Viento de Sangre - Charles Grant

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    En este nuevo misterio sin resolver, Mulder y Scully, los dos agentes de FBI

    destinados a la investigacin de fenmenos paranormales, deben trasladarse

    a Nuevo Mxico, donde varias personas han aparecido muertas en anmalas

    circunstancias. Todos los cadveres se hallan despellejados y entre losrestos se detectan pequeas piedras y material vegetal.

    Las sospechas apuntan a una reserva india que, por su situacin tras unos

    montes conocidos como Viento de Sangre, se encuentra prcticamente

    incomunicada del mundo.

    El hermetismo de la comunidad india supondr un obstculo casi insalvable.

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    Charles Grant

    Viento de sangreExpediente X - 2

    ePub r1.0

    Etriol31.10.2013

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    Ttulo original: WhirlwindCharles Grant, 1995Traduccin: Jos ArconadaIlustraciones: Camino StaRetoque de portada: Talizorah

    Editor digital: Etriol

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    Para Kathryn Ptacek.

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    Agradecimientos

    Mi agradecimiento y estima a las personas que han tenido que escucharme,

    orientarme y aguantarme durante los ltimos meses:A Caitlin Blesdell, quien, por razones que slo ella conoce, soporta todas mis

    llamadas y nunca me ha dicho que deje de darle la paliza y me dedique a mis asuntos.Al doctor Steve Nesheim, por los detalles maravillosamente horripilantes y por

    todas las posibilidades que entraaron.A Wendy Webb, enfermera, jefa de redaccin, por recoger esos detalles y lograr

    que parecieran interesantes.A Geoffrey Marsh, por haber tenido la amabilidad de prestarme a los indios

    konochinos para mis propios y dudosos propsitos.A la Conspiracin Jersey, como siempre, porque me proveyeron de ms cadveres

    de los que esta vez poda llegar a utilizar, adems de un borracho.Y a Robert E. Vardeman, quien nunca deja de recordarme lo bueno que es tener

    amigos en lugares lejanos.

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    Haca un sol de justicia y el viento soplaba incesantemente. Annie Hatch sehallaba a solas en el porche de su casa, acaricindose distradamente el abdomenmientras resolva qu hacer. El sol del medioda la obligaba a entornar los ojos y la

    temperatura rozaba ya los 33 grados.Sintiendo el viento que barra el desrtico altiplano dese por primera vez en

    mucho tiempo estar de nuevo en California.El viento ululaba suavemente entre los matorrales y le susurraba algo al odo.Aunque quiz pens, slo oyes cosas porque eres una vieja chiflada.Tras una fugaz sonrisa y un corto suspiro, tom aire lenta y profundamente,

    absorbiendo el calor, el olor a pino y, tan leve que bien podra estar slo en suimaginacin, un tenue aroma de enebro.

    Viento o no, voces o no, aquello era en definitiva mucho mejor que Hollywood.Fue all donde Burt y ella amasaron su fortuna haca ya tantos aos que quiz

    fuera un sueo; all donde por fin se haban establecido, y eso s que no era un sueo.La melancola la oblig a cerrar los ojos un instante. La viudedad no estaba

    siendo fcil, ni siquiera despus de quince aos. Con demasiada frecuencia tena laimpresin de orlo volver del establo que haban construido detrs de la casa o silbaruna cancin mientras manipulaba el generador, o de sentir su aliento en la nuca.

    Tambin eso era efecto del viento.

    Basta mascull entre dientes, y camin con impaciencia hasta el extremo delporche, se asom por encima de la baranda de madera toscamente desbastada y mirhacia el establo. Dio dos silbidos agudos y fuertes y solt una silenciosa risita al orlas blasfemias de Nando, quien de modo tan poco sutil le comunicaba que an nohaba terminado de ensillar aDiamantey que si pretenda que acabase pisoteado porel animal.

    Instantes despus lo vio aparecer en el vano de la puerta, con las manos apoyadasen la cintura, mirndola con expresin de enfado bajo la sombra de su desgastadoStetson.

    Ella lo salud con un alegre gesto de bienvenida al que l respondi con undisgustado manotazo al aire antes de desaparecer de nuevo.

    Qu mala eres! dijo una voz suave a sus espaldas.Annie se volvi rindose.A l le encanta, Sil, y t lo sabes.Silvia Quintodo le dirigi una mirada de escepticismo que mantuvo todo el

    tiempo que pudo. A continuacin le sonri, meneando la cabeza como quien seenfrenta con una nia demasiado angelical para merecer castigo alguno. Era unamujer oronda de rostro y figura, de piel casi cobriza y ojos grandes del color de una

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    noche estrellada; tena el pelo negro y liso y lo llevaba siempre atado en una cola quele colgaba a la espalda. Aqul, como todos los das, luca un vestido blanco y sencilloque la cubra hasta un palmo por debajo de las rodillas, y botas de piel y color devenado.

    Otra vez mirando as dijo con tono de blanda reprimenda.

    Annie parpade.De verdad? Lo siento. Estaba distrada. Baj la mirada hacia los tablones

    del suelo, deteriorados por la intemperie. Supongo que hoy siento la edad quetengo.

    Silvia entorn los ojos como quien dice: No, por favor, otra vez no, y entr denuevo en la casa para preparar el almuerzo un poco antes que otros das.

    Annie le agradeci sin palabras que no alimentara su autocompasin. A decirverdad, saba que no estaba tan mal para ser una seora de sesenta y un aos. La

    angostura del rostro acentuaba el verde de los ojos y la oscuridad de unos labiosmoderadamente gruesos; las arrugas se deban ms al sol que a la edad. Tena elcabello discretamente cano, corto y peinado hacia atrs por encima de las orejas.Prctico y sin embargo encantador. Y su figura era estilizada hasta un punto que, pesea su edad haca volver ms de una cabeza cada vez que conduca hasta la ciudad o aSanta Fe. Y eso era un blsamo para su ego.

    Increble pens. Es peor de lo que imaginaba.Tena uno de esos das que se le metan adentro de vez en cuando, das en los que

    Burt le haca tanta falta que la aoranza le quemaba. Nunca suceda por algo enparticular, por algn detalle que desatara los recuerdos. Suceda y punto. Como hoy.Y el nico remedio era montar a Diamante, no olvidar la cantimplora y cabalgarhacia el desierto.

    Y tal vez, si reuna el coraje suficiente, llegar hasta la Mesa.Seguro pens, y maana cuando me despierte encontrar a Burt tendido a

    mi lado.La sobresalt un resoplido a su espalda.Se volvi con rapidez justo cuandoDiamanteadelantaba la cabeza por encima de

    la baranda, de modo que le dio con el morro en el estmago y la empuj un pasohacia atrs.

    Oye, t! Exclam con tono de risuea amonestacin. A ver si te quedasquieto, burro!

    Diamanteestaba ya ensillado y embridado. Era un caballo negro de poca alzadacon una mancha en la frente que sugera la forma de un diamante. Nando estaba a sulado, sonriente, una mano apoyada en la grupa del animal y el manchado sombreromarrn echado hacia atrs.

    Te est bien empleado coment cariosamente. De no ser por las mechas

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    grises que le poblaban la cabeza y la nariz, ancha y ordinaria, rota en demasiadasocasiones como para que se le considerase apuesto, parecera el gemelo de Silvia, enlugar de su marido. Los que no lo conocan lo tomaban por boxeador o marineretirado, por cualquier cosa antes que por el capataz de un rancho ganadero endeclive.

    Annie hizo como si no hubiera reparado en su desplante. Se ajust el sombrero depaja, se at la cinta bajo la barbilla y salt por encima de la baranda con agilidad. Acontinuacin asi las riendas y se sent en la silla con un suave balanceo. Sloentonces se dign a mirar al capataz.

    No est mal para una anciana, eh?

    El da que sea usted una anciana, seora[1]replic Nando solemnemente,yo dejar de palear mierda de caballo para ganarme la vida y me ir a venderturquesas falsas a los turistas de Santa Fe.

    Diamante agit la crin con impaciencia. Una corriente de aire caliente les hizovolver la mirada, pero no sin que la mujer alcanzara a ver la expresin de Nando.Cuando ste volvi a mirarla lo hizo con expresin sombra.

    Est hablando.Yo no sabra decirlo.Nando mene la cabeza lentamente, no del todo triste.S que sabra. Usted siempre lo sabe.Annie asi las riendas con gesto de irritacin.Yo de eso no s nada, Nando. Estaba a punto de espolear aDiamantecuando

    Nando le dio una palmadita en la pierna. Qu pasa ahora?Nando se llev la mano a los bolsillos traseros del pantaln y sac una

    cantimplora. Sonrea de nuevo.Donde no hay lluvia no hay agua dijo, y meti el envase en las alforjas.Annie se lo agradeci con un gesto seco de la cabeza y guio a Diamantepor el

    ardn lateral hasta una abertura en la cerca de tablas que haba pintado de blanco elao anterior. Una vez estuvo al otro lado de la cerca, continu bordendola hastallegar al frente de la propiedad, observando el csped del jardn vallado. Todo sesecaba. Todo.

    Pese al sistema de riego subterrneo extraordinariamente caro, que su difuntoesposo haba instalado con sus propias manos y conectado a uno de los profundospozos del rancho, era raro que la hierba sobreviviera intacta todo el verano. Con todo,pens mientras dejaba la finca atrs, ineficaz o no, era mejor que nada. Al menos elcsped era verde y estaba vivo.

    Ya est bien! le espet a la sombra que cabalgaba a su lado. Ya basta,Annie. Ya basta repiti. La mano derecha sostena dbilmente las riendas, laizquierda descansaba en el muslo y temblaba.

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    No le hizo caso, y se concentr en el paisaje ondulante que se extenda ante susojos, buscando sistemticamente los daos que el viento o las inundaciones habaninfligido en los angostos puentes de madera que Burt y Nando haban construidosobre los diversos arroyos que surcaban serpenteantes las mil seiscientas hectreas.Annie miraba una y otra vez a la derecha, hacia la parda colina que ocultaba el sol

    cada maana. Como la raz nudosa de un rbol aoso y distante, la colina flanqueabala carretera recin asfaltada que conduca por el este a la interestatal, y por el oeste ala Mesa. A la reserva. Desde donde estaba no poda verla.

    La colina interceptaba la carretera a un kilmetro de all; en ese lugar era alta y sehallaba cubierta de arbustos espinosos y matas de hierba filosa y cortante; todava allla jalonaban grandes piedras pardas y pedruscos semienterrados. Era como una tapiaque dejase fuera el resto del mundo, o que mantuviese a los konochinos encerrados.Sin embargo, haba quienes no la encontraban lo bastante alta ni fuerte.

    Haban salido de all para ver qu aspecto tena el mundo exterior, para descubrirqu ofreca el mundo aparte de una vida en una reserva. Para ella haba consistido enBurt y una breve pero lucrativa carrera en Hollywood; para otros, desgraciadamente,slo prejuicios y dolor y, en ltima instancia, una tumba demasiado lejos de casa.

    Diamantehizo un abrupto corcoveo para obligarla a prestar atencin, a buscar enel suelo seales de serpientes de cascabel. A esa hora ya deban de estar por ah elsol estaba alto y calentaba lo suficiente y podan encontrarse enroscadas yacechantes bajo cualquier piedra.

    Pero no hall ninguna, y se extra de que el caballo diera saltos y caracoleospara indicarle que no le entusiasmaba la idea de acercarse al flanco de la colina quedaba a los terrenos del rancho. Fue entonces cuando vio los buitres. Eran cinco ysobrevolaban en crculo la carretera de doble carril. Annie solt una maldicin yespole al caballo para llevarlo en esa direccin. Apenas le quedaba ganado; habanvendido casi todas las reses poco despus de la muerte de Burt y desde entonces raravez decida reponer las cabezas que iban perdiendo. De vez en cuando alguna lograbacruzar la cerca de espinos que delimitaba sus pastizales, resbalaba y caa al fondo deuna quebrada; en ocasiones la mataba una serpiente; y otras veces sencillamente noencontraba agua ni alimento y, dndolo todo por perdido, se echaban a morir.

    Annie vio una furgoneta aparcada en el arcn junto al extremo ms apartado de lacerca que se extenda en paralelo al asfalto. El aire recalentado sobre el pavimentoproduca ondulaciones fantasmales que distorsionaban la figura del vehculo.

    A ti qu te parece? pregunt aDiamante. Sern turistas?El desierto que se abra ms all de Sierra Sanda era hermoso a su modo duro y

    desolado; los destellos de color tanto ms bellos cuanto ms raros. Su bellezaconstitua tambin una trampa. No era raro que algn turista desaprensivo aparcara aun lado de la carretera para caminar un poco o para estirar las piernas y admirar el

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    paisaje; tampoco era infrecuente que el calor y las engaosas distancias se aliaranpara extraviarlo. Si al principio poda ver todo cuanto lo rodeaba, un instante despuspoda encontrarse solo. A veces le era imposible regresar.

    Al cabo de unos veinte metrosDiamantese detuvo en seco.Venga! dijo Annie. Camina, hombre! No seas idiota!

    El caballo sacudi la cabeza con violencia y trat de morderle la bota, seal deque no estaba dispuesto a dar un paso ms. Annie ech una mirada de furiosaimpotencia a la cabeza del animal, que retorci agitadamente las orejas. De nadaservira tratar de obligarlo a avanzar. Era tan testarudo como ella, y encima muchoms fuerte.

    Est claro que no hay nada que hacer dijo malhumorada mientras se apeabade la silla. Idiota!

    Sacudindose el polvo de las manos en los tejanos se aproxim a la furgoneta, al

    tiempo que miraba hacia los lados por si vea que haba sido lo bastante estpido paraalejarse de ella.

    No haba recorrido ni diez metros cuando oy el zumbido de las moscas. Se lecontrajo el estmago en una reaccin anticipada a lo que podran ver sus ojos sisegua acercndose, pero no se detuvo. Mir la cerca y no encontr alambres cortadosni estacas arrancadas. La furgoneta, de color verde oscuro, estaba salpicada de barro.

    Hola? dijo en voz alta, por si acaso.Las moscas sonaban como abejas. El viento la empuj por la espalda. Sorte un

    enebro extendido y se llev la mano izquierda al estmago.Dios mo! exclam. Jess, Jess!No se trataba de una res extraviada. Eran dos y yacan boca abajo, piernas y

    brazos abiertos, plegados de forma antinatural. Las moscas se arremolinaban enmasas ondulantes, negras y espesas, alzndose en el aire para bajar otra vez conviolencia. A un par de metros un gallinazo miraba, abriendo y cerrando las alaslentamente. Dio un picotazo al aire. Una vez.

    Annie gir sobre sus talones y se inclin hacia adelante, con los ojos cerrados y elestmago contrado por los retortijones, tragando saliva para frenar el vmito. Erancuerpos humanos, lo supo por la forma.

    A pesar de las moscas, a pesar del sol, estaba claro que haban sido desollados.

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    Captulo 2

    Haca un sol de justicia, y no soplaba una pizca de viento.En la capital del pas los coches avanzaban a trompicones ruidosamente, y los

    escasos peatones caminaban con la mirada fija en el suelo, rogndole al cielo que

    funcionase el aire acondicionado en el prximo edificio en que entraran: en laprolongada ola de calor de aquel mes de julio eso no siempre suceda.

    La irascibilidad haba subido como la espuma; el ndice de crmenes pasionalesaumentaba, y rara vez se echaba la culpa al clima por el ambiente de inquietudreinante.

    El despacho, que ocupaba parte del stano del edificio J. Edgar Hoover, era, al decir

    de algunos, un monumento vivo a la lucha del orden contra el caos. Era largo, nodemasiado estrecho, y estaba dividido por la mitad por una mampara de cristal que sealzaba hasta el techo y de la que haca tiempo que se haba quitado la puerta. Lasparedes estaban cubiertas de anuncios y carteles, y no haba superficie horizontal queno estuviese sepultada bajo libros, carpetas y pilas de papeles. La luz era escasa sinllegar a ser fnebre y, como de costumbre, el funcionamiento del aire acondicionadodejaba mucho que desear.

    En la sala del fondo dos hombres y una mujer examinaban el contenido de una

    serie de carpetas sealadas con etiqueta roja. Abiertas sobre un estante bajo, cada unade ellas revelaba una foto en blanco y negro de un cadver desnudo que yaca enmedio de lo que pareca ser el suelo embaldosado de un cuarto de bao.

    Te juro que esto nos est volviendo locos asegur el primer hombre con tonoapesadumbrado. Era alto, fornido y pelirrojo. Llevaba un traje marrn demasiadoceido para que se sintiera cmodo; se haba bajado el nudo de la corbata y abierto elbotn del cuello de la camisa, nicas concesiones que se haba permitido paracombatir el calor y la inmovilidad del aire. Se pas la mano por la bronceada mejilla

    y se sec la palma en el pantaln. S que eso es una firma, pero soy incapaz deleerla.

    Pues ponte las gafas, Stan dijo la mujer. Era casi de su estatura, de rostroovalado y plano, casi blando; labios estrechos y ojos pequeos bajo cejas oscuras. Adiferencia de la ropa de su compaero, su traje de lino color crema pareca hecho amedida. Eso no es una firma, slo son cortes de cuchillo. A ver si te enteras,porque eres t el que nos est volviendo locos.

    Stan Bournell cerr los ojos un instante, como si rezara. No dijo nada.

    Lo que importa es el cuarto de bao sigui ella con tono aburrido. El otrohombre entendi claramente que era la centsima vez que ella se haca esa reflexin.La mujer sac un pauelo de papel de un bolsillo y se lo aplic a los labios. Es ms

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    fcil de limpiar, y demasiado pequeo para que la vctima pueda esconderse o echar acorrer, y

    Beth, Beth dijo Bournell cansinamente. Eso ya lo s. Yo tambin tengoojos en la cara, sabes?

    El segundo hombre se hallaba de pie entre los dos, con las manos apoyadas

    holgadamente en las caderas. Haba dejado la chaqueta doblada junto a su corbatasobre el respaldo de una silla en la sala de al lado, y llevaba la camisa arremangada.No tena arrugas y su edad podra ser cualquiera entre veinte y muchos y treinta ypocos, segn la generosidad de quien lo calculara. En aquel momento, l tena laimpresin de sobrepasar los cincuenta aos.

    La discusin haba empezado desde el instante en que los dos agentes entraron enel despacho como una tromba y abrieron las carpetas.

    El hombre se alej de sus compaeros un paso para acercarse al anaquel. Ambos

    tenan razn. Haba ledo los expedientes unos das atrs a peticin del jefe de suseccin, pero no dijo nada al respecto a los agentes; stos ya estaban bastanteirritados. Aspir aire y se pas un dedo por la nariz pensativamente.

    Las cinco vctimas al menos las cinco de las que el FBI tena conocimientohaban sido inicialmente agredidas en otras dependencias de sus respectivas casas. Setrataba de casas, no de apartamentos; en urbanizaciones de la periferia urbana, no enlas ciudades. Todas las seales acusaban la escasez o inexistencia de seales de luchatras el primer ataque, lo cual indicaba un exceso de conocimiento por parte del

    agresor, o que jugaba con el factor sorpresa. Todas las vctimas haban sidoinmovilizadas con cloroformo y arrastradas hacia otro lugar. Todas eran mujeres deveinte y pocos aos, y todas haban sido asesinadas en sus cuartos de bao,estranguladas con lo que poda ser un cinturn de cuero o una tira de piel sin curtir;desnudas hasta la cintura, y heridas en los senos con una hoja de afeitar. Un corte encada uno. Ninguna haba sido violada.

    Beth Neuhouse solt un gemido y se acomod la blusa.Por favor, acaso no funciona el aire acondicionado en este lugar? Cmo

    podis trabajar aqu? Esto es una sauna.Fox Mulder hizo un gesto de indiferencia y se llev una mano a la cabeza. Volvi

    a examinar las fotos una por una con creciente rapidez, como si leyera.Y bien? pregunt Bournell. Nos vas a ensear uno de tus trucos de

    magia? Nos dars un conejo que perseguir?Mulder alz la mano para pedir silencio. Sac las fotos de sus carpetas y las puso

    en fila. Poco despus intercambi los lugares de la segunda y la cuarta.Mulder dijo Neuhouse, no tenemos todo el da. O sabes algo o no lo sabes.

    No te pongas a jugar, de acuerdo?Mulder enderez la espalda y casi sonri.

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    Beth, alcnzame una hoja de papel, por favor dijo, sealando vagamente conla mano izquierda hacia el despacho vecino.

    Fue ms el tono de su voz que la peticin en s lo que puso en movimiento a lamujer. Quienes haban trabajado para l haban odo ese tono al menos una vez. Unode los agentes ms veteranos deca que era como cuando se oye el primer ladrido de

    un sabueso que por fin ha localizado el olor que buscaba: no se le discute, se le siguey basta. Y de paso uno se asegura de que el arma est engatillada.

    Bournell frunci el entrecejo.Qu es? Yo no lo veo.Mulder acerc ms las fotos entre s y seal con el dedo.Est ah. Creo. Vacil. EstoyAqu la tienes. Neuhouse le puso una hoja en blanco en la mano. Mir las

    fotos y aadi con voz ms queda: Hace un mes que vengo mirando a esas

    mujeres, Mulder. Sueo con ellas.Mulder saba exactamente lo que quera decir. En muchos sentidos, mirar las

    fotos en blanco y negro era tan desagradable como ver los cadveres en vivo. Pese ala falta de color, se perciba la muerte violenta y aunque no haba olor, cualquierapoda evocarlo con un mnimo esfuerzo.

    Bueno, qu hemos encontrado? pregunt Bournell.No estoy seguro. Parece una locura.Neuhouse rio discretamente.

    En ese caso el lugar no poda ser ms apropiado, no?Mulder sonri. No haba hostilidad en aquella observacin y l no se la tom a

    mal. Conoca su fama en el FBI y ya no le preocupaba. Era un loco, un solitario,alguien capaz de atravesar la frontera de lo racional. Segua la lgica y elrazonamiento tanto como cualquier otro, pero en ocasiones consideraba que no habapor qu ceirse a las normas. En ciertas ocasiones daba abruptos saltos de intuicinque lo llevaban mucho ms adelante que los dems jugadores.

    A veces eso bastaba para que lo consideraran un mago, pero otras muchas veceslo miraban como a un brujo. A l no le importaba porque esa fama a menudoresultaba til.

    Vamos, Houdini se quej Bournell. Me tienes en ascuas.Beth le propin un juguetn manotazo en el brazo.Cllate y djalo pensar.Qu pensar ni qu pensar? Lo nico que tiene queAqu est. Desvanecida la indecisin, estamp el papel en el estante, y se

    sac una pluma del bolsillo de la camisa. Mirad esto.Los otros dos se asomaron por encima de sus hombros mientras l apuntaba a la

    primera de las fotografas, que no coincida con la primera vctima en orden

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    cronolgico.El corte se extiende desde la parte de arriba del seno derecho hasta la inferior

    del izquierdo. Con la siguiente sucede lo contrario.Y? pregunt Bournell.Podra ser que el asesino se colocara por encima y cortara sin ms. Mulder se

    incorpor de pronto y los otros saltaron hacia atrs cuando con la mano izquierdahizo una furiosa y desatinada demostracin del movimiento de corte. Podra ser,pero yo no lo creo. Esta vez no. Seal la foto de la tercera mujer. Esto es sinduda la mayor parte de una letra. No es as?

    Una erre, tal vez, si se combina con la siguiente dijo Neuhouse mirando asu compaero, como si le desafiara a contradecirla. No se me ocurre otra cosa.

    Pues vaya torpeza dijo Bournell.Por lo que ms quieras, Stan, el tipo est cortando carne! Cmo diablos

    esperas que le salga?Mulder copi las lneas de los cortes en el papel, lo volvi del otro lado y lo alz

    en vertical.Los dos agentes miraron el papel desconcertados y luego miraron a Mulder.

    Bournell con cara de perplejidad, Neuhouse con una incredulidad que la oblig areprimir una carcajada.

    Est escribiendo su nombre dijo Mulder. Os est diciendo quin es. Suspir ruidosamente. Letra por letra.

    La cafetera estaba a dos manzanas de la sede del FBI. Se trataba de unestablecimiento angosto que haca esquina y dispona de un largo mostrador deformica y media docena de mesas aisladas entre s por mamparas de cristal. En ladecoracin dominaban los tonos claros de azul y blanco. El cristal ahumado de lasventanas paliaba en teora la furia del sol que, no obstante, amenazaba a Mulder conun potente dolor de cabeza cada vez que miraba hacia la calle.

    Una vez hubo despachado al do de contrincantes, recogi la corbata y lachaqueta y se larg del despacho, atormentado por un estmago que rugainmisericorde y una cabeza que amenazaba con estallarle. Todava poda orlosprotestar, llamndole loco de atar, repitiendo una y otra vez que los asesinos noescriban su nombre en sus vctimas, y mucho menos en griego clsico.

    Cuando por fin, no sin reticencias, admitieron que tal vez tuviera razn, exigieronsaber quin era el asesino y por qu lo haca. Mulder no tena respuestas que darles.Se lo dijo y se lo repiti varias veces. Cuando por fin se les meti en la cabeza,

    abandonaron el despacho con la misma brusquedad con que haban entrado y l sequed mirando a la puerta durante un minuto entero hasta que decidi que lo mejorque poda hacer era marcharse de all antes de que le estallara la cabeza.

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    Lo malo era que, aunque notaba el estmago vaco, la discusin y el calor lehaban quitado el apetito. La hamburguesa y las patatas fritas tenan un aspectodelicioso, pero no lograba convencerse de probar bocado. Por tonto que pareciera, nopoda comer.

    Se oy el ulular de una sirena. Un coche patrulla pas a toda velocidad por el

    centro de la calle atiborrada. En la mesa de enfrente dos parejas hablaban de bisbol ymaldecan el calor que desde haca casi dos semanas atormentaba a los habitantes deWashington. A su derecha, sentado en el ltimo taburete del mostrador, un ancianoque vesta un jersey desgastado y una gorra de golf escuchaba un programa deopinin en una radio porttil. Los oyentes llamaban a la emisora para saber qupensaban hacer las autoridades locales ante la inminente escasez de agua y lasdeficiencias del suministro elctrico. Algunos eran lo bastante viejos para seguirechndole la culpa a los rusos.

    Mulder suspir y se frot los prpados. No caba duda. Necesitaba salir de laciudad. No tanto como unas verdaderas vacaciones, simplemente alejarse algunosdas del ruido y de la contaminacin, del fuego cruzado en el que se encontraba casisiempre que se le peda opinar sobre un caso.

    En pocas ms tranquilas era agradable saberse requerido; en das como aqul, enque la tensin se vea exacerbada por la prolongada ola de calor, ansiaba que lodejaran en paz de una maldita vez. Cogi una patata del plato con el tenedor y lamir, sombro. La radio anunci un festival de cine de ciencia ficcin en uno de los

    canales por cable. Viejas pelculas de los cuarenta y los cincuenta. No haba garantasde que fueran buenas, slo entretenidas. Solt un gruido y se meti una patata en laboca. Est bien pens, si no puedo salir de la ciudad al menos puedoencerrarme en casa, desenchufar el telfono, pedir unas pizzas y cervezas y ponermea mirar la tele hasta que se me caigan los ojos. Susan Cabot en La mujer avispa;Ken Tobey en La criatura, Ann Hatch en La mujer que vino de ms all deMarte. La vida en toda su diversidad.

    Se sonri. Cuanto ms pensaba en ello ms le gustaba la idea. De hecho, justocuando empez a atacar la hamburguesa decidi que era justo lo que necesitaba:colgar el cerebro en el perchero de su casa y dejar que el mundo real siguiera su cursoprescindiendo de l unos das. Con estos pensamientos se termin la hamburguesa sindarse cuenta. Buena seal. Sonri ms abiertamente cuando una mujer se acerc a sumesa lanzando una mirada asqueada al plato que estaba a punto de terminar.

    Sabes una cosa? le dijo su colega: Tus arterias tienen que ser un prodigiode la ciencia. Mulder pesc la ltima patata frita en el momento en que DanaScully le dio una palmada en el dorso de la mano. Deja eso y escucha. Tenemostrabajo.

    Dana tena casi la edad de Mulder, era ms baja que l, de rostro ligeramente

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    redondeado y cabello castao rojizo que le rozaba los hombros. En ms de unaocasin algn delincuente en fuga la haba considerado demasiado femenina pararepresentar un obstculo. Ninguno haba mantenido esa opinin por mucho tiempo.

    Mulder se limpi los labios con una servilleta al tiempo que su sonrisa perdaresolucin.

    Trabajo?Skinner dijo ella. A primera hora de la maana. Sin excusa que valga.Mulder mantuvo la sonrisa, pero su mirada haba cambiado. Haba en sus ojos un

    brillo de anticipacin. Que el director adjunto Skinner los llamara en un momentocomo aqul, en que se hallaban empantanados en una cinaga de casos pendientes,significaba por regla general una cosa. En algn lugar los esperaba un Expediente X.

    Puede que sea eso dijo Dana leyndole el pensamiento. Le arrebat la ltimapatata y la mordi hasta la mitad. O simplemente que te hayas vuelto a meter en un

    lo.

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    Captulo 3

    La luz crepuscular anticipaba el desierto, y la ciudad que se extenda al pie deSierra Sanda una noche agradablemente fresca. A esas horas el calor haba empezadoa disiparse y la brisa del atardecer levantaba vacilantes torbellinos de arena a lo largo

    de la carretera que iba de Albuquerque a Santa Fe. Las serpientes buscaban sus nidos.Un correcaminos atraves velozmente un pequeo corral, haciendo las delicias de ungrupo de chiquillos que se resistan a dar por terminada su clase de equitacin. En loalto un halcn volaba dejndose llevar por las corrientes trmicas.

    En la vega de Ro Grande, a la sombra de un bosque de lamos gigantescos,Paulie Deven arrojaba piedras y guijarros a las menguadas aguas, maldiciendo cadavez que el proyectil caa en barro seco. Detestaba Nuevo Mxico.

    Se supona que Ro Grande era impresionante, profundo, abundante en rpidos,

    acantilados y esas cosas tan emocionantes. All no era as. All poda lanzar unescupitajo con la seguridad de que llegara a la otra orilla, y apenas si haba caudal.En cuanto a los acantilados y los rpidos, ni hablar.

    Arroj otra piedra. A sus espaldas poda or, velada, la msica que sala de lacaravana que sus padres haban alquilado al promotor para vivir mientras se construala nueva casa. La casa debera haber estado terminada haca tres meses, cuandollegaron de Chicago. Pero faltaban unos permisos, y encima haba habido una huelga,y que si esto, y que si aquello. Solt un gruido y lanz otra piedra, esta vez con tanta

    fuerza que le doli el hombro.Pens que iba a vivir en el Oeste. Tal vez no en el legendario pero en el Oeste

    al fin y al cabo. Se dijo que lo nico que haban hecho sus padres era cambiar unaciudad por otra.

    Lo sobresalt una leve lluvia de guijarros, pero no se volvi para mirar. Sin dudase trataba de la pelmaza de su hermana, que se deslizaba por el terrapln para decirleque mam y pap queran que volviese a la caravana antes de que algn animalsalvaje se lo llevara al desierto como desayuno. Y qu ms. Como si por esosandurriales hubiese algo lo bastante grande para comerse a un jugador de rugby.

    Paulie, eres t?l la mir por encima del hombro.Ests ciega o qu? contest Paulie malhumorado.Patty lo imit burlonamente y se detuvo a su lado. Tena diecisis aos, uno

    menos que Paulie. Llevaba gafas de cristal espeso, no menos que su cerebro, y el pelorecogido en dos desaliadas coletas que le saltaban sobre el pecho a cada paso. No esque fuera estpida, pero l no poda evitar pensarlo cada vez que la vea. Patty sesent y se abraz a sus rodillas.

    Vaya ro, eh? coment la chica.

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    Qu observadora.Se estn peleando otra vez.Vaya sorpresa.Desde que se instalaron en la caravana no haban dejado de reir por la casa, por

    la mudanza, por la cuerda floja en que andaba el empleo del padre, por cualquier cosa

    que les diera tema de discusin. Paulie haba desencadenado una autntica guerra elda en que ech mano de sus ahorros para comprarse un pendiente indio de cuentas devidrio y piedrecitas. Su padre lo trat de hippie maricn; su madre lo defendi, yPaulie termin por marcharse dando un portazo antes de que le hirviera la sangre deverdad.

    Patty miraba el lento discurrir del agua con la barbilla apoyada en las rodillas. Alcabo de un rato mir a su hermano.

    Paulie, vas a fugarte?

    No poda creer lo que estaba oyendo.Qu?Patty se encogi de hombros y volvi la vista al ro.Tal como has estado actuando, no s, pens Pens que a lo mejor te daba por

    tratar de volver a Chicago.Ojal. Arroj otra piedra que fue a estrellarse contra el barro de la otra orilla

    . Has pensado alguna vez en eso?No hago otra cosa.

    Aquello lo sorprendi. Patty era la sensata, la madura, la que no dejaba nunca quenada la afectara. Le fastidiaba reconocerlo, pero haba perdido la cuenta de las vecesque su hermana le haba salvado el pellejo slo con hablar con sus padres y hacerlesolvidar que estaban furiosos con l. Fugarse, escapar y volver a Chicago, era la tpicainsensatez que se le ocurrira a l, no a ella.

    El sol desapareci detrs del horizonte.Entre los lamos se hizo de noche. La luz de la caravana de sus padres y de las

    otras cercanas se reflejaba en el ro junto a otras luces de la orilla opuesta: todo seorquestaba para recordarle que segua en aquel lugar. De pronto advirti que no legustaba la idea de quedarse solo.

    T no estars pensando en marcharte, no?Su hermana solt una risita.Ests loco? Irme yo, de este paraso? Volvi a rer. Lo siento, Paulie,

    pero me faltan dos aos para graduarme. No voy a echarlo todo a perder, bajo ningnconcepto. Lo mir otra vez y l slo alcanz a verle los ojos. Pero cuando acabete juro que me largar de este maldito pueblo tan deprisa que no podrs acordarte nide mi cara.

    Paulie sonri.

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    No es que sea muy difcil de olvidar.Vete a la mierda, hermano.Odio la mierda. No huele ms que a mierda.Tras un instante en silencio prorrumpieron en carcajadas, tapndose la boca con

    las manos y doblando la cintura hasta que a Patty le dio hipo, lo cual ofreci a Paulie

    la placentera oportunidad de aporrearle la espalda hasta que su hermana le apart elpuo de un manotazo.

    Te lo digo en serio insisti, congestionada por la risa. No estoybromeando.

    Ya. Bueno. S. Paulie fij la mirada en el agua oscura y se rasc la nariz.Yo tampoco.

    Por encima de la msica se oyeron voces airadas.A lo lejos se oy un portazo y luego el arranque de un motor de camioneta,

    seguido por un chirrido de neumticos. Hacia la izquierda, ms all del ltimo rbol,se escuch un siseo.

    Paulie fue el primero en orlo y mir ro arriba, el entrecejo fruncido, tratando dever en la oscuridad.

    Pat.Eh?Las serpientes salen de noche?Qu dices? Qu serpientes?

    Paulie le apret el brazo para que callara. Un siseo, lento y constante, casiinaudible.

    No susurr ella con un discreto temblor en la voz. Al menos no que yosepa. Hace demasiado fresco, sabes? A las serpientes les gusta el calor, creo.

    Puede que tuviera razn, pero a l eso le sonaba a serpientes. A muchasserpientes, all lejos, a unos treinta metros donde no haba luz.

    Patty le toc la mano para que la soltara y para que supiera que tambin ella loescuchaba. Fuera lo que fuera. No alcanzaban a ver a un palmo de sus narices. Unarfaga de viento agit las hojas y Paulie dirigi la mirada hacia arriba, conteniendo elaliento hasta que supo qu haba sido aquello.

    sta era otra de las cosas que ms detestaba de aquel maldito lugar: estaba llenode ruidos que no poda identificar, sobre todo a partir del crepsculo. Todos esosruidos extraos le ponan la piel de gallina. La fuente del ruido cambi de lugar. Peroahora parecan cuchicheos secos y rpidos, y Paulie se levant apoyndose en unarodilla y entrecerrando los ojos para averiguar qu los produca. Patty lo sigui casi arastras sin quitarle la mano de la espalda.

    Vmonos de aqu, Paulie, vale?Su hermano sacudi la cabeza obstinadamente. No bastaba con que a sus padres

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    se les hubiera ocurrido la absurda idea de volver a empezar cuando se ganaban la vidaperfectamente all, en el Norte, pareca que los catetos de la zona estaban empeadosen meterle miedo. Al niato de ciudad. As es como lo llamaban en el colegio,burlndose de l, nada impresionados por su tamao ni por las miradas iracundas queles dedicaba. Claro. Porque eso no era una ciudad, verdad? Porque all no haba

    embotellamientos, verdad? Porque all la gente no se mataba a tiros, a pualadas y agolpes como en Chicago, verdad?

    Algo se movi en la oscuridad. Se oy otro siseo.Paulie?El muchacho se puso de pie tratando de no hacer mucho ruido. Se limpi las

    manos en los pantalones y las cerr en un puo. Haban logrado enojarlo de verdad.Vamos, Paulie.Mrchate orden a su hermana sin volverse para mirarla.

    Estaba claro que all haba algo que se mova; tal vez no fueran ms que unoschiquillos tratando de meterle miedo. Dio un paso hacia un lado de la orilla y tropezcon un palo. Sin apartar la mirada de la oscuridad se agach para recogerlo.

    Paulie!Qu subas a casa te he dicho! espet l con voz ms alta de la que hubiera

    querido. No me provoques, Patty.Fijaba la vista con tal intensidad que casi se mare. Era como tratar de perfilar los

    contornos de la niebla.

    Se frot los ojos con fuerza, pero no logr ver mejor. No haba luz.No hagas el tonto se dijo. Mrchate de aqu antes de que pase algo.Not un brazo por encima del hombro y su esfuerzo para reprimir el grito fue tal

    que casi se ahog.Patty abri la mano para que viera el plido reflejo de un encendedor de oro.

    Paulie se volvi para preguntarle desde cundo fumaba con la mirada. Se dio cuentade lo inoportuno de su curiosidad cuando ella lo mir con cara de decirle despus tecuento, idiota, y con un gesto de la barbilla le inst a mirar hacia adelante. Sonrisin ganas. Se asegur de la firmeza y equilibrio del palo que asa y dio un decididopaso hacia adelante al tiempo que enderezaba la espalda.

    Odme bien, gilipollas. Iros a la mierda si no queris que os haga dao.Nadie respondi, slo el siseo. Alz el mechero y lo encendi, entrecerrando los

    ojos para ajustar la visin al tenue resplandor amarillo de la llama. Mientras alzaba lamano y la mova de un lado a otro algunas sombras se alejaban y otras se acercaban.Los rboles se movan; las hojas formaban una tonalidad gris; la orilla del roadoptaba contornos que no existan.

    Eh!Dio un paso ms.

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    Eh!Otro. La brisa le acarici la nuca y agit la llama que distorsion las sombras.

    Seguan acercndose y susurrando, y Paulie asi con ms fuerza el palo, alzndolo,listo para asestar un batacazo a la primera cabeza que surgiera de las tinieblas. Nosera la primera vez que desplomaba a un corredor de bisbol con un solo brazo.

    Las hojas de una rama baja le rozaron la mejilla y el hombro derechos sin darletiempo a apartarse. Le pareci que Patty haba pronunciado su nombre, pero noestaba seguro. Ahora no oa ms que el ruido de sus zapatillas arrastrndose por elsuelo, la brisa que pasaba entre las ramas y el susurro. Frunci el entrecejo.

    No; no eran susurros. Era un siseo, como le haba parecido desde el principio.Pero era raro. No era como el que hacen las serpientes, no, sino como de muchascosas rozando una superficie spera. Susurros de voces. Dio un traspi. Se pas lalengua por los labios.

    De acuerdo pens. Puede que no sea gente, y Patty ha dicho que no creaque fueran serpientes; desde luego el ro no era.

    Entonces, qu demonios era?La brisa agit las hojas y Paulie mir rpidamente hacia arriba, mir de nuevo

    hacia adelante y sonri. Era eso: alguien que arrastraba una rama por el suelo. Hojas;el siseo lo hacan las hojas.

    Pero el ruido cada vez era ms fuerte. De pronto el encendedor se calentdemasiado para seguir sostenindolo. Maldijo en silencio y dej que la llama se

    apagara, agitando la mano para enfriarse los dedos y el metal de modo que pudieravolver a encenderlo en una emergencia.

    Esperara hasta que el muy imbcil estuviese lo bastante cerca, entoncesencendera el mechero y golpeara al mismo tiempo. El muy idiota ni sabra qu lepas. Se dispuso a escuchar, adoptando la postura de un bateador esperando ellanzamiento.

    Al bate pens. Yo os voy a dar bate.Ms fuerte. No se oan pasos, pero eso no vena al caso.Mir hacia atrs pero no pudo ver a su hermana; mir hacia adelante y distingui

    vagamente una sombra que, a causa de la absoluta falta de luz, pareca ms alta de lonormal. Ms fuerte. Muy fuerte.

    Niato de ciudad, pens airadamente, y encendi el mechero.No lleg a batear. Su hermana grit. No poda batear. Su hermana solt un

    alarido. Y Paulie tambin.

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    Captulo 4

    El director adjunto Walter Skinner estaba sentado ante su escritorio, con lasmanos apoyadas en el regazo, la mirada extraviada en el cielo raso. No sonrea. Sobreel escritorio, en el centro, haba una carpeta abierta. Skinner baj la vista y la mir

    con desagrado, mene la cabeza y se quit las gafas de montura de alambre. Semasaje la nariz con el ndice y el pulgar.

    Mulder no deca nada, y, sentada a su lado, Scully mantena una expresinperfectamente neutra.

    Hasta ese momento la reunin no haba dado buenos resultados. Seis meses deconversaciones telefnicas interceptadas a un capo de la mafia de Pittsburgh sehaban ido al garete al extraviarse las transcripciones. Mulder, que fue el primero enllegar, se top de lleno con el huracn que Skinner haba desatado contra su secretario

    y a otros sonrojados agentes. Mulder, que ya haba probado en repetidas ocasiones lashieles de Skinner, supo escurrirse discretamente hacia el despacho con un saludodesde lejos.

    Despus meti la pata protocolaria de sentarse sin haber sido invitado a hacerlo.Cuando Skinner entr a su despacho, rojo de exasperacin, a Mulder le faltvelocidad para ponerse de pie, y el glido saludo que el director le dedic no sehabra derretido ni en los altos hornos.

    Desde entonces todo haba ido de mal en peor, aun despus de que llegara Scully,

    pues Skinner no dej de maldecir a los idiotas, incompetentes y torpes agentes ytcnicos con los que se vea obligado a trabajar, ninguno de ellos capaz de atarse loscordones de los zapatos, y mucho menos de seguirle la pista a un feln sin quealguien los llevara de la mano.

    Mulder lo encaj todo sin hacer comentarios. Al menos para variar, esta vez, ladiatriba no iba contra l.

    La manzana de la discordia entre ellos dos era, por regla general, el Expediente X,igual que ese da.

    El FBI investigaba una amplia gama de delitos federales, desde el secuestro a laextorsin, pasando por el asesinato poltico y el atraco a un banco; tambin seocupaban de casos locales si las autoridades competentes les pedan ayuda y si elcaso era de tal envergadura que poda considerarse de posible inters federal, es decir,si, en lneas generales, poda afectar a la seguridad nacional.

    Pero no siempre era as. Ocasionalmente se presentaban casos que desafiaban ladefinicin jurdica, e incluso a veces toda definicin racional. Casos que parecansujetos a influencias paranormales, inexplicables, extraas, o que se considerabanligados a participacin de OVNIS. Los Expedientes X.

    No haba nada en el mundo que intrigara ms a Mulder y su inquietud constante

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    rayaba casi en la obsesin; los Expedientes X eran la prueba de su conviccin de quela verdad no resultaba siempre tan manifiesta como pudiera parecer, ni era siempreliberadora o bienvenida. Pero exista, y l se haba resuelto a descubrirla. Ydesvelarla. El precio era lo de menos; l tena sus razones.

    Skinner dej caer la mano pesadamente sobre la carpeta.

    Mulder Hizo una pausa. La luz que se reflejaba en sus gafas le ocultabalos ojos de manera inquietante. Mulder, cmo espera usted que me crea que esteasesino est escribiendo su nombre en el pecho de sus vctimas?

    Fue por el tono ms que por las palabras que Mulder adivin que en realidad aldirector le preocupaba otra cosa.

    A m me pareci obvio, seor, una vez establecida la pauta.Skinner lo mir a los ojos unos instantes antes de decir llanamente:Ya.

    Una rpida ojeada a Scully le bast para saber que no se equivocaba con respectoal ngulo que le interesaba al director; supo tambin que, de algn modo, se las habaarreglado para pisar a alguien. Otra vez, para variar.

    Mulder se saba incapaz de bailar al son que tocaba el Bur, y as se lo habaconfesado a Scully en ms de una ocasin. Haba, en efecto, pocas cosas que losacaran ms de quicio que la poltica interna del Bur. Reconoci que se habaequivocado, habida cuenta de las personalidades involucradas en el caso en cuestin;que tendra que haber dejado que fuesen Neuhouse o Bournell quienes dieran con la

    solucin. l tendra que haber actuado como gua, limitndose a sugerir en lugar depontificar.

    Y, habida cuenta de las personalidades involucradas, tendra que haber supuestoque al menos uno de ellos, probablemente Bournell, se quejara de que Mulder estabatratando de robarles el caso y de paso el mrito.

    Seor dijo Scully.Skinner alz la mirada sin mover en absoluto otra parte del cuerpo.Tal como yo lo veo, nos enfrentamos a una grave limitacin temporal. A juzgar

    por los intervalos que ya ha establecido, el asesino debera volver a matar en elespacio de la quincena que viene. Tal vez antes. Cualquier cosa que el agente Mulderles d a estas alturas, cualquier orientacin que ofrezca, pese a su ya pesada carga decasos, slo puede ser una ayuda, y no una interferencia.

    Mulder asinti con un cauteloso gesto de cabeza. Su otra reaccin habra sidoecharse a rer.

    Adems aadi Scully sin nfasis cuando el director volvi a ponerse lasgafas, dudo que a Mulder este caso le parezca lo bastante extrao como parasentirse tentado.

    Skinner mir a Mulder sin parpadear.

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    En eso estamos de acuerdo, agente Scully afirm el director.Mulder no lograba descifrar la expresin de aquel hombre. No poda olvidar que

    haba sido Skinner quien cerrara los Expedientes X siguiendo rdenes de los dearriba, a quienes les preocupaba que Mulder se enterara de segn qu cosas que, enopinin de ellos, no eran de su incumbencia. Tampoco poda olvidar que haba sido

    Skinner quien orden abrir esos casos de nuevo, y Mulder sospechaba que el directorno haba recibido aplausos por esa decisin.

    Era todo muy confuso. Skinner no era un enemigo pero tampoco un aliadoincondicional. Pese a la importancia de su cargo era una sombra, y Mulder nuncahaba llegado a saber de qu clase de sombra se trataba o qu la proyectaba.

    Perdone usted, seor eligi con cuidado las palabras, se me estamonestando por prestar una ayuda que fue solicitada?

    No, agente Mulder respondi el director con voz cansina. No es una

    amonestacin. Volvi a frotarse la nariz, esta vez sin quitarse las gafas. Aunqueen las actas consta que yo lo he convocado, no hay por qu hacer constar estaconversacin. Pero para la prxima vez hgame un favor: ahrreme problemas yllamadas telefnicas y, para variar, deje que sean los dems quienes busquen lasolucin. Tal como lo ha sugerido la agente Scully, sea usted el gua.

    No sonri, cosa que tampoco hicieron sus interlocutores. Por ltimo, cerr lacarpeta de golpe y con un gesto de cabeza indic a los agentes que podan marcharse,pero cuando stos alcanzaban el vano de la puerta, aadi:

    Griego, Mulder?Griego clsico, seor.S, claro asinti el director.Mulder venci la tentacin de despedirse con un saludo militar y sigui por el

    vestbulo a Scully, quien le propuso ir a la cafetera.Mira, Scully empez a decir mientras caminaban, te agradezco el apoyo.

    De verdad. Pero no necesito que me defiendan.Ella lo mir y solt un suspiro.S que lo necesitas, Mulder.l le devolvi una mirada perpleja.Confa en m dijo ella dndole una palmadita en el brazo. Esta vez tendrs

    que confiar en m.

    Su malhumor no estall hasta bien entrada la tarde. Haba estado en su escritorioclasificando con desgana una serie de casos nuevos que haba que evaluar. Sus

    estudios en Oxford sobre el anlisis del comportamiento criminal y su talento naturalpara descubrir pautas y pistas all donde no parecan existir constituan un imn paralas investigaciones que, sbita o inevitablemente, entraban en callejones sin salida.

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    Lo que lo enojaba era la sospecha, reconocidamente infundada, de que Bournell yNeuhouse le haban hecho la zancadilla deliberadamente para que recibiera unaamonestacin. Ninguno de los dos era incompetente, y menos estpido. A la largahabran terminado por ver lo que l vio; y al Bur le sobraban expertos, aqu en laciudad y si no en Quantico, que habran llegado a las mismas conclusiones.

    Se apoy en el respaldo de la silla, estir las piernas y fij la vista en la puertacerrada. Un hilillo de sudor le cruz la mejilla.

    No pudo evitar preguntarse si ellos haban decidido volver a por l una vez ms:los poderes invisibles a los que haba dado en llamar el Gobierno de las Sombras;gente que saba ms de lo que estaba dispuesta a reconocer sobre la verdad que lcrea escondida en los Expedientes X. No era paranoia. En ms de una ocasin habantratado de desacreditarlo para justificar su despido. Hasta haban tratado de matarlo Ytambin a Scully.

    Slo el haber atrado algunos amigos hacia el territorio gris de las sombrasmovedizas lo mantena vivo y activo, y l lo saba. Era posible que fuesen ellos otravez. Tal vez lo estuviesen provocando, tratando de distraerlo, de obligarlo a cometerun descuido en uno de los casos que tena a su cargo. Por las malas haba aprendidoque ni Skinner ni los dems estaban en posicin de protegerlo.

    Tendra que haberles dicho que era ruso musit mirando al suelo. Y rio.Necesitaba salir de aquel lugar. Un cambio de aires, nada ms. Aclararse las

    ideas.

    La puerta se abri de golpe y el sobresalto casi le hizo caer de la silla. Bournellapareci en el vano de la puerta y lo seal con el dedo.

    Mulder, quines saben griego antiguo? pregunt autoritariamente.Y yo qu s? Dijo Mulder contrayendo los hombros. Los griegos

    antiguos, no?Bournell parpade lentamente y dio un paso al frente en el momento en que las

    rejillas de ventilacin dejaron escapar una corriente de aire fro. Hizo ademn decerrar la puerta del despacho, pero cambi de idea. Se meti la mano en el bolsillo.

    Los curas, Mulder. Los seminaristas. Los profesores de los seminarios. Lospredicadores, Mulder. Los pastores. Se alis la corbata y agreg: En definitiva,Mulder, gente que estudie la Biblia.

    Mulder esper pacientemente, imperturbable.Sospechaba que no resultara til ni diplomtico sealar que la lista poda incluir

    profesores de lenguas antiguas, arquelogos y quin sabe cuntos oficios ms, por nohablar de los inmigrantes griegos que hubieran estudiado en Grecia, o los eruditos, nonecesariamente universitarios, de al menos quince disciplinas cientficas ohumansticas. El colega pareca entusiasmado consigo mismo y no sera Mulderquien le echara el jarro de agua fra.

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    He estado pensando prosigui el agente, haciendo tamborilear los dedos enel archivador ms cercano. Tenas razn en lo del griego, y me he dado no scuntas bofetadas por no haberlo visto antes. Pero he de decirte que te equivocabascon respecto al nombre.

    Mulder se incorpor lentamente en el asiento, ladeando la cabeza y entrecerrando

    los prpados.A ver?En la universidad fui miembro de una hermandad de chicos.Habra sido ms divertida una de chicas.Bournell lo call con una mirada escandalizada y Mulder tuvo que alzar las

    manos en gesto de disculpa.Bueno, bueno, decas que estuviste en una hermandad. Qu tiene que ver eso

    con?

    Alfa, Ci, Ro. Ni ms ni menos. Extendi la mano derecha, en la queostentaba un impresionante anillo de sello, un oscuro rub tallado en bisel y engastadoen oro. Se acerc otro paso para que Mulder pudiese verlo mejor. En el borde,Mulder, fjate en el borde.

    Mulder vio las tres letras y contuvo el aliento.Recrcholis! Claro!Bournell retir la mano.Ci, Ro. El smbolo de Cristo, Mulder aclar con tono entusiasta. Eso es lo

    que ha escrito: Ci Ro. Esas mujeres no son putas callejeras; sera demasiado fcil.Pero apuesto todo lo que tengo a que algo las relaciona, algn nexo hay que a unfantico religioso le resulta, cmo lo llamara, pecaminoso.

    Mulder se reclin en el respaldo, sin disimular su admiracin.Est clarsimo!Bournell sonri y se frot las manos. Mir entonces hacia la rejilla del aire

    acondicionado.Esto parece una nevera, oye. Se ha estropeado el termostato o qu? Gir

    sobre sus talones y se encamin a la puerta, asi el pomo y se detuvo antes de salir.Mulder vio que sus hombros se contraan y que luego se relajaban.Oye, gracias, Mulder. Te lo digo en serio. Te ser sincero: no estoy seguro de

    que yo me hubiera dado cuenta de lo del griego. Hace aos que llevo este anillo ynunca lo haba mirado con tanta atencin. Pero acababa de hacerlo limpiar, y me loestaba poniendo esta maana cuando, bueno, me puse a pensar, sabes? Sin darmecuenta, me fij en el anillo como nunca lo haba hecho.

    Bournell vacil, pareca a punto de aadir algo, pero repiti su agradecimiento ysali, dejando la puerta cerrada.

    Mulder permaneci un buen rato totalmente inmvil. Finalmente, dijo a las

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    paredes de su despacho:En verdad os digo que tengo que salir de esta ciudad.

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    Captulo 5

    El sheriff Chuck Sparrow se quit el sombrero, se sec con el brazo el sudor delpoco cabello que le quedaba y volvi a colocarse el sombrero, tirando fuerte del alapara ajustrselo bien.

    Qu te parece? le pregunt la mujer que lo acompaaba, tragando salivapara no devolver la cena.

    Sparrow movi la cabeza. Slo se le ocurran dos posibilidades: alguiennecesitaba desesperadamente ejercitar sus habilidades de curtidor, o haba vuelto asurgir una de esas condenadas sectas que se escondan en las montaas del lugar. Encualquiera de los casos, no haca falta ser neurocirujano para darse cuenta de que leesperaba una carga de trabajo muy superior a la que estaba acostumbrado adespachar.

    Se hallaban frente a la boca de una gruta pequea que se abra en el flanco oestede un cerro solitario que se alzaba a poca altura y a unos cuatro kilmetros al oestedel rancho de los Hatch. A sus pies yacan los restos de un novillo sobre el que seagitaban legiones de hormigas y de moscas, ansiosas por ejercer su derecho adespojar al animal de lo poco que de l quedaba.

    Qu te parece?Donna dijo el sheriff. Te aseguro que me gustara saberlo.Era una mujer de elevada estatura que esconda su figura en vaqueros muy

    holgados, una camisa de hombre de una talla ms grande que la suya y botas de caaalta. Llevaba el pelo castao corto y peinado hacia atrs por encima de las orejas. Enla mano derecha luca el anillo de plata ms grande que Sparrow haba visto en suvida. Su Cherokee, que coga hasta para ir a la esquina, estaba aparcado junto a lacuneta, a pocos metros de all; el sheriff haba aparcado su coche patrulla justo detrs.

    Has echado un vistazo ah dentro? pregunt Donna apuntando con elmentn hacia la cueva.

    S respondi el sheriff, con un exagerado tono de impaciencia, s, hemirado.

    Y?Y he encontrado catorce clases distintas de mierda de animal, sabes? Huesos;

    huesecillos; la misma basura que siempre se encuentra en una cueva aadiexasperado.

    En alguna parte he ledo que suelen usar las grutas como refugio temporal dijo la mujer.

    Sparrow mir hacia la ladera del cerro y luego hacia los coches.Mira, Donna, no quiero que te lo tomes a mal, pero por estos lugares no se ha

    visto un solo puma en mucho tiempo, al menos desde que yo vivo y trabajo aqu.

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    Adems, por si no lo sabas, los pumas no suelen desollar sus presas antes demerendrselas.

    No hace falta que seas tan sarcstico, Chuck.No pens el sheriff, lo que a ti te hace falta es un buen coscorrn en la

    cabeza, a ver si as dejas de tocarme las narices.

    Lo malo era que se trataba ya del cuarto animal que encontraba hecho trizas enpoco ms de una semana; y siempre era igual: ni una sola seal, ni una huella, ni unamaldita pista que insinuara qu poda haberlos matado, o, mejor dicho, qu podahaberlos despellejado de aquella manera. Por alguna razn sospechaba que eldespellejamiento haba precedido a la muerte; que las pobres bestias haban muerto acausa del shock, o desangradas.

    Tambin l morira atormentado por el hedor de la carnaza, si no se largaba deall. Se llev una mano a los labios y ech a andar de vuelta hacia su coche. Donna lo

    sigui, caminando ms despacio, tarareando una cancin y haciendo chasquear losdedos.

    Lo malo, pensaba el sheriff mientras salvaba el socavn de la cuneta con doslargas zancadas, era que si aquello se hubiese limitado a animales, su despacho no sehabra llenado de otros hedores.

    Pero los problemas haban surgido con la aparicin de tres cadveres humanos,tres vctimas que haban muerto de la misma manera que los animales, fuera cualfuera sta. Y cada vez que alguien informaba de la aparicin de otro cadver era l

    quien se presentaba personalmente en el lugar de los hechos. No porque no confiaraen sus ayudantes, pero al cabo de treinta y cinco aos de rondar por los caminosrurales del desierto, de tratar con los indios de Santo Domingo, San Felipe y con lospueblo, recorriendo colinas y montaas hasta conocrselas de memoria, se habaconvertido en el experto local, por mucho que no deseara el ttulo, pues, no slo no lohaba pedido, sino que dara gustoso el brazo derecho porque se le considerasesencillamente estpido.

    Meti el brazo por la ventanilla del coche y sac el micrfono; llam y comunical encargado de la centralita lo que haba encontrado y dnde. Mientras Donna lomiraba con desconfianza, Sparrow pidi que enviasen una camioneta para recoger elcadver del animal, y que pidieran al veterinario de turno que se hiciese cargo de laautopsia. A continuacin, ech el micrfono sobre el asiento de su coche patrulla y serecost en la portezuela, con los brazos cruzados sobre un pecho casi tan voluminosocomo su enorme barriga.

    Irs a comentrselo a Annie? Donna estaba en el centro de la carretera ytrazaba dibujos sin sentido en la arena que tea de gris el negro del asfalto.

    Para qu? Sparrow hizo un gesto vago con la mano sealando hacia laderecha. Su casa est lejos de aqu.

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    Podra ser suyo.Probablemente reconoci Sparrow, pero tambin podra ser de ellos, no

    te parece? Y seal hacia la colina, ms all de la cual se alzaba lo que loslugareos llamaban la Pared de los Konochinos.

    Donna no desvi la mirada; Sparrow sonri. Donna no era lo que se dice amiga

    de los konochinos. Haca aos haban rechazado su oferta para actuar comointermediaria comercial en la venta de las artesanas indias; en una ocasin llegaronal punto de echarla de la reserva. La haban sacado de all a cajas destempladas: agritos, arrojndole lo que tuvieran a mano. Si hubieran podido la habran llevado a loalto de la meseta Viento de Sangre y la habran lanzado al vaco, igual que hicieransus antepasados con los curas y soldados espaoles durante la rebelin de los pueblo,unos trescientos aos atrs.

    La nica diferencia radicaba en que los espaoles nunca volvieron a insistir ante

    los konochinos. Nadie saba por qu. Ahora contaba con un intermediado, un tal NickLanaya, que trabajaba con ella y gracias a quien no haba tenido que volver a ponerlos pies en la reserva.

    Una secta de satnicos haba comentado l, sin dejar de dibujar lneas con lapunta de las botas; las manos en los bolsillos.

    Sparrow solt un bufido. Haba repasado mentalmente la lista de habituales:desde los satanistas hasta los drogatas que pensaban crear un mundo mejordecapitando terneras y cabras. Ninguno de ellos mataba as y mucho menos gente y

    animales, y jams de modo tan despiadado, para encima dejar los cadveres tirados.Despus de todo, pens Sparrow, l no era todo lo experto que se poda imaginar,

    y tuvo que reconocer que tal vez haba llegado la hora de llamar a los expertos deverdad. Su soberbia y la falta de resultados no tardaran en ser comidilla de todos losmedios de comunicacin locales.

    Dos hombres se encontraban acuclillados en la ladera de una colina. Sus holgadas

    ropas eran tan pardas como la tierra que los rodeaba. Uno era anciano, y sus largoscabellos canosos le cubran los hombros descarnados. Profundas arrugas surcaban elrostro de facciones biseladas. Llevaba colgado al cuello un collar hecho con huesosde serpiente de cascabel.

    El otro hombre era mucho ms joven, si bien no poda considerrsele unmuchacho. Llevaba la cabellera negra recogida con una anilla de oro y turquesas. Seabrazaba las rodillas con las manos, y sus dedos largos se movan como hierbas altasagitadas por un viento perezoso.

    Hablaban poco, y cuando lo hacan empleaban una mezcla de espaoldialectizado y konochino.

    Padre dijo el ms joven, con tono respetuoso y cansino, tienes que acabar

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    con esto.El anciano movi la cabeza.T sabes lo que est haciendo insisti el hijo: Nos est condenando a

    todos.Tampoco esta vez respondi el anciano.

    El ms joven se inclin para arrancar un matojo de hierbas, pero se detuvo en elltimo momento. Eran hierbas de hoja filosa: se habra herido los dedos con slorozarlas. Cogi entonces un guijarro y lo arroj colina abajo. A sus pies pasaba lacarretera que llevaba a la garganta, tambin al rancho de Annie Hatch y, ms all, a lainterestatal. A sus espaldas se alzaba la meseta Viento de Sangre.

    Est muriendo gente, Dugan dijo por fin, dejando de lado todo tratoprotocolario en favor del nombre de pila. Ahora llega hasta Albuquerque. Nohizo ademn de mirarlo: saba que el anciano tampoco lo miraba. Se est haciendo

    demasiado grande para esconderlo. Tarde o temprano vendrn las autoridades. Y nopodremos hacer nada por evitarlo.

    El viejo se acarici el collar.Que vengan, Nick. Que vengan y busquen. No encontrarn nada.Y si lo encuentran? insisti el joven.El anciano sonri.No se lo creeran.

    Donna se qued mirando cmo se alejaba el coche del sheriff, levantando nubes depolvo. Saba que no haber identificado a la secta responsable de aquellas atrocidadessupona un duro golpe para el ego del sheriff, pero le pareca que ni l ni la policalocal haban buscado donde haba que hacerlo. Las redadas por los bares del centro deAlbuquerque y el envo de agentes secretos a la universidad no serviran ms quepara aumentar el gasto en horas extras. Mir hacia el cielo con los ojos entrecerradospero slo distingui una nube muy fina que pareca perdida en medio de aquella

    plida inmensidad azul.El Journaly el Tribuneexigan cabezas, y si Sparrow no espabilaba la suya sera

    la primera en rodar. No es que a ella le preocupase demasiado, pens con amarguramientras volva a su coche. Sparrow ya era mayorcito. Saba cuidarse solo. Y no eraporque l no le prestase la menor atencin, ni siquiera cuando ella trataba deayudarlo, ni porque la considerase algo desquiciada, ni porque no le diera la hora amenos que ella se la pidiese

    Mierda dijo, dando una patada a uno de los neumticos delanteros de su

    Cherokee. Idiota.Subi al automvil y silb de dolor cuando puso los dedos en el volante caliente.

    En el asiento del acompaante descansaban un par de guantes de trabajo que haban

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    perdido su color original. Se los puso mientras miraba por el espejo retrovisor. Luegomir hacia la colina y la nube de moscas que marcaban el lugar donde yaca elnovillo muerto. Se le contrajo el estmago. Respir lenta y profundamente.

    Haba visto cosas peores en el desierto, y mucho peores en la ciudad, dondeabundaban las trifulcas a navajazos o a tiros. No se explicaba por qu esto le afectaba

    tanto.Bast girar la llave un cuarto de vuelta para poner el motor en marcha; bast otro

    vistazo al retrovisor para que casi soltara un grito.Una camioneta de carga roja, cubierta de xido y de polvo, se abalanzaba

    directamente contra su parachoques trasero; Donna no pudo ver otra cosa que elparabrisas inundado de luz solar y la calandra del radiador como los relucientescolmillos de un tiburn.

    Donna se ovill como pudo, preparndose para el impacto, pero la camioneta se

    desvi en el ltimo instante, redujo abruptamente la velocidad, y pas a su lado contanta suavidad que Donna se pregunt si de verdad se habra acercado a la velocidadque le haba parecido, si no habra sido una jugada de su imaginacin. Al mirar a laderecha se encontr con el rostro del otro conductor.

    Jess, Dios mo!, pens.Un sombrero gris calado, gafas de sol negras, pelo negro y largo recogido en una

    coleta. Len Ciola.Donna no se dio cuenta de que haba dejado de respirar hasta que la camioneta se

    perdi de vista ms all del polvo que levantaban sus ruedas; se recost sobre elrespaldo del asiento, ech la cabeza hacia atrs y cerr los ojos. La corriente del aireacondicionado apuntaba a su regazo producindole temblores, pero no apag el aireni desvi las salidas. Mantuvo los ojos cerrados hasta que no pudo ms. Cuando losabri se encontr sola; hasta el polvo haba desaparecido.

    Mrchate se orden mientras intentaba tragar saliva que no tena. Mrchatea casa, muchacha.

    Pasaron diez minutos antes de que pudiese coger de nuevo el volante sin que letemblaran las manos; diez minutos hasta que se dio cuenta de que continuaba parada.Pis a fondo el acelerador, luchando por controlar el coche hasta que logr enderezarel rumbo. El sol no le dejaba ver ms que la carretera. Primero ira a casa; una vez allse servira un trago. Slo entonces llamara a Sparrow para decirle que Ciola habaregresado.

    Estaba segura de que el sheriff iba a recibir una bronca de campeonato.

    El ms joven se puso de pie, fingiendo un gemido mientras se frotaba la zona lumbary estiraba las piernas para aliviar la rigidez.

    No podemos permitir que esto suceda, Dugan insisti. Echar a perder lo

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    que hemos logrado con tanto trabajo.El viejo no se levant ni le devolvi la mirada, que mantuvo fija en las nubes de

    polvo que se alzaban a lo lejos.No podemos detenerlo, Nick.Tal vez no, pero a l s que podemos detenerlo.

    De eso no hay ninguna seguridad.S que la tenemos, maldita sea pens el ms joven con irritacin. Sabemos

    de sobra que es l y no estamos haciendo nada. Nada de nada.El viejo pregunt quedamente:Qu pasa si ests equivocado?Nick mene la cabeza, aunque saba que el viejo no le miraba.Si estoy equivocado no habremos perdido nada. Vendrn los anglos, echarn un

    vistazo, se marcharn y nos dejarn de nuevo en paz. Qu habremos perdido,

    Dugan?La respuesta fue igualmente queda:Lo que es nuestro.El joven sacudi de nuevo la cabeza. Aquella discusin era tan vieja como l, e

    incluso ms: Dejad que entre el mundo, no perderemos nada; tenemos la televisin yla radio, maldita sea. La rplica era: Que el mundo se quede fuera porque nadatiene que ver con lo que nos hace ser como somos. Por esa razn se marchabantantos jvenes, y muchos de ellos no volvan jams.

    En un solo movimiento, tan gil y rpido que apenas se vio, el viejo se puso depie y se sacudi el polvo de los pantalones al tiempo que consultaba la hora en el sol.Sin decir una palabra camin hasta lo alto del cerro. Nick lo sigui a un paso dedistancia. Cuando llegaron a la cima, Dugan seal hacia el plido fantasma de laluna.

    Una noche ms y habr acabado.Nick no dijo nada; el silencio fue el vocero de sus dudas.Una noche ms. El viejo se cogi de su brazo: la bajada al valle era muy

    pronunciada y resbaladiza. Hoy en da hace falta mucha fe, sabes? Esbozapenas una sonrisa. Mucha ms que antes, me temo. Pero ah est.

    A Nick no le preocupaba la fe. Tambin l la tena, y la conserv incluso durantesu permanencia en el mundo exterior. No era la fe. Eran las muertes. Y lo que lasmuertes traeran.

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    Captulo 6

    Mulder iba de un lado a otro de su despacho, silbando. Era uno de esos das queempiezan con un amanecer apotesico, irreal, de pelcula, que parece traer tantaspromesas que uno teme estar soando. La ola de calor haba remitido haca tres das y

    en su lugar la capital disfrutaba de temperaturas primaverales; cada noche un ligerochubasco limpiaba las calles, y una brisa suave y constante impeda que lacontaminacin enturbiara el cielo azul. Las hojas de los rboles no acumulabanpolvo, las flores brillaban: todo era tan perfecto que casi produca mareo.

    Tard un instante en darse cuenta de que Scully se encontraba sentada en su silla.Buenos das salud l alegremente.Desde la reunin con Skinner haba deshecho dos nudos ms de otros dos casos

    que lo haban mantenido intrigado semanas enteras. Para variar, en ambos casos los

    agentes encargados se mostraron abierta e inmediatamente agradecidos; no hubo egoslesionados, y dos delincuentes ms estaban a punto de ser capturados.

    Tampoco le sorprenda que Beth Neuhouse, a diferencia de Bournell, no lehubiera pedido disculpas por su comportamiento. De hecho haca una semana que nola vea: otra seal de que la vida era hermosa y que tal vez l se hubiera equivocadocon respecto a lo de la amonestacin amaada.

    Y como broche de oro, el festival de cine de ciencia ficcin que an pasaban porla tele le haba permitido ver casi todas sus pelculas favoritas sin las molestas

    interrupciones de anuncios publicitarios de coches de ocasin o productos paracombatir las hemorroides.

    Lo nico que le faltaba para colmar su felicidad era un generoso suministro depipas de girasol.

    Bueno, qu me cuentas? pregunt al tiempo que dejaba caer su maletn allado de un escritorio sobrecargado.

    Se te ve encantado de la vida. Llevaba un traje verde y una blusa a juego.Ligaste anoche o qu?

    La cosa respondi Mulder, apoyando la espalda en un archivador yexhalando un exagerado suspiro de satisfaccin. James Arness haciendo dezanahoria gigante. Insuperable.

    Qu?Mulder hizo un gesto de desaprobacin ante la ignorancia de la mujer con

    respecto a los buenos momentos de la vida.Te suena Ann Hatch? La cientfica que se convierte en una criatura de fango

    verde y se come a los marineros borrachos de San Francisco? Presas de la noche?Tras un silencio, lleno de vacilaciones, Scully cay en la cuenta.Ah, pelculas.

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    Ah, pelculas repiti Mulder. Ms que eso, Scully, mucho ms. Dio ungolpe con los nudillos en el archivador que contena los Expedientes X. El arteimita a la vida.

    Scully entorn los ojos, recogi una bolsa de plstico del suelo y se la arroj aMulder, que la atrap con una mano a la altura del pecho. Contena medio kilo de

    pipas. Sonri. Una seal; tena que ser una seal. La sonrisa se transform en muecade desconfianza.

    No hay cosa que te moleste ms que verme comer estas cosas. Ensucio, y todias la suciedad. Mir la bolsa. Qu te traes entre manos?

    Scully se encogi de hombros inocentemente y volvi a bajar la mano, esta vezpara recoger su maletn.

    T quieres salir de la ciudad una temporada, no es as? Huir del calor; ver algodistinto, no? Cambiar tu vida montona y gris, no?

    Qu? Y perderme la versin original de Los invasores de Marte? Gente quese convierte en zombis y lleva cojinetes y rodamientos injertados en el cuello? Estsloca o qu?

    Scully alz una carpeta, la sacudi y se la puso en el regazo con gesto de severainstitutriz.

    T queras salir de la ciudad. Bueno, pues ahora tienes la oportunidad dehacerlo.

    Mulder mir la carpeta, luego a Scully, luego la bolsa de pipas, y lament haber

    abierto la boca. Definitivamente, todo eran seales, y l no estaba preparado parainterpretarlas. Scully sonri tmidamente, divertida por la expresin de Mulder.

    No te preocupes. Esta vez probablemente te guste.Mulder permaneci a la expectativa y Scully se acomod en el asiento.A ver, qu experiencia tienes en materia de reses mutiladas?No, por favor, Scully, eso otra vez no. Se encamin hacia una silla con

    ruedas y se dej caer sentado aprovechando el impulso para girar y quedarsemirndola. Cruz las piernas. No pensaba responder a lo que evidentemente no erams que una pregunta retrica, hasta que cay en la cuenta de que tena que hacerlo.Scully lo estaba preparando para algo que escapaba del mbito de lo corriente.

    Est bien dijo, dando una palmada sin levantar los codos de los brazos de lasilla. Dependiendo del caso, podemos hablar de sectas neo raras que exigensacrificios, siendo la vaca el animal favorito; o de experimentos secretos del gobiernoen el campo de la inmunologa, basados en premisas de guerra qumica real opotencial; pruebas de guerra qumica sin ms; o mir al techo o experimentosrealizados con tecnologa supuestamente extraterrestre. Mene la cabezalentamente. Por nombrar slo algunas posibilidades.

    Scully abri la carpeta.

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    En unos casos las reses han sido desangradas, o se les han extrado trozos depiel y msculos u rganos

    O sencillamente han sido descuartizadas y tiradas en medio del campo para quese las encontrase algn campesino. Y a m qu me cuentas? T sabes que se es eltipo de cosas que yo Y se call. Los dos se miraron.

    Haba estado a punto de decir que yo no necesito saber.El primero en apartar la mirada fue l, que se concentr en la punta de sus

    zapatos.Dnde?En Nuevo Mxico.Mulder solt una risotada.Mutilaciones de reses, eh? Muy bien. Cerca de Roswell, supongo. Venga,

    Scully. No me tomes el pelo. No estoy yo para sas

    Scully le ense un par de fotografas que no daban lugar a comentarios. Cogilas fotos y al cabo de un rato puso ambos pies en el suelo y se inclin hacia adelante,los codos apoyados en los muslos. Tard en entender el significado de todo aquello, ycuando lo comprendi empez a respirar con ms rapidez. Al principio no vio msque masas compactas de color blanco y gris esparcidas por la tierra, o lo que parecatierra. Se trataba de arena del desierto, tal vez. Parpade y las masas tomaron laforma de cuerpos de animales desollados, descarnados, en algunos casos hasta elhueso. Salvo los crneos al aire, no quedaba nada de sus cabezas.

    La de la izquierda le dijo Scully llevaba dos das perdida.No tena ojos, y un examen ms pormenorizado le revel un ejrcito de hormigas

    y unas cuantas moscas que el fotgrafo no habra logrado ahuyentar. Tena las patastraseras descoyuntadas; la boca abierta y se le vea la lengua, pero sta era muchoms pequea y estrecha de lo que corresponda, adems de estar manifiestamentedescarnada. Aunque haba manchas oscuras, Mulder busc en vano charcos de sangreo rastros de ella.

    La de la derecha fue encontrada, segn creen, pocas horas despus de morir.Una vez ms, la piel y la mayor parte del tejido muscular haban sido arrancados

    por completo; y hasta donde Mulder pudo ver, tampoco en este caso se vean rastrosde sangre.

    Mulder mir a Scully.Aqu no se trata de simple despellejamiento. Cmo lo llamaras t?

    Desollamiento?Scully asinti con gesto cauteloso, poco dispuesta, como de costumbre, a

    comprometer su opinin hasta no haber visto las pruebas personalmente.Yo dira que s. Pero no estar segura hasta que lo haya visto con mis propios

    ojos. Le alcanz otro par de fotografas.

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    Desconcertado, Mulder las tom y, despus de mirarlas detenidamente, se apoyen el respaldo, consternado y haciendo un esfuerzo sobrehumano para tragar saliva.

    Por Dios!Gente. Era gente. Cerr los ojos un instante y dej las fotos a un lado. A lo largo

    de los ltimos aos haba visto todo tipo de horrores, desde desmembramientos hasta

    la ms cruda carnicera, pero nunca haba tenido delante nada tan perverso comoaquello. No tuvo que volver a mirarlas para saber que en este caso se trataba de algodiferente, por decirlo de algn modo.

    Esa gente haba sido desollada, y a Mulder no le hizo falta preguntar si lasvctimas haban sido desolladas vivas.

    Esto viene de Skinner, no?Scully asinti mientras trataba de sujetarse un mechn de pelo detrs de la oreja.Las autoridades locales, en fin, el sheriff del condado llam Se

    interrumpi para consultar una pgina del expediente. Llamaron a Rojo Garson, dela oficina de Albuquerque. Por lo visto enseguida se acord de ti.

    Mulder guardaba algn recuerdo de Garson. Era un tipo del Oeste, curtido yatltico, que haba pasado una breve temporada en la academia del Bur en Quantico,haciendo menos gala de sus habilidades aunque las tena en abundancia que deunas ganas casi incontrolables de marcharse del Este en cuanto pudiera. Cosa quehizo a la primera de cambio. Mulder saba que Garson nunca se haca el loco cuandose trataba de acudir al lugar de los hechos, de modo que este caso tena que haberlo

    dejado completamente desconcertado. No era el tipo de persona dada a pedir ayuda.Mulder, quienquiera que haya hecho esto est enfermo de verdad.Un enfermo, un perturbado, o alguien tan desprovisto de emociones que bien

    podra no ser humano. Escogi una foto al azar: una pareja. Mulder agradeci que loque les quedaba de rostro no mirase a la cmara.

    Amarrados? Drogados?Scully se aclar la garganta.Es difcil saberlo, pero los indicios apuntan a que volvi a callar, y Mulder

    percibi el nerviosismo y la rabia en la voz de la mujer, los indicios apuntan a queno estaban ni una cosa ni otra. Y Garson no cree que hayan sido asesinadas en otrolugar y abandonadas en se.

    Mulder se pas la mano por la boca y se mordi el labio inferior con actitudpensativa.

    La doctora forense Helen Ros no ha podido determinar si las vctimas estabanconscientes o no en el momento de su muerte. La ausencia de cantidadessignificativas de epinefrina parece indicar que sucedi con demasiada rapidez paraque el cuerpo produjera esta sustancia, cosa que suele hacer en casos de violenciaextrema.

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    El rushadrenalnico de la vctima aclar Mulder quedamente.Scully levant la vista desde el informe.Eso. Pero hay otra cosa.Mulder no supo qu preguntar.Por lo visto estaban vestidas en el momento de la agresin.

    Mulder se movi en su asiento, inquieto.Espera un momento.En cada uno de los escenarios se encontraron jirones de ropa. Ni siquiera eran

    irones, apenas si eran trocitos. Tiras de cuero de botas o zapatos. Botones de metal.Scully, espera.A Scully le temblaban las manos cuando meti la carpeta de nuevo en el maletn.El patlogo dice que o murieron del shock o desangradas. Tom aire

    despacio. Garson, por su parte, piensa que murieron del susto, que ya estaban

    muertas cuando cayeron al suelo.Mulder le pidi que callase con un gesto de la mano.Scully, esta gente, y olvdate de los animales un momento, esta gente fue

    atacada por alguien o por un grupo, fue desollada, su ropa termin hecha trizas y dela piel no ha quedado ni rastro. Me ests diciendo

    Yo no te digo nada, son ellos corrigi Scully.Vale. Vale. Ellos dicen que sucedi tan rpido que no dio tiempo para que la

    epinefrina Sonri sin ganas y mir a su alrededor sin fijarse en nada en

    particular. Scully, t sabes tan bien como yo que eso es imposible.Probablemente admiti Scully. No he tenido mucho tiempo para pensar.Mulder se puso de pie abruptamente.No tienes por qu pensar, Scully. No hay nada que pensar. Eso es prcticamente

    imposible y punto.Razn por la cual tenemos que estar en Dulles a primera hora de la maana.

    Haremos escala en Dallas y estaremos en Nuevo Mxico hacia la una de la tarde,hora local. Alz un dedo para adelantarse a la objecin. Y recuerda, en este casola palabra clave es prcticamente, Mulder, la cual no quiere decir definitivamente.

    Mulder se qued mirando el maletn de Scully. Extendi los brazos como siabarcara todo el trabajo que quedaba por hacer en el despacho y dijo:

    Qu se le va a hacer? lo que provoc una sonrisa en Scully, quien no tuvonada que aadir.

    Mulder sola reaccionar de aquel modo cada vez que un Expediente X aterrizabaen sus manos. Era como un cambio de marchas, de estado mental; el entusiasmocorriente se transformaba en otro de distinta especie. Para l, imposible significabaque alguien haba decidido que no haba explicacin para lo que hubiera sucedido.Pero siempre haba una explicacin, siempre.

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    Aunque no siempre les gustaran a sus superiores y a Scully las explicacionesexistan. A veces bastaba un poco de imaginacin para encontrarla, una perspectivamenos rgida desde la que contemplar el mundo, una disposicin a entender que aveces la verdad se ocultaba tras una mscara.

    Hay algo ms aadi Scully cuando ya Mulder recoga la bolsa de pipas y su

    maletn.De qu se trata?Scully se puso de pie y se alis la falda.Hay una persona que dice haber presenciado una de las muertes.Mulder qued boquiabierto.Lo dices en serio? Un testigo que ha visto quin ha hecho esta carnicera?Una testigo corrigi Scully. Y dice que no era una persona.Mulder guard silencio, esperando or ms.

    Dijo que era una sombra.Diablos, pens Mulder.Eso. O fantasmas.

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    Captulo 7

    Un fuego arda en un agujero de poca profundidad. El humo se alzaba en oscurasvolutas que se retorcan reflejando las llamas antes de escapar por el irregular orificioque se abra en la bveda de la sala subterrnea. En las paredes toscamente excavadas

    se proyectaban sombras nacidas de otras sombras que se hallaban sentadas en bancosde tablones alrededor del agujero.

    Eran un total de seis hombres sentados con las piernas cruzadas y las manosapoyadas en las rodillas, seis cuerpos magros desnudos de tensa musculatura y decabello lacio, que brillaban con el sudor que reflejaba el fuego, los ojos fijos en lasllamas que bailaban empujadas por una corriente que ninguno de ellos poda sentir.Encima del fuego, colocado en una parrilla de metal, un cuenco cocido al fuegocontena un lquido incoloro que burbujeaba sin despedir vapor.

    Haba un sptimo hombre sentado en un asiento esculpido en la piedra roja,retirado de los dems, entre las sombras a las que, segn prescriba el rito, perteneca.No llevaba ropa alguna; slo una cinta en la cabeza decorada con piedraspulimentadas y gemas, todas ellas distintas, ninguna ms grande que la yema de undedo. Con la mano derecha sostena el esqueleto de una serpiente; de la izquierdacolgaba la cola negra de un caballo, rematada con un nudo y entrelazada con cintasazules, rojas y amarillas. Sus ojos negros no fijaban la mirada en ninguna parte enconcreto. Uno de los seis hombres termin por moverse; hinch el pecho y exhal el

    aire con un suspiro silencioso. Cogi un cazo de arcilla que sostena el hombresentado a su izquierda, lo hundi en el cuenco, y se puso de pie como pudo, estirandounas esculidas piernas que apenas si lo sostenan. Le dijo una palabra al fuego. Otrapalabra al cielo que, velado por el humo, se alcanzaba a ver por el orificio de labveda. Llev entonces el cazo hacia el hombre de la silla, susurr unas palabras yverti el lquido hirviente sobre la cabeza del sptimo hombre. ste permaneciinmvil.

    El agua se abri paso entre sus cabellos, por encima de los hombros, por laespalda y el pecho. Sigui sin moverse.

    La cola de caballo se agit un poco, pero no la mano que la sostena. El ancianoregres al crculo, tom asiento, y, tras ese nico movimiento, volvi a la inmovilidadanterior. Slo se escuchaba el fuego.

    Un hombre solitario espera en el centro de ninguna parte. Est de pie en el centro deun reguero de huesos esparcidos; huesos de coyote, de puma, de caballo, de toro, de

    carnero, de serpiente.Desde donde est puede ver que de la Mesa de Viento de Sangre se levantan

    columnas de humo que confluyen a casi cien metros de altura para seguir su ascenso

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  • 7/26/2019 Viento de Sangre - Charles Grant

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    unidas en una nica columna que parece elevarse hacia la luna.La luz de la luna arrancaba reflejos esmeralda del centro de la masa de humo.El hombre sonri inopinadamente.Extendi los brazos como para invitar al humo a acercarse a l, pero ste no se

    movi.

    El hombre tena paciencia. Se haba movido antes; se movera otra vez.Y pasada esa noche, cuando aquellos viejos necios hubieran terminado, l

    actuara por su cuenta.Todo cuanto tena que hacer era creer.

    Donna gir entre las sbanas, dormida; gimi tan fuerte que su propia voz ladespert. Abri y cerr los ojos repetidas veces para ahuyentar la pesadilla, y cuando

    estuvo segura de haberlo logrado, sac las piernas de la cama y se sent, abriendo laboca para tragar el aire fro que le haca estremecerse.

    La casa estaba en silencio. El escaso vecindario se mantena en silencio. La luz dela luna se filtraba por los resquicios que las cortinas dejaban en las dos ventanas de lahabitacin y en su recorrido iluminaban conos de partculas de polvo en suspensin.

    Bostez y se levant; bostez de nuevo mientras se rascaba los costados y pordebajo de los senos. La pesadilla se haba esfumado, en fragmentos dispersos, perosaba lo que haba soado, sospechaba que se trataba de la misma pesadilla que vena

    atormentndola desde haca dos semanas.Caminaba en el desierto, cubierta nicamente por una camiseta larga; sus pies

    descalzos sentan el fro nocturno del suelo del desierto. Un viento constante leacariciaba el rostro. La luna estaba tan grande que pareca a punto de chocar con latierra, y las estrellas eran demasiado numerosas para contarlas.

    Pese a que caminaba en contra del viento, poda or que algo se acercaba a ellapor detrs, pero cada vez que se giraba se encontraba con el vaco de la noche y consu propia sombra.

    Algo que la interpelaba con silbidos siseantes, se le acercaba arrastrndose.Cuando no poda soportarlo ms se despertaba, consciente de que de lo contrario

    morira. No era supersticiosa, pero no poda evitar hacerse preguntas.Se encamin con pasos adormilados hasta la cocina, abri la nevera y se pregunt

    si sera demasiado tarde o demasiado temprano para tomarse una cerveza. La hora nole importaba demasiado, pero saba que si beba en ese momento se encontrara en laducha antes del amanecer, maldicindose y preguntndose cmo iba a sobrellevar laornada