es una empresa discursiva que llegó para quedarse, su estrategia mercadotécnica rebasa

el de cualquier intento previo por difundir o divulgar el pensamiento filosófico a un público amplio; su

secreto a sido quizá, el haber convertido a los típicos lectores en tele-espectadores y viceversa, ambos

seducidos por la fascinación de un consumo, que a su vez, permite potenciar la recepción de otros

contenidos audiovisuales.

Žižek es un filósofo autor de best-sellers, un académico “comunista” vuelto rock-star y, a la vez, un

crítico de cine que se produce y dirige a sí mismo; su personalidad ha alcanzado tal nivel de

popularidad en vida que no se compara con la de los grandes intelectuales franceses de las últimas

décadas, e incluso, su figura y obra se ha vuelto motivo de discusión no sólo dentro de la formalidad de

los medios académicos y universitarios, sino también para los medios de espectáculos. Su personalidad

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es motivo de especulación para todo tipo de comentaristas de la farándula, cuya imaginación delirante

no deja de insinuar romances con cualquier estrella pop de novedad. Sus conferencias abarrotan

escenarios como cualquier otra banda de rock, y su público es tan amplio que excede por mucho al de

cualquier otra figura filosófico-intelectual del momento —incluyendo incluso a personalidades como

Judith Butler, que pese a su gran proyección performativa, parece que su recepción se restringe a un

público más particular y específico, orientado principalmente por las problemáticas de sexualidad y

género―. Su nombre e imagen no deja de aparecer en posters, playeras y demás parafernalia,

emblemas de una generación cuyo pensamiento crítico no responde ya al cultivo paciente y meditado

de la reflexión profunda, sino a las intuiciones de un comentarista irónico forjado con la fugacidad del

acontecer inmediato. No estamos ya frente al silencio espasmódico de Kant, sino ante el vértigo

inaprensible de lo Real, una condición de precariedad, explotación laboral y alienación ideológica, cuya

objetividad estaría mediada por un velo de flujos virtuales en aceleración, los cuales que se resisten a

todo intento de interpretación. En ese sentido, el «acontecimiento Žižek» señala la crisis de un

paradigma y el esbozo de un nuevo referente, cuyos alcances reconfiguran de manera radical aquello

que entendíamos como filosofía en un sentido estrecho, ortodoxo y académico. A partir de su

carismática e intensa discursividad, las alusiones a contenidos característicos de la cultura de masas —

series, películas, comics, música pop― no sólo se han vuelto más comunes en el discurso teórico, sino

incluso deseables, las referencias eruditas y anacrónicas resultan ya pretenciosas y de mal gusto, lo de

hoy es la completa inmersión en la filosofía del espectáculo y en el espectáculo como filosofía. Y sin

embargo, esto no guarda ninguna desilusión o tristeza, pues cuando el acercamiento de Marx —y su

crítica de la economía política― hacia las nuevas generaciones pareciera ser de lo más ingenuo y

forzado, lo cierto es que una reescritura a través de la ficción parece ser quizá lo más funcional si es

que aún guardamos alguna esperanza de discusión y de análisis.

Lo que hoy nos expone el fenómeno Žižek es el advenimiento de una nueva modalidad discursiva

en filosofía, una producción simbólica cuyos alcances no alcanzamos aún a dimensionar, pero que de

alguna manera nos llevan a preguntarnos de nueva cuenta sobre la incidencia real de las prácticas

filosóficas sobre la materialidad histórica en nuestra experiencia contemporánea. En todo caso, el

asunto a reflexionar no es aquella función-autor que le hace circular como una mercancía a través del

mercado, sino aquellas lecturas y agenciamientos del nuevo público lecto-espectador, que encuentra en

su discurso un acercamiento más fresco y actual al pensamiento filosófico, permitiéndose delirar con él

de maneras inauditas y que parecieran corresponderse más con estos tiempos que corren.

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Fotografías de Alexandra Kinga