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“Los perritos son la esencia de mi vivir”: Nohelia Castro Doña Nohelia es una mujer de 63 años y vive aproximadamente con 100 perros en la vereda “Aldana Abajo” del municipio de El Santuario. Afirma que es la mujer más feliz porque alberga en su hogar muchas criaturas desamparadas. © 2014, La Revista. Todos los derechos reservados. FOTO ARCHIVO. Doña Nohelia cuenta que siempre había tenido el sueño de acoger muchos perritos que no tenían hogar. Aquí se encuentra con Sandy, quien llegó al refugio el 12 de diciembre del 2012

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“Los perritos son la esencia de mi vivir”: Nohelia CastroDoña Nohelia es una mujer de 63 años y vive aproximadamente con 100 perros en la vereda “Aldana Abajo” del municipio de El Santuario. Afirma que es la mujer más feliz porque alberga en su hogar muchas criaturas desamparadas.

© 2014, La Revista. Todos los derechos reservados.

FOTO ARCHIVO.

Un camino de piedras enterradas en el pantano conduce a la vereda Aldana Abajo del municipio de El Santuario. A siente Kilómetros del casco urbano, se encuentra la casa más habitada del sector. Dos mujeres y 100 perros avisan que se ha llegado al Centro de Adopción y Bienestar Animal “LOS ÁNGELES” un lugar que parece normal sólo cuando se ve desde afuera.

Doña Nohelia cuenta que siempre había tenido el sueño de acoger muchos perritos que no tenían hogar. Aquí se encuentra con Sandy, quien llegó al refugio el 12 de diciembre del 2012

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“Elvis, Coca-Colo, Mongo, Manuel, Negro, Bruno… vengan a comer” son los llamados que doña Nohelia hace todos los días a sus hijos de cuatro patas. Los platos no son servidos sobre la mesa; esta vez son puestos en el suelo en una ponchera amarilla. Amontonados uno sobre otro, están los trozos de cuido que doña Nohelia logra conseguir para darles de comer a sus hijos.

“No siempre tengo cuido, me toca arreglármelas como pueda para que no pasen hambre mis criaturas. A veces me quito el pan de la boca y les digo: denme pues de la comida de ustedes así como yo les doy de la mía”.

Doña Nohelia recibe el cuido que le brindan voluntariamente y pocas veces tiene dinero para comprarlo, por eso lo multiplica y trata de repartirlo equitativamente. Algunos buscan los alimentos con su hocico húmedo; otros, por el contrario, prefieren el juego y la diversión, tal vez otros se sientan a esperar la vida mientras algunos corretean por la grama, libres sin atadura alguna.

Duermen en la cocina, en el baño, en la sala, en el cuarto de doña Nohelia y en dos perreras que fueron construidas en la parte trasera de la casa. Las paredes verdes hacen contraste con la grama y las ventanas blancas juegan con los rostros tranquilos de perros, visitantes y amigos.

“Esta es mi vida”

“Yo nací en Medellín pero hace ocho años vivo en El Santuario. Soy feliz desde que puedo cuidar a mis criaturas”, cuenta doña Nohelia.

La afición por tener perros empezó en ella cuando era tan solo una niña; en ese entonces tenía 4 cachorritos hoy son 100.

“Yo me levanto a las 5:30 de la mañana y estoy al cuidado de ellos todo el día. A las 12:00 de la noche me acuesto normalmente”. Manifiesta doña Nohelia

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“Fuimos ocho hermanos y a todos nos gusta los animalitos. Cada uno tiene su mascota, pero nadie tiene la cantidad que yo tengo porque el amor por los perros no crece, nace con uno y esta es mi vida” comenta doña Nohelia.

Los años se han reposado sobre ella, el agotamiento físico se puede notar mientras su caminar es lento. Doña Nohelia sufre de artritis, hipertensión y diabetes, pero aún así, conserva las mismas energías para luchar día tras día por sus angelitos -como los llama comúnmente-.

Todos corren detrás de ella y mueven sus colas en son de agradecimiento; los ojos rasgados de algunos intentan decir algo, y otros con un simple ladrido captan la atención de quien habita en la casa. Algunos se sientan en los muebles y duermen como niños mientras se dejan tocar por la brisa. Otros alzan sus paticas y orinan en cada rincón; entretanto, doña Nohelia limpia con paciencia lo que sus hijos han derramado.

Y entre los perritos está ella, sus brazos se extienden para acariciarlos, para brindarles comida, para amarlos. Les habla como a cualquier humano. “A ver Bruno no venga a molestar a Elvis, córrase pa’lla, espere y verá que ahora arreglamos negro grosero”. Y comenta, “sin ellos no sería nada, no podría vivir”.

Caminando de un lado para otro, con un rostro enmarcado de sudor va doña Nohelia sujetando entre sus brazos una escoba y una trapera. En el rincón la espera un charco y en el otro el excremento de uno de sus hijos y mientras limpia, le pone quizá la misma fuerza que tienen sus años.

Se nota cuando su rostro mira con firmeza, cuando su cuerpo no se queja, cuando sus pies no paran de moverse, allí está ella con una sonrisa entre cortada pero siempre trasparente. “¡Ay mija aquí lo que hay que hacer es mucho!” dice mientras lleva a su rostro las manos para secarse el esfuerzo que cae lentamente cuando se sienta.

Doña Nohelia limpia todos los días la perrera que está en la parte trasera de la casa. Barrer, trapear y lavar con jabón son sus labores diarias

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Está observando desde el corredor. Sus hijos se alzan en un mismo coro, los 100 ladridos que se escuchan resonar entre las paredes, trasmiten algo. Habrá quienes estén protestando, otros estarán pidiendo más comida y no faltará quien simplemente se una al canto porque sus demás compañeros también lo hacen.

“En mi vida trabajé mucho, ayudé a niños de la calle pero me pagaron muy mal. A raíz de esto me incliné mejor hacia los animales, ellos no me pagan monetariamente pero sí me dan mucho cariño. ¿Qué más que me dan un amor incondicional? Eso de los humanos ni lo podemos decir” afirma doña Nohelia.

Hace varios años doña Nohelia trabajó en la Feria de Ganado de Medellín. En este lugar veía como sobre un piso estaban tendidos los niños, que a su corta edad, rondaban por las calles de la ciudad. “Cuando me daba cuenta que ellos estaban tiraditos por ahí, sentía que debía hacer algo por ellos y fue así como los empecé a ayudar”

-¿Y Por qué siente que le pagaron mal?

- Porque creo que fueron ingratos. Yo recogí a cuatro hombres y a dos mujeres y de algunos de ellos no he vuelto a saber nada. ¡Ah pero ahora en Marzo me encontré con Daniel Mondragón! A él lo recogí en la Plaza Minorista, lo tenía un hombre vicioso que estaba durmiendo debajo de un puente. En ese entonces yo tenía una casita en Bello y me lo llevé para allá. Él no quería estudiar pero lo interné en don Bosco, se hizo un hombre y se fue y ahora después de 24 años volvió a mí.

- ¿Cómo fue ese encuentro con él?

-Él fue a buscarme a una casa que tenía en Medellín. Allá le dieron todos mis datos y mi muchacho llegó acá. En este momento está trabajando en Puerto Boyacá y está un hombre hecho y derecho. Mejor dicho todavía no me la creo, porque volver a saber de él después de 24 años fue muy bonito.

También me recogí a Jairo, Alonso, Martica y a Gloria que tenía ocho años. A su corta edad ya tenía enfermedades venéreas. A todos los ayudaba, pero algunos se iban y no volvían. Sé que algunos ya están casados y otros están muertos. ¡Qué pesar de mis muchachos!

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“Comería pasto antes de sacarlos a ellos a la calle”

Sus ojos se inclinan para mirar a Coca-Colo que se encuentra jugando entre sus piernas. Él la besa y le pone las patas en su rostro. Ella lo abraza, le da un beso grande y le dice “ya mijo, ya”. Y continúa diciendo:

“Yo estudié hasta tercero de primaria porque mi papá decía que las mujeres no necesitábamos estudiar para organizar la casa y cuidar los hijos. En esa época yo lo veía normal, ahora las cosas han cambiado. Además creo que nadie me soportaría con mis criaturas y yo a ellos no los dejo ni por nada en la vida. Por eso jamás los sacaré a la calle así nos falte de comer; si me toca aprender a comer pasto como las vaquitas, lo haré”

Doña Nohelia se casó cuando tenía catorce años y del matrimonio salieron 7 hijos, uno murió, dos están radicados en Alemania, tres en Medellín y la hija menor vive con ella. Doña Nohelia afirma que algunos de sus hijos le colaboran pero no puede decir que constantemente. La finca donde vive es de un hijo y agradece porque no tiene que pagar arriendo,

Mientras tanto está doña Nohelia sentada en un sofá roto por los perros. Con una mano sostiene a Coca-Colo que tiene una herida en el cuello, y con la otra mano le aplica Rifamicina, un líquido blanco y acuoso que ayuda a sanar las infecciones. Coca-Colo se mueve inquieto y llora. “Ya mi vida quédese quietesito, que esto es por su bien” dice doña Nohelia, mientras lo abraza.

“Nunca he tenido un punto de apoyo definitivo, ni siquiera de mis hijos porque cuando ellos crecen la vida es otro paseo. Tampoco puedo decir que el señor de la tienda me da cada mes diez mil pesitos; no me da ni cinco, ni uno, ni nada”

Desde hace cuatro meses doña Nohelia ha recibido la ayuda de jóvenes animalistas, que van algunos domingos a jugar con los perritos, otras veces van a bañarlos y a darles de comer. Tal vez no alcanzan a remediar las dificultades por las que pasa doña Nohelia y sus

“No es lo mismo cuidar un perro que 100 y siempre he llevado esta cruz yo sola” dice doña Nohelia

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angelitos, pero cada vez que ven en sus rostros una gratitud, ellos aseguran que tienen que volver.

“A doña Nohelia la conocí al unirme a una marcha en repudio al asesinato cruel y sangriento de una perrita que pertenecía al albergue que ella maneja. Me partió ver tantas lágrimas solo por una perrita cuando tenía 70 en casa... Sentí su dolor y me comprometí con la causa. Desde entonces, asisto cada 8 días sin falta a ayudarle con baños, curaciones, y a entregar donaciones que recibo para ella. Su amor y entrega hacia ellos es absoluta y pura. Ella sola, con sus años ya encima, problemas de salud, y faltas económicas saca adelante cada día a todos estos peluditos... Para mí es un ejemplo de lucha, de esperanza, de bondad y de compromiso” manifiesta Andrea Guerrero, animalista Santuariana.

Todos los caninos son inquietos y se mueven constantemente. Debido a los diferentes perritos que se encuentran en el albergue deben separarlos porque entre algunos de ellos existen rivalidades.

“A Elvis lo llamé así porque cuando lo encontré en la calle tenía un ojito lastimado y le decíamos “el bizco”, entonces lo dejamos mejor con el nombre junto. Ese es un perro bravo y se mantiene peleando con los perros pequeños, entonces mejor lo dejamos en la perrera con algunos de su tamaño”.

Lo que hay detrás de ellos

Elvis fue encontrado en la calle junto a un basurero

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Todos son ángeles para doña Nohelia, y afirma que cada uno lleva consigo una historia no muy buena. Unos fueron lastimados por sus amos, otros fueron llevados al refugio y los dejaron en la puerta, algunos fueron recogidos en la calle, pero aún así cada uno llega al albergue esperando reparar lo que la vida les arrebató.

“Yo pienso que la labor de doña Nohelia es muy brava ¡eaa, tener tanta paciencia con esos perros, es muy admirable! Yo la traje a la finca en una jaula y cuando eso tenía 28 perritos pero ahora son más” cuenta Narces Aristizábal, vecino y amigo de doña Nohelia.

Ellos y otros más, rondan por las calles de El Santuario. Algunos van perdidos esperando que alguien les dé algo de comer, mientras algunos son golpeados y excluidos de los locales, prefieren no observarlos y rara vez alguien les tiende la mano para ayudarlos. Doña Nohelia no recibe dinero ni donaciones por parte del municipio, el trabajo brota de su alma, esa es su recompensa.

Como el problema de los perros callejeros ha crecido en el municipio, últimamente se han preocupado para que ellos tengan una mejor vida. Por esta razón se construirá un albergue en la vereda “El Carmelo” y un habitante de ésta será el encargado de cuidar a los animales, esto con el fin de iniciar después un proceso de adopción.

“Los perros también van al cielo”

Mientras unos se dejan tocar por el sol, la lluvia o unas manos trajinadas por el tiempo, a otros su corazón ya les ha dejado de latir.

Tal vez el peso de los años se recostó sobre sus cuerpos, o tal vez el pasado fue tan fuerte que prefirieron callar sus ladridos. Algunos mueren enfermos debido a la tos de perrera, otros porque no pudieron resistir algún tratamiento.

Los animales son la esencia de doña Nohelia y ella afirma que siempre va a luchar por ellos

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“Aquí en la finca se abre un fosa y se entierran los perritos cuando se mueren y cuando estoy sepultando una criatura de esas lloro igual como si estuviera enterrando a un ser humano. Mi llanto es por mucho tiempo; pueden pasar cinco meses o más y todavía los recuerdo y me lleno de sentimiento y de nuevo empiezo a llorar pero trato de confortarme y no es fácil”.

El 28 de marzo murió Ana. Se presume que fue porque no toleró un medicamento que se inyectó en su cuerpo llamado Tranquilan, esto era necesario para poder realizarle una profilaxis que es el uso de antibacterianos para prevenir el desarrollo de una infección.

Los ojos de doña Nohelia se nublaron, las lágrimas rodaron por sus mejillas y cubrieron sus arrugas. Ella perdió otra hija suya y sintió que le habían arrancado de su ser un pedazo de vida.

“No sólo mis ojos lloran cuando paso por esta situación; también lo hace mi corazón, pero sé que mis criaturas también van al cielo”.

El silencio no se siente en la casa, pero sí en doña Nohelia. Cuando muere algún angelito siente que la vida se le parte en dos. Se extiende sobre el suelo y deja que el llanto recaiga sobre ella.

“Gracias, señor, por este día que me diste de compartir con tus y mis criaturas nuestro señor, favorécenos a mí y a mis seres, cúbrenos de todo mal y peligro; yo los cuido, pero son tuyos señor tú los pusiste en la tierra para que yo los amara. Bendícenos siempre, Señor, amén” oración que siempre realiza doña Nohelia al abrir y cerrar sus ojos.

Son 100 respiros los que motivan a doña Nohelia para vivir, son 100 ladridos los que acompañan el ambiente del hogar, son 100 criaturas que se levantan siempre con la esperanza de encontrar comida, amor y comprensión y son 100 hijos de una mujer que posa sus esperanzas en los ángeles que hoy cuida y que alguna vez ellos cuidarán, al fin y al cabo todos reposarán algún día en el cielo.

Ella es Ana y fue encontrada sin vida en el kiosko del albergue

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