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San José, Costa Rica, Martes 10 de abril de 2012, Yo, el Supremo, en la versión universitaria Juan Huaylupo Alcázar* La narración novelesca de Augusto Roa Bastos parece ser el marco de actuación de algunas prácticas en la vida política universitaria, de quienes se creen predestinados a ser sus eternos conductores y se imaginan propietarios de la institución. Estas visiones también son alimentadas en las aulas, cuando se reproduce el individualismo metodológico en la interpretación de procesos complejos, como la historia o las relaciones sociales y sus organizaciones, o las determinaciones de fenómenos físicos y naturales. La individualización causal es la atomización explicativa que aísla, desintegra e impide comprender las realidades. La sociedad moderna ha sacralizado al individuo, en sus libertades y derechos, aun cuando es la sociedad y no el individuo quien garantiza el respeto de los derechos individuales. Sin las condiciones construidas social e históricamente, no existe igualdad, democracia, ni libertad individual. Así, se equivocan quienes creen y difunden que la historia, economía o, en general, las relaciones sociales, son productos de la acción y voluntad de caudillos, golpistas de estado, presidentes, propietarios o autoridades, que pueden vestirse de héroes o villanos, según convenga. El yo lo dije, pensé, hice o lo haré es una característica de las personas que se han autoproclamado como representantes o líderes. La verdad es que nadie lo es por decisión propia, solo podrán serlo cuando media la presencia, pensamiento, decisión y acción de los otros, que le otorgan legitimidad de la representación. Prácticas autocráticas. Los discursos demagógicos buscan confundir y dividir para legalizar prácticas autocráticas. Mantener y profundizar las desigualdades es el infame recurso que nutre la manipulación política. No es posible gobernar una institución de educación superior con ocurrencias, ofrecimientos materiales o normatividad jurídica, cuando lo académico no está regulado por dichos medios. El seducir con ofrecimientos busca satisfacer ambiciones individualistas, nunca institucionales ni educativas. Suponer que los estudiantes, profesores y administrativos solo deben aceptar, creer y apoyar al omnipotente y las normas establecidas desde el poder, es una acción autocrática propia de una ideología señorial y

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San José, Costa Rica, Martes 10 de abril de 2012,

Yo, el Supremo, en la versión universitaria Juan Huaylupo Alcázar*

La narración novelesca de Augusto Roa Bastos parece ser el marco de actuación de algunas prácticas en la vida política universitaria, de quienes se creen predestinados a ser sus eternos conductores y se imaginan propietarios de la institución. Estas visiones también son alimentadas en las aulas, cuando se reproduce el individualismo metodológico en la interpretación de procesos complejos, como la historia o las relaciones sociales y sus organizaciones, o las determinaciones de fenómenos físicos y naturales. La individualización causal es la atomización explicativa que aísla, desintegra e impide comprender las realidades.

La sociedad moderna ha sacralizado al individuo, en sus libertades y derechos, aun cuando es la sociedad y no el individuo quien garantiza el respeto de los derechos individuales. Sin las condiciones construidas social e históricamente, no existe igualdad, democracia, ni libertad individual. Así, se equivocan quienes creen y difunden que la historia, economía o, en general, las relaciones sociales, son productos de la acción y voluntad de caudillos, golpistas de estado, presidentes, propietarios o autoridades, que pueden vestirse de héroes o villanos, según convenga.

El yo lo dije, pensé, hice o lo haré es una característica de las personas que se han autoproclamado como representantes o líderes. La verdad es que nadie lo es por decisión propia, solo podrán serlo cuando media la presencia, pensamiento, decisión y acción de los otros, que le otorgan legitimidad de la representación.

Prácticas autocráticas. Los discursos demagógicos buscan confundir y dividir para legalizar prácticas autocráticas. Mantener y profundizar las desigualdades es el infame recurso que nutre la manipulación política. No es posible gobernar una institución de educación superior con ocurrencias, ofrecimientos materiales o normatividad jurídica, cuando lo académico no está regulado por dichos medios. El seducir con ofrecimientos busca satisfacer ambiciones individualistas, nunca institucionales ni educativas.

Suponer que los estudiantes, profesores y administrativos solo deben aceptar, creer y apoyar al omnipotente y las normas establecidas desde el poder, es una acción autocrática propia de una ideología señorial y

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aristocrática. Atribuir los logros individuales alcanzados, sin consideración alguna de los aspectos sociales, históricos, culturales o políticos, es la reedición de una autosuficiencia individualista, que imagina una sociedad donde unos tienen la capacidad de disponer del trabajo, voluntad y decisión de los otros, al mejor estilo absolutista de Luis XIV.

La individualización en el quehacer académico como en el político niega la explicación integral y compleja de los fenómenos, así como renuncia a la pluralidad y diversidad interpretativa y lesiona la democracia.

Obligación social. La educación pública es un derecho ciudadano y una condición de toda sociedad integrada, con situaciones, problemáticas y anhelos comunes en relación con los conocimientos para la vida, la época y la comunidad. La función social de la universidad pública es brindar oportunidad y acceso a los estudios a las poblaciones estudiantiles en el ámbito nacional. La igualdad y libertad para optar por estudios superiores no pasa por el dinero disponible, como tampoco por la aprobación de exámenes que no miden conocimientos, aptitud, vocación ni capacidades intelectuales. Brindar acceso a la educación y servicios públicos a los excluidos no es un acto caritativo o conmiserativo de iluminados, es una obligación social y pública.

La democratización de la educación, en general, y la universitaria en particular, implica también una transformación colectiva permanente para liberarla del disciplinamiento, obediencia, docilidad e individualismo cognoscitivo, ideológico y político. Una educación sin libertad es la representación simbólica del saber, como expresión ideológica del poder autocrático.

La libertad en la educación es la promoción, exploración y comprobación de nuevas formas interpretativas de los fenómenos físicos, naturales, ambientales y sociales.

La investigación, la docencia y la acción social, así como, la democracia requieren de la crítica como fundamento de la transformación. La censura y represión a las ideas es una educación tradicional enemiga de lo público y la libertad.

*Profesor catedrático de la UCR