VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS - mariologia.org · Benedicto XVI, San Francisco de Asís y otros...

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VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS La Virgen María, Madre de Dios He aquí una amplia recopilación de temas marianos. Constituyen una síntesis magnífica de Juan Pablo II, Benedicto XVI, San Francisco de Asís y otros teólogos actuales de la Iglesia. Son un excelente material para charlas, meditaciones, foros... Con cariño mariano, Felipe Santos, SDB Pamplona- Septiembre-2008 «Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien» (San Francisco, Saludo a la B.V. María). «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante

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  • VIRGEN MARA, MADRE DE DIOS

    La Virgen Mara, Madre de Dios

    He aqu una amplia recopilacin de temas marianos.

    Constituyen una sntesis magnfica de Juan Pablo II,

    Benedicto XVI, San Francisco de Ass y otros telogos

    actuales de la Iglesia.

    Son un excelente material para charlas, meditaciones,

    foros...

    Con cario mariano, Felipe Santos, SDB

    Pamplona- Septiembre-2008

    Salve, Seora, santa Reina, santa Madre de Dios,

    Mara, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el

    santsimo Padre del cielo, a la cual consagr l con

    su santsimo amado Hijo y el Espritu Santo

    Parclito, en la cual estuvo y est toda la plenitud de

    la gracia y todo bien (San Francisco, Saludo a la

    B.V. Mara).

    Santa Virgen Mara, no ha nacido en el mundo

    ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y

    esclava del altsimo y sumo Rey, el Padre celestial,

    Madre de nuestro santsimo Seor Jesucristo,

    esposa del Espritu Santo: ruega por nosotros... ante

  • tu santsimo amado Hijo, Seor y maestro (San

    Francisco, Antfona del Oficio de la Pasin).

    Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de

    Jess, por haber hecho hermano nuestro al Seor

    de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le

    multiplicaba oraciones, le ofreca afectos, tantos y

    tales como no puede expresar lengua humana (2

    Cel 198). Francisco amaba con indecible afecto a la

    Madre del Seor Jess, por ser ella la que ha

    convertido en hermano nuestro al Seor de la

    majestad y por haber nosotros alcanzado

    misericordia mediante ella. Despus de Cristo,

    depositaba principalmente en la misma su confianza;

    por eso la constituy abogada suya y de todos sus

    hermanos (LM 9,3).

    El misterio de la maternidad divina eleva a Mara

    sobre todas las dems criaturas y la coloca en una

    relacin vital nica con la santsima Trinidad. Mara

    lo recibi todo de Dios. Francisco lo comprende muy

    claramente. Jams brota de sus labios una alabanza

    de Mara que no sea al mismo tiempo alabanza de

  • Dios, uno y trino, que la escogi con preferencia a

    toda otra criatura y la colm de gracia. Puesto que

    la encarnacin del Hijo de Dios constitua el

    fundamento de toda la vida espiritual de Francisco, y

    a lo largo de su vida se esforz con toda diligencia

    en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado,

    deba mostrar un amor agradecido a la mujer que no

    slo nos trajo a Dios en forma humana, sino que

    hizo "hermano nuestro al Seor de la majestad" (K.

    Esser).

    El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo

    practic San Francisco y como lo dej en herencia a

    su Orden, no poda dejar de alcanzar a Mara

    Santsima. Las razones del corazn catlico y de la

    caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor

    encendido de la Madre de Dios... San Francisco

    cultiv con esmero y con toda su intensidad el

    servicio a la Virgen Santsima dentro de los moldes

    caballerescos y condicionado a su concepto y a su

    prctica de la pobreza. Nada ms conmovedor y

    delicado en la vida de este santo que la fuerte y al

  • mismo tiempo dulce y suave devocin a la Madre de

    Dios (C. Koser).

    Mara y la vida espiritual franciscana

    por Len Amors, o.f.m.

    .

  • Nuestro Serfico Padre es uno de esos hombres insignes

    previstos y predestinados en la mente divina para las grandes

    gestas de la gloria de Dios, y Ass el lugar preordenado por el

    Seor para irradiar su accin bienhechora sobre inmensa

    muchedumbre de almas.

    En fuerza de la asociacin inseparable que existe entre Jesucristo

    y su Santsima Madre por virtud del misterio de la Encarnacin,

    toda accin divina, all donde obre, ha de ir siempre acompaada

    de la cooperacin de la Santsima Virgen, que ser ms o menos

    manifiesta a nuestros humanos ojos, pero realsima y hondamente

    radicada en este principio teolgico, rector de la presente

    economa de la gracia.

    La pasmosa vida sobrenatural de Francisco, tan rica en divinas

    experiencias como favorecida en dones celestiales, que le haban

    de constituir el gran cantor de las divinas alabanzas en el

    acordado concierto de la creacin y aptsimo al par que docilsimo

    instrumento, manejado por manos divinas, para irradiar poderosas

    corrientes de vida sobrenatural, debi tener, y tuvo, segn el

    principio enunciado, una vida mariana abundante y opulenta,

    radicada en lo ms ntimo de su espritu, con sabrossimas

    experiencias de la presencia de la Virgen Santsima en su alma. Y

  • el nacimiento de su obra, de prolongado y profundo apostolado,

    haba de tener tambin como cuna la ciudad de Ass y cabe al

    santuario de la Santsima Virgen de los Angeles, madre y maestra

    de aquella pequea grey, origen y principio de la Orden Serfica.

    La Orden Franciscana es, en los planes de Dios, una pieza de

    excepcional importancia en la contextura de la historia de la

    Iglesia. Los hechos as lo han demostrado y siguen

    demostrndolo. Forzoso era, que, siguiendo la ley natural, tambin

    estuviera presente la Virgen Santsima en el origen y ulterior

    proceso y actividad de esta grande obra.

    N. S. Padre, en quien, segn venimos diciendo, los divinos

    carismas con tanta prodigalidad haban de darse cita, debi tener

    una vida mariana intensa, porque tambin fue muy subida su vida

    divina interior, y porque era el fundador de una grande obra de

    irradiacin de los dones divinos. Aunque los testimonios de la vida

    mariana del Santo Padre que han llegado a nosotros no son muy

    abundantes, son, sin embargo, muy significativos y elocuentes en

    orden a esta espiritualidad.

    Dice San Buenaventura: Nunca he ledo de santo alguno que no

    haya profesado especial devocin a la gloriosa Virgen (1). Y de

  • San Francisco, el Santo Doctor no solamente ley su vida, sino

    que fue escritor de sus gestas. Como bigrafo, pues, del Serfico

    Padre, cuyas fuentes de informacin fueron los propios

    compaeros del Santo Padre, pudo sondear muy bien las

    interioridades del espritu del Pobrecillo, para descubrir all los

    principios rectores de toda su esplendorosa vida espiritual.

    Naturalmente, stos no podan ser ms que Jess y Mara.

    Es principio teolgico inconcuso, como luego veremos, que la

    accin de la Santsima Virgen en el proceso de toda vida cristiana

    a partir del santo Bautismo, y aun antes de l por la vocacin a la

    fe, es realsima y honda, como colaboradora que es del mismo

    principio fontal de donde dimanan todos los dones divinos, que es

    Jesucristo. Esta actuacin, real en todas las almas, puede ser ms

    o menos consciente en el sujeto que la recibe y,

    consiguientemente, con manifestaciones ms o menos explcitas,

    en el desarrollo normal de la vida espiritual del cristiano.

    Nuestro Santo Padre, predestinado por el Seor para fundar la

    Orden que, con el transcurso del tiempo haba de vivir, sentir y

    defender la gran prerrogativa de la Virgen Santsima, su

    Concepcin Inmaculada, forzoso era que la vida mariana fuera en

  • l intensa y plenamente consciente.

    Cimabue: La Virgen en majestad (Baslica de Ass)

    Nos dice su bigrafo San Buenaventura en la Leyenda Mayor: Su

    amor para con la bienaventurada Madre de Cristo, la Pursima

    Virgen Mara, era realmente indecible, pues naca en su corazn al

    considerar que Ella haba convertido en hermano nuestro al mismo

    Rey y Seor de la gloria, y que por Ella habamos merecido la

    divina misericordia (LM 9,3). Magnfico testimonio de contenido

    profundamente teolgico de la vida mariana del Serfico Padre: la

  • asociacin de la Santsima Virgen al misterio de la Encarnacin y

    Redencin, y su cooperacin como causa meritoria de la misma.

    Este amor realmente indecible del Santo Padre, de que nos

    habla San Buenaventura, tiene su magnfica y esplendorosa

    manifestacin en el bellsimo Saludo que el Pobrecillo dirige a la

    celestial Reina, el cual se halla en sus opsculos o escritos

    (SalVM).

    Si bien la vida cristiana es sustancialmente una, tanto en los

    individuos como en las instituciones, sin embargo su fecundidad

    divina es tal que, sin menoscabo de esta unidad, produce una

    variadsima floracin de celestiales matices por los cuales no es

    difcil reconocer en ellos los rasgos peculiares de la fisonoma

    moral de Jesucristo y, consiguientemente tambin, de su Madre,

    que da personalidad sobrenatural al individuo o la institucin que

    se nutre de esta vida.

    El rasgo divino que San Francisco reproduce de la fisonoma de

    Jess y de su Madre, es la virtud de la pobreza evanglica, que

    lleva en s contenidas, como las premisas contienen las

    consecuencias, la humildad, la sencillez evanglica, la infancia

    espiritual, el desapego a todo lo terreno.

  • Es el propio San Buenaventura quien nos presenta este matiz

    divino de la vida del Serfico Padre: Frecuentemente -dice- se

    pona a meditar, sin poder contener las lgrimas, en la pobreza de

    Cristo y de su Madre Santsima, y despus de haberla estudiado

    en ellos, aseguraba ser la pobreza la reina de todas las virtudes,

    pues tanto haba resplandecido y tanto haba sido amada por el

    Rey de los reyes y por su Madre la Reina de los Cielos (LM 7,1).

    Lo mismo dicen otras fuentes biogrficas: 2 Cel 83, 85, 200; TC

    15; LP 51. Y el propio San Francisco, en la Carta dirigida a todos

    los fieles, dice: Este Verbo del Padre..., siendo l sobremanera

    rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger

    en el mundo la pobreza (2CtaF 4-5; [Jams habla Francisco -

    seala el P. Iriarte- de la pobreza de Jess sin que asocie a ella el

    recuerdo de la pobreza de la Virgen, su Madre: 1 R 9,5; UltVol 1]).

    Estos caracteres de la vida divina de Francisco no podan menos

    que pasar a su obra. As que la Orden por l fundada haba de

    estar asentada sobre la virtud de la pobreza evanglica, y mecida

    su cuna al calor de la Santsima Virgen.

    Quiso la divina Providencia que fuera esta pobrsima cuna la

    iglesita dedicada a Santa Mara de los Angeles.

  • Que el Serfico Padre tuviera perfecto conocimiento de la accin

    poderosa y decisiva de la Santsima Virgen en los principios de la

    Orden Franciscana, lo atestigua San Buenaventura: Francisco -

    dice-, pastor amantsimo de aquella pequea grey, siguiendo los

    impulsos de la divina gracia, condujo a sus doce hermanos a

    Santa Mara de la Porcincula; siendo su fin al obrar de este

    modo, el que as como en aquel lugar y por los mritos de la

    bienaventurada Virgen Mara haba tenido principio la Orden de los

    Frailes Menores, as tambin all mismo recibiese, con los auxilios

    de la bendita Madre de Dios, sus primeros progresos y aumentos

    en la virtud (LM 4,5). Lo mismo refieren otras fuentes biogrficas:

    1 Cel 21-23 y 106; 2 Cel 18-19; EP 83.

    Profundamente radicadas ya en la devocin dulcsima de la

    Santsima Virgen la vida sobrenatural de Francisco y la de los

    doce primeros discpulos suyos, fundamentos sobre los que haba

    de sentarse la gran obra que l fundara, la Orden Serfica lograr

    ya desde su origen la plena conciencia del espritu vital mariano

    que habra de ser su principio rector con el transcurso del tiempo.

    Quedaba, pues, plenamente vinculada la Orden Franciscana a la

    accin vivificadora de la Santsima Virgen. Como consecuencia

    lgica de este estado de cosas, y como coronamiento de esta

  • obra, proceda ahora una declaracin del Santo Fundador

    poniendo la Orden bajo el amparo y plena tutela de Mara

    Santsima, dedicndola a su gloria; o sea, hablando en trminos

    modernos, consagrando la Orden a la Santsima Virgen Mara.

    Que el Santo Padre cerrara su obra con este broche de oro nos lo

    dice el Serfico Doctor con estas lacnicas palabras: En Mara,

    despus de Cristo, tena Francisco puesta toda su confianza; por

    lo cual la constituy abogada suya y de sus religiosos, y a honor

    suyo ayunaba devotamente desde la fiesta de los Apstoles San

    Pedro y San Pablo hasta el da de la Asuncin (LM 9,3).

    Y si queremos ahondar ms en el conocimiento de la influencia

    poderosa de la oracin de Francisco en el Corazn maternal de

    Mara, no slo en favor de sus religiosos, sino tambin de todos

    los fieles, cuya salud espiritual tanto conmova el celo por las

    almas del Serfico Padre, recordemos la tierna y conmovedora

    escena del origen de la Indulgencia de la Porcincula, en cuya

    capilla se instituye el primer Jubileo Mariano en la historia de la

    Iglesia, por el cual queda convertida esta bendita capilla en

    potentsimo centro de irradiacin de toda suerte de dones

    celestiales que, dimanando de Jess y pasando todos ellos por

    Mara, han santificado y siguen santificando a tantas almas.

  • Espiritualidad mariana de San Buenaventura

    Suele decirse de San Buenaventura que es el segundo fundador

    de la Orden Serfica. Ttulo ciertamente bien merecido, porque l

    fue quien dio cuerpo y figura a la herencia que recibiera de sus

    antecesores, indecisa y vacilante despus de la muerte del

    Serfico Padre, en su constitucin jurdica y en su orientacin

    doctrinal. Fue la mano certera del Doctor Serfico la que supo

    plasmar y dar estabilidad a esta persona moral que es la Orden

    Franciscana.

    Pero tambin el Santo Doctor, el prncipe de los msticos, como le

    llama Len XIII, haba de actuar dando nuevo impulso y energa a

    la orientacin espiritual que la Orden recibiera de su Santo

    Fundador.

    Cindonos a lo que nos atae, el espritu vital mariano, infundido

    por el Serfico Patriarca en la Orden, deba actuar como savia

    vivificadora en los escritos espirituales de San Buenaventura, que

    con el transcurso del tiempo haban de ser el aliento que haba de

    nutrir la vida divina de nuestros Santos.

    Que el Santo Doctor haya dado a sus escritos una influencia eficaz

    y decisiva de la accin de la Virgen Santsima en el proceso y

  • desarrollo de la vida divina en las almas, es cosa clara. Establece

    primeramente el Santo Doctor la ley general, profundamente

    teolgica, que rige en la actual economa de la gracia, el orden con

    que sta se difunde a partir del principio fontal de ella, siguiendo

    esa misteriosa cadena cuyo ltimo eslabn es la Virgen beatsima,

    por cuyas manos necesariamente ha de pasar todo bien celestial

    en las almas. Dice el Santo Doctor: La bienaventurada Virgen es

    llamada fuente por la manera como se originan los bienes. Estos

    se originan principalmente de Dios, luego por Cristo, derivndose

    despus a la bienaventurada Virgen, por cuya razn es llamada

    fuente, y, por ltimo, a cualquier otra persona a quien se comunica

    algn bien (2).

    Para San Buenaventura es tal la conexin interna entre la vida

    sobrenatural y la Santsima Virgen, que aqulla necesita como

    condicin indispensable de su desarrollo estar hondamente

    radicada en la Virgen benditsima. La Virgen Madre -dice el Santo

    Doctor- santifica a los que echan races en ella por el amor y

    devocin, alcanzndoles de su Hijo la santidad; y precisamente a

    raz de este pasaje es cuando advierte San Buenaventura que no

    conoce santidad alguna sin la Virgen: Nunca he ledo -dice- de

    santo alguno que no haya profesado especial devocin a la

  • gloriosa Virgen (3).

    Siendo Jesucristo acabado ejemplar y dechado perfecto de toda

    santidad, a l debe tender todo anhelo y esfuerzo de santificacin

    en las almas. Precisa, pues, caminar hacia Jess. La Virgen

    Santsima es el camino que a l nos conduce y por eso suele

    decirse: Ad Jesum per Mariam, a Jess por Mara.

    Esta funcin de conductora de las almas a Jess, por la cual

    quedan stas indisolublemente vinculadas a la Santsima Virgen,

    no escapa a San Buenaventura: ... incurriendo en la hipocresa

    de Herodes -dice-, se desva de la direccin de la Virgen, radiante

    estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo (4).

    Es clsica la divisin de la vida espiritual en las tres etapas de va

    purgativa, iluminativa y unitiva o perfecta. Para llegar a la meta,

    posible en este mundo, de la perfeccin cristiana, es forzoso que

    el alma pase por estas tres penosas y dolorosas fases, donde la

    accin potente de la gracia paulatinamente va sobrenaturalizando

    el alma en sus ms hondas aficiones. Segn el principio general

    de la cooperacin directa e inmediata de la Virgen Santsima en

    esta obra de la santificacin de las almas, es igualmente forzoso e

    ineludible que la Santsima Virgen tenga colaboracin juntamente

  • con Jess en estos procesos de la vida divina en las almas.

    San Buenaventura, maestro indiscutible en los caminos de la vida

    espiritual, describe admirablemente la naturaleza y modos de

    estos tres estados de que acabamos de hablar. No escapa a su

    perspicacia, como telogo insigne, esta accin directa e inmediata

    de la Santsima Virgen en estos tres estados de la vida del

    espritu. Con harta frecuencia encontramos esta idea en sus

    escritos, que llega a constituir como un principio rector de sus

    tratados espirituales. Ella, en efecto -dice-, es purificadora,

    iluminadora y perfectiva... Es la estrella del mar que purifica,

    ilumina y perfecciona a los que navegan por el mar de este

    mundo (5). Y en otra parte, an con mayor firmeza, insiste sobre

    el mismo punto: Porque eres estrella del mar, ruega por nosotros

    para que seamos iluminados; porque eres mar amargo, exento de

    podredumbre, ruega por nosotros para que seamos purificados;

    porque eres Seora, ruega por nosotros, desprovistos de

    perfeccin, para que seamos perfeccionados. Necesitamos estas

    tres cosas para que la palabra divina sea eficaz en nosotros, ya

    que ella se dirige a iluminar nuestro entendimiento, a purificar

    nuestro afecto y perfeccionar nuestras obras. Y no podemos

    conseguir esto sin la intervencin de la Virgen (6).

  • Segn el principio teolgico que venimos enunciando, la Virgen

    Santsima coopera de una manera directa e inmediata a la

    aplicacin de la gracia a las almas, o sea a la redencin subjetiva.

    Pero sta tiene su modo ordinario y normal de obrar por medio de

    los Sacramentos, canales autnticos por donde fluye la gracia,

    fruto legtimo de los mritos ganados en el Calvario por el grupo

    redentor, Jess y Mara. Pero cada Sacramento lleva consigo su

    propia gracia, la gracia sacramental, la vis sacramenti, fuente y

    raz de toda vida cristiana.

    Es lgico que el Santo Doctor lleve las premisas, en lo que vamos

    diciendo, hasta las ltimas consecuencias al fijar su atencin en la

    accin de la Santsima Virgen en este proceso profundamente vital

    de la actuacin de los sacramentos en las almas. Srvanos como

    ejemplo este bellsimo pasaje donde presenta a la Virgen en su

    actuacin en la gracia sacramental o virtud del sacramento de la

    Eucarista. Sin su patrocinio -dice- no se comunica la virtud de

    este Sacramento. Y por eso, as como por medio de Ella se nos

    dio este santsimo Cuerpo, as tambin se ha de ofrecer por sus

    manos y recibir de sus manos, bajo las especies sacramentales, lo

    que naci de su virginal seno y fue donado a nosotros (7).

    Pasa por su pluma la accin de la Virgen en su cooperacin con

  • las almas en cada una de las virtudes. Como maestro de

    espiritualidad franciscana, centra su atencin en la accin de la

    Virgen Santsima en las grandes virtudes franciscanas: la pobreza,

    la sencillez evanglica, la caridad en su doble orientacin, divina y

    humana. Ms an, lo que constituye la esencia del estado

    religioso, los tres votos, tiene su consistencia gracias a la ayuda

    de Mara. Los tres votos -dice- conducen al hombre al desierto de

    la Religin, como por un camino de tres das, a saber: de la

    continencia, pobreza y obediencia, gracias a la ayuda de la Virgen

    Mara, que fue pobrsima, humildsima y castsima. Ella va delante

    y prepara el camino hasta introducir en la tierra de promisin...;

    con el auxilio de la Virgen se hace fcil lo que antes pareca difcil

    (8).

    Y como remate de toda esta sntesis del pensamiento de San

    Buenaventura acerca de la accin de la Virgen Santsima en la

    vida sobrenatural de las almas, todava nos queda por decir lo que

    la Santsima Virgen obra en el momento de coronar la vida

    cristiana con el logro de la gloria, a cuyo trance no debe andar

    ajena su actuacin. Llegaron al sepulcro salido ya el sol (Mc

    16,2). Por la llegada al sepulcro -dice- se significa la consumacin

    final de los mritos, en la cual la bienaventurada Virgen se

  • manifiesta perfectamente ayudando a los Santos para que entren

    en la gloria (9).

    La vida espiritual mariana en nuestros santos

    En el orden intelectual hay en la Orden Franciscana una

    orientacin doctrinal filosfico-teolgica que, partiendo de las

    experiencias msticas de la gran virtud de la caridad y amor divino

    del Serfico Padre en sus celestiales transportes, sigue una

    direccin homognea, cristalizando en argumentos teolgicos a

    travs de los grandes maestros de nuestra Serfica Orden,

    constituyendo ese fondo doctrinal que se conoce en la Historia de

    la Filosofa con el nombre de la Escuela Franciscana. Segn

    vamos viendo, en este cuerpo de doctrina ocupa un lugar

    eminente la mariologa franciscana, que toma su origen en el

    Serfico Padre, adquiere cuerpo doctrinal en San Buenaventura, y

    queda finalmente como personificada por sus inmediatos

    antecesores, y continuada y defendida por todos sus sucesores,

    hasta culminar en la esplendorosa definicin dogmtica de Po IX.

    Y as como la santidad de los alumnos que pertenecen a una

    Orden religiosa toma, en no pequeas dosis, las modalidades del

    contenido doctrinal que caracteriza a esta Orden, nuestra serfica

  • Religin eminentemente mariana desde su origen, deba dejar

    esta impronta en la vida espiritual de nuestros Santos. Su

    orientacin, francamente mariana, lgicamente deba llegar a este

    resultado, ya que los escritos de nuestros maestros eran el

    alimento espiritual de que se nutran nuestros religiosos.

    Si, al decir de San Buenaventura, no hay santo alguno cuyo

    espritu no est orientado a la Santsima Virgen, en una Orden

    eminentemente mariana como la nuestra, el espritu de sus Santos

    debe manifestar siempre estos caracteres inconfundibles de vida

    mariana en su santidad. Toda nuestra numerosa y variada

    hagiografa rezuma de esta suavsima devocin a Mara. Por citar

    slo algunos ejemplos, baste indicar a San Juan Jos de la Cruz,

    cuya vida interior est toda ella radicada en la entrega a la

    Santsima Virgen, y para todos los asuntos que se le confan es

    Ella su consejera en quien deposita toda su confianza, expirando

    en su regazo.

    Santa Coleta de Corbeya, cuya familiaridad con la Virgen es

    pasmosa. A ella confa su Reforma de religiosas y religiosos, y por

    intercesin especial de la Virgen, en su misterio de la Concepcin

    Inmaculada, le asegura el feliz logro de su Reforma.

  • Santa Catalina de Bolonia, cuyo nacimiento es preanunciado por

    la Santsima Virgen. Como reflejo de la intensidad de la vida

    mariana de esta alma, son muchas las manifestaciones de su

    admirable trato con la Virgen Santsima.

    B. Juan Righi de Fabriano, que pasaba largas horas en profunda

    meditacin a los pies de la Virgen, entendindose a maravilla y

    fundindose los dos corazones de Madre e hijo.

    San Salvador de Horta, en cuyo espritu cal tan hondo la vida

    mariana, que de l se ha podido escribir: los numerosos y sonados

    milagros obrados por l no eran ni ms ni menos que el fruto de su

    oracin y filial confianza en la Santsima Virgen.

    Y modernamente tenemos a la M. Mara de los Angeles Sorazu

    cuya vida admirable y rica en experiencias msticas, la podemos

    definir como fruto legtimo de una profunda y consciente accin

    recproca de esta alma y la Virgen Santsima, cuyas maravillosas

    manifestaciones de vida mariana forman la contextura

    sobrenatural de esta dichosa alma.

    La piadosa devocin de la Esclavitud Mariana, propagada por San

    Luis Mara Grin de Montfort, tiene su origen en nuestra Orden

    como brote natural de esa pujanza de vida mariana que siempre

  • ha animado al gran rbol franciscano. Nacida en el convento de

    Santa Ursula de los Concepcionistas de Alcal de Henares, en

    1575, se constituy en cofrada en 1595, con la aprobacin de sus

    Constituciones, con la exposicin de la idea esclavista, por el P.

    Pedro de Mendoza, Comisario General de los Franciscanos en

    Espaa, en 1608, y aparicin de la interesante obra Exhortacin a

    la devocin de la Virgen Madre de Dios, del P. Melchor de Cetina,

    O. F. M., en 1618. Este escrito, inspirado todo l en la mariologa

    de San Buenaventura, a quien llama el P. Cetina gran devoto y

    Capelln de la Virgen Madre de Dios, es notable principalmente

    por la exposicin que hace de todo cuanto se refiere a la teologa

    de la Esclavitud Mariana.

    Cuntos Esclavos de la Virgen Santsima ha habido desde estas

    fechas, y cuntos han vivido como Esclavos antes de estas fechas

    en la Orden Franciscana!; porque, si bien antes de este tiempo no

    se conoca este nombre, exista, sin embargo, todo un sistema

    esclavista de espiritualidad mariana, tanto en la vida de

    innumerables religiosos y religiosas que la vivan intensamente en

    la evolucin de todos los procesos de su espritu, como en los

    escritos mariolgicos de nuestros tratadistas, sobre todo San

    Buenaventura, de cuyos escritos extrae el P. Cetina todas las

  • ideas fundamentales de su teologa esclavista mariana.

    La espiritualidad mariana en la direccin de las almas

    Antes de indicar las normas de la direccin espiritual de las almas

    en funcin de la espiritualidad mariana, es conveniente que

    digamos algo de los fundamentos donde estriba la accin de la

    Santsima Virgen como formadora de la santidad de las almas.

    Cosa conocida es que el fundamento y raz de donde dimanan

    todos los privilegios de la Santsima Virgen es su asociacin al

    misterio de la Encarnacin por su maternidad divina. Quiso el

    Seor que esta asociacin fuera tan honda y estrecha, que la

    Madre siguiera en todo, juntamente con el Hijo, las gestas de este

    gran Misterio con todas las consecuencias que de l se derivan.

    Segn esto, el Hijo y la Madre integran en la obra de la creacin el

    grupo glorificador de Dios en nombre de la misma y, despus del

    pecado, el grupo restaurador de la gloria de Dios por la redencin

    de las almas.

    Cindonos ahora a este segundo momento de la obra de Dios,

    que es la Redencin, Jesucristo nos recupera este atuendo divino,

    que es la vestidura de la gracia, con el precio y mritos de su

  • sangre derramada en el sacrificio de la cruz. Asociada estuvo en

    este momento de la adquisicin de las gracias su Santsima

    Madre, no solamente con su cooperacin mediata e indirecta, por

    lo que Ella aport a este gran misterio con su consentimiento a la

    Maternidad y a la Redencin, sino tambin de una manera

    inmediata y directa con su propia compasin y mritos propios

    que, juntamente con los de su Hijo, pesaban real y

    verdaderamente en la balanza divina como precio, que en plenitud

    de justicia, se ofreca a Dios por nuestro rescate.

    Ciertamente, esta aportacin de la Virgen no era necesaria ni

    igualmente principal con la de su Hijo, sino de libre voluntad del

    Seor que as le plugo, y secundaria y subordinada a la de su Hijo,

    pero real, directa, efectiva e inmediata. Si Jesucristo es Redentor,

    puede decirse con plenitud de justicia, que la Santsima Virgen es

    redentora con l. Es sta legtima consecuencia de todo cuanto

    venimos diciendo. Es, pues, muy acertado y verdadero el ttulo de

    Corredentora con que la Teologa Catlica saluda a la

    bienaventurada Virgen Mara.

    La Redencin tiene una segunda parte: la aplicacin de los frutos

    de la misma a las almas. Si la primera, que hemos considerado

    ahora, se llama objetiva en atencin al logro del objeto que en ella

  • se persigue, esta segunda se llama subjetiva en consideracin a

    los sujetos o individuos a quienes se aplican los frutos de la

    primera. Sin la segunda, la primera no nos sera de ningn

    provecho.

    En este segundo momento de la Redencin, siguen obrando

    Jess y Mara con la misma unin, ntima y apretada, que en la

    primera. Como propietarios y dueos que son de las gracias que

    adquirieron con sus penalidades y mritos mancomunados en la

    Redencin objetiva, son Ellos los que los han de distribuir y aplicar

    ahora en las almas, cuya accin conjunta en este orden debe

    extenderse en el tiempo, en el espacio y a todas las almas y con el

    mismo orden de subordinacin de que hemos hablado antes.

    La Santsima Virgen, pues, como mediadora universal, obra de

    una manera directa e indirecta en la aplicacin de cada una de las

    gracias a cada una de las almas en todas las fases del proceso

    espiritual en que puedan encontrarse stas. Segn los principios

    que hemos enunciado, estas gracias, por voluntad librrima del

    Seor, no tienen otro camino para llegar y obrar en las almas sino

    por la Virgen Santsima en su colaboracin subordinada a Jess,

    ya sea por medio de los Sacramentos, canales autnticos de los

    frutos de la redencin, ya sea por los otros innumerables modos

  • extrasacramentales con que la gracia se difunde en las almas. La

    santidad, en todas las formas y etapas en que se le considere, no

    es ms que el fruto de la operacin de las gracias por Jess y

    Mara con la cooperacin libre de la voluntad humana, espoleada

    tambin por la misma gracia divina.

    Limitndonos ahora a lo que venimos tratando en orden a la

    Santsima Virgen, sta es por voluntad del Seor un factor de

    primer plano en la santificacin de las almas, desde el primer

    momento de la vocacin a la fe hasta el trmino de ella por la

    entrada en la gloria. Que nosotros tengamos conciencia de ello o

    que no la tengamos, la accin de la Santsima Virgen en nuestras

    almas es siempre honda, directa e inmediata. No olvidemos, pues,

    segn esto, que, cuanto ms intensa y conscientemente

    centremos nuestra atencin en esta actuacin santificadora de la

    Santsima Virgen en nuestro ser sobrenatural con una devocin

    sentida y vivida, ms y mejor dispondremos nuestro espritu para

    que esta presencia misteriosa de la Virgen en nuestra alma sea

    ms eficaz y rpida en sus efectos de santificacin.

    Conocemos en las vidas de los santos, en qu manera y

    frecuencia les ha dado el Seor a conocer y saborear los divinos

    efectos de su presencia en ellos; hechos conocidos y catalogados

  • por la teologa mstica.

    La presencia ntima y admirable de la Santsima Virgen en las

    almas tiene tambin sus maravillosas y sabrossimas experiencias;

    hechos todava no suficientemente estudiados y catalogados por

    no estar explorada esta parte de la teologa mariana con el

    cuidado y detencin que sera de desear. Encontramos en la

    hagiografa cristiana relaciones de la presencia mariana en las

    almas que seran capaces de desconcertar a ms de un telogo

    poco avisado. Basta leer, por ejemplo, ciertos pasajes de Mara de

    los Angeles Sorazu, o bien de Mara Antonieta Geuser

    (Consummata), por no citar otras. Es de advertir que estas almas

    siempre distinguen la diferencia de matiz de naturaleza y

    profundidad de accin de Jess y Mara en lo ms hondo de su

    ser sobrenatural. Pero conocer, experimentar y saborear la accin

    de ambos en nosotros, es cosa que va necesariamente

    encuadrada en la vida sobrenatural de las almas. Nuestras

    relaciones con el Seor estn bien grabadas en nuestro ser

    consciente. Nuestras relaciones con la Santsima Virgen deben

    estarlo ms. La floracin de cristianas virtudes que brotan de la

    accin de estos dos principios en nosotros est condicionada a

    nuestra aprehensin espiritual de los mismos, ciertamente y en

  • primer trmino por fe, bien instruida y vivida en nosotros.

    Siendo, pues, fundamentalsima para el normal desarrollo de la

    vida cristiana la devocin consciente y bien definida de la Virgen

    Santsima, como nica norma y direccin espiritual de vida

    mariana para las almas, yo dara sta: el director espiritual debe

    instruir a las almas que l dirige, en lo referente a la funcin de la

    Santsima Virgen en la obra de nuestra santificacin. Debe

    despertar en ellas un estado de consciencia habitual de esta

    maravillosa accin continua e inmediata de la Virgen en nuestro

    proceso sobrenatural. Tratar de formar en el alma un

    convencimiento tal de esta transfusin de vida mariana a la

    nuestra, que la ponga en tensin continua hacia tan buena Madre.

    No cabe duda que esto crear en el alma un estado habitual de

    docilidad a las mociones de la gracia, que se manifestar pronto

    en la abundante copia de virtudes cristianas que la conducir

    hasta las etapas ms subidas de la perfeccin.

    Por su parte, debe el alma corresponder con un acendrado amor

    filial operativo y eficaz como tributo obligado al singular afecto que

    tan buena Madre le dispensa; una devocin suavsima,

    plenamente consciente y operante, que pueda en todas las

    vicisitudes de su existencia cobijarse siempre al amparo y

  • proteccin de Ella, conductora obligada de nuestras almas a

    Jess.

    1) Obras de San Buenaventura, De Purificatione B. M. Virginis,

    Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1947, Tomo IV, p. 663.

    2) De Assumptione B. M. Virginis, BAC, IV, 881.

    3) De Purificatione B. M. Virginis, BAC, IV, 663.

    4) Obras de San Buenaventura, In Epiphania Domini, Madrid,

    BAC, 1946, Tomo II, p. 405.

    5) De Purificatione B. M. Virginis, BAC, IV, 639.

    6) De Purificatione B. M. Virginis, BAC, IV, 657-659.

    7) De Sanctissimo Corpore Christi, BAC, II, 517.

    8) De Nativitate B. M. V., BAC, IV, 947.

    9) De Nativitate B. M. V., BAC, IV, 927.

    S. S. Benedicto XVI

    ENSEANZAS SOBRE LA VIRGEN MARA (I)

  • .

    LA VISITACIN, PRIMERA PROCESIN EUCARSTICA

    (En los jardines vaticanos, 31-V-2005)

    Queridos amigos, habis subido hasta la Gruta de Lourdes

    rezando el santo rosario, como respondiendo a la invitacin de la

    Virgen a elevar el corazn al cielo. La Virgen nos acompaa cada

    da en nuestra oracin. En el Ao especial de la Eucarista, que

    estamos viviendo, Mara nos ayuda sobre todo a descubrir cada

    vez ms el gran sacramento de la Eucarista. El amado Papa Juan

    Pablo II, en su ltima encclica, Ecclesia de Eucharistia, nos la

  • present como mujer eucarstica en toda su vida (cf. n. 53).

    Mujer eucarstica en profundidad, desde su actitud interior:

    desde la Anunciacin, cuando se ofreci a s misma para la

    encarnacin del Verbo de Dios, hasta la cruz y la resurreccin;

    mujer eucarstica en el tiempo despus de Pentecosts, cuando

    recibi en el Sacramento el Cuerpo que haba concebido y llevado

    en su seno.

    En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar en el

    misterio de la Visitacin de la Virgen a santa Isabel. Mara,

    llevando en su seno a Jess recin concebido, va a casa de su

    anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estril y que, en

    cambio, haba llegado al sexto mes de una gestacin donada por

    Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene miedo,

    porque Dios est con ella, dentro de ella. En cierto modo, podemos

    decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Ao de la

    Eucarista- la primera procesin eucarstica de la historia. Mara,

    sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, en la

    que el Seor visit y redimi a su pueblo. La presencia de Jess la

    colma del Espritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel, su

    saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegra en el seno de su

    madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un da

  • deber anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madres.

    Este encuentro, impregnado de la alegra del Espritu, encuentra

    su expresin en el cntico del Magnficat.

    No es esta tambin la alegra de la Iglesia, que acoge sin cesar a

    Cristo en la santa Eucarista y lo lleva al mundo con el testimonio

    de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? S, acoger a

    Jess y llevarlo a los dems es la verdadera alegra del cristiano.

    Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a Mara, un

    alma profundamente eucarstica, y toda nuestra vida podr

    transformarse en un Magnficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 58), en

    una alabanza de Dios. En esta noche, al final del mes de mayo,

    pidamos juntos esta gracia a la Virgen santsima. Imparto a todos

    mi bendicin.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    3-VI-05]

    * * *

    LA ASUNCIN DE MARA

    (ngelus del 15-VIII-05)

    En esta solemnidad de la Asuncin de la Virgen contemplamos el

  • misterio del trnsito de Mara de este mundo al Paraso: podramos

    decir que celebramos su pascua. Como Cristo resucit de entre

    los muertos con su cuerpo glorioso y subi al cielo, as tambin la

    Virgen santsima, a l asociada plenamente, fue elevada a la gloria

    celestial con toda su persona. Tambin en esto la Madre sigui

    ms de cerca a su Hijo y nos precedi a todos nosotros. Junto a

    Jess, nuevo Adn, que es la primicia de los resucitados (cf. 1

    Co 15,20.23), la Virgen, nueva Eva, aparece como figura y

    primicia de la Iglesia (Prefacio), seal de esperanza cierta para

    todos los cristianos en la peregrinacin terrena (cf. Lumen gentium,

    68).

    La fiesta de la Asuncin de la Virgen Mara, tan arraigada en la

    tradicin popular, constituye para todos los creyentes una ocasin

    propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor

    de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad.

    Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morada

    definitiva. Desde all Mara, con su ejemplo, nos anima a aceptar la

    voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones falaces

    de todo lo que es efmero y pasajero, a no ceder ante las

    tentaciones del egosmo y del mal que apagan en el corazn la

    alegra de la vida.

  • [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    19-VIII-05]

    * * *

    LA ASUNCIN DE MARA

    (Homila del 15-VIII-05)

    La fiesta de la Asuncin es un da de

    alegra. Dios ha vencido. El amor ha

    vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto

    de manifiesto que el amor es ms fuerte

    que la muerte, que Dios tiene la verdadera

    fuerza, y su fuerza es bondad y amor.

    Mara fue elevada al cielo en cuerpo y

    alma: en Dios tambin hay lugar para el

    cuerpo. El cielo ya no es para nosotros una

    esfera muy lejana y desconocida. En el

    cielo tenemos una madre. Y la Madre de

    Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. l mismo lo dijo.

    La hizo madre nuestra cuando dijo al discpulo y a todos nosotros:

    He aqu a tu madre. En el cielo tenemos una madre. El cielo

    est abierto; el cielo tiene un corazn.

  • En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magnficat, esta gran

    poesa que brot de los labios, o mejor, del corazn de Mara,

    inspirada por el Espritu Santo. En este canto maravilloso se refleja

    toda el alma, toda la personalidad de Mara. Podemos decir que

    este canto es un retrato, un verdadero icono de Mara, en el que

    podemos verla tal cual es.

    Quisiera destacar slo dos puntos de este gran canto. Comienza

    con la palabra Magnficat: mi alma engrandece al Seor, es

    decir, proclama que el Seor es grande. Mara desea que Dios sea

    grande en el mundo, que sea grande en su vida, que est presente

    en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un

    competidor en nuestra vida, de que con su grandeza pueda

    quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella

    sabe que, si Dios es grande, tambin nosotros somos grandes. No

    oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande:

    precisamente entonces se hace grande con el esplendor de Dios.

    El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contrario

    fue el ncleo del pecado original. Teman que, si Dios era

    demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que deban

    apartar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Esta ha

    sido tambin la gran tentacin de la poca moderna, de los ltimos

  • tres o cuatro siglos. Cada vez ms se ha pensado y dicho: Este

    Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vida con

    todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer;

    queremos ser autnomos, independientes. Sin este Dios nosotros

    seremos dioses, y haremos lo que nos plazca.

    Este era tambin el pensamiento del hijo prdigo, el cual no

    entendi que, precisamente por el hecho de estar en la casa del

    padre, era libre. Se march a un pas lejano, donde malgast su

    vida. Al final comprendi que, en vez de ser libre, se haba hecho

    esclavo, precisamente por haberse alejado de su padre;

    comprendi que slo volviendo a la casa de su padre podra ser

    libre de verdad, con toda la belleza de la vida.

    Lo mismo sucede en la poca moderna. Antes se pensaba y se

    crea que, apartando a Dios y siendo nosotros autnomos,

    siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaramos a ser

    realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin tener

    que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hombre

    no llega a ser ms grande; al contrario, pierde la dignidad divina,

    pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte slo

    en el producto de una evolucin ciega, del que se puede usar y

    abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experiencia

  • de nuestra poca.

    El hombre es grande, slo si Dios es grande. Con Mara debemos

    comenzar a comprender que es as. No debemos alejarnos de

    Dios, sino hacer que Dios est presente, hacer que Dios sea

    grande en nuestra vida; as tambin nosotros seremos divinos:

    tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.

    Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea

    grande entre nosotros, en la vida pblica y en la vida privada. En la

    vida pblica, es importante que Dios est presente, por ejemplo,

    mediante la cruz en los edificios pblicos; que Dios est presente

    en nuestra vida comn, porque slo si Dios est presente tenemos

    una orientacin, un camino comn; de lo contrario, los contrastes

    se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad

    comn. Engrandezcamos a Dios en la vida pblica y en la vida

    privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada da en nuestra

    vida, comenzando desde la maana con la oracin y luego dando

    tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nuestro

    tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro

    tiempo, todo el tiempo se hace ms grande, ms amplio, ms rico.

    Una segunda reflexin. Esta poesa de Mara -el Magnficat- es

  • totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un tejido

    hecho completamente con hilos del Antiguo Testamento, hecho

    de palabra de Dios. Se puede ver que Mara, por decirlo as, se

    senta como en su casa en la palabra de Dios, viva de la palabra

    de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto,

    hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus

    pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran

    las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso

    era tan esplndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

    Mara viva de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra

    de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta

    familiaridad con la palabra de Dios, reciba tambin la luz interior

    de la sabidura. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla

    con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio vlidos para todas las

    cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo,

    bueno; tambin se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios,

    que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

    As, Mara habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a

    conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con

    la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos

    hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura,

  • sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del ao la

    santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre

    a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

    Pero pienso tambin en el Compendio del Catecismo de la Iglesia

    catlica, que hemos publicado recientemente, en el que la palabra

    de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra

    vida, nos ayuda a entrar en el gran templo de la palabra de Dios,

    a aprender a amarla y a impregnarnos, como Mara, de esta

    palabra. As la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para

    juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

    Mara fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios

    es reina del cielo y de la tierra. Acaso as est alejada de

    nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios,

    est muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la

    tierra, slo poda estar cerca de algunas personas. Al estar en

    Dios, que est cerca de nosotros, ms an, que est dentro de

    todos nosotros, Mara participa de esta cercana de Dios. Al estar

    en Dios y con Dios, Mara est cerca de cada uno de nosotros,

    conoce nuestro corazn, puede escuchar nuestras oraciones,

    puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como

    madre -as lo dijo el Seor-, a la que podemos dirigirnos en cada

  • momento. Ella nos escucha siempre, siempre est cerca de

    nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de

    su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos

    de esta Madre, que siempre est cerca de cada uno de nosotros.

    En este da de fiesta demos gracias al Seor por el don de esta

    Madre y pidamos a Mara que nos ayude a encontrar el buen

    camino cada da. Amn.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    19-VIII-05]

  • LA INMACULADA CONCEPCIN

    (Homila del 8-XII-05)

    Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos

    hermanos y hermanas:

    Hace cuarenta aos, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de San

    Pedro, junto a esta baslica, el Papa Pablo VI concluy

    solemnemente el concilio Vaticano II. Haba sido inaugurado, por

  • decisin de Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, entonces fiesta

    de la Maternidad de Mara, y concluy el da de la Inmaculada. Un

    marco mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho ms que

    un marco: es una orientacin de todo su camino. Nos remite, como

    remita entonces a los padres del Concilio, a la imagen de la Virgen

    que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en su

    corazn las palabras que le vienen de Dios y, unindolas como en

    un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2,19.51); nos remite

    a la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos

    de Dios, abandonndose a su voluntad; nos remite a la humilde

    Madre que, cuando la misin del Hijo lo exige, se aparta; y, al

    mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discpulos

    huyen, est al pie de la cruz.

    Pablo VI, en su discurso con ocasin de la promulgacin de la

    constitucin conciliar sobre la Iglesia, haba calificado a Mara

    como tutrix huius Concilii, protectora de este Concilio, y, con

    una alusin inconfundible al relato de Pentecosts, transmitido por

    san Lucas (cf. Hch 1,12-14), haba dicho que los padres se haban

    reunido en la sala del Concilio con Mara, Madre de Jess, y que

    tambin en su nombre saldran ahora.

    Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo

  • sus palabras: Declaramos a Mara santsima Madre de la Iglesia,

    los padres se pusieron espontneamente de pie y aplaudieron,

    rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la

    Madre de la Iglesia. De hecho, con este ttulo el Papa resuma la

    doctrina mariana del Concilio y daba la clave para su comprensin.

    Mara no slo tiene una relacin singular con Cristo, el Hijo de

    Dios, que como hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al estar

    totalmente unida a Cristo, nos pertenece tambin totalmente a

    nosotros. S, podemos decir que Mara est cerca de nosotros

    como ningn otro ser humano, porque Cristo es hombre para los

    hombres y todo su ser es un ser para nosotros.

    Cristo, dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de su

    Cuerpo que es la Iglesia, formando con ella, por decirlo as, un

    nico sujeto vivo. La Madre de la Cabeza es tambin la Madre de

    toda la Iglesia; ella est, por decirlo as, por completo despojada de

    s misma; se entreg totalmente a Cristo, y con l se nos da como

    don a todos nosotros. En efecto, cuanto ms se entrega la persona

    humana, tanto ms se encuentra a s misma.

    El Concilio quera decirnos esto: Mara est tan unida al gran

    misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como

  • lo son ella y Cristo. Mara refleja a la Iglesia, la anticipa en su

    persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la

    Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de

    la salvacin. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamos,

    aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alma.

    El Papa Pablo VI, en el contexto de la promulgacin de la

    constitucin sobre la Iglesia, puso de relieve todo esto mediante un

    nuevo ttulo profundamente arraigado en la Tradicin,

    precisamente con el fin de iluminar la estructura interior de la

    enseanza sobre la Iglesia desarrollada en el Concilio. El Vaticano

    II deba expresarse sobre los componentes institucionales de la

    Iglesia: sobre los obispos y sobre el Pontfice, sobre los

    sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunin y en sus

    relaciones; deba describir a la Iglesia en camino, la cual,

    abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y

    siempre necesitada de purificacin... (Lumen gentium, 8). Pero

    este aspecto petrino de la Iglesia est incluido en el mariano.

    En Mara, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesia de

    un modo no deformado. De ella debemos aprender a convertirnos

    nosotros mismos en almas eclesiales -as se expresaban los

    Padres-, para poder presentarnos tambin nosotros, segn la

  • palabra de san Pablo, inmaculados delante del Seor, tal como

    l nos quiso desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).

    Pero ahora debemos preguntarnos: Qu significa Mara, la

    Inmaculada? Este ttulo tiene algo que decirnos? La liturgia de

    hoy nos aclara el contenido de esta palabra con dos grandes

    imgenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a Mara, la

    Virgen de Nazaret, de la venida del Mesas.

    El saludo del ngel est entretejido con hilos del Antiguo

    Testamento, especialmente del profeta Sofonas. Nos hace

    comprender que Mara, la humilde mujer de provincia, que

    proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en s el gran patrimonio

    sacerdotal de Israel, es el resto santo de Israel, al que hacan

    referencia los profetas en todos los perodos turbulentos y

    tenebrosos. En ella est presente la verdadera Sin, la pura, la

    morada viva de Dios. En ella habita el Seor, en ella encuentra el

    lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita

    en edificios de piedra, sino en el corazn del hombre vivo.

    Ella es el retoo que, en la oscura noche invernal de la historia,

    florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen las

    palabras del salmo: La tierra ha dado su fruto (Sal 67,7). Ella es

  • el vstago, del que deriva el rbol de la redencin y de los

    redimidos. Dios no ha fracasado, como poda parecer al inicio de la

    historia con Adn y Eva, o durante el perodo del exilio babilnico,

    y como pareca nuevamente en el tiempo de Mara, cuando Israel

    se haba convertido en un pueblo sin importancia en una regin

    ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad. Dios

    no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive el

    Israel santo, el resto puro. Dios salv y salva a su pueblo. Del

    tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtindose

    en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. Mara

    es el Israel santo; ella dice s al Seor, se pone plenamente a su

    disposicin, y as se convierte en el templo vivo de Dios.

    La segunda imagen es mucho ms difcil y oscura. Esta metfora,

    tomada del libro del Gnesis, nos habla de una gran distancia

    histrica, que slo con esfuerzo se puede aclarar; slo a lo largo

    de la historia ha sido posible desarrollar una comprensin ms

    profunda de lo que all se refiere. Se predice que, durante toda la

    historia, continuar la lucha entre el hombre y la serpiente, es

    decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. Pero

    tambin se anuncia que el linaje de la mujer un da vencer y

    aplastar la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia que el

  • linaje de la mujer -y en l la mujer y la madre misma- vencer, y

    as, mediante el hombre, Dios vencer. Si junto con la Iglesia

    creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este texto,

    entonces podemos comenzar a comprender qu es el pecado

    original, el pecado hereditario, y tambin cul es la defensa contra

    este pecado hereditario, qu es la redencin.

    Cul es el cuadro que se nos presenta en esta pgina? El

    hombre no se fa de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente,

    abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo de su

    vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y que

    slo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de

    lado; es decir, que slo de este modo podemos realizar

    plenamente nuestra libertad.

    El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una

    dependencia y que necesita desembarazarse de esta dependencia

    para ser plenamente l mismo. El hombre no quiere recibir de Dios

    su existencia y la plenitud de su vida. l quiere tomar por s mismo

    del rbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, de

    hacerse dios, elevndose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a

    la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le

    parece fiable; cuenta nicamente con el conocimiento, puesto que

  • le confiere el poder. Ms que el amor, busca el poder, con el que

    quiere dirigir de modo autnomo su vida. Al hacer esto, se fa de la

    mentira ms que de la verdad, y as se hunde con su vida en el

    vaco, en la muerte.

    Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libertad

    de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tanto, es

    limitada ella misma. Slo podemos poseerla como libertad

    compartida, en la comunin de las libertades: la libertad slo puede

    desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y unos

    para otros. Vivimos como debemos, si vivimos segn la verdad de

    nuestro ser, es decir, segn la voluntad de Dios. Porque la

    voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta desde

    fuera, que lo obliga, sino la medida intrnseca de su naturaleza,

    una medida que est inscrita en l y lo hace imagen de Dios, y as

    criatura libre.

    Si vivimos contra el amor y contra la verdad -contra Dios-,

    entonces nos destruimos recprocamente y destruimos el mundo.

    As no encontramos la vida, sino que obramos en inters de la

    muerte. Todo esto est relatado, con imgenes inmortales, en la

    historia de la cada original y de la expulsin del hombre del

    Paraso terrestre.

  • Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sinceramente

    sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia, debemos decir

    que con este relato no slo se describe la historia del inicio, sino

    tambin la historia de todos los tiempos, y que todos llevamos

    dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar

    reflejado en las imgenes del libro del Gnesis. Esta gota de

    veneno la llamamos pecado original.

    Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepcin brota en

    nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada,

    en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensin

    dramtica de ser autnomos; que la libertad de decir no, el bajar a

    las tinieblas del pecado y querer actuar por s mismos forma parte

    del verdadero hecho de ser hombres; que slo entonces se puede

    disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de

    ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; que

    debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para

    llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra,

    pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al

    menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensamos

    que Mefistfeles -el tentador- tiene razn cuando dice que es la

    fuerza que siempre quiere el mal y siempre obra el bien (Johann

  • Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco

    con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo

    est bien, e incluso que es necesario.

    Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es as,

    es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre, sino

    que lo envilece y lo humilla; no lo hace ms grande, ms puro y

    ms rico, sino que lo daa y lo empequeece. En el da de la

    Inmaculada debemos aprender ms bien esto: el hombre que se

    abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un

    ttere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su

    libertad. Slo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios

    encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la

    libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace

    ms pequeo, sino ms grande, porque gracias a Dios y junto con

    l se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente l

    mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de

    los dems, retirndose a su salvacin privada; al contrario, slo

    entonces su corazn se despierta verdaderamente y l se

    transforma en una persona sensible y, por tanto, benvola y

    abierta.

    Cuanto ms cerca est el hombre de Dios, tanto ms cerca est de

  • los hombres. Lo vemos en Mara. El hecho de que est totalmente

    en Dios es la razn por la que est tambin tan cerca de los

    hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de toda

    ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden

    osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo

    comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bondad

    creativa.

    En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue

    la oveja perdida hasta las montaas y hasta los espinos y abrojos

    de los pecados de este mundo, dejndose herir por la corona de

    espinas de estos pecados, para tomar a la oveja sobre sus

    hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, Mara

    es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y as

    vemos que tambin la imagen de la Dolorosa, de la Madre que

    comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la

    Inmaculada. Su corazn, mediante el ser y el sentir con Dios, se

    ensanch. En ella, la bondad de Dios se acerc y se acerca mucho

    a nosotros. As, Mara est ante nosotros como signo de consuelo,

    de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: Ten la

    valenta de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de l. Ten la

    valenta de arriesgar con la fe. Ten la valenta de arriesgar con la

  • bondad. Ten la valenta de arriesgar con el corazn puro.

    Compromtete con Dios; y entonces vers que precisamente as tu

    vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de

    infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota

    jams.

    En este da de fiesta queremos dar gracias al Seor por el gran

    signo de su bondad que nos dio en Mara, su Madre y Madre de la

    Iglesia. Queremos implorarle que ponga a Mara en nuestro

    camino como luz que nos ayude a convertirnos tambin nosotros

    en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Amn.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    16-XII-05]

    * * *

    HOMENAJE A LA INMACULADA

    (Roma, Plaza de Espaa, 8-XII-05)

    En este da dedicado a Mara he venido, por primera vez como

    Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aqu, en

    la plaza de Espaa, recorriendo idealmente la peregrinacin que

    han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que me

  • acompaa la devocin y el afecto de la Iglesia que vive en esta

    ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los anhelos

    y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y vengo a

    depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor.

    En este da singular, que recuerda el 40 aniversario de la clausura

    del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de

    diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homila de

    la celebracin eucarstica en la plaza de San Pedro, el siervo de

    Dios Pablo VI dirigi su pensamiento a la Virgen, la Madre de

    Dios y la Madre espiritual nuestra, (...) la criatura en la cual se

    refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbacin,

    como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas. El

    Papa afirm tambin: As, fijando nuestra mirada en esta mujer

    humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Madre y

    Reina nuestra, espejo ntido y sagrado de la infinita Belleza, puede

    (...) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, esa

    belleza de Mara Inmaculada se convierte para nosotros en un

    modelo inspirador, en una esperanza confortadora. Y conclua:

    As lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nuestro

    saludo ms expresivo, y, Dios lo quiera, el ms eficaz. Pablo VI

    proclam a Mara Madre de la Iglesia y le encomend con vistas

  • al futuro la fecunda aplicacin de las decisiones conciliares.

    Recordando los numerosos acontecimientos que han marcado los

    cuarenta aos transcurridos, cmo no revivir hoy los diversos

    momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en este

    perodo? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decenios a

    los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en su

    exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Iglesia

    hacia la fiel comprensin y aplicacin de los documentos

    conciliares. Por eso, hacindome portavoz de toda la comunidad

    eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santsima y dirigirme a

    ella con los mismos sentimientos que animaron a los padres

    conciliares, los cuales dedicaron precisamente a Mara el ltimo

    captulo de la constitucin dogmtica Lumen gentium, subrayando

    la relacin inseparable que une a la Virgen con la Iglesia.

    S, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nuestra

    amadsima, tu intercesin en favor de la Iglesia. T, que abrazando

    sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus

    energas a la persona y a la obra de tu Hijo, ensanos a guardar

    en nuestro corazn y a meditar en silencio, como hiciste t, los

    misterios de la vida de Cristo.

  • T, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundamente

    a tu Hijo, que en la cruz te don como madre al discpulo Juan, haz

    que siempre te sintamos tambin cerca de nosotros en cada

    instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscuridad

    y de prueba.

    T, que en Pentecosts, junto con los Apstoles en oracin,

    imploraste el don del Espritu Santo para la Iglesia naciente,

    aydanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A ti

    dirigimos nuestra mirada con confianza, como seal de

    esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el da del

    Seor (Lumen gentium, 68).

    A ti, Mara, te invocan con insistente oracin los fieles de todas las

    partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los ngeles

    y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, hasta el

    momento en que todas las familias de los pueblos, los que se

    honran con el nombre de cristianos, as como los que todava no

    conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y

    concordia en el nico pueblo de Dios, para gloria de la santsima e

    indivisible Trinidad (ib., 69). Amn.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

  • 16-XII-05]

    MARA, EJEMPLO DE CARIDAD

    (De la Encclica "Deus critas est", 25-XII-05)

    40. Contemplemos, por ltimo, a los santos, a quienes han ejercido

    de modo ejemplar la caridad. (...)

    41. Entre los santos, sobresale Mara, Madre del Seor y espejo de

    toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra comprometida en

    un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneci

  • unos tres meses (Lc 1,56) para atenderla durante la fase final

    del embarazo. Magnificat anima mea Dominum, -proclama mi

    alma la grandeza del Seor (Lc 1,46)-, dice con ocasin de esta

    visita, y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse

    a s misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien

    encuentra tanto en la oracin como en el servicio al prjimo; slo

    entonces el mundo se hace bueno. Mara es grande precisamente

    porque quiere enaltecer a Dios y no a s misma. Ella es humilde:

    no quiere ser sino la sierva del Seor (cf. Lc 1,38.48). Sabe que

    contribuye a la salvacin del mundo, no con una obra suya, sino

    slo ponindose plenamente a disposicin de la iniciativa de Dios.

    Es una mujer de esperanza: slo porque cree en las promesas de

    Dios y espera la salvacin de Israel, el ngel puede presentarse a

    ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de

    fe: Dichosa t, que has credo!, le dice Isabel (Lc 1,45).

    El Magnficat -un retrato de su alma, por decirlo as- est

    completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada

    Escritura, de la Palabra de Dios. As se pone de relieve que la

    Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale

    y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de

    Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra

  • nace de la Palabra de Dios. Adems, as se pone de manifiesto

    que sus pensamientos estn en sintona con el pensamiento de

    Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar ntimamente

    penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de

    la Palabra encarnada. Mara es, en fin, una mujer que ama.

    Cmo podra ser de otro modo? Como creyente, que en la fe

    piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de

    Dios, no puede ser ms que una mujer que ama.

    Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos

    evanglicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que

    en Can se percata de la necesidad en la que se encuentran los

    esposos, y la hace presente a Jess. Lo vemos en la humildad con

    que acepta ser como olvidada en el perodo de la vida pblica de

    Jess, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva

    familia y que la hora de la Madre llegar solamente en el momento

    de la cruz, que ser la verdadera hora de Jess (cf. Jn 2,4; 13,1).

    Entonces, cuando los discpulos hayan huido, ella permanecer al

    pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27); ms tarde, en el momento de

    Pentecosts, sern ellos los que se agrupen en torno a ella en

    espera del Espritu Santo (cf. Hch 1,14).

    42. La vida de los santos no comprende slo su biografa terrena,

  • sino tambin su vida y actuacin en Dios despus de la muerte. En

    los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los

    hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nadie lo

    vemos mejor que en Mara. La palabra del Crucificado al discpulo

    -a Juan y, por medio de l, a todos los discpulos de Jess: Ah

    tienes a tu madre (Jn 19,27)- se hace de nuevo verdadera en

    cada generacin. Mara se ha convertido efectivamente en Madre

    de todos los creyentes. A su bondad materna, as como a su

    pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los

    tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y

    esperanzas, en sus alegras y sufrimientos, en su soledad y en su

    convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad;

    experimentan el amor inagotable que derrama desde lo ms

    profundo de su corazn.

    Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos los

    continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de aquel

    amor puro que no se busca a s mismo, sino que sencillamente

    quiere el bien. La devocin de los fieles muestra al mismo tiempo

    la intuicin infalible de cmo es posible este amor: se alcanza

    merced a la unin ms ntima con Dios, en virtud de la cual se est

    impregnado totalmente de l, una condicin que permite a quien ha

  • bebido en el manantial del amor de Dios convertirse l mismo en

    un manantial del que manarn torrentes de agua viva (Jn 7,38).

    Mara, la Virgen, la Madre, nos ensea qu es el amor, dnde tiene

    su origen y de dnde le viene su fuerza siempre nueva. A ella

    confiamos la Iglesia, su misin al servicio del amor:

    Santa Mara, Madre de Dios,

    t has dado al mundo la verdadera luz,

    Jess, tu Hijo, el Hijo de Dios.

    Te has entregado por completo

    a la llamada de Dios

    y te has convertido as en fuente

    de la bondad que mana de l.

    Mustranos a Jess. Guanos hacia l.

    Ensanos a conocerlo y amarlo,

    para que tambin nosotros

    seamos capaces

    de un verdadero amor

    y ser fuentes de agua viva

    en medio de un mundo sediento.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    27-I-06]

  • LA ANUNCIACIN DEL SEOR

    (Homila del 25-III-06)

    Seores cardenales y patriarcas; venerados hermanos en el

    episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:

    Es para m motivo de gran alegra presidir esta concelebracin con

    los nuevos cardenales, despus del consistorio de ayer, y

    considero providencial que se realice en la solemnidad litrgica de

    la Anunciacin del Seor y bajo el sol que el Seor nos da. En

    efecto, en la encarnacin del Hijo de Dios reconocemos los

    comienzos de la Iglesia. De all proviene todo. Cada realizacin

    histrica de la Iglesia y tambin cada una de sus instituciones

    deben remontarse a aquel Manantial originario. Deben remontarse

  • a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es l a quien siempre

    celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio del

    cual se ha cumplido la voluntad salvfica de Dios Padre. Y, sin

    embargo (precisamente hoy contemplamos este aspecto del

    Misterio) el Manantial divino fluye por un canal privilegiado: la

    Virgen Mara. Con una imagen elocuente san Bernardo habla, al

    respecto, de aquaeductus (acueducto) (cf. Sermo in Nativitate B.

    V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar la encarnacin

    del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella se

    dirigi el anuncio anglico; ella lo acogi y, cuando desde lo ms

    hondo del corazn respondi: He aqu la esclava del Seor;

    hgase en m segn tu palabra (Lc 1,38), en ese momento el

    Verbo eterno comenz a existir como ser humano en el tiempo.

    De generacin en generacin sigue vivo el asombro ante este

    misterio inefable. San Agustn, imaginando que se diriga al ngel

    de la Anunciacin, pregunta: Dime, oh ngel, por qu ha

    sucedido esto en Mara?. La respuesta, dice el mensajero, est

    contenida en las mismas palabras del saludo: Algrate, llena de

    gracia (cf. Sermo 291,6). De hecho, el ngel, entrando en su

    presencia, no la llama por su nombre terreno, Mara, sino por su

    nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siempre:

  • Llena de gracia (gratia plena), que en el original griego es

    kecharitomne, llena de gracia, y la gracia no es ms que el

    amor de Dios; por eso, en definitiva, podramos traducir esa

    palabra as: amada por Dios (cf. Lc 1,28).

    Orgenes observa que semejante ttulo jams se dio a un ser

    humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sagrada

    Escritura (cf. In Lucam 6,7). Es un ttulo expresado en voz pasiva,

    pero esta pasividad de Mara, que desde siempre y para

    siempre es la amada por el Seor, implica su libre

    consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amada, al

    recibir el don de Dios, Mara es plenamente activa, porque acoge

    con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se derrama

    en ella. Tambin en esto ella es discpula perfecta de su Hijo, el

    cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre y

    precisamente obedeciendo ejercita su libertad.

    En la segunda lectura hemos escuchado la estupenda pgina en la

    que el autor de la carta a los Hebreos interpreta el salmo 39

    precisamente a la luz de la encarnacin de Cristo: Cuando Cristo

    entr en el mundo dijo: (...) "Aqu estoy, oh Dios, para hacer tu

    voluntad" (Hb 10,5-7). Ante el misterio de estos dos Aqu estoy,

    el Aqu estoy del Hijo y el Aqu estoy de la Madre, que se

  • reflejan uno en el otro y forman un nico Amn a la voluntad de

    amor de Dios, quedamos asombrados y, llenos de gratitud,

    adoramos.

    Qu gran don, hermanos, poder realizar esta sugestiva

    celebracin en la solemnidad de la Anunciacin del Seor! Cunta

    luz podemos recibir de este misterio para nuestra vida de ministros

    de la Iglesia! En particular vosotros, queridos nuevos cardenales,

    qu apoyo podris tener para vuestra misin de eminente

    Senado del Sucesor de Pedro!

    Esta coincidencia providencial nos ayuda a considerar el

    acontecimiento de hoy, en el que resalta de modo particular el

    principio petrino de la Iglesia, a la luz de otro principio, el mariano,

    que es an ms originario y fundamental. La importancia del

    principio mariano en la Iglesia fue puesta de relieve de modo

    particular, despus del Concilio, por mi amado predecesor el Papa

    Juan Pablo II, coherentemente con su lema Totus tuus. En su

    enfoque espiritual y en su incansable ministerio resultaba evidente

    a los ojos de todos la presencia de Mara como Madre y Reina de

    la Iglesia.

    Esta presencia materna la sinti ms que nunca en el atentado del

  • 13 de mayo de 1981, aqu, en la plaza de San Pedro. Como

    recuerdo de aquel trgico suceso, quiso que dominara la plaza de

    San Pedro, desde lo alto del palacio apostlico, un mosaico con la

    imagen de la Virgen, para acompaar los momentos culminantes y

    la trama ordinaria de su largo pontificado, que hace precisamente

    un ao entraba en su ltima fase, dolorosa y al mismo tiempo

    triunfal, verdaderamente pascual.

    El icono de la Anunciacin, mejor que cualquier otro, nos permite

    percibir con claridad cmo todo en la Iglesia se remonta a ese

    misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Espritu

    Santo, se sell de modo perfecto la alianza entre Dios y la

    humanidad. Todo en la Iglesia, toda institucin y ministerio, incluso

    el de Pedro y sus sucesores, est puesto bajo el manto de la

    Virgen, en el espacio lleno de gracia de su s a la voluntad de

    Dios. Se trata de un vnculo que en todos nosotros tiene

    naturalmente una fuerte resonancia afectiva, pero que tiene, ante

    todo, un valor objetivo. En efecto, entre Mara y la Iglesia existe un

    vnculo connatural, que el concilio Vaticano II subray fuertemente

    con la feliz decisin de poner el tratado sobre la santsima Virgen

    como conclusin de la constitucin Lumen gentium sobre la Iglesia.

    El tema de la relacin entre el principio petrino y el mariano

  • podemos encontrarlo tambin en el smbolo del anillo, que dentro

    de poco os entregar. El anillo es siempre un signo nupcial. Casi

    todos vosotros ya lo habis recibido el da de vuestra ordenacin

    episcopal, como expresin de fidelidad y de compromiso de

    custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la

    ordenacin de los obispos). El anillo que hoy os entrego, propio de

    la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho

    compromiso partiendo, una vez ms, de un don nupcial, que os

    recuerda que estis ante todo ntimamente unidos a Cristo, para

    cumplir la misin de esposos de la Iglesia.

    Por tanto, que recibir el anillo sea para vosotros como renovar

    vuestro s, vuestro aqu estoy, dirigido al mismo tiempo al

    Seor Jess, que os ha elegido y constituido, y a su santa Iglesia,

    a la que estis llamados a servir con amor esponsal. As pues, las

    dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, coinciden en lo

    que constituye la plenitud de ambas, es decir, en el valor supremo

    de la caridad, el carisma superior, el camino ms excelente,

    como escribe el apstol san Pablo (1 Co 12,31; 13,13).

    Todo pasa en este mundo. En la eternidad, slo el Amor

    permanece. Por eso, hermanos, aprovechando el tiempo propicio

    de la Cuaresma, esforcmonos por verificar que todas las cosas,

  • tanto en nuestra vida personal como en la actividad eclesial en la

    que estamos insertados, estn impulsadas por la caridad y tiendan

    a la caridad. Para ello, nos ilumina tambin el misterio que hoy

    celebramos. En efecto, lo primero que hizo Mara despus de

    acoger el mensaje del ngel fue ir con prontitud a casa de su

    prima Isabel para prestarle su servicio (cf. Lc 1,39). La iniciativa de

    la Virgen brot de una caridad autntica, humilde y valiente,

    movida por la fe en la palabra de Dios y por el impulso interior del

    Espritu Santo. Quien ama se olvida de s mismo y se pone al

    servicio del prjimo.

    He aqu la imagen y el modelo de la Iglesia. Toda comunidad

    eclesial, como la Madre de Cristo, est llamada a acoger con plena

    disponibilidad el misterio de Dios que viene a habitar en ella y la

    impulsa por las sendas del amor. Este es el camino por el que he

    querido comenzar mi pontificado, invitando a todos, con mi primera

    encclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como comunidad de

    amor (cf. Deus caritas est, segunda parte). Al buscar esta

    finalidad, venerados hermanos cardenales, vuestra cercana

    espiritual y activa es para m un gran apoyo y consuelo. Os doy las

    gracias por ello, a la vez que os invito a todos, sacerdotes,

    diconos, religiosos y laicos, a unirnos en la invocacin del Espritu

  • Santo, a fin de que la caridad pastoral del Colegio de cardenales

    sea cada vez ms ardiente, para ayudar a toda la Iglesia a irradiar

    en el mundo el amor de Cristo, para alabanza y gloria de la

    santsima Trinidad. Amn.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    31-III-06]

    * * *

    DISCURSO AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO

    EN EL SANTUARIO ROMANO DEL AMOR DIVINO (1-V-06)

    Queridos hermanos y hermanas: (...)

    Hemos rezado el santo rosario, recorriendo los cinco misterios

    gozosos, que nos han ayudado a revivir en nuestro corazn los

    inicios de nuestra salvacin, desde la concepcin de Jess por

    obra del Espritu Santo en el seno de la Virgen Mara hasta el

    misterio del Nio Jess, a los doce aos, perdido y encontrado en

    el templo de Jerusaln mientras escuchaba e interrogaba a los

    doctores.

    Hemos repetido y hecho nuestras las palabras del ngel: Dios te

    salve, Mara, llena de gracia, el Seor est contigo y tambin la

  • exclamacin con que santa Isabel acogi a la Virgen, que haba

    acudido prontamente a su casa para ayudarle y servirle: Bendita

    t eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!.

    Hemos contemplado la fe dcil de Mara, que se fa sin reservas de

    Dios y se pone totalmente en sus manos. Tambin nos hemos

    acercado, como los pastores, al Nio Jess recostado en el

    pesebre y hemos reconocido y adorado en l al Hijo eterno de Dios

    que, por amor, se ha hecho nuestro hermano y as tambin nuestro

    nico Salvador.

    Juntamente con Mara y Jos, tambin nosotros hemos entrado en

    el templo para ofrecer a Dios al Nio y cumplir el rito de la

    purificacin; y aqu el anciano Simen, con sus palabras, nos ha

    anticipado la salvacin, pero tambin la contradiccin y la cruz, la

    espada que, bajo la cruz del Hijo, traspasara el alma de la Madre y

    precisamente as la har no slo madre de Dios sino tambin

    nuestra madre comn.

    Queridos hermanos y hermanas, en este santuario veneramos a

    Mara santsima con el ttulo de Virgen del Amor Divino. As queda

    plenamente de manifiesto el vnculo que une a Mara con el

    Espritu Santo, ya desde el inicio de su existencia, cuando en su

  • concepcin, el Espritu, el Amor eterno del Padre y del Hijo, hizo de

    ella su morada y la preserv de toda sombra de pecado; luego,

    cuando por obra del mismo Espritu concibi en su seno al Hijo de

    Dios; despus, tambin a lo largo de toda su vida, durante la cual,

    con la gracia del Espritu, se cumpli en plenitud la exclamacin de

    Mara: He aqu la esclava del Seor; y, por ltimo, cuando, con

    la fuerza del Espritu Santo, Mara fue llevada a los cielos con toda

    su humanidad concreta para estar junto a su Hijo en la gloria de

    Dios Padre.

    Mara -escrib en la encclica Deus caritas est- es una mujer que

    ama. Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de

    Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser ms que una

    mujer que ama (n. 41). S, queridos hermanos y hermanas, Mara

    es el fruto y el signo del amor que Dios nos tiene, de su ternura y

    de su misericordia. Por eso, juntamente con nuestros hermanos en

    la fe de todos los tiempos y lugares, recurrimos a ella en nuestras

    necesidades y esperanzas, en las vicisitudes alegres y dolorosas

    de la vida. Mi pensamiento va, en este momento, con profunda

    participacin, a la familia de la isla de Ischia, afectada por la

    desgracia que aconteci ayer.

    Con el mes de mayo aumenta el nmero de los que, desde las

  • parroquias de Roma y tambin desde muchos otros sitios, vienen

    aqu en peregrinacin para orar y para gozar de la belleza y de la

    serenidad de estos lugares, que ayuda a descansar. As pues,

    desde aqu, desde este santuario del Amor Divino esperamos una

    fuerte ayuda y un apoyo espiritual para la dicesis de Roma, para

    m, su Obispo, y para los dems obispos colaboradores mos, para

    los sacerdotes, para las familias, para las vocaciones, para los

    pobres, para los que sufren y los enfermos, para los nios y los

    ancianos, para toda la nacin italiana.

    En especial, esperamos la fuerza interior para cumplir el voto que

    hicieron los romanos el 4 de junio de 1944, cuando pidieron

    solemnemente a la Virgen del Amor Divino que esta ciudad fuera

    preservada de los horrores de la guerra, y fueron escuchados: el

    voto y la promesa de corregir y mejorar su conducta moral, para

    hacerla ms conforme a la del Seor Jess.

    Tambin hoy es necesaria la conversin a Dios, a Dios Amor, para

    que el mundo se vea libre de las guerras y del terrorismo. Nos lo

    recuerdan, por desgracia, las vctimas, como los militares que

    murieron el jueves pasado en Nassiriya, Irak, a los que

    encomendamos a la maternal intercesin de Mara, Reina de la

    paz.

  • Por tanto, queridos hermanos y hermanas, desde este santuario de

    la Virgen del Amor Divino renuevo la invitacin que hice en la

    encclica Deus caritas est (n. 39): vivamos el amor y as hagamos

    entrar la luz de Dios en el mundo. Amn.

    [L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del

    5-V-06]

    * * *

    EN LA ESCUELA DE MARA

    A los religiosos, seminaristas y movimientos eclesiales

    (Czestochowa, 26 de mayo de 2006)

    Queridos religiosos, religiosas, personas consagradas, todos

  • vosotros que, movidos por la voz de Jess, lo habis seguido por

    amor; queridos seminaristas, que os estis preparando para el