Zaffaroni, Eugenio - La Cuestión Criminal. Fascículos 1 Al 8

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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1. La academia, los medios y los muertos

En cualquier lugar de la superficie de este plane-ta se habla de la cuestión criminal. Es casi loúnico de que se habla –en competencia con elfútbol, que es arte complejo–, mientras pocosparecen darse cuenta de que molestamos demasia-do al planeta y le podemos provocar un estornudoque nos proyecte violentamente a quién sabedónde (por no usar alguna expresión poco acadé-mica). Se habla, se dice, con ese se impersonal delpalabrerío. Y lo más curioso es que casi todoscreen tener la solución o, por lo menos, emitenopiniones.

Claro que se habla al compás de juicios aserti-vos en tono sentenciador emitidos por los mediosmasivos de comunicación, a veces en manos degrandes corporaciones transnacionales enredadascon otras que les disputan el poder a los Estadosbastante impotentes del mundo globalizado.

Es indispensable escuchar lo que se habla parano quedar soliloqueando, como suele pasar en elmundo académico. Y en nuestro país y en losotros por los que a veces me desplazo se habla dela cuestión criminal como de un problema local.Las soluciones pasan por condenar a uno u otropersonaje o institución, pero siempre hablando deun problema local, nacional, provincial, a vecescasi municipal.

Pocos se dan cuenta de que se trata de una cues-tión mundial, en la que se está jugando el meollomás profundo de la forma futura de convivencia eincluso quizá del destino mismo de la humanidaden los próximos años, que puede no estar exentode errores fatales e irreversibles.

Si nos quedamos en el plano del análisis localperdemos lo más profundo de la cuestión, porquemiramos las piezas sin comprender las jugadas deltablero de un ajedrez macabro, en el que en defi-nitiva se juega el destino de todos.

Cuando nos limitamos a esos juicios quedamosentrampados en doña Rosa. Es claro que deberesolverse el problema de doña Rosa, pero latrampa del viejo manipulador de los festivosnoventa consistía en encerrarnos en el problemade doña Rosa. Debo aclarar que siempre me ofen-dió lo de doña Rosa, en justo homenaje a miabuela materna, que se llamaba Rosa y vivía enun barrio –como yo lo hice siempre– y pensabamucho más y mejor que el personaje de ficcióncon que el artífice de la comunicación de los añosirresponsables sintetizaba su planteo tramposo.

Cuando se abrió la posibilidad de escribir estasentregas, confieso que me sentí seriamente desa-fiado. En todo el mundo académico, los dedicadosal tema observan y critican el fenómeno de cen-tralización de la cuestión criminal, incluso conmuy buen diagnóstico. Ningún concepto de losque exponga en estas entregas ha sido creado enel plano científico por mi exclusiva creatividad nimucho menos.

Pero todo se queda en el mundo académico,pareciera que no tenemos la capacidad de comu-nicarlo o –más bien– de que la comunicación escontaminante, que la pureza científica debe man-tenerse al margen de la comunicación, que per-demos nivel académico cuando pretendemosexplicar algo a eso que hoy llaman la gente, sinpercatarnos de que la gente somos nosotros cuan-do nos duele el hígado o cuando vamos a com-prar empanadas.

Por supuesto que el pensamiento académico,universitario, es importante, pero creo que llególa hora de comunicarlo. Las borlas doctorales, las

togas y las puñetas (aclaro que se llama de esemodo a las puntillas de las mangas togadas de loscatedráticos) sirven de poco cuando se habla de loque todos saben según lo que les dicen las grandescorporaciones mediáticas del mundo, incluyendoa muchos políticos, oportunistas algunos, cons-cientes propulsores de un nuevo totalitarismootros, amedrentados y temblando ante las corpo-raciones mediáticas los más.

No estamos ante fenómenos sólo locales, nacio-nales, provinciales ni municipales, sino ante pro-blemas que podemos resolver sólo en parte en esosniveles, pero que integran un entramado mundial.Insisto: si no comprendemos ese entramado siem-pre moveremos mal las piezas, perderemos partidatras partida y debemos hacer el mayor esfuerzo porimpedirlo, porque en el fondo se juega una encru-cijada civilizatoria, una opción de supervivencia,de tolerancia, de coexistencia humana.

Vivimos un momento de poder planetario quees la globalización, que sucede al colonialismo y alneocolonialismo. Cada momento en este conti-nuo del curso del poder planetario fue marcadopor una revolución: la mercantil del siglo XIV, laindustrial del XVIII y ahora la tecnológica del XXque se proyecta hacia el actual. Esta última revo-lución –la tecnológica– es fundamentalmentecomunicacional. Si no lo comprendemos y nosquedamos en nuestros ghettos académicos, muypobre será el servicio que hagamos.

Hay un mundo que el común de las personas noconoce, que se desarrolla en las universidades, enlos institutos de investigación, en las asociacionesinternacionales regionales y mundiales, en losforos y en los posgrados, con una literaturainmensa, que alcanza proporciones siderales, detal dimensión que nadie puede manejar indivi-dualmente. Es el mundo de los criminólogos y lospenalistas. Las corporaciones los ignoran y cuan-do les ceden algún espacio, los técnicos se expre-san en su propio dialecto, incomprensible para elresto de los humanos.

El desafío consiste en abrir esos conocimientos,no para pontificar desde la ciencia con la soluciónni para ser los iluminados que enmendándole laplana al viejo Platón pretendemos un criminólo-go rey, sino para mostrar lo que se piensa y lo quehasta ahora se sabe. También para hacer la auto-crítica de lo que decimos los propios técnicos que,por cierto, tampoco tenemos una historia y unagenealogía del todo prestigiosa, porque muchasveces nuestros colegas han legitimado lo ilegiti-mable hasta límites increíbles.

Imaginemos lo que sucedería si con el mismocriterio se procediese en otros ámbitos, como porejemplo, el de la medicina. Si en una mesa de caféalguien sostuviese la teoría de los humores, es pro-bable que los contertulios lo mirasen con sorna.Pero como la libertad es libre, por supuesto quecualquiera puede seguir sosteniendo la teoría delos humores en la mesa de café; nadie discute esederecho a expresarse.

Pero lo grave sería que la teoría de los humoresfuese divulgada como discurso único por losmedios de comunicación, que se desprestigiase oningunease a quien dijese algo diferente, que losinvestigadores médicos y biólogos se quedasen ais-lados con sus discursos en sus institutos, que laautoridad sanitaria y los políticos que hacen lasleyes creyesen en la opinión del café y no en loque le podrían decir los médicos, o peor aún, quelos propios médicos hiciesen callar a quienesnegasen la teoría de los humores porque les gene-ran un peligro político. Es obvio que el índice demortalidad subiría en forma alarmante.

Pues bien: lo mismo sucede con la cuestión cri-minal: aumentan los muertos en el mundo. Sesostienen peregrinas opiniones más o menos pare-cidas a la teoría de los humores en la medicina;los políticos y las propias autoridades difunden oaceptan esas incoherencias y, lamentablemente,también aumentan los índices de mortalidad.

Yo no estaba en 1811 cuando se suprimieron lastogas en lo judicial –ni siquiera en la ReformaUniversitaria de 1918– porque no soy ningúnfenómeno de la biología, pero sé que no usamostogas en los tribunales ni en los claustros universi-tarios nacionales desde mucho antes de que mepusieran el primer pañal. Sin embargo, nos siguenpesando las togas y eso no es admisible en la horade la comunicación. Si el campo de batalla escomunicacional, la lucha también debemos darlaen ese terreno. Este es el gran desafío. Por eso,debemos arremangarnos las togas y salir al campoen que nos desafían.

El común de la ciudadanía debe saber que hayun mundo académico que habla de esto, de lacuestión criminal, que si bien no tiene ningúnmonopolio de la verdad, ha pensado y discutido

unas cuantas cosas, que se ha equivocado muchísi-mas veces y muy feo, pero también ha aprendidode esos errores.

Los médicos también se equivocaron muchísimasveces, desde los tiempos en que para curar las heri-das pasaban ungüentos sobre el arma ofensiva hastalos más cercanos, en que para curar a los enfermosmentales les agujereaban la cabeza, pero no por esonos ponemos en manos de los curanderos cuandose nos inflama el apéndice.

Es verdad que hay diferencias entre la medicinay la ciencia penal y criminológica, y consiste enque en esta última se trata siempre del poder, loque no es ajeno a la medicina, pero por lo menosen ésta la relación no es tan lineal. También escierto que incluso el concepto de ciencia dependedel poder que decide qué tiene ese estatus. Por eso,cuando se habla de ciencia penal o de ciencia cri-minológica, puede ponerse en duda lo de ciencia,pero también se dice que la medicina no es unaciencia, sino un arte.

Como el mundo académico también se equivo-ca, tampoco es seguro que lo que en él se habla seala realidad. La cuestión de la realidad, en este

como en tantos otros ámbitos, es algo muy proble-mático, en particular cuando vivimos una eramediática, en que todo se construye.

No me voy a meter en una cuestión que se dis-cute desde los albores de la filosofía, pero lo ciertoes que en esta época el problema de la realidad seha disparado hasta un límite tal que no faltó quiensostuviese que todo es construido, que no hay dedónde aferrarse.

Pero Baudrillard escribía en Francia, no sé sitomaba algún aperitivo dulzón en una acera deParís, y lo hacía antes de Sarkozy y cuando nadiepensaba en la hija de Le Pen a la cabeza de lasencuestas. Nosotros estamos aquí, en el fondo delmapa o a la cabeza, depende de dónde se lo mire(el norte arriba es una mera convención; los neo-celandeses alguna vez hicieron un mapa con el surarriba), pero por suerte lejos de latitudes hoy máspeligrosas, aunque con todos los inconvenientesdel subdesarrollo.

Nos hallamos, por un lado, con la publicidadmediática de las corporaciones mundiales y su dis-curso único de represión indiscriminada hacia lossectores más pobres o excluidos; por otro, con eldiscurso de los académicos, aislados en sus ghettosy hablando en dialecto.

Si junto con el aperitivo nos engullimos laspapitas fritas y los maníes y pensamos que nadahay que pueda darnos un asidero de realidad, esta-mos perdidos. Y no pretendo ser localista y afirmarque cuando digo nosotros me refiero ahora sólo alos latinoamericanos, sino que en pocos años se hahecho más que evidente que si no hay un mínimoasidero real en estas cuestiones, también los fran-ceses estarían perdidos con Sarkozy y la niña LePen, para no hablar de los norteamericanos y suTea Party (cuando era chico recuerdo que el partyera algo mucho más divertido).

Perón decía que la única verdad es la realidad,pero las papitas fritas y los maníes de Baudrillardnos dicen poco menos que la realidad no existe.¿Será cierto esto en la cuestión criminal? No, porlo menos aquí –y no me meto con otras cosas queson de los filósofos–, esto no es cierto. Si lehubiese preguntado cuál es la realidad de la cues-tión criminal a mi abuela Rosa –que, insisto,razonaba mucho mejor que el comunicador queinventó el personaje– me hubiese respondido contoda sabiduría que la única realidad en esto sonlos muertos.

Y es así, sin duda: la única verdad es la realidad,y la única realidad en la cuestión criminal son losmuertos.

No cualquier muerto, claro, porque según laestadística demuestra que hay casi un muerto porpersona. Como algunos todavía no estamosmuertos hay una pequeña diferencia, lo quellevó al inmortal poeta portugués Fernando Pes-soa a afirmar que el hombre es un cadáver pos-tergado. Por cierto, no recomiendo su lectura encasos de bipolaridad (me parece que antes se lla-maban alteraciones del círculo tímico, maníaco-depresivos o melancólicos, ahora es más compli-cado, pero tampoco me meto en cuestiones diag-nósticas).

En efecto: es cierto que todos los vivos –los quevivimos, quiero decir– somos postergados, perohay algunos a los que no se posterga lo suficiente,porque los matan. Estos quedan mudos, porquesuele afirmarse rotundamente que los muertos nohablan, lo que es verdad en sentido físico, pero sinembargo los cadáveres dicen muchas cosas queesta afirmación rotunda oculta.

Veamos: a veces llega a decirnos hasta quién lomató (por los signos que el autor deja en el cadá-

ver), pero siempre el cadáver nos dice que estámuerto. Esta es la más obvia palabra de los muer-tos: decirnos que están muertos. Por eso, cuando seafirma que no hay asidero ninguno para la realidaden la cuestión criminal, lo que en verdad hacemoses enmudecer a los muertos, ignorar que nos dicenque están muertos.

En mi complicada vida, cuando muy joven, ins-peccionaba hospitales municipales y conocí aalgunas personas que hablaban con los muertos enlas morgues; por cierto que tenían algunos patitosdesordenados. Aunque no presumo de mi saludmental, no me dedico a eso ahora, sino a algo biendiferente: se trata de preguntarse qué cadáveresadelantados hay en las morgues, en fosas comunes,en el mar o quién sabe dónde.

Por eso, lo que les voy a ir explicando tiene tresetapas fundamentales: lo que nos fue diciendo a lolargo de la historia y lo que nos dice ahora la aca-demia (las palabras de los académicos), lo que nosdicen los medios masivos de comunicación (laspalabras de los medios) y lo que nos dicen losmuertos (la palabra de los muertos). Después vere-mos si podemos llegar a alguna conclusión que,por mi parte, la adelanto: el conjunto nos indicaante todo prudencia, cautela en el uso del poderrepresivo, mucha cautela.

Este es el programa de esta exposición en sumayor síntesis: saber lo que nos dicen los acadé-micos, los medios y los muertos. Como me puedoarremangar la toga pero no quitármela, porquecada uno tiene su deformación profesional difícil-mente controlable pero nunca del todo cancela-ble, comenzaré por las palabras de la academia.

Pero para entrar al tema debo explicar algunascuestiones previas sin las cuales no se comprendecasi nada de los dialectos académicos, porquetampoco hay un único dialecto en la cuestióncriminal. No sólo hay varios dialectos académi-cos, sino que no suelen entenderse entre ellos y,además, no es raro que se detesten recíprocamen-te, aunque a veces no lo hagan en voz alta. Detoda forma, las imputaciones recíprocas son lascomidillas de los congresos y seminarios, losmatizan y les dan sabor.

Más aún: cuando uno pasa de un grupo al otroy logra dominar el otro dialecto, lo consideranun traidor o un perdido, que ha dejado de sercientífico.

A veces la agresividad alcanza niveles cómi-cos, pero que pueden volverse dramáticos, comocuando en los años setenta del –por suerte–pasado siglo, según la posición del dolo en lateoría del delito se pretendía descubrir subversi-vos. ¿Ustedes saben qué es la posición del doloen el delito? Pueden quedarse tranquilos, vivirlos años de Matusalén sin saberlo y sin que suexistencia se altere en lo más mínimo, pero locierto es que hace cuatro décadas la cosa podíaterminar muy mal.

Lejos de constituir esto una crítica negativa, esla pura descripción de la realidad del mundo aca-démico por dentro y, por mi parte, creo que es undato positivo –pese a sus inconvenientes– porquedemuestra lo vivo que es el debate, la pasión quese pone, la intensidad de las discusiones.

Tampoco se trata de una característica contem-poránea ni mucho menos, sino que siempre hasido de este modo. Nos lo confirma la historia, latradición oral en los cuentos divertidos de los másviejos y lo que hemos vivido directamente. Quienparticipa de ese mundo no se aburre y puedo ase-gurarles que permite conocer a personalidadesnotables, gente con una capacidad de trabajo yuna sensibilidad e inteligencia que si se dedicasen

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3. El poder punitivo y la verticalización social

El poder punitivo es como la milanesa conpapas fritas, es decir, nadie se pregunta por quéexiste. Parece que siempre hubiese estado allí.Pero no es así.

Alguien comparó el tiempo de nuestro peque-ño planeta con una semana y advirtió que apare-cimos en el último minuto antes de la mediano-che del domingo. No sé cuándo apareció la mila-nesa, pero en esos segundos geológicos que lleva-mos arañando la superficie de la Tierra, sólo car-gamos con el poder punitivo por algunas décimasde segundo.

El humano es social, no sobrevive aislado, y entoda sociedad hay poder y coerción. Todo grupohumano conoció siempre dos formas de coercióncuya legitimidad casi no se discute, aunque puedadiscutirse cómo se ejerce.

Una es la coerción que detiene un proceso lesi-vo en curso o inminente: cuando se está por caeruna pared o alguien me corre por la calle con uncuchillo, hay un poder social que demuele lapared aunque el dueño se oponga, o que desarmaal que quiere clavarme el cuchillo. Eso hoy sellama coerción directa, en otra época poder depolicía, y en el Estado está regulada por el dere-cho administrativo.

Otra es la coerción que se practica para repararo restituir cuando alguien causó un daño. Esta eshoy propia del derecho civil y de otras ramas delderecho.

Pero el poder punitivo es diferente, no existióen todos los grupos humanos, sino que surgiómucho más tarde. ¿Por qué? ¿Qué lo diferencia deestas otras coerciones?

Las dos formas de coerción antes referidasresuelven los conflictos: una porque evita eldaño, otra porque lo repara. Pero cuando en lacoerción reparadora alguien que manda dice ellesionado soy yo y aparta al que realmente sufrióla lesión, allí es cuando surge el poder punitivo, osea, cuando el cacique, rey, señor, autoridad oquien sea reemplaza a la víctima, la confisca.

Lo comprobamos en cualquier caso: si una per-sona agrede a otra y le quiebra un hueso, el Esta-do se lleva al agresor, lo pena alegando que lohace para disuadir a otros de romper huesos opara enseñarle a no hacerlo de nuevo o para loque sea, y el que sufre con el hueso roto debeacudir a la Justicia civil, en la que no puede obte-ner nada si el agresor no tiene bienes.

El poder punitivo redujo a la persona con elhueso roto a un mero dato, porque no toma parteen la decisión punitiva del conflicto. Más aún:debe mostrar su hueso roto y si no lo hace elpoder punitivo la amenaza como testigo remiso ypuede llevarla por la fuerza a mostrar lo que elagresor le hizo.

La característica del poder punitivo es, pues, laconfiscación de la víctima, o sea, que es unmodelo que no resuelve el conflicto, porque unade las partes (el lesionado) está, por definición,excluida de la decisión. Lo punitivo no resuelveel conflicto sino que lo cuelga, como una prendaque se saca del lavarropas y se tiende en la sogahasta que se seque.

Encerramos al agresor un tiempo y lo soltamoscuando el conflicto se secó. Es cierto que pode-mos matarlo, pero en ese caso no haríamos otracosa que dejar el conflicto colgado para siempre.A la víctima no le reponemos nada, no le paga-mos el tratamiento, el tiempo laboral perdido,nada. Ni siquiera le damos un diploma de víctima

para que lo cuelgue en un rincón de la casa.A nadie se le ocurría obligar a trabajar alagresor para reparar al lesionado, amena-zándolo con unos azotes en público, comohacen nuestros pueblos originarios, porqueeso sería práctico pero lo consideramosincivilizado.

Además, frente a otros modelos de efecti-va solución del conflicto, lo punitivo secomporta de modo excluyente, porque nosólo no lo resuelve sino que también impi-de o dificulta su combinación con otrosmodelos que lo resuelven. Es obvio que,cuando encerramos al marido golpeador, lamujer y los hijos deben arreglarse comopueden para vivir, porque la bestia bruta nopuede trabajar y por ende no cobra.

Imaginemos que un niño rompe a patadasun vidrio en la escuela. La dirección puedellamar al padre del pequeño energúmenopara que pague el vidrio, puede enviarlo alpsicopedagogo para ver qué le pasa alchico, también puede sentarse a conversarcon el pibe para averiguar si algo le hacemal y lo irrita. Son tres formas de modelosno punitivos: reparador, terapéutico y con-ciliatorio. Pueden aplicarse los tres mode-los, porque no se excluyen. En cambio, si eldirector decide que la rotura del vidrioafecta su autoridad y aplica el modelo puni-tivo expulsando al niño, ninguno de losotros puede aplicarse.

Es claro que el director, al expulsar alniño, refuerza su autoridad vertical sobre lacomunidad escolar. Es decir, que el modelopunitivo no es un modelo de solución deconflictos, sino de decisión vertical depoder. Por eso, justamente, es que apareceen las sociedades cuando éstas se verticali-zan jerárquicamente.

El modelo reparador es de solución hori-zontal y el punitivo de decisión vertical.Aparece cuando las sociedades van toman-do la forma de ejércitos con clases, castas,jerarquías, etc. Por eso surgió en muchos lugaresdel planeta, siempre que una sociedad empezó averticalizarse jerárquicamente. La arqueologíapenal estudia esto en sociedades lejanas.

Hubo una sociedad que se verticalizó conmucha fuerza en Europa: la romana. CuandoRoma pasó de la república al imperio su poderpunitivo se hizo mucho más fuerte y cruel. ¿Y quépuede hacer una sociedad cuando se verticalizahasta asumir forma de ejército? La respuesta esobvia: conquistar a otras. Roma conquistó casitoda Europa. ¿Cómo lo pudo hacer? Porque teníauna estructura colonizante, o sea, jerarquizada, enforma de ejército. Esa estructura, montadamediante el poder punitivo, es la necesaria parala empresa de conquista y colonización.

Pero Roma decayó casi sin que nadie la empu-jara; sus emperadores eran generales que jugabanal golpe de Estado, se la pasaban intrigando oneutralizando intrigas, y en sus ratos de ocio sedivertían con queridas y esclavos nubios. Se rela-jaron las costumbres, dicen los moralistas.

Pero no cayó por las queridas y los esclavos,sino porque la estructura vertical proporciona elpoder colonizador, imperial, pero luego se solidi-fica hasta inmovilizar a la sociedad, las clasesdevienen castas, le quita flexibilidad para adap-tarse a nuevas circunstancias, la hace vulnerablea los nuevos enemigos. En ese momento decae ypierde el poder. Llegaron los bárbaros con sussociedades horizontales, que ocuparon territorios

casi caminando, y el poder punitivo desapareciócasi por completo.

Los germanos resolvían sus conflictos de otramanera: cuando un germano le daba un garrotazoen la cabeza a otro corría y se refugiaba en la igle-sia, donde no se lo podía tocar (asilo eclesiásti-co). Con eso evitaba el primer impulso vindicati-vo, pero de inmediato se reunían los dos germa-nos viejos, jefes de clanes, y uno le hacía notar alotro que tenía un germano averiado y eso habíaque resolverlo de algún modo, porque de lo con-trario se iban a dar entre los clanes como en laguerra, porque así lo mandaba la venganza de lasangre (Blutrache, le decían), lo que no conveníaa ninguno de ambos. Y la cosa se arreglaba conuna reparación, se entregaban animales, metales,cosas, etc. (lo que se llamaba Wertgeld).

Había un único crimen al que aplicaban elmodelo punitivo: la traición. Al traidor lo colga-ban de un árbol: proditores et transfugas arboribussuspendunt, recuerda el viejo Tácito al relatar lascostumbres de los germanos. Las otras ofensas searreglaban entre partes. En el barrio pasa lomismo con el buchón, aunque menos violenta-mente.

¿Pero por qué hay que darle tanta importanciaa Roma, si estamos tan lejos y aquí estaban nues-tros originarios y nunca un romano había puestoun pie en América? Precisamente porque la his-toria sigue, el poder punitivo desapareció casi porcompleto (salvo unos cuantos traidores colgados

de los árboles), hasta que un día a los señores seles ocurrió que era buen negocio confiscar a lavíctima y que también servía para reforzarles elpoder, y volvieron a las andadas haciendo renaceral poder punitivo en los siglos XII y XIII europeos.Y aquí empieza a interesarnos a nosotros, porqueya no desapareció y lleva casi mil años, verticalizóa las sociedades europeas, les dio estructura corpo-rativa, en forma de ejército, y se lanzaron a colo-nizar todo el planeta.

El poder punitivo fue el instrumento de vertica-lización social que permitió a Europa colonizar-nos. La Península Ibérica asumió el liderazgo por-que adquirió carácter vertical para conquistar alos islámicos del sur, aunque dicen hasta hoy quelos reconquistaron, lo que es dudoso después de700 años de permanencia de éstos allí y de unacivilización que era brillante. Cuando terminaronde convertirlos al cristianismo a los golpes, losmuy Católicos Reyes hicieron lo que hace todoejército: homogeneizaron el discurso religioso ypara eso obligaron a los judíos a convertirse comomarranos o a irse, y así el frente interno quedórezando a un mismo Dios en versión de los reyes.

A decir verdad, la verticalización europea habíacomenzado un poco antes de los siglos XII y XIII,o sea, alrededor del año 1000, cuando todas lasleyes locales que iban surgiendo tímidamenteregularon las relaciones familiares y sexuales demanera detalladísima, más que la propiedad. Estose explica porque todo ejército necesita cabos y

sargentos a cuyo mando queden las peque-ñas unidades de tropa. La verticalizacióncomenzó por abajo, como debía ser, porquees sabido que una revolución triunfa cuan-do se insubordinan las tropas; por ende, loprimero que debe hacer quien quiere refor-zar el poder vertical es asegurarse de que losmandos bajos las controlan.

El cabo de este ejército social fue el pater,bajo cuyo mando quedaron todos los seresinferiores: mujeres, niños, siervos, esclavos,animales domésticos, etc. (viejos habíapocos, la gente se moría muy joven). Elpatriarcado no es más que el poder de loscabos y sargentos de la sociedad corporati-va, fruto del primer paso de la disciplinavertical.

El propio pater imponía los castigos a losseres inferiores, salvo casos de insubordina-ción, como las mujeres díscolas y los gays otraidores, que no asumían debidamente surol de pater. Como nadie podía permitir lainsubordinación de la tropa porque hundíael barco, las luchas que siguieron fueronentre señores, pero todos reafirmaron elorden sobre los inferiores.

El poder punitivo se fue extendiendo,pero no había suficientes leyes y las quehabía eran caóticas. Menos aún se disponíade un discurso legitimante de ese poderrenaciente. En ese momento aparecieronlas universidades en el norte de Italia y conellas los juristas, que como debían hacer eldiscurso pero no tenían leyes razonables, notuvieron mejor idea de traer el Digesto deJustiniano y comenzar a comentarlo.

Así nació la ciencia jurídico-penal, consupuestos comentarios al Digesto. ¿Y quéera el famoso Digesto? Nada menos que unacolección de antiguas leyes romanas, reco-lectadas por encargo del emperador Justi-niano, que nunca fue emperador en Romasino en Constantinopla, cuando ya el impe-rio de Occidente –o sea, Roma– había

caído en poder de los germanos. Las leyes penales recopiladas en el Digesto eran

las peores y, además, con algunos retoques defor-mantes del propio Justiniano, que desde la roma-nización del cristianismo (que suele llamarse cris-tianización de Roma) se consideraba jefe religiosoy perseguía con singular saña y alegría a los nocristianos, entre ellos a quienes seguían adorandoa los diosas romanos. A esta inyección legal de losprimeros juristas se la llamó recepción del dere-cho romano.

La ciencia jurídico-penal nació, pues, importan-do de Constantinopla los llamados libris terribilisdel Digesto. Los primeros penalistas se llamaronglosadores porque pretendían que comentabanesas leyes, aunque con el pretexto de comentarlasdecían lo que querían, pero comenzaron a ensayaralguna lógica interna en su discurso.

Por supuesto que quienes debían legitimar esasleyes atroces no podían confesar que el poderpunitivo sirve para verticalizar y colonizar, por loque siempre se trató de encontrar alguna justifica-ción para cada ley penal, basada en una necesidadfundada en hechos del mundo real. Como se tra-taba de legitimaciones sobre argumentos fácticos,los supuestos comentarios de los glosadores y pos-glosadores mezclaban el derecho penal con la cri-minología.

Así comenzaron las palabras de la academia enlas universidades del norte italiano hace mil años,pero el poder que en todos los tiempos éstas legiti-

maron no fue otro que el instrumento de verticali-zación social que posibilitó la colonización. Esepoder no se extendió porque Enrique el Navegantese largase al Africa o porque Cristóbal Colón conel cuento de las joyas de la reina armase las carabe-las, sino porque el poder punitivo había dado formade ejército a esas sociedades. Sin caer en fantasíasno verificables, lo cierto es que los nórdicos llega-ron a América antes que Colón, pero como notenían una estructura colonizadora se murieron defrío en el norte, sin animarse a seguir al sur.

Y la historia reiteró el proceso romano: Españano pudo modificar su estructura vertical cuandoamaneció el industrialismo en el siglo XVIII y ter-minó perdiendo su imperio y hegemonía, que pasóa las potencias del centro y norte europeos. Elpoder punitivo ya no desapareció, pero quedólimitado a su función interior, apuntalando unasociedad inmóvil.

Como lo punitivo es clave de poder planetario,lo que a su respecto se diga no resulta de unaingenua búsqueda de conocimientos, de curiosi-dad científica desinteresada en ámbitos académi-cos, sino que se enfrenta con el meollo de laexpansión colonial. Por eso, todo lo que se digaen criminología es político, porque siempre seráfuncional o disfuncional al poder, lo que no cam-bia aunque quien lo diga lo ignore o lo niegue.

Por eso no podemos eludir el pasado, porque silo ignoramos no sabremos dónde estamos parados.Lo que interesa del pasado no es si María Anto-nieta se dejó seducir por el collar, si Catalina sellevó a la cama a Miranda, si la reina Isabel sebañaba o si Ludwig II hacía orgías con sus guar-dias mientras soñaba palacios de Disneylandia,sino saber dónde estamos parados en una conti-nuidad de poder, que en su flujo nos trajo a estelugar. Y la cuestión criminal es central en estacorriente que no para, como algo del presente,que es pura proyección del pasado. Si no com-prendemos que la Edad Media no ha terminadono podemos entrever adónde vamos, o peor,adónde podemos ir (lo que excuso decir, inclusopor razones de buena educación).

Como la Edad Media no ha terminado, nada delpasado está muerto ni enterrado, sino sólo oculto,y no por azar. No es un pasado que vuelve, sinoque nunca se ha ido, porque allí está el poderpunitivo, su función verticalizante, sus tendenciasexpansivas, sus resultados letales.

Desde esta perspectiva, el pasado no evoca abu-rridas lecciones con fechas y próceres movidos porazar o genialidad, sino que nos muestra un zooló-gico de fósiles vivientes y no en un museo paleon-tológico. Por eso, si quieren seguirme, debo empe-zar por el pasado, para que no nos coma un tira-nosaurio.

Estamos habituados a que el locutor atildadocomunique la noticia sangrienta con voz caver-nosa, preludiando la exhortación a reformar elCódigo Penal y de inmediato vaya al corte paraanunciar productos íntimos. Pero también esta-mos acostumbrados a que eso genere un mar deopiniones dispares y en todos los tonos: hay quematar a todos; dejar actuar a la policía para quedé palos; aplicar el talión; tener buenas cárcelespara resocializar; atender los factores sociales; noatenderlos porque no todos los pobres delinquen;no sólo los pobres delinquen, y un larguísimoetcétera.

Creo que se sorprenderían muchos si se les dije-se que los estados absolutos los mataban hacevarios cientos de años, que desde la Inquisiciónse dieron palos, que el talión lo sostuvo Kant enel siglo XVIII, que la resocialización viene del

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positivismo del siglo XIX, de los factores sociales, escosa de muchos y en especial de Bonger hace unsiglo, que la negación de los factores sociales era deGarofalo a fines del ochocientos, que los delitos decuello blanco fueron teorizados por Sutherlandhace sesenta años, etc. Nada de esto ha muerto y sien la criminología académica no se sostienen algu-nas tesis porque ya no son políticamente correctas,se siguen sosteniendo con escaso disimulo en la cri-minología mediática.

¿Pero qué quiero decir con que la Edad Media noha terminado? Por un lado que somos hoy un pro-ducto de aquel poder punitivo que renació en laEdad Media y permitió a los colonizadores europeosocupar América, Africa y Oceanía, esclavizar, diez-mar y hasta extinguir a los pueblos originarios,transportar a millones de africanos, avanzar sobre elmundo con masacres y depredación colonialista yneocolonialista.

Pero, por otro lado, quiero decir que los discursoslegitimantes del poder punitivo de la Edad Mediaestán plenamente vigentes, hasta el punto de que lacriminología nació como saber autónomo en las pos-trimerías del Medioevo y fijó una estructura que per-manece casi inalterada y reaparece cada vez que elpoder punitivo quiere liberarse de todo límite ydesembocar en una masacre.

Cuando renació el poder punitivo, el obispo deRoma –el Papa– estaba deseoso de contener a todoslos que pretendían comunicarse directamente conDios al margen de su mediación o de la de susdependientes. Para reforzar ese monopolio telefóni-co –y también para concentrar poder económico–estableció una jurisdicción, o sea, un cuerpo de jue-ces propios encargados de perseguir a los revoltosos,llamados herejes. Ese fue el tribunal del Santo Ofi-cio o Inquisición romana.

La reaparición del poder punitivo y el surgimientode la Inquisición cambiaron todo. Hasta esemomento, en los procesos de partes la verdad seestablecía por las ordalías o pruebas de Dios. Los jue-ces anteriores a la vuelta del Digesto y a los inquisi-dores, eran en realidad árbitros deportivos, pues laordalía más frecuente era el duelo. El que vencía eraquien tenía razón, porque se invocaba a Dios y éstebajaba mágicamente convocado y se expresaba en elduelo, permitiendo ganar sólo al que tenía razón.Los jueces no juzgaban sino que cuidaban que nohubiese fraude. El que decidía era Dios. Pueden ima-ginarse que esos jueces tenían una absoluta tranqui-lidad de conciencia.

Con las leyes romanas imperiales inyectadas porlos juristas, la verdad pasó a establecerse por interro-gación, por inquisitio. El imputado debía ser interro-gado, y si no quería responder se le extraía la verdadpor la violencia, la tortura. Para eso habían secues-trado a Dios y la ordalía se había vuelto innecesaria,pues ya Dios estaba siempre del lado del que ejercíala violencia. El poder tenía atado a Dios, porquesiempre hacía el bien.

Según Foucault todo el saber adoptó el métododel interrogatorio violento. Algo de eso parecehaber si comparamos la inquisición con la vivisec-ción, pero volvamos a lo nuestro. La Inquisiciónromana ejercía el poder de juzgar en toda Europaporque no había estados nacionales y los señoresfeudales no podían impedirlo, pese a que les moles-taba. En España, donde la sociedad ya tenía formade ejército, el poder de la Inquisición no fue papalsino al servicio del rey, a diferencia del resto deEuropa. Por eso la Inquisición española tiene unahistoria separada de la romana.

Con este instrumento, el Papa masacró rápida-mente a unos cuantos herejes (los albigenses, loscátaros, etc.). También se juntó con los franceses

para fritar a los templarios y repartirse sus riquezas,imputándoles que eran gays y tenían un ritual deiniciación de sometimiento sexual, medio leatherstyle. Pero pronto la Inquisición se quedó sin trabajoy sin enemigo, porque los había matado a todos.Para justificar su brutal poder punitivo necesitabaun enemigo que tuviese más aguante, que fuese demejor calidad. Así fue como apeló a un enemigo demuy buen material, que duró varios siglos: Satán,que en hebreo significa justamente enemigo.

Como era difícil explicar semejante poder san-guinario en el marco de una religión cuyo Dios noera guerrero, sino una víctima ejecutada en un ins-trumento de tortura propio del poder punitivo delImperio Romano (equivalente a la silla eléctricadel siglo XX), era necesario inventarle un enemigoguerrero, y así Satán terminó siendo el comandanteen jefe de un ejército compuesto por legiones dediablos.

Para eso le vino muy bien la cosmovisión que casidiez siglos antes había imaginado San Agustín, quehabía vivido en el norte de Africa en el siglo IV ydespués de participar en cuanta fiesta pudo, cuandole bajaron las hormonas –y como antes había combi-nado sus andanzas con el maniqueísmo– imaginóque había dos mundos enfrentados en forma de espe-jo: uno de Dios y otro de Satán, la ciudad de Dios yla del diablo.

Ambas ciudades tenían equipos rivales: los deldiablo se dedicaban al deporte de tentar a los deDios porque éstos podían salvarse, en tanto queellos, como ángeles caídos, estaban irremisiblementecondenados a ser destruidos en el juicio final y, porlo tanto, trataban de postergarlo y de bajar el núme-ro de salvables. No quedaba claro por qué no losdestruyeron antes y era necesario esperar el juicio,pero no importa.

Lo cierto es que en ese mundo macizo pero perfec-tamente dividido no había posibilidad de neutrali-dad: o se estaba con Dios o con Satán. Todo lo queestaba fuera de la ciudad de Dios era dominio satáni-co, incluyendo los dioses paganos (y después lo serí-an las religiones de nuestros pueblos originarios).

Cabe aclarar que el pobre San Agustín no mató anadie, sino que sólo armó ese discurso y como habíamuerto casi mil años antes de la Inquisición, se aho-rró la pena de ver lo que se hacía con éste. Hubootros ideólogos que tuvieron menos suerte y la vidales dio la oportunidad de quejarse y arrepentirse,viendo cómo usaban sus ideas. Agustín tuvo inclusodestellos muy inteligentes, como el de enunciar laprimera política de reducción de daños en materiade aborto.

Pero cuando el Papa se valió del invento agusti-niano para perseguir todo lo que no se sometía a supoder y consagró la Inquisición a luchar contraSatán, como éste no aparecía por ningún lado, tuvoque agarrársela con algunos humanos y ya no le que-daban herejes. Por ende, la emprendió contra lamitad de la especie humana, contra las mujeres. Paraeso se inventó la teoría del pacto satánico.

Satán no podía actuar solo, necesitaba la compli-cidad de humanos (no me pregunten por qué, por-que no lo sé). Para eso había humanos que celebra-ban un pacto con el enemigo, con Satán. Era uncontrato de compra-venta prohibido, pero que porsu naturaleza sólo podían celebrarlo humanos infe-riores, que eran las mujeres. ¿Por qué? Por razonesgenéticas, biológicas: tenían un defecto de fábricapor provenir de una costilla curva del pecho delhombre, lo que contrastaba con la rectitud de éste(no sé tampoco dónde el hombre es recto, pero siga-mos). Por eso tienen menos inteligencia y por ende,menos fe. Lo ratificaban inventando que féminaproviene de fe y minus, o sea, menos fe (es mentira,

pues femina viene del sánscrito, del verbo que signi-fica amamantar).

Así fue como la Inquisición se dedicó a controlara las mujeres díscolas y libró a la combustión aunos cuantos miles de ellas por brujas en casi todaEuropa.

Pero el poder de Satán y sus muchachos fue muyestudiado y teorizado por los encargados de la Inqui-sición, que fueron los dominicos, orden fundada porSto. Domingo de Guzmán, pero también conocidoscomo perros del Señor (canes del Dominus). Estosfueron los primeros criminólogos, como estudiososde la etiología u origen del mal. Es claro que no sellamaron criminólogos sino demonólogos. Casi nin-gún criminólogo acepta ese origen, porque no es unabuena partida de nacimiento; prefieren considerarseherederos del Iluminismo o incluso del siglo XIX yolvidar el nombre de los viejos demonólogos, a losque nadie menciona. Pero lo cierto es que nadietiene la culpa de sus ascendientes.

Pero la demonología no dejó de crear contradiccio-nes, porque los juristas –glosadores y posglosadores–habían tratado de sistematizar sus especulacionesconforme a cierta lógica, que tomaban de la éticatradicional. Esto se debe a que en la medida en quese quiera dotar de alguna lógica interna al discursolegitimante del poder punitivo, surge un mínimo delímites, porque la necesidad no es infinita. Justamen-te, para eliminar esos límites creando una necesidadcasi infinita y absoluta, fue que se autonomizó la cri-minología con el nombre de demonología.

Los juristas pretendían que la pena hacía pagar ladeuda del delito. Si el crimen resultaba de una elec-ción libre, había que retribuir el mal con el mal. Laidea de culpa dominaba sus lucubraciones. Les recuer-do que culpa y deuda son sinónimos. El viejo Padre-nuestro decía perdónanos nuestras deudas y no eranlos pagarés que firmábamos, sino nuestras culpas. Enalemán Schuld tiene también ese doble significado.Esto ponía un pequeño límite a la pena, exigía ciertaproporción con el reproche de la culpa.

Y como la mujer era inferior, era menos inteli-gente que el hombre, debía ser menos culpable ypor ende merecer menos pena. Los juristas las con-sideraban como niñas, en permanente estado deinmadurez.

Pero los inquisidores no se atenían a la culpa,sino al grado de peligro que presentaban las brujas ySatán, que ponía en riesgo a la humanidad. Para losdemonólogos había una emergencia gravísima ynada debía obstaculizar la represión preventiva.Aquí surgió una cuestión que hasta hoy no se solu-cionó: ¿La pena se fija por la culpa o por la peligro-sidad? Los penalistas siguen discutiendo la incohe-rencia con parches, mientras los jueces deciden loque les parece.

Como vemos, la Edad Media está presente. En sutiempo esto se resolvió argumentando que el pactosatánico era un crimen más grave que el pecado ori-ginal, porque en éste Adán y Eva habían sido enga-ñados, pero el pacto con Satán se celebraba convoluntad plena, con conciencia del mal y, además,era una traición, nada menos que para la ciudad deDios, con lo cual había que seguir la tradición ger-mana. Cabe hacer notar que los germanos eran másecológicos, porque no dañaban los árboles, en vezlos inquisidores quemaban su madera. Pero lo ciertoes que este modelo marcó la estructura de todos losdiscursos posteriores legitimantes de masacres. Poreso será necesario detenerse en el análisis de esaestructura.

IV JUEVES 2 DE JUNIO DE 2011

Equipo de trabajo:Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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4. La estructura inquisitorial

Los demonólogos elaboraron un discurso muy bienarmado para liberar a su poder punitivo de todo lími-te, en función de una emergencia desatada por Satán ysus muchachos en combinación con las chicas terre-nas. Por cierto que si alguien sostuviese hoy esta tesissería irremisiblemente psiquiatrizado. Pero no pode-mos quedarnos en la anécdota, porque, aunque parez-ca mentira, la estructura demonológica se mantienehasta el presente. Los discursos tienen una estructuray un contenido. Se trata de algo parecido a un progra-ma de computación, supongamos que para alimentar-lo con los libros de una biblioteca. Podemos cargar elprograma con libros esotéricos y tendremos una bi-blioteca de esa naturaleza, pero también podemos va-ciar su contenido y recargarlo con otros libros y ten-dremos bibliotecas de medicina, física, química, his-toria, o lo que sea. Pues bien: lo que permanece deldiscurso inquisitorial o demonológico no es el conte-nido, sino justamente el programa, la estructura.

A lo largo de los siglos se vació y se volvió a ali-mentar el mismo programa con otras informaciones,con datos de nuevas emergencias, creíbles según pautasculturales de cada momento: se dejó de creer en Sa-tán y sus chicas, pero se creyeron otras cosas que hoytampoco son creíbles, aunque se sigue alimentando elprograma con datos que hoy son creíbles y mañanaserán tan increíbles como Satán, sus legiones de dia-blos y sus muchachas.

Desde la inquisición hasta hoy se sucedieron losdiscursos con idéntica estructura: se alega una emer-gencia, como una amenaza extraordinaria que pone enriesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a lanación, al mundo occidental, etc., y el miedo a laemergencia se usa para eliminar cualquier obstáculoal poder punitivo que se presenta como la única solu-ción para neutralizarlo. Todo el que quiera oponerseu objetar ese poder es también un enemigo, un cóm-plice o un idiota útil. Por ende, se vende como nece-saria no sólo la eliminación de la amenaza sino tam-bién la de todos los que objetan u obstaculizan al po-der punitivo en su pretendida tarea salvadora.

Por supuesto que el poder punitivo no se dedica aeliminar el peligro de la emergencia, sino a verticalizarmás el poder social; la emergencia es sólo el elementodiscursivo legitimante de su desenfreno.

Esto se verifica a lo largo de unos ochocientos añosde sucesivas emergencias, algunas de las cuales impli-caban cierto peligro real, pero nunca el poder puniti-vo eliminó ninguno de esos peligros. Satán está unpoco cabizbajo, con su tridente despuntado y su colaquebrada; el alcoholismo sigue haciendo estragos; lasdrogas se expanden cada día más; la sífilis se resolviócon la penicilina; la tuberculosis con la estreptomici-na; el bloque soviético implosionó; los herejes hicie-ron sus iglesias nacionales; la degeneración de la es-pecie y el peligro de las razas inferiores pasó a ser unagran mentira; las brujas siguen cocinando sus puche-ros raros y como máximo crean algún problema bro-matológico. Los peligros se inventaron o bien cuan-do eran reales desaparecieron por otros medios o per-manecen y hasta se amplían, pero, a lo largo deochocientos años, jamás el poder punitivo eliminóun riesgo real.

En mi barrio dirían que el discurso inquisitorialsiempre fue y sigue siendo un modo de enroscarle lavíbora a la gilada. Más académicamente diríamos quees un inmenso engaño, una tremenda estafa y que elpoder punitivo, al proyectarse en la opinión de laspersonas como el remedio para todo, no es más queel máximo delito de propaganda desleal de nuestra ci-vilización.

Se trata del instrumento discursivo que proporcionala base para crear un estado de paranoia colectiva que

sirve para que quien opera el poder punitivo lo ejerzasin ningún límite y contra quienes le molestan.

Pero por desgracia, cuando aparece un discurso conestructura inquisitorial y nadie detiene su instala-ción, la consecuencia última es una masacre. Así su-cedió con las mujeres quemadas, con las víctimas delas mafias y de la corrupción producidas por la prohi-bición del alcohol y de las drogas; con los enemigosdel occidente cristiano masacrados por la seguridadnacional o por el franquismo; con los enfermos y dis-capacitados esterilizados o asesinados por laeugenesia; con la eliminación en los campos de con-centración nazis, y con muchos millones de personas,pero ya me estoy metiendo con la palabra de los muer-tos, que es cuestión que dejo para más adelante.

Veamos ahora cómo losdemonólogos instalaronesta estructura discursivaoriginaria que permaneceinconmovible hasta elpresente. Por cierto queestos pioneros fueron mu-chos y escribieron unacantidad de libros muy so-fisticados. La criminologíano registra los nombresde sus fundadores, porquelos niega, como a esos an-tepasados bucaneros,contrabandistas o escla-vistas a quien todos ocul-tan y nadie reconoce.

No vale la pena resca-tar a todos ellos, porquede cualquier modo nocreo que ningún institutode criminología de nues-tros días quiera ostentaralguno de esos nombres.Para quien se interese enel tema, vale la pena decir-les que hay alguna antolo-gía bien hecha. Para nues-tros efectos es mejor cen-trarnos en la obra tardía pe-ro sintética que consagra laautonomía de la criminolo-gía respecto del derecho pe-nal, exponiendo por vez pri-mera en forma orgánica unacompleta teoría sobre el ori-gen del crimen, o sea, una ex-posición de la llamada etiolo-gía criminal. Se trata del Ma-lleus maleficarum o Martillo delas brujas de 1484.

A este respecto –y entreparéntesis– es bueno recordarque la inquisición romana tuvo su esplendor en lostiempos feudales, pero cuando los estados nacionalesse organizaron como fuertes monarquías, éstas recla-maron para sí sus poderes punitivos y se los fueronquitando al Papa, de modo que la tarea de quemarmujeres pasó a ser desempeñada por jueces estatalesdependientes de los monarcas y príncipes, algunos delos cuales no menguaron en su entusiasmo por lacombustión. Se siguieron quemando mujeres hasta elsiglo XVIII, pero por los estados, en tanto el Papa yano se ocupaba de las mujeres sino de los luteranos yreformados. Desde el siglo XV, o sea, con la llamadacontrarreforma, la inquisición romana se dedicaba aestos últimos y no ponía ningún énfasis en las muje-res.

De cualquier manera, los jueces estatales de Euro-pa central siguieron usando como manual el Martillo

de las brujas, que se hallaba en la guía oficial de losquemadores de mujeres desde que el 5 de septiembrede 1494 el tenebroso Inocencio VIII lo había consa-grado como tal mediante la bula Summis desiderantesaffectibus.

El Martillo fue escrito por dos inquisidores muy par-ticulares: el alsaciano Heinrich Krämer y el suizo ale-mán Jakob Sprenger. Este último era un sujeto de vi-da monacal que tenía apariciones y fama de beato,pero Krämer –también conocido como Institoris (queen latín significa tendero, lo mismo que Krämer enalemán) era algo más problemático, pues el obispo losuspendió en sus funciones porque en su afán incen-diario le estaba dejando la diócesis sin mujeres y, ade-más, según las malas lenguas se había quedado con al-

gún vuelto de indulgencias. Se discute, pero tambiénparece que falsificó la recomendación del manualitopor parte de la Universidad de Colonia, para darlemayor sustento académico.

Lo cierto es que estos dos personajes produjeron es-ta obra singular, que fue un best seller durante dos-cientos años, tiempo en el cual fue el libro más im-preso después de la Biblia. Como dato curioso deboadvertir que, si alguien quiere leerlo en castellano oportugués, debe buscarlo hoy en las secciones de li-bros esotéricos de las librerías.

Su lectura es a veces aburrida, pero no tiene des-perdicio, al margen de que no podemos dejar de pen-sar que se trata de dos delirantes con fijaciones se-xuales insólitas. La verdad es que para tener una ideacompleta del universo cultural de la edad media nose puede prescindir de Dante, por supuesto, pero

tampoco del Malleus maleficarum. Una misma épocaprodujo un poeta sublime como Alighieri y dos deli-rantes alucinados como Sprenger y Krämer. Tal vezhoy pase lo mismo.

El delirio está muy bien sistematizado y es la pri-mera vez en la historia que se construyó una obra queintegró en un sistema armónico la criminología (ori-gen del mal) con el derecho penal (manifestacionesdel mal), con el procesal penal (cómo se investiga elmal) y con la criminalística (datos para descubrirloen la práctica). La elaboración es, por ende, bastantesofisticada.

Como el contenido con que rellenaron la estructuraque fundaban es para nosotros tan disparatado, tienela ventaja de que en razón de esa tremenda distancia

temporal y cultural, nos permite ver con mayor clari-dad los principales núcleos estructurales que perma-necen hasta la actualidad desde el origen mismo de lacriminología. Por eso, repasarlos no es un mero diver-timento, sino una constatación de su permanencia através de los siglos. Paso a señalar veinte de estos nú-cleos, aunque advierto que hay más, con los que noquiero aburrirlos.

1. El crimen que provoca la emergencia es el másgrave de todos. Como vimos, los inquisidores sostení-an que era más grave que el pecado original. Siguie-ron otros en el tiempo: subversión, terrorismo, uso detóxicos, etc. La gravedad del crimen se exalta al má-ximo porque de ella depende el grado de peligro de laemergencia y del correspondiente poder del represor.

2. La emergencia sólo puede combatirse medianteuna guerra, o sea que el lenguaje no puede menos que

ser bélico. Los autores pretenden saber cómo estabanorganizadas las huestes de Satán, suponemos que por-que habían logrado infiltrar algún agente encubiertoen el infierno. Bush y Obama siempre dijeron lo mis-mo, y sin lugar a dudas el primero usó el mismo pro-cedimiento para descubrir las armas químicas en Irak,que luego Satán hizo desaparecer.

3. Su frecuencia es alarmante, decían que Alemaniaestaba llena de brujas, más que cualquier otro país. Eslo mismo que nos dicen por televisión todos los días ytodas las horas: en nuestro país hay más crímenes queen cualquier otro (nuestro país puede ser cualquiera enque haya un televisor).

4. El peor criminal es quien duda de la emergencia.Cuando alguien pide números y duda de la gravedad y

frecuencia corre seriosriesgos, porque se erige enenemigo, no de la sociedadni de la humanidad, sinodel que ejerce el poder pu-nitivo. Aunque hoy quedamal que lo quemen comopostulaban Sprenger yKrämer, no dudo de quemuchos lamentan que lostiempos cambiaran.

5. Debe neutralizarsecualquier fuente de auto-ridad que diga lo contra-rio. En tiempos de los in-quisidores había un ca-non, es decir, una leymuy antigua, el Canonepiscopi, que se refería auna secta de mujeres (lashijas de Diana) que habíaexistido muchos añosantes y no les atribuíaningún poder maléfico ynegaba que pudieran vo-lar. Es claro que un ve-nerable texto de estanaturaleza es un obstá-culo para el discurso,

como lo puede seruna verificacióncientífica o fun-dada con serie-

dad. Cuando se produ-

ce este fenómenohay tres solucionesdiscursivas: la fuen-te es falsa (por

ejemplo: no se reca-lienta el planeta, loscientíficos que dicen

lo contrario no sabennada o falsean la realidad), es verdadera pero se re-fiere a otra cosa (las hijas de Diana no eran como lasbrujas alemanas; los ladrones de antes eran buenos ycaballerescos, no como los de ahora; los anarquistasno eran como los subversivos, etc.) o se la interpretamal (el Canon no dice exactamente eso, lo que lostécnicos dicen es otra cosa, hay que hacer distincio-nes, etc.).

Para Sprenger y Krämer las brujas volaban en serio,y si no hubiesen volado y sólo se ilusionaban, igualhabía que fritarlas porque pactaban con Satán y listo.

6. La valoración de los hechos se invierte por com-pleto. Es lo que muchos años después Merton llamaráalquimia moral. Si la bruja no confesaba pese a labrutal tortura, era porque Satán le daba fuerzas; sidesesperada se ahorcaba era porque Satán se la habíallevado para que no confesara y se salvara en el más

allá (porque aunque confesase la mataban igual). Sienloquecía con la tortura y reía era porque Satán seburlaba de los inquisidores. Nada cambia: si los pre-sos estudian es para delinquir mejor, si se arrepientenson simuladores, si se matan es porque son crimina-les, si alguien pide una tregua está simulando paracontraatacar.

7. El delirio sirve de coartada para encubrir muchosdelitos. Si un cura estaba observando el pene de unconfesante, era porque trataba de convencerlo de queno lo había perdido por obra de un encantamiento; siotro aparece desnudo dentro de un silo, contará queSatán lo llevó a un banquete y como no quiso jurarlefidelidad lo arrojó allí; si un santón es encontrado de-bajo de la cama de una mujer, será porque Satán seapoderó de su cuerpo para esconderse. Cuando un in-vestigador es sorprendido en curva, hasta hoy sueledecir que se estaba infiltrando; el terrorismo tambiénes útil para eliminar a los maridos molestos de lasamantes, etc.

8. Las imágenes rectoras son inmaculadas: esto lollevaban al extremo de sostener que los ángeles y Je-sús no completaban el proceso alimenticio, o sea, queno defecaban, sino que disolvían el alimento en el es-tómago. La pureza de los líderes en toda emergenciaes algo que se cuida con singular esmero, en especialsu corrección sexual. Para los inquisidores los diablosni siquiera tenían orgasmos (porque al final tambiéneran ángeles), o sea, que copulaban con las brujas só-lo para hacer el mal; eran una suerte de sadomaso-quistas inorgásmicos.

9. Los enemigos son inferiores. La misoginia delMalleus es extrema: la mujer es inferior biológica y ge-néticamente, lo que verificaban con nutridas citas enque mezclaban indistintamente a paganos y padres dela Iglesia. Casi todas las emergencias son promovidaspor inferiores en la historia posterior: mestizos, mula-tos, razas colonizadas o degeneradas, defectuosos, dis-capacitados, enfermos, degenerados, etc. Como nopodían eliminar a todas las mujeres, se contentan conquemar sólo a las díscolas.

10. La inferioridad puede extenderse: las hijas de lasbrujas tenían predisposición a la brujería. Esto puede pa-sar por razones genéticas, pues los diablos sabían aquién sacarle el semen y dónde ponerlo para producireste efecto; sería lo contrario a la eugenesia y se llamaríadisgenesia, aunque como para los diablos era bueno setrataría de una eugenesia diabólica. Pero no nos embro-llemos más. También podía haber transmisión por ca-racteres adquiridos a partir de la brujería de la madre.

Los hijos del aquelarre no eran hijos de diablos, por-que éstos son ángeles y no tienen semen, sólo adop-tan forma humana, pero en realidad son de aire con-centrado, como una suerte de muñecos inflables desex-shop, aunque saben de ingeniería genética.

Aquí los inquisidores, con siglos de anticipación,combinan a Darwin con Lamarck, igual que en emer-gencias posteriores: hay que matarlo si es inferior gené-ticamente, como hacían los nazis; hay que criarlo conuna familia sana si la inferioridad proviene de la educa-ción, como hicieron Franco o nuestros dictadores.

11. Las víctimas no deben colocarse en situación devulnerabilidad, porque los vicios favorecen la acciónde Satán. Quienes tienen amantes antes de casarseprovocan que éstas cuando se sientan despechadashagan sortilegios para matar a sus mujeres. Es necesa-rio vivir en orden para cuidarse del enemigo; todo des-orden puede ser aprovechado por éste. El que ejerceel poder punitivo quiere moralizar, en verdad para fa-cilitarle la tarea.

12. Es una regla inveterada que el poder punitivodescontrolado quiere un mundo regular y gris, aburri-do, que pueda controlar sin problemas: todo lo quesalga de lo usual es sospechoso. La alegría conspiracontra el control y baja el nivel de paranoia, porque

II JUEVES 9 DE JUNIO DE 2011 JUEVES 9 DE JUNIO DE 2011 III

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la fiesta hace pensar en otra cosa, la gente se distrae.Los inquisidores advierten contra el peligro de lasfiestas populares: siempre son los dark de la época.

13. Los inquisidores niegan los daños colaterales,afirmando que no hay terceros inocentes, sino quesiempre el castigo es merecido, aunque se fundan enun dogma: por algo será. En muchas masacres se sos-tiene que no hay inocentes, que todos son culpables,aunque no hayan hecho nada.

14. Los inquisidores son infalibles y más si son pu-ros: San Macario, porque era puro, era el único queveía a una mujer cuando los demás, por efecto debrujería, veían a una yegua, hasta que Macario ladesencantó y los demás pudieron ver a la mujer. Lapureza garantiza la perfecta percepción de los he-chos. Es lo que pasa con los grandes empresarios demasacres: son los únicos puros que ven claro; por esohay que seguirlos y no discutirles.

15. Los inquisidores no admiten errores, quien escondenado es culpable y la condena es prueba sufi-ciente; nunca hubo un error y todas las mujeres que-madas eran brujas. Es obvio que las cenizas no ape-lan. La única razón que daban para negar algún errorera que Dios no podía permitirlo, porque como sabe-mos estaba secuestrado por ellos. Los sucesivos em-presarios de emergencias masacradoras no pudierondecir lo mismo, porque Dios ya se les había escapa-do. Por eso apelaron a la tesis de que es inevitableque en toda guerra caigan algunos inocentes.

16. Se eximen de toda ética frente al infractor:pueden prometer de todo y después no cumplirlo. Lainferioridad de la bruja les autoriza a eso. Lo mismopasa en cualquier emergencia, los empresarios masa-cradores no tienen códigos, porque no vale la penafrente a los terroristas, subversivos, criminales, dege-nerados, extranjeros enemigos, enfermos, etc.

17. Los inquisidores son inmunes al mal que com-baten: Satán no puede engañarlos a ellos, porqueDios no lo permitiría. En lo sucesivo será su cienciao conocimiento especial que los hará inmunes. Elinspector de impositiva no ayudará a evadir, el fun-cionario que combate el tráfico no ayudará a trafi-car, etc. Todo poder punitivo garantiza que susagentes son inmunes al mal, y cuanto más desenfre-nado, mayor es la garantía de inmunidad y menor laposibilidad de ser desenmascarados.

18. El mal tiende a prolongarse. Las parteras elimi-naban a niños no bautizados para que no se comple-te el número de elegidos y se postergue el juicio fi-nal, así ellos sobrevivían más tiempo. Siempre elmal se prolonga y el razonamiento lleva a exigir poreso su erradicación total y absoluta: la masacre debeser radical y definitiva.

19. La creencia en el poder de las brujas era unprejuicio de la época. El Malleus lo refuerza al extre-mo con la garantía del saber académico de su tiem-po. No en vano Krämer hizo algo no del todo claropara obtener el apoyo de la Universidad de Köln.Todas las emergencias posteriores explotaron y pro-fundizaron prejuicios; es lo que se llama una políticavölkisch o popularista (no populista, que es otra cosamuy diferente).

20. El Malleus garantiza la reproducción de clien-tela: a la mujer no se la torturaba para que confesase,sino para que revelase el nombre de sus cómplices yla mera mención de un nombre bajo tortura autori-zaba a torturar también a la persona nombrada. To-da emergencia cuida que la clientela no se termine,porque si se agota pierde sentido su poder punitivo,como le había sucedido al Papa después de las masa-cres de los cátaros y otros herejes.

Esta es en su mayor síntesis la estructura fundacio-nal del poder punitivo ilimitado, trabajada durantedoscientos años y sintetizada tardíamente por el Ma-lleus en 1494, pero que hasta hoy se ha mantenido

en todas las fabricaciones de emergencias que se hi-cieron en los seis siglos posteriores.

El Malleus es una obra tardía, porque en el siglo si-guiente a su aparición se consolidaron las monar-quías y con algunas de ellas las iglesias nacionales.La inquisición papal tuvo que ponerse las pilas paracuidar que los adeptos a estas iglesias nacionales nole sublevasen la parte que quedaba bajo su control,por lo cual dejó un poco de lado a las mujeres y seocupó de quemar reformados. Los reformados, por suparte, también practicaban la combustión con granentusiasmo, como Calvino que se cargó a Servet,porque parece que no le hizo gracia que la sangrecirculase. Es obvio que la sangre siguió circulando,pero no la de Servet.

Por cierto que el poder de los inquisidores y de susmuchachos era codiciado por otros y, entre éstos,por los médicos, que aspiraban a pinchar por lo me-nos un trozo de éste.

Tendremos más adelante oportunidad de verificarque los médicos siempre le tuvieron ganas al poderpunitivo y llegaron a dominar su discurso legitiman-te con horribles consecuencias masacradoras. Pero elprimer avance del poder médico sobre el campo pu-nitivo lo intentó en 1563 un médico protestante delos Países Bajos, Johann Weyer (o Weier o Wier),quien publicó en Basilea un libro que se llama Lastretas del demonio y que rápidamente corrió por Euro-pa armando considerable revuelo.

Wier no negaba la inferioridad de la mujer ni laexistencia de las brujas y menos su peligrosidad, puesseguía manejándose dentro de la misma visión agus-tiniana del mundo configurado por las ciudades es-pejadas de Dios y Satán. Pero Wier introdujo la no-vedad de que las brujas eran melancólicas y que poreso Satán se aprovechaba de ellas, explotando su en-fermedad. No está de más recordar desde ahora quela melancolía era lo que luego con Charcot se llama-ría histeria.

Al mismo tiempo, como buen protestante, apro-vechaba para decir que los verdaderos brujos eranlos curas exorcistas, que practicaban su magia antefetiches, que eran los santos católicos. Cabe aclararque había un gremio de exorcistas que protestabancada vez que un cura no agremiado se lanzaba aexorcizar a alguien.

Pero volviendo a Wier, debemos advertir que ha-bía hecho viajes a lugares lejanos y estudiado variasplantas alucinógenas, por lo que también afirmabaque muchas de estas mujeres sufrían los efectos deintoxicaciones por atropina, opio y hashish (la mari-huana y la cocaína no habían llegado).

La novedad introducida por Wier es muy intere-sante, porque da lugar a lo que hoy subsiste, se lla-man medidas de seguridad. El poder punitivo puede li-berarse de límites argumentando de varias maneras,y en esto nunca se queda corto, pues el ingenio per-verso que caracteriza a sus discursos legitimantes esinusitadamente fértil. Uno de ellos consiste en ocul-tar o disimular su propio carácter punitivo, lo que sesigue haciendo mediante el expeditivo recurso dedejar de llamar penas a las penas. Esto fue lo queWier introdujo.

En efecto: vimos que había una contradicción en-tre la pena limitada por el reproche de culpabilidadfundado en la elección del infractor, donde se le co-bra su culpa, propio de los juristas (glosadores y pos-glosadores), y la peligrosidad sostenida por los demo-nólogos, pues los primeros no podían justificar laspenas máximas a las mujeres, porque eran menos in-teligentes y, por ende, debían ser menos culpables.

La solución transaccional se encontró en aumen-tar hasta el máximo la gravedad del delito de lasbrujas y hacerlo superior al mismo pecado original,con lo cual por cualquiera de las dos vías se habilita-

ba la combustión, recurso que cuatrocientos añosdespués volverían a usar los penalistas del nazismo.

Wier propuso una variante consistente en que alas brujas se las sacase del campo de los juristas y delos inquisidores y se las dejase en manos de los médi-cos, de modo que éstos las pudiesen meter en losmanicomios, que eran en su tiempo asilos infectospeores que las cárceles, donde no sobrevivirían mu-cho tiempo. De este modo no se penaba formalmen-te a las mujeres, pero materialmente se las privabade libertad hasta su muerte o poco menos, aunquesuponemos que las de clase alta podrían ser atendi-das a domicilio.

Es interesante observar que hasta hoy en el dere-cho penal se discute si la pena se fija por la culpabi-lidad o por la peligrosidad, aunque se disimule la ter-minología tratando de combinar parches contradic-torios. En estas combinaciones de lo no compagina-ble, lo más frecuente en la legislación comparada esque se prevea fijar la pena según la culpabilidad, pe-ro que a los peligrosos o enemigos se les deje a mercedde medidas administrativas de seguridad. De estemodo verificamos que no estamos hablando de his-toria en el sentido más usual del término, sino delpresente, o sea, que una vez más confirmamos que laedad media no terminó.

De cualquier manera, esta primera tentativa demanotear el poder punitivo por parte de los médicosno le hizo gracia a la Iglesia, pero tampoco a los re-yes y príncipes. Un jesuita belga como Wier, perohijo de padre español, Martín del Río, sostuvo queéste era un hereje porque negaba que las brujas vola-sen y que además era un mago. Por ende, si Wierhubiese caído en manos católicas les hubiese permi-tido celebrar un asado más.

Pero como la quema de mujeres ya no se practica-ba tanto por la Iglesia sino por los jueces de los re-yes, la propuesta de Wier alarmó a los teóricos queestaban echando las bases del concepto de soberanía,porque Wier quería arrebatarles un poder que estabapasando rápidamente a sus soberanos. Wier no sólose había metido con el poder del Papa sino tambiéncon el de los soberanos: estaba bien que lo disputa-sen entre ellos, pero no que alguien pretendiera sa-cárselo a ambos y dejar de quemar a las mujeres parameterlas en sus asilos.

Los dos teóricos más fuertes del emergente con-cepto de soberanía –hoy tan destartalado– fueron enel siglo XVI el inglés Thomas Hobbes y el francésJean Bodin (o Bodino). Este último publicó un libroen respuesta a Wier en 1580: De la démonomanie dessorciers. De l’inquisition des sorciers.

Bodin se daba cuenta de que el manotazo médicono se limitaba a las brujas, sino que amenazaba irmucho más lejos y, por lo tanto, discurría que con elmismo criterio todos los criminales deberían ser psi-quiatrizados.

Pero no fue sólo Bodin quien percibió la gravedadde la amenaza médica al poder de los soberanos, por-que el propio hijo de María Estuardo, el rey Jacobo Ide Inglaterra y VI de Escocia, perseguidor un tantodesganado de católicos y puritanos, en los ratos deocio que le permitía la atención de sus favoritos –da-do que a la reina le dispensaba muy poca– escribióuna Demonología en respuesta a Weier.

Esto da cuenta de que desde el primer intento se-rio de la corporación médica, todos los dueños deldiscurso del poder punitivo hicieron sonar la alarma,lo que aparece más que justificado a la luz de los he-chos de tres siglos posteriores.

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5. Siempre hubo rebeldes y transgresores

Hemos visto que los inquisidores eclesiásticos en elsiglo XVI ya no se ocupaban mucho de las brujas. Es-to se debió a que el Papa nombró a un cardenal em-bajador en España y éste vio cómo funcionaba allí lainquisición, que era un instrumento muy eficaz deverticalización al servicio del rey, dedicado a conver-tir en cenizas a todos los disidentes peligrosos para lacorona (llamados herejes), en particular a los que tra-taban de introducir el desorden con ideas de las igle-sias reformadas nacionales de otros países.

Pues bien: este cardenal volvió a Roma y cuandomurió el Papa fue electo para reemplazarlo. Ni lerdoni perezoso copió la organización de la inquisición es-pañola para combatir a los reformados y sus herejías, osea, a todos los que no le respondían, revitalizando ladecadente inquisición romana y transfiriendo su con-ducción a los jesuitas.

Aquí vemos un cambio de corporación hegemóni-ca, en que el primado del discurso sobre la cuestióncriminal pasó de los dominicos a los jesuitas, al tiem-po que el discurso se centraba en los luteranos y otrosherejes y dejaba de lado a las brujas, cuya combustiónpasó a ser decidida por los jueces de los reyes y prínci-pes, quienes siguieron practicándola con singular pa-sión incendiaria, en especial en Europa central, vali-dos siempre de las enseñanzas del famoso Malleus.

Sin embargo, no todos estaban tan locos en esetiempo, pues hubo autores que escribieron contra estapráctica, en particular algunos jesuitas. Pero el granrebelde fue Friedrich Spee, que en 1631 publicó un li-bro exclusivamente destinado a destruir al Malleus y alos doctrinarios que legitimaban la combustión demujeres por brujería. Como era natural, por elemen-tal prudencia publicó el libro anónimamente y sin lalicencia de los superiores de su orden, todo lo cualconstituía una falta gravísima.

En todas las épocas el transgresor es un enigma.¿Cómo surge? ¿Por qué alguien desafía al poder o a losvalores dominantes aun a costa de graves riesgos? Hayquienes afirman que se trata de casos en que lo ense-ñado de chico contrasta muy fuertemente con lo quese verifica luego en la vida adulta, pero lo cierto esque eso nos pasa más o menos a todos y para resolver-lo suelen estar los psicoanalistas.

De toda forma y sin descartar esa posibilidad, locierto es que por suerte siempre hay transgresores y,en el caso de Spee, no podemos verificar si de niño enlugar de cuentos de hadas le leían relatos de brujas ytampoco podemos hacerle un reportaje y preguntarleal respecto.

A juzgar por lo que relatan los biógrafos de Spee,parece que le encargaron la confesión de todas lasbrujas de su comarca antes de quemarlas, y el pobre setraumó tanto que su cabello se fue llenando de canas,no justamente porque las nieves del tiempo blanquearansu sien, puesto que era muy joven.

El libro de este rebelde canoso se llamó Cautio cri-minalis, o sea, cautela o prudencia criminal. El mismotítulo de la obra era molesto porque encerraba unaironía: la Constitutio criminalis era la vigente y brutalordenanza criminal de Carlos V, o sea, el texto legalde inusitada crueldad que rigió en el derecho penalcomún alemán desde 1532 hasta fines del siglo XVIIIy en función del cual quemaban mujeres los juecesdel emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y,una vez disuelto éste, los de los príncipes que se con-sideraban herederos del imperio desmembrado.

Es curioso, pero Spee no era un jurista ni un crimi-nólogo, sino un poeta y, según los especialistas, el me-jor poeta alemán de su tiempo, además de destacadoteólogo.

Pues bien: este rebelde canoso –o encanecido–,cansado de las brutalidades e iniquidades de las que

era testigo (a lo que tal vez conviniese agregar que lastinturas de su tiempo no eran buenas), decidió jugarsecon todo en su libro y se despachó a gusto, sin aho-rrarse ningún detalle ni adjetivo.

Spee no anduvo con vueltas y no se enredó en dis-cusiones sobre el poder de Satán ni de las brujas: co-mienza diciendo que no discute su existencia, peroafirmando que nunca conoció a ninguna y que no ha-bía bruja alguna entre las mujeres que había confesa-do antes de ser quemadas. Por el contrario: afirma quecon el procedimiento inquisitorial cualquiera podíaser condenado por brujería.

El canoso no era ningún tonto –nunca un buen po-eta puede serlo– y, por ende, tomóel camino correcto en cualquier crí-tica al poder punitivo, evitando caeren la trampa usual que desvía lacuestión hacia la gravedad del malque éste pretende combatir y contrael que libra su guerra. Si el poder pu-nitivo no sirve para lo que pretende,no es cuestión de entrar en la discu-sión acerca de la maldad de lo quedice combatir, sino –simplemente–de mostrar que no lo hace.

En las discusiones sobre las actua-les andanzas de Satán (o el enemigo)no tiene sentido discutir si la cocaí-na es dañina, porque no cabe dudade que lo es; lo importante es mos-trar que la pretendida guerra a la co-caína provocó 40.000 muertos enMéxico en los últimos cuatro años,buena parte de ellos decapitados ycastrados, cuando la cocaína hubiesedemorado casi un siglo en cargarsela misma cantidad por efecto de so-bredosis. Tampoco tiene sentido dis-cutir la perversidad del terrorismo,sino hacer notar que la supuesta gue-rra causó ya muchos más muertosinocentes que el propio terrorismo.Spee supo esto en 1631, aunque mu-chos comunicadores sociales no hayancaído en la cuenta hasta el presente.Tal vez le fue más fácil a Spee por-que no veía televisión.

Nuestro encanecido jesuita se pre-guntaba cómo era posible que suce-diesen esas aberraciones, qué era loque permitía que continuase seme-jante barbarie. En primer lugar loatribuye a la ignorancia de la pobla-ción, es decir, a la desinformación, osea, a la criminología mediática de sutiempo, cargada de prejuicios que sereforzaban desde las plazas y los púl-pitos, o sea, a lo que hoy llamamostécnica völkisch (populacherista, quealgunos traducen mal por populista,que obviamente no es lo mismo).

Además, destacaba la responsabi-lidad de la iglesia, entendiendo portal a los teóricos, es decir, a los dominicos y sus segui-dores, que repetían las consignas discursivas de la cri-minología académica de su tiempo, legitimante deesos asesinatos.

Seguía atribuyendo culpas a los príncipes, que de esemodo podían cargarles todos los males a Satán y a susmuchachas, pero sobre todo, porque no controlaban asus subordinados, a quienes dejaban hacer a gusto. Es-to hoy lo llamamos autonomización policial, o sea, per-mitir que la corporación policial actúe fuera de todocontrol político, para lo cual se le asignan ámbitos derecaudación autónoma, también señalados por Spee.

En efecto: los inquisidores oficiales de los príncipescobraban por bruja ejecutada, o sea, que trabajaban adestajo. Por eso se esforzaban por obtener el nombrede otra candidata, a efectos de que nunca se les agota-se la clientela y, además, atribuían a Satán el suicidiode algunas de esas infelices, porque en ese caso no co-braban. Los príncipes no pagaban por brujas suicida-das, porque no les servían como espectáculo popular.

Pero como si esto fuese poco, también cuenta Speeque se dedicaban a recorrer los domicilios solicitandocontribuciones para su santa labor de purificación, osea, que se trataba de una venta de protección mafio-sa. Como vemos, hay pocas cosas nuevas bajo el sol.

Por último, nuestro canoso poeta destacaba algoque es hasta hoy moneda corriente en el lenguaje ju-rídico: los eufemismos. Cuando en las actas se hacíaconstar que las mujeres confesaban voluntariamente,era porque lo habían hecho una vez suspendidas ydescoyuntadas, dado que sólo se consideraba confe-sión bajo tormento cuando se aplicaban los hierros.

El libro de Spee es un poco aburrido y bastante de-sordenado, pues está escrito con el método de lascuestiones, o sea, preguntas y respuestas. Son 52 cues-tiones y en las últimas no ahorra calificativos: consi-dera que la quema de mujeres puede compararse con

lo que hacía Nerón a los cristianos, lo que implicaque los jueces de los príncipes eran criminales. Nadiese había animado a semejante adjetivación y habríade pasar más de un siglo y medio hasta que dijese lomismo Jean Paul Marat, el revolucionario francésexecrado por toda la historiografía fascista posterior.

Lo que cabe destacar como más significativo de estetexto es que, así como el Malleus fijó la estructura deldiscurso inquisitorial, la Cautio lo hizo con el discursocrítico. En efecto: cualquier discurso crítico del poderinquisitorial y del poder punitivo en general, desde1631 hasta la fecha, destaca: 1) el incumplimiento desus fines manifiestos por el poder punitivo, 2) la fun-

ción de los medios de comunicación, 3) la de los teó-ricos convencionales legitimantes, 4) su convenien-cia para el poder político o económico, 5) la autono-mización policial y 6) la corrupción o recaudación au-tónoma.

Desde la crítica liberal al poder punitivo del anti-guo régimen hasta las teorías de la criminología críti-ca de las últimas décadas del siglo pasado, estos ele-mentos estructurales están presentes en el discursodeslegitimante o crítico de todo poder punitivo.

En este sentido, Spee fijó otro programa de compu-tación que en cada época en que florece la crítica se

vuelve a llenar con los datos correspondientes altiempo de cada autor. Puede decirse que hasta hoyconstruimos discursos siguiendo alternativamente lasestructuras fundacionales del Malleus o de la Cautio.

El librito de Spee molestaba mucho a los príncipes,a los dominicos, a las policías y a los jueces, pero tam-bién a los propios jesuitas, que si bien no quemabanmujeres, aplicaban el mismo procedimiento contra losluteranos, por lo que tener a semejante infractor entresus filas les creaba un problema con los príncipes.

Si bien el libro se publicó sin nombre de autor, apoco se supo que Spee era su responsable y no faltóquien de inmediato propusiera que se le asase a fuego

lento, idea que no prosperó, quizáporque eso le hubiese dado mayorfama. De cualquier manera era con-taminante para la orden, por lo cualquisieron forzarlo a renunciar a ella,a lo que el poeta se negó rotunda-mente. Al fin resolvieron soportarloy calmarlo en la medida de lo posi-ble, dándole una cátedra de teología.

Algunos citan su nombre comoFriedrich von Spee, lo que no escierto, porque no era noble, siendosólo Friedrich Spee y el von Langen-feld no hace más que indicar su lugarde origen.

Cuatro años después de la publica-ción de la Cautio criminalis –en1635– habría de morir contagiadomientras prestaba asistencia a solda-dos víctimas de la peste. Imagina-mos que su muerte debe haber sidoun alivio para sus superiores, pues nose ocuparon mucho de sus restos,que se perdieron hasta que en 1980se logró identificar su cuerpo.

Pese a todo el empeño puesto porSpee y a los riesgos que corrió, su li-bro pasó sin pena ni gloria y los jue-ces siguieron llevando adelante sualegre quema de mujeres conforme alas instrucciones del Malleus, quecontinuaba siendo el libro de cabe-cera de los corruptos de la época.

Setenta años después de la apari-ción de la Cautio, el filósofo Chris-tian Thomasius releyó su obra. Tho-masius era un simpático señor queaparece en sus retratos con redonde-ado rostro rosado, sin que sepamos siera canoso, pues cubría su cabezacon una rubia peluca de largos bu-cles. Al parecer, ese adminículo pro-tegía un respetable contenido crane-ano, porque no dudó en retomar losargumentos de Spee.

En 1701, Thomasius defendió pú-blicamente su tesis Dissertatio de cri-mine magiae, en la que desbaratabalos disparates del Malleus. Esta tesisfue traducida al alemán tres años

más tarde y alcanzó gran difusión, lo que era explica-ble, pues con Thomasius se anunció el Iluminismo y,como si esto fuese poco, echó las bases para una ade-cuada distinción entre moral y derecho (pecado y de-lito), aunque hasta hoy pululan muchos que se niegana comprenderla y que, sin duda, si bien nuestra civili-zación muestra cada día más defectos, es una de susmejores conquistas.

Con este empelucado filósofo se opacó el Malleushasta desaparecer y quedar reducido a una curiosidadhistórica.

En verdad, debo decir que todo lo que estoy con-

tando es muy poco conocido por los penalistas y cri-minólogos posteriores, hasta el punto de que el Ma-lleus fue publicado en versión castellana hace menosde cuarenta años por historiadores, en una ediciónque está completamente agotada; hace menos de unadécada vio nuevamente la luz otra edición. La Cautiocriminalis nunca fue traducida al castellano y hastadonde sé tampoco la tesis de Thomasius. Todo esto secubrió con un manto de silencio, como si no formaseparte de la historia del derecho penal y de la crimino-logía. Insisto en que se trata de ascendientes que estossaberes han tratado de ocultar, como el árbol genea-lógico de algunas familias ilustres que se empeñan endisimular el origen de sus fortunas.

6. Las corporaciones y sus luchasPero en los años transcurridos entre la Cautio y la

Dissertatio –entre 1631 y 1701– se estaba profundizan-do otro fenómeno que se acentuaría en el curso del si-glo XVIII, que fue el surgimiento del sujeto público.

En el estado absoluto el señor ejercía el poder de vi-da y muerte, que en realidad era sólo poder de muer-te, pues la vida no la podía dar. Para matar o dejar vi-vir –como dice Foucault– no se necesitaba mucha es-pecialización, porque por lo general matar es una ope-ración bastante sencilla para el poder estatal, que pa-ra ello no ha menester más que de una agencia ocuerpo de asesinos más o menos disimulados y eleva-dos a funcionarios.

El problema se complicó cuando el poder estatalcomenzó a preocuparse por regular la vida pública, esdecir, no de cada individuo en particular sino del su-jeto público. La función del estado se complicó y elpríncipe necesitó rodearse de secretarios o ministrosespecializados que pasaron a encargarse de la econo-mía, de las finanzas, de la educación, de la salubridadpúblicas, es decir, de este sujeto público.

Como es natural, alrededor de cada ministro se fueformando una burocracia especializada que construyóun saber o ciencia que se alimentó desde las universi-dades.

De este modo, se formaron las corporaciones de sa-bios especialistas, cada una con un saber propio ex-presado en un dialecto sólo comprensible para los ini-ciados, es decir, para los que pertenecen a la respecti-va corporación y, por ende, inaccesible al vulgo de ex-traños a ésta, generalmente llamados legos (tambiénse los podría llamar bárbaros, porque en definitiva sedenominaba así a los que no comprendían o hablabanmal la lengua local).

Se trata de corporaciones que monopolizan el dis-curso y se cierran a los extraños mediante su particu-lar dialecto. No debe llamar la atención que los cri-minalizados hagan lo mismo en forma de argot delin-cuencial, que fue materia de estudio de sesudos crimi-nólogos del siglo pasado, quienes no se percataron deque ellos se expresaban en su propio argot y que tam-bién eran bárbaros respecto del dialecto de los presos.

Desde los siglos XVII y XVIII y hasta el presente lascorporaciones monopolizan su discurso y disputan en-tre ellas para ampliar su competencia, sin contar conque también hay lucha interna de escuelas en procurade lograr imponer la hegemonía del propiosubdiscurso. En síntesis, hay luchas inter-corporativasy también intra-corporativas.

No extrañará, pues, que el discurso penal y crimi-nológico haya sido materia de disputas entre las cor-poraciones, como no podía ser menos, dado que essiempre un discurso acerca del poder mismo. Esto noes ninguna novedad, puesto que desde mucho antesde que tomara cuerpo esta lucha entre corporacionesvimos cómo el primado pasó de los dominicos a losjesuitas, y los médicos –con Wier– también quisieronmeter su cuchara, que en siglos posteriores devendráun enorme cucharón.

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Vimos que el poder punitivo genera las estructurascolonizadoras, pero también fosiliza a las sociedadesque adquieren esa estructura, por lo cual éstas noson muy aptas como escenario para la lucha de cor-poraciones y menos si se trata del discurso del propiopoder punitivo.

Siempre hay discursos sobre este poder, pero sóloalguno se vuelve hegemónico o dominante porquealgún sector social al que le resulta funcional loadopta y lo impulsa. Esto tiene lugar cuando hay unadinámica social más o menos acelerada, o sea, cuan-do surge un conflicto interno en la sociedad y unsector de cierta importancia quiere deslegitimar eldiscurso del poder del sector al que tiende a despla-zar o frente al cual quiere abrirse un espacio.

Por eso no eran las sociedades colonialistas espa-ñola y portuguesa el mejor campo para la lucha delas corporaciones y, por ende, el escenario de ésta setransfirió a Gran Bretaña primero y a Francia y Ale-mania después, donde estaba surgiendo una clase deindustriales, comerciantes y banqueros.

Esta clase en ascenso necesitaba controlar y ponerlímites al poder de la nobleza y del clero, que hastaentonces eran las clases dominantes. Por supuesto,el poder más temible de las capas hegemónicas era elpunitivo, que amenazaba a los nuevos empresariosque ponían sitio a su estado absoluto y que eran con-siderados disidentes peligrosos. Veremos que no fue só-lo el librito de Spee el que se publicó anónimamentepor razones de elemental prudencia y sentido deconservación.

Como no existe poder sin discurso –o por lo me-nos éste no dura mucho sin el texto–, resultaba fun-cional a las nuevas clases en ascenso asumir otro dis-curso acerca del poder punitivo y, por ende, debíanprocurarlo en otras corporaciones diferentes de lasque lo habían monopolizado hasta ese momento.

Por esta razón, en la segunda parte del siglo XVIIIfue tomando cuerpo el saber de las corporaciones delos filósofos y pensadores en el campo político gene-ral y, por ende, el de los juristas que seguían sus line-amientos limitadores del poder punitivo. Así nacióel Iluminismo, el siglo de las luces o de la razón y a suamparo el llamado derecho penal liberal.

El nuevo discurso pasó a ser obra de las corpora-ciones de los filósofos y juristas que se enfrentabancon los legitimantes del antiguo régimen y frente alcual hubo varias reacciones diferentes.

En principio, hubo príncipes que se daban cuentade que algo estaba cambiando y que antes de que laestantería se cayese prefirieron acoger el nuevo dis-curso, por lo menos en buena parte (en la que mo-lestaba menos y les permitía seguir gozando a la ma-yoría de sus privilegios). Esta actitud fue la que diolugar al llamado despotismo ilustrado, que pretendíahacer todos los cambios desde el poder, desde arriba,con la consigna todo para el pueblo, todo por el pueblo,pero sin el pueblo.

Hubo otros príncipes menos sagaces, que prefirie-ron seguir en las suyas y frente a los cuales se alzaronlos revolucionarios, radicalizando el discurso críticodel sistema penal en mayor o menor medida, desdeliberales hasta socialistas.

7. El utilitarismo disciplinanteEn general, el iluminismo penal se nutrió de dos

variantes opuestas aunque muchas veces coinciden-tes en sus resultados prácticos: el empirismo y el idea-lismo. Con el permiso de los más finos historiadoresde la filosofía –que nos tomamos sin consultarlos–,se puede decir que hubo en el iluminismo una con-vergencia de vías de conocimiento o acceso a la ver-dad: unos la buscaban mediante la verificación en larealidad material y otros a través de la deducción deuna idea dominante.

Sin meternos en grandes honduras, podría decirseque se hallaban en germen los elementos que luegohabrían de separarse entre quienes sólo aceptaban loque resultaba de la observación, medición y experi-mentación, y quienes partían de una idea primerailuminadora que les servía de ropero en el que aco-modar los ropajes del mundo, a veces a presión.

En el campo criminológico esta doble corrientedio lugar a dos órdenes teóricos: el utilitarismo disci-plinante y el contractualismo (o quizá, los contractua-lismos en todas sus variantes).

Los utilitaristas se basaban en que era necesariogobernar deparando la mayor felicidad al mayornúmero de personas. La cabeza más visible de estacorriente fue el inglés Jeremy Bentham, personajede larga vida, cuyo esqueleto vestido se encuentraen una vitrina en el colegio que contribuyó a fun-dar, aunque se dice que la cabeza fue momificada yen su lugar se puso una de cera. Parece que algo pa-sa con las cabezas de quienes elaboran teorías cri-minológicas, pues la de Lombroso se comenta quese conserva en formol en un museo en Torino. Porsuerte desde hace tiempo se ha perdido la costum-bre de que los criminólogos dispongan de sus cabe-zas post-mortem, pese a que eso siempre es preferiblea que otros lo hagan por ellos ante-mortem. Perovolvamos a lo nuestro.

Bentham concebía a la sociedad como una granescuela, en la que debía imponerse el orden, o sea,que la clave era la disciplina, para lo cual el gobier-no debía repartir premios y castigos: como es obvio,los premios deparaban felicidad y los castigos dolory, como también parece obvio, el ser humano sano yequilibrado debía preferir los primeros con su felici-dad y no los castigos con su dolor. Por eso, se abs-tendría de cometer delitos. Sin embargo, se cometí-an delitos, lo que indicaba que el infractor no estababien, o sea, que no era suficientemente ordenado,dado que elegía el dolor. Era como el niño díscolo,que motiva que la maestra llame a los padres y lesobserve que algo le pasa. Hoy interviene el psicólo-go, que si es bueno puede llegar a descubrir que elniño es más inteligente que los padres y la maestra;hace cincuenta años corría el riesgo de que lo hicie-sen tonto con unos electrochoques, y hace doscien-tos, al adulto al que le pasaba algo Bentham queríameterlo en un invento arquitectónico que llamó pa-nóptico y que era un aparato para disciplinarlo. Perovamos por partes.

Por supuesto que Bentham se topaba con el pro-blema de la impunidad de la gran mayoría de los de-litos y se hacía el distraído respecto de la selectivi-dad del poder punitivo, por lo cual trataba de resol-ver la cuestión postulando que las penas debían sermás graves cuanto mayor fuese la impunidad, lo queno parece muy razonable, porque nadie tiene la cul-pa de la torpeza o preferencia del estado al repartir elpoder punitivo. Para disciplinar a los díscolos desor-denados, Bentham se ensañaba con los más tontos,que eran los atrapados por el poder.

Pero sigamos: para Bentham el delito pone de ma-nifiesto un desequilibrio producto del desorden per-sonal del infractor, que debe ser corregido. Para esoproyectó la referida prisión llamada panóptico, conestructura radial, para que el preso sepa que será ob-servado desde el centro y por mirillas en cualquiermomento. De este modo, se le introduciría el ordeny al final resultaría su propio vigilante, es decir, quese comería al guardián (es más delicado decir que lointroyectaría).

Esta idea la tomaba de algunos médicos que soste-nían que la enfermedad mental también era produc-to del desorden y por eso los manicomios debíanocuparse de disciplinar a los enfermos, poniéndolos atrabajar, en la convicción de que el orden físico re-

dundaría en orden mental. Desde esta perspectiva,no importa que el trabajo de los presos o de los lo-cos sea o no rentable o útil, porque es un valor dis-ciplinante en sí mismo, como podía ser el famosopicar piedras.

El disciplinamiento debía llevarse a cabo en la me-dida del talión, o sea, de un dolor equivalente alprovocado con el delito. La obsesión por la retribu-ción exacta llevó a don Jeremías a proyectar unamáquina de azotar, para que la intensidad del dolorfuese pareja y no quedase librada al arbitrio del ver-dugo. Aunque no inventó la guillotina (que se creóen Francia), lo cierto es que ésta se imaginó respon-diendo al mismo criterio.

Las leyes penales las hacen hoy los asesores de loslegisladores según la agenda que les marcan los me-dios masivos, pero a comienzos del siglo XIX las pro-yectaban los penalistas y, cuando éstos tomaron laidea de Bentham acabaron haciendo códigos penalescon penas fijas y largas tablas de agravantes y ate-nuantes previendo porcentajes de cada uno. Así esta-ba redactado el primer código penal del Brasil de1831, por ejemplo, y sus comentadores anotaban losdifíciles cálculos matemáticos para cada caso, porqueno se conocían las calculadoras y no todos los jueceshabían obtenido buenas notas en el secundario.

Bentham regalaba su modelo a todo el mundo eincluso tuvo correspondencia con Bernardino Riva-davia. Hubo panópticos en muchas ciudades de Amé-rica Latina, a veces completos y otras semi-radiales,en general porque el presupuesto no alcanzaba parahacerlos completos. Algunos subsisten convertidosen museos o mercados (como en Recife o en Us-huaia) y sigue funcionando como prisión el de Qui-to, construido en el siglo XIX por el dictador Ga-briel García Moreno y por cuyas celdas pasaron casitodos los políticos ecuatorianos del siglo siguiente,sin contar con que las turbas instigadas por los con-servadores arrancaron de ese penal y lincharon al lí-der liberal Eloy Alfaro el 28 de enero de 1912.

Cabe aclarar que los panópticos nunca funcionaroncomo Bentham lo había imaginado, pues pronto lospresos se las ingeniaron y la superpoblación permitióque la vista se interrumpiese con múltiples obstáculos.

El disciplinarismo de los utilitaristas dio mucho quehablar en los años setenta del siglo pasado, cuandoFoucault lo consideró directamente un modelo socialy en Italia Dario Melossi y Massimo Pavarini publi-caron un libro titulado Cárcel y fábrica, en que seña-lan una matriz común con el disciplinamiento parala producción fabril en los orígenes del industrialis-mo. Un profesor argentino –Enrique Marí– contribu-yó a enriquecer estos planteos entre nosotros.

Los utilitaristas no admitían que existiese ningúnderecho natural anterior a la sociedad y sobre el queésta no pudiese avanzar. Los derechos debían ser res-petados únicamente porque su lesión hubiese provo-cado más dolor que felicidad.

Era claro que el utilitarismo de Bentham encerra-ba una concepción criminológica, pues hacía fincarla etiología del delito en el desorden de la persona y, porconsiguiente, surgía de ella una política destinada acombatirlo mediante el disciplinamiento que importa-ba la pena talional en el curioso aparato inventado.

Si bien se desarrolló en Gran Bretaña y rechazabala idea del contrato social y del derecho natural an-terior a la sociedad, Bentham fue condecorado porlos revolucionarios franceses, pues representaba unavance frente al brutal ejercicio del poder punitivode su tiempo.

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8. Los contractualismos

Hemos visto que en las obras tradicionales suele afir-marse que la criminología nació en la segunda mitaddel siglo XIX, o sea, cuando obtuvo reconocimiento aca-démico como saber independiente, pero lo más curio-so es que no sólo se calla todo lo que hemos relatadohasta ahora respecto de los siglos anteriores, sino quecomo no pudo ignorar el pensamiento del siglo XVIIIy de la primera parte del XIX, prefiere afirmar que ésteno era criminológico.

Es muy curiosa esta posición, porque pareciera que lacriminología así entendida no sólo se comporta como unafamilia que oculta a sus antepasados poco presentables,sino que incluso niega todo parentesco con los que nopuede ocultar porque el vecindario los conoció bien ylos recuerdan las comadres del pueblo. Realmente, setrata de una ciencia a la que es necesario recordarle quesu cuna fue un conventillo alumbrado a querosén.

Si bien los autores de los discursos acerca de la cues-tión criminal que provenían de las corporaciones de fi-lósofos de primerísima línea o de juristas que siguieronsus pensamientos se dedicaron a criticar al poder puni-tivo de su tiempo y a proponer reformas legislativas, nopuede ignorarse que se apoyaban en una criminología,pues partían de cierta concepción del delito y del de-lincuente y, por lo tanto, atribuían el origen del delitoa algunas razones y propugnaban penas dirigidas a eli-minarlo o reducirlo. Para eso necesitaban partir de cier-ta idea del ser humano y de la sociedad.

Por otra parte, como proponían reformas al sistema pe-nal, eran fuertemente críticos del poder punitivo de sutiempo. Todo esto, sin duda es criminología, pues lacrítica al poder punitivo, a la forma en que se lo ejer-ce, a sus modalidades, etc., difícilmente puede negarseque lo sea.

Esta negación de la dimensión criminológica de losfilósofos y juristas del iluminismo y del penalismo libe-ral obedece a una fábula inventada a fines del siglo XIXpor Enrico Ferri, que fue el mentor del positivismo ita-liano, de gran fama en su tiempo y del que luego habla-remos con más detalle.

Como buen positivista, Ferri se consideraba el aban-derado de los dueños de la ciencia, afirmando que antesde él y sus muchachos no había habido más que oscu-ridad, metafísica y charlatanismo. Llegó a decir que to-do lo que antes se había dicho acerca de la cuestión cri-minal era espiritismo, pero con muchísima habilidad ypretendiendo tributarle un homenaje llamó a todo elsaber precedente escuela clásica, para erigirse él mismoen el líder de la nueva escuela : la scuola positiva.

La invención de una escuela clásica, que abarcaba to-do lo pensado desde el siglo XVIII hasta las torpezas delpositivismo racista de las últimas décadas del XIX, fuela mejor fábula de Ferri, tan exitosa que aún se repiteen los manuales de nuestros días. No puedo menos querecordar que así me lo explicaba en la Facultad de De-recho de la UBA un profesor que usaba polainas y ran-cho a lo Maurice Chevalier, se declaraba positivista y serefería al presidente de la República como este gringui-to. Otro no tan pintoresco siguió hablando de lo mis-mo hasta el final de la dictadura. Por las dudas, aclaroque fue en el siglo pasado, pero no en el XIX, porquetodo pasa muy rápido y repito que no soy ningún fenó-meno biológico.

Lo cierto es que resulta inadmisible que los utilitaris-tas y todas las variantes del contractualismo, los kan-tianos, los hegelianos, los krausistas, los déspotas ilus-trados de calzas blancas y peluca y los descamisados re-volucionarios, todos juntos, formasen una escuela, ade-más fundada por un marqués milanés gordito de finesdel siglo XVIII y que duró más de cien años, extendidapor países que se mataban alegremente entre sí.

Fue sin duda la mejor broma de Ferri, en la que ca-yeron incluso sus contradictores. Si en algún lugar es-

tá Ferri con su oratoria envolvente y sus cabellos albo-rotados, con seguridad seguirá gozando del éxito de suocurrencia.

Si nos apartamos de esta trampa urdida por el viejopositivista y prescindimos de la imaginaria escuela clá-sica, lo que encontramos es un conjunto de discursos máso menos funcionales a la clase en ascenso de los indus-triales, comerciantes y banqueros para su enfrentamien-to con el poder hegemónico de las noblezas en los paí-ses de Europa central y del norte.

No podemos pasar revista aquí a todos esos discursos,que por cierto son interesantísimos, tanto para el dere-cho penal como para la criminología. Limitándonos aésta, podemos afirmar que en conjunto implicaron unafuerte corriente crítica al ejercicio arbitrario del poderpunitivo, fundada en la experiencia delas arbitrariedades y crueldades de sutiempo, dominado por las noblezas.

Todos ellos, valiéndose de los elemen-tos filosóficos de su época, repensaronprofundamente lo concerniente a lacuestión criminal. El utilitarismo máspuro quedó en Gran Bretaña, en tantoque en el continente los pensadores de-dujeron sus visiones y propusieron susreformas con preferencia a partir de laotra vertiente del iluminismo, es decir,del contractualismo.

Por supuesto que ninguno de estospensadores creía seriamente que unoscuantos seres humanos, ataviados conhojitas de parra en las partes pudendas,se hubiesen reunido en una escribaníapara firmar un contrato y fundar la so-ciedad, como lo podrían hacer hoy unosbuenos comerciantes más abrigados.Eran demasiado inteligentes para creeren algo semejante. El contrato era paraellos una metáfora, una figura de la ima-ginación para representar gráficamen-te la esencia o naturaleza de la sociedady del estado.

Esta corriente fue la que predominó enEuropa continental para enfrentar a losideólogos del antiguo régimen, que se va-lían a su vez de otra metáfora, pues paraellos la sociedad era un organismo natu-ral, con un reparto de funciones que nopodía alterarse ni decidir su destino porelección de la mayoría de sus células. To-do organicismo social, incluso los que re-nacen en el presente, es por esencia an-tidemocrático: las células que mandanson las del cerebro y las de las uñas de-ben conformarse con su función y no mo-lestar; cualquier pretensión en contrariono es para cualquier organicismo socialmás que caos contra la ley natural.

Para el racionalismo contractualistala sociedad no era nada natural, sino producto de un ar-tificio, de una creación humana, o sea, de un contratoquecomo tal podía modificarse e incluso rescindirse, comosucede con cualquier contrato cuando la voluntad so-berana de las partes lo decide.

En este marco podemos afirmar que el pensamientocrítico acerca de la cuestión criminal alcanzó uno de susmomentos de más alto contenido pensante con los dis-cursos de los contractualistas del iluminismo.

El marqués gordito que según la fábula del viejo Fe-rri encabezaba esta escuela era Cesare Beccaria, que fueun funcionario milanés que en 1764 publicó un famo-so librito (De los delitos y de las penas) que desencade-nó una serie de trabajos análogos en toda Europa, pro-poniendo profundas reformas en cuanto a garantías ylímites al poder punitivo.

Además de ser el abuelo del inolvidable autor de Ipromessi sposi –Alessandro Manzoni–, Beccaria era unhombre tranquilo y cómodo, que nunca más volvió aescribir nada sobre la cuestión criminal y que dedicó elresto de su vida a cuestiones como la unificación de laspesas y medidas.

Sus presupuestos antropológicos no son del todo cla-ros, porque también era tributario de Hume, lo que enalguna medida lo emparentaba con las raíces del utili-tarismo, pero lo cierto es que fue oportunísimo, algo asícomo el puñetazo intelectual más contundente al po-der punitivo de la nobleza. A través de la traducciónfrancesa del abate Morellet, fue publicitado en toda Eu-ropa por el viejo Voltaire, que había declarado una gue-rra al poder punitivo francés, asumiendo la defensa post-

mortem de Calas, un protestante ejecutado, falsamenteimputado de la muerte de su hijo, supuestamente paraque no se convirtiera al catolicismo. Algo muy pareci-do había pasado un siglo antes en Praga con un judío,pero éste no tuvo la suerte de encontrar a su Voltaire.

En función de las ideas iluministas comenzaron a san-cionarse códigos, es decir, que se derogaron las recopi-laciones caóticas de leyes y se trató de concentrar todala materia en una única ley, redactada en forma siste-mática y clara, conforme a un plan o programa racio-nal. Esta tendencia legislativa era una derivación delenciclopedismo, que había llevado a la redacción de la En-ciclopedia en la Francia pre-revolucionaria, o sea, a in-tentar concentrar sistemáticamente en un único librotodo el saber de la época.

De este modo se procuraba poner claridad y que todos

supiesen en base a la ley previa qué era lo prohibido y lono prohibido, sustrayéndolo a la arbitrariedad de los jue-ces. Los revolucionarios franceses quisieron llevar estohasta el extremo de reemplazar las oraciones en las es-cuelas por el código penal, para que todos lo supiesen dememoria. Menos mal que a nadie se le ocurrió hacer lomismo con los 4000 artículos de nuestro Código Civil.

En cuanto al proceso, los juicios se volvieron públi-cos. Foucault resalta el cambio: en el antiguo régimenlos juicios eran secretos y las ejecuciones públicas; des-de fines del siglo XVIII los juicios pasaron a ser públi-cos y las ejecuciones secretas. El espectáculo era el jui-cio y no la ejecución, llevada a cabo privadamente y ala que podían asistir sólo algunos invitados especiales. Porsupuesto que con el juicio público se abolió la tortura.

Pero no deja de ser importante la reducción de la pe-na de muerte y supresión de las penas corporales. Has-ta ese momento se hablaba de las penas naturales, o seaque, además de los azotes, había una supervivencia dela pena en el órgano que se había usado en el hecho: lalengua del perjuro y del blasfemo, la mano del ladróny en la violación y la sodomía lo deducirán ustedes. Apartir del siglo de la razón la columna vertebral de laspenas pasó a ser la privación de libertad.

Contra lo que usualmente se cree, la prisión es un in-vento europeo bastante reciente y difundido por el ne-ocolonialismo, pues con anterioridad al siglo XVIII sela usaba para deudores morosos y como prisión preven-tiva, es decir, en espera del juicio. La privación de li-bertad como pena central es un producto del iluminis-mo, sea por la vía del utilitarismo (para imponer orden

interno mediante la introyección del vigilante) o delcontractualismo (como indemnización o reparación porla violación del contrato social).

Esto último es interesante y no en vano el gorditoBeccaria dedicó parte de su vida a la unificación de pe-sas y medidas. En la revolución industrial era funda-mental la actividad mercantil y para ella era necesarioresolver las diferencias que provocaba el caos de pesasy medidas diferentes en cada país. La unificación faci-litaba el comercio. También la unificación de las pe-nas facilitaba su medida, superaba el caos previo de laspenas naturales y permitía medirlas a todas en tiempo.

¿Cómo se entiende que un homicidio valga de 8 a 25y un hurto de un mes a tres años? ¿Qué es esto de losjueces procediendo como tenderos vendiendo pena por

metro (o por años) en el mostrador de la justicia? Porextraño que parezca, no es más que un efecto del con-tractualismo que perdura hasta el presente.

Quien viola un contrato (no cumple lo acordado enél) debe indemnizar. Si me comprometo a vender algoy no entrego la cosa en su momento, debo indemnizaral comprador por el daño que le ocasiono. Si no pagovoluntariamente reparando ese daño, me embargan y se-cuestran bienes y los ejecutan, cobrándose de ese mo-do. Pues bien, si no cumplo con el contrato social y co-meto un delito, debo indemnizar. ¿Cómo? ¿Con qué?Pues con lo que puedo ofrecer en el mercado, o sea, conmi capacidad de trabajo.

De allí que la pena me prive de ofrecer mi trabajo enel mercado durante más o menos tiempo, según la mag-nitud de mi infracción al contrato (delito) y el daño con-

siguiente. Incluso la pena de muerte entra en esta ló-gica tan particular, pues opera como una confiscacióngeneral de bienes; de allí que también haya desapare-cido la pena de muerte agravada con tortura.

Puede parecer insólito, pero este es el origen de laidea de la unificación de las penas en tiempo de priva-ción de libertad, que luego se cubrirá con otras racio-nalizaciones hasta parecernos a poco más de dos siglosde distancia como normal y casi obvia. Rápidamente nosacostumbramos a las cosas más rebuscadas y cuando nospreguntan por qué, la respuesta es siempre ha sido así, aun-que no haya sido siempre ni mucho menos.

En la práctica tampoco funcionó de este modo, sinoque los europeos desde muy temprano vieron que suproblema no eran los patibularios y que la prisión no

alcanzaba para todos, por miserables que fuesen y poralta que haya sido la tasa de mortalidad en ellas. Co-mo eran países neocolonialistas, lo primero que hicie-ron fue sacarse de encima a los molestos y enviarlos asus colonias. Estas penas de relegación o transporte fue-ron aplicadas por Gran Bretaña y Francia en particu-lar. Los ingleses mandaban a sus indeseables a Aus-tralia, donde los prisioneros eran asignados a colonos,en un régimen muy parecido a las encomiendas de nues-tra colonización, aunque con mejor destino, porqueal parecer sobrevivieron muchos y sus descendientespoblaron el continente.

9. Los contractualismos se vuelven problemáticos

En realidad, los contractualistas se ocupaban de ima-ginar y programar al estado y la cuestión criminal lesresultaba central, porque lo que planificaban confor-me a sus concepciones era el poder mismo. Esta ínti-ma relación –inescindible– del poder con la crimino-logía fue lo que se perdió de vista en la última mitaddel siglo XIX, cuando se quiso hacer de ésta una cues-tión científica y aséptica, extraña al poder y separadade la idea misma del estado, tendencia que no se aban-dona hasta la actualidad y hoy retoma gran fuerza entoda la construcción de la realidad mediática.

Como era de esperar, hubo varios contractualismos,porque la metáfora del contrato permitió construir di-ferentes imágenes del estado fundadas también en dis-pares ideas del ser humano (antropologías filosóficas di-ríamos hoy).

Desde lo albores modernos de esta metáfora se no-tó esta disparidad, que comenzó en Gran Bretaña a fi-nes del siglo XVII, prenunciando el proceso de indus-trialización y acumulación originaria de capital.

Allí se enfrentaron el contractualismo de Hobbescon el de Locke. Para Hobbes –con su famoso Levia-tán– el origen de la sociedad se hallaba en un contra-to, pero celebrado entre unos sujetos a los que se leshabían caído las hojas de parra porque tenían las ma-nos ocupadas con garrotes para matarse con singularplacer entre ellos. En cierto momento, se habrían da-do cuenta de que no era buen negocio lo que estaban

haciendo, bajaron los machetes y se pusieron de acuer-do en darle todo el poder a uno de ellos, para que ter-minara la guerra de todos contra todos.

Como en la realidad esto era poco verificable, este fi-lósofo (cuyos retratos lo muestran un poco mefistoféli-co, aunque a medida que se hacía más viejo iba cobran-do cara de viejito bueno), no encontraba dónde hallarun ejemplo de grupo humano en semejante condicióny, por supuesto, afirmó que aún existían en América.Los hobbesianos actuales posiblemente lo sitúen en al-gún planeta de extraña galaxia, a muchos años luz denosotros, cuyos hipotéticos habitantes pueden ofender-se en el futuro tanto como hoy nosotros.

Es obvio que el concepto del ser humano que tenía Hob-bes no era muy edificante, pues lo concebía como un en-te movido por la ambición de poder y placer. El deposi-

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tario del poder en su contrato no formaba parte de és-te, por lo cual los que le habían dado el poder no po-drían reclamarle nada, porque de lo contrario reintro-ducirían el caos, o sea, la guerra de todos contra todos.Por otra parte, como antes del contrato lo que existíaera el caos, no había derechos anteriores al contrato ytodos surgían de éste, de modo que si se negaba la au-toridad del depositario desaparecían todos los derechos.

De este modo, Hobbes no aceptaba ningún derechode resistencia a la opresión, aunque no explicaba quépasaría cuando el depositario del poder –que seguíasiendo humano– se moviese ejerciéndolo conforme ala natural tendencia a la ambición de poder y gloria ydesconociese cualquier límite legal impuesto por elcontrato. Su respuesta era que cualquier opresión espreferible al caos, lo que hemos escuchado cada vezque se quiere convertir a la política en cine de terror.

Para mantener esta curiosa paz, Hobbes exigía quelas penas fuesen estrictamente legales y se aplicasenmecánicamente, salvo a los enemigos, que eran los di-sidentes que se quejaban y los colonizados que esta-ban en estado salvaje.

Para Locke (a juzgar por sus retratos, en el barrio ledirían el flaco John) el contrato era diferente, pues an-tes de su celebración había un estado de naturaleza enque los humanos tenían derechos, pero no estabanasegurados, por lo que decidieron celebrar el contra-to como garantía. Para eso entregaron el poder a al-guien, pero lo dejaron sometido al contrato. A éste lodeben obedecer aunque no les guste lo que haga, pe-ro cuando viola el contrato y niega esos derechos an-teriores reintroduciendo el estado de incerteza previo,allí tienen el derecho de resistencia al opresor.

En definitiva, el concepto de ser humano del flacoJohn no era tan negativo como el de Hobbes y, ade-más, la idea que manejaba del estado de naturaleza eramás creíble.

Como puede verse, Locke es algo así como una delas expresiones más destacadas del liberalismo políti-co y en el fondo el inspirador de las declaraciones dederechos de las últimas décadas del siglo XVIII.

En esos años finales del siglo XVIII el debate inglésde casi cien años antes se reprodujo con fineza en Ale-mania, al profundizarse la investigación acerca de la ra-zón y sus límites. Era natural que un siglo que habíasido caracterizado como de la razón se preguntase fi-nalmente cuáles eran su naturaleza y sus límites. Losmás elaborados intentos de responder a esto los llevóa cabo Inmanuel Kant con sus dos investigaciones o crí-ticas, sobre la razón pura y la razón práctica.

Dicen que Kant llevaba una vida sumamente me-tódica, al punto de que las comadres de su Monterrey(no era mexicano, sino que Königsberg significa eso,aunque nadie lo traduce) sabían que debían dejar dechismosear y comenzar a preparar la comida porque ha-bía pasado Herr Professor. Lo cierto es que el pobre erauna máquina de pensar y escribir. Estaba más cerca deHobbes que de Locke, aunque mis colegas penalistaslo señalan como el padre del liberalismo penal. Noobstante, admitía que si la resistencia se cambiaba enrevolución y establecía otro gobierno, se terminaba ladiscusión y había que soportar al nuevo.

Para conservar el contrato y no volver al estado deguerra de todos contra todos (estado de naturaleza),Kant sostenía la necesidad de la pena talional, con locual venía por curiosa vía a coincidir con la medidade la pena de los utilitaristas.

Hubo en ese tiempo un joven brillante que partien-do de la filosofía kantiana se apartó de su autor y consus propios fundamentos se aproximó más a Locke.Era Anselm von Feuerbach, el padre del mucho másconocido Ludwig Feuerbach. No obstante, el viejo fuemuy fuera de serie: a los veintitrés años escribió unasobras maravillosas enmendándole la plana a Kant enlo jurídico, porque por suerte tuvo que dedicarse a la

cuestión criminal cuando el padre le cortó los víveresporque tuvo un hijo extramatrimonial. Debido a estefeliz accidente biológico tuvimos un penalista genialque defendió el derecho de resistencia a la opresión yla idea de derechos anteriores al contrato, profundizan-do la separación de la moral y el derecho iniciada porThomasius y seguida por Kant, según algunos con ma-yor éxito que este último.

Entre las cosas que hizo Feuerbach en su vida –quefueron muchas y no todas santas– se destaca su códi-go para Baviera de 1813. Tiene importancia para nos-otros porque cuando Carlos Tejedor fue encargado deredactar el primer proyecto de código penal argenti-no, tomó como modelo este código y no el de Napo-león –que era lo más usual– y, de este modo, Feuer-bach es el abuelo del pobre código que hoy ha sido com-pletamente demolido al compás de los cañonazos obe-dientes a los medios masivos. En tiempos de Feuer-bach no había televisión, pero igualmente no pudosuprimir el delito de sodomía (como lo había hechoNapoleón). Lo degradó a contravención menor y lojustificó de modo muy curioso: dijo que si todos lapracticáramos se acabaría la humanidad. Por supues-to que no lo creía, pero también en esa época habíamedios de comunicación y agenda mediática.

Es algo más que pintoresco recordar que en los últi-mos años de su vida Feuerbach se interesó y protegióa un adolescente que apareció deambulando perdido,que había crecido encerrado en una torre y cuyo ori-gen nunca se supo. Lo bautizaron Kaspar Hausery su his-toria dio lugar a una novela y a varios filmes.

Era inevitable que alguien que creía en un estadode naturaleza anterior al contrato se interesara por es-te personaje. Llamó crimen contra la humanidad lo quese había hecho con él y aunque nunca se probó quefuese el heredero de la corona, lo cierto es que poco des-pués de la muerte de Feuerbach el pobre Kaspar fueatravesado por una espada en una esquina.

Las malas lenguas dicen que el mismo Feuerbach mu-rió envenenado a causa de su protegido, pero todo in-dica que eso no es más que una leyenda, siendo lo másprobable que su muerte se haya debido a hipertensión,pues era gordito, parece que no se privaba de nada yademás tenía un carácter bastante podrido.

10. ¿Contractualismo socialista?

Si bien es verdad que la línea que deriva de Hobbesfue más funcional para la actitud política del despotis-mo ilustrado y la de Locke para la del liberalismo polí-tico de las nacientes clases industriales urbanas, allíno terminaron las cosas. El contractualismo daba pa-ra todo, de modo que no faltó una versión socialista.

En efecto: todos conocemos al revolucionario fran-cés Jean Paul Marat, que editaba el periódico El ami-go del pueblo, como figura denostada por todas las co-rrientes de la historiografía fascista de ese país, queprefieren santificar a Charlotte Corday, que fue la mu-jer que lo apuñaló al sorprenderlo en la bañera; pue-de decirse que murió por no preferir la ducha. Muchosaños después Lombroso estudió el cráneo de la Cor-day y dijo que tenía la fosa occipital media, o sea queera una criminal nata. Pero dejando de lado bañerasy cráneos, lo cierto es que Marat escribió también unPlan de legislación criminal.

Lo hizo antes de la Revolución, cuando andaba ne-cesitado de dinero en su exilio suizo, por lo cual se pre-sentó a un concurso cuyo premio se dice que finan-ciaba Federico de Prusia (der Grosse, como le decían,pero no porque fuera gordo).

Marat era médico y veterinario, hacía experimen-tos con la electricidad y muchas otras cosas, pero noera jurista. Su plan parte de la base de que el talión esla pena más justa, pero afirma que fue establecida enel contrato social cuando se repartió equitativamen-

te el poder entre todos, pero que luego unos se fueronapropiando de las partes de otros y, al final, unos po-cos se quedaron con la de la mayoría.

En estas condiciones, para Marat el talión dejaba deser una pena justa, pues sólo lo era en una sociedadjusta, que había desaparecido. Por ende, al igual queSpee un siglo y medio antes, afirmaba que el juez queen esta sociedad imponía una pena de muerte era unasesino.

Es obvio que no le dieron el premio a Marat, sino ados desconocidos alemanes a quienes la historia ha ol-vidado (o, mejor, nunca ha registrado), pero que se que-daron con el dinero y a Marat sólo le restó la fama pos-terior de su Plan, reeditado en francés varias veces yen castellano en 1890 (con traductor anónimo) y enBuenos Aires hace unos diez años. Los derechos deautor de estas reediciones ya no los pudo cobrar Ma-rat, que había muerto en la bañera muchos años an-tes. No siempre la fama coincide con el éxito econó-mico, por cierto.

Hacia 1890 hubo un juez francés de conviccionesrepublicanas, en una pequeña comarca (Chateau-Terry), que sin citar a Marat aplicaba su lógica, congran escándalo de sus colegas provenientes del impe-rio de Napoleón III (Napoleón el pequeño o el gotoso),que cargados de birretes y togas leían sólo el códigopero ignoraban la Constitución. Era el buen juez Ma-ganudo Presidente Magnaud, cuyas sentencias fueron fa-mosas en toda Europa y merecieron comentarios en-tre otros de Tolstoi.

Cuando se discutió en el Senado nuestro CódigoPenal de 1921, había un senador socialista –Del Va-lle Iberlucea–, que intervino en la discusión y consi-guió que en la fórmula sintética (hoy desbaratada porlas enmiendas Blumberg y otros adefesios) se incluye-ra como criterio la mayor o menor dificultad para ganar-se el sustento propio necesario o el de los suyos. En la no-ta correspondiente del Senado se cita expresamenteal juez Magnaud. Antes las leyes penales se hacían conmás cuidado y más neuronas y hasta los conservado-res aceptaban conceptos socialistas.

Volviendo al contractualismo y a Marat, lo ciertoes que éste era muy funcional a la clase de los indus-triales en ascenso, pero sus posibilidades eran dema-siado amplias. Por debajo de esa clase quedaba la ma-no de obra industrial que se iba concentrando en lasciudades, donde aún no había capacidad para incor-porarla al sistema de producción, tanto en razón de sufalta de entrenamiento como por la insuficiencia dela acumulación de capital productivo. Esto hacía queen un espacio geográfico reducido se acumulase la in-cipiente riqueza y la mayor miseria, con los conflictosque son de imaginar.

El contractualismo se volvía un poco disfuncionala la categoría que lo había impulsado como discurso he-gemónico y la misma posibilidad de que fuese usadopara legitimar programas socialistas mostraba sus ries-gos. El disciplinamiento de los utilitaristas no parecíasuficiente y el contractualismo mostraba sus ribetesriesgosos.

Nos vamos aproximando a un cambio más profun-do del discurso criminológico, en que el contractualis-mo, después de un máximo esfuerzo de legitimaciónhegemónica de la clase industrial –o de deslegitima-ción de la participación del subproletariado urbano–habrá de dar lugar a una brusca caída del contenido pen-sante de la criminología y del derecho penal, que coin-cidirá –justamente– con la consagración de ésta comosaber académicamente autónomo. Pero eso ya es otrahistoria, mucho menos luminosa y más trágica.

IV JUEVES 23 DE JUNIO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

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11. No todos son “gente como la gente”

El contractualismo era un marco (hoy se llamaríaun “paradigma”) dentro del que se daban todas las po-sibles variables políticas, desde el despotismo ilustra-do hasta el socialismo, o sea, desde el meticulosoKant con su puntualidad hasta el revoltoso Marat cal-mando sus urticarias en la bañera.

Por ende, también podía convertirse en algo peli-groso para la propia clase que lo impulsaba, que de-fendía la igualdad, pero que también empezaba a dis-tinguir entre los más y los menos iguales, a medidaque no sólo se iba considerando a sí misma la mejor ymás brillante de Europa, sino de todo el planeta.

Los pensadores de la cuestión criminal no podíanser insensibles a los temores del sector social al quedebían su posición discursiva dominante y, en conse-cuencia, comenzaron a adecuar su discurso a la exi-gencia de no correr el riesgo de deslegitimar el poderpunitivo necesario para mantener subordinados en elinterior a los indisciplinados y fuera a los colonizadosy neocolonizados.

En esta tarea académica pueden distinguirse dosmomentos, que fueron 1) el hegelianismo penal y cri-minológico y 2) el positivismo racista.

El primero fue un máximo esfuerzo –altamente so-fisticado– del pensamiento idealista, en tanto que elsegundo rompió con todo y se desprendió de toda ra-cionalidad.

Cualquier filósofo diría que acercar el hegelianismoal positivismo racista es una aberración, y no dudo deque desde su perspectiva estará en lo cierto, porqueaproxima un discurso finísimo, que suena como unasinfonía, con otro que más bien evoca el griterío deuna serenata de borrachos destemplados en la madru-gada.

No me cabe duda alguna al respecto, pero no se tra-ta de una analogía en cuanto al nivel de elaboraciónpensante de los discursos –que no admite compara-ción–, sino en lo que hace a la similar utilización po-lítica de ambos pensamientos por parte de los penalis-tas y criminólogos.

Aclaro que ni siquiera pretendo comprender a He-gel. Además, estoy seguro de que no soy el único queno lo entiende acabadamente, a juzgar por los kilóme-tros de estantes de libros escritos acerca de su pensa-miento. Todos sabemos que es un filósofo bastante difí-cil, que terminó de escribir uno de sus libros más com-plicados (la Fenomenología del Espíritu) mientras bom-bardeaban la ciudad, porque lo presionaba su editor.Como no era sordo –a diferencia de Beethoven–, esposible que su prosa haya sufrido algunos sobresaltos.

Lo que sí entiendo son algunas cosas que escribióHegel con claridad y, en especial, lo que los juristas ycriminólogos le hicieron decir. Respecto de esto últi-mo, tampoco afirmo que hayan interpretado bien a sumentor, lo que interesa poco aquí, dado que lo que nosatañe es la forma en que lo proyectaron sobre (o lo es-trellaron contra) la cuestión criminal.

Los ideólogos de la cuestión criminal que lo invoca-ron partían de la afirmación hegeliana de que el “es-píritu” avanza dialécticamente. Aunque es obvio, ca-be aclarar que el “espíritu” o “Geist”, no era ningúnfantasma, sino el espíritu de la humanidad como po-tencia intelectual. En casi todas las historias de la fi-losofía se califica a Hegel como un “racionalista”, pe-ro debemos advertir que para él la razón era algo di-námico, una suerte de motor, y no un simple modo ovía de conocimiento.

El avance se daba en la historia dialécticamente, osea, “triádicamente”, por tesis, antítesis y síntesis. Enesta última las dos anteriores desaparecían y se conser-vaban, pues estaban “aufgehoben”, participio pasadode un verbo un tanto misterioso.

Había, pues, un momento de “espíritu subjetivo” (te-

sis) en que el ser humano alcanzaba la au-toconsciencia y con ella la libertad, con-trapuesto a otro del “espíritu objetivo”(antítesis) en que dos libertades se rela-cionaban y, finalmente, ambos se sinteti-zaban en el “espíritu absoluto”.

A nosotros nos basta con los dos pri-meros, porque el derecho pertenecía eneste esquema al momento “objetivo”,pues era en ese plano que se relaciona-ban los seres libres.

Dejando de lado lo complicado que es-to parece, lo cierto es que su consecuen-cia práctica es que quien no tiene auto-consciencia no es libre y no puede pasaral momento objetivo, o sea, que su con-ducta no es “jurídica”. Más aún: los hege-lianos sostenían que la conducta “no li-bre” no era conducta para el derecho.

Por ende, los criminólogos y penalistasconcluían fácilmente que los seres huma-nos se dividen en “no libres” y “libres” yel derecho era patrimonio de estos últi-mos. Pues bien: cuando un “no libre” le-sionaba a otro no cometía un delito, sinoque operaba sin ninguna relevancia jurí-dica, porque no realizaba propiamenteuna conducta. Por el contrario, sólo podí-an cometer delitos los “libres”, que eranquienes realizaban conductas.

El efecto práctico era que a los “libres”se les retribuía con penas proporcionadasa la libertad con que habían decidido elhecho, o sea, con límites; en tanto, a los“no libres” que causaban daños sólo se lospodía someter a “medidas” de seguridad,que no eran penas y, por lo tanto, no ad-mitían la medida máxima de su culpabili-dad o libertad, sino únicamente la del pe-ligro que implicaban para los libres.

Extremando las consecuencias, nuestroscolegas hegelianos pretendían tratar a los“no libres” de forma más o menos análogaa un animal fugado del zoológico, al quees necesario contener. Si bien no lo ex-presaban de este modo, para entendernoses mejor decir lo que creo que pensaban.

¿Quiénes eran los “no libres” para lospenalistas hegelianos? Ante todo los lo-cos, pero también los delincuentes rein-cidentes, multirreincidentes, profesiona-les y habituales, porque con su compor-tamiento demostraban que no pertenecí-an a la “comunidad jurídica”, o sea, queno compartían los valores de los sectoreshegemónicos. Los “no libres”, en definitiva, eran losque no podían considerarse “gente como uno” o “gen-te como la gente”, sino sólo tipos peligrosos.

Por supuesto que tampoco eran libres los salvajes co-lonizados. Hegel era absolutamente etnocentrista, loque queda demostrado por lo que escribió en sus Lec-ciones sobre la filosofía de la historia universal.

Por un momento –pido perdón– rompo mi costum-bre de no transcribir ni aburrir con citas. Tomo el li-bro (traducción de José Gaos, edición de 1980) y leoque nosotros seríamos el producto de indios inferioresen todo y sin historia (página 169), de negros en esta-do de naturaleza y sin moral (177), de árabes, mesti-zos y aculturados islámicos fanáticos, decadentes ysensuales sin límites (pág. 596), de judíos cuya reli-gión les impide alcanzar la auténtica libertad (354),de algunos asiáticos que apenas están un poco másavanzados que los negros (215) y de latinos que nun-ca alcanzaron el período del mundo germánico, ese“estadio del espíritu que se sabe libre, queriendo lo

verdadero, eterno y universal en sí y por sí” (657). Era natural que Hegel considerase que los latinoa-

mericanos no teníamos historia sino “futuro”, puespara él nuestra historia comenzaba con la coloniza-ción, que nos había puesto en el mundo; el pasado delos pueblos colonizados no era nada, por ajeno alavance del “espíritu”.

Cuando uno es muy joven suele idealizar más de lacuenta a los grandes maestros y, por cierto, recuerdouna anécdota que viene a cuento de lo que estamoshablando. Una mañana en la Plaza de las Tres Cultu-ras de México, en Tlatelolco, algunos años antes delos dramáticos asesinatos de 1968, escuché afirmar aun afamado jurista que era “europeo y europeizante” yque no comprendía a las culturas prehispánicas “por-que no entraban en Hegel”. Por supuesto que dismi-nuyó notablemente mi admiración por el renombradohombre de leyes, puesto que aunque mi ignorancia ju-venil era muy considerable –y no porque ahora la ha-ya reducido mucho–, me alcanzaba para preguntarme

si estaría equivocado Hegel o las culturas prehispáni-cas por haber existido. Pero volvamos a lo nuestro.

Por cierto, Hegel no había obtenido buenas notas engeografía, porque hacía nacer el Río de la Plata en lacordillera. También afirmaba que nuestra independen-cia obedecía a un error de los ibéricos, que se habíanmezclado con los indios, a diferencia de los ingleses, queeran mucho más astutos porque en la India evitaronmezclarse y de ese modo no producían una raza mestizacon amor a la tierra. Cabe deducir que para Hegel nues-tra independencia era obra de la incontinencia sexualde los españoles y portugueses. Gandhi lo hubiese des-concertado, pues al no tener la India ninguna raza mes-tiza con los ingleses, no hubiese debido conocer el amora la tierra ni independizarse. Tampoco aquí sé si estabaequivocado Hegel o Gandhi. Sigamos.

La idea que Hegel tenía de América Latina proveníaclaramente de Buffon, que escribió muchos tomos dehistoria natural mientras cuidaba los jardines reales.Para este conde jardinero éramos un continente en

formación, como lo probaban los volca-nes y los sismos (suponemos que ahoradiría que Islandia está en formación).Como las montañas corrían al revés (esdecir de Norte a Sur en vez de hacerlocorrectamente, de Este a Oeste, como enEuropa), cortaban los vientos y todo sehumedecía pudriéndose; por eso habíamuchos animales chicos y ninguno gran-de y todo lo que se traía se debilitaba, in-cluso los humanos. Para Buffon, en Amé-rica toda la evolución estaba retardada.

El etnocentrismo de Hegel legitimabael colonialismo y abría el camino de los“grandes relatos” con centro en Europa.Combinado con lo que decían los crimi-nólogos que lo invocaban para el controlde los sumergidos europeos, resultaba unesquema muy adecuado para los intere-ses de la clase que se iba acercando a lahegemonía: la pena con límites quedabareservaba a los de esa clase o a quienes seles parecían; a los “diferentes” (locos,patibularios y “molestos”) que no eranlibres, como no realizaban conductas hu-manas, se los sometía a penas sin límitesa las que se rebautizaba como “medidas”.En cuanto a los territorios extraeuropeospoblados por salvajes, podían ser ocupa-dos porque eran peligrosos para el “espí-ritu” y, además, colonizarlos era el modode introducirlos en la historia, de llevar-les el “espíritu”.

Es claro que el “espíritu hegeliano”avanzaba en la historia como domina-ción colonial en lo planetario y al mis-mo tiempo como dominación de claseen lo interno. Más que un espíritu pare-cía un monstruo que arrasaba con todoen su avance masacrador y que, además,a los sobrevivientes los arrojaba a la verade su camino de expoliación mundial:indios, negros, árabes, judíos, latinos,asiáticos, etc., o sea, a todas las culturasque no alcanzaban la claridad de Hegel,que se sentaba complacido en la puntade la flecha de la historia, posición porcierto harto incómoda.

Pero todo esto seguía siendo “idealis-mo”, o sea que para Hegel el poder puni-tivo se explicaba por una vía deductiva,que no admitía ninguna verificación en elplano de la realidad. Al igual que el meti-culoso Kant, su legitimación no se conta-minaba con ningún dato del mundo real.

Eso lo había visto claramente el viejo Kant, que sa-bía sobradamente que en cuanto introdujese alguna in-formación del mundo en que todos vivimos, se le caíala estantería. Hegel varió muchas cosas respecto deKant, entre otras nada menos que su concepto de “ra-zón”, pero en esto siguió el mismo camino, sólo quepor vía de pura lógica: para Hegel el delito era la nega-ción del derecho; la pena era la negación del delito;como la negación de la negación es la afirmación, lapena era la afirmación del derecho. Y punto.

Todo esto era muy elaborado, permanecía en el pla-no del idealismo filosófico y, al promediar el siglo XIX,resultaba demasiado abstracto frente a lo que estaba su-cediendo en un mundo que cambiaba con celeridad.

12. El salto del contrato a la biología

En la segunda mitad del siglo XIX la clase en as-censo había llegado al poder. Los nobles empobreci-dos habían casado a sus vástagos con los de los in-

dustriales, comerciantes y banqueros y éstos se habí-an refinado y los nietos se adornaban con los títulosde los abuelos nobles, mientras los castillos y pala-cios se restauraban y volvían las recepciones suntuo-sas con mujeres y hombres encorsetados.

Al mismo tiempo los indisciplinados aumentabansus molestias. Los acontecimientos europeos de 1848 ysobre todo de 1871 –la Comuna de París– eran alar-mantes para la nueva clase hegemónica. No eranconstrucciones idealistas lo que esta clase empezaba anecesitar, sino algo mucho más concreto y de menornivel de elaboración, pero también más acorde con lacultura del momento.

En el orden planetario las relaciones del centrocon la periferia exigían la eliminación del sistemaesclavócrata, porque la integración demandaba ma-yor nivel tecnológico en la periferia y, además, GranBretaña –que disponía de mano de obra gratuita enla India– se erigió en campeona del antiesclavismo yejercía la policía de los mares.

La “ciencia” era la nueva “ideología” dominante.Las maravillas de la técnica asombraban: el ferroca-rril, las naves de vapor, el telégrafo, algunos avancesmédicos, las vacunas, el canal de Suez, etc. El ser hu-mano se volvía todopoderoso, podía controlar porcompleto a la naturaleza y llegar a vencer a la muertemisma. Darwin había provocado alguna decepción,pero también había demostrado que el ser humanopodía seguir evolucionando y que cuando se domina-sen las leyes de la evolución el progreso no tendríafin. Se pretendía que con la biología se verificaba quelos más poderosos eran los más “lindos” y que los co-lonizados eran inferiores, “feos”, todos iguales y pare-cidos a los monos: era obvia su evolución inferior.

La clase otrora en ascenso había pasado a detentaren Europa la posición dominante y la consideraba “na-tural”, de modo que el artificio del contrato no sólo leresultaba inútil sino peligroso. Su hegemonía “natural”sólo se la habían negado antes los oscurantistas y meta-físicos. Pasaron a ser supercherías tanto los discursos le-gitimantes del poder nobiliario como el famoso contra-to, pues necesitaban un nuevo discurso que les permi-tiese ejercer el poder punitivo sin trabas para mantenera raya a los sumergidos que no podían ser incorporadosal sistema productivo por relativa escasez de capital yque, además, tenían la osadía de exigir derechos.

Como era de suponer, el nuevo paradigma que con-venía a esas clases era el del organismo, aunque no elanticuado –basado en la “mano de Dios”– sino unonuevo fundado en la “naturaleza” y revelado por la“ciencia”. Pero por muy “científico” que fuese el ropa-je, como no es demostrable que la sociedad sea un or-ganismo, el nuevo organicismo no pasaba de ser undogma arrebatado al idealismo.

El instrumento con que se controlaba a los molestosen las ciudades era la policía, institución relativamen-te nueva en el continente europeo, aunque no tannueva fuera, porque era la misma fuerza de ocupaciónterritorial usada para colonizar.

Esto suena raro, porque no se tiene en cuenta que,en definitiva, nunca hubo verdaderas guerras colonia-les, sino operaciones de ocupación policial de territo-rio. Ni siquiera en el colonialismo del siglo XV hubotales guerras: no fue guerra la ocupación de Tenochti-tlan ni del Incanato; tanto Cortés como Pizarro se li-mitaron a algunas escaramuzas policiales de ocupa-ción. Tampoco las hubo con el neocolonialismo delsiglo XIX, pues la enorme superioridad técnica de loscolonizadores impedía hablar propiamente de guerras.Cuanto más había resistencias de la población queapelaba a ataques aislados y casi individuales, perotanto la ocupación del norte de Africa por los inglesescomo por los franceses no consistieron en general enguerras, ni siquiera cuando se enfrentaron con hordasprecariamente armadas. La aparición de las armas a re-

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petición no dejó ninguna duda al respecto.Cuando fue menester contener a los explotados

que reclamaban derechos en las ciudades europeas,se trasladó la experiencia política de técnica policialde ocupación territorial a las metrópolis. En GranBretaña se resistieron bastante, pues sabían bien quésignificaba y lo que consideraban bueno para losafricanos no lo querían para ellos, pero al fin tuvie-ron que admitirlo y crear Scotland Yard en 1829.

Los poderes de las policías europeas aumentaban enparalelo con los reclamos de los sumergidos urbanos,pero carecían de un discurso legitimante. En 1838 elColegio de Francia –que reunía a todas las academias–convocó un concurso sobre “las clases peligrosas en lasgrandes ciudades”, que ganó Fregier –un comisario–con un libro voluminoso pero incoherente, que sólocontenía moralina y algunas experiencias personales,pero que en modo alguno servía para legitimar el cre-ciente poder policial. El pobre Fregier se limitó a escri-bir lo que los académicos querían escuchar.

Desde los tiempos de Wier los médicos estaban an-siosos por manotear la hegemonía del discurso de lacuestión criminal, en particular los psiquiatras, perocarecían de prestigio social, pues trabajaban en lugaresinfectos y en contacto con seres indeseables y sucios.

El cambio señalado por Foucault –con la publici-dad del juicio– determinó que despertasen interés,pues comenzaron a ser llamados a los grandes proce-sos públicos como peritos, lo que los proyectó a lafama mediática y la “gente bien” dejó de pasarse deacera al verlos venir. Despacio fueron apropiándosedel discurso y explicando todos los crímenes sona-dos. Por cierto que tenían discurso de sobra, aunquecon justificada desconfianza de los jueces, que lesdisputaban las cabezas de los guillotinados.

Como la policía tenía poder sin discurso y los mé-dicos discurso sin poder, era inevitable una alianza,que es lo que se conoce como “positivismo crimino-lógico”, o sea, el poder policial urbano legitimadocon discurso médico.

Pero el discurso médico no se agotaba en los pati-bularios y molestos, sino que era un mero capítulodentro del gran paradigma que empezaba a instalar-se: el del reduccionismo biologista racista.

Si los criminales eran controlados por una fuerzade ocupación traída de las colonias, no podía demo-rar mucho la afirmación de que eran parecidos y sucriminalidad se explicaba por las mismas razones quelegitimaban el neocolonialismo. Tanto unos comootros eran “seres inferiores” y la razón por la que sejustificaba el neocolonialismo era la misma que legi-timaba al poder punitivo.

La categorización racista de los seres humanos tie-ne una larguísima historia, pero la de la segunda par-te del siglo XIX es muy interesante y presenta aspec-tos increíbles.

Hubo dos principales versiones del racismo, que po-demos denominar “pesimista” y “optimista”. La pesi-mista es la que afirma que hubo una raza superior queluego se fue degradando por mezclarse con una suertede monas que encontraron en el camino, y dieron porresultado una decadencia de la especie. Esta es la fá-bula de la raza “aria” superior, que entró en la Indiapor el norte, que hablaba una nunca conocida lenguaúnica de la que derivan las lenguas europeas y que ali-menta todos los mitos nacionales “arios” (los francosen Francia, los germanos en Alemania, los sajones enInglaterra, los godos en España, etc.), salvo Italia, quesiempre prefirió el mito romano imperial.

En verdad, lo único cierto es que las lenguas euro-peas suelen provenir de la India, en la que entraronunos rubios por el norte y se combinaron con el ele-mento druida moreno del sur. Todo lo demás es pro-ducto de una obra escrita por un diplomático francésde dudosa nobleza: el conde Arthur de Gobineau. Fue

un mal novelista que, no obstante, escribió un gruesonovelón sobre las razas que tuvo singular éxito. Casti-gado por algunas irregularidades fue embajador enBrasil, donde verificó horrorizado que toda su pobla-ción era mestiza africana y vaticinó que eso determi-naría su esterilidad por hibridación. Parece que noacertó al respecto.

Gobineau terminó sus días fugado con la mujer deun colega, pero su novela fue continuada por un ingléstan germanófilo que adoptó la ciudadanía alemana yse casó con la hija de Wagner: Houston Chamberlain.La novela de este personaje fue libro de cabecera delKaiser Guillermo II. Por desgracia, tampoco allí termi-nó la saga de esta novelística, pues el nazi Alfred Ro-senberg la continuó con El mito del siglo XX, del quehay una única traducción castellana publicada por unaeditorial nazista en la Argentina en tiempos de la últi-ma dictadura. A Rosenberg lo ahorcaron en Nüren-berg, pero no por escribir ese libro, sino por haber sidoel ministro responsable de organizar las masacres demillones de “seres inferiores” en Europa oriental.

Pero este racismo pesimista no servía para el nue-vo momento de poder mundial, que necesitaba des-legitimar la esclavitud pero justificar el neocolonia-lismo, predicar el liberalismo económico pero con-trolar policialmente a los excluidos en el centro.

El discurso que legitimase semejante embrollo nopodía tener un grado muy alto de elaboración y poreso estuvo a cargo de alguien también bastante raro,que fue Herbert Spencer, quien no era médico, bió-logo, filósofo ni jurista, sino ingeniero de ferrocarri-les y que, además, decía que no leía a otros autoresporque lo confundían. De ese modo logró concebirlos disparates más increíbles de toda la historia delpensamiento, afirmando que llevaba a Darwin de lobiológico a lo social.

El pobre Darwin carga hasta hoy con el peso del lla-mado “darwinismo social”, cuando en realidad fue elbuen don Heriberto quien lo concibió. Partiendo deque en la geología y en la biología todo avanza conpropulsión a catástrofes, afirma que lo mismo sucedeen la sociedad, y que los seres humanos que sobrevivenson los más fuertes y de ese modo todo va evolucionan-do, incluso el ser humano en la historia. Este catastro-fismo se carga a los más débiles, pero para Spencer estoes un detalle inevitable y sin mayor importancia.

Por eso, sostenía que no se debía ayudar a los po-bres, para no privarlos de su derecho a evolucionar,que la filantropía era un error al igual que la ense-ñanza obligatoria o gratuita, porque si no les costabanada no la valorarían y terminarían leyendo librossocialistas. De este modo justificaba la renuncia acualquier plan social por parte de los gobiernos euro-peos. El control de los insubordinados por medio dela policía parecía ser la principal función del estadopara nuestro amigo ferroviario.

Esto mismo es lo que hoy afirman los “ThinkTanks” de la ultraderecha norteamericana, que enverdad son más “Tanks” que “Think” (por educa-ción obvio abundar sobre el real contenido de los“Tanks”), aunque como corresponde a su deshones-tidad omiten el nombre del viejo Heriberto.

En cuanto al neocolonialismo, afirmaba Spencerque los ocupados son seres humanos inferiores pero, adiferencia de los “pesimistas”, no se debe a que hayandecaído, sino a que aún no evolucionaron. Por esono tienen moral, no conocen la propiedad, andanmedio desnudos y son sexualmente muy “frecuentes”.De allí que, como “la función hace al órgano”, ten-gan la cabeza más chica y los genitales más grandes,pero con la piadosa obra de los colonizadores, los ha-rían menos “frecuentes” (posiblemente mostrándolesun retrato de la reina Victoria) y de ese modo, bajotan tierna protección, llegarían en unos siglos a tenermás grande la cabeza (y se supone que más chicos los

genitales). Aclaro que nada de esto es fábula, sinoque está escrito en los libros del bueno de don Heri-berto, cuya transcripción textual les ahorro.

La conclusión práctica era que se podía dominarpero no esclavizar a los colonizados. Cabe precisarque los europeos no fueron muy sutiles con la dife-rencia y que en 1885 se reunieron en el congreso deBerlín, convocado por Bismarck, y se repartieron elAfrica como una gran pizza. Las consecuencias deese congreso se sufren hasta el presente, pues la arbi-traria división política de Africa es hasta el presentela fuente de sangrientas guerras alimentadas por ne-gociados armamentistas que mantienen sumida encatástrofe a la región subsahariana.

Pero con el neocolonialismo también se lanzaron ala empresa incluso quienes nunca lo habían hecho,con las más funestas consecuencias humanas. La me-moria de los italianos en Trípoli no es para nada bue-na, pero los alemanes se llevaron el premio con elaniquilamiento masivo de los hereros en Namibia,aunque sin duda el premio mayor se lo lleva la empre-sa privada de Leopoldo II, que mató unos dos millo-nes de congoleños forzados a extraer caucho bajoamenazas de muerte y amputaciones y redujo la po-blación en ocho millones.

Este crimen fue denunciado en su tiempo en unafamosa novela de Conrad y también difundido porMark Twain en Estados Unidos, lo que obligó a Le-opoldo II a entregar su empresa al estado belga, queno alteró en nada la actividad masacradora y explo-tadora de su monarca.

El rey Balduino, en el discurso de independenciadel Congo en 1960, tuvo la desfachatez de reivindi-car la obra belga, lo que provocó la respuesta de Pa-trice Lumumba, quien en los primeros días del añosiguiente sería asesinado por un pelotón al mandode un oficial belga.

Es bueno recordar que Leopoldo II erigió un lujosomuseo cerca de Bruselas con todos los trofeos ymuestras de su obra (además de muchas estatuas yretratos de él mismo), rodeado de un hermoso par-que, y que en una de sus vitrinas se halla una cartaenviada por el administrador del Congo Belga alpresidente Truman, felicitándolo por el éxito de Hi-roshima y Nagasaki, pues el uranio de las bombasprocedía de las minas del Congo.

En cuanto a América Latina, es sabido que el cu-rioso ferroviario inglés alimentó la ideología asumi-da por las elites intelectuales de todas nuestras re-públicas oligárquicas, desde el “porfirismo” mexica-no hasta la “oligarquía vacuna” argentina y desde el“patriciado peruano” hasta la “república velha” bra-sileña. Nuestras minorías dominantes se considera-ron avanzadas iluminadas de la civilización queejercían un paternalismo piadoso sobre las grandesmayorías excluidas del poder, necesario hasta quelos pueblos perdiesen su condición “bárbara” y estu-viesen en condiciones de decidir su destino, o sea,suponemos que hasta que se les agrandase la cabeza.

El spencerianismo fue el reduccionismo biologistallevado a lo social que sirvió de marco ideológicocomún al neocolonialismo y al saber médico que le-gitimó el poder policial con el nombre de positivis-mo criminológico, que bien podría llamarse “apar-theid criminológico”.

¿Cómo los médicos vincularon la inferioridad delos neocolonizados con la de los patibularios y mo-lestos? Esa es la historia del “apartheid criminológi-co” en sentido estricto, con todas sus deplorablesconsecuencias.

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Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

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13. Comienza el “apartheid criminológico”

En realidad los positivistas llamaron “criminalidad”al conjunto de presos, que era a lo único a que teníanacceso, porque los muchos más que cometían delitosy quedaban impunes les eran desconocidos, o sea, quesu “laboratorio” –por así llamarlo– se limitaba al estu-dio de quienes se encontraban enjaulados. Como sesabe, en todos los tiempos, se enjaula a los más torpesy con menos poder.

Para vincular “la criminalidad” (los presos) con los“salvajes colonizados” elaboraron un discurso en cuyoanálisis entramos, advirtiendo que estamos abriendolas puertas de una historia macabra, que terminó muymal en todos los sentidos. Si bien los disparates que sehan dicho en su curso causan gracia, no la producenpara nada sus funestas y letales consecuencias.

Esta historia se suaviza en la manualística crimino-lógica relatándola como un simple momento del pa-sado “teórico”, centrado en un médico de Torino–Cesare Lombroso–, al que se describe como un “exa-gerado” y nada más. Si todo fuera eso, no pasaría deser casi una anécdota curiosa.

A decir verdad, el pobre Lombroso era un investi-gador serio que, en definitiva, tuvo muy poco que vercon el origen y las consecuencias de este capítulo trá-gico. De familia judía e hijo de un rabino, Lombrosono imaginó nunca las consecuencias de la corrienteen que se movía, pero en realidad no inventó el re-duccionismo biologista y se limitó a encuadrar sus ob-servaciones en el marco spenceriano, o sea, en el pa-radigma de su tiempo.

El llamado “positivismo criminológico” (que comohemos dicho no es más que el resultado de la alianzadel discurso biologista médico con el poder policialurbano europeo) se fue armando en todo el hemisfe-rio norte y se extendió al sur del planeta, como partede una ideología racista generalizada en la segundamitad del siglo XIX y que concluyó catastróficamenteen la Segunda Guerra Mundial. No tiene un autor:tiene muchos y de todas las nacionalidades y, porcierto, los criminólogos positivistas no fueron másque una de las múltiples manifestaciones de todos lospensamientos encuadrados en ese paradigma.

Dicho más descarnadamente y en máxima síntesis,podemos afirmar que empezó décadas antes de Lom-broso, con los médicos que lanzaron las primeras teorí-as que pretendían exponer una etiología orgánica deldelito –y al mismo tiempo la inferioridad de los coloni-zados– y terminó en los campos de exterminio nazistas.

Bénedict Augustin Morel expuso en 1857 su “teoríade la degeneración”, según la cual, en razón de que lamezcla de razas humanas combinaba filos genéticosmuy lejanos, daba por resultado seres inteligentes peromoralmente degenerados, desequilibrados, molestos.

Algo de razón tenía Hegel, pues estos “degenera-dos” eran nuestros gauchos, mestizos y mulatos. Sinellos no hubiese habido ejércitos libertadores ennuestra América, los colonizadores podían haber ani-quilado a todos nuestros pueblos originarios y Améri-ca hubiese podido ser totalmente repoblada por la“raza superior” colonizadora. Quizás este genocidiocompleto haya sido el sueño irrealizado de muchos ra-cistas de la época (y de algunos actuales que no seaniman a decirlo). Los mestizos siempre fueron másmolestos para el poder que los indios o africanos pu-ros, pues eran mucho más difíciles de domesticar.

La “degeneración” de Morel fue un mito que siguióvigente incluso en la escuela psiquiátrica francesa deArgelia hasta la guerra de liberación. Antes de Morel,el inglés James Pritchard había expuesto su teoría dela “locura moral” en la línea que señalaba la inferiori-dad de los criminales y de los colonizados, afirmandoque Adán había sido negro y luego sus descendientesse habían ido blanqueando. Suponemos que el pecado

original debería imputarse a una raza inferior. Contemporáneo de Hegel había sido el alemán

Franz Joseph Gall, que consideraba que su cráneoera el “normal” y todos los otros, anormales. Por en-de, creía diagnosticar la criminalidad y la genialidadpalpando la cabeza, con su famosa “frenología”. Lopersiguieron por “impío”, pese a que sólo palpaba lacabeza de las personas.

Otros contemporáneos de Lombroso rechazaronsus teorías, pero sin dejar de sostener despropósitos,como el francés Feré, que en 1888 afirmaba que lasociedad era biológicamente justa, pues provocabauna “sedimentación social de los degenerados”, quecaían “naturalmente” hasta las clases más subalter-nas, y que la falta de protección a los no degeneradosrepresentaba una omisión de defensa social, es decir,que la defensa social debía ser contra los pobres.

El mayor crítico de la teoría lombrosiana en loscongresos de antropología criminal de su tiempo fueel francés Alexandre Lacassagne, que atribuía el de-lito a modificaciones cerebrales del occipital, del pa-rietal o del frontal: las del occipital eran las respon-sables de los crímenes primitivos de las clases bajas,las del parietal de los ocasionales e impulsivos de lasclases medias y las del frontal de los delincuentesalienados de las clases altas. Parece que los pobressolían caer de espaldas y golpearse la parte trasera dela cabeza. Como puede verse, la llamada “escuelafrancesa” tampoco se ahorraba disparates. A éstosles agregaba el trabajo de un médico colonialista –elDr. Corre–, que ejemplificaba las consecuencias deindependizar a los “salvajes” con el caso de Haití.

Como el racismo era un paradigma, poco importa-ba la ideología política de los protagonistas, porquetodos se movían dentro de ese marco. José Ingenie-ros –que era socialista y es considerado el fundadorde la criminología argentina– no compartía la teoríalombrosiana, pero profesaba una cerrada convicciónracista, que puso de manifiesto en un horripilanteartículo publicado en 1906 con el título “Las razasinferiores”, donde habla de “harapos de carne huma-na”, justifica la esclavitud, etc. Realmente, pareceescrito en pleno brote psicótico de racismo agudo.

Raimundo Nina Rodrigues, fundador de la crimi-nología brasileña, era tributario de la escuela france-sa y, en la línea de Morel, combatía el mestizaje (“amisigenaçao”) en base a la tesis de la degeneración,consideraba a los mulatos semiimputables y dedica-ba su libro al mencionado Dr. Corre y a Lacassagne.Nina Rodrigues fue caricaturizado por Jorge Amado–con la licencia literaria que lo hace vivir algunasdécadas más–, en el personaje de Nilo Argolo deAraújo de su famosa novela Tenda dos milagres, tam-bién llevada al cine.

Lombroso sólo se limitó a formular observacionesmás meticulosas y a articularlas en el marco del mis-mo paradigma dominante. Si bien la síntesis que for-muló provocó su celebridad mundial, dándole mayordifusión y éxito académico (con las consiguientesenvidias), lo cierto es que su teoría del “criminal na-to” no inventó ni agotó el reduccionismo ni el posi-tivismo racista. Incluso la misma expresión “criminalnato” le fue sugerida por su seguidor Enrico Ferri,quien la plagió de Cubí y Soler, que había sido undiscípulo español de Gall, obviamente sin citarlo.

14. La síntesis lombrosiana:un bicho diferente

La tendencia a deducir caracteres psicológicos apartir de datos físicos u orgánicos se remonta a unviejo tratado de “fisiognomía” atribuido falsamente aAristóteles y recobró fuerza en el Renacimiento.

El origen de este supuesto saber se halla en un pre-juicio bastante absurdo, que comienza con la clasifi-cación y jerarquización de los animales. El ser huma-

no les atribuyó a los animales virtudes y defectos hu-manos y conforme a éstos los clasificó y jerarquizó: elperro fiel, el gato diabólico, el burro torpe, el cerdoasqueroso, etc. Realmente, los animales son como sony nunca se enteraron de estas valoraciones; al parecerse limitan a tener un concepto un tanto pobre de loshumanos, pero eso es otro problema.

Así fue como los humanos coronaron “rey” al oso,que aparece en numerosos escudos (incluso en el deMadrid), hasta que fue destronado por obra de loseclesiásticos que descubrieron (quién sabe cómo) que

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tenía inconducta sexual, que no sé en qué consisteporque por prudencia nunca se lo pregunté a ningúnoso, puesto que no parece gustarles que uno se metaen su vida privada (en especial después de visitar Ca-nadá, donde por todos lados hay cartelitos “Take carewith the bears”). Lo cierto es que lo reemplazó el le-ón, a quien presumo con sanas costumbres sexuales,pero que tampoco me atreví a indagar.

Una vez establecidas estas clasificaciones humanasde los animales, hubo quienes pensaron que por la se-mejanza de algunos humanos con ciertos animales se

los podía caracterizar psicológicamente. El juego nopodía ser más infantil: primero clasificaron a los ani-males con rasgos humanos y luego atribuyeron a loshumanos los rasgos que antes habían puesto en losanimales. Eso mismo se hace en la esquina, dondelos muchachos, sin pretender fundar ninguna cien-cia, clasifican a los que tienen pinta de caballo, deburro, de zorro, etc.

No obstante la simpleza, Gian Battista Della Por-ta en el siglo XVII y Johann Caspar Lavater en elXVIII escribieron hermosos tratados llenos de boni-tos grabados con los que sostuvieron esta nueva“ciencia” de la “fisiognómica”, provocando una lar-go debate en el que incluso participó nada menosque Goethe.

En el siglo siguiente –en 1876– Lombroso dio a luzla primera edición de L’uomo delincuente, en la queafirmaba que por los caracteres físicos se podía reco-nocer al “criminal nato” como una especie particulardel género humano (“specie generis humani”). Lacriminología –que en su tiempo se llamaba “antropo-logía criminal”– se ocupaba, por ende, de un objetobiológico diferenciado, lo que llevó a algún extremis-ta a sostener que era una rama de la zoología.

¿Cómo explicaba al “criminal nato”? Por su seme-janza con el salvaje colonizado, aduciendo que lasrazas salvajes eran menos evolucionadas que la razablanca europea. En su tiempo se afirmaba que en elseno materno se sintetiza toda la evolución, desde elente unicelular hasta el ser humano completo (sedecía que “la ontogenia resume la filogenia”). El“criminal nato” era producto accidental de una in-terrupción de este proceso, que hacía que en mediode la raza superior europea naciese un sujeto dife-rente y semejante al colonizado. Era, pues, un blan-co que nacía mal terminado, sin el último golpe dehorno y, por tanto, era un colonizado.

Los caracteres “atávicos” que lo asemejaban al co-lonizado le daban rasgos “africanoides” o “mongoloi-des” (parecidos a los africanos o a los indios). Al igualque los salvajes, no tenían moral, pudor y, además,eran hiposensibles al dolor (para que lo sientan habíaque darles más fuerte), lo que se verificaba porque setatuaban. Me imagino el terror de Lombroso en unaplaya actual, rodeado de criminales natos.

Es bastante claro que Lombroso estaba infiltradode claros elementos estetizantes. En su tiempo loscolonizados eran feos y malos, porque habíamos he-cho algunas diabluras, como fusilar a Maximilianoen México, parar la flota en el Paraná, echarse a losfranceses en Haití, etc. Nuestros tipos humanoscontrastaban con la blanca belleza europea protegi-da del sol mediante sombrillas y encorsetada.

La fealdad y la maldad siempre van asociadas; enlos raros casos en que lo bello es malo, por lo gene-ral se trata de una belleza diabólica, del tipo de Do-rian Gray.

Hoy sabemos que la policía selecciona por estere-otipos y que éstos se forman a través de la comuni-cación en base a prejuicios en los que juegan un rolfundamental los valores estéticos, siguiendo la reglade asociar lo feo a lo malo. En definitiva se reprodu-ce el mecanismo de la “fisiognómica”: se define lo“feo”, se le asocia lo “malo” y se acaba seleccionan-

do lo “malo” mediante lo “feo”. La ingenuidad de los positivistas los llevó a asom-

brarse con la “intuición” de los artistas al describir opintar el crimen, cuando en realidad éstos habían de-finido los estereotipos conforme a los cuales se selec-cionaba a los criminalizados por “feos”, o sea, por pa-recidos a los colonizados. Abundan tediosos libros po-sitivistas sobre “criminales en el arte”.

En ediciones posteriores la obra de Lombroso seacompaña con un volumen o “Atlas” con fotografías ydibujos de delincuentes, todos presos o muertos, por su-

puesto. Basta mirar esa enorme colección de caras feaspara convencerse de que esos sujetos no podían andarmucho tiempo sueltos por una ciudad europea sin que lapolicía los prendiese, pues parecían todos salidos de losdibujos de “malvados” de los folletines de costumbres.

El error de Lombroso consistió en creer que esa feal-dad era causa del delito, cuando en realidad lo era dela prisionización, pues de haber sido lindos no hubie-sen estado en el “Atlas”, como Jack de Londres, al quecabe presumir que por lindo no daba en el estereotipoy nunca lo pudieron meter preso.

En definitiva, Lombroso –que era un observadormeticuloso– nos legó la mejor descripción de los este-reotipos criminales de su tiempo.

Pero no sólo se ocupó de los criminales, o sea, de losmal terminados, sino también de los que avanzabanmás allá de lo esperado, o sea, de los “genios”, al pun-to que se empeñó en conocer a algunos, como Tolstoi.Tanto él como Max Nordeau escribieron libros sobreel “hombre de genio”; este último advertía en dosgruesos volúmenes acerca del peligro del “genio loco odegenerado”, en cuya categoría incluía a Oscar Wilde,haciendo leña del árbol caído.

No conforme con esto, Lombroso se ocupó tambiénde los disidentes y escribió sobre los delincuentes polí-ticos y sobre los anarquistas.

La verdad es que la criminología lombrosiana parecíaun gran elogio de la mediocridad: no había que pare-cerse a los colonizados, pero tampoco sobresalir muchoen inteligencia y creatividad ni disentir demasiado.

Para completar el cuadro, tampoco dejó en paz a lamujer. Al igual que los inquisidores, la consideraba demenor inteligencia que el hombre, pese a que afirma-ba que eso se compensaba con su mayor sensibilidad.La menor representación en el delito la atribuía a laexistencia de un “equivalente” del delito en la mujer,que era la prostitución. Todo esto lo desarrolló en unlibro escrito junto a su yerno –el historiador de Roma,Guglielmo Ferrero– con el título La mujer delincuente,prostituta y normal.

15. La estela del positivismo biologista

Podemos deducir las consecuencias de la criminolo-gía positivista sintetizada por Lombroso en cuanto anosotros: si la prisión estaba destinada a los “atávicos”blancos en los países colonialistas, porque éstos se pa-recían a los salvajes, cabe pensar que los territorioscolonizados eran grandes prisiones, o sea, campos deconcentración inmensos.

Si lo pensamos tiene su lógica: el “Arbeit machtfrei” (“el trabajo libera”) escrito sobre el portón deAuschwitz, es una consigna que podría provenir de to-do el colonialismo en la forma de “trabajen, que asíaprenden y llegarán a ser libres como nosotros” (supo-nemos que con la cabeza más grande, obviamente enperjuicio de otros atributos).

Por otra parte, el positivismo criminológico con suatavío de ciencia chocaba frontalmente con el neoto-mismo fosilizado de los discursos confesionales y asíobtenía patente de pensamiento progresista, pero susconsecuencias prácticas eran mínimas: un historiadoruruguayo –José Pedro Barrán– afirma que no habíaproblema en el matrimonio entre una niña católica decomunión diaria y un médico agnóstico o ateo, por-que lo que para ella era pecado para él era antihigiéni-co. Por eso se adecuaba perfectamente a los interesesde nuestras oligarquías regionales, que no podían me-nos que dispensarle una calurosa acogida.

En la Argentina fue Luis María Drago quien divulgótempranamente las tesis lombrosianas en una conferen-cia titulada “Los hombres de presa”, publicada luego enversión italiana con prólogo del propio Lombroso.

Tan impactante fue el positivismo en la Argentinaque no sólo lo acogieron las cátedras de todo el país

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–incluyendo la de Córdoba– y se invitó a Lombro-so a visitarnos. No vino por razones de salud, peroen el centenario vino Enrico Ferri, que era su discí-pulo jurista.

Por ese entonces, Ferri era un prominente socialis-ta italiano y sus correligionarios argentinos fueron arecibirlo con entusiasmo. Apenas desembarcado, Fe-rri afirmó que no se justificaba el socialismo en unpaís no industrializado, provocando una polémicacon Juan B. Justo, mientras disfrutaba de la compa-ñía de lo más granado de nuestra oligarquía y pro-nunciaba sus conferencias con singular éxito.

Ferri como penalista sostenía que la pena debía te-ner la medida de la peligrosidad que, lógicamente, afalta de un “peligrosímetro”, medían a “ojímetro”. Eljuez se convertía en un policía más. La dogmáticajurídica era una “abstrucidad tudesca” y las garantíasprocesales un prejuicio metafísico. El determinismomonista de Ferri era radical: todo estaba mecánica-mente determinado, no había libertad alguna.

El delincuente era para Ferri un agente infecciosodel cuerpo social al que era menester separar, con loque convertía a los jueces en leucocitos sociales. Elfilósofo Martin Buber ridiculiza esto imaginando undiálogo en que el procesado alega ante el juez que notiene la culpa porque está determinado al delito, a loque el juez le responde que él está determinado acondenarlo.

Aunque el propio Ferri pretendía compatibilizaresto con Marx, nunca lo logró y –quizá cansado deintentarlo– hacia el fin de su vida terminó aceptan-do una senaduría de Mussolini.

La prédica positivista en nuestro país hizo escuelay José María Ramos Mejía patologizó a buena partede nuestros próceres en su famoso libro La neurosisde los hombres célebres, en que incluía al Dr. Francia,lo que motivó que Lombroso, que no reparaba mu-cho en esos detalles, considerase argentino al famosoparaguayo.

Cabe acotar que Lombroso incurrió en otros erro-res a nuestro respecto, como afirmar que los incen-dios de la Boca amenazaban extenderse a Montevi-deo, o recoger de las memorias de Garibaldi quenuestros hábitos carnívoros eran causa de la frecuen-cia homicida. También dijo que en Mendoza la po-blación se bañaba desnuda en el río, lo que motivóla rectificación de Drago en defensa del pudor de lasdamas mendocinas.

La tesis de la degeneración tuvo amplia repercu-sión entre nosotros. Carlos Octavio Bunge publicóen 1903 Nuestra América, un libro que no tiene des-perdicio por su racismo en la línea de Morel. Muchomás tarde, en 1938, Francisco De Veyga publicó unlibro titulado Degeneración y degenerados. Miseria, vi-cio y delito, en que parecía advertir que si no se hacíanada por contener la degeneración, los degeneradosnos iban a superar. A juzgar por el tono del libro,creo que siete años después habría considerado veri-ficada su teoría en la Plaza de Mayo, como años an-tes lo habían manifestado quienes se escandalizaronporque el pueblo desató los caballos del coche delpresidente Yrigoyen para llevarlo hasta la casa degobierno. Un senador nacional en esos años publi-caba un opúsculo con el título de Chusmocracia. Ca-be aclarar que años antes De Veyga había estado ob-sesionado con la homosexualidad masculina y escri-bió considerables disparates al respecto.

Los criminólogos positivistas se dedicaron a reco-rrer prostíbulos y otros antros de la época y conci-bieron el concepto de “mala vida”. Se escribieron li-bros sobre la “mala vida” en Roma, en Madrid, enBarcelona y, como no podía faltar, también en Bue-nos Aires. Este lo publicó en 1908 Eusebio Gómez(destacado profesor de derecho penal de la UBA),con un prólogo de José Ingenieros que no tiene des-

perdicio por su ampulosidad biologicista. Allí desfi-laban prostitutas, fulleros, rateros, religiosos, curan-deros, gays, etc. Respecto de los últimos Gómez afir-maba que extrañaba la edad media.

Como resultado de estas andanzas nada santas, lospositivistas proponían leyes de “estado peligroso pre-delictual”, o sea, que si se sabía que quien andaba enla “mala vida” habría de desembocar en el delito, lomás natural era detectarlo antes y meterlo preso.¿Para qué esperar a que hicieran algo? Para obviaralgunas formalidades le cambiaban el nombre a lapena y la llamaban “medida”, de modo que nadiepodría objetar que se imponían penas sin delito.Unos años después Pepe Stalin diría que la pena demuerte no era pena, sino la máxima medida de de-fensa social. Famosos profesores extranjeros vinierona apoyar esta luminosa idea que, por suerte, chocócontra el decidido rechazo de Yrigoyen; no así deAlvear, que remitió algunos proyectos que por fortu-na no tuvieron sanción.

Si extremamos el planteo, el mismo delito no eramás que un “síntoma” de la peligrosidad y, por lotanto, tampoco tendría mucho sentido tener unaparte especial del código penal como catálogo cerra-do, porque siempre podían aparecer nuevos “sínto-mas”, e incluso podía pensarse en suprimir la menta-da parte especial.

Si bien nadie sostuvo eso en la Argentina, no faltóquien lo propusiese en otro lado, lo que demuestraque no hay disparate que no pueda prender en estamateria. En efecto: Nikolai Krylenko –destacado ju-rista soviético, revolucionario y magistrado– hizo unproyecto de código penal sin parte especial que nose sancionó, pero en las purgas de 1938 fue fusiladopor traidor trotskista después de un juicio expeditivode 15 minutos.

De cualquier manera, el positivismo criminológicose enfrentaba con un gravísimo problema, que era la“naturalidad” misma del delito. No podía negar quese criminalizaba por decisión política y que lo prohi-bido cambiaba de tiempo en tiempo y de sociedaden sociedad. A salvar ese escollo se dedicó otro juris-ta italiano seguidor de Lombroso y Ferri, que fue elbarón Raffaele Garofalo, inventor del “delito natu-ral”. A ese efecto publicó una Criminología en 1885,que merece ser leída con atención, porque es un ma-nual que expone con increíble ingenuidad las racio-nalizaciones a las peores violaciones de derechos hu-manos imaginables.

Entre otras cosas, dice que el delincuente es elenemigo interno en la paz, como el soldado enemigolo es en la guerra; prefiere la pena de muerte a laperpetua, porque es más piadosa y elimina el riesgode fuga; afirma que hay pueblos degenerados quecumplen en lo internacional el mismo papel que loscriminales natos en lo nacional, y otras muchas queno tienen desperdicio. Sería una lectura recomenda-ble para solaz del “Tea Party”, los europeos antiex-tracomunitarios y los argentinos antibolivianos, en-tre otros muchos.

¿Cómo construía Garofalo su “delito natural”?Mezclando al ferroviario Spencer nada menos quecon Platón (aclaro que hubo mezclas peores). Afir-maba que con la civilización avanzaba en refina-miento de los sentimientos de piedad y justicia, al-canzando su más alto grado en Europa, por supuesto,que se expresaba en la protección a los animales. Es-cribía esto mientras los sicarios de Leopoldo II muti-laban negros porque no les traían suficiente caucho.

Pues bien: para Garofalo el “delito natural” seríala lesión al sentimiento medio de piedad o de jus-ticia imperante en cada tiempo y sociedad. Asíconstruía un cuadro de valores y subvalores lesio-nados en el que colocaba a los distintos delitos. Elresultado era algo así como un Platón en bruto.

No todos los positivistas aceptaron de buen gradoeste platonismo a la spenceriana. Pedro DoradoMontero, por ejemplo, fue un personaje singular,profesor de Salamanca, positivista pero al mismotiempo un anarquista moderado, que meditaba aisla-do en su refugio castellano. Rechazó la tesis de Ga-rofalo, afirmando que no había ningún “delito natu-ral”, sino que el estado definía arbitrariamente losdelitos, pero como había hombres determinados arealizar esas conductas, lo que el estado debía hacerera “protegerlos” en instituciones a las que éstos pu-diesen acudir pidiendo ayuda.

Por supuesto que nadie siguió a Dorado y ni porasomo se le ocurrió a alguien materializar las curio-sas instituciones que proponía y con las que pensabacambiar el derecho penal por un “derecho protectorde los criminales”.

Es bastante obvio que el positivismo criminológi-co desembocaba en un autoritarismo policial que secorrespondía con un elitismo biologicista. No sólolegitimaba el neocolonialismo, sino también la re-presión de las clases subordinadas en el interior delas metrópolis colonialistas. Las elites de esas socie-dades temían a su insubordinación y perseguían a losdisidentes “agitadores”. El propio Garofalo escribióun libro titulado La superstición socialista.

Más temor aún inspiraban las reuniones públicas:las “multitudes”. El recuerdo de la Comuna de Parísera imborrable. Fue precisamente un autor francésquien sobresalió en el tema y cuyos escritos en gene-ral son también un buen reservorio de disparates an-tidemocráticos: Gustave Le Bon, autor de la famosaPsicología de las multitudes.

Para Le Bon, en la multitud se neutralizaban lasfunciones superiores del cerebro y dominaba la“paleopsiquis”. En otras palabras –y aunque no loexpresaba de ese modo–, la multitud hacía surgiren cada uno al “criminal nato”, atávico, regresivo,salvaje. Como era demasiado increíble sostenerque todo el pueblo sumergido estaba compuesto decriminales natos o salvajes, Le Bon encontró laforma de explicar que cuando actuaban en multi-tud se convertían en eso por efecto de la mismamasa humana.

Hubo otros positivistas preocupados por las multi-tudes y entre ellos resalta Scipio Sighele, que publi-có un libro titulado Los delitos de la multitud. El resul-tado práctico fue que varios códigos penales incluye-ron disposiciones acerca de delitos cometidos por lasmultitudes, responsabilizando a los líderes. El hechode que Le Bon, Sighele, el propio Lombroso y otros,invariablemente ejemplificaban con los líderes de laComuna de París y que los códigos penales centra-sen su atención punitiva en los líderes de multitu-des, muestra a las claras el miedo de las clases hege-mónicas por la “chusma reunida”.

Como puede verse, el positivismo restauró clara-mente la estructura del discurso inquisitorial: lacriminología reemplazó a la demonología y explica-ba la “etiología” del crimen; el derecho penal mos-traba sus “síntomas” o “manifestaciones” al igualque las antiguas “brujerías”; el derecho procesal ex-plicaba la forma de perseguirlo sin muchas trabas ala actuación policial (incluso sin delito); la penaneutralizaba la peligrosidad (sin mención de la cul-pabilidad) y la criminalística permitía reconocerlas marcas del mal (los caracteres del “criminal na-to”). Todo esto volvía a ser un discurso con estruc-tura compacta alimentado con los disparates delnuevo tiempo histórico.

IV JUEVES 7 DE JULIO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

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16. Los crímenes de la criminología racis-ta: campos de exterminio y eugenesia

Nadie crea que estamos hablando de una historialejana y menos de un divertimento consistente en re-cordar disparates. Estamos hablando del poder pla-netario y de los genocidios cometidos en su avancey, por ende, nos estamos adentrando en el meollocentral de los derechos humanos que desemboca ennuestros días.

Siempre el dominio mundial jerarquizó a los sereshumanos y consideró inferiores a los colonizados.Esto pasó con el colonialismo del siglo XV en ade-lante y luego con el neocolonialismo desde el sigloXVIII en más. Lo que hemos expuesto fue la ideolo-gía racista dominante en el neocolonialismo, de lacual formaba parte la criminología positivista biolo-gista, pero el marco en que ésta se inserta venía demucho más lejos.

En tiempos del viejo colonialismo también huboracismo, aunque no con discurso científico. Más aún:también hubo un racismo pesimista al estilo de Gobi-neau y otro optimista al de Spencer, aunque parezcaincreíble.

Pese a que durante la colonia nadie discutía queéramos inferiores, el punto central era si el ApóstolTomás había llegado o no a América. Si había venidocaminando sobre las aguas –o por las piedras– y habíatraído el mensaje y nuestros originarios lo habían des-preciado, éramos herejes y, por tanto, materia de lostribunales eclesiásticos. Si no había llegado, éramossimples infieles y, por tanto, sometidos al príncipecristiano cuya misión era adoctrinarnos.

En el primer caso habíamos caído, en el segundo nohabíamos llegado. Exactamente lo mismo del poste-rior racismo, sólo que con otro discurso y reflejandouna lucha entre el poder eclesiástico y monárquico.

Bibliotecas enteras se escribieron sobre esto y losmás increíbles datos se tomaban como prueba en tor-no de la leyenda de Tomás de América, registradospor nuestros antropólogos pioneros: cruces prehispá-nicas, pisadas petrificadas, etcétera.

El racismo del neocolonialismo con su reduccionis-mo biologista no podía menos que terminar muy mal.Mientras se lo usó para legitimar el poder del dominiocolonialista y controlar a las clases molestas de los pa-íses centrales, fue funcional; pero estalló cuando se lousó para legitimar un poder punitivo sin limitacionesdentro de la misma Europa y por una potencia a laque se consideraba en la punta de la civilización. Erainevitable que sucediese, y sucedió.

El formidable instrumento de poder policial verticalque legitimaba ese racismo no era ejercido en toda suamplitud en la Europa controlada por las clases domi-nantes tradicionales. Pero cuando Europa quedó arra-sada después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y los aliados no vieron nada mejor que cobrarlea Alemania deudas que no podía pagar, humillaron ydesestabilizaron a la frágil República de Weimar,abriendo el espacio político para un cabo extra-siste-ma; un grupo de desaforados nacionalistas radicaliza-dos tomó el vértice de un Estado desde mucho antesconformado por corporaciones fuertemente verticali-zadas, que no hizo más que pasar a ejercer el poderpunitivo fuera de toda la prudencia y legitimado poridéntico discurso.

Los nuevos conductores nazistas que tomaron en sumano el poder punitivo lo usaron para homogeneizarel frente interno, inventando un nuevo Satán (ene-migo), y elevar al máximo el verticalismo social, conel objeto de preparar a la sociedad para la coloniza-ción de todo el planeta, siguiendo la lógica de que laverticalización siempre anuncia una colonización.

Por loco o irrealizable que haya sido el proyecto fi-nal, ese objetivo rompió con la relativa prudencia delas clases tradicionales y, como el discurso positivis-

ta no se había preocupado por fijarle límites, siguiósirviendo de legitimación un poder punitivo desen-frenado.

El nacional-socialismo alemán no inventó ideoló-gicamente casi nada sobre la cuestión criminal sinoque usó lo que habían inventado otros; tampoco tuvoun discurso criminológico original, pues para encu-brir sus masacres se valió del que dominaba desde ha-cía mucho.

Cuando se parte de que el ser humano es un entepuramente biológico, que estando mejor construidoestá destinado a usar a los otros humanos que salendefectuosos o pertenecen a series conmenor sofisticación, no es nada difícilconcluir que estos últimos pueden serdestruidos si obstaculizan a los más per-feccionados en su tarea de construir aotros aun mejores.

El aniquilamiento de todas las razasinferiores y molestas es casi un corolarionecesario de ese punto de partida. Tam-bién lo es que no vale la pena mantenerpresos a los fallados internos que causanproblemas a los aparatos más perfeccio-nados. No menos coherente resulta laeliminación de los que cuestan muchísi-mo dinero en los manicomios y asilos.Más aún, se explican estas consecuen-cias cuando esos recursos se considerannecesarios para sostener a los perfectosque ofrecen su vida en las trincheras enpos de la conquista del planeta.

Por ende, resulta claro que los camposde concentración, de trabajo forzado yde exterminio, han sido legitimados conracionalizaciones provenientes del ra-cismo positivista. Justamente, cuando alfinal de la Segunda Guerra ya nadie pu-do desentenderse con la mano en lacintura de lo que sufrían pueblos lejanoso los subalternos muy distantes de susbarrios, porque acababa de pasar en lacasa del vecino o incluso en la propia,el paradigma cambió rápidamente.

A eso se debió la Declaración Univer-sal de 1948, que anunció el cambio deparadigma en el plano mundial. La gue-rra y la Shoá fueron el prolegómeno dela Declaración, pues sin las atrocidadesnazistas el discurso racista hubiese segui-do deslizándose por el planeta y jamás sehubiese formulado semejante declara-ción ante el concierto mundial. Su mis-mo texto parece elemental e ingenuo sino se la contextualiza como un cambiode paradigma que procuraba enterrar aldel racismo hasta entonces dominante.

Hay una historia que corresponde a lacriminología del apartheid, pero que po-cas veces se recuerda, ampliamente de-mostrativa de que el nazismo no inven-tó nada en el plano ideológico, que fueinmensamente perverso, pero al mismo tiempo ínfi-mamente creativo; sólo quizás un poco ingenioso.

Hubo un capítulo anglosajón de la criminología po-sitivista que fue el prolegómeno del uso nazista del re-duccionismo biologista aplicado al control social re-presivo, que casi se ha borrado de los manuales co-rrientes de criminología y que suena a un mal recuer-do, pero que es menester rememorar, en particular ennuestro tiempo que, como veremos más adelante, noestá falto de peligrosos rebrotes de biologismo criminal.

Por regla general, cuando se menciona la esteriliza-ción forzada de delincuentes y de deficientes real osupuestamente hereditarios, la contaminación de la

sangre con razas inferiores, la prohibición de matri-monios interraciales o mixtos y otras aberraciones se-mejantes, inmediatamente se evoca al nazismo.

Es verdad que el nazismo se valió de todo esto consingular empeño, pero no debemos olvidar que no loinventó sino que lo copió del mundo anglosajón, per-geñado en los papeles en Gran Bretaña, pero llevadoa la práctica hasta extremos inadmisibles en los Esta-dos Unidos muchos años antes que en Alemania.

Nos estamos refiriendo a una palabra que hoy causamiedo y nadie usa, pero que estuvo en boga en buenaparte del siglo pasado: la eugenesia.

Los médicos norteamericanos habían rechazado latesis lombrosiana del criminal nato pero, al estudiar supoblación penal, encontraron lo que era obvio quehallarían: personas más débiles que la media y conmenor cociente intelectual.

Desde comienzos del siglo XX, Alfredo Niceforo, enItalia, había verificado que las pretendidas causas bio-lógicas no eran más que defectos de alimentación enla primera edad. Una generación mejor alimentada esmás fuerte y, además, más linda; la fortaleza y la belle-za nunca son producto de la miseria. Además no esraro que en la población penal haya algunas personascon menor nivel de inteligencia; no se debe a que eso

II JUEVES 14 DE JULIO DE 2011 JUEVES 14 DE JULIO DE 2011 III

condicione el delito sino a que son más torpes y, porende, están presos por tontos.

Pero los iluminados médicos norteamericanos dedu-jeron otra cosa y no faltó un investigador de dudosaseriedad (Henry Goddard) que aplicó unos tests cues-tionables, y en 1913 incluso publicó un libro sobreuna supuesta familia Kallikak, de delincuentes por ge-neraciones, con lo que pretendía verificar la herenciade las taras condicionantes de la criminalidad. Porcierto, se duda de la existencia misma de esa familia.

Con estos antecedentes no era difícil llegar a laconclusión de que no había criminales natos, pero que

la criminalidad era resultado de taras físicas y menta-les en su mayoría hereditarias.

Unos treinta años antes, Francis Galton, que fue uninglés poco equilibrado, primo de Darwin y que consi-deraba que la genialidad de éste y de él mismo prove-nía de un ascendiente común, largó sus estudios demedicina y se dedicó a las matemáticas, comenzandoa contar todo lo que en el mundo se podía contar,hasta afirmar que las sociedades creaban a los geniosen razón directa con la reproducción de sus seres másperfectos o superiores.

Entre sus disparates, Galton dijo haber calculado elnúmero exacto de genios que habían producido los

griegos, e inventó una ciencia para el mejoramiento dela raza que bautizó con el nombre de eugenesia.

Pero Galton era, con todo, un tipo prudente. Suciencia era una especie de religión que aconsejaba odesaconsejaba matrimonios, pero no pretendía hacernada por la fuerza sino convencer acerca de las bonda-des de seguir sus consejos. Por eso su eugenesia se con-sidera positiva.

Cuando los libros de Galton cruzaron el Atlántico,se encontraron en un terreno diferente. Por un ladocon la pretendida verificación de los médicos acercade taras hereditarias causantes del delito; por otro con

una sociedad muy compleja en que loshabitantes originarios se hallaban rode-ados de extraños con los que no se mez-claban.

Estos extraños eran en primer lugar losafroamericanos liberados hacía pocasdécadas y que no habían logrado man-dar a Liberia ni establecer en México,para sacárselos de encima, pero que ni elpropio Lincoln consideraba norteameri-canos. A ellos se sumaban los grupos deinmigrantes europeos que pretendíanobtener mejoras sociales y predicaban elsocialismo y el anarquismo; y, para col-mo, por el sur, los mexicanos.

El ambiente intelectual estaba domi-nado por libros de escandaloso racismonórdico casi idéntico a la novela nazi deRosenberg. Un pretendido científicollamado Madison Grant sostenía queera necesario evitar la reproducción delos criminales, enfermos y locos, y es-perar a que murieran; pero también delos individuos de razas inferiores. Sudiscípulo Stoddard advertía sobre el pe-ligro del avance de la gente de color enel mundo.

La popularidad de estos racistas y susvínculos políticos con algunos presiden-tes decidieron la política migratoria deesos años, que rechazaba a los de razasinferiores y privilegiaba a los nórdicos,calificada por Adolf Hitler como la úni-ca racional en Mein Kampf. Cabe recor-dar que las obras de estos buenos mu-chachos fueron usadas en Nürenbergpor los defensores de los genocidas nazispara pretender probar que sus conductasrespondían a teorías científicas que noles eran propias.

Era claro que el terreno estaba prepa-rado para dejar de lado los pruritos delinglés Galton y pasar de su eugenesia po-sitiva a una negativa, impuesta y radical.¿Para qué esperar a que la gente se con-venciese, si era posible hacerlo antes?Además, ¿cómo convencer a los inferio-res? Conforme al proyecto de Grant, enun siglo, la humanidad podía librarse detodos los inferiores.

La batuta de este movimiento la tomó un veterina-rio que demostró ser un muy buen recolector de finan-ciadores, que rápidamente convenció a la FundaciónCarnegie, a la viuda del magnate Harrison y a la Aso-ciación de Criadores (de animales, claro). Incorporó asu campaña a personas famosas, como el Premio No-bel Alexis Carrel, sujeto poco equilibrado que preten-día que el gobierno estuviese a cargo de la Corte Su-prema (toda similitud con la Argentina de 1943 escoincidencia) y terminó al servicio del vergonzoso ré-gimen de Vichy.

Davenport tuvo como asistente a un personaje lla-mado Harry Laughlin; ambos fueron piadosamente ig-

norados durante la guerra por sus oscuros contactoscon los médicos del nazismo y murieron antes del finde ésta. Al parecer, el intercambio de informacióncientífica con los médicos malditos fue intenso y hastase supone que proporcionaron apoyo financiero paralos primeros laboratorios de eugenesia alemanes, in-cluso el del maestro del tristemente famoso JosefMengele. Davenport le disputó la presidencia de laAsociación Americana de Antropología nada menosque a Franz Boas, cuya mano se negaba a estrecharporque era judío.

El daño que causaron fue enorme, pese a que Gal-ton primero y su discípulo Pearson después denuncia-ron su campaña como anticientífica y desconocieroncualquier vínculo con estos delirantes (lo que demues-tra que sólo estaban un poco locos).

No podría afirmar hoy si lo de Davenport fue unagran estafa, una maniobra de trepadores alucinados,de místicos racistas o una mezcla de todo eso.

Lo cierto es que lograron que en 1907 se sancionaseen Indiana la primera ley de esterilización forzada, quefue copiada en la mayor parte de los estados nortea-mericanos en los años siguientes. En función de esasleyes se esterilizó a muchos miles de oligofrénicos, epi-lépticos, sordomudos, indios, ciegos, delincuentes, en-fermos mentales, etcétera.

La Suprema Corte validó la constitucionalidad deesas leyes de esterilización forzada con el voto del juezOliver Holmes Jr., que ya no era ningún junior y quese dice que fue uno de los ministros más pensantes dela historia de esa Corte; es posible, pero cabría pre-guntarse si lo hacía bien.

No se conformaron con las leyes de esterilización si-no que, siguiendo al viejo Morel, prohibieron los ma-trimonios entre afroamericanos y blancos con nume-rosas leyes estaduales. Nuevamente la brillante Supre-ma Corte legitimó estas leyes con el argumento deque no eran discriminatorias porque no prohibían elmatrimonio, dado que lo autorizaban entre los afroa-mericanos, respondiendo al lema antes sentado en sujurisprudencia de iguales pero separados, o sea, el apar-theid. Sin mucho apuro declararon la inconstituciona-lidad de esas leyes apenas en 1957.

Creo que con esto queda suficientemente fundadala razón de estas explicaciones, que muestran dóndefue a dar y qué horripilantes consecuencias tuvo elpretendido progresismo positivista, que extraía su ma-trícula de pensamiento avanzado de su capacidad pa-ra asustar a párrocos de pueblo, pero que no era másque una pensamiento reaccionario y potencialmentegenocida.

17. La criminología del rincón de la facultad de derecho

En Europa, los penalistas comenzaron a ponersenerviosos. Eso de que al estilo inquisitorial la crimi-nología les dijese cómo debían decidir les gustaba ca-da vez menos, y decidieron recuperar su territoriopor razones puramente académicas, sin que eso im-plicara necesariamente consecuencias políticas. Nose quejaban del potencial genocida del positivismobiologista sino que no soportaban estar subordinadosa los médicos.

Por consiguiente fueron arrinconando a los crimi-nólogos. Decidieron que lo que era delito lo definíanlos penalistas y los criminólogos debían limitarse a ex-plicarles las causas de las conductas que previamentelos penalistas identificaban como delitos. Es decir, queno los echaron de las facultades de Derecho sino quelos dejaron con sus cráneos y frascos de restos en for-mol, pero en un rincón.

No viene al caso explicar qué argumentos usaron,aunque del más elaborado ya hicimos alguna referen-cia: era el neokantismo que distinguía entre cienciasnaturales y culturales. Como el derecho era una ciencia

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cultural, no podía contaminarse con otra natural. Había algunas dificultades, como que la criminali-

zación –que era una decisión política– fijaba los lí-mites de una ciencia natural, pero los penalistas loresolvieron rápidamente, afirmando que no existíaninguna ciencia natural llamada criminología sino unconjunto de conocimientos auxiliares del derechopenal que eran convocados cuando éste lo conside-raba conveniente y nada más. La criminología posi-tivista biologista pasaba a ser un orden de conoci-mientos serviles al derecho penal.

Con la Inquisición y el positivismo, la criminolo-gía mandaba sobre el derecho penal; con el neokan-tismo, el derecho penal subordinaba a la criminolo-gía. Pero la criminología que quedaba en el rincónseguía siendo exactamente la misma del reduccionis-mo biologista y tan racista como antes. Se trataba deuna cuestión de prioridad académica, en la que todoquedaba igual en cuanto al contenido.

Prueba de eso es que se registró un vergonzosodebate en 1941 –en plena guerra mundial– entrelos profesores de Munich y de Milán, disputandoquién tenía el mejor discurso para legitimar las le-yes penales del nazismo. El de Milán defendía laprioridad del discurso al estilo del viejo Ferri (quehabía muerto unos años antes) y por cierto que leganó al de Munich, que de pronto tartamudeabaalgunas cosas incomprensibles. Por supuesto queninguno de ambos volvió al tema después de laguerra y siguieron escribiendo y publicando –ysiendo citados entre nosotros– con la mayor natu-ralidad, pero eso es otro tema.

Los criminólogos del rincón continuaron postu-lando la esterilización, investigando a los mellizosunivitelinos y proponiendo medidas de segregaciónradicales, como Franz Exner, quien junto con el pe-nalista más citado entre nosotros del neokantismo(Edmund Mezger) hizo un proyecto para mandar atoda la mala vida (extraños a la comunidad los llama-ba) a los campos de concentración en 1944.

Exner había estado en los Estados Unidos en ladécada anterior y volvió a Alemania muy contentocon sus colegas racistas norteamericanos. En su libro–que fue lectura recomendada en nuestras cátedrasdurante años– decía que la abundancia de afroame-ricanos en las prisiones era resultado de que la socie-dad norteamericana les exigía un esfuerzo que no es-taban en condiciones biológicas de afrontar.

Esa criminología del rincón de la Facultad de De-recho enriqueció su biologismo con las novedadesmédicas, fundamentalmente con el descubrimientode las glándulas de secreción interna, o sea, con laendocrinología, lo que motivó nuevos entreteni-mientos, en particular en el área de la conducta se-xual, donde quisieron curar todas las desviaciones coninyecciones, al tiempo que explicaban el avance dela civilización por una supuesta contención de la hi-perfunción de la hipófisis.

Lo que más impactó a la criminología del rincónfueron las clasificaciones según los biotipos, o seaque volvieron a correlacionarse caracteres físicos ypsicológicos, al estilo de los fisiognomistas. Algúnautor más moderno dice que era una nueva frenolo-gía, sólo que Gall deducía los caracteres psicológi-cos de los bultos en el cráneo y éstos pretendieronhacerlo de los glúteos, aunque no necesitaban recu-rrir a la palpación.

Hubo varias clasificaciones biotipológicas, pero lamás difundida fue la alemana de Ernst Kretschmer,que en su libro (bajo el impresionante título de Kör-perbau und Charakter) establecía cinco biotipos: lep-tosomático, atlético, pícnico, displásico y mixto. Encualquier esquina de Buenos Aires se conocen conotro nombre: flaco, marcado, gordo, urso y yeti.

Las profundas consecuencias criminológicas indi-

can que los flacos suelen ser ladrones; los atléticos,homicidas; y los gordos, estafadores; los otros dosno se sabe bien. Creo que nadie imagina a un obe-so arrebatador ni escurriéndose por una estrechaventana.

La endocrinología, además, daba nueva base alpropio racismo, verificando que los nórdicos son fla-cos y por tanto pensadores, en tanto que los alpinosson gorditos ciclotímicos y por tanto artistas.

En este período de preguerra hubo una variantedentro de la tesis biologista que es necesario destacarpor sus diferentes consecuencias. Por un lado se ha-llaba la posición genética, asumida por el nazismo,que como no daba otra solución que impedir la re-producción deducía la necesidad de matar a todoslos inferiores, incluyendo a los niños. Por otro ladoestaba la tesis de la transmisión de los caracteres ad-quiridos del viejo Lamarck, cuya consecuencia eraque los niños debían ponerse al cuidado de las fami-lias sanas. Esta última fue la que predominó en ladictadura franquista, comandada por Antonio Valle-jo Nágera, dueño de la psiquiatría oficial española yjefe de los campos de concentración nacionales. Estaúltima variable fue la que se aplicó a los niños de laspresas republicanas e inspiró a los criminales contrala humanidad en nuestro país.

No deja de ser curioso que el lamarckismo haya si-do la ideología oficial de la biología stalinista con laescuela de Lyssenko. A su amparo, Franco quiso cre-ar soldados de Cristo y Stalin, al nuevo hombre soviéti-co. La escasa maleabilidad del material hizo que mu-chas fosas se rellenasen con cadáveres.

18. La agonía de la criminología del rincón

Esta criminología del rincón entró en crisis des-pués de la guerra. El primer Congreso Mundial deCriminología en la posguerra se celebró en París en1950 y fue presidido por Donnedieu de Vabres, juezfrancés en Nürenberg.

En ese congreso, por arte de magia, desapareció elracismo, porque salvo algún despistado –que nuncafalta– nadie quería cargar con sus letales consecuen-cias después de la guerra.

Aunque desde mucho antes nadie sostenía la te-sis lombrosiana del criminal nato, hasta el final de laguerra la criminología del rincón conservaba unobjeto señalado por la biología, sea por sus debili-dades, por sus taras, por su conformación, etcétera.Pero desde la posguerra, al rechazar el racismo y elreduccionismo biologista, si bien la criminologíaseguía siendo etiológica, el delincuente dejaba deser una variable del ser humano y, por ende, la cri-minología perdía su objeto diferenciado y natural,su bicho diferente.

Esta criminología etiológica del rincón se fue des-tiñendo y terminó por derretirse en las contradiccio-nes de su plurifactorialidad. Su objeto se desdibujabaprogresivamente, anunciando su ocaso, irremisibleporque se hacía evidente que sus cultores carecíande los elementos para el análisis del ejercicio del po-der punitivo y del dato obvio de la selectividad. Perono es justo considerar a todos ellos como racistas obiologistas furiosos y, menos aún, compartiendo to-dos los disparates a que hicimos referencia.

Así como en referencia a la Inquisición adverti-mos que en el siglo XVI no todos estaban tan locos,aquí cabe más o menos decir lo mismo. En todos lostiempos hubo algunas personas bastante lúcidas, cu-yo discurso no fue hegemónico, ni mucho menos ensu momento y, además, les resultaba muy difícil es-capar al paradigma dominante, aunque algunosafrontaron la marginación académica.

Desde fines del siglo XIX se escucharon algunasvoces prudentes, como la de la criminóloga española

y feminista Concepción Arenal. Contemporáneosde Lombroso fueron autores como Turatti y Vacca-ro, que rechazaban el biologismo. Alfredo Niceforo,no obstante ser un etiologista, se dio cuenta perfecta-mente de que los pretendidos signos biológicos eranlos de la miseria. El holandés Willen Bonger escribióel primer ensayo de criminología marxista a princi-pios del siglo XX y siguió en esta línea hasta que sesuicidó el día que los nazis ocuparon Holanda.

Si bien nuestra tradición criminológica latinoa-mericana fue tributaria de esta criminología delrincón, entre nuestros criminólogos de posguerrahubo personas que nada tuvieron que ver con lasideas racistas, y algunos incluso fueron seguidoreslejanos de Bonger.

Era obvio que al prescindir del análisis del poderpunitivo y de las características del sistema penal,manteniéndose en el marco de una etiología criminalque alimentaban en la plurifactorialidad, nuestros cri-minólogos de mediados del siglo pasado caían encontradicciones en el marco de una disciplina que seiba derritiendo, pero esas limitaciones no puedenconfundirse con el abierto racismo de la preguerraeuropea.

Por eso, desde lo político es menester distinguircuidadosamente entre los cultores de una criminolo-gía de posguerra que agonizaba y los reduccionistasbiológicos que los precedieron, y no meter a todosen la misma bolsa.

El colombiano Luis Carlos Pérez dedicó todo uncapítulo de su obra general de criminología de losaños ’50 del siglo pasado a una fuerte crítica del ra-cismo. El brasileño Roberto Lyra Filho fue uno delos criminólogos más avanzados en la línea de Bon-ger. El mexicano Alfonso Quiroz Cuarón fue unpatriarca de la criminología regional que intervinoen cuestiones tan sonadas como el estudio del ase-sino de Trotsky y de los restos del emperadorCuauhtémoc; sus artículos periodísticos eran mar-cadamente críticos del sistema penal de su país. Enla Argentina, Oscar Blarduni (abogado y médico)fue el artífice del Instituto de Investigación y Do-cencia Criminológica de La Plata, y un crítico delreduccionismo biologista.

Todos estos autores nuestros de la posguerra culti-vaban una criminología que se hallaba en un corre-dor sin salida y tampoco tenían el entrenamiento so-ciológico previo para vislumbrar metodológicamenteotros horizontes; pero desde su impronta política nopueden ser considerados al mismo nivel que los re-duccionistas a los que me he referido antes.

A ellos –como a todos– les tocó vivir una épocacon sus condicionamientos limitadores de nuestravisión científica, y sin duda que entre sus actitudespolíticas y el agonizante marco etiológico se produ-cían contradicciones irreductibles. Pero sin esascontradicciones hubiese sido imposible pasar a otraetapa superadora, como siempre sucede. Supongoque hoy también incurrimos en contradicciones.

La agonía de la criminología del rincón de la Fa-cultad de Derecho estaba señalando que la hegemo-nía del discurso criminológico pronto dejaría de es-tar en manos de médicos y de abogados formadospor éstos, para pasar a otra corporación de especia-listas que, en otras latitudes, desde mucho antes ve-nía trabajando la cuestión criminal. Empezaba la erade los sociólogos, que en los Estados Unidos y desdeunas décadas antes habían comenzado a discutir einvestigar las cosas desde una perspectiva diferente.Ellos anunciaron la recta que habría de conducir alos planteos actuales.

IV JUEVES 14 DE JULIO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone