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Paula Modersohn-Becker (1867-1907): Rainer ariel Rifke 1906), óleo sobre lienzo, Museo Paula Modersohn-Becker (Bremcn) PRÓLOGO A comienzos del año 1902, las perspecrivas financieras de Rainer Maria Rllke se habian vuelto definitivamenre incier c so No dejarían nunca de serlo (Rllke vivió hasta el final del mecenazgo de amigos y aristócraras), pero cuando sus primas decidieron dejar de seguir pagándole la asignación que el río ]aroslav había esrablecido para los esrudios del taJentoso so brino, el sueño de este de llevar una vida arrísrica reürada con su esposa Clara y su hija recién nacida se reveló como muy poco realismo Rllke apeló a rodas SllS conocidos para conse guir fucnres de ingresos; uno de los pocos fruros tangibles fue la mediación de GusrJV Pauli, direcror de la Kunsrhalle de Bremen, para que la editorial Inselle encargara una mono- grafia sobre el grupo de pinrores de Worpswede. Aunque l remuneración no pasaba de ser una modesta ayuda, el proyecro era ideal para el poeta. Rilke había lle gado por primera vez a la colonia de Worpswede en agosro de 1900, rras el inolvidable viaje a Rusia con Lou Salomé y la sugerencia de esra de poner fin a su relación de crecieme dependencia. Lo que inicialmenre debia ser una visita repa radOl a en casa de su amigo Heinrich Vogeler se convirtió en lIna estancia de varias semanas y el propósiro de instalarse allí duraderamente; el ambienre de ausrera creatividad cer ca de la naruraleza, el paisaje nórdico y la amisrad de dos de las jóvenes artistas de la colonia, la pintora Paula Becker y la esculrora Clara WesrhofF, le hicieron creer a Rllke que había encontrado su lugar sobre la tierra. Aunque aún hizo un úlrimo imemo de retomar la relación con tou en Ber lín, cuando Paula anunció su compromiso con el pimor y fundador de la colonia de \ \Torpswede Ouo Modersohn la sorprendenre respuesra de Rainer fue comprometerse a su

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Paula Modersohn-Becker (1867-1907): Rainer ariel Rifke 1906),

óleo sobre lienzo, Museo Paula Modersohn-Becker (Bremcn)

PRÓLOGO

A comienzos del año 1902, las perspecrivas financieras de

Rainer Maria Rllke se habian vuelto definitivamenre incier

c so No dejarían nunca de serlo (Rllke vivió hasta el final del

mecenazgo de amigos y aristócraras), pero cuando sus primas

decidieron dejar de seguir pagándole la asignación que el río

]aroslav había esrablecido para los esrudios del taJentoso so

brino, el sueño de este de llevar una vida arrísrica reürada con

su esposa Clara y su hija recién nacida se reveló como muy

poco realismo Rllke apeló a rodas SllS conocidos para conse

guir fucnres de ingresos; uno de los pocos fruros tangibles fuela mediación de GusrJV Pauli, direcror de la Kunsrhalle de

Bremen, para que la editorial Inselle encargara una mono-

grafia sobre el grupo de pinrores de Worpswede.

Aunque l remuneración no pasaba de ser una modesta

ayuda, el proyecro era ideal para el poeta. Rilke había lle

gado por primera vez a la colonia de Worpswede en agosro

de 1900, rras el inolvidable viaje a Rusia con Lou Salomé y

la sugerencia de esra de poner fin a su relación de crecieme

dependencia. Lo que inicialmenre debia ser una visita repa

radOl a en casa de su amigo Heinrich Vogeler se convirtió en

lIna estancia de varias semanas y el propósiro de instalarse

allí duraderamente; el ambienre de ausrera creatividad cer

ca de la naruraleza, el paisaje nórdico y la amisrad de dos

de las jóvenes artistas de la colonia, la pintora Paula Becker

y la esculrora Clara WesrhofF, le hicieron creer a Rllke que

había encontrado su lugar sobre la tierra. Aunque aún hizo

un úlrimo imemo de retomar la relación con tou en Ber

lín, cuando Paula anunció su compromiso con el pimor y

fundador de la colonia de \ \Torpswede Ouo Modersohn la

sorprendenre respuesra de Rainer fue comprometerse a su

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11WORPSWEDE

vez con Clara. Se casaron en abril de 1901 Y se insralaron

en una casa de campo en el pueblo de Wesrerwede; su hija

Rurh nacería en diciembre de ese aÍ1o El marri monio apenas

convivió en Forma convencioual hasra el rrasJado de Rilke a

París (en agosro de 1902), pero les unió siempre un respero

amisroso yel esdmulo muwo en sus v ocaciones artísricas.

El libro sobre \Vorpswede responde así a un encargo y re

vela un apresuramienro comprensible en su redacción (Rilke

es raba abrumado por el rrabajo y la uecesidad de renunciar

a su apacible plan de vida familiar), pero esco no jusrifica la

desarención que viene recibiendo. Sus seis ensayos son de

una belleza rara y subyugance, y cerrifican un avance decisivo

en la esrérica de su auror: el concacto con los pimores y la ne

cesidad de precisar por escrito la apuesra paisajísrica y anriaca

démica de estos le obligaba a fijar su p ropio lenguaje y dome-élar su eréreo subjerivismo juvenil. Rilke estaba inusua[mence

docado para el verso, pero era en el ensayo en prosa, sin el

Fácil recurso al sonsoner e del merro y la rima regulares, como

mejor podía ir ordenando sus ideas y aproximándose al equi

librio entre lo subjerivo y lo objerivo qLle se consolidaría con

los Nuevos poemas de 1907. Los ensayos de Wo pswede son

arreba radamente líricos y muesrran una llamariva unidad de

cono, pero se someren al hilo conducror externo y prerenden

ser explicarivos: desraca sobre roda el inrerés por derivar la

esrérica de los pin rores de sus biografías y el imemo por aus

cultar la esencia del paisaje. Tras la inrroducción genérica,

que liga una reflexión absrracra propiameme ri[keana con

la búsqueda inicial de los worpswedianos, el libro se deriene

individualizadameme en los cinco pincores que consriruían

para Rilke el núcleo del grupo: los fundadores Frirz Ma.c

kensen, Ono Modersohn y Hans am Ende y [os algo más

jóvenes Frirz Overbeck y Heimich Vogeler Cad Vinnen se

negó a ser objeto de esmdio, y Rilke prefirió eludir a las

arrisras con   que renía un rraro íurimo: sn esposa Clara y

Pau];a J v10dersohn-Becker, que, desde una perspecriva acrual,

PRÓLOGO

podría ser la más raleurosa de rodas). Corno se subraya en l

preámbulo, la mirada eusayada aspira a ser más comprensiva

que analírica y más amorosa que evaluariva: los pimores de

los que habla «esrán llegando a ser» (igual que el ensayisra),

v Rilke no albergaba imención de juzgarlos. Sus evoluciones

~ o s r r o r s   resulraron muy diversas. La carrera de Paula Bec

ker, precursora del expresionismo, se rruncó rrágicameme

con su rnuerre al dar a luz a la hija de Modersohn, quien

derivó a un es rilo cada vez más simple y primirivo. La suerre

de los orcos miembros del grupo ilusrra rodas las conrcadic

ciones de la recienre hiswria alemana: Arn Ende, aJisrado

volumario, murió en la primera guerra mundial; Mackensen

Fue miembro del Srahlhelm fascista, y el gobierno hirleriano

le recompensó encargándole la dirección de la Escuela Su

perior de Bellas Arres en Bremen; el inqnieto Vageler, erasexperimenrar con casi rodas las arces aplicadas y fundar una

comnna en sn casona de Worpswede, falleció exrenuado en

el exilio soviérico.

Debe añadirse que WinpJUJede no gnsró en exceso a los

pintores, para los que su obra era más sencilla de lo que so

naba en las elucubraciones del poera: pero el juicio de un ar

risra sobre sn rraramienro crírico, por generoso que esre sea,

difícilmenre pnede ser crirerío de valoración. Más arinado

es el reproche de que hay más de Rilke que de los pi mores

en el libro, lo que hoy puede parecer un mériro. es que es

el libro de uno de los grandes poeras del siglo xx: posi

blemenre su primer gran libro, y en roda caso, un libro de

hermosura excepcional.

IBON ZUBI UR

Múnich diciembre del 2 9

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  modo de preám ulo

Esre libro evita juzgar. Los cinco pintores de los gue trata

est Ín llegando a Lo gue me guió a la hora de esrudiar

a cada uno de ellos fue con las palabras de Jacobsen: «No

debes ser jusro contra él; pues adónde llegarían los mejores

de entre nosotros con la justicia; no; sino piensa en él tal

como era cuando más hondamente 1 amaste   »

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INTRODUCCIÓN

La hisroria de la pintura de paisaje aún no ha sido escrira y

sin embargo, es uno de los libros que uno espera desde hace

alÍas. tI LJue haya de escribirlo> rendrá una tarea grande y

sinfTular una rarea desconcenanre por su inaudita novedadLy hondura. Quien romara a su cargo redacear la hisroria del

reu aw o del cuadro devoto tendría un largo camino; una

profunda erudición habría de serie accesible como una bi-

blioteca manual bien ordenada, la seguridad e integridad de

su mirada habría de ser tan grande como su memoria visLlal;

habría de poder ver los colores y decir los colores, habría de

poseer l lenguaje de un poeta y la presencia de ánimo de

un orador, para no verse en apuros anre la extensa materia,

y la balanz.a de su expresión habría de anunciar hasra las más

sutiles diterencias con áugulos de caída percepribles. Habría

de ser no solo un historiador, sino también un psicólogo que

hubiese aprendido de la vida, un sabio que pudiese repetir

con palabras ramo la sonrisa de la Moua Lisa como la expre-

sión envejecida del Carlos V de Tiziano ) la mirada distraí-

da, perdida, de Jan Six en la colección de Amsrerdam. Pero

al fin y al cabo rendría que trarar con seres humanos hablar

de seres humanos y celebrar al ser humano conociéndolo.

Estaría rodeado de los más hnos rosrros humanos observa-do por los más hermosos, los más serios, los más inolvida-

bles ojos del mundo; sonreído por labios famosos y sujerado

por manos que llevan una vida peculiarrneme autónoma

no habría de dejar de ver en el ser humano lo principal, lo

esencial, aquello a lo que cosas y animales remiren unánime

y calladamenre como a la mera y conclusión de su vida muda

o inconscieme. Mas quien ruviera que escribir la hjsroria del

paisaje se hallaría por de pronto abandonado a merced de

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16 17ORPSWEDE

lo extraño lo distinto lo inconcebible. Estamos acostUJl1

brados a contar con hguras y el paisaje no tiene figut.l:

estamos acostumbrados a deducir aeros de voluorad de IQi

movimientos y el paisaje no expresa una voluntad cuandomueve. Las aguas corren y en ellas oscilan y temblequean las

imágenes de las cosas. Yen el vienro que susurra en los viejos

árboles van creciendo los bosques jóvenes creceo bacia un

futuro que nosotros no conoceremos. Solemos deducir en

las personas mucho de sus manos y todo de su rostro en l

que son visibles como en un reloj las boras que su alma lte-

va y pesa. Mas el paisaje se eleva sin manos y no tiene roStro

o en cambio es todo rostrO y resulra terrible y opresivo para

los seres humanos por l grandeza e inmensidad de sus ras-

gos como por ejemplo esa «aparición espectral» en l famosa

lámina del pintor japonés Hokusai.Pues eonfesémoslo: el paisaje nos es algo exuaÍlo y uno

está terriblemeOle solo eorre árboles que flotecen y entrearroyos que pasan. A solas con una persona muerta uno no

está ni de lejos tan abandonado como a solas con los árboles.

Pues por muy misteriosa que sea la muerte más misreriosa

aún es una vida que no es nueStra vida que no se interesa

por nosotros y en cierro modo sin vernos celebra sus fiestas

a las que asiscimos con un cierro apuro como invitados que

llegan por casualidad y que hablan orro idioma.

Claro que alguno podría invocar nuesuo parenresco con

la naturaleza de la que provenimos como últimos frutos de

un gran árbol genealógico ascendente. Mas quien lo bagano podrá negar que este árbol genealógico si lo remonta-

mos desde nosotros tallo a tallo rama a rama se pierde muy

pronto en la oscuridad; en una oscuridad que está babirada

por enormes animales extinguidos por monstruos llenos de

hostilidad y odio y que cuanto más atrás nos remontamos

llegamos a seres cada vez más extraños y feroces de modo

que tenemos que esperar hallar al fondo como lo más ferozy extraño de roda ello a la naturaleza. Esto apenas lo alrera

INTRODU IÓN

l l ~ ~ h de que los seres bumanos tienen rrato desde hace

milenios con la naturaleza; pues ese traro es muy unilateral.

Una y arra vez parece que la naruraleza nada sabe de ello

que la culrivamos y nos servimos temerosos de una peque-Íla parte de sus fuerzas. Aumentarnos en algunas partes su

krtilidad y ahogamos en ortos lugares con el pavimentOde nuesrras ciudades admirables primaveras que estaban

dispuestas a elevarse de la tierra. Llevarnos los ríos a nues-

[fas fábricas pero nada sabe n de las máquina s que impelen.

JUO ;lmos con fuerzas oscuras que no podernos captar conb

l1UestrOS nombres como juegan los niños con el fuego y

por un instanre parece que toda la energía hubiera estado

hasta eoronces en las cosas sin usar hasra que llegamos para

aplicarla a nuestra vida pasajera y sus necesidades. Pero una

y otra vez en los milenios las fuerzas se sacuden de encimalos nombres y se sublevan como una clase oprimida contra

sus pequeños amos ni siquiera contra ellos simplemente se

levantan y las culturas caen de los hombros de l tierra que

es de nuevo grande y extensa y sola con sus mares árboles

y es trellas.Qué significa qne cambiemos la superficie extrema de la

tierra que ordene mos sus bosques y praderas y extraigamos

de su coneza carbones y metales que recibamos los frurosde los ;írboles como si estuvieran destinados a nosotrOS si

al mismo tiempo recordamos una única hora en la que la

naturaleza obrara sobre nosotros por encima de nuesrra es-

peranza de nuesrra vida con esa elevación sublime e indife-

rencia de la que están llenos rodas sus gestOs. Nada sabe de

nosotros. Por mucho que hayan alcanzado los seres huma-

nos ninguno fue ran grande como para que ella se hubiese

inreresado por su dolot para que se hubiese sumado a sualegría. A veces acompañó horas grandes e imperecederas de

la bistoria con su música rugiente y formidable o pareció

quedarse quiera y sin vieoro por una decisión reteniendo el

aliento o rodear un in stante de gozo social inofensivo con

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18 19ORP. >WEDE

flores aleteames, mariposas oscilantes y vientos saltarines,

mas solo para apartarse al momenro siguiel1(e dejar plama

do a aquel con el que parecía estarlo compartiendo tOdo_

El ser humano corriente, que vive con los seres u m n o ~  y solo ve la uaruraleza en la medida en que ella se refiere a él,

rara vez se da cuenra de esta relación enigmática e inquiecan

te. Ve la superficie de las cosas llue él sus semejances han

producido desde hace siglos y cree de buena gana que la tie

rra eorera panicipa de él porque se puede cultivar un campo,

aclarar un bosque y hacer navegable un río. Su ojo, enfocado

casi únicamente a los seres humanos, ve además a la natura

leza como algo existente y dado por supuesro, que ha de ser

explotado todo lo posible. Los niños ven de arra manera la

naturaleza; sobre wdo los niños solitarios. que crecen entre

adultos, se adhieren a ella con una especie de congenialidadviven en ella, como los anúnalílJos. entregados del roda a

los acontecimienws del bosque y del cielo y en una armo

nía inocente y aparente con ellos. Mas por eso viene luego

para los adolescentes y las chicas jóvenes esa época solitaria,

sacudida por profundas melancolías. en la que justO en los

días de maduración cOtporal, indeciblemente abandonados.

sienten que las cosas y aconrecimienws de la naturaleza ya

no participan de ellos, y que los seres humanos todavía no

lo hacen. Llega l primavera, aunque están rristes, florecen

las rosas y las noches rebosan de ruiseñores, aunque querrían

morir, y si por fin vuelven a sonreír, entonces ya están ahí

los días del otoño, los pesados, por así decir, perpetuamente

declinantes días de noviembre, tras los que llega un invierno

largo y sin luz. Y por el otro lado ven a los seres humanos,

del mismo modo exttaños e indiferemes, con sns negocios,

sus preocupaciones, sus éxiws y alegrías, y no lo enrienden.

y finalmente los unos se conforman y van con los humanos,

para compartit su trabajo y su suerte, para ser úriles, pata

ayudar y servir de algú n modo a l extensión de esta vida,

mientras que los otros, no queriendo abandonar la natura-

INTRODUCCIÓN

Ieza perdida, la siguen e intentan ahora, conscienremenre y

recurriendo a toda u na volumad acumulada, volver a esrar

[<1n cerca de ella como lo esruvieron, sin saberlo realmenre,

en la infancia. Se entiende que esros últimos son los arris

ras: poeras o pintores, arquitectOs o compositores, solirarios

c:1l c:1 fondo, que, al volverse hacia la naruraleza, prefieren

lo ererno a lo pasajero, lo profundamente regular a lo efí

meramente fundado, y que, ya que no pueden convencer

a la naturaleza de que parricipe de ellos, conciben como su

rarea captar la naturaleza a fin de incorporarse ellos mismos

en alguna pane de sus grandes nexos. Y con estos solitarios

aislados se alimenta tOda la humanidad de la naturaleza. No

es el último valor del arte, y sí el más caracrerísrico, que es

el medio en el que el ser humano y el paisaje, la figura y el

mundo se cruzan y se encuenrran. En realidad viven aliadosin saber apenas el uno del arra, y en el cuadro, en el edifi

cio, en la sinfonía, en una palabra: en el ane parecen unirse

y remirir el uno al orro, como en una verdad profética más

alta, y es como si se completaran mutuamenre en esa unidad

perfecta que constituye la esencia de la obra de arre.

Bajo este punro de visra. parece como si el tema y l in

rención de todo arre residieran en la compensación entre

lo individual y el todo, y como si el momenro de la eleva

ción, el momento anísticamente relevante, fuera aquel en

que ambos pIaras de la balanza se mantienen en equilibrio.

y de hecho sería renrador acredirar esa relación en diferenres

obras de arre; mostrar cómo una sinfonía funde las voces de

un día tOrmentoso con el rumor de nuestra sangre, cómo

un edificio puede ser mitad imagen nuestra mitad imagen

de un bosque. Y hacer un rerrara, ¿no significa ver a un ser

human o como un paisaje, y hay algún paisaje sin figuras que

no esré del todo lleno por bablar de quien lo ha v s t ~   Sedan aquí relaciones maravillosas. A veces se yuxraponen en

rico, fructífero contraste, a veces parece que el ser humano

proviene del paisaje, otras veces el paisaje del ser h.umano. y

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---20 WORPSWEDE

en arras por fin se han soporrado como iguales y fraterna

mente. La naturaleza parece acercarse unos instantes, dand l

incluso a las ciudades apariencia de paisaje, y con centauros,

sirenas y ancianos marinos de estirpe b6ckliniana se acerca l.humanidad a la naruraleza: mas lo que cuenra es siempre esa

relación, no menos en la poesía, que precísameme es capaz

de decir más sobre el alma cuando da paisaje, y que tendría

que desesperar de decir lo más profundo de él si el ser huma

no se enconuara en esos espacios desmesurados y vacíos en

que Gaya gusraba de ubicarlo.

El arre conoció al ser humano antes de ocuparse del paisa

je. Delante del paisaje estaba d ser humano y lo tapaba, la

Madonna estaba ddame de él, la amable y dulce mujer italia

na con el niño que juega, y detrás de ella resonaba Ull cielo y

un país con un par de tonos como el inicio de un Ave María.

Este paisaje que se extiende al fondo de im ágenes um brías

y roscanas es como un suave acompañamiento, tOcado con

una sola nuno, no inducido por la realidad, sino imitando

a los árboles, caminos y nubes, que un recuerdo agradable

ha conservado. El ser humano era lo principal, el verdadero

tema del arre, y se le adornaba, como se adorna a las mujeres

bellas con piedras preciosas, con fragmentos de esa narurale

za que aún no se era capaz de ver como totalidad.

Tiene que haber habido otros hombres que, por delan

te de sus semejantes, vieron el paisaje, la naturaleza grande,

indiferente, poderosa. Hombres como Jacob Ruysdael, so

litarios que vivieron como niños entre adulros y murieron

pobres y olvidados. El ser humano perdió su importancia,

retrocedió ame las cosas grandes, simples, implacables, que

le sobrepasaban y le sobrevivían. No había que renunciar por

ello a representarlo, al contrario: al ocuparse concienzuda y

minuciosamente de l naturaleza se aprendió a verlo mejor

INTRODUCCIÓN

v con más justicia. Se había vuelro más pequeño: ya no era

  cen rro del mundo; se había vuelto más grande: pues se le

cOlltemplaba con los mismos ojos que a la naturaleza, ya no

valía más que un árbol, pero valía mucho, potque el árbolvalía mucbo.

¿No reside ahí quizá el sen ero y la altu ra de Rembrand t,

que viera y pinrara a los seres humanos como a los p i s j s ~  Con los medios de la luz y del crepúsculo, con los que se

capta la esencia de la mañana o el secrew de la tarde, hablaba

de la vida de aquellos que pimaba , y tod o se volvía exrenso y

poderoso. En sus cuadros y grabados bíblicos sorprende casi

hasta qué punto renuncia a los árboles para urilizar a los seres

humanos como árboles y arbustOs. Recordemos la es¡ampa

de los cien florines: ¿no se arrastta el enjambre de mendigos

y tuUidos como una maraña abyecta de mil brazos junto a

las murallas, y no se alza CristO como un átbol destacado y

solitario al borde de la ruina? No conocemos muchos paisa

jes de Rembrandt, y sin embargo era paisajisla, quizá el más

grande que haya habido nunca, y uno de los más grandes

pinrores en general. Podía pintar retratos porque veía en lo

más bando de los rostrOS como en las tierras de amplio ho-

rizonte y cielo airo, nublado, agitado. En los pocos tetraros

que pintara B6cklin (pienso sobre todo en los autorrerratOs)

puede observarse una concep ción similar, paisajísrica del ob

jetO, } si por lo demás el tetratO le interesó tan poco, y hasta

le resultó desagradable, esto se debe a que no fue capaz. de

ver mucbos seres humanos de esa manera paisajística. El ser

l\LImano era para él, que había sido mimado por la inmen

sa riqueza de la naturaleza, una Iimilación, una estrechez,

un caso único que interrumpía molestamente la rumorosa

eXtensión de las sensaciones de las que él vivía. Allí donde

lo necesiraba, ponía en su lugar la figura. Sus cuadros los

recorren cria turas que parecen haber nacido de los árboles,

yel mar que pima se llena de vida sonata} rieme. Todos los

elementos parecen ser fértiles yel mundo en el que el ser hu -

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tucas que represento dieran la impresión de esrar roralmente

absorbidas por su situa ción, y que sea imposible pensar que

se les pudiera ocurrir ser arra cosa». Pero la siruación en que

se eucuenrran es e trabajo. Un uabajo muy concreto, cori-

diana, el rr;¡bajo en esra derra que los ha formado, como elvienro marino da forma a los escasos árboles que se alzan al

bocde de las dunas. Este trabajo por el que reciben su alimen-

t los liga, como una sólida raíz, a ese suelo al que pertenecen

como plamas resisrentes que le arrancan a una tierra pedre-

gosa su precaria exisrencia.

Así como el lenguaje no fiene ya nada en común con las

cosas que designa, los gestos de la mayoría de las personas

que viven en las ciudades han perdido su relación con la

rierra, esrán, por así decir, suspendidos en el aire, oscilan de

un lado a ouo y no encuenrran lugar donde posarse. Los

campesinos que pinta Miller tienen aún esos pocos grandes

movimientos que son silenciosos y sencillos, y qLle se dirigen

siempre a la tierra por e camino más corro. Y el hombre, elexigen te y nervioso habiranre de las ciudades, se siente en-

uoblecido en esos obtusos campesinos. Él, que no concuerda

con nada, ve en ellos criaruras que pasan su vida más cerca

de la naruraleza, se inclina incluso a ver en ellos héroes, por-

que lo hacen a pesar de que la naturaleza permanece conrra

ellos dura e indiferente, como contra él. Y quizá le parece

por un rato como si las ciudades so o se hubiesen consrrui-

do p;¡ra no ver la naruraleza y su sublime indiferencia (que

llamamos bellez.a y para consolarse c on la naturaleza ficriciadel mar de casas, que ha sido hecha por los humanos y se

repite sin cesar, como un espejo, a sí misma y al ser humano.

Miller odiaba París. Y si salía del pueblo siempre por el lado

contrario a su amigo Rousseau, esto ocurría quizá porque lo

cerrado del bosque le recordaba demasiado la estrechez de

la ciudad, porque los airas árboles le resultaban fácilmente

mUros aIros, como esos muros de los que había escapado

cama de lIna cárcel. Los elemenros de su arre, que a la visra

INTRODUCCIÓN 3-ORPSWEDE2

mano no pue de entra r para poblarlo con sus hijos y sus hijas.

Bocldin, que aspiraba como ninguno a captar la naruralezil.

veía el abismo que la separa del ser humano y la pinra como

un secrero, como pimó Leonardo a la mujer, recluida en smisma, indiferenre, con una sonrisa que se nos escapa en

cuanto la queremos referir a nosotros.

También en los paisajes de Anselm Feuerbach y Puvis de

Chavannes (por nombrar solo a dos maesuos) se presentaban

solo figuras quedas y atemporales, que venían de las profun-

didades del cuadro y vivían, por así decir, más allá de 11 n es-

pejo. Y este temor al ser humano recorre toda la pintura d

paisaje. Uno de los más grandes, Théodore Rousseau, renun·

ció del rodo a la figura. y no se la echa de menos en ninguna

parte de su obra. Igual de prescindible es, en su mundo de

una corrección casi matemárica, e ser humano. A orros 1

era natural vivincar sus caminos y prados con auimales an-

dando y paciendo; con vacas cuya amplia indolencia se a17 ab<1

maciza y calma en la superficie del cua dro, con ovejas que He·

vaban a través del crepúsculo la luz de cielo de la tarde sobrr

sus lomos lanosos, con pájaros que, enteramenre rodeados d

aire rembloroso. se posaban en las airas cimas. Y de improvi-

so, con los rebaños, se inrrodujo en los cuadros el pastor, l

primer ser humano en la tremenda soledad. Quiero como un

árbol se alza en MiIler, lo lInico derecho en la extensa llanura

de Barbizon. No se mueve; se alza entre las ovejas como un

ciego, como una cosa que conocen a la perfección, y sus ropas

son pesadas como tierra y corroídas como la piedra. No riene

vida propia o especial. Su vida es la de esa llanura y ese cie

yesos animales que le rodean. No tiene recuerdos, pues sus

impresiones son la Huvia y el viento yel mediodía y la puesta

del sol, y no tiene que rerenerlos, porque vuelven siempre. Lo

mismo ocurre con todas esas figuras de Millee cuyas siluera..

se alzan arbóreamenre calmas frente al cielo, o se levanta

del rerrón oscuro como encorvadas por un viento conrinuo.

Millet le escribía una vez a Thoré: «Me gustaría que las cria

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En los románticos alemanes había un gran amor por la na-

turaleza. Peto la amaban de manera similar a como el é r o ~  

25NTRODUCCIÓN-e un relaro de Turguéniev amaba a esa muchacha de la que

dice: "Sofía me gusraba sobre todo cuando yo estaba sen-

rada y le daba la espalda, es decir cuando pensaba en ella,

cuando la veía en espírüu ante mí, sobre todo por la rarde,en la rerraza ... . Quizá solo uno de ellos la miró a la cara;

Philipp Otro Runge, el hamburgués, que pintó el soto de los

ruiseñores y la mañana. El gran milagro de la salida del sol

na ha vuelto a ser pintado así. La luz creciente, que asciende

a las estrellas silenciosa y brillante, y debajo en la tierra el

campo de coles, aún del roda empapado por la copiosa hon

dura de rocío de la noche, en el que yace un niño pequeño y

desnudo: la mañana. Ahí está todo contemplado y vuelco a

conremplar. Se sienre la frescura de muchas mañanas en las

que el pimO ' se levanró antes que el sol y, temblando de ex-

pecración, salió a ver esa escena del imponente espectáculo y

a no perderse nada de la emocionante acción que comenza-

ba. Esre cuadro fue pintado con el corazón palpiranre. Es un

hito. Abre no uno, sino mil caminos nuevos hacia la narura-

leza. Runge mismo lo senda así. En sus Escritosp6stumos que

aparecieron en 1842, se encuenrra el siguiente pasaje: «Todo

se agolpa hacia el paisaje, busca algo dererminado en esra in-

determinación. Nuestros arristas, sin embargo, recurren de

nuevo a la historia y se embrollan. ¿Es que en esre arre nuevo

e l de la pintura de paisaje, si se quiere- no hay rambién

un punto mi'{imo a alcanzat que será quizá aún más bello

que los anreriores?».

Philipp Orto Runge escribió estas palabras a comien-zos del siglo XIX, pero aún mucho después la «paisajería»

era considerada en Alemania un oficio casi secundario, y en

nuesrras academias na solía tomarse en serio a los paisajistas.

Estas instiruciones renían buenas razones para remer la com-

perencia de la naturaleza, a la que ya Dureto había remitido

can tan reverente ingenuidad. Desde las polvorientas salas

de las escuelas superiores se derramó un río de gente joven,

se visitaban los pueblos, se empezó a ver, se pintaban árboles

WORPSWEDE4

de sus figuras podrían denominarse soledady gesto no son l

realidad estos valores figurativos, sin o los paisajísticos coer""

pondiemes. A la soledad le corresponde la llanura; al gesto

el cielo frente al que se realiza. También él es paisajista. Su\

figuras son grandes por lo que las rodea) por la línea qu

las separa de su enromo. Se trara aquí de la llanura y del cie-

lo. MilJer imrodujo ambos en l pintura, aunque a menud

solo fue capaz de dar el perfil en lugar de la luz que fluye por

rodas los lados desde el cielo inmenso. Su perfil era grande;

seguro, monumental, es lo eremo en su obra, pero a menudlJ

revela más a un dibujante o esculror que a un pinror.

Aquí ha de mencionarse la vaca mugiente de Segantin'

en el famoso cuadro que se encuentra en la NationalgalerÍ"

de Betlín. La línea con que se dibuja contra el cielo el o m ~del animal, esa línea inolvidable, tiene fuerza y clarida

miJletianas, pero no es inmóvil, tiembla y vibra como uncuerda sonante, rocada por la luz pura de ese alw y solitarimundo alpino.

Este pintor es más afín a Millet de lo que se cree. No e,.

un pintor de l montaña. Los montes solo son para él pelaa

Í10s a nuevas llanuras sobre las que se levanta un cielo grand

como el cielo de Millet, pero más luminoso, más profundo.

con más color. Toda su vida persiguió este cielo y, cuand

lo encontró, murió. Murió a casi rres mil merros de ajwl'a,

donde ya no viven más seres humanos, y l naruraleza cir-

CLl11dó su dura muene con grandeza muda y ciega. Tampoc

ella supo nada de él. Pero cuando en el inmenso brillo de esmundo virgen él pintó a la madre con el niño, estuvo talL

cerca de la vida humana como de la otra, de la sublime Vi l

de la naturaleza que le rodeaba.

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26 27ORPSWEDE

y campesinos y se ensalzaba a los maesrros de Fontai neblea

que habían intentado ya roda eso hacía medio siglo. Era sin

duda na necesidad sincera la que estaha en la base de ese

movimiento, pero era un movimiento y pudo haber arrastrado a mucho s a los que la academia en realidad no les quedaba

estrecha. Había que esperar. De rodas los que salieron enton

ces, muchos han vuelto mienrras tanto a las ciudades, no sin

haber aprendido, quizá induso no sin haber cambiado radi

calmenre. Otros han ido de paisaje en paisaje, aprendiendo

en todas panes elegantes edécricos para los que el mundo se

vuelve escuela, alguno s se han hecho famosos, muchos fraca

saron y entretanto crecen nuevos que habrán de juzgar.

Pero no lejos de la región en la que Philipp aeta Runge

pinró su mañana bajo el mismo cielo como quien dice, se

exriende un paisaje peculiar en el que s juntó en su día un

grupo de gente joven, insarisfechos con la escuela, anhelosos

de sí mismos y dispuestos a llevar su vida por su cuenra de

algúu modo. No se marcharon ya de allí, eviraron incluso

hacer grandes viajes, remerosos siempre de perderse algo, al

guna puesta de sol irreemplazable, algún día de otoño gris O

la hora en que después de noches rormeutosas brotan de la

rierra las primeras flores de la primavera. Lo imponante del

mundo les sobraba, y experimentaban esa rransvaloraci6n de

todos los valores que antes de ellos experimenró Constable,

quien en una de sus carras escribiera: «El mundo es vastO,

no hay dos días iguales, ni siquiera dos horas; ni tampoco ha

habido desde la creación del mundo dos hojas de árbol quefueran iguales entre sí». La persona que alcanza esre conoci

miento empieza lLna nueva vida. Nada queda rras ella, todo

ante ella, y: El mundo es vasro».

Esta gente joven, que durante años se había senrado ¡m

pacienre e insarisfecha en las academias, «se agolpaba ---como

escribiera Runge- hacia el paisaje, buscaba algo derermi

nado en esra indererminaci6n». El paisaje es determinado

sin casualidad, y cada hoja que cae cumple al caer una de

INTRODUCCIÓN-as mayores leyes del universo. Esta legalidad que no vacila

nunca y se cumple a cada instante serena e imperturbable

hace de la naturaleza un acontecimiento para la gente joven.

Justamenre eso es lo que buscan, y si en su desconcierro anhelan un maestro, no se refieren a alguien que continuamente

se enrromera en su evolución e interrumpa con sacudidas las

horas misteriosas en que tiene lugar la ctistalización de su

alma; lo que quieren s un ejemplo. Quieren ver una vida,

a su lado, sobre ellos, en torno a ellos, una vida que viva sin

preocuparse de ellos. Las grandes figuras de la hisroria viven

así pero no son visibles. y hay que cerrar los ojos para verlas.

Pero a la genre joven no le gusra cerrar los ojos. sobre todo

si son pintOres: se dirigen a la naturaleza y al buscarla. se

buscan a sí mismos.

s inreresanre ver cómo a cada generación le resulta es

timulanre y formativo u aspecro distinto de la naturaleza;

Esta se decidió por la claridad al recorrer los bosques, aquella

necesiró montañas y castillos para encontrarse. Nuesrra alma

es disrinra a la de nuesrros padres; aún podemos enrender

los palacios y cañadas con cuya visra crecieron, pero no al

canzamos a más. Nuestra sensibilidad no gana ningún matiz,

nuesrras ideas no se mulriplican, nos senrimos como en habi

taciones algo anticuadas en las que no pu ede imaginarse uno

un futuro. Aquello ante lo que nuesrros padres, en carruajes

cerrados, impacientes y muerros de aburrimienro, pasaban de

largo, no sotros lo necesiramos. Allí donde abrían la boca para

bosrezar, nosorros abrimos los ojos para mirar, pues vivimos

bajo el signo de la llanura y del cielo. Son esras dos pala

bras, pero de hecho abarcan una única vivencia: la llanura. La

comprendemos riene para nOSOTrOS algo de ejemplar; en ella

todo nos es significativo: l gran círculo del horizonte y las

pocas cosas que se alzan sencillas e impo rranres f rente al cielo.

Y ese mismo cielo, de cuyo oscurecer y clarear cada u na de las

mil hojas de un arbusto parece hablar con palabras distintas,

y que, al hacerse de noche, abarca más estrellas que los cieJos

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, ,' 1'

comprimidos y poco espaciosos que hay sobre las c j u d d e ~  los bosques y las monrañas.

En una de esas llanuras viven los pintores de los que va

hablarse aquí. A ella le deben lo que han llegado a ser y mcho más: a su grandeza inagotable le deben el estar lIegandll

codavía a ser.

29NTRODUCCIÓN

ríerr<lS bajas del Weser monasterios que enviaban colo·

nOS holandeses a esras regiones, a una vida dura e incierta.

Después les siguieron con poca frecuencia) nuevas tentaü-

yas de asenramienro, en el siglo XVI, en el XVII, pero solo enel XVlII de acuerdo a un plan dererminado, median re cuya

enérgica ejecución se hacen permanenremente habitables las

cierras del Weser, del Hamme Wümme y Worpe. Hoy están

basrame pobl,ldas; los primeros colonos, en cuanto pudieron

eSlablecerse, se hicieron ricos con la venta de la rurba; los

que llegaron más tarde llevan una vida de [abajo y pobreza,

cerca de la rierra, como hechizados por una fnerza de grave-

daJ mayor. Algo de l rristeza y desarraigo de sus padres se

extiende sobre ellos, de aquellos padres que, cuando emigra-

ron, dejaron una vida para empezar arra nueva, en la rierra

negra cambiante, de la que no sabían cómo habría de acabar.

No hay parecidos de familia enrre esra gen re; la sonrisa de

las madres no se rransmire a los hijos, porque las madres

nunca han sonreído. Todos tienen u solo rostro: el rostro

duro y renso del trabajo, de una piel ya dilarada por rantos

esfuerzos, de modo que en la vejez se ha vuelro demasiado

grande para el rosero, como un guanre usado largo tiempo.

Se ven pobres alargados en exceso por levantar cosas pesa-

das, espaldas de mujeres y de ancianos encorvadas, como

árboles expuC5ws siempre a la misma rormenta. El corazón

esrá oprimido en esos cuerpos y no puede desplegarse. l

enrendimiento es más libre y ha sufrido cierro desarrollo

parcial. No una profundización, sino un agudizarse hacia

lo asru[Q, lo ingenioso, lo ocurrente. El lenguaje le ayuda

a ello. Esre bajo alem án, con sus frases cortas, concisas, co-

loridas, que avanzan pesadameme, con las alas arrofiadas y

las paras palmeadas de un pájaro de las ciénagas, posee un

crecimiemo natural. Es conante y deriva con facilidad en

Sonoras carcajadas, aprende de las situaciones, imita sonidos,

mas no se enriquece desde dentro: acumula capas. Se le sigue

oyendo a menudo en los descansos al mediodía, cuando se

WORPSWEDE8

Es una rierra extraña. Desde el montículo de arena

Worpswede puede vérseia extendida alrededor, parecida.

esas celas campesinas que muestran ángulos de Bares brillan-

tísimas sobre fondo oscuro. Ahí esrá, llana, casi sin pliegue,

y los caminos y las vías de agua conducen muy aden rro e

horizonte. llí comienz.-1. un cielo de grandeza y variabilidad

indescripribles. Se reBeja en cada hoja. Todas las cosas pa-

recen ocuparse de él; esrá en todas panes. Y en todas p r r t ~  está el mar. El mar que ya no es que una vez, hace m i l e n i o ~subió hasta aq uí y cayó, y cuya duna era el momículo de are·

na sobre l que queda Worpswede. Las cosas no lo pneden

olvidar. El gran rumor que llena los viejos pinos del mame

parece ser su rumor, yel viemo, el vienro extenso y formida-

ble, trae su olor. El mar es la hisroria de esta rierra. Apenas

rieue ouo pasado.

Antaño al retirarse el mar, comenzó a tomar forma. Se

elevaron planeas que no conocemos, y fue un crecímienco

rápido y apresurado en l barro espeso y rugoso. Pero el mar.como si no pudiera separarse, volvía una y otra vez con sus

aguas exrremas a las zonas abandonadas, y dejó finalmente

negras ciénagas cambiantes, llenas de uua fauna húmeda y

una ferrilidad que se pudría leutamenre. Así que los reuenos

quedaron solos, ocupados consigo mismo, durante siglos. Se

formó el cenagal. Y finalmenre comenzó a cerrarse en algu-

nos punros, suavememe, como se cierran las heridas. Hacia

esa época, se cree que eu en el siglo XIII se fundaron en

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30 WORPSWEDE

ha interrumpido el duro rrabajo de picar la rurba. Rara v_  

se le oy por la tarde, en que el cansancio sobreviene pun-

rualmen re y el sueño en tIa en las casas casi al mismo tiempo

que el anochecer.Las casas se excienden esparcidas por los «diques» largos)'

rectos; son rojas, con en tramad os verdes o azules, abrumadal

por rechos de paja gruesos y pesados, apreradas como guie

dice denrro de la tierra por su carga maciza como una piel

Algunas apenas pueden verse desde los diques; se han rapa·

do los rostros con los árboles, para proregerse de los vienros

sempiternos. Sus ventanas resplandecen entre el follaje es-

peso como ojos celosos gue acecharan desde una máscara

oscura. Allí esrá.n, ran tranquilas, y el humo del fogón gu

las llena del roda brora por la hondura negra de las puertas

y se cuela por las rendijas del tejado. En los días frescos per-

manece en rorno a la casa, repitiendo arra vez sus formas.

más grandes y grises fantasmales. En el interior es casi rodo

u n cuarto, un cuarro ancho alargado en que el olor y l

calor del ganado se mezclan con la humareda acre del fuego

descubierro y forman un exrraño crepúsculo en que podría

uno perderse. Al fondo, este «recibidor)) se ensancha, a la

derecha y a la izquierda aparecen vemanas y de heme las

habiraciones. No comienen muchos enseres. Una mesa es-

paciosa, mucha s sillas, una rinconera con algo de vajilla y de

cristalería y los grandes apartadizos de las camas, cerrados

provistos de puertas correderas. En esos armarios dormiro-

rios nacen los hijos, transcurren las horas de la muerte y las

noches de boda. Allí, en esa úlrima oscuridad esrrecha y sin

ventanas, se ha rerirado la vida, que, por lo demás, a lo largo

y ancho de la casa, habIa sido desplazada por el rrabajo.

Las fiesras caen de forma exrraña e inadverrida en su exis-

tencia, las bodas, los bautizos, los emierros. Tiesos y cohibi-

dos se sitúan los labriegos junro al férerro; riesos y cohibidos

arrastran l baile de bodas. Su rrisreza la agoran en el rraba-

jo y su alegría es una reacción a la seriedad que el trabajo

INTRODUCCIÓN

ks impone. Enrre ellos hay ripos originales, bromisras yes-

camados, cínicos y visionarios. Algunos pueden hablar de

América, arras nunca fueron más allá de Bremen. Los unos

viveo con una cierra satisfacción y calma, leen la Biblia yestiman el orden, muchos son infelices, han perdido hijos,

sus mujeres, consumidas por la miseria y el esfuerzo, se

Dlueren lentamente; puede ser que aquí y allá crezca alguno

al que un anhelo incierto y hondo llama y llena, puede ser,

pero el rrabajo es más fuerte que rodas ellos.

En primavera, cuando empieza a hacerse la rurba, se le-

vanean con e alba y pasan roda e día, empapados de hu-

medad, adaprados al cenagal medianre el camuflaje de sus

ropas negras y embarradas, en la Cllrbera, de la que extraen

con pajas la pesada tierra cenagosa. En verano, mienrras es-

rán ocupados con las cosechas del heno y el cereal, se seca

la turba preparada, que en araño llevan en carros y barcas

hasra la ciudad. Emonces viajan durante horas. A veces la es-

rridencia de despenador los llama a medianoche. Sobre las

negras aguas del canal espera ya e bore cargado, y enronces

viajan serios, como con férerros, hacia la mañana y la ciudad,

ninguna de las cuales quiere llegar.

i qué buscan enrre esra gente los pimores? A esre respec-

ro hay que decir que no vjven entre ellos, sino que, por así

decir, están enfrente, igual que esrán enfrente de los árboles

y de rodas las cosas que, bañadas por el aire húmedo y so-

noro, crecen y se mueven. Vienen de lejos. Aprieran a esta

gen re, que no son sus iguales, en e paisaje; y esro tlO es vio-

lencia. Basra la fuerza de un niño para ello, y R unge escribió:

«Debemos volvernos niños, si queremos lograr lo mejoc».

Quieren lograr lo mejor y se han vuelro niños. Lo ven codo a

la vez, cosas y personas. Igual que el aire de colores peculiar

de este airo cielo no hace diferencias y circunda cuamo en

él se alza y reposa con idénrica bondad, así ejercen ellos una

cierra jusricia ingenua, experimentando cosas y persotlas, en

quieta proximidad, sin mayor reBexión, como fenómenos c;ie

\.

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3:3NTRODUCCIÓN

~ ~ o s  abedules, las chozas del cenagal, los cerrenos de

brezo, los seres humanos, las tardes y los días, de los que no

hay dos iguales entre sí y en los que no hay tampoco dos ho-

ra; que puedan confundirse. Y entonces se pusieron a amaresOS enigmas.

En lo que sigue se hablará mucho de esras personas, no

en forma de una crítica ni rampoco con la pretensión de

aporrar algo acabado. Eso no sería posible; pues se rrara aquí

de gente que está llegando a ser, que se rransforma, que crece,

que quizá, en el momemo en el que escribo estas palabras,

esd creando algo que desmienre roda lo que amecedió. Ya

puedo haber hablado de un pasado; rambién eso tiene valoI.

Informo aquí sobre diez años de trabajo, djez años de trabajo

serio, solitario, alemán. Por lo demás vale también aquí la

acotación que ha de presuponerse siempte que uno intenta

predecir la vida de alguna persona: ( A menudo babremos de

detenernos ante lo desconocido)).

WORPSWEDE

una idémica arm6sfera y como portadoras de colores que 1 1

hacen brillar. Con eUo no hacen daño a nadie. No ayud:\1

a esta geme, no les enseñan, no los mejoran con ello. N

aporran nada a su vida, que sigue siendo igual que antes unvida en la miseria y en la oscuridad, pero extraen de las bon

duras de esra vida una verdad en la que crecen eUos mism

o, para no decir demasiado, una probabilidad que cabe am

Maeterlinck, en su maravilloso libro sobre las abejas, dice

un momenro dado: Aún no hay una verdad, pero en toda

parees hay rres buenas probabilidades. Cada cual elige u

de ellas o, mejor, ella lo elige a él y esa elección que reali

o que se le realiza, ocurre con frecuencia de modo insrintivo

A ella se ariene en adelanre y determin a forma contenido

de rodas las cosas que irrumpen en éL. Y abara han de s-

trarse en un ejemplo, en un grupo de labriegos que al bord

de una llanura forman almiares de cereal, las tres probabili-

dades. Tenemos la probabilidad corra de vista del románric

que embellece l mira.r, la probabilidad cruel e inflexible d

realisra y finalmente, la apacible y honda probabilidad d

sabio, que confía en vínculos inexplorados y quizá sea la qu

se aproxima más a la verdad. No lejos de esta probabilid:l

queda la probabilidad ingenua del anista. Al colocar a los

seres humanos en las cosas, los eleva: pues él es el amigo, e

confidente, el poeta de las cosas. Los seres humanos no se ha-

cen así mejores o más nobles, mas por recurrir de nuevo a un

frase de Maeterlinck: «El progreso no es indispensable par

que nos enrusiasme el espectáculo. Basca con el enigma   ).

Yen esre sentid o parece que el arrisra esrá incluso por encim

del sabio. Si este se afana por resolver e¡ügmas, el artisra tient'

una tarea aún mayor o, si se quiere, l tn derecho aún mayor.

El del artisra es amar el enigma. Eso es roda el arte: amor qn

se ha venido sobre enigmas, yeso son todas las obras de aCle:

enigmas, rodeados, adornados, cubiertos de amor.

y ahí escaban, freme a la gente joven que había veni-

do a enconrrarse a sí misma, los numerosos enigmas de ese

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FRITZ MACKENSEN

En algún lugar nace alguien. Para una familia es día de in-

quiewd )' nerviosismo, escán presemes algunos vecinos,

algunos amigos se alegran con el padre, y segurameme se

encuenrra (dmbién algún paüeme que, de pie juma a la

cuna, piensa: "Así que esm es una vida. La primera leua de

un exrraño alfabero. Con los alfaberos se hacen palabras,

con las palabras ya se sabe: las hay aburridas, corrienres,

alegres, trjsres, frívolas; hay también palabras inmortales.

Ya veremos ... » Pero rales ideas no tienen importancia. l

nillo crece, ajeno a sí mismo, ajeno a rodas, algo oscuro,

profundo, indefinido. Pasa de mano en mano de la mano

de la madre a la dd padrE, que lo entrega al primer maes-

tro, y esre al segundo hasra que de repente se transforma

en una mano. Sobre la oscura e insignificanre superficie se

muestra un pequeño puntO, claro y luminoso, que crece se

hace más distinro, más brillante ... y de esre pUJlm se trata.

Lo supo el buen maestro Büuger, cuando en el insriruro de

Holzmjnden vio a su alumno Fritz Mackensen dibujar con

fervor. Le apoyó en ese empeño; había ralenm en e chico,

y la mirada con que veía los objeros era inusualmenre clara,

segura amorosa. Debía r a Dusse dorf. l padte acogió

bien este plan, pues él mismo sabía dibujar y sentía de algúnmodo la presencia de arte "en la naturaleza» cuando muy

temptano o en las tardes de domingo recorría los cam pos.

En Dusseldorf e joven Mackensen fue donde Peter Janssen,

y el pUnto luminoso se agrandó. Pues aunque Janssen era

pimor de hisroria, con sus alumnos daba la mayor impor-

tancia al dibujo, y si e impulso hacia una concepción segura

de la línea esraba ya en el joven, ahora se convirtió en una

energía consciente que lo dominaba sin cesar. Claro que de

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37RITZ MACKENSEN

-sos rostros serios y pesarosos de campesino que había visto

en Wotpswede. Le rondaban consrantemente, mas corno su

ojo también estaba abierto de buen grado a toda realidad, se

rairaron transiroriamente aore las impresiones que la ciudad y la naturaleza en torno suyo le causaban. Quizá habría

permanecido por más tiempo en Múních si la situación en

la escuela de Dietz no se le hubiese vuelro insoportable. Se

había juntado allí una presuntuosa bohemia internacional,

genre joven que renía riempo de sobra y ningún motivo

para tomarse el trabajo en serio. Él que ya intuía su camino,

quería dejar atrás rápidamente los preparativos de la escuela,

concienzudamente, mediaore el rrabajo, sin sal tarse nada.

Cuando posaba una modelo interesanre, él quería trabajar

con rodas sus fuerzas, enfrascarse y estar solo. Para él era una

dicha estar anre la belleza de ese cuerpo, y no entendía los

chistes tontos y zafios de los orros, los constantes rumultosy flirteos que hacían imposible trabajar. Esta conducta no

solo le molesraba, le dolía. A este hombre joven, que ya en

tonces podia mirar de un modo tan enérgico y severo, se le

salraban las lágrimas al ver esas obscenidades, en un lugar

en que había esperado hallar amigos serios e igualmente en

rusiasmados. ¿No era el arte algo sublime y sagrado' No se

desanimó. Creía en él y no dudó ni un solo inStaflte de su

omnipQ[encia. Un día viaja, en cuarra clase, de Ousseldorf a

Hol1.minden. Su compartimento lo llenan los golpes y gritOs

de cinco o seis aprendices de zaparero borrachos que, des

pués de haberse zurrado mutuamente quieren ahora hacerdel joven desconocido el objetivo de sus ataques en común.

Casualmente -recuerda Mackensen en una car ta- tenía

conmigo números del umt¡ür Alte A toda prisa abrí uno

con el autorretraro de Rembrandt, freme a cuya fuerza recu

laron todos medrosamente y me miraron como a un niñoprodigio.»

Pasó su tiempo en Múnich. Por fuera parecía poco me

nos que tiempo perdido. Pero hay un período así en la vida

WORPSWEDE 

qué le sirvió esta energía cuando en el año 1888, con veín

ridós años, fue donde Fritz August Kaulbach, en cuyo talb

de Múnich halló empleo como una especie de asisrente. (

mejor: no pudo hallarlo. Pues el mundo de Kaulbach esrab.¡

demasiado Jejos de aquel mundo al que Macke nsen ya habí.l

lanzado llna mirada cuando en el año 1884 viera por prime

ra vez Worpswede. Fue una breve visita en vacaciones que:

animado por lo que contaba una mucbacha que vivía aquírealizó allejauo pueblo de la ciénaga, desconocido para tod(,

l mundo y puede que enronces él mismo no comprendie

ra del roda la imporrancia de esta visira. Pero volvió otro

a Múnich poseído ya por la idea de un gran cuadro qlJ

había de ser pintado y que nadie más que él podía pintar.

No solo la idea estaba ahí; en Worpswede y en el vecino

SchluBdorf había becho esbozos para el cuadro, y con esr

dibujos se presentó un día donde Fritz Augusr Kaulbach. Elasombro tuvo que ser grande. Los examinó con atención yfinalmenre dijo que nunca se perdonaría desviar a alguiende su estilo. Así que había ya un «estilo» ahí. El pUntO lumi

noso se había extendido a superficie reluciente, sobre la que

se reflejaba ya en forma característica un pedazo de mundo

Kaulbach encomendó a su asisteme a Dierz, y allí trabajó

Mackensen con no menos fervor, pero sin autéorica satisfacciÓn. Fue viendo lo que había en Múnich pasaba días ente

ros ante Feuerbach y Bócklin en la apacible Schack-Galerie,y en la Alte Pinakothek ante el Entierro de Rembrandr, qu

ponía por encima de cualquier otro cuadro. A su lado soloel arlOJ de Tiziano, esa gran revelación de un pioror y

un estudioso de los hombres, le tesultaba inolvidable. Yasí

Como es muy típico de él que en la tragedia de este retrato

de emperador admirase el poder del maestro que supo escri

birla, por otro lado tampoco es indigno de mención que por

eoronces obruviera en la biblioteca todo lo que se ha escúro

sobre la gran guerra de campesinos. s como si ya emon

ces hubiera buscado explicarse al ser humano y sobte roda

...........

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3839

ORPSWEDE

de l gente joven, en que casi da igual lo que hagan. Manet

trabajó seis años con Conture; no le vino mal. En ellos no

se desgastó, y tuvo tiempo para aclararse íntimamenre. Lomismo oCLlrrió con Mackensen. Cada vez que se enfrenta

a la naturale'l.a, se nota hasta qué punto ha despejado en

su interior, lo bien y lo calmadamenre que es capaz. de ver,

10 exactamente que sabe lo que quiere. "Me enfrento a un

motivo, -escribe una vez desde Gerolfiug- aún está albo

reando. Cotares hondos, prodigiosos. los más finos tonos.

Aún está casi demasiado oscuro para trabajar. EstOy sentado

allí y conremplo. En el albor veo un camino finamenre per

filado. A la derecha, un establo bajo. Un árbol, hondo en el

aire de la mañana; más atrás, una cerca de ripias y rabIones.

A la izquierda, una pated muy reducida y casas finamente

perfiladas, con tejados de hondo azul y rojo. Anre mí, mu

cho antes del camino del pueblo, dos tejados altos; sobre una

de las chimeneas juega en el aire un humo fino y juega ante

la aguja de una sencilla torre de iglesia. El sol ya ha salido.

Tras las casas se exüende un fulgot infinito. El aire brilla fina

mente plateado, resplandece hacia aquí sobre la calle, juega

enrre los rejados, en los fronrispicios. Poco a poco desciende

este fulgor de los tejados, riela en los bordes de las tablas, se

desliza sobre el camino. El verde fresco, que, libre de las pisa

das de los hombres, se arrima en silencio a las paredes, brilla

como ... , yo mismo no sé cómo ... y la mujer que llega pOtel camino: un vestido de color inrenso, un pañuelo negro a

la cabeza, en la vieja mano temblorosa un devocionario y unrosario. Encorvada y lenta, viene hacia aquí: tengo tiempo

de sobra para observarla. De qué modo tan singular irradia

la maúana en torno a esta anciana ... »

Turguéniev, si hubiese llegado a leer esrJS líneas, habría

exclamado: ¡Esto tiene que haberlo escrito un cazador y no

habría andado descaminado, pues Mackensen es un amigo

de la caza. Hay que oírlo describir el apareamiento de los

gallos. Cómo desde l crepúsculo y los midas de esta danza

fRlTZ MACKENSEN-amorosa sale el sol, irradiándolo, por así decir, acallándolo

todo con su majestad, eso apenas lo ha sabido decir nadie

en forma tan sencilla y convincente. Claro que en todas esas

palabras se deja notar, aún más queel

cazador, el pintor,lo mismo que Turguéniev, en su inmortal descripción de lapUe ra de sol que termina con la frase «eso es el decoro),

sigue siendo más poela que montero. En Mackensen, dertás

de la caza y detrás de la pinrura hay Lln sentimienro común

que, claro como una Fuente, brota de su corazón e impregna

su ser entero con la Frescura de una maúana de primavera:

su grande e infantil amor por la naturaleza. La ama con una

exclusividad exaltada, que casi cabría llama r fanatismo si este

concepto no implicase algo de ceguera. Y este amor uo es

ciego, igual que nunca ha sido ciego el verdadero amor. Este

ve, y tiene la mirada aguda y penetrante. En sus paisajes, este

ver es a veces muy marcado. Es como si los bordes de todas

las cosas se hubiesen tallado agudamente en ellos. Amar es

para él mirar, mirar una üetra, un coraZÓn, unos ojos Es una

de las personas que cierran los ojos allí donde uo pueden

amar. Q.ue no rumie ni critique está en estrecha relación con

ello. Su criterio es: mirar o desviar. Y frente a la naturaleza no

hay criterio; ella tiene raz:ón siempre ... , «míra. a por eso con

esmero, guíate p or ella y no te desvíes de la naturaleza como

re parezca, queriendo creer que has de hallarlo mejor por timismo ... Por eso no vuelvas a proponerre hacer algo mejot,

o a imaginarte que lo puedes, de lo que Dios ha dado fuerza

para obrar en la naturalez,a que ha creado, pues tu capacidades impotente ame l creación de Dios». En estas sencillas

palabras de Durero están su fe y su ley. Cuántas veces se ha

dicho a S mismo y a otros: «Mi sentimientO es siempre el

mismo. Solo puede perfeccionarse en la mirada admirativa

a la naturaleza». Esa «mirada admirativa» es el fundamento

de su vida. Esa «mirada admirativa,) la aplicó ya en 1884 a la

tierra que no podía olvidar y a la que regresó una y otra vez  

En esa «mirada admirativa» cr ecieron las metaS que se puso

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40 WORPSWEDE

y los amigos que le rodearon; emanaban la fuerza de ideales

que él mismo les ororgaba. La amistad adquirió así un gran

significado para él. Gusrosamenre a solas, pero remeroso de

aislarse, buscó siempre almas afines, y las enconrró. Con

su querido camarada, el pimor Orto Modersohn volvió a

Worpswede en juuio de 1889. Un rercero había de seguir-

les. Se le esperaba; mas en su lugar llegó, ya en los primeros

días, su carta de despedida colecriva a los amigos: Alexander

Hecking, el esculror del que Mackensen ramo esperaba, se

había pegado un riro en el parque de Múnich. Su úlrima

volumad le garantizó a Mackensen la posibilidad de rrabajar

un ramo más despreocupadamenre. Con esre esrremecedor

suceso, que los amigos afromaran consreruados y desampa-

rados, comenzó e período de aprendizaje de Worpswede.

Era como si hubiera de señalárse es una vez más lo serio de

la vocación, de la que tan cerca están la desesperación y la

muerre mientras no haya impregnado roda la vida. No les

habría hecho mucha falra esre doloroso llamamiento.

Se pusIeron a rrabajar, ayudándose LIno al orro, com-

prendiéndose mutuamenre rivalizando enrre sí. Pronto se

sumó el rercero, Hans am Ende. Y rodas senrían que eso era

el comienzo de una nueva vida, y que exactamente igual que

aquellos colonos que se habían rrasladado aquí en busca de l

libettad desde la servidumbre, se hacía culrivable una cierra

nueva, llena de parría y fururo. El verano trascurrió mirando

y asombráudose. Inesperadamenre rápido llegó la tarde en la

que recorrieron por CL1tima vez los camillas ya familiares dela ciéuaga, con un continuo despedirse en la mirada, a la que

se le hacía muy difícil separarse. Nadie hablaba. Finalmente,

se deruvieron ell un puenre. Debajo se exrendía el canal con

sus aguas pesadas de colores, y en su hondura resonaba en

ricos reRejos la majesrad del cielo y el otoño. Resumid.a en

el esrrecho marco de esta oriJJa, unifor memenre recubierta

por los baruices oscuros d.e la quieta superficie de las aguas,

toda l dicha que habían traído las semanas úlrimas pare-

 FRITZ MACKENSEN

cía estar de nuevo unificada en una imagen. La impresión

fue ran fuerre, que en los rres que estaban allí jumas [[istes

y en silencio, maduró casi a la vez la derermillación de no

volver a la Academia y de pasar el invierno en Worpswede.

Maclcensen, que había viajado a Dusseldorf por unos días,

escribió, impacienre por volver de nuevo, en una carra a sus

amigos: «Muchachos, mamengámonos unidos a nuestro te-

rruño, como las lapas, para elevarnos luego lUí como los

árboles en el arre».

Así arrancó el primer invierno de Worpswede. En la ex-

rensa granja de la viuda Behrens se les preparó a los jóvenes

pimores un hogar acogedor, y fueron rratados como los hijos

de la casa. Hans am Ende solo estaba allí de vez en cuando,

pero los orras dos asistieron allendsimo exrínguirse del oto-

ño, arravesaron junros las grandes tormentas de noviembre

y se reunían en las largas rardes, l zumbar la rerera, en l

cálida habiración acogedora. Si en el verano yel otono habían

deambulado casi siempre en silencio, cada cual buscando, en-

conrrando y escuchando para sí, vino ahora un tiempo de

conversación y discusiones que a menudo, en e cuano vuelto

impracticable por e humo de las largas pipas, se prolonga-

ban hasta muy enrrada la noche tormentosa. ¡Y qué no se

trató en esas veladas Surgían las impres iones de verano, se

las comparaba, examinaba y ordenaba. lntemaban explicarse

qué era lo convincenre, lo apremiante en esre u orto motivo.

Por qué funcionaba y dónde residía su importancia. Pensaban

en Bocklin, que exrrajo lo más hondo y esencial de la namra-

leza y que tan felizmente supo decirlo. Surgían recuerdos de

Rembrandr enlazándose con ello; l paisaje de Braunschweig

eon la gran rempesrad y los grabados, sobre todo esros. y cuan-

do, de roda agotados por la conversación, ya no podían

leían. Leían libros del norte. Especialmente Bjornson. Parecía

rener algo familiar. Comptendían las rudas y grandes figuras

de campesino, las veían, vivían entre ellas. Comprendían a

esas mujeres que habían amado y luego rrabajado. Y creían oír

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42WORPSWEDE

por las vemanas el solemne acompañamiento coral con el quela naturaleza nórdica y la cercanía de un mar nórdico rodea

ban esos destinos pobres, como raHados en roble. Hay pasajes

que debieron leerse mmuameme varias veces, por ejemplo

este: Un invierno marchó por las montañas con la madre.Vadeando a rravés de la nieve recién caída. espanraron de

pronro una ban dada de perdices. que ascendieron revolOteando y Henaron súbitamente todo el aire frente a ellas; blancoseran los pájaros, blanca la nieve, blanco el bosque. blanco el

aire; mucho tiempo después aún floraban en su cabeza rodas

l s ideas, igualmeme bl nc s   .  . A partir de pasajes semejantes, que no son muy frecuenres en Bjornson (suenan a imáge

nes de Liljefors), llegaron por sí mismos a ]acobsen, del quese ha dicho «que escribe como pintan los pimores». Se abrió

«Mogens» y ya estaban en medio de la viralidad gozosa, cen

telleante, sofocada de ese inolvidable aguacero. y Niels Lyhneempezó con el retrato de Bartholine BJode en Lonborggaard,

una efigie de muj er leonardescamenre enigmática. Una y otravez descubrían un nuevo libro, y cada uno de los que seguían

aportaba algo grande, a Jo que asentían y de lo que se alegraban. El mundo crecía. Semían la ptesencia de almas afinespOt todos los mil caminos ocultos de la naturaleza, y mientras

hibernaban en el aislamiento de esta aldea en la ciénaga, depromo estaban menos solos.

Pero, allnque los dos romaron gran cariflO a su apadble

habitación, no por ello se acomodaron ni se amoldaron a

vjvir alIado de l eStufa. Modersohn da extensos paseosso-

litarios, y Mackensen emp rende largas cabalgadas hasta muy

entrada la noche. He cabalgado l semental grande», esctibe

en una ocasión. Y cuando en l s postrimerías de la primaverasufre un ata que de gripe, hace ensillar el caballo capó n y salea cabalgar dieciséis horas sin desmontar. Un hombre que re-

curre a tales medicamentos sabe cuidar de sí mismo.

  dejaron llegat la ptimavera. Esa primavera seria, Íntima de Worpswede, que comienza al tostarse la mata de

l'RJTZ MACKENSEN

  43

mirto, hasta que los verdes indescrip íiblemenre claros de los

abedules irrumpen como voces infantiles. Pero aún no salíaLll1 trabajo verdadero. Las impresiones eran demasiadas. Y

nadie sabía qué buba antes. A ambos les parecía como sinunca bubiesen pintado, como si nadie en absoluto hubiese pintado nunca, y era inmensamente difícil dar el primer

paso. Sabían exactamente lo que querían, y en una ocasi6n

apunta Mackensen: Ayer por la mañana vi unos cuadrostan originales como solo un Miller pintara: una vida de la

mayor simplicidad ... i la mujer senrada al fuego, yel hom-

bre (;Cn el niño' Me asaltan mil ideas (realizables) ... }. ESle

realizables» entre paréntesis es significativo. Se muestra muyreservado e inseguro y parece satisfecho de no estar ligado a

ningún concepto de tiempo. No había llegado aún la hora.En el ow del siguiente año, ) 890, tuvie ron incluso que

ir a Hamburgo a ganar dinero. Mackensen pint6 retratos.

Modersohn hizo el inrenro vacilame de exponer tres pequeños paisajes en el Círculo de Bellas Artes de Hambu rgo. Maslos cuadros no se colgaron, al conrrario; se los devolvieron en

una vagoneta de carbón vacía. Este transporte no les sent6bien a los cuadros aún no secos del todo. El joven pinror, a

quien se había tratado en forma tan poco aJenradot<l se pasócerca de una semana extrayendo del lienzo con un pincel

fino miles de rrozos de carbonijJa que daban < sus paisajes

un aire distinguido de museo. Se comprende que este tra

bajo no le sirvió de mucho, yes que por lo demás tampoco

había grandes posibilidades en el Hamburgo de entonces. La

Kunsthalle, en su época antetior a Lichrwark,l no contenía

aún nada de su actual riqueza. Así que alllegat la primaveraregresaron ambos, con un suspiro de alivio, a Worpswede,

que veían ya del todo como su patria. Sigui6 entonces un

1 Alfred Lichtwark (1852-1914), director de la Kunstballe de Ham-

burgo desde 1886 has¡a su muerre, dio un giro renovador al museo yamplió sus colen.iones de manera muy significariva. [N. del T]

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44 WORPSWEDE

año de trabajo en común. Se pintaron eswdios incontables.Modersohn, que por estilo rendía a fijar rodas las impresio.-

nes fuerres en rápidas cifras, traía algunos días basta seis á

minas a casa. Por una temporada, Mackensen se sintiótrado; se originó una pugna en la que sucumbió. Se quedó

atrás. wmó alienw y se encontró a sí mismo. Cada uno de

los dos amigos empezó a seguir su propio camino. Si hastaenronces había n vivido co mo de u na sola fuerza, en ade1anre

sus fuerzas separadas mantuvieron l equilibrio. Dejaron decomparrir la misma calle, pero cada vez más se les imponía

sentimienro de estar explorando el mismo territorio en dosdirecciones distintas. Era una nueva y rica forma de comu-

nidad: pues que fuera un vasto territorio era lo que querían.

Vemos una y arra vez que los grandes acomecimienros

artísticos tienen lugar muy pot debajo de la superficie de la

vida momentánea, en una hondura por así decirlo atempo-

ral. Mientras Mackensen aún se ocupaba de pintar estudios

que se le hacían difíciles y lo agobiaban, sus fuerzas ya se

habían congregado íntimamente en torno a un cuadro enciernes, que pintó ese owÍlo en tiempo relarivamenre cono.

Ya estaba lisro en él al enfrentarse al lienzo. Quizá ya babíaflorecido en él de alguna forma en primavera, como idea,

entretanto había pasado l verano, y ahora, en owño se des-

prendía de él maduro, pesado, hecho, en armonía con la na-

turaleza entera y con todos los árboles de ese ororlO. No pue-

de caracterizarse este cuadro mejor que como ocurre a través

de esta concordancia con el curso del año. Se parece a unaf[Uta nórdica, a una m anzana de ow io con piel sana, fuene,

colorida, cuyo aroma deja adivinar ya su sabor: una amarga

jugosidad y al mismo tiempo algo de esa dulzura contenida

como la que emanan ciertas rosas rojo oscuro cuando cae la

noche. Así es este cuadro, en posesión de la Kunsthalle de

Btemen, qu e se llama El niño de pecho fig. 1); con frecuenciaMackensen Jo ha llamado también a mu jer jobre l carro

de turba Ambos nornbres brindan su asunro: una mujer,

Fig. 1: El nitlO de pecho 1893), óleo, Galería de Arre ele Bremen

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46WOll.PSWEDE

semada sobre el carro de turba, da el pecho a su hijo. Eso

es todo, es decir, es la ocasión de roda la grandeza, belleza y

senci1lez que contiene este cuadro. Mackensen no 1 ha Sll

perado aún. Dijo aquí en un ffase lo que luego ha reperido

Con períodos más largos. Esto no es un reproche; primeronos mosrró una frase maravillosamenre grande de su propia

lengua y solo eoronces nos inrrodujo en la graOlárica y en la

sintaxis de su idioma. o uno es rall valioso como lo orro.

olo porque algunos maeSrros ofrecen estas revelaciones en

orden inverso, parecen sorprendernos más y en forma más

persisrenre. Pero no se rrara aquí de sorprender.

«¿De dónde viene Mílleó, pregunra Murber en su f -

moso libro sobre la pinrura. Aquí podría preguntarse: "¿De

dónd e viene Mackensen?». ¿Qu ién es el que ha pimado esre

cuadro' Recordemos que es un joven de un lugar llamado

Greene en la zona de Braunschweig, veinriséis años de edad,

residenre en el campo, enrre labriegos. 'habajó Con Ftirz

Allgust Kaulbacb y con Dietz, pero se nota que ba olvidado

lo que esros le pudieran haber dicho. Y apatte de esros ape

nas bay alguien que le haya d icho algo. ¿Quizá Peter .Janssen,

quizá el profesor de insriruto Bütrger?.

¿y cuadros' Cuadros ha visra pocos. Hasta los diecio

cho años ninguno. Luego un dibujo a mano de Holbein,

más rarde un poco en Múnich: Tiziano, Durero, Bock1in y

Feuerbach. Quizá una vez nnas reproducciones de Miller.

¿Pero impid e esro preguorar «De dónd e viene Mackensen»?

Es siempre la misma pregunta. y la respuesra es: de sí mis

mo. De las bonduras enigmáricas de l personalidad. De

padres y madres, de dolores olvidados, de azares pasajerosy leyes eremas.

Conremplemos ese cuadro. Grabémonos ese petfil rran

quilo, la expresión de ese rosrro en que el trabajo ba ido

extinguiéndose para hacer sirio al amor, observemos esas

manos, cómo se cierran grandes y en reposo sobre el niño; se

me concederá que lo que aqu í se expresa son puras Cosas que

FRITZ MACKENSEN

aún no habían sido dichas. Y no podrá uno menos que ad

mirar la calma y naturalidad con que lo hacen, tan madutas,

sin esrridencias, sin énfasis. Inren temos arribuir este cuadro

a alguien. Quizá Bastien-Lepage podría haberlo pintado, de

nO haber esrado tan enfermo ...

"Nuesrros ojos ven sanos y libres», escribe Mackensen en

una ocasión. Y este cuadro rehosa visra sana. Salud es equi

librio. Y aquí, en este cuadro, hay equilibrio. Equilibrio en

la dimibuóón del espacio, en la forma y el color. El color es

grave, no del todo libre en la emoción, lo único vacilanre en

el cuadro. Pero esa caurela solo coorribuye a reforzar el carác

ter sosegadameore reservado, expecraore, de esta obra.

Es un cuadro devoro pro restan te No una Madonna,

sino una madre; la madre de uu ser humano que sonreirá;

la madre de un ser humano que sufrirá; la madre de un ser

humano que morirá; la madre de un ser humano.En las exposiciones del año 1895, ese cuadro pasó des

apercibido. Quizá porque escuvo mal colgado, mas sobre

roda porque al mismo riempo eswvo expuesro un cuadto

verdaderamente grande del mismo arrisra, que aunque, con

sus cerca de cuareora figuras, no alcanza la grandeza del cua

dro de l madre, ocupa un lugar relevame en la vida y en

la evolución de Mackensen. Es el cuadro que se decidió a

pimar al JJegar por primera vez a Worpswede. Entonces vio

la fiesra misionera en el vecino S c h J u d o r f ~   yen el aóo 1887

volvió a verla. Escribió sobre ello a Otro Modersohn: «Ver

así a la genre es rtemendo; pero imagínate a estas genres tan

inreresanres en una fiesra misionera, profundamente absor

tos, al aite libre. Esra mañana fuimos en coche a un pueblo

cercano, y hasra las seis de la rarde escuché a cuatro predica

dotes. Es decir, que duranre esas prédicas bosquejé a la gente

absorra. La idea de pimar después un cuadro de elJo me bace

tan dichoso ... }.

No sospechaba enrcnces lo que siguificaría pinrar este

c U ~ l d r o No fue una dicha. Fue un combate.

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 ORPSWEDE8

Nada más acabar L n ño de pecho empezó con él. [

gigantesco lienzo estaba po r lo general al raso, solo en lo más

duro del invierno en el zaguán de una granja. En un tal1{,T

no cabía pensar. El cuadro estuvo apoyado en el muro de Iiglesia día y noche. Muy temprano, en la fría penumbra ma

rurina, él pin taba. Y allí estaba el otOÍlo con sus rempesrades.Pinrar significaba helarse. Pinrar significaba luchar con l

vienro como Jacob con el ángel del Señor. Pinrar significaba

levanrarse por la noche y soporrar horas enreras fuera junm

al cuadro cuando l rem pesrad amenazaba derribarlo. Eso

significaba pintar. ¿Quién ha pinrado así?

El verano siguiente, cuando el cuadro, por los modelos,

estuvo en Selsingen, en la mesera, no le fue mucho mejor. El

oralÍo del alÍo 1893 comenzó inusualmenre pronro. Y ade-

más las luchas inreciores, las dudas y desesperaciones que nopodían faltar en una rarea ran colosal. Quizá, o así lo parecía,

habría que haber pintado el cuadro en casa y más pequeiío,con esrudios del na(Ural. Había algo de desalentador en ir

detrás de los modelos con este lienz.o gigantesco, como ca

una inmensa jaula humana. Y en soportar el viento y en he-

larse dur anre años.

Mackensen buscó a alguien que pudiera ayudarle.

Bokelmann, el que luego sería caredrárico en Berlín, que

por aquel enronces pintaba justamente en SeIsingen y con el

que Mackensen tenía relación, hiz.o gestiones, mas no pudo

conseguir nada. Mackensen llegó a pensar incluso en acudir

a Múnich donde Uhde. Pero al final lo terminó él solo, sinayuda. En Berlín, donde, por mediación de Bokelmann, ha-

bla obtenido un taller en la Academia, conclnyó el siguienteinvierno el grande y pesado cuadro. Lo llamó MiJa aL ire

Libre (fig. 2). Y una Misa al aire libre» habían sido para élrealmenre esos tres años de trabajo. No se la habla hecho

fácil su misa. Como un siervo habla servido a su dios, con la

devoción de un asceta y un cruzado. No con palabras, sinocon hechos.

rfig. 2: ua al aire libre (1895), óleo, Mueo de Hiswri:l. de Hannove

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50WORPSWEDE

FRITZ MAClCENSEN-Cómo no saludar Con alegria que en l cuadro se pued;lll

reconocer las huellas de esa lucha de la que surgió? ¿Es qll

solo el rriunfo ha de tener su monumemo y no el combact :

Ya se ha dicho que en su impresióu general es inferior ill

cuadro d e la mujer en el carro de rurba. Ahora debe ñ i r ~  que en ciertos detalles desraca sobre ese cuadro y a la vez u,

revalida al supe rar sus valores. Las compa racion es siemp,.

son inadecuadas e insuficientes. La rarea era aquí muy dife-

reme; ni más grande ni más pequeña, aunque si más larga

yen muchos sentidos más dificil En todo el lado izquierdo

del cuadro ha sido admirablemente resuelta. Las figuras se

agrupan fácil, mas rupidas COmo un tejido. La reperición del

mismo aruendo en las muchachas y mujeres l1ega a ser un

rirmo cuyas frases son en cierto modo los muchos perfiles

que admirablemente se emrecruzan. Esos enrrecruzamien

tos son quizá lo más importante del cuadro. Ahí se pone

de manifiesro la superioridad del maestro. Quien se tome la

molestia de atender jusro a ese prohlema a lo largo de roda la

fila semada quedará asombrado ame la riqueza casi pródiga

en posturas, anre eSa variación del t ema que parece inagOta-

ble. Yen la segunda fila, có mo están uno c on orro un rostro

joven y uno viejo eso solo lo supo decir igual de íntimo

y afectuoso, Felix Trurat en su recrato doble que tamo se ha

admirad o en Paris.

La Misa fue para Mackensen también el primer paso ha-

cia el gran púhlico. Darse a conocer cenía que significar en

este Caso: hacerse famoso; al menos esto vale pata Múnich;

para Bremen, donde los cuadros se expusieron por prime-

ra vez aún no. Allí los vio, juma con los cuadros de los

otros «worpswedenses)}, el señor van Stieler, el presidenre

de la Cooperativa de Múnich, y ofreció a los cinco pimo-

res que vivían ahora en Worpswede llna sala especial en el

Palacio de Cristal del año 1895. Allí acudieron, y fueron el

acontecimiento de la temporada. Sobre roda Mackensen y

Modersohn. Quizá más Modersohn. Pues para Mackensen

.......

había resonancias a primera vista; el público, que ha visto

mLlcbo Yque gusta de ver a la ligera, pod ía pensar en algún

pintor de gente pobre. Muchos recordaban a Uhde. Pero a

Modersohn no conseguían explicárselo, ni al mirado super-

ficialmenre. Ni con los escoceses. Asombrados, compraron

su 7órrnenta en Téufelm20or. Z Pero Mackensen, aunque aún

nO renía ningún premio, recibió la gran medalla de oro por

la Misa al aire libre.

Pero es casi irrelevante lo que el público opinara. de esros

rrabajadores callados y solitarios. Si se hubiera resistido, no

habría sido distinto. Esta gente conocía su camino, y conti-

nuaron recorriéndolo.

El camino de Mackensen l1eva directamente al ser huma-

no, l ser humano de esa rierra negra y soliraria en que vivia.

Allí donde miraba la naturaleza hallaba objetos individuales

claramenre perfilados, pero en el ser humano en esas silen-ciosas figuras nórdicas , se resumJa todo cuanto buscaba. Hay

arristas que, al escuchar música, comprenden un carácrer,

una escena, un estado de ánimo que les había parecido largo

tiempo inescrutable: lIna canción es capaz de agrupar los ra-

yos en gran parte dispersos, de reunir lo que en la naturaleza

está Jejas o rigurosamente separado, y reciben de eHa casi

acabado, lo que les parecía imposible crear. Lo que para esos

arristas es la música, para Mackensen Jo es la figura: el ex-

tracto del paisaje. NlJ donde solo ofrece paisajes, uno tiene

la sensación de algo atenuado, diluido. vacío. En sus dibujos

paisajísticos, con roda su excelencia, esto se impone en for-ma muy especial. Dan la impresión de páginas que han sido

escritas apretadamente con una letra grande y segura. Falta

lo plásrico, lo sólido, agru pado, co ncemrado, esa fuerza pic-

tórica expansiva que en seguida esrá ahí de nuevo cuando

lo representado son figuras. Y sin embargo Mackensen no

, Teufelsmoor (literalrneme, «ciénaga del diablo») es la región en la

que se halla Worpswede. [N. del T.

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5352 WORPSWEDE

es un pintor de personas; no tiene dominio sobre el rOStr.

humano, y los retraros le ponen en apuros. Seguramen te po-

dría pinrar a aquellas personas cuyos destinos, en palabra

de Taine, se originan en el influjo de la naturaleza y solo

de ella. Las personas civilizadas, la geme de la ciudad, son

para él apátridas, y sabe Dios de dónde vienen sus destinos.

Carece de capacidad y de alegria para averiguarlo. Le tesul

tan como flores cortadas que recibe uno desde una tierra

extraña y lejana. No le dicen nada, o solo una letra inicial, y

no üene ganas de seguir adivinando; para llegar a interesarse

por ellas tendría que ver el suelo sobre el que se alzaban, el

aire que había en tOrno suyo, la luz que las calentó y l lluvia

que las oscuteció. de! mismo modo que esas flores no las

afrontaría como artista, sino simplemente como tal y ral, así

rambién en las tareas de ese ripo es lo privado. lo casual, lo

burgués por así decir, lo que, al hablar, molesta y ofende l

artisra en él.

El hombre (tomado en su sentido más banal) y el artista

no son nunca la misma persona. El artista es lo milagroso,

el hombre lo explicable; e hombre ha nacido en tal y cllal

pueblo, que al artista no le interesa en absolutO; el hombre

es, sean cuales sean las cirCll nstancias de las que proviene,

de rodas modos un prodllctO de esas determinadas cirCllns-

rancias, incluso si las desmiente. Querer derivar al artista

de esas circunstancias es erróneo. aunque solo sea porque

no se deja derivar de nada en absoluto. Es y sigue siendo e

milagro, la inmaculada concepción traducida a lo anímico;aquello ante 1 que rodas se asombran, quizá el que más él

mismo.

En los cuadros de Mackensen se puede ver con toda cla-

ridad que pierden cuando en su elaboración parricípó el

hombre además del artista. Adquieren de inmediato algo

anecdÓtico, material, senrimental. El pastOr en el cuadro

de la misa es de esre tipo. Es como si el arrista no 1 hu-

biese elegido solo porque justO es figura fuese necesaria

FRITZ MACKENSEN

-ara mantener en equilibrio la simpljcidad Yla quiecud del

:rupo en el lado izquierdo; más bien como si un hombre

joven hubiese exptesado aquí su admiración por ese ancianobello Ybondadoso. El píntor Mackensen no habría necesita-

do esra cabeza; en su cuadro de la madre había descubiertova una belleza del roStrO humano que era más honda, más

'nueva y verdadera.Resultaría repetiüvo si quisiétamos hacer observaciones

sjmilares en otras obtas posteriores de es[e artista. Tan solo

hay que decir que en tOdas esas ocasiones se revela un ser

humano extremadamente simpático, un tanto pasado demoda, de una terntHa casi de muchacha, que solo hay que

combatir por ser menor que el arüsta al que perjudica.Un cuadro posterior de Mackensen, la famosa Familia

e luto (fig. 3), está completamente libre de esre peligroso

dualismo.Aunque en este caso se trate de un interior, también en

esce cuadro Mackensen es paisajista. Esas personas se agru-pan en tOrno al pequeño cadáver como si estuvieran a la ori-

lla de un estanque en que se ha ahogado el niño. Ni una sola

de las contingencias habituales de un espacio imerior juega

aquí algún papel. solo porque a esas personas ensimisma-

das les es indiferente lo que les rodea parecen cerrarse tras

ellas las quietas paredes. Pensemos en lo que habría ofrecido

aquí lsraels. El imerior habría hablado, los ohjetOs, la venta-

na. Los seres humanos, aun de haber estado igual de inmó-

viles, habrían aparecido más intensos, abandonados, pobres,

consternados, personificados en el dolor. Los grandes pin-

tores de personas dicen siempre lo individual, lo agudizado,

lo aislado; mas aquí, en la Familía de luto, se ha dicho lo

general, en cieno modo, lo paisajístico. Cuando llamamos

triste a un bosque es que los árboles se alzan así: apretados

y solos, sin embargo, mudos, colgantes, como atados a algo

invisible. Esta genre rrabaja. No han tenido mucho tiempopara ocuparse del pequeño; les es casi extraño y les hace sen-

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Fig. 3: Familia de luto (1896), óleo, colección privada (Sui la)

FRTTZ MACKENSEN

rirse, en l momento en que se va, turbados como un hués-

ped. Generalmeme, era confiado a sus hermanos. Con ellos

ha vivido, a ellos les someía, ellos empezaban a entenderlo.

Sobre ellos cae la sombra de esra pérdida. Pew para ellos

una pérdida no es más que una sorpresa, y las sorpresas son

instal)(es. Mañana reirán de nuevo. Y los padres trabajarán

de muevo. Se agrupan silenciosos, abaridos por el silencio,

por Jas ropas que llevan, por el inesperado día fesrivo que

ha caído en mitad de la semana. No piensan en la muene;

piensan en la vida que pasa.

Como en [a Misa l aire libre también aquí el encanto

piecórico reside en la tupida estructura natural del grupo y

en los entrecruzamiemos. Las dos cabezas de nino que el

brazo izquierdo del hombre oculta en parre han sido cap-

radas a ese respectO con especial madurez, igual que toda la

ocupación del espacio en general revela la seguridad de un

maesrro.

Algo cambiado suena el rema de la muerte en el cuadro

llamado Doodmbeer más pequeI1o, pero más rico en figu-

ras. En el zaguán de una granja, solo en el medio, se alza el

ataúd. A lo largo de las paredes se sientan los hombres, de

negro, callados como si no se conocieran e igual que al aire

libre, con aJros sombreros negros. Al fondo, en el cuarto, se

reúnen las mujeres. Algunas de las figuras están espléndida-

mente captadas, pero cada una, cabría decir, por un asa dife-

reme. No encajan bien. Entre ellas quedan huecos que no se

¡w.eden llenar. lgo de fragmentario recorre todo este cua-dro, y un fragmento es el que constituye su mejor valor. l

frente, a l izquierda, una nina pequena emra al cuadro con

una cotOna, algo cohibida) dando sin embargo una cierta

impresión de diguidad: esto ba sido expresado con increíble

finura, más o menos como Jo hubiese dicho Kakkreuth. Este

episodio compensa todo el cuadro, justamente porque ha

sido introducido con tama calma) objerividad, sin rasrro de

sen timemalis mo.

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56 WORPSWEDE

Queda por mencionar un cuadro grande, La glebtl Ug

4). Este amplió las experiencias del arrista, sobre todo L

dirección al color. Aquí ya uo se trata del cielo homogéneJ

mente cubierto de cuadros anteriores. Frente al aire nubladlagitado están las dos mujeres que arrasrran la grada, sen

cillas, grandes, fuertes en el movimiento, que no las rebaja.

Cómo la chaqueta roja de la lIna brilla alta en el cielo,

cómo el viento que precede a la tarde se exriende por las

blancas cofias y repiTe la impresión de arrastre como tradu-

cida a Otro idioma, quizá ese sea el mejor recuerdo del cua-

dro. El viejo que conduce la grada quizá resaltaría más si

el movimiento de las figuras no se desarroI1ara en paralelo

al plano, sino en un pequeño ángulo respecto a él. Habría

retrocedido más, se habría vuelro más pequeño, su gesto

echado hacia auás, que quita algo de su empuje al avance

de las mujeres, no sería tan visible. El cuadro habría gana-do en hondura si ese oscuro personaje hubiese sido puesro

en relación con esa hondura Con roda, lo que el cuadro

contiene se ha puesto perfecramente de manjfiesto. Solo elnombre ha quedado insatisfecho. Mackensen aún riene que

pimar La gleba Aún no la ha pintado cómo se la ve desde elmonte, cómo la verá desde las ventanas de su nueva casa: en

su extensa, grande, pesada oscuridad. En [fe sus planes m,Ís

queridos esrá el pintar los campos llanos y auyentes, cómo se

sumergen lentamente en extensas oleadas, campo a campo,

por las depresiones de los hondos prados y hacia las aguas del

Hamme que relucen a lo lejos.

Es como si hubiese habido mucho de preparación para

esos cuadros venideros, que, al igual que los anteriotes, verá

y dirá a través de la figura. En su raller hay dos trabajos em-

pez,ados. El sembrador Sobre una ola de suelo negro, exren-

so, como llevado por ella, avanza hacia l especrador, lleno

del silencioso y rítmico rewrno de sus gestos serios. Millet

lo pimó el primero. Le otorgó una grandeza casi profética, y

sin embargo no agotó su plena hondura. Es nuevo en cadaFig. 4: La gleba 1898), dibujo a lápiz

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58 WORPSWEDE

tierra, como la vida que nace de nuevo en cada set humanu

Parece modificarse según la relación en la que estén suelo y

labriego. En rierras ricas y exuberantes es despreocupado,

libre y pródigo. El sembrador recorre velozmente las gleba

abiertas. En arras tegiones el labriego avanza más despacifpor su tierra soli taria. El movimi ento de su brazo es más me-ditativo y afecruoso. A veces se queda casi quieto; el recuerdo

le detiene, de aquel tiempo en que esto aún era ciénaga .

brezal. Entonces él aún era joven yel trabajo que lo ha enve-

jecido esraba aún por llegar.

Mackensen pintará a ese sembrador. Lo conoce; conocelas personas y la tierra en la que vive como si hubiese crecid{J

aquL Las impresiones que ha recibido aqul desde hace añosse han pegado a los recuerdos de su infancia y se han fundido

con ellos. Ya no tiene otra patria, y la patria adoptiva en lque arraiga es mejor que una heredada. No se la han regala-

do; la correjó, se la ha ganado. paso a paso. dla a día. Para él

ha llegado a ser el mundo la rierra. Yvive ahí. Y todo lo que

ocurre, ocnrre aquí, wdo lo que pasó, pasó aquí. También lo

eremo. Por eso pudo planrearse pinrar a ese otro sembrador,

cuyo gesto se ha extendido pot el mundo desde oriente hasta

el ocaso. Y pinta el momenw de esparcir: El Sermón de l

Montaña Jesús está al borde de la montaÍla, apoyado sobre

un roble grande, inmenso, que con viejas ramas señala al

sur y al norte, al esre y al oeste. En silencio y a la escucha. la

genre se agrupa en torno a él, agacha la cabeza o le mira. Pero

él dirige la mirada por encima de ellos, mira cómo los cam-pos llanos y fluyentes se sumergen lentamente en extensas

oleadas, campo a campo, por las depresiones de los hondos

prados y hacia las aguas del Hamme que relucen a lo lejos.

No es un rema nuevo para Mackensen. En el fondo es lo

que ha pimado siempre. La gran naturaleza, visra y vivida através del ser humano. El paso a la Biblia le quedaba cerca;

pues para ella vale lo que Durero dijo del buen pintor: por

dentro es roda figura.

Fig 5: Otoño (189,»), óleo. colección privada

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aTTO MODERSOHN

En el verano de 1890, los escoceses que se habían asenra-

do en d pueblo de CocJeburnspath, cerca de Glasgow, ex-

pu)icroll por primera vez en Múnich. Aún se los recordaba

cll.mdo 111 1895 llegaron los cuadros de Worpswede. Pero

este recuerdo no atenuó la sorpresa que hubieron de causar

las obras de estos pintores alemanes. Un conocido crítico

esuibió entonces, el15 de octubre de 1895: «El éxito alcan-

zaJa por los pintores de Worpswede en la última exposición

anllal dd Palacio de Cristal de Múnich no tiene parangón en

la h i ~ r i a   del arre moderno. Aqur llegan un par de jóvenes

'U)'clS nombres nadie conoce, desde un lugar cuyo nombre112 die conoce, y uo solo se les da una de las mejores salas,

sino lue uno obtiene la gran medalla de oro y al otrO la Neue

Pina <ochek le compra un cuadro. Para el que sabe cómo un

anista solo logra acceder a tales bonores medianre un es-

fuerzo de aúos y buenos contactos, se trata de un asunro tan

fabuluso que no lo creería de no haberlo visto por sí mismo.

amás una verdad fue tan inverosímil».

Esta vetdad inverosímil fue aute roda Otro Modersohn.

Estuvo representado con nada menos que ocho cuadros,

ocho cuadros pintados rápidamente uno uas arIO, en los

que todo era brillo, sonido y vertiginoso movimientO. Su

Tormenta en Teufe rrnoor daba la impresión de una balada,

recitada por un rapsoda anciano con blanca barba floranre.

Yel mismo que era capaz de vivir una tOrmenta como se vive

un drama, el mismo había pintado también ese cuadro claro,

apacible, por así decir, despuntante, esa añana de otoño en

el canal de la ciénaga (fig. 6 con su hondura pacífica y la casa

solitaria, que, oscurecida por la sombra traslúcida y rala, se

alza tras los brillantes, claros y dorados abedules.

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65

WORPSWEDE

Eso eran contrastes. Guerra y paz, himno y canción pas-

toril. Mas a primera vista se veía que los llevaba en sí l N

hombre, un hombre que observa con un alma extensa en la

que todo se volvía color y paisaje. Se estaba anre vivencias.

Eran conjúJiOrts lo que se oftecía. Confesiones en verso, enversos ampl ios, SUSurran tes, de largas líneas. El lenguaje era

nuevo, inhabituales los giros, los Contrastes sonaban uno

contra el arra como oro y cristal. Nunca se había visto nada

parecido, la gente estaba inquieta, incrédula, perpleja. Hasta

que algUien pronunció el nombre de Bóck1in. laro que

todo el mundo afirmaría haber tenido el nombre en la puma

de la lengua; Büddin: con eso esraba dicho roda. Aunque

Otros más prudentes SOstuvieron: no, no roda. Y hoy senti-mos incluso: nada.

No, realmente no estaba dicho nada. Un nombre conoci-

do se asociaba a uno desconocido. Por vez primer a figuraban

juncos. ¿Y' Y los cuadros del desconocido eran así explica-

dos, provisros de una etiqueta, ubicados cronológicamente.

¿Y? Y podía aguardarse el resro en calma. De ese resto va ahablarse aquí.

Mas para poder separar primero los dos nombres que

se han asociado, conviene decir en seguida qué relaciones

cabe hallar entre este y el orro. Bücklin acudió en 1846 a

Dusseldorf donde Schirmer; Modersohn, al llegar treinra y

ocho años después a la Academia de Dusseldorf, recibió sus

primeros estímulos picróricos de los paisajes de Schirmet y

Lessing. Eso por un lado. Por el Otro: en el año 1888 Otro

Modersohn estuvo por primera vez en Múnich y en laSchackgalerie. B6c!din, que fue lo primero que se enconrró,

le causó una impresión inolvidable, cabe decir incluso: la

más grande. COfQr, illet y Dupré, que conoció al mismo

tiempo en la exposición de Múnich, palidecían a su lado.

,Pero a qué pinror joven no iba a ocurrirle lo mismo por

entonces' ¿Y es que hoy no les ocurre igual a todos' B6clclin

es una ruptura, un hito, el Nuevo Tesramenro en la pintura.

aTTO MODERSOHN sobre roda en l piutura de paisaje. Convertirse a él es in-

evirable, creet en su enseñanza ya no es peligroso, dado que

hace mucho que ha dejado de considerarse una herejía. Es la

re!igióu oficial Y además se olvida que precisameme los más

grandes no pueden decir arra cosa a los jóvenes que: «Sé tú.

No se sabe si es posible, peto en la medida en que puedas, sé

ttl». Eso es lo que le dijo enronces B6ck1in con sus cuadros al

joven Modersohn. Y Modersohn se fue y lo imentó y 1 logró

y lo ha sido. Esa es su relación con el maestro de Fiésole.

¡Sé tú Ser uno como arrista siguifica: pode r decirse. Esto

no sería tan difícil si e11enguaje saliera de cada uno, surgiera

en él y desde ahí lograra poco a poco la atención y com-

prensión de los demás. Pero no es el caso, al contrario, es lo

común, que nadie ha hecho porque todos lo estáu haciendo

continuamente, la gran conveuóón que se agita zumbanre,

en la que cada cual proyecta lo que hay en su corazón. Y

ocurre así que uno que por demro es distinto a sus vecinos

se pierde al exptesarse, igual que se pierde la lluvia sobre el

mar. Todo lo propio exige, por lo tanto, si no quiere callar,

un lenguaje propio. No es sin él. Esro lo han sabido todos los

que sintieron en sí grandes diferencias. Dante y Shakespeare

se construyeron su lenguaje antes de hablar. Jacobsen se creó

l suyo, palabra por palabra. De dónde ha de sacarse lo mos-

ttó bien a las claras con sus hechos, y Delacroix dio la receta

con estas palabras: «La nature est pour nous un dicrionnaire,

nous y cherchon s des mors».

Esto parece eStat en contradicción con una afirmaciónque se halla al comienzo de este libro, con la que se dijera

que la naturaleza es, para el ser humano, lo otro, 1 extraño,

lo ni siquiera enemigo, 1 impasible. Y esto no se invalida

aquf, sino que se repite. Precisamente esre hecho es el que

hace posible servirse de la naruraleza como de un dicciona-

rio. Solo porque nos es raD diferente, tan del roda opuesta,

somos capaces de expresarnos mediante ella. Decir lo mismo

COn lo mismo no es un progreso. El hierro golpeado con

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G(WORPSWEDE

l hierro produce solo un ruido, no una chispa. Claro ql¡e

esta posibilidad caraererística no estuvo siempre ahí, se h

desarrollado, ha crecido. s una de las cien formas de reL,.

ción con las que el ser humano se ha apegado a la naruraleza

a lo largo de los siglos. En los tiempos remotos ramó porseveridad su Sorda indiferencia, y como no podía soporcar

su frialdad la pobló de grandes fuerzas crueles y se sometió

a ellas. Y sin embargo esra humildad no era arra cosa que

Una desmedida altanería. Toda la naturaleza parecía asi estar

obligada a referirse al ser humano; era cama si solo pudie-

ra expresarse mediante él, mediante su retrato agrandado

deformado, cilficaturizado como un ídolo. En aquel riemp

no había arre. El ser humano no veía la naturaleza, la temia.

E incluso cuando empezó a ver, no la veía; veía 10 más próxi-

mo: al prójimo. Este fue el primer trozo de naturaleza el

gue requirió expresiones; primero porque necesitaba ayuda

y esraba indefenso, simplememe expresiones para lo común,

lo urgente e imprescindible. Tampoco en aquel tiempo ha-

bía arte. Comienza en el momenro en el que un ser humano

se acercó a un trozo de mundo y extrajo de él palabras para

algo no coniente, no común, personal. Entonces, apenas se

ha asegurado la comunidad y protegido el individuo, en l

primer minuto libre por así decir, pregunta por si mismo.

y el prójimo le es demasiado próximo para tomar de él la

imagen de sí, de su primera vivencia solitaria. a trata de

expresar en lo más remoto que aún abarca. Y así, eSte primer

período del arre del que tenemos noticia esrá caraCterizado

por dos representaciones que retorn,lll siempre: el rey y el

animal. La ley se mamiene idéntica a través de rada desa-

rroIJo. Siempre es el artista el que quiere decir, debe decir,

algo hondamenre propio, soliratio, algo que no comparte

con nadie, y siempre trata de expresarlo Con lo más exrrano

y remara que aún abarca. Quizá l que esra remoto sea tam-

bién 10 que más ama se derille de ello. Quizá este amor no

sea otra cosa que su ernocioname graritud hacia un objeto

-aTTO MODERSOHN

del que puede requerir senas visibles de su íntima vivenCIa.

El objero cambia de una época a otra, se acerca más y más a

la naruraleza verdadera, hasta que , en nuesrros días, coincide

con ella. Para e! artisra griego era el hombre desnudo en la

época de la resurrección eran el roStro y la mujer, y ahora

es el paisaje, la naruraleza verdadera, hacia la que las cosas,

desde que se empezó a pinrarlas con más arención, han con-

ducido lentamente. El arrisra de hoy recibe de la naruraleza

el lenguaje para sus confesiones, y no solo e! pinror. Podría

demostrarse con exacritud que ahora rodas las arres viven d e

1 paisajístico. Por ejemplo, en poemas anricuados es uy

fácil ver cómo se creía temerosamente no poder decir sino lo

general con los medios del paisaje; se pensaba haber llegado

al máximo al comparar la juvenrud con la primavera, la ira

con la rormenra y la amada con la rosa; no se arrevian a ser

más personales, por miedo a que la naruraleza los dejase enla estacada. Hasta que hallaron que no solo conrenía algunos

vocablos para la superficie de lo vivido, sino que más bien

ofrecía la oportunidad de expresar justo lo más íntimo y pro-

pio, lo m,ls individual, hasta sus menores detalles, en forma

sensible y plásrica. Con este descubrimienro comienza el arte

moderno.

Si pareciera que se han discurido aquí cosas superRuas,

impropias del momenro, habría que decir como disculpa

que entre ral maraña de opiniones no se puede hablar de un

arre determinado sin haber establecido cierros puntos gene-

rales en los que se basan rodas las observaciones precedentesy rodas {as siguientes. Esros supuestos no prerenden impo-

nerse, y solo están ahí para que ellecror los use como clave a

lo largo de este libro.

Desgraciadamente no bay aún un amplio acuerdo con el

que pudiera uno conrar táciramente en las cuestiones esencia-

les de! arre y de la creación artística; cada cual esrá obligado así

a ofrecer su perspectiva. De lo contrario corre peligro de ser

malentendido o de resuJrar sencillamente incomprensible.

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68WORPSWEDE

----...........T1mpoco l pUnto en que fueron interpolados escos o-

mentarios se eligió al azar. Tuvieron importancia para todos

los anistas de los que ha de hablarse aquí. Pero sobre codo:

¿cómo habría sido posible, sin esta vista panorámica, cap.

rar la significación de un Ouo Modersohn pues(Q que loselementos de su arre no pueden llamarse de otro modo que

paisaje y personaLidarJi Para hacer jusricia a eSre artista era

necesario observar las evoluciones más remotas en lugar de

las más próximas, y aguardar por un instan te a ver dónde se

iluminaban nexos misreriosos y lejanos. Ahora que se extin

guió el relámpago que los ha revelado, cabe seguir avanzan_

do cuidadosamente Con la humilde lámpara.

La luz de esra lámpara cae sobre un pequeño mundo.

Ilumina un trozo de muro que pertenece a UIla casa pequeña

y vieja, y un árbol del que se ve que se alza en un jardín que,

parecido a un jardín conventual, completamente rodeado de

muros grandes y viejos, ha crecido hacia arriba porque le Ed-

raba espacio para exrenderse. y sin embargo no es un jardín

ran pequeño: si pudieran quitarse los muros de piedra verde

corroída, de los que cuelga la pesada hiedra negra, se volvería

tl-ancamente grande, respiraría. Pero así san los jardines de

SoesL Así se suceden uno junro al orfO, a lo largo de caIJes,

uda uno en sus Cuatro paredes sobre las que solo destacan las

cimas susurrantes. y de pronto es una rarde de domingo, y

recorremos una de esas calles de jardín vacías, rodeados por el

ruido de las propias pisadas, cami namos así y observamos bs

COpas de los árboles y pensamos en los jardines de los que han

crecido. En la mayor pa[(e de los jardines ya no hay casas; florecen y se marchitan por sí solos y ningún ser humano parece

saber de ellos. Pero incluso allí donde aún hay casas es difícil

decir quién las habira. Escuchamos solo las VOces de vez en

cuando, al pasar cerca de los muros, mas parecen venir de le-

jos de UIl lugar remoto o de un a época remara. De la época en

qLle había aquí muchas VOces. Voces de peso de los concejales,

voces suaves y en cierto modo sombreadas de mujer y voces

.....

OTTO MODERSOHN

de rnudlachas y de niños que sonaban claras y cordiales. Pues

Soes[ fue en su día una gran ciudad. Y si uno crece allí, piensa

cOl1tinuamenre en el pasado. Piensa en cómo era roda y uo se

cansa de buscar lo que podría haber quedado de esos riempos

de grandeza y esplendor. Y así cabe enconrrar dos cosas sobre

todo: iglesias y jardines.

Decir que influenciaron la niñez de Ono Modersohn se

queda corro: la jiteron. Veía en las iglesias el pasado conserva

do, fijo, ahí no podía desaparecer. No hacía falta sino enrrar

en Sr. Petri para estar en orro mundo; aquí era todavra la Edad

Media. En los jardines era diferente. También ellos hablaban

del pasado, pero habían aprendido en cierro modo a consu

mirlo, a uanstormarIo, vivían, cambiaban, se debían a cada

hora que llegase, al viemo, a la lluvia, a la rarde y al silencio, y

en marzo, cada vez que la nieve desaparecía, se podía ver que

esraban Jenos de fmuro. La sensibili dad hacia los cuentos yleyendas, desarrollada luego can exrraordinariamente en Orto

Modersohn yen su arre, nace de esas impresiones; pues qué

son las leyendas sino pasados que se han disuelw en la natura

leza, figuras que se han regalado a e Ja; su tiempo ha termina

do, pero la naruraleza es como un tiempo permanenre y fiene

vida suficiente para darles de ella y acogerlas. Se amoldaron

a ella; los hombres adoptaron Jos gesros de los árboles y las

muchachas aprendieron a canear de los arroyos y a bailar del

vjenro. y ahora viven en la naturaleza, como en un lago del

que emergen de vez en cuando para romar alienro y ver si no

aparece, al final del camino del jardín, un ser humano que

poder comemplar. Pues aún no son del todo ran indiferentes

hacia Jos seres humanos como la naturaleza en la que viven;

el bosque siempre mira hacia adentro de sí, y en él está la os

curidad de sus cien ojos. Mas ellas atiend en desde el bosque al

crujir de los caminos y a las voces que se acercan.

Tales son las figuras de cuenros de OttO Modersohn y

puede que ya entonces las bubiese barruntado. Peco había

un largo camino hasta eUas y empezó inmediatameme a re

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70 WORPSWEDE

correrlo. Se [[araba aores que nada de acercarse todo 1 posi. le a la naruraleza. De hacer cama si se viviese en el1a, igual

que aquel10s seres, iniciado en todos los secreros y sabiendola conrraseña esrablecida. lU ninguna 801 era pequeña, se

le pregunraba y debía decir 1 que sabía. NingtÍn escaraba_

jo era insignihcanre; a hn de cuentas vivía al1Í en medio

y podía aprenderse mucho de él. No solo se conocían

árboles, los arbustos las Bares; había en marcha un cens

continuo de la población eorera del jardín, y cada pájaro

que hiciese una parada rransitoria deorro de los muros e

hiedra debía regisrrarse. La casa estaba abiena y por 1 que

respecra a los huéspedes no se hadan excepciones. Eorraban

y salían arañas cargadas con sus huevos, moscas y maripo-

sas, hormigas en [[aje de faena y disringuidos escarabajos enfrac oficial, verde y dorado. y finalmentc se recibía también

sin prejuicios a los fanrasmas de eSre pequeño mundo, a las

larvas. Se jas ciraba desde sus rumbas y acudían como mo-mias, envue1ras en cintas incoorables, largas y delgadas y con

el rostro velado; no se las podía dejar de lado, pues sabíanquizá más que nadie del fururo. y así pasarOn esos años que

se pasan como un día, así pasó la infancia. y una mai1ana el

héroe de esra hisroria desperró en una cama exrraña, y frenre

a las vemanas de su cuarro se exrendía, en lugar del jardín,

Una calle, la calle de una ciudad vieja que recordaba a Soesl[,

solo que le falraban los jardines. Iglesias las había, había in-

cluso una gran cantidad de ellas y rodas estaban llenas de

sonido, cánrícos y pompa; pues eran carÓlicas. Eso fue en

Münster. Amen udo aparecía ln Haca esrudianre de bachi-l1eraro por donde los franciscanos, cuando se celebraban los

oficios de mayo, se quedaba mirando a los monjes pardos,

que se movían en la penumbra del coro según leyes igno-radas. Esre joven, que por lo demás se conaba facilmeore,

podía esr;}r de pie duraore horas y observar cualquier tipo

de genre sin cohibirse. Los veía como veía a Jos pequeños

animales, y aprendía así de modo parecido a como había

....

aTTO MODERSOHN

Jprwdjdo de ellos: aprendía movimienros extra6amenre

conformes con la ropa que llevaba uno, aprendía a poner

tirrno al desorden misrerioso de una mulritud, aprendía que

l enromo parricipa de manera pecuHar en jas figuras y estas

J .lll vez en[[an en él, se pierden en él, disfrazadas, vesúdascon un mimerismo sin sonido que se gradúa, se conforma,

se somere; aprendía, en una palabra, que de esre modo surge

en rodas panes un pedazo de narura1eza, que ser y mundo

aparecen exrrañamenre entretejidos a los ojos de aquel que,

después de haber es rada cerca, se retira y rrata de captar un

roda mirando tranquilo. Y si eso era la vida en la penumbra,

las grandes procesiones sacras eran la vida de la luz. Cómo se

agitaba todo allí, rosrros y flores, las ropas claras de los niños

y los brocados mulricolore s del clero. Las custodias captaban

h hn del sol y la lanzaban a mamones sobre la mulritud, y

por encima de roda ondeaban las pesadas banderas de co-lores, con esa especial vacilación en que reconocemos cada

paso de los porreadores y el esfuerzo de sus brazos. Todo

era desorden, desconcierro, confllsión. Mas llegaba la luz

y rodeaba a personas y cosas, y parecía llenarlo todo de le-

yes y conformar a velocidad fabulosa lo uno con lo otro.

Así sucede a veces con las Bares del campo: las ha recogido

uno deprisa, sin mirar, jumado una con otra, y pensándolo

bien no puede resulrar de ello más que un rumulro. Mas de

pronro uno vacila, sosriene el ramo al aire y se asombra de

la armonía: las transiciones esrán afinadas suavemente y los

conrrasres suenan puros juntos.

Pero había mucho más que ver en Ja ciudad. De la torre

de Lamberro colgaban las jaulas de los anabapristas, y a veces,

al acercarse una procesión, podía uno creer que estaba viendo

a Juan de Leiden, cargado con rodos los tesoros de su reinado,

detrás de la moosrruosa espada de la jusricia en que se resu-

!nía como en una única palabra su poder. Y arriba, en la gran

sala del ayumamienro, esraban aún los rerratos de los se¡'lores

que en 1648 habían hecho la gran paz [[as la gran guerra. Sus

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WORPSWEDE

......sillas seguian allí y uno podía imaginarse esrar viendo ,lún las

huellas en los almo badanes, que eran arra consecuencia de

aquella larga y crucial sesión de los embajadores.

En el verano uno olvidaba todo aquello. Lo principal era

entonces la naturaleza, que, aunque relegada ame las puertas

de la ciudad, un deseo ran ferviente podía alcanzar diez veces

al día. Mas en invierno, cllando nada había fuera, el pasado

emem como una segunda naruralcza, como un jardín de

invierno, comenzaba a crecer y a Rorecer. Se erigió un gran

cuadro que abarcaba a todos los reyes y emperadores y que,

una vez que se hubo concluido con las dinasrías reinantes

del mundo encero, se abrió aún a los papas, a los obispos, a

los duques y a algunas casas principescas y condales privile-giadas, en la medida en que pudieron obtenerse sus nombres

y, cuando era posible, sus retratos. Los rerratos, desde luego

fueron copiados y pimados con exactitud. y no solo eStos

rerratos, sino rodas las imágenes de algún modo obteniblessucumbieron a una reproducción más o menos secreta, pero

siempre pensada en colores. De ese modo había mucho que

hacer. ¿Parece exagerado dedicar tamas líneas a esas ocupa-

ciones de nn adolescente No ha de subestimarse la impor-

rancia de esos años para el arrista. Están llenos de preparari-vos alegres e ingenuos, y puede afirmarse que no ocurre nada

en ellos que no esré en la más intima armonia con el deseo

viral y el impulso viral del ser humano aún no formulados,

que maduran así. Enteramente dejada a í misma, la natLl-

raleza rrabaja sin descanso en el cumplimienro de ese plan

aún no revelado. Un COntiJlllo traer, reunir, acumular es 1caracrerístico de esos años. La selección aún se da por sí mis-

ma. Con una seguridad casi sonámbula, la naturaleza romacuanto necesita y lo encuentra siempre entre cien cosas.

Esto cambia e11 el momento en que la mera ha sido ex-puesra. La autoeducación diaria, ajusrada a 1 más personal,

es reemplazada por inRuencias externas que parecen casi ac-

cidentales a su lado. La naturaleza es penurbada su seguri-

....

OTTO MODERSOHN 7;l

J J desaparece, y los caminos que tan ampli os y apacibles se0::[ 1

extendían anre uno se llenan de gente y de opiniones que no

s es capaz de atravesar.Más rarde, cuando se ha superado esre período lleno de

peligros, reconoce uno claramente cómo enlaza con roda 10

propio aUí donde en su día fuera interrumpido. Mira hacia

arrás y admira la sabiduría superior de aquel período oscu-

ro en el que nada sucedía en vano y sí todo por el fUlllro.

Pequeños amoríos fueron las raíces de un gran amor. Nada

se ha perdido; y más tarde uno reconoce, en cada fruro bue-

no que produce, una Rol que llevara enconces.

Basre con a pun rar que Ono Modersohn a los diecinueve

aúos de edad, abandonó Münsrer e ingresó en la Academia

en Dusse1dorf, donde rrabajó durante cuarro años. Que allí

obtuvo el apoyo cariiíoso del profesor Drücker y la amis-

tad de Frirz Mackensen y que llegó con esre y Alexander

Hecking en 1888 a Múnich. En Múnich contempló larga-

mente el ; ;far en ca ma de Backlin y el pequeño cuadro za-

lameramente tierno en la Schackgalerie, mas acudió por un

aÍlo donde el profesor Baisch en Karlsruhe, donde estuvo

ran insarisfecho como anteriotmente en Dusseldorf. El re-

sulrado de estos últimos años fue, en resumen: esto riene que

cambiar. Y ahora ba de contarse cómo cambió del rodo.

Comenzó Worpswede; ya se ha dicho cómo. Se habló de

aquel oroÍlo en que tres jóvenes pintores se apoyaron en U

puente y no pudieron despedirse; del invierno que siguió

con largas rardes y conversaciones y con libros que pasaron

a ser favoritos de por vida; del otro invierno en Hamburgo y

de cómo ninguno conseguia comenzar de verdad. Tampoco

a Otto Modersobn le fue fácil empezar. Seguramente suce-

dió un milagro. Uno de esos milagros que han de suceder en

l vida de un artista para que se pueda desplegar del roda.

Un lenguaje le había sido dado, un lenguaje propio como el

que recibiera Rosserri con Elisaberh Ellinor Siddal. Pero fal-

taba ahora el trabajo propiamente dicho. Quizá lo sintiera ya

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..-¡

75Tro MODERSOHN

 -e brezo, yeso le daba una superficie áspera que brillaba ya

álida, ya inrensamenre colorida, y mareada, oscura y clara,

rerciopelo irregularmen re cardado. Y juma al brew ha-

bía exrensas franjas de una hierba blanda y ondulanre, desla-

vazada, rubia, siempre en movimiento y sin brillo. Sobre todoen otoÍlo era así. Se alzaban allí los abedules y apenas po dían

contener, como santOS vestidos de blanco, la luz que había en

ellos. Sus rroncos encerraban roda el blauco del mundo or-

denado según leyes secreras. Estaba el blanco de las azucenas,

en el que se vislumbra siempre algo de claro de la luna; esraba

el blanco sombrío como e qne hay en los ojos humanos, y el

blanco tojizo, por as( decir, excitado de algunos pétalos de

rosa. Había blancos que nadie babía visto nunca y que no

podían nombrarse; tan excepcionales eran. Y si se levantaba

solo un poco la tierra al pie de los abedules, se veían raíces

vestidas de un gran rojo estrepitoso, el rojo de los reyes po-derosos, el rojo de Tiziano y Veronés. Y renía uno la sensa-

ción de que en alguna parre había de quebrarse la corteza

oscilante de esra tierra pata hallar los colores de rodas las

fiestas y el brillo de los primitivos días de verano ligados a

los centenares de raíces. Pero si se avanzaba un poco más y se

llegaba hasta el canal en que yacía el agua inmóvil como un

espejo dt; acero azul oscuro, podía uno pensar que bajo todo

aquello, bajo los prados, los caminos y los bosques, esraba el

mismo abismo de crisral en que se hundía pesadamenre y sin

remedio un mundo oscuro de coJo res.

Había sucedido ese milagro. l alma de un joven pin-

ror le había sido dado ese vocabulario para que se dijese.

MdS ya en los prlme ros in tentoS se mosrró que ante todo

era necesario aprender ese lenguaje, aprenderlo en silencio ysobriedad con el libro en la mano regla a regla. El lenguaje

podía esrar ahí, pero él aún no lo dominaba. Estaba ante él

como una cadena con piedras preciosas, pero él no podía

llevarla. Así que salía un día nas orro a la naturaleza, apun-

r.aba sus palabras grandes y pequeñas, y las palabras ~ ; ~ :  c . ~ B  

74 WORPSWEDE

n las primeras semanas, que su lenguaje lo esperaba aquí en

la exrraña y misteriosamente rica naruraleza de Worpswede,

se encontraba en sus caminos Con mil exptesiones pafa mil

vivencias de su lm y las reconocía a primera vista. Había

aquí una rierra con cuyas COsas él podía decirse. Aquí la n <l..

ñana esraba llena de alegria y esperanza y l s noches de

rrellas y silencio. Llegaron días en los que hubo agitación,

ímpetu y tempesrad y la impaciencia de los jóv n s ca baltos

anre la tormenra. al caer la rarde había una magnificencia

en todas l s cosas, un caudal desbordante pOL' sí deci t, como

en esas fue mes en l s que cada raza se llena para verrerse en

un murmullo sobre la siguieme. siempre que se exringuíaesta efusión, llegaba una hora que aún no era de noche ya

no era de día. Aún quedaba brillo, pero ya no cegaba. Se ex-

tendía apacible, atrimado a las cosas, y patecía derram arse de

sus poros en el aire Oscurescence y mudo. Los contamos de

los árboles se mosuaban peculiarmente simplificados, des-pojados de todo lo mezquino. Yel ruiselÍor, que comenzaba

a camal' en ellos, alzaba su voz; y su voz recorría la llanuracomo si fuese la voz de algún gran pájaro.

Brotaban los recuerdos. Recuerdos de iglesias y jatdines,de reyes e hijos de reyes. Aquí volvía a hallarse todo 10 que

amaño fue cercano, amado e imporrance; y aquí todo ello es-

raba a cada lado. No hacía faira it del uno al ouo de la iglesia

al jardín y a las afueras de la ciudad y al ayuntamienro. Esta

tierra no había tenido historia. Había crecido desde ciénagas

que se cerraban lentamente, y la gente que, pobre misera-

ble, se había asentado all( no renía hisroria. sin embargoroda el pasado, y la suntuosidad de todo el pasado, parecían

estar comprendidos alU. Como si se hubiese pisoteado una

época de colores y se la hubiese hundido en l s ciénagas de las

que había sutgido esre mundo. El suelo era marrón oscuro,

casi negro, mas podía inclinarse al rojo o al violera, un rojo Yun violeta de una pesadez y un brillo que solo se encuentran

en viejos brocados. A menudo esraba cubierro en gran parte

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  776 WO.RPSWEDE

quenas, riguroso, concienzudo, sin rocar una sola sílaba. Eso

fue la gramácica. Poco a poco pudo pasarse a la sinraxis, en

invierno. Había, en la habiración de rechos bajos de Otro

Modersohn, mariposas abierras como libros. Leía en sus abs

y en las plumas de los pájaros como en un compendio otteoría de los colores. Esos eran sus aburridos libros de t e ~ lSu escila era a la vez sencillo y rico, rebosame de símiles

y ejemplos. Y luego se volvió a las planras comprimidas,

cuando se secaban. En lugar de los colores vivos surgían los

mustios, romos colores del recuerdo en vez de los colores de

la vida. El rojo oscurecía casi a negro, el azul palidecía COI

al sol, y todos los verdes adquirían una coloración pardusul

y duradera que ya no cambiaba. Mas pese a esra rransforma-

ción no se perdía la armonía. Cada tono parecía saher del

otro, y rras la vacilación de algunas muraciones se presenta-

ba un nuevo equilibrio, igual de rico, peculiar y misteriosoque lo era la melodía de la vida. Así pasaron anos, emcra-

mente llenos de ese aprendizaje, y si algo ensombreció esos

años fue la impaciencia de aquel que anhelaba hacer versos

en e lenguaje que empezaba ya a escribir con corrección. En

varios puntos desracó también, arravesando la austera gra-

vedad del aprendienre, fa sonrisa benigna de poera. Hay un

esrudio del año 1893, un dictado concienzudo del natural,

que sin embargo no sabemos por qué) parece u poema. Se

ve una pequeña cañada en que hay un resro de agua clara y

mareo Alrededor, los pasros. Desde lo alto de la pendienre y

de la luz difusa y gris ha descendido una muchacha que se

inclina ahora junro al agua. Su chaquera roja brilla, inten-sificada en el crepúsculo, desde el arenuado verde pIara de

este cuadro apacible.

Pero hay también fases de duda y tiruheo, fases como

las que ha de atravesar roda aprendiente, en que la tarea se

aparece inmensa y apenas iniciada. Como reacción a llna

de esas fases se han de ver aquellos ocho cuadros que callsa-

ron taora sensación en Múnich, en el Palacio de Cristal de

OTTO MODERSOHN

1895. No solo muestran cierro dominio seguro del lenguaje,

también ha comemado ya e proceso de formación de un

estilo determinado que ahora avanza de cuadro en cuadro,

l mismo tiempo que una ampliación casi diaria del voca-

bulario Yde la capacida d de usal'lo cada vez más inconscien-temente. Pues había que recorrer ese largo, largo camino:

a rravés de una toma de conciencia clara y firme de cada

sílaba hasra volver a olvidarlas, es decir, hasta el uso ingenuo

e inconsciente de los valores adquiridos. Sin duda no sería

fácil para Modersohn, tras aÍJos de trabajo tan intenciona-

do, volver a hallar esos caminos inconscientes por los que

a su arre (como a roda arte poérico) ha de llegarle lo más

hondo. Quizá se cerraron mientras estuvieron apegados a la

naturaleza. Pero, en su caso, de ahí brotó, casi cada tarde, el

gozo por las láminas pequeñas, por láminas de ramaúo de

una mano que él dihujaba entregado a la volunrad del lápiz,sin pensar en que lo hacía. A es ros dibujos afluía sin cesar lo

más secreto e íntimo, aque/lo que aún no se a.rrevía a decir

en los cuadros; en un crepúsculo trenzado en rojo y negro

vive aquí su mundo, como vive la rosa en el capullo, conte-

niendo el alienro, apretado y oscuro. Estas láminas, por si

decir, más allá de las palabras, esrán hechas con el espíriru de

ese lenguaje por cuya posesión luchaba y lucha. Si lo ocro era

Ull honrado caminar, ellas son' un vuelo y un disparo hacia la

misma mera. Pero cuanto más perfecta e ingenua llega a ser

la expresión en sus cuadros, tanco más reciben tamhién ellos

del espíriru de ese lenguaje en el que esrán escritoS, canro

más se acercan al carácter de esas láminas, como se acercan

quizá cada vez más, cuanto más maduros van siendo, los

seres humanos a sus almas, hasta que por fin, en una cumbre

de la vida, llegan a ser uno con ellas. Así llegan a confluir

aquí dos vi s de una evolución arrÍstica extraña y, cabe decir,

rata vez hermosa, para fusionarse quizá muy pronto. Solo

cuando una tal unión haya tenido lugar se reconocerá a este

pintor poera, tal como ahora vive en la oscuridad de esas

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 8 79ORPSWEDE

pequeñas láminas que no pueden reproducirse y ral COmo

nos lo prometen sus mejores cuadros. El número de estos

cuadros es muy grande. Mas se les perjudica si se intenta

describirlos. Este adepto de la rarde ha pintado crepúsculos

espléndidos, crepúsculos que üemblan sobre el vellón de lasovejas, crepúsculos que se reAejan en el agua, crepúsculos

hondos y callados en torno a algu na figura solitar ia. veces,

con un poco de blanco, pone una muchacha en sus saliclas

de la luna, y se las ve lucir de pie, Como se ve a Regina en l

pequeño paisaje afín de lheodor Srorm:

y aunque rejiera aún en las esreras

Esa pompa de cuemos de la luna,

y aunque esruviera ella en ese bosque

En medio Je la noche de verano;

y aunque yo mismo hallara. como en sueños,

El camino de vnelra por la ciénaga.

Nunca jamás descendería ella

Desde el linde JeI bosque basra esre mundo.

y sin embargo no basraría con llamarlo e pintor de! cre-

púsculo. Hay tardes suyas que parecen pintadas en caoba, y

mañanas llenas de frescura)' primavera, )' días sombríos conex¡ensas y soleadas lejanías.

Él mismo lo dijo en una ocasión: «Lo más enérgico, bri-

llante, exuberante, ¡amo como lo riemo, suave, delicado, lo

oscuro, pleno, hondo, ramo como lo alegre, claro: rumores

y susurros, oro y pIara, seda y rerciopelo, todo , todo me llegaal corazón».

y todo eso que le llega al corazÓn lo tiene la enigmática

naturaleza de esta rierra. Lo intenso y lo apacible halla ex-

presión en ella, para «rumores y susurros, oro y plata, seda y

terciopelo» hay muchos nombres de sonido incomparable.

y las palabras que hay para lo intenso pueden aumemarse

y aumenrarse hasta significar lo más intenso que uno puede

soportar, y lo que indica 1 apacible suena, (Omado con sor-

dina, más callado que l silencio. Hay Contrastes. Hay épocas

Tro MODERSOHN

en esta tierra en que los vientos nunca cesan y son tan vio-

Jenros que los días apenas cienen riempo para ser; pues los

vientOS que llegan del oesre arrastran bacia aquí la rarde, que

inopinadamente pronto, como una tormenta, se abare sobre

las anchuras. Y por la noche, cuando la rempestad se vuel-ve tempestades que, extensas como el mundo, llegan sobre

las ciénagas, retumban, corren y se vuelcan, los de las casas

podrían creer que ha vuelro e mar y, embravecido, r oma po-

sesión del que fuera su anriguo territorio. Y al mismo tiempo

hay días y noches como los que se dan a veces entre montes,

rígidos casi de inmovilidad, con el aire y las aguas tiesos, más

quietos que un espejo. O atraviesa uno el brezal, que parece

extenderse durante horas, baldío y multicolor, quebtado por

árboles encorvados cuya vida trascurre en un olvido solitario.

y de improviso comienzan, como esrrofas poéticas, los cami-

nos de un parque, rícmjcamenre trazados y describiendo concierra garbosa graruidad semicírculos hasta el lugar siguienre,

en vez de ir recros hacia él. Se descubren huellas de un pasado

arte de los jardines en los setos, que, como personas que en su

juventud frecuentaron la corte, hacen gala de una dignidad

medio olvidada que recuerdan con guSto, se encuentran sitios

en los que una v z gráciles puentes realizaban sn salto sobre

arroyos inofensivos, y lejanos lugares en los que pudieron ha-

berse alzado terrazas, rerirados y discretamente localizables

por senderos sin designio aparente.

O detrás de una casa se abre de pronto inesperadamen-

te una extensión en la que, grande y espaciosa como es, se

repanen con profusió n las casas y los árboles y gru pos d e

árboles, de modo que uno no se atreve a dar un nombre a

esa llanura cuyos caminos son tan infinitOs. El tiempo y l

azar parecen haber sido eliminados de ella, y uno cree estar

viend o las tierras del mundo y la sombra de Dios padre sobre

rebaños silenciosos que pacen a lo lejos.

Nada es imposible en esra tierra. Y rambién lo improba-

ble recibe de la pleniwd del cielo la marerialidad y la veraci-

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80 WORPSWEDE

dad de las cosas teales. Esros cieJos luminan con el círculo

al que se aúenen los aSlros y las lluvias an tes de caer; peró

empiezan aquí, enue nosotros. Reposan sobte cada hoja, es-

tán en los cabellos y en las manos de los niños, se apoyan

ensimismados en todas las cosas. Algo así de poderoso p -

labras para lo casi indecible- comiene esra tierra, ellengua-

je de Otto Modersohn. Y puede verse que usa siempre mas

que los poetas. Las conoce ya con tal exacütud quc pued\:

elegit entre sus valores; aspira cada vez más a ofrecer solo

lo importante lo grande, lo profundamente necesario. a

poesla es elección. Y cuando todo lo imponanre está ahí, se

enlaza lo uno a lo otro con la fucrza magnética de las masas

y se acopla solo, es decir, siguiendo sus propias leyes, en una

forma unitaria y sin fisuras. Esta forma orgánicamcnte gene-

rada uae acarreado un doble efecto: calma e intimidad hacia

dentro, y hacia fuera esa plena nitidez decorativa que con-vierre en cuadro al cuadro. Pero el elemenro decorativo no

solo tiene en cuenta la forma, necesita ante todo del color. Ya

se ha descrüo hasta qué puma capta este pimor la esencia del

color. Profesa lo que dijo el Rembrandt alemán. Él también

cree que el pollo, el arenque y la manzana son m;ís coloristas

que el papagayo, el dorado y la naranja. Pero esto no encierra

para él una limüación, solo una difetencia. No quiere pintar

lo sureño, que trae siempre en la boca su colotido y hace

gala de él Las cosas que están llenas de color por dent¡·o, lo

que él llama en una frase insuperable «la misteriosa devoción

delnotte pot

los colores»,es

loque

él considera su tarea.Se Ilegatá a valorar esra tarea y no podrá ignorarse al que

ha dedicado su vida a resolverla. Es un hombre profundo y

silencioso, que ciene sus propios cuentos, su propio mundo

nórdico, alemán.

Fig. 8: Noche de ínví mo en \.\í eyerberg 1895), óleo

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I RITZ OVERBECK

El tiempo pasa rápido. Cuando Modersohn y Mackensen,en d otoÍ1o de 1891, regresaron a Dllsseldorf y al TartanfS

enconrraron allí a un montón de genre nneva pocas caras

conocidas. Los llegados desde Worspwede suscitaron curio-

sidad y asombro. Nadie de enrre la genre joven se podíaimaginar que fuera posible quedarse, rambién en invier-no en un pueblo perdido, invernar y volverle la espalda al

mundo. Y uno que se maravillaba especialmeore se dirigió l

Otro Modersohn, y dado que, aunque pareciera raciturno,acosrumbraba hablar cuando llegaba el momento de hablar,

pregunró cómo era posible. «¿Worpswede? - d i j o - lo co-

nozco, soy de Bremen». y ya lanzado, siguió preguntandocómo era allí en el pueblo. Se Bomba que no le faltabanganas de probarlo por sí mismo. Modersohn examinó aren-

tamente al joven imberbe y ancho de hombros, de figura

pesada y rechoncha, que rrabajaba enronces con Jemberg ycuya frase favorira era úndómira fuerza natura ». Lo invitó

a venir. No pasó mucho riempo hasta que vino y se quedó.

rra fri rz Overbeck.\Vorpswede fue rambién para él un acomecimiento.

Diferente al de Modersohn. No encontró aquí el lenguaje en

que decir su alma. No pensaba siquiera en decirla: él no era

poeca. Soñaba en algún lugar tras una gruesa capa de taci-turnidad, y necesiraba un conrrapeso a ello en el mundo. Poreso pinraba, pimaba las cosas a su imagen, robustas, anchas

de hombros y llenas de una raciturnidad pesada. Y así eran

aquí, o puede que él las viera así, en cualquier caso salían

11 encuentro de su mirada, le correspondían, y sus colores

sonoros y la corpulencia de sus formas y el sosiego con que

estaban ahí: lodo ello le daba la sensación de una realidad

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85H4

WORPSWEDE_ _ -

que esraba en torno a él, y justo eso era 1 que necesitaba:

realidad. Eso era lo qlle tamo le atraía al len los libros d

Bjórnson. Así se imaginaba la vida, así la creía. Llegaba uno

a algún sirio, en una ciudad clara y pequeña, no lejos dd

fiordo, enrraba y había geme allí, oCLlpada en algo sencillo y

razonable que comprendía uno en seguida, había allí niños

rubísimos comiendo pan con manrequil[a y pequeños perros

que ladraban, y todo ello estaba bien así. Podía uno sentarse

enrre esra gen re fumar una pipa y mirar el paisaje afuera a

través de alguna de las claras vemanas. No esraba uno obli

gado a decir más que como mucho buenos días, pero cenía

lino ganas de hablar, así que no había nada de exrraordinario

en ello, nada en absoluro. Todos 1 hallaban enteramente

narural, se alegraban, decían también de cuando en cuando

alguna frase, y así llegaba la tarde, l tarde apacible, aIra,

clara del norte, y la campana de la vieja iglesia en la colina

sonaba solemne y piadosa, así que todos podían darse cuen

ra de que era ya la tarde. No es que esos sean los es radas

de ánimo que pinta Frirz Overbeck, mas, cuando pinta, él

los vive. Uno piensa en los antiguos holandeses, que pue

de que pintaran así por el equilibrio. Es también una de

las posibilidades de adaptación a la vida, de las que tantas

hay, felices e infelices, sencillas y prolijas, calladas y ruidosas.

Frirz Overbeck pinta como algunas personas hacen música:

cocan, y la pieza que toca.n es enérgica o suave, violenta o

esperanzada; pero, aunque Wcan con entera maestría, no es

tán demro ellos mismos, lo tocan por estar en casa en algún

sitio, no en la canción, en algún sitio, donde esrán. Así pintaél: solo que sus cuadros Son 1 Contrario de la música. La

música disuelve todo lo exisrenre en posibilidades, y esras

posibilidades ctecen y crecen y se multiplican hasra que el

mundo enrero no es nada más que una plenitud oscilando

sin ruido, un inmenso mar de posibilidades de las que uno

no necesita tomar una sola. Mas en sus cuadros roda se con

viene en realidad, se llena, se condensa. Hasra sus cielos Son

.....

- l RITZ OVERBECK

hechos por los que uno no puede pasar. Cuando los pinta sin

J11Jbes es el fuene color el que los hace materiales, pero mu

cho más a menudo hay nubes en ellos, grandes y palpables,

pueblos de nubes, una ciudad de nubes. También sus noches

de luna son así, llenas de un cielo que pertenece al

tierra,que se ha vuelto pesado y se ha acosrumbrado a vivir con las

cosas. Hay una gran afirmación del mundo, conmovedora

e infanril, en esta pintura sólida y cordial. En ningún lado

puede surgir una duda, no hay nada que pudiera ser incier

to, por todas panes figura en letras grandes: ¡Est, esr, est  

Observemos sus aguafuertes. Uno de los más antiguos,

con el puente y el molino y la momaña a lo lejos, confirm a de

inmediato lo que se ha intentado decir aquí. Remite incluso

más allá. Habla del arre de distribuir los volúmenes en el es

pacio; aquí se Jos ha manejado como a cosas. Los unos están

por así decido colocados, los orros empujados hacia dentro,

y las vigas del puente parecen haber sido arrojadas desde el

monte hasta su sitio. Todo ello escá asemado y ya puede sa

cudirse, que no se mueve. Y el otro puente, llamado: ía t01 -

mmtoso (fig. 9). Aquí parece haberse logrado hacer una cosa

de la rormenra misma. Ocupa roda la lámina, y las hierbas,

los arbustos y los árboles parecen no ser más que sus comor-

nos. Pero los abedules, que se ve que han crecido agitándose,

atestiguan cien días y cien noches de tormenta. Una y otra

vez se encuentran en su obra esos abedules excesivamente lar

gos, con los gestos del viento al que han cedido y sobre el que

sin embargo han terminado imponiéndose en días de verano

qnieros y sin ruido (fig. la). También en tranquilos paisajesde mañana o mediodla, cuando los canilles repüen un cielo

jovial o perezoso, se tuercen a veces hada arriba esos ner

viosos troncos de abedul, como inquietos por su pasado. Y

emonces parecen imensificar aún más, con su rerco contraste

extravagante, la calma de su enromo conciliado.

Overbeck utiliza casi los mismos motivos en cuadros y

aguafuertes, y tanto a través de su pintura como de su obra

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89

88 WORPSWEDE

en blanco y negro Buye, como una corriente caudalos;¡. el ismo empeño: presentar en roda su magnificencia los u -

calles sin quebrar con ello el valor del conjunto. AsJ, o en

forma parecida, expresó una vez él mismo 10 que quiere. E

impone su volunrad. Con ello ha caracterizado del todo Su

arte y se hará bien en usar esa frase como criterio ante SUs

cuadros. Se será lo más justo Con ellos si se esrudia en qué

medida se ha logrado en ellos el propósiro del pintor. Hav

que decir que en muchos de sus aguafuerres y en algun{)s

de sus cuadros se ha acercado mucho al cumplimieoro. tnlos cuadros se añade el color, que es capaz de ayudar mucho

al empeño por caprar los deralles en roda su magnificencia;

pero medianre él se dificulta al mismo tiempo mucho la ra-

rea de no abandonar en ningún sirio la unidad de! rodo. No

es fácil mantener voces elevadas en la misma intensidad, yel

gozo por e! detalle es siempre un peligro para la coherencia.

Curiosamente, y aunque SllS colores pudieran compararse a voces elevadas, los cuadros de Overbeck san de una

peculiar taciturnidad que ningún sonido inrerrumpe. Es

dificil resolver si las voces de color se anulan muruamente,

como ocurre a veces Con los ruidos del mar que ya no se

oyen y tienden a percibirse Como la plenirud de un inmen

so silencio, o si esra sensación se funda de algún modo en

el comenido y deriva del hecho de que en los cuadros de

Overbeck no aparece casi nunca una figura. Si hay alguna,

es r.ln insignif]canre, tan poco exigida incluso en lo espacial,

que tranquilamente pued e ser rapada sin violentar con eHo

en lo más mínimo el carácrer el cuadro. Pero sus paisajes,

aunque carecen de formas humanas, no dan la impresión

de soledad. Las noches de luna y pues ras de sol se extienden

abiertamenre ame nosotros Como si acabáramos de salir del

cuano en que seres queridos se sienran juoros en to rno al

fuego. Probablemente no se mueve ni una hoja en e! árbol

ahí afuera, y hasra donde puede verSe no se ve a nadie, ni

siquiera un perro ladra en la vecindad, pero mienrras mi-

FRITZ OVERBECK--amos fuera estamos del rodo llenos y por así decir, bien

CJlcntados por la conciencia de ese cercano cuarro apacible

al que podemos volver en cualquier momento. Y Jos grandes

días radiantes que piora son siempre domingo y la gente esrá

¡oda en casa o en la iglesia y descansa del largo rrabajo de lasemana. Las miradas fesrivas de los hom bres parecen descan

sar sobre esa extensa y poderosa naruraleza y resplandecer

desde ella.

y así como son nórdicos esos sonidos de colores que él

ramo ama, nórdica es también la melancolía que se da a veces

cuando árboles y pueores aparecen oscurecidos como por la

sombra de objeros invisibles. Es esa melancolía que impera

a veces jUntO al mar, en días sin tOrmenta, cuando las ga

viotas claman por la lluvia. Quizá pndiese esre pinror pintar

también e! mar y las monrañas. Sus couieores son amplias y

úmen e! brillo renue de esa agua que hay cerca de las monra

ñas, de! que dice Bjórnson en una ocasión «que no sabía uno

si era un lago interior o uu brazo de mar». Sigue diciendo

allí: "íY los montes mismos! No era un único monre, sino

cadenas de momes, cada l oma elevándose más gigantesca tras

la arra, como si estuviera aquí e! límire del mundo habitado».

¿No cabe pensar que Overbeck habría pimado eso' No sabría

decir si alguna vez ha vis ro el mar ni dónde fiJe, pero en cual

quier caso oyó hablar mucho de él siendo muchacho.

En Bremen, en la oficina de su padre (que era directOr

técnico de L10yd para el narre de Alemania), las paredes es

taban cubiertas de maqueras de barcos, planos y dibujos. y

casi siempre se hablaba del mar en ese cuarro misrerioso, de

barcos que esraban fuera, de barcos que regresaban y de arras

que se disponían a salir del puerro. Y aún después, cuando

el padre, que le afilaba siempre al chico los lápices de colo

res, ya había mueno, se senraba allí a menudo y fabricaba

máquinas con la madera de cajas de cigarrillos y consrruía

barcos, barcos que estaban fuera, barcos que regresaban

que se disponían a salir del puerro. Y como el p a ~ e 1   /!  /-(J ~ ~ ~   -  a'<t(;Ff Nt{('/ . íl. •J > ~ ~

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 0 WORPSWEDE

. . .

que había de pensar siempre al hacerlo, esraba muerto, había

una cierra trisreza en esre obrar, quizá la misma rrisreza qUe

hay en el mar verdadero cuando uno está en un barco y hace

señas de despedida y simplemenre tiene que parrir al mundo

extenso, ay ran extenso. Cuánras veces se habrá enconrrado

el muchacho, en la calle de la esración, a esos emigranres, ala población de esos barcos despiadados, quienes, arurdidos

aún por un viaje en rren inacabable, arrancados de todo, e -

paran a cada momenro en la ciudad desconocida y miran

hacia arrás Con expresión obrusa, como si esperaran que sé

les l1ame. Segurameme el joven pensó a veces, al COmar J.

la genre y enconrrar que eran muchos, que ahora mismo,

en algún lugar lejano en esa dirección de la que provenían,

pueblos enteros debían de esrar vacíos, y veía las casas frías

y abandonadas y las calles mudas y extraÍlameme alteradas,

y roda aquello esraba cada vez lJeno de una rrisreza preocu-

panre y de tal modo como si hubiera de hacerse algo paraque no fuera así. No era así en la vida de las plan ras y d e

los animaJiros. Aquí no parecia haber casas can inquieran-

tes. Esros Jagarros, escarabajos, ranas y culebras esraban del

roda sarisfechos, se movían deprisa o perezosos, salraban o se

arrasrraban por el suelo, arrapaban algo y se rendían luego al

sol duranre horas Can los costados jadeanres, y as] traScurría

su vida, que no parecía comener nada maligno o inesperado.

Pero solo eran inreresanres mienrras vivían, enrre alfileres o

conservados en alcohol perdían roda realidad y se volvían derepenre repugnanres o aburridos.

Con semejanres opiniones, llegar a ser naturalista esrabadesde luego descartado. Tampoco el talento matemárico al-

canzaba para ello ni para la ingeniería, y no hubo orro reme-

dio que volver a los hermosos lápices de colores, que al fin yal cabo eran la más antigua de rodas sus allciones.

Así que l joven Overbeck podía andar por los dieciséisaños cuando comenzó a dibujar y a pimar al aire libre freme

a la naruraleza. Por lo demás, el hecho de que su madre le

FRITZ OVERBECK 9J

hiciese romar lecciones con una dama junto a niñas enrre las

que el raciturno joven hacía un papel Sllmamenre extrav3.-

"ame, demuestra cuán poco en serio se tomaba ella su plan

óe ser pinror. Finalizó enrreranto l bachiller, ya los comur-

bados esfuerzos que se hacían por disuadirle de la funesraidea de la pinrura no oponía sino sus anchas espaldas, lo que

fina/meme le sirvió para ir a Dusseldorf Por enronces, desde

luego, la Academia encarnaba para él la salvación, pero, al

hablar más rarde de ello en ocasiones, nunca olvidaba aña-

dir: "Pero ahora ya no».

Su modo de expresarse tiene, como se ve, algo rremeuda-

mente convincenre y claro, y debe arribuirse a esta circuns-

rancia el que en el afio 1895, cuando rodo el mundo quería

saber de Worpswede y nadie estaba en condiciones de comar

algo al respecro, él mismo romara la pluma e informara ade-

cuadameme en J unst fii r Alle de su parria de adopción y la

de sus amigos. Lo que escribiera en ronces ha sido citado con

frecuencia, pero aun así quizá podamos alegrarnos de reco-

nocer aquí a lgunas de sus sencillas frases, que muesrr an de la

mejor manera cómo ve su rierra esre pinror.

Un háliro de fina melancol ía yace extendido sobre el pai-

saje. Graves y calladas, anchas ciénagas y praderas pantano-

sas rodean el pueblo, que, como buscando un refugio freme

a rerrores desconocidos, se aprieta comra la escarpada pen-

dieme de una amigua duna, el Weyerberg. Confusamente

dispersas, sin orden ni conderto, se exrienden casas y caba-

nas, amparadas por pesadísimos techos de paja cubiertos de

musgo y por nudosos robles en cuyas desracadas cimas rom-pen las lempesrades imporentes. Sobre el pueblo se arquea

el mame , hendido por regatos numerosos que ha formado

al derramarse el agua de la lluvia, coronado por un desme-

drado bosque de maras de roble. En medio de él se eleva,

en un espacio libre rodeado de pinos silvesrres, un obelis-

co en memoria de Findorf, del hombre que a comienzos de

esre siglo hizo culrivable la comarca, desecó la ciénaga y la

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92 WORPSWEDE

---..abrió al rráhco. Formado por macjzos bloques de granito, l

monumenro se yergue frenre al cielo con rara solemnidad.

Desde la alrura solitaria, la mirada vaga h.acia lo Jejas por la

rierra, por encima del brezal y de la ciénaga, de los campos y

praderas. Oscuros y caballerescos robles, que albergan en susombra las humildes granjas de los labriegos, imerrumpen

de vez en cuando la monoronÍa de la gran llanura. Destellan

las corriemes y el espejo del Hamme, rorruoso serpenteart

re y sobre él, desplazándose en calma misreriosa, ve/as

gras que cruzan por la tierra. Encima reposa el cielo, l cielo

de Worpswede ... »

Hay algo de la sombría ronaJidad monocroma de sus lá

minas de aguafuerre en esra sencilla descripción, algo claro

y oscuro, algo compacto, como si roda se estuviera viendo a

la caída de la noch.e. Mas el colorido de Worpswede e n la

medida enque

cabe expresarlo con palabras- no lo ha descriro nadie en forma más convincente que Richard Murher

con su brillanre récnica impresionisra. En el oroño de 1901

viajamos a \'<Iorpswede en un día de atardecer temprano y

sin embargo inrensamenre colorido como los que abundan

en eSta ríen'a, sobre roda en ocrubre y noviemhre. 1

Murher habló de ello en l Tag

«Un viaje a Worpswede es una operación de catararas:

como si desapareciera de repenre un velo gris que se exten

día eorre nosorros y las cosas. Nada más descender del tren

regional que lleva de Bremen a Lilienthal comienza un raro

cen teHeo y resplandor. ¿Tienen esos campesinos un demonio

\ Rilke in viró en efecro al gran hjswriador del arre Richard Muther

(1860-1909) " Worpswede lo guió por os taIJeres de jos cinco pin

rores ,lquí tratados; el enrusiasmo de Murher (sobre rodo por Moder

sohn le supusu una gran sarisfacción. La <ldmiración de Rilke por

Murher era ¡lCera pero había mucho de esrrarégico en su cuirívo del

conracro y en su cira aquí. Fue MutheJ quien le consiguió el encargo

de su siguiente monogr'lfíd sobre Rodio, que supundría un imporrantegiro en la carrera del puera. [N. del T]

< 3FRHZ OVERBECK

-de colores en el cuerpo? ¿O es solo el aire, el aire blando,

s"ttHad de humedad, el que lo hace (Oda tan colocido, tano

sonoro y brillante? Miro las riendas azules que sosdene mi

cochero. Fosforecen Yvibra n. Miro los guames de algodón,l pañuelo rojo intenso de una pareja campesina que se acer

C l desde lejos por la carrerera _resplandecen Ybtillan como

inflamados por un fuego inlerior--. Aquí un uabajador en

¡nono azul claro, de pie al lado de un tronCO gris perladode abedul. Allá cuelgan de algún cordel unas enaguas rojas,

chispeando colores como púrpura. Allí se eleva una cabaña

campesina, pintada de rojo sangre, parecida a las que hay enNoruega. Pero mientras aHí en el aire fino y uansparente,

todo se perfila daro, en Worpswede se vuelve una sinfonía

sonora: este muro rojo con la hiedra jugosa, este techo de

paja que se alarga casi hasta el suelo, sobre el que se extiendecomo una alfombra el musgo verde húmedo. ¡Ay esce mUS

go en Worpswede Lo recubre (Oda: na solo los troncos delos árboles, también las vigas de las casas, los ladrillos de loshoruos y las maderas de las vallas. Trisa aquí amarillo limón,

allá verdoso, más allá verde azulado, rransformando la natu

raleza entera en una visión de colores ... »Así era esra tierra cuando Mucher la vio por ve7 primera.

al día siguiente fuimos donde los pimoces.

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HANS AM ENDE

1870. La guerra. Unasuerrede expenación recorríaAle01ania.

GranJes sucesos floraban en el aire, revoluciones, rorment.as,

auroras. Todo cambiaba, todo esraba eu movi mienro, Y lo

que era parecía concentrarse en un inmenso ayer Y esperar

comO un crepúsculo a l noche, rras l que prometÍa despun-

lar una mañana aún más grande. Por entonces la familia m

Ende vivía en Trier y el padre era pastor de una parroquia

casi exclusivamente milirar. La guerra, esa era lo que ocupa-

ba cada día, lo transf ormaba, lo convertía en algo inesperado.

Surgían posibilidades Y desaparecían arra vez para hacer sirio

a nuevas posibilidades. Sonaban las tromperas de las tropas

de paso, sus banderas ondeaban y cubrían las casas y el cielo.Mas por detrás se al7.aba la ciudad antigua y oscura, cargada

de pasado, casi indiferenre. Había visto llegar e irse demasia-

das épocas, épocas que la habían tomado sobre sus hombros

para elevarla en el brillo de un sol imperial, y luego otras que

eran comO inundaciones, como chubascos perperuos, grises,

incoloras, llenas de olvido hn. Y lo que ahora vivía era de-

clive, una ancianidad llena de graudeza y recuerdos, absona

en sí y sin ganas de ser molestada. ¿Qué podía venir que su-

perara esos palacios de mármol, cada una de cuyas columnas

achacosas sosrenía siglos, alzándose hoy aún en su grandeza

solitaria y ensimismada El anhrearro estaba vacío y no podíavolverse a llenar, pero también los domos parecían demasia-

do anchos, y las voces de monjes envejecidos se exünguían

desvalidas en su hondura abandonada. Eso era pasado, y lo

¡ue pasaba al Jada, la guerra, era futuro y en ninguna parte

parecía haber presente. No había presente.y luego, de pronto un viaje y despenar en un peque-

ño pueblo de Turingia. Una inusual quietud casas blancas,

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97WORPSW EDE

una granja, una casa parroquial con gran jardín, el cida Itierra: ningún pasado, ningún fururo, nada más que pres , a

eore. Un presente apacible, simple sobrio, que discurria liso

sin vienro, sin olas en anchas orillas, apenas se notaba.  los quietos remolinos al fondo del río recordaban ele algÚJt

modo a aquello que era, tenían algo que ver con la guerray l peligro, pero se los eviraba, y solo la conciencia de qUe

estaban ahí permanecía y otorgaba a algunos días u na <lJlgus.

ria indefinida de la que pocHa uno salvarse en la enrraúable

oscuridad de los bosques. Allí había muchas cosas nuevas,planras, musgos, piedras y animales, un mundo nuevo, pero

fectamente desconocido, que Sostenía una lucha callada yCOntinua comra las viejas impresiones. Sin duda !as bOrrah- ,

alas suprimía allí donde podía, pero no las consumía. y

día ocurrir que estuviera uno semado en el bosque y ame

los troncos pensara en columnas y se imaginara esrar en un

viejo palacio largo tiempo abandonado; enla

COrteza de Josárboles podían verse de repeme las veras de un mármol ver-

doso y al llegar al claro el vienro le soplaba a uno Como

una pesada canina de seda sobre las mejillas y soñaba lino

estar juma a una Ventana arqueada que se abria sobre las

extensiones del paisaje. y aun ames de haberse famWarízado

con este paisaje, arra vez un viaje y finalmente la llegada a

una gran casa gris que se semejaba a un convento como dos

goras de agua, a un amjguo y riguroso Convento de clausura

ai que venia uno a vivir en calma ensimismada y a morir

un día en soledad. Era Schulpforta. Lejos es raba el padre,

y no exisría ya su voz que instruia al hablar; iejos estaba el

hermano, el único amigo, inalcanzable la bennanira rubiacon la que había jugado juegos tan enrrañables en el granjardín sombreado, que ahora rampoco era más que un sueño

que podia desear uno al dormirse por la noche. Y entonces

emergía en el recuerdo la hermosa casa parroquial, los libtos

del padre, Jos cuadros que colgaban de las paredes, el pueblo,

y ni los remolinos en el rio renÍan ya nada de inquietanre

HANS AM ENDE

l contribuían a aumenrar la sensación de que se conoda,

tr aba y comprendía rodo aquello, mienrras que en romo

a una aquí era roda exrraIÍo, desabrido y casi hosriL Todo

esraba ajustado a un rrabajo duro y monórono, rrabajo que

realizaban a la vez veinre o rreinra personas, de modo que no

se podía comprender por qué había de hacerlo uno rambién.

Estar solo era imposible. No nabía hora en que uno no fuese

observado, apenas un insrante en que un par de ojos vigi-

lanres y malhumorados no le siguiesen, ojos que uno sentía

aunque no viera. Un espíriru de ascerismo recorría la fría

¡¡5a, y exrraños anhelos desperraban. De pronro empezó a

darse cuenca de que en ningún lugar de esos largos pasillos,

en llingún lugar de esas alras habiraciones con rechos abo-

vedados se podía hallar un solo cuadro, y surgió una sed

del roda indescriprible por ver cuadros, daba igual cuáles,

solo cuadros. Recordó que en la iglesia, sobre el airar, renía

que haber U cuadro, se coló allí y estuvo horas enceras de

pie ante él, soñando más que mirando. Era un Cristo con los

póstoles de Schadow. Este cuadro era como una venrana a

algo incierto en la vida, que por mucho que esperase uno no

quería dar comienzo. Comemó por fin.

Durante las vacaciones, Hans am Ende (de cuya infan-

cia y juvenrud se rraraba) acudió adonde Georg Ebers en

Leipzig. En casa de este sabio afecruoso halló roda lo que

había echado de menos, libros, cuadros, interés y ayuda.

Ebers mismo tenía m LLchos cuadros, y cuando con sus ber-

masas manos le alcanzaba a uno alguna lámina, un dibujo

original sobre sus obras, había en el gesro con que lo hacíaalgo esmerado y reverente a un riempo, que parecía O(or-

garle a la lámina un valor especial. Era un mundo en elque las obras de arre no solo se almacenaban; el que las

poseía sabía rrararlas de modo que no se secasen, sino que

fluyesen como fuentes vivas que le ororgan a la habiración

una frescura alegre y clara. En esa casa, y en las colecciones

de Leipzig, Am Ende se enfrenró por vez primera a mu-

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99n WORPSWEDE  -chos cuadros diferences que podía comparar y examinar. yen esos días maduró su decisión de ser pintor. Debía ir a

Múnich esrimaba Georg Ebers, y fue eSte rambién qUien

le ayudó a ello. Cuando Hans am Ende llegó a Múnichesraba roralmenre desorienrado. Asi como no había nex o

alguno enrre las fases previas de su joven vida, así Cornose presencaban alli si n uansición conrraste rras contraste,

del mismo modo era esta época nueva algo inesperado, re-

pentino, para lo que nadie estaba preparado. Se exrendían

ahora amc él cien caminos hacia el a[(e, pero no habríasido capaz de decidirse, pues no llegaba a dominar nin-

guno. Aquí tuvo para él la m;ixima imporrancia quc unade las primeras casas ele Múnich se le abriera de coraZÓn

como una segunda casa parerna. En la familia del consejero

privado Gudden enCOntró consejo y un hogar, y desde ese

pumo fijo pudo buscarse los caminos que le parecían ade-

cuados. Cuando con la rrágica mUerre de Gudden perdióeste apoyo, ya había echado raíces en la vida muniquesa.Más valiosa quejas clases en la Academia, que se daban conbastanre negligencia, le fue la amistad del joven Gudden

del actual re uatista en Fráncforr, y del grabador Holzapfel.

A este último le debió el conocer el aguafuerte, la técnica

que más tarde /legaría a ser para él un medio de expresióntan rico y caro. Pero por lo demás no aprendió mucho en

esa época. Los sobrios y mecánicos ejercicios escolares, que

nadie tomaba en serio, 1 agotaban sin hacerle avanzar un

solo paso, el dibujo a partir de un modelo Com ún 1 po-

nía nervioso, y con sus camaradas no lograba trabar una

verdadera relación. Solo Con George Sauter y con Slevogthabía verdaderos pumas de ca macro. A menudo estos tresjóvcnes, de los que cada uno encontraría luego su camino,

se paraban al1fe R6cklin. ELj¡ tego de las olas y el ía de j ri-

ma Jera acababan de regresar de Berlín, donde habían sidoescarnecidos. El juicio de Paris de K1inger colgaba en una

cm echa sala lateraL era oua época. Se anhelaba el fururo,

HANS AM ENDE

ese fumIO cuyos signos esraban ahí desde hacía tiempo, y

que de hecho había comenzado ya Solo que l mayoría no

s ; daba cuema. Horas inolvidables fueron aquellas en la

Schackgalerie.Ahí

había~ l t u r o

Feuerbach y Giorgione, B6cklin yTiziano. Casaba de algún modo. Era como de una época,

o como de una erernidad. En Feuerbach era maravillosa

esa grandeza, esa sublime Antigüedad que, detrás de velosnegros, parecía guardat luro por la Antigüedad que no exis-

LÍa ya. Se sen ría derrás al ser humano moderno al arristaexcirado, ansioso, luchador, cuyo conflícto era que se pedía

menos de él de lo que habia dado. Así que finalmente tratóde dar menos, renunció a su bondo color incandescente,

pintó una ascesis y pobteza invariable, cada vez más ancho,cada vez más monumental cada vez más desesperado. Y

finalmente murió. En su testamentO pudo leerse que era

difícil ser arrista, que podía tomarse la vida en grande, pero

esta se le escapaba a uno entre los dedos como un poco detierra, como si tuviera el afán de ser pequeña. Se sentía que

había cien peligros y que este hombre singular los cono·

cía. Sobre las academias había escrito: ,,¡Que sea piadoso el

hombre fino, y despia dado Por eso, discípulos del arre encjernes, acudid a los cursos académicos: resulran Jo más ba-

raro. Aquel de entre vosouos que sea un Bautisra inspirado

por la gracia divina [Ocará a su tiempo la propia melodia,

en la escuela soja aprende el monótono estribillo. Estudiad

a los antiguos maestros, poned a su debido riempo vuesrra

propia individualidad en la balanza, sabréis entonces conbastante exactitud de lo que sois capaces. Hoy en día no

hay orros caminos».La indicación era valiosa. En lugar de l Academia, tam-

bién para Hans am Ende contaron cada vez más las visiras

a la Schackgaleríe y a la Pinakothe1c. De Rembrandt solo

había allí un autouerraro, y desde luego los aguafnerres.

Estas imponentes láminas fueron para él objeto de un es-

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 100WORPsWEDE

HANS AM ENDE ¡Dl

tudio muy especial. Pcro al hacerlo no se entregó en llna

dirección. Había en su naturaleza la necesidad de exrenderse

hacia rodas 105 lados y a la vez un cieno miedo de saltarse

algo y de perderse lo imponanre; quil.á se aÍladía el afán de

recuperar lo que se le había escapado durante los años del

convento de Schulpforra. Es uno de los que bajo rodas las

arres ven algo común una última mera ideal en la que des-

embocan todas ellas como ríos y caminos. Para esta gen re serpimor no significa solo pinrar; en los libros, en la música,

en todas panes perciben Un paremesco, resonancias, exren-

siones. Se jumaban alli los esp(rirus más diferenres: Firdusijunto a Vischer, Zola, Gocrhe y Feuerbach, antiguo y nuevo,exrranjero y loca), e ideas grandes pasaban como rormenras

por encima de eHe alma que no esraba preparada pa ra asimi-

larlas y quedaba allí remblando a OScuras cuando ya habían

pasado. Llegaron luego las dulces promesas de la música, que

parecía colmar ames de que uno hubier a deseado; esas vocessuaves y dichosas que extraían cada vez nuevos anhelos para

quirarles la pesadez; broró el mundo de Wagner, esc mundo

de em'épito, que se abría y cerraba como un Sésamo de la

vida y el amor. Era una reacción al aislamiemo de los afias

anreriores, un perperuo entregarse sin aliemo a roda 1 que

llegaba y lo arrastraba a uno y 1 dejaba arrás como una ola,

de modo que esperaba una y otra vez a la siguieme ola que

había de JievarJo más alU. Esro lo conducía mar adentro;

mas también esto era bueno: pues se aprendía, si quería unovolvcr a la playa, a urilizar los brazos.

Por1

demás, acompañaban rambién aeSras

ocupacionesclases magistrales en la universidad, esrudios anatómicos, y

casi insrinrivamenre comenzaba una y arra vez un rrab:ljo

aplicado a parrir de la naturaleza, aunque l paisaje no ofl e-

cía mucho estimulo. Medio año rrabajó Am Ende Con Keller

en Karlsrohe, cerca de Baisch y de Schonleber, pero acabó

volviendo a Múnich como si aún tuviese que sacar algo de

aUí. Y así fuco Aquí, en la escuela de Diez, trabó el conoci-

mienro con Mackensen, que, si bien fue muy superficial eu

un principio, habría de resulrar ran imporrame en su vida.

Los dos jóvenes tan solo se rrararon más a fondo cuando am-

bos se habían desplazado a Ingolsradt para una pdcrica. llí

se enconrraron una rarde en un local, ya los dos discípulosde Diez, que apenas se conocían rodavía, les rocó la singular

misión de defender a los antiguos maesrros frenre a un caba-

flero de su grupo que se había pronunciado desdeñosamenre

quizá sobre Rembrandr.Solo en esra ocasión se dieron cuenra de lo bicn que se

enrendían, y en el traro diario nació una amisrad que había

de consolidarse cada vez más.

El cuaderno de dibujo de Mackensen conrenía ya mu -

chos esbozos para el cuadro Múa que planeaba, y no dejó

de hacerle, como el hombre roda, su energía y sencillez, una

gran impresión. Se vinculó a él de corazón, y huelga decir

que finalmenre rerminó siguiéndolo a Worpswede ( para al-

gunas semanas», según él creía), del que Mackenseu hablaba

maravillas.

Aquí comiem.a el arre de Am Ende.

Debo empezar diciendo que apenas tengo derecho a es-

cribir sobrc esre arre. Solo conozco cuatro o ciuco de los

cuadros de este pinror y solo he podido examinar con más

derenimienro sus aguafuertes. De ahí que renga que arener-

me a estos haga solo aquí y allá uu intento precavido de

aporrar arras perspecrivas.El período «Worpswede» comenzó ran de repente para

Hans am Ende como las fases anreriores de su vida. Laesrancia en Múnich lo había preparado para cualquier cosa

ames que a ir a un puebliro remoto q Le quedaba en algún

lugar sobre una anrigua duna y le volvía la espalda al mun-

do. Mas cuando una vida ha hallado una forma derermi-

nada, a menudo parece querer aferrarse a ella con cierra

renacidad; aunque la personalidad que lleva esa vida crezca,

su desarrollo se produce siempre a panir de l ley que se

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1 2 WORPSWEDE

ensayó una vez, que medianre la maduracióu de una indi_

viduaUdad puede, ya que no quebrarse, ser aprovechada

para sí.

Cuando Hans am Endellegó a Worpswede, rodas las

múltiples acrividades que le habían ocupado en Múnich

tuvieron que interrumpirse. Allí no había nada salvo la n;¡-

 U raleza, una naturaleza, bien es cierro, tan inagorable que

podía confundirlo con su variedad. Pero al menos se había

producido una concentración. Tras las mil exigencias disper

sas de la ciudad, aquí se plameaba de repenre una rarea que

sin duda se dividía en muchas rareas innumerables, mas por

encima de todas ellas podía conducir a la unidad. No puede

sorprender que las rareas que Hans am Ende reconoció como

propias no estén en una misma línea. Con su carácrer iba l

desplegarse radialmente en rodas direcciones, y la meta de

un despliegue semejante es necesariamente el círculo. Pero

un len ro crecer en círculos concénrricos, desenvolviéndose

hacia fuera, rampoco era lo suyo. Es como si este espíriru im

paciente se huhiese fijado de inmediato su máxima periferia

para ir hacia ella radio a radio. Y si hay en uno una audacia

casi inaudita, el colosal trabajo que se ha realizado ahí ran

fielmenre paso a paso resulta como un servicio humilde y

sosegado que conduce a ese cumplimientO. A veces se pierde

la pista en l camino y parece como sí l círculo más alejado

se hubiese alcanzado en vuelo o de un tiro. Mas el c::mpeño se

dirige siempre con raro denuedo hacia esa úlrima línea que

aún es alcanzahle.

En la decisiva exposición de Múnich de 1895, Hans

am Ende tuvo un aguafuerre sobre la Tumba de AníbaL

de Eugen Bracht y los dos grandes aguafuertes originales

MoLino e mrneniJof fig. 1 , que mostraban ya una rara

madurez y dominio de la técnica. Mas los críticos que aco

gieron tan infrecuentes logros con asombro y alaba liza no

sabían que ese mismo arrista hahía producido ya enronces

pequeñas láminas llenas de sensibilidad lírica, no sospecha-Fig. t : lmmenhof 1894), aguafuerte, G,¡lería de Arre de Worpswede

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 04 WORPSWEDE

ban que también era pinwr y que ensayaba con morivos

paisajísticos y figurativos, aunque la reproducción del Ua-

dro de Bracht revelaba una gran comprensión de la esen_

cia de los valores plásticos. Al principio fue conocido solo

por esas grandes láminas que acreditan ya una concepciónsingular de la naturaleza, que más tarde ha confirmado yampliado de cuadro en cuadro. En el Molino ranto corno

en la lámina lmrnenhoj; hay aún mucho de ensayo, perorodo lo ensayado esrá a un cierto nivel homogéneo de lo

conseguido, y por eso la impresión general tiene con todo

algo de exrenso y unirario. Jumo a estas grandes estampas,en las que en cierro modo solo se han inscrito resultados,van las láminas pequeñas, que son más irregulares pero

también en muchos sentidos más reveladoras. Aquí se haprobado y experimentado mucho que no renía por qué sa-

lir bien, pero que no obsrante, por ocurrir discretamenre,

salía bien. Puestas junro a los grandes aguafuertes, resultan

como hojas de un diario jumo a páginas de un libro impre-so Contienen más que el contenido: esrá ligado a ellas l

olor de la hora en que surgieron, y es como si el que las creúno hubiese pensado en muchos, quizá solo en una mano

próxima que sabe sostener lo amado con cariño. Me refierosobre todo a la hermosísima lámina Ensoñación (fig. 12).

Una mujer callada y recogida camina entre abedules con

el rostro bajo, en una profunda ensoñación, junto al agua.

A la izquierda empieza un bosque, a la derecha bay ovejas,

que miran y ya no pacen. Oscurece ya. El agua brilla otra

vez, los abedules relucen. Podría pensarse en una lámina deK]inger, digamos, de la época en que nace el guante. Pero

es otra melancoila, es orro sueño.

Luego hay una segunda lámina. Una casa, blanca, re-

rirada hacia el fondo, en el borde de un prado de flores.Delgados abedules se yerguen claros ante ella y arrojan en

la hierba largas sombras marnri nas (fig. 13). Y luego hayun cuadro: árboles floridos, nada más que una hilera de

105

Fig. 12: Emoñaciórt (1898), aguafuenc, GalerÍa de Arre de Bremen

.írboles en flor sobre la cierra extensa, llana; una mujer que

alza los brazos, un niÍlo: evoca a Míllet, pero es aún más

como lo describiera Jacobsen: Blanco floral, ramoS de nie-ve guirnaldas de nieve, cúpulas, arcos, fesrones, coda una

arquitectura feérica de blancas flores con un fondo del cielomás azuh, (fig. 14). Son momentOS preciosoS: como cuan-

do pasa uno al lado, por l tarde, de una casa de campO

solitaria; se oye música, pero al pararnos a escuchar ya se ha

extinguido. y permanece uno de pie y espera. Son minutos

llenos de eco, de silencio e incertidumbre. ¿Qué viene aba-

ra: algo agradable, algo imponenre o se oitá cómo se cierra

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I09~ M E N E  1 8 WORPSWEDE

l piano Así son estas láminas, así es esre cuadro: pau_

sas, inrervalos llenos de eco, de silencio e incerridumbre.

Son raros en Am Ende, cuyo arte es en el fondo músh::a.

Música, si eso es con lo que puede comparársele mejor.

Música de trompas y arpas, ascendente, hinchada, pródiga.

Los colores de sus paisajes atacan como si hubiesen espera-

do l señal de una bawta iuvisible. Cuando se planra uno

ante sus cuadros hay un último momenro de silencio, un

silencio sin sonido como en el rearro justo ames de que

empiece l obertura. Entonces enrran, fllenes, polifónicos

con amplirud atronadora. Toda una orquesta se agrupa en

el espacio del marco, y esrá roda ahi, hasra el brillo marrón

de los violines y el claro fulgor de las rrompas alzadas. Hans

am Ende pinta mósica, yel paisaje en el que vive opera en

él musicalmeme. Por eso no lo ve con la calma apacible

y objetiva del pintor, no se sumerge en él con los senti-

dos acechanres del poeta. Está poseído por él, embelesado,

elevado y vuelto a descender. Lo pinra, por así decirlo, en

lucha con él; como si alguien pintase la ola que rompe so-

bre él. Por eso se desborda en él hasra cal punto, por eso

sus formas, a pesar de ser tan poderosas y reales, tienen sin

embargo algo inconcluso: como si aún quisieran crecer más

para, como toda forma en la música, quebrarse al alcanzar

al fin un puma de máxima rensión, disolverse, comenzar

una nueva vida. Es jusramenre esre carácrer deslizanre de

la música el que parece contradecirse con la pinrura. Yesra

contradicción se puede ver aquí y allá en los cuadros de

Am Ende; a veces es más fuene que ellos, pero a veces se laha sometido y forzado a servir al cuadro. Enronces se dan

resulrados muy curiosos. Nadie más que un pintor que vive

de ese modo la naturaleza podría pimar esas horas heroicas,

horas de la tarde o del crepúsculo, cuando cada cosa parece

desbordarse sobre su camama a uno más grande. La rierra

se dilata, los ríos se ensanchan, parece elevarse cielo sobre

cielo y, como ruinas de oscuros muros gigan tes, se levanran

arüpos de árboles re moros. En momenros así, la naturaleza

;ransig con un sentimienro hon do y medio olvidado dee

Aln Ende, lo acrecienta Y refuerza, Y coma en múltiples

recuerdos, él encuentra esos viejos abedules que tan a me-

I1l1do se desplazan hasta el centro de sus cuadros, con brillo

verde gris, en filas sucesivas, corno las últimas columnas de

lnármo1

de vewstoS palacios imperiales.

En este paisaje, el ser humano no tiene espacio. Sobre él

Hora un espíriru de abandono; los que habitaran aquí fueron

príncipes, pe ro ya no son. También los miras que hablaban

de ellos esrán mueHOS.Pero rambién al ser humano lo ha visto siempre Hans

aH Ende como a un troza de naruraleza, y así como el

esrudio de la anaromía le era especialmeme imporrante en

Múnich, así luego en Worpswede ha rrazado cabezas con

gran celo (hg. 16). A ese respecro ha orienrado roralmenre

su récnica a seguir cada línea hasta el hnal, loque otorga

aesos rrabajos un acabamiento sorprendente. Ha recorrido

esoS rostros coma un buscador de oro; no hay un solo pun-

ro en ellos que no haya examinado. Pero quizá los rasgos

de esos campesinos no podían darle aquello que necesiraba.

Quizá le resultaban demasiado llenos de una cosa. Quizá

anhelaba orros en los que no hubiese solo trabajo, trabajo,

trabajo y algo más que el pob te pasado de una sola vida.

Ya la cabecíra de niña (fig. 15) (que grabó al aguafuerte y

modeló) pareció imeresarle más. Resultaba menos retraí-

da, más misteriosa, era un comieuzo. Cabe pensar que \a

extraña sensibilidad musical de esre pimo r habría de vol-

verlo cspecialmenre apto para captar la vida cambiante Y

deslizante del rosrro humano. Una idea surgiendo sombría

coma una nube en una trenre clara, una sonrisa que brota

y se extingue, Y el gran amanecer del alma en un rostro

crasfigurado

. Cabe imaginárselo pintando a niños de viejas

familias, en cuyos rasgos preparados por culwras pasadas

está esperando una nueva vida.

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HEINRI H VOGELER

Había cólera en Arnsterdam. Los jóvenes que habían lle-

 ado desde la Academia de Dusseldorf aguantaron aún un

tiempo, pero escaparon por fin a un pequeña balneario ma-

cícim holandés; lo hallaron vacío, las fachadas clavadas, elomar regado por la lluvia y una niebla gris y perezosa que lo

cubría tOdo y se extendía monóronamenre de hora en hora.

Cayó enronces sobre ellos una angustia, como cuando des-

pierta uno por la noche y está ran oscuro que puede cteer

haberse vueltO ciego de repente. on esa determinación

desesperada con la que busca uno en ral caso una cerilla,

con una dererminación idénrica parrieron los jóvenes con

l siguiente tren hacia la luz, a Italia, al sol a ser posible.Habría que hablar de viajes como ese, y no de la triste

Acadernia de Dusseldorf, si se quisieran referir los años de

formación de Heinrich Vogeler. Tuvieron l snficienre co-

lorido. Es uno de eso que lo han conocido tOdo: l tráfago

incesame de metrópolis crecientes y l candor pequeño-

burgués de pueblos remaras donele cada día parece igual al

otro y rodas los días iguales a algún primer día que los más

mayores son capaces aún de recordar. Ha visÍ[ado tOdos

los museos, Y en elegante s residencias ele campo ha viswcolecciones y cuadros que rara vez se muesrran. Eludió los

días nublados del norte para aparecer de prontO, como enun sueño propio, junto a un mar latino y soleado, y un

día elesapareció rambién de allí y se reunió en l Piazzetta

con viejos amigos que no había visro desele hada tiempo

para cruzar hasta el Lido reluciente a la caída de la noche.

En el recuerdo de personas semejanres surge poco a poco

una geografía propia: lugares que para ellos eran simila-

res se juncan y enganchan como eslabones ele una cadena;

4

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 WOl\PSWEDE

---. .Otros, colindanres en el mapa, se vuelven extraños, corno

si perreneciesen a países y a épocas distinras. l mundo

se reordena: se vuelve más pequeño, abarcable y persOllal.

Regresa uno de Londres) se acuerda de un Paolo Uccello,

del maravWoso cuadro heráldico de un rorneo en plata y

negro, yen Florencia piensa uno sobre roda en Hugo Vander Goes, el enigmático holandés, y l Ospedale de Santa

María Nuova se transforma Como a una señal en un,o de

esos parias de beguinas que hacen tan inolvidable a Brujas.

Brujas se eleva. Las callejas desienas, Jos apacibles puentes

arqueados que conducen, por encima de los hondos reBejos

de las cosas dormida s, a Otras callejas desiertas. y de repen-

te es Venecia Con su aire dorado que OScurece, Venecá, que

tiene su «hora cizianesca». Así se mue vc el recuerdo, y tiene

horas de flujo y horas de reflujo de las que se eleva poco a

poco un país nuevo, una vida nueva, el mundo propio de

un hombre joven que ha visto roda eso. l mundo del que

se ha de hablar en este caso se ha cerrado) aislado antes

de tiempo y es que cuando Heinrich Vogeler viajaba esw

ocurría menos por incorporar lo extraño que por oponerse

a lo diStinto y pOt trazar el límite a la propia personalidad,

por determinar dónde acababa lo propio y dónde empeza-

ba lo eXtraño. Ese fue el semido y la imención implícita de

sus viajes; bajo la influencia de casas extrañas reconoció lo

qlle era suyo, )' si algo sorprende en esta evolución es el he-

cho de que empezara a cerrarse ya tan promo, en una época

en la que Otros jóvenes comienzan justo a abrirse de verdad

y se enrregan bastanre indistintamente a los aZares que les

salen al paso. Hay una cierta madurez, pero también cierra

limitación en ese cierre anticipado, como si este hombre se

hubiese construido a sí mismo según el modelo de aquella

vieja COrre del valle, detrás de mUros blancos y fosos oscu-

ros, hacia la que miraba siempre pensativo de muchacho.

Esta evolución aspiraba a rodearse cuanto antes de muros y

fosos; lo que se imentaba no era extenderse desde un punra

HElNR1CH VOGELER ¡ 15

fijo, sino que debia hallarse la periferia de un círculo, y la

misión partic ular de esre hombre parecía volver a llenarlo

cada vez más apretadamenre. Lo primero que llama la aten

ción de esta misión es su ptevisibilidad; las metas anísticas

se sitúan siempre en lo infiniro y no es posible decir algo

sobre su accesibilidad. Mas en esre caso el tema estaba li-

mitado, esrrechamenre limitado incluso, y no habia que

pensar necesariamente en un ane y en un attista; era ante

rodo una vida lo que queria surgir ahí, y surgió.

Claro que mientras a este joven le ocupó su pequeño

mundo aislado, no era es[e mucho más que una pequeña

singularidad, una oposición personal comra roda el res-

ro, demasiado discreta y elegante corno para ser norada y

desmentida sin cesar por la gran realidad en su conjunro.

Muchos van por el mundo distinguiéndose de forma pa-

recida, en una ínrima y continua oposición, y no por ello

son más que excémricos insarisfechos, cuyas rarezas apenas

son tomadas en serio. Se rrata de si una proresra tal tiene la

fuerza para imponer se, pa ra enfrenra tse en cuanto realidad

a esa arra realidad universalmente reconocida, para mante

ner el equilibrio frente a ella y hasra, en lo posible, para ser

más convinceme que ella en sus apogeos. La historia esrá

replera de proresras parecidas; se alza sobre las rebeliones de

individuos. Pero rambién la vida monacal (como la conci-

bió Francisco) es una de esas protestas que, sin rocar la rea·

lidad de los demás, se basa en la fundación de una segunda

realidad. He aquí una vida que se ha rodeado de muros y

ha renunciado a extenderse más allá de esos limires. Una

vida hacia denrro. Y esra vida no empobrece. En medio de

épocas de naufragio parece ser el refugio de rodas las rigue-

zas y reunir en un pequeño cuadro atemporal roda por lo

que afuera luchan y cazan los días. Su regularidad se hace

más clara) visible, y como una telaraña ritilante parece afe-

rrarse a sus muros con mil hilos bien rrenzados. El rrabajo

sencillo e ínrimo es la raíz de esra vida, y de ella brora por sí

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 16 WORPSWEDE

solo roda lo bueno y lo grande: el celo y la alegría y la pie

dad y finalmeme también, sin que lo quiera nadie, un arte.

Un arte que no se puede separar de roda el resw, POtque

no es otra cosa que esta vida misma al flotecer.

Quien decida ahora poner en lugar de una comunidad

monástica a un individuo, a un hombre de hoy en día, que

a partir de la volunrad de su carácter, como a partir de una

regla 1110n,lstica, se ha conseru ido, acotado y realizado su

propio mundo, ese estará en las mejores condiciones de en

tender el fenómeno Heinrich Vogeler y el origen de su arte;

pues no puede hablarse de ese arte sin pensar en la vida de

la que fluye como una perpetua consecuencia. Igual que el

arte de aquellos monjes medievales, se eleva desde un mun

do estrecho y preservado para romar parte en la extensión y

eternidad del cielo con discretas alabanzas.

Heinrich VogeJer halló en Worpswede el suelo de su rea

lidad. Su arte es anre roda un vaticinio dichoso ) extasiado

de la misma, y rodos los cuentos de su viejo gran cuader

no de dibujo empiezan con las palabras Será una vez.. ,».

Dibujos y aguafuertes hablan, con voz fina y susurranre, de

lo futuro. Y más tarde e n los cuadros- celebra, maduro

y agradecido, las satisfacciones de Sil vida. Ese es el verda

dero contenido de su arte. Le ocupan además recuerdos

de días o sueños, de los que habla misteriosamente, como

si fueran cuencos, Junto a ello hay una investigación infa

tigable de las formas, que lo hace eada vez más capaz de

decirlo todo. basca en los matices, exaCtamente como él lo

vive. Y lo vive en forma nueva e inhabitual, de modo que

su lenguaje artísrico tuVO que crearse muchas expresiones

para poder estar a la altura de sus vivencias.

Mas tampoco al comienzo, cuando posee aún pocas pa

labras. utiliza expresiones extranjeras, y se sirve de él como si

fuera inagotable. Yen esas tempranas láminas al aguafuerte es

jLlstameme lo incomplero yen algunas partes desmañado de

tan singular lenguaje de la forma lo que coneribnye a aumen

l17HEINRICH VOGELER

.. -lar el encan to del contenido. Ha y cietto paralelismo enere esos

traZ S ralos y el carácrer escaso Ycortante de los primeros días

de primavera de os que habla. Delgados abedules. praderas

en las que hay tempranas flores timidas, y nna tu pida red de

ramas a rravés de la que ve el pálido cielo en todas partes. A

veces nna muchacha esbelta. una niña silenciosa Y coronada,

está sentada en )a hierba y mira con sus amplios ojos. en in

cesanre asombro, hacia   pájaros que Uevan a los nidos (flg.

17 ; a veces se eleva a lo lejos un castillo y todos )os caminos

del país van llenos de curiosidad hacia él (flg. 18); a veces hay

bosque en el fondo y frente al bosque está de gnardia un ca

ballero que vigila el juego ensimismado de la novia serpiente.

O está manando una fuente exigua en la aJra hietba, y en el

horizonte. freote a las ovifonnes nubes de primavera. aparece

un muchacho. un perro, cabras ... y entonces puede verse cre

cer la primavera: )os átboles parecen acercarse, los caminos se

tornan más ocultos y se preparan para conducir a los primerosdías amorosos. De aquí surgen las láminas: Primavera de al1 tOl'

y Sueño trovado·meo Las dos personas jóvenes que se quie

ten ya lo saben. Están semadas juntas. reunidas en silencio

como una mano con otra. Y tras ellas resuena la canción del

amor. tocada por nn ángel en un arpa de pie: pero ame eUas

se extiende el país del amor. en el que es primavera, abierta y

honda. y cuando siguen adelante, tras los árboles surgen los

ángeles con largas ropas Ylas rodean con su canto, y lo cantan

tOd.o, de manera que no les queda nada que decir:

Debemos, mi querida, avan Z.ar

en silencio, tÚ Yyo [... ].

Hay más de una sola primavera en estas láminas. y no

solo resuena en ellas la dicha de los seres humanos que se

han encontrad.o ) ahora caminan juntOs, la dicha de todas

t De la anción   amor danesa de Jens Pe(er Jacobsen (1847- 88'1).

[N. del T.].

1

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Fig 17: rirm¡wra 1896), aguafueiTe, Galería de Arre de BremenFig. 18: uento sin fecha), aguafuerre, Galería de ne de Bremen

J20WORPSWEDE

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  2Hf.lNRICH VOGELER as Cosas que sienren la primavera parece estar expresada el

ellas de algún modo; Heinrich Vogeler es uno de esos de

los que se dice en una carta de Jacobsen que para ellos «los

árboles y los pequeños secreros de los árboles» Son el pall

de cada día". Sabe atisbar dentro de la vida de las flores más

pequeñas; no las conoce de vista y de oídas. Se ha adentrado

en su confianza y conoce como el escarabajo las hondu_

ras y la base de! cáliz. Obsérvense sus esrudios de flores:son de una escrupulosidad sin parangón, y sin embargo no

hay nada pedame en ellos; pues se sieme la importancia

la necesidad de cada trazo y que era ineludible. El arre de

brindar en una flor, en una rama de árbol, un abedul o una

muchacha anhelante la primavera entera, toda la plenitudy exhuberancia de los días y las noches, ese arte no 1 ha

dominado nadie Como Heinrich Vogeler. Su carpeta la

primavera es demasiado poco conocida. Algunas láminas de

la misma se cuenran entre las más bellas revelaciones de su

obra. Y se muestra también aquí por qué su experiencia dela primavera es tan Íntima y honda, ran poco universal. No

es la Vasta tierra en la que vive Con l que ha aprendido la

primavera; cs un jatdÍn esrrecho del que lo sabe lodo, sn

jardín, su apacible realidad, creciente y Rorecienre, en la que

roda está puesto y dirigido por sn mano y nada OCurre que

pudiera prescindir de él. Cada Ror que allí brotó la ha apa-

drinado, y a cada rosa la ha ayudado a ascender los muros

hasta el sitio en qne podia vivit y sonreír. Los árboles que se

alzan allá Fuera en el brezal le san ajenos, cama los hombres

que habitan allá aFueta; pero la inFancia de sus árboles la ha

vigilado día a día y se ha ocupado de e]Jos como de herma-nos. Por eso ama Jos grandes vien tos de esta rierra, porque

se rienden cama manos por sus árboles y Forman y Cllrvan

1 que él ha planeado en las agitadas noches de primavera,

cuando los rroncos, llenos de savia ascendente, se alzan en

la tormenra como Fuemes. y ama también el ancho cielo,

porque es luz y lluvia para sns pequeñas Rores yel brillo de

hojas de sus árboles y en las venranas de la casa blanca

que esrá en medio del jardín. Él es e jardinero de este jardín

como se es l amigo de una mujer: accede en silencio a sus

deseos, que él mismo ha despertado, y lo llevan más allá

cuando los cumple. Lo que le confía en otoiio vuelve a salir-

le al encuentro en primavera, y lo que planta en primaverano queda así, sino que crece, se acostumbra al verano, riene

una vida específica y su propia muerre en los días morrales

del otofío. Así vive su vida acostumbrándose al jardín, y

allí parece reparürse en cien cosas y seguír creciendo en mil

maneras. Escribe en esre jardín sus sentimientos y estados

de ánimo como en un libro; peto el libro esrá en manos de

la naturaleza, que como un gran poeta usa las más efímeras

de sus ideas para desarrollarlas de una manera imprevista.

Así ha plantado un árbol o trenZ<"1do una parra por la pri-

mavera; y ha hecho l árbol fino y delgado y la parra suelra,

como quería la primavera. Pero pasan los años, el árbol y lap:lrra se transforman, se vuelven más ricos, más anchos y

umbrosos, todo el jardín se vuelve más espeso y susurra cada

vez más, y así las cosas que ha planeado con su sensibilidad

primaveral lo arrebaran hacia el verauo, en el que se pierden

cada vez más hondamente. En este jardín, en las demandas

siempre crecientes de sus más Frondosos átboles, creció el

ane de Heinrich Vogeler; aquí se le impusieron cada vez

nuevas rareas, cada vez más diFíciles, rareas que poco a poco

se volvían de año en aí10 complicadas y exigentes. Ya no

estaban a su alrededor los árboles pequeños que podían de-

cirse con pocas líneas, y lo que trepaba no lo hacía ya solo

por los carriles por Jos que él lo había conducido. Los velos

ribeteados eran ahora puntas llenas de un espeso verde, yse trataba de seguir las leyes de un patrón entrelazado. Las

copas de los árboles se habían enrejado más espesamente, y

en todas panes habían surgido, bajo la influencia dd crecer

y el viento, nuevas líneas, líneas y sistemas de líneas, en tre-

cruzamientos y acorramienros que a primera vista resu!ta-

122WORPSWEDE

------------------ .

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ban desconcerrantes. Mas no era una primera vista la qlle Se

fijaba en ellas. Era un ojo que no solo veía sino que sabía, y

que había visro cómo se transformaba todo. Esre saber es el

que hace ran COnvincenres los árboles que luego ha dibuja_

do Heinrich Vogeler, ran claro y tan orgánico el desorden de

las ramas inconrables. A veces ha invenrado (en los nUevos

dibujos a plu n1a árboles cuyo ramaje rebosa un desarrollo

y una regularidad ran fabulosos que parecen esrar imirando

al detalle una compleja realidad. Su lenguaje de líneas, que

en los primeros aguafuerres repería rítmicame:nre (como en

las canciones populares) solo unas pOcas expresiones, Se en-

riqueció de mil maneras gracias al jardín espeso. n lugar de

10 suelro y lo claro que parecía en un principio ser caracte_

rísrico de sus láminas y cuadros, aparece cada vez más el el1l-

pelío por llenar en forma orgánica un espacio dado. En los

aguafuerres de la época pOsterior empieza a ser notorio esre

nuevo propósiro, mas solo en los dibujos a pluma se cum-

ple del roda. El dibujo cubre la lámina comoU l

reenzadoarbóreo con miles y miles de hilos la invade Can su riqueza,

se exriende por su incerior como un rejido bajo el micros_

copio. Puede que, en lo que al Contenido de estas singulares

láminas se renere, la decadence f;lntasía de líneas de Aubrey

Beardsley haya servido de estímulo a He:inrich VO e1er, perog

1 esencial en eUas ha brotado de él, y la influencia de su

jardín ha renido más fuerza que cualqui er Otra.

Así como las figuras de filigrana de esos príncipes y donce-

les que ll enan los aguafuelTes de los Cuentos (ng. 19) nacían de

l sensibilidad inrensa y objeriva de la primavera, así los per-

sonajes fantásticos de los dibujos parecen provenir de cuenros

de verano. Hay en ellos algo de la plenitud del verano, de su

carga y profusión. El cobrar peso de las frutas, pero más aún la

apertura desmedida de las grandes flores cultivadas, que como

no han de ahorrar para ninguna fruta crecen cada vez y se

vuelven más exuberanres y sensuales. Cada cáliz se arrolla des-

de arra y como rentáculos de pólipos alargan los filamenros

Fig. 9: Atardecer de /Jerano (1900), aguafuene

25

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 24 WORPSWEDE

serpentinos hacia improbables pájaros coronados, que en el

uam con tan efusivas Bares acaban por pmecérse1es. Es OEno

un fondo marino en que se ve, y el peso de un mar profundo

parece extenderse sobre esta naturaleza sin sonido. Y la vida

de esas formas es tan verdadera y convincente que se les p ¡ j r ~  el color, el colorido eX<lgerado, venenoso y brillame que s i l t ~cian. Khnopff llamó una vez "labios rojos» al dibujo a lápiz Jc

una boca indeciblemente voluptuosa; de modo similar, eslUs

dibujos a pluma podrían llevar nombres de colores inauditos:

habría que creérselos.

Si ya los aguafuertes de A La primavera podían ser re-

unidos con roda derecho en una carpera, esras láminas aún

piensan menos en verse en las paredes. A su intimidad le

corresponde ser tratada como obra para carpera, incluso

cabe imaginársela en un libro emparejada con una página

impresa en tipos finos y apacibles. Es una manifesración adi-

cional de esa peculiar evolución de Heinrich Vogeler, que

lo ha hecho especialmente capaz de adornar libros. Hace ya

tiempo (desde que se acercara a la esencia del libro con va-

rios buenos ex libris [fig. 20]) que sus propósitos van por

ese lado, mas solo ahora que su estilo lineal ha alcanzado

pleno desarrollo esrará en condiciones de aponar algo de

todo feliz. en esa dirección. Algunas porradas en l ¡meL s la

j(usuación de un pequeño volumen de versos de Bierbaum y

e maravilloso ornamento con que rodeó el drama de Hugo

van Hofinannsthal El emperador y La b r t ~ j confirman que

su arte con la línea, en apariencia cerrado y tranquilo y sin

embargo ímimamente rico, es adecuado como ningún arrapara acompañar como un cama el rirmo de caracteres no-

bles. Mas no solo para la industria del libro, sino para roda

lo que se denomina indu stria artfstica es este arrisra una gran

esperanza. En su singularidad encaminada a realizaciones

, La revisra lireraria Die /¡¡seL de la que IlJceria en 1901 la cdiroríal

lme/. [N. del TI

Fig. 20: x libris (1900), aguafuene, Archivo de Worpswede

habría de desarrollarse pronro el deseo de hacer cosas. De

muy remprana época son las cubiertas bordadas, los reves-

rimientoS de pared y vidrios, pero su sensibilidad, que cada

vez más se conviene en realidades, busca también llegar a

dominar otrOS objetos. Se ba querido inrerprerar esre «esri-

lo)) como una respuesta al imperio tardío, pero parece más

adecuado atribuir su ausreridad e ingenuidad al carácter de

los nuevOS jardines y entenderlo como un fruto de ese arre

de la primavera que ocupa un gran espacio en el trabajo de

Heinrich Vogeler. Enrretanro también este senüdo estilísrico

se ha ampliado y formado, Y puede imponerse mejor desde

que el artista ha adquirido el conocimienro de los mareriales

específicos, desde que sabe cómo ha de tratatse la seda) laplata, la madera y el vidrio, si es que se quieren desplegar

rodas sus panicularidades Yvinudes. Quizá fuera el claro de

luna en su jardín el que lo llevó primero a la piara, que ahora

domina comO un poeta su lengua. Comprende como nadie

a ese metal afín y delicado y sus maneras de niña. El hermO-

so espejo Ylos candelabros (fig. 21) fabricados a patrir de sus

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Fig. 21: Candelabro de pJara 1901)

HEINRI H VOGELER J27

diseños solo pueden ser plata; lino se los imagina en piara si

los ve reproducidos. Que sabe urilizar en resumidas cuentas

l metalla arestigua rambién la sunruosa reja de larón de la

chimenea, que en el crecimiento orgánico de sus rosas deja

ver al mismo tiempo, como una visera, el fuego que ha dealzarse a sus espaldas.

La ejecución de encajes no era más que un paso en linea

reera tras los dibujos a pluma: la realización que resulraba

más cercana. Pero el rrabajo con otros materiales lo llevaba

una y otra vez, además de la forma, al color. Y rambién para

l color y la poesía del color: el cuadro r nía mucho que

enseñarle su jardín crecienre.

El color en los cuadros rempranos de Heinrich Vogeler

equivale en cierto modo al perfil de los primeros aguafuertes;

es delgado y fluye claro en dirección a las orillas del contoruo.

Así como en el primer rapiz se sirve con aplicacióu de grandes

pedazos de seda, también en esos cuadros se dan superficies de

color extensas y homogéneas que se ven sumariamenre, por

así decir, a modo de coloración sencilla. En esa época surgió la

cabeza de perfil de u na mucha cha joven con pelo rubio rojizo,

un cuadro muy sutil y equilibrado en sus valores cromáricos

y qne está casi a la misma almra que el etorno fig. 22). No

cabe decir nada más elogioso de este cuadro sino que suena

en él de nuevo rodo lo ameno y apacible del primer período

creativo de Vogeler; produce la impresión de un úlrimo día

de primavera. Las rosas se hicieron grandes, y mañana será

verano. Un crepúsculo maraviJIosamenre suave se ha pintado

en esre cuadro; rodas los colores están llenos de él y 1 llevan

como una luz que aún no ha madurado.

Los cuadros que siguen son imeutos de pimar colores

vivos y agitados, colores que ya no esrán exrendidos encima

de las cosas como una cubierra, sino que rienen lugar sobre

su superficie como sucesos conrinuos. Así surgió ese caba-

llero en el brezal que se deriene freme al cielo cubierw de

nubes airas fig. 23), había algo nuevo en la manera en que

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131EINRICH VOGELER

W ORl SWEDE

J30

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Fig. 25: JvlafÍana de maj o J 901), óleo reproducción, en Worpswede,

del original, desaparecido)

do así el desasosiego y la impresión alegre y remblorosa de

esta hora. No hay una soja pane en todo l cuadro que no

participe del amanecer, los comamos oscilan como nervios

y esrán excirados. Aquí se ha alcanzado, por lo que hace al

color, una inrensificación similar a la de Jos dibujos a plu

ma con respecro a la linea su viveza. Ambas evoluciones

han marchado juntas, a ambas les ha dado impulso el jardín

crecieme. Al volverse más espeso y llenarse cada vez más de

formas y colores, se rransformó tambié n la luz que Jo circun-

Fig 24: Tn,de de prima¡)cm 1898), óleo, Hall> im Schlllh Worpswede)

se daban la luz y el brezal. El vestido verde de la dama (fig.

24) en la lin e de primavera y los resplandecientes abedules

a su espalda mOstraban Unestilo

picrórico más íntimo. Pero

todo ello solo prepara para el cuadro Mal iana de rnayo (fig.

25), q ue significa el primer logro completo por eSra vía

Tras la casa blanca y los airas árboles roca a su fin la no

che, en la fachada y las vemanas llarneanres puede verse

al sol salir. Ascjende por la escalinata un rojo aHuenre, y el

aire ririra de frío y de expectación. Pocas veces se ha pinra

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135HEINRICH VOGELER

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fig. 27: Anunciación I 90 l), óleo, colecCión priYJda (Arnsbel g, Alcllld/lia)

hasta ella. Ahora su cielo está lejos y . >010 esd la tierra, y ve-

iTlOS muy ademro de su quieta realidad. Este cuadro rebosa

una belleza regular y sosegada, brillo y bondad hasta sus más

kjJnas lejanías. Semi mas que este artista ha llegado por un

camino propio a Jos temas de la Biblia; aJ pimarlos pronuncia

sus p,tlabras no como milagros, sino más bien como evenroshLll.:nos y felices que hacen la vida rica y valiosa. Su cuadro

de la Anunciación está más cerca de jas anunciaciones de Jos

fi13eStros antiguos que los cuadros de l Virgen de Roseni o

de l1hde. Esd lleno de sencillez, amor e imimidad. No lo

ha pimado de rodillas; pues al hacerlo no ha pensado en el

ciclo sino en su jardín, que es cielo y tierra y óerra y cielo. Y

por eso también pensamos en los maestros antiguos fteme a

Heinrich Vogelet, porque su vida es tan diStinta, tan simple

y tan solemne, tan pequeña y tan grande. No sabe uno cómo

Ibmarlo. Es el maestro de llna vida de la Virgen alemana y

apacible, que discurre en un jardín pequeño.

 

  wrmenras de la primavera pasan por el país. Peto a veces

se detienen y surge un silencio. Llegan días en que el cielo

entero es lluvia, tibia lluvia grisácea, y la tierra entera un re-

cibir y rete ner esa lluvia, que cae suave, sin hacerse daño.

y pasan las horas, y ninguna se parece a las demás. Y

muchas se acercan, despliegan y se vuelven a cerrar, sin

que nadie lo vea. Ya veces llno piensa que esas son las más

extrañas y mejores, las que más grandeza tienen.

Hay tanto que no ha sido pimado quizá rodo. Y el pai-saje está ahí imaceo como el primer día. Está ahí como espe-

rando a uno que es má s grande, poderoso y solitario. A uno

cuyo tiempo aún no ba llegado.

Westerwed.e pl imavera de 1902