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PENSAMIENTOS… 33 CAMINARÉ EN PRESENCIA DEL SEÑOR (Sal 116,9) INTRODUCCIÓN El propósito de este nuevo librito, es práctico, existencial, vivencial, más que especulativo, doctrinal, racional. Quisiera describir y compartir una manera de vivir a la presencia de Dios, que motive toda nuestra existencia llenándola de sentido, de paz y alegría. En otros libros me esforcé de demostrar que Dios es el “fundamento, meta y fiesta” de la vida humana (Pensamientos 21); que hay varios “caminos hacia Dios” (Pensamientos 28); que tenemos trazado un “Camino al cielo” (Pensamientos 10); que nuestra existencia tendrá pleno cumplimiento en el “Más allá” (Pensamientos 31); que podemos vivir “confiando en Dios” (Pensamientos 32); que nuestra vida tiene su explicación profunda en “la otra dimensión”, la dimensión religiosa, trascendente, sobrenatural (Pensamientos 16). Con estos datos adquiridos, quisiera dar un paso más y demostrar como una vida auténtica y gozosa solo es posible caminando a la presencia del Señor. En un primer capítulo volveremos a buscar a Dios, para que lo tengamos presente y lo conozcamos y reconozcamos en todo momento y en toda situación. Luego reflexionaremos sobre las consecuencias de la mirada de Dios sobre nosotros, y de nuestra mirada hacia Él. Seguramente será muy distinto vivir sabiendo que Dios está ahí mirándonos con amor de Padre, exigiéndonos perfección, acompañándonos en nuestras luchas… y nosotros contemplándolo a Él como el Bien Infinito, como el Altísimo, el Todopoderoso, Perfecto y Absoluto. Veremos también que debemos tener en cuenta a Dios como Juez Divino que nos exige una conducta perfecta. Consideraremos la necesidad de la oración, de testimoniar y celebrar la presencia de Dios, y por fin la importancia de caminar a su encuentro perseverando hasta el fin. Mons. Roberto Bodi ofm INDICE Nros. Buscando la presencia de Dios………………………………. 1-10 En presencia de Dios, Bien infinito……………………………. 11-21 En presencia de Dios Padre…………………………………… 22-32 En presencia de Dios Señor y Juez…………………………… 33-45 En presencia del Señor Jesucristo……………………………. 46-58 Oración y presencia de Dios ………………………………….. 59-71

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PENSAMIENTOS… 33CAMINARÉ EN PRESENCIA DEL SEÑOR (Sal 116,9)

INTRODUCCIÓNEl propósito de este nuevo librito, es práctico, existencial, vivencial, más que especulativo, doctrinal, racional. Quisiera describir y compartir una manera de vivir a la presencia de Dios, que motive toda nuestra existencia llenándola de sentido, de paz y alegría. En otros libros me esforcé de demostrar que Dios es el “fundamento, meta y fiesta” de la vida humana (Pensamientos 21); que hay varios “caminos hacia Dios” (Pensamientos 28); que tenemos trazado un “Camino al cielo” (Pensamientos 10); que nuestra existencia tendrá pleno cumplimiento en el “Más allá” (Pensamientos 31); que podemos vivir “confiando en Dios” (Pensamientos 32); que nuestra vida tiene su explicación profunda en “la otra dimensión”, la dimensión religiosa, trascendente, sobrenatural (Pensamientos 16). Con estos datos adquiridos, quisiera dar un paso más y demostrar como una vida auténtica y gozosa solo es posible caminando a la presencia del Señor. En un primer capítulo volveremos a buscar a Dios, para que lo tengamos presente y lo conozcamos y reconozcamos en todo momento y en toda situación. Luego reflexionaremos sobre las consecuencias de la mirada de Dios sobre nosotros, y de nuestra mirada hacia Él. Seguramente será muy distinto vivir sabiendo que Dios está ahí mirándonos con amor de Padre, exigiéndonos perfección, acompañándonos en nuestras luchas… y nosotros contemplándolo a Él como el Bien Infinito, como el Altísimo, el Todopoderoso, Perfecto y Absoluto. Veremos también que debemos tener en cuenta a Dios como Juez Divino que nos exige una conducta perfecta. Consideraremos la necesidad de la oración, de testimoniar y celebrar la presencia de Dios, y por fin la importancia de caminar a su encuentro perseverando hasta el fin. Mons. Roberto Bodi ofm

INDICE Nros.Buscando la presencia de Dios………………………………. 1-10En presencia de Dios, Bien infinito……………………………. 11-21En presencia de Dios Padre…………………………………… 22-32En presencia de Dios Señor y Juez…………………………… 33-45En presencia del Señor Jesucristo……………………………. 46-58Oración y presencia de Dios ………………………………….. 59-71Celebrando su presencia………………………………………. 72-83Testimoniando su presencia…………………………………… 84-96Caminando a su encuentro……………………………………. 98-110Caminando con perseverancia………………………………… 111-123

BUSCANDO A DIOS1. Antes de ponernos a “caminar en la presencia del Señor”, debemos cerciorarnos precisamente

de su presencia, de su existencia, y también de su esencia o identidad. ¿Dónde, cuándo y

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cómo podemos encontrar a Dios? Podemos afirmar que Dios está a la vista del filósofo, del teólogo, del científico, del artista, del místico, y de todo corazón abierto al infinito, a la belleza, a la verdad, al amor y a todos los valores. Con las conocidas pruebas cosmológica, psicológica y moral podemos llegar a descubrir a Dios como Creador del universo, como Bien absoluto para nuestro espíritu, y como Legislador Supremo de la consciencia humana. Con la pregunta por el origen y el fundamento de toda la realidad física, natural y sobrenatural, llegaremos fácilmente a Dios, porque nos guía el principio de causalidad, que nos remite de los efectos a la causa universal.

2. Si queremos encontrar a Dios, debemos ir al fondo de las cosas. Hay demasiada gente superficial, que se maneja con la opinión y la imaginación, no con la razón y la verdad. La filosofía y la ciencia nos enseñan un método certero para alcanzar la verdad y la objetividad: el razonamiento y la experimentación. Por ejemplo, si queremos saber sobre el origen del universo, debemos ir más atrás de la explosión inicial (big bang) y preguntarnos de dónde salió la bola cósmica que explotó y cómo en su expansión se ha ido conformando el universo, con estructuras complejas y ordenadas hasta el extremo, hasta la perfección. La razón nos guiará hacia una conclusión lógica: como de la nada no sale nada, entonces el universo con su orden y perfecciones, con sus leyes físicas y biológicas, debe haber sido creado por un Poder y una Inteligencia infinita, a quien llamamos Dios. Así lo confirma la Biblia, cuando desde sus primeras páginas habla de la creación del mundo como obra de Dios.

3. Los que niegan a Dios, recurren a la evolución o a la eternidad del universo. Cosas que no se han demostrado científicamente. Con respecto a la evolución, especialmente de las especies vivientes y del hombre, todavía las pruebas no son contundentes; además, en caso de que fuera verdad, habría que preguntarse, de dónde salieron las leyes que guiaron la evolución. ¡No pueden haber aparecido de la nada! Los que insisten sobre la eternidad del universo, deben saber que los últimos descubrimientos de la astronomía y de la física, confirman el comienzo del universo ocurrido entre 15 y 20 mil millones de años atrás. Los científicos rechazan el modelo “estático” del universo, y también el modelo “oscilatorio” del big-bang y big-crunch (expansión y contracción indefinida); en cambio apuestan por el “modelo abierto”, debido a la ley de la termodinámica según la cual la fuerza de expansión es mayor que la fuerza de gravedad, por lo cual el universo sigue expandiéndose, sin detenerse ni volver atrás. Si el universo fuera eterno (excluyendo la necesidad de la creación), ya debería haberse apagada toda su energía y el movimiento de expansión debería haberse concluido.

4. El argumento cosmológico no es el único que nos lleva a descubrir a Dios. Si nos fijamos en el fenómeno de la vida, ya sea vegetal como animal y especialmente la vida humana, llegaríamos a la conclusión de tantos filósofos y científicos honestos, que hablan de un “diseño inteligente”, de una “complejidad” de estructuras, y de un “fino ajuste” de todos los elementos que se observan en toda la naturaleza (en el microcosmos y en el macrocosmos) y que hacen pensar en un Creador infinitamente poderoso e inteligente. Además están las preguntas por la realidad interior del hombre, en su expresión psicológica, ética, axiológica, estética etc. que no responden a ningún principio físico o materialista, y que remiten a una causa de su mismo género, y este no puede ser otro que Dios. Es bueno estudiar y profundizar estos argumentos, para darnos cuenta de la existencia de Dios. Hay toda una literatura filosófica, científica y

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teológica que nos puede hacer comprender con certeza la presencia de Dios como origen y fundamento de todo.

5. Tal vez lo que más nos empuja a buscar a Dios, no es tanto una necesidad intelectual, sino psicológica: el deseo interior de plenitud, de amor perfecto, de infinito (prueba psicológica). Para eso debemos tratar de conocer más a Dios en su ser, en su esencia, en su persona. No basta saber que Dios existe, sino sobre todo quién es Dios, cómo es, cómo puedo relacionarme con El. En primer lugar Dios es el Ser “subsistente”, que existe por sí mismo, que no derivó su ser de nadie. El hombre y todas las demás creaturas en cambio, son “existentes”, del latín “ex -sistere”, que significa apoyarse en algo. Dios no se apoya en nadie, sino que en El se apoyan y se originan todos los seres del universo. Entonces es la plenitud del ser, la riqueza infinita del ser. Esto se deduce la las pruebas de la existencia de Dios, llegando a definirse como la “Causa Incausada”, el “Acto Puro” y el “Ser Necesario”.

6. Otro rasgo esencial de la Divinidad es su Personalidad. Si Dios es el Creador de la familia humana, entonces El es Persona con inteligencia, voluntad, amor, consciencia y libertad absolutos; pues es Dios quien puso esas facultades en el espíritu humano. Nadie da lo que no tiene: Dios debe tener en sí mismo esas facultades para poder comunicarlas a los hombres. Además tales facultades se intuyen también considerando el orden y las perfecciones que se hallan en el universo, que suponen la obra de un Ser con perfecciones, inteligencia y voluntad. Dios entonces es Persona en grado absoluto, poseedor de infinitas perfecciones. Al crear al hombre lo hizo a su imagen, es decir persona, pero con perfecciones y facultades limitadas, porque solo Dios es Infinito en su Ser y en sus facultades; nosotros somos finitos, limitados, contingentes, por ser creados; sólo tenemos un porción de ser, mantenidos en la existencia por Dios. Dios es el Ser Total, Absoluto, Autosuficiente. Todos los entes del universo están sustentados por su poder, por su energía. Por eso San Pablo afirma: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

7. De las mismas pruebas de la existencia de Dios se deducen otros rasgos de la Divinidad, como la infinitud, la inmensidad, la omnipotencia, la omnisciencia, la eternidad… Para definir estas propiedades divinas usamos términos que indican, por una parte la falta de límites en su ser, como infinito (no finito), inmenso (no medido)…; por otro lado con términos que indican la totalidad: “omnis” en latín significa “todo”; a Dios se le dice “omnipotente”, que lo puede todo (el Todopoderoso), “omnisciente”, que lo sabe todo; “eterno” que abarca todo el tiempo y lo desborda. La Totalidad y la infinitud se complementan en la definición de Aquel que supera todo límite y toda medida.

8. Dios es nuestro sustrato, nuestro fundamento, nuestro sustento absolutos. Si no existiera Dios, no existiríamos ni nosotros ni el universo. Dios es como el “boson de Higgs” o campo energético, que hace posible la existencia y la sustancia de los elementos básicos con que se estructuran todos los entes del universo. Los científicos detectan la existencia de este campo energético, sin poder explicar su origen. La filosofía y la teología pueden explicarlo justamente señalando a Dios como causa eficiente y origen de tal campo energético, porque de la nada no sale nada: si hay un efecto, debe haber su causa. El principio de causalidad es absolutamente racional; negarlo es irracional, antifilosófico y anticientífico.

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9. A medida que conocemos más a Dios, su existencia, su presencia y su esencia, se despierta en el fondo de nuestro corazón una gran esperanza, un gran gozo, una alegría inefable, un deseo incontenible de encontrarnos con El, como sucede con los enamorados. La unión con Dios puede sacarnos de la tristeza y la inanición, puede multiplicar nuestras energías y transformar totalmente nuestra vida, moralmente espiritualmente y existencialmente, como ocurre con los místicos, que contemplando a Dios viven en santidad y gozo. Si descubrimos la riqueza infinita de su Ser, su belleza perfecta y su amor inmenso, su grandeza y su poder absolutos, su total esplendor, no podremos a menos que arrodillarnos, adorarlo y amarlo “con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”, y gozar hasta el éxtasis.

10. Hay gente que no descubre a Dios porque sus facultades espirituales y intelectuales están atrofiadas. Concentrados en las cosas sensibles, en los bienes físicos y materiales, en su trabajos y negocios, no se les ocurre buscar a Dios, razonar, pasar de los efectos a la Causa última, contemplar la riqueza y la belleza de la creación que se despliega delante de sus ojos y preguntarse por su Autor. Algunos llegan a conocer la existencia de Dios, pero lo rehúyen por miedo, por sentirse culpables. Otros lo rechazan por no querer someterse a su voluntad y sus mandamientos. Otros por orgullo intelectual y científico. Incluso hay quien niega a Dios por una opción política. Pero la razón más importante que explica el ateísmo práctico y la mediocridad en la vida de fe, es la no valoración de Dios como el Bien Infinito. Alguien me dijo: “Está bien, Dios existe, pero a mí no me interesa”. Aquí está el punto: ¿Será posible que no nos interese Dios, el Bien Infinito, cuando justamente estamos buscando el bien total, para nuestra felicidad plena? Es importante entender que Dios es nuestra felicidad, entonces nos interesará por encima de toda otra cosa, y lo buscaremos con más interés y más ardor.

EN PRESENCIA DE DIOS, BIEN INFINITO

11. Caminar en presencia de Dios entendido como Bien infinito, opera en nosotros una profunda transformación espiritual, psicológica y ética. Produce gozo, plenitud de sentido, conversión. Pero si Dios no significa el Bien Infinito para nuestra alma, entonces nuestra vida se volverá opaca, mediocre, sin sentido. Lo que pone en movimiento todas nuestras energías y hace apasionada la vida, es el deseo de los bienes. Dios es el Bien Total, el bien Absoluto, por lo tanto no hay otra motivación más poderosa que Dios para dar plenitud y sentido a nuestra vida. Si en nuestra escala de valores Dios ocupa el primer lugar, toda nuestra vida será ordenada, positiva y gozosa.

12. Dios como Bien, no es un objeto, sino un Sujeto, una Persona. Sabemos por experiencia que las cosas buenas nos proporcionan más gozo según la riqueza y las perfecciones de su esencia. En los tres reinos de la naturaleza: mineral, vegetal y animal, encontramos muchas maravillas que deleitan nuestros sentidos y nuestra mente. Pero en nuestros semejantes, en las personas humanas, hay algo más importante, más valioso que supera inmensamente lo que pueden ofrecernos todas las demás creaturas: la inteligencia, el amor, la comunicación interior, que hacen posible una relación vital profunda mucho más gratificante. No es lo mismo gozar de un panorama, o querer al perro que tratar con los familiares, amigos y la gente en general. Cuando Dios creó a Adán en medio de una espléndida naturaleza, vio que sufría soledad, entonces le hizo la mujer, de la cual se alegró mucho.

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13. Aunque la relación de amor y diálogo con los demás significa un enriquecimiento vital importante para toda persona, sin embargo parece que el ser humano supera también está complementación, pues se siente abierto a una mayor necesidad interior. Pascal dice que “el hombre supera infinitamente al hombre”. Al ser humano no se lo puede definir o delimitar, porque con sus facultades interiores de inteligencia, voluntad, afectividad y consciencia, avanza indefinidamente, hacia lo absoluto, lo infinito, lo eterno. Por eso parece que solo puede complementarse con Dios, que es exactamente lo infinito de todo. Eso explica la perenne insatisfacción del ser humano, aún cuando no le falta nada, gozando de perfecta salud y de buenas relaciones familiares y sociales. Eso explica también el fenómeno religioso, como búsqueda de valores trascendentes, sobrenaturales, absolutos.

14. Ya en el Antiguo Testamento los israelitas piadosos experimentaron a Dios como el mayor de los bienes: “Señor tú eres mi bien; no hay nada superior a ti” (Sal 16,2). Entendieron que Dios puede saciar el corazón humano: “Me sacio de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha” (Salmo 16,11). Sentían a Dios como plenitud del alma: “La roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Sal 73,26; Sal 119,57). Gozaban a la presencia de Dios, en su templo: “Cuán bienaventurado es el que tú escoges, y acercas a ti para que more en tus atrios. Seremos saciados con el bien de tu casa, tu santo templo” (Sal 65,4); “Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios que morar en las tiendas de impiedad” (Sal 84,10). “Contempladlo y quedaréis radiantes”, dice el salmista (salmo 34,6).

15. Para Jesús Dios es el Bien más grande, por eso nos pide que lo amemos sobre todas las cosas, “con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Mc 12,30; cfr Dt 6,5). Dios es el “tesoro escondido”, “la perla preciosa” que para adquirirlos hay que venderlo todo (Mt 13,44-46). Y también hay que estar dispuestos a cortarse una mano o sacarse un ojo si eso nos hace caer en el pecado y nos impide la comunión con Dios (cfr Mt 5,29 sgs). El amor a Dios vale más que la propia vida: “Quien pierde su vida por mi y por el Evangelio, la encontrará” (Mt 8,35); “Vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20). Dios, o el Reino de Dios, es la prioridad número uno para el ser humano: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). El amor de Dios vale más que el mundo entero: “¿De qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?” (Mt 16,26; Mc 8,36; Lc 9,25). Perder el alma significa quedar excluido de la vida eterna que es “entrar en el gozo del Señor” (Mt 25,21), un “gozo perfecto” (Jn 15,11).

16. Caminar por la vida en un horizonte inmanente, cerrado a lo divino, es amputar y mutilar al ser humano, porque se le niega lo que más desea para su plenitud: el Bien Infinito. En cambio la relación con Dios lo lleva a una satisfacción total, porque Dios es inagotable, infinito, no tiene límites en su Ser y en sus perfecciones; por eso el hombre gozará siempre y plenamente de Dios. Caminar con Dios en el corazón es llevar adentro una gran alegría, que le hace sentir y expresar gratitud; le hace superar con facilidad las carencias de la vida, porque siente que ya lo tiene todo; le hace vencer las tentaciones porque ninguna propuesta de felicidad puede superar la que ofrece Dios; le facilita el desprendimiento de las cosas, de sí mismo, y la aceptación de las pérdidas y fracasos; incluso le hace fuerte para el martirio, porque sabe que recibirá “una gran recompensa” en la vida eterna (cfr Mt 5,11-12).

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17. Para entender a Dios como Bien Infinito no hay otra manera que valerse de la mediación de las creaturas o de los bienes y experiencias que conocemos. Sabemos que El es el manantial y el origen de todos los bienes, pero a Él no lo podemos ver ni imaginarlo, porque es Espíritu. Solo por analogía y semejanza podemos vislumbrar su ser y sus perfecciones. En la filosofía cristiana se habla de la “via eminentiae” mediante la cual se puede alcanzar un concepto más adecuado de Dios. Se dice “via de la eminencia” porque se atribuye a Dios las perfecciones de las creaturas en grado eminente, absoluto. Mirando a una bella persona, podemos elevar nuestra mente hasta la belleza absoluta de Dios; si observamos a una pareja de enamorados; si consideramos la capacidad de un artista, o la habilidad de un deportista, o la inteligencia de un pensador, o el poder de una autoridad… de todo ello podemos inducir la belleza, el amor, la capacidad, la habilidad, la inteligencia y el poder infinitos de Dios, y regocijarnos en ello. Y así con todas las realidades de la naturaleza y de la vida humana, que pueden ser un trampolín para saltar hacia lo absoluto de Dios.

18. Debemos multiplicar los momentos y los pensamientos que nos conectan con la presencia de Dios, hasta que se haga habitual y anime toda nuestra vida. Debemos recurrir a los medios y técnicas a nuestra disposición, como la meditación, la oración, la imaginación, la observación y contemplación de toda la realidad. La teología, la Sagrada Escritura, la filosofía, la psicología, las ciencias, las artes… nos ofrecen mucho material de reflexión para descubrir la presencia de Dios. Pero hay que poner la intención y el deseo de verlo a Dios en todas las cosas. Nuestra mirada debe adquirir profundidad para descubrir el sustrato trascendente de la realidad y de la vida. Porque seguramente Dios está ahí detrás de cada cosa, como causa y fundamento de todo, y depende de nosotros correr las cortinas de la realidad y descubrirlo.

19. Caminando por la calle de una ciudad, paseando por un jardín, cruzando la selva o mirando el cielo estrellado, encontraremos mil imágenes de Dios reflejadas en las creaturas. Hay muchas cosas hermosas que nos hacen pensar en la belleza de Dios. Hay muchas cosas buenas que nos recuerdan la bondad de Dios. Hay muchas cosas grandes que nos ayudan a imaginar la grandeza de Dios. Incluso cerrando los ojos y pensando en nuestro propio ser, podemos comprender lo maravilloso que es Dios al dotarnos de tantas perfecciones y cualidades, en el cuerpo y en el espíritu. Y más todavía, Jesús nos dice: “Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21). Esto podemos entenderlo en sentido ontológico, psicológico, moral y teológico. En sentido ontológico, porque es Dios quien nos da vida y nos mantiene en la existencia. En sentido psicológico, porque nos atrae con deseos de infinito y de felicidad. En sentido moral porque nos conduce por el camino del bien a través de la consciencia. En sentido teológico porque nos colma con su gracia y su amor. Dios se nos manifiesta desde adentro y desde afuera, como Bien infinito, por eso podemos “caminar en presencia del Señor” y gozar de Él en todo lugar y en todo tiempo.

20. Hay lugares y momentos especiales donde la presencia de Dios se hace más viva. Entrando en un templo o participando de una celebración litúrgica, asistiendo a una fiesta religiosa, recibiendo los sacramentos, visitando un santuario… es como si entráramos en un ambiente y un clima sagrado, habitado por Dios. Todos los pueblos y todas las religiones experimentan lo sobrenatural, lo trascendente en sus lugares de culto. Los hebreos adoraban a Yahvé en el Templo de Jerusalén; anteriormente en Betel, en el Sinaí, en Silo, que fueron centros de culto donde el pueblo se encontraba con Yahvéh. Jesús remplazará los antiguos templos con su persona, templo vivo y verdadero, lugar de encuentro con Dios; así lo dio a entender cuando

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dijo a los sacerdotes, escribas y fariseos: “Destruid este templo, y lo reconstruiré en tres días”; San Juan explica que hablaba de su cuerpo, que iba a ser muerto, pero resucitaría al tercer día (cfr Jn 2,19-22). Por medio de Cristo entonces podemos encontrarnos con Dios, conocer a Dios, su santidad, su amor y todas las perfecciones que hacen el gozo de nuestro corazón.

21. Si no logramos conocer y apreciar a Dios como el Bien Infinito, nuestra vida cristiana será bien triste; se convertirá en una praxis ascético-moralista, dictada por el temor, o por la autocomplacencia, o por la presión del ambiente cultural, o por la tradición. Lo que hace gozosa la vida cristiana es una relación de amor, de adoración, de alabanza hacia Dios, a quien se lo siente y se lo contempla como la suma de todos los bienes y perfecciones. Debemos adentrarnos más y más en el misterio de la belleza, del amor y la grandeza de Dios, entonces toda nuestra vida será un éxtasis, y nuestro testimonio atraerá a muchos y será sumamente fecundo.

EN PRESENCIA DE DIOS PADRE

22. Si nuestra vida y todos nuestros problemas dependieran de nuestros padres, estaríamos tranquilos, porque sabemos que nos ayudarían, nos apoyarían en todos nuestros buenos deseos e iniciativas, nos cuidarían de todo mal y sufrimiento, nos acompañarían en todo momento con su cariño entrañable, especialmente en los trances más difíciles de nuestra vida… Nuestra seguridad se fundamenta en el amor sincero que ellos nos tienen. Lo sabemos por experiencia, lo vemos también en los demás. Jesús nos hace llamar a Dios “Padre nuestro” (cfr Mt 6,7-15), nos revela su amor sin límites, nos comunica su proyecto de vida plena y de felicidad eterna. Esto es muy hermoso y nos da alegría y optimismo.

23. La parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) bastaría para darnos confianza y llenarnos de alegría. Jesús cuenta como un padre corrió al encuentro de su hijo, cuando lo vio volver después de haberse ido de mala manera y haber malgastado sus bienes. No lo reprochó, ni lo rechazó; al contrario “movido a compasión” lo abrazó y le hizo fiesta. Así Jesús nos presenta a Dios Padre. Y él mismo nos hace hijos de Dios: “A todos aquellos que le reciben, a los que creen en El les da el poder de convertirse en hijos de Dios” (Jn 1,12), dice San Juan. Con el Bautismo nos volvemos hijos adoptivos de Dios, y Dios se convierte en “Padre nuestro que está en los Cielos”. San Pablo afirma que Dios “nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad” ( Ef 1,5).

24. Fijémonos en el trato que lo padres tienen con sus hijitos. Los quieren desde el primer momento, y se van encariñando siempre más. Les brindan todas las atenciones, les procuran todo lo necesario. Se sacrifican por ellos. Sufren y gozan con ellos. Los amparan y defienden de los peligros y amenazas. Los acompañan durante el crecimiento y sueñan con ellos. Les pagan los estudios, el alimento, los vestidos; les compran regalos, les dan lo mejor para que sean felices. Los educan, los corrigen, les aconsejan… No se cansan ni descansan cuando se trata del bien de sus hijos. Están siempre pendientes de ellos, a veces con aprensión, a veces con orgullo. Los aman entrañablemente, los besan y abrazan. Esto es maravilloso. Pensemos: si los hombres con sus límites y defectos hacen tanto por sus hijos, hasta darían la vida por ellos, ¿cómo será Dios Padre, quien puso en el corazón de los padres esos sentimientos? El amor paterno de Dios es infinito, absoluto. Sebastián Fuster afirma que la paternidad de Dios

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no se comprende desde la paternidad humana, sino al revés, porque esta última deriva de Dios, en quien el amor es perfecto y total.

25. Si queremos vivir con alegría debemos pensar más seguido en el amor paterno de Dios. Mucha gente viven como si fueran huérfanos, sin Dios, sin Padre, por eso se sienten tristes, solos y desamparados. Como bautizados y como Iglesia, somos familia de Dios, quien nos ama como Padre: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios ” (1Jn 3,1). Jesús se dirige al Padre llamándolo “Abba” (Mc 14,36) que significa “papito”. Es un atributo inconcebible para los judíos, para quienes Dios era el Altísimo, el Omnipotente, a quien ni se lo podía nombrar; era un atrevimiento, una falta de respeto al Señor de cielo y tierra llamarlo Padre-Papá. Por eso pocas veces en el A.T. a Dios se lo nombra como Padre; además cuando se usa la palabra Padre, se lo entiende de otra manera: para los israelitas Dios no ha engendrado al hombre, sino que lo ha creado (Gn 1,26-31; 2,15-25). Muchos pueblos en sus concepciones mitológicas-religiosas consideraban a Dios como Padre en el sentido de generación físico-biológica; por eso creían que Dios tenía esposa, con quien engendraban a los dioses y a los hombres; así por ej. Zeus, padre de los dioses y de los hombres, tenía como esposa a Junón. Los Israelitas rechazaron esta “hierogamía” (matrimonio divino) y la paternidad natural de Dios para con los hombres.

26. Tampoco en el N.T. se atribuye a Dios la paternidad divina en sentido natural; los hombres son hijos adoptivos de Dios. Solamente el Hijo, el Unigénito, Jesucristo, es “engendrado, no creado”, de la misma sustancia del Padre (cfr Hbr 1,3) o naturaleza divina (“homousios”). Por eso a Dios se le dice “el Padre de nuestro Señor Jesucristo” en sentido real (cf. Rom 15,6; Ef 1,3; 2 Cor 1,3 1Pdr 13; 1Jn 1,3 etc.). Hay que aclarar que esta generación del Hijo es eterna, no tuvo un comienzo; así como el sol genera la luz y el calor desde el primer momento de su existencia; y la luz y el calor hacen parte de su sustancia, son una sola cosa con su esencia; igualmente el Hijo emana eternamente del Padre, es uno con el Padre. “Yo y el Padre somos una sola cosa”, dijo Jesús (Jn 10,30).

27. Pero aun con esta mentalidad y con esta teología, a Dios se lo consideraba como el Padre del pueblo. “Así dice Yahvéh: Israel es mi hijo, mi primogénito… Deja ir a mi hijo para que me sirva” (Ex 9,1). “yo soy Padre para Israel” (Jr 31,9). El justo pensaba “tener a Dios como Padre” (Sab 2,12; 14,3). El canto de Moisés interpreta la caída y los pecados de Israel como abandono de Dios Padre (cf Dt 32,6). Incluso encontramos acentos de ternura, como en el Salmo 103,3: “Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles (Sal 103.13); o en Isaías 49,15-16: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara yo no te olvidare”. Para los hebreos Dios es Padre del Rey (cf. 2 Sam 7,14; 1 Crón 17,13; 22,10; 28,6; cfr los salmos reales: Sal 68,6; 89,27; 2,7); Padre del Mesías (Mt 1,16). Jesús revelará y enseñará la paternidad universal de Dios, pero siempre en el sentido de adopción: Dios nos hace “hijos en el Hijo”, mediante un “nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu Santo” (cfr Jn 3,1-8). San Pablo afirma: “Dios envió a su Hijo… para que redimiese a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4,4-5); “Por su amor nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo…”(Ef 1,5).

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28. Caminar en presencia del Señor significa ser conscientes de que, por ser Dios nuestro Padre, nos cuidará y proveerá por nosotros para que tengamos todo lo necesario para vivir. Mucha gente se angustia por el “qué comeremos, que beberemos, con qué nos vestiremos” (Mt 6,31). Jesús nos exhorta a confiar en la providencia de Dios Padre: “Los que no conocen a Dios se preocupan por esas cosas. Pero el Padre de ustedes sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto busquen primero el Reino de Dios y su justicia, lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,32-33). Quien confía en Dios, anda tranquilo, aunque, como dicen los españoles: “a Dios rogando y con el mazo dando”; es decir hagamos nuestra parte y tengamos seguridad de que Dios hará la suya, y no nos dejará faltar nada, porque es bondadoso o omnipotente.

29. Vivir confiando en Dios Padre significa liberarnos del fatalismo, de la incertidumbre y de la angustia. Aquellos que no creen en Dios, solo podrán confiar en sus pobres fuerzas; y en la mayoría de los casos, creerán ser víctimas de la fatalidad, porque no pueden controlar todos los acontecimientos de la vida y todos los elementos de la naturaleza en que están inmersos. Dios sí puede, porque es el Creador y es Omnipotente. Si somos lógicos deberíamos entender que si Dios es nuestro Padre, al crearnos y al querer para nosotros una vida buena, habrá pensado también en darnos los medios adecuados y necesarios para nuestra subsistencia. Es por eso que en la naturaleza encontramos todos los recursos para “comer, beber y vestirnos”; y no solo eso sino mucho más: Dios ha pensado también en la manera de hacer nuestra vida agradable y gozosa, colmándonos de muchas riquezas y bellezas, en el orden material, biológico, psicológico y espiritual. Y más todavía nos tiene reservada una felicidad total, llamándonos a compartir su propia vida en la eternidad… De ahí que podemos caminar en presencia del Señor con tranquilidad y alegría, libres de angustias, agradeciéndole y amándolo como nuestro gran Bienhechor.

30. Los psicólogos afirman que el amor del padre y de la madre son diferentes… El amor del padre es exigente, racional; a veces recurre a la corrección y al castigo para el bien verdadero del hijo; se preocupa de educarlo, fortalecer su carácter, alentarlo a vivir según principios y preceptos… El amor de la madre es más condescendiente, compasivo, tolerante, afectivo, incondicional. Dios es Padre y Madre, dicen algunos teólogos; es decir reúnen ambas actitudes de manera perfecta y complementaria: es misericordioso y exigente a la vez, acoge y estimula, perdona y corrige, lo da todo y pide todo. Así debe ser, porque el ideal de la vida humana y la condición para amar y ser amados por Dios es la santidad perfecta: “Sean perfectos como su Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48) dijo Jesús.

31. En la medida en que conocernos más a Dios como Padre, aumentará nuestra confianza, nuestra alegría y nuestra tranquilidad. Fijémonos en el amor que los padres les tienen a sus hijos: ¿por qué se preocupan tanto por su bien? ¿Por qué lloran tanto cuando se les muere un hijo? Dicen que es un dolor indecible, que no tiene consuelo. Un papá me dijo: “¡Quisiera haber muerto yo diez veces en lugar de mi hijo!” Hay psicólogos que afirman que hay que “matar al padre” y “cortar el cordón umbilical de la madre” simbólicamente, para crecer y madurar hasta independizarse y desenvolverse solo en la vida. Si esto puede valer hasta cierto piunto con los progenitores humanos, no se puede decir lo mismo referente a Dios, porque hemos sido creado para Dios. Sin Dios no podemos ni existir, porque El nos sustenta en el ser y de El recibimos todos los recursos para vivir. Y más todavía, nuestra alma y nuestro corazón desea y necesita lo Absoluto, lo Infinito, que es precisamente Dios y nadie más. Por lo tanto nuestra plena realización está en relacionarnos con Dios, y no en independizarnos de Dios.

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32. Al rezar el “Padre nuestro” podemos no solo vivir tranquilos, sino también morir tranquilos. “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”, dijo Jesús muriendo en la cruz (Lc 23,45). Confiaba plenamente en su Padre, porque “no es un Dios de muertos, sino de vivos, y todos viven para Él” (Lc 20,38). Un padre jamás dejaría morir a su hijo. Dios tampoco nos dejará morir, porque nos ama como Padre, y porque nos ha creado para la vida eterna, imprimiendo en nuestro espíritu el deseo de inmortalidad. Así lo enseña también Jesús. A los apóstoles les dijo: “No se turben; ustedes creen en Dios, crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar” (Jn 14,2). Toda su obra salvadora consiste en reconciliarnos con el Padre e introducirnos en la vida eterna. Viviendo con esta certeza, afianzados en las promesas de Cristo y en el amor y el poder del Padre, podemos vivir y morir tranquilos, sin inquietud ni traumas ni miedos, porque sabemos que Dios nos acompaña siempre y nos llevará de la mano hacia la vida definitiva y perfecta.

EN PRESENCIA DE DIOS SEÑOR Y JUEZ

33. Después de haber hablado de Dios como Padre, parecería contradictorio hablar de Dios como Juez. Es una visión de Dios que nos atemoriza. Uno de los dones del Espíritu Santo es “el temor de Dios”. Pero San Juan dice que “en el amor no hay temor” (1Jn 4,18). ¿Cómo juntar la imagen de Dios Padre con la de Dios Juez, el Dios de la misericordia con el Dios de la justicia? Si vamos al fondo de las cosas podemos entender que justicia y misericordia se unen y se encuentran en la búsqueda del bien. Dios no puede permitir el mal, porque sería en perjuicio para quien lo comete y para los demás que lo sufren. La misericordia no excluye, sino exige la corrección y el orden para el bien de todos.

34. Dios como Juez nos señala el mal, el pecado, los errores, las injusticias, las perversiones y todo lo que nos hace daño y disgusta a Dios. Dios nos juzga e ilumina a través de nuestra propia consciencia, a través de la Escritura y los Mandamientos y el Evangelio de su Hijo Jesucristo. La idea de juez no siempre está aparejada con la idea de castigo y venganza. Dios no se venga de nadie, pero si’ puede aplicar un castigo-corrección, porque “no quiere que el pecador muera, sino que cambie de conducta y viva” (Ez 18,23). Jesús dijo: “Yo no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). Aquellos que no se convierten, ya tienen su condena, en el sentido de que no pueden compartir la vida con Dios y alcanzar la felicidad perfecta, porque “nada manchado entrará en el Reino de los cielos” (cfr Apc 21,27). El pecador impenitente y orgulloso no se animará a presentarse ante Dios; él mismo huirá de su presencia eligiendo el camino del infierno. Ya los niños cuando hacen algo malo, se esconden de la presencia de sus padres, por temor y por vergüenza.

35. El “temor de Dios” se lo entiende más como respeto reverencial hacia Dios. Pero también como miedo a ofenderle y a perderlo para siempre. Su mirada penetrará en nuestro interior y nos descubrirá por lo que somos, buenos o malos; nos hará entender nuestra culpa y nuestro mérito, nuestras virtudes y nuestros vicios. Jesús nos asegura: “No hay nada oculto que no haya de ser manifiesto, ni secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz” (Lc 8,17). Eso significa que nos daremos cuenta exactamente de nuestra responsabilidad y de la sanción que merecemos. Por eso, mientras estamos a tiempo, tratemos de “caminar a la presencia del Señor”, y no desviemos la vista por otro lado, para que podamos conocer y corregir nuestras

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maldades y errores, vivir correctamente y alcanzar la salvación. “Anda en mi presencia y sé perfecto” dijo Dios a Abraham (Gen 17,1; cf Lc 1,75; Ef 1,4).

36. Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos” (Sal 138,1-2). A veces queremos escaparnos del juicio de Dios, porque nos resulta difícil cambiar de conducta. Entonces recorremos a los mecanismos de defensa, de negación, de racionalización; tratamos de justificarnos, de no mirar de frente a la verdad de nuestro ser y actuar, porque nos resulta doloroso. Pero el Señor vuelve a inquietarnos para que pongamos remedio a nuestra situación y recuperemos la paz y el bien. Hay cosas que ya no se pueden cambiar, porque el daño ya está hecho; pero igualmente el Señor nos ofrece rescatarnos con su perdón, con tal que estemos arrepentidos y nos propongamos no volver a fallar. Estas son precisamente las condiciones para una buena confesión y para la conversión.

37. ¿Qué sería si no tuviéramos la sensibilidad moral, o nos negáramos a escuchar la voz de Dios que nos llama a “evitar el mal y hacer el bien”? El mundo se convertiría en un infierno. En efecto hay gente que ni con la amenaza del infierno quieren recapacitar, y siguen con sus fechorías y su mala vida. Basta considerar que son necesarias las fuerzas del orden, los tribunales, las cárceles, para detener y disuadir a los delincuentes y criminales, que no hacen caso de su consciencia ni de Dios. Pero también en la vida ordinaria, en las relaciones familiares, laborales y sociales, ¡cuántos conflictos y sufrimientos por no cumplir con la ley de Dios, con los dictados de la razón y de la consciencia! No apartemos de nosotros la mirada de Dios, si no queremos ir a la perdición.

38. Jesús dijo que todos los pecados serán perdonados, pero el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado (cfr Mt 12,31-32). Eso porque es el Espíritu quien nos impulsa a arrepentirnos y convertirnos; pero si uno si cierra o se niega a escuchar al Espíritu Santo, se quedará con sus pecados, por lo tanto no podrá ser perdonado. Es cierto que somos débiles y nos resulta difícil vivir con perfección, vencer las tentaciones, reprimir las pasiones; pero por lo menos reconozcamos nuestros pecados, no los neguemos, pidamos ayuda al Señor, seamos humildes y dóciles, estemos atentos a la luz y al poder del Espíritu… entonces tendremos esperanza de salvación. Pero si negamos el pecado y nos resistimos a dejarlo, estaremos perdidos para siempre.

39. Pensar en el juicio de Dios nos ayuda a proceder correctamente. “Camina en mi presencia y sé íntegro”, dice el Señor (Dt 17,1). Caminar a la presencia del Juez Divino, nos ayudará a formarnos una consciencia correcta e iluminada, y a actuar conforme al bien y la verdad, pues sabemos que El actúa siempre con la verdad y la justicia, y nos aplicará la sanción justa. A Dios no podemos esconderle nuestras maldades, ni engañarlo con nuestra lógica falseada, ni cambiar su aprobación o desaprobación de nuestros actos e intenciones. Dios nos pone frente a la verdad, que nos hará libres (Jn 8,32), y la libertad nos hará auténticos.

40. Muchas veces nos preocupa el juicio de los demás y nos cuidamos de hacer o decir cosas que puedan dar una mala imagen de nosotros. Mucho más debe preocuparnos lo que piensa Dios de nosotros, porque El es el que nos ama más, y nos dará la sanción que corresponda por todos nuestros actos. El libro de Job dice: “El paga al hombre conforme a su trabajo, y retribuye

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a cada cual conforme a su conducta” (Job 34,11). En Genesis 18,25 leemos: “El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?”. Jesús afirma: “el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27). En los Hechos de los Apóstoles leemos: “este Jesús es el que Dios ha designado como Juez de los vivos y de los muertos” (Hch 10,42). San Pablo dice: “todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus actos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo” (2Cor 5,10; cfr Rom 2,5; 14,10; Ef 6,8; Hbr 9,27).

41. No es que Dios esté encima nuestro, listo para descargar su ira y castigarnos. Si así pensaban en el A.T., ya no en el N.T. Jesús no vino a condenar, sino a salvar: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Mc 2,17; Lc 5,32); para eso dio la vida en la cruz; por eso instituyó el sacramento de la confesión (Jn 20,23). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). A pesar de todo es cierto que “Los buenos resucitarán para la vida eterna, y los malos para la condenación eterna” (Jn 5,29; Mt 25,46). Eso porque Dios no quiere obligar a nadie a estar con El: los pecadores obstinados, impenitentes, orgullosos, elegirán el camino del infierno, porque no soportan la presencia de Dios; son ellos que rechazan a Dios, su perdón y su invitación a arrepentirse y santificarse. Al infierno irá solo quien quiere. Dios tiene abiertas las puertas del paraíso a todos.

42. E pensamiento del juicio de Dios y del destino eterno, debe motivarnos a tomar en serio la advertencia que nos hace la Sagrada Escritura y el mismo Jesús. Nos jugamos la felicidad eterna o el sufrimiento eterno, total y definitivo: paraíso o infierno para siempre; no habrá vuelta atrás, ni otra oportunidad. Volvamos a leer la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16.19-31). No es para dormir tranquilos. Jesús tomó tan en serio esta posibilidad, que afrontó la muerte más cruel y más humillante para salvarnos. No malogremos su sacrificio y su amor por nosotros. ¿Qué nos puede precipitar en el infierno? El pecado grave. ¡Cuánta gente vive en pecado grave sin preocuparse mínimamente! A veces el Señor nos sacude permitiendo sufrimientos, desgracias, problemas, para que nos despertemos y volvamos a El. Otras veces nos hace gozar intensamente para que pensemos en los gozos del cielo y lo busquemos en la fe y la conversión. Así como lo hizo muchas veces con el pueblo de Israel, para sacarlo de la idolatría y la infidelidad a la Alianza salvadora.

43. Dios nos pide penitencia para convertirnos: “Convertíos, y haced penitencia por todas vuestras iniquidades… deshaceos de todas vuestras transgresiones… renovad vuestro corazón y vuestro espíritu” (Ez 18,30-31; Jl 2,12; Jr 8,6). En el mismo espíritu San Juan Bautista exhortaba a sus oyentes: “Haced frutos dignos de penitencia” (Mt 3,8). Y Jesús es más radical todavía: “Si no hacéis penitencia pereceréis todos” (Lc 13,5). En la Iglesia Católica tenemos dos tiempos fuertes de penitencia: la cuaresma y el adviento. Se nos pide sobre todos “ayuno, oración y obras de caridad”. Con el ayuno disciplinamos nuestra carne; con la oración conseguimos la fortaleza de parte de Dios para dominar las pasiones; la “caridad cubre la multitud de pecados” (1Pdr 4,8; cfr Prov 10,12). Si caminamos a la presencia de Dios Juez, tendremos más voluntad para hacer penitencia: esta es necesaria para nuestra salud espiritual, así como son necesarios la dieta y los remedios para la salud corporal.

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44. Considerando todo cuanto estuvimos reflexionando, nos damos cuenta de la necedad e insensatez del “mundo”, que rehúye la presencia de Dios y se entrega a todos los vicios, y solo piensan en pasarla bien en esta tierra, olvidando el destino eterno. Efectivamente Jesús llama “necio” al rico hacendado que pensó tener asegurada la vida con sus riquezas: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios” ( cfr Lc 12.13-21). Es preocupante ver como la gran mayoría de los hombres, aun profesando una fe religiosa, viven casi exclusivamente buscando el bienestar terrenal. Más crítica es la situación de aquellos que niegan a Dios tratando de borrar sus huellas no solo en su consciencia y en su corazón, sino también en la sociedad y en el mundo. No se dan cuenta de que si quitamos a Dios perdemos la última y única esperanza de vida plena, el fundamento ontológico, psicológico y ético de nuestra existencia.

45. Más que el temor a la sanción o a la condenación, lo que debe motivarnos para vivir correctamente y no cometer errores y maldades, es el amor. Quien ama sinceramente, teme ofender y disgustar a la persona amada. Igualmente quien ama mucho a Dios, “con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas”, y lo tiene siempre presente delante de su ojos y su corazón como Padre, como Bien Infinito, le dará pena y angustia ofenderle y desagradarle. Hay faltas que hacen llorar más al ofensor que al ofendido, cuando hay mucho amor de uno para con el otro. Así sucede entre esposos, entre padres e hijos, entre grandes amigos.

EN PRESENCIA DEL SEÑOR JESUCRISTO

46. Para ponernos a “caminar en presencia de Cristo”, debemos recordar que El es Dios. Solo si estamos convencidos de que es Dios, confiaremos en El y lo adoraremos, lo seguiremos y aceptaremos con gozo su Evangelio. Basta volver a leer algunas citas bíblicas. “En el principio era la Palabra y la Palabra era Dios” (Jn. 1,1). “Antes de que Abraham existiera, Yo Soy” (Jn. 8,58) “¿No crees que estoy en el Padre y que el Padre está en Mí?” (Jn. 14,9). “Ahora, Padre, dame junto a Tí la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo” (Jn. 17,5).“Sabemos que el Hijo de Dios ha venido ... para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo: ahí tienen el Dios Verdadero “ (1Jn. 5,20). “En El permanece toda la plenitud de Dios en forma corporal” (Col. 2,9). Santo Tomás se arrodilló delante de Jesús resucitado y le dijo: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). San Pablo afirma de Jesús que es el “Dios bendito” (Rom 9,5); “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (1Tes 4,17); “el Señor Jesucristo es nuestro gran Dios” (Tito 2,13). San Pedro dice lo mismo: “Nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (2Pdr 1,1).

47. Muchas veces a Jesús se le llama “Señor”, un título que en el A.T. se atribuía a Dios. Otros atributos divinos aplicados a Jesús son: - Eterno (cf. Jn. 1,1-2; 8,58; 17, 5 - Col. 1.17); - Conoce todas las cosas (cf. Jn. 1,48; 2,25; 6,64; 14,10); - Todopoderoso (cf. Mt. 28,18; Mc. 4,39; Hb. 1, 3); -Inmutable (no cambia) (cf. Hb. 13,8). Otros signos de su divinidad son el cumplimiento de las profecías, sus numerosos milagros, su resurrección, el testimonio del mismo Padre Celestial: “Este es mi Hijo amado” (Mt 3,17; cfr Hbr 1,5). Por eso en la carta a los Hebreos se dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios” (Hbr 1,6). Podemos remachar todas las afirmaciones de la Sagrada Escritura con el siguiente texto de San Pablo : "Por él mismo

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(Cristo) fueron creadas todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, lo invisible y lo visible, tanto los tronos como las dominaciones, los principados como las potestades; absolutamente todo fue creado por él y para él; y él mismo existe antes que todas las cosas y todas subsisten en él" (Col 1,16-17).

48. Ningún fundador de religiones ha tenido la osadía de presentarse como Dios. Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tse, Zarathustra, presentaron una religión más o menos moralizante, pero ninguno de ellos pretendió ser Dios. Jesucristo dijo que él era Dios: «Yo no soy de este mundo» (Jn 8,23); «Yo existía antes que el mundo existiese» (Jn 17,5; 8,58); «Quien me ve a Mí, ve al Padre» (Jn 12,45; 14,9); «El Padre y Yo somos una misma cosa» (Jn 10,30; 5,18). San Pablo dice: «siendo de naturaleza divina no alardeó de su dignidad, sino que prescindiendo de su categoría de Dios, tomó naturaleza de hombre» (Flp 2,6); y añade que Jesucristo «no consideró usurpación el ser igual a Dios» (Flp 2,7), pues ya lo era por naturaleza. Cuando los judíos, estrictos monoteístas, lo acusaron de blasfemia por declararse Dios, Jesús no lo negó y fue la causa principal por la cual lo crucificaron: «Te apedreamos por blasfemo, porque siendo hombre te haces Dios» (Jn 10,33); «Debe morir porque se hace Hijo de Dios» (Jn 19,7). Cuando Caifás en el juicio le preguntó si era Hijo de Dios, Jesús contestó: “Si, Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la Potencia de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” (Mt 26,64); entonces gritaron que merecía la muerte (cfr Mt 26,66).

49. La divinidad de Cristo es el fundamento de nuestra fe, de la verdad de su Evangelio, de la efectividad de su obra salvadora, de la fiabilidad de sus promesas de vida eterna. Su persona, como “Hijo de Dios” y como “Hijo del Hombre” es “luz del mundo” ( ); es “camino, verdad y vida” (Jn 14,6). Cristo resplandece como Dios y como hombre e ilumina enteramente nuestra existencia y nuestro camino (cfr R.H. 10). Pedro quedó deslumbrado por la belleza de Cristo en el monte Tabor, donde “su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz" (Mateo 17,2). San Juan registra una visión de Cristo resucitado en estos términos: “Su cara era como el sol cuando brilla en todo su esplendor” (Apc 1,16). Cristo será “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79), dice Zacarías, padre de Juan Bautista. San Mateo recuerda el cumplimiento de la profecía de Isaías, que se hizo realidad en Jesús de Nazaret: “El pueblo que andaba en la oscuridad vio una gran luz; una luz ha brillado para los que vivían en sombra de muerte” (Mt 4,16).

50. Si caminamos “con la mirada fija en Jesús” (Hbr 12,2) el Señor nos iluminará con su palabra y con su vida, nos dará seguridad y alegría. “Quien me sigue no anda en tinieblas y tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Quien escucha mis palabras y las pone en práctica, es como aquel que construye su casa sobre roca” (Mt 7,24). A los apóstoles y discípulos el Señor les cambió la vida. Igualmente a la Magdalena, a Zaqueo, a la pecadora que lloró a sus pies, a muchos santos y miles de cristianos que escucharon su mensaje y contemplaron su rostro. Jesús no deja indiferente a nadie. Lo envolvía un aura de santidad, amor, verdad, integridad, fuerza y entereza, que impresionaba a todos. “¡Nadie jamás hablo como este hombre!” (Jn 7,46). “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27). “Señor ¿adónde iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68) le dice Pedro.

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51. Su caridad, su espíritu de servicio y su condescendencia no tienen límites. “Siendo de condición divina” (Flp 2,6), “Rey de reyes y Señor de los señores” (Apc 19,16), se acercó a todos con sencillez y respeto: a las autoridades y al pueblo, a los ricos y a los pobres, a los niños y las mujeres (cosa que no era digno de una persona de su categoría), incluso trató con los pecadores, publicanos y endemoniados, ganándose las críticas de los escribas y fariseos (cfr Mt 9,11). Llegó al extremo de lavar los pies a sus apóstoles (Mt 20,28). Con la cruz y la eucaristía sigue brindándose a todo el mundo, con humildad y caridad inmensa, sin distinciones ni discriminaciones. Si nos dejamos mirar a los ojos por el Señor, ya no podremos tratar a los demás con orgullo y egoísmo, con aversión o con actitud de superioridad, o con intención de despojarlos de su dignidad y de sus bienes.

52. La misericordia del Señor con nosotros, nos obliga a ser misericordiosos con los demás: “Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" (Mt 18,32-33). Por eso nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7). “Perdonen y se les perdonará” (Lc 6,36). En el Padre nuestro nos hace pedir: “Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). Y nos ordena perdonar setenta veces siete (Mt 18,22), es decir, siempre. Si tenemos presente sus enseñanzas y preceptos, nos volveremos más compasivos, como El.

53. Si caminamos a la presencia del Señor Jesús, no podremos hacer a menos de socorrer y tener compasión del prójimo necesitado y sufrido, porque sabemos que El se identifica con los pobres, hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, presos, forasteros… (cfr Mt 25,31-46). El Papa Francisco en el mensaje cuaresmal 2015, nos exhorta a no caer en la “globalización de la indiferencia”. El Señor multiplicó los panes para las multitudes hambrientas, cambió el agua en vino en las bodas de Caná, curó a numerosos enfermos, liberó a los endemoniados, resucitó a los muertos, salvó de la muerte a una adultera, perdonó a los pecadores, predicó la justicia y el amor al prójimo, y nos hizo la gran caridad de pagar con su vida por nuestros pecados, para impedir que vayamos a sufrir eternamente. ¡Cómo puede uno, que tiene consciencia de la presencia de Cristo, que lo está observando, mirando, escuchando, decir que no a los que le piden ayuda y consuelo! ¡Estaríamos diciendo que no a Cristo!

54. Aquel que “camina en presencia de Cristo” , que es nuestro Salvador y nuestro Juez y que nos ha dicho: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), no puede llevar una conducta disoluta, actuar con corazón duro, hacer sufrir a los demás, engañar, robar, odiar, maldecir, chantajear, extorsionar, abortar, divorciarse, cometer adulterio, emborracharse, enriquecerse con negocios deshonestos etc. En general quien comete pecados y maldades rehúye la luz y prefiere la tranquilidad engañosa de la oscuridad (cfr Jn 3,19-21) y no soporta la mirada de disgusto y de reproche del Señor.

55. Muchas veces nos arrodillamos o nos santiguamos frente a la cruz del Señor. Deberíamos hacerlo con más frecuencia y tenerla siempre delante de nuestros ojos, pues influye poderosamente sobre nuestra mente y nuestro corazón. Deberíamos recorrer más seguido el “Via crucis”, introducirnos en el corazón de Cristo con la cruz a cuestas, para comprender mejor su misericordia y su amor. Contemplando a Cristo crucificado nos embarga unos sentimientos

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encontrados: vemos junto a la víctima y al verdugo, al amor y al odio, a la vida y a la muerte, la santidad y el pecado. La cruz es al mismo tiempo signo de derrota y signo de triunfo, causa de tristeza por la tremenda injusticia y maldad perpetrada contra el “Santo de Dios”; y causa de alegría por la salvación obtenida por mérito del Crucificado.

56. Contemplar la cruz suscita en nosotros arrepentimiento, compunción, lamento por lo que le hicimos al Señor; pero también gozo, gratitud, alabanza por lo que El hizo por nosotros. Mirar a la cruz nos recuerda también que es el camino obligado para seguir a Cristo (Lc 9,23) y entrar con El en la gloria (Lc 13,5). La cruz nos purifica y santifica, nos une a Cristo y nos hace victoriosos frente a los poderes del mal. Pero la enseñanza más grande que nos da la cruz, es el amor: Jesús dijo que “no hay amor más grande que dar la vida” (Jn 15,13); y así lo hizo, muriendo voluntariamente por nosotros: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). Así se lo había pedido también el Padre, para impartirnos la lección más importante de todo su Evangelio: amar a Dios y amar al prójimo más que a la propia vida. La cruz motivada por el amor nos lleva con Cristo a la resurrección moral y espiritual. Entonces tengamos siempre presente a Cristo crucificado, si queremos alcanzar la conversión, la perfección, el amor puro y la salvación.

57. No sé cual será nuestra mayor alegría: si el amor por nosotros que Jesús demostró muriendo en la cruz, o su resurrección que nos abre las puertas para una vida imperecedera y gloriosa. De todos modos la resurrección del Señor nos afianza en la esperanza más grande de nuestro corazón: poder vencer la muerte y entrar en la vida plena y dichosa en Dios. Es muy saludable, espiritualmente y psicológicamente, tener la mirada fija en Cristo resucitado, que nos invita a franquear la muerte y ascender al cielo junto a él. Todos los relatos de la resurrección hablan de la alegría de los apóstoles, de los discípulos y de la primera comunidad cristiana (Jn 20,20; Lc 24,41.52; Mt 28,8); no solo por volver a ver a su amado Maestro, sino también por estar confirmada y desvelada la gran promesa de la vida eterna que Jesús les había anunciado muchas veces: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn 11,25); “Quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51); “Los buenos resucitarán para la vida eterna” (Jn 5,29); “Bienaventurados los pobres de espíritu… los limpios de corazón… los que lloran… los que tienen hambre y sed de justicia… los que sufren por mi causa… porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3-12); “Los justos brillarán como el sol en el Reino de los cielos” (Mt 13,43).

58. “Caminaré en presencia del Señor Jesucristo”. Hay lugares y momentos especiales en donde Cristo se hace presente. El mismo lo dijo: en los pobres y necesitados (“Todo cuanto hicieron con unos de estos hermanos míos… conmigo lo hicieron”, Mt 25,40); en la oración común (“donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”, Mt 18,20); en la Eucaristía (“Tomad y comed, esto es mi Cuerpo… Tomad y bebed, esta es mi Sangre”, Mt 26,26). Pero el Señor prometió a los apóstoles estar siempre presente, en todas partes, hasta el fin de los tiempos: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Entonces basta llamar a la memoria esta verdad, y ya estaremos caminando en presencia del Señor, pues El está ahí acompañándonos. Eso nos reconforta y nos alegra, especialmente cuando sufrimos soledad, abandono, debilidad moral, enfermedad física, o andamos con problemas serios: abramos los ojos de la fe y veremos al Buen Pastor, que “camina delante de sus ovejas, y ellas lo siguen porque reconocen su voz” (Jn 10,4). La vida cristiana es

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esencialmente vivir con Cristo, en su presencia, confiando en él, creyendo y cumpliendo su palabra, contemplando y gozando del resplandor divino de su rostro.

ORACIÓN Y PRESENCIA DE DIOS

59. Para hacer oración necesitamos ponernos en presencia de Dios. Y al revés, para sentir la presencia de Dios debemos hacer oración. La oración es como un encuentro de enamorados, donde el diálogo con Dios está hecho de contemplación y amor. Los enamorados gozan de la presencia recíproca y del amor que se tienen. La contemplación de las infinitas perfecciones de Dios, la experiencia de su amor y sus beneficios, despierta en nosotros un amor de complacencia y de gratitud, que da gozo y plenitud a nuestra vida. Quien hace verdadera oración es feliz, porque siente a Dios en el alma, y manifiesta su alegría en la alabanza, la adoración, la bendición, la acción de gracias. “La contemplación es el comienzo de una alegría que no tendrá fin” (Thomas Dehaut).

60. Para sentir la presencia de Dios en la oración, debemos reavivar nuestra fe. Mucha gente tiene dificultad en percibir la presencia y el amor de Dios, porque no lo ve. El hecho es que “mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe, no en la visión ” (2Cor 5,6-7). Pero la fe nos da más certeza que nuestra propia razón, porque se apoya en la palabra de Dios, que no engaña ni defrauda. Dice la biblia: “Dios que hizo el oído, ¿acaso no va a escuchar? El que hizo el ojo, ¿acaso no va a ver?” (Salmo 94,9; cfr Prov 20,12). Dice el Salmo 33: “Si el afligido invoca al Señor, El lo escucha y lo salva de sus angustias”. Cuando nos ponemos en oración entonces tengamos la seguridad de que Dios está con nosotros, atento a nuestras plegarias, y nos está escuchando y mirando. Somos nosotros los que nos distraemos, no tenemos abiertos los ojos de la fe y no sabemos ver la presencia de Dios.

61. Tal vez podríamos percibir mejor la presencia de Dios haciendo oración con el corazón, con nuestros deseos de infinito, de absoluto, de perfección y amor. El amor es el núcleo de nuestra relación con Dios. “Dios conoce los secretos del corazón” (Sal 44,21). “La hombres se fijan en las apariencias; yo me fijo en el corazón”, dice Yahvéh (1Samuel 16,7). Amando ya estamos en contacto con Dios, porque “Dios es Amor” (1Jn 4,8). No olvidemos lo que dijo Jesús: “Si alguien me ama… el Padre también lo amará; vendremos a él y haremos morada con él” (Jn 14,23). San Juan dice: “el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn 4,16). El profeta Jeremías afirma que Dios no es solo un Dios de lejos, sino también de cerca (cfr Jer 23,23). Y Jesús nos asegura que Dios está dentro de nosotros (cfr Lc 17,21).

62. “Dios nos visita a menudo, pero la mayor parte de las veces no estamos en casa” (Escuela de Eckart). No se puede hacer oración y tomar contacto con Dios cuando estamos en el ruido, la dispersión, el ajetreo, la ausencia, la distracción. En esas condiciones no podemos concentrarnos, escuchar a Dios en nuestro corazón que clama por lo sobrenatural y lo trascendente. Solamente en el silencio y recogimiento podemos meditar, orar, contemplar, escuchar el corazón y escuchar a Dios. Es necesario reservar un tiempo a parte para la oración, para convertirnos en contemplativos en acción. Es cierto que no podemos dejar nuestras obligaciones y labores cotidianas, pero desde una experiencia intensa de oración, podemos llevarnos a Dios en el corazón y sentir su presencia durante todo el día.

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63. La oración no es un simple paréntesis entre las ocupaciones del día, o un ausentarse de la realidad, sino una energía que anima todas nuestras actividades y llena todo nuestro tiempo. “Oren sin cesar” dice san Pablo (1Tes 5,16; “Es necesario orar siempre sin desfallecer”, dice Jesús (Lc 18,1). Debemos aprender a vivir con Dios y para Dios, hacerlo todo a la presencia de Dios y agradarle en todo. Los psicólogos hablan del “inconsciente” o “subconsciente” donde permanecen latentes y activos nuestros sentimientos y pensamientos, influyendo en todo lo que hacemos. Con la oración podemos poner a Dios en nuestro subconsciente, para que nos anime y nos alegre todo el día. Pero de vez en cuando debemos buscarlo conscientemente, para que vuelva a iluminar nuestra vida; así como el recuerdo de la sonrisa de la esposa, del hijo, de la madre, del amigo reavivan en nosotros la alegría del amor y nos da ánimo para seguir cumpliendo con nuestras tareas.

64. En la oración hay un doble movimiento: nosotros buscamos a Dios con el corazón sediento de vida y plenitud, para adorarlo y gozar de su esplendor; y Dios viene a nosotros con su gracia para ofrecernos su amor y la felicidad. Hay mucha gente que encuentra la oración aburrida y cansadora, y no aguantan mucho tiempo rezando. Eso manifiesta su pobre conocimiento de Dios; o también que su mente está en otra cosa, y Dios no es para él el Bien supremo; o tiene en su alma algún pecado que no puede desalojar y que le impide la unión con Dios. Para hacer oración con gozo y sin cansarse, hay que ser libre de apegos, de idolatrías y de pecados, y sobre todo sentir a Dios como el Bien Infinito. Nadie se cansa de contemplar la belleza o disfrutar del amor. Nadie se aburre con su enamorado/a, y no tiene apuro para irse; al contrario, desearía seguir juntos el mayor tiempo posible.

65. Cuando hacemos verdadera oración de contemplación, de petición, de acción de gracias, propiciación, alabanza, adoración., bendición etc. nuestra mente y nuestro corazón se dirige a Dios, piensa en Dios, siente a Dios, dialoga con Dios. Entonces la oración se convierte en un medio privilegiado para hacer presente a Dios en nuestra vida, para “caminar en presencia del Señor”. En cambio si rezamos de manera distraída, rutinaria, mecánica, apurada, pensando en otras cosas, entonces no estamos haciendo verdadera oración, Dios no aparece frente a nosotros, y nos iremos con nuestra soledad y más vacíos que antes. Para conseguir una oración ferviente y atenta, debemos conocer y amar a Dios como el Bien Supremo; entonces estaremos prendidos de Él y no caeremos en la distracción; como cuando uno no se distrae frente a una belleza deslumbrante y a un amor ardiente.

66. Los manuales de teología espiritual hablan de contemplación infusa o pasiva, y contemplación adquirida o activa. Esta última es el resultado de nuestro esfuerzo por hacer presente a Dios en nuestra alma, a través de la lectura, la meditación, la oración, la contemplación de la naturaleza y de todo lo que nos pueda hacer pensar en Dios, en su belleza y grandeza, en su poder, su amor, su bondad y misericordia. Muchas veces a pesar de nuestros esfuerzos, no sentimos nada; parece que Dios se esconde. En efecto los místicos hablan de períodos de aridez, de “noche oscura”, en que extrañan la presencia de Dios, que en otros momentos hacía arder su corazón. Los expertos dicen que Dios nos hace sentir su ausencia para que lo deseemos más, y para que nuestra oración sea pura, desinteresada: que no busquemos solamente los gozos y consolaciones, sino que sepamos ofrecernos a Dios aún sin ganar nada, con un amor de entrega total. Dios no tardará en aparecer e inundar de alegría nuestro corazón. En la contemplación infusa o pasiva, es Dios quien toma la iniciativa y resplandece frente al orante,

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que solo debe abrir su corazón y estar dispuesto a la acción divina, en los momentos que El quiere.

67. En la oración podemos pedirle a Dios que haga vibrar nuestro corazón, que nos haga sentir su presencia, porque sabemos que “el Señor está cerca de aquellos que lo invocan” (Sal 145,18). Podemos utilizar las invocaciones de los salmistas: “Busco tu rostro, Señor” (Sal 27,8); “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a Tí, Dios mío” (Sal 41); “Señor, haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro” (Sal 4,6). «Haz brillar tu rostro sobre tu siervo» (Sal 30).). «Brille tu rostro sobre nosotros y estaremos a salvo» (Sal 79,19). Moisés le pidió a Yahvé: “Por favor, muéstrame tu gloria” (Ex 33,18). En nuestros tiempos con la oración se busca una “experiencia de Dios”. El P.Ignacio Larrañaga en sus “talleres de oración y vida” ofrece justamente unos “encuentros de la experiencia de Dios” para gozar de su presencia.

68. La oración, cuando nos trae la presencia viva de Dios, nos saca de la soledad, del vacío y del sinsentido. No hay mejor terapia para la tristeza y la depresión que la oración, porque esta nos abre a la plenitud de Dios y llena nuestra alma de vitalidad y alegría, pues en Dios se hallan todos los bienes. La experiencia de Dios es sentir y vivir todo en superlativo: el ser absoluto, la belleza perfecta, el amor total, la vida plena… Los místicos nos aseguran que a medida que avanzan en la oración y la contemplación, crecen también en el conocimiento de Dios y de sus infinitas perfecciones, y en ello experimentan un gozo inefable, muy superior a todas las alegrías naturales. También “Dios goza de la oración de los rectos” (Prov 15,8). Así como el gozo de los enamorados o de los amigos, de padres e hijos, es recíproco, igualmente el hombre goza de Dios y Dios goza del hombre. Y es precisamente en la oración cuando entramos en diálogo y en comunión con Dios.

69. La oración litúrgica seguramente nos pone a la presencia de Dios, porque en la Eucaristía y en los Sacramentos actúa el Señor, que nos comunica su gracia, su vida divina. En la Eucaristía es el mismo Jesús, Hijo de Dios, quien se hace físicamente presente en las especies consagradas. En teología se habla de la “transustanciación”: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Jesús nos lo asegura: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo… Tomad y bebed, esta es mi sangre” (Mt 26,26). Los sacramentos se definen como ”signos eficaces de la gracia”; y es el Señor con su Espíritu que hace efectiva (eficaz) la gracia, es decir la acción divina en nosotros. Entonces en la oración litúrgica podemos ver con los ojos de la fe a Dios presente y operante en nosotros. Y no solo ver, sino también tomar contacto con el Señor, porque en la santa Comunión recibimos a Cristo Eucaristía en nuestro ser interior, donde toma posesión de nuestra alma, de nuestra vida entera.

70. Una de las modalidades de la oración es el diálogo. Dios nos habla a través de la Sagrada Escritura, que es precisamente la Palabra de Dios. En la Biblia encontramos enseñanzas doctrinales y morales, relatos de salvación, preceptos y mandamientos, exhortaciones y consejos, promesas de paz y vida eterna. En los Evangelios podemos escuchar a Jesús que nos invita a seguirlo en el amor y la verdad, a abrazar la cruz y esforzarnos por alcanzar la perfección; podemos escuchar sus parábolas, sus discursos, su llamado a la conversión y vivir conforme a las bienaventuranzas… Dios naturalmente espera nuestra respuesta de vida, para que se establezca un diálogo salvífico. De esa manera se hace realidad la presencia de Dios en nosotros, y de nosotros ante Dios.

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71. El método de la “lectio divina”, con sus cuatro momentos de lectura (lectio), meditación (meditatio), oración (oratio), y acción (actio), nos puede ayudar a sentir vivamente la presencia de Dios, escucharlo, adorarlo y cumplir con lo que nos pide. “Caminar en presencia del Señor” significa sobre todo tomar consciencia de su permanente acompañamiento (Mt 28,20; Is 41,10), vivir conforme a su Palabra y sus preceptos, con nuestra voluntad y nuestro corazón puestos en su voluntad y en su corazón. La oración puede motivarnos así para buscar, conocer y amar a Dios y a vivir siempre en su presencia.

CELEBRANDO LA PRESENCIA DE DIOS

72. Celebrar la presencia de Dios quiere decir festejar, alegrarse, gozar por sentir a nuestro lado al Padre de infinita bondad y misericordia, al Omnipotente que nos cuida y ampara, a la Belleza suprema que nos cautiva y nos deslumbra, al Amor eterno que nos acoge entrañablemente, al Bien Infinito que nos sacia totalmente, al Absoluto del Ser que nos sustenta y nos da vida imperecedera. La presencia de Dios ahuyenta los poderes del mal, restaura nuestra naturaleza malograda por el pecado, nos restablece en gracia y en gloria, nos colma de sus riquezas, y sobre todo nos introduce en el océano inmenso de su vida divina. Cuando Dios está presente en nuestra vida, todo es gozo, luz y paz; cuando Dios está ausente, todo es tristeza, oscuridad e inquietud. Con razón debemos celebrar su presencia y bendecirlo, alabarlo, adorarlo, agradecerle; pedirle que no se aparte de nosotros, y que nosotros nunca nos apartemos de Él.

73. El mundo secularizado y agnóstico desconoce la presencia de Dios o piensan que está lejano y ausente, ajeno a nuestra historia y a nuestros problemas. Según las filosofías e ideologías ateas, el hombre surgió por azar, es arrastrado por la casualidad, vive en soledad y termina en la oscuridad de la nada. El hombre sin fe, durante la niñez y juventud se proyecta en el futuro con grande energía y esperanzas; en la edad adulta se afana por conquistar poder, riquezas y placer; en la ancianidad va perdiendo ilusiones y energías, acabando muerto y sin esperanzas. Por eso no le ve sentido a la vida. Con esta visión de la realidad hay quienes tratan de aprovechar al máximo la vida presente, porque dicen: “después de esta no hay otra”. Totalmente distinta es la visión religiosa de la historia y de la vida. Con la presencia de Dios Creador, Padre y Bien Infinito, todo adquiere sentido y todas las esperanzas tendrán su cumplimiento. Entonces la vida se convierte en una fiesta, que continuará luego durante toda la eternidad.

74. Los israelitas celebraban con júbilo la existencia y la asistencia de Yahvé, que los sacó de la esclavitud de Egipto con gran poder, los acompañó por el desierto llenando de su gloria la tienda de reunión, y caminando con ellos en una columna de fuego durante la noche y una columna de nube durante el día. Celebraban a Yahvé porque desbarató a los enemigos delante de ellos y los asentó en la tierra prometida. Gozaban por la presencia de Dios en el templo de Jerusalén, donde acudían a rendirle culto con sacrificios de acción de gracias, de propiciación y de comunión. El salmo 99 invita al pueblo a “entrar en su presencia con vítores… dándole gracias y bendiciendo su nombre” (cfr Sal 95,2). Israel tenía la certeza de ser el pueblo elegido por Dios: «Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño»; y lo consideraban su Rey:

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“cantemos alegres a Dios, nuestro Creador y Rey” (Sal 149,2; cfr Is 33,22); por eso durante muchos siglos no quisieron tener rey; y cuando tuvieron reyes los consideraban como representantes de Dios, que los cuidaban en su nombre y con su poder.

75. Una de las fiestas más importantes del pueblo de Israel era la “Fiesta de los Tabernáculos”, que duraba siete días, celebrando la presencia, el reposo, la bendición, el gozo y la gloria de Dios en medio de su pueblo (cfr Dt 16,13-15). EL objetivo principal de esta fiesta era recordar que ellos habitaron en tiendas (carpas, ramadas) durante su travesía en el desierto; y que Dios también habitó en medio de ellos en el Tabernáculo de Reunión, acompañándolos, protegiéndolos y guiándolos hacia la tierra prometida (cfr Lev. 23:42-43). Esta fiesta se celebraba para el tiempo de las cosechas, presentando a Dios toda clase de ofrendas, en agradecimiento por todos los bienes recibidos, pues Dios seguía acompañándolos con su bendición y su providencia.

76. Los apóstoles y la primitiva Iglesia celebraron con júbilo la presencia de Cristo resucitado, quien se les apareció y estuvo con ellos durante cuarenta días después de la pascua. Los cristianos celebramos la presencia de Dios “en espíritu y verdad” (Jn 4,23); y también en nuestros templos, y concretamente en la Eucaristía, donde Jesús, nuestro Rey (Apc 19,16) que nos acompaña y nos alimenta con su cuerpo y su sangre para que tengamos vida eterna (Jn 10,10). En la adoración eucarística profesamos nuestra fe en la presencia real del Señor; igualmente en los sagrarios de todas las iglesias, donde arde permanentemente una lámpara para significar que ahí está vivo y verdadero el Señor. Pero el Señor quiere estar presente en nuestra intimidad: “yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Apc 3,20); “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes” (Jn 15,4). Unidos a Cristo podemos alegrarnos de su amor (Jn 15,9), de su amparo (Jn 10,28) y dar frutos de vida eterna (Jn 15,5).

77. Hay gente de fe que a veces se preguntan por qué Dios no interviene para detener el mal, las injusticias, las catástrofes, las guerras, o simplemente para sacarnos de ciertos problemas angustiosos o peligros mortales. La gente sin fe dice que Dios no interviene porque no existe. Ya traté de explicar esto en otro de mis libritos. Aquí solo quiero insistir en que, a pesar de todo, debemos confiar en la sabiduría de Dios, en su amor y en su poder. San Pablo dice que “Dios dispone todas las cosas para el bien de aquellos que lo aman” (Rom 8,28). Si no fuera así no sería Dios. En efecto muchas veces analizando los acontecimientos de nuestra vida pasada y la historia de la humanidad, reconocemos que la verdad, el bien y la justicia al final triunfan. Pero, aunque en esta vida queden cosas y casos no resueltos y sin remedio, seguramente en la eternidad Dios pondrá todas las cosas en su lugar. Y eso es motivo para celebrarlo con gozo.

78. La presencia y la acción del Señor en nuestra vida es motivo de paz y de gran alegría y fiesta, así como lo era para los israelitas y los primeros cristianos. “Dios me hizo bailar de alegría, y el que se entere bailará conmigo” (Gn 21,6), dijo Sara al nacer Isaac. “Dios cambió mi lamento en danza… me has ceñido de alegría” dijo David (Sal 30,11). El profeta Isaías animaba a Jerusalén: “Regocíjate y canta, oh morada de Sion, porque grande es en medio de ti el Santo de Israel’ (Is 12,6). Los ángeles en Belén invitaron a los pastores a alegrarse: “Les anuncio una gran alegría para todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es

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Cristo el Señor” (Lc 2,10-11) y “Se llamará Emanuel, que quiere decir Dios con nosotros” (Mt 1,23; cfr Is 7,14). San Pablo exhorta a las comunidades cristianas: “Regocíjense siempre en el Señor; otra vez les digo: ¡Regocíjense!” (Flp 4,4); “Sean llenos del Espíritu, hablando entre ustedes con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en sus corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5,18-20). “Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo’ (Hch 13,52).

79. Dios es presencia que nos da alegría, porque nos salva, nos libera del poder del mal y del maligno, “el príncipe de este mundo” (Jn. 12:31; 14:30; 16:11), “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4). San Juan dice que Jesús vino a “deshacer la obra de Satanás” (1Jn 3,8). La gente se asombraba y decía: “manda con autoridad a los espíritus inmundos y éstos le obedecen” (Mr 1,27). El apóstol Santiago afirma que los demonios tiemblan ante la presencia de Dios (Stgo 2,19). Jesús dio a los apóstoles el poder de echar a los demonios (Mt 10,8). La Iglesia tiene el ministerio del exorcistado para expulsar a los demonios con el poder de Cristo. San Pedro nos advierte: “estad alerta, pues vuestro enemigo, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” (1Pdr 5,8). Pero Dios puede “liberarnos de los lazos del diablo que nos tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2Tim 2,26). San Pablo clamó a Dios para que lo liberara de una tentación del demonio; el Señor le contestó: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Celebremos entonces a Dios que nos cuida con su poder y su amor: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8,31).

80. Paulo VI escribió: “Al cristiano le puede faltar todo, pero si está unido a Dios en la fe y en la caridad, no le puede faltar la alegría”. Aquel que toma consciencia de que Dios es el Bien Infinito, el Padre bondadoso y el Amigo todopoderoso que lo acompaña, su vida será una fiesta. Así lo experimentan los santos y los místicos, porque se sienten colmados de todo, no le temen a nada, caminan seguros y dichosos hacia la vida eterna. El temor, la inseguridad, el apego a la cosas y a la vida, la tristeza y la desesperación, están indicando la falta de fe y la ausencia de Dios en el alma y el corazón de una persona. En cambio cuando sentimos a Dios con nosotros, podemos decir con San Pablo: “Todo lo puedo con Aquel que me conforta (o me fortalece)” (Flp 4,13); y celebraremos con gozo la presencia de Dios en nuestra vida,

81. El amor es la mayor expresión de la celebración de la presencia de Dios; pues nos lleva a manifestar la admiración, la alabanza, la gratitud, el deseo de agradar y someterse totalmente a Dios. El amor genera alegría y nos impulsa a permanecer siempre con El, como el enamorado con la enamorada. Los místicos en la tierra y los santos en el cielo no paran de bendecir, glorificar y adorar a Dios; y no pueden apartar su vista y su corazón de Dios, porque los atraen irresistiblemente con su infinito esplendor, con su amor, con su belleza. Celebrar y gozar la presencia de Dios es una misma cosa: se celebra porque se goza; y se goza contemplando a Dios. Si queremos vivir con mayor gozo, hasta la plenitud, debemos buscar la presencia de Dios, que se manifiesta en todas partes y en todo momento.

82. Si alcanzaremos la salvación, celebraremos por toda la eternidad el gozo de estar con Dios y de participar de su vida divina; comprenderemos la inmensa gracia de estar en el Paraíso, y bendeciremos todos los esfuerzos, penitencias, luchas y lágrimas vertidas para entrar en el Cielo; seremos eternamente gratos a Cristo Salvador y a todos aquellos que nos habrán

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ayudado para conseguir la vida eterna. Si nos perdemos en la condenación, sufriremos un vacío enorme en nuestro espíritu por la ausencia de Dios; maldeciremos todos los instantes de nuestra vida de pecadores y a todos aquellos que nos han empujado hacia el horror del infierno. Es para enloquecer, ya sea de alegría como de terror. No olvidemos que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1Tim 2,3) y nos da todos los medios necesarios para conseguirlo.

83. Si nos condenamos, toda la culpa será nuestra, porque depende solo de nosotros decidirnos por estar con Dios o apartarnos de El. El demonio con todas sus tentaciones y toda su maldad, no podrá hacer nada si nosotros optamos por amar a Dios. Entonces debemos tener miedo más a nosotros mismos, que con nuestra debilidad y mala voluntad, no nos decidimos para el bien y para Dios. Pero aún en la debilidad podemos pedir socorro al Señor, y El nos ayudará: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; golpead y se os abrirá” (Mt 7,7). Si Cristo murió para salvarnos, y el Padre aceptó su enorme sacrificio, podemos estar seguros de que Dios no nos abandonará y nos salvará, para que podamos ir a celebrar eternamente y con inmenso gozo su gran amor y misericordia. Jesús nos exhorta a pedir ayuda también a los “amigos”, es decir a la Virgen y los Santos, pues tienen más poder en el corazón de Dios. Con la parábola del mayordomo infiel, quien se hizo amigos de los deudores reduciendo sus pagos, para que lo recibieran en su casa, luego que fuera despedido; igualmente Jesús dice “háganse amigos… para que los reciban en las moradas eternas” (Lc 16,8-9).

TESTIMONIANDO SU PRESENCIA

84. “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó - lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1.1-3). Aquí tenemos un texto que es paradigmático para todo cristiano: vivir, experimentar, gozar y testimoniar la presencia de Dios.

85. Testimoniar quiere decir dar fe de algo que se ha visto, conocido y experimentado. En sentido bíblico significa anunciar con convicción las verdades divinas y los acontecimientos de salvación, de los cuales se tiene seguridad y conocimiento cierto. El testigo o evangelizador, para ser creíble, debe ofrecer garantías de veracidad, competencia y rectitud. No se puede confiar en los ignorantes, impostores, mentirosos y faltos de moral. Por eso a los santos se les cree más que a las personas comunes o a los viciosos y delincuentes. Jesús fue formando a sus apóstoles para que fueran sus testigos creíbles y confiables.

86. Jesús eligió personalmente a los Apóstoles llamándolos a convivir con él durante tres años. Se dio a conocer como enviado del Padre, como Mesías e Hijo de Dios; les comunicó su doctrina, les hizo presenciar sus milagros, su resurrección; los cautivo con su grandeza moral y espiritual, con su bondad, sus virtudes y su santidad. Una vez resucitado se les apareció diciéndoles: “Está escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar al tercer día y que en su nombre se anunciara a todas las naciones la conversión para la remisión de sus pecados; comenzando desde Jerusalén Ustedes deben dar testimonio de todas estas cosas” (Lc 24,46-

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48). En el día de la ascensión les dijo: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).

87. Los Apóstoles, una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, que los iluminó y fortaleció, salieron a anunciar a Cristo muerto y resucitado, con ardor y valentía, dando testimonio de Él hasta el martirio. La palabra “mártir” viene del griego y significa precisamente testigo. A Todos los bautizados y confirmados el Señor nos llama a ser sus testigos, con la palabra, el ejemplo y la acción. Para cumplir esta misión debemos repetir la experiencia de los Apóstoles: seguir y conocer a Cristo; llegar a un convencimiento profundo de que es el Hijo de Dios, el Salvador, el Maestro y el Rey de reyes. Debemos llegar a decir como los apóstoles: “Nosotros hemos creído y sabemos que res el Santo de Dios” (Jn 6,69). El estudio de las Sagradas Escrituras, el testimonio de los Apóstoles y la oración nos llevarán a conocer y pregonar a Cristo. La eficacia de nuestro testimonio estará en la convicción y la coherencia de vida cristiana con que lo anunciaremos.

88. El Papa Francisco afirma que todo cristiano puede ser testigo: “Cristo puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su constante conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, todo cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, alegre, valeroso, humilde, pacífico, misericordioso” (19-4-2015)

89. Algunos podrán objetar: ¿cómo vamos a dar testimonio de Cristo y de Dios en un mundo materializado como el de nuestros tiempos? Parece imposible interesar a la gente metida en los negocios, la política, las ciencias, las artes, los deportes… con una mentalidad inmanente y relativista donde no hay mucho espacio para la trascendencia y la religión. Sin embargo el hombre sigue siendo hombre en todos los tiempos. Es decir, su naturaleza espiritual con sus tendencias, aunque esté sepultada bajo la avalancha de las ocupaciones y preocupaciones materiales y temporales, será siempre susceptible de reanimarse, si se logra presentar a Dios como Bien Infinito, como la máxima realización del alma humana. Eso se manifiesta, por ejemplo, en la tendencia a absolutizar, que demuestra como el hombre está hecho para lo Absoluto, es decir para Dios. Por eso la mayoría de los pueblos todavía profesan alguna religión o alguna creencia; y los demás transfieren los anhelos de trascendencia a las realidades temporales (supersticiones, idolatría del dinero, del poder, del placer, de la fama, etc.).

90. Hay sacerdotes, agentes de pastoral o simples fieles que andan desanimados y no saben como recuperar la alegría y la eficacia del testimonio de vida y de fe cristiana. Algunos recurren a las técnicas psicológicas y dialécticas, a nuevas metodologías, a los medios digitales, a las técnicas propagandísticas… Los santos no necesitaron nada de eso; simplemente vivían con profunda convicción y amor su vocación y misión, y lograron grandes resultados, aun después de siglos de su muerte. Entonces es cuestión de espiritualidad, oración y contemplación. La energía evangelizadora se origina del encuentro con “Cristo vivo” y del poder de Espíritu

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Santo, así como sucedió con los Apóstoles. La motivación deberá ser siempre el amor a Dios y al prójimo: la gloria de Dios y la salvación de las almas.

91. Testimoniar la presencia de Dios significa provocar en los demás la pregunta: “¿Por qué actúa así? Por qué hace oración? ¿Por qué se dedica a las obras de caridad y solidaridad? ¿Qué lo motiva para llevar una conducta tan distinta de los demás? ¿Por qué está siempre sereno y amable?”. A partir de esas preguntas se podrá explicar cuales son las razones y las esperanzas que motiva su vida, y animar a los demás a hacer un camino de fe y salvación. Jesús dijo a sus discípulos: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat 5:16). San Pablo exhorta a los Filipenses: "Sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Flp 2,15).

92. Una forma radical de vida testimonial es la consagración a Dios de los sacerdotes y los religiosos. Los primeros se ponen totalmente al servicio de Dios, dedicando sus energías, su corazón, su tiempo y toda su vida al Reino de Dios, anunciando el Evangelio y administrando la vida divina en los sacramentos. Gracias a esta opción vocacional, la salvación de Cristo es ofrecida a todas las generaciones humanas, hasta el fin del mundo (cfr Mc 16,15; Mt 28,19). Quien mira a un buen sacerdote, lo reconoce como representante y ministro de Dios, y a través de su persona advierte la presencia de Dios, de lo sagrado, de lo trascendente. Los religiosos (monjes/as, frailes, hermanos/as) con la profesión de los consejos evangélicos y la vida en común, están testimoniando la primacía de Dios, pues viven totalmente para Dios. Con el voto de pobreza, eligen a Dios como riqueza suprema; con el voto de obediencia adoran a Dios como Autoridad Suprema; con el voto de castidad aman a Dios “sobre todas las cosas”. Su presencia en medio del pueblo es un llamado continuo a elevar el pensamiento y el corazón hacia los sobrenatural, lo eterno, lo infinito, es decir hacia Dios.

93. El testigo de Dios y de su Reino no siempre recibirá aplausos. Al contrario, muchas veces será rechazado y perseguido. Jesús dijo: “Si me han perseguido a mí; también a ustedes los perseguirán” (Jn 15,20). Por lo tanto hay que estar dispuesto a recibir la burla, la crítica, el ataque, la descalificación, las ofensas, el alejamiento de amigos… y el martirio. La historia del cristianismo registra millones de mártires que fueron asesinados por la fe. La Iglesia en todos los tiempos, ha tenido muchos enemigos y adversarios, por la sencilla razón de que pregona el Evangelio con sus verdades y preceptos, cosa que muchos no están dispuestos a aceptar, y los cristianos no pueden renunciar a anunciar. Entonces es inevitable el choque. Basta considerar ciertas corrientes culturales, ideológicas, políticas y éticas de nuestros tiempos, para darse cuenta de la incompatibilidad con la doctrina y la moral cristiana.

94. Por desgracia no siempre los cristianos vivimos dando testimonio de Dios. Hay también anti-testimonios que oscurecen la presencia y la santidad de Dios. Jesús reprochaba a los fariseos, sacerdotes y escribas por su hipocresía, su legalismo, su dureza de corazón, su codicia y vanagloria; y como resultado de todo esto, su ceguera espiritual y moral, por no reconocer al enviado de Dios, a pesar de haberles dado tantos signos y tantas razones para que puedan creer. San Pedro escribe: “Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun

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negarán al Señor… Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán negocios de vosotros con palabras fingidas” (2 Pdr 2:1-3). En nuestros tiempos también muchos cristianos dan escándalo con su vida inmoral, su materialismo y su ateísmo práctico. No niegan la fe con la palabras, pero si con la conducta.

95. "Estad siempre preparados para dar respuesta con mansedumbre y reverencia ante todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros” (1Pdr 3,15). Muchos cristianos no están preparados para testimoniar la presencia de Dios. Es necesario adquirir una cultura religiosa y una formación espiritual seria, y sobre todo una vivencia gozosa de la fe, para poder enseñar y convencer a los demás de las verdades cristianas. Nadie da lo que no tiene, dice el refrán. No se puede comunicar la fe con dudas, errores y tristezas. Los apóstoles salieron a anunciar a Cristo con valentía, seguridad y gozo, después de haberlo conocido y haberlo visto resucitado, y haber comprendido la verdad de su identidad divina y la importancia de su obra salvadora.

96. Es importante también caminar por la vida teniendo el corazón y la mente puestos en Dios; dar prioridad a los valores sobrenaturales y eternos, para señalar a los demás los “bienes de arriba” (Col 3,1); porque si estamos muy apegados al dinero y a los bienes de abajo, dando a Dios un lugar secundario, restamos credibilidad a nuestro testimonio de fe y esperanza cristiana. Muchos cristianos rezan y se encomiendan a Dios para pedirle salud, bienestar, un trabajo bien remunerado, un matrimonio feliz, etc.; todo su interés está en la vida presente y poco se preocupan por vivir en gracia de Dios, poco piensan en la vida eterna. Con una fe materialista (que es una contradicción) y una devoción interesada, no se puede convencer a nadie.

97. La vivencia común de la fe es un testimonio más eficaz que una vivencia solitaria y aislada. Cuando son muchos los que afirman una verdad, tienen más probabilidad de ser creídos que una sola persona. A veces uno no está seguro de lo que una persona afirma; y tampoco de lo que uno mismo cree. Pero al enterarse de que muchos piensan o declaran la misma cosa, entonces se inclina a aceptar esa verdad o acontecimiento. Parece que nuestra razón necesita ser confirmada en sus ideas y convicciones, y cuando entra en sintonía con la opinión de los demás, se siente más segura de la verdad. Por eso es más fácil vivir la fe cristiana junto a todo un pueblo creyente que en medio de una sociedad secularizada; incluso hay quien pierde la fe en ambientes descreídos o indiferentes. Y al revés, las conversiones se dan con más frecuencia en grupos de intensa vida de fe. Por eso Jesús eligió a setenta y dos discípulos y doce apóstoles para que fueran sus testigos; y fundó la Iglesia para que los fieles se animaran mutualmente. Y después de resucitado no se apareció solo a Pedro (Lc 24,34), a Santiago (1Cor 15,7) o a la Magdalena (Jn 20.11-18); sino a todos los apóstoles reunidos, y en varias oportunidades; una vez a más de quinientas personas todas juntas (1Cor 15,6). El testimonio de un grupo, de una comunidad y de todo un pueblo contagia, conmueve y convence.

CAMINANDO HACIA EL ENCUENTRO DE DIOS

98. La vida es una peregrinación hacia el Santuario eterno, hacia la Casa del Padre. Dios nos acompaña y nos espera. Jesucristo nos abre camino al Cielo con su Evangelio y con su obra redentora. Recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6);

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“Yo soy la puerta” (Jn 10,9); “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Desde que entramos en uso de razón debemos hacer nuestro el bautismo recibido en la fe de los padres y de la Iglesia, para permanecer unidos a Cristo (Jn 15,16) y caminar hacia la salvación.

99. Parece que nadie piensa seriamente en la posibilidad de su propia muerte. Tal vez porque no tenemos experiencia de ella, pues nunca hemos muerto, y porque estamos hechos para la vida. A los jóvenes la muerte les parece muy lejana, casi inexistente. Los ancianos, aunque teóricamente saben que está próxima, sin embargo no se la pueden figurar como algo real que pueda sucederle de un momento a otro. No sería malo de vez en cuando darse una vuelta por el cementerio y reflexionar sobre el desenlace de la vida y el destino eterno que nos espera. Debemos reflexionar sobre la muerte, pero no con angustia, sino desde la fe, con la alegría de saber que el Dios en cuya presencia vamos caminando, se nos manifestará claramente en la eternidad, con todo su esplendor, y será nuestro gozo perfecto. San Pedro escribe “Cuando aparezca el Supremo Pastor, recibirán la corona de gloria que no se marchita” (1Pdr 5,4); “En la manifestación de su gloria gozarán con gran alegría” (1Pdr 4,13).

100. Debemos caminar por este mundo con el corazón puesto en el otro mundo, mirando al cielo (no a la tumba); pensando en la vida eterna (no en la muerte). A veces fallece gente adinerada, o gente famosa, y uno piensa: tuvo que dejar todos sus bienes; de nada le servirán sus riquezas y su fama en el más allá. Por eso Jesús dijo: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16,26). ¡Cuántos hacen de su vida una carrera hacia… la nada! “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, dice el Eclesiastés (Ecl 1,2). Si uno piensa solo en los placeres de la vida, en los honores, en la profesión, en las riquezas, en el poder, en la política… lo perderá todo, y delante de Dios se encontrará con las manos vacías. “Acumulen tesoros para el cielo” dijo Jesús (Mt 6,20).

101. Caminar hacia el encuentro de Dios significa ir preparándose para tener un juicio favorable. Para eso debemos ir adquiriendo el “traje de fiesta”, que es la gracia de Dios, de la cual habla Jesús en la parábola de las bodas del hijo del rey (Mt 22,1-14), que nos hace dignos de participar de la fiesta eterna. Significa “revestirnos de Cristo”, como dice San Pablo (Rom 13,14). Este pensamiento nos ayudará a vivir mejor, moralmente y espiritualmente. Nos ayudará también a ordenar y orientar nuestros actos y actividades en función de nuestra vida en la morada definitiva. Muchos no se preocupan del juicio de Dios, sino del juicio de los hombres. Pero quien nos sentenciará para el gozo eterno o por el sufrimiento eterno será Dios, no los hombres (cfr Mt 25,31-46).

102. ¿Hacia dónde caminan los hombres de nuestros tiempos? Muchos opinan que caminan hacia la nada, porque no tienen una fe religiosa. Otros andan despreocupados: no quieren pensar en la muerte ni en la posibilidad de otra vida. Otros esperan entrar en la vida eterna, pues la fe los abre al horizonte de lo trascendente y lo sobrenatural. Otros, si bien practican una religión, sin embargo de Dios solo esperan favores y protección para la vida presente. Otros confían en Cristo, quien prometió salvación eterna a aquellos que lo siguen por el camino de la fe y la conversión. No basta la fe, es necesario “caminar en presencia del Señor” con el “corazón limpio” (Mt 5,8) sin pecados ni maldades, y alcanzar la perfección (Mt 5,48), sobre todo en el amor, para poder agradar a Dios y ser aceptado en la vida presente y en la vida futura.

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103. Hay muchos que, aunque creyentes, quieren retrasar lo más posible el encuentro con Dios, el paso a la vida eterna. Esto puede depender de tres factores: o no están seguros de que hay un más allá y un Dios que los está esperando; o le tienen miedo al juicio de Dios por su conducta poco cristiana; o porque no han llegado a conocer a Dios como el sumo Bien que haría su verdadera felicidad. Hubo santos que tenían mucho miedo del juicio de Dios, porque se sentían indignos y pecadores, y temían no alcanzar la salvación. En cambio otros santos vivieron con gozo el momento de su muerte, porque próximos a encontrarse con Dios. Santa Teresa escribió: “Me muero porque no me muero”; es decir se moría del deseo de ir a gozar de Dios. Si tuviéramos verdadera fe y verdadero conocimiento de Dios, no iríamos escapando de la muerte, o por lo menos no le tendríamos tanto miedo, sino que anhelaríamos ir pronto a gozar de Dios.

104. Aquellos que se aman mucho desean encontrarse lo más pronto, y piensan con frecuencia en el día en que tendrán que viajar para alcanzar a la persona querida, un hijo, un padre, una esposa… Al mismo tiempo tratan de estar en las mejores condiciones para que el encuentro sea feliz; y no se olvidan de comprar algún regalito. Así debería ser nuestro caminar por la vida: anhelando llegar al Paraíso para encontrarnos con Dios y contemplar su infinito esplendor y gozar de su infinito amor. Y no es un sueño, una vana ilusión, sino una promesa de Dios, hecha realidad por Cristo nuestro Salvador, que nos abrió las puertas del Cielo con su muerte y resurrección: “Yo soy la puerta (Jn 10,9); “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25).

105. Dos cosas agitan con más frecuencia nuestra emotividad: el sufrimiento y la alegría. En todo momento estamos queriendo evitar lo primero y conseguir lo segundo, desde que nacemos hasta que morimos. Caminar hacia el encuentro de Dios, significa tener presente que Dios es lo máximo del gozo (paraíso); y la ausencia de Dios es el máximo sufrimiento (infierno). Pero hay sufrimientos que nos proporcionan alegrías, como por ejemplo las penitencias, que pueden llevarnos a ser virtuosos, aceptos a Dios y felices. Y al revés, hay alegrías que nos causan sufrimientos, como ciertos placeres sensuales que nos llevan al vicio y al rechazo de Dios. No es fácil medir la rectitud y las consecuencias de todos nuestros actos: se necesita discernimiento y sabiduría, cosas que se adquieren con la experiencia y el conocimiento. Siempre debemos saber lo que es bueno y lo que es malo, para evitar el sufrimiento eterno y gozar de la alegría eterna. Es fácil equivocarse. Ya la primera pareja humana se confundieron, cayendo en la trampa del demonio, quien les insinuó que sería bueno comer de esa fruta prohibida.

106. Hay muchas cosas en la vida que nos hacen experimentar el dolor y la alegría. Tratemos de aprovechar esas experiencias y tengamos presentes a las más intensas - como un enamoramiento, una gran victoria, un gran negocio… o una depresión, una humillante derrota, la muerte de un hijo, una enfermedad mortal… - para comprender mejor como será el infierno o el paraíso. Eso nos ayudará también a evitar el uno y perseguir lo otro. Quien sufre mucho, físicamente, moralmente o psíquicamente, hará del todo para no caer en el infierno, porque sabe que eso será mucho peor y para siempre. No es malo tener miedo al infierno. Dice un refrán argentino: “el niño que se quemó con la leche, cuando ve la vaca, llora”. Quien goza mucho, deseará más vivamente alcanzar a Dios, porque sabe que es el Bien Infinito, y que gozará infinitamente más y para siempre.

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107. Ciertamente el pecador no está de camino al cielo, al encuentro con Dios. Pero hay pecadores humildes que reconocen sus faltas y sus errores, piden perdón y socorro a Dios. Ellos tienen posibilidad de salvarse. En cambio hay pecadores soberbios, rebeldes y necios que niegan su pecado; y peor todavía, lo alardean y justifican, sabiendo que está en contra de la voluntad de Dios. Se ríen de la moral y la religión, y no tienen frenos en sus desbordes pecaminosos. Para ellos no hay salvación. No porque Dios los rechaza, sino porque ellos rechazan a Dios. Es aterrador pensar en el sufrimiento eterno que les espera (o que nos espera…); Jesús lo llama “llanto y rechinar de dientes” (Lc 13,28), un “fuego abrazador y un gusano que no muere” (Mc 9,48) que estruja el alma y el corazón. En cambio el convertido gozará del abrazo de Dios y una alegría indescriptible, un “gozo perfecto” (Jn 15.11). Seamos humildes, hagamos penitencia, oración y caridad, y nos salvaremos.

108. Sabemos que Dios nos espera, pero nos quiere santos. “Sean santos, porque yo soy santo” (Lv 20,7; 1Pdr 1,16). San Pablo afirma: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” (1Cor 6,9-10). La moral, la buena conducta, es una condición esencial para la religión. No podemos complacer a Dios ni soportar su mirada si estamos llenos de defectos, perversiones y malignidad. En el cielo solo entrarán las almas que “brillan como el sol” (Mt 13,43). A nosotros también nos agradan y nos atraen las personas con belleza espiritual, con grandes virtudes y corazón bueno. Entonces mientras vamos al encuentro del Señor tratemos de acicalar nuestra alma, limpiar nuestra consciencia, enriquecernos de virtudes y cargarnos de amor.

109. Nuestro caminar hacia Dios parte del centro de nuestro ser. Dios nos atrae desde adentro, desde el corazón, que busca el amor pleno; desde la inteligencia y la razón, que busca la verdad absoluta; desde la consciencia, que busca la santidad perfecta; desde la necesidad de una vida en plenitud, que busca el bien infinito. Dios nos lleva hacia su encuentro por medio de estos impulsos interiores. Pero muchas veces desviamos estos anhelos hacia cosas que no son Dios, entonces terminamos frustrados y cansados, porque nada en el mundo es absoluto, nada puede satisfacer nuestros deseos interiores. Jesús dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (= perfección), porque serán saciados” (Mt 5,6). Mirar a Dios con la mente y el corazón nos llevará a caminar hacia El sin temor y con la esperanza de entrar por fin en la vida verdadera, gozosa y perfecta.

110. Para perseverar y progresar en el camino hacia Dios, debemos tener la mente puesta en el momento del encuentro con el Señor. Debemos figurarnos a Dios como Padre que nos acogerá como hijos; como Juez que nos señalará el bien y el mal de nuestra vida; como Bien Infinito que nos atraerá irresistiblemente. Debemos imaginarnos la complacencia o el disgusto de Dios al mirar nuestra alma. Debemos vivir por adelantado el momento en que se decidirá nuestra suerte por toda la eternidad. Imaginemos haber caído en la condenación eterna, sin ninguna posibilidad de salir del infierno. ¡Qué horror! En seguida pensamos: todavía estoy a tiempo de evitarlo; ¡menos mal que no estoy condenado! Pensemos también haber entrado en el paraíso, a salvo para siempre, gozando totalmente. ¡Qué felicidad! Dios quiere que me salve. Todavía estoy a tiempo para convertirme y merecer el cielo. Entonces ¡mano a la obra!

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PERSEVERANDO EN EL CAMINO DE DIOS

111. “Quien persevere hasta el fin se salvará” (Mt 24,13), dijo Jesús; también: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19). No son muchos los que perseveran en la vida de gracia, en la vida sacramental, en la oración, en las prácticas penitenciales, en el ejercicio de las virtudes, en los compromisos evangelizadores. Muchos niños después de la Primera Comunión, y muchos jóvenes después de la Confirmación, se pierden en la indiferencia y la mediocridad, o peor en el vicio y la maldad. Muchas parejas se separan aun después de casados por civil y por Iglesia. Otros se juntan y no se deciden a arreglar su situación frente a Dios, sin importarle vivir en pecado permanente. También en los compromisos sociales hay mucha dejadez, irresponsabilidad y falta de perseverancia.

112. Para ser perseverantes en la vida cristiana se necesita una motivación fuerte y grande, que no puede ser otra que el amor a Dios. Por perseverancia entendemos un compromiso a largo plazo, un esfuerzo continuado, hasta el final de nuestra vida. No sirve un entusiasmo y una devoción pasajera y superficial. Para que resista a los embates de los problemas y dificultades de la vida y no se apague con el pasar del tiempo, debe ser una pasión fuerte que me lleve a un gozo y una plenitud de vida sin caer en la rutina y el cansancio. De entre todos los valores que pueden animarnos a permanecer fieles en nuestro caminar hacia Dios, el más efectivo es el amor. Quien ama de verdad no abandona a la persona amada, ni deja de esforzarse por complacerle, porque en ella está su propia felicidad. Una madre no abandona a su hijito, cuando está enfermo o cuando tiene hambre y llora, a menos que no sea desnaturalizada..

113. Todo el mundo busca la felicidad. Esta se da especialmente en el amor, pues se lo siente como un bien grande que satisface plenamente el alma y el corazón. El amor nace de la percepción de las cualidades y riquezas de una persona: la belleza, la bondad, la inteligencia, la rectitud, las habilidades y virtudes, la respuesta de amor etc. El amor humano muchas veces no dura, porque pronto se descubren defectos y deficiencias. Nuestra demanda y oferta de perfección absoluta hace difícil la posibilidad de en un amor permanente, total y gozoso. Muchas veces se pasa de un amor de pasión a un amor de compasión; otras veces del amor a la aversión y el desencanto. Solo con Dios es posible un amor eterno y absoluto; a medida que conocemos más sus infinitas perfecciones, nuestro amor va creciendo más y más, y también va aumentando nuestro deseo de contemplarlo y complacerlo en todo. Entonces se da la perseverancia en la fe, en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en la santidad.

114. El amor nos da la fuerza, la valentía de luchar y sufrir con gozo, para conseguir aquellas virtudes que hacen posible nuestra unión con Dios; porque en Dios está precisamente el gozo como causa y efecto de nuestro esfuerzo por amarlo y ser amado por El. Para perseverar en el bien y en el cumplimiento de nuestros deberes cristianos y humanos, debemos renovar y reavivar cada día en nosotros el amor de Dios. Cuando uno ama mucho a una persona, no puede negarle nada, quiere complacerle en todo, ya sea se trate del esposo o del hijo, de la madre, de un amigo... Con el gozo del amor vencerá todos los obstáculos, fatigas y sufrimientos. Cuando el amor es absoluto, como en el caso del amor hacia Dios, entonces uno podrá hasta dar la vida, como Jesús, como los mártires. El amor de Dios significa complacer a Dios con nuestras perfecciones y complacernos de Dios por sus perfecciones. Significa

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sentirnos amados por Dios con amor infinito, y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y sobre todas las cosas.

115. Caminando con la mirada y el corazón puesto en Dios, seremos capaces de perseverar hasta el fin. Ya sea porque Dios nos lo pide, ya sea porque nosotros lo necesitamos, sabiendo que no podemos complacer a Dios y gozar de su amor si volvemos a nuestros pecados y a nuestra mediocridad. En este sentido se da una doble motivación que nos hace caminar con perseverancia: el deseo de comunión con Dios, y la perfección requerida por Dios para hacer posible tal comunión. Cuando bajamos el nivel de nuestra perfección moral y espiritual, significa que estamos perdiendo la motivación, es decir el amor de Dios, y eso nos llevará a fallar en la perseverancia. En cambio cuando crecemos en el amor de Dios, nacerán en nosotros nuevas fuerzas para progresar y perseverar en la santidad. Si el amor es continuo, el esfuerzo será continuo, perseverante.

116. La perseverancia en el amor de Dios, hace posible la perseverancia en muchos otros aspectos de nuestra vida, como medios para un fin. Dios quiere nuestra perfección en todas las virtudes, pensamientos, deseos, obras, tareas y responsabilidades. De ahí que nuestro esfuerzo se hará continuo y en todas las direcciones, para lograr la perfección total y permanente de nuestro ser y poder agradar a Dios. El amor me induce a examinarme para ver si hay algo que le disgusta a Dios; qué virtudes debo conquistar, que defectos tengo que eliminar. Entonces tomaré las medidas necesarias para lograr la santidad o para mantenerme y perseverar en ella. El esfuerzo moral está en función de la comunión mística con el Señor; y la mística animará nuestro esfuerzo ascético moral.

117. La perseverancia en el camino hacia Dios supone, además del amor, un equipo de virtudes que la haga posible, como la fortaleza, la fe y la confianza en Dios, la humildad, el desprendimiento de sí mismo, el espíritu penitencial... Con la fortaleza de espíritu podremos resistir y vencer las tentaciones del demonio y las malas inclinaciones de nuestra naturaleza debilitada por el pecado. Los débiles se rinden fácilmente y abandonan pronto el camino de la virtud y del bien. La fe y la confianza en Dios nos motiva y nos ayuda a conseguir la gracia y los auxilios espirituales para perseverar en el combate. La humildad nos hace precavidos y nos ayuda a evitar las ocasiones de pecado y la presunción del orgullo, que nos llevaría a caer sin remedio. El desapego de sí mismo nos libera del egocentrismo y el egoísmo y nos pone en sintonía con la voluntad de Dios. La práctica penitencial sustenta nuestra voluntad para reprimir el mal y crecer en el bien de manera permanente y efectiva.

118. El entusiasmo y el fervor de un momento no es suficiente para vivir y mantenernos en gracia de Dios. Muchos viven su fe cristiana en la Navidad, en Semana Santa, en la fiesta patronal, en algunos momentos de apuro y necesidad, o de devoción particular. No tienen continuidad ni perspectivas de vivir en contacto permanente con Dios. Es como vivir una amistad o el amor matrimonial solamente en algunos momentos del año, y el resto del tiempo permanecer indiferentes y fríos; y tampoco tener voluntad para seguir por toda la vida esa amistad o ese amor. Esta es la realidad en la vida de muchos cristianos, que no son verdaderos cristianos.

119. Para perseverar en el camino de Dios hay que formular unos buenos propósitos, y renovarlos constantemente. Tales propósitos se harán más sólidos si estarán iluminados por la oración y

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por una visión de fe que nos proyecta hacia lo trascendente, hacia la eternidad. Sabiendo que toda nuestra vida corre hacia un término y un destino de salvación o de perdición, deberíamos organizar nuestra existencia en vista de la salvación. Y nuestra existencia va desde el nacimiento hasta la muerte, por lo tanto debemos vivir unidos a Dios durante toda la vida, no por temporadas. San Pablo dice: ”Si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Rom 14,7-8). Y quien muere en el Señor, en gracia de Dios, vivirá dichoso con el Señor para siempre: “Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí - dice el Espíritu -, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan” (Apc 14,13).

120. Algunos piensan convertirse en los últimos momentos de su vida, para salvarse, mientras tanto – dicen - quieren gozar de la vida, sin leyes y sin trabas. Eso manifiesta su ignorancia religiosa y su mezquindad. Como si Dios fuera un obstáculo para nuestra felicidad. Nadie como Dios quiere y nos señala cual es el camino y la conducta para la verdadera felicidad. Además significa que no aman a Dios, porque el amor no se puede cortar, suspender o aplazar. Y por fin nadie está seguro cuando nos llegará la muerte; y si la muerte nos sorprende en pecado o lejos de Dios, seguiremos en la eternidad en la misma condición, es decir en la perdición y el sufrimiento eterno. Jesús nos advierte: “Estad prevenidos, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre vendrá a buscarlos…” (Mt 25,13). Y llama insensato al rico hacendado que sólo pensaba en disfrutar de sus riquezas, pero murió esa misma noche (cfr Lc 12,13-21).

121. El motivo de la perseverancia basado en el premio y el castigo es válido y eficaz, pero no puede ser supremo, porque debemos “buscar primero el Reino de Dios y su justicia; lo demás se nos dará en añadidura” (Mt 6,33). El amor de Dios debe conservar la primacía sobre todas las motivaciones. No debemos caer en el egocentrismo, utilizando a Dios para nuestros fines, aunque sean buenos. El centro es Dios, él es el Creador y Padre a quien le debemos todo. Además el egoísmo nos hace imperfectos y nos aparta de Dios. Pero los motivos secundarios no son de desechar, porque nos ayudan a perseverar en la virtud y en el amor de Dios. Así por ejemplo la consideración de la brevedad de la vida y las promesas del gozo eterno pueden servir para no ceder al cansancio ni al desaliento. La virtud de la esperanza de los bienes eternos y absolutos, nos fortalecerá para seguir luchando hasta el final.

122. La confianza filial en Dios Padre, que nos ama y no niega su gracia a quien se la pida, es otro medio fundamental para superar el pesimismo y la desesperación, después de varios intentos fallidos de vencer las pasiones y las tentaciones. Parece que el “demonio, el mundo y la carne” nos tienen dominados; hay defectos y pecados que arrastramos durante muchos años, sin poder liberarnos. Dios, que es más poderoso, puede ayudarnos a romper los lazos de la esclavitud y fortalecernos para que perseveremos en el bien hasta el fin. El orgulloso confía solo en sus propias fuerzas y confunde la perseverancia con la terquedad, queriendo ganarle a las fuerzas adversas y conquistar la meta para su propia satisfacción. El fin de la virtud deberá ser siempre el amor de Dios, no el amor narcisista a nosotros mismos. Porque aunque lograra alcanzar el dominio de las pasiones, se quedará en su soledad, si se busca a sí mismo y no a Dios.

123. Debemos encomendarnos con humildad y confianza a la misericordia de Dios, para obtener el don de la perseverancia final, porque es una empresa de toda la vida, difícil y peligrosa.

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Sabemos por experiencia que muchas veces estamos tentados de rendirnos, de bajar los brazos y tirar las armas. Efectivamente son muchos los que se pierden por el camino y no llegan al cielo. San Alfonzo Ma. Ligorio dice que “la gracia de la perseverancia final es aquella que nos hace alcanzar la eterna salvación”. Jesús se apareció a Santa Faustina y le prometió: <<Al que haya depositado su confianza en mi Misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina… La conversión y la perseverancia son las gracias de mi Misericordia… Las almas que adoren mi Misericordia y propaguen la devoción a ella no experimentarán terror en la hora de la muerte. Mi misericordia les dará amparo en este último combate… Prometo que el alma que venere esta imagen (de la Divina Misericordia) no perecerá. Prometo ya aquí en la tierra la victoria sobre los enemigos: sobre todo a la hora de la muerte>>. En la última de las doce promesas del Sagrado Corazón leemos: “aquellos que comulguen nueve Primeros Viernes del mes seguidos, (recibirán) la gracia de la penitencia final: no morirán en desgracia mía, ni sin recibir los Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento”. También la Virgen del Carmen prometió a San Simón Stock: “"El que muriere con el Escapulario no padecerá el fuego del infierno"; "Yo Madre de misericordia, libraré del purgatorio y llevaré al cielo, el sábado después de la muerte, a cuantos hubieses vestido mi escapulario".

CONCLUSIÓNHemos visto que “caminar a la presencia de Dios” es como andar bajo el cielo, altísimo y cercano a la vez. Así como el cielo toca la superficie de nuestro planeta y lo envuelve con su inmensidad, igualmente Dios tiene contacto con nuestra alma y nos desborda infinitamente. Descubrimos su presencia hasta dentro de nosotros, llamándonos desde el corazón a saciar nuestra sed de infinito. Con la razón lo encontramos en la raíz y el fundamento de toda realidad. Con la consciencia lo sentimos como nuestro Juez y guía. En todo momento y en todas partes podemos sentir a Dios que está cuidándonos y acompañándonos con su corazón de Padre y con su poder omnipotente, y nos atrae como Bien Infinito. Hemos visto la importancia de tener presente a Dios en nuestra vida, para tener esperanza, alegría y sentido, pues solo de Dios podemos esperar esos bienes naturales y sobrenaturales que hacen posible nuestra felicidad plena. La presencia de Dios nos motiva también a llevar una conducta de perfección y santidad, pues está observándonos y estimulándonos en cada momento. Para los no creyentes todo es diferente: para ellos no hay nadie en los cielos ni en la tierra a quien puedan acudir para salvar su vida de la soledad y el vacío, de la muerte y la nada absoluta. Para descubrir a Dios y vivir con gozo, debemos buscarlo; y una vez encontrado, entrar en diálogo con Él por medio de la oración y la contemplación, caminar a su encuentro y perseverar hasta el fin, confiando que en su amor y misericordia nos recibirá en el gozo eterno. +Fr. Roberto Bordi ofm

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