van dijk-Racismo y discurso de las élites

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CLA•DE•MA Lingüística/Análisis del discurso RACISMO Y DISCURSO DE LAS ÉLITES .52 pj zIEUN A. VAN DIJK El discurso como estructura y proceso Estudios sobre el discurso I Una introducción multidisciplinaria TEUN A. VAN DUX JAN RENKEMA TEUN A. VAN DUK GEOFFREY SAMPSON JEAN STAROBINSKI GIORGIO RAIMONDO CARDONA El discurso como interacción social Estudios sobre el discurso II Una introducción multidisciplinaria Introducción a los estudios sobre el discurso Ideología Un enfoque multidisciplinario Sistemas de escritura Introducción lingüística Las palabras bajo las palabras Los anagramas de Ferdinand de Saussure Los lenguajes del saber Teun A. van Dijk AP gedisa editorial

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CLA•DE•MA Lingüística/Análisis del discurso RACISMO Y DISCURSO

DE LAS ÉLITES .52 pjzIEUN A. VAN DIJK El discurso como estructura

y proceso Estudios sobre el discurso I Una introducción multidisciplinaria

TEUN A. VAN DUX

JAN RENKEMA

TEUN A. VAN DUK

GEOFFREY SAMPSON

JEAN STAROBINSKI

GIORGIO RAIMONDO CARDONA

El discurso como interacción social Estudios sobre el discurso II Una introducción multidisciplinaria

Introducción a los estudios sobre el discurso

Ideología Un enfoque multidisciplinario

Sistemas de escritura Introducción lingüística

Las palabras bajo las palabras Los anagramas de Ferdinand de Saussure

Los lenguajes del saber

Teun A. van Dijk

AP

gedisa editorial

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Introducción

La realidad del racismo

A finales de 1991 y a principios de 1992, cuando estaba escribiendo las últimas versiones de este libro, las minorías étnicas, los inmigrantes y los refugiados en Norteámerica y, particularmente en Europa, seguían sien-do víctimas de un racismo flagrante, del etnicismo y de la xenofobia. Ante la inminente unificación de Europa en 1993, se endurecía la políti-ca sobre minorías y se incrementaban las restricciones de la inmigración. La legitimación ideológica de estas políticas y prácticas deja bastante cla-ro cómo los políticos blancos en el poder ven a los que pertenecen a otra cultura o tienen un color de piel distinto al suyo, y cuál será la situación de las minorías dentro de la futura fortaleza de la Europa unida.

La política de acción positiva e igualdad de oportunidades, cuando la hay, está sujeta a presiones constantes a pesar de la actitud discriminato-ria que se practica con frecuencia, tanto en la contratación como en la promoción del personal y al alarmante incremento de la tasa de desem-pleo entre las minorías. De modo parecido, la mayor parte de la prensa adopta una actitud cínica que, cuando no abiertamente xenófoba, como es el caso de la mayoría de tabloides de derechas, suele dar mayor rele-vancia a la delincuencia menor, a las conductas desviadas y a las diferen-cias culturales interpretadas como una amenaza para las normas y valo-res occidentales de los blancos que a los problemas graves, como la xenofobia y la discriminación. Al compartir su actitud de negación de

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racismo con otras élites, tienden a dirigir sus iras hacia facciones antirra-cistas y, en particular, contra quienes tienen la osadía de concluir, no sin antes haber aportado datos contundentes fruto de su investigación, que son los propios medios de comunicación blancos los que forman parte de la problemática racista.

Alentados por esta práctica general de chauvinismo en alza, el creci-miento de partidos racistas y otras organizaciones extremistas es muy preocupante, como también lo son sus actos y actitudes cada vez más prolíficos.

No obstante, el porcentaje de afiliados a tales partidos sería menos preocupante si no fuera porque se ve superado con creces, localmente en más de un 70%, por los elementos de la población general que compar-te actitudes contrarias a la inmigración en grado más o menos virulento. Por otra parte, las connotaciones políticas de esta situación no serían tan alarmantes si los partidos europeos respetables no adoptaran cada vez más unas versiones moderadas de las ideologías racistas de la extrema derecha, con el objeto de captar los votos que representan a este resenti-miento xenófobo en auge, con lo cual se legitima y se refuerza el racismo que, a su vez, alimenta dicho resentimiento.

El racismo en las cúpulas

Así las cosas, el racismo no se mueve únicamente por las calles ni es pre-rrogativa de una reacción de la población blanca común dentro de una coyuntura social o económica determinada. Gran parte del desarrollo que he descrito someramente se define en algunas ocasiones de forma sutil e indirecta mediante la actuación o el discurso de grupos de élite. El racismo de las élites políticas, por ejemplo, tiene una larga tradición y, a pesar de sus apologías rutinarias y de sus llamadas oficiales a la toleran-cia, sigue en la actualidad gozando de muy buena salud.

Los ejemplos abundan. En Estados Unidos, por ejemplo, el presiden-te Bush aportó su grano de arena, muy efectivo, cuando en 1990 vetó el Civil Rights Bill, no sin antes haber realizado otra aportación también muy eficaz durante su campaña electoral, en la que propugnaba el «te-mor a la delincuencia negra». De forma parecida, y a pesar de las leyes internacionales sobre asilo político, su administración no cesó de repa-triar a negros haitianos que se enfrentaban en su país a una situación

realmente precaria, mientras aceptaba la entrada de refugiados de la Cuba comunista. Durante las primarias presidenciales de 1992, el candi-dato Patrick Buchanan consiguió recabar un buen número de votos del ala conservadora a pesar de haber efectuado declaraciones racistas y an-tisemitas públicamente.

En el otro lado del océano, hacia finales de la década de 1970, Marga-ret Thatcher llegó al poder en Gran Bretaña después de manifestar con aprensión que su país pronto se vería «inundado» de inmigrantes de cul-turas distintas, frase que a la larga se ha puesto de manifiesto en la polí-tica nacional.

En Francia la consabida llamada a la tolerancia por parte del presi-dente Mitterrand ha sido al parecer mitigada por lo que él mismo y otros interpretan como «umbral de tolerancia» del grupo dominante blanco. En 1991 el que hubiera sido líder en el gobierno y alcalde de París, Jac-ques Chirac, manifestaba su simpatía hacia un movimiento popular que alegaba el «mal olor» de sus vecinos minoritarios. Poco después el anti-guo presidente, Giscard d'Estaing, intentó ganarse a la derecha denun-ciando una invasión de inmigrantes y exigiendo que para su derecho a la ciudadanía debían demostrar la existencia de lazos de sangre. Dichas opiniones surtieron el efecto predecible de deleitar a los dirigentes del racista Frente Nacional francés, que en la actualidad se ha desplazado to-davía más hacia la derecha mediante el despliegue de una política rabio-samente racista que aboga abiertamente por la instauración en Francia de una versión del apartheid.

Al mismo tiempo, el canciller Kohl y otros políticos conservadores alemanes contribuyeron a la creación de una atmósfera de pánico públi-co con sus reiteradas y ostentosas referencias a la amenaza de una masi-va inmigración de refugiados. De forma parecida, otros líderes europeos y sus administraciones se afanan en preparar o en llevar a la práctica tra-tados como el semiclandestino de Schengen, diseñados de manera sus-tancial para mantener a raya tanto a refugiados como a no europeos, es decir, no blancos en particular. Aunque solo fuera para equilibrar el es-píritu ideológico de esta exclusión, ni ellos ni ningún otro líder se han molestado en combatir las manifestaciones de racismo y xenofobia en auge dentro de los confines de la propia UE. Este hecho no debería sor-prendernos, puesto que han sido ellos mismos los que han conjurado los antiguos espectros europeos, por lo menos con su aquiescencia ante la realidad de que una política de inmigración permisiva, la acción posi-

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tiva o una postura firme ante el racismo podría costarles muchos votos blancos.

Ésta es, literalmente, la punta más visible del iceberg racista en Euro-pa y en otros países europeizados. Aparentemente inocentes (una frase «poco afortunada» aquí o allí), al menos en opinión de muchos blancos, las actitudes étnicas de los líderes nacionales manifiestan únicamente que el consenso étnico subyacente en la población blanca en general debe ser muy amplio y poderoso. No es difícil deducir cuáles son las actitudes ét-nicas del establishment político menos visible, así como las de las admi-nistraciones que gestionan estos líderes, ni de quién son portavoces.

Otros grupos de élite también propugnan unas actitudes y prácticas igual de cínicas y oportunistas; podemos pensar, por ejemplo, en las grandes corporaciones, el mundo académico y en especial la prensa. Los periódicos de gran alcance suelen apoyar en gran medida las actitudes políticas mayoritarias en lo que se refiere a temas étnicos e inmigración. Por otra parte, fomentan en el público la reproducción de la ideología de los políticos y otras élites mediante la publicación de artículos (también llamados de investigación en profundidad), que inducen al temor, a «ria-das» o «invasiones masivas» de refugiados, inmigrantes «ilegales», guetos «de delincuencia», consumo abusivo de drogas, ataques de negros, violen-cia callejera, amenazas de «fundamentalistas» musulmanes, costumbres «raras», inmigrantes desmotivados para trabajar, parásitos de la beneficen-cia social, racismo negro, la corrección política de lo multicultural, los puntos débiles de la acción positiva y tantas otras historias que nunca fa-llan, ya sea para instilar o bien ratificar en general el resentimiento xenó-fobo o antiminorías en la base de la población blanca.

Efectos en la base

No hace falta entrar en detalles para describir los efectos más aterrado-res de este racismo de élite. En Gran Bretaña las familias asiáticas han sido víctimas desde hace muchos años de asaltos, ataques incendiarios y todo tipo de acosos. En Francia, los norteafricanos reciben a menudo disparos, en algunos casos mortales, mientras las tumbas de los judíos si-guen siendo profanadas en diversos países. Entre 1991 y 1992 los cabe-zas rapadas alemanes atacaron masiva y reiteradamente tanto a grupos minoritarios como a refugiados, incendiando sus casas y albergues. Los

inmigrantes del Tercer Mundo recién llegados a Italia que huían de la po-breza y de la opresión en su tierra natal, se enfrentan en la actualidad a la explotación, el asalto y los insultos en un país que se había sorprendido a sí mismo con su potencial razzismo. Incluso en los países aparente-mente tolerantes, como los escandinavos, los refugiados no están libres de intimidaciones y agresiones. No hace falta mencionar lugares de Es-tados Unidos como Howard Beach, Bensonhurst y Los Ángeles para re-cordar lo que todavía puede sucederle allí a un afroamericano. Casos pa-recidos han tenido lugar en Bélgica, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y, por supuesto, Sudáfrica. Las incipientes democracias de Europa Oriental han puesto en evidencia lo fácil que resulta aprender de Occi-dente (o de recaer en sus antiguas tradiciones) cuando se trata de discri-minar o atacar a los judíos, los gitanos, los trabajadores del Tercer Mun-do, además de a sus «propias» minorías.

Las autoridades y la policía son mucho menos eficaces al combatir este tipo de actos que cuando se enfrentan a otros actos de terrorismo. El des-plazamiento general hacia la derecha que siguió a la caída del comunismo suele ir acompañado de avisos sobre el incremento de la criminalidad, pero el racismo no está categorizado como delito y, por consiguiente, no se persigue. Una vez más no deberíamos sorprendernos al comprobar que los jóvenes africanos, caribeños y otros inmigrantes o adolescentes de co-lor pertenecientes a grupos minoritarios son molestados sin cesar y a ve-ces atacados por la policía en casi todos los países occidentales. En la pri-mavera de 1991, en la ciudad de Los Ángeles, una cámara de vídeo fue testigo de un tipo de suceso normalmente restringido al público, y que se negó con vehemencia a pesar de las acusaciones que efectuaron un grupo de negros. Se trataba de una grabación que mostraba cómo un grupo de policías blancos se deleitaba en el apaleo de un negro a quien habían dete-nido por superar el límite de velocidad permitido al conducir. Aunque la evidencia fuera innegable, el veredicto de un jurado blanco en abril de 1992 concluyó que los policías eran inocentes, hecho que desató la violen-cia y que convirtió en cenizas grandes sectores del centro de Los Ángeles.

Racismo cotidiano

Aunque estas formas violentas de racismo callejero evidente sean sor- prendentes y algunas se den con asiduidad, no todas definen el estilo de

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vida cotidiano de todos los integrantes de los grupos minoritarios de los países occidentales. Es posiblemente más grave e insidioso el efecto acu-mulativo y estructural de otras formas habituales de racismo menos vio-lento que cualquier persona de un grupo minoritario es susceptible de experimentar en el ámbito político, laboral, escolar, en la investigación académica, en organismos oficiales, tiendas, medios de comunicación, lugares públicos o en cualquier otra situación de interacción con los blancos.

Antes de pasar a analizar la noción de racismo en términos más teóri-cos en el capítulo siguiente (que también aporta las referencias a textos académicos subyacentes a la presentación informal de la problemática de este capítulo), deberíamos subrayar que el concepto de racismo cotidia-no es compatible con la óptica de este libro, es decir, que el racismo no consiste únicamente en las ideologías de supremacía racial de los blan-cos, ni tampoco en la ejecución de actos discriminatorios como la agre-sión evidente o flagrante, que son las modalidades de racismo entendidas en la actualidad durante una conversación informal, en los medios de co-municación o en la mayor parte de las ciencias sociales. El racismo tam-bién comprende las opiniones, actitudes e ideologías cotidianas, munda-nas y negativas, y los actos aparentemente sutiles y otras condiciones discriminatorias contra las minorías, es decir, todos los actos y concep-ciones sociales, procesos, estructuras o instituciones que directa o indi-rectamente contribuyen al predominio del sector blanco y a la subordi-nación de las minorías.

Debería hacerse hincapié desde un principio en que nuestra concep-ción del racismo también incluye el etnicismp, es decir, el sistema de pre-dominio de un grupo étnico que se bása en la categorización mediante criterios culturales, la diferenciación y la exclusión, entre los que se en-cuentran el lenguaje, la religión, las costumbres o las concepciones del mundo. A menudo los criterios étnicos y raciales son inseparables den-tro de estos sistemas de predominio, como es el caso del antisemitismo. En esta obra, siguiendo el uso académico y político, emplearemos en ge-neral el término racismo en lugar de etnicismo.

Nuestro análisis del racismo se centra en su modalidad contemporá-nea blanca o europea, tal y como se dirige contra las gentes en o del sur y, en especial, contra las diversas minorías étnicas, las gentes nativas o de color en Europa, América del Norte, Sudáfrica, Australia y Nueva Ze-landa. Este histórico y específico tipo de racismo puede acuñarse como

eurorracismo,.. neologismo muy útil pero que no utilizaremos en este li-bro. Tampoco debatiremos otras modalidades de predominio étnico o conflictos del pasado en Europa Oriental o en otros continentes. Como veremos en detalle más adelante, el criterio fundamental para la identifi-cación del eurorracismo es el poder (predominio) ejercido por los blan-cos y la consiguiente discriminación de las minorías. Este tipo de racis-mo integra actitudes e ideologías de apoyo, que se han desarrollado en un escenario histórico de esclavitud, de segregación y de colonización, y en un contexto más actual, de migraciones sur-norte de mano de obra y de refugiados.

Son las élites blancas, es decir, los políticos, catedráticos, editores, jueces, oficiales, burócratas y directivos de primera, quienes ejecutan, controlan o condonan muchos de los actos racistas sutiles u obvios que definen el sistema del racismo cotidiano. Cuando un blanco no se invo-lucra activamente en una de estas modernas modalidades de segregación, exclusión, agresión, menosprecio o marginación, su participación en el acto racista consiste en adoptar una actitud pasiva, aquiescente, ignoran-te o indiferente respecto a la discriminación étnica o racial.

Este amplio enfoque sistémico del racismo de élite implica que una buena parte del discurso que estudiaremos en esta obra no tiene en abso-luto la apariencia de ser racista. Antes bien, tanto el texto como el habla de las élites referido a minorías pueden parecer toTerálies eñ álturia oca-sión, incluso comprensivos, con tintes humanitarios o de aceptación, aunque dicho discurso caiga en contradicción debido a una situación de discriminación estructurada, principalmente provocada o condonada por dichas élites. Puesto que estamos especialmente interesados en las pro-piedades generales de los discursos y de las prácticas dominantes, evitare-mos efectuar distinciones entre blancos racistas y los que no lo son. La coincidencia de miembros de grupos dominantes en la reproducción de (o resistencia a) un sistema de predominio étnico es demasiado compleja como para permitir caracterizaciones simplistas. Lo mismo puede decir-se de la evaluación en términos racistas del discurso individual, aunque en alguna ocasión lo hagamos informalmente, cuando el texto o el habla sean abierta o explícitamente vejatorios hacia las minorías.

Así pues, nos centraremos en el sistema cultural y social del racismo en general, y únicamente estudiaremos ciertos discursos y actos de dis-criminación a título de manifestaciones localmente variables o muy pun-tuales. Por otra parte, no estamos únicamente interesados en el sistema

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racista y su reproducción discursiva, sino en el modo de hablar y escri-bir de los blancos sobre los «otros», por ejemplo, en su discurso antro-pológico o político sobre otras gentes y otras naciones, particularmente las del sur. Este libro se fijará ante todo, en el discurso referente a las mi-norías étnicas de Europa y América del Norte.

Continuidad y cambio

Aun cuando muchas de las manifestaciones racistas que se han comenta-do anteriormente son bastante conocidas, y sus expresiones más extre-mas se han admitido con rubor pero a menudo también a regañadientes, sería un grave error suponer que dicho tipo de racismo atañe al pasado. Este tipo de suposición, por otra parte, gozó de aceptación durante la re-gresión conservadora de la década de 1980, asociada con la administra-ción Reagan. Cierto es que la esclavitud y el tráfico de esclavos fueron abolidos hace más de un siglo, que la mayoría de pueblos asiáticos y afri-canos proclamaron su independencia de sus dueños coloniales durante la generación anterior y que los imperios globales se desmoronaron. Como resultado de ello y teóricamente, las relaciones internacionales ac-tuales se fundamentan en leyes y tratados que afirman la igualdad entre todos los pueblos. Tanto los estudios como los medios de comunicación mayoritarios han dejado de proclamar abiertamente o de legitimar la su-premacía blanca. El movimiento pro derechos humanos, las leyes anti discriminación, la política de igualdad de oportunidades y las tímidas modalidades de acción positiva han contribuido a atenuar las manifesta-ciones más contundentes y descaradas de racismo contra las minorías.

Dicho esto, tanto en el ámbito internacional como nacional, este pro-greso innegable sólo ha servido para suavizar el estilo de predominio de las naciones occidentales blancas y de su población mayoritaria. Distan mucho de estar abolidas las antiguas prácticas de desigualdad y de opre-sión, profundamente enraizadas en lo económico, lo social y lo cultural. Lo propio puede decirse por lo que se refiere a los prejuicios actuales so-bre minorías, el poder económico o militar y la hegemonía cultural del blanco sobre el negro, del norte sobre el sur, de las mayorías sobre las minorías.

Así pues, los cambios que han sufrido las relaciones raciales y étnicas durante el siglo xx no pueden interpretarse como un progreso gradual,

antes bien, los frutos de las conquistas, de la esclavitud, del colonialismo, del imperialismo y de las ideologías que les han dado soporte tardaron varios siglos en prosperar, y cuando estos sistemas empezaron a desmo-ronarse lentamente, aproximadamente entre 1850 y 1950, el racismo ideológico, el antisemitismo y la explotación colonial registraron su punto más álgido y su expresión más extrema, como se demuestra por ejemplo en la salvaje colonización de África, en Jim Crow y la segrega-ción en Estados Unidos, en el Holocausto judío perpetrado por los na-zis y sus colaboradores europeos y en el apartheid sudafricano, por citar sólo algunos.

En comparación con estos cataclismos morales de la civilización oc-cidental y a pesar de las feroces manifestaciones de racismo insistente por parte de la derecha, las sutilezas del racismo cotidiano más actual pueden parecer inofensivas. Fundamentalmente, ello sugiere un cambio repentino en el sistema de predominio étnico y racial durante las últimas décadas, tanto en el plano ideológico como en el práctico.

No obstante, hemos observado que a pesar de estos cambios, también existe una continuidad en el sistema de predominio del sector blanco. Tanto los sucesos sociales como políticos de la década de 1980 como de principios de la de 1990, han puesto de manifiesto que el etnicismo y el racismo siguen constituyendo una problemática sustancial en la socie-dad europea, norteamericana y de otros países europeizados, dominada por los blancos. Las agresiones prevalecientes, los prejuicios y la discri-minación contra los refugiados, los inmigrantes y minorías del Tercer Mundo han dado al traste con la ilusión de que un incremento de la to-lerancia y de los derechos humanos más elementales significaba, en algu-nos países, un avance hacia un estado de aceptación y de total igualdad. La segregación de hecho, una tasa de desempleo alta, la mala escolariza-ción, el alojamiento de segunda clase y la marginación cultural siguen siendo, entre otros, los rasgos estructurales que caracterizan la situación de las minorías. Cuando se examina detenidamente su interacción y su experiencia, estas características vitales se corresponden con muchas for-mas sutiles de la práctica del racismo cotidiano. Como ya hemos indicado, estas modalidades predominantes de racismo «normal» están exacerbadas, particularmente en Europa, por modalidades menos sutiles de asedio ra-cista, fuera del consenso actual, como los ataques, incendios de la propie-dad y asesinatos de mujeres, hombres y niños de procedencia o color dis-tintos.

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El papel de las élites

Con este fondo histórico y estructural, la presente obra trata de esbozar un estudio sobre el racismo, centrándose en el papel actual que desempe-ñan las élites en su perpetuación de la discriminación étnica y racial. De-mostraremos cómo contribuyen a la reproducción de este proceso las éli-tes política, mediática, educativa, académica y corporativa mediante su 'persuasiva preformuración de un consenso étnico dominante, en el ámbi-to de las relacionas étnicas. Mediante su texto y habla influyentes, se ma-nufactura el consentimiento necesario para legitimar su poder en general, y su liderazgo que sustenta su predominio sobre el sector blanco, en par-ticular. El racismo de élite se caracteriza por su negación e indulgencia, además de atribuir sus propiedades a la población blanca de a pie.

Para evitar confusiones, deberíamos destacar una vez más que este es-tudio no trata de examinar a fondo las ideologías y prácticas racistas ex-plícitas, obvias o intencionales de la derecha. Es justamente este tipo de racismo evidente el que la mayoría de élites rechaza y el que entiende como única modalidad de racismo. Dicho de otra manera, su negación del racismo presupone una definición que les excluye convenientemen-te, como si no fuera con ellas. Somos críticos diametralmente opuestos a esta ideología predominante y nos interesamos por los grupos que con-forman una corriente más bien moderada, es decir, los políticos de parti-dos respetables, los periodistas de nuestros diarios, los escritores de los libros de texto de nuestros hijos, los reputados académicos que prologan los libros de sociología, los jefes de personal de las empresas punteras y todos aquellos que de algún modo gestionan la opinión pública, las ideo-logías dominantes y las prácticas cotidianas consensuadas. Sostenemos que el predominio de los blancos en general y el racismo en particular, con inclusión de la modalidad evidente que practica la derecha, presupo-nen un proceso creativo en el cual las élites moderadas desempeñan un importante papel.

La mayor parte de los integrantes de cualquier grupo de élite no esta-ría de acuerdo con estas premisas, dado que tienen un concepto norma-tivo de sí mismos bastante incongruente. En el fondo se consideran guardianes de la moral y, por lo general, se apartan de cualquier práctica racista que se asemeje a su definición del mismo. Por consiguiente, y como veremos en nuestro estudio sobre la prensa (capítulo 6), las con-clusiones extraídas de la investigación sobre racismo y de las denuncias

efectuadas por los grupos minoritarios son con frecuencia negadas, mar-ginadas e incluso atacadas con virulencia por las élites, con lo cual se con-firma justamente la veracidad de nuestra tesis. Por regla general se pue-de concluir que en cuanto se cuestionan los intereses de una élite, por ejemplo en el ámbito de las relaciones étnicas, las normas de tolerancia y los valores de igualdad que supuestamente se habían adoptado se olvi-dan fácilmente. Ello no es solamente cierto para los políticos o los ejecu-tivos de empresa, sino también para las élites culturales y simbólicas, en los ámbitos de, por ejemplo, la enseñanza, la academia, las artes y los me-dios de comunicación. Cuando para ajustarse a una realidad multicultu-ral determinada se efectúa un leve cambio en la programación escolar o universitaria (de Estados Unidos pero también en otros países), los fero-ces ataques conservadores sobre la «corrección política» demuestran con cuánta fuerza el eurocentrismo está enraizado en el ámbito étnico y cul-tural predominante.

Racismo de elite y discurso

El objetivo primordial de este libro es el análisis crítico de algunas ,for-mas sutiles de racismo ,susceptibles de ser desarrolladas por las élites. ExaMinaremos, en especial, de qué manera el racismo de élite propicia la reproducción del racismo en toda la sociedad, mediante lo que hemos dado en llamar la preformulación de las formas populares de racismo. Puesto que las acciones públicas de las élites son mayoritariamente dis-cursivas, nos centraremos en analizar las modalidades de propagación del racismo en texto y habla, y que definen tanto su propio racismo co-tidiano como las modalidades generales de gestión de consenso étnico en la sociedad blanca.

Para que la perspectiva discursiva sobre el racismo de élite sirva como punto de partida no hacen falta grandes justificaciones. En su inmensa mayoría, la población sólo participa activamente en las conversaciones cotidianas de su círculo de familiares, amistades, vecinos o compañeros de trabajo. La gente común participa con un mayor o menor grado de pasividad en los eventos de comunicación o discursivos controlados por las élites. Nos referimos, entre otros muchos estamentos sociales, a los medios de comunicación, la política, la educación, el entorno académico, la empresa, la iglesia, los sindicatos y las agencias de bienestar social.

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Puesto que las élites dominan estos medios de reproducción simbóli-ca, es de suponer que también controlan las condiciones comunicativas en el proceso de formación de la gente corriente y, por ende, del consen-so étnico. A pesar de que los mecanismos sociales y cognitivos involu-crados en este proceso comunicativo sean muy complejos, y de que a ve-ces estén repletos de contradicciones reales o aparentes, su hipótesis fundamental nos guiará a través de esta obra para formular tanto la in-vestigación empírica como la teórica.

Racismo de élite y racismo popular

Sin menospreciar el papel que, día a día, desempeñan las conversaciones y las vivencias interétnicas o interraciales de un grupo de blancos en la conformación de actitudes étnicas e ideologías de grupo, responsables de establecer la dimensión sociocognitiva del racismo estructural, nuestra'

' hipótesis sostiene que las élites son el principal responsable de forjar los cimientos de producción e interpretación de tales conversaciones.

Deberíamos reiterar, no obstante, que este enfoque particular dirigi-do a investigar la influencia del discurso de élite y del racismo no sugie-re que el racismo popular no exista, ni que el discurso popular y el racis-mo no influyan de forma ascendente a los conceptos sociales y las acciones de las élites. Abundan las conclusiones, fruto de la investiga-ción, que demuestran reiteradamente la existencia de resentimiento por parte de la gente blanca corriente, ya sea hacia un nuevo grupo de inmi-grantes o una minoría local, en especial cuando existen condiciones pro-picias a la competición debido a una escasez de recursos o a una crisis política. Tampoco es nada nuevo que las élites se aprovechen a su vez de estas reacciones populares para desarrollar y legitimar sus propios pro-gramas de política étnica o racial.

Sin embargo, el punto de vista específico que este libro quiere real-mente sugerir es que no todo racismo se fundamenta en el resentimiento popular espontáneo,Y—q—ué—g-r-a-n parte de la motivación y de los abun-dantes prejuicios que al parecer inspiran el racismo popular están «pre-parados» por las élites. Nuestra perspectiva es, por consiguiente, la de

*ninendar la opinión popular, no sólo entre las élites sino también en el ámbito de las ciencias sociales, que preconizan que el racismo en la so-ciedad no debería buscarse entre los de sus grupos. En resumen, aun

ndo las relaciones entre élites y los grupos que no lo son sean dialéc-cas, nos centraremos en examinar estas relaciones «top clown», es decir, e forma descendente a partir de la cúpula.

Las implicaciones sociopolíticas de nuestro manifiesto son obvias: blando el racismo es también causa de problemas importantes en el seno

e varios grupos de élite, más graves serán las consecuencias para las mi-orías, incluso más que las del racismo popular. A fin de cuentas las éli-es definen y constriñen en su mayor parte las oportunidades vitales de

ks minorías y, en especial, mediante o en su educación, su empleo, sus asuntos económicos y sociales, los media y la cultura. El racismo popu-lar espontáneo sólo surte efecto cuando los medios de comunicación y otras modalidades de discurso público parecido y controlado por las éli-tes se extiende a toda la población.

El discurso de socialización en familia, así como las primeras conver-saciones infantiles donde destaca alguno de sus miembros, pueden con-tribuir a la elaboración de un formato de interpretación elemental que defina el consenso étnico sobre el conflicto entre grupos, pero al crecer, el niño pronto se encuentra con formas de discurso sobre el «otro» mu-cho más sofisticadas. Podemos dar como ejemplos los cuentos infantiles, los programas de la televisión, las clases y los libros de texto. En efecto, casi todos los niños se enteran por primera vez (y a veces de forma ex-clusiva) de la existencia de otros grupos étnicos o del Tercer Mundo me-

' diante la comunicación y el discurso controlado por este tipo de élite. Lo propio es cierto para los adultos cuando adquieren sus conoci-

mientos y creencias a partir de los medios de comunicación, de los libros de texto de nivel superior, por el estudio avanzado o el discurso político (intervenido por los media). En definitiva, cuando el conocimiento ge-neral de la sociedad se ha formado esencialmente a través del discurso público, y cuando éste está en su mayor parte controlado por varios gru-pos de élite, efectuar una exploración de las mismas porque en ellas se hallará alguna de las esencias del racismo está del todo justificado. Es po-sible que ello sea también la causa que induce a algunas élites en oposi-ción a fomentar el establecimiento de una corriente antirracista, aunque este tema merecería un estudio aparte con el objeto de examinar los de-talles del discurso disidente.

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se formulan en este libro deberían entenderse como limitadas por el con-texto, el tiempo, los países y los tipos de discurso tratados.

Estructura del análisis del discurso interdisciplinar

El discurso como conjunto de datos

Los datos que sustentan la realidad de esta obra se han reunido y anali-zado en diversos proyectos de investigación, durante la década de 1980 y principios de la de 1990, en la Universidad de Amsterdam. La estruc-tura general del proyecto, mucho más amplia, concernía al discurso y al racismo. Algunos libros y artículos precedentes se habían referido de forma individual a dichos proyectos, por ejemplo, un estudio sobre con-versaciones y prensa; no obstante, la presente obra pretende integrar y elaborar las teorías de aquella investigación de forma más específica y dentro de una estructura conceptual más coherente. En lugar de hacer hincapié en los primeros estudios, este libro se concentra, por ejemplo, en el papel que desempeñan las instituciones y las élites, así como sus respectivos discursos, en la reproducción del racismo. Así pues, además de aportar un conjunto de resultados de investigación nuevos, prestare-mos mayor atención a laldimensión sociopolítica del racismo, de lo que habíamos hecho con anterioridad. El capítulo 3, por ejemplo, efectúa una comparación y un examen exhaustivos del estilo de debate parla-mentario y congresual acerca de las minorías, los refugiados y relaciones étnicas, la acción positiva y los derechos civiles en Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia y los Países Bajos. Otros capítulos se refie-ren al discurso en los ámbitos educativo, universitario, corporativo y mediático.

Los análisis y conclusiones de este estudio se basan en un extenso cuerpo de tipos diversos de texto y habla: miles de páginas de transcrip-ción de entrevistas, informaciones, libros de texto, informes parlamenta-rios, publicaciones académicas, cartas y comunicaciones informales coti-dianas, provenientes de diversas partes de Norteamérica y Europa. Sin embargo, aunque una colección de datos tan masiva nos haya servido para llegar a unas conclusiones bastante modestas, creemos que aún nos faltan muchos datos y análisis sobre otros géneros de discurso y sobre otros grupos de élite en la mayor parte de Europa y en otros países eu-ropeizados. La mayoría de nuestros datos está fechada en la década de 1980, lo cual excluye un análisis de tendencia más histórica que sólo po-drían aportar otros estudios sobre racismo pero que casi nunca están orientados al discurso. En otras palabras, las demás generalizaciones que

El análisis multidisciplinar de texto y contexto

Antes de pasar a desglosar de forma más teórica la estructura multidisci-plinar de este estudio (véase el capítulo 2) destacaremos, a modo de re-sumen informal, las principales características analíticas del enfoque de este discurso. Cuando hablamos de estructuras o estrategias de texto y habla, nos referimos, por ejemplo, a la presentaciód gráfica, a la- entona-ción, a las variaciones estilísticas o a la sintaxis de una selección de pala-bras, a las implicaciones semánticas y a la coherencia, a los temas gene-rales del discurso, a las formas esquemáticas y a las estrategias de la argumentación o de los informativos, a las figuras retóricas como las me-táforas, hipérboles, actos de habla y estrategias dialogísticas de veracidad y persuasión, entre otras. Nótese que dichas estructuras no son racistas por naturaleza y que pueden tener una función racista en un contexto es-pecífico solamente; es posible que en otros contextos, las mismas estruc-turas tengan funciones diferentes e incluso antirracistas.

Estas estructuras y estrategias suelen estudiarse en oraciones y gra-máticas del discurso y en teoría de la retórica, semiótica, pragmática, análisis conversacional y argumentativo. No obstante, para facilitar la lectura de esta obra, limitaremos al máximo el uso de estos conceptos y de otros instrumentos teóricos de estos subdominios y de otras discipli-nas de análisis del discurso adláteres. En general, la mayor parte de nues-tro análisis de texto y habla será muy informal. Otra limitación impor-tante, debido a la escasez de espacio, se refiere a una ingente cantidad de material recabado para este estudio, que comprendía un minucioso deta-lle sobre los discursos completos analizados (o grandes fragmentos) y referidos al debate parlamentario, una entrevista, una lección de un libro de texto y un noticiario. Estos análisis también hubieran sido relevantes para ilustrar las propiedades de interacción dialogísticas.

Como veremos con más detalle a continuación y de forma más ex-tensa en el capítulo siguiente, se supone que estas propiedades estructu-rales de texto y habla están monitorizadas (y explicadas) por cogniciones subyacentes de los usuarios del lenguaje, es decir, por procesos y repre-sentaciones de la memoria como son los modelos mentales de eventos

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específicos, conocimiento, actitudes, normas, valores e ideologías. Estos discursos, además de sus cogniciones sociales subyacentes, interpretados a la sazón como formas de acción situadas, se adquieren y utilizan en

1 contextos socioculturales, como el de la política, el educativo, el académi- , co, el mediático y el corporativo.

Puesto que nuestra interpretación del racismo es fundamentalmente la de un sistema social de dominación de grupo, deberíamos hacer hincapié sobre el hecho de que nuestro interés únicamente se dirige a los discursos y cogniciones de individuos percibidos como miembros integrantes de grupos o instituciones, lo cual también significa que, en ocasiones, estos individuos y su discurso pueden no parecer en absoluto racistas. Como veremos, es posible que en alguna ocasión exhiban valores incluso tole-rantes o humanitarios. De forma parecida y según de qué emisor y de qué otros elementos de contexto se trate, la misma afirmación puede tener funciones distintas en el conjunto del sistema de racismo.

Un enfoque analítico del discurso no significa que reduzcamos el problema del racismo a un problema de lenguaje o de comunicación. Es evidente que el racismo también se manifiesta en muchas estructuras y prácticas que no son discursivas, como la discriminación en el empleo, el alojamiento, la sanidad y los servicios sociales o en la agresión física. Nuestro interés y alegato principales tienen dos intenciones: 1) el racis-mo también se manifiesta en el discurso y en la comunicación, y está a menudo relacionado con otras prácticas sociales de opresión y de exclu-sión, y 2) las cogniciones sociales subyacentes a estas prácticas están ma-yoritariamente conformadas por la comunicación discursiva dentro del grupo blanco dominante. En otras palabras, aunque el discurso no sea la única forma de práctica racista, desempeña, no obstante, un papel muy relevante en la reproducción de los mecanismos básicos de la inmensa mayoría de prácticas racistas que lleva a cabo la sociedad.

Cognición social

Hemos sugerido que una explicación interdisciplinar del papel que de-sempeña el discurso de élite en la reproducción del racismo, tiene asi-mismo una dimensión cognitiva importante: la producción e interpreta-ción de texto y habla sebasan en modelos mentales de eventos étnicos que, a su vez, están conformados por la memoria en representaciones so-

ciales compartidas (conocimiento, actitudes, ideologías) acerca de un grupo propio, de grupos minoritarios y de las relaciones étnicas. Estas mismas representaciones sociales controlan otras acciones no verbales de los miembros de un grupo, por ejemplo, los actos de discriminación.

Puesto que los procesos de reproducción comprenden tanto represen-taciones sociales como asimismo actos discriminatorios, y que las repre-sentaciones sociales las conforman y las cambian el discurso y la comuni-cación, debemos conocer con precisión de qué forma las estructuras de texto y habla afectan las estructuras de cognición social. Debemos, por lo tanto, investigar mediante qué estrategias mentales las actitudes étnicas y las ideologías influyen sobre la producción del discurso.

De la misma manera que un enfoque analítico del discurso no signifi-ca que reduzcamos el racismo a un mero estudio de texto y habla, un análisis cognitivo tampoco sugiere que el racismo y su reproducción se limiten a una cuestión de psicología individual, por ejemplo, al estudio de prejuicios personales. Muy al contrario, las representaciones sociales son propiedades de la mente social y se comparten entre los miembros de un grupo. Como veremos a continuación, las mismas se adquieren, se cambian y se utilizan en circunstancias sociales y, por lo tanto, son cog-nitivas y sociales. Con su aspecto dual, esta propiedad nos permite rela-cionar, por una parte, la naturaleza social del racismo con la estructural, a modo de sistema de discriminación social, en el que se incluyen los prejuicios étnicos compartidos o las ideologías racistas de los grupos blancos, y por otra, con los individuos de un grupo y sus opiniones y discursos, además de sus variaciones contextuales y personales.

Acción social y estructura social

Hemos apuntado asimismo que tanto el discurso social como la cogni-ción social están por sistema impregnados de circunstancias sociales que, a su vez, se caracterizan por integrar elementos de estructuras y re-laciones sociales más complejas, como los grupos, las instituciones o las relaciones de discriminación o de predominio. La noción de élite pro-piamente dicha debería ser definida dentro de una estructura social mu-cho más amplia. Aunque se materialice en los niveles micro del discur-so, de la acción y del pensamiento, es evidente que la proliferación del racismo también necesita un análisis estructural de amplio espectro. Así

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las cosas, no es meramente el periodista o el informativo específico quien desempeña un papel en este proceso, sino también el discurso de la sociedad y otras interacciones sociales, como las que efectúan redac-tores y editoriales, a niveles micro. De forma similar, este último preci-sa de un análisis dentro de un contexto estructural más amplio, tanto social como económico y cultural de la prensa en tanto que institución, del periódico como organización y del periodismo como grupo profe-sional, a nivel macro. Lo propio puede decirse de la reproducción del racismo en la política, la educación, la investigación y la empresa. Es justamente dentro de estas estructuras más amplias donde el discurso y las representaciones sociales sobre temas étnicos desempeñan sus fun-ciones específicas contextuales.

En definitiva, nuestro enfoque multidisciplinar aúna el discurso y otras acciones con la cognición social y, asimismo, con las esferas socia-les a nivel macro y micro. Aunque el discurso y la cognición aparentan ser fenómenos característicos de nivel micro, tienen a veces la particula- ridad de tratar acerca de fenómenos de nivel macro: la gente puede ha-blar y pensar acerca de grupos, discriminación o racismo. En otras pala-bras, el discurso y la cognición son capaces de relacionar las estructuras macro y micro del racismo y su reproducción. Un informe multidisci-plinar describe y explica las múltiples relaciones, y el análisis del discur-so nos capacita especialmente para estudiar estas relaciones.

Cultura

Según se entiende en la sociología y la antropología modernas, el racismo y su reproducción no suelen tenerse en cuenta en términos de «cultura». No obstante, incluso en las páginas precedentes, de cariz bastante infor-mal, acerca del papel que desempeña el discurso de élite en la reproduc-ción del racismo, hemos encontrado muchas dimensiones culturales de discriminación. Hemos subrayado, por ejemplo, que el racismo actual ya no es primordialmente racial, sino que también se sustenta y se legitima en la cultura. Ello presupone que los miembros integrantes de grupos dominantes también funcionan a base de jerarquías culturales de grupo, y que el racismo también implica predominio cultural. Esto es especial-mente cierto dentro del grupo que estudiamos: las élites. El complejo conjunto de discursos de élite que define, por ejemplo, el caso Rushdie y

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la conservadora campaña contra el multiculturalismo en la enseñanza y la investigación son ejemplos a destacar.

De modo semejante, las actitudes étnicas y las ideologías predomi-nantes, además de la manera típica en que se expresan o legitiman en tex-to y habla, son propiedades características de la cultura europea blanca dominante. Destacan, entre otros géneros, la literatura, el cine, las noti-cias en prensa, el debate parlamentario, los informes académicos y las historias cotidianas, así como sus estrategias y estructuras narrativas, ar-gumentativas, estilísticas o retóricas, todas ellas fenómenos culturales, particularmente cuando se refieren a grupos y asuntos étnicos.

Existen muchas relaciones interesantes entre el modo de hablar y de escribir sobre el «otro», de la gente profana, entre la cual se incluyen las

-élites y el estilo más o menos profesional que practican antropólogos y etnógrafos desde hace mucho tiempo. En consonancia con las directrices críticas de la antropología actual, este estudio no se relaciona con pobla-ciones «exóticas» de ninguna clase, sino que se centra en nuestra propia kirma de pensar y de escribir acerca de «ellos». Al contrario que muchos estudios actuales sobre cultura popular, nuestro enfoque crítico se dirige a la cultura de élite; en otras palabras, un estudio de la reproducción del racismo es, a su vez, un estudio de la reproducción de la cultura de élite dominante.

Integración teórica

Este informal esbozo de algunos elementos principales que conforman la estructura teórica, necesaria para explicar el complejo problema que representa la reproducción del racismo en la sociedad, hace hincapié so-bre el hecho de que nuestro enfoque tiene que ser multidisciplinar por necesidad, y es por ello que comprende nociones de lingüística, socio-lingüística, análisis del discurso, estudios interpersonales y de comuni-cación de masas, psicología cognitiva y social, sociología macro y micro, etnografía, ciencias políticas, historia y otras disciplinas.

Un enfoque de esta naturaleza presenta unos inconvenientes caracte-rísticos. Las teorías y metodologías en las que dichas nociones se han de-sarrollado no siempre son directamente compatibles. Por ejemplo, un estudio de estructura del discurso nos aporta un punto de vista sobre la comunicación bastante distinto del que proporciona un análisis cogniti-

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vo o social sobre texto o habla, que puede concernir, en especial, a 1 procesos propiamente dichos, al progreso de las interacciones o a la funciones sociales del discurso. A pesar de la disparidad, tenemos bue-nas razones para suponer que la integración multidisciplinar es posible, y además tan crucial, teórica y empíricamente, como para tener muy en

cuenta un fenómeno tan complejo como es el racismo y sus procesos de reproducción.

Hemos sugerido que un enfoque con miras a tal integración es multi-dimensional e integra el discurso, la cognición y la interacción, por tener dimensiones mentales y al mismo tiempo socioculturales; por otra parte, lo cognitivo, lo social y lo cultural precisan de un análisis tanto a nivel micro como a un nivel estructural macro, para resultar en un equilibrio de relaciones relevantes, todas ellas involucradas en el racismo y su re-producción. El análisis del discurso es perfectamente idóneo para justi-ficar estas relaciones. En otras palabras, al describir el discurso de élite propiamente dicho, podemos justificar el discurso en términos estructu-rales (por ejemplo, gramaticales, estilísticos, retóricos) y, asimismo, en los términos microsociológicos de las interacciones progresivas y de las prácticas socioculturales de las élites, o como un evento mental (de in-terpretación, memorización, etc.) o como una expresión general de cog-niciones de grupo, como son las actitudes y las ideologías. Así pues, la complejidad teórica de nuestro análisis conceptual refleja, necesariamen-te, la complejidad empírica del racismo en la sociedad.

Resumen

Este capítulo a modo de introducción sostiene que existe la necesidad de estudiar el papel de las élites en la reproducción del racismo actual en Europa, Norteamérica y otros países europeizantes. Las élites dirigentes en política, los media, la universidad, la enseñanza, la empresa y tantos otros dominios sociales controlan el acceso a los privilegios y recursos sociales valorados y son los principales responsables de la falta de pari-dad entre los grupos mayoritarios y los minoritarios. Entre muchas ac-ciones citables, el discurso de élite es un medio muy importante que es-tablece, representa, mantiene, expresa y legitima dicho predominio. En realidad el poder de las élites también se define por su acceso privilegia-do a varias formas de discurso público y, por ende, por el control que

ejerce sobre el consenso étnico, que, a su vez, sustenta el predominio eu-ropeo blanco sobre las minorías étnicas. Un análisis del discurso críti-co y multidisciplinar nos permite divulgar los patrones discursivos de texto y habla de la élite blanca sobre temas étnicos así como de las estra-tegias y estructuras socioculturales del papel que representan en la re-producción del racismo.

Este enfoque crítico del racismo y del poder de élite apenas si precisa de una justificación, puesto que se inscribe en un paradigma de investi-gación cuyo propósito es aportar información y conocimiento experto que pueda ser de utilidad en el desarrollo de prácticas e ideologías de ca-riz oposicional y antirracista. Este libro demuestra que, a pesar de inten-tar mantener una imagen de tolerancia muy cuidada como líderes y ciu-dadanos, las élites blancas son, fundamentalmente, parte del problema del racismo. Además de la necesaria acción política, es preciso que este tema se investigue seriamente, con el propósito de descifrar y desvelar los mitos preponderantes sobre el papel de las élites en el ámbito de los asuntos étnicos. Nuestro estudio solamente representa una aportación entre tantas a esta modalidad de discrepancia académica, a la que se unen los estudiosos con las minorías y todos aquellos que se oponen al racis-mo, con el propósito fundamental de conseguir una sociedad realmente multicultural.

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Marco teórico

El análisis crítico del racismo

La teoría crítica del racismo que sustenta el análisis del racismo de élite en este libro es el resultado de una compleja interacción de investiga-ciones académicas, sociales, culturales y políticas. Dicha teoría crítica se orienta a la problemática en lugar de a la disciplina, es decir, se centra en el racismo como problema social y político de las sociedades blancas occidentales. Por esta razón, se han elegido instrumentos tanto teóricos como de método a partir de disciplinas diversas o, cuando ha sido nece-sario, se han elaborado a propósito, únicamente en función de su rele-vancia para describir y explicar las distintas manifestaciones de racismo de elite. Así pues, no nos dejamos guiar por la estrechez de un paradig-ma preestablecido ni por una determinada «escuela» para describirlo y explicarlo, sino que, como hemos indicado en el capítulo anterior, utili-zamos el análisis del discurso, la linguística, la psicología cognitiva y so-cial, la sociología, la antropología, las ciencias políticas y la historia para describir las múltiples dimensiones de un problema tan complejo como es el papel de las élites y de su discurso en la reproducción del racismo. No obstante, en lugar de efectuar una combinación ecléctica de nocio-nes y conceptos prestados incompatibles, nos proponemos reconstruir esta problemática mediante una estructura teórica coherente donde el concepto multidisciplinar del discurso juegue un papel central y orga-nizador.

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Este análisis del racismo tiene en consideración la importancia de una perspectiva coherente con la de quienes experimentan el racismo como tal, es decir, los miembros competentes o «conscientes» de los grupos minoritarios. Esta competencia consiste en el conocimiento fundamental y en las estrategias de decisión y evaluativas necesarias para interpretar las opiniones, actitudes, discursos u otras prácticas de los blancos, relaciona-das con el sistema de predominio étnico. En otras palabras, partimos de la base de que la «definición de la situación étnica», tal como la describen los grupos minoritarios informados (Essed, 1991) es también nuestra de-finición. Es evidente que el conocimiento evoluciona con la historia y que existen variables dentro de la definición según se trate de individuos, subgrupos de minorías distintas, épocas diversas y circunstancias socio-culturales o políticas cambiantes. Por ejemplo, la interpretación de los mecanismos del racismo de los afroamericanos es más sofisticada en la actualidad, debido en parte al Movimiento de Derechos Civiles, de lo que lo era hace 40 o 100 años (Marable, 1985, 2000, 2002; Marx, 1967; Morris, 1984; Sigelman y Welch, 1991; St. Jean y Feagin, 1997). En nues-tra interpretación de las variables del racismo discursivo, que a veces son sutiles, hemos combinado esta atribución minoritaria con datos y cono-cimientos contextuales significativos relativos a consecuencias relevantes, tal y como es propio dentro del marco de una estructura multidisciplinar.

El reconocimiento de la perspectiva minoritaria resulta un tema contro-vertido para muchos blancos dedicados al estudio de las relaciones étnicas. A menudo la ignoran, y cuando no, consideran que las evaluaciones mi-noritarias de las prácticas de los blancos son sesgadas e interesadas, o sen-sibleras, vengativas e incluso muestras de racismo a la inversa (para un análisis crítico, véase, por ejemplo, Essed, 1987; Essed y Goldberg, 2002; Ladner, 1973). Esta actitud concreta y una tendencia general a considerar la evidencia minoritaria menos sólida es un ejemplo típico de racismo de éli-te académico. Ello es particularmente cierto cuando los mismos académi-cos blancos niegan o mitigan de forma interesada el fenómeno del racismo, al suponer que están mejor dotados para determinar o definir el racismo. Por esta razón, el enfoque académico de las relaciones étnicas es objeto de análisis crítico en esta obra. Lo cual no significa que los estudiosos blancos no sean capaces de estudiar el racismo. Al contrario, cualquier persona que haya adquirido la perspectiva, el conocimiento práctico, la sensibilidad y la estructura teórica necesaria que define el predominio blanco puede, por su-puesto, comprender las múltiples manifestaciones del racismo.

En alguna ocasión, tanto en nuestro anterior trabajo sobre la repro-ducción del racismo como en este libro, identificamos esta posición crí-tica como antirracista (Scheurich, 2002). Este término presenta ciertos inconvenientes y lo utilizamos no sin cierta reticencia. A fin de cuentas es mucho más positivo y gratificante estar a favor de algo, como por ejemplo el multiculturalismo o la democracia étnica, que definir el posi-cionamiento propio como contrario. En segundo lugar, como veremos a continuación dentro de este estudio, la mayor parte de élites afirma estar contra el racismo, con lo cual nuestro posicionamiento no parecería ser muy distinto. No obstante, confiamos en demostrar que existe una dife-rencia bastante grande entre, por una parte, alegar estratégicamente que «uno está, por supuesto, contra el racismo», y por otra, dar un apoyo consistente a la política y a los posicionamientos antirracistas. En tercer lugar, y de la misma manera que tiene poco sentido (político o teórico) clasificar a la gente en racista o no racista, tampoco sirve de mucho dife-renciar a los antirracistas de los que no lo son; las normas, actitudes y prácticas discriminatorias y las no discriminatorias pueden mezclarse de modos muy complejos. A pesar de estas serias discrepancias, no dispone-mos aún de una terminología alternativa, sea política o académica, para denotar teorías, análisis y acciones que se opongan de forma crítica a to-das las manifestaciones de racismo, con inclusión del sutil racismo de éli-te y que favorezcan una igualdad etnicorracial y una justicia verdaderas.

Dentro de esta estructura general crítica y multidisciplinar centrada en un planteamiento antirracista y en el reconocimiento de una perspec-tiva minoritaria, este capítulo se dedica a debatir algunas de las principa-les nociones teóricas, necesarias para describir en capítulos sucesivos el papel del discurso de élite en la reproducción del racismo. Para algunos detalles, a veces complicados, de estas nociones, daremos la referencia li-teraria del estudio, aunque por razones de espacio, éstas serán limitadas.

Grupos

Una dimensión primordial del racismo es su naturaleza intergru al. Fun- damentalmente, la categorización, el estereotipó, él.---rel-iirCio. y la discri- .._ ....... minación afectan a «los demás» porque se cree que forman parte de otro

__................_ _ _grupo, es decir", q, iii-s-o-ñ atributos de los miernbros:_de.un.grupo y no de

.. .._.... ,

los individuos. De este modo, las propiedades negativas que se atribuyen

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al grupo en general se aplican a sus miembros, pero se interpretan por igual y de modo intercambiable. Por el contrario, las características nega-tivas que se atribuyen a un miembro de un grupo en una situación deter-minada pueden extrapolarse a todo el grupo. De forma parecida, los blan-cos con prejuicios étnicos o que se dedican a prácticas discriminatorias lo hacen a título de miembros de un grupo. Ello significa que dentro de

' nuestra estructura teórica, el prejuicio y la discriminación no se atribuyen a unos rasgos individuales de personalidad, sino a las normas, valores o ideologías sociales y culturales de los grupos dominantes. Desde el pun-to de vista de los miembros de un grupo minoritario, podrían en princi-pio parecer propias del grupo o de cualquiera de sus miembros. Así pues, al analizar la reproducción del racismo, nos referimos a los procesos de reproducción de grupos, es decir, de normas, valores, actitudes e ideolo-gías que rigen sus prácticas de grupo, así como a las propiedades de con-flicto y predominio entre los grupos (Abrams y Hogg, 1999; Billig, 1976; Brewer y Kramer, 1985; Tajfel, 1978; 1981; Turner y Giles, 1981),

Poder y dominio

El racismo no es característico de cualquier relación de intergrupo, aunque muchas propiedades de las relaciones intergrupales sean una característica del racismo. Para el racismo es esencial una relación de poder o dominio de grupo (Giles y Evans, 1986). De nuestra definición de racismo como pro-piedad de relaciones intergrupales se desprende que dicho poder no es per-sonal ni individual, sino social, cultural, político o económico (para detalles sobre diversos aspectos del poder social, véase, por ejemplo: Cartwright, 1959; Clegg, 1989; Galbraith, 1985; Haugaard, 2002; Lukes, 1974, 1986; Wrong, 1979). Esta definición sugiere que en situaciones o posicionamien-tos determinados, a título individual, un miembro de un grupo minoritario, por ejemplo, un profesor o un alcalde negro, pueda tener más poder que ciertos miembros de grupos mayoritarios, siempre y cuando estén ejer-ciendo las funciones que le son propias.

El poder de grupo es, fundamentalmente, una forma de control: el es-pectro y la naturaleza de las acciones de los miembros de un grupo do-minado están limitadas por las acciones, la influencia o los deseos evi-dentes de los miembros de un grupo dominante. En otras palabras, el ejercicio de control social sobre otros grupos limita la libertad social de

éstos. Dada la definición de racismo como forma de dominio, el racismo a la inversa o racismo negro en una sociedad doniiria—crapor los blancos están excluidos, en teoría, de nuestros parámetros. De hecho, como ve-remos a menudo en este estudio, estos tipos de inversión son claramen-te , y por definición, un instrumento del discurso racista.

Los recursos en los que se sustenta el grupo de poder blanco son múltiples y de naturaleza socioeconómica, así como cultural e ideológica (French y Rayen, 1959; Wrong, 1979). El hecho de estar asociados a un grupo dominante puede significar que sus miembros se consideren capa-citados para ejercer el control sobre «los demás». No obstante y en gene-ral, la base de poder también se define en términos de estatus, privilegios, ingresos y capacidad de acceso al trabajo, alojamiento o escolarización superiores. El control que no se justifica ni moral ni legalmente y el acce-so preferente a dichos recursos definen de por sí la noción de dominio y son el eje fundamental de todas las formas de discriminación social y, por ende, de racismo. En otras palabras, el predominio de un grupo es una modalidad de abuso de poder. Lo mismo es cierto en el caso de las rela-ciones de poder dentro del propio grupo dominante y, por lo tanto, para la definición de élites (véase a continuación). Ello significa que el poder relativo de las élites mayoritarias y minoritarias juega un papel funda-mental en la naturaleza de las relaciones étnicas.

Veremos a continuación, de forma más detallada, que el dominio de-finido como control social tiene una dimensión cognitiva y otra social. Además de su control sobre el acceso a recursos sociales de valor, los grupos dominantes pueden controlar, indirectamente, la mente de los de-más. Pueden hacerlo mediante el discurso persuasivo y por otras vías (informaciones sesgadas, mala educación) que limiten la adquisición y el uso de conocimientos relevantes y de creencias necesarias para poder ac-tuar con libertad y en interés propio. Esta obra presta especial atención a esta dimensión del discurso de dominio, es decir, de la que se ocupa de conformar el consenso étnico sobre la legitimidad del grupo de dominio blanco dentro del propio grupo dominante.

Fundamentalmente, la reproducción del racismo sirve para mantener el poder del grupo blanco: el grupo dominante no quiere desbancarse y se asegura de que ello no ocurra con la adquisición de un acceso privile-giado a sus relevantes recursos de poder socioeconómicos o culturales, aunque sólo sea por el hecho de impedir su acceso a los grupos minori-tarios. No obstante, en las relaciones étnicas, el control de poder es rara-

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mente total y normalmente topa con cierta oposición, es decir, con prác-ticas orientadas hacia la adquisición del contrapoder, cuando menos en algunos dominios sociales. Cuando se cambian GT -fórmulas de acceso, como es el caso en la acción positiva y de los programas de alojamiento o bienestar social, el incremento de contrapoder real o imaginario de las minorías puede ser objeto de rechazo por parte de los blancos y consi-derarse un favoritismo injusto. Veremos más adelante que esta modali-dad es una de las manifestaciones más patentes del racismo actual (Dovi-dio y Gaertner, 1986).

Diferencia: raza y etnicismo

Mientras que las formas de poder de grupo introducidas precedente-mente son de carácter general y también aptas para definir el predominio de clase y de género entre otros, el racismo presupone la construcción s - - - • • . .i. Tradicionalmente, la noción de ra-cismo se aplicaba anuellas formas de dominiodeLrupo donde las dife- rencias específicas de apariencia . física (principalmente de color) servían • para forjar asociaciones elementales de inclusión o exclusión de un gru-po (Miles, 1989). Aunque las diferencias entre el grupo «de fuera» y el grupo «de dentro» fueran mínimas y, a veces, no existieran, su construc-ción social se fundamenta en varias operaciones cognitivas para definir la diferencia racial, por ejemplo mediante prototipos, la exageración de di-ferencias intergrupales y la minimización de la variación dentro de un grupo (Abrams y Hogg, 1999; Bourhis y Leyens, 1994; Brewer, 2003; Gaertner y Dovidio, 2000; Hamilton, 1981; Hogg, 2001; Jones, 1972; Mi-ller, 1982; Stephan y Stephan, 2001; Tajfel, 1981). Estas construcciones sociocognitivas pueden variar sustancialmente en culturas o países dis-tintos. Mientras en Estados Unidos o Europa puede haber una diferen-cia esencial entre negros y blancos o entre africanos y europeos (caucá-sicos), la diferenciación en el Caribe o en Brasil puede ser mucho más detallada y hacer distinciones, por ejemplo, entre muchos grupos de ne-gros diferentes.

La diferenciación y categorización de grupo basada en la apariencia física va casi siempre acompañada de otras asociaciones por diferencias de origen del grupo (o sus ancestros) y, en especial, de las atribuciones de características culturales, como el idioma, la religión, las costumbres, los

hábitos, las normas, los valores e incluso los rasgos de carácter y sus prácticas sociales asociadas.

Aunque la apariencia y el origen suelen ser los criterios principales para la diferenciación de grupo, es posible que surjan otros, por ejemplo, que un conjunto de características culturales se convierta en un factor predominante en el proceso de categorización y de diferenciación (M. Barker, 1981). El dominio de grupo basado en estas formas de diferen-ciación de grupo puede denominarse etnicismo (Mullard, 1985). No obs-tante, en este libro seguiremos utilizando el término racismo para denotar estas otras modalidades de etnicismo, aun cuando las diferencias raciales sean mínimas o desempeñen un papel subordinado en el proceso de ca-tegorización. Así pues, en Europa puede utilizarse también para descri-bir el etnicismo que se practica contra los turcos u otros pueblos del Me-diterráneo y en Estados Unidos para caracterizar las relaciones con los mejicanos u otros latinoamericanos.

Hemos comprobado que esta dimensión del racismo entraña muchos aspectos de concepto distintos, entre los que se incluyen elementos geo-gráficos, fisiológicos, culturales, sociales y cognitivos. Esta separación sociocognitiva es fundamental porque categoriza a las personas en miem-bros de «otros grupos», según criterios a menudo arbitrarios, aunque so-cialmente establecidos, de atribución de distinciones de origen, de apa-riencia física y otros aspectos culturales. Cuando se atribuyen al grupo excluido, es típico del sistema racista suponer que ciertas propiedades, como las de carácter, inteligencia, morales u otras acciones característi-cas, están relacionadas de forma inherente a la identidad racial o étnica del grupo. Veremos más adelante y con mayor detenimiento que el pro-ceso de reproducción del racismo conlleva, precisamente, la reproduc-ción social de estas construcciones, aunque los criterios subyacentes puedan sufrir cambios históricos.

Racismo blanco

A pesar de que este análisis del racismo como grupo de dominio, basado en diferencias étnicas o raciales de elaboración sociocognitiva, pueda, en teoría, aplicarse a otras formas de discriminación, Licillsenuremosa_quí—

en el racismo blanco o europeo. Ello no significa que los blancos sean ra-ciltáS-13-órnaturaleza, sino que, a lo largo de la historia, han adquirido o

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se han apropiado del poder que, a su vez, se ha reproducido en términos raciales, a saber, en varias formas percibidas como superioridad racial respecto de los no europeos, y como sistema de discriminación que se traducen en prácticas de exclusión, de marginación y otras modalidades de opresión o de control (Bowser y Hunt, 1981; Bulmer y Solomos, 1999; Essed y Goldberg, 2002; Feagin, 2000; Feagin y McKinney, 2003; Feagin, Vera y Batur, 2001; Katz, 1976b; Katz y Taylor, 1988; Miles, 1989; Sears, Sidanius y Bobo, 2000; Solomos y Back, 1996; Wellman, 1977). Mientras que las variaciones actuales y más sofisticadas de racis-mo hacen un mayor hincapié en la «diferencia» con otros grupos, el ra-cismo tradicional presupuso la superioridad inherente de la «raza blan-ca» (M. Barker, 1981).

En otras palabras, tal y como se analiza aquí, racismo significa el pre-dominio europeo de grupo ejercitado especialmente hacia los grupos no europeos (no blancos) u otros pueblos que se identifican en términos de un complejo conjunto de diferencias, basadas en atribuciones físicas, culturales y socioeconómicas. Esta modalidad específica de racismo blanco se desarrolló en colaboración con el colonialismo y el imperialis-mo occidentales, pero sigue siendo relevante en las relaciones actuales entre el norte y el sur y entre las mayorías europeas y las minorías no europeas (Lauren, 1988; Robinson, 1983).

Prácticas sociales y cogniciones sociales

Hemos argumentado anteriormente que el dominio de grupo étnico tiene dos dimensiones complementarias: la de la acción social y la de la cognición social. El grupo «de dentro» controla al «grupo de fuera», mediante prácticas sociales de opresión, supresión, exclusión o margi-nación. Sin embargo, estas prácticas son específicamente racistas (o per-petúan el sistema de poder racista) únicamente cuando también contienen una carga cognitiva, como actitudes o ideologías prejuiciadas (Allport, 1954; Apostle, Glock, Piazza y Suelze, 1983; Jones, 1972; Zanna y Oson, 1994; Bar-Tal, et al., 1989; Ruscher, 2001; Young-Bruehl, 1996). Ello no significa que estas prácticas sean siempre intencionadas o consciente-mente racistas, pero sí que se sustentan en creencias que conducen a ac-ciones con consecuencias negativas para los miembros de grupos mino-ritarios.

Ello también significa que en nuestro estudio el problema de discri-minación sin prejuicios o discriminación no intencionada se considera espurio. Es así en primer lugar porque desde nuestra perspectiva de mi-norías para definir el racismo los actos discriminatorios se experimentan y se valoran según sean sus consecuencias para las minorías. En segundo lugar, por lo que se refiere a los grupos y al dominio de los mismos, las prácticas discriminantes de un grupo presuponen unas cogniciones so-ciales prejuiciadas, compartidas por muchos o por la mayoría de los miem-bros del grupo dominante. Los individuos sin prejuicios étnicos (si exis-ten), que discriminan contra minorías, únicamente para conformar con la norma o debido a la presión social, lo hacen en cualquier caso y justa-mente debido a un consenso de prejuicios compartidos, y contribuyen de este modo al crecimiento del racismo. Así pues, en un análisis del ra-cismo como poder de grupo, el prejuicio que se define como una mera actitud individual es irrelevante.

En este punto debería tenerse en cuenta que nuestra actitud hacia el rácisno (etnicismo incluido) como sistema de dominio de grupo, y que se manifiesta tanto en cogniciones sociales (actitudes, ideologías) como en prácticas sociales sistemáticas de exclusión, inferiorización o margi-nación, es distinta klaconcepción sociológica C_QD1U,SieXaCiSMO-Cellna.„ ideología racrsla- (Miles, 1989; Van Dijk, 2000; véase también el capítulo 5). Hemos argumentado que el racismo también comprende prácticas discriminantes y que las cogniciones sociales subyacentes a él no preci-san acompañarse de una ideología sobre la superioridad racial blanca.

A un nivel local de interacción y de experiencia, el sistema social ge-neral del raCisinóiróináTáToTrna de racismo cotidiano, es decir, como un incumplimiento del reglamento, las normas y los valores que subyacen en la conducta apropiada de interacción social (Essed, 1984, 1991). Estas prácticas cotidianas pueden ser institucionalizadas o no serlo, por ejem-plo, en términos legales y de reglamentos; pueden ser sutiles u obvias, abiertas o solapadas, intencionales o no. Se interpretan como prácticas racistas cuando los miembros de un grupo minoritario, basándose en su conocimiento generalizado sobre el racismo, las interpreta como tal, y cuando no puede darse ninguna excusa o explicación razonable que jus-tifique estas acciones negativas: por ejemplo, cuando un catedrático in-fravalora las habilidades académicas de un alumno porque su piel es negra y no porque tenga un motivo crítico específico, o porque dicho estudian-te no haya sido suficientemente brillante (para más teorías, análisis y

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ejemplos de estos procedimientos de evaluación, véase, en especial, Es- sed, 1991).

Como primera aproximación disponemos ahora de algunos elemen-tos de racismo primordiales, a modo de sistema de una sociedad de pre-dominio de grupo blanco, en detrimento de grupos o pueblos no euro-peos, que implementa prácticas negativas cotidianas generalizadas y que se sustenta en cogniciones sociales compartidas, sobre las diferencias ra-ciales o étnicas del grupo «de fuera», interpretadas por la sociedad y, a menudo, negativamente valoradas. También hemos visto que los concep-tos de este tipo de análisis necesitan ser explícitos porque comprenden teorías cognitivas y sociales, tanto en el plano local como en el global de una organización social. Veremos a continuación qué tipo de lenguaje teó-rico es preciso para proporcionar una exposición tan avanzada.

Reproducción

Uno de los conceptos centrales de este libro es el de reproducción, aun-que lamentablemente, si bien las ciencias sociales lo tratan con frecuen-cia, casi nunca lo definen ni analizan con precisión (véase, no obstante, Bourdieu y Passeron, 1977; Atkinson, Davies y Delamont, 1995). Tanto su significado biológico como el tecnológico sugieren la continuación o duplicación de objetos, organismos, especies o imágenes existentes. La reproducción social también implica la continuación de las mismas es-tructuras, fruto de unos procesos activos, como es el caso de una cultura, una clase o, de hecho, todo el sistema social. En este caso es fundamental que los propios integrantes sociales estén activamente comprometidos en el proceso de continuación: esta contribución continuada sirve para per-petuar una estructura social o unas normas y unos valores culturales.

Lo mismo es cierto para la reproducción del sistema de racismo que continúa existiendo, siempre que haya miembros del grupo blanco o ins-tituciones que implementen el sistema, es decir, que compartan prejuicios étnicos y lleven a cabo con regularidad prácticas discriminatorias. Apar-te de este aspecto de reproducción de abajo hacia arriba (o micro-macro), también existe un aspecto de arriba hacia abajo (o macro-micro): los miembros del grupo 1:Zanco adquieren prejuicios y aprenden a discrimi-nar por el conocimiento que tienen de un sistema social de desigualdad étnica o racial. En otras palabras, este sistema de desigualdad lo repro-

ducen todos cuantos acuerdos, estructuras, cogniciones sociales y accio-nes contribuyan a su continuidad histórica.

Lo mismo ocurre para los procesos de cambio, es decir, para la re-producción de un sistema de igualdad étnica o racial: el sistema racista solamente dejará de existir cuando prevalezca un sistema de normas, re-glas, leyes e ideologías multiculturales que se implementen activamente y donde se compartan las interacciones y las cogniciones sociales en todo el grupo. La lógica de la reproducción implica que bajo un sistema de ra-cismo, la connivencia, la pasividad, la inercia o no combatir el prejuicio y la discriminación contribuyen a la continuidad del sistema. Por lo tan-to, en lugar de hablar de gente y de acciones racistas o antirracistas, ha-remos una valoración de las acciones que en mayor o menor grado cola-boran o se oponen a la reproducción del racismo.

En esta obra, este supuesto significa específicamente que los que tie-nen un mayor poder, y por lo tanto más control sobre las acciones de más gente en un mayor número de situaciones, también disponen de un espectro más amplio de oportunidades para contribuir o para oponerse a la reproducción del racismo. Esto apoya nuestra hipótesis de que las élites son especialmente responsables de la reproducción del racismo: son las que disponen de mayores recursos para propagarlo activamente y para atajarlo. A partir de un análisis conceptual de los mecanismos de reproducción social, llegamos a los elementos de una ética aplicada: ¿quién es el mayor responsable de la reproducción del racismo?

Reproducción cognitiva e ideológica

El proceso de reproducción no se limita a los procesos generales sociales de dominio a nivel macro, ni a la interacción social a nivel micro de las si-tuaciones cotidianas. Hemos argumentado de forma reiterativa que el sis-tema de racismo también tiene una importante dimensión sociocognitiva.

Las cogniciones sociales, como normas, valores, actitudes e ideologías de grupo compartidas, permiten en primer lugar los actos discriminato-rios porque todo acto humano presupone cognición. Para implementar yrep. roducir el sistema de racismo, los miembros del grupo blanco de- ben conocer implícitamente el sistema, de la misma manera que un usua- rio de la lengua inglesa debe conocer su gramática y sus reglas de sin-

taxis

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Las cogniciones sociales tienen una doble función muy important e en el proceso de reproducción. Por una parte, en el nivel micro de la in-

teracción situada, representan la base de una planificación concreta, la ejecución, así como la comprensión de las acciones que puedan tener efectos discriminatorios. Por otra parte, siguiendo la dimensión micro- macro, las cogniciones sociales unen estas cogniciones individuales, las acciones o los eventos de determinados participantes en situaciones es-pecíficas, al sistema general y definen las relaciones entre grupos étnicos. Por ejemplo, un ejecutivo (o ejecutiva) blanco que se opone a la acción positiva en su organización, actúa así basándose en lo que conoce y cree sobre la política de acción positiva en conjunto, sobre las relaciones en-tre mayorías y minorías y otras creencias generales sobre asuntos étni-cos, igualdad social y la ideología de libertad en las corporaciones em-presariales, como veremos con más detalle en el capítulo 4.

Es en este punto crucial donde la cognición social establece la impor-tante conexión entre el individuo y la sociedad, entre las opiniones indivi-duales y las actitudes sociales de grupo y, por extensión, entre el discurso y el racismo. Así pues, la reproducción del sistema de racismo presupo-ne la reproducción de sus cogniciones sociales mediante, por ejemplo, los procesos de inferencia, de aprendizaje y de reparto dentro del grupo. En nuestro esquema teórico, estos procesos de reproducción sociocog-nitivos están esencialmente implementados por el discurso público y la comunicación (Van Dijk, 2000, 2003).

El segundo supuesto fundamental asume que ya que las élites ejercen la mayor parte del control sobre este tipo de discurso público y comuni-cación, también son mayoritariamente responsables de la reproducción cognitiva o ideológica del racismo. Deberemos recordar que esta respon-sabilidad especial también se sostiene por defecto, por ejemplo, cuando las élites condonan o se abstienen de ejercer una acción contra la repro-ducción discursiva del racismo —quizás al permitir el uso del discurso mediático, libros de texto o propaganda política racistas—. En este punto nos hemos topado con unos problemas éticos y políticos complejos, como las tensiones que existen entre estar libres del racismo y la libertad de expresión. Veremos más adelante que las élites blancas en Occidente suelen optar por conveniencia por la libertad de expresión, es decir, en favor de los derechos de los miembros de dentro del grupo y contra el derecho de los de fuera a no estar sujetos al racismo.

Discurso

Puesto que este estudio se centra en la reproducción discursiva del racis-mo, deberemos prestar especial atención al papel de texto y habla en este proceso: qué eventos comunicativos, tipos de discurso, hablantes, modos de comunicación y estructuras y estrategias discursivas comprenden. Las respuestas a todas estas preguntas precisan de un sistemático análisis del discurso de los géneros o eventos comunicativos que desempeñen un pa-pel en la reproducción del racismo, por ejemplo, conversaciones cotidia-nas, diálogos institucionales, informativos, editorTileZp .

libi-6S—de-te.Xio, lecciones, leyes, propaganda política, debates parlamentarios, discurso corporativo o cualquier otro discurso de género que pueda referirse a grupos étnicos y relaciones étnicas.

Dicho análisis sistemático del discurso representa una descripción in-terdisciplinar de los respectivos niveles y dimensiones del discurso y de sus contextos social, cultural y cognitivo, como son:

Expresión o realización gráfica y fonética (escritura y habla). —Características fonológicas del habla, por ejemplo, la entonación. —Estructuras sintácticas de (secuencias de) las oraciones, por ejem-

plo, orden de las palabras. Lexicalización (selección de palabras).

—Estructuras (micro) semánticas (significados) de las oraciones y frases. —Estructuras (macro) semánticas de secuencias de oraciones y textos

completos (materias o temas). Funciones ilocucionarias (actos de habla, como asertos, órdenes y demandas) y otras propiedades pragmáticas. Variaciones estilísticas de las estructuras de expresión, por ejemplo del léxico o de la sintaxis. Operaciones retóricas (figuras retóricas como las metáforas o las hipérboles).

—Formatos convencionales de texto, esquemas o superestructuras (de narrativa, argumentación, discurso mediático, conversación o diálogos institucionales).

—Estructuras de interacción de habla, por ejemplo, giros, desviacio-nes, estrategias.

—Otras propiedades de eventos y situaciones comunicativas, por ejemplo, propiedades y relaciones entre los participantes, objetivos

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e intereses comunicativos, asertos, circunstancias, relaciones co otras acciones, contexto institucional, etc.

— Procesos cognitivos, estrategias y conocimiento y estructuras de creencias de producción, comprensión, memorización, aprendiza-je, etc.

Cada uno de estos niveles o dimensiones, que se ampliarán en los ca-pítulos siguientes, son enormemente complejos y se justifican mediante gramáticas lingüísticas (discurso) y por teorías de estilo, retórica, narra-tiva, argumentación y conversación, pragmática, etnografía, semiótica, análisis de interacción, psicología cognitiva y social de texto y habla y sociolingüística de la utilización del lenguaje, entre otras disciplinas más o menos independientes (hermanas o hijas) de un análisis del discurso interdisciplinar (para detalles véase Van Dijk, 1985c, 2001). Más especí-ficamente y para poder analizar el papel de las diversas estructuras con- cernidas con la reproducción del discurso, será preciso realizar una des-cripción funcional, que hace explícita la forma en que cada característica estructural de texto y habla o una combinación de características contri-buye en los procesos sociales y cognitivos que definen la reproducción del dominio del grupo blanco.

Como sugiere la lista de niveles o dimensiones del análisis del discur-so, hay muchas maneras de enfocar el discurso que tiende a la reproduc-ción del racismo. También consideramos que la amplitud del terreno que cubren el análisis del discurso y sus disciplinas asociadas sugiere muchas propuestas teóricas y analíticas para la descripción detallada de texto y habla, a veces a niveles muy sofisticados. A pesar de que los diversos ca-pítulos de este libro se refieren a muchos de los niveles mencionados an-teriormente, no es nuestro principal interés contribuir a estas teorías del discurso, sino utilizar y aplicar únicamente algunas de sus nociones rele-vantes. Por otra parte, y por razones de espacio, lo haremos de forma muy informal, para garantizar su accesibilidad a los lectores de otras dis-ciplinas y a fin de poder estudiar varias perspectivas o dimensiones si-multáneamente. Otro inconveniente que se plantea es que la inmensa cantidad de datos estudiados para esta obra no permite un análisis deta-llado del discurso, salvo en algunos pequeños fragmentos. Al haber esta-blecido en esta obra unos parámetros generales de investigación, se po-dría en el futuro profundizar en los detalles técnicos de las características de los discursos respectivos que se tratan.

ebería hacerse hincapié una vez más sobre el hecho de que las es- cturas formales del discurso son raramente específicas para texto y

habla racistas. Las formas sintácticas, el estilo del léxico, las operaciones retóricas, los esquemas de texto y las estrategias de conversación pueden tener muchas funciones dentro de la comunicación y la interacción y, por supuesto, no se utilizan exclusivamente en la reproducción del racis-mo. Si observamos las formas o estrategias típicas de un discurso marca-do por el prejuicio, como las movidas semánticas de las presentaciones personales positivas («no es que yo sea racista, pero...»), su función o papel especial sólo se deriva en combinación con la semántica de signifi-cado y de referencia, esto es, con la temática del discurso y en un con-texto particular (es decir, participantes específicos y sus objetivos).

Existen dos modalidades básicas del papel del discurso en la repro-ducción del racismo, es decir, como discurso entre miembros de gru-pos mayoritarios y minoritarios y como discurso entre miembros de un grupo mayoritario sobre minorías o relaciones étnicas. La primera mo-dalidad, la del discurso con minorías, puede contener elementos racistas o de prejuicio, como cualquier otra forma de discriminación, y com-prender un complejo sistema de estrategias que, voluntaria o involunta-riamente, se enfocan directa o indirectamente a la práctica de domina-ción. Esto es así para actos de habla como las órdenes o las acusaciones inapropiadas, las afirmaciones sin fundamento o la implicación de carac-terísticas negativas de oyentes minoritarios o, por el contrario, atender exclusivamente a las propiedades u otras características positivas del grupo local. No es probable que un informador blanco aporte espontá-neamente datos sobre estas formas de abuso verbal en sus entrevistas. Por lo tanto, únicamente las informaciones sobre las minorías que apor-tan las mismas minorías deberían interpretarse como indicadores de va-lor de esta forma de racismo (Essed, 1984, 1991).

Discurso sobre minorías

No obstante, nuestra investigación no se centra en estas formas directas de interacción discursiva y su papel en la reproducción del racismo, sino en el modo en que los blancos escriben y hablan sobre grupos minorita-rios o sobre relaciones étnicas. Este tipo de discurso está mayormente di-rigido a otros blancos, aunque de forma indirecta las minorías puedan

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también estar implicadas o puedan oírlo, como es el caso del discurso pú-blico. De este modo, las relaciones de poder étnico no se implementan como tal, sino que más bien se trata de presuposiciones que se comen-tan y se comunican. Las funciones principales de este tipo de discurso so-bre minorías son persuasivas, es decir, el hablante pretende influenciar la mente de sus oyentes o lectores de tal forma que sus opiniones o actitu-des permanezcan o se conviertan en más próximas a las del comunicador. De este modo el hablante o escritor puede justificar o legitimar sus cog-niciones o acciones específicas o las de otros miembros del grupo local, o bien descalificar las de los miembros del grupo de fuera.

Estamos esencialmente interesados en las funciones sociocognitivas o ideológicas del discurso sobre asuntos étnicos: en cómo los miembros del grupo local adquieren, comparten, modifican o confirman sus creen-cias sobre otros grupos étnicos (Ruscher, 2001). Una vez comprendidos estos procesos de reproducción ideológica, disponemos ya de la infor-mación que nos permite comprender los mecanismos subyacentes que controlan otras modalidades más directas de discriminación o de acción racista, entre las que se incluyen el texto y el habla dirigidos contra miembros de grupos minoritarios. Debería notarse que las funciones de habla sobre minorías tanto expresivas como persuasivas denotan también unas funciones socioculturales indirectas: de este modo los miembros de un grupo blanco pueden transformar sus experiencias personales en ex-periencias de grupo, sugerir qué acción debe ejercerse en situaciones de conflicto étnico, decidir la afiliación y lealtad a su propio grupo étnico, resaltar sus valores e intereses compartidos, ejecutar el dominio de gru-po y, finalmente, fomentar la reproducción del racismo.

Semántica y creencias

Una importante pregunta teórica y metodológica que debemos tratar es la relación entre discurso y creencias étnicas subyacentes. Es cierto que el análisis discursivo puede profundizar en los modos en que la gente ha-bla o escribe sobre asuntos étnicos, pero ¿cómo se relaciona dicho dis-curso con las cogniciones sociales subyacentes en los miembros del gru-po blanco? La misma pregunta es aplicable al análisis de los procesos de comprensión e influencia: ¿cómo se interpretan las estructuras del dis-curso y, en especial, cómo influyen en la formación o modifican los mo-

delos mentales de los eventos étnicos o de las opiniones y actitudes so-bre minorías étnicas o asuntos étnicos en general?

La inserción directa en las estructuras semánticas construidas duran-te la planificación cognitiva de texto o habla es, al parecer, la expresión más evidente de la existencia de creencias sociales subyacentes en los asuntos étnicos (para detalles sobre estos procesos véanse Levelt, 1989; Van Dijk y Kintsch, 1983; Britton y Graesser, 1996). Si un hablante cree que «los refugiados vienen aquí para aprovecharse de nuestro bolsillo», esta proposición puede en principio insertarse en la representación se-mántica de una conversación. Es precisamente este principio comunica-tivo fundamental de capacidad de expresión lo que permite inferencias de sentido común sobre las creencias de la gente a partir de lo que dice. Es por ello que el análisis semántico del discurso proporciona, cuando menos, el acceso parcial a las cogniciones sociales subyacentes. No obs-tante, otras estrategias y limitaciones intervienen en la expresión de las creencias sociales como significados discursivos. En primer lugar, la gen-te tiene unas estructuras de creencias enormes, y solamente algunos frag-mentos de las mismas suelen expresarse en el discurso. En otras palabras, la expresión es generalmente parcial porque los lectores u oyentes son capaces de inferir otras creencias relevantes a partir de las que se expre-san en el discurso o simplemente porque la mayoría del resto de creen-cias es irrelevante en el contexto comunicativo presente. En efecto, a partir de la creencia sobre refugiados que hemos mencionado anterior-mente, el oyente puede inferir que el hablante cree que «los refugiados están llegando a nuestro país», «no me gusta la gente que vive de nuestro bolsillo», y «no me gusta que vengan refugiados a nuestro país», así como muchas otras proposiciones relacionadas, ya sea por implicación o presuposición.

En segundo lugar, la expresión parcial es el resultado de una econo-mía cognitiva y comunicativa, pero también puede ser una movida fun-cional, dentro de una estrategia de formación de impresión, en la cual el hablante quiere evitar inferencias negativas sobre sus creencias sociales (Arkin, 1981). Las estrategias de expresión están, por lo tanto, directa-mente relacionadas con las estrategias de interacción de «mantener las formas» o de autopresentación positiva de los miembros del grupo blan-co, y que encontraremos muy a menudo en nuestros análisis.

Por consiguiente, las estrategias de expresión pueden suponer distin-tos tipos de transformación. Uno puede creer en la propuesta «p» pero,

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de hecho, expresar una propuesta «q» que, aunque relacionada con la pri-mera, no es la misma sino que se trata de otra más creíble, menos ofensi-va, menos sesgada o menos susceptible de que se pierdan las formas; por ejemplo: «Muchos refugiados vienen por motivos económicos»; o: «Los refugiados económicos deberían ser atendidos por sus propias comuni-dades». En otras palabras, hay muchos motivos comunicativos o de otro tipo de interacción que inducen al hablante a no decir exactamente lo que

,

quiere decir o lo que piensa. Los participantes de la conversación cono-cen bien este tipo de transformaciones que pueden incluso resultar en la expresión de creencias incongruentes o contrarias, como sucede con la iro-nía y la mentira. Después de muchos años de práctica, ya sea en una con-versación o en un texto, los usuarios del lenguaje se convierten en exper-tos detectores y disciernen entre las creencias verdaderas de un hablante y las que no lo son, por ejemplo, mediante la interpretación de diversos signos textuales o contextuales como la entonación, las estructuras sin-tácticas específicas, los significados de otras palabras y oraciones en el texto, gestos o expresiones faciales.

Así pues, aunque el análisis del discurso semántico revele significados subyacentes, dicho análisis no siempre permite una inferencia sencilla de las creencias reales, particularmente cuando se trata de texto y habla so-bre creencias de contenido delicado o, de alguna forma, socialmente arriesgadas. La tarea conjunta de diversas teorías y metodologías del análisis del discurso, de la cognición y del contexto social establece la na-turaleza y condiciones de las citadas transformaciones existentes entre creencias y su expresión discursiva. Es posible que también necesitemos métodos de investigación adecuados para discernir con mayor facilidad entre las creencias de la gente, lo cual incluiría el análisis de los eventos comunicativos que disponen de un menor grado de autocontrol social, como es por ejemplo el habla entre los miembros de una familia o ami-gos íntimos.

Estructuras discursivas y mentales

Los análisis sutiles de texto y contexto proporcionan un acceso más o menos directo a las creencias de la gente, es decir, al contenido de repre-sentaciones mentales sobre asuntos étnicos, pero el análisis del discurso puede revelar asimismo de qué forma dichas creencias se organizan en la

memoria. Las estructuras del discurso involucradas pueden ser de diver-sos tipos. Mientras que la semántica de las frases revela (en parte) el con-tenido de las representaciones mentales, un análisis de relaciones de co-herencia entre estas frases puede manifestar el modo en que la gente relaciona en su mente las propuestas, como por ejemplo, mediante la re-lación de las causas o motivos que desempeñan un papel muy importan-te en la explicación de eventos étnicos. De forma parecida, el estudio de las macroestructuras semánticas (materias, temas) de un texto puede po-ner de manifiesto el orden de las proposiciones según su jerarquía de im-portancia, relevancia o predominio conceptual. Por lo tanto, en la men-te y en el discurso del hablante blanco, la llegada de nuevos grupos de refugiados puede estar relacionado con la causa real o imaginaria de pro-blemáticas sociales, como el desempleo o el alojamiento precario, y pue-de ser asumido, por ende, bajo (macro)propuestas semánticas de un nivel más alto, acerca de la problemática que los inmigrantes crean, supuesta-mente, para el grupo interno.

La estructura narrativa de las historias puede analizarse de la misma forma, según sea su estructura de modelos en la memoria, es decir, las re-presentaciones de eventos, las acciones y los participantes del episodio narrado (véase a continuación). Por ejemplo, los significados que tradi-cionalmente se organizan en la categoría de complicación de un esquema narrativo convencional (Labov, 1972), que organiza las historias en la mayoría de culturas occidentales, puede interpretarse como una repre-sentación problemática para el narrador o, cuando menos, como un evento o acción inesperados, extraordinarios o interesantes según el ca-non de eventos normales del día a día. De forma parecida, la categoría Evaluación de las historias expresa las opiniones o emociones del narra-dor sobre este evento extraordinario (por ejemplo: «¡No me gustó nada!» o «¡Pasé tanto miedo!»). Finalmente, la Coda o Conclusión representa la formulación de las conclusiones relevantes para la evaluación general de los participantes o de las consecuencias de los eventos para acciones fu-turas (por ejemplo: «Jamás volveré a hacerlo!»). Las estructuras de la narración no revelan simplemente la organización de modelos mentales, es decir, cómo se experimenta, se interpreta y se evalúa un evento, sino también, implícita o explícitamente, las normas, los valores y las expec-tativas del narrador sobre episodios sociales.

Lo propio se puede decir de otras estructuras esquemáticas del discurso. Las estructuras de argumento, verbigracia, manifiestan cómo se relacionan

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las creencias sociales del hablante, mediante varios tipos de inferencia, por ejemplo. Como veremos más detalladamente en el capítulo 6, las estructuras de los informativos ponen de manifiesto la importancia o la relevancia jerár-quica de los modelos mentales y de las actitudes de los periodistas.

Aparte de estas estructuras del discurso más abstractas, y más semán-ticamente profundas y esquemáticas, podemos encontrar correlaciones entre texto y mente en niveles más locales y superficiales de la descrip-ción. Así pues, un análisis del orden de palabras y de otras estructuras sintácticas puede desvelar qué conceptos o proposiciones son más im-portantes o prominentes en la mente del hablante, que supuestamente es el responsable de acciones y eventos, o cuál es el punto de vista general o la perspectiva del hablante en un determinado episodio. Si se sabe que los inmigrantes vienen a nuestro país en busca de trabajo, este episodio puede describirse desde su perspectiva o desde la nuestra y, como ya he-mos visto, nuestra perspectiva puede asociarse con valoraciones positivas o negativas, por ejemplo: «Los inmigrantes contribuyen a la economía holandesa» o «Los inmigrantes nos quitan el trabajo», respectivamente. Estas perspectivas también pueden destacarse por las estructuras sintác-ticas de las frases que expresan estas propuestas: «Los inmigrantes nos quitan el trabajo», «Nuestro trabajo nos lo quitan los inmigrantes», y «Nos están quitando el trabajo». Estas diferencias sintácticas pueden es-tar relacionadas con las limitaciones estructurales de las secuencias de las frases en el texto y el habla y, asimismo, a la subjetiva diferenciación de inmigrantes como responsables del aumento de la tasa de desempleo y también a las estrategias sociales de persuasión o de mantener las formas. De forma similar, en las comunicaciones escritas como, por ejemplo, los informativos, el posicionamiento, aspecto, tamaño, tipo de letra y otros elementos gráficos o visuales pueden destacar la importancia o la rele-vancia. Así pues, muchas de las propiedades del nivel de expresión del discurso pueden interpretarse como señales de significado, perspectiva, estrategias de interacción, tácticas persuasivas y opiniones o actitudes subyacentes. Es esto, exactamente, lo que practican los usuarios del len-guaje: además de su extenso repertorio de conocimiento y de creencias, tanto personales como sociales, acerca de la situación, contexto o tema presentes, sólo disponen de estas expresiones o características aparentes a modo de «datos» para procesar su interpretación.

Aunque algunos aspectos del significado pueden caracterizarse o expresarse a través de la entonación, la disposición en la página o el or-

den de las palabras, los significados suelen expresarse mediante los ele-mentos del léxico, es decir, con las palabras de un lenguaje natural. No obstante, podemos usar distintas palabras para referirnos al mismo even-to, acción, objeto o persona. Estas variaciones estilísticas caracterizan di-versos elementos del contexto social, como las relaciones entre los partici-pantes o la afiliación de grupos sociales. Por otra parte también expresan las opiniones sobre dichos referentes (Sandell, 1977; Scherer y Giles, 1979). Ello es así especialmente cuando nos referimos a palabras utiliza-das para describir grupos minoritarios y sus acciones (como en el abuso racista y en el uso de terminología como «de color», «negros», «oscuros», «afroamericanos», «africanoamericanos», según sea el caso). Por consi-guiente, el estilo léxico también tiene múltiples conexiones con las estruc-turas mentales subyacentes, entre las que se incluye nuestro conocimiento de qué palabras son las apropiadas en cada situación sociocultural. Lo mismo puede decirse en el caso de variaciones dentro de las estructuras gráficas y fonológicas utilizadas para expresar palabras y oraciones y también en pautas de entonación, que pueden caracterizar diversas emo-ciones y opiniones respecto de los episodios citados, como pueden ser el odio, el rechazo, la compasión, la aprobación o la lástima.

Estrategias: discursiva, cognitiva y social.

Finalmente, en el análisis del discurso interdisciplinar también se pueden establecer conexiones entre las distintas estrategias de texto y habla, las estrategias mentales de manipulación de creencias y las estrategias socia-les de interacción comunicativa. Así pues, en el curso de las conversaciones cotidianas, la gente utiliza distintas estrategias para presentar, sostener o cambiar un tema determinado (Button y Casey, 1984; Sigman, 1983). Es posible que se intenten introducir nuevos temas a un discurso sobre otra materia cuando se estima relevante la expresión de una creencia personal sobre aquel (otro) tema o, a la inversa, que se quiera también cambiar un tema presente porque, de alguna forma, sea socialmente arriesgado para el hablante (Grice, 1975). La estrategia de utilizar dichos temas suele propiciarse particularmente cuando se habla de cuestiones delicadas, como los asuntos étnicos.

Desde el punto de vista global de la organización del discurso general se encuentran las estrategias de argumentación, como las que utiliza el

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hablante cuando defiende su posicionamiento personal (creencia) me-diante razonamientos de apoyo o plausibles, o bien atacando la posición de su interlocutor al refutar sus argumentos (Bell, 1990; Hirschberg, 1990). Una historia puede parecer más efectiva o más creíble cuando se subrayan los aspectos más notorios, inesperados o interesantes en rela-ción a su Complicación, por ejemplo mediante el establecimiento de un fuerte contraste con aquello que normalmente sería lo corriente en dicha situación (Polanyi, 1985). Una vez más, dichas estrategias nos revelan al-gunos aspectos de las estrategias mentales que utiliza el hablante cuando establece relaciones entre sus creencias subyacentes o al representar un episodio en un modelo mental.

Por otra parte dichas estrategias discursivas son funcionales dentro del propio contexto comunicativo. Es decir, que puede tratarse de estra-tegias sociales de interacción y desempeñar una función informativa, de persuasión o en la formación de una impresión. Así pues, las estrategias de retórica y de argumento desempeñan tradicionalmente un papel den-tro de una estrategia general de persuasión, mientras que las desviaciones semánticas de concesión o de desviación aparente pueden utilizarse den-tro de una estrategia combinada de autopresentación positiva y de pre-sentación negativa del Otro («Yo no tengo nada contra los extranjeros, pero...»).

En resumen, el contenido, las estructuras y las estrategias del discurso están conectadas de múltiples maneras para subrayar las representaciones y los procesos cognitivos subyacentes y, a la vez, implementan varias pro-piedades de interacción social en las situaciones comunicativas. Así pues, el discurso es, en efecto, el conector entre lo individual y lo social, entre la cognición y la comunicación, entre las creencias sociales y la forma de expresarlos y reproducirlos en los miembros de un grupo. Una de las ta-reas primordiales de este libro es la de explorar más a fondo las mencio-nadas relaciones entre el discurso, la cognición y la sociedad que definen el proceso de dominio del grupo blanco y su reproducción.

Cognición social

En el enfoque teórico sobre discurso y racismo que se ha esbozado an- teriormente, hemos subrayado con insistencia que la cognición social de- sempeña un papel primordial en el proceso de reproducción. Los estu-

dios sociológicos sobre la reproducción no tienen en cuenta a menudo o infravaloran este aspecto cognitivo de los procesos sociales, quizá única-mente por el respetable temor a practicar el reduccionismo psicológico. No obstante, ningún análisis de los procesos y estructuras sociales, ni si-quiera los que se efectúan a nivel macro, será completo sin la inclusión de un análisis explícito del papel que desempeñan las creencias sociales, entre las que se incluyen el conocimiento, las opiniones, actitudes, nor-mas y valores de los grupos. Lo mismo es cierto para la comprensión o interpretación social de nivel micro, esto es, para los procesos concerní-dos en la interpretación del entorno social realizada por los miembros sociales (Cicourel, 1973). Si bien es cierto que la importancia de dichos procesos ha sido reconocida en especial por los microsociólogos de ca-riz fenomenológico, concernidos por las interacciones rutinarias del día a día, raramente ha sido objeto de explicitación en términos de una teo-ría cognitiva del entendimiento (no obstante, véase, por ejemplo, Cicou-rel, 1983, 1987). Por el contrario la mayoría de psicólogos han manifes-tado poco interés hacia las funciones y condiciones sociales de la cognición social general (pero véanse las contribuciones en Fraser y Gaskell, 1990; Himmelweit y Gaskell, 1990; Resnick, Levine y Teasley, 1991). Estas limitaciones de investigaciones anteriores también pueden aplicarse al ámbito más específico de las relaciones entre razas que se han centrado bien en la psicología social de la teoría sobre prejuicio e inter-grupalidad, o bien en la sociología de grupos de instituciones étnicas y raciales y en fenómenos como la discriminación y el racismo en la polí-tica, la economía, la educación y la cultura. Desde nuestro punto de vis-ta, el racismo y su reproducción tienen dimensiones tanto cognitivas corno socioculturales, que deberían relacionarse explícitamente a fin de comprender los mecanismos del proceso de reproducción.

Afortunadamente la psicología social durante los últimos quince años ha experimentado el desarrollo de unas estructuras teóricas par-ticularmente adecuadas para establecer dichas conexiones, en especial en el estudio de «cogniciones sociales», en particular en Estados Unidos (Fiske y Taylor, 1984; Wyer y Srull, 1984), o «representaciones sociales», especialmente en Francia y otros ámbitos europeos de la psicología (Breakwell y Canter, 1993; Deaux y Philogéne, 2001; Farr y Moscovici, 1984; para una comparación de esas dos aproximaciones, véase Augous-tinos y Walker, 1995). Una de las mayores ventajas de estos avances ra-dica en que los procesos y las estructuras mentales relacionados con la

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condición social se han tomado en seria consideración. Esto no significa que dispongamos de teorías bien definidas sobre la precisa naturaleza de estos procesos y estructuras; al contrario, aunque disponemos de alguna información sobre las estructuras y funciones del conocimiento social, nos falta todavía disponer de teorías detalladas sobre las cogniciones so-ciales «calientes», conocidas tradicionalmente como opiniones, actitu-des, normas, valores e ideologías de grupo.

Por lo tanto, en nuestra propia estructura teórica, se entiende por cognición social la interacción de unas estructuras y procesos mentales específicos: y no únicamente las representaciones cognitivas que com-parten los miembros de un grupo o cultura acerca de asuntos sociales, sino también las estrategias que permiten hacer un uso eficaz de tales re-presentaciones en diversas tareas sociales, como las interpretaciones, in-ferencias, categorización, comparaciones y evaluaciones, y los procesos aún más fundamentales, como los de almacenamiento y obtención. En un sentido más amplio, las representaciones sociales comprenden todos los elementos que la gente debe conocer o creer para poder funcionar efi-cazmente dentro de un grupo o cultura determinados. Así pues, todos los procesos inteligibles, por lo que se refiere tanto a los detalles de las situa-ciones y de las interacciones sociales como en un sentido más amplio, a las relaciones, estructuras e instituciones sociales, están sustentados por cogniciones sociales. De forma similar, en la producción activa, la cogni-ción social controla la interacción social propiamente dicha, por ejem-plo, la interacción étnica, la comunicación y el discurso.

Aparte de la dimensión fundamental de conocimiento de la interpreta-ción, las cogniciones sociales también conllevan un proceso de evaluación social, esto es, de opiniones de grupo compartidas sobre eventos, situacio-nes y estructuras sociales. Los miembros integrantes de una sociedad necesitan estar informados y, asimismo, saber si les gustan o no otras per-sonas, si están o no de acuerdo con ellas o con otros eventos o estructu-ras sociales. En efecto, muchas de sus acciones se fundamentan en opi-niones como éstas que, a la sazón, se orientan hacia la realización de los objetivos deseados (preferidos, queridos, etc.). Aunque muchas de estas opiniones y sus objetivos de acción relacionados sean puramente perso-nales, otras opiniones se comparten con otros miembros del grupo o cultura. En esta obra sólo llamaremos representaciones sociales a estas últimas aun cuando existan opiniones y acciones personales relacionadas con cogniciones compartidas, culturales y sociales.

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Cuando se trata el problema del racismo, el análisis de las representa-ciones y las estrategias sociales consiste en divulgar los usos del conoci-miento y de la opinión de los blancos sobre su propio grupo, sobre gru-pos de minorías y sobre las relaciones mayoría-minoría.

Las estrategias dinámicas que operan en estas representaciones mani-fiestan de qué forma los eventos étnicos tienen sentido para la gente, cómo las opiniones sesgadas pueden influenciar su comprensión y su re-cuerdo de dichos eventos, cómo las creencias étnicas caracterizan la ac-ción y el discurso y, de modo más general, cómo se reproducen las cog-niciones sociales sobre asuntos étnicos.

Modelos personales frente a representaciones sociales

Para comprender qué papel desempeña la cognición en la representación del racismo, distinguimos entre el conocimiento «individual», las opi-niones y las representaciones de experiencias personales, incluidas, por una parte, las relacionadas con grupos y eventos étnicos y las creencias «sociales» compartidas de los miembros de un grupo, por otra. Los pri-meros se almacenan en el área de memoria a largo plazo, llamada 'episó-dica' (que también puede llamarse 'memoria personal'). Este conoci-miento personal se representa mediante «modelos», es decir, como representaciones mentales únicas de situaciones, eventos, acciones y per-sonas específicos (Johnson-Laird, 1983; Van Dijk y Kintsch, 1983; Van Oostendorp y Goldman, 1999). Cada acción, interacción y discurso en particular que nos concierne personalmente se planifica y ejecuta —junto con nuestras evaluaciones personales de cada uno— siguiendo la forma de dichos modelos; lo mismo es cierto para cada evento que presenciamos o sobre el que leemos, comprendemos, memorizamos o evaluamos. Los modelos son personales porque los individuos asumen un sinfín de expe-riencias, asociaciones, conocimientos y opiniones personales que emanan de su propia «autobiografía» mental (Neisser y Fivush, 1994; Neisser y Jopling, 1997; Van Dijk, 1985a, 1987b).

Como veremos a continuación con mayor detalle, estos modelos de-sempeñan un papel muy importante en una teoría de la reproducción porque unen las experiencias personales con las compartidas por grupos, las opiniones individuales con las actitudes sociales y el texto y habla in-dividuales con el discurso social, político o cultural de un grupo o insti-

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tución. Los modelos también explican por qué los miembros de un gru-po social que comparten aproximadamente los mismos conocimientos y actitudes pueden, no obstante, tener opiniones individuales variables y, por ende, desarrollar un discurso y unas acciones personales únicas. Es-tos modelos personales únicos también explican una condición de cam-bio social muy importante, a saber, la desviación de las normas, reglas, actitudes e ideologías establecidas; es decir, la mismísima posibilidad Cle cambio social.

A pesar del papel tan importante que desempeñan los modelos en la descripción de casos únicos y, por extensión, en el análisis de ejemplos concretos de texto y habla, la teoría de la cognición social está, por su-puesto, más interesada en las representaciones «sociales» compartidas por los miembros de un «grupo», como son el conocimiento, las actitu-des, las normas, los valores y las ideologías sociales. Suponemos que estas representaciones sociales están almacenadas en el amplio sector de la me-moria a largo plazo, normalmente llamada memoria semántica, a la que no obstante preferimos llamar memoria social para distinguirla del área de memoria donde se almacenan, como modelos, las experiencias persona-les. Mediante los procesos de descontextualización, de generalización y de abstracción, los miembros de un grupo pueden deducir representacio-nes sociales a partir de sus modelos personales sobre eventos sociales de-terminados. No obstante, las representaciones sociales también pueden adquirirse de forma más directa, por ejemplo, mediante el pensamiento (inferencias a partir de representaciones sociales existentes) y mediante el discurso y la comunicación con otros miembros de un grupo (Engestróm y Middleton, 1996; Fussell y Kreuz, 1997; Hewes, 1995; Roloff y Berger, 1982; Turner, 1991; Zarina, Olson y Herman, 1987).

Una variedad de la representación social se refiere a los esquemas de conocimiento y creencias que la gente construye alrededor de su propio grupo y de otros grupos (Bar-Tal, 1990). Otras comprenden los princi-pios y reglamentos de una interacción social apropiada en episodios so-ciales estereotipados, como los guiones de «vamos al colegio» o «vamos al cine» (Schank y Abelson, 1977). Los esquemas sobre creencias que comprenden opiniones evaluativas generales suelen explicar el concepto tradicional de las actitudes sociales. Esquemas de este tipo, como el que se refiere a estereotipos o prejuicios de grupo, pueden representarse en estructuras jerarquizadas de opiniones a un alto nivel en sus cuadros su-periores (por ejemplo: «No nos gustan los negros») y de opiniones más

detalladas en los cuadros inferiores (por ejemplo: «Los negros son de-masiado suspicaces sobre la discriminación»).

Los esquemas de grupo pueden organizarse asimismo por una o más categorías mentales socialmente relevantes, como las que se refieren al Origen (¿de dónde son?), a la Apariencia (¿qué aspecto tienen?), a los Objetivos socioeconómicos (¿a qué aspiran?), a las Propiedades socio-culturales (¿qué idioma hablan?, ¿qué religión practican?, etc.) y a la Personalidad (e qué clase de gente son?). Dichas categorías se asocian tra-dicionalmente con grupos minoritarios étnicos, aunque también son re-levantes para el análisis de género o de otras representaciones de grupos sociales. Así pues, la descripción de prejuicios étnicos supuestamente compartidos y basados en grupos debería efectuarse a partir de dichas actitudes generales de grupo o de representaciones sociales y no desde las opiniones individuales sobre experiencias o eventos étnicos específi-cos según se hayan almacenado en los modelos personales. En esta obra, los términos actitud y prejuicio sólo se utilizan en el sentido de repre-sentaciones mentales en la memoria social, consistentes en esquemas es-tructurados de opiniones generales compartidas por un grupo, y no a tí-tulo de opiniones personales específicas, como suele ocurrir a menudo en el uso cotidiano y en buena parte de la psicología social tradicional (véanse comentarios en, por ejemplo, Allport, 1954; Bar-Tal, Graumann, Kruglanski y Stroebe, 1989; Dovidio y Gaertner, 1986; Hamilton, 1981; Jones, 1972).

Las actitudes étnicas generales influyen en la formación de modelos específicos, como los planes de acción específicos o la interpretación de eventos. Así pues, los integrantes de grupos blancos interpretan y valo-ran un discurso o evento concreto con participantes de minorías étnicas, como una función de sus opiniones más generales sobre estas minorías étnicas, lo cual, si la actitud general es negativa, se denomina común-mente «opinión sesgada». Ciertamente se pueden utilizar modelos nega-tivos de eventos étnicos, con inclusión de anécdotas sobre dichos even-tos contadas por otros miembros del grupo blanco, para inferir una actitud más generalizadora sobre minorías étnicas; se trata de un proce-so de abuso de generalización que caracteriza la formación de los prejui-cios étnicos (Allport, 1954). En nuestra estructura de representaciones de modelos personales y sociales y de las estrategias mentales relaciona-das, se hallan las nociones fundamentales que nos permiten tener en cuenta las estructuras y procesos étnicos sesgados o prejuiciados, ade-

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más de los procesos sociocognitivos básicos que participan en la repro-ducción del racismo.

Ideología

Finalmente, las actitudes sociales están asimismo organizadas en repre-sentaciones sociales más fundamentales, es decir, en ideologías (para unos estudios más o menos distintos sobre el concepto de ideología, véan-se, por ejemplo, Billig, 1982, 1988; Kinloch, 1981; Larrain, 1979). Según este uso del concepto, bastante específico, las ideologías caracterizan los principios sociales esenciales y sus fundamentos, como las normas y va-lores subyacentes a las estructuras y a la formación de actitudes. Es de-cir, constituyen la representación del corpus mental de los objetivos e in-tereses fundamentales de un grupo, bien sean sociales, económicos y/o culturales. Si utilizamos un símbolo informático diríamos que, en con-junto, estas ideologías conforman el sistema operativo social de un gru-po o cultura, mientras que las actitudes respectivas serían los programas específicos que hacen funcionar dicho sistema para que efectúe unas ta-reas sociocognitivas específicas.

Así pues, las ideologías otorgan coherencia al sistema y al desarrollo de las actitudes. Por ejemplo, dada una ideología antiextranjeros especí-fica, es de esperar que las actitudes negativas hacia los turcos, marroquíes y caribeños se asemejen notablemente. En un ámbito más abstracto de con-trol ideológico, una ideología racista de estas características puede asi-mismo mostrar cierto parecido con la ideología sexista de los hombres, que comúnmente se aprecia como coherente y también asociada a una actitud reaccionaria de antiigualdad. Se trata de un nivel más general e incluso más esencial, más parecido a lo que comúnmente se conoce como ideología.

Debería subrayarse que existe una distancia mental considerable en-tre estos sistemas ideológicos y los discursos concretos. Encontramos ideologías específicas (por ejemplo, sobre inmigración), conocimiento social, actitudes (por ejemplo, turcos, o refugiados) y modelos persona-les (por ejemplo, cuando esta mañana me he encontrado con un refugia-do turco), entre los fundamentos ideológicos básicos y culturalmente variables, como las normas y valores generales (por ejemplo, tolerancia y hospitalidad) y los discursos por sí mismos. Este modelo, eventual-

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mente, junto con sus opiniones personales socialmente dependientes, se encarga de alimentar la producción del texto; por ejemplo, una anécdota sobre mi encuentro de esta mañana con el refugiado turco.

Para evitar la confusión, debería señalarse que al contrario de la ma-yoría de estudios sobre ideología en el terreno de las ciencias sociales, nosotros no definimos una ideología únicamente como «sistema de creen-cias» (en cuyo caso las ideologías coincidirían con otras representaciones cognitivas), como tampoco la consideramos vagamente como una forma de «conciencia» (palabra de difícil definición) (Van Dijk, 2000, 2003). A \I nuestro modo de ver, las ideologías no comprenden prácticas sociales (discurso incluido) de control, como en la actualidad indican algunos es-tudios sobre ideología en los ámbitos de la filosofía y de las ciencias so-ciales (Althusser, 1971a, Barrett, Corrigan, Kuhn y Wolff, 1979; Donald y Hall, 1986; Freeden, 1996; Therborn, 1980; 2iíek, 1994). En suma: las ideologías de nuestra estructura teórica son, meramente, las representa-ciones sociales más esenciales que comparte un grupo, es decir, las que comprenden sus intereses y objetivos globales.

Aunque hacemos una diferenciación muy clara entre discurso e ideo-logía, es natural que la ideología y otras cogniciones sociales estén invo-lucradas en la producción y la comprensión del discurso (Van Dijk, 2000). En efecto, tanto en el texto como en el habla, la gente expresa en sus comentarios generales y de manera rutinaria ciertos fragmentos de sus representaciones sociales que utiliza para comprender las opiniones y eventos manifestados en el discurso de otros. La naturaleza general y relativamente abstracta de las representaciones sociales precisa, incluso, de una comunicación simbólica; es probable que únicamente mediante el discurso se pueda acceder directamente al conocimiento de las opinio-nes de otros miembros de un grupo, aunque la interpretación de sus ac-ciones permita inferir tales actitudes de una forma más bien indirecta o empírica. Por consiguiente, el discurso es el modo más efectivo para ad-quirir y compartir actitudes generales y, por ende, prejuicios. Por lo tanto, una combinación del análisis del discurso con la cognición social constituye un componente crucial para la teoría de la reproducción del racismo.

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Interacción social y estructura social

La naturaleza social de las cogniciones sociales no se debe meramente al hecho de que conciernan a objetos sociales, como los grupos, ni a que los miembros de un grupo o cultura las compartan.

La investigación suele ignorar que, de hecho, las cogniciones sociales se adquieren, se utilizan y se cambian en el transcurso de situaciones e interacciones sociales y dentro de un contexto de estructuras sociales más amplio, como los grupos, las instituciones y los dominios sociales. Así pues, los miembros de grupos, en situaciones sociales distintas, ad-quieren su información y sus opiniones sobre otros grupos sociales, mi-norías inclusive, de las conversaciones cotidianas, periódicos, la televi-sión, libros de texto y de un amplio espectro de tipos de discurso.

Las opiniones y las actitudes no se adquieren, ni se estructuran, ni se utilizan arbitrariamente, sino que deben ser funcionales, puesto que.se tra-ta de creencias sociales y culturales; en otras palabras, en principio deben servir a los objetivos o los intereses de un grupo o institución. Por lo tanto, es probable que su contenido y su organización cognitiva tengan un patrón óptimo que sirva a la perfección a sus funciones y usos socia-les. Es decir, las cogniciones sociales son, por sí mismas, una función de su contexto social. Nótese, no obstante que esta funcionalidad puede ser sesgada en sí misma porque el contexto social no es un factor externo objetivo, sino una representación cognitiva por derecho propio. Por lo tanto, las cogniciones sobre otros grupos se desarrollan como función de las creencias que los miembros de un grupo consideran relevantes para ellos mismos. Constatamos que para relacionar la cognición y la socie-dad, no podemos eludir la estructura cognitiva. A este nivel de análisis, la estructura social nos resulta relevante incluso como construcción mental (Himmelweit y Gaskell, 1990). No obstante, lo contrario tam-bién resulta cierto: las únicas cogniciones que manifestarán ser relevan-tes para la interacción, la comunicación y el discurso serán las que se compartan y, por extensión, las sociales. Una vez más se comprueba que las dimensiones social y cognitiva de la reproducción están íntimamente relacionadas.

No obstante, dentro de la estructura de análisis sociocultural relacio-nado pero teóricamente distinto, es aconsejable diseñar una teoría autó-noma que justifique específicamente el papel de las interacciones socia-les, la cultura y las estructuras sociales en el proceso de reproducción.

Comentaremos en detalle las estrategias y estructuras conversacionales que participan en la comunicación interpersonal de las cogniciones so-ciales sobre eventos y grupos étnicos, o qué papel desempeñan en la re-producción del racismo las instituciones como el Estado, los medios o las escuelas. Así pues, hemos visto que en la conversación, los miembros sociales expresan sus opiniones personales o parte de las mismas, acerca de sus actitudes basadas en el grupo, y que, además, se involucran en es-trategias de compostura y persuasión que a su vez presuponen un cono-cimiento social y unas normas para realizar sus acciones sociales adecua-damente, ya sea a título de ciudadanos competentes o de miembros de grupo.

De forma similar, si queremos comprender el papel que desempeñan los libros de texto o los informativos en la reproducción del racismo, de-bemos ir más allá de la teoría del discurso o de las estructuras y estrate-gias cognitivas patentes en su reproducción, comprensión o usos sociales.

Por lo que se refiere a la producción de noticias, deberemos especifi-car las rutinas sociales implicadas en su producción, qué reglas y roles las organizan y en qué estructuras y relaciones institucionales (por ejemplo, el poder) están inmersas (Tuchman, 1978). Así pues, si encontramos que los miembros de un grupo minoritario se citan en las noticias con poca frecuencia, en parte podremos justificar el hecho por razones de esque-mas mentales en los que los grupos minoritarios se representan como fuentes de información menos fiable. No obstante, en este caso también se debería tener en cuenta que los grupos minoritarios más pequeños pueden estar menos organizados e incluso no disponer de su propia prensa o departamento de relaciones públicas, portavoces u otras condi-ciones económicas o sociales de acceso preestructurado a los medios de comunicación, lo cual no facilitaría la tarea de los periodistas, aun cuan-do lo desearan, para obtener información de una minoría.

De forma similar para los libros de texto, su contenido puede estu-diarse según sus expresiones de estereotipos predominantes sobre el Ter-cer Mundo o minorías inmigrantes, pero una comprensión más profun-da también precisará de un análisis del currículum al completo, del sistema escolar, de la participación de los niños del grupo minoritario, de la presencia de organizaciones educativas opuestas al material pedagógi-co racista y demás factores que influyan en el contenido de los libros de texto (véase, por ejemplo, Apple, 1979, 1986, 1993). Lo mismo es cierto en el ámbito del discurso jurídico y su papel dentro del sistema legal,

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para el discurso político y sus funciones en la política, o para el discurso médico y el posicionamiento de los médicos y sus clientes, entre otras formas de discurso de elite.

En nuestro análisis de racismo de las páginas precedentes, hemos comprobado que existen relaciones de poder entre grupos y que éstas son también relevantes en el análisis del proceso de reproducción pro-piamente dicho. Es decir, hemos visto que los grupos de elite blancos y las instituciones controlan y/o tienen acceso preferente a los media y a otros medios de reproducción ideológicos (Van Dijk, 1996). Así pues, es de prever que las cogniciones sociales tiendan a prevalecer en las defini-ciones de situaciones étnicas, de la misma manera que se reproduce ruti-nariamente en el discurso de elite.

Racismo, instituciones y las élites

Es este grupo de poder social en control del discurso lo que también ha inspirado nuestras hipótesis sobre el papel de las élites en la reproduc-ción del racismo. Por lo tanto, pasaremos finalmente a elaborar con más detalle esta hipótesis. Por ejemplo, ¿a qué élites nos referimos y de qué forma, exactamente, están..involucradas en la reproducción del racismo?

A pesar de que 1,a-neción de elite) no sea fácil de describir (véase, por ejemplo, Domhoff y'13,11 -arcl-,--1-9651, inicialmente hemos utilizado el con-cepto informalmente, como una noción heurística para definir algunos grupos sociales que disponen de recursos &pQder específicos : Según sea el ámbito o dominio social donde detenten su poder, hablaremos de, por ejemplo, elites políticas, estataks,..co_r2orativas, científicas, militares o so-ciales, a pesar de que algunas élites operen, asimismo, en más de un terri-torio, como es el caso de las élites corporativas o militares que pueden ejercer influencia sobre el proceso de una decisión política. Los recursos de poder de las élites pueden ser múltiples e incluyen propiedad, remune-ración, control de decisión, conocimiento, pericia, cargo, rango y, además, recursos sociales e ideológicos, como estatus, prestigio, fama, influencia, respeto y similares, según se los otorgue un grupo, una institución o la so-ciedad en general (Acosta, 1994; Bottomore, 1964; Domhoff, 1978; Mills, 1956; Lerner, Nagai y Rothman, 1996; Stanworth y Giddens, 1974).

El poder de elite puede definirse en términos del tipo o la cantidad del control que las élites ejercen sobre las acciones y la mente de otros. A pe-

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sar de que este control pueda ser implícito, se suele implementar explíci-tamente, bien sea mediante decisiones, uso de cierto tipo de actos de ha-bla y de géneros de discurso (por ejemplo, órdenes, dictámenes, consejo, análisis y demás formas de discurso público), y otras formas de acción que influyan directa o indirectamente sobre las acciones de los demás. Este control redunda, en general, en beneficio de las propias élites o, cuando menos, de forma que sea coherente con las preferencias de las élites. Algunos ejemplos de dichas élites en el mundo occidental podrían ser los políticos dirigentes en el gobierno, el parlamento y en los parti-dos políticos; los propietarios, los directores y los gerentes de corpora-ciones; los directores y otros ejecutivos de alto rango en instituciones es-tatales (con inclusión de la policía); los jueces de tribunales superiores de justicia; los líderes sindicalistas; las principales autoridades de la Iglesia; los altos cargos militares; los directores generales y los editores de medios de comunicación punteros; los profesores y los líderes de instituciones de investigación de envergadura, etc. Aunque las élites representen normal-mente los rangos superiores de las instituciones u organizaciones, algunas como los escritores famosos o las estrellas de cine pueden ejercer su in-fluencia mediante recursos de poder, como el prestigio, el respeto y la ad-- miración. En términos sociológicos clásicos, las élites.no conforman-una clase. De hecho, cabe la posibilidad que distintos grupos de elite entren enconflicto, si sus objetivos e intereses son incompatibles.

Para nuestro debate es esencial tener en cuenta que las élites de poder también disponen de recursos simbólicos especiales, como el_azceso pre-er.ie_nte _a los sistenTas..de disCürso sociocuItüraT(Van Dijk, 1996).

Además de tomar decisiones que pueden afectar a muchos seres hu-manos, también ejercen control sobre los medios de producción de opi-nión pública, es decir, disponen de acceso preferente a un espectro de gé-neros de discurso y de eventos comunicativos que trasciende las reuniones u otros diálogos institucionales y su contexto cotidiano inme-diato de toma de decisiones.

Así pues, controlan departamentos de relaciones públicas, oficinas de prensa, comunicados de prensa, anuncios comerciales, informes y otras publicaciones que describen, explican o legitiman lo que hacen o lo que dicen y, que por ende, tienen un amplio acceso al discurso público, en particular al de los medios (Tuchman, 1978). En general, sus actividades principales atraen el interés de los medios de comunicación, son conoci-dos por un extenso público o por los responsables de permitir su acceso

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a los medios de comunicación o a las instituciones; sus opiniones, asi-mismo, se toman en serio, aun cuando no siempre se aplaudan. Es decir, son objeto y sujeto del texto y habla públicos y su poder es, por así de-cirlo, simbiótico con el de los propios medios de comunicación (Alt-schull, 1984; Bagdikian, 1983; Eldridge, 1993; Eldridge, Kitzinger y Wi-lliams, 1997; Lichter, Rothman y Lichter, 1990; Paletz y Entman, 1981; Tuchman, 1978).

Mediante este acceso especial activo y pasivo al discurso público, las élites también tienen acceso especial a las mentes públicas, debido a unos complejos procesos de formación de la cognición social y del cambio an-teriormente citados, es decir, producen autoevaluaciones, definiciones de la situación, selección de problemas y agendas que pueden tener un impacto público significativo. En otras palabras, las élites disponen de medios para manufacturar el consentimiento (Herman y Chomsky, 1988). Ello no significa que el público en general adopte todas las opi-niones de las élites, sino que, simplemente, sus opiniones son bien cono-cidas, que disponen de los medios de persuasión pública más eficaces y los mejores recursos para suprimir o marginar opiniones alternativas.

En un análisis de reproducción del racismo, estamos particularmente interesados en las élites involucradas en el control de relaciones y asun-tos étnicos. Puesto que los asuntos étnicos son relevantes en casi todos los ámbitos de la sociedad, las élites en general también desempeñan un papel en la gestión de dichos asuntos. Esto es básicamente así en el caso de los políticos que controlan el presupuesto público y realizan la mayor parte de toma de decisiones en lo que respecta a la política de asuntos ét-nicos. Dentro de un ámbito social más específico, la implicación de los directivos de las corporaciones en lo que se refiere a los asuntos étnicos, se orienta al control que ejercen cuando contratan y despiden al perso-nal perteneciente a una minoría étnica; los agentes policiales de rango y los jueces controlan el ámbito del orden público y, por lo tanto, la «de-lincuencia ejercida por las minorías»; los directores estatales o de entes municipales controlan los programas de empleo y de bienestar social re-lacionados con las minorías. Estas acciones y decisiones de elite no afec-tan únicamente a las minorías y a sus integrantes sino que, a menudo, acaban por contar con la legitimación del grupo blanco en general y, por ende, con las estrategias discursivas que intervienen en la formación del consenso étnico.

Élites simbólicas

A pesar del acceso preferente al discurso público del que disponen la mayoría de élites y de su enorme potencial para influir en la opinión pú-blica, prestaremos atención en especial a las élites que controlan de cer-ca el discurso público sobre raza y asuntos étnicos. La conocida acuñación «líder de opinión» ya sugiere por sí misma que algunas élites específicas desempeñan un papel más destacado en el ámbito del debate público y también en temas de raza, inmigración o minorías. En efecto, aun cuan-do los generales en un Estado democrático puedan tener control sobre los asuntos étnicos (por ejemplo, relaciones étnicas en el ejército), sus opiniones sobre asuntos étnicos son poco conocidas y el público en ge-neral raramente las comenta. Aun cuando los directivos de las corpora-ciones desempeñen un papel crucial en los asuntos étnicos porque con-trolan el empleo (y el despido) de grupos minoritarios, sus opiniones al respecto son raramente aireadas en público, incluso en los casos en que afecten directamente al ámbito de la contratación, por ejemplo, la discri-minación y la acción afirmativa. Por contra, son sus sindicatos o sus re-presentantes políticos quienes debaten estos temas en su nombre, como sucedió en un debate del Congreso en Estados Unidos, que ampliaremos en el capítulo 3 de este libro y que trata sobre la Ley de Derechos Civi-les entre 1990 y 1991. Algunos comentarios similares podrían aplicarse a los agentes policiales de rango, a los jueces, sindicalistas, cargos eclesiás-ticos y directores de agencias estatales.

De mayor relevancia son, por consiguiente, las decisiones, acciones y opiniones de las élites simbólicas, de los grupos que están directamente involucrados en elaborar y legitimar la política general de decisiones so-bre minorías, es decir, los líderes políticos y todos aquellos que afectan la opinión y el debate públicos, como los editores de primera línea, los di-rectores de programas de televisión, los columnistas, los escritores, los autores de libros de texto y los académicos en el ámbito de las humanida-des y las ciencias sociales (véase, por ejemplo, Bourdieu, 1984, 1988). Una buena educación y un control efectivo del conocimiento público, de las creencias y del discurso son los recursos de poder principales de estas éli-tes simbólicas, cuyas opiniones y discursos en un Estado moderno se mani-fiestan principalmente a través de los medios de comunicación que propi-cian especialmente el control de los directivos o editores de los periódicos y programas de televisión. Ello significa que, como dirigentes de los me-

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dios de comunicación de masas, las élites mediáticas disponen directamen-te de influencia y poder y que detentan, asimismo, un poder indirecto considerable al contribuir en gran manera al poder de otras élites. Ade-más de los media, el otro ámbito simbólico principal es el de la educación y la investigación académica. En este terreno, los profesores, los autores de libros de texto y los estudiosos controlan los currículums, las leccio-nes y los proyectos de investigación que comprenden el conocimiento y las opiniones sobre asuntos étnicos y temas sociales en general. Su in-fluencia es, asimismo, directa, por ejemplo, cuando asesoran a los que im-plementan políticas e indirecta, es decir, a través de la educación y de las cogniciones sociales de las élites del futuro (Bourdieu, 1984).

Con excepción de los líderes políticos, la mayoría de élites simbólicas tienen poco poder directo por lo que se refiere a la economía o a la capa-cidad de decisión que afecta a los grandes grupos. De hecho su control se limita al ámbito de las palabras y de las ideas, incluso cuando, de forma indirecta, ejerzan un efecto notorio sobre las mentes de otras élites (por ejemplo las de los políticos) y, por ende, sobre las políticas públicas. Es decir, que dichas élites tienen un fundamento de poder que consiste en un «capital simbólico» (Bourdieu, 1984, 1988). Por lo tanto, los periodistas, escritores, profesores y otras élites simbólicas desempeñan un papel pri-mario en el establecimiento de las agendas, así como una influencia con-siderable en la definición de los términos y de los márgenes de consenti-miento y de disensión para el debate público, en la formulación de los problemas manifestados y pensados por los individuos y, en especial, en el control de los sistemas cambiantes de las normas y valores, mediante los cuales se evalúan los eventos étnicos. Es de suponer, por lo tanto, que este grupo de élites desempeña un papel crucial tanto en la reproducción como en la resistencia contra el racismo. La tarea de este libro será exa-minar los mecanismos detallados de este poder ideológico de las élites simbólicas. Haremos esto mediante un análisis de las estructuras de su discurso, su acceso al discurso público y a los eventos comunicativos y de qué forma afectan el debate público y la opinión sobre asuntos étnicos.

Conclusiones

La estructura teórica que sustenta el historial analítico de los diversos géneros de discurso de élite en el capítulo siguiente es complejo y multi-

disciplinar, con una perspectiva crítica que enfoca el racismo como un grave problema social de la cultura occidental, en lugar de hacerlo a par-tir de unos paradigmas de disciplina específicos y que reconoce, en par-ticular, las experiencias y la capacidad de las minorías. Los procesos de reproducción se examinan desde el punto de vista de la interacción del discurso, de la cognición social y de las estructuras sociales. En él se de-fine el racismo como una propiedad de dominio sobre el grupo étnico, que se identifica como el dominio, profundamente enraizado en la his-toria, de los blancos (europeos) sobre los «otros». Incorporadas en el mismo se estudian las cogniciones sociales compartidas (prejuicios), además de las prácticas sociales (discriminación), tanto a nivel macro de las estructuras sociales como a nivel micro de las interacciones específi-cas o eventos comunicativos. La intención de este estudio es que el tér-mino racismo también abarque la acepción de etnicismo, es decir, el do-minio de grupo que se fundamenta en la construcción o percepción de diferencias culturales. Contrariamente a un uso muy extendido, por las élites en especial, el racismo no se limita a unas modalidades raciales ob-vias, descaradas o violentas, sino que también comprende ciertas formas más sutiles e indirectas de racismo cotidiano. Para la situación actual en Estados Unidos, algunas de las propiedades de este racismo de élite con- temporáneo, practicado especialmente por los más jóvenes,_han sido de- _ finidas como yuppze raczsM(Lowy, 1991).

Dado su pa—el de predominio, algunas élites disponen de medios es-peciales para manifestar, expresar, legitimar o disimular su participación en la reproducción del racismo, particularmente en sus diversas modali-dades de discurso público. Este estudio se centra, en especial, en las éli-tes simbólicas y examina en detalle el modo de hablar y de escribir de las élites sobre minorías étnicas que, con ello, contribuyen con persuasión a manufacturar el consenso étnico entre los grupos blancos en general. Di-cho análisis consta de tres componentes principales. En primer lugar he-mos estudiado sistemáticamente los discursos propiamente dichos en varios niveles o dimensiones de su estructura, aunque en términos bas-tante informales. En segundo lugar se han relacionado estas estructuras del discurso con las cogniciones sociales, entre las que se incluyen las acti-tudes étnicas de los autores, que básicamente constituyen las élites propia-mente dichas, así como también las de los destinatarios. En tercer lugar, di-chos discursos y las cogniciones sociales que presuponen o controlan están imbuidos en una estructura política, cultural y social más amplia,

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en la que el papel de las élites y sus instituciones así como las relaciones entre distintos grupos étnicos o sociales se han estudiado como elemen-tos en la reproducción del racismo.

En capítulos sucesivos, esta estructura tan compleja también preten-de sentar las bases para una explicación integral de varios modos y mo-dalidades de racismo de élite. Ello significa que las propiedades del dis-curso están relacionadas con las creencias subyacentes y el discurso más las creencias, con las estructuras o funciones sociales, o viceversa. Este nexo de discurso, cognición social y sociedad está, todavía, muy frag-mentado, porque la psicología, incluida la social, y la sociología apenas si se dirigen la palabra. En cierto sentido, confiamos en que el discurso y el análisis del discurso sirvan para aportar algunas claves a estas relacio-nes tan complejas porque, cuando menos, el discurso es una forma de ac-ción social y un producto cultural a la vez que una manifestación explí-cita de una fuente de creencias y de conocimiento sociales. En otras palabras, el discurso refleja gran parte del contenido y de las estructuras de las cogniciones sociales, con inclusión de prejuicios y de ideologías racistas que, de otro modo, son de difícil acceso. Dada la íntima asocia-ción que reina entre las élites, su poder y su influencia y, además, el ac-ceso preferente del que gozan así como la naturaleza de las estructuras y funciones del discurso público, la orientación de dicho discurso nos dota de una herramienta singular para estudiar tanto el racismo de élite como su reproducción.

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Discurso político

Introducción

Como predijo W. E. B. Du Bois en 1903, la raza y los asuntos étnicos han sido y continúan siendo un tema político candente a lo largo del siglo xx (Du Bois, 1969). Es por ello que un análisis más detallado del discurso de las élites políticas sobre estos temas puede contribuir a profundizar en nuestros conocimientos de la reproducción discursiva del racismo y, asi-mismo, a comprender el contexto político más general de estos procesos de reproducción en otros ámbitos, por ejemplo los medios de comuni-cación, la investigación académica, la educación, las corporaciones y el empleo, que se analizarán en los capítulos siguientes. Con este objetivo general en mente, este capítulo se dedica a estudiar de forma comparati-va texto y habla de contenido político sobre asuntos étnicos en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Países Bajos. Para limi-tar los parámetros tan extensos del discurso político, este capítulo se centrará ante todo en ciertos debates parlamentarios recientes sobre in-migración, discriminación, acción afirmativa y otros temas étnicos en los respectivos países.

Los gobiernos, parlamentos, partidos políticos, burocracias y otras organizaciones políticas se enfrascan regularmente en prácticas discursi-vas de debate político, toma de decisiones y legislación sobre temas étni-cos que definen acuciantes tales como la inmigración «ilegal», las «olas» de refugiados, el alojamiento, los guetos, la delincuencia en la población

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