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1 Ideología lingüística como un campo de investigación 1 Kathryn A. Woolard Como observó Raymond Williams, “una definición del lenguaje es siempre, implícita o explícitamente, una definición de los seres humanos en el mundo” (1977:21). Los ensayos en este volumen examinan definiciones y concepciones del lenguaje en un amplio rango de contextos. Focalizan cómo una actividad así definida organiza a los individuos, las instituciones y sus interrelaciones. Son las representaciones, explícitas o implícitas, que construyen la intersección entre lenguaje y seres humanos en un mundo social, a las que nos referimos con “ideología lingüística”. Hay tanta variación cultural en las ideas sobre el lenguaje y sobre cómo funciona la comunicación en tanto proceso social, como la hay en la forma misma del lenguaje. (Bauman 1983:16; Hymes 1974:13-14, 31). Sin embargo, la ideología lingüística no tiene importancia antropológica simplemente por su variabilidad etnográfica, sino porque es un mediador entre formas sociales y formas de hablar. (Si se me concede una expresión que enfatiza el producto sobre el proceso). Las ideologías lingüísticas no tratan sólo del lenguaje. Más bien, anticipan y establecen lazos entre el lenguaje y la identidad, la estética, la moralidad y la epistemología. [...] A pesar de los esfuerzos que se han hecho recientemente para delimitar el concepto de ideología lingüística, no hay una literatura central sobre el tema y existen numerosos enfoques. Las ideologías lingüísticas han sido definidas en líneas generales como “cuerpo compartido de nociones de sentido común sobre la naturaleza del lenguaje en el mundo” (Rumsey 1990:346). Con más énfasis en la estructura lingüística y en la naturaleza activista de la ideología -que será discutida posteriormente en mi ensayo-, Silverstein define ideologías lingüísticas como “un conjunto de creencias sobre el lenguaje, articuladas por los usuarios como una racionalización o justificación de la estructura y el uso percibido de la lengua” (1979:193). Por otro lado, con un énfasis 1 Woolard, Kathryn A. (1998) “Introduction. Language Ideology as a Field of Inquiry”. En Schieffelin, Bambi; Woolard, Kathryn y Paul Kroskrity (Eds.) Language Ideologies. Practice and Theory. New York/ Oxford: Oxford University Press. Traducción de Mariana Rodriguez para la Cátedra de Etnolingüística, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Supervisión técnica y revisión de Florencia Ciccone. 1/38

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Ideología lingüística como un campo de investigación1 Kathryn A. Woolard

Como observó Raymond Williams, “una definición del lenguaje es siempre,

implícita o explícitamente, una definición de los seres humanos en el mundo” (1977:21).

Los ensayos en este volumen examinan definiciones y concepciones del lenguaje en un

amplio rango de contextos. Focalizan cómo una actividad así definida organiza a los

individuos, las instituciones y sus interrelaciones. Son las representaciones, explícitas o

implícitas, que construyen la intersección entre lenguaje y seres humanos en un mundo

social, a las que nos referimos con “ideología lingüística”.

Hay tanta variación cultural en las ideas sobre el lenguaje y sobre cómo funciona

la comunicación en tanto proceso social, como la hay en la forma misma del lenguaje.

(Bauman 1983:16; Hymes 1974:13-14, 31). Sin embargo, la ideología lingüística no tiene

importancia antropológica simplemente por su variabilidad etnográfica, sino porque es un

mediador entre formas sociales y formas de hablar. (Si se me concede una expresión que

enfatiza el producto sobre el proceso). Las ideologías lingüísticas no tratan sólo del

lenguaje. Más bien, anticipan y establecen lazos entre el lenguaje y la identidad, la

estética, la moralidad y la epistemología. [...]

A pesar de los esfuerzos que se han hecho recientemente para delimitar el

concepto de ideología lingüística, no hay una literatura central sobre el tema y existen

numerosos enfoques. Las ideologías lingüísticas han sido definidas en líneas generales

como “cuerpo compartido de nociones de sentido común sobre la naturaleza del lenguaje

en el mundo” (Rumsey 1990:346). Con más énfasis en la estructura lingüística y en la

naturaleza activista de la ideología -que será discutida posteriormente en mi ensayo-,

Silverstein define ideologías lingüísticas como “un conjunto de creencias sobre el

lenguaje, articuladas por los usuarios como una racionalización o justificación de la

estructura y el uso percibido de la lengua” (1979:193). Por otro lado, con un énfasis

1 Woolard, Kathryn A. (1998) “Introduction. Language Ideology as a Field of Inquiry”. En Schieffelin, Bambi; Woolard, Kathryn y Paul Kroskrity (Eds.) Language Ideologies. Practice and Theory. New York/ Oxford: Oxford University Press. Traducción de Mariana Rodriguez para la Cátedra de Etnolingüística, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Supervisión técnica y revisión de Florencia Ciccone.

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mayor en la faceta social, la ideología lingüística ha sido definida como “ideas auto-

evidentes y objetivos que un grupo posee acerca de los roles del lenguaje en la

experiencia social de los miembros que contribuyen a la expresión del grupo” (Heath

1989:53) y como “el sistema cultural de ideas sobre las relaciones sociales y lingüísticas,

junto con su carga de intereses morales y políticos” (Irvine 1989:255).

Uso los términos “ideología lingüística”, “ideología de lenguaje” e “ideologías

sobre el lenguaje” de forma intercambiable en este ensayo, aunque las diferencias entre

ellos pueden ser detectadas en distintas tradiciones de uso. Al menos tres discusiones

invocan explícitamente “ideología lingüística” (linguistic ideology) o “ideología del

lenguaje” (language ideology), a veces aparentando mutua ignorancia. Una línea de

investigación significativa, teóricamente coherente, se origina en la lingüística

antropológica y se concentra en la relación de la ideología lingüística con la estructura

lingüística. Esta literatura se centra en el concepto de metapragmática de Michael

Silverstein, el cual abarca “un comentario implicíto y explícito así como un señalamiento

sobre el lenguaje en uso” (Silverstein 1976, 1979, 1981, 1985, 1993). Una segunda área

de interés es el contacto entre lenguas o variedades lingüísticas y, en este tópico,

sociólogos del lenguaje y educadores, así como lingüístas y antropólogos, han ofrecido

consideraciones acerca de “ideología del lenguaje” (e.g., Heath 1989, 1991; Hornberger

1988ª; Sonntag y Pool 1987), “ideología purista” (Hill 1985; Hill y Hill 1980, 1986) e

“ideologías de la estandarización” (Milroy y Milroy 1985). Finalmente, la reciente

historiografía acerca de discursos públicos sobre el lenguaje ha producido un foco

explícito en torno al concepto de “ideologías sobre el lenguaje”, incluyendo las

ideologías científicas de profesionales lingüistas (Joseph y Taylor 1990).

Más allá de las investigaciones que explícitamente invocan el término

“ideología”, son incontables los estudios que se refieren, al igual que la metalingüística, a

concepciones culturales de lenguaje, actitudes, prestigio, estándares, estética y otros. Este

campo podría enriquecerse con un replanteo de este material dentro de un marco teórico

explícitamente social del análisis ideológico.

El propósito del estudio comparativo de la ideología lingüística no es distinguir la

ideología del lenguaje de la ideología en otros dominios de la actividad humana, sino

examinar la especificidad cultural e histórica de los constructos del lenguaje. La

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exclusión de conceptualizaciones culturales debido a que el lenguaje no está

suficientemente enfocado en ellas, sería un resultado irónico para este intento de

desnaturalizar nuestra propia tradición intelectual de compartimentalización y reificación

de prácticas sociales comunicativas. Nuestra esperanza es no restringir visiones, sino

focalizar la atención de los investigadores del lenguaje en el ineludible significado de la

dimensión ideológica, así como proveer una base lingüística más firme para los

estudiosos de la ideología y del discurso en general.

En este ensayo introductorio, reviso primero el concepto general de ideología y

las tradiciones de sus análisis. No es una perspectiva exhaustiva de la inmensa literatura

sobre ideología, más bien es sólo un ensayo de algunos de los temas recurrentes, para

situar este nuevo campo de investigación lingüística y señalar tanto las promesas como

los escollos. Luego volveré a la literatura sobre ideología lingüística en particular,

ilustrando y revisando un espectro de aproximaciones a concepciones culturales del

lenguaje y de comportamientos comunicativos como una puesta en práctica de un orden

colectivo. […]

¿Qué es ideología?

La palabra “ideología” está asociada con un confuso enredo de sentido común y

significados semi-técnicos (Friedrich 1989:300). Como discute Silverstein (…), el

término fue acuñado, inicialmente, a fines del siglo XVIII por el filósofo francés Destutt

de Tracy, un seguidor de Condillac, quien esperaba con optimismo desarrollar una

ciencia de las ideas y sus bases en los sentidos. Destutt de Tracy previó su ciencia

positiva como una rama de la zoología, que no sólo permitiría la total comprensión del

animal humano, sino también podría, en última instancia, servir al proyecto iluminista de

la regulación racional de la sociedad.

Pronto el término recibió una connotación negativa con el esfuerzo de Napoleón

de desacreditar a Destutt de Tracy y sus colegas, cuya posición institucional y trabajo

estuvieron ligados al republicanismo. En el uso que le dio Napoléon, ideología se

convirtió en “simple”, y el término “ideólogo” en un desdeñoso epíteto para partidarios

de teorías abstractas sin base, ni apropiadas a la realidad humana y política.

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Mientras que el significado propuesto por Destutt de Tracy de una “ciencia de las

ideas” ha sido ampliamente abandonado y el negativismo de Napoléon ha demostrado

cierta durabilidad, aún existen variaciones significativas incluso entre los significados

científico-social del término. Como dice Eagleton, la palabra “ideología” es en sí misma

un texto, un entramado de tejidos de tendencias conceptuales (1991:1). En usos

contemporáneos, varias líneas se presentan con una notable particularidad. Aunque

ninguna de ellas es universal y ninguna está exenta de problemas y problematizaciones,

espero señalar cuatro de estas tendencias recurrentes. [...]

1. La primera tendencia frecuente es una concepción de la ideología como ideacional o

conceptual, refiriendo al fenómeno mental; la ideología tiene que ver con la consciencia,

las representaciones subjetivas, creencias, ideas. Como Destutt de Tracy, algunos

científicos sociales contemporáneos usan el término enfatizando casi enteramente en este

aspecto ideacional, y cuando marcan el fenómeno como “ideológico”, no consideran las

relaciones sociales o críticas que se discuten más adelante en este ensayo. En la instancia

más amplia, la ideología es llamada a ser el constituyente más intelectual de la cultura,

“las nociones básicas que los miembros de una sociedad poseen sobre un ….área bastante

definida como el honor…. la división del trabajo” (Friedrich 1989:301) –o, podemos

proponer, el lenguaje. Sin embargo, aún los análisis más rigurosos y críticos sobre la

ideología muchas veces comparten este énfasis en el componente ideacional y aún en la

verbalización explícita. En el esquema basado en la comunicación del sociólogo Alvin

Gouldner, por ejemplo, las ideologías son discursivas, “reportes sobre el mundo”

(1976:31) basados en lo racional, o como señaló J. B. Thompson, “esa parte de la

consciencia que puede ser dicha” (1984:85).

Sin embargo, un posicionamiento mentalista, primariamente subjetivo, está lejos de

la universalmente aceptada, e incluso más influyente, visión de la ideología de las últimas

décadas. En teorías más recientes, la ideología no es necesariamente consciente,

deliberada, ni pensamiento sistemáticamente organizado, ni siquiera un pensamiento en

sí; es conductual, práctica, prerreflexiva o estructural. La significación –o, simplemente,

el significado- más que la ideación en un sentido mentalista, es el centro del fenómeno en

este uso contemporáneo. E incluso los aspectos más materiales de la vida están investidos

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de significado, extendidos con significación cuando están englobados dentro del campo

de la acción humana.

Los estructuralistas y postestructuralistas franceses conciben la ideología no como

una cuestión de representaciones conscientes o subjetivas, sino más bien como relaciones

vividas, para usar la formulación de Althusser (1971). Eagleton caracteriza la ideología

en este sentido como “una organización particular de prácticas significantes que van a

constituir a los seres humanos como sujetos sociales y que determina las relaciones

experimentadas mediante las cuales esos sujetos están conectados con las relaciones de

producción dominantes en la sociedad” (1991:18). Esta concepción extiende la ideología

en todo el orden social (McCarty 1994:416) y está reconociblemente relacionada con el

concepto de “doxa” utilizado por Bourdieu (como opuesto a heterodoxia y ortodoxia), al

igual que su noción de habitus (1977). Además, existen similitudes, discutidas más

adelante en este volumen por Susan Philips, con respecto a la interpretación que

Raymond Williams (1977) propone de la idea de hegemonía de Gramsci como

“saturación de consciencia” y “estructuras de sentido”. La tensión entre diferentes

conceptos de ideología, entre versiones subjetivamente explícitas y constructivamente

implícitas (inmanentes), es una preocupación recurrente en los colaboradores de este

volumen.

Otra dimensión que muestra variación en los distintos enfoques es el grado en que

la ideología es tratada como un sistema coherente de significación. En este volumen, Hill

sigue a Eagleton (1991) al considerar que la ideología forma un sistema de significados

relativamente coherente. Pero la ideología puede ser vista como poco sistemática e

internamente contradictoria (que la contradicción yazca en el modelo conceptual del

mundo o en el mundo que es fielmente modelado, es otro punto de debate). Voloshinov,

por ejemplo, no reserva el término “ideología” para referirse a sistemas organizados de

significación sino que escribe acerca del “más bajo estrato de la ideología del

comportamiento” como algo que carece de unidad o lógica (1973:92). Caracterizando a la

ideología como un proceso social, no como una posesión, Therborn la encuentra más

como “la cacofonía de sonidos y signos de una calle en una gran ciudad más que… el

texto que serenamente se comunica con el solitario lector o con el maestro… dirigiéndose

a una tranquila, domesticada audiencia” (1980:viii).

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2. Una segunda línea, la más extendida y acordada, propone una conceptualización de la

ideología como derivada de, arraigada en, reflexiva con respecto a, o conforme a la

experiencia o intereses de una posición social particular, a pesar de que la ideología

frecuentemente (de alguna manera, siempre) se representa a sí misma como una verdad

universal. A diferencia de la primera visión este énfasis en los orígenes sociales y

experienciales necesariamente niega la independencia explicativa de la ideología.

Concibe la ideología como dependiente, de alguna manera, de los aspectos materiales y

prácticos de la vida humana. El carácter y grado de esa relación de dependencia varía a

través de diferentes teorías, yendo desde una visión de lo material y lo ideológico como

constituyéndose mutua y dialécticamente, hasta visiones de la ideología como secundaria

y enteramente contingente y/o superflua.

3. La tercera gran corriente sobre la ideología, frecuentemente vista como una

continuación de la segunda, establece una conexión directa con respecto a las posiciones

habitables de poder (social, político, económico). La ideología es vista como ideas,

discursos o prácticas significantes al servicio de la lucha por adquirir o mantener el

poder. Para algunos (e.g., V. I. Lenin), la ideología podría ser una herramienta para

cualquier protagonista en la disputa por el poder—esto es, podría ser “nuestra” tanto

como “suya”, subalterna tanto como dominante. Pero en la mayoría de las formulaciones

restrictivas de esta conexión, la ideología siempre es la herramienta, propiedad o práctica

de los grupos sociales dominantes; las concepciones y prácticas culturales de los grupos

subordinados son por definición no ideológicos. Para J. B. Thompson, por ejemplo,

ideología es significación que está “esencialmente conectada con el proceso de

sostenimiento de relaciones de poder asimétricas—para mantener la dominación…

ocultando, legitimando o distorsionando esas relaciones”. (1984:4).

4. La cuarta de las corrientes más importantes en la literatura sobre el concepto de

ideología, íntimamente relacionada con la tercera pero no idéntica, es precisamente la

última, la señalada por Thompson: ésta es la idea de distorsión, ilusión, error,

mistificación o racionalización. Tal distorsión puede provenir de la defensa del interés y

el poder, pero ésta no es la única fuente que se reconoce. Cuando el énfasis de un teórico

está en el carácter intelectual de la ideología más que en el social, la distorsión puede ser

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vista también como proveniente de las limitaciones de la percepción y cognición

humanas2 (5).

La tradición marxista ha tratado la distorsión como central para el concepto de

ideología, comenzando con La ideología alemana de Marx y Engels que retoma la

concepción peyorativa del término seguida por Napoleón para criticar a los filósofos

“jóvenes hegelianos”. Tal vez la expresión más conocida acerca de la ideología como

ilusión es la descripción de Engels como “falsa consciencia” (ver discusión en Eagleton

1991:89). Una metáfora muy citada de ideología como distorsión es la de camera

obscura de Marx y Engels, que produce una imagen del mundo al revés (Marx y Engels

1989:47). Pero no son sólo los marxistas los que sostienen este foco conceptual. El

sociólogo Talcott Parsons, por ejemplo, afirma que las distorsiones cognitivas están

siempre presentes en las ideologías y que la desviación de la objetividad científica

(selectiva en sí misma según los valores de la comunidad), a través de la selectividad y la

distorsión, es un criterio esencial de ideología ([1959] 1970:294 – 295).

Para muchos observadores, este concepto de error o ilusión implica formas

complementarias de conocimiento como verdaderos, así como una posición privilegiada

(muchas veces reservada a la ciencia) desde la cual esa verdad es conocible. Es esta

implicación en particular la que llevó a muchos teóricos sociales, Foucault el más

influyente entre ellos, a evitar la noción de ideología a favor de un concepto más

abarcativo como “discurso” (1970, 1980). Como es sabido, Foucault argumenta que la

“verdad” es constituida sólo en el interior de discursos que sostienen y están sostenidos

por el poder. Esto es, toda verdad está constituida por la ideología, si la ideología es

entendida como discurso unido al poder.

La gran división entre los estudios acerca de la ideología yace entre el segundo y

el tercer enfoque conceptual, entre valores neutros y negativos del término. Los usos que

ponen el foco en el poder y / o en la distorsión comparten una postura crítica fundamental

hacia la ideología; tales usos han sido calificados de varias formas: críticos, negativos,

particulares, pragmáticos o peyorativos. Acercamientos más globalizantes e intelectuales

aplican el término en general a todos los esquemas culturales y conceptuales y evaden el

2 Para ampliar este enfoque de la ideología lingüística, véase Silverstein (1981) acerca de los “límites del conocimiento” y Errington (1985, 1988) acerca de “saliencia pragmática”.

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valor de verdad de la ideología. Estos han sido discutidos como neutrales, descriptivos,

nocionales o concepciones sociales científicas de ideología. Traicionando mi propia

ideología lingüística, tengo que sospechar que una “shibboleth”3 fonológica puede

diagnosticar dónde un colaborador está al menos momentáneamente posicionado en esta

división intelectual fundamental. Una pronunciación de “idea-ology” ([ay]deology)

invoca lo ideacional y representacional, mientras que la pronunciación “id-eology”

([i]deology) coloca poder e interés (¿la id escondida bajo una capa delgada?) en el centro

del fenómeno. Pero podría decirse que, aún los usos científico-sociales más

obstinadamente neutros tienen un matiz de desaprobación; la corriente verdaderamente

neutra está cifrada la mayoría de las veces por la elección de otros rótulos como cultura,

visión del mundo, creencias, mentalité, y muchos más.

Entre los antropólogos, ha habido defensores para ambas visiones, negativa y

neutral, de la ideología. Clifford Geertz ([1964] 1973) discute convincentemente que la

ciencia social tenga que evitar los usos negativos y no ocuparse ella misma del valor de

verdad de las ideologías, sino más bien del modo en el que las ideologías funcionan como

mediadoras del significado para fines sociales. El antropólogo marxista Maurice Bloch

(1985), por el contrario, reserva el término ideología para usos críticos, indicando

sistemas de representaciones que enmascaran procesos sociales y legitiman un orden

social. El autor está a favor del mantenimiento de una distinción entre ideología y

conocimiento cotidiano, derivado de la experiencia en la interacción con un ambiente

culturalmente construido. John y Jean Comaroff (1991) también han propuesto un

esquema que distingue, por un lado, cultura y, por el otro, formas de ideología y

hegemonía portadoras de poder, en una taxonomía que es quizás más claramente

aplicable a lo colonial y otras situaciones de contacto cultural. (…)

Karl Mannheim, un fundador de la sociología del conocimiento, es un teórico que

intentó (aunque ambivalentemente) neutralizar las connotaciones negativas del concepto

de ideología. En contraste con una concepción “particular” de ideología (la negativa que

desenmascara o desacredita una ideología siempre vista como propiedad intelectual de

3 “Shibboleth” es un término de origen hebreo que significa espiga. La pronunciación de [s] en vez de [�] delata a unos forasteros en un episodio relatado en la Biblia (Libro de los Jueces, XII, 6). Actualmente, y de forma más amplia, el término designa cualquier tipo de marca lingüística que identifica a un hablante como miembro de un grupo. [N. del traductor]

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otros), Mannheim defiende una “concepción total” de ideología, como sistemas de

pensamiento que están situados socialmente y compartidos colectivamente ([1936] 1985).

Esto es, todo conocimiento, incluyendo el del analista social, debe ser entendido como

ideológico. El análisis ideológico mannheimiano es fundamentalmente no evaluativo,

indistinguible de la sociología del conocimiento, al estudiar el modo en que los sistemas

de conocimiento son influenciados por las circunstancias históricas y sociales en las que

están situados.

J. B. Thompson (1990) critica el concepto de ideología total de Mannheim por

desatender las relaciones de poder, pero debe discutirse que el enfoque no desatiende

tanto el poder al situarlo como un aspecto (seguramente uno importante e inevitable) del

posicionamiento social de las formas culturales- si por ideología nos referimos a prácticas

significantes que constituyen sujetos sociales, seguramente deberíamos también atender

a, por ejemplo, afiliación, intimidad e identidad, las cuales están complejamente

imbrincadas entre sí pero no son directamente ni simplemente equiparables al poder. Esta

intersección más amplia entre prácticas significantes y relaciones sociales es, creo, lo que

tanto Heath como Irvine están buscando al definir las conceptualizaciones culturales del

lenguaje como ideológicas, al ser también ellas mismas ideas, cargadas política y

moralmente, acerca de la experiencia social, de las relaciones sociales y la pertenencia a

un grupo.

Con seguridad, casi todo acto humano de significación en algún sentido sirve para

organizar relaciones sociales. Pero esto no significa necesariamente que extender el foco

del concepto de ideología más allá de la significación al servicio del poder,

necesariamente extienda el término al punto de la inutilidad. Aunque no se distinga una

forma de significación de otra (casi toda significación tiene un aspecto ideológico), el

concepto todavía puede poner a la luz provechosamente un aspecto de la significación, lo

que Mannheim llamó las “raíces sociales y activistas” del pensamiento y la significación.

(1985:5).

[…]

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Acercamientos a la ideología lingüística Ideología en la intersección del lenguaje en uso y la estructura

Una visión dominante en la antropología y lingüística americanas ha concebido

por mucho tiempo la ideología como una distracción un tanto desafortunada, aunque

quizás socioculturalmente interesante, de los datos lingüísticos primarios y “reales”.

Franz Boas (1911) propuso que el lenguaje es un sistema cultural cuya estructura

primaria está poco influenciada por racionalizaciones secundarias y por eso constituye un

blanco ejemplar de análisis. El estructuralista americano Leonard Bloomfield ([1972]

1970, 1944) en efecto prestó considerable atención a las evaluaciones de los hablantes de

las formas de habla. Aunque caracterizó esto como parte de los datos lingüísticos, sus

rigurosos comentarios hacen evidente que los vio como un “desvío”, de poca relevancia

para la explicación de la estructura del lenguaje “normal”. La lingüística moderna en la

tradición bloomfeldiana ha asumido en general que la ideología lingüística y las normas

prescriptivas tienen un poco significativo- o, paradójicamente, sólo pernicioso- efecto en

las formas de habla (aunque puedan ser reconocidas como teniendo un efecto menos

desdeñable en la escritura).

En contraste con este saber recibido, Michael Silverstein sostuvo que la

comprensión de la ideología lingüística es esencial para entender la evolución de la

estructura lingüística: “el hecho lingüístico en su totalidad, el dato para una ciencia del

lenguaje, es irreductiblemente dialéctico por naturaleza. Es una inestable interacción de

formas sígnicas significativas contextualizadas en situaciones de uso interesado y

mediado por el hecho de la ideología cultural”. (1985:220). Según Silverstein, en la

medida en que el lenguaje en uso es teleológico -esto es, en la medida en que los

hablantes conceptualizan el lenguaje como acción socialmente propositiva- debemos

observar sus ideas sobre significado, función y valor del lenguaje con el fin de entender el

grado de sistematicidad socialmente compartida en formas lingüísticas que ocurren

empíricamente.

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Para Silverstein, la ideología puede distorsionar activa y concretamente la

estructura lingüística que representa. Al analizar el género en inglés, la alternancia de los

pronombres T/V y los niveles de habla del javanés, Silverstein ha mostrado que la

ideología, entendida como racionalización, no sólo explica sino que incluso afecta la

estructura lingüística, racionalizándola, con frecuencia haciéndola más regular. La

ideología de este modo constituye un momento esencial del fenómeno del cambio

lingüístico analógico. Los principios ideológicos se derivan de algún aspecto de la

experiencia y luego se generalizan más allá de ese núcleo, posteriormente se imponen en

una categoría más amplia del fenómeno; esta categoría más amplia experimenta luego

una reestructuración. La estructura condiciona la ideología, la cual refuerza y expande la

estructura original, distorsionando la lengua a título de hacerla más similar a ella misma

(Bourdieu 1991). En un movimiento que une lo conceptual con el lado activo de la

ideología, (o lo constatativo con lo performativo, repitiendo la invocación de Eagleton a

Austin), este acercamiento muestra que “entender” el uso lingüístico propio es

potencialmente cambiarlo (Silverstein 1979:233). Rumsey ha reformulado muy bien esta

visión:

La estructura lingüística y la ideología lingüística no son del todo independientes la una de la otra, ni cada una está enteramente determinada por la otra. En cambio, la estructura provee categorías formales de un tipo que son particularmente propicias para el “no reconocimiento”. Y en parte como resultado de ese no reconocimiento, ¿no podría el sistema lingüístico cambiar gradualmente de manera tal que se aproxime a aquello que motivó el no reconocimiento? (199:357)

Importantes cambios lingüísticos pueden ser desencadenados por tal

interpretación de la estructura en uso del lenguaje. Pero como éstas derivan sólo de una

dialéctica social mayor, esos cambios tomarán probablemente una dirección no buscada,

como se ejemplifica en el caso histórico de la alternancia del pronombre de segunda

persona en inglés que Silverstein (1985) analiza y Kulick revisa en su contribución en

este volúmen. En el siglo XVII, los cuáqueros insistían en el uso de las formas “thou”

para dirigirse a la segunda persona singular, racionalizando este uso según la emergente

ideología lingüística del momento como más confiable debido a las fieles realidades

numéricas del mundo objetivo. Esta práctica, posteriormente ideologizada por la sociedad

mayor como un índice estigmatizado de la identidad cuáquera, desencadenó un

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movimiento de rechazo de todo uso productivo de “thou” por esa comunidad mayor. El

cambio a “you” se completó hacia 1700 (Silverstein 1985:246). Kulick (en este volumen)

presenta la pérdida de la lengua local Gapun de Papua Nueva Guinea como un caso

paralelo de cambio no buscado, provocado por un complejo de asociaciones indexicales

de la lengua vernácula y la lengua de comunicación más amplia.

Errington (1988) observa que si bien es corriente en los análisis sociolingüísticos

buscar relaciones entre cambio estructural y función comunicativa, es más controversial

invocar una noción de conciencia de los hablantes nativos como mediación explicativa.

Como señaló Irvine (1989), la variable sociolingüística de Labov sugiere una relación

directa entre variación lingüística y diferenciación social. Esta correlación se ve mejor

como mediada por una interpretación ideológica del significado del uso de la lengua,

como demuestra Irvine en su contribución a este volumen.

El mismo Labov, construyendo la ideología como discurso político manifiesto ha

reducido explícitamente el poder de la ideología para afectar formas de habla (1979:329).

Sin embargo, las investigaciones de Labov se ocupan de la medición de las “reacciones

subjetivas” y la “inseguridad lingüística”; en su trabajo en este volumen, Silverstein

caracteriza lo último como lealtad ideológica al registro estándar. Labov diferencia los

mecanismos de cambio desde abajo y desde arriba del nivel de conciencia de los

hablantes y sostiene que sólo los cambios desde abajo son extensivos y sistemáticos,

mientras que la autocorrección conciente – que él denomina ideología – conduce sólo a

esporádicos y azarosos efectos en las formas lingüísticas (1979:329).

Errington (1988) sostiene que la generalización de Labov es más aplicable a la

variación fonológica, que puede estar menos mediada por la comprensión de los

hablantes de sus proyectos comunicativos conscientes. En su trabajo sobre los niveles del

habla en Indonesia, Errington ha desarrollado la noción de notabilidad pragmática

(pragmatic salience) – “conciencia de los hablantes nativos de la significación social de

diferentes alternancias lingüísticas jerarquizadas” (1985:294 – 295). Muchas clases de

variables “pragmáticamente notables” son más susceptibles a la racionalización y uso

estratégico, siendo (no) reconocidas por los hablantes como mediadores lingüísticos

cruciales de las relaciones sociales (ver también Philips 1991 y la discusión en Agha

1994). Debido a que tal conciencia y uso conducen al cambio lingüístico, dice Errington,

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estas variables requieren un análisis fundamentalmente diferente, orientado a los

participantes (ver también Hanks 1993, Meeuwis y Brisard 1993, Mertz 1993). (…)

Ejemplos de comunidades lingüísticas europeas, y especialmente del inglés

americano, revelan una tendencia a ver la referencia o la proposicionalidad como la

esencia de la lengua, al confundir o por lo menos fusionar las funciones indexicales del

lenguaje con la función referencial, y asumir que las divisiones y las estructuras de

lenguaje deben – y en el mejor de los casos lo hacen – adecuar transparentemente las

estructuras al “mundo real” (ver especialmente Silverstein 1979, 1981, 1985, 1987).

Tales visiones del lenguaje son sostenidas tanto por expertos como por observadores no

especializados, como comenta Irvine: “muchos escritores… en lingüística y ciencias

sociales… han asumido que la comunicación referencial es la única función del lenguaje”

(1989:250; ver también Briggs 1986, Reddy 1979).

Algunos interpretaron que Silverstein sugería que este modo de objetivación

occidental, que hace foco en la referencia y en los aspectos superficiales y segmentables

del lenguaje evaluado referencialmente, es un fenómeno prácticamente universal. Más

precisamente, Silverstein sostiene que la estructura referencial es universalmente una

condición estructurante de la conciencia de las funciones pragmáticas. Las descripciones

racionalizantes que la gente idea para explicar el lenguaje más allá de esto varían

ampliamente, desde la referencia en nuestra propia tradición hasta teorías puramente

pragmáticas del Javanés, que dan cuenta del poder de la lengua a partir de teorías de la

interacción.

Aunque no universal, el énfasis en aspectos de superficie-segmentable y una

consecuente concepción de lenguaje como una colección sin gramática de palabras está

ampliamente avalada (e.g., Blommaert 1994ª, Glinert 1991). […] Rumsey (1990) ha

sostenido que el foco en el léxico no es característico de las culturas aborígenes

australianas, las que no dicotomizan habla y acción o palabras y cosas. Rosaldo (1982) ha

afirmado que los Ilongotes piensan el lenguaje en términos de acción más que de

referencia. Entre los hablantes wasco, la desaparición de la lengua es ideologizada de

modo diferente por dos generaciones, mostrando cómo concepciones culturales de la

estructura del lenguaje están en efecto arraigadas en la posición social. Los hablantes más

jóvenes ven la lengua como una colección de palabras, objetos mercancía para ser

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extraídos y desplegados, mientras que para los hablantes mayores la lengua es una

materia de mitos, no de palabras (Moore 1988, 1993). […]

Etnografía del habla

La etnografía del habla fue acuñada para estudiar “formas de habla” desde el

punto de vista de los eventos, actos y estilos. Hymes (1974:31) insistió tempranamente en

que una teoría del habla de la propia comunidad debe ser tenida en cuenta como parte de

cualquier etnografía seria y desde sus inicios la etnografía del habla ha puesto

sistemáticamente atención en las ideologías lingüísticas, principalmente en el sentido

neutral de concepciones culturales, particularmente las que están encarnadas en la

metalingüística explícita (e.g., Bauman y Sherzer 1974, Gumperz y Hymes 1972). Los

etnógrafos del habla han buscado también la base de creencias sobre el lenguaje en otros

procesos culturales y sociales (e.g., Feld y Shieffelin 1981, Katriel 1986, Rodman 1991).

Estudios de socialización lingüística, por ejemplo, han demostrado conexiones entre

teorías populares de adquisición del lenguaje, prácticas lingüísticas e ideas culturales

claves sobre persona (Ochs y Schieffelin 1984).

Con el tiempo, el campo se ha movido hacia una atención más conjunta de la

relación entre esas teorías lingüísticas locales y las prácticas. La ideología lingüística se

ha hecho cada vez más explícita como una fuerza que da forma a las prácticas verbales y

a los géneros desde la oratoria hasta la polémica. Los géneros mismos han comenzado a

ser reconocidos no como series de rasgos discursivos, sino más bien como “orientando

estructuras, procedimientos de interpretación y conjuntos de expectativas” (Hanks

1987:670).

La teoría de los actos de habla, desarrollada en el trabajo de los filósofos J. L.

Austin (1962) y John Searle (1969), fue inicialmente recibida como compatible con la

etnografía del habla. Luego, sin embargo, estimuló reflexiones críticas sobre la ideología

lingüísitica. Silverstein (1979:210) sostuvo que las ideas de Austin sobre “actos” de

lenguaje y “fuerzas” eran proyecciones de categorías cubiertas típicas en el discurso

metapragmático de lenguas como el inglés. Sobre la base de su trabajo de campo con el

ilongote de Filipinas, Rosaldo (1982) coincidió en que la teoría de los actos de habla se

basó en una ideología lingüística occidental específica, lo que Verschueren (1985:22)

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caracterizó como una visión del lenguaje privativa que enfatiza el estado psicológico del

hablante mientras minimiza las consecuencias sociales del habla (ver también Pratt

1981). Los etnógrafos, particularmente de las sociedades del Pacífico, han sostenido que

la centralidad de la intencionalidad en la teoría de los actos de habla está arraigada en

concepciones occidentales del yo y que tal concepción es inapropiada para otras

sociedades, donde oscurece métodos locales de producción de significados.

Como es cierto de los antropólogos culturales en general, los etnógrafos del habla

han incorporado cada vez más en sus análisis consideraciones sobre el poder,

conduciendo nuevamente hacia un enfoque más explícito de la ideología lingüística. La

etnografía histórica de Bauman (1983) sobre el lenguaje y el silencio en la ideología

cuáquera fue un desarrollo importante, puesto que no estuvo dirigida a una variedad

neutral de ideología, sino a una más formal, consciente y políticamente estratégica. Las

investigaciones sobre lenguaje y género que han respondido críticamente a lecturas

esencialistas del comportamiento de género y de valores, han ayudado a identificar el rol

mediador de la ideología lingüística en la organización del poder. Señalando el

“paradójico poder del silencio”, Gal (1991) en particular nos recuerda que el significado

social de las formas comunicativas nunca puede ser tomado como natural y transparente

sino que siempre debe ser examinado como una construcción cultural. […]

La etnografía del lenguaje y la escolaridad, y de la lengua y la ley desarrollaron,

de manera similar, desplazamientos tempranos para incorporar dimensiones del poder y

de la ideología en el análisis de las prácticas comunicativas. Numerosos estudios en

ambas áreas examinaron cómo esas instituciones se apropian de la verdad y el valor de

algunas estrategias y formas lingüísticas mientras excluyen otras fuera de los límites. […]

Finalmente, considerando las dimensiones ideológicas de la comunicación, la

etnografía del habla se ha movido hacia el reconocimiento de la variabilididad y las

contradicciones. […] Las nuevas direcciones en la etnografía del habla se alejan de la

imposición de tales esquemas culturales homogéneos. Afirmaciones sobre “la ideología

lingüística de x” son vistas cada vez más como problemáticas. Verschueren (1985) ha

notado, por ejemplo, que se puede ver a los hablantes de inglés y a otros occidentales

como portadores de ideologías bastante similares a las de los ilongotes de los que habla

Rosaldo, dependiendo de los tipos de datos que se observen (ver también Rumsey 1990).

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Investigaciones actuales reconocen luchas entre múltiples conceptualizaciones de

una conversación dentro de una comunidad y aún entre individuos (e.g., Briggs 1996ª;

Gal 1993; Urciuoli 1991, 1996). […]

Lenguas en contacto y conflicto

En comunidades multilingües donde ha habido luchas auto conscientes por la

lengua, los investigadores han tratado durante mucho tiempo las ideologías lingüísticas

(de una u otra forma) como significativas social, política y aún lingüísticamente. Los

tópicos tradicionales de la investigación sociolingüística en este marco han sido el

mantenimiento y desplazamiento de la lengua, el cambio lingüístico inducido por

contacto, el vínculo entre lengua, etnicidad y nacionalismo, actitudes lingüísticas y

planificación y desarrollo lingüístico. Todo esto nos lleva a los interrogantes planteados

por Karl Mannheim sobre “las raíces sociales y activistas” de la concepción de la(s)

lengua(s). Las dimensiones de ideología lingüística tratadas en su trabajo incluyen: ideas

acerca de qué cuenta como una lengua y, subrayando esto, la noción de que hay lenguas

que se identifican de manera distinta, como objetos que pueden ser “tenidos” – aislados,

nombrados, contados y fetichizados; valores asociados con variedades lingüísticas

particulares por miembros de la comunidad; supuestos de que la identidad y la lealtad son

indexicalizadas por el uso de la lengua.

El amplio cuerpo de investigaciones sobre actitudes lingüísticas en comunidades

multilingües creció en un marco psicológico social (ver Baker 1992, Giles et al. 1987).

Sin embargo, podemos reformular la actitud intrapersonal como ideología socialmente

derivada, intelectualizada o de comportamiento semejante al “habitus” de Bourdieu

(Attinasi 1983; Bourdieu 1991; Woolard 1985, 1989ª). Por otro lado, los estudios sobre

mantenimiento o desplazamiento lingüístico implicaron, inicialmente, el análisis de

eventos macro-sociales como causas directas. Investigaciones posteriores han insistido en

que los hechos políticos y económicos tienen un efecto sobre el mantenimiento o

desplazamiento de la lengua sólo a través del filtro interpretativo de las creencias sobre la

lengua, la cognición y las relaciones sociales (Meertz 1989:109). [...]

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La identificación de una lengua con un pueblo y un consecuente diagnóstico de

pueblitud a partir del criterio de lengua, han sido los principios fundamentales de la

ideología lingüística de la que se ocupa esta tradición de investigación (ver Hymes 1984).

Es una obviedad que la ecuación entre lengua y nación no es un hecho natural, sino más

bien un constructo histórico e ideológico. Esta construcción data convencionalmente del

romanticismo alemán de fines del siglo XVIII y de la famosa caracterización de Johann

Herder del lenguaje como genio de un pueblo, a lo que se suele referir como concepto

romántico o herderiano de lenguaje (ver Koepke 1990; ver también Humboldt 1988).

Pero, de hecho, la formulación de Herder puede ubicarse en el Iluminismo francés y el

filósofo francés Condillac (Aarsleff 1982, Olender 1992).

Exportada al colonialismo, esta ideología herderiana o nacionalista sobre el

lenguaje es globalmente hegemónica hoy. […] La teoría lingüística moderna misma se ha

visto como enmarcada y ceñida por la asunción de la idea de una lengua/un pueblo (Le

Page 1988, Romaine 1989). Las políticas de estado tanto como los desafíos hacia el

estado alrededor del mundo, están estructurados por esta ideología nacionalista sobre

lenguaje e identidad. Como muestran Blommaert y Verschueren en este volumen, esta

sostiene conflictos étnicos a tal punto que la carencia de una lengua distintiva puede traer

dudas sobre la legitimidad de los reclamos de un grupo por su estatus de nación.

La creencia de que lenguas identificables de manera distinta pueden y deben ser

aisladas, nombradas y contadas entran no sólo en nacionalismos minoritarios y

mayoritarios, sino también en varias estrategias de dominación social. Por ejemplo, las

ideas acerca de qué es o no es una lengua “real” han contribuido a decisiones profundas

sobre la civilidad y aún la humanidad de otras, particularmente de sujetos de dominación

colonial en las Américas y en otros lugares. […]

Forma escrita, elaboración lexical, reglas de formación de palabras y derivación

histórica pueden ser aprovechados en el diagnóstico de “lengua real” y en la clasificación

de los candidatos (ver e.g., Ferguson y Gumperz 1960, Haugen 1972, Olender 1992). Las

evaluaciones del lenguaje oral están frecuentemente basadas en estándares de la lengua

escrita, como notó Bloomfield hace mucho, aunque los hablantes de algunas lenguas

minorizadas posean una alta valoración de su lengua precisamente porque “no pueden ser

escritas” (King 1994, Taylor 1989). La cuestión de si una variedad tiene una gramática o

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no, juega una parte importante en estos debates y diagnósticos (Eckert 1983). La

extensión de la lingüística académica del concepto de gramática desde un producto

explícitamente artificial de la intervención escolar alfabetizadora hasta un sistema natural

subrayado, sólo exacerba la polémica (ver las controversias reseñadas en Morgan 1994).

Una ecuación del cambio no únicamente con agramaticalidad sino también con

decadencia, impregna asimismo los juicios acerca del estatus de las lenguas. Así, los

conceptos de mezcla de lenguas, cambio de código y creolización hacen que las

variedades de habla sean particulamente vulnerables a las evaluaciones tradicionalistas y

prescriptivas, tales como “agramaticales” y/o “decadentes”, y, por lo tanto, como

formadas de manera incompleta (Jourdan 1991, Ludwig 1989, Romaine 1994).

Los movimientos para salvar lenguas minoritarias, irónicamente, están

estructuradas frecuentemente, de todos modos, alrededor de las mismas nociones de

lenguaje heredadas que han llevado a su opresión y/o supresión. A pesar de que en

algunos movimientos a favor de las lenguas minoritarias los términos estándares de

evaluación han sido subvertidos (Posner 1993, Thiers 1993, Urla 1995), los activistas de

las lenguas minoritarias a menudo se encuentran a sí mismos imponiendo estándares,

elevando formas y usos escritos y sancionando negativamente la variabilidad con el fin

de demostrar la realidad, validez e integridad de sus lenguas. O de nuevo, grupos

indígenas culturalmente cohesivos que entran en conflictos por el reconocimiento estatal

en un clima de ideología nacionalista pueden reconstruir su diferencias lingüísticas

internas a medida que definen distinciones étnicas (Jackson 1995).

Junto a la ecuación una lengua/un pueblo ha devenido una insistencia en la

autenticidad y significación moral de la “lengua materna” como la primera y por lo tanto

lengua real de un hablante, transparente al verdadero ego (Haugen 1991, Skutnabb-

Kangas y Phillipson 1989). Otro principio frecuentemente agrupado con la ideología

herderiana, tanto en las visiones populares como científicas, exige purismo lingüístico

como un componente esencial para la supervivencia de las lenguas minoritarias, un tipo

de control de los límites que ha sido trazado para crear formas lingüísticas distintas.

Militantes y analistas han criticado todas estas presunciones como inapropiadas en

contextos donde el multilingüismo es más típico y donde el repertorio lingüístico es

fluido o complejo. Sin embargo, ya sea emprendida en Córcega, India o el Sudoeste

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Americano, la lucha contra el complejo nacionalismo ideológico ha sido difícil de ganar

(Anzaldúa 1987, Jaffe 1993, Khubchandani 1983, Pattanayak 1988).

Si bien la validez de la ideología nacionalista del lenguaje ha sido a menudo

debatida o desacreditada, tradicionalmente se le ha dado menos atención a la

comprensión de cómo la visión de las lenguas, no sólo como entidades discretas y

distintivas sino como emblemáticas del self y la comunidad, viene a impactar en

contextos muy diferentes (Fishman 1989). En su ensayo crítico sobre nociones científico-

sociales de ideología, Geertz ([1964] 1973) hace tiempo ha llamado la atención sobre la

necesidad de atender sistemáticamente los procesos sociales, y lo que yo preferiría llamar

procesos semióticos, a través de los cuales las ideologías vienen a significar. Lo mismo

debería decirse sobre las concepciones ideológicas del lenguaje.

Al analizar encuestas politizadas sobre la “verdadera” lengua nacional y formas

estándares, ¿deberíamos preguntar qué rasgos lingüísticos son aprovechados y a través de

qué procesos semióticos son interpretados como representando a la colectividad? La idea

de Errington de la notabilidad pragmática (pragmatic salience), discutida anteriormente,

señala una dirección en la que debería proceder el análisis (ver también Thiers 1993). A

pesar de que la variación lingüística puede parecer a los miembros de la comunidad y en

la sociolingüística correlativa simplemente como un diagrama de la diferenciación social,

los analistas han comenzado a examinar la producción ideológica y la estructura

significante de ese diagrama tanto en modelos populares como especializados (Irvine

1989:253). Todos los contribuyentes de este volumen reconocen que usar, simplemente,

el lenguaje en formas particulares no es lo que constituye grupos sociales, identidades o

relaciones (tampoco la relación del grupo automáticamente da lugar a la distinción

lingüística); más bien, son las interpretaciones ideológicas de esos usos del lenguaje las

que siempre están mediando este tipo de efectos.

El esquema conceptual del semiótico C. S. Peirce (1974) ha sido usado para

analizar los procesos de mediación semiótica por los cuales piezas de material lingüístico

obtienen significación como representaciones de poblaciones particulares, como Gal

señala en su comentario4. Trabajando con la noción peirceana de indexicalidad,

4 Para ampliar la discusión en torno a nociones peircianas y a la idea de “mediación semiótica”, ver Mertz 1985.

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Silverstein (1996ª) ha desarrollado una teoría general del “orden indexical” que es

particularmente productiva en esta cuestión. Al transformar la indexicalidad de primer

orden en una indexicalidad de segundo orden, las instancias del discurso que son

asociables estadísticamente por un grupo de individuos son tipificados por los miembros

de una comunidad o por los especialistas como formas particulares de habla que son

esquematizadas como asociadas categóricamente con tipos de personas.

Cuando una forma lingüística en uso es, en este sentido, ideologizada como

distintiva y como implicando un tipo distintivo de personas, muchas veces es

posteriormente mal-reconocido, en términos de Bourdieu, como transparente y

emblemático del carácter social, político, intelectual o moral. Entonces, por ejemplo, el

hablante de una variedad prestigiosa de inglés británico es escuchado no sólo como un

miembro de un sector privilegiado de la sociedad inglesa sino también como una persona

con un valor intelectual y personal mayor. La obra Pigmalion de G. B. Shaw es una

exposición conmovedora, a través de la comedia, de semejante reinterpretación. [...]

[...] Alfabetización y ortografía

Las ideologías de la alfabetización no son idénticas a las ideologías lingüísticas ya

que estas se enfocan en el habla. Derrida (1974) deconstruye brillantemente numerosos

ejemplos de una visión occidental del habla como natural, auténtica y anteriores a las

meras inscripciones sin vida de extraña y arbitraria escritura. Siguiendo a Derrida, Sakai

(1991) también identifica una ideología foneticista en el Japón del siglo XVIII, que

acentúa la primacía y transparencia del habla sobre la escritura. Mignolo (1992), por el

contrario, afirma que la supremacía de lo oral tal como está representada en el Fedro de

Platón, un texto clave para Derrida (1981), fue invertida en el Renacimiento europeo.

Harris (1980) sostiene que un legado europeo de “escriptismo” está escondido en la

aparente inclinación oral de conceptos lingüísticos contemporáneos, desde la oración

hasta la palabra y el fonema.

La relación de grupos sociales como de lectores individuales –lector no

especializado- con textos específicos, depende fundamentalmente de las ideologías del

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lenguaje (e.g., Scollon 1995; ver Silverstein y Urban 1996 sobre las complejidades de la

textualidad). Por ejemplo, Janowitz (1993) muestra que las aproximaciones conflictivas

para ubicar la verdad escrituraria a lo largo de la tradición judeo-cristiana dependen de

diferentes ideas sobre el modo en que los textos son creados (ver Forstorp 1990).

Estudios antropológicos de alfabetización – su impacto en sociedades previamente orales,

su uso en la escolarización- reconocieron tardíamente que la alfabetización no es una

tecnología autónoma y neutral, sino más bien culturalmente organizada, ideológicamente

fundada e históricamente contingente. Cuando la alfabetización ha sido introducida en

sociedades no alfabetizadas, ésta se ha llevado adelante a través de un gran número de

formas mediadas por visiones locales del lenguaje. La alfabetización no es, por lo tanto,

un fenómeno unitario, sino más bien un conjunto diverso de prácticas formadas por

fuerzas políticas, sociales y económicas en diversas comunidades.

Como con el lenguaje, las ideas sobre lo que cuenta como alfabetización real

tienen profundas consecuencias políticas y sociales. La tradición europea que vio la

civilización como fundada en la alfabetización, reconoció sólo la alfabetización

alfabética y Mignolo (1992, 1995) sostiene que esto condujo a los conquistadores

españoles a malinterpretar las sociedades, lenguas y culturas mesoamericanas. (Ver

Collins 1995 para un sumario y una discusión crítica de los reflejos de esta inclinación

alfabética en la teoría antropológica moderna.) La definición de qué es y qué no es

alfabetización no es nunca un asunto puramente técnico pero sí es siempre un asunto

político. Los estudios acerca del surgimiento y la imposición en curso de la alfabetización

escolar y del inglés en la escuela, por ejemplo, muestran que la valoración selectiva de

tradiciones alfabetizadas está estrechamente relacionada con mecanismos de control

social.

En países donde la identidad y el concepto de nación están bajo negociación, cada

aspecto del lenguaje, incluyendo su descripción fonológica y sus formas de

representación gráfica, puede entrar en disputa. Aún cuando la idea de nación está

clásicamente tan bien establecida como en Francia, las batallas ortográficas estallan. Esto

significa que los sistemas ortográficos no pueden conceptualizarse como herramientas

que reducen simplemente el habla a la escritura, sino más bien como símbolos que portan

en sí mismos significados históricos, culturales y políticos. […]

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La transcripción, o la representación escrita del habla dentro de, por ejemplo,

disciplinas académicas y de la ley, no es una actividad mecánica neutral sino que

descansa en concepciones ideológicas del lenguaje y, a su vez, las refuerza (Du Bois

1991:71; ver también Hymes 1981, Ochs 1979, Tedlock 1983). Los antropólogos

lingüistas han comenzado a examinar recientemente transcripciones producidas por

consultantes de las comunidades a partir de lo cual revelan no sólo concepciones locales

del lenguaje y de la escritura, sino también acerca de los propios supuestos de los

investigadores académicos, tanto al dirigir la transcripción como, en paralelo, la actividad

de transcripción. Folkloristas, sociolingüistas y analistas conversacionales que han

registrado dialectos del inglés revelan sus prejuicios lingüísticos cuando usan ortografía

no estándar para representar el habla de negros, apalaches o sureños más que la de otros

grupos. Dada la ideología del valor de la letra, los hablantes de variedades no estándares

aparecen, entonces, como menos inteligentes (Edwards 1992; Preston 1982, 1985). En el

sistema legal norteamericano el registro textual (palabra por palabra) es una construcción

idealista, preparada de acuerdo con el modelo de informe judicial del inglés, contra la

cual el habla que se recibe se filtra, se evalúa y se interpreta. Es considerada

“información” si un testigo habla agramaticalmente, pero no si los abogados lo hacen y la

edición se aplica en consecuencia (Walker, 1986)

Estudios históricos

El “giro lingüístico” en historiografía en décadas recientes ha dado lugar a una ola

de exámenes históricos de ideologías lingüísticas, influenciados por Derrida, la teoría de

Habermas de la comunicación y la esfera pública (1989) y por la observación de Foucault

de que el habla no es meramente “una verbalización de conflictos y sistemas de

dominación, sino el mismo objeto de conflictos entre los hombres” (1972:216). Los

estados occidentales, y particularmente Francia, Inglaterra y Estados Unidos, predominan

en esta literatura. Historiadores, teóricos literarios, sociólogos, antropólogos y pedagogos

han examinado la ideología lingüística asociada con el aumento del discurso científico

occidental, el discurso religioso protestante, la alfabetización masiva y el currículo

escolar universalista. Estrechamente relacionadas se hallan las historias críticas de la

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lingüística, la filosofía del lenguaje y la lingüística popular, las que se unen a historias

intelectuales más tradicionales.

A fines del siglo XVIII y mediados del siglo XIX en Europa Occidental, el

lenguaje se convirtió en objeto de preocupación civil en la medida en que nuevas

nociones de discurso público y nuevas formas de participación (y exclusión) eran

formuladas en la esfera pública por nuevos participantes. Muchas de las investigaciones

históricas se enfocan más en ideas normativas sobre retórica que en aquellas relativas a

la gramática; sin embargo, esto demuestra cuán estrechamente ligados se encontraban

estos tópicos. Auroux (1986) y Adresen (1990) encuentran que las conceptualizaciones

políticas del lenguaje, más que las mediaciones del “lenguaje mismo”, dominaron los

debates franceses y americanos desde el siglo XVII y durante el XVIII. La ideología

inglesa hegemónica trazó su efectividad política y social a partir de la presuposición de

que el lenguaje revelaba la mente y que “civilización” era ampliamente un concepto

lingüístico (Baron 1982, Finegan 1980, Smith 1984, Taylor 1987). El debate del siglo

XIX acerca del lenguaje en los Estados Unidos fue en su base una lucha sobre qué tipo

de personalidad se necesitaba para sostener la democracia. Cmiel (1990) sostiene que la

emergencia de una personalidad democrática compartimentalizada correspondió a la

aceptación de las conmutaciones en el estilo y de un rango de registros lingüísticos.

Allí donde las generalizaciones fortuitas han contrastado tradicionalmente, por

ejemplo, las actitudes inglesas y francesas con respecto al lenguaje como si éstas fueran

atributos culturales uniformes inherentes al estado y nivel individual, otros estudios

históricos más detallados han mostrado recientemente que una postura nacional

aparentemente característica emerge coyunturalmente de luchas entre posiciones

ideológicas en competencia. Los estados típicamente fluctúan entre orientaciones

[ideológicas] o bien representan simultáneamente a más de una en el diseño de sus

políticas.

Ideología lingüística colonial

“La lengua siempre ha sido compañera del imperio”, afirmó el precursor

gramático español Nebrija ([1492] 1946). Sin embargo, no siempre fue obvio qué

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lengua(s) usar en la administración del imperio. Más que imponer su propia lengua, los

administradores podrían seleccionar una lengua indígena vernácula, para proteger la

lengua de los colonizadores de la depredación de los hablantes no nativos (Siegel 1987).

Algunos de los trabajos más recientes y provocativos acerca de las ideologías

lingüísticas, que trazan claramente vínculos entre formas lingüísticas, ideológicas y

sociales, vienen de estudios sobre colonialismo.

La evangelización y colonización europea de otros continentes supusieron el

control no sólo de los hablantes, sino también de sus lenguas vernáculas. La descripción

lingüística colonial, francamente orientada en la temprana colonización de las Américas

a la dominación política y conversión religiosa, fue concebida por los participantes del

siglo XIX como un esfuerzo científico neutral. Sin embargo, era precisamente y

sobretodo un esfuerzo político, como muestran los análisis de los diccionarios,

gramáticas y guías de lenguas (Irvine 1995, Raison-Jourde 1977). En lo que Mignolo

(1992, 1995) llama la colonización del lenguaje, los europeos llevaron a sus tareas ideas

sobre la lengua extendida en la metrópoli y esas ideas no les dejaron ver las estructuras,

las conceptualizaciones y las disposiciones sociolingüísticas de las lenguas indígenas.

Como con muchos otros fenómenos coloniales, los lingüistas construyeron más que

descubrieron variedades lingüísticas distintivas, un proceso bien documentado para

África (Fabian 1986, Harries 1988, Irvine 1995). Según Cohn, las gramáticas,

diccionarios y traducciones británicas de las lenguas de India crearon el discurso del

orientalismo y convirtieron formas de conocimiento indios en objetos europeos

(1985:282-83; ver también Musa 1989).

La estructura lingüística percibida puede siempre tener significado político en el

encuentro colonial. La inadecuación funcional o formal de las lenguas indígenas y, por lo

tanto, de las mentalidades o sociedades indígenas, fue frecuentemenete alegada como

justificación del “tutelaje” europeo (Fabian 1986; ver también Raison-Jourde 1977). Pero

por otro lado, un gramático del siglo XVI leyó presuntas similitudes del quechua con el

latín y el castellano como “una predicción de que los españoles se apoderarán de él”

(citado en Mignolo 1992:305). Greenblatt (1990, 1991) sostiene persuasivamente que los

informes europeos casi simultáneos sobre los indígenas americanos como individuos que,

por un lado, no poseen ninguna lengua y, por otro lado, son capaces de comunicarse

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libremente con los conquistadores, son dos caras de la misma moneda ideológica. Ambos

muestran que los españoles eran incapaces de reconocer las lenguas indígenas con una

realidad que Greenblatt llama “opacidad” y de apreciar el hecho de la diversidad cultural

humana.

Debido a la disponibilidad de documentos, las investigaciones históricas sobre el

colonialismo temprano europeo han explorado las ideologías lingüísticas de los

colonizadores más que la de las poblaciones indígenas. Sin embargo algunos trabajos

buscan capturar el encuentro e interacción entre los dos. Rafael (1988), por ejemplo,

contrasta la estructura y el foco de un manual de Castilla del siglo XVII escrito por un

tipógrafo tagalog con las gramáticas de la lengua tagalog escritas por misioneros

españoles. La comparación destaca el contraste de intereses políticos que subyacían en

las traducciones para los españoles y para los indígenas filipinos.

Historiografía lingüística

El estrecho entrecruzamiento de conceptualizaciones públicas y escolares del

lenguaje en Occidente y sus colonias a través del siglo XIX conduce directamente a más

estudios críticos generales de la filosofía del lenguaje y la lingüística profesional

occidentales. La arqueología de Foucault (1970) de los discursos filológicos europeos,

aunque discutida (e.g., Aarsleff 1982, Itkonen 1988) ha sido un disparador de trabajos

más allá del tópico. Los colaboradores de la colección de Joseph y Taylor (1990)

examinan los prejuicios tanto intelectuales como políticos que enmarcan el crecimiento

de la teoría lingüística, desde Locke hasta Saussure y Chomsky y el rol de las ideas

lingüísticas en conflictos sociales específicos (ver Newmeyer 1986). Crowley (1990), por

ejemplo, encuentra “violencia discursiva” no sólo en la lingüística general ahistórica y su

delimitación mítica de lengua, sino también en la escuela de lingüística histórica en

competencia. De particular relevancia para nuestro tópico, Attridge (1988) deconstruye la

lingüística de Saussure como hostil y supresiva de la evidencia de que los usuarios de una

lengua y la comunidad lingüística intervienen, consciente o inconscientemente, para

alterar el sistema lingüístico. Según Attridge, Saussure veía la lengua como abierta a

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cambios externos debido a fuerzas humanas incontrolables pero rechazaba la influencia

de la historia como constructo intelectual.

Numerosos estudios muestran cómo la filolofía y la lingüística emergentes en el

siglo XIX contribuyeron a proyectos religiosos, de clase y/o nacionalistas. Olender

(1992), por ejemplo, traza las conexiones fundamentales de raza y religión con las nuevas

ciencias del lenguaje de los siglos XVIII -y XIX- y los estudios filológicos semíticos e

indoeuropeos. Crowley (1989, 1991) demuestra las presunciones de clase social sobre las

que el inglés estándar fue teorizado primero, mientras Gal (1995) muestra de qué modo

teorías las lingüísticas metropolitanas estuvieron implicadas en la producción de la

identidad húngara. Y, como Irvine (1995) ha sostenido, las ideologías de familia y

relaciones de género dominan las descripciones europeas de la estructura gramatical y la

clasificación de lenguas africanas en el siglo XIX.

La lingüística profesional y científica de fines del siglo XX, ha rechazado el

prescriptivismo casi uniformemente y, a veces, más bien con aires de suficiencia. Sin

embargo, varios autores sostienen que ese rechazo esconde una dependencia y una

complicidad con instituciones prescriptivas por la mera temática del campo; “más que

registrar un lenguaje unitario, los lingüistas ayudaron a formar uno” (Crowley 199:48,

Haas 1982). El idealismo de la lingüística moderna “autónoma” se ha puesto bajo

escrutinio ideológico. Sankoff (1988) sostiene que las metodologías lingüísticas

positivistas contemporáneas que invocan una razón científica, son ideológicamente

impuestas por los mismos intereses que propagan el normativismo y el prescriptivismo.

La lingüística y la sociolingüística más orientadas hacia la antropología también

han sido analizadas ideológicamente (Cameron 1990, Dorian 1991). Schultz (1990)

sostiene que los escritos de Whorf estaban limitados por la ideología tradicional

norteamericana de la libertad de expresión, que fomenta la sensación de que los hablantes

controlan el lenguaje. A diferencia de Bakhtin, cuyo entendimiento Schultz ve como

similar, Whorf primero tenía que convencer a su audiencia de que existía la censura

lingüística, y esa necesidad da cuenta de estrategias contradictorias en su obra.

Metáforas de lenguas “en peligro” y “muriendo” han generado muy recientemente

intercambios en la inevitable naturaleza política, ideológica y selectiva de toda

investigación lingüística y sociolingüística. (Dorian 1993, 1994ª; Hale et. Al. 1992;

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Ladefoged 1992; Woodbury 1994). Uno de los análisis ideológicos más transversales de

la teoría lingüística es el tratamiento de Rossi-Landi (1973) del relativismo lingüístico

como ideología burguesa, en el sentido de interés tanto como de ideación. Rossi-Landi ve

la teoría como una manifestación de culpa por la destrucción de los indígenas

americanos. El idealismo del relativismo lingüísitico transforma a los productores

lingüísticos en consumidores y posibilita la ilusión de que la exhibición teórica de las

estructuras de una lengua redime la cosmovisión de los trabajadores lingüísticos extintos

(ver también Bauman 1995, Hill y Mannheim 1992). En su contribución en este volumen,

Collins identifica un desplazamiento de “lengua real” de hablantes contemporáneos en la

crítica que la lingüística académica eleva a materiales didácticos de tolowa producidos

por miembros de la comunidad. Tales consideraciones lo llevan a concluir que el estudio

de la ideología lingüística no se puede asumir como un proyecto de descripción neutral

sino que siempre requiere de preguntas reflexivas sobre nuestros propios compromisos

ideológicos.

Conclusión

Una investigación enfocada en la ideología lingüística tiende un puente

promisorio entre lingüística y teoría social. A pesar de las dificultades tradicionales que

reposan en el concepto de ideología, ésta nos permite relacionar la microcultura de la

acción comunicativa con consideraciones de economía política de poder e inequidad

social, para confrontar restricciones macrosociales en el comportamiento lingüístico y

para conectar el discurso con las experiencias de vida (Briggs 1993:207). Como señala

Gal en su comentario, las poblaciones alrededor del mundo depositan vínculos

fundamentales entre categorías culturales aparentemente diversas como lenguaje,

deletreo, gramática y nación, género, simplicidad, intencionalidad, autenticidad,

conocimiento, desarrollo, poder, tradición. Las contribuciones a este volumen intentan

entender cuándo y cómo son forjados esos vínculos, tanto por los participantes no

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expertos como por sus analistas expertos, a través de qué semiótica, de qué procesos

sociales y con qué consecuencias para la lingüística y la vida social.

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