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VIAJES Y CIUDADES MÍTICAS Álvaro Baraibar y Martina Vinatea Recoba (eds.) BIADIG | BIBLIOTECA ÁUREA DIGITAL DEL GRISO | 31

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VIAJES Y CIUDADES MÍTICAS

Álvaro Baraibar y Martina Vinatea Recoba (eds.)

BIADIG | BIBLIOTECA ÁUREA DIGITAL DEL GRISO | 31

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Baraibar, Álvaro y Martina vinatea recoba (eds.), Viajes y ciudades míticas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de navarra, 2015. Colección BiaDiG (Biblioteca Áurea Digital), 31 / Publicaciones Digitales del GriSo.

Edita:Servicio de Publicaciones de la Universidad de navarra.

esta colección se rige por una licencia Creative Commons atribución-noComercial 3.0 Unported.

iSBn: 978-84-8081-462-1.

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CIUDAD MÍTICA, CIUDAD UTÓPICA, MÉXICO EN LOS DIÁLOGOS MÉXICO 1554

DE FRANCISCO CERVANTES DE SALAZAR

Margarita Peña Universidad Autónoma de México

Difícilmente podemos acceder a una imagen de la ciudad de México en el año 1554 si no es a través del cronista Francisco Cervantes de Salazar y sus ya clásicos Diálogos latinos, producto de la descripción del autor avalada por el conocimiento de las premisas urbanísticas renacen-tistas, el imaginario nutrido en sus viajes por la Europa de entonces y la voluntad de crear en el discurso una ciudad mítica a partir de lo real; una ciudad utópica a partir de modelos anteriores vistos o leídos.

Antecedentes

Por lo que toca al escritor, no es una figura fácil de definir. Líder cultural en una sociedad balbuceante; escritor latino y castellano que elogió con una hipérbole magnífica la capital del virreinato, sus alrede-dores y su universidad; lector que llegó a reunir una biblioteca, o ‘libre-ría’, respetable; primer cronista de la Ciudad de México; bachiller a su llegada, casi inmediatamente maestro, y poco después rector de la Real y Pontificia Universidad. Por otro lado, una personalidad cuestionada por un dignatario eclesiástico, el Arzobispo Pedro Moya de Contreras, a lo largo de informes dirigidos al soberano, Felipe II. Personaje de luz y sombra que pareciera anunciar el claroscuro barroco al tiempo que ejemplifica las contradicciones de la condición humana agudizadas en la

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coyuntura del primer siglo de colonización. En un contexto en donde el peninsular luchaba, ante todo, por sobrevivir, y luego, por sobresalir.

Examinemos, en primera instancia el lado luminoso: sus anteceden-tes europeos, carrera universitaria, obra iniciada aun antes de arribar a la Nueva España.

Llegado a Indias como bachiller, obtendrá grados universitarios, es-calará puestos y luego de formar parte como profesor del claustro aca-démico de la recién fundada Real y Pontificia Universidad, se conver-tirá en su rector en dos ocasiones: 1557 y 1562. Fungió como primer cronista de la ciudad de México y escribió tres diálogos latinos que son cimiento de las letras novohispanas1.

Como buen renacentista, Cervantes escoge el género del diálogo —de moda en Italia y España— para descubrir a los ojos sorprendidos de un supuesto extranjero las características de esta ciudad-capital del Nuevo Mundo2. En el Diálogo II de México 1554, que describe la ciu-dad, no hay debate, como si se da en otros diálogos renacentistas como el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, de Alfonso de Valdés, entre el soldado y el arcediano, o el Diálogo de Mercurio y Carón. Existen, sí, en Salazar, la oposición, la contradicción: se declara que la ciudad de México es perfecta, no existen arrabales; pero luego estos se le atraviesan

1 No sabemos que fuera poeta y quizás por eso no figura en el cancionero Flores de baria poesía, a pesar de haber coincidido en el tiempo con Gutierre de Cetina, quien entre 1550 y 1554 transitaba entre Veracruz, Puebla y México facturando barras de plata. No se reunieron en ninguna academia ni tertulia poética, como de seguro de-bieron existir. Tampoco se le relaciona con escritores conocidos como Francisco de Terrazas (seguramente más joven) y Hernán González de Eslava, venido de España a los veinticuatro años de edad al mediar el siglo. Parece que se hubiera mantenido lejos de quienes escribían libremente como el propio Eslava, Terrazas y Juan Bautista Corvera. Se sabe que era primo del por entonces, hombre más rico de México, Alonso de Villaseca, en cuyo hogar vivió al llegar y de quien después se distanciaría por asuntos de dinero. Agustín Millares Carlo documenta esto en alguno de sus ensayos, en donde hace pre-cisamente la relación de los libros que conformaban la ‘librería’ del rector y sacerdote.

2 Señalemos de paso que los Diálogos —en alternancia de utopía y contrautopía— develan, por un lado, un ideal urbano hecho de modelos clásicos y arquitectura a la moda; y por otro hacen evidente la negación de los peninsulares respecto a la existencia de un mundo indígena anterior que respondía a un diseño magnífico, y en el cual vinie-ron a insertarse las mansiones almenadas de los Ávila, los Altamirano, Mendoza, Zúñiga, Estradas, Ávalos, Sosas, Alvarados, Sayavedras, Villafañes, cercadas por los arrabales de los pobladores originales: los indígenas. Escenario de la nueva nobleza peninsular y criolla, viva imagen del señorío y la arrogancia que conferían el poder y los doblones.

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a la pequeña comitiva formada por Alfaro, Zamora y Zuazo y no hay más remedio que justificarlos y disimularlos. El humanista, catedrático de la Universidad Real y Pontificia, amigo que fuera de Ambrosio de Morales, continuador de alguna obra de Hernán Pérez de Oliva y tra-ductor de Luis Vives, se ve atrapado en una realidad paradójica, hecha de contrastes, en la que asumirá cabalmente el rol de peninsular adicto al grupo en el poder. Al conquistador Hernán Cortés, por ejemplo. Nada que ver con el criollismo incipiente que asoma en la conjuración de Martín Cortés narrada por Juan Suárez de Peralta, cuando, entre 1563 y 1566, los criollos de primera generación, resentidos, intentaban ‘alzarse con la tierra’. Se sabe del irreconciliable encono entre las diferentes etnias —mestizos, criollos y españoles—3 pero para cuando ocurrió la conjura, Cervantes de Salazar no era ya el forastero prácticamente auto-didacta —aunque con unas Obras en su haber impresas en 1546, antes de venir a Indias—, sino un personaje enseñoreado con cargos univer-sitarios, dignidades y prebendas.

Vayamos, años atrás, al joven que tuvo por maestro en Toledo a Alejo de Venegas; estudió Cánones en la Universidad de Salamanca, obte-niendo sólo el grado de bachiller; viajó a Flandes acompañando a un licenciado Girón, conociendo precisamente entonces a ‘personas eru-ditas de aquellas tierras’, entre los que sobresalía Juan Luis Vives, al que se refiere en un texto publicado en México, en 1554, en las prensas de Ioanem Paulum Brisensem titulado Commentaria in Ludovico Vives Exercitationes, fol. 4r4, según el crítico Francisco Calero. Pudo conocer a Hernán Cortés —a quien dedica en un extenso prólogo, sus adiciones al Diálogo de la dignidad del hombre, de Pérez de Oliva—; y quizás, por entonces también, o un poco antes, tradujo un opúsculo del latín escrito por Luis Vives: Introducción y camino a la sabiduría. Sin embargo, detengá-monos antes en la útil y prolija información biográfica sobre Cervantes de Salazar que proporciona Joaquín García Icazbalceta y que redondea el retrato del personaje. Afirma Icazbalceta:

3 Rubial, 2005, pp. 46-50. No se percibe en los escritos salazarianos simpatía hacia algunos criollos, como los hermanos Ávila, decapitados en la Plaza Mayor, enterrados extramuros por traición y su casa demolida. Tampoco hacia el Segundo Marqués del Valle de Oaxaca, expulsado y despojado de parte de sus vastos territorios. Mucho menos hacia el otro Martín Cortés, el bastardo, hijo de doña Marina, al que ni el hábito de re-ligioso salvó de la tortura en los interrogatorios del proceso. Ello se confirma repasando los Diálogos. Ver Cervantes de Salazar, México 1554.

4 Para esta cita y lo anterior, ver Francisco Calero, 1996.

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No hay duda de que nació en Toledo; pero no es posible señalar con cer-teza la fecha de su nacimiento. Creí, y aun así lo dije que podía adoptarse la de 1521, porque el Maestro [Alejo] Venegas, en el prólogo de las Obras de Cervantes [de Salazar], impresas en 1546, dice que «siendo de edad de veinticinco años ha tirado la barra sobre más de cuarenta».

Más adelante, tras un sinnúmero de cálculos afirma Icazbalceta: «Posteriormente he encontrado documentos que obligan a atrasar (sic) la fecha del nacimiento de Cervantes […]5. La fecha de 1513 o 1514 es, pues, la que mejor se ajusta con los datos hallados hasta ahora, y con lo que sabemos de la vida del autor». Y más adelante continúa el biógrafo:

Discípulo muy querido de Vives fue Cervantes, si hemos de creer a Beristáin [de Sousa] […]; [Cervantes de Salazar] respetaba y admiraba a Vives, tradujo su Introducción y Camino para la Sabiduría, comentó y continuó sus Diálogos, y ni en la dedicatoria de aquella obra, ni en lugar alguno de ésta, ni en ningún otro escrito suyo que conozcamos se vanagloria de haber sido discípulo del sabio valenciano: cosa que a haber sido cierta, no habría dejado de publicar para honra propia6.

Esta conclusión, poco favorable al escritor, atrae la atención sobre los rasgos de carácter de Cervantes que, en un informe a Felipe II, apuntaba el arzobispo Moya de Contreras. Decía de Cervantes:

5 Prosigue Icazbalceta: «En la “Descripción del Arzobispado de México”, manuscri-to en 1570, se le llama ‘hombre viejo’, calificación que no sería propia si el que era obje-to de ella hubiera nacido en 1522, pues sólo tendría cuarenta y ocho años; pero si había nacido en 1514, ya era otra cosa, porque contaba cincuenta y seis. El señor Arzobispo Moya de Contreras decía después, en 1575, que nuestro Cervantes tenía “más de sesenta años”, lo cual […] nos conduce también a fijar su nacimiento antes del año de 1515”». Afirma: «Declarando en una información que hizo el señor Arzobispo Montúfar con-tra el deán D. Alonso Chico de Molina, dijo que era [Cervantes] de edad ‘de más de cuarenta años’…». Y deduce: «No parece probable que a los veinticinco años tuviera ya hechos sus estudios de humanidades, y, además de haber viajado fuera de su país, hubiera escrito y publicado el volumen de sus obras, en que algunas circunstancias revelan que el autor había alcanzado ya cierta posición social, y en cuyo prólogo consta que tenía concluidos otros trabajos de mayor importancia. Todo esto es más creíble tratándose de un hombre de treinta y dos a treinta y tres años. El maestro Venegas alude a la nobleza de los ascendientes de Cervantes; pero sin duda esa nobleza no iba acompañada de los bienes de la fortuna, a juzgar por los empleos que desempeñó nuestro autor». Para todo lo citado, ver Joaquín García Icazbalceta, Obras, pp. 19-20.

6 Joaquín García Icazbalceta, Obras, pp. 20-21.

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Es amigo de que le oygan y alaben, y agrádale la lisonja: es liviano y mu-dable, y no está bien acreditado de honesto y casto, y es ambicioso de honra, y persuádese a que a de ser obispo […]. Ha doze años que es canónigo; no es nada eclesiástico, ni hombre para encomendarle negocios7.

Suponemos que tales juicios habrán disuadido a las autoridades pe-ninsulares de concederle el arzobispado a nuestro autor, quien de ob-tenerlo habría sucedido en el cargo al encarnizado Moya de Contreras. Para explicarse la vertiginosa carrera universitaria de Cervantes de Salazar en Nueva España, resulta de suma utilidad este informe de Moya de Contreras retomado por Icazbalceta, en el que se lee entre líneas lo que realmente pudo suceder: Cervantes conseguiría los grados ‘por re-misión de cursos’ (el de bachiller en Cánones) y ‘por suficiencia’ los de Artes. Es decir, sin estudios de por medio.

Pude localizar en una biblioteca de libros ‘raros’ el ejemplar de una obra de Luis Vives sobradamente mencionada y conocida en latín, en traducción al castellano de Francisco Cervantes de Salazar publicada posiblemente en 1546, con anterioridad a su viaje a la Nueva España, en 1551. Una edición de la que poco se sabe, por lo demás. El texto es un opúsculo impreso por Joachín de Ibarra, cuya portadilla dice como sigue: Introducción y camino / para la sabiduría, donde se declara que cosa sea, / Y se ponen grandes avisos para la vida humana, / compuesta en latín / por el excelente varón Juan Luis Vives, / con muchas adiciones que al propósito se ha-cían, / Por Francisco Cervantes de Salazar. // Madrid. MDCCLXXX // Por D. Joachin Ibarra Impresor de Cámara de S. M. / Con las licencias necesarias. / Direcc. de Proveed. e Inventarios/ Oficina.

En el espacio entre el nombre del autor y el lugar y fecha de edición figura el escudo de impresor: ‘YBA’ sobre dos ramas de laurel cruzadas y rematando una corona con varias puntas que, hipotéticamente, pudieran corresponder a cuatro soberanos borbones del siglo xviii en que el libro aparece: Felipe V, Luis I, Fernando VI y Carlos III.

Un universitario peninsular en el Nuevo Mundo

La personalidad de Francisco Cervantes de Salazar como humanista llegado a Indias al mediar el primer siglo de la Conquista se halla in-disolublemente ligada al humanismo naciente en la Nueva España, y por ende al receptáculo de ese humanismo: la universidad novohispana,

7 Francisco Calero, 1996, p. 55.

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la cual se creó según el modelo de las universidades europeas —Paris, Lovaina, Salamanca entre otras—, que acogieron por épocas a maes-tros tales como el mismo Juan Luis Vives, en los inicios del siglo xvi y sirvieron de fragua posteriormente a otros que emigrarían al Nuevo Mundo, como el propio Cervantes de Salazar8, personaje emparentado a tres siglos de distancia con Luis Vives en dos aspectos cardinales: la pre-ocupación por educar a los jóvenes y el interés por la lengua vernácula, el castellano. Nuestro Cervantes se vincularía lejanamente con el Rey Sabio y su actividad en la fundación de universidades a través del tema de la vida universitaria, recreado en el Diálogo I de México 1554.

La ciudad mítica de Cervantes de Salazar cuenta entre sus maravi-llas una universidad mítica también en su esplendor intelectual, utópica en cuanto a sus resultados que, de acuerdo con el humanista, pudiera compararse con los más acabados modelos europeos. Una crónica, la llamada Crónica de la Real y Pontificia Universidad de México, de Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén (bachiller, secretario y maestro de ceremo-nias de dicha Real Universidad) es rica fuente para el conocimiento del ámbito universitario en sus inicios. A ella me remito en nota de pie de página9, con el objeto de conocer la institución que acogió a Cervantes de Salazar en la Nueva España así como el papel que él desempeñó en ésta. La crónica tardía de Plaza y Jaén está dedicada «al Señor de la tie-rra y cielo, Cristo nuestro Señor», dirigida, ya en el siglo xvii, al rey de

8 Es por ello antecedente necesario del examen de la obra de traductor de Cervantes de Salazar nacido en Toledo, llegado a la Nueva España en 1551, primer cronista de la ciudad de México, autor de diálogos a la manera del Renacimiento, maestro y rector de la primitiva Universidad, el repaso breve de los orígenes de la institución universitaria que se remontan a la Edad Media. En España, a la época de Alfonso IX y Alfonso X, el Sabio (1226-1284); al siglo xiii, tiempo de fundación de universidades en toda Europa, a las que se conoció inicialmente con el nombre de ‘Studium’. En Salamanca se elabora una metodología de la enseñanza fundamentada en ‘lectiones’, ‘repetitiones’ y ‘disputa-tiones’ que se formulan en lengua latina. Colateralmente al aprecio de los mentores, a los que Alfonso X califica de ‘maestros, caballeros y señores’ y dispone se les otorguen prebendas al cumplir veinte años de ‘leer’ cátedra. Se estipula en la Ley IV respecto al comportamiento de los estudiantes: «Como los maestros, los escolares pueden fazer ayuntamiento e hermandad ca los Estudios para esto fueron establecidos, e non para andar de noche, nin de día armados, trabándose de pelear e de fazer otras locuras, o mal-dad, o daño de sí, e estoruo de los lugares do biven. E si contra esto fiziessen, entonces el nuestro Juez los debe castigar, e enderezar, de manera que se quiten de mal e fagan bien».

9 Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad de México.

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España —que sería Felipe III— en términos «Vuestra Sacrosanta Real Magestad»10.

Esta crónica del ilustre de la Plaza y Jaén es por demás específica respecto a gestiones preuniversitarias que se realizaron a lo largo de die-ciséis años, entre 1537 y 1551. Ahora bien, nos preguntamos: ¿qué papel jugó Cervantes de Salazar en la importante coyuntura de la creación de la Real Universidad y en años inmediatamente posteriores? Un papel colateral de apoyo y sustento, y no propiamente de fundador, ya que lle-ga a México en 1551, cuando las gestiones preliminares se han realiza-do. Será a un tiempo, estudiante que pasa de bachiller a licenciado; luego profesor y dos veces rector. Plaza y Jaén, menciona al humanista en seis ocasiones. Es posible documentar la presencia de Cervantes en algunos actos de la universidad novohispana, en los cuales él ve una universidad mítica a la medida de la ciudad, y en la que se cumplían los postulados de la obra de Luis Vives.

Es evidente que la traducción de Cervantes de Salazar del opúsculo sobre la sabiduría, de Vives, fue una obra de juventud y junto con la

10 Por De la Plaza y Jaén se sabe que la Real y Pontificia Universidad tuvo un doble origen: por un lado, la Real Cédula de Carlos V; por otro, las bulas de los papas Paulo IV y Clemente VII. Relata el cronista las primeras gestiones del arzobispo Fray Juan de Zumárraga, quien envía procuradores ante la corte del emperador Carlos V con peticiones para la creación de la Universidad. Las instrucciones fueron dadas en la época temprana de 1536, según carta de Zumárraga del mes de noviembre de ese año. A cinco años apenas de la caída de Tenochtitlán. Se ha hablado del contraste entre la diligencia de Zumárraga y la relativa indiferencia del virrey Antonio de Mendoza, que consideraba prematura una fundación de este tipo, atrapado como estaba en constantes viajes, entradas y salidas. De acuerdo con Plaza y Jaén, «la primera orden para que se fundase la Universidad y se sostenga con bienes adecuados, la dio Felipe II no hasta septiembre de 1551, sino desde el 30 de abril de 1547». Cita una carta escasamente conocida, de marzo de 1550, firmada por varios dominicos, en la que se habla de que «el virrey Mendoza ha comenzado, para el bien universal de esta tierra, un Estudio ge-neral». Es decir, una Universidad. Concluye el cronista que «ni Zumárraga ni el virrey de Mendoza [que tenían gran amistad] vieron la realización de sus aspiraciones. Zumárraga murió en 1548; Mendoza fue promovido al Perú y salió de México en 1545». Mauricio Beuchot ha señalado que «la erección […] de la Universidad fue la obra de todas las fuerzas vivas de la naciente nacionalidad encabezada por el Ayuntamiento de la Ciudad y por el Virrey». Se afirma que «la Universidad fue […] un fruto maduro de una obra de trasplante que la Administración Colonial de la Metrópoli emprendió en las Indias Occidentales». Podemos añadir: como la Imprenta, la Casa de Moneda, los conventos de monjas y otras más.

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dedicatoria a María de Austria, en cierto modo, una obra de circunstan-cias tendiente a atraer la atención de la soberana en favor propio. Por lo demás, todos, o casi todos, los escritores de la época utilizaban recursos semejantes. Lo importante para nosotros es la existencia de esta versión temprana en castellano hecha por un peninsular, personaje prominen-te en la Nueva España, que él trajera en su bagaje intelectual al viajar en 1551, así como su conocimiento y rescate a través de la edición de Ybarra, de 1780, ya mencionada. Sería una forma de resarcir a Juan Luis Vives de lo que algunos estudiosos han venido considerando un olvido injustificado.

Dejemos el Diálogo I en el que la ciudad mítica se erige como capital intelectual de un territorio vasto, escasamente civilizado, mediante una universidad sembrada en ese páramo de expectativas y sueños. Es pro-piamente en el Diálogo II en donde Cervantes de Salazar se deleita en la contemplación de la ciudad naciente y ya prodigiosa que es México; en esa pequeña urbe, íntima y todavía en algunas partes, secreta, en la que empezaba a florecer una humanidad diversa. Las razas se tocan, se tren-zan: españoles, criollos indios, mestizos. Los oficios se multiplican. Hay artesanos entre los que se encuentran carpinteros, tejedores, panaderos, cinceladores, borceguineros, armeros, torneros. El lenguaje se enrique-ce, centellea con la inclusión de indigenismos. Así como sucede con la mayor parte de los cronistas de Indias, sean conquistadores, navegantes o misioneros, al asombro, al azoro inicial ante un mundo nuevo, ignoto, la ciudad se le convierte al recién llegado en una enmarañada selva de gentes y cosas nuevas. Cervantes de Salazar opone el punto de referencia de lo propio, conocido y sabido, sea a través de la experiencia directa o de la información de trasmano. La comparación va a ser, pues, un recurso no sólo retórico sino estilístico, un artificio moral, medular en el desarrollo del diálogo. Apenas iniciado el paseo de los tres personajes, Zuazo, Zamora y Alfaro, —los dos primeros vecinos de la ciudad, foras-tero el tercero, Alfaro— surge una pregunta que da pie a una respues-ta que podríamos considerar referencia por comparación. Se habla del modo de techar las casas y a cuenta de esto Alfaro, el forastero, va a diser-tar sobre cómo suelen ser los tejados de las casas en Castilla, Andalucía y Campania. Más adelante, al desembocar los que vienen de la calle de Tacuba en lo que será el Zócalo o Plaza Mayor, se impone la compara-ción con otras plazas conocidas. Así, exclama Alfaro: «Ciertamente que no recuerdo ninguna, ni creo que en ambos mundos pueda encontrarse

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igual. ¡Dios mío!, ¡cuán plana y extensa!, ¡qué alegre!, ¡qué adornada de altos y soberbios edificios, por todos cuatro vientos!, ¡qué regulari-dad!, ¡qué belleza!, ¡qué disposición y asiento!». Estamos ante la hipér-bole como recurso retórico previo a la comparación. A lo cual replicará Zuazo: «Hízose así tan amplia para que no sea preciso llevar a vender nada a otra parte; pues lo que para Roma eran los mercados de cerdos, legumbres y bueyes, y las plazas Livia, Julia y Aurelia y Cupedinis, ésta sola lo es para México…». Y luego de adentrarse en la plaza tocará el turno a Zamora: «Al palacio y sus tiendas bajas, se siguen después de pasar la calle San Francisco, unos anchos, extensos portales, más concu-rridos que fueron en Roma los de Corinto, Pompeyo, Claudio y Livio». Añadirá el extranjero Alfaro, glosando a Marcial: «Donde el pórtico Claudio extiende su dilatada sombra…», y rematará Zamora, haciendo gala de cultura clásica y cosmopolitismo: «Éste es el ‘medius janus’, para-je destinado a los mercaderes y negociantes, como en Sevilla las gradas, y en Amberes la bolsa: lugares en que reina Mercurio».

Salta a la vista que las referencias constantes al Viejo Mundo no se relacionan solamente con un querer pisar sobre seguro. Hay en ellas además, el afán de mostrarse poseedor de una cultura que redescubre los modelos griegos y latinos; una cultura renacentista que incorpora los personajes mitológicos —el dios Mercurio— a la realidad cotidiana y real ennobleciéndola. Y el afán, asimismo, por exhibirse como viajero que lo mismo mora en Sevilla que transita por Amberes y se avecina en México. Ubicuidad geográfica que forzosamente se relaciona con el gusto por la aventura y el universalismo de buen tono. Ideal del huma-nismo al modo de Erasmo de Rotterdam o Damián de Goes. Suma de afanes que en superposición florida y casi manierista se ven coronados por un afán supremo: el de elogiar la ciudad que se vuelve mito, ensal-zando sus calles y sus edificios, alabando sus instituciones, dignificándo-las mediante el artificio de la comparación y cuajando una hipérbole mayúscula que da lugar al mito y linda con la utopía. La ciudad: una construcción unívoca y perfecta en la que rigen orden y concierto, todo está donde debe ser y nadie se encuentra fuera del sitio que le corres-ponde. En suma, una ciudad inexistente. «Todo México es ciudad», pro-nuncia en una parte Alfaro, «y toda es bella y famosa». Sí —podría aña-dirse— para los ojos azorados y abiertos a la utopía humanística, de ese toledano recién llegado como el mismo Alfaro, que idealiza y embellece una realidad para poder entenderla, para acceder a ella en lo ontológico

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y quizá también, por qué no, agradar a sus habitantes más linajudos de quienes, no lo olvidemos, podría quizás obtener prebendas y canonjías. Una manera también, de agradar a su primo, el rico y poderoso Alonso de Villaseca, en cuya casa se había alojado.

México, ciudad mítica en suma que se erige sobre sobre el casi mito de otra anterior: Tenochtitlán.

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