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Paula Modersohn-Becker (1867-1907): Rainer ariel Rifke 1906),
óleo sobre lienzo, Museo Paula Modersohn-Becker (Bremcn)
PRÓLOGO
A comienzos del año 1902, las perspecrivas financieras de
Rainer Maria Rllke se habian vuelto definitivamenre incier
c so No dejarían nunca de serlo (Rllke vivió hasta el final del
mecenazgo de amigos y aristócraras), pero cuando sus primas
decidieron dejar de seguir pagándole la asignación que el río
]aroslav había esrablecido para los esrudios del taJentoso so
brino, el sueño de este de llevar una vida arrísrica reürada con
su esposa Clara y su hija recién nacida se reveló como muy
poco realismo Rllke apeló a rodas SllS conocidos para conse
guir fucnres de ingresos; uno de los pocos fruros tangibles fuela mediación de GusrJV Pauli, direcror de la Kunsrhalle de
Bremen, para que la editorial Inselle encargara una mono-
grafia sobre el grupo de pinrores de Worpswede.
Aunque l remuneración no pasaba de ser una modesta
ayuda, el proyecro era ideal para el poeta. Rilke había lle
gado por primera vez a la colonia de Worpswede en agosro
de 1900, rras el inolvidable viaje a Rusia con Lou Salomé y
la sugerencia de esra de poner fin a su relación de crecieme
dependencia. Lo que inicialmenre debia ser una visita repa
radOl a en casa de su amigo Heinrich Vogeler se convirtió en
lIna estancia de varias semanas y el propósiro de instalarse
allí duraderamente; el ambienre de ausrera creatividad cer
ca de la naruraleza, el paisaje nórdico y la amisrad de dos
de las jóvenes artistas de la colonia, la pintora Paula Becker
y la esculrora Clara WesrhofF, le hicieron creer a Rllke que
había encontrado su lugar sobre la tierra. Aunque aún hizo
un úlrimo imemo de retomar la relación con tou en Ber
lín, cuando Paula anunció su compromiso con el pimor y
fundador de la colonia de \ \Torpswede Ouo Modersohn la
sorprendenre respuesra de Rainer fue comprometerse a su
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vez con Clara. Se casaron en abril de 1901 Y se insralaron
en una casa de campo en el pueblo de Wesrerwede; su hija
Rurh nacería en diciembre de ese aÍ1o El marri monio apenas
convivió en Forma convencioual hasra el rrasJado de Rilke a
París (en agosro de 1902), pero les unió siempre un respero
amisroso yel esdmulo muwo en sus v ocaciones artísricas.
El libro sobre \Vorpswede responde así a un encargo y re
vela un apresuramienro comprensible en su redacción (Rilke
es raba abrumado por el rrabajo y la uecesidad de renunciar
a su apacible plan de vida familiar), pero esco no jusrifica la
desarención que viene recibiendo. Sus seis ensayos son de
una belleza rara y subyugance, y cerrifican un avance decisivo
en la esrérica de su auror: el concacto con los pimores y la ne
cesidad de precisar por escrito la apuesra paisajísrica y anriaca
démica de estos le obligaba a fijar su p ropio lenguaje y dome-élar su eréreo subjerivismo juvenil. Rilke estaba inusua[mence
docado para el verso, pero era en el ensayo en prosa, sin el
Fácil recurso al sonsoner e del merro y la rima regulares, como
mejor podía ir ordenando sus ideas y aproximándose al equi
librio entre lo subjerivo y lo objerivo qLle se consolidaría con
los Nuevos poemas de 1907. Los ensayos de Wo pswede son
arreba radamente líricos y muesrran una llamariva unidad de
cono, pero se someren al hilo conducror externo y prerenden
ser explicarivos: desraca sobre roda el inrerés por derivar la
esrérica de los pin rores de sus biografías y el imemo por aus
cultar la esencia del paisaje. Tras la inrroducción genérica,
que liga una reflexión absrracra propiameme ri[keana con
la búsqueda inicial de los worpswedianos, el libro se deriene
individualizadameme en los cinco pincores que consriruían
para Rilke el núcleo del grupo: los fundadores Frirz Ma.c
kensen, Ono Modersohn y Hans am Ende y [os algo más
jóvenes Frirz Overbeck y Heimich Vogeler Cad Vinnen se
negó a ser objeto de esmdio, y Rilke prefirió eludir a las
arrisras con que renía un rraro íurimo: sn esposa Clara y
Pau];a J v10dersohn-Becker, que, desde una perspecriva acrual,
PRÓLOGO
podría ser la más raleurosa de rodas). Corno se subraya en l
preámbulo, la mirada eusayada aspira a ser más comprensiva
que analírica y más amorosa que evaluariva: los pimores de
los que habla «esrán llegando a ser» (igual que el ensayisra),
v Rilke no albergaba imención de juzgarlos. Sus evoluciones
~ o s r r o r s resulraron muy diversas. La carrera de Paula Bec
ker, precursora del expresionismo, se rruncó rrágicameme
con su rnuerre al dar a luz a la hija de Modersohn, quien
derivó a un es rilo cada vez más simple y primirivo. La suerre
de los orcos miembros del grupo ilusrra rodas las conrcadic
ciones de la recienre hiswria alemana: Arn Ende, aJisrado
volumario, murió en la primera guerra mundial; Mackensen
Fue miembro del Srahlhelm fascista, y el gobierno hirleriano
le recompensó encargándole la dirección de la Escuela Su
perior de Bellas Arres en Bremen; el inqnieto Vageler, erasexperimenrar con casi rodas las arces aplicadas y fundar una
comnna en sn casona de Worpswede, falleció exrenuado en
el exilio soviérico.
Debe añadirse que WinpJUJede no gnsró en exceso a los
pintores, para los que su obra era más sencilla de lo que so
naba en las elucubraciones del poera: pero el juicio de un ar
risra sobre sn rraramienro crírico, por generoso que esre sea,
difícilmenre pnede ser crirerío de valoración. Más arinado
es el reproche de que hay más de Rilke que de los pi mores
en el libro, lo que hoy puede parecer un mériro. es que es
el libro de uno de los grandes poeras del siglo xx: posi
blemenre su primer gran libro, y en roda caso, un libro de
hermosura excepcional.
IBON ZUBI UR
Múnich diciembre del 2 9
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modo de preám ulo
Esre libro evita juzgar. Los cinco pintores de los gue trata
est Ín llegando a Lo gue me guió a la hora de esrudiar
a cada uno de ellos fue con las palabras de Jacobsen: «No
debes ser jusro contra él; pues adónde llegarían los mejores
de entre nosotros con la justicia; no; sino piensa en él tal
como era cuando más hondamente 1 amaste »
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INTRODUCCIÓN
La hisroria de la pintura de paisaje aún no ha sido escrira y
sin embargo, es uno de los libros que uno espera desde hace
alÍas. tI LJue haya de escribirlo> rendrá una tarea grande y
sinfTular una rarea desconcenanre por su inaudita novedadLy hondura. Quien romara a su cargo redacear la hisroria del
reu aw o del cuadro devoto tendría un largo camino; una
profunda erudición habría de serie accesible como una bi-
blioteca manual bien ordenada, la seguridad e integridad de
su mirada habría de ser tan grande como su memoria visLlal;
habría de poder ver los colores y decir los colores, habría de
poseer l lenguaje de un poeta y la presencia de ánimo de
un orador, para no verse en apuros anre la extensa materia,
y la balanz.a de su expresión habría de anunciar hasra las más
sutiles diterencias con áugulos de caída percepribles. Habría
de ser no solo un historiador, sino también un psicólogo que
hubiese aprendido de la vida, un sabio que pudiese repetir
con palabras ramo la sonrisa de la Moua Lisa como la expre-
sión envejecida del Carlos V de Tiziano ) la mirada distraí-
da, perdida, de Jan Six en la colección de Amsrerdam. Pero
al fin y al cabo rendría que trarar con seres humanos hablar
de seres humanos y celebrar al ser humano conociéndolo.
Estaría rodeado de los más hnos rosrros humanos observa-do por los más hermosos, los más serios, los más inolvida-
bles ojos del mundo; sonreído por labios famosos y sujerado
por manos que llevan una vida peculiarrneme autónoma
no habría de dejar de ver en el ser humano lo principal, lo
esencial, aquello a lo que cosas y animales remiren unánime
y calladamenre como a la mera y conclusión de su vida muda
o inconscieme. Mas quien ruviera que escribir la hjsroria del
paisaje se hallaría por de pronto abandonado a merced de
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lo extraño lo distinto lo inconcebible. Estamos acostUJl1
brados a contar con hguras y el paisaje no tiene figut.l:
estamos acostumbrados a deducir aeros de voluorad de IQi
movimientos y el paisaje no expresa una voluntad cuandomueve. Las aguas corren y en ellas oscilan y temblequean las
imágenes de las cosas. Yen el vienro que susurra en los viejos
árboles van creciendo los bosques jóvenes creceo bacia un
futuro que nosotros no conoceremos. Solemos deducir en
las personas mucho de sus manos y todo de su rostro en l
que son visibles como en un reloj las boras que su alma lte-
va y pesa. Mas el paisaje se eleva sin manos y no tiene roStro
o en cambio es todo rostrO y resulra terrible y opresivo para
los seres humanos por l grandeza e inmensidad de sus ras-
gos como por ejemplo esa «aparición espectral» en l famosa
lámina del pintor japonés Hokusai.Pues eonfesémoslo: el paisaje nos es algo exuaÍlo y uno
está terriblemeOle solo eorre árboles que flotecen y entrearroyos que pasan. A solas con una persona muerta uno no
está ni de lejos tan abandonado como a solas con los árboles.
Pues por muy misteriosa que sea la muerte más misreriosa
aún es una vida que no es nueStra vida que no se interesa
por nosotros y en cierro modo sin vernos celebra sus fiestas
a las que asiscimos con un cierro apuro como invitados que
llegan por casualidad y que hablan orro idioma.
Claro que alguno podría invocar nuesuo parenresco con
la naturaleza de la que provenimos como últimos frutos de
un gran árbol genealógico ascendente. Mas quien lo bagano podrá negar que este árbol genealógico si lo remonta-
mos desde nosotros tallo a tallo rama a rama se pierde muy
pronto en la oscuridad; en una oscuridad que está babirada
por enormes animales extinguidos por monstruos llenos de
hostilidad y odio y que cuanto más atrás nos remontamos
llegamos a seres cada vez más extraños y feroces de modo
que tenemos que esperar hallar al fondo como lo más ferozy extraño de roda ello a la naturaleza. Esto apenas lo alrera
INTRODU IÓN
l l ~ ~ h de que los seres bumanos tienen rrato desde hace
milenios con la naturaleza; pues ese traro es muy unilateral.
Una y arra vez parece que la naruraleza nada sabe de ello
que la culrivamos y nos servimos temerosos de una peque-Íla parte de sus fuerzas. Aumentarnos en algunas partes su
krtilidad y ahogamos en ortos lugares con el pavimentOde nuesrras ciudades admirables primaveras que estaban
dispuestas a elevarse de la tierra. Llevarnos los ríos a nues-
[fas fábricas pero nada sabe n de las máquina s que impelen.
JUO ;lmos con fuerzas oscuras que no podernos captar conb
l1UestrOS nombres como juegan los niños con el fuego y
por un instanre parece que toda la energía hubiera estado
hasta eoronces en las cosas sin usar hasra que llegamos para
aplicarla a nuestra vida pasajera y sus necesidades. Pero una
y otra vez en los milenios las fuerzas se sacuden de encimalos nombres y se sublevan como una clase oprimida contra
sus pequeños amos ni siquiera contra ellos simplemente se
levantan y las culturas caen de los hombros de l tierra que
es de nuevo grande y extensa y sola con sus mares árboles
y es trellas.Qué significa qne cambiemos la superficie extrema de la
tierra que ordene mos sus bosques y praderas y extraigamos
de su coneza carbones y metales que recibamos los frurosde los ;írboles como si estuvieran destinados a nosotrOS si
al mismo tiempo recordamos una única hora en la que la
naturaleza obrara sobre nosotros por encima de nuesrra es-
peranza de nuesrra vida con esa elevación sublime e indife-
rencia de la que están llenos rodas sus gestOs. Nada sabe de
nosotros. Por mucho que hayan alcanzado los seres huma-
nos ninguno fue ran grande como para que ella se hubiese
inreresado por su dolot para que se hubiese sumado a sualegría. A veces acompañó horas grandes e imperecederas de
la bistoria con su música rugiente y formidable o pareció
quedarse quiera y sin vieoro por una decisión reteniendo el
aliento o rodear un in stante de gozo social inofensivo con
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18 19ORP. >WEDE
flores aleteames, mariposas oscilantes y vientos saltarines,
mas solo para apartarse al momenro siguiel1(e dejar plama
do a aquel con el que parecía estarlo compartiendo tOdo_
El ser humano corriente, que vive con los seres u m n o ~ y solo ve la uaruraleza en la medida en que ella se refiere a él,
rara vez se da cuenra de esta relación enigmática e inquiecan
te. Ve la superficie de las cosas llue él sus semejances han
producido desde hace siglos y cree de buena gana que la tie
rra eorera panicipa de él porque se puede cultivar un campo,
aclarar un bosque y hacer navegable un río. Su ojo, enfocado
casi únicamente a los seres humanos, ve además a la natura
leza como algo existente y dado por supuesro, que ha de ser
explotado todo lo posible. Los niños ven de arra manera la
naturaleza; sobre wdo los niños solitarios. que crecen entre
adultos, se adhieren a ella con una especie de congenialidadviven en ella, como los anúnalílJos. entregados del roda a
los acontecimienws del bosque y del cielo y en una armo
nía inocente y aparente con ellos. Mas por eso viene luego
para los adolescentes y las chicas jóvenes esa época solitaria,
sacudida por profundas melancolías. en la que justO en los
días de maduración cOtporal, indeciblemente abandonados.
sienten que las cosas y aconrecimienws de la naturaleza ya
no participan de ellos, y que los seres humanos todavía no
lo hacen. Llega l primavera, aunque están rristes, florecen
las rosas y las noches rebosan de ruiseñores, aunque querrían
morir, y si por fin vuelven a sonreír, entonces ya están ahí
los días del otoño, los pesados, por así decir, perpetuamente
declinantes días de noviembre, tras los que llega un invierno
largo y sin luz. Y por el otro lado ven a los seres humanos,
del mismo modo exttaños e indiferemes, con sns negocios,
sus preocupaciones, sus éxiws y alegrías, y no lo enrienden.
y finalmente los unos se conforman y van con los humanos,
para compartit su trabajo y su suerte, para ser úriles, pata
ayudar y servir de algú n modo a l extensión de esta vida,
mientras que los otros, no queriendo abandonar la natura-
INTRODUCCIÓN
Ieza perdida, la siguen e intentan ahora, conscienremenre y
recurriendo a toda u na volumad acumulada, volver a esrar
[<1n cerca de ella como lo esruvieron, sin saberlo realmenre,
en la infancia. Se entiende que esros últimos son los arris
ras: poeras o pintores, arquitectOs o compositores, solirarios
c:1l c:1 fondo, que, al volverse hacia la naruraleza, prefieren
lo ererno a lo pasajero, lo profundamente regular a lo efí
meramente fundado, y que, ya que no pueden convencer
a la naturaleza de que parricipe de ellos, conciben como su
rarea captar la naturaleza a fin de incorporarse ellos mismos
en alguna pane de sus grandes nexos. Y con estos solitarios
aislados se alimenta tOda la humanidad de la naturaleza. No
es el último valor del arte, y sí el más caracrerísrico, que es
el medio en el que el ser humano y el paisaje, la figura y el
mundo se cruzan y se encuenrran. En realidad viven aliadosin saber apenas el uno del arra, y en el cuadro, en el edifi
cio, en la sinfonía, en una palabra: en el ane parecen unirse
y remirir el uno al orro, como en una verdad profética más
alta, y es como si se completaran mutuamenre en esa unidad
perfecta que constituye la esencia de la obra de arre.
Bajo este punro de visra. parece como si el tema y l in
rención de todo arre residieran en la compensación entre
lo individual y el todo, y como si el momenro de la eleva
ción, el momento anísticamente relevante, fuera aquel en
que ambos pIaras de la balanza se mantienen en equilibrio.
y de hecho sería renrador acredirar esa relación en diferenres
obras de arre; mostrar cómo una sinfonía funde las voces de
un día tOrmentoso con el rumor de nuestra sangre, cómo
un edificio puede ser mitad imagen nuestra mitad imagen
de un bosque. Y hacer un rerrara, ¿no significa ver a un ser
human o como un paisaje, y hay algún paisaje sin figuras que
no esré del todo lleno por bablar de quien lo ha v s t ~ Sedan aquí relaciones maravillosas. A veces se yuxraponen en
rico, fructífero contraste, a veces parece que el ser humano
proviene del paisaje, otras veces el paisaje del ser h.umano. y
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en arras por fin se han soporrado como iguales y fraterna
mente. La naturaleza parece acercarse unos instantes, dand l
incluso a las ciudades apariencia de paisaje, y con centauros,
sirenas y ancianos marinos de estirpe b6ckliniana se acerca l.humanidad a la naruraleza: mas lo que cuenra es siempre esa
relación, no menos en la poesía, que precísameme es capaz
de decir más sobre el alma cuando da paisaje, y que tendría
que desesperar de decir lo más profundo de él si el ser huma
no se enconuara en esos espacios desmesurados y vacíos en
que Gaya gusraba de ubicarlo.
El arre conoció al ser humano antes de ocuparse del paisa
je. Delante del paisaje estaba d ser humano y lo tapaba, la
Madonna estaba ddame de él, la amable y dulce mujer italia
na con el niño que juega, y detrás de ella resonaba Ull cielo y
un país con un par de tonos como el inicio de un Ave María.
Este paisaje que se extiende al fondo de im ágenes um brías
y roscanas es como un suave acompañamiento, tOcado con
una sola nuno, no inducido por la realidad, sino imitando
a los árboles, caminos y nubes, que un recuerdo agradable
ha conservado. El ser humano era lo principal, el verdadero
tema del arre, y se le adornaba, como se adorna a las mujeres
bellas con piedras preciosas, con fragmentos de esa narurale
za que aún no se era capaz de ver como totalidad.
Tiene que haber habido otros hombres que, por delan
te de sus semejantes, vieron el paisaje, la naturaleza grande,
indiferente, poderosa. Hombres como Jacob Ruysdael, so
litarios que vivieron como niños entre adulros y murieron
pobres y olvidados. El ser humano perdió su importancia,
retrocedió ame las cosas grandes, simples, implacables, que
le sobrepasaban y le sobrevivían. No había que renunciar por
ello a representarlo, al contrario: al ocuparse concienzuda y
minuciosamente de l naturaleza se aprendió a verlo mejor
INTRODUCCIÓN
v con más justicia. Se había vuelro más pequeño: ya no era
cen rro del mundo; se había vuelto más grande: pues se le
cOlltemplaba con los mismos ojos que a la naturaleza, ya no
valía más que un árbol, pero valía mucho, potque el árbolvalía mucbo.
¿No reside ahí quizá el sen ero y la altu ra de Rembrand t,
que viera y pinrara a los seres humanos como a los p i s j s ~ Con los medios de la luz y del crepúsculo, con los que se
capta la esencia de la mañana o el secrew de la tarde, hablaba
de la vida de aquellos que pimaba , y tod o se volvía exrenso y
poderoso. En sus cuadros y grabados bíblicos sorprende casi
hasta qué punto renuncia a los árboles para urilizar a los seres
humanos como árboles y arbustOs. Recordemos la es¡ampa
de los cien florines: ¿no se arrastta el enjambre de mendigos
y tuUidos como una maraña abyecta de mil brazos junto a
las murallas, y no se alza CristO como un átbol destacado y
solitario al borde de la ruina? No conocemos muchos paisa
jes de Rembrandt, y sin embargo era paisajisla, quizá el más
grande que haya habido nunca, y uno de los más grandes
pinrores en general. Podía pintar retratos porque veía en lo
más bando de los rostrOS como en las tierras de amplio ho-
rizonte y cielo airo, nublado, agitado. En los pocos tetraros
que pintara B6cklin (pienso sobre todo en los autorrerratOs)
puede observarse una concep ción similar, paisajísrica del ob
jetO, } si por lo demás el tetratO le interesó tan poco, y hasta
le resultó desagradable, esto se debe a que no fue capaz. de
ver mucbos seres humanos de esa manera paisajística. El ser
l\LImano era para él, que había sido mimado por la inmen
sa riqueza de la naturaleza, una Iimilación, una estrechez,
un caso único que interrumpía molestamente la rumorosa
eXtensión de las sensaciones de las que él vivía. Allí donde
lo necesiraba, ponía en su lugar la figura. Sus cuadros los
recorren cria turas que parecen haber nacido de los árboles,
yel mar que pima se llena de vida sonata} rieme. Todos los
elementos parecen ser fértiles yel mundo en el que el ser hu -
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tucas que represento dieran la impresión de esrar roralmente
absorbidas por su situa ción, y que sea imposible pensar que
se les pudiera ocurrir ser arra cosa». Pero la siruación en que
se eucuenrran es e trabajo. Un uabajo muy concreto, cori-
diana, el rr;¡bajo en esra derra que los ha formado, como elvienro marino da forma a los escasos árboles que se alzan al
bocde de las dunas. Este trabajo por el que reciben su alimen-
t los liga, como una sólida raíz, a ese suelo al que pertenecen
como plamas resisrentes que le arrancan a una tierra pedre-
gosa su precaria exisrencia.
Así como el lenguaje no fiene ya nada en común con las
cosas que designa, los gestos de la mayoría de las personas
que viven en las ciudades han perdido su relación con la
rierra, esrán, por así decir, suspendidos en el aire, oscilan de
un lado a ouo y no encuenrran lugar donde posarse. Los
campesinos que pinta Miller tienen aún esos pocos grandes
movimientos que son silenciosos y sencillos, y qLle se dirigen
siempre a la tierra por e camino más corro. Y el hombre, elexigen te y nervioso habiranre de las ciudades, se siente en-
uoblecido en esos obtusos campesinos. Él, que no concuerda
con nada, ve en ellos criaruras que pasan su vida más cerca
de la naruraleza, se inclina incluso a ver en ellos héroes, por-
que lo hacen a pesar de que la naturaleza permanece conrra
ellos dura e indiferente, como contra él. Y quizá le parece
por un rato como si las ciudades so o se hubiesen consrrui-
do p;¡ra no ver la naruraleza y su sublime indiferencia (que
llamamos bellez.a y para consolarse c on la naturaleza ficriciadel mar de casas, que ha sido hecha por los humanos y se
repite sin cesar, como un espejo, a sí misma y al ser humano.
Miller odiaba París. Y si salía del pueblo siempre por el lado
contrario a su amigo Rousseau, esto ocurría quizá porque lo
cerrado del bosque le recordaba demasiado la estrechez de
la ciudad, porque los airas árboles le resultaban fácilmente
mUros aIros, como esos muros de los que había escapado
cama de lIna cárcel. Los elemenros de su arre, que a la visra
INTRODUCCIÓN 3-ORPSWEDE2
mano no pue de entra r para poblarlo con sus hijos y sus hijas.
Bocldin, que aspiraba como ninguno a captar la naruralezil.
veía el abismo que la separa del ser humano y la pinra como
un secrero, como pimó Leonardo a la mujer, recluida en smisma, indiferenre, con una sonrisa que se nos escapa en
cuanto la queremos referir a nosotros.
También en los paisajes de Anselm Feuerbach y Puvis de
Chavannes (por nombrar solo a dos maesuos) se presentaban
solo figuras quedas y atemporales, que venían de las profun-
didades del cuadro y vivían, por así decir, más allá de 11 n es-
pejo. Y este temor al ser humano recorre toda la pintura d
paisaje. Uno de los más grandes, Théodore Rousseau, renun·
ció del rodo a la figura. y no se la echa de menos en ninguna
parte de su obra. Igual de prescindible es, en su mundo de
una corrección casi matemárica, e ser humano. A orros 1
era natural vivincar sus caminos y prados con auimales an-
dando y paciendo; con vacas cuya amplia indolencia se a17 ab<1
maciza y calma en la superficie del cua dro, con ovejas que He·
vaban a través del crepúsculo la luz de cielo de la tarde sobrr
sus lomos lanosos, con pájaros que, enteramenre rodeados d
aire rembloroso. se posaban en las airas cimas. Y de improvi-
so, con los rebaños, se inrrodujo en los cuadros el pastor, l
primer ser humano en la tremenda soledad. Quiero como un
árbol se alza en MiIler, lo lInico derecho en la extensa llanura
de Barbizon. No se mueve; se alza entre las ovejas como un
ciego, como una cosa que conocen a la perfección, y sus ropas
son pesadas como tierra y corroídas como la piedra. No riene
vida propia o especial. Su vida es la de esa llanura y ese cie
yesos animales que le rodean. No tiene recuerdos, pues sus
impresiones son la Huvia y el viento yel mediodía y la puesta
del sol, y no tiene que rerenerlos, porque vuelven siempre. Lo
mismo ocurre con todas esas figuras de Millee cuyas siluera..
se alzan arbóreamenre calmas frente al cielo, o se levanta
del rerrón oscuro como encorvadas por un viento conrinuo.
Millet le escribía una vez a Thoré: «Me gustaría que las cria
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En los románticos alemanes había un gran amor por la na-
turaleza. Peto la amaban de manera similar a como el é r o ~
25NTRODUCCIÓN-e un relaro de Turguéniev amaba a esa muchacha de la que
dice: "Sofía me gusraba sobre todo cuando yo estaba sen-
rada y le daba la espalda, es decir cuando pensaba en ella,
cuando la veía en espírüu ante mí, sobre todo por la rarde,en la rerraza ... . Quizá solo uno de ellos la miró a la cara;
Philipp Otro Runge, el hamburgués, que pintó el soto de los
ruiseñores y la mañana. El gran milagro de la salida del sol
na ha vuelto a ser pintado así. La luz creciente, que asciende
a las estrellas silenciosa y brillante, y debajo en la tierra el
campo de coles, aún del roda empapado por la copiosa hon
dura de rocío de la noche, en el que yace un niño pequeño y
desnudo: la mañana. Ahí está todo contemplado y vuelco a
conremplar. Se sienre la frescura de muchas mañanas en las
que el pimO ' se levanró antes que el sol y, temblando de ex-
pecración, salió a ver esa escena del imponente espectáculo y
a no perderse nada de la emocionante acción que comenza-
ba. Esre cuadro fue pintado con el corazón palpiranre. Es un
hito. Abre no uno, sino mil caminos nuevos hacia la narura-
leza. Runge mismo lo senda así. En sus Escritosp6stumos que
aparecieron en 1842, se encuenrra el siguiente pasaje: «Todo
se agolpa hacia el paisaje, busca algo dererminado en esra in-
determinación. Nuestros arristas, sin embargo, recurren de
nuevo a la historia y se embrollan. ¿Es que en esre arre nuevo
e l de la pintura de paisaje, si se quiere- no hay rambién
un punto mi'{imo a alcanzat que será quizá aún más bello
que los anreriores?».
Philipp Orto Runge escribió estas palabras a comien-zos del siglo XIX, pero aún mucho después la «paisajería»
era considerada en Alemania un oficio casi secundario, y en
nuesrras academias na solía tomarse en serio a los paisajistas.
Estas instiruciones renían buenas razones para remer la com-
perencia de la naturaleza, a la que ya Dureto había remitido
can tan reverente ingenuidad. Desde las polvorientas salas
de las escuelas superiores se derramó un río de gente joven,
se visitaban los pueblos, se empezó a ver, se pintaban árboles
WORPSWEDE4
de sus figuras podrían denominarse soledady gesto no son l
realidad estos valores figurativos, sin o los paisajísticos coer""
pondiemes. A la soledad le corresponde la llanura; al gesto
el cielo frente al que se realiza. También él es paisajista. Su\
figuras son grandes por lo que las rodea) por la línea qu
las separa de su enromo. Se trara aquí de la llanura y del cie-
lo. MilJer imrodujo ambos en l pintura, aunque a menud
solo fue capaz de dar el perfil en lugar de la luz que fluye por
rodas los lados desde el cielo inmenso. Su perfil era grande;
seguro, monumental, es lo eremo en su obra, pero a menudlJ
revela más a un dibujante o esculror que a un pinror.
Aquí ha de mencionarse la vaca mugiente de Segantin'
en el famoso cuadro que se encuentra en la NationalgalerÍ"
de Betlín. La línea con que se dibuja contra el cielo el o m ~del animal, esa línea inolvidable, tiene fuerza y clarida
miJletianas, pero no es inmóvil, tiembla y vibra como uncuerda sonante, rocada por la luz pura de ese alw y solitarimundo alpino.
Este pintor es más afín a Millet de lo que se cree. No e,.
un pintor de l montaña. Los montes solo son para él pelaa
Í10s a nuevas llanuras sobre las que se levanta un cielo grand
como el cielo de Millet, pero más luminoso, más profundo.
con más color. Toda su vida persiguió este cielo y, cuand
lo encontró, murió. Murió a casi rres mil merros de ajwl'a,
donde ya no viven más seres humanos, y l naruraleza cir-
CLl11dó su dura muene con grandeza muda y ciega. Tampoc
ella supo nada de él. Pero cuando en el inmenso brillo de esmundo virgen él pintó a la madre con el niño, estuvo talL
cerca de la vida humana como de la otra, de la sublime Vi l
de la naturaleza que le rodeaba.
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26 27ORPSWEDE
y campesinos y se ensalzaba a los maesrros de Fontai neblea
que habían intentado ya roda eso hacía medio siglo. Era sin
duda na necesidad sincera la que estaha en la base de ese
movimiento, pero era un movimiento y pudo haber arrastrado a mucho s a los que la academia en realidad no les quedaba
estrecha. Había que esperar. De rodas los que salieron enton
ces, muchos han vuelto mienrras tanto a las ciudades, no sin
haber aprendido, quizá induso no sin haber cambiado radi
calmenre. Otros han ido de paisaje en paisaje, aprendiendo
en todas panes elegantes edécricos para los que el mundo se
vuelve escuela, alguno s se han hecho famosos, muchos fraca
saron y entretanto crecen nuevos que habrán de juzgar.
Pero no lejos de la región en la que Philipp aeta Runge
pinró su mañana bajo el mismo cielo como quien dice, se
exriende un paisaje peculiar en el que s juntó en su día un
grupo de gente joven, insarisfechos con la escuela, anhelosos
de sí mismos y dispuestos a llevar su vida por su cuenra de
algúu modo. No se marcharon ya de allí, eviraron incluso
hacer grandes viajes, remerosos siempre de perderse algo, al
guna puesta de sol irreemplazable, algún día de otoño gris O
la hora en que después de noches rormeutosas brotan de la
rierra las primeras flores de la primavera. Lo imponante del
mundo les sobraba, y experimentaban esa rransvaloraci6n de
todos los valores que antes de ellos experimenró Constable,
quien en una de sus carras escribiera: «El mundo es vastO,
no hay dos días iguales, ni siquiera dos horas; ni tampoco ha
habido desde la creación del mundo dos hojas de árbol quefueran iguales entre sí». La persona que alcanza esre conoci
miento empieza lLna nueva vida. Nada queda rras ella, todo
ante ella, y: El mundo es vasro».
Esta gente joven, que durante años se había senrado ¡m
pacienre e insarisfecha en las academias, «se agolpaba ---como
escribiera Runge- hacia el paisaje, buscaba algo derermi
nado en esra indererminaci6n». El paisaje es determinado
sin casualidad, y cada hoja que cae cumple al caer una de
INTRODUCCIÓN-as mayores leyes del universo. Esta legalidad que no vacila
nunca y se cumple a cada instante serena e imperturbable
hace de la naturaleza un acontecimiento para la gente joven.
Justamenre eso es lo que buscan, y si en su desconcierro anhelan un maestro, no se refieren a alguien que continuamente
se enrromera en su evolución e interrumpa con sacudidas las
horas misteriosas en que tiene lugar la ctistalización de su
alma; lo que quieren s un ejemplo. Quieren ver una vida,
a su lado, sobre ellos, en torno a ellos, una vida que viva sin
preocuparse de ellos. Las grandes figuras de la hisroria viven
así pero no son visibles. y hay que cerrar los ojos para verlas.
Pero a la genre joven no le gusra cerrar los ojos. sobre todo
si son pintOres: se dirigen a la naturaleza y al buscarla. se
buscan a sí mismos.
s inreresanre ver cómo a cada generación le resulta es
timulanre y formativo u aspecro distinto de la naturaleza;
Esta se decidió por la claridad al recorrer los bosques, aquella
necesiró montañas y castillos para encontrarse. Nuesrra alma
es disrinra a la de nuesrros padres; aún podemos enrender
los palacios y cañadas con cuya visra crecieron, pero no al
canzamos a más. Nuestra sensibilidad no gana ningún matiz,
nuesrras ideas no se mulriplican, nos senrimos como en habi
taciones algo anticuadas en las que no pu ede imaginarse uno
un futuro. Aquello ante lo que nuesrros padres, en carruajes
cerrados, impacientes y muerros de aburrimienro, pasaban de
largo, no sotros lo necesiramos. Allí donde abrían la boca para
bosrezar, nosorros abrimos los ojos para mirar, pues vivimos
bajo el signo de la llanura y del cielo. Son esras dos pala
bras, pero de hecho abarcan una única vivencia: la llanura. La
comprendemos riene para nOSOTrOS algo de ejemplar; en ella
todo nos es significativo: l gran círculo del horizonte y las
pocas cosas que se alzan sencillas e impo rranres f rente al cielo.
Y ese mismo cielo, de cuyo oscurecer y clarear cada u na de las
mil hojas de un arbusto parece hablar con palabras distintas,
y que, al hacerse de noche, abarca más estrellas que los cieJos
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, ,' 1'
comprimidos y poco espaciosos que hay sobre las c j u d d e ~ los bosques y las monrañas.
En una de esas llanuras viven los pintores de los que va
hablarse aquí. A ella le deben lo que han llegado a ser y mcho más: a su grandeza inagotable le deben el estar lIegandll
codavía a ser.
29NTRODUCCIÓN
ríerr<lS bajas del Weser monasterios que enviaban colo·
nOS holandeses a esras regiones, a una vida dura e incierta.
Después les siguieron con poca frecuencia) nuevas tentaü-
yas de asenramienro, en el siglo XVI, en el XVII, pero solo enel XVlII de acuerdo a un plan dererminado, median re cuya
enérgica ejecución se hacen permanenremente habitables las
cierras del Weser, del Hamme Wümme y Worpe. Hoy están
basrame pobl,ldas; los primeros colonos, en cuanto pudieron
eSlablecerse, se hicieron ricos con la venta de la rurba; los
que llegaron más tarde llevan una vida de [abajo y pobreza,
cerca de la rierra, como hechizados por una fnerza de grave-
daJ mayor. Algo de l rristeza y desarraigo de sus padres se
extiende sobre ellos, de aquellos padres que, cuando emigra-
ron, dejaron una vida para empezar arra nueva, en la rierra
negra cambiante, de la que no sabían cómo habría de acabar.
No hay parecidos de familia enrre esra gen re; la sonrisa de
las madres no se rransmire a los hijos, porque las madres
nunca han sonreído. Todos tienen u solo rostro: el rostro
duro y renso del trabajo, de una piel ya dilarada por rantos
esfuerzos, de modo que en la vejez se ha vuelro demasiado
grande para el rosero, como un guanre usado largo tiempo.
Se ven pobres alargados en exceso por levantar cosas pesa-
das, espaldas de mujeres y de ancianos encorvadas, como
árboles expuC5ws siempre a la misma rormenta. El corazón
esrá oprimido en esos cuerpos y no puede desplegarse. l
enrendimiento es más libre y ha sufrido cierro desarrollo
parcial. No una profundización, sino un agudizarse hacia
lo asru[Q, lo ingenioso, lo ocurrente. El lenguaje le ayuda
a ello. Esre bajo alem án, con sus frases cortas, concisas, co-
loridas, que avanzan pesadameme, con las alas arrofiadas y
las paras palmeadas de un pájaro de las ciénagas, posee un
crecimiemo natural. Es conante y deriva con facilidad en
Sonoras carcajadas, aprende de las situaciones, imita sonidos,
mas no se enriquece desde dentro: acumula capas. Se le sigue
oyendo a menudo en los descansos al mediodía, cuando se
WORPSWEDE8
Es una rierra extraña. Desde el montículo de arena
Worpswede puede vérseia extendida alrededor, parecida.
esas celas campesinas que muestran ángulos de Bares brillan-
tísimas sobre fondo oscuro. Ahí esrá, llana, casi sin pliegue,
y los caminos y las vías de agua conducen muy aden rro e
horizonte. llí comienz.-1. un cielo de grandeza y variabilidad
indescripribles. Se reBeja en cada hoja. Todas las cosas pa-
recen ocuparse de él; esrá en todas panes. Y en todas p r r t ~ está el mar. El mar que ya no es que una vez, hace m i l e n i o ~subió hasta aq uí y cayó, y cuya duna era el momículo de are·
na sobre l que queda Worpswede. Las cosas no lo pneden
olvidar. El gran rumor que llena los viejos pinos del mame
parece ser su rumor, yel viemo, el vienro extenso y formida-
ble, trae su olor. El mar es la hisroria de esta rierra. Apenas
rieue ouo pasado.
Antaño al retirarse el mar, comenzó a tomar forma. Se
elevaron planeas que no conocemos, y fue un crecímienco
rápido y apresurado en l barro espeso y rugoso. Pero el mar.como si no pudiera separarse, volvía una y otra vez con sus
aguas exrremas a las zonas abandonadas, y dejó finalmente
negras ciénagas cambiantes, llenas de uua fauna húmeda y
una ferrilidad que se pudría leutamenre. Así que los reuenos
quedaron solos, ocupados consigo mismo, durante siglos. Se
formó el cenagal. Y finalmenre comenzó a cerrarse en algu-
nos punros, suavememe, como se cierran las heridas. Hacia
esa época, se cree que eu en el siglo XIII se fundaron en
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30 WORPSWEDE
ha interrumpido el duro rrabajo de picar la rurba. Rara v_
se le oy por la tarde, en que el cansancio sobreviene pun-
rualmen re y el sueño en tIa en las casas casi al mismo tiempo
que el anochecer.Las casas se excienden esparcidas por los «diques» largos)'
rectos; son rojas, con en tramad os verdes o azules, abrumadal
por rechos de paja gruesos y pesados, apreradas como guie
dice denrro de la tierra por su carga maciza como una piel
Algunas apenas pueden verse desde los diques; se han rapa·
do los rostros con los árboles, para proregerse de los vienros
sempiternos. Sus ventanas resplandecen entre el follaje es-
peso como ojos celosos gue acecharan desde una máscara
oscura. Allí esrá.n, ran tranquilas, y el humo del fogón gu
las llena del roda brora por la hondura negra de las puertas
y se cuela por las rendijas del tejado. En los días frescos per-
manece en rorno a la casa, repitiendo arra vez sus formas.
más grandes y grises fantasmales. En el interior es casi rodo
u n cuarto, un cuarro ancho alargado en que el olor y l
calor del ganado se mezclan con la humareda acre del fuego
descubierro y forman un exrraño crepúsculo en que podría
uno perderse. Al fondo, este «recibidor)) se ensancha, a la
derecha y a la izquierda aparecen vemanas y de heme las
habiraciones. No comienen muchos enseres. Una mesa es-
paciosa, mucha s sillas, una rinconera con algo de vajilla y de
cristalería y los grandes apartadizos de las camas, cerrados
provistos de puertas correderas. En esos armarios dormiro-
rios nacen los hijos, transcurren las horas de la muerte y las
noches de boda. Allí, en esa úlrima oscuridad esrrecha y sin
ventanas, se ha rerirado la vida, que, por lo demás, a lo largo
y ancho de la casa, habIa sido desplazada por el rrabajo.
Las fiesras caen de forma exrraña e inadverrida en su exis-
tencia, las bodas, los bautizos, los emierros. Tiesos y cohibi-
dos se sitúan los labriegos junro al férerro; riesos y cohibidos
arrastran l baile de bodas. Su rrisreza la agoran en el rraba-
jo y su alegría es una reacción a la seriedad que el trabajo
INTRODUCCIÓN
ks impone. Enrre ellos hay ripos originales, bromisras yes-
camados, cínicos y visionarios. Algunos pueden hablar de
América, arras nunca fueron más allá de Bremen. Los unos
viveo con una cierra satisfacción y calma, leen la Biblia yestiman el orden, muchos son infelices, han perdido hijos,
sus mujeres, consumidas por la miseria y el esfuerzo, se
Dlueren lentamente; puede ser que aquí y allá crezca alguno
al que un anhelo incierto y hondo llama y llena, puede ser,
pero el rrabajo es más fuerte que rodas ellos.
En primavera, cuando empieza a hacerse la rurba, se le-
vanean con e alba y pasan roda e día, empapados de hu-
medad, adaprados al cenagal medianre el camuflaje de sus
ropas negras y embarradas, en la Cllrbera, de la que extraen
con pajas la pesada tierra cenagosa. En verano, mienrras es-
rán ocupados con las cosechas del heno y el cereal, se seca
la turba preparada, que en araño llevan en carros y barcas
hasra la ciudad. Emonces viajan durante horas. A veces la es-
rridencia de despenador los llama a medianoche. Sobre las
negras aguas del canal espera ya e bore cargado, y enronces
viajan serios, como con férerros, hacia la mañana y la ciudad,
ninguna de las cuales quiere llegar.
i qué buscan enrre esra gente los pimores? A esre respec-
ro hay que decir que no vjven entre ellos, sino que, por así
decir, están enfrente, igual que esrán enfrente de los árboles
y de rodas las cosas que, bañadas por el aire húmedo y so-
noro, crecen y se mueven. Vienen de lejos. Aprieran a esta
gen re, que no son sus iguales, en e paisaje; y esro tlO es vio-
lencia. Basra la fuerza de un niño para ello, y R unge escribió:
«Debemos volvernos niños, si queremos lograr lo mejoc».
Quieren lograr lo mejor y se han vuelro niños. Lo ven codo a
la vez, cosas y personas. Igual que el aire de colores peculiar
de este airo cielo no hace diferencias y circunda cuamo en
él se alza y reposa con idénrica bondad, así ejercen ellos una
cierra jusricia ingenua, experimentando cosas y persotlas, en
quieta proximidad, sin mayor reBexión, como fenómenos c;ie
\.
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3:3NTRODUCCIÓN
~ ~ o s abedules, las chozas del cenagal, los cerrenos de
brezo, los seres humanos, las tardes y los días, de los que no
hay dos iguales entre sí y en los que no hay tampoco dos ho-
ra; que puedan confundirse. Y entonces se pusieron a amaresOS enigmas.
En lo que sigue se hablará mucho de esras personas, no
en forma de una crítica ni rampoco con la pretensión de
aporrar algo acabado. Eso no sería posible; pues se rrara aquí
de gente que está llegando a ser, que se rransforma, que crece,
que quizá, en el momemo en el que escribo estas palabras,
esd creando algo que desmienre roda lo que amecedió. Ya
puedo haber hablado de un pasado; rambién eso tiene valoI.
Informo aquí sobre diez años de trabajo, djez años de trabajo
serio, solitario, alemán. Por lo demás vale también aquí la
acotación que ha de presuponerse siempte que uno intenta
predecir la vida de alguna persona: ( A menudo babremos de
detenernos ante lo desconocido)).
WORPSWEDE
una idémica arm6sfera y como portadoras de colores que 1 1
hacen brillar. Con eUo no hacen daño a nadie. No ayud:\1
a esta geme, no les enseñan, no los mejoran con ello. N
aporran nada a su vida, que sigue siendo igual que antes unvida en la miseria y en la oscuridad, pero extraen de las bon
duras de esra vida una verdad en la que crecen eUos mism
o, para no decir demasiado, una probabilidad que cabe am
Maeterlinck, en su maravilloso libro sobre las abejas, dice
un momenro dado: Aún no hay una verdad, pero en toda
parees hay rres buenas probabilidades. Cada cual elige u
de ellas o, mejor, ella lo elige a él y esa elección que reali
o que se le realiza, ocurre con frecuencia de modo insrintivo
A ella se ariene en adelanre y determin a forma contenido
de rodas las cosas que irrumpen en éL. Y abara han de s-
trarse en un ejemplo, en un grupo de labriegos que al bord
de una llanura forman almiares de cereal, las tres probabili-
dades. Tenemos la probabilidad corra de vista del románric
que embellece l mira.r, la probabilidad cruel e inflexible d
realisra y finalmente, la apacible y honda probabilidad d
sabio, que confía en vínculos inexplorados y quizá sea la qu
se aproxima más a la verdad. No lejos de esta probabilid:l
queda la probabilidad ingenua del anista. Al colocar a los
seres humanos en las cosas, los eleva: pues él es el amigo, e
confidente, el poeta de las cosas. Los seres humanos no se ha-
cen así mejores o más nobles, mas por recurrir de nuevo a un
frase de Maeterlinck: «El progreso no es indispensable par
que nos enrusiasme el espectáculo. Basca con el enigma ).
Yen esre sentid o parece que el arrisra esrá incluso por encim
del sabio. Si este se afana por resolver e¡ügmas, el artisra tient'
una tarea aún mayor o, si se quiere, l tn derecho aún mayor.
El del artisra es amar el enigma. Eso es roda el arte: amor qn
se ha venido sobre enigmas, yeso son todas las obras de aCle:
enigmas, rodeados, adornados, cubiertos de amor.
y ahí escaban, freme a la gente joven que había veni-
do a enconrrarse a sí misma, los numerosos enigmas de ese
32
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FRITZ MACKENSEN
En algún lugar nace alguien. Para una familia es día de in-
quiewd )' nerviosismo, escán presemes algunos vecinos,
algunos amigos se alegran con el padre, y segurameme se
encuenrra (dmbién algún paüeme que, de pie juma a la
cuna, piensa: "Así que esm es una vida. La primera leua de
un exrraño alfabero. Con los alfaberos se hacen palabras,
con las palabras ya se sabe: las hay aburridas, corrienres,
alegres, trjsres, frívolas; hay también palabras inmortales.
Ya veremos ... » Pero rales ideas no tienen importancia. l
nillo crece, ajeno a sí mismo, ajeno a rodas, algo oscuro,
profundo, indefinido. Pasa de mano en mano de la mano
de la madre a la dd padrE, que lo entrega al primer maes-
tro, y esre al segundo hasra que de repente se transforma
en una mano. Sobre la oscura e insignificanre superficie se
muestra un pequeño puntO, claro y luminoso, que crece se
hace más distinro, más brillante ... y de esre pUJlm se trata.
Lo supo el buen maestro Büuger, cuando en el insriruro de
Holzmjnden vio a su alumno Fritz Mackensen dibujar con
fervor. Le apoyó en ese empeño; había ralenm en e chico,
y la mirada con que veía los objeros era inusualmenre clara,
segura amorosa. Debía r a Dusse dorf. l padte acogió
bien este plan, pues él mismo sabía dibujar y sentía de algúnmodo la presencia de arte "en la naturaleza» cuando muy
temptano o en las tardes de domingo recorría los cam pos.
En Dusseldorf e joven Mackensen fue donde Peter Janssen,
y el pUnto luminoso se agrandó. Pues aunque Janssen era
pimor de hisroria, con sus alumnos daba la mayor impor-
tancia al dibujo, y si e impulso hacia una concepción segura
de la línea esraba ya en el joven, ahora se convirtió en una
energía consciente que lo dominaba sin cesar. Claro que de
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37RITZ MACKENSEN
-sos rostros serios y pesarosos de campesino que había visto
en Wotpswede. Le rondaban consrantemente, mas corno su
ojo también estaba abierto de buen grado a toda realidad, se
rairaron transiroriamente aore las impresiones que la ciudad y la naturaleza en torno suyo le causaban. Quizá habría
permanecido por más tiempo en Múních si la situación en
la escuela de Dietz no se le hubiese vuelro insoportable. Se
había juntado allí una presuntuosa bohemia internacional,
genre joven que renía riempo de sobra y ningún motivo
para tomarse el trabajo en serio. Él que ya intuía su camino,
quería dejar atrás rápidamente los preparativos de la escuela,
concienzudamente, mediaore el rrabajo, sin sal tarse nada.
Cuando posaba una modelo interesanre, él quería trabajar
con rodas sus fuerzas, enfrascarse y estar solo. Para él era una
dicha estar anre la belleza de ese cuerpo, y no entendía los
chistes tontos y zafios de los orros, los constantes rumultosy flirteos que hacían imposible trabajar. Esta conducta no
solo le molesraba, le dolía. A este hombre joven, que ya en
tonces podia mirar de un modo tan enérgico y severo, se le
salraban las lágrimas al ver esas obscenidades, en un lugar
en que había esperado hallar amigos serios e igualmente en
rusiasmados. ¿No era el arte algo sublime y sagrado' No se
desanimó. Creía en él y no dudó ni un solo inStaflte de su
omnipQ[encia. Un día viaja, en cuarra clase, de Ousseldorf a
Hol1.minden. Su compartimento lo llenan los golpes y gritOs
de cinco o seis aprendices de zaparero borrachos que, des
pués de haberse zurrado mutuamente quieren ahora hacerdel joven desconocido el objetivo de sus ataques en común.
Casualmente -recuerda Mackensen en una car ta- tenía
conmigo números del umt¡ür Alte A toda prisa abrí uno
con el autorretraro de Rembrandt, freme a cuya fuerza recu
laron todos medrosamente y me miraron como a un niñoprodigio.»
Pasó su tiempo en Múnich. Por fuera parecía poco me
nos que tiempo perdido. Pero hay un período así en la vida
WORPSWEDE
qué le sirvió esta energía cuando en el año 1888, con veín
ridós años, fue donde Fritz August Kaulbach, en cuyo talb
de Múnich halló empleo como una especie de asisrente. (
mejor: no pudo hallarlo. Pues el mundo de Kaulbach esrab.¡
demasiado Jejos de aquel mundo al que Macke nsen ya habí.l
lanzado llna mirada cuando en el año 1884 viera por prime
ra vez Worpswede. Fue una breve visita en vacaciones que:
animado por lo que contaba una mucbacha que vivía aquírealizó allejauo pueblo de la ciénaga, desconocido para tod(,
l mundo y puede que enronces él mismo no comprendie
ra del roda la imporrancia de esta visira. Pero volvió otro
a Múnich poseído ya por la idea de un gran cuadro qlJ
había de ser pintado y que nadie más que él podía pintar.
No solo la idea estaba ahí; en Worpswede y en el vecino
SchluBdorf había becho esbozos para el cuadro, y con esr
dibujos se presentó un día donde Fritz Augusr Kaulbach. Elasombro tuvo que ser grande. Los examinó con atención yfinalmenre dijo que nunca se perdonaría desviar a alguiende su estilo. Así que había ya un «estilo» ahí. El pUntO lumi
noso se había extendido a superficie reluciente, sobre la que
se reflejaba ya en forma característica un pedazo de mundo
Kaulbach encomendó a su asisteme a Dierz, y allí trabajó
Mackensen con no menos fervor, pero sin autéorica satisfacciÓn. Fue viendo lo que había en Múnich pasaba días ente
ros ante Feuerbach y Bócklin en la apacible Schack-Galerie,y en la Alte Pinakothek ante el Entierro de Rembrandr, qu
ponía por encima de cualquier otro cuadro. A su lado soloel arlOJ de Tiziano, esa gran revelación de un pioror y
un estudioso de los hombres, le tesultaba inolvidable. Yasí
Como es muy típico de él que en la tragedia de este retrato
de emperador admirase el poder del maestro que supo escri
birla, por otro lado tampoco es indigno de mención que por
eoronces obruviera en la biblioteca todo lo que se ha escúro
sobre la gran guerra de campesinos. s como si ya emon
ces hubiera buscado explicarse al ser humano y sobte roda
...........
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3839
ORPSWEDE
de l gente joven, en que casi da igual lo que hagan. Manet
trabajó seis años con Conture; no le vino mal. En ellos no
se desgastó, y tuvo tiempo para aclararse íntimamenre. Lomismo oCLlrrió con Mackensen. Cada vez que se enfrenta
a la naturale'l.a, se nota hasta qué punto ha despejado en
su interior, lo bien y lo calmadamenre que es capaz. de ver,
10 exactamente que sabe lo que quiere. "Me enfrento a un
motivo, -escribe una vez desde Gerolfiug- aún está albo
reando. Cotares hondos, prodigiosos. los más finos tonos.
Aún está casi demasiado oscuro para trabajar. EstOy sentado
allí y conremplo. En el albor veo un camino finamenre per
filado. A la derecha, un establo bajo. Un árbol, hondo en el
aire de la mañana; más atrás, una cerca de ripias y rabIones.
A la izquierda, una pated muy reducida y casas finamente
perfiladas, con tejados de hondo azul y rojo. Anre mí, mu
cho antes del camino del pueblo, dos tejados altos; sobre una
de las chimeneas juega en el aire un humo fino y juega ante
la aguja de una sencilla torre de iglesia. El sol ya ha salido.
Tras las casas se exüende un fulgot infinito. El aire brilla fina
mente plateado, resplandece hacia aquí sobre la calle, juega
enrre los rejados, en los fronrispicios. Poco a poco desciende
este fulgor de los tejados, riela en los bordes de las tablas, se
desliza sobre el camino. El verde fresco, que, libre de las pisa
das de los hombres, se arrima en silencio a las paredes, brilla
como ... , yo mismo no sé cómo ... y la mujer que llega pOtel camino: un vestido de color inrenso, un pañuelo negro a
la cabeza, en la vieja mano temblorosa un devocionario y unrosario. Encorvada y lenta, viene hacia aquí: tengo tiempo
de sobra para observarla. De qué modo tan singular irradia
la maúana en torno a esta anciana ... »
Turguéniev, si hubiese llegado a leer esrJS líneas, habría
exclamado: ¡Esto tiene que haberlo escrito un cazador y no
habría andado descaminado, pues Mackensen es un amigo
de la caza. Hay que oírlo describir el apareamiento de los
gallos. Cómo desde l crepúsculo y los midas de esta danza
fRlTZ MACKENSEN-amorosa sale el sol, irradiándolo, por así decir, acallándolo
todo con su majestad, eso apenas lo ha sabido decir nadie
en forma tan sencilla y convincente. Claro que en todas esas
palabras se deja notar, aún más queel
cazador, el pintor,lo mismo que Turguéniev, en su inmortal descripción de lapUe ra de sol que termina con la frase «eso es el decoro),
sigue siendo más poela que montero. En Mackensen, dertás
de la caza y detrás de la pinrura hay Lln sentimienro común
que, claro como una Fuente, brota de su corazón e impregna
su ser entero con la Frescura de una maúana de primavera:
su grande e infantil amor por la naturaleza. La ama con una
exclusividad exaltada, que casi cabría llama r fanatismo si este
concepto no implicase algo de ceguera. Y este amor uo es
ciego, igual que nunca ha sido ciego el verdadero amor. Este
ve, y tiene la mirada aguda y penetrante. En sus paisajes, este
ver es a veces muy marcado. Es como si los bordes de todas
las cosas se hubiesen tallado agudamente en ellos. Amar es
para él mirar, mirar una üetra, un coraZÓn, unos ojos Es una
de las personas que cierran los ojos allí donde uo pueden
amar. Q.ue no rumie ni critique está en estrecha relación con
ello. Su criterio es: mirar o desviar. Y frente a la naturaleza no
hay criterio; ella tiene raz:ón siempre ... , «míra. a por eso con
esmero, guíate p or ella y no te desvíes de la naturaleza como
re parezca, queriendo creer que has de hallarlo mejor por timismo ... Por eso no vuelvas a proponerre hacer algo mejot,
o a imaginarte que lo puedes, de lo que Dios ha dado fuerza
para obrar en la naturalez,a que ha creado, pues tu capacidades impotente ame l creación de Dios». En estas sencillas
palabras de Durero están su fe y su ley. Cuántas veces se ha
dicho a S mismo y a otros: «Mi sentimientO es siempre el
mismo. Solo puede perfeccionarse en la mirada admirativa
a la naturaleza». Esa «mirada admirativa» es el fundamento
de su vida. Esa «mirada admirativa,) la aplicó ya en 1884 a la
tierra que no podía olvidar y a la que regresó una y otra vez
En esa «mirada admirativa» cr ecieron las metaS que se puso
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40 WORPSWEDE
y los amigos que le rodearon; emanaban la fuerza de ideales
que él mismo les ororgaba. La amistad adquirió así un gran
significado para él. Gusrosamenre a solas, pero remeroso de
aislarse, buscó siempre almas afines, y las enconrró. Con
su querido camarada, el pimor Orto Modersohn volvió a
Worpswede en juuio de 1889. Un rercero había de seguir-
les. Se le esperaba; mas en su lugar llegó, ya en los primeros
días, su carta de despedida colecriva a los amigos: Alexander
Hecking, el esculror del que Mackensen ramo esperaba, se
había pegado un riro en el parque de Múnich. Su úlrima
volumad le garantizó a Mackensen la posibilidad de rrabajar
un ramo más despreocupadamenre. Con esre esrremecedor
suceso, que los amigos afromaran consreruados y desampa-
rados, comenzó e período de aprendizaje de Worpswede.
Era como si hubiera de señalárse es una vez más lo serio de
la vocación, de la que tan cerca están la desesperación y la
muerre mientras no haya impregnado roda la vida. No les
habría hecho mucha falra esre doloroso llamamiento.
Se pusIeron a rrabajar, ayudándose LIno al orro, com-
prendiéndose mutuamenre rivalizando enrre sí. Pronto se
sumó el rercero, Hans am Ende. Y rodas senrían que eso era
el comienzo de una nueva vida, y que exactamente igual que
aquellos colonos que se habían rrasladado aquí en busca de l
libettad desde la servidumbre, se hacía culrivable una cierra
nueva, llena de parría y fururo. El verano trascurrió mirando
y asombráudose. Inesperadamenre rápido llegó la tarde en la
que recorrieron por CL1tima vez los camillas ya familiares dela ciéuaga, con un continuo despedirse en la mirada, a la que
se le hacía muy difícil separarse. Nadie hablaba. Finalmente,
se deruvieron ell un puenre. Debajo se exrendía el canal con
sus aguas pesadas de colores, y en su hondura resonaba en
ricos reRejos la majesrad del cielo y el otoño. Resumid.a en
el esrrecho marco de esta oriJJa, unifor memenre recubierta
por los baruices oscuros d.e la quieta superficie de las aguas,
toda l dicha que habían traído las semanas úlrimas pare-
FRITZ MACKENSEN
cía estar de nuevo unificada en una imagen. La impresión
fue ran fuerre, que en los rres que estaban allí jumas [[istes
y en silencio, maduró casi a la vez la derermillación de no
volver a la Academia y de pasar el invierno en Worpswede.
Maclcensen, que había viajado a Dusseldorf por unos días,
escribió, impacienre por volver de nuevo, en una carra a sus
amigos: «Muchachos, mamengámonos unidos a nuestro te-
rruño, como las lapas, para elevarnos luego lUí como los
árboles en el arre».
Así arrancó el primer invierno de Worpswede. En la ex-
rensa granja de la viuda Behrens se les preparó a los jóvenes
pimores un hogar acogedor, y fueron rratados como los hijos
de la casa. Hans am Ende solo estaba allí de vez en cuando,
pero los orras dos asistieron allendsimo exrínguirse del oto-
ño, arravesaron junros las grandes tormentas de noviembre
y se reunían en las largas rardes, l zumbar la rerera, en l
cálida habiración acogedora. Si en el verano yel otono habían
deambulado casi siempre en silencio, cada cual buscando, en-
conrrando y escuchando para sí, vino ahora un tiempo de
conversación y discusiones que a menudo, en e cuano vuelto
impracticable por e humo de las largas pipas, se prolonga-
ban hasta muy enrrada la noche tormentosa. ¡Y qué no se
trató en esas veladas Surgían las impres iones de verano, se
las comparaba, examinaba y ordenaba. lntemaban explicarse
qué era lo convincenre, lo apremiante en esre u orto motivo.
Por qué funcionaba y dónde residía su importancia. Pensaban
en Bocklin, que exrrajo lo más hondo y esencial de la namra-
leza y que tan felizmente supo decirlo. Surgían recuerdos de
Rembrandr enlazándose con ello; l paisaje de Braunschweig
eon la gran rempesrad y los grabados, sobre todo esros. y cuan-
do, de roda agotados por la conversación, ya no podían
leían. Leían libros del norte. Especialmente Bjornson. Parecía
rener algo familiar. Comptendían las rudas y grandes figuras
de campesino, las veían, vivían entre ellas. Comprendían a
esas mujeres que habían amado y luego rrabajado. Y creían oír
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42WORPSWEDE
por las vemanas el solemne acompañamiento coral con el quela naturaleza nórdica y la cercanía de un mar nórdico rodea
ban esos destinos pobres, como raHados en roble. Hay pasajes
que debieron leerse mmuameme varias veces, por ejemplo
este: Un invierno marchó por las montañas con la madre.Vadeando a rravés de la nieve recién caída. espanraron de
pronro una ban dada de perdices. que ascendieron revolOteando y Henaron súbitamente todo el aire frente a ellas; blancoseran los pájaros, blanca la nieve, blanco el bosque. blanco el
aire; mucho tiempo después aún floraban en su cabeza rodas
l s ideas, igualmeme bl nc s . . A partir de pasajes semejantes, que no son muy frecuenres en Bjornson (suenan a imáge
nes de Liljefors), llegaron por sí mismos a ]acobsen, del quese ha dicho «que escribe como pintan los pimores». Se abrió
«Mogens» y ya estaban en medio de la viralidad gozosa, cen
telleante, sofocada de ese inolvidable aguacero. y Niels Lyhneempezó con el retrato de Bartholine BJode en Lonborggaard,
una efigie de muj er leonardescamenre enigmática. Una y otravez descubrían un nuevo libro, y cada uno de los que seguían
aportaba algo grande, a Jo que asentían y de lo que se alegraban. El mundo crecía. Semían la ptesencia de almas afinespOt todos los mil caminos ocultos de la naturaleza, y mientras
hibernaban en el aislamiento de esta aldea en la ciénaga, depromo estaban menos solos.
Pero, allnque los dos romaron gran cariflO a su apadble
habitación, no por ello se acomodaron ni se amoldaron a
vjvir alIado de l eStufa. Modersohn da extensos paseosso-
litarios, y Mackensen emp rende largas cabalgadas hasta muy
entrada la noche. He cabalgado l semental grande», esctibe
en una ocasión. Y cuando en l s postrimerías de la primaverasufre un ata que de gripe, hace ensillar el caballo capó n y salea cabalgar dieciséis horas sin desmontar. Un hombre que re-
curre a tales medicamentos sabe cuidar de sí mismo.
dejaron llegat la ptimavera. Esa primavera seria, Íntima de Worpswede, que comienza al tostarse la mata de
l'RJTZ MACKENSEN
43
mirto, hasta que los verdes indescrip íiblemenre claros de los
abedules irrumpen como voces infantiles. Pero aún no salíaLll1 trabajo verdadero. Las impresiones eran demasiadas. Y
nadie sabía qué buba antes. A ambos les parecía como sinunca bubiesen pintado, como si nadie en absoluto hubiese pintado nunca, y era inmensamente difícil dar el primer
paso. Sabían exactamente lo que querían, y en una ocasi6n
apunta Mackensen: Ayer por la mañana vi unos cuadrostan originales como solo un Miller pintara: una vida de la
mayor simplicidad ... i la mujer senrada al fuego, yel hom-
bre (;Cn el niño' Me asaltan mil ideas (realizables) ... }. ESle
realizables» entre paréntesis es significativo. Se muestra muyreservado e inseguro y parece satisfecho de no estar ligado a
ningún concepto de tiempo. No había llegado aún la hora.En el ow del siguiente año, ) 890, tuvie ron incluso que
ir a Hamburgo a ganar dinero. Mackensen pint6 retratos.
Modersohn hizo el inrenro vacilame de exponer tres pequeños paisajes en el Círculo de Bellas Artes de Hambu rgo. Maslos cuadros no se colgaron, al conrrario; se los devolvieron en
una vagoneta de carbón vacía. Este transporte no les sent6bien a los cuadros aún no secos del todo. El joven pinror, a
quien se había tratado en forma tan poco aJenradot<l se pasócerca de una semana extrayendo del lienzo con un pincel
fino miles de rrozos de carbonijJa que daban < sus paisajes
un aire distinguido de museo. Se comprende que este tra
bajo no le sirvió de mucho, yes que por lo demás tampoco
había grandes posibilidades en el Hamburgo de entonces. La
Kunsthalle, en su época antetior a Lichrwark,l no contenía
aún nada de su actual riqueza. Así que alllegat la primaveraregresaron ambos, con un suspiro de alivio, a Worpswede,
que veían ya del todo como su patria. Sigui6 entonces un
1 Alfred Lichtwark (1852-1914), director de la Kunstballe de Ham-
burgo desde 1886 has¡a su muerre, dio un giro renovador al museo yamplió sus colen.iones de manera muy significariva. [N. del T]
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44 WORPSWEDE
año de trabajo en común. Se pintaron eswdios incontables.Modersohn, que por estilo rendía a fijar rodas las impresio.-
nes fuerres en rápidas cifras, traía algunos días basta seis á
minas a casa. Por una temporada, Mackensen se sintiótrado; se originó una pugna en la que sucumbió. Se quedó
atrás. wmó alienw y se encontró a sí mismo. Cada uno de
los dos amigos empezó a seguir su propio camino. Si hastaenronces había n vivido co mo de u na sola fuerza, en ade1anre
sus fuerzas separadas mantuvieron l equilibrio. Dejaron decomparrir la misma calle, pero cada vez más se les imponía
sentimienro de estar explorando el mismo territorio en dosdirecciones distintas. Era una nueva y rica forma de comu-
nidad: pues que fuera un vasto territorio era lo que querían.
Vemos una y arra vez que los grandes acomecimienros
artísticos tienen lugar muy pot debajo de la superficie de la
vida momentánea, en una hondura por así decirlo atempo-
ral. Mientras Mackensen aún se ocupaba de pintar estudios
que se le hacían difíciles y lo agobiaban, sus fuerzas ya se
habían congregado íntimamente en torno a un cuadro enciernes, que pintó ese owÍlo en tiempo relarivamenre cono.
Ya estaba lisro en él al enfrentarse al lienzo. Quizá ya babíaflorecido en él de alguna forma en primavera, como idea,
entretanto había pasado l verano, y ahora, en owño se des-
prendía de él maduro, pesado, hecho, en armonía con la na-
turaleza entera y con todos los árboles de ese ororlO. No pue-
de caracterizarse este cuadro mejor que como ocurre a través
de esta concordancia con el curso del año. Se parece a unaf[Uta nórdica, a una m anzana de ow io con piel sana, fuene,
colorida, cuyo aroma deja adivinar ya su sabor: una amarga
jugosidad y al mismo tiempo algo de esa dulzura contenida
como la que emanan ciertas rosas rojo oscuro cuando cae la
noche. Así es este cuadro, en posesión de la Kunsthalle de
Btemen, qu e se llama El niño de pecho fig. 1); con frecuenciaMackensen Jo ha llamado también a mu jer jobre l carro
de turba Ambos nornbres brindan su asunro: una mujer,
Fig. 1: El nitlO de pecho 1893), óleo, Galería de Arre ele Bremen
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46WOll.PSWEDE
semada sobre el carro de turba, da el pecho a su hijo. Eso
es todo, es decir, es la ocasión de roda la grandeza, belleza y
senci1lez que contiene este cuadro. Mackensen no 1 ha Sll
perado aún. Dijo aquí en un ffase lo que luego ha reperido
Con períodos más largos. Esto no es un reproche; primeronos mosrró una frase maravillosamenre grande de su propia
lengua y solo eoronces nos inrrodujo en la graOlárica y en la
sintaxis de su idioma. o uno es rall valioso como lo orro.
olo porque algunos maeSrros ofrecen estas revelaciones en
orden inverso, parecen sorprendernos más y en forma más
persisrenre. Pero no se rrara aquí de sorprender.
«¿De dónde viene Mílleó, pregunra Murber en su f -
moso libro sobre la pinrura. Aquí podría preguntarse: "¿De
dónd e viene Mackensen?». ¿Qu ién es el que ha pimado esre
cuadro' Recordemos que es un joven de un lugar llamado
Greene en la zona de Braunschweig, veinriséis años de edad,
residenre en el campo, enrre labriegos. 'habajó Con Ftirz
Allgust Kaulbacb y con Dietz, pero se nota que ba olvidado
lo que esros le pudieran haber dicho. Y apatte de esros ape
nas bay alguien que le haya d icho algo. ¿Quizá Peter .Janssen,
quizá el profesor de insriruto Bütrger?.
¿y cuadros' Cuadros ha visra pocos. Hasta los diecio
cho años ninguno. Luego un dibujo a mano de Holbein,
más rarde un poco en Múnich: Tiziano, Durero, Bock1in y
Feuerbach. Quizá una vez nnas reproducciones de Miller.
¿Pero impid e esro preguorar «De dónd e viene Mackensen»?
Es siempre la misma pregunta. y la respuesra es: de sí mis
mo. De las bonduras enigmáricas de l personalidad. De
padres y madres, de dolores olvidados, de azares pasajerosy leyes eremas.
Conremplemos ese cuadro. Grabémonos ese petfil rran
quilo, la expresión de ese rosrro en que el trabajo ba ido
extinguiéndose para hacer sirio al amor, observemos esas
manos, cómo se cierran grandes y en reposo sobre el niño; se
me concederá que lo que aqu í se expresa son puras Cosas que
FRITZ MACKENSEN
aún no habían sido dichas. Y no podrá uno menos que ad
mirar la calma y naturalidad con que lo hacen, tan madutas,
sin esrridencias, sin énfasis. Inren temos arribuir este cuadro
a alguien. Quizá Bastien-Lepage podría haberlo pintado, de
nO haber esrado tan enfermo ...
"Nuesrros ojos ven sanos y libres», escribe Mackensen en
una ocasión. Y este cuadro rehosa visra sana. Salud es equi
librio. Y aquí, en este cuadro, hay equilibrio. Equilibrio en
la dimibuóón del espacio, en la forma y el color. El color es
grave, no del todo libre en la emoción, lo único vacilanre en
el cuadro. Pero esa caurela solo coorribuye a reforzar el carác
ter sosegadameore reservado, expecraore, de esta obra.
Es un cuadro devoro pro restan te No una Madonna,
sino una madre; la madre de uu ser humano que sonreirá;
la madre de un ser humano que sufrirá; la madre de un ser
humano que morirá; la madre de un ser humano.En las exposiciones del año 1895, ese cuadro pasó des
apercibido. Quizá porque escuvo mal colgado, mas sobre
roda porque al mismo riempo eswvo expuesro un cuadto
verdaderamente grande del mismo arrisra, que aunque, con
sus cerca de cuareora figuras, no alcanza la grandeza del cua
dro de l madre, ocupa un lugar relevame en la vida y en
la evolución de Mackensen. Es el cuadro que se decidió a
pimar al JJegar por primera vez a Worpswede. Entonces vio
la fiesra misionera en el vecino S c h J u d o r f ~ yen el aóo 1887
volvió a verla. Escribió sobre ello a Otro Modersohn: «Ver
así a la genre es rtemendo; pero imagínate a estas genres tan
inreresanres en una fiesra misionera, profundamente absor
tos, al aite libre. Esra mañana fuimos en coche a un pueblo
cercano, y hasra las seis de la rarde escuché a cuatro predica
dotes. Es decir, que duranre esas prédicas bosquejé a la gente
absorra. La idea de pimar después un cuadro de elJo me bace
tan dichoso ... }.
No sospechaba enrcnces lo que siguificaría pinrar este
c U ~ l d r o No fue una dicha. Fue un combate.
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ORPSWEDE8
Nada más acabar L n ño de pecho empezó con él. [
gigantesco lienzo estaba po r lo general al raso, solo en lo más
duro del invierno en el zaguán de una granja. En un tal1{,T
no cabía pensar. El cuadro estuvo apoyado en el muro de Iiglesia día y noche. Muy temprano, en la fría penumbra ma
rurina, él pin taba. Y allí estaba el otOÍlo con sus rempesrades.Pinrar significaba helarse. Pinrar significaba luchar con l
vienro como Jacob con el ángel del Señor. Pinrar significaba
levanrarse por la noche y soporrar horas enreras fuera junm
al cuadro cuando l rem pesrad amenazaba derribarlo. Eso
significaba pintar. ¿Quién ha pinrado así?
El verano siguiente, cuando el cuadro, por los modelos,
estuvo en Selsingen, en la mesera, no le fue mucho mejor. El
oralÍo del alÍo 1893 comenzó inusualmenre pronro. Y ade-
más las luchas inreciores, las dudas y desesperaciones que nopodían faltar en una rarea ran colosal. Quizá, o así lo parecía,
habría que haber pintado el cuadro en casa y más pequeiío,con esrudios del na(Ural. Había algo de desalentador en ir
detrás de los modelos con este lienz.o gigantesco, como ca
una inmensa jaula humana. Y en soportar el viento y en he-
larse dur anre años.
Mackensen buscó a alguien que pudiera ayudarle.
Bokelmann, el que luego sería caredrárico en Berlín, que
por aquel enronces pintaba justamente en SeIsingen y con el
que Mackensen tenía relación, hiz.o gestiones, mas no pudo
conseguir nada. Mackensen llegó a pensar incluso en acudir
a Múnich donde Uhde. Pero al final lo terminó él solo, sinayuda. En Berlín, donde, por mediación de Bokelmann, ha-
bla obtenido un taller en la Academia, conclnyó el siguienteinvierno el grande y pesado cuadro. Lo llamó MiJa aL ire
Libre (fig. 2). Y una Misa al aire libre» habían sido para élrealmenre esos tres años de trabajo. No se la habla hecho
fácil su misa. Como un siervo habla servido a su dios, con la
devoción de un asceta y un cruzado. No con palabras, sinocon hechos.
rfig. 2: ua al aire libre (1895), óleo, Mueo de Hiswri:l. de Hannove
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50WORPSWEDE
FRITZ MAClCENSEN-Cómo no saludar Con alegria que en l cuadro se pued;lll
reconocer las huellas de esa lucha de la que surgió? ¿Es qll
solo el rriunfo ha de tener su monumemo y no el combact :
Ya se ha dicho que en su impresióu general es inferior ill
cuadro d e la mujer en el carro de rurba. Ahora debe ñ i r ~ que en ciertos detalles desraca sobre ese cuadro y a la vez u,
revalida al supe rar sus valores. Las compa racion es siemp,.
son inadecuadas e insuficientes. La rarea era aquí muy dife-
reme; ni más grande ni más pequeña, aunque si más larga
yen muchos sentidos más dificil En todo el lado izquierdo
del cuadro ha sido admirablemente resuelta. Las figuras se
agrupan fácil, mas rupidas COmo un tejido. La reperición del
mismo aruendo en las muchachas y mujeres l1ega a ser un
rirmo cuyas frases son en cierto modo los muchos perfiles
que admirablemente se emrecruzan. Esos enrrecruzamien
tos son quizá lo más importante del cuadro. Ahí se pone
de manifiesro la superioridad del maestro. Quien se tome la
molestia de atender jusro a ese prohlema a lo largo de roda la
fila semada quedará asombrado ame la riqueza casi pródiga
en posturas, anre eSa variación del t ema que parece inagOta-
ble. Yen la segunda fila, có mo están uno c on orro un rostro
joven y uno viejo eso solo lo supo decir igual de íntimo
y afectuoso, Felix Trurat en su recrato doble que tamo se ha
admirad o en Paris.
La Misa fue para Mackensen también el primer paso ha-
cia el gran púhlico. Darse a conocer cenía que significar en
este Caso: hacerse famoso; al menos esto vale pata Múnich;
para Bremen, donde los cuadros se expusieron por prime-
ra vez aún no. Allí los vio, juma con los cuadros de los
otros «worpswedenses)}, el señor van Stieler, el presidenre
de la Cooperativa de Múnich, y ofreció a los cinco pimo-
res que vivían ahora en Worpswede llna sala especial en el
Palacio de Cristal del año 1895. Allí acudieron, y fueron el
acontecimiento de la temporada. Sobre roda Mackensen y
Modersohn. Quizá más Modersohn. Pues para Mackensen
.......
había resonancias a primera vista; el público, que ha visto
mLlcbo Yque gusta de ver a la ligera, pod ía pensar en algún
pintor de gente pobre. Muchos recordaban a Uhde. Pero a
Modersohn no conseguían explicárselo, ni al mirado super-
ficialmenre. Ni con los escoceses. Asombrados, compraron
su 7órrnenta en Téufelm20or. Z Pero Mackensen, aunque aún
nO renía ningún premio, recibió la gran medalla de oro por
la Misa al aire libre.
Pero es casi irrelevante lo que el público opinara. de esros
rrabajadores callados y solitarios. Si se hubiera resistido, no
habría sido distinto. Esta gente conocía su camino, y conti-
nuaron recorriéndolo.
El camino de Mackensen l1eva directamente al ser huma-
no, l ser humano de esa rierra negra y soliraria en que vivia.
Allí donde miraba la naturaleza hallaba objetos individuales
claramenre perfilados, pero en el ser humano en esas silen-ciosas figuras nórdicas , se resumJa todo cuanto buscaba. Hay
arristas que, al escuchar música, comprenden un carácrer,
una escena, un estado de ánimo que les había parecido largo
tiempo inescrutable: lIna canción es capaz de agrupar los ra-
yos en gran parte dispersos, de reunir lo que en la naturaleza
está Jejas o rigurosamente separado, y reciben de eHa casi
acabado, lo que les parecía imposible crear. Lo que para esos
arristas es la música, para Mackensen Jo es la figura: el ex-
tracto del paisaje. NlJ donde solo ofrece paisajes, uno tiene
la sensación de algo atenuado, diluido. vacío. En sus dibujos
paisajísticos, con roda su excelencia, esto se impone en for-ma muy especial. Dan la impresión de páginas que han sido
escritas apretadamente con una letra grande y segura. Falta
lo plásrico, lo sólido, agru pado, co ncemrado, esa fuerza pic-
tórica expansiva que en seguida esrá ahí de nuevo cuando
lo representado son figuras. Y sin embargo Mackensen no
, Teufelsmoor (literalrneme, «ciénaga del diablo») es la región en la
que se halla Worpswede. [N. del T.
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5352 WORPSWEDE
es un pintor de personas; no tiene dominio sobre el rOStr.
humano, y los retraros le ponen en apuros. Seguramen te po-
dría pinrar a aquellas personas cuyos destinos, en palabra
de Taine, se originan en el influjo de la naturaleza y solo
de ella. Las personas civilizadas, la geme de la ciudad, son
para él apátridas, y sabe Dios de dónde vienen sus destinos.
Carece de capacidad y de alegria para averiguarlo. Le tesul
tan como flores cortadas que recibe uno desde una tierra
extraña y lejana. No le dicen nada, o solo una letra inicial, y
no üene ganas de seguir adivinando; para llegar a interesarse
por ellas tendría que ver el suelo sobre el que se alzaban, el
aire que había en tOrno suyo, la luz que las calentó y l lluvia
que las oscuteció. de! mismo modo que esas flores no las
afrontaría como artista, sino simplemente como tal y ral, así
rambién en las tareas de ese ripo es lo privado. lo casual, lo
burgués por así decir, lo que, al hablar, molesta y ofende l
artisra en él.
El hombre (tomado en su sentido más banal) y el artista
no son nunca la misma persona. El artista es lo milagroso,
el hombre lo explicable; e hombre ha nacido en tal y cllal
pueblo, que al artista no le interesa en absolutO; el hombre
es, sean cuales sean las cirCll nstancias de las que proviene,
de rodas modos un prodllctO de esas determinadas cirCllns-
rancias, incluso si las desmiente. Querer derivar al artista
de esas circunstancias es erróneo. aunque solo sea porque
no se deja derivar de nada en absoluto. Es y sigue siendo e
milagro, la inmaculada concepción traducida a lo anímico;aquello ante 1 que rodas se asombran, quizá el que más él
mismo.
En los cuadros de Mackensen se puede ver con toda cla-
ridad que pierden cuando en su elaboración parricípó el
hombre además del artista. Adquieren de inmediato algo
anecdÓtico, material, senrimental. El pastOr en el cuadro
de la misa es de esre tipo. Es como si el arrista no 1 hu-
biese elegido solo porque justO es figura fuese necesaria
FRITZ MACKENSEN
-ara mantener en equilibrio la simpljcidad Yla quiecud del
:rupo en el lado izquierdo; más bien como si un hombre
joven hubiese exptesado aquí su admiración por ese ancianobello Ybondadoso. El píntor Mackensen no habría necesita-
do esra cabeza; en su cuadro de la madre había descubiertova una belleza del roStrO humano que era más honda, más
'nueva y verdadera.Resultaría repetiüvo si quisiétamos hacer observaciones
sjmilares en otras obtas posteriores de es[e artista. Tan solo
hay que decir que en tOdas esas ocasiones se revela un ser
humano extremadamente simpático, un tanto pasado demoda, de una terntHa casi de muchacha, que solo hay que
combatir por ser menor que el arüsta al que perjudica.Un cuadro posterior de Mackensen, la famosa Familia
e luto (fig. 3), está completamente libre de esre peligroso
dualismo.Aunque en este caso se trate de un interior, también en
esce cuadro Mackensen es paisajista. Esas personas se agru-pan en tOrno al pequeño cadáver como si estuvieran a la ori-
lla de un estanque en que se ha ahogado el niño. Ni una sola
de las contingencias habituales de un espacio imerior juega
aquí algún papel. solo porque a esas personas ensimisma-
das les es indiferente lo que les rodea parecen cerrarse tras
ellas las quietas paredes. Pensemos en lo que habría ofrecido
aquí lsraels. El imerior habría hablado, los ohjetOs, la venta-
na. Los seres humanos, aun de haber estado igual de inmó-
viles, habrían aparecido más intensos, abandonados, pobres,
consternados, personificados en el dolor. Los grandes pin-
tores de personas dicen siempre lo individual, lo agudizado,
lo aislado; mas aquí, en la Familía de luto, se ha dicho lo
general, en cieno modo, lo paisajístico. Cuando llamamos
triste a un bosque es que los árboles se alzan así: apretados
y solos, sin embargo, mudos, colgantes, como atados a algo
invisible. Esta genre rrabaja. No han tenido mucho tiempopara ocuparse del pequeño; les es casi extraño y les hace sen-
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Fig. 3: Familia de luto (1896), óleo, colección privada (Sui la)
FRTTZ MACKENSEN
rirse, en l momento en que se va, turbados como un hués-
ped. Generalmeme, era confiado a sus hermanos. Con ellos
ha vivido, a ellos les someía, ellos empezaban a entenderlo.
Sobre ellos cae la sombra de esra pérdida. Pew para ellos
una pérdida no es más que una sorpresa, y las sorpresas son
instal)(es. Mañana reirán de nuevo. Y los padres trabajarán
de muevo. Se agrupan silenciosos, abaridos por el silencio,
por Jas ropas que llevan, por el inesperado día fesrivo que
ha caído en mitad de la semana. No piensan en la muene;
piensan en la vida que pasa.
Como en [a Misa l aire libre también aquí el encanto
piecórico reside en la tupida estructura natural del grupo y
en los entrecruzamiemos. Las dos cabezas de nino que el
brazo izquierdo del hombre oculta en parre han sido cap-
radas a ese respectO con especial madurez, igual que toda la
ocupación del espacio en general revela la seguridad de un
maesrro.
Algo cambiado suena el rema de la muerte en el cuadro
llamado Doodmbeer más pequeI1o, pero más rico en figu-
ras. En el zaguán de una granja, solo en el medio, se alza el
ataúd. A lo largo de las paredes se sientan los hombres, de
negro, callados como si no se conocieran e igual que al aire
libre, con aJros sombreros negros. Al fondo, en el cuarto, se
reúnen las mujeres. Algunas de las figuras están espléndida-
mente captadas, pero cada una, cabría decir, por un asa dife-
reme. No encajan bien. Entre ellas quedan huecos que no se
¡w.eden llenar. lgo de fragmentario recorre todo este cua-dro, y un fragmento es el que constituye su mejor valor. l
frente, a l izquierda, una nina pequena emra al cuadro con
una cotOna, algo cohibida) dando sin embargo una cierta
impresión de diguidad: esto ba sido expresado con increíble
finura, más o menos como Jo hubiese dicho Kakkreuth. Este
episodio compensa todo el cuadro, justamente porque ha
sido introducido con tama calma) objerividad, sin rasrro de
sen timemalis mo.
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56 WORPSWEDE
Queda por mencionar un cuadro grande, La glebtl Ug
4). Este amplió las experiencias del arrista, sobre todo L
dirección al color. Aquí ya uo se trata del cielo homogéneJ
mente cubierto de cuadros anteriores. Frente al aire nubladlagitado están las dos mujeres que arrasrran la grada, sen
cillas, grandes, fuertes en el movimiento, que no las rebaja.
Cómo la chaqueta roja de la lIna brilla alta en el cielo,
cómo el viento que precede a la tarde se exriende por las
blancas cofias y repiTe la impresión de arrastre como tradu-
cida a Otro idioma, quizá ese sea el mejor recuerdo del cua-
dro. El viejo que conduce la grada quizá resaltaría más si
el movimiento de las figuras no se desarroI1ara en paralelo
al plano, sino en un pequeño ángulo respecto a él. Habría
retrocedido más, se habría vuelro más pequeño, su gesto
echado hacia auás, que quita algo de su empuje al avance
de las mujeres, no sería tan visible. El cuadro habría gana-do en hondura si ese oscuro personaje hubiese sido puesro
en relación con esa hondura Con roda, lo que el cuadro
contiene se ha puesto perfecramente de manjfiesto. Solo elnombre ha quedado insatisfecho. Mackensen aún riene que
pimar La gleba Aún no la ha pintado cómo se la ve desde elmonte, cómo la verá desde las ventanas de su nueva casa: en
su extensa, grande, pesada oscuridad. En [fe sus planes m,Ís
queridos esrá el pintar los campos llanos y auyentes, cómo se
sumergen lentamente en extensas oleadas, campo a campo,
por las depresiones de los hondos prados y hacia las aguas del
Hamme que relucen a lo lejos.
Es como si hubiese habido mucho de preparación para
esos cuadros venideros, que, al igual que los anteriotes, verá
y dirá a través de la figura. En su raller hay dos trabajos em-
pez,ados. El sembrador Sobre una ola de suelo negro, exren-
so, como llevado por ella, avanza hacia l especrador, lleno
del silencioso y rítmico rewrno de sus gestos serios. Millet
lo pimó el primero. Le otorgó una grandeza casi profética, y
sin embargo no agotó su plena hondura. Es nuevo en cadaFig. 4: La gleba 1898), dibujo a lápiz
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58 WORPSWEDE
tierra, como la vida que nace de nuevo en cada set humanu
Parece modificarse según la relación en la que estén suelo y
labriego. En rierras ricas y exuberantes es despreocupado,
libre y pródigo. El sembrador recorre velozmente las gleba
abiertas. En arras tegiones el labriego avanza más despacifpor su tierra soli taria. El movimi ento de su brazo es más me-ditativo y afecruoso. A veces se queda casi quieto; el recuerdo
le detiene, de aquel tiempo en que esto aún era ciénaga .
brezal. Entonces él aún era joven yel trabajo que lo ha enve-
jecido esraba aún por llegar.
Mackensen pintará a ese sembrador. Lo conoce; conocelas personas y la tierra en la que vive como si hubiese crecid{J
aquL Las impresiones que ha recibido aqul desde hace añosse han pegado a los recuerdos de su infancia y se han fundido
con ellos. Ya no tiene otra patria, y la patria adoptiva en lque arraiga es mejor que una heredada. No se la han regala-
do; la correjó, se la ha ganado. paso a paso. dla a día. Para él
ha llegado a ser el mundo la rierra. Yvive ahí. Y todo lo que
ocurre, ocnrre aquí, wdo lo que pasó, pasó aquí. También lo
eremo. Por eso pudo planrearse pinrar a ese otro sembrador,
cuyo gesto se ha extendido pot el mundo desde oriente hasta
el ocaso. Y pinta el momenw de esparcir: El Sermón de l
Montaña Jesús está al borde de la montaÍla, apoyado sobre
un roble grande, inmenso, que con viejas ramas señala al
sur y al norte, al esre y al oeste. En silencio y a la escucha. la
genre se agrupa en torno a él, agacha la cabeza o le mira. Pero
él dirige la mirada por encima de ellos, mira cómo los cam-pos llanos y fluyentes se sumergen lentamente en extensas
oleadas, campo a campo, por las depresiones de los hondos
prados y hacia las aguas del Hamme que relucen a lo lejos.
No es un rema nuevo para Mackensen. En el fondo es lo
que ha pimado siempre. La gran naturaleza, visra y vivida através del ser humano. El paso a la Biblia le quedaba cerca;
pues para ella vale lo que Durero dijo del buen pintor: por
dentro es roda figura.
Fig 5: Otoño (189,»), óleo. colección privada
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aTTO MODERSOHN
En el verano de 1890, los escoceses que se habían asenra-
do en d pueblo de CocJeburnspath, cerca de Glasgow, ex-
pu)icroll por primera vez en Múnich. Aún se los recordaba
cll.mdo 111 1895 llegaron los cuadros de Worpswede. Pero
este recuerdo no atenuó la sorpresa que hubieron de causar
las obras de estos pintores alemanes. Un conocido crítico
esuibió entonces, el15 de octubre de 1895: «El éxito alcan-
zaJa por los pintores de Worpswede en la última exposición
anllal dd Palacio de Cristal de Múnich no tiene parangón en
la h i ~ r i a del arre moderno. Aqur llegan un par de jóvenes
'U)'clS nombres nadie conoce, desde un lugar cuyo nombre112 die conoce, y uo solo se les da una de las mejores salas,
sino lue uno obtiene la gran medalla de oro y al otrO la Neue
Pina <ochek le compra un cuadro. Para el que sabe cómo un
anista solo logra acceder a tales bonores medianre un es-
fuerzo de aúos y buenos contactos, se trata de un asunro tan
fabuluso que no lo creería de no haberlo visto por sí mismo.
amás una verdad fue tan inverosímil».
Esta vetdad inverosímil fue aute roda Otro Modersohn.
Estuvo representado con nada menos que ocho cuadros,
ocho cuadros pintados rápidamente uno uas arIO, en los
que todo era brillo, sonido y vertiginoso movimientO. Su
Tormenta en Teufe rrnoor daba la impresión de una balada,
recitada por un rapsoda anciano con blanca barba floranre.
Yel mismo que era capaz de vivir una tOrmenta como se vive
un drama, el mismo había pintado también ese cuadro claro,
apacible, por así decir, despuntante, esa añana de otoño en
el canal de la ciénaga (fig. 6 con su hondura pacífica y la casa
solitaria, que, oscurecida por la sombra traslúcida y rala, se
alza tras los brillantes, claros y dorados abedules.
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65
WORPSWEDE
Eso eran contrastes. Guerra y paz, himno y canción pas-
toril. Mas a primera vista se veía que los llevaba en sí l N
hombre, un hombre que observa con un alma extensa en la
que todo se volvía color y paisaje. Se estaba anre vivencias.
Eran conjúJiOrts lo que se oftecía. Confesiones en verso, enversos ampl ios, SUSurran tes, de largas líneas. El lenguaje era
nuevo, inhabituales los giros, los Contrastes sonaban uno
contra el arra como oro y cristal. Nunca se había visto nada
parecido, la gente estaba inquieta, incrédula, perpleja. Hasta
que algUien pronunció el nombre de Bóck1in. laro que
todo el mundo afirmaría haber tenido el nombre en la puma
de la lengua; Büddin: con eso esraba dicho roda. Aunque
Otros más prudentes SOstuvieron: no, no roda. Y hoy senti-mos incluso: nada.
No, realmente no estaba dicho nada. Un nombre conoci-
do se asociaba a uno desconocido. Por vez primer a figuraban
juncos. ¿Y' Y los cuadros del desconocido eran así explica-
dos, provisros de una etiqueta, ubicados cronológicamente.
¿Y? Y podía aguardarse el resro en calma. De ese resto va ahablarse aquí.
Mas para poder separar primero los dos nombres que
se han asociado, conviene decir en seguida qué relaciones
cabe hallar entre este y el orro. Bücklin acudió en 1846 a
Dusseldorf donde Schirmer; Modersohn, al llegar treinra y
ocho años después a la Academia de Dusseldorf, recibió sus
primeros estímulos picróricos de los paisajes de Schirmet y
Lessing. Eso por un lado. Por el Otro: en el año 1888 Otro
Modersohn estuvo por primera vez en Múnich y en laSchackgalerie. B6c!din, que fue lo primero que se enconrró,
le causó una impresión inolvidable, cabe decir incluso: la
más grande. COfQr, illet y Dupré, que conoció al mismo
tiempo en la exposición de Múnich, palidecían a su lado.
,Pero a qué pinror joven no iba a ocurrirle lo mismo por
entonces' ¿Y es que hoy no les ocurre igual a todos' B6clclin
es una ruptura, un hito, el Nuevo Tesramenro en la pintura.
aTTO MODERSOHN sobre roda en l piutura de paisaje. Convertirse a él es in-
evirable, creet en su enseñanza ya no es peligroso, dado que
hace mucho que ha dejado de considerarse una herejía. Es la
re!igióu oficial Y además se olvida que precisameme los más
grandes no pueden decir arra cosa a los jóvenes que: «Sé tú.
No se sabe si es posible, peto en la medida en que puedas, sé
ttl». Eso es lo que le dijo enronces B6ck1in con sus cuadros al
joven Modersohn. Y Modersohn se fue y lo imentó y 1 logró
y lo ha sido. Esa es su relación con el maestro de Fiésole.
¡Sé tú Ser uno como arrista siguifica: pode r decirse. Esto
no sería tan difícil si e11enguaje saliera de cada uno, surgiera
en él y desde ahí lograra poco a poco la atención y com-
prensión de los demás. Pero no es el caso, al contrario, es lo
común, que nadie ha hecho porque todos lo estáu haciendo
continuamente, la gran conveuóón que se agita zumbanre,
en la que cada cual proyecta lo que hay en su corazón. Y
ocurre así que uno que por demro es distinto a sus vecinos
se pierde al exptesarse, igual que se pierde la lluvia sobre el
mar. Todo lo propio exige, por lo tanto, si no quiere callar,
un lenguaje propio. No es sin él. Esro lo han sabido todos los
que sintieron en sí grandes diferencias. Dante y Shakespeare
se construyeron su lenguaje antes de hablar. Jacobsen se creó
l suyo, palabra por palabra. De dónde ha de sacarse lo mos-
ttó bien a las claras con sus hechos, y Delacroix dio la receta
con estas palabras: «La nature est pour nous un dicrionnaire,
nous y cherchon s des mors».
Esto parece eStat en contradicción con una afirmaciónque se halla al comienzo de este libro, con la que se dijera
que la naturaleza es, para el ser humano, lo otro, 1 extraño,
lo ni siquiera enemigo, 1 impasible. Y esto no se invalida
aquf, sino que se repite. Precisamente esre hecho es el que
hace posible servirse de la naruraleza como de un dicciona-
rio. Solo porque nos es raD diferente, tan del roda opuesta,
somos capaces de expresarnos mediante ella. Decir lo mismo
COn lo mismo no es un progreso. El hierro golpeado con
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G(WORPSWEDE
l hierro produce solo un ruido, no una chispa. Claro ql¡e
esta posibilidad caraererística no estuvo siempre ahí, se h
desarrollado, ha crecido. s una de las cien formas de reL,.
ción con las que el ser humano se ha apegado a la naruraleza
a lo largo de los siglos. En los tiempos remotos ramó porseveridad su Sorda indiferencia, y como no podía soporcar
su frialdad la pobló de grandes fuerzas crueles y se sometió
a ellas. Y sin embargo esra humildad no era arra cosa que
Una desmedida altanería. Toda la naturaleza parecía asi estar
obligada a referirse al ser humano; era cama si solo pudie-
ra expresarse mediante él, mediante su retrato agrandado
deformado, cilficaturizado como un ídolo. En aquel riemp
no había arre. El ser humano no veía la naturaleza, la temia.
E incluso cuando empezó a ver, no la veía; veía 10 más próxi-
mo: al prójimo. Este fue el primer trozo de naturaleza el
gue requirió expresiones; primero porque necesitaba ayuda
y esraba indefenso, simplememe expresiones para lo común,
lo urgente e imprescindible. Tampoco en aquel tiempo ha-
bía arte. Comienza en el momenro en el que un ser humano
se acercó a un trozo de mundo y extrajo de él palabras para
algo no coniente, no común, personal. Entonces, apenas se
ha asegurado la comunidad y protegido el individuo, en l
primer minuto libre por así decir, pregunta por si mismo.
y el prójimo le es demasiado próximo para tomar de él la
imagen de sí, de su primera vivencia solitaria. a trata de
expresar en lo más remoto que aún abarca. Y así, eSte primer
período del arre del que tenemos noticia esrá caraCterizado
por dos representaciones que retorn,lll siempre: el rey y el
animal. La ley se mamiene idéntica a través de rada desa-
rroIJo. Siempre es el artista el que quiere decir, debe decir,
algo hondamenre propio, soliratio, algo que no comparte
con nadie, y siempre trata de expresarlo Con lo más exrrano
y remara que aún abarca. Quizá l que esra remoto sea tam-
bién 10 que más ama se derille de ello. Quizá este amor no
sea otra cosa que su ernocioname graritud hacia un objeto
-aTTO MODERSOHN
del que puede requerir senas visibles de su íntima vivenCIa.
El objero cambia de una época a otra, se acerca más y más a
la naruraleza verdadera, hasta que , en nuesrros días, coincide
con ella. Para e! artisra griego era el hombre desnudo en la
época de la resurrección eran el roStro y la mujer, y ahora
es el paisaje, la naruraleza verdadera, hacia la que las cosas,
desde que se empezó a pinrarlas con más arención, han con-
ducido lentamente. El arrisra de hoy recibe de la naruraleza
el lenguaje para sus confesiones, y no solo e! pinror. Podría
demostrarse con exacritud que ahora rodas las arres viven d e
1 paisajístico. Por ejemplo, en poemas anricuados es uy
fácil ver cómo se creía temerosamente no poder decir sino lo
general con los medios del paisaje; se pensaba haber llegado
al máximo al comparar la juvenrud con la primavera, la ira
con la rormenra y la amada con la rosa; no se arrevian a ser
más personales, por miedo a que la naruraleza los dejase enla estacada. Hasta que hallaron que no solo conrenía algunos
vocablos para la superficie de lo vivido, sino que más bien
ofrecía la oportunidad de expresar justo lo más íntimo y pro-
pio, lo m,ls individual, hasta sus menores detalles, en forma
sensible y plásrica. Con este descubrimienro comienza el arte
moderno.
Si pareciera que se han discurido aquí cosas superRuas,
impropias del momenro, habría que decir como disculpa
que entre ral maraña de opiniones no se puede hablar de un
arre determinado sin haber establecido cierros puntos gene-
rales en los que se basan rodas las observaciones precedentesy rodas {as siguientes. Esros supuestos no prerenden impo-
nerse, y solo están ahí para que ellecror los use como clave a
lo largo de este libro.
Desgraciadamente no bay aún un amplio acuerdo con el
que pudiera uno conrar táciramente en las cuestiones esencia-
les de! arre y de la creación artística; cada cual esrá obligado así
a ofrecer su perspectiva. De lo contrario corre peligro de ser
malentendido o de resuJrar sencillamente incomprensible.
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68WORPSWEDE
----...........T1mpoco l pUnto en que fueron interpolados escos o-
mentarios se eligió al azar. Tuvieron importancia para todos
los anistas de los que ha de hablarse aquí. Pero sobre codo:
¿cómo habría sido posible, sin esta vista panorámica, cap.
rar la significación de un Ouo Modersohn pues(Q que loselementos de su arre no pueden llamarse de otro modo que
paisaje y personaLidarJi Para hacer jusricia a eSre artista era
necesario observar las evoluciones más remotas en lugar de
las más próximas, y aguardar por un instan te a ver dónde se
iluminaban nexos misreriosos y lejanos. Ahora que se extin
guió el relámpago que los ha revelado, cabe seguir avanzan_
do cuidadosamente Con la humilde lámpara.
La luz de esra lámpara cae sobre un pequeño mundo.
Ilumina un trozo de muro que pertenece a UIla casa pequeña
y vieja, y un árbol del que se ve que se alza en un jardín que,
parecido a un jardín conventual, completamente rodeado de
muros grandes y viejos, ha crecido hacia arriba porque le Ed-
raba espacio para exrenderse. y sin embargo no es un jardín
ran pequeño: si pudieran quitarse los muros de piedra verde
corroída, de los que cuelga la pesada hiedra negra, se volvería
tl-ancamente grande, respiraría. Pero así san los jardines de
SoesL Así se suceden uno junro al orfO, a lo largo de caIJes,
uda uno en sus Cuatro paredes sobre las que solo destacan las
cimas susurrantes. y de pronto es una rarde de domingo, y
recorremos una de esas calles de jardín vacías, rodeados por el
ruido de las propias pisadas, cami namos así y observamos bs
COpas de los árboles y pensamos en los jardines de los que han
crecido. En la mayor pa[(e de los jardines ya no hay casas; florecen y se marchitan por sí solos y ningún ser humano parece
saber de ellos. Pero incluso allí donde aún hay casas es difícil
decir quién las habira. Escuchamos solo las VOces de vez en
cuando, al pasar cerca de los muros, mas parecen venir de le-
jos de UIl lugar remoto o de un a época remara. De la época en
qLle había aquí muchas VOces. Voces de peso de los concejales,
voces suaves y en cierto modo sombreadas de mujer y voces
.....
OTTO MODERSOHN
de rnudlachas y de niños que sonaban claras y cordiales. Pues
Soes[ fue en su día una gran ciudad. Y si uno crece allí, piensa
cOl1tinuamenre en el pasado. Piensa en cómo era roda y uo se
cansa de buscar lo que podría haber quedado de esos riempos
de grandeza y esplendor. Y así cabe enconrrar dos cosas sobre
todo: iglesias y jardines.
Decir que influenciaron la niñez de Ono Modersohn se
queda corro: la jiteron. Veía en las iglesias el pasado conserva
do, fijo, ahí no podía desaparecer. No hacía falta sino enrrar
en Sr. Petri para estar en orro mundo; aquí era todavra la Edad
Media. En los jardines era diferente. También ellos hablaban
del pasado, pero habían aprendido en cierro modo a consu
mirlo, a uanstormarIo, vivían, cambiaban, se debían a cada
hora que llegase, al viemo, a la lluvia, a la rarde y al silencio, y
en marzo, cada vez que la nieve desaparecía, se podía ver que
esraban Jenos de fmuro. La sensibili dad hacia los cuentos yleyendas, desarrollada luego can exrraordinariamente en Orto
Modersohn yen su arre, nace de esas impresiones; pues qué
son las leyendas sino pasados que se han disuelw en la natura
leza, figuras que se han regalado a e Ja; su tiempo ha termina
do, pero la naruraleza es como un tiempo permanenre y fiene
vida suficiente para darles de ella y acogerlas. Se amoldaron
a ella; los hombres adoptaron Jos gesros de los árboles y las
muchachas aprendieron a canear de los arroyos y a bailar del
vjenro. y ahora viven en la naturaleza, como en un lago del
que emergen de vez en cuando para romar alienro y ver si no
aparece, al final del camino del jardín, un ser humano que
poder comemplar. Pues aún no son del todo ran indiferentes
hacia Jos seres humanos como la naturaleza en la que viven;
el bosque siempre mira hacia adentro de sí, y en él está la os
curidad de sus cien ojos. Mas ellas atiend en desde el bosque al
crujir de los caminos y a las voces que se acercan.
Tales son las figuras de cuenros de OttO Modersohn y
puede que ya entonces las bubiese barruntado. Peco había
un largo camino hasta eUas y empezó inmediatameme a re
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70 WORPSWEDE
correrlo. Se [[araba aores que nada de acercarse todo 1 posi. le a la naruraleza. De hacer cama si se viviese en el1a, igual
que aquel10s seres, iniciado en todos los secreros y sabiendola conrraseña esrablecida. lU ninguna 801 era pequeña, se
le pregunraba y debía decir 1 que sabía. NingtÍn escaraba_
jo era insignihcanre; a hn de cuentas vivía al1Í en medio
y podía aprenderse mucho de él. No solo se conocían
árboles, los arbustos las Bares; había en marcha un cens
continuo de la población eorera del jardín, y cada pájaro
que hiciese una parada rransitoria deorro de los muros e
hiedra debía regisrrarse. La casa estaba abiena y por 1 que
respecra a los huéspedes no se hadan excepciones. Eorraban
y salían arañas cargadas con sus huevos, moscas y maripo-
sas, hormigas en [[aje de faena y disringuidos escarabajos enfrac oficial, verde y dorado. y finalmentc se recibía también
sin prejuicios a los fanrasmas de eSre pequeño mundo, a las
larvas. Se jas ciraba desde sus rumbas y acudían como mo-mias, envue1ras en cintas incoorables, largas y delgadas y con
el rostro velado; no se las podía dejar de lado, pues sabíanquizá más que nadie del fururo. y así pasarOn esos años que
se pasan como un día, así pasó la infancia. y una mai1ana el
héroe de esra hisroria desperró en una cama exrraña, y frenre
a las vemanas de su cuarro se exrendía, en lugar del jardín,
Una calle, la calle de una ciudad vieja que recordaba a Soesl[,
solo que le falraban los jardines. Iglesias las había, había in-
cluso una gran cantidad de ellas y rodas estaban llenas de
sonido, cánrícos y pompa; pues eran carÓlicas. Eso fue en
Münster. Amen udo aparecía ln Haca esrudianre de bachi-l1eraro por donde los franciscanos, cuando se celebraban los
oficios de mayo, se quedaba mirando a los monjes pardos,
que se movían en la penumbra del coro según leyes igno-radas. Esre joven, que por lo demás se conaba facilmeore,
podía esr;}r de pie duraore horas y observar cualquier tipo
de genre sin cohibirse. Los veía como veía a Jos pequeños
animales, y aprendía así de modo parecido a como había
....
aTTO MODERSOHN
Jprwdjdo de ellos: aprendía movimienros extra6amenre
conformes con la ropa que llevaba uno, aprendía a poner
tirrno al desorden misrerioso de una mulritud, aprendía que
l enromo parricipa de manera pecuHar en jas figuras y estas
J .lll vez en[[an en él, se pierden en él, disfrazadas, vesúdascon un mimerismo sin sonido que se gradúa, se conforma,
se somere; aprendía, en una palabra, que de esre modo surge
en rodas panes un pedazo de narura1eza, que ser y mundo
aparecen exrrañamenre entretejidos a los ojos de aquel que,
después de haber es rada cerca, se retira y rrata de captar un
roda mirando tranquilo. Y si eso era la vida en la penumbra,
las grandes procesiones sacras eran la vida de la luz. Cómo se
agitaba todo allí, rosrros y flores, las ropas claras de los niños
y los brocados mulricolore s del clero. Las custodias captaban
h hn del sol y la lanzaban a mamones sobre la mulritud, y
por encima de roda ondeaban las pesadas banderas de co-lores, con esa especial vacilación en que reconocemos cada
paso de los porreadores y el esfuerzo de sus brazos. Todo
era desorden, desconcierro, confllsión. Mas llegaba la luz
y rodeaba a personas y cosas, y parecía llenarlo todo de le-
yes y conformar a velocidad fabulosa lo uno con lo otro.
Así sucede a veces con las Bares del campo: las ha recogido
uno deprisa, sin mirar, jumado una con otra, y pensándolo
bien no puede resulrar de ello más que un rumulro. Mas de
pronro uno vacila, sosriene el ramo al aire y se asombra de
la armonía: las transiciones esrán afinadas suavemente y los
conrrasres suenan puros juntos.
Pero había mucho más que ver en Ja ciudad. De la torre
de Lamberro colgaban las jaulas de los anabapristas, y a veces,
al acercarse una procesión, podía uno creer que estaba viendo
a Juan de Leiden, cargado con rodos los tesoros de su reinado,
detrás de la moosrruosa espada de la jusricia en que se resu-
!nía como en una única palabra su poder. Y arriba, en la gran
sala del ayumamienro, esraban aún los rerratos de los se¡'lores
que en 1648 habían hecho la gran paz [[as la gran guerra. Sus
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72
WORPSWEDE
......sillas seguian allí y uno podía imaginarse esrar viendo ,lún las
huellas en los almo badanes, que eran arra consecuencia de
aquella larga y crucial sesión de los embajadores.
En el verano uno olvidaba todo aquello. Lo principal era
entonces la naturaleza, que, aunque relegada ame las puertas
de la ciudad, un deseo ran ferviente podía alcanzar diez veces
al día. Mas en invierno, cllando nada había fuera, el pasado
emem como una segunda naruralcza, como un jardín de
invierno, comenzaba a crecer y a Rorecer. Se erigió un gran
cuadro que abarcaba a todos los reyes y emperadores y que,
una vez que se hubo concluido con las dinasrías reinantes
del mundo encero, se abrió aún a los papas, a los obispos, a
los duques y a algunas casas principescas y condales privile-giadas, en la medida en que pudieron obtenerse sus nombres
y, cuando era posible, sus retratos. Los rerratos, desde luego
fueron copiados y pimados con exactitud. y no solo eStos
rerratos, sino rodas las imágenes de algún modo obteniblessucumbieron a una reproducción más o menos secreta, pero
siempre pensada en colores. De ese modo había mucho que
hacer. ¿Parece exagerado dedicar tamas líneas a esas ocupa-
ciones de nn adolescente No ha de subestimarse la impor-
rancia de esos años para el arrista. Están llenos de preparari-vos alegres e ingenuos, y puede afirmarse que no ocurre nada
en ellos que no esré en la más intima armonia con el deseo
viral y el impulso viral del ser humano aún no formulados,
que maduran así. Enteramente dejada a í misma, la natLl-
raleza rrabaja sin descanso en el cumplimienro de ese plan
aún no revelado. Un COntiJlllo traer, reunir, acumular es 1caracrerístico de esos años. La selección aún se da por sí mis-
ma. Con una seguridad casi sonámbula, la naturaleza romacuanto necesita y lo encuentra siempre entre cien cosas.
Esto cambia e11 el momento en que la mera ha sido ex-puesra. La autoeducación diaria, ajusrada a 1 más personal,
es reemplazada por inRuencias externas que parecen casi ac-
cidentales a su lado. La naturaleza es penurbada su seguri-
....
OTTO MODERSOHN 7;l
J J desaparece, y los caminos que tan ampli os y apacibles se0::[ 1
extendían anre uno se llenan de gente y de opiniones que no
s es capaz de atravesar.Más rarde, cuando se ha superado esre período lleno de
peligros, reconoce uno claramente cómo enlaza con roda 10
propio aUí donde en su día fuera interrumpido. Mira hacia
arrás y admira la sabiduría superior de aquel período oscu-
ro en el que nada sucedía en vano y sí todo por el fUlllro.
Pequeños amoríos fueron las raíces de un gran amor. Nada
se ha perdido; y más tarde uno reconoce, en cada fruro bue-
no que produce, una Rol que llevara enconces.
Basre con a pun rar que Ono Modersohn a los diecinueve
aúos de edad, abandonó Münsrer e ingresó en la Academia
en Dusse1dorf, donde rrabajó durante cuarro años. Que allí
obtuvo el apoyo cariiíoso del profesor Drücker y la amis-
tad de Frirz Mackensen y que llegó con esre y Alexander
Hecking en 1888 a Múnich. En Múnich contempló larga-
mente el ; ;far en ca ma de Backlin y el pequeño cuadro za-
lameramente tierno en la Schackgalerie, mas acudió por un
aÍlo donde el profesor Baisch en Karlsruhe, donde estuvo
ran insarisfecho como anteriotmente en Dusseldorf. El re-
sulrado de estos últimos años fue, en resumen: esto riene que
cambiar. Y ahora ba de contarse cómo cambió del rodo.
Comenzó Worpswede; ya se ha dicho cómo. Se habló de
aquel oroÍlo en que tres jóvenes pintores se apoyaron en U
puente y no pudieron despedirse; del invierno que siguió
con largas rardes y conversaciones y con libros que pasaron
a ser favoritos de por vida; del otro invierno en Hamburgo y
de cómo ninguno conseguia comenzar de verdad. Tampoco
a Otto Modersobn le fue fácil empezar. Seguramente suce-
dió un milagro. Uno de esos milagros que han de suceder en
l vida de un artista para que se pueda desplegar del roda.
Un lenguaje le había sido dado, un lenguaje propio como el
que recibiera Rosserri con Elisaberh Ellinor Siddal. Pero fal-
taba ahora el trabajo propiamente dicho. Quizá lo sintiera ya
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..-¡
75Tro MODERSOHN
-e brezo, yeso le daba una superficie áspera que brillaba ya
álida, ya inrensamenre colorida, y mareada, oscura y clara,
rerciopelo irregularmen re cardado. Y juma al brew ha-
bía exrensas franjas de una hierba blanda y ondulanre, desla-
vazada, rubia, siempre en movimiento y sin brillo. Sobre todoen otoÍlo era así. Se alzaban allí los abedules y apenas po dían
contener, como santOS vestidos de blanco, la luz que había en
ellos. Sus rroncos encerraban roda el blauco del mundo or-
denado según leyes secreras. Estaba el blanco de las azucenas,
en el que se vislumbra siempre algo de claro de la luna; esraba
el blanco sombrío como e qne hay en los ojos humanos, y el
blanco tojizo, por as( decir, excitado de algunos pétalos de
rosa. Había blancos que nadie babía visto nunca y que no
podían nombrarse; tan excepcionales eran. Y si se levantaba
solo un poco la tierra al pie de los abedules, se veían raíces
vestidas de un gran rojo estrepitoso, el rojo de los reyes po-derosos, el rojo de Tiziano y Veronés. Y renía uno la sensa-
ción de que en alguna parre había de quebrarse la corteza
oscilante de esra tierra pata hallar los colores de rodas las
fiestas y el brillo de los primitivos días de verano ligados a
los centenares de raíces. Pero si se avanzaba un poco más y se
llegaba hasta el canal en que yacía el agua inmóvil como un
espejo dt; acero azul oscuro, podía uno pensar que bajo todo
aquello, bajo los prados, los caminos y los bosques, esraba el
mismo abismo de crisral en que se hundía pesadamenre y sin
remedio un mundo oscuro de coJo res.
Había sucedido ese milagro. l alma de un joven pin-
ror le había sido dado ese vocabulario para que se dijese.
MdS ya en los prlme ros in tentoS se mosrró que ante todo
era necesario aprender ese lenguaje, aprenderlo en silencio ysobriedad con el libro en la mano regla a regla. El lenguaje
podía esrar ahí, pero él aún no lo dominaba. Estaba ante él
como una cadena con piedras preciosas, pero él no podía
llevarla. Así que salía un día nas orro a la naturaleza, apun-
r.aba sus palabras grandes y pequeñas, y las palabras ~ ; ~ : c . ~ B
74 WORPSWEDE
n las primeras semanas, que su lenguaje lo esperaba aquí en
la exrraña y misteriosamente rica naruraleza de Worpswede,
se encontraba en sus caminos Con mil exptesiones pafa mil
vivencias de su lm y las reconocía a primera vista. Había
aquí una rierra con cuyas COsas él podía decirse. Aquí la n <l..
ñana esraba llena de alegria y esperanza y l s noches de
rrellas y silencio. Llegaron días en los que hubo agitación,
ímpetu y tempesrad y la impaciencia de los jóv n s ca baltos
anre la tormenra. al caer la rarde había una magnificencia
en todas l s cosas, un caudal desbordante pOL' sí deci t, como
en esas fue mes en l s que cada raza se llena para verrerse en
un murmullo sobre la siguieme. siempre que se exringuíaesta efusión, llegaba una hora que aún no era de noche ya
no era de día. Aún quedaba brillo, pero ya no cegaba. Se ex-
tendía apacible, atrimado a las cosas, y patecía derram arse de
sus poros en el aire Oscurescence y mudo. Los contamos de
los árboles se mosuaban peculiarmente simplificados, des-pojados de todo lo mezquino. Yel ruiselÍor, que comenzaba
a camal' en ellos, alzaba su voz; y su voz recorría la llanuracomo si fuese la voz de algún gran pájaro.
Brotaban los recuerdos. Recuerdos de iglesias y jatdines,de reyes e hijos de reyes. Aquí volvía a hallarse todo 10 que
amaño fue cercano, amado e imporrance; y aquí todo ello es-
raba a cada lado. No hacía faira it del uno al ouo de la iglesia
al jardín y a las afueras de la ciudad y al ayuntamienro. Esta
tierra no había tenido historia. Había crecido desde ciénagas
que se cerraban lentamente, y la gente que, pobre misera-
ble, se había asentado all( no renía hisroria. sin embargoroda el pasado, y la suntuosidad de todo el pasado, parecían
estar comprendidos alU. Como si se hubiese pisoteado una
época de colores y se la hubiese hundido en l s ciénagas de las
que había sutgido esre mundo. El suelo era marrón oscuro,
casi negro, mas podía inclinarse al rojo o al violera, un rojo Yun violeta de una pesadez y un brillo que solo se encuentran
en viejos brocados. A menudo esraba cubierro en gran parte
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776 WO.RPSWEDE
quenas, riguroso, concienzudo, sin rocar una sola sílaba. Eso
fue la gramácica. Poco a poco pudo pasarse a la sinraxis, en
invierno. Había, en la habiración de rechos bajos de Otro
Modersohn, mariposas abierras como libros. Leía en sus abs
y en las plumas de los pájaros como en un compendio otteoría de los colores. Esos eran sus aburridos libros de t e ~ lSu escila era a la vez sencillo y rico, rebosame de símiles
y ejemplos. Y luego se volvió a las planras comprimidas,
cuando se secaban. En lugar de los colores vivos surgían los
mustios, romos colores del recuerdo en vez de los colores de
la vida. El rojo oscurecía casi a negro, el azul palidecía COI
al sol, y todos los verdes adquirían una coloración pardusul
y duradera que ya no cambiaba. Mas pese a esra rransforma-
ción no se perdía la armonía. Cada tono parecía saher del
otro, y rras la vacilación de algunas muraciones se presenta-
ba un nuevo equilibrio, igual de rico, peculiar y misteriosoque lo era la melodía de la vida. Así pasaron anos, emcra-
mente llenos de ese aprendizaje, y si algo ensombreció esos
años fue la impaciencia de aquel que anhelaba hacer versos
en e lenguaje que empezaba ya a escribir con corrección. En
varios puntos desracó también, arravesando la austera gra-
vedad del aprendienre, fa sonrisa benigna de poera. Hay un
esrudio del año 1893, un dictado concienzudo del natural,
que sin embargo no sabemos por qué) parece u poema. Se
ve una pequeña cañada en que hay un resro de agua clara y
mareo Alrededor, los pasros. Desde lo alto de la pendienre y
de la luz difusa y gris ha descendido una muchacha que se
inclina ahora junro al agua. Su chaquera roja brilla, inten-sificada en el crepúsculo, desde el arenuado verde pIara de
este cuadro apacible.
Pero hay también fases de duda y tiruheo, fases como
las que ha de atravesar roda aprendiente, en que la tarea se
aparece inmensa y apenas iniciada. Como reacción a llna
de esas fases se han de ver aquellos ocho cuadros que callsa-
ron taora sensación en Múnich, en el Palacio de Cristal de
OTTO MODERSOHN
1895. No solo muestran cierro dominio seguro del lenguaje,
también ha comemado ya e proceso de formación de un
estilo determinado que ahora avanza de cuadro en cuadro,
l mismo tiempo que una ampliación casi diaria del voca-
bulario Yde la capacida d de usal'lo cada vez más inconscien-temente. Pues había que recorrer ese largo, largo camino:
a rravés de una toma de conciencia clara y firme de cada
sílaba hasra volver a olvidarlas, es decir, hasta el uso ingenuo
e inconsciente de los valores adquiridos. Sin duda no sería
fácil para Modersohn, tras aÍJos de trabajo tan intenciona-
do, volver a hallar esos caminos inconscientes por los que
a su arre (como a roda arte poérico) ha de llegarle lo más
hondo. Quizá se cerraron mientras estuvieron apegados a la
naturaleza. Pero, en su caso, de ahí brotó, casi cada tarde, el
gozo por las láminas pequeñas, por láminas de ramaúo de
una mano que él dihujaba entregado a la volunrad del lápiz,sin pensar en que lo hacía. A es ros dibujos afluía sin cesar lo
más secreto e íntimo, aque/lo que aún no se a.rrevía a decir
en los cuadros; en un crepúsculo trenzado en rojo y negro
vive aquí su mundo, como vive la rosa en el capullo, conte-
niendo el alienro, apretado y oscuro. Estas láminas, por si
decir, más allá de las palabras, esrán hechas con el espíriru de
ese lenguaje por cuya posesión luchaba y lucha. Si lo ocro era
Ull honrado caminar, ellas son' un vuelo y un disparo hacia la
misma mera. Pero cuanto más perfecta e ingenua llega a ser
la expresión en sus cuadros, tanco más reciben tamhién ellos
del espíriru de ese lenguaje en el que esrán escritoS, canro
más se acercan al carácter de esas láminas, como se acercan
quizá cada vez más, cuanto más maduros van siendo, los
seres humanos a sus almas, hasta que por fin, en una cumbre
de la vida, llegan a ser uno con ellas. Así llegan a confluir
aquí dos vi s de una evolución arrÍstica extraña y, cabe decir,
rata vez hermosa, para fusionarse quizá muy pronto. Solo
cuando una tal unión haya tenido lugar se reconocerá a este
pintor poera, tal como ahora vive en la oscuridad de esas
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8 79ORPSWEDE
pequeñas láminas que no pueden reproducirse y ral COmo
nos lo prometen sus mejores cuadros. El número de estos
cuadros es muy grande. Mas se les perjudica si se intenta
describirlos. Este adepto de la rarde ha pintado crepúsculos
espléndidos, crepúsculos que üemblan sobre el vellón de lasovejas, crepúsculos que se reAejan en el agua, crepúsculos
hondos y callados en torno a algu na figura solitar ia. veces,
con un poco de blanco, pone una muchacha en sus saliclas
de la luna, y se las ve lucir de pie, Como se ve a Regina en l
pequeño paisaje afín de lheodor Srorm:
y aunque rejiera aún en las esreras
Esa pompa de cuemos de la luna,
y aunque esruviera ella en ese bosque
En medio Je la noche de verano;
y aunque yo mismo hallara. como en sueños,
El camino de vnelra por la ciénaga.
Nunca jamás descendería ella
Desde el linde JeI bosque basra esre mundo.
y sin embargo no basraría con llamarlo e pintor de! cre-
púsculo. Hay tardes suyas que parecen pintadas en caoba, y
mañanas llenas de frescura)' primavera, )' días sombríos conex¡ensas y soleadas lejanías.
Él mismo lo dijo en una ocasión: «Lo más enérgico, bri-
llante, exuberante, ¡amo como lo riemo, suave, delicado, lo
oscuro, pleno, hondo, ramo como lo alegre, claro: rumores
y susurros, oro y pIara, seda y rerciopelo, todo , todo me llegaal corazón».
y todo eso que le llega al corazÓn lo tiene la enigmática
naturaleza de esta rierra. Lo intenso y lo apacible halla ex-
presión en ella, para «rumores y susurros, oro y plata, seda y
terciopelo» hay muchos nombres de sonido incomparable.
y las palabras que hay para lo intenso pueden aumemarse
y aumenrarse hasta significar lo más intenso que uno puede
soportar, y lo que indica 1 apacible suena, (Omado con sor-
dina, más callado que l silencio. Hay Contrastes. Hay épocas
Tro MODERSOHN
en esta tierra en que los vientos nunca cesan y son tan vio-
Jenros que los días apenas cienen riempo para ser; pues los
vientOS que llegan del oesre arrastran bacia aquí la rarde, que
inopinadamente pronto, como una tormenta, se abare sobre
las anchuras. Y por la noche, cuando la rempestad se vuel-ve tempestades que, extensas como el mundo, llegan sobre
las ciénagas, retumban, corren y se vuelcan, los de las casas
podrían creer que ha vuelro e mar y, embravecido, r oma po-
sesión del que fuera su anriguo territorio. Y al mismo tiempo
hay días y noches como los que se dan a veces entre montes,
rígidos casi de inmovilidad, con el aire y las aguas tiesos, más
quietos que un espejo. O atraviesa uno el brezal, que parece
extenderse durante horas, baldío y multicolor, quebtado por
árboles encorvados cuya vida trascurre en un olvido solitario.
y de improviso comienzan, como esrrofas poéticas, los cami-
nos de un parque, rícmjcamenre trazados y describiendo concierra garbosa graruidad semicírculos hasta el lugar siguienre,
en vez de ir recros hacia él. Se descubren huellas de un pasado
arte de los jardines en los setos, que, como personas que en su
juventud frecuentaron la corte, hacen gala de una dignidad
medio olvidada que recuerdan con guSto, se encuentran sitios
en los que una v z gráciles puentes realizaban sn salto sobre
arroyos inofensivos, y lejanos lugares en los que pudieron ha-
berse alzado terrazas, rerirados y discretamente localizables
por senderos sin designio aparente.
O detrás de una casa se abre de pronto inesperadamen-
te una extensión en la que, grande y espaciosa como es, se
repanen con profusió n las casas y los árboles y gru pos d e
árboles, de modo que uno no se atreve a dar un nombre a
esa llanura cuyos caminos son tan infinitOs. El tiempo y l
azar parecen haber sido eliminados de ella, y uno cree estar
viend o las tierras del mundo y la sombra de Dios padre sobre
rebaños silenciosos que pacen a lo lejos.
Nada es imposible en esra tierra. Y rambién lo improba-
ble recibe de la pleniwd del cielo la marerialidad y la veraci-
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80 WORPSWEDE
dad de las cosas teales. Esros cieJos luminan con el círculo
al que se aúenen los aSlros y las lluvias an tes de caer; peró
empiezan aquí, enue nosotros. Reposan sobte cada hoja, es-
tán en los cabellos y en las manos de los niños, se apoyan
ensimismados en todas las cosas. Algo así de poderoso p -
labras para lo casi indecible- comiene esra tierra, ellengua-
je de Otto Modersohn. Y puede verse que usa siempre mas
que los poetas. Las conoce ya con tal exacütud quc pued\:
elegit entre sus valores; aspira cada vez más a ofrecer solo
lo importante lo grande, lo profundamente necesario. a
poesla es elección. Y cuando todo lo imponanre está ahí, se
enlaza lo uno a lo otro con la fucrza magnética de las masas
y se acopla solo, es decir, siguiendo sus propias leyes, en una
forma unitaria y sin fisuras. Esta forma orgánicamcnte gene-
rada uae acarreado un doble efecto: calma e intimidad hacia
dentro, y hacia fuera esa plena nitidez decorativa que con-vierre en cuadro al cuadro. Pero el elemenro decorativo no
solo tiene en cuenta la forma, necesita ante todo del color. Ya
se ha descrüo hasta qué puma capta este pimor la esencia del
color. Profesa lo que dijo el Rembrandt alemán. Él también
cree que el pollo, el arenque y la manzana son m;ís coloristas
que el papagayo, el dorado y la naranja. Pero esto no encierra
para él una limüación, solo una difetencia. No quiere pintar
lo sureño, que trae siempre en la boca su colotido y hace
gala de él Las cosas que están llenas de color por dent¡·o, lo
que él llama en una frase insuperable «la misteriosa devoción
delnotte pot
los colores»,es
loque
él considera su tarea.Se Ilegatá a valorar esra tarea y no podrá ignorarse al que
ha dedicado su vida a resolverla. Es un hombre profundo y
silencioso, que ciene sus propios cuentos, su propio mundo
nórdico, alemán.
Fig. 8: Noche de ínví mo en \.\í eyerberg 1895), óleo
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I RITZ OVERBECK
El tiempo pasa rápido. Cuando Modersohn y Mackensen,en d otoÍ1o de 1891, regresaron a Dllsseldorf y al TartanfS
enconrraron allí a un montón de genre nneva pocas caras
conocidas. Los llegados desde Worspwede suscitaron curio-
sidad y asombro. Nadie de enrre la genre joven se podíaimaginar que fuera posible quedarse, rambién en invier-no en un pueblo perdido, invernar y volverle la espalda al
mundo. Y uno que se maravillaba especialmeore se dirigió l
Otro Modersohn, y dado que, aunque pareciera raciturno,acosrumbraba hablar cuando llegaba el momento de hablar,
pregunró cómo era posible. «¿Worpswede? - d i j o - lo co-
nozco, soy de Bremen». y ya lanzado, siguió preguntandocómo era allí en el pueblo. Se Bomba que no le faltabanganas de probarlo por sí mismo. Modersohn examinó aren-
tamente al joven imberbe y ancho de hombros, de figura
pesada y rechoncha, que rrabajaba enronces con Jemberg ycuya frase favorira era úndómira fuerza natura ». Lo invitó
a venir. No pasó mucho riempo hasta que vino y se quedó.
rra fri rz Overbeck.\Vorpswede fue rambién para él un acomecimiento.
Diferente al de Modersohn. No encontró aquí el lenguaje en
que decir su alma. No pensaba siquiera en decirla: él no era
poeca. Soñaba en algún lugar tras una gruesa capa de taci-turnidad, y necesiraba un conrrapeso a ello en el mundo. Poreso pinraba, pimaba las cosas a su imagen, robustas, anchas
de hombros y llenas de una raciturnidad pesada. Y así eran
aquí, o puede que él las viera así, en cualquier caso salían
11 encuentro de su mirada, le correspondían, y sus colores
sonoros y la corpulencia de sus formas y el sosiego con que
estaban ahí: lodo ello le daba la sensación de una realidad
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85H4
WORPSWEDE_ _ -
que esraba en torno a él, y justo eso era 1 que necesitaba:
realidad. Eso era lo qlle tamo le atraía al len los libros d
Bjórnson. Así se imaginaba la vida, así la creía. Llegaba uno
a algún sirio, en una ciudad clara y pequeña, no lejos dd
fiordo, enrraba y había geme allí, oCLlpada en algo sencillo y
razonable que comprendía uno en seguida, había allí niños
rubísimos comiendo pan con manrequil[a y pequeños perros
que ladraban, y todo ello estaba bien así. Podía uno sentarse
enrre esra gen re fumar una pipa y mirar el paisaje afuera a
través de alguna de las claras vemanas. No esraba uno obli
gado a decir más que como mucho buenos días, pero cenía
lino ganas de hablar, así que no había nada de exrraordinario
en ello, nada en absoluro. Todos 1 hallaban enteramente
narural, se alegraban, decían también de cuando en cuando
alguna frase, y así llegaba la tarde, l tarde apacible, aIra,
clara del norte, y la campana de la vieja iglesia en la colina
sonaba solemne y piadosa, así que todos podían darse cuen
ra de que era ya la tarde. No es que esos sean los es radas
de ánimo que pinta Frirz Overbeck, mas, cuando pinta, él
los vive. Uno piensa en los antiguos holandeses, que pue
de que pintaran así por el equilibrio. Es también una de
las posibilidades de adaptación a la vida, de las que tantas
hay, felices e infelices, sencillas y prolijas, calladas y ruidosas.
Frirz Overbeck pinta como algunas personas hacen música:
cocan, y la pieza que toca.n es enérgica o suave, violenta o
esperanzada; pero, aunque Wcan con entera maestría, no es
tán demro ellos mismos, lo tocan por estar en casa en algún
sitio, no en la canción, en algún sitio, donde esrán. Así pintaél: solo que sus cuadros Son 1 Contrario de la música. La
música disuelve todo lo exisrenre en posibilidades, y esras
posibilidades ctecen y crecen y se multiplican hasra que el
mundo enrero no es nada más que una plenitud oscilando
sin ruido, un inmenso mar de posibilidades de las que uno
no necesita tomar una sola. Mas en sus cuadros roda se con
viene en realidad, se llena, se condensa. Hasra sus cielos Son
.....
- l RITZ OVERBECK
hechos por los que uno no puede pasar. Cuando los pinta sin
J11Jbes es el fuene color el que los hace materiales, pero mu
cho más a menudo hay nubes en ellos, grandes y palpables,
pueblos de nubes, una ciudad de nubes. También sus noches
de luna son así, llenas de un cielo que pertenece al
tierra,que se ha vuelto pesado y se ha acosrumbrado a vivir con las
cosas. Hay una gran afirmación del mundo, conmovedora
e infanril, en esta pintura sólida y cordial. En ningún lado
puede surgir una duda, no hay nada que pudiera ser incier
to, por todas panes figura en letras grandes: ¡Est, esr, est
Observemos sus aguafuertes. Uno de los más antiguos,
con el puente y el molino y la momaña a lo lejos, confirm a de
inmediato lo que se ha intentado decir aquí. Remite incluso
más allá. Habla del arre de distribuir los volúmenes en el es
pacio; aquí se Jos ha manejado como a cosas. Los unos están
por así decido colocados, los orros empujados hacia dentro,
y las vigas del puente parecen haber sido arrojadas desde el
monte hasta su sitio. Todo ello escá asemado y ya puede sa
cudirse, que no se mueve. Y el otro puente, llamado: ía t01 -
mmtoso (fig. 9). Aquí parece haberse logrado hacer una cosa
de la rormenra misma. Ocupa roda la lámina, y las hierbas,
los arbustos y los árboles parecen no ser más que sus comor-
nos. Pero los abedules, que se ve que han crecido agitándose,
atestiguan cien días y cien noches de tormenta. Una y otra
vez se encuentran en su obra esos abedules excesivamente lar
gos, con los gestos del viento al que han cedido y sobre el que
sin embargo han terminado imponiéndose en días de verano
qnieros y sin ruido (fig. la). También en tranquilos paisajesde mañana o mediodla, cuando los canilles repüen un cielo
jovial o perezoso, se tuercen a veces hada arriba esos ner
viosos troncos de abedul, como inquietos por su pasado. Y
emonces parecen imensificar aún más, con su rerco contraste
extravagante, la calma de su enromo conciliado.
Overbeck utiliza casi los mismos motivos en cuadros y
aguafuertes, y tanto a través de su pintura como de su obra
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88 WORPSWEDE
en blanco y negro Buye, como una corriente caudalos;¡. el ismo empeño: presentar en roda su magnificencia los u -
calles sin quebrar con ello el valor del conjunto. AsJ, o en
forma parecida, expresó una vez él mismo 10 que quiere. E
impone su volunrad. Con ello ha caracterizado del todo Su
arte y se hará bien en usar esa frase como criterio ante SUs
cuadros. Se será lo más justo Con ellos si se esrudia en qué
medida se ha logrado en ellos el propósiro del pintor. Hav
que decir que en muchos de sus aguafuerres y en algun{)s
de sus cuadros se ha acercado mucho al cumplimieoro. tnlos cuadros se añade el color, que es capaz de ayudar mucho
al empeño por caprar los deralles en roda su magnificencia;
pero medianre él se dificulta al mismo tiempo mucho la ra-
rea de no abandonar en ningún sirio la unidad de! rodo. No
es fácil mantener voces elevadas en la misma intensidad, yel
gozo por e! detalle es siempre un peligro para la coherencia.
Curiosamente, y aunque SllS colores pudieran compararse a voces elevadas, los cuadros de Overbeck san de una
peculiar taciturnidad que ningún sonido inrerrumpe. Es
dificil resolver si las voces de color se anulan muruamente,
como ocurre a veces Con los ruidos del mar que ya no se
oyen y tienden a percibirse Como la plenirud de un inmen
so silencio, o si esra sensación se funda de algún modo en
el comenido y deriva del hecho de que en los cuadros de
Overbeck no aparece casi nunca una figura. Si hay alguna,
es r.ln insignif]canre, tan poco exigida incluso en lo espacial,
que tranquilamente pued e ser rapada sin violentar con eHo
en lo más mínimo el carácrer el cuadro. Pero sus paisajes,
aunque carecen de formas humanas, no dan la impresión
de soledad. Las noches de luna y pues ras de sol se extienden
abiertamenre ame nosotros Como si acabáramos de salir del
cuano en que seres queridos se sienran juoros en to rno al
fuego. Probablemente no se mueve ni una hoja en e! árbol
ahí afuera, y hasra donde puede verSe no se ve a nadie, ni
siquiera un perro ladra en la vecindad, pero mienrras mi-
FRITZ OVERBECK--amos fuera estamos del rodo llenos y por así decir, bien
CJlcntados por la conciencia de ese cercano cuarro apacible
al que podemos volver en cualquier momento. Y Jos grandes
días radiantes que piora son siempre domingo y la gente esrá
¡oda en casa o en la iglesia y descansa del largo rrabajo de lasemana. Las miradas fesrivas de los hom bres parecen descan
sar sobre esa extensa y poderosa naruraleza y resplandecer
desde ella.
y así como son nórdicos esos sonidos de colores que él
ramo ama, nórdica es también la melancolía que se da a veces
cuando árboles y pueores aparecen oscurecidos como por la
sombra de objeros invisibles. Es esa melancolía que impera
a veces jUntO al mar, en días sin tOrmenta, cuando las ga
viotas claman por la lluvia. Quizá pndiese esre pinror pintar
también e! mar y las monrañas. Sus couieores son amplias y
úmen e! brillo renue de esa agua que hay cerca de las monra
ñas, de! que dice Bjórnson en una ocasión «que no sabía uno
si era un lago interior o uu brazo de mar». Sigue diciendo
allí: "íY los montes mismos! No era un único monre, sino
cadenas de momes, cada l oma elevándose más gigantesca tras
la arra, como si estuviera aquí e! límire del mundo habitado».
¿No cabe pensar que Overbeck habría pimado eso' No sabría
decir si alguna vez ha vis ro el mar ni dónde fiJe, pero en cual
quier caso oyó hablar mucho de él siendo muchacho.
En Bremen, en la oficina de su padre (que era directOr
técnico de L10yd para el narre de Alemania), las paredes es
taban cubiertas de maqueras de barcos, planos y dibujos. y
casi siempre se hablaba del mar en ese cuarro misrerioso, de
barcos que esraban fuera, de barcos que regresaban y de arras
que se disponían a salir del puerro. Y aún después, cuando
el padre, que le afilaba siempre al chico los lápices de colo
res, ya había mueno, se senraba allí a menudo y fabricaba
máquinas con la madera de cajas de cigarrillos y consrruía
barcos, barcos que estaban fuera, barcos que regresaban
que se disponían a salir del puerro. Y como el p a ~ e 1 /! /-(J ~ ~ ~ - a'<t(;Ff Nt{('/ . íl. •J > ~ ~
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0 WORPSWEDE
. . .
que había de pensar siempre al hacerlo, esraba muerto, había
una cierra trisreza en esre obrar, quizá la misma rrisreza qUe
hay en el mar verdadero cuando uno está en un barco y hace
señas de despedida y simplemenre tiene que parrir al mundo
extenso, ay ran extenso. Cuánras veces se habrá enconrrado
el muchacho, en la calle de la esración, a esos emigranres, ala población de esos barcos despiadados, quienes, arurdidos
aún por un viaje en rren inacabable, arrancados de todo, e -
paran a cada momenro en la ciudad desconocida y miran
hacia arrás Con expresión obrusa, como si esperaran que sé
les l1ame. Segurameme el joven pensó a veces, al COmar J.
la genre y enconrrar que eran muchos, que ahora mismo,
en algún lugar lejano en esa dirección de la que provenían,
pueblos enteros debían de esrar vacíos, y veía las casas frías
y abandonadas y las calles mudas y extraÍlameme alteradas,
y roda aquello esraba cada vez lJeno de una rrisreza preocu-
panre y de tal modo como si hubiera de hacerse algo paraque no fuera así. No era así en la vida de las plan ras y d e
los animaJiros. Aquí no parecia haber casas can inquieran-
tes. Esros Jagarros, escarabajos, ranas y culebras esraban del
roda sarisfechos, se movían deprisa o perezosos, salraban o se
arrasrraban por el suelo, arrapaban algo y se rendían luego al
sol duranre horas Can los costados jadeanres, y as] traScurría
su vida, que no parecía comener nada maligno o inesperado.
Pero solo eran inreresanres mienrras vivían, enrre alfileres o
conservados en alcohol perdían roda realidad y se volvían derepenre repugnanres o aburridos.
Con semejanres opiniones, llegar a ser naturalista esrabadesde luego descartado. Tampoco el talento matemárico al-
canzaba para ello ni para la ingeniería, y no hubo orro reme-
dio que volver a los hermosos lápices de colores, que al fin yal cabo eran la más antigua de rodas sus allciones.
Así que l joven Overbeck podía andar por los dieciséisaños cuando comenzó a dibujar y a pimar al aire libre freme
a la naruraleza. Por lo demás, el hecho de que su madre le
FRITZ OVERBECK 9J
hiciese romar lecciones con una dama junto a niñas enrre las
que el raciturno joven hacía un papel Sllmamenre extrav3.-
"ame, demuestra cuán poco en serio se tomaba ella su plan
óe ser pinror. Finalizó enrreranto l bachiller, ya los comur-
bados esfuerzos que se hacían por disuadirle de la funesraidea de la pinrura no oponía sino sus anchas espaldas, lo que
fina/meme le sirvió para ir a Dusseldorf Por enronces, desde
luego, la Academia encarnaba para él la salvación, pero, al
hablar más rarde de ello en ocasiones, nunca olvidaba aña-
dir: "Pero ahora ya no».
Su modo de expresarse tiene, como se ve, algo rremeuda-
mente convincenre y claro, y debe arribuirse a esta circuns-
rancia el que en el afio 1895, cuando rodo el mundo quería
saber de Worpswede y nadie estaba en condiciones de comar
algo al respecro, él mismo romara la pluma e informara ade-
cuadameme en J unst fii r Alle de su parria de adopción y la
de sus amigos. Lo que escribiera en ronces ha sido citado con
frecuencia, pero aun así quizá podamos alegrarnos de reco-
nocer aquí a lgunas de sus sencillas frases, que muesrr an de la
mejor manera cómo ve su rierra esre pinror.
Un háliro de fina melancol ía yace extendido sobre el pai-
saje. Graves y calladas, anchas ciénagas y praderas pantano-
sas rodean el pueblo, que, como buscando un refugio freme
a rerrores desconocidos, se aprieta comra la escarpada pen-
dieme de una amigua duna, el Weyerberg. Confusamente
dispersas, sin orden ni conderto, se exrienden casas y caba-
nas, amparadas por pesadísimos techos de paja cubiertos de
musgo y por nudosos robles en cuyas desracadas cimas rom-pen las lempesrades imporentes. Sobre el pueblo se arquea
el mame , hendido por regatos numerosos que ha formado
al derramarse el agua de la lluvia, coronado por un desme-
drado bosque de maras de roble. En medio de él se eleva,
en un espacio libre rodeado de pinos silvesrres, un obelis-
co en memoria de Findorf, del hombre que a comienzos de
esre siglo hizo culrivable la comarca, desecó la ciénaga y la
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92 WORPSWEDE
---..abrió al rráhco. Formado por macjzos bloques de granito, l
monumenro se yergue frenre al cielo con rara solemnidad.
Desde la alrura solitaria, la mirada vaga h.acia lo Jejas por la
rierra, por encima del brezal y de la ciénaga, de los campos y
praderas. Oscuros y caballerescos robles, que albergan en susombra las humildes granjas de los labriegos, imerrumpen
de vez en cuando la monoronÍa de la gran llanura. Destellan
las corriemes y el espejo del Hamme, rorruoso serpenteart
re y sobre él, desplazándose en calma misreriosa, ve/as
gras que cruzan por la tierra. Encima reposa el cielo, l cielo
de Worpswede ... »
Hay algo de la sombría ronaJidad monocroma de sus lá
minas de aguafuerre en esra sencilla descripción, algo claro
y oscuro, algo compacto, como si roda se estuviera viendo a
la caída de la noch.e. Mas el colorido de Worpswede e n la
medida enque
cabe expresarlo con palabras- no lo ha descriro nadie en forma más convincente que Richard Murher
con su brillanre récnica impresionisra. En el oroño de 1901
viajamos a \'<Iorpswede en un día de atardecer temprano y
sin embargo inrensamenre colorido como los que abundan
en eSta ríen'a, sobre roda en ocrubre y noviemhre. 1
Murher habló de ello en l Tag
«Un viaje a Worpswede es una operación de catararas:
como si desapareciera de repenre un velo gris que se exten
día eorre nosorros y las cosas. Nada más descender del tren
regional que lleva de Bremen a Lilienthal comienza un raro
cen teHeo y resplandor. ¿Tienen esos campesinos un demonio
\ Rilke in viró en efecro al gran hjswriador del arre Richard Muther
(1860-1909) " Worpswede lo guió por os taIJeres de jos cinco pin
rores ,lquí tratados; el enrusiasmo de Murher (sobre rodo por Moder
sohn le supusu una gran sarisfacción. La <ldmiración de Rilke por
Murher era ¡lCera pero había mucho de esrrarégico en su cuirívo del
conracro y en su cira aquí. Fue MutheJ quien le consiguió el encargo
de su siguiente monogr'lfíd sobre Rodio, que supundría un imporrantegiro en la carrera del puera. [N. del T]
< 3FRHZ OVERBECK
-de colores en el cuerpo? ¿O es solo el aire, el aire blando,
s"ttHad de humedad, el que lo hace (Oda tan colocido, tano
sonoro y brillante? Miro las riendas azules que sosdene mi
cochero. Fosforecen Yvibra n. Miro los guames de algodón,l pañuelo rojo intenso de una pareja campesina que se acer
C l desde lejos por la carrerera _resplandecen Ybtillan como
inflamados por un fuego inlerior--. Aquí un uabajador en
¡nono azul claro, de pie al lado de un tronCO gris perladode abedul. Allá cuelgan de algún cordel unas enaguas rojas,
chispeando colores como púrpura. Allí se eleva una cabaña
campesina, pintada de rojo sangre, parecida a las que hay enNoruega. Pero mientras aHí en el aire fino y uansparente,
todo se perfila daro, en Worpswede se vuelve una sinfonía
sonora: este muro rojo con la hiedra jugosa, este techo de
paja que se alarga casi hasta el suelo, sobre el que se extiendecomo una alfombra el musgo verde húmedo. ¡Ay esce mUS
go en Worpswede Lo recubre (Oda: na solo los troncos delos árboles, también las vigas de las casas, los ladrillos de loshoruos y las maderas de las vallas. Trisa aquí amarillo limón,
allá verdoso, más allá verde azulado, rransformando la natu
raleza entera en una visión de colores ... »Así era esra tierra cuando Mucher la vio por ve7 primera.
al día siguiente fuimos donde los pimoces.
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HANS AM ENDE
1870. La guerra. Unasuerrede expenación recorríaAle01ania.
GranJes sucesos floraban en el aire, revoluciones, rorment.as,
auroras. Todo cambiaba, todo esraba eu movi mienro, Y lo
que era parecía concentrarse en un inmenso ayer Y esperar
comO un crepúsculo a l noche, rras l que prometÍa despun-
lar una mañana aún más grande. Por entonces la familia m
Ende vivía en Trier y el padre era pastor de una parroquia
casi exclusivamente milirar. La guerra, esa era lo que ocupa-
ba cada día, lo transf ormaba, lo convertía en algo inesperado.
Surgían posibilidades Y desaparecían arra vez para hacer sirio
a nuevas posibilidades. Sonaban las tromperas de las tropas
de paso, sus banderas ondeaban y cubrían las casas y el cielo.Mas por detrás se al7.aba la ciudad antigua y oscura, cargada
de pasado, casi indiferenre. Había visto llegar e irse demasia-
das épocas, épocas que la habían tomado sobre sus hombros
para elevarla en el brillo de un sol imperial, y luego otras que
eran comO inundaciones, como chubascos perperuos, grises,
incoloras, llenas de olvido hn. Y lo que ahora vivía era de-
clive, una ancianidad llena de graudeza y recuerdos, absona
en sí y sin ganas de ser molestada. ¿Qué podía venir que su-
perara esos palacios de mármol, cada una de cuyas columnas
achacosas sosrenía siglos, alzándose hoy aún en su grandeza
solitaria y ensimismada El anhrearro estaba vacío y no podíavolverse a llenar, pero también los domos parecían demasia-
do anchos, y las voces de monjes envejecidos se exünguían
desvalidas en su hondura abandonada. Eso era pasado, y lo
¡ue pasaba al Jada, la guerra, era futuro y en ninguna parte
parecía haber presente. No había presente.y luego, de pronto un viaje y despenar en un peque-
ño pueblo de Turingia. Una inusual quietud casas blancas,
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97WORPSW EDE
una granja, una casa parroquial con gran jardín, el cida Itierra: ningún pasado, ningún fururo, nada más que pres , a
eore. Un presente apacible, simple sobrio, que discurria liso
sin vienro, sin olas en anchas orillas, apenas se notaba. los quietos remolinos al fondo del río recordaban ele algÚJt
modo a aquello que era, tenían algo que ver con la guerray l peligro, pero se los eviraba, y solo la conciencia de qUe
estaban ahí permanecía y otorgaba a algunos días u na <lJlgus.
ria indefinida de la que pocHa uno salvarse en la enrraúable
oscuridad de los bosques. Allí había muchas cosas nuevas,planras, musgos, piedras y animales, un mundo nuevo, pero
fectamente desconocido, que Sostenía una lucha callada yCOntinua comra las viejas impresiones. Sin duda !as bOrrah- ,
alas suprimía allí donde podía, pero no las consumía. y
día ocurrir que estuviera uno semado en el bosque y ame
los troncos pensara en columnas y se imaginara esrar en un
viejo palacio largo tiempo abandonado; enla
COrteza de Josárboles podían verse de repeme las veras de un mármol ver-
doso y al llegar al claro el vienro le soplaba a uno Como
una pesada canina de seda sobre las mejillas y soñaba lino
estar juma a una Ventana arqueada que se abria sobre las
extensiones del paisaje. y aun ames de haberse famWarízado
con este paisaje, arra vez un viaje y finalmente la llegada a
una gran casa gris que se semejaba a un convento como dos
goras de agua, a un amjguo y riguroso Convento de clausura
ai que venia uno a vivir en calma ensimismada y a morir
un día en soledad. Era Schulpforta. Lejos es raba el padre,
y no exisría ya su voz que instruia al hablar; iejos estaba el
hermano, el único amigo, inalcanzable la bennanira rubiacon la que había jugado juegos tan enrrañables en el granjardín sombreado, que ahora rampoco era más que un sueño
que podia desear uno al dormirse por la noche. Y entonces
emergía en el recuerdo la hermosa casa parroquial, los libtos
del padre, Jos cuadros que colgaban de las paredes, el pueblo,
y ni los remolinos en el rio renÍan ya nada de inquietanre
HANS AM ENDE
l contribuían a aumenrar la sensación de que se conoda,
tr aba y comprendía rodo aquello, mienrras que en romo
a una aquí era roda exrraIÍo, desabrido y casi hosriL Todo
esraba ajustado a un rrabajo duro y monórono, rrabajo que
realizaban a la vez veinre o rreinra personas, de modo que no
se podía comprender por qué había de hacerlo uno rambién.
Estar solo era imposible. No nabía hora en que uno no fuese
observado, apenas un insrante en que un par de ojos vigi-
lanres y malhumorados no le siguiesen, ojos que uno sentía
aunque no viera. Un espíriru de ascerismo recorría la fría
¡¡5a, y exrraños anhelos desperraban. De pronro empezó a
darse cuenca de que en ningún lugar de esos largos pasillos,
en llingún lugar de esas alras habiraciones con rechos abo-
vedados se podía hallar un solo cuadro, y surgió una sed
del roda indescriprible por ver cuadros, daba igual cuáles,
solo cuadros. Recordó que en la iglesia, sobre el airar, renía
que haber U cuadro, se coló allí y estuvo horas enceras de
pie ante él, soñando más que mirando. Era un Cristo con los
póstoles de Schadow. Este cuadro era como una venrana a
algo incierto en la vida, que por mucho que esperase uno no
quería dar comienzo. Comemó por fin.
Durante las vacaciones, Hans am Ende (de cuya infan-
cia y juvenrud se rraraba) acudió adonde Georg Ebers en
Leipzig. En casa de este sabio afecruoso halló roda lo que
había echado de menos, libros, cuadros, interés y ayuda.
Ebers mismo tenía m LLchos cuadros, y cuando con sus ber-
masas manos le alcanzaba a uno alguna lámina, un dibujo
original sobre sus obras, había en el gesro con que lo hacíaalgo esmerado y reverente a un riempo, que parecía O(or-
garle a la lámina un valor especial. Era un mundo en elque las obras de arre no solo se almacenaban; el que las
poseía sabía rrararlas de modo que no se secasen, sino que
fluyesen como fuentes vivas que le ororgan a la habiración
una frescura alegre y clara. En esa casa, y en las colecciones
de Leipzig, Am Ende se enfrenró por vez primera a mu-
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99n WORPSWEDE -chos cuadros diferences que podía comparar y examinar. yen esos días maduró su decisión de ser pintor. Debía ir a
Múnich esrimaba Georg Ebers, y fue eSte rambién qUien
le ayudó a ello. Cuando Hans am Ende llegó a Múnichesraba roralmenre desorienrado. Asi como no había nex o
alguno enrre las fases previas de su joven vida, así Cornose presencaban alli si n uansición conrraste rras contraste,
del mismo modo era esta época nueva algo inesperado, re-
pentino, para lo que nadie estaba preparado. Se exrendían
ahora amc él cien caminos hacia el a[(e, pero no habríasido capaz de decidirse, pues no llegaba a dominar nin-
guno. Aquí tuvo para él la m;ixima imporrancia quc unade las primeras casas ele Múnich se le abriera de coraZÓn
como una segunda casa parerna. En la familia del consejero
privado Gudden enCOntró consejo y un hogar, y desde ese
pumo fijo pudo buscarse los caminos que le parecían ade-
cuados. Cuando con la rrágica mUerre de Gudden perdióeste apoyo, ya había echado raíces en la vida muniquesa.Más valiosa quejas clases en la Academia, que se daban conbastanre negligencia, le fue la amistad del joven Gudden
del actual re uatista en Fráncforr, y del grabador Holzapfel.
A este último le debió el conocer el aguafuerte, la técnica
que más tarde /legaría a ser para él un medio de expresióntan rico y caro. Pero por lo demás no aprendió mucho en
esa época. Los sobrios y mecánicos ejercicios escolares, que
nadie tomaba en serio, 1 agotaban sin hacerle avanzar un
solo paso, el dibujo a partir de un modelo Com ún 1 po-
nía nervioso, y con sus camaradas no lograba trabar una
verdadera relación. Solo Con George Sauter y con Slevogthabía verdaderos pumas de ca macro. A menudo estos tresjóvcnes, de los que cada uno encontraría luego su camino,
se paraban al1fe R6cklin. ELj¡ tego de las olas y el ía de j ri-
ma Jera acababan de regresar de Berlín, donde habían sidoescarnecidos. El juicio de Paris de K1inger colgaba en una
cm echa sala lateraL era oua época. Se anhelaba el fururo,
HANS AM ENDE
ese fumIO cuyos signos esraban ahí desde hacía tiempo, y
que de hecho había comenzado ya Solo que l mayoría no
s ; daba cuema. Horas inolvidables fueron aquellas en la
Schackgalerie.Ahí
había~ l t u r o
Feuerbach y Giorgione, B6cklin yTiziano. Casaba de algún modo. Era como de una época,
o como de una erernidad. En Feuerbach era maravillosa
esa grandeza, esa sublime Antigüedad que, detrás de velosnegros, parecía guardat luro por la Antigüedad que no exis-
LÍa ya. Se sen ría derrás al ser humano moderno al arristaexcirado, ansioso, luchador, cuyo conflícto era que se pedía
menos de él de lo que habia dado. Así que finalmente tratóde dar menos, renunció a su bondo color incandescente,
pintó una ascesis y pobteza invariable, cada vez más ancho,cada vez más monumental cada vez más desesperado. Y
finalmente murió. En su testamentO pudo leerse que era
difícil ser arrista, que podía tomarse la vida en grande, pero
esta se le escapaba a uno entre los dedos como un poco detierra, como si tuviera el afán de ser pequeña. Se sentía que
había cien peligros y que este hombre singular los cono·
cía. Sobre las academias había escrito: ,,¡Que sea piadoso el
hombre fino, y despia dado Por eso, discípulos del arre encjernes, acudid a los cursos académicos: resulran Jo más ba-
raro. Aquel de entre vosouos que sea un Bautisra inspirado
por la gracia divina [Ocará a su tiempo la propia melodia,
en la escuela soja aprende el monótono estribillo. Estudiad
a los antiguos maestros, poned a su debido riempo vuesrra
propia individualidad en la balanza, sabréis entonces conbastante exactitud de lo que sois capaces. Hoy en día no
hay orros caminos».La indicación era valiosa. En lugar de l Academia, tam-
bién para Hans am Ende contaron cada vez más las visiras
a la Schackgaleríe y a la Pinakothe1c. De Rembrandt solo
había allí un autouerraro, y desde luego los aguafnerres.
Estas imponentes láminas fueron para él objeto de un es-
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100WORPsWEDE
HANS AM ENDE ¡Dl
tudio muy especial. Pcro al hacerlo no se entregó en llna
dirección. Había en su naturaleza la necesidad de exrenderse
hacia rodas 105 lados y a la vez un cieno miedo de saltarse
algo y de perderse lo imponanre; quil.á se aÍladía el afán de
recuperar lo que se le había escapado durante los años del
convento de Schulpforra. Es uno de los que bajo rodas las
arres ven algo común una última mera ideal en la que des-
embocan todas ellas como ríos y caminos. Para esta gen re serpimor no significa solo pinrar; en los libros, en la música,
en todas panes perciben Un paremesco, resonancias, exren-
siones. Se jumaban alli los esp(rirus más diferenres: Firdusijunto a Vischer, Zola, Gocrhe y Feuerbach, antiguo y nuevo,exrranjero y loca), e ideas grandes pasaban como rormenras
por encima de eHe alma que no esraba preparada pa ra asimi-
larlas y quedaba allí remblando a OScuras cuando ya habían
pasado. Llegaron luego las dulces promesas de la música, que
parecía colmar ames de que uno hubier a deseado; esas vocessuaves y dichosas que extraían cada vez nuevos anhelos para
quirarles la pesadez; broró el mundo de Wagner, esc mundo
de em'épito, que se abría y cerraba como un Sésamo de la
vida y el amor. Era una reacción al aislamiemo de los afias
anreriores, un perperuo entregarse sin aliemo a roda 1 que
llegaba y lo arrastraba a uno y 1 dejaba arrás como una ola,
de modo que esperaba una y otra vez a la siguieme ola que
había de JievarJo más alU. Esro lo conducía mar adentro;
mas también esto era bueno: pues se aprendía, si quería unovolvcr a la playa, a urilizar los brazos.
Por1
demás, acompañaban rambién aeSras
ocupacionesclases magistrales en la universidad, esrudios anatómicos, y
casi insrinrivamenre comenzaba una y arra vez un rrab:ljo
aplicado a parrir de la naturaleza, aunque l paisaje no ofl e-
cía mucho estimulo. Medio año rrabajó Am Ende Con Keller
en Karlsrohe, cerca de Baisch y de Schonleber, pero acabó
volviendo a Múnich como si aún tuviese que sacar algo de
aUí. Y así fuco Aquí, en la escuela de Diez, trabó el conoci-
mienro con Mackensen, que, si bien fue muy superficial eu
un principio, habría de resulrar ran imporrame en su vida.
Los dos jóvenes tan solo se rrararon más a fondo cuando am-
bos se habían desplazado a Ingolsradt para una pdcrica. llí
se enconrraron una rarde en un local, ya los dos discípulosde Diez, que apenas se conocían rodavía, les rocó la singular
misión de defender a los antiguos maesrros frenre a un caba-
flero de su grupo que se había pronunciado desdeñosamenre
quizá sobre Rembrandr.Solo en esra ocasión se dieron cuenra de lo bicn que se
enrendían, y en el traro diario nació una amisrad que había
de consolidarse cada vez más.
El cuaderno de dibujo de Mackensen conrenía ya mu -
chos esbozos para el cuadro Múa que planeaba, y no dejó
de hacerle, como el hombre roda, su energía y sencillez, una
gran impresión. Se vinculó a él de corazón, y huelga decir
que finalmenre rerminó siguiéndolo a Worpswede ( para al-
gunas semanas», según él creía), del que Mackenseu hablaba
maravillas.
Aquí comiem.a el arre de Am Ende.
Debo empezar diciendo que apenas tengo derecho a es-
cribir sobrc esre arre. Solo conozco cuatro o ciuco de los
cuadros de este pinror y solo he podido examinar con más
derenimienro sus aguafuertes. De ahí que renga que arener-
me a estos haga solo aquí y allá uu intento precavido de
aporrar arras perspecrivas.El período «Worpswede» comenzó ran de repente para
Hans am Ende como las fases anreriores de su vida. Laesrancia en Múnich lo había preparado para cualquier cosa
ames que a ir a un puebliro remoto q Le quedaba en algún
lugar sobre una anrigua duna y le volvía la espalda al mun-
do. Mas cuando una vida ha hallado una forma derermi-
nada, a menudo parece querer aferrarse a ella con cierra
renacidad; aunque la personalidad que lleva esa vida crezca,
su desarrollo se produce siempre a panir de l ley que se
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1 2 WORPSWEDE
ensayó una vez, que medianre la maduracióu de una indi_
viduaUdad puede, ya que no quebrarse, ser aprovechada
para sí.
Cuando Hans am Endellegó a Worpswede, rodas las
múltiples acrividades que le habían ocupado en Múnich
tuvieron que interrumpirse. Allí no había nada salvo la n;¡-
U raleza, una naturaleza, bien es cierro, tan inagorable que
podía confundirlo con su variedad. Pero al menos se había
producido una concentración. Tras las mil exigencias disper
sas de la ciudad, aquí se plameaba de repenre una rarea que
sin duda se dividía en muchas rareas innumerables, mas por
encima de todas ellas podía conducir a la unidad. No puede
sorprender que las rareas que Hans am Ende reconoció como
propias no estén en una misma línea. Con su carácrer iba l
desplegarse radialmente en rodas direcciones, y la meta de
un despliegue semejante es necesariamente el círculo. Pero
un len ro crecer en círculos concénrricos, desenvolviéndose
hacia fuera, rampoco era lo suyo. Es como si este espíriru im
paciente se huhiese fijado de inmediato su máxima periferia
para ir hacia ella radio a radio. Y si hay en uno una audacia
casi inaudita, el colosal trabajo que se ha realizado ahí ran
fielmenre paso a paso resulta como un servicio humilde y
sosegado que conduce a ese cumplimientO. A veces se pierde
la pista en l camino y parece como sí l círculo más alejado
se hubiese alcanzado en vuelo o de un tiro. Mas el c::mpeño se
dirige siempre con raro denuedo hacia esa úlrima línea que
aún es alcanzahle.
En la decisiva exposición de Múnich de 1895, Hans
am Ende tuvo un aguafuerre sobre la Tumba de AníbaL
de Eugen Bracht y los dos grandes aguafuertes originales
MoLino e mrneniJof fig. 1 , que mostraban ya una rara
madurez y dominio de la técnica. Mas los críticos que aco
gieron tan infrecuentes logros con asombro y alaba liza no
sabían que ese mismo arrista hahía producido ya enronces
pequeñas láminas llenas de sensibilidad lírica, no sospecha-Fig. t : lmmenhof 1894), aguafuerte, G,¡lería de Arre de Worpswede
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04 WORPSWEDE
ban que también era pinwr y que ensayaba con morivos
paisajísticos y figurativos, aunque la reproducción del Ua-
dro de Bracht revelaba una gran comprensión de la esen_
cia de los valores plásticos. Al principio fue conocido solo
por esas grandes láminas que acreditan ya una concepciónsingular de la naturaleza, que más tarde ha confirmado yampliado de cuadro en cuadro. En el Molino ranto corno
en la lámina lmrnenhoj; hay aún mucho de ensayo, perorodo lo ensayado esrá a un cierto nivel homogéneo de lo
conseguido, y por eso la impresión general tiene con todo
algo de exrenso y unirario. Jumo a estas grandes estampas,en las que en cierro modo solo se han inscrito resultados,van las láminas pequeñas, que son más irregulares pero
también en muchos sentidos más reveladoras. Aquí se haprobado y experimentado mucho que no renía por qué sa-
lir bien, pero que no obsrante, por ocurrir discretamenre,
salía bien. Puestas junro a los grandes aguafuertes, resultan
como hojas de un diario jumo a páginas de un libro impre-so Contienen más que el contenido: esrá ligado a ellas l
olor de la hora en que surgieron, y es como si el que las creúno hubiese pensado en muchos, quizá solo en una mano
próxima que sabe sostener lo amado con cariño. Me refierosobre todo a la hermosísima lámina Ensoñación (fig. 12).
Una mujer callada y recogida camina entre abedules con
el rostro bajo, en una profunda ensoñación, junto al agua.
A la izquierda empieza un bosque, a la derecha bay ovejas,
que miran y ya no pacen. Oscurece ya. El agua brilla otra
vez, los abedules relucen. Podría pensarse en una lámina deK]inger, digamos, de la época en que nace el guante. Pero
es otra melancoila, es orro sueño.
Luego hay una segunda lámina. Una casa, blanca, re-
rirada hacia el fondo, en el borde de un prado de flores.Delgados abedules se yerguen claros ante ella y arrojan en
la hierba largas sombras marnri nas (fig. 13). Y luego hayun cuadro: árboles floridos, nada más que una hilera de
105
Fig. 12: Emoñaciórt (1898), aguafuenc, GalerÍa de Arre de Bremen
.írboles en flor sobre la cierra extensa, llana; una mujer que
alza los brazos, un niÍlo: evoca a Míllet, pero es aún más
como lo describiera Jacobsen: Blanco floral, ramoS de nie-ve guirnaldas de nieve, cúpulas, arcos, fesrones, coda una
arquitectura feérica de blancas flores con un fondo del cielomás azuh, (fig. 14). Son momentOS preciosoS: como cuan-
do pasa uno al lado, por l tarde, de una casa de campO
solitaria; se oye música, pero al pararnos a escuchar ya se ha
extinguido. y permanece uno de pie y espera. Son minutos
llenos de eco, de silencio e incertidumbre. ¿Qué viene aba-
ra: algo agradable, algo imponenre o se oitá cómo se cierra
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I09~ M E N E 1 8 WORPSWEDE
l piano Así son estas láminas, así es esre cuadro: pau_
sas, inrervalos llenos de eco, de silencio e incerridumbre.
Son raros en Am Ende, cuyo arte es en el fondo músh::a.
Música, si eso es con lo que puede comparársele mejor.
Música de trompas y arpas, ascendente, hinchada, pródiga.
Los colores de sus paisajes atacan como si hubiesen espera-
do l señal de una bawta iuvisible. Cuando se planra uno
ante sus cuadros hay un último momenro de silencio, un
silencio sin sonido como en el rearro justo ames de que
empiece l obertura. Entonces enrran, fllenes, polifónicos
con amplirud atronadora. Toda una orquesta se agrupa en
el espacio del marco, y esrá roda ahi, hasra el brillo marrón
de los violines y el claro fulgor de las rrompas alzadas. Hans
am Ende pinta mósica, yel paisaje en el que vive opera en
él musicalmeme. Por eso no lo ve con la calma apacible
y objetiva del pintor, no se sumerge en él con los senti-
dos acechanres del poeta. Está poseído por él, embelesado,
elevado y vuelto a descender. Lo pinra, por así decirlo, en
lucha con él; como si alguien pintase la ola que rompe so-
bre él. Por eso se desborda en él hasra cal punto, por eso
sus formas, a pesar de ser tan poderosas y reales, tienen sin
embargo algo inconcluso: como si aún quisieran crecer más
para, como toda forma en la música, quebrarse al alcanzar
al fin un puma de máxima rensión, disolverse, comenzar
una nueva vida. Es jusramenre esre carácrer deslizanre de
la música el que parece contradecirse con la pinrura. Yesra
contradicción se puede ver aquí y allá en los cuadros de
Am Ende; a veces es más fuene que ellos, pero a veces se laha sometido y forzado a servir al cuadro. Enronces se dan
resulrados muy curiosos. Nadie más que un pintor que vive
de ese modo la naturaleza podría pimar esas horas heroicas,
horas de la tarde o del crepúsculo, cuando cada cosa parece
desbordarse sobre su camama a uno más grande. La rierra
se dilata, los ríos se ensanchan, parece elevarse cielo sobre
cielo y, como ruinas de oscuros muros gigan tes, se levanran
arüpos de árboles re moros. En momenros así, la naturaleza
;ransig con un sentimienro hon do y medio olvidado dee
Aln Ende, lo acrecienta Y refuerza, Y coma en múltiples
recuerdos, él encuentra esos viejos abedules que tan a me-
I1l1do se desplazan hasta el centro de sus cuadros, con brillo
verde gris, en filas sucesivas, corno las últimas columnas de
lnármo1
de vewstoS palacios imperiales.
En este paisaje, el ser humano no tiene espacio. Sobre él
Hora un espíriru de abandono; los que habitaran aquí fueron
príncipes, pe ro ya no son. También los miras que hablaban
de ellos esrán mueHOS.Pero rambién al ser humano lo ha visto siempre Hans
aH Ende como a un troza de naruraleza, y así como el
esrudio de la anaromía le era especialmeme imporrante en
Múnich, así luego en Worpswede ha rrazado cabezas con
gran celo (hg. 16). A ese respecro ha orienrado roralmenre
su récnica a seguir cada línea hasta el hnal, loque otorga
aesos rrabajos un acabamiento sorprendente. Ha recorrido
esoS rostros coma un buscador de oro; no hay un solo pun-
ro en ellos que no haya examinado. Pero quizá los rasgos
de esos campesinos no podían darle aquello que necesiraba.
Quizá le resultaban demasiado llenos de una cosa. Quizá
anhelaba orros en los que no hubiese solo trabajo, trabajo,
trabajo y algo más que el pob te pasado de una sola vida.
Ya la cabecíra de niña (fig. 15) (que grabó al aguafuerte y
modeló) pareció imeresarle más. Resultaba menos retraí-
da, más misteriosa, era un comieuzo. Cabe pensar que \a
extraña sensibilidad musical de esre pimo r habría de vol-
verlo cspecialmenre apto para captar la vida cambiante Y
deslizante del rosrro humano. Una idea surgiendo sombría
coma una nube en una trenre clara, una sonrisa que brota
y se extingue, Y el gran amanecer del alma en un rostro
crasfigurado
. Cabe imaginárselo pintando a niños de viejas
familias, en cuyos rasgos preparados por culwras pasadas
está esperando una nueva vida.
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HEINRI H VOGELER
Había cólera en Arnsterdam. Los jóvenes que habían lle-
ado desde la Academia de Dusseldorf aguantaron aún un
tiempo, pero escaparon por fin a un pequeña balneario ma-
cícim holandés; lo hallaron vacío, las fachadas clavadas, elomar regado por la lluvia y una niebla gris y perezosa que lo
cubría tOdo y se extendía monóronamenre de hora en hora.
Cayó enronces sobre ellos una angustia, como cuando des-
pierta uno por la noche y está ran oscuro que puede cteer
haberse vueltO ciego de repente. on esa determinación
desesperada con la que busca uno en ral caso una cerilla,
con una dererminación idénrica parrieron los jóvenes con
l siguiente tren hacia la luz, a Italia, al sol a ser posible.Habría que hablar de viajes como ese, y no de la triste
Acadernia de Dusseldorf, si se quisieran referir los años de
formación de Heinrich Vogeler. Tuvieron l snficienre co-
lorido. Es uno de eso que lo han conocido tOdo: l tráfago
incesame de metrópolis crecientes y l candor pequeño-
burgués de pueblos remaras donele cada día parece igual al
otro y rodas los días iguales a algún primer día que los más
mayores son capaces aún de recordar. Ha visÍ[ado tOdos
los museos, Y en elegante s residencias ele campo ha viswcolecciones y cuadros que rara vez se muesrran. Eludió los
días nublados del norte para aparecer de prontO, como enun sueño propio, junto a un mar latino y soleado, y un
día elesapareció rambién de allí y se reunió en l Piazzetta
con viejos amigos que no había visro desele hada tiempo
para cruzar hasta el Lido reluciente a la caída de la noche.
En el recuerdo de personas semejanres surge poco a poco
una geografía propia: lugares que para ellos eran simila-
res se juncan y enganchan como eslabones ele una cadena;
4
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WOl\PSWEDE
---. .Otros, colindanres en el mapa, se vuelven extraños, corno
si perreneciesen a países y a épocas distinras. l mundo
se reordena: se vuelve más pequeño, abarcable y persOllal.
Regresa uno de Londres) se acuerda de un Paolo Uccello,
del maravWoso cuadro heráldico de un rorneo en plata y
negro, yen Florencia piensa uno sobre roda en Hugo Vander Goes, el enigmático holandés, y l Ospedale de Santa
María Nuova se transforma Como a una señal en un,o de
esos parias de beguinas que hacen tan inolvidable a Brujas.
Brujas se eleva. Las callejas desienas, Jos apacibles puentes
arqueados que conducen, por encima de los hondos reBejos
de las cosas dormida s, a Otras callejas desiertas. y de repen-
te es Venecia Con su aire dorado que OScurece, Venecá, que
tiene su «hora cizianesca». Así se mue vc el recuerdo, y tiene
horas de flujo y horas de reflujo de las que se eleva poco a
poco un país nuevo, una vida nueva, el mundo propio de
un hombre joven que ha visto roda eso. l mundo del que
se ha de hablar en este caso se ha cerrado) aislado antes
de tiempo y es que cuando Heinrich Vogeler viajaba esw
ocurría menos por incorporar lo extraño que por oponerse
a lo diStinto y pOt trazar el límite a la propia personalidad,
por determinar dónde acababa lo propio y dónde empeza-
ba lo eXtraño. Ese fue el semido y la imención implícita de
sus viajes; bajo la influencia de casas extrañas reconoció lo
qlle era suyo, )' si algo sorprende en esta evolución es el he-
cho de que empezara a cerrarse ya tan promo, en una época
en la que Otros jóvenes comienzan justo a abrirse de verdad
y se enrregan bastanre indistintamente a los aZares que les
salen al paso. Hay una cierta madurez, pero también cierra
limitación en ese cierre anticipado, como si este hombre se
hubiese construido a sí mismo según el modelo de aquella
vieja COrre del valle, detrás de mUros blancos y fosos oscu-
ros, hacia la que miraba siempre pensativo de muchacho.
Esta evolución aspiraba a rodearse cuanto antes de muros y
fosos; lo que se imentaba no era extenderse desde un punra
HElNR1CH VOGELER ¡ 15
fijo, sino que debia hallarse la periferia de un círculo, y la
misión partic ular de esre hombre parecía volver a llenarlo
cada vez más apretadamenre. Lo primero que llama la aten
ción de esta misión es su ptevisibilidad; las metas anísticas
se sitúan siempre en lo infiniro y no es posible decir algo
sobre su accesibilidad. Mas en esre caso el tema estaba li-
mitado, esrrechamenre limitado incluso, y no habia que
pensar necesariamente en un ane y en un attista; era ante
rodo una vida lo que queria surgir ahí, y surgió.
Claro que mientras a este joven le ocupó su pequeño
mundo aislado, no era es[e mucho más que una pequeña
singularidad, una oposición personal comra roda el res-
ro, demasiado discreta y elegante corno para ser norada y
desmentida sin cesar por la gran realidad en su conjunro.
Muchos van por el mundo distinguiéndose de forma pa-
recida, en una ínrima y continua oposición, y no por ello
son más que excémricos insarisfechos, cuyas rarezas apenas
son tomadas en serio. Se rrata de si una proresra tal tiene la
fuerza para imponer se, pa ra enfrenra tse en cuanto realidad
a esa arra realidad universalmente reconocida, para mante
ner el equilibrio frente a ella y hasra, en lo posible, para ser
más convinceme que ella en sus apogeos. La historia esrá
replera de proresras parecidas; se alza sobre las rebeliones de
individuos. Pero rambién la vida monacal (como la conci-
bió Francisco) es una de esas protestas que, sin rocar la rea·
lidad de los demás, se basa en la fundación de una segunda
realidad. He aquí una vida que se ha rodeado de muros y
ha renunciado a extenderse más allá de esos limires. Una
vida hacia denrro. Y esra vida no empobrece. En medio de
épocas de naufragio parece ser el refugio de rodas las rigue-
zas y reunir en un pequeño cuadro atemporal roda por lo
que afuera luchan y cazan los días. Su regularidad se hace
más clara) visible, y como una telaraña ritilante parece afe-
rrarse a sus muros con mil hilos bien rrenzados. El rrabajo
sencillo e ínrimo es la raíz de esra vida, y de ella brora por sí
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16 WORPSWEDE
solo roda lo bueno y lo grande: el celo y la alegría y la pie
dad y finalmeme también, sin que lo quiera nadie, un arte.
Un arte que no se puede separar de roda el resw, POtque
no es otra cosa que esta vida misma al flotecer.
Quien decida ahora poner en lugar de una comunidad
monástica a un individuo, a un hombre de hoy en día, que
a partir de la volunrad de su carácter, como a partir de una
regla 1110n,lstica, se ha conseru ido, acotado y realizado su
propio mundo, ese estará en las mejores condiciones de en
tender el fenómeno Heinrich Vogeler y el origen de su arte;
pues no puede hablarse de ese arte sin pensar en la vida de
la que fluye como una perpetua consecuencia. Igual que el
arte de aquellos monjes medievales, se eleva desde un mun
do estrecho y preservado para romar parte en la extensión y
eternidad del cielo con discretas alabanzas.
Heinrich VogeJer halló en Worpswede el suelo de su rea
lidad. Su arte es anre roda un vaticinio dichoso ) extasiado
de la misma, y rodos los cuentos de su viejo gran cuader
no de dibujo empiezan con las palabras Será una vez.. ,».
Dibujos y aguafuertes hablan, con voz fina y susurranre, de
lo futuro. Y más tarde e n los cuadros- celebra, maduro
y agradecido, las satisfacciones de Sil vida. Ese es el verda
dero contenido de su arte. Le ocupan además recuerdos
de días o sueños, de los que habla misteriosamente, como
si fueran cuencos, Junto a ello hay una investigación infa
tigable de las formas, que lo hace eada vez más capaz de
decirlo todo. basca en los matices, exaCtamente como él lo
vive. Y lo vive en forma nueva e inhabitual, de modo que
su lenguaje artísrico tuVO que crearse muchas expresiones
para poder estar a la altura de sus vivencias.
Mas tampoco al comienzo, cuando posee aún pocas pa
labras. utiliza expresiones extranjeras, y se sirve de él como si
fuera inagotable. Yen esas tempranas láminas al aguafuerte es
jLlstameme lo incomplero yen algunas partes desmañado de
tan singular lenguaje de la forma lo que coneribnye a aumen
l17HEINRICH VOGELER
.. -lar el encan to del contenido. Ha y cietto paralelismo enere esos
traZ S ralos y el carácrer escaso Ycortante de los primeros días
de primavera de os que habla. Delgados abedules. praderas
en las que hay tempranas flores timidas, y nna tu pida red de
ramas a rravés de la que ve el pálido cielo en todas partes. A
veces nna muchacha esbelta. una niña silenciosa Y coronada,
está sentada en )a hierba y mira con sus amplios ojos. en in
cesanre asombro, hacia pájaros que Uevan a los nidos (flg.
17 ; a veces se eleva a lo lejos un castillo y todos )os caminos
del país van llenos de curiosidad hacia él (flg. 18); a veces hay
bosque en el fondo y frente al bosque está de gnardia un ca
ballero que vigila el juego ensimismado de la novia serpiente.
O está manando una fuente exigua en la aJra hietba, y en el
horizonte. freote a las ovifonnes nubes de primavera. aparece
un muchacho. un perro, cabras ... y entonces puede verse cre
cer la primavera: )os átboles parecen acercarse, los caminos se
tornan más ocultos y se preparan para conducir a los primerosdías amorosos. De aquí surgen las láminas: Primavera de al1 tOl'
y Sueño trovado·meo Las dos personas jóvenes que se quie
ten ya lo saben. Están semadas juntas. reunidas en silencio
como una mano con otra. Y tras ellas resuena la canción del
amor. tocada por nn ángel en un arpa de pie: pero ame eUas
se extiende el país del amor. en el que es primavera, abierta y
honda. y cuando siguen adelante, tras los árboles surgen los
ángeles con largas ropas Ylas rodean con su canto, y lo cantan
tOd.o, de manera que no les queda nada que decir:
Debemos, mi querida, avan Z.ar
en silencio, tÚ Yyo [... ].
Hay más de una sola primavera en estas láminas. y no
solo resuena en ellas la dicha de los seres humanos que se
han encontrad.o ) ahora caminan juntOs, la dicha de todas
t De la anción amor danesa de Jens Pe(er Jacobsen (1847- 88'1).
[N. del T.].
1
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Fig 17: rirm¡wra 1896), aguafueiTe, Galería de Arre de BremenFig. 18: uento sin fecha), aguafuerre, Galería de ne de Bremen
J20WORPSWEDE
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2Hf.lNRICH VOGELER as Cosas que sienren la primavera parece estar expresada el
ellas de algún modo; Heinrich Vogeler es uno de esos de
los que se dice en una carta de Jacobsen que para ellos «los
árboles y los pequeños secreros de los árboles» Son el pall
de cada día". Sabe atisbar dentro de la vida de las flores más
pequeñas; no las conoce de vista y de oídas. Se ha adentrado
en su confianza y conoce como el escarabajo las hondu_
ras y la base de! cáliz. Obsérvense sus esrudios de flores:son de una escrupulosidad sin parangón, y sin embargo no
hay nada pedame en ellos; pues se sieme la importancia
la necesidad de cada trazo y que era ineludible. El arre de
brindar en una flor, en una rama de árbol, un abedul o una
muchacha anhelante la primavera entera, toda la plenitudy exhuberancia de los días y las noches, ese arte no 1 ha
dominado nadie Como Heinrich Vogeler. Su carpeta la
primavera es demasiado poco conocida. Algunas láminas de
la misma se cuenran entre las más bellas revelaciones de su
obra. Y se muestra también aquí por qué su experiencia dela primavera es tan Íntima y honda, ran poco universal. No
es la Vasta tierra en la que vive Con l que ha aprendido la
primavera; cs un jatdÍn esrrecho del que lo sabe lodo, sn
jardín, su apacible realidad, creciente y Rorecienre, en la que
roda está puesto y dirigido por sn mano y nada OCurre que
pudiera prescindir de él. Cada Ror que allí brotó la ha apa-
drinado, y a cada rosa la ha ayudado a ascender los muros
hasta el sitio en qne podia vivit y sonreír. Los árboles que se
alzan allá Fuera en el brezal le san ajenos, cama los hombres
que habitan allá aFueta; pero la inFancia de sus árboles la ha
vigilado día a día y se ha ocupado de e]Jos como de herma-nos. Por eso ama Jos grandes vien tos de esta rierra, porque
se rienden cama manos por sus árboles y Forman y Cllrvan
1 que él ha planeado en las agitadas noches de primavera,
cuando los rroncos, llenos de savia ascendente, se alzan en
la tormenra como Fuemes. y ama también el ancho cielo,
porque es luz y lluvia para sns pequeñas Rores yel brillo de
hojas de sus árboles y en las venranas de la casa blanca
que esrá en medio del jardín. Él es e jardinero de este jardín
como se es l amigo de una mujer: accede en silencio a sus
deseos, que él mismo ha despertado, y lo llevan más allá
cuando los cumple. Lo que le confía en otoiio vuelve a salir-
le al encuentro en primavera, y lo que planta en primaverano queda así, sino que crece, se acostumbra al verano, riene
una vida específica y su propia muerre en los días morrales
del otofío. Así vive su vida acostumbrándose al jardín, y
allí parece reparürse en cien cosas y seguír creciendo en mil
maneras. Escribe en esre jardín sus sentimientos y estados
de ánimo como en un libro; peto el libro esrá en manos de
la naturaleza, que como un gran poeta usa las más efímeras
de sus ideas para desarrollarlas de una manera imprevista.
Así ha plantado un árbol o trenZ<"1do una parra por la pri-
mavera; y ha hecho l árbol fino y delgado y la parra suelra,
como quería la primavera. Pero pasan los años, el árbol y lap:lrra se transforman, se vuelven más ricos, más anchos y
umbrosos, todo el jardín se vuelve más espeso y susurra cada
vez más, y así las cosas que ha planeado con su sensibilidad
primaveral lo arrebaran hacia el verauo, en el que se pierden
cada vez más hondamente. En este jardín, en las demandas
siempre crecientes de sus más Frondosos átboles, creció el
ane de Heinrich Vogeler; aquí se le impusieron cada vez
nuevas rareas, cada vez más diFíciles, rareas que poco a poco
se volvían de año en aí10 complicadas y exigentes. Ya no
estaban a su alrededor los árboles pequeños que podían de-
cirse con pocas líneas, y lo que trepaba no lo hacía ya solo
por los carriles por Jos que él lo había conducido. Los velos
ribeteados eran ahora puntas llenas de un espeso verde, yse trataba de seguir las leyes de un patrón entrelazado. Las
copas de los árboles se habían enrejado más espesamente, y
en todas panes habían surgido, bajo la influencia dd crecer
y el viento, nuevas líneas, líneas y sistemas de líneas, en tre-
cruzamientos y acorramienros que a primera vista resu!ta-
122WORPSWEDE
------------------ .
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ban desconcerrantes. Mas no era una primera vista la qlle Se
fijaba en ellas. Era un ojo que no solo veía sino que sabía, y
que había visro cómo se transformaba todo. Esre saber es el
que hace ran COnvincenres los árboles que luego ha dibuja_
do Heinrich Vogeler, ran claro y tan orgánico el desorden de
las ramas inconrables. A veces ha invenrado (en los nUevos
dibujos a plu n1a árboles cuyo ramaje rebosa un desarrollo
y una regularidad ran fabulosos que parecen esrar imirando
al detalle una compleja realidad. Su lenguaje de líneas, que
en los primeros aguafuerres repería rítmicame:nre (como en
las canciones populares) solo unas pOcas expresiones, Se en-
riqueció de mil maneras gracias al jardín espeso. n lugar de
10 suelro y lo claro que parecía en un principio ser caracte_
rísrico de sus láminas y cuadros, aparece cada vez más el el1l-
pelío por llenar en forma orgánica un espacio dado. En los
aguafuerres de la época pOsterior empieza a ser notorio esre
nuevo propósiro, mas solo en los dibujos a pluma se cum-
ple del roda. El dibujo cubre la lámina comoU l
reenzadoarbóreo con miles y miles de hilos la invade Can su riqueza,
se exriende por su incerior como un rejido bajo el micros_
copio. Puede que, en lo que al Contenido de estas singulares
láminas se renere, la decadence f;lntasía de líneas de Aubrey
Beardsley haya servido de estímulo a He:inrich VO e1er, perog
1 esencial en eUas ha brotado de él, y la influencia de su
jardín ha renido más fuerza que cualqui er Otra.
Así como las figuras de filigrana de esos príncipes y donce-
les que ll enan los aguafuelTes de los Cuentos (ng. 19) nacían de
l sensibilidad inrensa y objeriva de la primavera, así los per-
sonajes fantásticos de los dibujos parecen provenir de cuenros
de verano. Hay en ellos algo de la plenitud del verano, de su
carga y profusión. El cobrar peso de las frutas, pero más aún la
apertura desmedida de las grandes flores cultivadas, que como
no han de ahorrar para ninguna fruta crecen cada vez y se
vuelven más exuberanres y sensuales. Cada cáliz se arrolla des-
de arra y como rentáculos de pólipos alargan los filamenros
Fig. 9: Atardecer de /Jerano (1900), aguafuene
25
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24 WORPSWEDE
serpentinos hacia improbables pájaros coronados, que en el
uam con tan efusivas Bares acaban por pmecérse1es. Es OEno
un fondo marino en que se ve, y el peso de un mar profundo
parece extenderse sobre esta naturaleza sin sonido. Y la vida
de esas formas es tan verdadera y convincente que se les p ¡ j r ~ el color, el colorido eX<lgerado, venenoso y brillame que s i l t ~cian. Khnopff llamó una vez "labios rojos» al dibujo a lápiz Jc
una boca indeciblemente voluptuosa; de modo similar, eslUs
dibujos a pluma podrían llevar nombres de colores inauditos:
habría que creérselos.
Si ya los aguafuertes de A La primavera podían ser re-
unidos con roda derecho en una carpera, esras láminas aún
piensan menos en verse en las paredes. A su intimidad le
corresponde ser tratada como obra para carpera, incluso
cabe imaginársela en un libro emparejada con una página
impresa en tipos finos y apacibles. Es una manifesración adi-
cional de esa peculiar evolución de Heinrich Vogeler, que
lo ha hecho especialmente capaz de adornar libros. Hace ya
tiempo (desde que se acercara a la esencia del libro con va-
rios buenos ex libris [fig. 20]) que sus propósitos van por
ese lado, mas solo ahora que su estilo lineal ha alcanzado
pleno desarrollo esrará en condiciones de aponar algo de
todo feliz. en esa dirección. Algunas porradas en l ¡meL s la
j(usuación de un pequeño volumen de versos de Bierbaum y
e maravilloso ornamento con que rodeó el drama de Hugo
van Hofinannsthal El emperador y La b r t ~ j confirman que
su arte con la línea, en apariencia cerrado y tranquilo y sin
embargo ímimamente rico, es adecuado como ningún arrapara acompañar como un cama el rirmo de caracteres no-
bles. Mas no solo para la industria del libro, sino para roda
lo que se denomina indu stria artfstica es este arrisra una gran
esperanza. En su singularidad encaminada a realizaciones
, La revisra lireraria Die /¡¡seL de la que IlJceria en 1901 la cdiroríal
lme/. [N. del TI
Fig. 20: x libris (1900), aguafuene, Archivo de Worpswede
habría de desarrollarse pronro el deseo de hacer cosas. De
muy remprana época son las cubiertas bordadas, los reves-
rimientoS de pared y vidrios, pero su sensibilidad, que cada
vez más se conviene en realidades, busca también llegar a
dominar otrOS objetos. Se ba querido inrerprerar esre «esri-
lo)) como una respuesta al imperio tardío, pero parece más
adecuado atribuir su ausreridad e ingenuidad al carácter de
los nuevOS jardines y entenderlo como un fruto de ese arre
de la primavera que ocupa un gran espacio en el trabajo de
Heinrich Vogeler. Enrretanro también este senüdo estilísrico
se ha ampliado y formado, Y puede imponerse mejor desde
que el artista ha adquirido el conocimienro de los mareriales
específicos, desde que sabe cómo ha de tratatse la seda) laplata, la madera y el vidrio, si es que se quieren desplegar
rodas sus panicularidades Yvinudes. Quizá fuera el claro de
luna en su jardín el que lo llevó primero a la piara, que ahora
domina comO un poeta su lengua. Comprende como nadie
a ese metal afín y delicado y sus maneras de niña. El hermO-
so espejo Ylos candelabros (fig. 21) fabricados a patrir de sus
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Fig. 21: Candelabro de pJara 1901)
HEINRI H VOGELER J27
diseños solo pueden ser plata; lino se los imagina en piara si
los ve reproducidos. Que sabe urilizar en resumidas cuentas
l metalla arestigua rambién la sunruosa reja de larón de la
chimenea, que en el crecimiento orgánico de sus rosas deja
ver al mismo tiempo, como una visera, el fuego que ha dealzarse a sus espaldas.
La ejecución de encajes no era más que un paso en linea
reera tras los dibujos a pluma: la realización que resulraba
más cercana. Pero el rrabajo con otros materiales lo llevaba
una y otra vez, además de la forma, al color. Y rambién para
l color y la poesía del color: el cuadro r nía mucho que
enseñarle su jardín crecienre.
El color en los cuadros rempranos de Heinrich Vogeler
equivale en cierto modo al perfil de los primeros aguafuertes;
es delgado y fluye claro en dirección a las orillas del contoruo.
Así como en el primer rapiz se sirve con aplicacióu de grandes
pedazos de seda, también en esos cuadros se dan superficies de
color extensas y homogéneas que se ven sumariamenre, por
así decir, a modo de coloración sencilla. En esa época surgió la
cabeza de perfil de u na mucha cha joven con pelo rubio rojizo,
un cuadro muy sutil y equilibrado en sus valores cromáricos
y qne está casi a la misma almra que el etorno fig. 22). No
cabe decir nada más elogioso de este cuadro sino que suena
en él de nuevo rodo lo ameno y apacible del primer período
creativo de Vogeler; produce la impresión de un úlrimo día
de primavera. Las rosas se hicieron grandes, y mañana será
verano. Un crepúsculo maraviJIosamenre suave se ha pintado
en esre cuadro; rodas los colores están llenos de él y 1 llevan
como una luz que aún no ha madurado.
Los cuadros que siguen son imeutos de pimar colores
vivos y agitados, colores que ya no esrán exrendidos encima
de las cosas como una cubierra, sino que rienen lugar sobre
su superficie como sucesos conrinuos. Así surgió ese caba-
llero en el brezal que se deriene freme al cielo cubierw de
nubes airas fig. 23), había algo nuevo en la manera en que
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131EINRICH VOGELER
W ORl SWEDE
J30
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Fig. 25: JvlafÍana de maj o J 901), óleo reproducción, en Worpswede,
del original, desaparecido)
do así el desasosiego y la impresión alegre y remblorosa de
esta hora. No hay una soja pane en todo l cuadro que no
participe del amanecer, los comamos oscilan como nervios
y esrán excirados. Aquí se ha alcanzado, por lo que hace al
color, una inrensificación similar a la de Jos dibujos a plu
ma con respecro a la linea su viveza. Ambas evoluciones
han marchado juntas, a ambas les ha dado impulso el jardín
crecieme. Al volverse más espeso y llenarse cada vez más de
formas y colores, se rransformó tambié n la luz que Jo circun-
Fig 24: Tn,de de prima¡)cm 1898), óleo, Hall> im Schlllh Worpswede)
se daban la luz y el brezal. El vestido verde de la dama (fig.
24) en la lin e de primavera y los resplandecientes abedules
a su espalda mOstraban Unestilo
picrórico más íntimo. Pero
todo ello solo prepara para el cuadro Mal iana de rnayo (fig.
25), q ue significa el primer logro completo por eSra vía
Tras la casa blanca y los airas árboles roca a su fin la no
che, en la fachada y las vemanas llarneanres puede verse
al sol salir. Ascjende por la escalinata un rojo aHuenre, y el
aire ririra de frío y de expectación. Pocas veces se ha pinra
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135HEINRICH VOGELER
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fig. 27: Anunciación I 90 l), óleo, colecCión priYJda (Arnsbel g, Alcllld/lia)
hasta ella. Ahora su cielo está lejos y . >010 esd la tierra, y ve-
iTlOS muy ademro de su quieta realidad. Este cuadro rebosa
una belleza regular y sosegada, brillo y bondad hasta sus más
kjJnas lejanías. Semi mas que este artista ha llegado por un
camino propio a Jos temas de la Biblia; aJ pimarlos pronuncia
sus p,tlabras no como milagros, sino más bien como evenroshLll.:nos y felices que hacen la vida rica y valiosa. Su cuadro
de la Anunciación está más cerca de jas anunciaciones de Jos
fi13eStros antiguos que los cuadros de l Virgen de Roseni o
de l1hde. Esd lleno de sencillez, amor e imimidad. No lo
ha pimado de rodillas; pues al hacerlo no ha pensado en el
ciclo sino en su jardín, que es cielo y tierra y óerra y cielo. Y
por eso también pensamos en los maestros antiguos fteme a
Heinrich Vogelet, porque su vida es tan diStinta, tan simple
y tan solemne, tan pequeña y tan grande. No sabe uno cómo
Ibmarlo. Es el maestro de llna vida de la Virgen alemana y
apacible, que discurre en un jardín pequeño.
wrmenras de la primavera pasan por el país. Peto a veces
se detienen y surge un silencio. Llegan días en que el cielo
entero es lluvia, tibia lluvia grisácea, y la tierra entera un re-
cibir y rete ner esa lluvia, que cae suave, sin hacerse daño.
y pasan las horas, y ninguna se parece a las demás. Y
muchas se acercan, despliegan y se vuelven a cerrar, sin
que nadie lo vea. Ya veces llno piensa que esas son las más
extrañas y mejores, las que más grandeza tienen.
Hay tanto que no ha sido pimado quizá rodo. Y el pai-saje está ahí imaceo como el primer día. Está ahí como espe-
rando a uno que es má s grande, poderoso y solitario. A uno
cuyo tiempo aún no ba llegado.
Westerwed.e pl imavera de 1902