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2 Universidad Autónoma de Sinaloa Facultad de Historia Maestría en Historia Voces del desencanto. Discursos críticos en torno a la revolución (1911-1939) Tesis que presenta Liliana Plascencia Sánchez Para optar por el grado de Maestro en Historia Director de Tesis Dr. Arturo Santamaría Gómez Febrero 2008

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2

Universidad Autónoma de Sinaloa

Facultad de Historia

Maestría en Historia

Voces del desencanto. Discursos críticos en torno a la revolución (1911-1939)

Tesis que presenta

Liliana Plascencia Sánchez

Para optar por el grado de Maestro en Historia

Director de Tesis

Dr. Arturo Santamaría Gómez

Febrero 2008

3

A Emilia, mi Atenea,

y a James

4

Agradecimientos

Es incierto que esta investigación se hubiera realizado sin el estímulo y consejo del Dr.

Arturo Santamaría, tutor del proyecto. Su confianza y oportunas recomendaciones me

animaron a continuar en este tema del desencanto. Por la cuidadosa lectura del

manuscrito estoy en deuda con los doctores Carlos Maciel y Azalia López González.

También agradezco sus pertinentes observaciones a los maestros Matías Lazcano,

Samuel Ojeda, Álvaro López Miramontes, Elizabeth Moreno, Saúl Jerónimo, Sergio

Valerio, Elisa Cárdenas, Álvaro Rendón, Arturo Lizárraga y, muy especialmente, a

Jesús Gómez Fregoso. Igualmente quiero externar mi gratitud a Sandra Luz Gaxiola

Valdovinos, por su apoyo infatigable. Por último, quiero agradecer a James Ibarra,

lector siempre cómplice, y a Gloria y a Marcos, por su eterna solidaridad.

5

Índice

Introducción…………………………………………………………………………..… 7

I. El primer desvío de la revolución……………………………………………………15

Tomando sitio en el movimiento……………………………………………………….15

Madero, Azuela y la campaña…………………………………………………………17

Ahora sí da inicios la revolución……………………………………………………….21

El club local antiporfirista de Lagos de Moreno……………………………………….22

La renuncia del dictador………………………………………………………………..23

Todos somos maderistas………………………………………………………………..25

El desencanto de Azuela. El caso de Lagos…………………………………………….26

Diagnóstico temprano de la revolución………………………………………………...31

Andrés Pérez, Maderista………………………………………………………………..33

Advertencia del desvío de la revolución………………………………………………..35

La revolución para Azuela……………………………………………………………...38

De nuevo en la bola…………………………………………………………………….39

Otra vez el desencanto………………………………………………………………….42

Los de abajo…………………………………………………………………………….44

La historia y la estructura de la obra …………………………………………………...46

Los personajes………………………………………………………………………….48

La revolución como caos……………………………………………………………….52

Conciencia del fracaso de la revolución………………………………………………..56

II. La tragedia cotidiana de la revolución………………………………………………64

El curso del movimiento………………………………………………………………..66

Crítica al caudillismo…………………………………………………………………...68

Martín Luis Guzmán y la revolución…………………………………………………...72

La querella de Guzmán…………………………………………………………………75

Una visión apocalíptica del país………………………………………………………..77

El primer soldado del anticarrancismo…………………………………………………85

Letanía del emigrado…………………………………………………………………...89

6

México no es un país…………………………………………………………………...94

La gresca de los odios políticos………………………………………………………...98

La violencia política de la revolución…………………………………………………100

Él águila y la serpiente………………………………………………………………...105

Viaje a las ilusiones revolucionarias …………………………………………………107

La sombra del caudillo………………………………………………………………..111

III. El gran desencanto………………………………………………………………...117

José Vasconcelos……………………………………………………………………...119

Una nueva etapa de la lucha…………………………………………………………..129

Huida hacia el pasado…………………………………………………………………132

De regreso en la revolución…………………………………………………………...134

El apostolado………………………………………………………………………….139

La ruptura con Obregón……………………………………………………………….145

Crítico y opositor del régimen………………………………………………………...149

La cruzada vasconcelista……………………………………………………………...154

Exilio y nuevas voces…………………………………………………………………162

Una nueva sensibilidad………………………………………………………………..167

Ulises del desencanto………………………………………………………………….171

Civilización y barbarie………………………………………………………………...174

Conclusión………………………………………………………………………….…180

Bibliografía……………………………………………………………………………187

7

Introducción

En los años cuarenta algunos estudiosos de la política y de la historia1 empiezan

a hablar de la muerte de la revolución mexicana. Daniel Cosío Villegas en su polémico

artículo La crisis de México revela: “todos los hombres de la revolución sin exceptuar a

ninguno, han resultado inferiores a las exigencias de ella; y si, como puede sostenerse,

éstas eran tan modestas, legítimamente ha de concluirse que el país ha sido incapaz de

dar en toda una generación nueva un gobernante de gran estatura, de los que merecen

pasar a la historia”2. Esta percepción se mueve en algunos círculos intelectuales, incluso

tiene cabida de manera silenciosa en algunas esferas del poder gubernamental. Se habla

de la muerte de la revolución, de la distorsión de los postulados, de los límites de sus

logros, de los discursos que se han alejado de la realidad.

Veinte años después el clima político se vuelve más sórdido. Los

acontecimientos del 68 hacen que los valores emanados del estado revolucionario

tengan una crisis aún más patente. “El signo de la violencia marca las relaciones del

gobierno con el descontento social”3. El estado revolucionario muestra sus entrañas y

asesina a sus propios hijos. El advenimiento de una segunda muerte de la revolución4 se

prefigura de una manera rotunda y trágica.

Estas delimitaciones temporales, por supuesto que deben seguir siendo tomadas

en cuenta; han marcado ciclos y han propiciado la necesidad del diálogo. No sólo nos

han mostrado los momentos de tensión de la historia del siglo XX en México, también

nos han expuesto las diversas voces que conforman una sociedad, voces que es

necesario escuchar en cualquier sociedad que se proclame moderna. No está de más

decir que a causa de estos momentos, como el que marca la primera muerte de la

revolución en los años cuarenta, o bien, los trágicos acontecimientos del 68, el

revisionismo histórico nos ha dado nuevos elementos y una visión diferente para

asomarnos a la revolución mexicana.

Sin embargo podemos subrayar las palabras de Octavio Paz para referir que “la

crítica del estado de cosas reinante no la iniciaron ni los moralistas ni los

revolucionarios radicales sino los escritores (apenas unos cuantos entre los de las viejas

generaciones y la mayoría de los jóvenes). Su crítica no ha sido directamente política –

1 Entre otros me refiero principalmente a Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog. 2 Daniel Cosío Villegas, “La crisis de México”, en ¿Ha muerto la revolución?, edición e introducción de Stanley R. Ross, México, Premia, 1978, p. 95. 3 Carlos Pereira, La costumbre de reprimir, en “Pensar el 68,” Hermann Bellinhausen, coord., México, Cal y arena, p.23. 4 Lorenzo Meyer, La segunda muerte de la revolución, México, Cal y arena, 1992.

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aunque no hayan rehuido tratar temas políticos en sus obras—sino verbal: el ejercicio de

la crítica como exploración del lenguaje y el ejercicio del lenguaje como crítica de la

realidad”5. De ahí que se pueda sostener que los discursos críticos en torno a la

revolución6 son anteriores a los surgidos en la década de los cuarenta. Me atrevo a decir

que la crítica a la revolución es tan vieja como la revolución misma; los discursos

críticos en torno a la revolución surgen con la revolución.

Muchos hombres vieron la revolución mexicana. Vivieron un acontecimiento

que se expandió de diversas formas en algunas regiones del país7. Algunos abrazaron en

un principio la idea del cambio, la esperanza, la posibilidad de dejar atrás la dictadura

porfirista para vivir en una democracia. Sin embargo, ese conjunto de expectativas de

construir una nueva nación, se fue desmoronando poco a poco. Los ideales, el arribo a

una mejor época se fue llenando de sombras y oportunismo. La justicia y la igualdad

que tanto se enarbolaban, se transformaron en un simple discurso reiterativo cada vez

más alejado de la realidad.

La revolución mexicana, esa que encabezó Francisco I. Madero, posterior a la

proclama del sufragio efectivo, tras la decena trágica se transformó en violencia y caos.

Ya no era una revolución, era un conjunto de revoluciones o de rebeliones8 que

desembocaban en la adoración a los jefes y en el culto a la personalidad9. José

Vasconcelos diría en tono de burla: “La revolución era Obregón”, una revolución que

fue Carranza, Villa, Zapata, Eulalio Gutiérrez, De la Huerta, o Calles; una revolución

convertida en un ideal extraviado en medio de la confusión.

Los escritores formaron parte de ese grupo de hombres que observó muy de

cerca la revolución. Algunos de ellos no pusieron reparos en participar en ella. La idea

5 Octavio Paz, Posdata, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 274 6 Por Discurso crítico en torno a la revolución entenderemos aquel discurso que manifiesta de forma explicita, implícita o alegórica, inconformidades respecto a los hechos, conductas, manifestaciones de aquello en lo que se fue transformando la revolución. Este tipo de discursos se manifiestan tanto en el artículo periodístico, en el ensayo y en la novela, género en el que se sustentará la primera forma de crítica a la revolución. 7 “Casi 71 por ciento de la población del México revolucionario casi no fue afectado por la revolución durante su fase de violencia” , Carlos B. Gill; Life in provincial México: nacional and regional history seen from mascota, Jalisco, 1867—1972, Los Angeles, Latin American Center/ University of California, 1983, p. 118. 8 Vale la pena situar algunos términos: “las rebeliones no son revoluciones; son resultado de injusticias específicas a menudo limitadas y localizadas, aunque por otra parte, tienen la capacidad innegable de generar un sentimiento intenso que se puede propagar por un territorio amplio y durar mucho tiempo. ….en este sentido las rebeliones representan una forma de protesta armada que en sí es un desafío limitado a la autoridad…la palabra revolución—usada aquí en su sentido contemporáneo—implica no solamente un cambio en el personal del gobierno, sino en el sistema político”. Brian R. Hammett, Raíces de la insurgencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 62. 9 Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 158.

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de democracia y de cambio los impulsó a dejar su torre de cristal. Se hicieron actores

de la revolución, se hicieron de la noche a la mañana revolucionarios. Muchos de estos

escritores vivían prácticamente en el anonimato. Ya sea por su exceso de juventud, por

su condición o por sus posturas políticas, no figuraban en el mapa de la inteligencia

mexicana. La revolución les dio alas, temas para sus obras, les dio sobre todo una nueva

sensibilidad política para ver la realidad y esperanzarse10.

En Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos se puede medir

esta fuerte dosis de encanto que ejerce la revolución maderista. Si decimos que la

revolución se transforma de manera súbita en caos y violencia, la herencia de Francisco

I. Madero, no tan lejana en el tiempo pero sí en la confusa dimensión que cobra la lucha

armada, se vuelve el referente de una edad de oro perdida. Estos escritores así lo ven y

así lo representan en sus novelas y en sus memorias. Los tres son revolucionarios bajo

el precepto de una creencia que abrazan y transforma sus vidas y que, propicia además,

la creación de sus obras. Ellos criticarán y se desencantarán de la revolución.

Puntualizo: ellos criticarán no a la revolución sino aquello en lo que se ha convertido

la revolución.

Cockcroft sostiene la idea de los intelectuales mexicanos como “personas que

poseen y continuamente hacen uso de una educación avanzada y niveles relativamente

altos de lógica y juicio crítico, y pueden sostener una conversación técnica o ideológica,

todo ello adquirido por una instrucción universitaria, por un entrenamiento profesional o

por autodedidación. Históricamente, entre los intelectuales en México se encontrarán

profesionales, universitarios, sacerdotes, altos funcionarios, filósofos, artistas,

escritores, filósofos y algunos periodistas”11. En Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán

y José Vasconcelos, cobra vida de manera absoluta la noción del intelectual, sobre todo

la del intelectual revolucionario visto desde la perspectiva de tres ángulos: en el cambio

o en su eventual fracaso para cambiar de identidad personal; en la naturaleza, causa y

temporalidad de su cambio o de su fracaso y en los efectos de ese cambio12.

Hacia 1911 en México la novela se impondrá como género testimonial de lo

inmediato. Refrenda su capacidad de penetrar en los conflictos sociales, vuelve los ojos

hacia el centro de la historia. Ficción y realidad se compenetran representando hechos

10 Como asegura el historiador Enrique Krauze, la revolución mexicana, como todas las revoluciones, tuvo la virtud inicial de lanzar a la arena pública, a los puestos de responsabilidad, a muchos hombres, sobre todo a los más jóvenes, que fueron capaces de ver lo nuevo y emprenderlo. (Enrique Krauze, Caudillos culturales en la revolución, México, SEP CULTURA, 1985, p. 105). 11 James D. Cockcroft, Precursores intelectuales de la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 2004. 12 James D. Cockcroft, op. cit. p. 8.

10

que revelan verdades humanas. Desde el principio la revolución se encuentra con la

novela. Tan es así que la revolución mexicana se construye a partir de sus relatos, desde

su surgimiento hasta su muerte. Vive en y por sus relatos, que son los que le confieren

densidad ontológica, existencia real.

Los “relatos representan de por sí modos de instauración de la realidad”13, con

su obra Azuela funda la revolución, la hace ser, la designa, hundiéndose en las raíces de

la historia y nutriéndose de ella, a través de la ficción. Y ante la cruda realidad histórica

que le tocó vivir como revolucionario, su discurso de la revolución surge con un

carácter abiertamente cuestionador. Su novela Andrés Pérez, Maderista que se apropia

de la Revolución --como después lo hará Los de Abajo--, lo hace para objetarla, para

cuestionarla, desnudarla. Lo mismo pasará con las obras de Guzmán y Vasconcelos.

En México y en Latinoamérica en general la literatura ha cumplido una

reconocida función social14. Carlos Monsiváis lo dice a su modo: “los libros

culminantes se consideran con la seriedad y la cursilería del caso, ‘retratos de familia y

nación’ cumplen también funciones reservadas a la sociología, la psicología social, la

historia”15. Ocurre con la llamada novela de la revolución, con esas obras que narran

una parte del proceso revolucionario y que al mismo tiempo son un cuestionamiento de

ese proceso en tanto revolución o cambio de circunstancias16.

Los primeros autores de la revolución mexicana como Mariano Azuela, Martín

Luis Guzmán y José Vasconcelos, a partir de la disidencia moral establecen un vínculo

con su realidad inmediata, y desde ahí conviertan a la escritura en un medio de

conocimiento o en una herramienta para ejercer la crítica o la denuncia sin paliativos.

Como lo atestigua Carlos Montemayor, el compromiso del escritor “no se finca en sólo

un compromiso con un partido, un gobierno o un grupo ideológico, sino en la

comprensión más abarcante de nuestra historia”17

13 María José Punte, “Novela e historia en Latinoamérica. Esbozos desde la teoría narrativa de Paul Ricoeur”, Quadrivium 9, Órgano de difusión del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 1988, pp. 84-90. 14 María del Mar Paul Arranz, “Formas literarias del compromiso en la narrativa mexicana del fin del milenio”, Espéculo N. 23. Revista de estudios literarios, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2003, p. 2. 15 Carlos Monsiváis, “De algunas características de la literatura contemporánea mexicana”, en Literatura mexicana hoy. Del 68 al ocaso de la revolución, Publicaciones del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Católica de Eichstatt, 1991, pp. 23-36. 16 Mónica Mansour, “Cúspides inaccesibles”, en Mariano Azuela, Los de abajo, ed. crítica de Jorge Ruffinnelli, México, UNESCO, 1996, p. 251. 17 Carlos Montemayor, El oficio de escribir, México, Universidad Veracruzana, 1986, p.17.

11

Si las novelas de estos escritores tienen una fuerte carga autobiográfica, las

memorias serán las novelas de sus vidas, los pasos que se vuelven una dolorosa cicatriz

al hacer el recuento de su desastre o de sus fracasos. José Vasconcelos será el mejor

representante. Sus memorias son la recuperación de un proyecto mezclado de logros y

de frustración, son la gesta de “la imagen de un hombre que por querer salvarlo todo se

pierde por entero”18.

En este trabajo me interesa recuperar esas voces desencantadas, principalmente

las de Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos. Por supuesto que no

son todas, pero en ellas identifico rasgos en común y particularidades del proceso que

tienen los discursos críticos en torno a la revolución de los años de 1911 a 1939. Ellos

no dejan de insistir en impulsar los ideales perdidos de Madero; enfatizan y subrayan su

idea de revolución como un cambio político; parecen estar extraviados y añorar una

edad de oro que se ha perdido. Ellos son revolucionarios y se desencantan. El imperio

de la duda los conquistará, al grado que sus posturas se contradigan y fluctúen --casi

parafraseando a Hamlet -- entre el creer y no creer en la revolución.

Si hay elementos en común entre estos autores, también hay una serie de rasgos

particulares que funcionan como método para abordarlos. Mariano Azuela, el escritor de

provincia, hace la revolución desempeñándose como médico militar de las tropas de

Julián Medina, cabecilla de Villa. En la obra de Mariano Azuela la revolución

representa el caos y la violencia, los ideales de la revolución se transforman en

oportunismo. Dos de las obras que pueden ser puntales de estas ideas son Andrés Pérez

Maderista (1911) y Los de abajo (1916).

La obra de Martín Luis Guzmán está detrás de las atmósferas de poder, se sube a

la travesía de los hombres que pelean por un país que se recompone a duras penas.

Martín Luis Guzmán se esconde discretamente en la multitud de los revolucionarios que

evoca19. Su evocación de la revolución es inmediata a los hechos. El caos y la violencia

de Azuela se transforman ahora en la obra de Guzmán en violencia institucionalizada.

La revolución no ha servido de aprendizaje a los hombres de poder. La política es un

festín de hipocresía que se corona con la muerte del oponente. Obras como La sombra

del caudillo (1928) y El Águila y la serpiente inauguran formas de nombrar un México

que se organiza por medio de la muerte y la intriga.

18 Sergio Pitol, Ulises Criollo, Ed. Critica, Claudio Fell,coord., México, UNESCO, 2000, p. XXXIIII. 19Antonio Castro Leal, La novela de la revolución, T.III, México, Aguilar, 1998, p. 16.

12

José Vasconcelos será el más polémico de los tres. El intelectual tiene contacto

con el mismo Madero y forma parte del grupo de agentes intelectuales y políticos que

contribuyeron, en diversos campos, al triunfo de la revolución. Su labor en el Ministerio

de Educación es emblemática y propicia la revolución educativa en México. Su intento

de ser Presidente de la República en 1929 se ve frustrado a causa de las turbiedades

electorales y las zancadillas callistas. Sus Memorias (Ulises Criollo, 1935; La tormenta,

1936; El desastre, 1937 y el Proconsulado, 1939) serán escritas durante los años treinta.

En ellas Vasconcelos es el misionero, el hombre esperado, el ejemplo, el odiado por los

ilusos. En su obra Vasconcelos se presenta de cuerpo entero sobresaliendo a los demás

personajes20. La revolución se vuelve una reflexión apasionada; la revolución se

polariza y es una confrontación entre la civilización y la barbarie.

Para el régimen revolucionario, el error de estos hombres será el hecho de

representar las secuelas espinosas de la revolución, haber actuado y considerado su

vocación literaria por encima de los escrúpulos permitidos por el régimen. Eso los

convierte en los reaccionarios, en enemigos, en disidentes del paraíso de progreso y

beneficio que trae consigo la revolución. Es claro que la participación de estos escritores

en los hechos de la revolución, no está desarraigada de contradicción. Participan y

forman parte de las creencias revolucionarias, algunas veces levantan elogios a caudillos

y los apoyan. Sin embargo termina ganándoles la asfixia, el hastío por el desvío de las

verdaderas causas revolucionarias.

Si hemos de evocar que la participación del intelectual en los asuntos de estado

la más de las veces “ha sido sentirse Platón en Siracusa y no Sócrates”21, no es de

extrañarse el desarraigo de estos escritores. Si otros escritores como Alfonso Reyes o

Genaro Estrada prefirieron evadirse de su realidad o su entorno, Azuela, Guzmán y

Vasconcelos asumieron un compromiso con su tiempo y con su entorno. El costo de su

atrevimiento a veces fue el exilio, otras la marginación política, otras más la prebenda

silenciosa.

Si las palabras regreso, progreso, modernidad, cambio, han sido elementos que

han estado vinculados en disyuntiva revolucionaria22, la revolución mexicana no es la

20 Antonio Castro Leal, op. cit. p. 16. 21 Enrique Krauze, op. cit., p. 11. 22 “El contenido semántico de revolución no se agota en su uso y su aplicabilidad de tópicos. “Revolución” indica, más bien tanto un cambio de régimen o una guerra civil como también transformaciones a largo plazo……En el año de 1842 Haureu recordó algo que se había olvidado, que nuestro término denota principalmente un regreso, una vuelta que, según el uso latino de la palabra, retoma el punto de partida de movimiento. Una revolución significaba, originalmente y de acuerdo con el

13

excepción. Azuela, Guzmán y Vasconcelos vuelven los ojos hacia un pasado

reclamando un inicio que funde de nuevo la revolución bajo los preceptos maderistas.

Para Lorenzo Meyer son tres valores básicos los que guían y le dan sentido a la

revolución. Uno es el reclamo de la democracia política, la demanda original formulada

por Madero; el segundo es la exigencia de la democracia social que deje atrás a “una

sociedad históricamente caracterizada por una notable desigualdad en la distribución de

la riqueza, la insistencia en la equidad y en la reparación de la injusticia” que fueron el

corazón del zapatismo y del cardenismo. Y finalmente la defensa de la independencia

frente a la fuerte integración con los Estados Unidos; la defensa del nacionalismo.

Si nuestros escritores consideran necesario la aplicación de estos valores como

parte del proyecto de la revolución. ¿Por qué el desacuerdo con los gobiernos triunfales

de la revolución? ¿Cómo y en qué momento se van marcando estas rupturas? En estos

valores puede estar el crisol de las bondades y de los grandes mitos que funda la

revolución mexicana. Nuestros escritores así lo entienden, sin embargo ponderan sobre

todo la democracia política, la cual consideran factor detonante para fortalecer los otros

dos valores. Creen en la igualdad pero no por medio de las armas, ni por el empuje de la

bola; creen en el nacionalismo pero no a partir de la demagogia que le conceden los

caudillos.

Por ello me interesa la representación que hacen en sus obras de la revolución

mexicana los escritores Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos. Pues

en ellas es donde en mayor medida reflejan su desencanto y manifiestan su crítica a la

revolución. Estos intelectuales, que por sus ideas fueron generadores de tensión en la

vida política del país, revelan un desencanto que no es otra cosa que la desilusión de lo

que la revolución no logró ser, de lo que quieren que se crea de ella, de la pureza de sus

mitos que fácilmente se desmienten.

sentido literal, un movimiento circular”. Los clásicos griegos nos hablaban de la anaciclosis, de una serie de experiencias en común de un grupo de hombres, en donde las formas de vida política estaban limitadas, “cada cambio conducía a uno de los modos de gobierno ya conocidos, dentro del cual los hombres vivían cautivos y era imposible romper ese movimiento circular natural.” Los cambios formaban parte de la recuperación de una tradición natural. Esto que llamaríamos desencanto en aquel entonces era una condición para realizar un cambio, volver al origen era la nueva expectativa si el avance de los ideales quedaba corrompido. Durante el siglo XVIII, son muchos los autores que visualizan las revoluciones del futuro. Leibniz en 1704 indicaría con claridad prodigioso la revolución general europea. “Diderot propició el vaticinio más exacto que caracterizó el futuro Napoleón como un producto dialéctico del terror y la libertad”. Reinhart Koselleck, Futuro pasado, Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, p. 67-75.

14

Hobsbawn nos dice que “por el carácter mismo de sus efectos, las revoluciones

son muy difíciles de analizar satisfactoriamente, porque están envueltas —y deben

estarlo-- por un halo de esperanza y desilusión, de amor, odio y temor, de sus propios

mitos”.23 Difícil tarea la de refutar a Hobsbawn. Sin embargo en las atribuciones que él

hace de las revoluciones están los mejores recursos para volver a rescribirlas y

analizarlas. Esta no pretende ser una historia de la revolución mexicana, más bien es un

breve recuento de las voces críticas que la anunciaron, muy a su pesar, como una triste

historia de desencanto.

23 Eric Hobsbawn, Revolucionarios, Barcelona, Critica, 2000, p. 283

15

Capítulo I. El primer desvío de la revolución

El movimiento armado de 1910 se tornó en el gran proceso configurador de nuevos

caminos de desencanto en el México del siglo XX, caminos que los primeros en recorrer

fueron algunos revolucionarios que participaron en la lucha, que “vivieron” la

Revolución como testigos y actores. El primero de ellos fue quizá Mariano Azuela, el

médico castrense de las tropas campesinas de Julián Medina en la época más revuelta

y caótica de las luchas militares, quien en 1911, apenas a un año de iniciada la

Revolución, anuncia su desvío a través de la literatura. El revolucionario denuncia

antes que nadie el inminente fracaso del movimiento revolucionario iniciado por

Madero, convirtiéndose así el primer eslabón de una historia de desencanto de la

Revolución que constantemente se repite24.

Tomando sitio en el movimiento

En 1911, apenas a un año de iniciado el movimiento maderista, en un pequeño

poblado al noreste de Jalisco un desilusionado médico hacía un diagnóstico temprano de

la Revolución. Su nombre era Mariano Azuela, un laguense que además de cirujano

partero profesaba de escritor. Autor de novelas como María Luisa, Los Fracasados,

Mala Yerba y de uno que otro cuento ganador de los juegos florales, el doctor Azuela –

como lo llamaban en su tierra--, gozaba también de cierto prestigio debido a sus escritos

en Notas y Letras y Ocios Literarios, revistas donde colaboraba al lado de sus amigos

los poetas Francisco González León, José Becerra y Antonio Moreno y Oviedo.

Para entonces, en Lagos de Moreno, el poblado del que hablamos, la aburrida

vida de provincia había quedado atrás. La quietud y la paz de México, la quietud y la

paz de los panteones, habían terminado con el estallido revolucionario. A partir de 1910

muchos mexicanos ya no tuvieron tiempo para el tedio pues se encontraron enfrascados

en una nueva y loca aventura llamada revolución. Incluso, “hasta los que sólo se

aturdían en el sopor del aburrimiento”, como Mariano Azuela, vieron una luz de

24 Cuando digo que Mariano Azuela es el primero que denuncia el fracaso de la revolución, no olvido la crítica que los magonistas le hicieron a ésta antes incluso de que empezara. Estos revolucionarios cuestionaban la revolución de Madero y se deslindaron de ella. Aquí a lo que me refiero es al caso de un hombre que después de cifrar sus esperanzas en el movimiento revolucionario termina cuestionándolo. Para el caso de los revolucionarios que se separaron del movimiento antes de que este estallara, véase James D. Cockcroft, Precursores intelectuales de la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 2004.

16

esperanza en el llamado de Madero, en “ese gesto de desafío al poderoso y omnipotente

caudillo” Porfirio Díaz.

“Cuantos anhelábamos que México siguiera viviendo, queríamos su renovación

y eso explica suficientemente como todos los mexicanos entre quince y cuarenta años,

con buena salud y unas migajas de quijotismo en el alma, a la primera clarinada de

Madero nos hayamos puesto en alerta y en pie”25, confiesa el escritor. Fue así como

muchos laguenses “tomaron su sitio” en el movimiento. Fue así también como Mariano

Azuela lo ocupó.

Todavía años atrás Azuela había tratado por todos los medios no intervenir en

política. Si bien durante el porfiriato escribe sobre temas candentes, como fueron los

conflictos entre conservadores y liberales, entre hacendados y campesinos, entre pobres

y ricos, opta por mantenerse como un observador más de la barbarie de la dictadura. No

obstante, un importante suceso histórico lo hará cambiar de parecer: en 1909 un ilustre

desconocido publica una obra que por irreverente crea gran alboroto en el país, su título

era La sucesión presidencial en 1910.

Cuando Francisco I. Madero --el escritor— da a conocer su libro, desafiando al

gobierno de Porfirio Díaz, Mariano Azuela cambia de opinión. Y no sólo deja de ser el

observador sereno e imparcial que se había propuesto sino además decide participar en

la de repente convulsa vida política nacional y toma lugar en el movimiento. “Una

determinación libremente tomada me encadenó al movimiento revolucionario que inició

don Francisco I. Madero. Nunca tuve ni he tenido inclinación o simpatía por la política

militante: pero en la acción contra el vetusto régimen de Porfirio Díaz pudo más mi

corazón que mi cerebro”26, ha confesado Azuela.

Su determinación de participar en la disparatada aventura maderista –como él

mismo la llama— lo llevó a formar, con su íntimo amigo José Becerra, un centro de

propaganda revolucionaria. Dicha osadía le costó al poeta su destitución como

secretario del jefe político del lugar y a Azuela el encono del caciquismo local. De

pronto, los escritores se convertían en sujetos peligrosos, criminales perversos,

enajenados o cuando menos anormales27 por su filiación política, en dos proscritos de su

propia tierra Lagos de Moreno… Todo por ser maderistas.

25 Mariano Azuela. Andrés Pérez, Maderista. Novela precursora, México, IPN, 2002, p. 208. 26 Ibid., p. 14. 27 Ibid., p. 209.

17

Madero, Azuela y la campaña

La loca aventura de Madero tiene sus orígenes, no en 1908 como muchos

suponen, sino en 1904, cuando a éste se le despierta el interés político y decide disputar

la presidencia municipal de San Pedro; luego de su derrota, dos años después, Madero

se lanza de nuevo a una contienda electoral, pero ahora por la gubernatura de Coahuila.

Con dos derrotas a cuestas, en 1908 Madero aún no quita el dedo del renglón, es

entonces cuando se le presenta la oportunidad que tanto deseaba. En la primavera de

este año, cuando está a punto de cumplir más de 30 años en el poder, al presidente

Porfirio Díaz se le ocurre declarar que la nación mexicana está bien preparada para

entrar definitivamente a la vida libre.

Cuantos anhelaban que México siguiera viviendo y querían su renovación

abrigaron esperanzas. Animados, creyeron en lo que Díaz manifestara a James

Creelman, periodista norteamericano del Pearson´s Magazine: que tenía la firme

resolución de separarse del poder al expirar el periodo presidencial, en diciembre de

1910, cuando ya tendría cumplidos ochenta años, y sin tomar en cuenta lo que sus

amigos y sostenedores opinaran, no volvería a ejercer la presidencia.

En las declaraciones que causaron gran revuelo en el país, Díaz manifestaba

además de su deseo de retirarse del poder, que el pueblo de México estaba por fin

maduro para vivir en la democracia y que vería con gusto la creación de diversos

partidos políticos. Muchos mexicanos, entre ellos Madero –y probablemente también

Mariano Azuela-- creyeron que la nación mexicana tomaba el rumbo de la

democratización, y que por lo tanto las elecciones de 1910 serían libres y confiables.

Sin embargo, la primera esperanza se perdió de inmediato al instituirse la Vice-

Presidencia de la República. Entonces Madero advirtió “que aún desapareciendo el

Gral. Díaz, no se verificaría ningún cambio, pues su sucesor sería nombrado por él

mismo”, y siendo impuesto por él seguiría su misma política. Fue entonces cuando

Madero comprendió que los que esperaban el respeto de la Constitución nada debían

esperar de arriba sino confiar en sus propios esfuerzos. Que había que unir fuerzas, a fin

de propiciar la lucha por la reconquista de todo derecho28.

Madero sabía de antemano que el gobierno “estaba resuelto a reprimir con mano

de hierro y aun a ahogar en sangre cualquier movimiento democrático”, por lo que

consideraba oportuno aprovechar la primera oportunidad para conjuntar esfuerzos. Y la

28 Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910, México, Clío, 1994.

18

oportunidad llegó con la publicación de La sucesión presidencial en 1910, manifiesto en

el que hacía un llamado a todos aquellos que siguieran creyendo en la necesidad de

recuperar las nociones de patria y libertad, así como en unir fuerzas para enfrentar el

mal mayor que acechaba la nación: Porfirio Díaz.

El libro, publicado en San Pedro de las Colonias, Coahuila, era un ataque abierto

al poder omnímodo que por más de 30 años había centralizado en sus manos un solo

hombre, cuya tendencia no era otra más que la perpetuidad del sistema de poder

absoluto. En él, se pugnaba por unas elecciones libres y transparentes, por terminar con

la corrupción, por la creación de un sistema de rotación para los puestos públicos y por

la elección democrática del vicepresidente, los gobernadores y los presidentes

municipales.

La propaganda del libro fue intensa. A partir de enero de 1909, comenzó a ser

repartido entre los políticos más destacados del país y a cada uno de los estados de la

República. Incluso al general Díaz se le hizo llegar un ejemplar de La sucesión

presidencial junto a una carta en la que Madero hacía hincapié en la necesidad de

realizar elecciones justas y transparentes y en el peligro que representaba Ramón Corral

como candidato a la vicepresidencia.

Las reacciones al manifiesto de Madero fueron diversas. Muchos se burlaron de

sus pretensiones, de su oposición a un sistema perfectamente estructurado, pero algunos

otros coincidieron con los planteamientos ideológicos propuestos en La sucesión

presidencial, y terminaron convenciendo a su autor de lo apremiante de formar un

partido nacional que con su propio candidato compitiera en las elecciones de 1910. Así,

de la noche a la mañana, Madero, hasta entonces un desconocido, se convertía de

repente en el líder del Partido Antireeleccionista.

Si bien es cierto que hasta antes de la publicación de su libro, Madero era un

perfecto desconocido en el ambiente político nacional, también es verdad que el rico

coahuilense no era nuevo en cuestiones políticas. Teniendo por experiencia dos derrotas

electorales frente a los candidatos del régimen porfirista, Madero aceptó lanzarse de

nuevo a una campaña electoral de mayor envergadura, la Presidencia de la República.

La sucesión presidencial en 1910 logró influir en muchos de los hombres de la

época en que se publicó. Sin embargo, la trascendencia de su mensaje se debió a la

socialización de sus ideas a través de una irreverente campaña. En 1909, luego de

publicar su manifiesto, Francisco I. Madero se da a la tarea de difundirlo por casi todos

los rincones del país. En enero de 1910, en Chihuahua, Sonora y Sinaloa, ya se oye

19

hablar de descontento y decir a Madero “que la semilla del antireeleccionismo

germinaría fácilmente”29.

Unos meses más tarde, frente a trabajadores de Orizaba, Veracruz, Madero llama

a los mexicanos emprender una nueva lucha, en un nuevo campo de batalla y con una

nueva arma para derribar la dictadura presidencial de Díaz: el sufragio. Ese 20 de mayo,

en plena campaña electoral, un Madero apasionado diría estas palabras: “El edificio de

la Dictadura ya se tambalea, ya vacila, ya está próximo a derrumbarse y no podrá

resistir el primer embate del Pueblo. Y ese embate, lo daremos todos unidos en los

comicios electorales, en ese nuevo campo de batalla en que por primera vez vamos a

esgrimir la formidable arma del voto… Es verdaderamente extraordinario este

acontecimiento, porque es la primera vez que vamos a luchar en ese campo de batalla,

pero será el principio de una era verdaderamente constitucional”30.

Ante semejante desafío los denuestos también se escuchan y son propagados por

la prensa gobiernista. Con trato burlón se habla de “la famosa jira de Madero” (sic). Al

“nuevo Mesías” se le acusa de “hablantín andante”, mal orador, poco elocuente. Del

“completo fracaso en su pretendida propaganda política”, algunos se mofan, mientras lo

acusan de echarse a cuestas una misión imposible para un orador, escritor y político de

valor nulo31. Sus “insignificantes aptitudes”, lo hacen fracasar en Parral, lugar donde

“no causó ninguna impresión y se le oyó con indiferencia”32.

La poca o nula significación de Madero como político y orador, así como las

“burlas sangrientas” de que es objeto, son referidas hasta el cansancio por la prensa. El

llamado “leader” y sus “doctrinas”, en Álamos, Mazatlán e Hidalgo, son vistos con

desprecio. Sus detractores ven en el candidato del Partido Antireeleccionista a un

“hombrecillo vulgar, de voz atiplada, ademanes desgarbados, ayuno de toda idea propia

y sana, y de un léxico raquítico y burdo”; un ser nada gigantesco que después de fiasco

tras fiasco, no irá a ninguna parte33.

A pesar de los ataques que por todos los medios trataban de desmoralizar a

Madero y sus seguidores, en Lagos de Moreno, un convencido revolucionario continúa

laborando con tenacidad y peligro del lado del movimiento rebelde. Desde la fundación 29 “La famosa jira de Madero “(sic), El imparcial, 29 de enero de 1910, citado en Mariano Azuela. Andrés Pérez, Maderista. Novela precursora, op. cit., p. 137. 30 Alberto Enríquez Perea, Pólvora y tinta. Ocho décadas de revolución mexicana, México, el Nacional, 1990, p. 18. 31“La famosa jira de Madero”, El imparcial, 29 de enero de 1910, citado Mariano Azuela, Andrés Pérz Maderista. Novela precursora, op. cit., p. 137. 32 Ibid. 33 Ibid.

20

del centro de propaganda maderista, Mariano Azuela había seguido muy de cerca la

campaña del líder del partido opositor. El médico estaba al tanto de las actividades de

los clubes antireeleccionistas, del gran apoyo a Madero, y también de las críticas y

persecuciones de que era blanco el candidato.

A la distancia, Azuela fue testigo del arresto de Madero en Monterrey, donde el

político fue acusado del delito de sedición, de ser “responsable de complicidad en la

fuga y propaganda incitante a la rebelión contra los poderes constituidos”. El candidato

hacía “propaganda llamada malamente ‘democrática”, “propaganda criminal”, según sus

detractores, y era castigado por ello. Para entonces, junio de 1910, Madero había

llevado muy lejos su locura: giras por todo el país, vociferantes clubes de apoyo,

trepidantes manifestaciones, todo parte de una “propaganda destructora y notoriamente

punible”34 que terminó por cansar a los vetustos amantes del orden.

Azuela también estuvo al tanto de los escándalos que sucedieron a la detención

de Madero: del asesinato de Gabriel Leyva, presidente del Club Antireeleccionista en

Sinaloa, quien, acusado de realizar propaganda subversiva por diversos sitios de su

estado, fue perseguido y sacrificado después del encarcelamiento del candidato opositor,

días antes de las elecciones35. Asimismo conoció la reacción de los porfiristas ante las

voces que pedían a Ramón Corral que renunciara a su candidatura por la

Vicepresidencia de la República36.

A finales de junio Mariano Azuela estaba al corriente de los acontecimientos

políticos: Díaz era de nueva cuenta presidente de México. Así lo informaba la prensa,

que junto a la noticia de la victoria de don Porfirio, difundía el mensaje de que el

maderismo estaba acabado: “El triunfo de la reelección viene a poner el fin esperado y

el desacuerdo a un debate que en vano ha querido agitarse estérilmente, cuando la

voluntad del país, vinculada en ese interés a que arriba aludíamos, orientaba a los

ciudadanos a la única solución que asegura la continuación de la Paz y el bienestar de la

República”37.

Confinado el antireeleccionismo, Porfirio Díaz, el presidente electo, se dio a la

tarea de mostrarle al mundo que aún era un hombre fuerte, el gobernante de una nación

34 “Don Francisco Madero fue aprehendido en Monterrey. Fue exhortado por el juez penal de Torreón, como encubridor del delito de sedición”, El Imparcial, 8 de junio de 1910, en Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela Precursora, op. cit., 141. 35 “Escándalo antireeleccionista. Recibieron a balazos a los agentes de la autoridad”, El Imparcial, 16 de junio de 1910, en Ibid., p. 145. 36 “Invitación al escándalo. Práctica democrática”, El Imparcial, 17 de junio de 1910, en Ibid., p. 146. 37 “Las elecciones de ayer”, Sección editorial, La Patria, 27 de junio de 1910, en Ibid., p. 150.

21

civilizada donde ante todo imperaba el orden. Los cien años de la independencia de

México se le presentaba como la ocasión perfecta para mostrarles a todos la paz y el

progreso de un país que había sido salvado de la agitación. Fue así como en septiembre

de 1910 dieron inicio los festejos del centenario, las fastuosas fiestas donde el

invencible general estuvo rodeado por miembros de su gabinete, delegaciones

diplomáticas extranjeras y las más distinguidas familias de la capital.

Ahora sí da inicios la Revolución

En México, las mieles del centenario de la Independencia realmente duraron

poco tiempo, pues apenas habían pasado unos días de los festejos cuando una noticia

sacudió de nuevo a la nación: Francisco I. Madero, ex candidato a la Presidencia de la

República, había burlado a la justicia fugándose de la cárcel. “Disfrazado de peón con

un traje azul de mezclilla y un sombrero ancho de petate”, el líder del Partido

Antireeleccionista había logrado salir de San Luis Potosí en compañía de su secretario,

rumbo a San Antonio, Texas38.

Si en su gira Madero provocó a sus enemigos al declarar que sus correligionarios

de México ya le habían “ofrecido derramar hasta las últimas gotas de su sangre por el

triunfo de esta campaña” y él se había empeñado en el mismo ofrecimiento, ¿qué más

hacía falta para llevar hasta sus últimas consecuencias “semejante patriotismo”?39 La

elaboración de un plan donde el antireeleccionismo hiciera todo por “reivindicar los

derechos del pueblo, aun cuando para ello fuera necesario usar la última gota de sangre

en el cuerpo”, derrocar al gobierno tirano de Díaz “por la razón o la fuerza”40.

En este viaje forzado a Estados Unidos, Madero se reunió con Aquiles Serdán,

José María Pino Suárez, Roque González Garza, Roque Estrada y otros compañeros de

los clubes antireeleccionistas y desde ahí pronunciaron un manifiesto en el que

declaraban nulas las elecciones y se desconocía la autoridad emanada de tales comicios.

En San Antonio, Texas, los discursos maderistas se convirtieron en proclama, en un

evento organizado que enarbolaba como ideales el principio de la no reelección, la

38 “Se fugó el señor Madero”, El Imparcial, 8 de octubre de 1910; “Se confirma la fuga del señor Madero. Nadie quiere hablar del asunto”, El País, 9 octubre de 1910, en Ibid., pp. 165-166. 39 “Don Francisco Madero fue aprehendido en Monterrey. Fue exhortado por el juez penal de Torreón, como encubridor del delito de sedición”, El Imparcial, 8 de junio de 1910, Ibid., p. 141. 40 Ibid.

22

restitución de las tierras a sus antiguos poseedores, en su mayoría indígenas despojados

de manera arbitraria, a los que se debía indemnizar por los perjuicios sufridos durante

años.

En el Plan de San Luis, como se llamaba el nuevo programa de combate

antireeleccionista, Madero convocaba al pueblo de México a tomar las armas contra el

gobierno de Porfirio Díaz, el día 20 de noviembre, a las 6 de la tarde. Ahora sí daba

inicios la Revolución. Los clubes maderistas y todos sus partidarios y seguidores, como

Azuela, el médico de Lagos de Moreno, “a la primera clarinada de Madero de nueva

cuenta se pusieron en alerta y en pie”41, demostrándole al gobierno que el movimiento

“que no podía hacer mella sino en una porción muy reducida de individuos, a los que se

quiso desviar del camino de la cordura y la conveniencia con prédicas disolventes y

promesas insensatas”42, estaba todo menos acabado.

El club local antiporfirista de Lagos de Moreno

Desde la formación del centro de propaganda revolucionaria, Mariano Azuela se

hallaba comprometido con la causa de Madero. Cuando el líder del Partido

Antireeleccionista fue aprehendido en San Luis Potosí Azuela nunca perdió las

esperanzas. Conocedor de cada uno de sus pasos: la persecución del gobierno, la fuga de

la cárcel, el autoexilio a Texas, a partir de la proclamación del Plan de San Luis, al

médico y escritor poco le importó en 1910 meterse más a fondo en la disparatada

aventura maderista, en una revolución “digna de gente de manicomio”, la que viejos

conocedores, advertían, no tendría fin”43.

El asesinato de Aquiles Serdán44, presidente del club “Luz y Progreso”, de su

familia y de algunos de sus seguidores, ocurrido el 19 de noviembre en Puebla, un día

antes de la fecha convocada para el estallido revolucionario, despertó la indignación de

los simpatizantes del antireeleccionismo que más que nunca se comprometieron en su

apoyo hacia Madero. Así lo afirma Mariano Azuela: “Los asesinatos de un reducido

41 Mariano Azuela, Andrés Pérez Maderista…, op. cit., p. 208. 42 “Las elecciones de ayer”, Sección editorial, La Patria, 27 de junio de 1910, Ibid., p. 150. 43 Ibid., pp. 208-209. 44 “Quién es Aquiles Cerdán”, El Imparcial, 19 de noviembre de 1910; “Sobre lo de Puebla”, La Patria, 21 de noviembre de 1910, en Ibid., pp. 169-173.

23

grupo de valientes acaudillados por la familia Serdán, perpetrados por la policía,

eficazmente ayudada por soldados de línea de infantería y caballería, dieron a Madero

más prosélitos que todas sus peroratas. La insolencia y el cinismo de los periodistas

anunciando el triunfo del gobierno en gruesas cabezas: ‘Las armas nacionales se han

cubierto de gloria’, produjeron un movimiento de indignación y de estupor”45.

En ese manto de furia y arrebato contra el gobierno, los maderistas siguieron

laborando con tenacidad y peligro. En Lagos de Moreno, Azuela y sus amigos formaron

“un núcleo local antiporfirista, integrado con obreros que sabían leer, pequeños

comerciantes, agricultores resentidos por injusticias del gobierno, muchachos soñadores

y entusiastas”46. Después de los acontecimientos de Puebla, don Porfirio se había

convertido en el propagandista más activo y eficaz del movimiento rebelde que por todo

el país sembraba su semilla, esperando el momento propicio para estallar con toda su

vitalidad y fuerza.

Así, a pesar de los insistentes anuncios de que en México no pasaría nada, de las

medidas extremadamente enérgicas que tomara el gobierno contra los revoltosos47 y de

los desesperados mensajes presidenciales en torno a la paz de la república48, el peligro

no fue conjurado y tal como lo anunciara Madero, el 20 de noviembre, como estaba

previsto en el Plan de San Luis, estalló la Revolución.

La renuncia del dictador

La renuncia del Presidente Porfirio Díaz, que era uno de los pedimentos

inherentes del estallido revolucionario, no se logró de inmediato. Tuvieron que pasar

varios meses de lucha encarnizada –tiempo en el que se aseguraba que la revolución

había expirado49, en el que surgieron nuevos grupos rebeldes50, Madero se refugia otra

vez en San Antonio, se extiende la lucha a varias partes del país51, caen en desgracia

45 Ibid., p.209. 46 Ibid. 47 “En México no pasará nada”, El Imparcial, 19 de noviembre de 1910, Ibid., p. 171. 48 “El mensaje del Presidente Díaz a una agencia de turistas”, El Tiempo, 21 de noviembre de 1910, Ibid., 173. 49 “La revolución expiró al nacer. El gobierno ha sofocado el movimiento.- sin embargo, en el rescoldo aún hay brasas”, El Tiempo, 22 de noviembre de 1910, Ibid., p. 175. 50 “Las atrocidades cometidas por la horda de F. Villa. Madero ha vuelto ha refugiarse en S. Antonio. Los sucesos sangrientos de Coyutla. En Mexicali hubo un combate entre un grupo de asaltantes y un piquete de fuerza federal”, El Imparcial, 17 de febrero de 1911, Ibid., 179. 51 Sección editorial, El imparcial, 21 de febrero de 1911, Ibid., p. 182.

24

algunos revolucionarios52 y circulan diferentes versiones sobre la revuelta53 -- para que

el dictador se decidiera a dejar el poder.

Pasaron esas cosas y más para que Porfirio Díaz, por fin, el 25 de mayo de 1911,

dimitiera a su cargo como Presidente Constitucional de la República. Cuando se negó a

celebrar la paz bajo los acuerdos ofrecidos por el gobierno porfirista, Francisco I.

Madero no dejó de insistir en su postura: “Estaba dispuesto a sacrificarse personalmente

y todo lo que tenía, pero la rebelión debía producir un cambio completo de política en

México”54. Era el momento más intenso de la lucha maderista; no habría paz si el

gobierno no acataba las condiciones de los antireeleccionistas.

Anular las elecciones anteriores, por haberse faltado en ellas a la Constitución,

era la principal demanda. Las otras consistían en que la causa de la revolución tenga en

el seno del gabinete presidencial un representante. Que eran admitidos como

gobernadores de Chihuahua, Sonora, Coahuila, Durango y algunos otros estados, los

que nombre la causa de la revolución. Que sean reconocidas las autoridades que hubiese

puesto o nombre la revolución. Que sean reconocidos en el Ejército Federal los grados

que tengan al presente en el Ejército revolucionario algunos jefes principales. Que de un

modo especial se lleve a cabo en el menor tiempo posible la distribución equitativa de

tierras nacionales o la adquisición de grandes extensiones particulares, para fundar

colonias agrícolas de acuerdo con las leyes de colonización55.

Esas eran sólo algunas de las demandas de los revolucionarios, la primera, que

tenía que ver con el desconocimiento del gobierno porfirista, se cumplió a escasos días

de haberse firmado el convenio de paz56. En su renuncia enviada a la Cámara de

Diputados, el presidente decía desconocer los motivos que llevaron al pueblo que

generosamente lo había colmado de honores, a insurreccionarse “en bandas milenarias

armadas”. Y renunciaba, a pesar de desconocer “hecho alguno imputable a su persona”,

para que no se siguiera “derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la

Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuetes y exponiendo su política a

52 “Orozco cayó en desgracia”, El Imparcial, 26 de febrero de 1911, Ibid., p. 185. 53 “Las grandes mentiras acerca de la revuelta”, El Imparcial, 26 de febrero de 1911, Ibid., p. 184. 54 “Fracasaron los arreglos para la paz. Los sres. Moye y Seyfers acaban de regresar del campamento de Madero”, El Imparcial, 14 de abril de 1911, Ibid., p. 189. 55 “Condiciones que imponen los rebeldes para el restablecimiento de la paz. Madero nombrará gobernadores. Se designa al doctor Vázquez para Ministro de Gobernación”, La Gaceta, Guadalajara, 27 de abril de 1911, Ibid., p. 189. 56 “El texto oficial del convenio de paz. Informe leído por el C. Ministro de Gobernación ante las Cámaras”, El Imparcial, 26 de mayo de 1911, Ibid., p. 198.

25

conflictos internacionales”57. Fue así como el 31 de mayo de 1911, el otrora caudillo de

la Guerra de Intervención salió en el Ipiranga rumbo al exilio. Al parecer, había

triunfado la Revolución.

Todos somos maderistas

Lo que pronosticara a Mariano Azuela un desencantado soldado de la guerra de

Reforma, eso pasó con la revolución: “¡Me moriré de viejo y puede que usted también y

no le veremos fin!”58. En su sentencia, el atento observador le advertía al entusiasta

maderista que la historia iniciada tiempo atrás no tardaría en convertirse en una lucha

interminable. Y así fue. Recién se había anunciado el triunfo de Madero y los

enfrentamientos no cesaban, cuando en Lagos de Moreno ya se vivían nuevos combates

por el poder.

Apenas había abandonado Porfirio Díaz el país, cuando se dieron repetidamente

una serie de escenas que terminarían por desencantar al más convencido maderista hasta

ese momento: Mariano Azuela. El médico laguense, fundador del primer centro de

propaganda antireeleccionista y principal promotor del maderismo en la entidad, se

horrorizó con el espectáculo que desfilaba ante sus ojos: la revolución no sólo se volvía

una lucha sin fin, sino una incomprensible caricatura donde nuevos personajes --sus

antiguos enemigos políticos y férreos detractores-- buscaban el mejor de los sitios para

acomodarse en las filas revolucionarias.

A la victoria de la Revolución, “hasta los enemigos enconados de Madero se

apresuraron a exhibirse como sus más fervorosos partidarios”. Se dio, entonces, “el

espectáculo más grotesco, que habría de repetirse durante todo el tiempo de la

revolución: los enemigos más encarnizados de ella, luciendo la insignia de los soldados

maderistas, una cinta tricolor en el sombrero”. De igual manera, cuando se avizoró su

éxito, “una turba de aventureros, vagos y acomodaticios […] apareció de la noche a la

mañana con armas e insignias de los militares en triunfo59. La comedia se repetía en

varias regiones del país: “ricos de larga vista aparecieron de repente como adeptos a la

nueva causa y devotos del caudillo en triunfo, con gente reclutada entre sus propios

57 Carta del presidente Porfirio Díaz a los CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados, México, 25 de mayo de 1911, Ibid., p. 200. 58 Ibid., p. 208. 59 Ibid., p. 210.

26

sirvientes, de tal suerte que con la bandera revolucionaria no sólo defendían y ponían a

salvo sus amenazados intereses sino que los acrecentaban60”.

De la noche a la mañana ahora todos eran maderistas. Azuela se horrorizaba

ante el espectáculo que tenía frente a sus ojos y parecía preguntarse si lo que

presenciaba era realmente una revolución. Parecía más bien una revuelta, un emerger de

desenfrenado de individuos, una irrupción sin sentido que no atendía al orden de las

cosas. Con la caída de Porfirio Díaz empezaban a emerger las intenciones egoístas y los

actos oportunistas de los hombres que veían con beneplácito al anterior gobierno y que

buscaban acomodo en el nuevo61.

La misma prensa antes detractora proclamaba: “Ha pasado el instante de atacar a

la revolución; no ha llegado el instante de juzgarla. Ella ha adquirido el vigor de los

hechos consumados, porque, con un grito lanzado a los cuatro vientos cardinales, ha

prometido devolver a nuestro país, la tranquilidad, el reposo, el orden, hondamente

alterados por su causa. La promesa se ha aceptado ansiosamente, religiosamente se ha

recogido y guardado, para exigir, implacablemente su cumplimiento”62.

De pronto la Revolución era un movimiento vigoroso que se convertía en

promesa digna de ser escuchada. Y el gobierno de Díaz caía “roto por manos

demoledoras y audaces, que pretenden reconstruir con materiales nuevos, otro régimen

de libertad amplia hasta el horizonte, de democracia pura hasta la virtud, de bienestar

deleitoso hasta la bienaventuranza”. Con la caída del antiguo régimen, muchos hombres

se desvincularon del Gobierno de la República y se confesaron libres de compromisos

políticos, de completa independencia, y deseosos de adquirir responsabilidades para

restaurar la existencia de la Patria63.

60 Ibid., p. 211. 61 Max Stirner, El único y su propiedad, Barcelona, Orbis, 1985. Para el filósofo alemán, revolución y revuelta no habrían de tenerse por equivalentes. “La primera consiste en un trastrueque de las condiciones y estado de cosas existente en el Estado o en la sociedad, por lo que es un acto político o social. La segunda tiene ciertamente como consecuencia inevitable una transformación de esas condiciones, pero no es de ahí de donde arranca; al originarse en el descontento de los hombres consigo mismos, no es una protesta general sino un emerger de individuos, una irrupción que no atiende a las instituciones que de ella puedan salir. La Revolución tenia como objetivo el logro de nuevas instituciones, pero la revuelta nos conduce a no dejarnos organizar sino a organizarnos nosotros mismos, sin radiantes esperanzas en las «instituciones». La revuelta es un combate contra el orden reinante. Si sale adelante, ese orden cae por su propio peso. La revuelta no es sino la difícil extracción de Mí fuera de ese orden. Si Yo lo abandono, ya está muerto y empieza a pudrirse. Ahora bien, como no es mi propósito su derrocamiento sino mi emerger por encima de él, tampoco mis intenciones ni mis actos son políticos o sociales sino concentrados en Mí y en mi singularidad egoístas”. 62 “Ni amigos ni enemigos”, El Imparcial, 26 de mayo de 1911, Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista, Novela Precursora, op. cit., 201. 63 Ibid.

27

El desencanto de Azuela. El caso de Lagos

Mientras algunos creían que la revolución contaba con un amplio horizonte de

expectativa64 y que por supuesto no era aún el momento de juzgarla, Mariano Azuela ya

se lamentaba de su fracaso. En Lagos de Moreno estaban ocurriendo muchas cosas para

así suponerlo, desde la aparición de maderistas extemporáneos hasta el encumbramiento

de los viejos caciques del pueblo, era cosa de risa y lamento lo que pasaba con la

revolución. En un intenso intercambio epistolar con su amigo José Becerra, el médico

comenta los últimos acontecimientos en Lagos y se refiere al risible caso de un

laguense: “Miguel Cabello, por ejemplo, es nuestro líder maderista: se levantó en armas

cuando el armisticio estuvo firmado y sus hazañas se redujeron a robarse dos yeguas

viejas de Sepúlveda, 25 pesos y un canasto de pan, de la hacienda de la Merced y

luego… correr a esconderse con Pedro Gómez a la sierra de Comanja porque media

docena de gendarmes del estado habían salido a perseguirlos como bandoleros”65.

Del regocijo que como observador le ofrecían los “terribles sacudimientos

sociales” ocurridos a su alrededor, dándole el placer de catalogar a sus paisanos en

“gentes que pasan por valientes y son más cobardes que una gallina, gentes que pasan

por inteligentes y piensan con el hondillo, gentes que pasan por honorables y no son

asesinas porque no se les ha presentado la oportunidad”66, Azuela pasaba al análisis

cruento de la política revolucionaria de su entidad:

Si usted me permite una poquita de crueldad le haré la clasificación de los partidos políticos formados ya. El partido de los bribones se llama “Libertad” y está fundado por Benjamín Zermeño. No es que yo llame a las personas que lo forman con este mote; pero a falta de otra palabra que mejor interprete mi idea he usado ésa. El partido de los ilusos “Máximo Serdán”: Donaciano O. Prado y Cía. Y, por último, el partido de los imbéciles: Partido Católico Nacional: Lic. Gil y Landero, Manuel Hernández, Manuel Gómez67.

64 Según Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, en el siglo XX la revolución nació con un amplio horizonte de expectativa. En sus inicios el horizonte de la revolución señalaba un ideal y una esperanza hacia el futuro. Se creía que a través de la revolución era posible arribar al ansiado reino de la justicia y la igualdad. Así, las palabras cambio y regeneración, como también libertad, aparecen constantemente ligadas al término revolución en los primeros años de lucha. (Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, Diccionario político y social del siglo XIX español, Madrid, Alianza Editorial, 2002, p. 638. 65 Carta a José Becerra, Lagos de Moreno, 6 de junio de 1911, Fondo Mariano Azuela, Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela Precursora, op. cit., p. 82-86. 66 Ibid. 67 Carta al Sr. Lic. D. Antonio Moreno y Oviedo, Lagos de Moreno Jalisco, 11 de junio de 1911, Fondo Mariano Azuela, Ibid., pp. 86-87.

28

A pesar del poco entusiasmo y exaltación que lo hacían optar por el

distanciamiento, un suceso acabó por sacarlo de ese letargo de angustia desesperante68

en el que nuevamente vivía: el 16 de junio fue elegido Jefe Político del segundo cantón

de Jalisco con sede en Lagos de Moreno. Renuente a ocupar el cargo, porque el

nombramiento rompía en absoluto con su temperamento, con sus ideas, con sus hábitos,

con su manera de ser, Azuela terminó por aceptarlo “cuando el caciquismo herido […]

protestó y puso el grito en el cielo”69.

Sus detractores --que reconocían las cualidades del jefe electo—argumentaban

que el resultado de la Convención Electoral efectuada en la ciudad no correspondía a las

aspiraciones de la sociedad laguense. Porque aunque los delegados del Gobierno habían

actuado con imparcialidad completa y absoluta buena fe, “el procedimiento empleado

no fue el más adecuado para explorar la opinión pública en un asunto de tan

trascendental importancia”. El resultado desfavorable a los firmantes, se debía, según

ellos, a que el club político del que había salido el ganador tenía el mayor número de

representantes en la Convención y por lo tanto el mayor número de votos. Así que

pedían la concesión del deseo que predominaba en la sociedad: que Calderón, el jefe

político hasta entonces continuara en su puesto sin efectuarse ningún cambio70.

Las personas de Lagos que protestaron el nombramiento de Azuela al triunfo de

Madero, pertenecían a lo que él llamaba el partido de los bribones, encabezado por

Benjamín Zermeño, un mitómano famoso que siempre había querido ser la gran

personalidad política de Lagos, y que era amigo y tutor del Jefe Político Calderón71. Los

firmantes eran ni más ni menos los caciques poderosos del lugar, los antiguos porfiristas

que después de la partida de Díaz se ostentaban como los más férreos partidarios del

maderismo, apelando a la justicia y “los sanos principios proclamados de la Revolución

triunfante”72.

A pesar de las protestas de los miembros del partido “Libertad”, las elecciones

en Lagos de Moreno fueron reconocidas por el Gobierno del Estado y Mariano Azuela

fue nombrado Jefe Político del lugar. La oposición feroz de Calderón y las intrigas de

68 Carta a José Becerra, Lagos de Moreno, 6 de junio de 1911, Ibid., pp. 82-86. 69 Mariano Azuela, Andrés Pérez. Novela precursora, op. cit., p. 210. 70 Carta al C. Gobernador del Estado, Lagos de Moreno, 16 de junio de 1911, Ibid., pp. 87-90. 71 Carta a José Becerra, Lagos de Moreno, 6 de junio de 1911, Ibid., p. 82-86. 72 Carta al C. Gobernador del Estado, Lagos de Moreno, 16 de junio de 1911, Ibid., pp. 87-90.

29

Benjamín Zermeño, así como su compromiso con la Revolución lo alentaron a aceptar

el puesto. “Haberme rehusado habría sido deslealtad y egoísmo y hasta un mentís a la

conducta que como revolucionario había observado”73, ha confesado el escritor quien en

carta a su amigo el poeta José Becerra abunda sobre su decisión:

Habría sido el colmo de la cobardía y del ridículo el que después de haber alentado para que se tuviese el valor civil suficiente para exponer sus opiniones y oponerse en toda forma a las de los demás, en el momento solemne por una debilidad y un egoísmo precisamente mío me hubiera permitido derrocar el partido a quien había comunicado todo mi entusiasmo. Y más todavía en las circunstancias que habían rodeado a los mismos. Diez minutos antes de la elección el triunfo del caciquismo era absoluto74.

Mariano Azuela se refería a su activa propaganda entre los miembros del Club

“Máximo Serdán”. Así que aceptó la decisión de la mayoría que le otorgara 14 votos

contra dos de Calderón y uno del Dr. Reina, también ahora “consumado maderista”. No

obstante, pocos días después de recibida la Jefatura, Azuela continuaba con un malestar

que le duraría para siempre, al darse cuenta que el poderío de los caciques era un mal

difícil de erradicar. Cuando era inminente el golpe contra su investidura, así se lo hizo

saber a los delegados del gobierno: “Lagos, como todos los pueblos de la República,

está en manos del caciquismo, y aquí como en todas partes este gremio está

perfectamente organizado y listo siempre en la obra de hacer y deshacer autoridades”75.

Aún con la incertidumbre de su nombramiento y ante la cercanía entre caciques

y jefes revolucionarios, Azuela escribe también a David Gutiérrez Allende, gobernador

provisional del estado de Jalisco, para externarle su preocupación por el curso del

movimiento renovador en Lagos de Moreno. Al mencionar su lucha por que la

Revolución obtuviera resultados prácticos en su pequeño radio de acción, también hace

hincapié en las dificultades que ello entraña. Para él, el verdadero obstáculo, la

verdadera anomalía, es que el caciquismo no ha podido ser desterrado, por una razón,

los caciques son ahora, todos, maderistas.

73 Ibid., p. 210. 74 Carta a José Becerra, Lagos de Moreno, 22 de junio de 1911, Ibid., p. 92-93. 75 Carta a los C.C. Delegados del gobierno, Guadalajara, junio 27 de 1911, Ibid., p. 94.

30

En Lagos el caciquismo está dirigido intelectualmente por el Lic. Benjamín Zermeño, individuo que fue por la diputación de Guadalajara a rendir honores a don Ramón Corral; este señor Zermeño siguiendo añeja costumbre se ha tornado maderista en cuanto vio neto el triunfo del mismo. Y bien, Manuel Rincón Gallardo, el coronel revolucionario de los de última hora, el aristócrata, está ahora en Lagos con cincuenta soldados maderistas y este señor coronel está rodeado del círculo cabal de los caciques y alojado en la casa del dicho Licenciado Zermeño76.

Manuel Rincón Gallardo, el aristócrata del que se hablaba en la carta, estaba de

parte de los caciques. Y estos, que derrotados por primera vez en toda la historia de

Lagos estaban indignadísimos, pretendían hacer que se anulara la elección verificada

por los delegados que enviara el gobierno de Jalisco. En esa elección el mando de Jefe

Político había recaído en el doctor Azuela, quien seguía esperando el nombramiento

debidamente autorizado por el gobernador para tomar posesión de su puesto. El

caciquismo—aseguraba el médico—se opondría a que tomara posesión según rumores

muy persistentes, que también anunciaban que Rincón Gallardo había prometido su

fuerza para impedir el acto.

Mariano Azuela fue nombrado de inmediato Jefe Político del lugar77, cargo al

que renunció días después al enterarse que Alberto Robles Gil había encontrado

irregularidades en las elecciones recientes, celebradas en el Estado, donde él había

resultado ganador78. En tan poco tiempo había en Jalisco un nuevo gobernador, Alberto

Robles Gil, no nombrado por Madero sino por Francisco León de la Barra, el Secretario

de Relaciones Exteriores del Gobierno de Porfirio Díaz y ahora presidente provisional

encargado de convocar a nuevos comicios.

Así, en un acto colmado de ironía a Azuela le toca entregar el cargo de Jefe

Político a su antiguo enemigo, Lorenzo I. Calderón, personaje muchas veces

mencionado en sus cartas como uno de los caciques que trataban de obstaculizar el

76 Carta de Mariano Azuela a David Gutiérrez Allende, gobernador del estado de Jalisco, Lagos de Moreno, junio 27 de 1911, Fondo Mariano Azuela, A.C, Ibid., pp. 94-95. 77 Carta de parte del gobernador al C. Mariano Azuela, Guadalajara, 4 de julio de 1911, Fondo Mariano Azuela, A. C, Ibid., pp. 96-97. 78 Carta de Mariano Azuela al C. Ingeniero Alberto Robles Gil, Gobernador del Estado de Jalisco, Lagos de Moreno, 3 de agosto de 1911, Fondo Mariano Azuela, A. C; Carta de Mariano Azuela al Presidente del Club “Máximo Serdán”, Lagos de Moreno, 3 de agosto de 1911, Fondo Mariano Azuela, A. C, Ibid., p. 99.

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avance revolucionario en Lagos de Moreno79. Era evidente que “el caciquismo

recuperaba sus fueros, sorprendido él mismo de la debilidad catastrófica del gobierno

maderista”80. Este encumbramiento de los viejos porfiristas le dio a Mariano Azuela la

medida cabal del fracaso de la Revolución. La aparición de tantos nuevos

“revolucionarios” fue el instante máximo de la desilusión81.

Junto a esto, el desorden y el caos que sucedieron al derrocamiento brusco e

inesperado del gobierno terminaron por desalentar a Mariano Azuela, quien de

inmediato pudo percibir que con la revolución de Madero no había pasado nada, que

todo era sólo un cambio de rostros, el arribo al poder de los más voraces oportunistas.

“No se hacían las elecciones generales todavía cuando al gobierno provisional del

presidente don Francisco León de la Barra se había convertido en madriguera de tejones

que por medio de combinaciones e intrigas políticas estaban socavando profundamente

los cimientos del nuevo régimen”82, manifiesta amargamente el escritor.

Diagnóstico temprano de la revolución

Es así como en 1911, apenas a un año de iniciado el movimiento maderista,

Mariano Azuela hará un diagnóstico temprano de la Revolución. Completamente

desilusionado, desconcertado por el rumbo que ha seguido la revolución, elige retirarse

de la política y busca refugio en la literatura. Da voz a su desaliento y escribe la novela

Andrés Pérez, Maderista, el primer volumen de una serie intitulada Cuadros y escenas

de la Revolución Mexicana. Desde entonces --como él mismo ha confesado—, deja de

ser el observador sereno e imparcial que se había propuesto en sus anteriores novelas

para convertirse en un narrador apasionado que toma parte en los sucesos. Siendo

testigo y actor de los hechos relatados, poseedor de una visión muy definida sobre el

79 Oficio de entrega del cargo político, Lagos de Moreno, 9 de agosto de 1911, Ibid., p. 100. 80 Ibid., p. 212. 81 Esta era la misma crítica que tantos revolucionarios le harán a Madero, entre ellos los zapatistas. Sobre todo después de firmados los Tratados de Ciudad Juárez, cuando Madero por acabar con la lucha armada pacta con los porfiristas. Esto ocasionará la irrupción de levantamientos en contra de la revolución triunfante. David A. Brading ha propuesto que, a partir de la ascensión al poder de Madero, se inició en México un dramático proceso de desarticulación del Estado nacional. Como el aprendiz de brujo, Madero no pudo controlar finalmente las fuerzas oscuras que desató su lucha por la presidencia de la República: "La incapacidad de Madero para comprender la naturaleza de las fuerzas que había desatado produjo posteriormente la desintegración del Estado mexicano. (D. A. Brading, "La política nacional y la tradición populista", en D. A. Brading (comp.), Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, traducción de Carlos Valdés, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 20). 82Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista, op. cit., Ibid., p. 211.

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movimiento, Azuela el revolucionario se enfrenta a un conflicto íntimo a la hora de

hacer su diagnóstico del movimiento renovador.

Dicho conflicto está fielmente plasmado en uno de los diálogos de esta su

primera novela de la revolución: “Yo comprendo que sean revolucionarios Vicente el

mayordomo de Toño, gente inculta; el mismo Toño que es loco desde que nació…

porque usted lo sabe mejor que yo, don Octavio, esto de la revolución no es ni puede ser

más que una mentira, una mentira enorme. Los pueblos han derramado siempre su

sangre por arrancarse de sus carnes a los vampiros que los aniquilan, pero no han

conseguido jamás sino sustituir a unos vampiros por otros vampiros. Emperadores,

papas, reyes, presidentes, su nombre poco importa, son y han sido siempre los mismos.

Es ley de la vida que el fuerte devore al débil y se nutra de él. Eso fue y será…

“Las convicciones, amigo mío –responde don Octavio—son unas, los actos del

individuo otros--. Usted no comprenderá la lógica del ateo que en un momento de

suprema angustia vuelve los ojos al cielo e implora al vacío, si usted no sabe que

atavismo y herencia son inmensamente más poderosos que la fuerza aislada de nuestro

yo; porque esas fuerzas estarán siempre prontas a caer como una masa aplastante,

apenas ceda un poco la inteligencia a cualquiera otra, como a la del dolor, por ejemplo.

Usted no comprenderá al individualista anarquista que en un instante angustioso para su

país se lanza a la guerra, si usted ignora que el que niega la patria, el que detesta al

militar, en el instante supremo en que oye la voz de su raza, todo lo olvida por ella

porque significa una fuerza infinitamente superior a la de un cerebro atiborrado de

doctrinas”83.

Un Azuela lleno de incertidumbres reflexiona sobre la revolución, y anticipa su

desvío: “La revolución no es ni puede ser más que una mentira, una mentira enorme,

una mentira monstruosa”, dice vertiendo todo su desencanto. En su obra, el

revolucionario denuncia cómo en tan poco tiempo la promesa de Madero había

degenerado en el arribo de oportunistas que, en vez de consolidar las reformas sociales,

tantas veces prometidas, se empeñaban en impulsar cambios políticos que no

modificaran sustancialmente la estructura ni el alma de la sociedad84.

Como un maderista consciente de los sucesos que estaban ocurriendo esperaba

de un momento a otro el desastre. “Los hombres nuevos, de una fe insospechable, pero

de inexperiencia absoluta, eran juego fácil y hasta divertido para los viejos lobos del

83 Mariano Azuela, Andrés Pérez, Maderista, México, Ediciones Botas, 1945, pp. 90-91. 84 Antonio Castro Leal, La novela de la Revolución mexicana, Tomo I, México, Aguilar, 1988, p. 25.

33

porfirismo, adiestrados en el fraude, en el dolo y en el engaño. Y lo más doloroso y

trágico fue la incapacidad y la impotencia del jefe de la Revolución […], su optimismo

nefasto, su confianza en sí mismo, su fe ciega en el pueblo que lo había llevado al

poder, de quien esperaba que contra viento y marea supiera sostenerlo”85.

Con Madero, los cambios que se esperaban de la revolución jamás ocurrieron:

seguían gobernando los mismos viejos porfiristas y las reformas sociales nunca se

concretaron. Todo era un cambio de bando, con los mismos rostros: “Me quedé

estupefacto: el coronel Hernández, don cuco el periodista, los enemigos más rabiosos de

Madero, militando ahora en nuestras filas”. La voracidad e insolencia con que los

enemigos de la Revolución aprovecharon las circunstancias en el mismo momento en

que se consumaba la derrota del régimen, le dieron a Azuela el tema básico de su

novela.

Su conflicto interior, su gran desilusión, Azuela procura traducirlos en Andrés

Pérez, Maderista, donde plasma la situación de simulación revolucionaria que siguió

inmediatamente a la caída de Porfirio Díaz. “Los ‘científicos’ se enquistaban a la

sombra de León de la Barra y de Madero mismo, y la benevolencia de este crecía

conforme mayor era la audacia y el cinismo de los ‘chaqueteros”86. En la obra se hace la

crítica del gobierno, de los políticos, de los periodistas, los caudillos y de todos “los

falsos revolucionarios, los pescadores a río revuelto, que se disfrazaron de maderistas

en cuanto olfatearon el derrumbe de la tiranía porfirista y el triunfo de Madero en

1911”87.

Andrés Pérez, Maderista

El protagonista de esta novela precursora de la Revolución es Andrés Pérez, un

periodista que, harto de su oficio y fastidiado de la situación del país, decide alejarse del

bullicio de la capital y pasar unas vacaciones en una hacienda del Bajío, donde es

sorprendido por el primer brote revolucionario de Aquiles Serdán. Una serie de sucesos

malinterpretados hará que se invente que el periodista es un revolucionario perseguido,

85 Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela precursora, op. cit., p. 213. 86 Antonio Magaña Esquivel, “De la Novela de la Revolución”, en Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela precursora, op. cit., pp. 63-65. 87 Manuel Pedro González, “Trayectoria de la novela en México”, en Ibid., pp. 66-67.

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oculto en la casa del hacendado Toño Reyes. El rumor alcanza tales proporciones que

Andrés Pérez se ve envuelto en una cadena de eventos fortuitos de los que son

partícipes los habitantes del lugar. Al “cabecilla revolucionario” le surgen partidarios,

algunos enemigos y cuando menos lo espera es llevado a la cárcel por ser sospechoso de

sedición.

Dejándose llevar por la algarabía de la revuelta y entusiasmado por el valor de

Andrés Pérez, el hacendado Toño Reyes se lanza al movimiento rebelde con sus

trabajadores, pero es asesinado en el primer encuentro con los rurales. Vicente, el

mayordomo de La Esperanza, ocupa su lugar y encabeza la toma del pueblo donde

tienen preso a Andrés. En el clímax de la anarquía el periodista es liberado y sacado en

hombros en calidad de héroe revolucionario. Los acontecimientos coinciden con el

triunfo de Madero y la salida de Porfirio Díaz del país.

Tempestivamente, un coronel porfirista se presenta como revolucionario en el

cuartel de los triunfadores y exige ser reconocido como jefe de la insurrección. Vicente,

el mayordomo, lleno de rabia se le enfrenta decidido, pero el oficial, con astucia, vuelve

a los peones en su contra y logra que éstos lo fusilen. Mientras los oportunistas toman

su sitio, Andrés Pérez hace lo propio, y dejándose llevar por las mieles del triunfo osa

exclamar: ¡Viva Madero! ¡Viva la Revolución!, mientras ofrece cosuelo a la viuda del

soñador Toño Reyes.

Incertidumbre, confusión, fracaso, así quiso condensar Azuela en Andrés Pérez,

Maderista “un aspecto del movimiento de Madero, cuyo triunfo rápido fue la causa

mayor de su caída, por no haber dado tiempo a que madurara en la conciencia del

pueblo”88. El médico se convierte así en el primer novelista que ve la malversación de

las ideas revolucionarias, y el primero en criticar a los caudillos que no cumplían con

los principios por los cuales la gente había luchado. Como bien afirma Luis Leal, “ni el

maderismo, al que tanto defendió, se le escapa en esta primera novela de la Revolución.

De este quiso condenar sus más satíricas expresiones89. Y lo hace a través de un

discurso crítico, hiriente y agresivo que será característico de toda su obra posterior a

1911.

Para Azuela, Andrés Pérez no es más que el arquetipo del pusilánime metido en

la Revolución. Es la caricatura grotesca de la que el autor se vale para desenmascarar a

los falsos revolucionarios, a los oportunistas, a todos los “camaleones y tránsfugas del

88 Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista, op. cit., p. 214. 89 Luis Leal, Mariano Ibid., pp. 9-15.

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porfirismo que se apresuraron a ponerse la máscara de revolucionarios aun antes de

desaparecer el déspota”. En su novela el autor copia directamente del natural y plasma

lo que le tocó vivir como testigo y actor de la Revolución en Lagos de Moreno. Andrés

Pérez, Maderista, es una pasarela por la que caminan los protagonistas de la historia

presenciada por Azuela.

Según Manuel Pedro González, “por ahí desfilan el cobarde a quien no le

alcanza el valor para declarar su cobardía; el turiferario de oficio que tan pronto cae el

tirano agita el incensario ante los nuevos mandones; el cacique político y el latifundista

que se disfrazan de revolucionarios así que les falta el punto de apoyo de la dictadura; el

periodista y el intelectualoide venales, sin dignidad y sin criterio, que de ambos hacen

almoneda. Hombrecillos moralmente desmedrados, verdaderos granujas, todos reciben

aquí su merecido al arrancarles la máscara con que pretenden disimular su egoísmo y su

cobardía”90.

Desde la literatura, Azuela se enfrenta de nueva cuenta a esos magnates del

caciquismo que conoce muy bien. En Andrés Pérez, Maderista, es posible reconocer a

sus paisanos de Lagos de Moreno: el coronel, el cacique, el periodista, los mismos

viejos porfiristas que en su tierra se ostentaron como revolucionarios, siendo capaces de

pasar por alto el sacrificio de tantos hombres que en realidad lucharon del lado de la

revolución. Como sucedió con Vicente, despojado de sus tierras por el coronel

Hernández; Romualdo Contreras, víctima de la injusticia del régimen, y el soñador

Toño Reyes, que pone en marcha el movimiento y termina cobardemente asesinado.

Advertencia del desvío de la revolución

En Andrés Pérez, Maderista, Mariano Azuela vierte todo su desencanto y crea

una novela de amarga denuncia en la que es posible encontrar una imagen real, viva,

realista, irónica y pesimista de México y su revolución. En esta obra, Azuela da cuenta

de los mayores problemas de la etapa maderista y lo hace tomando conciencia de su

fracaso y advirtiendo el inminente desvío de la revolución. Lo hace, sin duda, también

con agresividad, tomando partido contra los corruptos –en este caso los viejos

90Manuel Pedro González, op. cit., pp. 66-67.

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caciques—y contra Andrés Pérez, el intelectual y oportunista, la figura negativa pero

arquetípica que se deslizará, sin que nadie lo detenga, hacia la cumbre.

Porque Andrés Pérez que inicia “la galería de los aprovechados de la

revolución”, más que un típico caso aislado es una interpretación directa del destino

nacional91, a través de la cual Mariano Azuela logra representar los males de sus

compatriotas, exacerbados por el movimiento revolucionario, a esos que él llama los

maderistas de última hora, el “enjambre de negros y pestilentes moscones escapados de

ese antro donde pudieron ser sino abyectos y despreciables moscones, [que] ahora viene

hambrienta a echarse sobre las primicias de la revolución en triunfo. La canalla que no

conoció otras armas que las del incensario ni tuvo más aptitudes que las del reptil, [que]

se endereza vacilante, se cruza cartucheras sobre el pecho y se prende cintas tricolores.

[…] los residuos excremencios de la dictadura, la piara de lacayos sin dignidad ni

conciencia… los eternos judas de todos los gobiernos, de todos los credos y de todas

las religiones”92.

Con toda dureza, en Andrés Pérez Maderista, Azuela representa el confuso

momento en que el movimiento va ganando adeptos en la nación, pero no cuaja en

oposición abierta al gobierno. Porque hasta su protagonista, el intelectual y abúlico

Andrés ve y juzga el régimen porfirista, que “le parece un régimen caduco, servil y

opresor, pero sabe acomodar los encabezamientos de sus editoriales a los deseos

oficiales. Vive y siente el descontento general, pero no se arriesga a encauzarlo en lucha

abierta93. Prefiere dejarse llevar y seguir la corriente. “Un rubor intenso me quema;

pero no es ya sólo Vicente, sino los peones de la Esperanza, mis compañeros de prisión

y todo el pueblo, quienes me levantan como una pluma y me suben en el caballo, en

medio del atronar de los vivas a Madero y al coronel Andrés Pérez. Al final del desfile,

pletórico de entusiasmo, de ilusiones y de esperanzas, el pueblo me ha contagiado de su

fe y de su regocijo94.

Los acontecimientos se sucedieron con tanta rapidez que acabé por perder mi libertad de acción y de pensamiento. Al bajar de mi caballo, una multitud de delegados me rodeó, presentándome sus felicitaciones por el éxito “de nuestra santa causa”, y cada quien se

91 Adalbert Dessau, La novela de la Revolución mexicana, México, FCE, 1972, pp. 62-63. 92 Mariano Azuela, Andrés Pérez Maderista, op. cit., p. 113. 93 Marta Portal, “Proceso narrativo de la Revolución mexicana”, México, 1976, Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela Precursora, op. cit., p. 61. 94 Mariano Azuela, Andrés Pérez Maderista, op. cit., pp. 105-106.

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disputaba la primacía de mi mano tan poco olorosa a pólvora. Distinguíase por ganarme la atención un pequeño hidrocéfalo. “¡Cuidado, que es el cacique gordo!”, me dijo al oído el rapista del pueblo. Volví la cara y me encontré con unos ojos negros y unos bigotes enroscados; el hombre se hizo tres dobleces y me saludó en nombre de “Sufragio Efectivo. No reelección”, club de zapateros, barberos, panaderos, etc. Luego otro tipo amarillo y gelatinoso como sanguijuela, se inclinó reverentemente, las manos sobre el pecho, bajó los ojos, y musitó: “Dios, Patria y Libertad”. No sé cómo fue ello, pero de pronto me sentí arrastrado, metido a viva fuerza en una carretela, codo a codo con el pequeño hidrocéfalo, jefe de los caciques locales. Bajamos en su propia casa donde nos esperaba un grupo de barbones, vestidos de kaki nuevo, botas amarillas y sombreros de paja con anchas cintas tricolores. […] Nos abrazamos efusivamente. A las primeras copas convinimos en que todos habíamos llegado, aunque por diversos caminos, al triunfo de nuestra santa causa95.

Que la revolución maderista había sido subvertida es lo que buscaba representar

Azuela en esta novela inmediata a los acontecimientos. También que había fracasado,

porque hacia el final de Andrés Pérez, Maderista, comprende lo absurdo, lo inverosímil,

lo inexplicable de las “revoluciones”, donde todo queda convertido en destrucción: “El

monstruo fascina con sus gritos salvajes a los infelices peones de la Esperanza”96.

Donde todo queda sumido en el caos de la ignorancia: “La infamia de este canalla ha

sido tan grande que ha obligado a estos parias a desfilar ante el cadáver de su jefe,

gritando: ‘¡Viva Madero! ¡viva la Revolución!’ Estos maderistas de pega… los de

ocasión y última hora”97.

Al parecer, el médico de Lagos de Moreno, quien no esperaba del movimiento

revolucionario más que una justicia social garantizada y la reparación de los daños

causados durante la dictadura98, y nunca el arribo y proliferación de tantos oportunistas,

parece convencido de que la lucha por la justicia es una batalla innecesaria. “Un día nos

convenceremos de que la Justicia es sólo una palabrota; ese día la guerra por la Justicia

dejará también de existir”99, dice totalmente desencantado en Andrés Pérez, Maderista.

Apenas llevaba un año de iniciado el movimiento revolucionario y Azuela ya

esperaba ver las transformaciones políticas y sociales que tanto prometen las

revoluciones. Quizá no entendía, como Luis Cabrera, que la revolución implicaba un

momento de crisis en el desarrollo histórico de un pueblo, que era transitoria, y que

95 Ibid., pp. 96 Ibid., p. 115. 97 Ibid., pp. 115-116. 98 Adalbert Dessau, op. cit., 62-63. 99 Mariano Azuela, Andrés Pérez, Maderista, op. cit., p. 92.

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tenía que acabar. Después del periodo destructivo arribaría el constructivo, en el que se

emprenderían las reformas apropiadas para el desarrollo del país100.

La revolución para Azuela

Sin duda, la Revolución para Azuela es sólo un fenómeno destructivo al que es

inútil oponer resistencia; arrastra de tal manera que ninguno de los hombres puede

resistirse a su encanto. Porque el caos del maderismo lo envuelve todo: hacendados,

curas, peones, ex antiguos porfiristas son revolucionarios. Todos los habitantes de esa

hacienda provinciana que lleva el simbólico nombre de la Esperanza son “maderistas

ingenuos y confiados”, que se dejan guiar o dicen creer en un hombre “tonto y “loco”

que no sabe lo que hace: Madero. Porque en Andrés Pérez Maderista, Madero no es

más que el iniciador de un gran caos, “un ambicioso vulgar y perverso charlatán,

enriquecido como fabricante de vinos”101. Madero es la destrucción, el desconcierto, la

pesadilla: “Y Madero siempre. Siempre el odioso nombre, la pesadilla de mis sueños y

ahora hasta la del mismo día. ¡Maldito sea el tal Madero!”102.

Pero también Madero es un mal necesario. Es el único loco que con su tonta

aventura se ha atrevido a desafiar la injusta y opresiva paz porfiriana, a los señores

bandidos porfiristas. “La verdad es que ya urge que nos quiten a don Porfirio y a todos

los bandidos de su gobierno […] es un gobierno de ladrones”103. ¿Pero podrá lograrlo?,

se pregunta la novela. ¿Es acaso posible en medio del caos, de ese baño de sangre en

que se ha convertido la revolución? ¿De esa fiesta orgianística en la que sin pudor

participan los advenedizos maderistas de última hora?

En los momentos en que vemos, asombrados, cómo se desmorona la administración porfiriana, enorme como un almiar de rastrojo, poderosa como un ejército de palmípedos, podrida como una casa de lenocinio, un enjambre de negros y pestilentes moscones escapados de ese antro donde nunca pudieron ser sino abyectos y despreciables moscones, ahora viene hambrienta a echarse sobre las primicias de la revolución en triunfo. La canalla que no conoció otras armas que las del incensario ni tuvo más aptitudes que las del reptil, se endereza vacilante, se cruza cartucheras sobre el

100 Luis Cabrera, “El balance de la revolución”, Veinte años después, México, Botas, 1937. 101 Mariano Azuela, Andrés Pérez, Maderista, op. cit., p.56-57. 102 Ibid., p. 78. 103 Ibid., pp. 80-81.

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pecho y se prende cintas tricolores. Y son ellos los residuos excremencios de la dictadura, la piara de lacayos sin dignidad ni conciencia… son ellos, los eternos judas de todos los gobiernos, de todos los credos y de todas las religiones104.

En Andrés Pérez, Maderista, los personajes oscilan entre la duda y la certeza de

la revolución, entre la nostalgia del orden y el progreso porfiristas y la alegría de la

revolución como justicia. Andrés Pérez se resiste pero al final se deja llevar por los

encantos de la bola y como todos termina exclamando ¡que viva Madero y que viva la

Revolución! En la novela, la vacilación es vencida y triunfa la idea de que la

Revolución es progreso, un camino paciente y continuo hacia lo Mejor, más allá de todo

retroceso, aunque la revuelta sea destrucción, mero caos, como parece denunciar

Mariano Azuela.

Lo mismo que sucede a sus personajes parece ocurrirle a Azuela, pues sin duda

el también como Andrés Pérez y los otros, se debate entre el titubeo y la certidumbre de

la revolución; entre el modelo ideal, la ética y la realidad. Sus propias convicciones y

prejuicios chocan con el crudo ambiente de la lucha, que no es ni tan transitoria ni tan

renovadora. Esta actitud contradictoria con respecto al movimiento revolucionario lo

acompañará el resto de sus días105. Azuela cuestionará la revolución, pero volverá a ella,

con desencanto abrigará la esperanza de que esta se logre algún día.

De nuevo en la bola

Sin duda, con todo y su desencanto, luego de Andrés Pérez Azuela sigue

creyendo en la Revolución. En 1911, cuando decide alejarse de la política, lo hace sólo

parcialmente; a la vez que busca refugio en la literatura continúa con su labor

revolucionaria haciendo propaganda en apoyo a Madero. La gran diferencia es que

ahora lo hace de manera subrepticia, a escondidas de los oficiales de Lagos que lo

104 Ibid., pp. 112-113. 105 James Cockcroft señala esta actitud ambigua de los intelectuales con respecto a la revolución, y dice que los intelectuales, en mayor o menor grado, alteraron sus posiciones o actitudes como resultado de los acontecimientos revolucionarios. Considera que la dualidad de la actitud de los intelectuales que afectan a la Revolución y que son afectados por ella debe ser tomada en consideración si se desea comprender a fondo el papel de éstos en la revolución. (James Cockcroft, op.cit., p. 11).

40

tienen bajo permanente vigilancia. En febrero de 1913, luego del asesinato de Madero y

la toma del poder por Victoriano Huerta, la sospecha contra Azuela se vuelve más

intensa por lo que se ve orillado a entrar de nuevo en la bola.

En su pueblo era de todos conocido el fervor que Azuela sentía por Madero, y

también el odio que, luego de la muerte de éste último, albergara contra Huerta. Al

confeso revolucionario el triunfo de Huerta lo convertía más que nunca en un ser

vulnerable ante sus enemigos, sobre todo después de los levantamientos contra la

usurpación huertista que se estaban llevando a cabo en todo el país. Para Azuela la única

alternativa de salvación ante la sangrienta ola de persecuciones del huertismo era tomar

partido nuevamente en la contienda, y así lo hizo, aunque para ello tuviera que esperar

un poco.

En Lagos y sus alrededores no se levantaron grupos armados en apoyo a la

revolución. El pueblo quedó aislado de la esporádica resistencia a Victoriano Huerta en

el resto de Jalisco y también de las campañas militares en el norte del país. La

insurrección más cercana fue la que en mayo de 1913 encabezara Julián Medina con

unos cuantos hombres en Hostotipaquillo, pueblo cercano a Tequila, y luego las de

Julián del Real en Ameca, Carlos Moreno en la sierra de Tecolotlán, Manuel Gómez en

Tala y los hermanos Zúñiga en Jocotepec, ocurridas los primeros meses de 1914106.

Después de duros combates, en julio de 1914 el ejército federal se rindió a los

constitucionalistas (comandados por Venustiano Carranza y Francisco Villa, jefes

revolucionarios que se habían levantado en el norte contra el neoporfirismo) y el

presidente Huerta tuvo que abandonar el país.

Tras la caída de Victoriano Huerta, lejos de concluir, los combates se

intensificaron, pues una fuerte pugna por el poder entre Carranza y Villa terminó por

dividir a los revolucionarios. Para entonces, el médico era consciente de que tarde o

temprano tendría que tomar la decisión de afiliarse a uno de los bandos en conflicto, el

que más se aproximara a sus convicciones, el tiempo pasaba y con el aumentaba el

riesgo de encontrarse expuesto ante sus enemigos. Sobre su decisión comenta Azuela:

“Mi participación en la revuelta maderista y en el régimen constitucional que le sucedió

fue estrictamente política, pero con ello fue suficiente para que, al derrocamiento de

Madero, se me tuviera vigilado estrechamente, como a todos los que comprobamos

nuestras ideas revolucionarias, y en estado de tensión constante”.

106 Stanley L. Rose, “La génesis de Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli (coord), Mariano Azuela. Los de abajo, Ed. Crítica, México, UNESCO, p. 154.

41

Los que no pudimos o no supimos escapar a tiempo de nuestros terrones, sujetos a un espionaje exasperante, no teníamos más perspectiva que la de incorporarnos con el primer grupo rebelde que se acercara. Pero en mi estado solo Julián Medina se levantó en armas, muy lejos en Hostotipaquillo, al sur de Jalisco. Los primeros revolucionarios que entraron a Lagos fueron las fuerzas de Francisco Villa, después de la toma de Zacatecas, cuando la revolución había triunfado. Pude creer con razón que ya podía seguir trabajando con tranquilidad en mi profesión y en el cultivo de mis aficiones literarias, alejado en absoluto de toda actuación civil o militar, que por el momento había dejado de interesarme. Jamás me imaginé que la ruptura inmediata y violenta de dos facciones poderosas que se disputaban el poder habría de arrebatarme en la tormenta hacia una situación más grave aún. La entrada y salida de las facciones contrarias nos colocaban de nuevo a merced de nuestros enemigos locales, que encontraban la oportunidad más sencilla para sus venganzas denunciándonos con los jefes, generalmente palurdos, ignorantes, irresponsables y fáciles de engañar. El delito no fue ya ser maderista, sino carrancista o villista. Entonces los sucesos me arrastraron y a poco me encontré metido en la lucha armada107.

Finalmente Azuela es “arrastrado” por el vendaval y termina afiliándose a la

facción villista. Aunque hasta entonces no había hecho ninguna declaración a favor del

villismo y mucho menos manifestado declinación alguna hacia el carrancismo, de nueva

cuenta su amistad con el poeta José Becerra es decisiva a la hora de tomar partido.

Becerra, empleado público de Lagos había tenido que abandonar el pueblo por su

oposición a Huerta, en su huida llega a Tequila –sitio ocupado por el

constitucionalismo—donde se entrevista con Julián Medina a quien relata las

actividades promaderistas que él y su amigo Mariano Azuela llevaron a cabo en Lagos.

Luego de la escisión de los constitucionalistas, en 1914 Medina participa en la

Convención de Aguascalientes, y a la disolución de ésta, el mayor Francisco Delgado,

secretario particular de Medina, en una oportunidad que tiene a su paso por Lagos de

Moreno se entrevista con Azuela y lo convence de que se afilie con las fuerzas de su

jefe y con el gobierno convencionista que éste había de organizar en el estado de

Jalisco. Es así como tiene lugar el primer encuentro de Azuela con los “auténticos”

revolucionarios, la materia prima de lo que será su próxima novela108.

A fines de octubre de 1914, Azuela viaja desde Lagos a Irapuato, donde se pone

a las órdenes del general Julián Medina, comandante de las fuerzas villistas en el estado

de Jalisco. “Fue un encuentro cordial entre dos revolucionarios que hasta aquel

momento no se habían conocido personalmente”, según Stanley L. Rose. Para entonces,

107 Mariano Azuela, “Cómo escribí Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 281. 108 Ibid., pp. 154-155.

42

José Becerra, el amigo de luchas de Azuela, era agente del ministerio público en

Tequila, Jalisco. Ahí, el médico decide también incorporarse al Estado Mayor de

Medina, con el nombramiento de jefe del servicio médico y con el rango de teniente

coronel109.

La convención que concluye en noviembre de 1914, encargada de formar el

nuevo gobierno, designa como presidente a Eulalio Gutiérrez, y en Jalisco como

gobernador del estado a Julián Medina. El nuevo gobernador nombra a Azuela Director

de Educación Pública110. Así, Julián Medina había de ser el jefe superior de Azuela

durante su breve carrera militar. Con las fuerzas de Medina, Azuela había de funcionar

como jefe del servicio médico con el grado de teniente coronel, pero por breves

temporadas habría de ocupar un puesto burocrático en el gobierno de Jalisco. Junto a

sus tareas militares y administrativas, Azuela se dedica a la preparación de una novela

cuyo tema era la revolución en la que él participa111.

Otra vez el desencanto

Para los revolucionarios como Azuela, la Convención de Aguascalientes que

formó el gobierno de Eulalio Gutiérrez, era el momento culminante de esperanza y

optimismo para el futuro. “Representaba la única esperanza de concordia, la única base

para empezar a construir el edificio de la revolución, la única oportunidad para librarla

del caudillaje pretoriano que la estaba ahogando”.112 Era la ocasión para reencauzar el

movimiento, restaurar un gobierno civil, hacer valer la Constitución y, sobre todo,

instaurar el régimen de la razón.

Sin embargo, en la convención no todo fue optimismo, el logro de estos ideales

implicaba el desconocimiento de los caudillismos, de los jefes autoritarios y la sumisión

de Carranza ante el gobierno convencionista. El Primer Jefe, renuente a ceder su poder,

se separó del convencionismo y con él marcharon otros dirigentes que, como Álvaro

Obregón, buscaban hacerse un lugar dentro de la revolución lejos del influjo de Villa y

Zapata. La convención que en lugar de unir separó, como gobierno provisional

encargado de proteger el orden tuvo que hacer frente a los carrancistas.

109 Luis Leal, “Los de abajo: lectura temática”, en Jorge Ruffinelli, op.cit., p. 228. 110 Jorge Rufinnelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p.206. 111 Stanley L. Rose, “La génesis de Los de abajo”, op. cit., p. 155. 112 José Vasconcelos, La tormenta, Memorias, T. I, México, FCE, 1983., p. 592.

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En un principio llegaron a tener el control del norte y el centro del país y

mantuvieron inmovilizadas en Guadalajara las fuerzas carrancistas del occidente al

mando del general Manuel Diéguez113. Sin embargo esto no fue suficiente, en una lucha

encarnizada los embates del carrancismo obligaron a la gente de Medina a replegarse en

la capital del estado de Jalisco y finalmente a desalojar la ciudad hacia finales de

diciembre de 1914.

La derrota de Francisco Villa por Obregón en Celaya el 16 de abril de 1915

anuncia el inminente descalabro del villismo. Medina es obligado a retirarse a Lagos de

Moreno, donde permanece hasta mayo del mismo año, y de allí es desalojado del estado

por las fuerzas del general sonorense. En Aguascalientes de nuevo el villista intenta un

plan para tomar Guadalajara sin lograrlo. Ante el avance carrancista, Azuela, que se

encontraba en Tecapatitlán --pueblo vecino a Lagos-- atendiendo a unos heridos, es

obligado también a hacer la retirada. En Aguascalientes luego de reunirse con los suyos

toma un tren hacia el norte, con destino a Chihuahua; para octubre de 1915 Mariano

Azuela se encuentra ya en El Paso, Texas114.

Cuando Azuela se encuentra en Chihuahua advierte la situación caótica por la

que atraviesa la revolución. La serie de desastres que viene sufriendo Villa desde los

combates de Celaya ha dejado sus efectos en la ciudad norteña reconocida como sede

del villismo. Desde agosto de 1915 la ciudad se inunda de villistas derrotados que,

como él, han huido en busca de un refugio en el norte. Todos han visto mejores

circunstancias y están abatidos en espíritu y desesperanzados en cuanto al futuro.

Algunos son jóvenes intelectuales que han apoyado al villismo, pero ahora ven su

inminente ruina. Con estos se codea Azuela y comparte su abatimiento absoluto115.

La incertidumbre y falta de certeza conducen a Azuela a la ciudad fronteriza de

El Paso Texas, donde aprovecha para concluir y publicar su segunda novela de la gesta

revolucionaria en la que de nuevo plasma su desencanto de la revolución. Su peregrinar

con los ejércitos de Villa da a Azuela la oportunidad de formarse una imagen cabal de la

revolución, una imagen que de nueva cuenta trata de representar a través de la literatura.

El médico, fiel creyente de la idea de que escribir es modificar la realidad116, trata de

113 Stanley L. Rose, “La génesis de Los de abajo”, op. cit., p. 155. 114 Luis Leal, “Los de abajo: Lectura temática”, op.cit., pp.228-229. 115 Stanley L. Rose, “La génesis de Los de abajo”, op. cit., p. 172. 116 Para Carlos Monsiváis “la cultura de la revolución segrega una actitud radical: aliar la desesperanza más honda con el impulso épico y con la creencia de que escribir es modificar la realidad”. (Carlos Monsiváis, “Notas sobre cultura mexicana”, en Historia general de México, México, Colmex, 2000, p.1011).

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hacerlo escribiendo la “verdad”. ¿De qué otra manera habría de curar su desencanto, ya

viejo y mutilado del espíritu?117

Según Azuela los sabios de gabinete podían darse “el lujo de la grandeza del

alma y perspicacia mental necesarias para apartar del campo microscópico la maraña de

crímenes, lágrimas, sangre, dolor y desolación, y contemplar con toda su pureza el

mármol de la Revolución emergiendo triunfal del cieno donde la hundieron los

matricidas”. Pero no los que asistieron al final de la lucha—hermanos de espíritu

arrojados unos contra otros en carnicería y desorientación vesánica—los que la vivieron,

apurando todo el veneno que en ella vertieron los de arriba en sus ansias por apoderarse

del botín. La imagen de la revolución, para él, como para muchos millares de

revolucionarios, salió roja de dolor, negra de odio. Salieron con los jirones del alma

que les dejaron los asesinos, y la única forma de curar su amargura fue a través de la

palabra. Fueron “muchos millares y para estos millares Los de abajo, novela de la

revolución, será obra de verdad, puesto que esa fue nuestra verdad118, dice Mariano

Azuela.

Los de abajo

Sobre Los de abajo podría decirse que fue escrita al fragor del combate. A la par

que atiende sus obligaciones militares Azuela se da a la tarea de escribir una nueva

novela sobre la gesta heroica en la que participa. Su afiliación al grupo villista es de

suma importancia en la elaboración de Los de abajo, pues su encuentro con verdaderos

revolucionarios le proporciona la materia prima para su historia. “Desde que inició el

movimiento de Madero, sentí un gran deseo de convivir con auténticos revolucionarios

–no de discursos, sino de rifles—como material humano inestimable para componer un

libro”, ha comentado el escritor, para quien esa sola circunstancia bastaba para sentir

placer y satisfacción en su forzada aventura.119

Así la permanencia de Azuela en Irapuato entre fines de octubre y mediados de

diciembre es de gran valor para su historia. Todos los aspectos de la novela, tanto el

117 Mariano Azuela, “Cómo escribí Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p.279. 118 Ibid. 119 Ibid., p. 282.

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concepto general de la obra como su punto de vista, la trama, los personajes y los

detalles menores, los determinó el autor después de llegar a Irapuato120. Es ahí donde

observa cuidadosamente a las personas que lo rodean para coleccionar “tipos, gestos,

paisajes y sucedidos”121, todos esos arquetipos y sucesos que darán vida a Los de abajo.

“En calidad de médico de tropa tuve ocasiones sobradas para observar

desapasionadamente el mundo de la revolución” ha dicho el mismo Azuela para quien

muy pronto la primitiva y favorable impresión que tenía de sus hombres se fue

desvaneciendo en un cuadro de sombrío desencanto y pesar.

El espíritu de amor y sacrifico que alentara con tanto fervor como poca esperanza en el triunfo a los primeros revolucionarios, había desparecido… lo que ante mis ojos se presentó, fue un mundillo de amistades fingidas, envidias, adulación, espionaje, intrigas, chismes y perfidia. Nadie pensaba ya sino en la mejor tajada del pastel a la vista… no existía la fraternidad…había división entre los jefes, los subalternos no se creían menos que aquellos, las suspicacias, fundadas o infundadas mantenían en alerta a todo el mundo”122.

Sin lugar a dudas, los reveses del ejército de Villa han mitigado el optimismo y

las esperanzas que impulsaron a Azuela cuando se lanzó a la Revolución. A la vez lo

que había visto como una lucha por ideales se va disolviendo en rivalidades en gran

parte motivadas por ambiciones personales. En 1915 la revolución padece de los

mismos males que la afligían en 1911123. La historia de Andrés Pérez, Maderista parece

repetirse, sólo que ahora no sólo son los oportunistas los que causan su desilusión,

después de su participación en el villismo, su gran decepción viene de “los de abajo”,

con lo que se cierra así el ciclo de su amargura.

A Azuela una vez decepcionado de los neoporfiristas y de “los de abajo”, no le

queda nada en que confiar124 ¿Se había olvidado de los ideales que lo habían llevado a

la lucha? “Sería torpe negar –confiesa el escritor-- que en esos trabajos puse toda mi

pasión, amargura y resentimiento de derrotado. No sólo me afligía mi dura situación

120 Stanley L. Rose, op. cit., p. 156. 121 Mariano Azuela, “Cómo escribí Los de abajo”, op. cit., p. 281. 122 Ibid., p. 283. 123 Stanley L. Rose, op. cit., p. 160. 124 Jorge Rufinnelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, op. cit., pp. 211-212.

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económica, sino la derrota total de mi quijotismo: la explotación de la clase humilde

seguía como antes y sólo los capataces habían cambiado”125. Después de la derrota de

Villa, los revolucionarios, ignorantes, igual que ocurre en la novela: transitan de la

confusión al caos.

En medio del desorden la gran enemiga es la ignorancia, que permite que en la

revolución sólo los oportunistas “cultos” sean capaces de lograr sus objetivos126. Esto lo

advierte Azuela quien denuncia a los advenedizos que repentinamente, por los medios

más viles, se convierten en magnates, dueños de las fuentes del poder y del dinero”127.

“Duros días aquellos –dice--, fue un tiempo en que el carrancismo victorioso había

llevado al pueblo a la extrema miseria… políticos rapaces, militares corrompidos…

todos vimos cómo rateros de la víspera se convertían al día siguiente en dueños de

automóviles, propietarios de suntuosas residencias, accionistas de las negociaciones más

prósperas, y todo con el fruto de la miseria y del hambre de las clases laborantes”128.

La historia y la estructura de la obra

En Los de abajo se cuenta la historia de Demetrio Macías, un campesino de un

pequeño poblado al sur de Zacatecas que se ve arrastrado por el huracán de la

revolución. Las injusticias del cacique del lugar orillan a un Demetrio sin ideales y

plena conciencia del significado de la lucha a alistarse en una bola de la que con el paso

del tiempo le será imposible salir. Conforme avanza la revolución, Macías se hace de un

ejército y se convierte en importante general villista, en su nueva faceta de jefe es

asesorado por Luis Cervantes, un joven intelectual que al final de la historia será el gran

beneficiado con el movimiento.

En la novela, quizá sin plena conciencia los hombres que se unen a la tropa de

Demetrio Macías, luchan porque han sido objeto de alguna injusticia de parte de los de

arriba, de los caciques, simbolizados en la figura de don Mónico, así como de los

hacendados, y los curros, la llamada gente decente. En la obra, “los de abajo”, con

Demetrio como jefe, han decidido luchar contra las injusticias cometidas por los de

125 Mariano Azuela, “Cómo escribí Los de abajo”, op. cit., p. 291. 126 Mónica Manssur, “Cúspides inaccesibles”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 269. 127 Mariano Azuela, “Cómo escribí Los de abajo”, op. cit., p. 293. 128 Ibid., p. 132.

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arriba, la lucha es cruenta, los sufrimientos intolerables ¿y todo para qué? Todo para

volver a quedar en el mismo lugar, abajo, al cabo de dos años de penalidades129.

Estos dos años de penurias por los que atraviesan Demetrio Macías y sus

hombres son representados en la novela en tres partes que corresponden a tres fases

históricas de la revolución muy precisas. La primera capta el espíritu idealista de la

lucha contra las fuerzas reaccionarias del usurpador Victoriano Huerta. La segunda

parte corresponde a las maniobras políticas de los caciques antes de la Convención de

Aguascalientes, donde se resalta la barbarie de las revoluciones. Y la tercera parte que

comienza con la derrota de Pancho Villa en la batalla de Celaya y reflejan el proceso

lento pero definitivo de la supresión de las actividades bélicas130.

Asimismo esta subdivisión de la novela, es una representación directa del tema,

es decir, de la evolución del proceso revolucionario. La primera parte recrea la

construcción y el entusiasmo de la lucha revolucionaria; la segunda representa la

decadencia y degeneración por al ambición que provoca el triunfo, tanto en los de arriba

como en los de abajo: es el poder, el robo y la muerte como juego y competencia; la

tercera parte funciona como desenlace: los personajes importantes que aún quedan o

mueren o se han enriquecido, mientras las batallas y los balazos continúan131. Tal es el

caso de Demetrio Macías, protagonista de la historia.

Así, conforme evoluciona el proceso revolucionario, va ocurriendo la

transformación de los personajes paralelamente a la mayor confusión de los resultados

de la revolución y la mayor ambición de los de arriba como de “los de abajo”. Luis

Cervantes quien al principio aparece como un “idealista” “convencido” de los principios

y causas de la lucha revolucionaria, al final de la novela parece haberse transformado y

resulta ser un oportunista y “logrero”. ¿Yo qué gano con que la revolución triunfe o

no?”. La adulación servil, la codicia y la cobardía de Cervantes se manifiestan, cada

vez, de manera menos disimulada132. Por su parte Demetrio, jefe leal y valeroso, no sabe

en realidad lo que es la Revolución, y muere ignorándolo.

Al concluir la novela, dice Mónica Manssur, no cabe duda de que Demetrio es

bueno y Cervantes es malo; pero eso no quita que Cervantes sí sabe de qué se trata la

revolución, y por eso saca provecho de ella, y Demetrio no tiene la menor idea al

129 Luis Leal, “Los de abajo: Lectura temática”, op. cit., p. 232-233. 130 Seymor Menton, “Texturas épicas de Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 242. 131 Mónica Mansour, op. cit., p. 268. 132 Ibid., p. 257.

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respecto, ni al principio ni al final133. A estas alturas Azuela plasma en su novela una

concepción muy maniquea de la revolución, la representa como una lucha entre buenos

y malos, en la que siempre ganan los malos, los oportunistas.

Sin embargo, entre ambos personajes, que bien pueden representar la bondad y

la maldad del movimiento revolucionario se encuentra Solís, su alter ego, el

desencantado militar con el que Azuela parece identificarse. Así, conforme avanza la

historia es posible identificar a través de dichos personajes el grado de conciencia de la

causa revolucionaria, el motivo y la meta de sus batallas y muertes.

Porque en Los de abajo es posible encontrar tantas muertes --violentas, brutales,

crueles--, que además de puntualizar lo trágico de la revolución determinan el sentido

vano de la lucha. La muerte de Demetrio, como antes la de Toño Reyes o de Vicente, es

inútil: los enemigos de la revolución han sabido abrazar la causa a tiempo para seguir

mandando134. Luego de la derrota de Villa adviene el caos y el fin es inevitable: la

matanza como el oportunismo se convierten en espectáculos cotidianos que vuelven

irreal el proyecto idealista. El mensaje ideológico parece ser: la revolución ha sido

destruida por la cobardía, la entrega y el destino irredento de una raza135.

Los personajes

Junto a la inevitabilidad de la lucha en Los de abajo Azuela representa lo

absurdo de la revolución como método para resolver los problemas del país. La

revolución no había cambiado nada, y sí había traído consigo, asesinato, robo, saqueo,

relajamiento de las costumbres136, conformándose solo con un cambio de gobierno.

Después de la lucha, los de arriba siguen estando arriba y los de abajo continúan abajo,

denuncia Azuela. De aquí que la novela sea un cuestionamiento de la revolución en

tanto cambio de circunstancias, y que detalle, con precisión y coraje, el rencor social, la

explotación y el oportunismo.

133 Ibid., p. 260. 134 Luis Leal, “Los de abajo: Lectura temática”, op. cit., p. 231. 135 Carlos Monsiváis, “Notas sobre cultura mexicana en el siglo XX”, op. cit., p. 1011. 136 Según Luis Cabrera esta destrucción es naturalmente legal dentro de una revolución, forma parte de su etapa destructivo a partir de la cual se arribará a la legislativa. (Luis cabrera, op. cit., p. 33-35).

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Como sugiere Carlos Monsiváis, en su novela Azuela parece detestar y

despreciar a la “gente decente”, con su ramplonería, estulticia, servilismo ante el

poderoso, despotismo hacia los inermes. La clase media es oportunista, parece decir, y

degrada con frecuencia a sus personajes, los reduce a la caricatura, captando el conjunto

de poses y posiciones que sintetiza a la truhanería pequeño burguesa137. Porque así

como nos ofrece una imagen negativa de “los de abajo”138, el autor va más lejos contra

los “logreros” de la revolución.

Es verdad que Demetrio Macías es la clara síntesis del desconcierto de la época

y del ardor ciego de la lucha139: es ignorante, rudo, sin conciencia, poco menos brutal

que las fieras salvajes que le hacen compañía, pero a fin de cuentas es honesto y no un

aprovechado como el “curro” Luis Cervantes, personaje arquetípico con que el autor

quiso denunciar el fenómeno de los oportunistas que sacaban provecho de la revolución.

En 1911, en Andrés Pérez, Maderista, el fenómeno ya había sido esbozado,

recordemos la figura del periodista que por confusión se ve envuelto en la bola y

termina por reconocer los beneficios de hacerse pasar por revolucionario. ¡Viva

Madero! ¡Viva la Revolución!, exclama Andrés Pérez mientras es levantado en vilo por

los pobladores de La Esperanza. Cinco años después, en Los de abajo, Mariano Azuela

aborda de nuevo el tema de los oportunistas a través de Luis Cervantes, un joven

estudiante de medicina que se suma a la facción villista y es presentado como tipo

antagónico de Demetrio Macías.

Porque Cervantes es culto, educado tiene plena conciencia de lo que es la

Revolución y está decidido a sacar el mejor provecho de ella140. Sin embargo, a él sus

ideales políticos y sociales lo han motivado mucho menos que su apetito por el lucro

personal141, el joven intelectual sólo busca su beneficio y está listo a abandonar

cualquier causa en cuanto la ve perdida. “En el tipo de Cervantes he pretendido

137 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1011. 138 Autores como Mónica Mansour insisten en la imagen negativa que de los pobres es posible encontrar Los de abajo. Dice Mansour: “El autor muestra, a través de su lenguaje, un desprecio patente a los de abajo, y sobre todo los indios”. Para respaldar su teoría la autora apunta la animalización de que son objeto los personajes. (Mónica Mansour, “Cúspides inaccesibles”, op. cit. p. 273). 139 José Luis Martínez, Literatura mexicana siglo XX. 1910-1949, México, CONACULTA, 1990, p. 54. 140 Curiosamente igual que Andrés Pérez, Luis Cervantes también es periodista. E igual que aquel abomina de la Revolución, la critica y la denuncia como un mal innecesario. Sin embargo, termina por dejarse llevar por ella, sacándole el mayor provecho. En Azuela es posible encontrar una imagen del intelectual como oportunista, en sus dos novelas representa al intelectual como un aprovechado que se sabe acomodar a lo que mejor le conviene. 141 Stanley L. Rose, “La génesis de Los de abajo”, op. cit., p. 170.

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presentar a uno de los especimenes más repugnantes de la fauna revolucionaria: el

logrero de la revolución”, ha confesado el mismo Mariano Azuela142.

Y es que el maderismo también tenía sus falsos profetas, representados por

Andrés Pérez y por Luis Cervantes143, personajes a través de los cuales Azuela señalaba,

con violenta indignación, “las hipocresías y cinismos de los arribistas que medraban con

la revolución”, de tantos “advenedizos… [que] no eran otra cosa que porfiristas

milagrosamente reconvertidos (y que ‘chaquetearon’)” con el movimiento144. Al

respecto señala Azuela: “Los que habían sido jurados enemigos de la revolución se

colaban en sus filas, cuando ya no entrañaba peligro algunos para sus sagradas personas,

cuando podían sacar gran partido de ella con sólo cambiar chaqueta. Su falta de pudor,

su inaudito descaro en esos días, no fue más que el preludio de lo que todos hemos visto

después: constituido de una manera firma el gobierno emanado de la revolución, han

sido ellos los que han sabido aprovecharse de las mejores sinecuras y los que se han

enriquecido por los procedimientos más inmorales”145.

Este fenómeno de los oportunistas que se enriquecían con rapidez a costas de la

revolución, es denunciado en Los de abajo a través de otro personaje, que bien podría

ser el punto medio entre el ignorante pero honesto Demetrio Macías y el culto pero

aprovechado Luis Cervantes: Alberto Solís, quien según algunos críticos, puede

considerarse el portavoz de las ideas de Azuela respecto a la revolución146. Según

Mónica Mansour, “Azuela explícitamente se identifica con el personaje de Alberto Solís

que, por su propia experiencia, está a favor de la revolución en teoría, principios e

ideales, pero es muy pesimista respecto de que esto pueda llevarse a la práctica; por

ello, explica la transformación casi automática de revolucionarios a ‘bandidos’(como

los llamaban a los antirrevolucionarios) pero no la justifica. La ambigüedad147 de esta

postura de Solís, en efecto, es la de Azuela, tanto en el texto como fuera de él: el autor

142 Ibid. 143 Luis Leal, “Los de abajo: Lectura temática”, op. cit., p. 226. 144 Jorge Ruffinelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, op. cit., p. 209. 145 Mariano Azuela, “Los de abajo”, en Jorge Ruffinnelli, op. cit., p. 290. 146 Tal es el caso de Jorge Ruffinelli y Mónica Mansour. Ver Jorge Ruffinelli, “Nota filológica”, en Jorge Ruffinelli, op.. cit., p. XLII; y Mónica Mansour, “cúspides inaccesibles”, op. cit., p. 273. 147 Sobre esta ambigüedad Carlos Monsiváis señala: “Azuela viene a ser una conciencia liberal en trance, inmersa en dudas que quiere resolver por medio de la dramatización objetiva de los hechos. El funde admoniciones y desengaños con un entusiasmo a pesar suyo, una exaltación del pueblo en armas (pueblo violento y miserable porque se le redujo a tales atributos) que utiliza la crueldad y el asesinato como forma de comunicación”. (Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1011).

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se enorgulleció de que la novela fuese aclamada por la extrema derecha como por los

comunistas”148.

Por si fuera poco, Azuela confesó haberse proyectado en sus personajes149. Al

principio, el autor tiene una idea teórica, muy idealista de la Revolución, como

Cervantes. Y conforme avanza el proceso revolucionario su idea cambia al ver la

metamorfosis que sufren los hombres que se ven envueltos en la lucha: “Yo creo que el

error más craso de algunos viejos revolucionarios ha consistido en asesinar lo mejor que

había en ellos, en olvidar su humilde origen, sus hábitos morigerados por la pobreza y

muchas veces por la miseria y dejarse seducir por el miraje del poder y del dinero”,

confiesa Azuela150.

El giro en que se ve envuelta la lucha maderista convierte a Azuela en un

desencantado y su situación fue entonces la de Solís en su novela: igual que él, se

decepciona de la revolución pero sigue ella. Así, el autor como el personaje justifican su

permanencia en la “bola” mediante una reflexión intelectual e ideológica que aparece en

la historia: “Me preguntará que por qué sigo entonces en la revolución. La revolución es

el huracán, y le hombre que se entregue a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja

seca arrebatada por el vendaval…”151

Es así como en Los de abajo, a través de los personajes Mariano Azuela nos

ofrece una imagen del proceso revolucionario que no pude ser controlado por sus

participantes152. Porque estos hombres que personifican el caos de la revolución, desde

el más ignorante hasta el más desencantado y culto y reflexivo, no pueden oponerse a la

fuerza envolvente de la lucha y se dejan arrastrar como una piedra que después de

lanzada por el barranco ya no se para153. Al final, Azuela parece decirnos que la lucha

revolucionaria no es otra cosa más que una mueca pavorosa y grotesca154.

148 Mónica Mansour, “Cúspides inaccesibles”, op. cit., 273. 149 Jorge Ruffinelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, op. cit., p. 210. 150 Mariano Azuela, “Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 293. 151 Mariano Azuela, Los de abajo, buscar la página. 152 Mónica Mansour, op. cit., p. 251. 153 Esta imagen aparece en una de las escenas del libro cuando Demetrio lanza una piedra al barranco y dice. “Mira esa piedra cómo ya no se para”. (Mariano Azuela, Los de abajo, op. cit.) 154 Mónica Manssur, op. cit., p. 270.

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La revolución como caos

En 1916, es posible encontrar en Los de abajo esa idea más clara de la

revolución como caos que Mariano Azuela comparte con otros desencantados de su

época. Por ejemplo con Luis Cabrera, otro revolucionario, que desilusionado por la

tibieza de Madero, por el desorden del movimiento, le advertía antes de su muerte de los

riesgos de no llevar a cabo la revolución hasta sus últimas consecuencias: “Se debía

meditar muy seriamente antes de abrir la herida, la que una vez abierta era necesario no

curarla sin haberla desinfectado por completo”155.

En Los de Abajo, con desencantado realismo y en el marco de una revolución

que cada vez se vuelve más caótica en medio del enfrentamiento entre caudillos y el

vértigo de las conjuras, Azuela representa el mundo de un campesino que obligado por

las circunstancias participa en una confusa lucha interminable. En 1916, era imposible

no observar las vicisitudes y extravíos de la revolución en marcha: trágicas muertes

como las de Madero y Pino Suárez posicionaban a nuevos caudillos aparecidos en

escena, tal era el caso de Huerta, Carranza, Villa y Zapata, portavoces de grandes

facciones que en medio del caos se apoderaron de la revolución.

Para Azuela, en ese levantamiento que supuestamente debía beneficiar “al pobre,

al ignorante, al que toda su vida ha sido esclavo, a los infelices que ni siquiera saben

que si lo son es porque el rico convierte en oro las lágrimas, el sudor y la sangre de los

pobres”, ante todo y a pesar de todo, imperaba el desconcierto, la violencia ubicua y sin

cuartel, el desastre de la bola. “¿En dónde están esos hombres admirablemente armados

y montados que reciben sus haberes en puros pesos duros de los que Villa está

acuñando en Chihuahua?”, se pregunta Luis Cervantes, el nuevo intelectual oportunista

que se convertirá en logrero de la Revolución. Si sólo se ve una bola de mugrosos

harapientos.

155 Cabrera se caracterizó por atacar la política de paz primero y reformas económicas después; para él, la reconstrucción de los ejidos era esencial; sin reparto agrario no había revolución. Su frase “la revolución es la revolución” sintetizaba su ideal del movimiento armado, el que hasta la muerte de Madero no logró cumplirse, pero que creyó posible de realizar con Venustiano Carranza. (Stanley Ross, “La protesta de los intelectuales ante México y su revolución”, México, Cuadernos Americanos (enero-marzo), Vol. XXVI, México, Colmex, 1977, p. 402). Hay que recordar que más que nada Luis Cabrera se distinguió por ser un teórico de la Revolución, partidario del carrancismo, quien a la muerte del Primer Jefe se retiró de la política para reaparecer varios años más tarde en medio de una fuerte polémica sobre el rumbo del movimiento revolucionario.

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Una veintena de encuerados y piojosos, habiendo quien cabalgara en una yegua decrépita, matadura de la cruz a la cola. ¿Sería verdad lo que la prensa del gobierno y él mismo habían asegurado, que los llamados revolucionarios no eran sino bandidos agrupados ahora con un magnífico pretexto para saciar su sed de oro y sangre? ¿Sería, pues, todo mentira lo que de ellos contaban los simpatizadores de la revolución?156.

Para Azuela, la bola, esa revuelta convertida en caos, era mera barbarie, la baja

pasión de un pueblo sin ideales cuya sicología se condensaba en dos palabras: robar y

matar. La revolución era una mueca pavorosa y grotesca de una raza irredenta, de “una

turba desenfrenada de hombres requemados, mugrientos y casi desnudos”, de bandidos

que se creían los representantes de un pueblo sufrido y noble. Esa era la revolución y

esos eran sus hombres: un torbellino del que era difícil sustraerse ya que despertaba las

bajas pasiones. “Me preguntará que por qué sigo entonces en la revolución. La

revolución es el huracán…”

En 1916, para Azuela ya todo era pura hiel. “Hiel que va cayendo gota a gota en

el alma, y todo lo amarga, todo lo envenena. Entusiasmo, esperanza, ideales,

alegrías”157. Ni siquiera la Constitución había plasmado los ideales revolucionarios, y

para el escritor el movimiento que imaginariamente debía conducir al sendero de la

justicia era sólo caos y destrucción, para entonces a los revolucionarios ya nadie los

quería, ¡cómo los iban a querer si eran bandidos!; un peligro inminente que dejaba a su

paso tanta sangre vertida, muchas vidas segadas... Sólo ruinas, muerte y destrucción,

mero caos158.

Igual a los otros pueblos que venían recorriendo desde Tepic, pasando por Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas, Juchipila era una ruina. La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. Casas cerradas y una que otra tienda que permanecía abierta eran como un sarcasmo para mostrar sus desnudos armazones, que recordaban los blancos esqueletos de los caballos diseminados por todos los caminos. La mueca pavorosa del hambre estaba ya en las caras terrosas de la gente, en la llama iluminosa de sus ojos, que, cuando se detenían sobre un soldado, quemaban con el fuego de la maldición. Los soldados recorren en vano las calles en busca de comida y se muerden la lengua ardiendo de rabia. Un solo fonducho está abierto y

156 Mariano Azuela, Los de Abajo, La novela de la Revolución mexicana, México, Aguilar, 1988, pp. 63-64. 157 Ibid., p. 78. 158 Este reparo en la idea de revolución como caos en la obra de Mariano Azuela lo debo a la sabia observación del doctor Saúl Jerónimo, quien me hizo ver que el desencanto que representaba Azuela en Los de abajo, era un desencanto que hacía una alusión negativa de los revolucionarios, de la “bola” como peyorativamente los llama.

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enseguida se aprieta. No hay frijoles, no hay tortillas; puro chile picado y sal corriente. En vano los jefes muestran sus bolsillos reventando de billetes o quieren ponerse amenazadores. –¡Papeles, sí! … ¡Eso nos han traído ustedes!... ¡Pos eso coman!... –dice la fondera, una viejota insolente, con una enorme cicatriz en la cara, quien cuenta que “ya durmió en el petate del muerto para no morirse de un susto”. Y en la tristeza y desolación del pueblo, mientras cantan las mujeres en el templo, los pajarillos no cesan de piar en las arboledas, ni el canto de las curracas deja de oírse en las ramas secas de los naranjos159.

Sin lugar a dudas en Mariano Azuela está presente la visión de un desencantado

que concibe a la Revolución como caos, como mera destrucción, vil relajo. Es el

heredero de una tradición que desde el siglo XIX plantea, en la literatura, una idea

sumamente negativa de la revolución a la que equipara con simple revuelta, y la

denuncia como inútil y nociva para el aparato social160. El mayor representante de esta

tradición es Emilio Rabasa, encumbrado positivista que en sus novelas formula la idea

de que toda revolución es destrucción, mero caos, en términos tales que resultaran

agradables a la ideología nacional.

En su tetralogía compuesta por La bola, La gran ciencia, El cuarto poder y

Moneda falsa, Rabasa –igual que los demás intelectuales de su época a quienes

corresponde justificar el régimen de Porfirio Díaz--, plantea “la necesidad concreta del

caso mexicano de sacrificar la libertad individual en razón de la `colectividad, de la ‘paz

social”. Para él, la acción armada, la revuelta, son totalmente estériles, infructuosas y

destructivas. Son un obstáculo para el desarrollo armónico de una sociedad estable y

pacífica como es la porfiriana161.

La arrastran tantas pasiones como cabecillas y soldados la constituyen; en el uno es la venganza ruin; en el otro una ambición mezquina; en aquel el ansia de figurar; en éste la de sobreponerse aun enemigo. Y ni un solo pensamiento común, ni un principio que aliente a las conciencias. Su teatro es el rincón de un distrito lejano; sus héroes hombres que, quizá aceptándola de buena fe, se dejan la que tenían, hecha jirones en los zarzales del bosque. El trabajo honrado se suspende; la garrocha se necesita para la pelea y el buey para alimento de aquella bestia feroz; los campos se talan, los bosques se

159 Ibid., pp. 110-111. 160 En el campo de la historia esta tradición de ver a la revolución como algo completamente negativo, se remonta a Lucas Alamán, quien hace una crítica severa de la Guerra de Independencia. 161 Carmen Ramos en Emilio Rabasa, Novelas mexicanas: La bola, La gran ciencia, El cuarto poder, Moneda falsa, México, Clásicos de la Literatura Mexicana, 1979.

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incendian, los hogares se despojan, sin más ley que la voluntad de un cacique brutal; se cosechan al fin lágrimas, desesperación y hambre. Y sin embargo, el pueblo, cuando reaparece este monstruo favorito a que da vida, corre tras él, gritando entusiasmado y loco: --¡Bola! ¡Bola!162

Porque para Emilio Rabasa, el científico porfirista encargado junto con otros de

justificar el orden y progreso de la sociedad porfiriana, estas revueltas o insurrecciones

de ningún modo deberían llamarse revolución: son simple bola. ¡Miserable bola!,

Desastre, destrucción y caos hijos de la ignorancia de los pueblos, castigo inevitable, vil

comedia burda. Y la bola es siempre regresión nunca progreso.

¡Y a todo aquello se llamaba en San Martín una revolución! ¡No! No calumniemos a la lengua castellana ni al progreso humano, y tiempo es ya para ello de que los sabios de la Correspondiente envíen al Diccionario de la Real Academia esta fruta cosechada al calor de los ricos senos de la tierra americana. Nosotros, inventores del género, le hemos dado el nombre, sin acudir a raíces griegas ni latinas, y le hemos llamado bola. Tenemos privilegio exclusivo; porque si la revolución como ley ineludible es conocida en todo el mundo, la bola sólo puede desarrollar, como la fiebre amarilla, bajo ciertas latitudes. La revolución se desenvuelve sobre la idea, conmueve a las naciones, modifica una institución y necesita ciudadanos; la bola no exige principios ni los tiene jamás, nace y muere en corto espacio material y moral, y necesita ignorantes. Es una palabra: la revolución es hija del progreso del mundo, y la ley ineludible de la humanidad; la bola es hija de la ignorancia y castigo inevitable de los pueblos atrasados163.

En el último tercio del siglo XIX, en México --como en otras partes del mundo-,

el supuesto tácito era que la paz y la estabilidad constituían la base para el progreso de

las sociedades. Sólo así podría aspirarse al arribo de valores más universales: la

pertenencia de la sociedad porfiriana a una civilización culta y erudita. Este supuesto

fue un legado de la teoría positivista cuyo impacto fue tan definitorio no sólo en el

pensamiento de finales del siglo XIX sino también para las corrientes de principios del

XX que concibieron a la revolución como caos.

162 Emilio Rabasa, op. cit., p. 89. 163 Ibid., p. 88.

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La rígida jerarquización comtista y el evolucionismo spenceriano moldearon la

conciencia de toda una época que en aras del orden y el progreso sacrificaba la libertad

por el bienestar de la paz social. Una pléyade de intelectuales conocidos como los

científicos fue la encargada de dar sustento a un régimen que amparado en la doctrina

de la selección natural aplicada a la sociedad, veía como un estado natural su

permanencia en el poder. Y cualquier indicio de rebeldía como un intento por subvertir

ese orden. Además, la larga experiencia de revueltas militares y políticas, como de gran

descontento social, había configurado un temeroso siglo XIX que veía a las

revoluciones, amenaza latente de la época, como el origen de toda destrucción.

Conciencia del fracaso de la revolución

La conciencia del fracaso de la Revolución que de alguna manera ya estaba

presente en Andrés Pérez Maderista, la primera obra en la que Mariano Azuela

representa su desencanto por el movimiento armado, es enunciada a profundidad en Los

de Abajo. Esta novela, escrita en 1916 –un año antes de que muchos de los ideales

revolucionarios se concretaran en la Constitución de 1917—, si bien es una excelente

pintura de la gesta revolucionaria, una representación de la “conciencia de que el

movimiento respondía a un anhelo nacional de redención de la inmensa mayoría de los

mexicanos”164 es también, con todo y su esencia épica, la enunciación más descarnada

del desvío de la revolución. Sólo basta asomarse a algunos de sus pasajes para constatar

lo dicho. He aquí uno de los diálogos entre dos personajes de la novela.

--Bah—prosiguió Solís ofreciendo asiento a Luis Cervantes--. ¿Pues desde cuándo se ha vuelto usted revolucionario? - Dos meses corridos. --¡Ah, con razón habla todavía con ese entusiasmo y esa fe con que todos venimos aquí al principio! -¿Usted las ha perdido ya? --Mire, compañero, no le extrañen confidencias de buenas a primeras(…) No comprendo cómo el corresponsal de El País en tiempo de Madero, el que escribía

164 Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, T. III, México, Aguilar, 1988, p. 17.

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furibundos artículos en El Regional, el que usaba con tanta prodigalidad el epíteto de bandidos para nosotros, milite en nuestras propias filas ahora. --¡La verdad de la verdad me ha convencido!, repuso enfático Cervantes. --¿Convencido?, Solís dejó escapar un suspiro; llenó los vasos y bebieron. ¿Se ha cansado, pues, de la revolución?—preguntó Luis Cervantes, esquivo. --¿Cansado?... Tengo veinticinco años y, usted lo ve, me sobra salud… ¿Desilusionado? Puede ser. --Debe tener sus razones. --Yo pensé una florida pradera al remate de un camino… Y me encontré un pantano. Amigo mío: hay hechos y hay hombres que no son si no pura hiel… Y esa hiel va cayendo gota a gota en el alma, y todo lo amarga, todo lo envenena. Entusiasmo, esperanzas, ideales, alegrías… ¡Nada! Luego no le queda más: o se convierte usted en bandido igual a ellos, o desaparece de la escena, escondiéndome tras las murallas de un egoísmo impenetrable y feroz. A Luis Cervantes le torturaba la conversación: era para él un sacrificio oír frases tan fuera de lugar y tiempo. Para eximirse, pues, de tomar parte activa en ella, invitó a Solís a que menudamente refiriera los hechos que le habían conducido a tal estado de desencanto. --¿Hechos..? Insignificancias, naderías: gestas inadvertidas para los más; la vida instantánea de una línea que se contrae, de unos ojos que brillan, de unos labios que se pliegan; el significado fugaz de una frase que se pierde. Pero hechos, gestas y expresiones que agrupados en su lógica y natural expresión, constituyen e integran una mueca pavorosa y grotesca, a la vez, de una raza… ¡de una raza irredenta!...165

De Andrés Pérez Maderista a la publicación de Los de Abajo, han pasado cinco

años, en todo este tiempo la revolución ha sufrido grandes y dolorosas derrotas, en

realidad parece no tener fin. A Mariano Azuela le toca ser un testigo del “grito de

borrachera de sangre humana que cundía por todas partes”: después del fugaz triunfo

del líder del Partido Antireeleccionista vino el inminente derrumbe de su gobierno y el

atentado brutal del que fue víctima. Luego de los asesinatos del presidente Madero y el

vicepresidente Pino Suárez, ocurridos en febrero de 1913 a manos de Victoriano Huerta,

Mariano Azuela, el otrora simpatizante del antireeleccionismo y confeso partidario de

Madero, es perseguido por sus enemigos y se ve orillado a incorporarse a las fuerzas

villistas de Julián Medina, rompiendo así su promesa de alejarse para siempre de toda

actividad política.

Sin duda, son sus experiencias militares, sus vivencias personales en los campos

de batalla, las que dan forma a su nueva novela sobre la revolución, la primera en

abordar el tema según algunos166. En Los de abajo, se da vida a otra etapa de la lucha

165 Mariano Azuela, Los de abajo, pp. 78-79. 166 Los de abajo es considerada por muchos estudiosos como la primera novela de la Revolución sin tomar en cuenta que el tema de Andrés Pérez Maderista, publicada en 1911, ya es la Revolución. El desconocimiento de Andrés Pérez Maderista, se debe, según Luis Leal, a la falta de un texto accesible. La primera edición, publicada en la Ciudad de México en 1911, en la Imprenta de Blanco y Botas, es tan escasa como la primera de Los de abajo publicada en El Paso, Texas, en 1915. Ésta, sin embargo, tuvo mejor suerte, ya que fue “descubierta” en 1924 y reeditada varias veces. La segunda edición de Andrés Pérez, sin embargo, no aparece hasta 1945, acompañada de los cuentos “Domitilo quiere ser diputado” y “De cómo al fin lloró Juan Pablo”. Sin embargo, la novela se da a conocer ampliamente hasta 1958

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revolucionaria, Madero y los maderistas han quedado atrás, sólo son una referencia

lejana de un movimiento campesino caudaloso y sangriento contra Victoriano Huerta –

el asesino y usurpador de Madero-- donde lo predominante son el caos, la cólera y el

afán de venganza. En Los de abajo, villistas y huertistas se enfrascan sin pudor en una

fiesta de sangre y confusión, y ellos son la bola, la miserable bola, la única protagonista

de esta nueva historia.

Al parecer, para Mariano Azuela la revolución ya no tiene remedio: ha

fracasado. Para él, el fracaso del villismo, o mejor dicho, el triunfo del carrancismo es el

fracaso de la revolución167. El otrora simpatizante de la Revolución, el hombre de

espíritu libre y generoso que a la primera clarinada de Madero colaborara gustoso en el

derrocamiento de Porfirio Díaz y el caciquismo, se ha convertido en un testigo crítico,

exigente, que le pide al movimiento revolucionario pruebas de verdadera utilidad y

efectiva redención. ¿Esto es la revolución?, parece preguntarse en sus novelas. Sí, esto

es, en esto se ha convertido, parece advertir a los lectores.

A Azuela, sugiere Castro Leal, “sus anhelos de renovación, largamente

acariciados, lo vuelven severo; se impacienta ante el largo y tortuoso camino que siguió

la Revolución durante los años de rivalidad entre las facciones que ambicionaban el

poder”. Su malestar por la lucha se verá reflejado en sus novelas. En Los de abajo,

cuenta cómo la gente del campo, cansada de arbitrariedades y atropellos, resuelve tomar

las armas contra el gobierno. En otra obra posterior llamada Los caciques (1917),

muestra como la revolución acaba con el antiguo orden social, entre frenéticas olas de

violencia, y en Las moscas, novela que publica en 1918, al mostrar las pintorescas

técnicas de campaña de los ejércitos revolucionarios, también da una visión

desesperanzada de la revolución.

Así se trate de paisajes bucólicos o gestas heroicas, violentas y confusas, en las

obras de Mariano Azuela “no brilla nunca una luz que alumbre la meta final. Azuela es

un testigo fiel, reproduce admirablemente la realidad, aun en la confusión y extravío de

aquellos años difíciles; pero no quiere aventurar ninguna esperanza respecto al resultado

final de esas luchas”168. A estas alturas Azuela sufre un total desencanto, y esos

sentimientos de incertidumbre, confusión y fracaso con que quiso “condensar en menos

de un centenar de páginas un aspecto del movimiento de Madero”, en Andrés Pérez,

cuando se recoge el texto en las Obras completas. (Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela precursora, op. cit., pp. 10-11). 167 Luis Leal, “Los de abajo: Lectura temática”, op. cit., p. 230. 168 Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, T. III, op. cit., pp. 15-16.

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Maderista, su primera novela de la revolución, se convirtieron en una constante en su

obra y en una calamidad a lo largo de su vida. Él mismo cuenta cómo se dio este

proceso de amargura:

Cuando, a mi regreso del Norte, después de la derrota y dispersión del villismo, me veía obligado a referir algunas de mis aventuras revolucionarias, instintivamente caía en el equívoco o en la ironía, escapando por sus veredas a las jeremiadas o lamentaciones del fracasado. Por pudor muchas veces tenemos que ocultar nuestras penas íntimas y cuando somos compelidos a expresarlas les ponemos un disfraz, que regularmente es el de la ironía. Esta es la razón de que las novelas que escribí en aquellos meses de amargura nacieran, crecieran y se acabaran, impregnadas de cierta mordacidad punzante. Mi derrota fue doble, había perdido también económicamente; mis ahorros de diez años consecutivos de trabajo se esfumaron y, sin ideales, en pleno desencanto tuve que enfrentarme y cumplir con un deber inmediato e inaplazable: la manutención de mi familia169.

Sin duda Los de abajo es la decepción inicial –más acabada-- del movimiento

revolucionario, decepción que después hubo de tornarse en novelas burlescas, amargas

caricaturas de los momentos políticos en que se desarrollaban. Sólo que habría que

hacer la observación de que estas críticas de Azuela no estaban dirigidas hacia las raíces

de la revolución sino contra los que habían desviado el movimiento. Él, critica las

teorías y a los líderes falsos que no hacen más que medrar con la lucha, pero sigue

creyendo en los principios fundamentales de la revolución170. “Mi encono es contra los

hombres y no contra la idea, los hombres que todo lo corrompen. Los excesos de la

gente de la revolución no justifican las del porfirismo”171.

Aunque algunos teóricos ubican a Mariano Azuela como un novelista

representativo de las aspiraciones históricas de la revolución172, otros cuestionan el

carácter social de dichas aspiraciones. A Ruffinelli, por ejemplo, llama la atención que

la decepción de Azuela es siempre de índole política o moral. Pues, “aunque habla

favorablemente de la necesidad de ‘modernizar’ a México, en ningún momento

documenta aspiración alguna a cambios radicales de tipo económico, lejos del proyecto

de ‘tierra y libertad’ que impulsara a un Zapata.

Ni siquiera su relación con las fuerzas villistas le permitieron avizorar los

programas sociales que, aun rudimentariamente, alentara el caudillo norteño… más

169 Mariano Azuela, “Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 288. 170 Jorge Ruffinelli, “La recepción crítica de Los de Abajo”, op.cit, p.199-200. 171 Mariano Azuela, “Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 294. 172 Jorge Ruffinelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, en op. cit., p. 207.

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bien, Azuela llegó a ver en el villismo a la banda desatada, la barbarie y la inconsciencia

que exhibe en Los de abajo”. De ahí que otros escritores le reprocharan haber visto los

árboles mas no el bosque , los episodios y los individuos y no los anhelos y las

limitaciones populares más allá de los accidentes173.

Tal es el caso de José Mancisidor, escritor marxista que contradice la visión de

Azuela, pues para él “la revolución no había sido sólo hurto, rapiña y anarquía. Fue, a

veces, esto: pero fue asimismo algo más. Por ello murieron millares y millares de

hombres que como yo, abandonaron a temprana edad comodidades, la paz en el hogar,

el trabajo cotidiano y la vida sedentaria, para construir un México mejor, una patria en

la cual el dolor y la alegría, la amargura y la fe, la pena y la felicidad lucharon en

condiciones iguales y en la que, quienes saliéramos con vida de la prueba de fuego,

supiéramos que nuestros esfuerzos no habían sido vanos y que, con nuestra sangre y

nuestros huesos, habíamos cimentado su futuro174.

Sin duda Mancisidor –señala Ruffinelli-- hablaba por sí mismo y también por

muchos lectores y escritores que admiraban a Azuela y a la vez querían establecer su

distancia frente al pesimismo de Los de abajo y al retrato negativo sobre las pasiones

del pueblo. “Leía Los de abajo, como la leyeron muchos mexicanos cuando ya no fue

posible ignorarla. Actor yo mismo en el escenario de la revolución mexicana, algo se

revolvió dentro de mí. Había en aquella novela que Azuela nos daba mucha verdad y no

poca mentira. De ahí que Los de abajo no fuera a mis ojos sino una realidad

fragmentada. Yo, que había vivido y vivía aún, junto al pueblo en armas, sabía a bien

que Demetrio Macías era, sólo, una parte de la verdad. Sí, yo había conocido, como

Azuela, a muchos Demetrios Macías, a muchos curros, a muchos Codornices, a muchos

Venancios, a muchos Anastasios… pero igualmente, yo había conocido a tantos

hombres como yo mismo: jóvenes metidos en el vendaval revolucionario por causas que

no eran las que Azuela, en Los de abajo, denunciaba”175.

Mancisidor ponía énfasis en la negativa: “No; la revolución no había sido sólo

hurto, rapiña y anarquía” –también había sido educación, reforma agraria, mejoras a los

obreros, justicia social— y en 1940 escribió una novela como respuesta: En la rosa de

los vientos, una versión positiva de Los de abajo. Según sus propias confesiones, él no

cayó en el error de darle a su novela una salida derrotista. “El último capítulo de ella es

173 Ibid, p. 212-213. 174 Carlos Monsiváis, op. cit., p.1010. 175 Jorge Ruffinelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, op. cit., p. 202.

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una promesa. Y aquel Canteado, trabajando la tierra al calor de las viejos canciones del

vivac, es una realidad que permite pensar en que el pueblo mexicano hallará, como

siempre, su camino”176.

Recordemos que en todas esas luchas heroicas y confusas representadas en Los

de abajo no brilla nunca una luz que alumbre la meta final. Y aunque Azuela es un

testigo fiel que reproduce admirablemente la realidad, aun en la confusión y extravío de

aquellos años difíciles, no quiere aventurar ninguna esperanza respecto al resultado de

esas luchas177. De ahí que la En la rosa de los vientos, la novela de José Mancisidor,

quiera ser el opuesto de la obra de Mariano Azuela, desde el punto de vista ideológico.

Según Jorge Ruffinelli, lo que a muchos molestaba como tábano era el hecho de

que la revolución popular de “los de abajo”, apareciese en la novela de Azuela como el

epítome de la barbarie y que los líderes guerrilleros como Demetrio Macías fuesen

llevados a ella por pasiones personales o por motivos oscuros que ni siquiera tenían

conciencia de ellos. Porque a través de sus obras, por caminos propios, Azuela parece

llegar a las mismas conclusiones de Luis Cabrera: “La revolución es la revolución”:

crueldad, saqueo, inconsciencia, inevitabilidad y violencia178.

Dicha representación ha llevado a los críticos del médico a señalar que la visión

misma de la revolución está obnubilada en Los de abajo, porque Azuela había tomado

partido en la novela, y el retrato feroz de los revolucionarios no los diferenciaba de

cualquier banda de forajidos. Esto resultaba inaceptable para una visión progresista de

la revolución, para una perspectiva marxista como era la de Mancisidor179.

Y también para la de Victoriano Salado Álvarez, quien molesto por la

representación que Azuela hiciera de la revolución y sus hombres, reprochaba: “Pero

esta novela no es revolucionaria porque abomina de la revolución; ni es reaccionaria

porque no añora ningún pasado y porque la reacción se llamaba Francisco Villa cuando

la obra se escribió. Es neta y francamente nihilista. Si alguna enseñanza se desprende de

ella (y Dios quiera no tenga razón al asentarlo) sería que el movimiento ha sido vano,

que los famosos revolucionarios conscientes y de buena fe no existieron o están

arrepentidos de su obra y detestándola más que sus mismos enemigos”180.

176 Ibid. 177 La novela de la revolución mexicana, T. III, pp. 15-16. 178 Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, op. cit., p. 1010. 179 Ibid. 180 Ibid., p. 191.

62

A Azuela, que desde los días del presidente Madero se había formado un

concepto de la Revolución, una visión de sus ideales y de cómo debía portarse el

mexicano ante ello, las críticas a su obra no le provocaban ningún extrañamiento: “¡Qué

de extraño habría de parecerme entonces que cuando en mis libros señalé aquellas

lacras, se me marcara con el hielo candente de reaccionario!181 Los rateros y los

asesinos no han podido encontrar defensa mejor que esa palabra hueca”182. Él, después

de su larga experiencia personal en las trincheras, con todo y su desencanto se seguía

declarando revolucionario:

Fui revolucionario y no me arrepiento. Mi rebeldía es congénita y por consiguiente incurable. Me halaga esta frase de Franz Werfwl: el que se declara satisfecho porque su partido llega al poder, y se contenta con arrastrarse bajamente ante los principios abstractos de su partido o de su clase, es un arribista interesado, pero no un revolucionario”. Cuando a raíz del triunfo de la revolución señalé con absoluta claridad y energía la aparición de una nueva clase de ricos, los falderillos que recogen las migajas de la mesa me ladraron señalándome como reaccionario. Mi culpa, si culpa puede llamarse, consiste en haber sabido ver entre los primeros lo que ahora todo el mundo está mirando y de haberlo dicho con mi franqueza habitual183.

Su culpa, lo sabía Azuela, era haber señalado antes que nadie el desvío de la

revolución. Era, según él, haber cumplido con su función de escritor representando el

malogro del movimiento iniciado por Madero. “Pienso que en determinados momentos

de la vida de un pueblo la abstención del individuo no sólo es cobarde sino criminal”184.

A pesar de su simpatía con la revolución, Azuela nunca quiso abstenerse, y a muy

temprana hora, en 1911, su visión realista lo hace un testigo crítico que exige al nuevo

movimiento revolucionario pruebas de verdadera utilidad y de efectiva redención.

Sus anhelos de renovación, largamente acariciados, lo vuelven severo; se

impacienta ante el largo y tortuoso camino que siguió la revolución durante los años de

181 Durante el carrancismo, la palabra reaccionario con que se calificaba a todo aquel considerado como enemigo de la causa, llegó a adquirir proporciones de tal naturaleza, que todo el mundo la tenía como una sentencia de muerte. A lo largo de la revolución, habría muchos reaccionarios, incluso así se les llamaría a aquellos que aún siendo revolucionarios criticaban a la revolución. Fue reaccionario Azuela, Martín Luis Guzmán, Vasconcelos, Luis Cabrera, Manuel Gómez Morín, entre otros. 182 Mariano Azuela, “Los de abajo”, en Jorge Ruffinelli, op. cit., p. 289. 183 Ibid., p. 294. 184 Jorge Ruffinelli, “La recepción crítica de Los de abajo”, op. cit., p. 210.

63

rivalidad entre las facciones que ambicionaban el poder185 y termina por volverse un

desencantado, no de la revolución en sí sino del camino que ha seguido la lucha, de los

hombres que participan en ella y del malogro de sus ideales. Azuela se convierte en un

crítico del espectro político e histórico, que igual que el Demetrio Macías de su novela,

parece preguntarse: ¿Hasta cuándo acabará la violencia de la revolución?... Y ante el

futuro incierto, Azuela vuelve su mirada desencantada a esa revolución primigenia, la

maderista, a la que originalmente unió sus sueños, y que con amargo dolor desea

rescatar del terrible abismo del fracaso.

185 La novela de la revolución mexicana, T. III, p. 15.

64

Capítulo II. La tragedia cotidiana de la revolución

Sin duda, los primeros desencantados de la revolución fueron fundamentalmente

“revolucionarios”, es decir, hombres que participaron en el movimiento porque

creyeron que éste inauguraba el siglo XX como el siglo de la esperanza. Al ser hijos de

una revolución que anunciara grandes cambios en la sociedad, basados en el reino de

la justicia y la igualdad, su fe en ella pronto se convirtió en una experiencia de

desencanto ante el espectáculo de violencia y gran crueldad que desfilaba ante sus

ojos. Si por un lado la revolución exaltaba la libertad, por el otro, la muerte sin piedad

reclamaba sus fueros. Esto lo supo muy bien Martín Luis Guzmán a quien le tocó

vivirla y presenciarla, ser parte de ella como lucha armada y como gobierno, pero

también cuestionarla y rebelarse contra sus excesos. La postura crítica que el escritor

asumiría en sus obras de alguna manera lo convirtió en uno de los protagonistas del

desencanto de la Revolución. Basta ver la representación que hace del movimiento

armado, donde este es concebido además de caos y destrucción, como vil tragedia, y de

la revolución convertida en gobierno, a la que considera una simple continuación de la

barbarie.

¿De qué abismo quería salvar Mariano Azuela a la revolución? Según él, del

profundo abismo del fracaso. Ante el inminente desvío del movimiento maderista,

Azuela advierte, denuncia, critica. Recrea la revolución que le tocó vivir y reflexiona

sobre el suceso histórico en el que fincó sus esperanzas. En esto se ha convertido la

revolución, parece decir, ¿hacia dónde va ahora todo esto? He ahí su advertencia.

Mariano Azuela, el escritor, el novelista, es el gran visionario, el gran desencantado que

se atreve a decir la verdad de la revolución: la otra verdad que su compromiso con la

realidad inmediata lo obliga a expresar como protagonista y espectador de los sucesos

que relata, a pesar de que esa realidad no corresponda al ideal.

Sin duda, los revolucionarios de todas las facciones trataron de mejorar las

condiciones en que vivían campesinos y obreros. Esto, claro, durante los primeros años

de la revolución, o lo que se ha hecho en llamar los años de lucha armada que van de

1910 a 1916. Sin embargo, en este periodo muchas de estas buenas intenciones

65

quedaron sólo en eso, en buenas intenciones, y gran parte de los postulados

revolucionarios no fueron más allá del papel. La mayoría de los líderes de la revolución

se olvidaron al triunfo de lo prometido, otras veces la realidad mexicana les impedía

llevarlo a cabo. No sólo fue Madero, el iniciador del movimiento contra Díaz, quien

postergó el cumplimiento de su programa revolucionario186.

El Plan de San Luis fue el primero en “dejar pendientes las reformas sociales,

económicas y políticas que los maderistas habían prometido a la nación. Además de que

dejó intacta la maquinaria administrativa, el poder judicial y el ejército porfirista; ‘la

crema de los conservadores’ siguió manejando los grandes negocios y Madero quedó

atrapado en las `garras del régimen vencido”187. Esto decepcionó a muchos seguidores

que creían que la Revolución acabaría con la vieja oligarquía --entre ellos Azuela—y en

especial a los revolucionarios del sur que, encabezados por Emiliano Zapata, abrigaban

la esperanza de que los pueblos de Morelos recuperarían sus derechos sobre las tierras y

aguas que durante el porfiriato les fueron arrebatadas por los terratenientes cultivadores

de caña.

Al parecer, para Francisco I. Madero la Revolución no significaba “un cambio

violento y definitivo de un sistema por otro”, sus pretensiones eran más modestas, su

lema condensará lo que para algunos no será gran cosa: “Efectividad del Sufragio y No-

Reelección”. Es bien sabido que la postura de Madero de no querer cambiar el orden

sino sólo destronar al tirano, no acabó con el descontento nacional. Las medidas que se

tomaron contra la injusticia social “no fueron suficientes y surgieron rebeliones que

exigían reformas inmediatas y, puesto que la riqueza del país era principalmente

agrícola, la lucha básicamente se enderezó contra los terratenientes”188. Es así como

surge con mayor fuerza el zapatismo y su Plan de Ayala.

Los zapatistas, dice John Womack, eran “unos campesinos que no querían

cambiar y que, por eso mismo, hicieron la revolución”189. El levantamiento del sur era

un movimiento que propugnaba por la vuelta al origen; pedía la devolución de la tierra y

su repartición. Era un levantamiento popular contra un sistema injusto, cuyo propósito

era restaurar el tiempo original, “el momento inaugural del pacto entre iguales”, como

sugiere Octavio Paz. Su programa, tradicional y revolucionario, concentrado en tres

186 Este es uno de los señalamientos que harán a Madero sus detractores, entre ellos Emiliano Zapata y Luis Cabrera, sobresaliente teórico y crítico de la Revolución. 187 Berta Ulloa, “La lucha armada (1911-1920)”, Historia general de México, México, Colmex, 1998, p. 1085. 188 Berta Ulloa, op. cit., p. 1097. 189 John Womack, Zapata y la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 2000, p. XI.

66

palabras: Tierra y Libertad, reivindicaba la reforma agraria y era una clara denuncia

contra los gobiernos que incumplían las promesas de la revolución.

En el aspecto político, a Azuela le había tocado vivir en carne propia el

incumplimiento de las promesas de la revolución maderista. En su natal Lagos de

Moreno, al triunfo de Madero, seguían gobernando los mismos viejos porfiristas. Para

entonces nada había cambiado. El desaliento fue mayor con la muerte de Madero, sin

embargo la renuncia de Huerta alimentaba de nuevo la esperanza, al parecer la

revolución había triunfado, lo único que faltaba era establecer un gobierno y decretar las

reformas sociales y económicas en que todos habían tenido tiempo de pensar.

Pero ¿cuál de los caudillos revolucionarios iba a ser la cabeza? Los jefes no

lograron ponerse de acuerdo, y de nueva cuenta advino el desastre de la bola: los

revolucionarios peleando contra sí mismos enfrascados en una caótica lucha

interminable. Sin duda, la revolución se había desviado. El triunfo del Primer Jefe y la

inminente derrota del villismo terminan por darle a Azuela la medida cabal del fracaso

de la revolución. Otros, en cambio, bajo la lógica de que el triunfo completo de la

revolución es la destrucción de los caudillos rivales, proclaman el fin de la lucha armada

y la concreción de sus ideales.

El curso del movimiento

Al triunfo de Carranza, el 1 de diciembre se instala en Querétaro el Congreso

constituyente que termina sus trabajos el 31 de enero de 1917. El 5 de febrero es

promulgada una constitución que instauraba un “nuevo orden”. En el texto, inspirado en

el espíritu de progreso y reformas de la constitución liberal de 1857, quedaron

plasmadas muchas de las ideas que motivaron la revolución, destacando un marcado

contenido social y de fortalecimiento del Estado. En la Constitución de 1917 se

incorporaron normas que satisfacían a la revolución como solución de los más

importantes problemas sociales agrarios políticos, de recursos naturales, prestaciones

obreras, limitaciones a la propiedad de extranjeros, educación y cultos190. Entre sus

artículos relevantes se encontraban el 123 que se preocupaba por los derechos de los

190 Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, T. 1, p. 23.

67

trabajadores y el 27 que establecía que el subsuelo era de la nación: las aguas, el

petróleo, minerales y demás recursos naturales191.

La constitución de 1917 era una síntesis de los objetivos que la facción

revolucionaria triunfante proponía como marco institucional para el nuevo sistema, en el

que formalmente prevalecieran las reglas de los sistemas democráticos. Sin embargo,

pronto la práctica demostró que el esquema formal no era el que funcionaba en la

realidad. Como sugiere el historiador Lorenzo Meyer, las fuerzas desatadas por la

revolución no pudieron ni siquiera circunscribirse a las reglas constitucionales, entre

otras razones porque al haberse eliminado a las opciones no revolucionarias por la vía

de las armas no quedó ningún contendiente que pudiera darle a las elecciones su

verdadero significado: una alternativa para el elector192.

Fue así como Carranza en 1920 --llevado quizá por la certeza de que la etapa

militar de la revolución así como la estela de rivalidades de los caudillos

revolucionarios habían terminado193--, no supo resistir la tentación de imponer a su

candidato por medio del fraude. Su actitud causó de nuevo la violencia, a la cual no

llegó a sobrevivir porque fue asesinado en el tren que lo llevaba al exilio. Carranza,

como antes de él Francisco I. Madero, se mostró incapaz de imponer un nuevo modelo

de gobierno y poder. Aunque los principios fundamentales estaban en la Constitución de

1917, faltaban las leyes reglamentarias que los llevaran a la práctica.

De 1916 a 1920 se había vivido un cambio importante en la historia mexicana:

acabó el periodo bélico, el país ingresó paulatinamente en la institucionalidad, y las

pasiones dejaron paso a una más pautada reflexividad. Pero en 1920, con el asesinato de

Carranza, de nueva cuenta México experimentaría el derramamiento de sangre. Si bien

es cierto que en mayo de 1920 terminan otra vez las luchas revolucionarias, no pasa lo

mismo con el estado de inquietud y desequilibrio, de anarquía y caudillismo creado por

la revolución.

En este contexto trágico de la revolución, Álvaro Obregón y la facción

sonorense lograrían redefinir el movimiento revolucionario: toca a ellos llevar a la

191 Jesús Gómez Fregoso, La historia según Chuchín. Perspectivas de una vida, México, Iteso, 2003, pp. 241-242. 192 Lorenzo Meyer, Historia general de México, México, Colmex, p. 832-833. 193 De los grandes caudillos populares de la década, Emiliano Zapata ya había muerto —asesinado por un agente de la facción en el poder— cuando cayó Carranza; y Pancho Villa, se encontraba reducido al caudillaje local.

68

realización los nuevos preceptos de la constitución de 1917194, pero también convertir la

revolución en una lucha cruel y sangrienta, dentro de los límites, claro, de la legalidad.

Así, durante una década, en nombre de los ideales de la Revolución, los caudillos

sonorenses recurrirán “justificadamente” a la violencia para acabar con los

reaccionarios, los enemigos de su progreso. En este contexto, también, se alzarán voces

críticas de antiguos revolucionarios.

Al respecto, Antonio Castro Leal plantea que “los cambios tan radicales que

diez años de revolución introducen en la vida mexicana crean una realidad nueva e

insospechada que impresiona profundamente a todos y que se impone como tema de

composición a los que tenían instintos literarios”. Es así como surge una literatura en la

que se denuncia a los que olvidan sus convicciones, a la vez que descubre la desgracia

de un pueblo que se ha levantando desde la servidumbre hasta el libertinaje, desde la

ilegalidad hasta la Constitución de 1917; a un movimiento cuyas reivindicaciones se

extreman en venganzas y a masas desenfrenadas que se forjan en la lucha los principios

que las guían. La revolución será vista como un movimiento unánime y violento que –

dueño ya de la situación— retarda el triunfo y la organización final mientras se

despedazan los caudillos rivales impulsados por la ambición de poder195.

Crítica al caudillismo

En 1929, la tragedia cotidiana en la que se convierte la revolución es

representada de manera magistral por Martín Luis Guzmán en La sombra del caudillo,

novela en la que se narran los sucesos de la matanza de Huitzilac, Morelos, en la que

Francisco R. Serrano y un grupo de simpatizantes perdieron la vida en una forma trágica

a manos del régimen revolucionario. La obra en la que se muestra la cruda realidad del

caudillismo posrevolucionario, es una clara denuncia de las contradicciones del estado

emanado de la revolución: un estado fundado en la idea de que la revolución era un

194 El grupo de Agua Prieta, heredero del legado carrancista, sostendría a partir de 1920 como propia la bandera agrarista. La retórica oficial de la época se encuentra llena de alusiones al origen campesino de la lucha revolucionaria que acababa de concluir y a la legitimidad de la demanda de “tierra y libertad”. (Lorenzo Meyer, Historia general de México, p. 838-839). 195 Antonio Castro Leal. Op.cit. pp. 17 y 18.

69

paciente movimiento continuo hacia lo Mejor, aunque hubiera que quitar a la fuerza los

obstáculos del camino. En México, es bien sabido, “los presidentes se hacen a balazos”.

La acción directa está al alcance de nuestra mano; usémosla, usémosla con valor, es decir, seamos de ella sordos a esos escrúpulos que hacen siempre despreciable la conducta de los reaccionarios… ¿No es verdad que la salvación de la República y de la obra revolucionaria estriba en que el poder personificado del Caudillo pase íntegro al general Hilario Jiménez? Sí es verdad. ¿No es verdad que la reacción aguirrista, encarnada en dos docenas de traidores, es la única barrera que se nos opone? También es verdad. Entonces, señores, aplastemos la reacción una vez más; suprimamos de un golpe esas dos docenas de traidores, ya que actos así son propios e inevitables en cuantos traemos a cuestas el enorme fardo de la pureza revolucionaria. ¡Qué le vamos a hacer! Cada dos años, cada tres, cada cuatro, se impone el sacrificio de descabezar a dos o tres docenas de traidores para que la continuidad revolucionaria no se interrumpa. Puestos a ello estamos otra vez, y nuestro deber nos manda, como antes de ahora, obrar rápidamente y con rigor extremo196.

La novela de Martín Luis Guzmán, por ser tan reveladora fue censurada; los

personajes resultaban perfectamente identificables con políticos mexicanos: El caudillo

es Álvaro Obregón; Hilario Jiménez –ministro de Gobernación-- es Plutarco Elías

Calles; Ignacio Aguirre—ministro de la Guerra--, una mezcla de Adolfo de la Huerta y

del General Francisco Serrano, quien fue asesinado en 1927 por rebelarse ante Obregón.

Aquí es prudente señalar que en La sombra del caudillo, Guzmán funde dos momentos

de la historia de México, dos periodos consecutivos de la transmisión del poder en el

régimen revolucionario.

El general Aguirre tiene la persona, los títulos y la muerte (en 1927) de

Francisco Serrano, ministro de Guerra en el gobierno de Calles, que quiso suceder a éste

en contra de la decisión que había tomado su antiguo jefe –Obregón-- de reelegirse. En

cambio las vicisitudes de la postulación del general Aguirre como candidato a la

presidencia pertenecen grosso modo a Adolfo de la Huerta, ministro de Hacienda en el

gobierno anterior, el de Álvaro Obregón. Serrano era, en efecto, general; De la Huerta

nunca fue militar, pero sí encabezó una rebelión militar en contra del gobierno. A

196 Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, La novela de la Revolución mexicana, T. 1, México, Aguilar, 1988, p. 495.

70

Serrano no lo dejaron llegar tan lejos y lo mataron en la carretera de México a

Cuernavaca197.

Asimismo en la historia de Guzmán son identificables otros personajes de la

vida política mexicana. Por ejemplo, el general Protasio Leyva –nombrado por el

Caudillo, tras la renuncia de Aguirre, jefe de operaciones en el Valle, y partidario de

Jiménez—es el general Arnulfo Gómez. Emilio Olivier Fernández—agitador político y

líder del Bloque Radical Progresista de la Cámara de Diputados—es Jorge Prieto

Laurens. Encarnación Reyes—general de división y jefe de las operaciones militares en

el estado de Puebla—es el general Guadalupe Sánchez. Eduardo Correa—presidente

municipal de la ciudad—es Jorge Carregha. Jacinto López de la Garza—consejero

intelectual de Encarnación Reyes y jefe de su estado mayor—es el general José

Villanueva Garza.

Ricalde—líder de los obreros partidarios de Jiménez—es Luis N. Morones.

López Nieto—líder de los campesinos; partidario también del ministro de

Gobernación—es Antonio Díaz Soto y Gama198. Todos los personajes de la novela

tienen correspondencia con actores del régimen, a excepción de Axcaná González,

personaje de ficción, el único inventado, que en la historia hace las veces de hombre

honrado y que representa en la novela la conciencia revolucionaria. Es una especie de

alter ego de Guzmán, cuya función es procurar que el mundo ideal cure las heridas del

mundo real.

Estos hombres de los que se habla en La sombra del caudillo son los

protagonistas de uno de los episodios más sangrientos de la Revolución, de una tragedia

que hacía evidente la falta de democracia en el país, la corrupción de la política

mexicana, así como la crueldad de un estado posrevolucionario vencido por un

ambiente de inmoralidad y mentira que él mismo había creado.

En el campo de las relaciones políticas la amistad no figura, no subsiste. Puede haber, de abajo arriba, conveniencia, adhesión, fidelidad; y de arriba abajo, protección afectuosa o estimación utilitaria. Pero amistad simple, sentimiento efectivo que una de igual a igual, imposible. Esto sólo entre los humildes, entre la tropa política sin nombre. Jefes y guiadores, si ningún interés común los acerca, son siempre émulos envidiosos, rivales, enemigos en potencia o en acto. Por eso ocurre que al otro día de abrazarse y

197 Jorge Aguilar Mora, “El fantasma de Martín Luis Guzmán”, Fractal, num. 20, enero-marzo-2001, año 5, vol. VI, pp.47-76. 198 Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, México Porrúa, 1994, p. 66.

71

acariciarse, los políticos más cercanos se destrozan y se matan. De los amigos más íntimos nacen a menudo, en política, los enemigos acérrimos, los más crueles199.

Cuando en 1929 La sombra del caudillo llega a México luego de ser publicada

en España, hizo enfurecer a Calles, pues lo que en la novela se mostraba era un cuadro

preciso de su presidencia, de los métodos y las formas sangrientas auspiciados por su

gobierno ante la lucha por el poder. A los revolucionarios mexicanos no

les gustó verse retratados y quisieron censurar la publicación. El mismo Martín Luis

Guzmán relata lo sucedido con su novela:

Cuando llegaron a México los primeros ejemplares de La sombra del caudillo, el general Calles se puso frenético y quiso dar la orden de que la novela no circulara en nuestro país. Genaro Estrada intervino inmediatamente e hizo ver al Jefe Máximo de la Revolución que aquello era una atrocidad y un error. Lo primero, por cuanto significaba contra las libertades constitucionales y lo segundo, porque prohibida la novela circularía más200.

Gracias a la intervención de Genaro Estrada la novela pudo circular en México.

Sin embargo el gobierno y la editorial española que publicó la obra (Espasa-Calpe)

llegaron a un acuerdo: no se le cerraría su sucursal mexicana ni tampoco serían

expulsados sus representantes del país si se comprometía a no publicar, en lo sucesivo,

ningún libro de Martín Luis Guzmán, cuyo asunto fuera posterior a 1910. En Madrid, la

editorial se vio obligada a cambiar el contrato en virtud del cual el mexicano tenía que

escribir cierto número de capítulos al año, y el cambio se hizo de acuerdo con el

requisito impuesto por Plutarco Elías Calles201. El otrora revolucionario que estuvo en

contacto o formó parte de los diversos grupos que tuvieron en sus manos la dirección

del movimiento, era señalado en 1929 por su crítica a la revolución.

199Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo., p. 450. 200 Emmanuel Carballo, op. cit., p. 67. 201 Ibid.

72

Martín Luis Guzmán y la revolución

Martín Luis Guzmán nace el 6 de octubre de 1887, en Chihuahua. En diciembre

de 1910 su padre, que era coronel del ejército federal, es herido en un encuentro con los

rebeldes y poco antes de morir confiesa a su hijo que la justicia asiste a los insurrectos.

En mayo de 1911, cuando Porfirio Díaz abandona la ciudad, Guzmán participa en las

manifestaciones maderistas que fueron balaceadas en la Plaza de la Constitución.

Ingresa entonces al Partido Constitucional Progresista y también al Ateneo de la

Juventud, academia literaria fundada en octubre de 1909 por Pedro Henríquez Ureña,

Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes y otros jóvenes.

Como parte del maderismo triunfante, en 1912 ocupa, junto con el Presidente

Madero y el diputado Luis Cabrera, la tribuna con motivo de la colocación de la primera

piedra del monumento a Aquiles Serdán. En su papel de orador, reflexiona sobre la

pertinencia de la revolución de 1910. Para él, “sólo en la forma en que los hechos

acontecieron era viable y eficaz la tentativa revolucionaria”. Porque en el país se

“necesitaba una fuerza heroica, destructora de la organización y del vicio, y otra fuerza

igualmente heroica que, en lucha con la anterior, comenzara a construir, sobre

fundamentos de universal aceptación y de ética inconmovible, algo estable que

permaneciera en pie para cuando lo desorganizado y vicioso se derrumbara totalmente”.

Ambas fuerzas, aunque antagónicas tenían la cualidad de hacer derivar de ellas el

carácter excepcionalmente fecundo y lleno de promesas de la Revolución202.

Promesas que aunque no se habían cumplido, debían mantenerse vivas. Porque

si bien era cierto que las revoluciones eran acontecimientos contrarios al orden regular

de los hechos –incomparables con una evolución acelerada--, debía reconocerse en ellas

su función de preparar el camino para dicha evolución. Del movimiento de 1910 debía

reconocerse –decía Guzmán—su carencia de gobierno, su falta de hombres, su

ineficacia inmediata, pero también sus virtudes203. Porque aunque las misiones que le

estaban encomendadas: la renovación, organización y conservación de las instituciones

de todo orden no se habían realizado, los ideales seguían vivos y serían alcanzados

202 Martín Luis Guzmán, “Federales y revolucionarios”, en Obras completas I, México, FCE, 1984, p. 113. 203 Para Guzmán, la dictadura, aunque propicia a hombres ineptos e inmorales, tuvo la virtud de apoderarse de todo lo que significaba aptitud y talento, que cuando la Revolución sobrevino se encontró sin hombres. Y esto fue motivo de fracaso para el movimiento armado. (Ibid., p. 114).

73

cuando en torno al gobierno se agruparan todos los hombres de talento y saber204. Para

Guzmán, en 1912 la revolución era un sentimiento nacional que trataba de orientarse.

Al año siguiente, a Martín Luis Guzmán le toca comprobar que el movimiento

renovador aún estaba lejos de dicha orientación. En febrero de 1913, Madero, el

“apóstol del civismo y la verdad” fue asesinado por Victoriano Huerta, quien usurpa el

poder. Contra el presidente se habían confabulado “la pasión de mentir y la de adular”

de las clases dirigentes que rezumaban despecho y odio. El crimen era la consecuencia

lógica de la falta de “un esfuerzo dirigido a extirpar de los espíritus el miedo cívico ni la

proclividad a la mentira deformante de la política y a la adulación”205.

Tras la muerte de Madero, el héroe, el hombre que pudo salvar a México y cuya

obra fue incomprendida206, Guzmán huye de México y cruza los Estados Unidos para

unirse a los revolucionarios en el norte de la república. Antes de lograrlo vive un largo

peregrinar. En mayo, intentando llegar a terreno constitucionalista, viaja junto con

Alberto J. Pani de México a Veracruz, y de ahí embarca rumbo a Nueva York. Pero

regresa pronto por agotamiento de fondos. En septiembre realiza un segundo intento,

ahora sí exitoso, que comprende la ruta Veracruz-La Habana-Nueva Orleáns-San

Antonio, donde se encuentra con José Vasconcelos. De ahí cruza la frontera y se dirige

a Chihuahua207.

En su recorrido Guzmán se enfrenta al mismo problema al que tuvo que hacer

frente Azuela, tras su decisión de luchar contra la usurpación huertista. La disyuntiva

que lo acompañará hasta el día de su defección es ¿al lado de quién pelear? ¿Carranza,

Obregón o Villa?208 Sin imaginarlo, Guzmán tendrá la oportunidad de escoger su

destino después de luchar al lado de los tres. En noviembre de 1913, es adscrito al

Estado Mayor de las fuerzas del general Ramón F. Iturbe en Sinaloa, a comienzos de

1914 estuvo con Álvaro Obregón en Sonora y para marzo se encuentra en su tierra natal

al servicio de Francisco Villa con quien alcanza el grado de coronel.

204 Ibid. Curiosamente este será también el ideal de José Vasconcelos. 205 Martín Luis Guzmán, “El mal ejemplo de la universidad”, A orillas del Hudson, en Obras completas 1, op. cit., pp. 37-38. 206 Martín Luis Guzmán, “Francisco I. Madero”, A Orillas del Hudson, op. cit., pp. 40-41. 207 Guzmán/Reyes. Medias palabras. Correspondencia. 1913-1959, México, UNAM, 1991, p. 32. 208 Recuérdese que el dilema de Azuela se encuentra entre Carranza y Villa, entre las opciones del autor de Los de abajo nunca se contempla a Obregón, esto claro porque a diferencia de Guzmán, que se desplaza a la frontera para unirse a los revolucionarios, Azuela se decide a esperar su paso por su natal Jalisco.

74

Luego del enfrentamiento entre Carranza y Villa se decide por éste último y en

septiembre de 1914, es aprehendido con otros villistas por orden del Primer Jefe209. De

nuevo libre, Guzmán asiste a la Convención de Aguascalientes y se suma a los acuerdos

de ésta. Al formarse el gobierno convencionista de Eulalio Gutiérrez lo acompaña a la

Ciudad de México, y cuando éste rompe con Villa, Guzmán, entre la espada y la pared,

decide salir voluntariamente del país210. Al parecer, su dilema ha hecho crisis. Ante

Villa Guzmán aduce sus razones. Una personal:

…reflexionando ahora cómo son ya enemigos suyos todos los hombres de mi preferencia. Lucio Blanco es su enemigo, mi general, y José Isabel robles y Eulalio Gutiérrez, y Antonio I. Villarreal; y ciertamente no quiero yo pelear contra ellos, de la misma forma que no considero pelear contra usted211.

Y otra, al parecer, ideológica. Dice a Villa: esa “nueva lucha no es ya la lucha

por nuestra causa, sino la lucha por lo que se nombran los poderes del gobierno”212. El

principio de lealtad que lo apartaba de todos los bandos, lo determina a sacrificarse e

irse del país. La facciosa disputa por el poder revolucionario obliga a Martín Luis

Guzmán a su primer exilio: España vía Estados Unidos –y Nueva York vía Madrid213.

Da inicio su desenfrenado huir, después seguirá huyendo para escapar de sí. 214

209 Sobre las detenciones ordenadas por Carranza, Martín Luis Guzmán cuenta: “Al día siguiente de nuestra aprehensión fueron detenidos también, y recluidos en la Penitenciaría otros políticos más o menos ligados –o que por tal se le estimaba—con los grupos disidentes de Sonora, Chihuahua y Sinaloa; se aprehendió a Luis G. Malváez, a don Manuel bonilla, a Abel Serratos, a Enrique C. Llorente, a su hermano Leopoldo, y, dos o tres días después, al licenciado José Ortiz Rodríguez y al periodista (entonces director de ABC) Luis Zamora Ploves, Carranza, por lo visto, se aventuraba ya, sin titubeos, por la amplia señuela autocrática, tan irresistible para ciertos salvadores y libertadores de México”. (Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, La novela de la revolución, T. I, México, Aguilar, p. 346) 210 Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 33; Antonio Castro Leal, p. 203. (Creo). Es interesante la versión que da José Vasconcelos sobre la postura de Martín Luis Guzmán ante la ruptura del gobierno de la Convención con Villa. Vasconcelos asegura que Guzmán no apoyó al gobierno legítimo de la Convención y prefirió refugiarse con Villa. 211 Martín Luis Guzmán, Memorias de Pancho Villa, Obras completas, t. II, p. 922. 212 Ibid. 213 Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 34. 214 Esta es la confesión que hace Guzmán a Alfonso Reyes, su antiguo compañero del Ateneo, mientras se encuentra en el norte del país luchando al lado de los revolucionarios. Dice: “Por mi desgracia, soy el preconizador de la vida atélica, desinteresada y espectacular, y creo con Heráclito en el desenfrenado huir de la existente, en el simbolismo del fuego, en el cual todo se transforma para convertirse en nada: mi horror a la finalidad me hace incongruente e imprevisor; mi amor a la espectacular me ha vuelto holgazán. (...) Pero es el caso que no soy feliz (…) Huí de México, entre otras cosas por huir de mí; y aquí

75

Sobre la distancia que Martín Luis Guzmán marca con respecto a la revolución,

hay dos versiones que de alguna manera contradicen las razones que éste dice haber

argumentado ante Villa. Una, planteada por Alfonso Reyes, asegura que cuando

Guzmán llega a Madrid, lo hace como agente de Pancho Villa, y “hasta publicó un

número único de cierto boletín de noticias, claro, que con el ánimo de ‘taparle el ojo al

macho’, puesto que poco a poco se fue desligando de aquello”215. La otra, más dura,

pertenece a José Vasconcelos, y en esta se le presenta como un desertor por convenio.

Según Vasconcelos, Guzmán sale del país previo pacto con Villa de abandonar a los

convencionistas --con quienes ya se había comprometido--, y es recompensado por

ello.216

Cierto o no, el triunfo de Carranza, tras el derrumbe del gobierno

convencionista, obliga a Guzmán a prolongar su destierro, ahí da rienda suelta a un

sinnúmero de reflexiones sobre la realidad mexicana. En diciembre de 1915, en Madrid

es publicado el primer libro de Guzmán, La querella de México, donde reflexiona sobre

los problemas de la vida política del país que lo orillaron al exilio, de la Independencia a

la Revolución, a la que considera desgarrada por la lucha entre facciones217.

La querella de Guzmán

En su primera obra, La querella de México, Martín Luis Guzmán se da a la tarea

de estudiar, en el exilio, a la luz de la historia, las cuestiones palpitantes de México y las

principales figuras de la última revolución218. Lo hace queriendo identificar lo que

durante aquellos años sacudió y angustió su ánimo más hondamente: el origen de los

males de la nación mexicana. Para él es imperativo ubicar primero los problemas

fundamentales para de ahí partir hacia la verdadera solución. ¿Qué ha pasado con

México, desde sus primeros días como nación independiente hasta la época actual de la

revolución?, es la pregunta que ocupa los razonamientos de Guzmán.

llevo una vida noble, intensa y salvaje…” (Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, 24 de febrero de 1914, en Guzmán/Reyes. Medias palabras…, op. cit., pp. 81-82). 215 Ibid., p. 137. 216 José Vasconcelos, La tormenta, Memorias, T. I, México, FCE, 1983, pp. 654-650; 761- 217 Ibid., p. 37. 218 Martín Luis Guzmán, La querella de México, Obras completas, T.1, p. 9.

76

Su propuesta es ver bien el pasado mexicano –exponiendo el mal, haciendo

abstracción de las cualidades del pueblo mexicano y sólo ocupándose de mostrar sus

defectos—“para tener una luz y disponer de una brújula con las cuales guiar

certeramente el México nuevo, el que surgió de la revolución, y encaminarlo, consciente

y dueño de sí mismo, hacia lo futuro”219. La imperiosa necesidad de revisar la historia

con la intención de orientar el camino, de iluminar la senda por la que el país había de

conducirse, se le presenta a Guzmán desde el exilio. ¿Qué ocurría en ese momento con

el revolucionario?

Hasta entonces Guzmán había visto desvanecerse las esperanzas nacionales

reanimadas al reclamo de Madero; había asistido, lleno de asombro, a la confabulación,

tan ciega como innoble, con que las clases mexicanas dirigentes abrieron camino al

crimen y la violencia; y luego ya en la Revolución victoriosa había advertido desde las

propias alturas revolucionarias cómo amenazaban torcerse, desembocando en meros

caudillajes irreductibles y crueles, los anhelos del impulso nacional ansioso de

encauzarse.

A consecuencia de todo esto, una pregunta, una serie de preguntas, parecían

perseguir al joven escritor. ¿Cómo era México, analizado dentro de la realidad

despiadada y escueta? ¿Cuáles habían sido, cuáles eran, consideradas históricamente,

sus esencias negativas? ¿Se podría, a través del reconocimiento de los más negro y

estéril de la historia y el presente mexicanos alcanzar la capa definitivamente firme y

propia para recibir, en cimientos de verdad, la estructura de un México purgado de sus

flaquezas y sus errores gracias a la piedad y al terror que a sí mismo se causara

contemplándose desnudo?220

Sus conclusiones están a tono con el dramatismo de sus cuestionamientos: En

México, “las fuentes del mal están en los espíritus, de antaño débiles e inmorales, de la

clase directora”. “Padecemos penuria del espíritu” 221, dice Guzmán después del

doloroso anhelo de escrutar las realidades patrias. “No soy escéptico respecto de mi

patria, ni menos se me ha de tener por poco amante de ella. Pero, a decir verdad, no

puedo admitir ninguna esperanza que se funde en el desconocimiento de nuestros

defectos. Con desencantado realismo abunda:

219 Ibid., p. 7. 220 Ibid., p. 8 221 Ibid., p. 10.

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Nuestras contiendas políticas interminables; nuestro fracaso en todas las formas de gobierno; nuestra incapacidad para construir, aprovechando la paz porfiriana, un punto de apoyo real y duradero que mantuviese en alto la vida nacional, todo anuncia, sin ningún género de duda, un mal persistente y terrible, que no ha hallado, ni puede hallar, remedio en nuestras constituciones –las hemos ensayado todas—ni depende tampoco exclusivamente de nuestros gobernantes, pues --¡quién lo creyera!—muchos hemos tenido honrados222.

Para él, vano era buscar la salvación en alguna de las facciones que se

disputaban, en el territorio o al abrigo del liberalismo yanqui, el dominio de México;

ninguna traía en su seno un nuevo método, un nuevo procedimiento, una nueva idea, un

sentir distinto que alentaran la esperanza de un resurgimiento. Según Guzmán, la vida

interna de todas esas facciones no era mejor ni peor que la de las tiranías oligárquicas,

pues en aquéllas como éstas vivía “la misma ambicioncilla ruin, la misma injusticia

metódica, la misma brutalidad, la misma ceguera, el mismo afán de lucro; en una

palabra: la misma ausencia del sentimiento y la idea de la patria”223.

El problema de México se circunscribía a un asunto de incapacidad moral, que

se manifestaba en su ineficacia para resolver los asuntos de su existencia normal como

pueblo organizado224. El deber imperioso de hacer una revisión de los valores sociales

mexicanos, estaba cumplido. El segundo paso era ofrecer una alternativa orientada a

iluminar el camino que debía seguirse, Martín Luis Guzmán, en La querella de México,

intentaba hacerlo proponiendo como vía posible la regeneración. “Nada es posible sin la

regeneración moral de algunos”, es su sentencia. ¿Pero a qué tipo de regeneración se

refería y quienes debían ser los regenerados?

Una visión apocalíptica del país

Al decidirse la contienda revolucionaria a favor de la facción carrancista, los

ateneístas comenzaron a tener en su mayoría una visión apocalíptica del país; la razón

222 Ibid. 223 Ibid. 224 Ibid., p. 25.

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más terrenal de su pesimismo, era su derrota política. Martín Luis Guzmán –junto con

José Vasconcelos--, convencionistas ambos y por ello derrotados, compartirían esa

visión del país irredento225. Ante la degeneración del carrancismo urgía una renovación

de los espíritus. En 1914 mientras está en el campo de batalla, Guzmán escribe:

Quien hace de su vida un atelismo perfecto, abre por ahí ancha puerta a todo el caudal de las formas vivas e inertes, y ellas vienen a él y le mantienen sumergido en un baño constante de renovación. Como no tiene finalidad, no gasta preferencias (…) Afirmar de la vida una dirección necesaria es imponer camino al espíritu negándole la inmensa copia de las direcciones entre las cuales se escogió226.

Los llamados ateneístas –grupo del que Guzmán formaba parte—se decían

enemigos declarados del triste espectáculo del mundo. Y aunque hicieron manifiesta

una continua profesión de fe apolítica, optando por el refugio en una actitud de exilio

interior (su interés, decían, era exclusivamente cultural)227, el proyecto y la práctica del

Ateneo comenzaron de alguna forma a ser políticos. “Era imposible que el mundo

cultural se sustrajera al momento de efervescencia política”. Fueron sacados de la torre

de marfil donde trataban de preservar viva “la pequeña flama de la cultura en medio de

los días más violentos de la Revolución”.

Y a pesar de que quisieron vivir en actitud “de quien soporta la Revolución

como un chubasco”, tuvieron que reaccionar contra el espectáculo de crueldad que

desfilaba ante sus ojos. “En aquellos momentos en que la revolución aislaba a la

gente”228, Antonio Caso empezaba a hablar de barbarie para explicar lo que sucedía en

el país. En una carta que a fines de 1913 envía a Alfonso Reyes dice:

Vivimos en un desquiciamiento infernal…los estudios superiores… nada tienen que ver con un país en que la barbarie cunde como quizá nunca ha cundido en nuestra historia…

225 Enrique Krauze, Caudillos culturales de la revolución, México, Sep cultura, 1985, p. 59. 226 Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 32. 227 En esta actitud de evadirse del vendaval revolucionario Julio Torri, Carlos Díaz Duffo hijo, Mariano silva y Aceves y uno de “los Castros”, Antonio Castro Leal, pensaron alquilar una casa alejada de la ciudad, en San Ángel tal vez para aprender griego, dialogar y leer. Se confesaban un grupo de anacoretas, hombres decididos a preservar la cultura. (Enrique Krauze, op. cit., pp.59-60). 228 Así se expresa Antonio Castro Leal en sus memorias sobre el suceso.

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‘cielo sin fe’ según la frase de oro de Taine; sí mi querido Alfonso, devoción sin entusiasmo, esfuerzos y esfuerzos sin premio, es lo que ha de formar nuestra divisa, principalmente en los días aciagos de batallas y crímenes. Ser mexicano culto es una de las inadaptaciones más cuestionables del mundo, ¡qué remedio!229

En 1914 los miembros del Ateneo fueron sorprendidos, expulsados por la

violencia de la Revolución. En esta fecha el grueso del grupo se disolvió porque la

mayoría de sus miembros tuvo que salir del país; unos, los más, por haber tenido

puestos en el gabinete de Victoriano Huerta; otros, por haberse sumado a una facción

derrotada de la Revolución; otros más, en un exilio voluntario230. “Nuestro grupo se ha

disuelto: usted en París, Martín en la revolución, Pani en la revolución, Vasconcelos en

la revolución”, lamenta Caso ante Alfonso Reyes. A su vez, en 1918, Martín Luis

Guzmán confirma a Reyes que “la tradición del Ateneo ha naufragado”:

De mi libro en proyecto no se preocupe usted más. Tomé los ensayos, les agregué otros, corregí algunos y se los mandé a Julio Torri para Cultura, a instancias suyas. Lo demás que perezca. Lo del humanismo no lo tome usted en serio. Nosotros, además, ya no pertenecemos a México. Toda la tradición del Ateneo ha naufragado. Son los viejos, por la edad y por la sangre los que ahora imperan y mandan allí. Las nuevas generaciones siguen a Luis González Obregón y Salvador Cordero combinados, en cuanto a la prosa, y beben el “Castalia purgante” de los labios de J. de J.J. y J.J. Castro y los otros no asoman la cabeza sino de tarde en tarde y parece como que se mantienen apartados de la corriente de papel impreso que México está produciendo231.

229 Enrique Krauze, op. cit., p.59. 230 Ibid., p. 51. Según Emmanuel Carballo, como grupo, y en cuestiones políticas, el Ateneo siempre fue un grupo fragmentado, pues convivieron dentro de él las ideas de vanguardia y el conformismo. Ninguno de los ateneístas fue reaccionario en voz alta y desde la mitad del foro. Algunos de los miembros del Ateneo dieron el paso adelante justo en el momento oportuno. Tal es el caso de Vasconcelos, Guzmán y Fabela. Otros prefirieron no manifestar sus opiniones como Caso. Otros más, apremiados por compromisos y lealtades, por el deseo de figurar o de mantener a sus familias pactaron con el usurpador: como Acevedo, Urbina, Gómez Robelo y González Martínez. (Caso, siempre discreto, sirvió a Huerta con recato y desde oscuros puestos de carácter educativo). Alfonso Reyes optó por el mal menor: en vez de servir a Huerta como secretario privado (petición del mismo Huerta), decide ingresar al servicio exterior, con el visto bueno de Huerta, y olvidarse formalmente de la venganza mexicana. (Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, México, Porrúa, 1994, p. 54). 231 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhatan, 17 de mayo de 1918, en Guzmán/Reyes. Medias palabras…, op. cit., p. 111.

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Con toda su fuerza la Revolución llegaba a desintegrar la vida cotidiana de los

ateneístas que había prometido éxitos académicos, sociales y aun políticos. “Junto con

las conversaciones platónicas se había disuelto también una vida de cofrades

epicúreos”232. Al triunfo de Carranza, Alberto Vázquez del Mercado, igual que sus

amigos del Ateneo, viviría “la desilusión de haber sido destituido de su cátedra de

literatura, debido a las nuevas ideas del gobierno carrancista sobre instrucción pública:

la introducción de ‘la High School’ norteamericana, bien lejana de la concepción

humanista de Henríquez Ureña233.

Como respuesta y modo de evasión, los ateneístas, derrotados por la política de

la revolución, empezaron a desarrollar “un tipo singular de literatura que trataba de

modo recurrente las bondades de la vida desinteresada, de la vida del espíritu, por sobre

todas las variedades de la otra vida, la práctica, la política. Buena parte de la literatura

publicada por Julio Torri, escrita entre los años 1913 a 1915, revela un interés por

deslindar la actitud puramente intelectual de todas las restantes. Incluso el grupo llegó a

acuñar un término que condensaba el sentido de esa vida deseable: la atelesis” (la vida

desinteresada). Junto con Torri, otros miembros del Ateneo escribieron obras en este

sentido, Caso en 1916 escribió La existencia como economía y caridad y Alfonso Reyes

en 1917 El suicida234.

Incluso Martín Luis Guzmán en 1914 desde el cuartel villista mandó a la revista

Nosotros, editada por “los Castros”, un ensayo breve con el nombre de “La vida atélica”

y en 1915, inspirado también en el atelismo, José Vasconcelos escribió su Pitágoras.

Así, esta visión del mundo, sirvió como leit motiv de las obras tanto de los ateneístas

que repudiaban la revolución como de los que la veían como un movimiento renovador.

En este último caso se encontraban Guzmán y Vasconcelos, comprometidos con la

“bola”.

Martín Luis Guzmán, igual que Vasconcelos, se incorpora a la revolución

porque cree que a través de ella es posible instaurar en México el buen poder. Guzmán

confía en el sentido espiritual de la lucha, al respecto señala: “Volvía yo a pensar en el

sentido espiritual de la revolución, a empeñarme a entrever, mediante el dato directo de

la conducta cotidiana de los hombres con quienes andaba, el nuevo término a que

llegaría el alma nacional, si llegaba a alguno, a consecuencia de la lucha que estaba

232 Ibid., p.57. 233 Ibid., pp.59-60. 234 Ibid., p.57.

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envolviéndonos y arrastrándonos, y esto porque lo que presenciaba yo con solo llegar

frente al cerro, merecía considerarse, dado el tono dominante entre los espíritus

revolucionarios directores, como algo tan de excepción que acaso pareciera inaudito”.235

En 1913, su paso por Sinaloa, al lado de las fuerzas constitucionalistas de

Ramón F. Iturbe236, hace que Guzmán conserve la esperanza. El triunfo en la ciudad de

Culiacán se les ofrecía como premio un largo esfuerzo. Apenas estaban en los

comienzos de la lucha –y aunque sabía que la victoria final de la Revolución quedaba

aún muy distante—el revolucionario creía oír el secreto sentimiento, o presentimiento

de su arribo. El hecho de pasear así, libremente, por la ciudad recientemente

conquistada equivalía, para él, a sellar y saborear el triunfo de una etapa237. Era el

primer éxito en su lucha.

Vivíamos tiempos mejores: el caudal de la revolución rodaba sus aguas con mucha de la transparencia de su origen; no lo enturbiaba aún del todo la ambición, la codicia, la deslealtad, la cobardía238.

Esta impresión de triunfo le quedaba a Guzmán a pesar de que la ciudad orgullo

de sus victorias revolucionarias se había transfigurado en un sitio desierto lleno de casas

abandonas y tiendas devastadas por el saqueo –saqueo de los federales al emprender la

fuga, saqueo de los constitucionalistas al entrar--239. En Culiacán se vivía la desolación

pavorosa del vacío, “en pos de los federales habían huido hacia Mazatlán muchas

familias, y entre ellas, salvo excepción, lo más selecto de todas las clases”240. Por si

fuera poco, las pocas personas que quedaban en la ciudad no escondían su desprecio a

los revolucionarios. Al respecto Martín Luis Guzmán cuenta:

235 Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, La novela de la revolución mexicana, T.1, p. 206. 236 En 1913 Ramón F. Iturbe era el Jefe de las Operaciones Militares en el Estado de Sinaloa, cuerpo que se encontraba bajo el mando el Ejército Constitucionalista del Noroeste, cuya cabeza era el general Álvaro Obregón. 237 Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, pp.260-261. 238 Ibid., p. 263. 239 Ibid., p. 257. 240 Ibid., p. 267.

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Queríamos obsequiar con un baile de Nochebuena “a la sociedad culiacanense, o –seré exacto—a los jirones de sociedad que allí quedaba... la sociedad de Culiacán sencillamente no quería oír hablar de nosotros los revolucionarios… vencer el asco que sentían por los revolucionarios las gentes decentes de Culiacán, ya era empresa de enorme aliento. Flotaban en la atmósfera muchas historias perjudiciales para el caso: que si de tal parte la Fulanita había desaparecido al retirarse las tropas; que si a Menganita le ocurrió aquello y a la otra lo otro. Total: que con los revolucionarios la buena política consistía en negarnos hasta el saludo241.

Para Martín Luis Guzmán, en “1913 la revolución, como todo movimiento

liberador en su origen, era un impulso innegablemente puro, de vitalidad regeneradora,

lo que se mostraba visible y activo hasta en los últimos detalles”242. A Guzmán le

bastaba ver la satisfacción con que algunos hombres se alistaban a la hueste

revolucionaria o la pureza con que actuaban algunos jefes del movimiento para sentirse

conforme con su ideal. Iturbe era el mejor ejemplo de las posibilidades del movimiento

renovador.

Porque Iturbe –según él-- era uno de los poquísimos revolucionarios que habían

pensado por su cuenta el problema moral de la Revolución y que habían venido a ésta

con la conciencia limpia. Aunque muy joven, su impulso revolucionario arrancaba más

de la convicción que del entusiasmo. Y en él la convicción no se reducía, como en

otros—los principales, los guiadores--, al ansia de crear un estado de cosas dócil al

imperio propio, sino al imperativo de obrar bien, de obrar moralmente,

religiosamente243, aun a riesgo de romper con otros hombres244.

Sin embargo, con todo y su confianza en la Revolución, Martín Luis Guzmán

muestra sus reservas y decide rechazar una propuesta que Iturbe le hace para ocupar un

cargo militar. Sus razones eran bien claras: no se resolvía a trocar por la dura disciplina

del soldado su preciosa independencia de palabra y acción, y no se resolvía a eso, entre

otras cosas, porque no veía a su alrededor nada que justificara semejante sacrificio.

Respecto a sus aspiraciones, al parecer se mantenía firme en sus convicciones

ateneístas, “no alentaba el menor propósito político o guerrero, y en cuanto a los demás,

241 Ibid., p. 267-269. 242 Ibid., 251. 243 Ibid., 253-254. 244 Con esto Martín Luis Guzmán se refiere que aun a riesgo de romper con otros hombres de las filas revolucionarias, cumplía Iturbe la oferta hecha a su Dios (de hacer un templo en honor a la virgen, “La Lomita”), aunque para ello tuviera que emplear recursos oficiales. (Ibid., 263).

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los principales dirigentes de la revolución estaban muy lejos de ser, a mis ojos, lo

bastante desinteresados e idealistas para que quisiera yo atarme a ellos, indirectamente,

con cadenas siempre peligrosas y no siempre rompibles”. Consciente de que la

revolución tenía ya demasiados líderes militares, se preguntaba sobre la conveniencia de

atender los problemas civiles con igual ahínco245.

Su actitud era sin duda contradictoria. Igual que Azuela la participación de

Guzmán en la Revolución oscilaría (empezaba a hacerlo) entre la duda y la certeza del

movimiento, su indecisión sería mayor a partir de la ruptura entre los revolucionarios.

Al triunfo de los constitucionalistas, Guzmán no se esperaba tan pronto una escisión

como de la que fue testigo, al menos no la esperaba de la forma en que aconteció:

“fundada más en consideraciones individuales y de poder futuro que en discrepancias

respecto de los principios”.

Para él, en el fondo, todo se reducía a intereses mezquinos, “a la disputa, eterna

entre mexicanos, de grupos plurales dispuestos a alzarse con el poder, que es singular:

predominio, en unos y otros, de las ambiciones inmediatas y egoístas sobre las grandes

aspiraciones desinteresadas”. Todo tenía que ver con la “equivocación que confunde el

mediocre impulso a buscar el premio de una obra con el impulso noble que ve el premio

en la obra misma”.

A pesar de que el mal fue identificado, la disputa no podía evitarse, las

diferencias entre las distintas facciones eran insalvables. Los más próximos a Carranza,

reivindicaron para sí “el verdadero espíritu de la revolución, se declararon los radicales,

y lanzaron sobre todos los otros, sobre todos los que no los reconocían a ellos como

privilegiada casta de semidioses, el anatema de conservadores y aun de reaccionarios”.

Fue así como nacieron en Sonora los dos bandos, --tan ayuno de ideas el uno como el

otro, dice Guzmán--, que como plaga de discordia, habrían de extenderse después desde

Sonora hasta Sinaloa, luego a Chihuahua y después a toda la república con el

convencionismo, el villismo y el carrancismo246.

Como muchos otros, al triunfo del constitucionalismo Martín Luis Guzmán

acudió ilusionado a la reunión de jefes revolucionarios en la que se discutirían el

programa político y los asuntos del nuevo gobierno. Tenía aún ideas demasiado

optimistas (después las consideraría absurdas) sobre la posibilidad de ennoblecer la

política de México. Creía que a “los ministerios podían y debían ir los hombres de

245 Martín Luis Guzmán, op. cit., p. 270. 246 Ibid., p. 253.

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grandes dotes intelectuales y morales, y hasta consideraba deber de los buenos

revolucionarios el declinar los altos puestos para que se confiaran a lo más apto posible

y más ilustre”247.

Nos sentíamos en la espuma de una popularidad llovida como del cielo, aunque perfectamente justa (¿cómo no había de ser justa si era la nuestra?), y por allí veíamos dilatarse al infinito el ámbito de la revolución, tal como nosotros la entendíamos, y sus esperanzas: floreció en nuestros corazones la primavera fugaz de los ideales tanto tiempo alimentados y nos pareció evidente que estos se abrieran paso—ajenos como eran a todo egoísmo—entre personas que ni siquiera nos conocían248.

Pronto se dio cuenta que las cosas no serían así. Y “no duró mucho el encanto,

pues de allí a poco abrimos otra vez los ojos a la realidad mexicana, y la Economía

Política volvió por sus fueros”, confiesa el mismo Guzmán. “La verdad se reducía –

triste verdad—a que los acaudalados vecinos de Aguascalientes, economistas de lo

mejor, --los “logreros” de Azuela-- se apresuraban a semblantear a los revolucionarios

recién venidos, a caza de las fisonomías menos sospechosas o más tranquilizadoras, y

que tan pronto como descubrían al hombre de su agrado, lo colmaban de bondades, con

ánimo de utilizarlo después”249.

Aunado a esto, las diferencias entre las diversas facciones que acudían a la

convención eran evidentes. A Guzmán le bastó contemplar por primera vez aquel

conjunto militar para convencerse de que el resultado de las deliberaciones sería nulo. Y

tal situación no la atribuía el autor al nivel moral y cultural de la convención sino más

bien a la falta de espíritu cívico y patriótico de los asistentes. Al parecer, muchos no

eran conscientes de que estaban ahí tratando de salvar a la revolución, quitando de en

medio a sus dos grandes peligros: el peligro mayor que era Carranza y el otro menor,

Francisco Villa. El primero porque representaba el falseamiento de la verdad

revolucionaria y la vuelta, sin otra guía que las propias ambiciones, a la disputa del

poder. Y el segundo que personificaba el desenfreno de la acción, domeñable sólo con

la inteligencia.

247 Ibid., p. 383. 248 Ibid., p. 356. 249 Ibid., p. 356.

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No obstante, según Guzmán, “los generales, que en su mayoría habían hecho la

revolución movidos por un impulso colectivo vago, aunque noble (secundado por ansias

personales ya no tan nobles ni tan vagas), no estaban lo bastante capacitados

(seguramente él sí) para convertir en idea altruista útil lo que sólo había actuado en ellos

como solicitación confusa. A la piedra de toque del patriotismo, los más respondieron

con sus ambicioncitas personales, tan pequeñas, tan mezquinas, que, abarcándolas a

todas en una sola mirada, no se comprendía que fueran ellos los autores de la revolución

ni, menos, que merecieran haberla hecho”250.

Por si fuera poco, la pobreza moral y cultural del ambiente convencionista

creció, para Guzmán, con la llegada de los delegados de Zapata y sus lugartenientes251.

De repente el triunfo de la revolución quedaba postergado. En la convención, si bien se

había logrado la renuncia de Carranza como jefe del ejército revolucionario, la

designación de Eulalio Gutiérrez como Presidente de la República terminó por

encumbrar a Villa como jefe de un nuevo ejército, ahora bajo el nombre de

convencionista. Esto a su vez dividió aún más la revolución, pues un buen número de

generales inconformes se fueron, contra todas las esperanzas revolucionarias, a seguir

prestando su apoyo al Primer Jefe.

El primer soldado del anticarrancismo

Tras las resoluciones de la Convención, Martín Luis Guzmán, como muchos

otros revolucionarios, se vio obligado a tomar una decisión. O se adhería al bando

carrancista o se sumaba al recién nombrado gobierno de la Convención252. Su elección

no resultó ser tan difícil, pues la facción opuesta al carrancismo representaba un sentido

de la revolución con el cual se sentía más identificado. Era “rebelde dentro de la

rebeldía, descontentiza, libérrima”, en ella se agrupaban, Maytorena, Cabral, Ángeles,

Escudero, Díaz Lombardo, Silva, Vasconcelos, Puente Malváez y “todos aquellos que

aspiraban a conservar a la revolución su carácter democrático e impersonal –

anticaudillesco--, para que no viniera a convertirse, a la vuelta de cinco años o diez, en

250 Ibid., p. 357. 251 Ibid., p. 358. 252 Los acuerdos de la convención terminan por dividir a los revolucionarios. Algunos, como Obregón, seguirán reconociendo en Carranza al Primer Jefe de la Revolución; otros, en cambio, se pronunciarán por respetar le legalidad de la reunión. Entre estos últimos se encontrarán los villistas y los zapatistas.

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simple instrumento de otra oligarquía, ésta quizá más ignorante e infecunda que la

porfirista”.

Martín Luis Guzmán era consciente de la magnitud de dicha empresa y aquello

le parecía dificilísimo e improbable porque tocaría a un pequeño grupo “luchar hasta el

fin contra todos los personalismos ambiciosos y corruptores”. Si bien el grupo

convencionista representaba el sentido de las responsabilidades de la Revolución, eso

era lo que lo convertía en un verdadero peligro para los carrancistas corruptores y

ambiciosos. ¿Podrían, pues, seguir éstos ninguna política más hábil que la de dejar a sus

enemigos verdaderos en condiciones de anularse pretendiendo imposibles?, se

preguntaba.

“Porque era un imposible que los convencionistas conservaran su prestigio,

mientras, para poder someter a Carranza, transigían con Villa y Zapata; y era otro

imposible—este mayor aún—que los convencionistas luchasen a un tiempo contra

carrancistas, villistas y zapatistas y los vencieran a todos sin otras armas que la bondad

de sus intenciones. Y entre imposible e imposible, la disgregación vendría tras unos

cuantas sacudidas infructuosas, y, con ella, lo que los carrancistas anhelaban: campo

libre a la lucha por el poder, posibilidad de convertir en nuevo caudillaje, disfrazado de

reivindicaciones socializadoras, la revolución nacida contra el caudillaje de antes, aquel,

a su vez, disfrazado de liberalismo económico y científico”253.

Guzmán sabía –por su cercanía con el carrancismo en Sonora-- que bajo la

jefatura de Carranza la revolución iba directo al caudillaje254. Así que la perspectiva de

sumarse al séquito del Primer Jefe no le agradaba en lo absoluto. Cerca de don

Venustiano –señala—“florecían viciosamente la intriga y a la adulación más bajas;

privaban los díscolos, los chismosos, los serviles y los alcahuetes”. Y si bien, creía que

ese “ambiente nauseabundo” se purificaba con la presencia de hombres apreciables

como Zubaran, Escudero, Silva o De la Huerta, entre otros, en la órbita de Carranza

prevalecía “la mala atmósfera o se espesaba lo bastante para que se sintiera repugnancia

y ganas de huir”. Para él, los hombres sinceros, los decididos a llamar las cosas por su

nombre, no tenían nada que hacer en el ámbito carrancista, salvo que les incumbieran

obligaciones de esas que por muy altas, no debían abandonarse en ningún caso. Era

inútil hacerse ilusiones.

253 Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, p. 397. 254Ibid., 307.

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Ya había yo aprendido mucho y sabía que Carranza –viejo y terco –no cambiaría jamás: seguiría respondiendo mejor a los halagos que a las obras, al servilismo que a la capacidad; sufriría hasta su muerte la influencia de lo ruin, de lo pequeño, porque él mismo –grande en nada—no estaba libre de pequeñeces esenciales255.

Por otra parte la idea de irse con Obregón --aliado al carrancismo-- tampoco lo

seducía. Éste, en realidad, le resultaba antipático. En su primer contacto “lo había visto

demasiado insincero, demasiado farsante”. No había podido establecerse entre ambos

ninguna simpatía. Con todo, Guzmán no cerraba los ojos a cuanto era en él capacidad y

buenas cualidades: reconocía su dinamismo, su vigor de acción constante e inmediata,

su manera clara, ya que no grande ni heroica, de entender la política y la guerra, y, en

fin, cierta forma limpia y directa de tratar a sus colaboradores inmediatos, a cierta

hombría plena para entenderse con sus subordinados sin exigirles genuflexiones ni

vilezas256. Además, estar con Obregón era estar al lado de Carranza, así que Guzmán

decide unirse a los convencionistas.

En esta nueva etapa de la revolución, Martín Luis Guzmán, comisionado por el

gobierno convencionista inicia su labor de conspiración. Convertido en “uno de los

primeros soldados del anticarrancismo”, se da a la tarea de convencer a otros

revolucionarios del obstáculo que es el Primer Jefe para el triunfo del movimiento

redentor. Exigiendo el apego a la legalidad, pide el desconocimiento de Carranza y la

adhesión al gobierno de Eulalio Gutiérrez257. A Luis Cabrera, hombre cercano a Don

Venustiano, trata de hacerle ver que los objetivos de Carranza se encuentran muy lejos

de los propósitos de la Revolución.

255 Ibid.. p.293. 256 Ibid.. 257 Mientras tanto, otros miembros de la Convención hacían lo propio. Guzmán afirma que “en medio del desastre de las mejores esperanzas de la revolución”, Eulalio Gutiérrez seguía trabajando para que Obregón desconociera a Carranza al mismo tiempo que los convencionistas a Zapata y Villa. Para el autor de El águila y la serpiente, “tal actitud enaltecía sobremanera al presidente provisional, puesto que para esperar convencer a Obregón de los peligros de Carranza se necesitaba entonces casi tanta fe en el destino revolucionario, como hacía falta arrojo para preparar la ruptura con Villa estando dentro de la propia férula del villismo. (Ibid., 404).

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Carranza –dije—es un ambicioso vulgar, aunque aptísimo para sacar partido de sus marrullerías de viejo politiquero a la mexicana. Es un hombre sin generosidad constructiva ni ideales de ninguna especie. Cerca de él no pueden estar más que los aduladores y los serviles, o los que fingen serlo para que carranza les sirva en sus propósitos personales. Es un corruptor por sistema: alienta las malas pasiones, las mezquindades y aun los latrocinios de cuantos lo rodean, lo cual hace a fin de manejar y dominar mejor a unos y otros

Guzmán le argumentaba a Cabrera “que todos los revolucionarios con

personalidad, o los revolucionarios sencillamente puros, que no han querido convertirse

en instrumentos dóciles, han debido romper con él o resignarse a un papel de sacrifico,

humillante o secundario. Y los que no han roto aún, se sienten ya sobre ascuas y no

aciertan a qué postura acogerse”. Tal era el caso de Maytorena, Ángeles, Villarreal,

Blanco, Vasconcelos o Bonilla, que a tiempo habían advertido el gran sueño de

Carranza: llegar a ser un nuevo Porfirio Díaz. “¿Acaso no son evidentes –increpaba a

Cabrera-- las pruebas de que Carranza trata de subordinarlo y sacrificarlo todo a ese fin

exclusivamente personal y muy suyo, sin dársele un camino de lo que en verdad puedan

traer de fecundo para México la Revolución y sus hombres?”258

Con Carranza el país y la Revolución van a un despeñadero, van a la lucha personalista tras el disfraz de los postulados revolucionarios, van a la anarquía de los que sólo piensan en figurar y enriquecer y que, para logro de sus planes, no se detendrán en escrúpulo alguno, cuando sean de ello conscientes, antes sumirán a México en condiciones peores que bajo Victoriano Huerta. Por eso nosotros creemos que hay que derrocar a Carranza o renunciar a que la Revolución sea un bien259.

En muy poco tiempo Martín Luis Guzmán se había desencantado de Carranza,

de aquel hombre que en su primer encuentro, a pesar de no tener el “candor democrático

de Madero”, le pareció todo un revolucionario en ciernes: sencillo y sereno, inteligente,

honrado, apto, nada violento, nada cruel. A aquel constitucionalista que a primera vista

no frustró sus esperanzas pues --aunque no era ni el héroe ni el gran político

258 Ibid., p. 336. 259 Ibid., p. 337. Es interesante cómo cambia con el paso del tiempo la percepción que Martín Luis Guzmán tiene de Carranza, pues aún cuando al principio de la lucha ya asocia su imagen con Porfirio Díaz, es de admiración la imagen que prevalece.

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desinteresado, ni mucho menos el genio que a México le hacía falta--, sin usurpar

ningún título sabía ser el Primer Jefe260, Guzmán, ahora lo acusaba de “metódicamente,

desde el primer día, mantener dividida a la Revolución”261.

Letanía del emigrado

Dos meses después de la publicación de La querella de México, Martín Luis

Guzmán y su familia salen de Madrid, ante la falta de éxito en España van a probar

suerte a los Estados Unidos. Ya instalados en Nueva York la familia Guzmán sufre

apuros económicos262. “¿Con qué medios ganarme la vida? No lo sé aún”, se pregunta el

exiliado. Su proyecto más viable es establecer una librería263, pero para sobrevivir

terminará haciendo “un sinnúmero de cosas raras e inconexas”: “Vendo Aspirina

(alemana legítima y tradicional, con la envoltura acostumbrada en los países hispano-

parlantes, a .60 cs. el paquete ¡oh sus jaquecas!); exporto ropa; importo ixtle y guayutle,

y, sobre todo, construyo una librería”.

Guzmán ironiza sobre su situación: “Esto tiene sus ventajas y produce muy

saludables perplejidades para el espíritu: por ejemplo, no podría decir en este momento

qué cosa es más importante para un justo concepto de la civilización humana, si el

hecho de que el idioma castellano tenga siete –y no cinco—vocales, o el hecho de que

las fábricas de calcetines no vendan cantidades menores de sesenta docenas de cada

color. Agregue usted a esto los espectáculos naturales de un país donde la cultura y la

barbarie se mezclan tan extrañamente, de un país donde la cultura no es autóctona y la

descivilización se confunde con la fortaleza viril, y tendrá usted el espejo de mi

ánimo”264.

Para entonces –1916—ya se encontraba en los Estados Unidos un buen número

de mexicanos expulsados por la revolución. Guzmán le hace a Reyes la letanía de los

emigrados: “Ezequiel A. Chávez, está aquí. Manuel M. Ponce, está aquí. Enrique

Jiménez Domínguez, está aquí. Francisco León de la Barra, está aquí. Enrique c.

Llorente, está aquí. Herencia Casasús, esta aquí. Pedro Lascuráin, está aquí. Carlos

260 Ibid., p. 233. 261 Ibid., p. 336. 262 Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 37. 263 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 9 de marzo de 1916, en Ibid., p. 85. 264 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 25 de mayo de 1916, en Ibid., pp. 89-90.

90

Serrano el Muégano, está aquí. Enrique Fernández Castelló, está aquí. Herencia

Madero, está aquí. El chucho Valenzuela, está aquí. El loco Torres Palomar, está aquí.

Herencia Urquidi, está aquí. Emeterio de la Garza, está aquí. Balbino Dávalos, está

aquí. Ricardo Arenales, está aquí. Adelita Vázquez Shafino, está aquí. Fulano Gariel,

está aquí. Joaquín Méndez Rivas, está aquí. José Rodríguez Cabo, está aquí. Nunca

acabaría, Guzmán bromea: quí, quí, quí265.

En su carácter de exiliado, Guzmán escribe poco, aunque publica en La Revista

Universal y llega a dirigir el Gráfico, ambos impresos neoyorkinos en español, llega a

lamentarse de su esterilidad para las letras266. “Yo ahora escribo menos”, dice

amargamente a Reyes en enero de 1917. “Mi vida se derrama en Wall St., juego al alza

y a la baja; se de cuartos, de sextos y de octavos; soy rico un día y me arruino en el

siguiente. ¡Cómo envidio ese maravilloso espíritu de Ud., capaz de interesarse en todo y

de llevarlo todo a la perfección!”. 267.

A Guzmán, nada le gustaba realmente y, lo que era peor, nada le provocaba el

menor asombro. “Nada me asusta ni me horroriza”, se lamentaba después de su estancia

de un año en Manhattan, lugar donde cada día echaba más de menos “aquel penoso

subir por la Cuesta de Goya y la mirada a la frutera y su frutería”268. Sin duda Guzmán

se sentía solo, “escríbame usted, me muero de soledad y de tristeza”, le decía a Reyes en

una tarjeta postal enviada en abril del 17. “Trabajo todo el día en el stock y me vuelvo

imbécil”269. La desafortunada manera como se ganaba la vida no le dejaba tiempo para

nada. Sus cartas a Reyes tendrán el dramático tono del desesperado: “Trato todo el día

con ladrones y sinvergüenzas de la peor calaña”.

Mis hijos y mi mujer son los únicos seres civilizados con quienes hablo. Me está llevando el demonio de desesperación y de ahogo porque veo que mi vida se me escapa y no hice aún ni haré ya parte al menos de lo que yo esperaba de mí. Me siento abandonado de todos, sin esperanza de ninguna ayuda, sin contactos de ninguna especie confortante. Y cuando esto me sucede, pasa Pedro por aquí como una exhalación y no se da cuenta ni le importo un bledo. Se cree él que yo soy muy feliz porque me gusta

265 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 9 de marzo de 1916, en Ibid., p. 87. 266 El conjunto de ensayos, poemas y artículos de crítica escritos durante su exilio –entre 1915 y 1918—fueron reunidos y sacados a la luz en 1920 bajo el nombre de A orillas del Hudson. 267 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 16 de enero de 1917, en Ibid., p. 98. 268 Ibid., p. 99. 269 Tarjeta postal de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 19 de abril de 1917, en Ibid., p. 100.

91

hacer dinero, porque tengo dinero –aún cuando yo diga que no lo tengo—porque soy un ser de tendencias270.

En su soledad Guzmán tiene tiempo para seguir pensando en México. Con

amargura pregunta a Reyes: “A propósito de imbéciles, ¿es México el más imbécil de

los países americanos?”271 En realidad nunca ha dejado de pensar en su tierra, en los

escritos de esos años, en sus textos del exilio, incursiona con fuerza en el tema que será

el centro de sus obsesiones, que se hará presente no sólo en sus ensayos y artículos

periodísticos sino también en sus novelas, la vida política mexicana. Al respecto

reflexiona: “A diferencia de los políticos de otras partes, la mayoría de los políticos

mexicanos sólo concibe una manera de ejercer su oficio: el uso del poder. Esto—dice--,

no se debe en ellos a maldad o ambición, sino más bien a la estrechez de sus aptitudes

que por lo común los caracteriza”272.

Para Martín Luis Guzmán los dos resortes de la política mexicana eran la

predilección de los hombres públicos por el estado de guerra (siempre y cuando no

fueran ellos los que estuvieran en el gobierno) y, corolario de esto, la resistencia del

partido, o del grupo, o del caudillo vencidos a deponer las armas de un modo absoluto.

Así, la sedición, el levantamiento, el motín no eran en México signos necesarios de

inmoralidad sino la forma habitual como casi todos los políticos mexicanos expresaban

su desacuerdo. Sobre todo en la Revolución, donde imperaba el régimen de la

violencia273.

En sus escritos políticos, Guzmán incursiona con amargura y nostalgia en el

tema de la revolución. Al conmemorar el sexto aniversario del movimiento iniciado en

1910, sus disertaciones giran en torno a la figura de Madero. “Para explicarse la parte

más noble de la Revolución quizás no haya mejor camino, ni camino más corto, que el

de reducir la Revolución a la esencia y los atributos del carácter de Madero”, dice

Guzmán para quien Madero significa, dentro de la vida pública, una reacción del

270 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 10 de julio de 1917, en Ibid., p. 101. 271 Ibid., pp. 101-102. 272 Martín Luis Guzmán, “La política mexicana”, A orillas del Hudson, Obras completas, T. 1, op. cit., p. 31. 273 Ibid., p. 32.

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espíritu, noble y generoso, contra la brutalidad porfiriana; una reacción del liberalismo

absoluto, el liberalismo fundado en la cultura274. Y pone el dedo en la llaga:

Lo mismo los revolucionarios vociferadores de 1911 y 1912, que los reaccionarios de 1913, vieron siempre en Madero un ser incapaz (tan sólo porque no recurría a los excesos ni a la violencia), y así se explica que algunos de los primeros se hayan unido a los segundos en la hora el crimen. Así se explica también el fracaso de Madero en la obra transitoria de dominar a su pueblo, inculto y excesivo.275

Guzmán se lamentaba de que el movimiento iniciado por Madero –que era la

revolución verdadera, revolución esencialmente del espíritu— había sido

incomprendido. “Todavía hoy –señalaba—después de seis años de sangre, de ira, de

incapacidad cultural, y a medida que la veneración por Madero crece y se hace más

irresistible, su obra se entiende menos en su significación profunda”276. Sin duda,

Martín Luis Guzmán, se encontraba en la misma situación que Mariano Azuela,

desencantado del desvío de la revolución, pero interesado en que esta retomara el

camino de la esperanza.

Cuando en 1915 ve la luz la primera edición del libro The Whole Truth About

Mexico, donde Francisco Bulnes realiza un estudio minucioso y crítico sobre la

revolución, Martín Luis Guzmán sale rápidamente en la defensa del maderismo277. Para

él, algunas de las posturas del detractor de Madero eran insostenibles y ridículas; era

inmoral preconizar una dictadura como única forma de gobierno posible en México,

también lo era el hecho de decir que “Madero fue usurpador y Huerta presidente

274 Martín Luis Guzmán, “Francisco I. Madero”, en Ibid., p. 41. 275 Ibid. 276 Ibid.. 277 Francisco Bulnes que era un científico porfirista no simpatizaba en lo absoluto con la revolución, en más de un sentido fue un antimaderista connotado. Sin embargo, dicha animadversión hacia Madero –señala Ariel Rodríguez Kuri—no era originada por la figura del Apóstol, es decir, por su vocación de poder, sino más bien por la cauda de invitados indeseables que se dieron cita en el banquete revolucionario. (Ariel Rodríguez Kuri, “Francisco Bulnes, Porfirio Díaz y la Revolución mexicana”, Estudios de Historia moderna y contemporánea de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 13, 1990, p. 187-202). Hay que recordar que en más de un sentido la crítica que hacen a la revolución nuestros desencantados –Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos—irá en esta dirección.

93

legítimo, porque Madero fue elegido a pesar de la tradición, y Huerta, siguiendo la

tradición, traicionó y asesinó a Madero”278.

Lo que decía Bulnes era para Martín Luis más de lo que honradamente podía

decir un hombre. Su combate a la Revolución no le era aceptado porque en sus

conclusiones profetizaba para el país dos resortes de gobierno: la corrupción y el

asesinato; y esto representaba para Guzmán no sólo la desmoralización de la patria, sino

también la suya propia. Porque a pesar de sus críticas, nuestro autor sigue creyendo en

las bondades de la revolución, de ahí que se empeñe en combatir los denuestos sobre su

pertinencia y pida a Bulnes una interpretación justa de los hechos.

Los hechos están a la vista y exigen que se les interprete justamente. Puede la Revolución Mexicana haber cometido muchos errores, según afirma el señor Bulnes; mas ello no absuelve a los hombres que gobernaron con Porfirio Díaz –ya sea que desempeñaran carteras ministeriales o que se sentasen en las Cámaras—de la verdadera culpa a ellos imputable: no haber dado a México moralidad cívica practicándola por sí mismos. Más todavía –y esto no es paradoja--: si la Revolución, como dude el señor Bulnes, ha sido una calamidad nacional, la responsabilidad del gobierno de Porfirio Díaz será tanto mayor cuanto más calamitosa sea la Revolución, pues el primer deber de aquel gobierno, que duró treinta años, fue evitar esta revolución. y si tal cosa resultó entonces imposible por leyes que escapan a los hombres, y también es imposible ahora por motivos semejantes, no veo la necesidad de salir de nuevo de la Revolución para entrar otra vez en Porfirio Díaz279.

Martín Luis Guzmán prefiere esperar a que “la lucha siga, cueste lo que cueste,

hasta la salvación verdadera o hasta el aniquilamiento total”. Para así destruir todo lo

malo y sobre ello levantar el edificio de una nueva patria, conformada por instituciones

organizadas y útiles que le permitan a sus ciudadanos vivir y perfeccionarse. Sólo a

través del sacrificio podría lograrse el perfeccionamiento moral de la patria. Según

Guzmán, México viviría en las tinieblas mientras los mexicanos, o la mayor parte de

ellos, no fueran capaces del verdadero sacrificio, y sobre todo si se prestaba atención a

teorías desafortunadas como las de Bulnes que proclamaban la necesidad de una

dictadura. “Desear a México un Porfirio Díaz o una sucesión de Porfirios Díaz es

278 Martín Luis Guzmán, “Un libro de don Francisco Bulnes”, A orillas del Hudson, op. cit., p. 45. 279 Ibid., p. 46.

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confesar nuestro miedo y nuestro horror de la verdad, nuestra incapacidad de sacrificio;

es confesar que no queremos patria ni la merecemos”280.

México no es un país

Después de un largo peregrinar, en 1919 Martín Luis Guzmán regresa a México.

Desde aquí envía una carta a Alfonso Reyes pidiéndole que sea el corresponsal en

Madrid de un nuevo diario –El Heraldo de México, propiedad del general

revolucionario Salvador Alvarado-- del que será jefe de la sección editorial.281 Al

parecer han quedado atrás las correrías de los últimos años, la vida errante de Guzmán

ha cambiado por la del periodismo y la política282.

En su labor de editorialista, entre 1919 y 1920 escribe una serie de artículos

sobre el que seguirá siendo el tema de su interés, la política mexicana. La sucesión de

Carranza, las falsas oposiciones de los candidatos a sucederlo, y la necesidad de una

convención y un partido revolucionarios –lo que Calles realizará en 1929, serán los

temas abordados por Guzmán. Asimismo en sus temáticas de perspectiva democrática

plantea la importancia de la ciudadanía, los riesgos para México de un nuevo

caudillismo y la inmoralidad de la atmósfera revolucionaria. En estas fechas –1920—

Andrés Botas publica su segundo libro, A Orillas del Hudson, donde se recopilan los

artículos aparecidos, durante su exilio, en Manhattan.

1920 es un año axial para México. Se produce la mala hora que nunca falla en el

derrumbamiento de los gobernantes mexicanos: “la mala hora en que se proponen, con

el olvido de su origen, provocar una repulsa verdaderamente nacional, una negativa a la

que después tratan de enfrentarse”283. Carranza, al intentar imponer a Ignacio Bonillas,

280 Ibid. 281 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, México, 11 de marzo de 1919, en Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 113. 282 Apenas unos meses atrás Martín Luis Guzmán envía la que será su última carta desde los Estados Unidos a Alfonso Reyes. Instalado en Texas, donde había llegado en una de sus múltiples correrías, se quejaba de la muerte de su revista (El gráfico). Tal situación lo había obligado a buscar otros medios de vida, estaba resuelto a hacerse rico. En su intento, las letras por el momento le estorbaban, volvería a ellas cuando tuviera con qué mantenerlas. (Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Houston, 27 de octubre de 1918, en Ibid., p. 112. 283 Martín Luis Guzmán, Obras completas, T.II, p. 1062.

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su embajador en Washington, como Presidente de la República, se enfrenta a la negativa

de otros generales de la revolución que desconocen su gobierno. Mientras trata de

escapar el Primer Jefe es asesinado, tras su muerte se establece un gobierno provisional

que en la figura de Adolfo de la Huerta se encarga de convocar a elecciones. De la

contienda Álvaro Obregón es el ganador indiscutible.

En 1920 Guzmán se suma al obregonismo, cuya cabeza es ese hombre que años

atrás le resultara antipático, insincero, farsante. Alberto J. Pani, su colega en la comisión

que redacta los estatutos de la Universidad Popular Mexicana, su compañero de

aventuras revolucionarias, cuando el cuartelazo, es el encargado de ponerlo en contacto

con la revolución triunfante. Al ser nombrado canciller por Obregón Pani hace a

Guzmán su secretario particular, y lo habilita de inmediato como su representante en la

Comisión Organizadora de los Festejos del Centenario de la Consumación de la

Independencia284.

Después de dos años en México y cuando todo parece marchar sobre ruedas,

Guzmán le confiesa a Reyes encontrarse muy preocupado, casi triste. “Las cosas

desagradables me tienen cogido como si hubiera yo nacido para ellas. Comienzo a

desconfiar de mi buena suerte y de mi virtud”. Su situación personal lo hacía dudar, se

encontraba de nuevo invadido por la desesperanza.285. “Recordará usted que desde los

abismos de Texas renuncié a la literatura y a los periódicos. Pues bien, si no fuera por

ambas cosas casi me moriría de hambre”. Con su confidente y amigo comparte la visión

de la realidad mexicana:

Tiene usted razón, en parte a lo menos, en cuanto al estancamiento mexicano. Este es un país de gentes cobardes que temen hasta hablarse unos a otros, nunca se juntan ni se comunican nada; por donde todo lo nuevo tiene que imponerse a fuerza de virtud intrínseca, sin el concurso social: aquí la gente sólo sabe, o sólo sospecha, lo que ha visto con sus propios ojos. ¡Si yo hubiera podido quedarme en España!286

284 Martín Luis Guzmán, Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 38 285 Probablemente Martín Luis Guzmán veía el horizonte de sus triunfos muy lejano, en comparación con dos de sus colegas del Ateneo—José Vasconcelos y Alfonso Reyes--, su carrera se encontraba en los albores, lo mismo en el campo de la política que en el mundo de las letras. Por ejemplo, cuando Guzmán publica su segundo libro en 1920, Alfonso Reyes su confidente más cercano, ha publicado seis y prepara otro más. Y en el gobierno de Obregón, mientras está supeditado a las órdenes de Pani, Vasconcelos se encuentra al frente de la Secretaría de Instrucción Pública encabezando toda una cruzada cultural. 286 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, México, sin fecha, en Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 114.

96

La situación económica, la atmósfera política, pero también la separación de los

amigos repercutía en el ánimo de Martín Luis Guzmán. La lejanía de Pedro Henríquez

Ureña, el despego de Vasconcelos y, sobre todo la muerte de Jesús Urueta—responsable

al parecer de la afición helénica de aquellos jóvenes que debutan en Savia Moderna--287,

provocan en Guzmán el desaliento288. “De Pedro no sé palabra. No nos escribimos hace

tiempo. Lo de Chucho fue horrible. Texas, verano, influenza, miseria, vicio,

desencanto… Lolita está en El Paso. Torri vende ahora los libros de Chucho –con

inventario—y le manda a la viuda lo que producen. México no es un país”289.

Sin embargo, en 1922 la situación parece ser más favorable para Martín Luis

Guzmán, que hasta decide emprender un proyecto propio. Funda El Mundo, diario de la

tarde y luego en 1923 una radiodifusora que será extensión del vespertino. Además en

estos años –de 1922 a 1924—es diputado al Congreso de la Unión por la XXX

Legislatura. Todo va viento en popa hasta que, ante la proximidad de la sucesión

presidencial, se le presenta de nuevo la disyuntiva de tomar partido. Si años atrás tuvo

que decidir entre Carranza, Obregón y Villa, ahora la elección se concretaba a dos

nombres: Calles y De la Huerta.

Guzmán se decide por Adolfo De la Huerta y rompe así con Obregón que se

inclina por Plutarco Elías Calles. Al igual que la de Carranza, la sucesión de Obregón

apareja el levantamiento de los inconformes. Obregón regresa al campo de batalla y

liquida a los generales rebeldes, limpiándole el camino a su sucesor290. Guzmán debe

prepararse de nuevo para el destierro, pero no sin antes pasar por el oprobio. Esta vez, a

287 Ibid., 39. 288 A Jesús Urueta Guzmán dedica una sentida oración fúnebre el día 29 de marzo de 1921, al se inhumados sus restos. La oración será publicada en Otras páginas. (Ver Martín Luis Guzmán, “Jesús Urueta”, Obras completas, t. I, pp. 115-119) 289Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, México, sin fecha, en Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 114.

290 Ibid., p. 40. La rebelión delahuertista es considerada como un movimiento de la reacción. Los revolucionarios que se encuentran en el poder –con el presidente Álvaro Obregón a la cabeza--, son los encargados de difundir tal idea. Ellos, que se ostentan como los herederos de los principios de la revolución, son también los destinados a combatir a todos aquellos que se opongan al avance de la revolución, es decir, a todos los reaccionarios. Es interesante cómo en el imaginario colectivo de la época prevalece esta idea, ejemplo de ello son estas coplas de la Charla de comadres acerca de la rebelión delahuertista: -¡Ay!, comadre, si es que sigue la revuelta,/va a agobiarnos la más triste situación,/nos veremos en una ruina completa,/muertas de hambre y sin ninguna protección,/-No se acuite comadrita, que a la fecha/va perdiendo gran terreno la reacción,/pues me dicen que ya Adolfo De la Huerta,/las espaldas ha enseñado el correlón./-¡Ay qué bueno! Comadrita, me despido,/son las once y tengo que dar de comer./-Las haremos, no se vaya, que el marido/si la quiere que la aguarde, ¿qué ha de hacer?/-Pues entonces comadrita, ya me animo,/que las sirvan y brindemos con placer./-Yo...por Calles... -Yo por Álvaro tan digno./-¿Y por Huerta?. -Que la choque su mujer/.

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diferencia de lo que sucediera con su primer exilio, la salida de Guzmán no pasa

desapercibida.

Durante el conflicto delahuertista además de diputado, Guzmán era

vicepresidente del Partido Cooperatista, el que quiso primero apoyar a Calles y luego se

inclinó a favor de De la Huerta. Asimismo era director del periódico que publicó la

renuncia de éste al Ministerio de Hacienda, lo que hizo irreparable su ruptura con

Obregón. Ante el anuncio sobrevino la crisis política y luego la militar. Guzmán se ve

envuelto en el escándalo: De la Huerta atribuye mala fe periodística al anuncio

anticipado de su correligionario291.

Por su participación en el delahuertismo, dos acusaciones pesaron sobre

Guzmán. La primera le atribuía que, por comisión de Alberto J. Pani, entonces ministro

de Obregón, él había manipulado en secreto a varios diputados cooperatistas para que

cambiaran de posición y apoyaran a De la Huerta. La segunda decía que, sin

autorización, él había sustraído de la casa de De la Huerta su carta de renuncia al

Ministerio de Hacienda y la había publicado en El Mundo, diario del que era director292.

Según la versión, Manjarrez, secretario particular del sonorense, descubre a Guzmán

hurgando entre los papeles del despacho que éste ocupaba en la Casa del Lago. Cuando

fue descubierto Guzmán argumentó una maniobra política previamente concertada con

De la Huerta293.

El exilio es inminente. Poco antes del estallido de la rebelión armada, Alberto J.

Pani, su colega subversivo de 1913, su jefe en la Cancillería en 1921, le había advertido

a Guzmán que o cambiaba de pensamiento político o sencillamente el gobierno lo

mataba294. Como miembro de la reacción, previo pacto con Pani, Guzmán sale del país,

pero antes sus medios le son arrendados, y poco después sus bienes de la ciudad de

México le son confiscados por el gobierno. Principia 1925, Guzmán está otra vez en el

destierro.

291 Ibid. 292 Jorge Aguilar Mora, Fractal. 293 Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 40. Sólo meses después Guzmán habla a Reyes sobre el asunto: “¿O acaso no ha advertido usted la diferencia de mi actitud antes sus gestiones respecto de Pedro, por una parte, y respecto de Pani, por otra? La reconciliación con Pani pudo serme muy útil; sin embargo, la rechacé. Porque, obedeciendo móviles de un egoísmo exento de toda valentía no vaciló en mentir y en calumniarme para hacerse más grato al bandolero, asesino y farsante de Álvaro Obregón. (Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Madrid, 22 de diciembre de 1928, Ibid., pp.130-131.) 294 Entrevista a Martín Luis Guzmán realizada por el historiador Eduardo Blanquel en 1971, citada en Ibid.

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La gresca de los odios políticos

En septiembre de 1925, Guzmán advierte a Alfonso Reyes sobre su nueva

situación. “Después de su reciente viaje a México no se sorprenderá al saber que estoy

otra vez en España”. Ahí se encontraba desde hacía tres meses y estaba dispuesto a

esperar --así lo confesaba en su carta--, “a que la gresca de los odios políticos

mexicanos precise su dibujo suficientemente para que pueda yo acercarme a ella sin

riesgo de daños irreparables”295.

Sin duda el daño irreparable al que se refería Guzmán en su carta era la muerte.

Obregón, además de la confiscación de sus bienes, había decretado la pena de muerte

para los jefes de la rebelión. Varios de ellos fueron fusilados después de intentar huir, a

Miguel Palacios Macedo, encargado de la Hacienda Pública de la revolución

delahuertista, le toca presenciar los métodos violentos que después caracterizarían el

gobierno de Obregón; su amigo Basáñez fue asesinado cobardemente mientras trataba

de internarse en la sierra con un puñado de hombres296.

En 1924 de nuevo sobrevenía la violencia, y como consecuencia la separación,

el exilio… el lamento de los emigrados. Como sugiere Enrique Krauze, la rebelión

delahuertista que escindió al grupo sonorense en el poder terminó también con la luna

de miel que los miembros del Ateneo y sus discípulos habían vivido entre sí y con los

políticos. Separado de la Universidad, distanciado de Vasconcelos, Antonio Caso

escribía amargamente: “No tenemos ya derecho a sentir ilusiones. Difícil es vencer la

amargura que deposita cada día, en el alma, el desarrollo aún no terminado y que parece

interminable de una revolución”297.

Pedro Henríquez Ureña, el otro ateneísta por el que Guzmán pregunta tanto en

sus cartas, y que por cierto no quiere saber nada de él, se va de México rumbo a

Argentina. Vasconcelos después de la ruptura con Obregón también abandona el país.

Por su parte, Miguel Palacios Macedo, delahuertista y miembro de los Siete Sabios,

grupo intelectual muy cercano al Ateneo, luego de resistirse a salir de México huye

rumbo al exilio. ¿Se había perdido la fe en la revolución? Al parecer no.

En 1924, antes de salir, Pedro Henríquez Ureña escribe un ensayo en donde por

primera vez se intentaba una visión retrospectiva de la revolución y la cultura en

México. Era todavía una visión optimista, heredada de la confianza de los años 1921 y

295 Ibid., p. 123. 296 Enrique Krauze, op. cit., p. 191. 297 Ibid., p. 186.

99

1922, cuando ateneístas y políticos vivían en armonía”298. Por su parte, Miguel Palacios

Macedo, perdida ya la esperanza de la rebelión delahuertista y ante su negativa de salir

del país, señala: “No me he refugiado en La Habana: No saldré nunca de México. Me

honro en ser miembro de la revolución que defiende los intereses colectivos de la patria.

Estimo mucho la dignidad de mi pueblo para permitir que sea gobernado por

traidores”299.

La fe en la revolución seguía viva, pero el ideal de revolución no era el

encarnado por Obregón. A la rebelión delahuertista se habían sumado todos aquellos

que decidieron ser fieles a sus principios, entre los cuales se hallaba como más

importante el luchar contra la imposición de Calles. “La manera más directa de lograr el

poder, era luchar por él”, así lo creía Palacios Macedo, que no lo quería para sí mismo,

pero sí para influir en el gobernante, para indicarle qué hacer con ese poder300.

Los resultados de la revolución encabezada por De la Huerta fueron

catastróficos. Los sublevados se enfrentaron a la eficacia irreversible de la violencia

política, a la violencia del estado revolucionario. Sobre sus efectos, Palacios Macedo se

lamenta y razona los siguientes años de su vida: “La violencia política sólo se diferencia

de su hermana menor, la terapéutica, en que es el mal y el remedio al mismo tiempo

(…) La violencia política es irreversible. Había desde luego un violentado (se refería a

De la Huerta, ¿o al país?), vienen enseguida los violentos perniciosos, los violentadores

( los delahuertistas), por último entra en escena el desviolentador violento (Obregón) o

sea el médico y es saludado con aplausos”.301

Asimismo sobre la sentencia de “no más revolucioncitas mexicanas” en la que

Gómez Morín reprobaba el uso de la violencia (al parecer su reproche iba dirigido a la

reciente rebelión delahuertista), a menos que esta estuviera encauzada hacia un

propósito sano, un propósito de justicia (“violencia para ser técnica después o violencia

por la violencia: misticismo anarquista o tecnicismo renovador, pero no más

revolucioncitas mexicanas con generalitos y primeros jefes y con intelectuales

peleándose las migajas cerebrales de los matones”)302, Miguel Palacios Macedo contesta

implacable:

298 Ibid., 299 Ibid., p. 191. 300 Ibid., p. 180. 301 Carta de Miguel Palacios Macedo a Manuel Gómez Morín, 29 de noviembre de 1925, citado en Enrique Krauze, Ibid., p. 243-244. 302 Carta de Manuel Gómez Morín a Miguel Palacios Macedo, en Enrique Krauze, Ibid., p. 242.

100

“No más revolucioncitas mexicanas”… si es por horror a la fauna microbiana sin estar hoy precisamente en revolución, tenemos todo un surtido en almacén, ¿no? Estoy en que nos quedan dos matones presidentes, por lo menos, un enjambre de generalitos de engorda, y una verdadera plaga de intelectuales, ministros, subsecretarios… con harto suculentas migajas que repartir… No más revolucioncitas mexicanas… ¿Qué pues?, otra vuelta al “Amor, orden y progreso”… Entonces gobiernitos mexicanos con dictadorcitos de combinación (…) con serrallos y concubinas de elección popular, son sufragio efectivo (¿) y no reelección (!!!!) con embutiditos democráticos, atole revolucionario, intendencia comunista, charchinas sindicales (para eso ganamos), latifundios de experimentación agraria y “repartos”, bancos, ferrocarriles, prebendas y monopolios303.

Miguel Palacios Macedo, creyente de que la rebelión delahuertista encarnaba los

principios del ideario revolucionario al estar en contra de los “gobiernitos mexicanos” y

sus métodos, nunca perdonó a sus amigos su silencio, la gran mayoría se había

abstenido de participar en su lucha. Probablemente algunos esperaban otros tiempos en

los que la violencia se replegara y hubiera forma de acercarse al poder sin recurrir a

ella304. Miguel Palacios, que igual que Martín Luis Guzmán no esperó (y que en 1929 se

uniría de nuevo a la “reacción”, ahora representada por Vasconcelos), en la vejez seguía

pensando que “los hombres de 1915, sus compañeros, habían fracasado, según su

concepción, en ser fieles a la vocación que pretendían sentir”. Porque jamás llegaron

adonde “hubiera querido verlos, con todos los riesgos y privaciones”; habían sido

demasiado débiles y pusilánimes. Para él, sin duda la revolución había abortado305.

La violencia política de la Revolución

A pesar de toda la violencia que logró desatar, uno de los aciertos de la rebelión

delahuertista es que sirvió para revelar el verdadero estado de la revolución mexicana.

En un momento –la víspera de las elecciones-- en que se empezaban a racionalizar los

problemas del país, a hacer un balance de las propias actitudes, a definir los proyectos

personales y colectivos306, sucede el quiebre de la facción que se encuentra en el poder.

303 Carta de Manuel Gómez Morín a Miguel Palacios Macedo, 29 de noviembre de 1925, en Enrique Krauze, op. cit., p. 244. 304 Enrique Krauze, Ibid. 305 Ibid., p. 17. 306 Ibid., p. 193.

101

Tal ruptura demuestra que más allá de la aparente estabilidad había revolucionarios que

no estaban de acuerdo con la revolución encarnada en la figura de Obregón.

Palacios Macedo es muy claro en su misiva a Gómez Morín. Su rebelión había

sido contra el desvío de los principios revolucionarios, contra el autoritarismo, la falta

de respeto al voto popular, la inexistencia de democracia, contra las falsas promesas de

la revolución. “Latifundios de experimentación agraria y ‘repartos’, bancos,

ferrocarriles, prebendas y monopolios”307, en eso se había tornado el gobierno de Álvaro

Obregón.

Aunado al hecho de que la revuelta de 1923 mostró el estado real de la

revolución, se encuentra otro de los aciertos del delahuertismo: desnudó los verdaderos

métodos del régimen revolucionario. Hizo patente que el mecanismo personal de

gobernar de los presidentes de la revolución era el de la violencia política. La violencia

como justificación y sentido últimos de la revolución, el asesinato como arma eficaz del

caudillismo posrevolucionario. Palacios Macedo lo dice abiertamente: “Nos quedan dos

matones presidentes”308.

Más tarde Guzmán también se expresa en ese sentido y llama “asesino y

farsante” a Álvaro Obregón309. Los hechos que lo hacen condenarlo ya no son

únicamente los relacionados con la rebelión delahuertista, sino también los ocurridos en

el año 27, en el poblado de Huitzilac. En vísperas de elecciones, la historia de violencia

vivida por Guzmán y Palacios Macedo años atrás volvía a repetirse: algunos generales

revolucionarios trataron de rebelarse contra los deseos reeleccionistas de Obregón y

fueron cobardemente asesinados. El asesinato como instrumento político de control del

régimen revolucionario quedaba otra vez al descubierto.

El suceso es tan sonado que les llega hasta el exilio, y no sólo Guzmán y

Palacios Macedo se sienten horrorizados por las formas violentas del estado

revolucionario. En octubre de 1927, José Vasconcelos y Gómez Morín se encontraban

desayunando en un hotel de Londres cuando leyeron la noticia. “En Huitzilac murieron

asesinados el general Francisco Serrano, candidato a la presidencia, y más de una

docena de sus fieles”. A Vasconcelos el asunto le sirvió para comprobar su teoría de la

barbarie, su única impugnación constante a los regímenes revolucionarios había sido

307 Carta de Manuel Gómez Morín a Miguel Palacios Macedo, 29 de noviembre de 1925, en Enrique Krauze, op. cit., p. 244. 308 Ibid. 309 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Madrid, 22 de diciembre de 1928, Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 131.

102

precisamente esa, la de sus métodos poco civilizados; Gómez Morín, en cambio, que

todavía mantenía viva su confianza en el movimiento, perdía en ese instante,

definitivamente, la fe y la confianza en los regímenes nacidos de la Revolución. El 2 de

octubre de 1927 escribe una carta en la que muestra su desprecio hacia el lado salvaje de

la política, la historia y la sociedad mexicana:

Querido amigo: Londres entero sabe hoy lo que ha pasado en México y nosotros sentimos que en le hotel y en la calle todos nos ven que somos mexicanos y nos miran con horror y desprecio. A tres columnas, en primera plana de hoy, el Times da la cruel noticia. La gente comenta con repugnancia. Esta gente que vive del respeto a la dignidad y a la persona humana, piensa que China, México y Rusia son ahora ejemplo de comunidades humanas inferiores. A pesar de las afirmaciones revolucionarias con que se revisten. A pesar de las cartas de Romain Rolland, que se muestran también como ejemplo de un complejo psicológico formado de romanticismo revolucionario, de insensibilidad bien burguesa, de cierta exaltada hipocresía muy común entre los que son o quieren ser líderes sociales. La comunidad no puede concebir que se trate de un procedimiento político, no puede ver en los hechos otra cosa que una repugnante y primitiva brutalidad. Nosotros estamos aniquilados y quedamos sin posibilidad de comentar por muchas horas. Un agudo dolor interior nos tuvo callados hasta hace rato que volvimos al cuento, después de andar todo el día sin mirarnos y sin apenas hablar. Ahora hemos cruzado unas palabras en voz baja, contando los muertos y recordándolos. Yo me aparté a escribirle porque necesito una disciplina para no perderme en esta agitadora turbulencia de ideas y de recuerdos y de penas también. Rolland, contestando a algunas emigrados rusos –no traidores, bien entendido, ni reaccionarios obtusos, sino revolucionarios de ideal--, dice que sí sabe que en Rusia el hambre ha causado millares y millares de víctimas, que sí sabe cuánto dolor, cuánta sangre y cuánta miseria ha producido la revolución. Pero que a él sólo le importa que hay algunos campesinos liberados. Lo demás, podrá afectar a las víctimas o a los testigos inmediatos; para él sólo existe el noble movimiento en el campo superior de la revolución310.

Según Gómez Morín, México –junto con China—era visto en el extranjero como

un sitio remoto, como un pueblo extraño material y espiritualmente, de donde salían de

vez en cuando notas de color, pero de donde llegaban, sobre todo, espantosas noticias de

una pobre humanidad ensangrentadas y viviendo en el lodo. México era considerado un

país donde no había política sino escatología o teratología. No el noble entendimiento o

la pugna de hombre por afanes humanos, sino enfangamiento de corrupción, de

ignorancia y de pasiones, o manifestación de monstruosos y disformes fenómenos

colectivos311.

310 Enrique Krauze, op. cit., p. 246-247. 311 Ibid., p. 247.

103

Para él, la noticia de la matanza de Huitzilac no chocaba con la idea que en el

exterior se tenía sobre México, pero aún así seguía horrorizando la violencia de la

política mexicana. En la prensa extranjera se repetían comentarios peligrosos: “un pobre

país, con quince millones de habitantes tiranizados y asesinados a mansalva por un

grupo armado, sin escrúpulos y sin plan, merece la atención del mundo civilizado y los

Estados Unidos, su vecino, tiene ante ese mundo el deber de ayudarle a ganar su

independencia y su paz”. Los mexicanos eran considerados víctimas de un constante

atraco, merecedores de una acción libertadora y salvadora por parte de los estados

Unidos312.

Si bien es cierto, decía Gómez Morín, la revolución había servido para

desenmascarar muchos vicios y poner de manifiesto el trabajo y el espíritu de muchas

viejas instituciones, la misma revolución también se había mostrado incapaz de corregir

esos males y en cierto modo lo único que logró fue agravarlos y consentirlos. “De este

modo, el único movimiento internacionalista que en México ha habido después de 1910,

generoso y desinteresado y de posible grandiosidad, está desvirtuado o corrompido por

los gobiernos y por los políticos”313.

En la reflexión de Morín la revolución aparecía como una revolución

traicionada, pero lo mismo sucedía con la nación y la historia, que habían sido

traicionadas por los políticos y los gobernantes con “el pretexto, primero, de la paz, de

la prosperidad, del ingreso al ‘concierto de las naciones’, con el pretexto, después, del

nacionalismo y de las conquistas revolucionarias”. Traicionadas en su destino político,

en su economía, en los afanes del pueblo, “que ha sido cínicamente engañado con un

malabarismo de palabras revolucionarias; que después de pelear y sufrir, ve

escamoteadas las promesas de mejoramiento y de libertad, y se encuentra con una

miseria cada día creciente, con una tiranía cada vez mayor y con una corrupción que no

tiene límites”.

Por 18 años hace lema de sus instituciones un principio político que creyó indispensable y con la lucha más cruel se dice se dice subsistente y conquistado ese principio y casi en su nombre se obra en contra de su mandato. Durante 10 años se hace al país sufrir las consecuencias de una lucha para nacionalizar los recursos naturales y se acaba por claudicar y entregar esos recursos, asegurando que ha llegado la hora del tiempo completo de la nacionalización proclamada. Expresamente se reconoce el viejo anhelo

312 Ibid. 313 Ibid., p. 250.

104

de la masa rural de población. Se le ofrece tierra y, en vez de la obra de trabajo y de apostolado que esta oferta exigía, se hace de la labor agraria una fuente de capital político, un procedimiento más para usar la sangre del campesino, explotando—en una explotación más cruel que la del encomendero—su candidez, su ignorancia, su individual desamparo, su necesidad y hasta su ambición y sus pasiones y defectos. Desde 1917, se proclama con gran ruido la definitiva liberación del obrero, el establecimiento de una política de proletarios, la vigencia de leyes de nueva y completa protección al trabajador, asombro del mundo, sorpresa del capitalismo, y esas leyes, y esa política, aparte de estar muchos años atrás en la evolución de las instituciones sociales protectoras del trabajo, se vuelven también un capital político, un medio de explotación de la fuerza obrera314.

Para él era atroz pensar en tanto engaño, en tanta violencia. La matanza de

Huitzilac era horrorosa por el momento –una aparente época de paz—y por las

personas. Hacía 18 años que el país no pasaba día sin un asesinato, sin un atentado

contra los hombres y contra las ideas. Sin embargo ese ambiente de violencia igual que

lo desilusionaba alimentaba en él las ansias de volver del extranjero. “Mientras más

malas son las noticias de México, mayor es mi deseo de volver”. Sin duda, ese mundo

de paz y de civilización en el que vivía le llenaba el alma de desaliento. Su

remordimiento era estar en Londres mientras en México todo era dolor, sangre,

violencia. “Mi México, mi pobre México” dice Morín315.

En el exilio, también Martín Luis Guzmán tiene su mirada puesta en México, en

1928 quiere volver pero no se atreve por temor a ser asesinado. A pesar de que Álvaro

Obregón ha muerto Guzmán sigue desconfiando de los métodos del gobierno

revolucionario. En diciembre de ese año comparte con Reyes su inquietud: “Pienso ir

allá en cuanto haya indicios de que no me fusilan ni me meten en la cárcel; mi destino

‘por el dedo de Dios se escribió”. Guzmán, quien seguramente ignora que pasará

muchos años más en el destierro, en su misiva también le pide a Reyes le envíe la

revista Síntesis del mes de octubre, ahí sale un artículo donde se habla de su más

reciente obra, El águila y la serpiente, cuyo tema es la revolución y es su primera

novela. En Madrid no la encontraba por ninguna parte.316.

314 Ibid., pp. 251-252. 315 Ibid., p. 252. 316 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Madrid, 22 de diciembre de 1928, Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 129.

105

Él águila y la serpiente

Al estallido de la revolución, en Martín Luis Guzmán, la posibilidad de escribir

se tornó en su manera de expresar ideas. Igual que a Mariano Azuela sus pasos y

vicisitudes de revolucionario y político lo ponen en contacto con todo un mundo de

posibilidades literarias. Sólo que a diferencia de Azuela, a Guzmán se le presenta ese

mundo cuando ya ha andado un largo trecho del camino. En dicho transitar la

revolución y la política habrán de mostrársele “como un escenario de figuras

alternativamente de hombres y agonistas, personas de la realidad de cada día, que lo

abarcan a él, junto con los otros”, como a un espectador y actor de los cuadros de la

historia317.

Así, aquel Guzmán que más de una década atrás se sintiera reducido al silencio y

en “peligro de embrutecer definitivamente”, que estaba agobiado, al borde del suicidio,

lleno de impaciencia y disgusto por calcular mal el empleo de su tiempo318, ahora podía

escribir gracias a las contemplaciones, buenas y malas, de su entorno319. Dicha actitud

de observador atento le creó estados de conciencia destinados a reflejarse en sus

novelas, en las que se puede inferir que el propósito de Guzmán no es describirse a sí

mismo, ni siquiera hablar de su paso por la revolución, sino interpretar la vida del

país320.

Su primera novela, El águila y la serpiente, publicada en 1928 en Madrid, es

resultado de esa actitud de contemplación que Guzmán mantuvo respeto al movimiento

revolucionario. Fue maderista, constitucionalista, villista y convencionista,

317 Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, México, Porrúa, 19914, p. 81. 318 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Manhattan, 23 de agosto de 1917, Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 107. 319 Resultan por de más interesantes los regaños y recomendaciones que Reyes, un poco harto del pesimismo de Guzmán, le hace en sus cartas. Le dice: ¿Qué quiere Ud., en definitiva? ¿Ser escritor y ganarse cómodamente la vida? Eso es lo que yo quiero; por eso no hago caso de los que llevan otro camino (se refería al camino de la revolución en el que Guzmán transitaba) (…) Ud. Puede hacerse muy pronto de nombre envidiable en la literatura americana, si se resuelve Ud. A estudiarlo. Entre tanto, gánese Ud. La vida como pueda porque así está el mundo; pero no acepte Ud. Compromisos que lo arrastren fuera de su propósito: mil veces se lo repetiré. No imite Ud. Demasiado el camino de otros porque no hay tiempo para todo (…) siga Ud. Escribiendo sobre lo que le sea más fácil. Inmediatamente después, piense Ud. En alguna cosa para la que haya que leerse una decena de libros solamente, y que sin ser un manoseado asunto de actualidad, tenga que ver un poco con toda la gente: así es como empiezan a fijarse los demás, cuando se ven citados en los libros y no están siempre seguros de que se les haya tratado bien (ni mal). Después de eso, ya puede escribir para su corazón. La novela sería cosa preciosa (…) Es con arte de invención directa con lo que hay que esforzarse. No sabemos bien cómo ni por dónde, pero en nuestro país va a abrirse pronto un campo propicia para todo para todo esto. Haga Ud. cuentos. Publique en muchas partes, aunque sea gratis; de preferencia no cosas de crítica, sino cosas donde se cuente algo. Es el modo de asir al público. Nunca teme Ud. ser vulgar. (Carta de Alfonso Reyes a Martín Luis Guzmán, Madrid, 2 de agosto de 1917, Ibid., p. 104). 320 Emmanuel Carballo, op. cit., p. 73.

106

posteriormente se unió al obregonismo y terminó convertido en delahuertista. Su

amplio camino recorrido en la revolución resultó ser una experiencia fundamental en

sus obras, tanto en Él águila y la serpiente, como en La sombra del caudillo, donde el

autor pinta las escenas de la revolución y el retrato de los hombres que en ella

participaron.

El águila y la serpiente es la novela de un joven que pasa de las aulas

universitarias a pleno movimiento armado, comenta Guzmán. En ella cuenta lo que él

vio en la revolución tal cual lo vio, con los ojos de un joven universitario321. En su

novela Martín Luis Guzmán presenta el desarrollo de la revolución mexicana en los

años que van de 1913 a 1915, de la lucha contra Victoriano Huerta a la caída del

gobierno de la convención. Su visión es la de un testigo que quiere dar a conocer los

contrastes de la lucha que le tocó vivir. Así que a la vez que presenta el anhelo de

redención del pueblo mexicano, muestra los elementos negativos de discordia, retroceso

y maldad.

De ahí que en la novela donde Guzmán ofrece su versión de los hechos, lo haga

fijando los perfiles psicológicos de los personajes322, es decir, dando “el retrato de sus

hombres y la pintura de sus escenas, unidos los unos con los otros y tramando todo

mediante un procedimiento tal que, dando unidad al conjunto y liberándolo de ser

historia, o biografía, o novela, le comunique la naturaleza de los tres géneros en

proporción bastante para no restar fuerza al principio creador, ni verdad sustantiva o

creadora”323.

Es interesante como a diferencia de Azuela en sus primeras novelas, Guzmán no

quiso o no supo recurrir a la contemporaneidad de los acontecimientos históricos para

construir con ellos su imagen de la revolución324. Probablemente se conocía a sí mismo

tan bien -como lo demostró después- que le parecía imposible escribir una narración

menos moralista que Los de abajo o libros de ideas aún menos narrativos que La

querella de México y A orillas del Hudson.

Aparecidos en 1917 y 1920, respectivamente, estos dos libros demuestran que,

recién terminada su experiencia revolucionaria, Guzmán prefería continuar las

321 Ibid., p. 65. 322 Antonio Castro Leal, La novela de la revolución, p. 204. 323 Ibid., p.204. 324 Sobre Los de abajo Carlos Monsiváis señala una ventaja incomparable, es el hecho que pese a haberse escrito en 1915, posee ya distanciamiento y perspectivas internas y externas para ubicar, así sea sin mayores matices, al fenómeno revolucionario. Puesto que en su mayoría, los libros decisivos sobre el tema se escribirán a partir de los veintes. (Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1012).

107

reflexiones finiseculares y luego ateneístas, omitiendo la Revolución como si ésta

necesitara la indiferencia y el silencio para revelar su sentido. Y como si él, sin decirlo,

hubiera decidido prepararse, dejando a la deriva el sentido metafórico de sus lecturas

platónicas y lo más posible de su moralismo racista, para el momento de ser elegido el

narrador de ese sentido. El momento de la elección tenía que ser un momento

totalizador: visión, conciencia, estilo, todo resuelto en una gran búsqueda de unidad325.

Sin duda en 1928 con El águila y la serpiente Martín Luis Guzmán llega a ese

momento, pues logra ofrecer una visión amplia, elocuente e insustituible de la

revolución, del mundo de dirigentes, jefes y estados mayores del movimiento

revolucionario. Para lograr esta visión personal del mundo en que ha vivido como

testigo alerta, Guzmán ha ido recogiendo impresiones, pero ve las cosas con desinterés

y lejanía. Más que imponerse a la realidad, la interpreta, llevándola inocentemente del

brazo, haciendo que, sin sentirlo, quizá, varíe su rumbo326.

En sus novelas, a diferencia también de Azuela, Martín Luis Guzmán va directo

a la política y no a la revolución como esa bola que va por ahí de un lado a otro,

reclutando campesinos que se unen a una causa a veces claramente, a veces no. En sus

propósitos, el va más allá, interpreta cómo fue la construcción del México

contemporáneo a través de la invención de una legitimidad de caudillos que pasaron de

la guerra a la política y que trasladaron las prácticas de una a la otra327. En El águila y la

serpiente es manifiesta esta intención y se hará más presente en La sombra del caudillo,

su novela posterior.

Viaje a las ilusiones revolucionarias

Como muchos otros hombres de su generación, Martín Luis Guzmán emprendió

viaje al mundo de las ilusiones revolucionarias. En éste, el peregrinar fue largo, tortuoso

y cargado de aleccionadoras experiencias que luego habrían de traducirse en literatura.

En El águila y la serpiente, Guzmán, cual Homero, cuenta su experiencia en la odisea

revolucionaria y nos hace ver que si bien el resultado final de su viaje no es el esperado,

--pues en vez de darse el triunfo completo de la revolución, al final de la lucha contra

325 Jorge Aguilar Mora, Fractal. 326 La novela de la revolución, T. I., op. cit-, p. 26. 327 Ibid..

108

Huerta ésta termina aún más dividida--, su literatura cobra cuerpo a partir de ese

momento.

En Él águila y la serpiente Martín Luis Guzmán confirma el desvío del

movimiento iniciado por Madero, y en un tono menos dramático que el de Azuela

parece anunciar “en esto ha terminado la revolución”: en divisionismo, lucha entre

facciones, egoísmos, brutalidad, autoritarismo. La realidad no guarda correspondencia

con el ideal de revolución que Guzmán se ha construido. Pero a diferencia de Azuela,

que amargamente dice: “no, esto no es la revolución”, en su novela Guzmán reconoce la

tragedia cotidiana de la lucha y consiente, anuncia: “esta es la verdadera revolución”.

Durante su participación en la lucha armada, Martín Luis Guzmán, atento

observador, pudo apreciar en sus más mínimos detalles el extravío de la revolución. A

la vez que advertía la injusticia, la barbarie, la traición, decía adiós a sus más grandes

esperanzas. Desde un principio, la justicia revolucionaria de tramitación policíaca chocó

de tal modo con su manera de ser, que pronto resolvió apartarse del organismo

encargado de administrarla328. Al respecto señala: “Y sentenciados de antemano, se les

iba a juzgar ahora, a media noche y según es ley de nuestros cuartelazos y revoluciones.

¡juicios sumarísimos para disfrazar asesinatos!...”329

En Guzmán, revolucionario convencido, por lo menos así se declara él,330 se

personificaba por momentos la conciencia de la revolución, con todas sus incoherencias

y sus excesos331. “No todo es pureza revolucionaria en la revolución, dirá Guzmán,

también traemos nuestra canalla, y ésta, por desgracia, es la que va haciendo el

ambiente moral en que nos movemos. Para la canalla, revolucionar equivale a robar y

destruir cuanto se halla al paso”332. Los actos de los carrancistas lo hacen reflexionar

sobre la legitimidad de la lucha. Todo era robar y matar, era imposible “oponerse al

robo en los días en que el robo desenfrenado era la única ley”. En la novela un

revolucionario reclama préstamos forzosos:

328 Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, op. cit., p. 324. 329 Ibid., p. 388. 330 Dice en su novela, “nosotros éramos revolucionarios convencidos”, Ibid., p. 292. 331 Ibid., p. 388. 332 Ibid., p. 340.

109

Mi general se encolerizó, dijo que la Revolución ni él se equivocaban y amenazó con castigos “ejemplares” a los que se empeñaran en velar los hechos o facilitar apoyo a las ocultaciones “delictuosas” (…)333.

La esencia del fenómeno carrancista había de buscarse, según Guzmán, más que

en cualquier otra cosa, en una voluntaria confusión entre lo propio y lo ajeno: confusión

no para dar, sino para tomar. De Carranza la voz del pueblo hizo carrancear y a

carrancear y robar los convirtió en sinónimos. En el carrancismo, a no dudarlo, obraba

el imperativo profundo del robo, pero del robo universal y trascendente, del robo que

era, por una parte, medio rápido e impune de apropiarse las cosas, y por la otra, deporte

favorito, travesura risueña, juego y, además, arma para herir en lo más hondo a los

enemigos, o a quienes se suponía enemigos, y a sus parientes y amigos próximos”334.

Ustedes que son unos traidores y unos cobardes, van a aprender que con la revolución no se juega, ni se juega conmigo, que la represento con cuanta dignidad conviene a su idealismo glorioso y a sus impulsos heroicos, justicieros335.

En El águila y la serpiente el carrancismo es representado como un intento de

exterminio de los contrarios impulsado por resortes cleptomaníacos. Para Guzmán, en

eso degeneraba, en parte y por de pronto, dirigido por jefes inmorales, el arranque

popular que en un principio sólo quiso restablecer el equilibrio político y moral, roto

con la traición a Madero y con su asesinato336. En eso se había convertido la revolución,

en rapiña, muerte, barbarie y desastre. ¿Y la Constitución? ¿Qué acaso no era producto

también de los revolucionarios? A Guzmán, esto parecía no importarle, su pesimismo

exacerbado no le ayudaba a percibir los móviles generosos que podía tener el

movimiento. “Al salir, la tropa dejaría tras de sí lo que deja en todas partes: mugre y

destrucción”. Todo eso era un anuncio del fin inevitable.

333 Ibid. p. 332. 334 Ibid., p. 341. 335 Ibid. p. 332. 336 Ibid.

110

A los pocos días de instalarse allí el cuerpo de guardia: todo estaba sucio y sin lustre, todo estropeado, todo próximo a convertirse en astillas… Todo lo cual era a manera de símbolo de futuras etapas dolorosas. Por un lado degeneraban los ideales, y por el otro, los objetos, los instrumentos, los útiles, sobados y macerados por la acción ignorante, por la acción plebeya o por la acción conscientemente perversa, se disponían a perder su virtud, cual si empezaran a cansarse de servir a los hombres337.

Estar metido en el torbellino de la revolución, era encontrarse también en el

abismo de la violencia. Los días de la revolución eran de la más completa inseguridad

nacional: “cuando la ciudad de México preguntaba todas las mañanas –como tantas

otras veces en nuestra larga historia de crímenes políticos—qué asesinatos se habían

cometido la noche anterior, y cuando todas las noches estimaba hacederos los asesinatos

más crueles y alevosos”338.

“¡Terribles días aquellos en que los asesinatos y los robos eran las campanadas

del reloj que marcaba el paso del tiempo!, exclama Guzmán para quien la revolución,

noble esperanza nacida años atrás, amenazaba en disolverse en mentira y crimen. ¿De

qué servía que un pequeñísimo grupo conservara intactos los ideales? Por menos

violento, ese grupo era ya, y no dejaría de ser, el más inadecuado para la lucha; lo cual,

por sí solo, convertía a la revolución en un contrasentido: “el de encomendar a los más

egoístas y criminales un movimiento generoso y purificador por esencia”339.

De otra forma de violencia cometida en la revolución, habla también Guzmán en

su novela: los presos sometidos a eso que se llamaba juicio sumario, es decir, un

sencillo expediente que servía para legalizar y justificar vulgares asesinatos. Y también

el destierro. “Carranza, que mataba poco, afirma Guzmán, tenía en cambio la perversa

afición a desterrar: a desterrar, de preferencia, a sus enemigos personales”. ¿Quién sino

él, se pregunta el autor de Él águila y la serpiente, es el verdadero restaurador del

ostracismo (ajeno totalmente a la letra y el espíritu de las leyes mexicanas) a que tanto

habrían de aficionarse, desde los tiempos de la Primer Jefatura, los gobiernos

revolucionarios?340

Si bien en El águila y la serpiente la crítica de Martín Luis Guzmán se centra en

el carrancismo, sus hombres y sus métodos, en La sombra del caudillo su ataque estará

337 Ibid., p. 342. 338 Ibid., p. 398. 339 Ibid., p. 400. Dentro de la misma revolución, con el término “reacción” empezó a llamarse con malicia al grupo revolucionario disidente. 340 Ibid., p. 349.

111

dirigido contra Álvaro Obregón, dirigente de la facción que termina por enterrar los

ideales revolucionarios. Sin duda, en El águila y la serpiente están planteadas algunas

de las acciones y actitudes que en su paso por el movimiento revolucionario han

desilusionado a Martín Luis Guzmán, y que en su novela posterior, La sombra del

caudillo, serán nuevamente esbozadas. Tal es el caso del autoritarismo, el caudillismo,

la corrupción y la violencia, sólo que aquí, en la segunda novela de Guzmán, tales

formas y métodos no son presentados como exclusivos de la lucha, aparecen más bien

como costumbres y procedimientos inherentes a la revolución convertida en gobierno.

La sombra del caudillo

En 1927, Martín Luis Guzmán se encontraba escribiendo la primera parte de una

trilogía que pintaría la revolución convertida en gobierno, cuando llegaron a Madrid,

por esos días, los periódicos que relataban la muerte del general Serrano. Esos mismos

periódicos insertaban las doce o trece esquelas de los hombres sacrificados en Huitzilac.

De pronto, el escritor tuvo la visión de cómo esos acontecimientos podían constituir el

momento culminante de la segunda de sus novelas. Así que abandonó su trabajo y con

verdadera fiebre se puso a escribir La sombra del caudillo341.

La sombra del caudillo cronológicamente cierra el periodo que da sus temas a la

novela de la revolución mexicana, es decir, que principia cuando los campesinos se

levantan para formar los batallones de Los de abajo y termina en el momento en que el

gobierno establecido de la revolución se siente todavía bajo la sombra del caudillo342.

La revoluciona ha triunfado, es dueña del gobierno, es ya gobierno. El caudillo se llama

ahora presidente de la república. Esta nueva situación crea –para él y los demás—

problemas, responsabilidades, preocupaciones. Resulta difícil y molesto el tránsito de la

voluntariosa actuación en todo el ámbito del territorio nacional a la obediencia de las

leyes de la administración, presente a todas horas en la oficina del funcionario343.

En su novela, Guzmán hace la crítica: “La vida democrática del país no podrá

implantarse ni prosperar sino cuando el gobernante abandone totalmente su complejo de

341 Emmanuel Carballo, op. cit., pp. 65-66. 342 Antonio Castro Leal, op. cit., p. 205. 343 Ibid., p. 204.

112

caudillo”. La sombra del caudillo, como sugiere Castro Leal-, lleva a la realidad –a una

realidad clarividente y punzante—este conflicto político, pintando cómo nace del cielo

de una autoridad que ambiciona más de lo que la ley le permite, cómo se desencadena y

cómo acaba por triunfar con vergonzosa violencia y la colaboración de toda aquellos

elementos del caudillismo que no entienden todavía lo que es un gobierno344.

Y esto, si por fuera no los debilitaba aún, por dentro empezaba a gastarles la fe, iba haciendo que se sintieran expuestos al juego de fuerzas cuyo origen no radicaba en ellos, sino en los otros… Defección. A uno de los diputados, que era coronel, el gobierno le había dado un regimiento a condición de que su suplente se uniera en la Cámara al gobierno de los hilaristas; otro, por compromiso semejante, había recibido promesa de una misión diplomática; y los otros dos, sin muchas fórmulas, se habían vendido por dinero: uno por cinco mil pesos, que le entregó la Secretaría de Gobernación; el otro, por siete mil, que le dio la de Relaciones Exteriores. ¿Se necesitaba más para comprender hasta donde llegaba el caudillo? Olivier conocía a fondo a diputados y senadores; sabía cuán frágil, cuán falsa y corrompible era la personalidad de casi todos ellos... Recordaba lo que el caudillo le dijera, dos años antes: “En México, Olivier, no hay mayoría de diputados o senadores que resista las caricias del tesoro general”345.

Pero también, como afirma Carlos Monsiváis, La sombra del caudillo es el

intento de definir una aspiración de cultura y civilización a través del ofrecimiento de

sus contrastes. “Y puede verse como una novela de violencia y persecución policial en

un espesamiento de intrigas. O puede ser un dibujo feroz del rostro de una ciudad, un

rostro que viene del trazo de líneas denunciatorias”346. Pero sobre todo puede ser

considerada como un rechazo cultural. Porque Guzmán sobre todas las cosas no acepta

el tipo de hombre creado por la revolución, lo considera básicamente un bárbaro, una

irrupción.

La tropa ignorante. No le interesaba la salvaguardia de su fortuna, o de sus libertades, o de su vida. Era, a lo sumo, una especia de desfile de circo: una procesión funambulesca de payasos pintarrajeados y fieras escapadas de sus jaulas… les falta a tal punto el

344 Ibid. 345 Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, p. 456. 346 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1012.

113

sentido de la ciudadanía, que ni siquiera descubren que es culpa suya, no nuestra, lo que hace que la política mexicana sea lo que es347.

Para él, la historia de México es la búsqueda de una sentencia irremisible.

Descripción, inmersión en los métodos de la lucha por el poder, de la crueldad del

aparato represivo y de la inevitabilidad de la ambición en un medio corrupto. La sombra

del caudillo enjuicia la política mexicana, sus organismos de poder, sus instituciones y

el aplastamiento a que someten todo lo circundante. “Cada dos años, cada tres, cada

cuatro –dice el general Protasio Leyva, jefe de la policía—se impone el sacrifico de

descabezar a dos o tres docenas de traidores para que la continuidad revolucionaria no

se interrumpa”348. Cuando Axkaná, alter ego de Guzmán, es secuestrado, se pregunta:

¿En manos de quién estoy—se preguntaba, todavía con el mareo de la sorpresa--: en manos de una partida de forajidos o de un grupo de agentes del Gobierno? Y su vehemente deseo era que los secuestradores resultaran bandidos, bandidos de lo pero, pero en ningún caso sicarios gobiernistas. “Porque en México—se dijo en el acto, y el concepto le vino preciso como nunca—no hay peor casta de criminales natos que aquella de donde los gobiernos sacan sus esbirros”349.

Según Carlos Monsiváis, de un modo u otro, los escritores que se dedican a

explicarse y a explicar la revolución suelen condenar por principio. Eso pasa con

Guzmán, y también con Mariano Azuela. Para ellos, la Revolución falla porque no

opera el milagro de redimir (en su sentido literal y cristiano) a una masa condenada a la

esclavitud, por maldad ajena y parálisis propia. La revolución, pese a todo, triunfa por

encumbrar a una nueva clase. Entre aplausos, olvidos y menosprecios ideológicos, estos

novelistas sugieren o anotan otras clases interpretativas. Y en ocasiones, crean un

mundo350. Martín Luis Guzmán, lo crea y pone a sus personajes a reflexionar sobre el

fenómeno.

347 Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, p. 465. 348 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1012. 349 Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, op. cit., p. 476. 350 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1012.

114

Hay que considerar, dice Aguirre, que México disfruta por ahora de una ética distinta de los que rigen en otras latitudes. ¿Se premia entre nosotros, o se respeta siquiera, al funcionario honrado y recto, quiero decir al funcionario a quien se tendría por honrado y recto en otros países? No; se le ataca, se le desprecia, se le fusila. ¿Y qué pasa aquí, en cambio, con el funcionario falso, prevaricador y ladrón, me refiero a aquel a quien se califica de tal en las naciones donde imperan los valores éticos comunes y corrientes? Que recibe entre nosotros honra y poder, y, si a mano viene, aún puede proclamársele, al otro día de muerto, benemérito de la patria? Creen muchos que en México los jueces no hacen justicia por falta de honradez. Tonterías lo que ocurre es que la protección a la vida y a los bienes la imparten aquí los más violentos, los más inmorales, y eso convierte en una especie de instinto de conservación la inclinación de casi todos a aliarse con la inmoralidad y la violencia. Observa a la policía mexicana: en los granes momentos siempre está de parte del malhechor o es ella misma el malhechor. Fíjate en nuestros procuradores de justicia: es mayor la consideración pública de que gozan mientras más con los asesinatos que dejan impunes. Fíjate en los abogados que defienden a nuestros reos: si alguna vez se atreven a cumplir con su deber, los poderes republicanos desenfundan la pistola y los callan con amenazas de muerte, sin que haya entonces virtud capaz de protegerlos. Total: que hacer justicia, eso que en otras partes no suponen sino virtudes modestas y consuetudinarias, exige en México vocación de héroe o de mártir351.

Martín Luis Guzmán, en La sombra del caudillo refleja su desencanto. La

revolución, aquel sitio donde anheló concretar sus ilusiones, se había convertido en la

tierra de las atrocidades, se cometían robos, saqueos, raptos, estupros, asesinatos,

fusilamientos en masa, negras traiciones. Era todo lo que alcanza a ver, ninguna bondad

en el firmamento. Para Guzmán, la revolución había sido traicionada en sus ideales: la

democracia en México era inexistente, el sufragio no existía porque era sustituido por la

“política de pistola”, por la disputa violenta de los grupos que ambicionaban el poder.

La regla, la daré desde luego, es una sola: en México, si no le madruga usted a su contrario, su contrario le madruga a usted. .. La campaña electoral asumió aún, durante varios días, formas de acontecimiento democrático: se hablaba de partidos, de manifiestos, de jiras, de asambleas. Mas lo cierto es que, por debajo de tales simulaciones, la atención real de tales grupos contendientes, y lo principal de su esfuerzo, tendía tan solo, cuando no a ejercitar posibles violencias, a repelerlas… el suceso se adornaba con intensos relumbres de democracia auténtica352.

351 Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, p. 482. 352 Ibid., p. 513.

115

Para entonces, Guzmán era un crítico de la revolución dentro de la revolución, a

quien algunos acusaban de mancharla con su odio y concupiscencia. Un “bandido” que

había estado adentro y ahora se encontraba afuera, que hacía su crítica a partir de

teorías decimonónicas, que lo único que lograban era retardar el advenimiento definitivo

del nuevo régimen353. Para los defensores del movimiento, Guzmán era de los que

convertían en lucha y dolor lo que podría ser realización e impulso constructor, que

olvidaban ver el sentido humanista de la revolución354.

Las acusaciones eran fuertes, sin embargo, Guzmán, más preocupado por los

logros de la revolución, olvidaba las promesas que alguna vez lo habían ilusionado; más

interesado en los medios que en los fines del movimiento, parecía ignorar que algunos

de los ideales revolucionarios eran llevados a cabo. ¿Acaso no era importante la reforma

educativa y el reparto agrario con los que muchos mexicanos estaban siendo

beneficiados?355 En sus novelas, de un pesimismo desbordado, “apenas se adivinan, tras

los tintes ásperos de la violencia, los móviles generosos”, las bondades de la

revolución356.

En el exilio, Martín Luis Guzmán empieza a cosechar éxitos literarios, El águila

y la serpiente y La sombra del caudillo son leídas y reciben buenos comentarios357, pese

a ello el dolor de su autor no disminuye. Con amargura Guzmán pregunta a Reyes sobre

la revolución358, y desencantado se expresa contra la patria que años atrás deseaba

renovar: “Y mientras tanto, la gente de México robándole a uno y haciéndole el mayor

daño posible”. Pero, claro, en contrapartida él también les daba lo suyo, y al mismo

tiempo, con sus escritos, los “sacaba de su cochina realidad y los colocaba en un mundo

donde su villanía se transmutara en algo tan distinto de su ser perecedero que debieran

agradecer que su destino haya tenido la suerte de salpicar el de Guzmán”359.

353 Un crítico de la revolución dentro de la revolución, era alguien que siendo revolucionario en un principio había cambiado su visión del movimiento y lo cuestionaba. (Enrique Krauze, op. cit., p. 196). 354 Ibid., p. 310. 355 Para estas fechas, el presidente Álvaro Obregón (1920-1924), ya había promovido “una política que marca el inicio de la Reforma Agraria. En sus cuatro años de gobierno repartió 971,627 hectáreas a 158.204 beneficiarios. Cinco veces más que durante los regímenes de Carranza y De la Huerta juntos”. Claro que lo hizo con miras a fortalecer su poder político. (Matías Hiram Lazcano Armienta, La política agraria durante el cardenismo, Culiacán, Sinaloa, UAS, 2007, p. 14). 356 José Luis Martínez, op. cit., p. 55. 357 En carta fechada en mayo de 1930 le dice Reyes a Guzmán: “Estoy orgulloso de su éxito literario. Yo ya sabía que en Francia gustaría más lo de Ud. que lo de Azuela. En Francia son de mi misma opinión. Libros como los suyos, acabarán por hacer de México un verdadero país literario”. (Carta de Alfonso Reyes a Martín Luis Guzmán, Río de Janeiro, 17 de mayo de 1930, Guzmán/Reyes. Medias palabras, op. cit., p. 141). 358 Tarjeta postal de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Madrid, 2 de febrero de 1931, Ibid., p. 145. 359 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Madrid, 1 de abril de 1932, Ibid., p. 146-147.

116

Guzmán que vio la revolución más que como caos y destrucción, como vil

tragedia, pasará varios años más en el destierro. La crítica que hace en sus novelas

contra el alto mundo de la política revolucionaria360 y sus métodos de violencia, lo

convierten a los ojos del régimen mexicano en un escritor peligroso361. Guzmán prefiere

la lejanía de esa “raza de masoquistas abierta de miembros a todos los bandoleros”, de

ahí que 1929 y la cruzada de Vasconcelos no provoquen sus deseos de regreso. Sin

arrepentimientos, el otrora revolucionario ha decidido mantenerse alejado de la ¡Santa

imbecilidad, gobernadora de su patria! 362.

360 A diferencia de Guzmán cuya crítica se centra en los de abajo. 361 Carta de Alfonso Reyes a Martín Luis Guzmán, Buenos Aires, 22 de noviembre de 1937, Ibid., p. 149. 362 Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, Madrid, 1 de abril de 1932, Ibid., p. 147.

117

Capítulo III. El gran desencanto

Un camino poblado de Erasmos fue más que nada la Revolución Mexicana, de

hombres que, como el de Rótterdam, en un principio exaltaron las maravillas de su

tiempo, y después terminaron sumidos en la desesperanza y el desconcierto. Mariano

Azuela y Martín Luis Guzmán fueron los primeros desencantados que se atrevieron a

denunciarla como caos y vil tragedia, después José Vasconcelos, también testigo y

actor de la revolución, se rebeló contra sus excesos. El colaborador e ideólogo del

movimiento revolucionario, con amargura narrará los sucesos que le tocó vivir, sólo

que a diferencia de Azuela, su lamento no es contemporáneo a los acontecimientos, su

amargura la verterá después de haber protagonizado el primer gran desencanto de la

revolución.

A Martín Luis Guzmán la pintura de la revolución que hace en su novela La

sombra del caudillo (1929), le aseguró el destierro por varios años. La revolución

representada como mera pugna entre caudillos resulta una fuerte crítica al régimen

revolucionario en un momento en que éste más que nunca difunde el discurso de la

Revolución como un movimiento continuo hacia lo mejor. ¿Mejor en qué sentido?, se

pregunta Guzmán, quien adopta una posición política frente a ésta, y a partir de su

pesimismo enjuicia sus métodos, que son el robo y el asesinato, la corrupción, la cruda

violencia. Guzmán, que más que hacer, piensa la revolución363, concibe a ésta como vil

tragedia y se opone abiertamente a su filosofía de justificar los medios por el fin.

A Martín Luis Guzmán, dicha visión personal le granjeó el coraje de sus

enemigos (especialmente el presidente Calles) que consideran su postura como un reto

abierto al poder omnímodo del gobierno emanado de la revolución, sobre todo cuando

éste es cuestionado de diversas maneras. La sombra del caudillo, que también es una

denuncia sobre la falta de democracia que asfixiaba a México (recordemos que hace

referencia a la vida electoral del país), se convirtió en una obra mayormente inoportuna

para el gobierno callista porque aparecía en un momento en que de nuevo la revolución

era puesta en entredicho: en 1929.

363 Fernando Curiel, “Una vida subordinada”, en Martín Luis Guzmán. Caudillos y otros extremos, México, UNAM, p. xix, 1995.

118

En este año la rebelión cristera ya se había convertido en un conflicto

desgastante tanto para el gobierno como para los rebeldes cristianos que trataban de

defender su fe. Los métodos empleados desde 1926 por el presidente Plutarco Elías

Calles para lograr la aplicación estricta de los artículos constitucionales y la consecuente

resistencia de los católicos a ello, desembocaron en una lucha fratricida en la zona del

Bajío que a su vez creó un clima de inestabilidad en el país364. Aunado a esto la

contienda por la sucesión presidencial, causaba serios problemas al sistema político de

caudillaje encarnado ahora en la figura revolucionaria de Calles365.

En 1929 revelaban su presencia en el país tres fuertes movimientos opositores

contra el gobierno. Dos –el cristero y la rebelión escobarista-- que trataban de hacerle

frente por medio de las armas y otro –civilista-- que buscaba derrotarlo a través de la vía

electoral. Un año atrás, José Vasconcelos, antiguo revolucionario que colaborara con el

gobierno del general Álvaro Obregón, se rebeló contra la voluntad de Calles, buscando

ser presidente de la República. En 1929 habría de nuevo elecciones y la mecha del

vasconcelismo prendió entre todos aquellos desilusionados de los abusos de la

revolución.

Los grandes desencantados resultaron ser los jóvenes que llenos de esperanzas se

sumaron a la cruzada renovadora de José Vasconcelos y a ese gran reto que fue la lucha

contra el naciente Partido Nacional Revolucionario (PNR). José Vasconcelos, el antaño

joven revolucionario que todavía en 1924 aseguraba que la Revolución mexicana

`consiguió definirse a sí misma´ durante el régimen de Obregón, con tres fines

principales: fragmentar los latifundios, organizar la mano de obra y educar a las

masas”366, en 1928 abjuraba de su vida pasada: “toda junta la envuelvo en un mismo

horror”, decía en una carta a su amigo Manuel Gómez Morín367.

364 La Guerra Cristera (también conocida como Guerra de los Cristeros o Cristiada) en México consistió en un conflicto armado de 1926 a 1929, entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resintieron la aplicación de legislación y políticas públicas orientadas a restringir la autonomía de la Iglesia católica. La original Constitución mexicana de 1917 establecía una política que lejos de separar al Estado de la Iglesia, negaba la personalidad jurídica a las iglesias, subordinaba a éstas a fuertes controles por parte del Estado, prohibía la participación del clero en política, privaba a las iglesias de su derecho a poseer bienes raíces, desconocía derechos básicos de los así llamados "ministros del culto" e impedía el culto público fuera de los templos. Algunas estimaciones ubican el número de personas muertas en un máximo de 250 mil personas, entre civiles y efectivos de las fuerzas cristeras y el Ejército Mexicano. (Ver Jean Meyer, La cristiada, México, Siglo XXI, 2001). 365 Hay que recordar que para estas fechas Álvaro Obregón ya había muerto. Fue asesinado el 17 de julio de 1928, mientras comía en el restaurante La Bombilla por el católico León del Toral. 366 John Skirius, José Vasconcelos y la cruzada de 1929, México, Siglo XXI, 1978, p. 17. 367 John Skirius, op. cit., p.35.

119

En 1929, Vasconcelos denunciaba las “falsedades revolucionarias”368 del

obregonismo, era el más osado crítico que se atrevía a decir: “Calles es Don Nadie”369,

y el protagonista de “un movimiento que intentaba poner fin a tantos años de sangrienta

y corrupta dictadura militar en México, para reemplazarlos por un gobierno honesto y

democrático”. Al vasconcelismo se unieron todos aquellos que habían vivido los

horrores de Carranza, Calles y Obregón, muchos desencantados que fincaban su

esperanza en el gobierno de un civil370, demasiados jóvenes que creían que la revolución

había sido traicionada.

1929 se convirtió así en el primer gran momento del desencanto de la

revolución371, en el año en que se manifestaron todos a quienes “repelía la violencia

brutal de la Revolución mexicana pero todavía sustentaban el ideal de la Reforma

política, social y económica”372, quienes pensaban que la revolución debería ser

gobierno constitucional, legalidad, métodos pacíficos, democracia, civilismo, y no una

época cruel en constante reinvención. Vasconcelos así lo pensaba, incluso desde los

inicios de la revolución misma.

José Vasconcelos

José Vasconcelos tenía veintiocho años cuando estalló la revolución. Era ya

abogado y mostraba gran interés por la filosofía. En 1909 ingresa al Partido

Antireeleccionista al mismo tiempo que al Ateneo de la Juventud, cenáculo literario y

filosófico de la nueva intelectualidad mexicana. Era de los que creían indispensable una

profunda transformación social y política en México, así que se ve atraído por la prédica

de un desconocido en cuya conciencia había cuajado el malestar social latente de la

época. Su nombre era “Francisco I. Madero, tenía juventud y recursos y acababa de

368 Ibid., p. 33. 369 Ibid. p. 42. 370 Ibid.,p. 43. 371 Aquí me refiero al primer gran movimiento opositor a la revolución, dentro de la revolución misma, es decir encabezado por un revolucionario. Porque en otro sentido, el movimiento cristero es la primera gran rebelión contra la revolución. 372 Ibid., p. 55.

120

publicar un libro: La sucesión presidencial. En él analizaba con valentía el presente y el

futuro del país373.

A Vasconcelos le tocó ser presentado a Madero en su propio despacho, en los

altos del Internacional Bank, en la calle de Isabel la Católica. Allí lo llevó un amigo

común, Manuel Urquidi. Madero se encontraba de paso en la capital, buscando

“hombres independientes, decididos”, y lo invitó a una reunión en la casa de Robles

Domínguez. Vasconcelos acudió a esa y a las sesiones posteriores, en una de ellas fue

designado director del semanario del partido, El Antirreeleccionista, publicado sin

tropiezos por tres meses y en el que los maderistas vertían su encono contra el

régimen374.

Sin embargo su adhesión a la revolución maderista no estuvo exenta de

dubitaciones y temores. A principios de octubre de 1909, después de que el

“Antireeleccionista, órgano de difusión del maderismo, fuera asaltado y clausurado por

el gobierno de Porfirio Díaz, Vasconcelos escapa de la ciudad y a su regreso decide

refugiarse en sus actividades profesionales e intelectuales y olvidarse del partido.

Vasconcelos, desmoralizado por la represión de que había sido objeto, prefiere

mantenerse alejado del peligro y decide guardar distancia del movimiento. En carta

enviada el 13 de noviembre de 1909, se revela su actitud, al parecer se escondía del

mismo Madero: “…Quise hablar con usted en México. Lo fui a buscar a su despacho y

no lo encontré. Le supliqué pasara a mi casa y tampoco tuve el gusto de verlo por allá.

Quería hablar con usted para reanimarlo”. Madero es conciente del desánimo que había

invadido a su partidario, y lo increpa:

Hace mal usted en creer que nuestros sacrificios no han sido compensados. Tal creencia demuestra que usted tenía un optimismo exagerado e imaginaba que antes de las elecciones generales íbamos a obtener el triunfo, o bien que ello es un pretexto para ocultar la verdadera razón que lo impulsara a retirarse de nuestro Partido. Yo creo sinceramente que debemos estar satisfechos del resultado que hemos obtenido hasta ahora, pues hemos logrado en poco tiempo que nuestro Partido sea el más respetable de

373 José Vasconcelos, Ulises criollo, T. II, en La novela de la revolución, op. cit., p. 721. 374 José Vasconcelos cuenta en sus Memorias que a esa misma reunión fue invitado Antonio Díaz Soto y Gama (magonista que después se destacaría dentro de las filas del zapatismo), y con sorpresa le tocó presenciar como éste rechazaba ir a la reunión, para después aconsejarlo que no se presentase a la junta y que cortara “toda relación con los alborotadores de la oposición. No valía la pena, dijo, sacrificarse por un pueblo que nunca responde al llamado de sus mejores. A él le habían quebrantado su porvenir y estaba decidido a no volver a mezclarse en la política de un país de indios embrutecidos. ( Ibid., pp. 722-723). Es difícil adivinar si tal anécdota es cierta o si Vasconcelos le da vida a la luz del presente en el que escribe su relato, cuando ya es un hombre completamente desencantado de la revolución.

121

los Partidos de oposición, y después de las jiras que pienso emprender por la costa y por el interior, le aseguro que su fuerza será verdaderamente imponente375.

Madero se decía satisfecho de los logros de su partido y se encontraba

esperanzado del resultado de las candidaturas y los programas de gobierno, que decía,

estaban llenos de “virilidad y honradez”. Para él, el éxito del antireeleccionismo era más

que probable. “¿Se hizo usted estas reflexiones para creer que nuestros esfuerzos no

serán fructuosos?”, pregunta a Vasconcelos mientras comenta: “Si usted, que es lo que

yo creo, sucumbe al desaliento o cedió a las amenazas que le hizo su jefe de

desocuparlo, entonces obró con poco tacto, pues debe comprender que son raras las

oportunidades que se le presentan a un hombre, de poder demostrar su valor, su entereza

y su constancia al servicio de una causa notable”.

Si usted se separa de nuestro Partido, va a perder, quizá, la mejor oportunidad que se le presente en su vida, de ocupar un puesto distinguido entre sus conciudadanos. No le hablo de esto para halagar su vanidad, porque sé que no la tiene, sino para halagar su patriotismo, porque es natural que un hombre que ocupa un alto puesto en la Administración puede hacer mucho por la Patria y es indudable que si nuestro Partido llega a triunfar como hay muchas probabilidades de ello, usted, por su talento, su prudencia y sus cualidades que lo hacen ser simpático para todos nosotros, le harían indudablemente ocupar un puesto bastante importante. En cambio retirándose de nuestro Partido, se conquistará usted, cuando mucho, que lo traten con lástima, si no es con desprecio, pues ven que a pesar de haber principiado la campaña con tanto vigor, se desmoralizó con el menor obstáculo con que tropezamos. Por todas estas razones, me permito instarle a que retire su renuncia376.

Las incertidumbres de Vasconcelos lo habían orillado a renunciar al Partido

Antireeleccionista. Sin embargo la dura reprimenda de Madero lo hace recapacitar. El

poder de convencimiento de éste y su discurso sobre la lealtad a la Patria, la lucha por

una buena causa, el amor a la libertad y, especialmente, sus palabras acerca de la

persona del joven abogado, sin duda terminaron por halagar a Vasconcelos y lo hicieron

375 Carta de Francisco I. Madero a José Vasconcelos, 13 de noviembre de 1909, Tehuacan, Puebla, en Alfonso Taracena, José Vasconcelos, México, Porrúa, 1990, pp. 2-3. 376 Ibid., p. 4.

122

cambiar de opinión. Madero confesaba tener confianza en su capacidad y le auguraba un

buen destino en la nueva república.

Comprendo que la Patria necesita sus servicios, que está usted en condiciones de servirla colaborando para el triunfo e una causa noble y que aun en el caso de ser derrotados, se conquistará un nombre prestigiado en la República si sigue a nuestro lado, mientras que si deserta, cualquiera de los Partidos que triunfen lo verá a usted con desdeñosa indiferencia o con lástima, lástima nada codiciada para un hombre de honor como usted (…) Indudablemente un miembro intelectual como usted no dejaría de causar cierto hueco en nuestras filas, pero ese hueco sería llenado inmediatamente por alguna otra persona que aunque no tuviese tan buena pluma como la suya, tendría, en cambio, mayor firmeza, virtud indispensable en las contiendas políticas. En resumen, el Partido Antirreeleccionista lamentará de todos modos la separación de un miembro como usted, pero usted será quien pierda más, y si me dirijo a usted por la presente, lo hago más por la amistad que le tengo que por el deseo de no perder elementos de importancia para nuestra causa377.

Vasconcelos valoró su situación, se dejó convencer y volvió al partido. Cuando

Madero fue designado candidato a la Presidencia de la República, Vasconcelos le envía

una carta donde le habla de su convencimiento. “Cada vez convence usted más aún a los

escépticos y disgustados de la política como yo, de lo mucho que hace por levantar

nuestra dignidad”. Asimismo, le hace saber que si en un primer momento se oponía,

junto con otros, a su elección como candidato del Partido Antirreeleccionista, ahora se

encontraba completamente seguro de que no lo motivaba la ambición personal y que la

aceptación de su candidatura era un acto de heroísmo378.

Así, a mediados de 1910 José Vasconcelos se mostraba como un apasionado

antireeleccionista. Con motivo de un editorial publicado en Fiat Lux, un semanario de

variedades en el que se aseguraba que “por su torpeza o inconsecuencias, el Sr. Madero

se ha visto abandonado de las personas de inteligencia privilegiada que formaban el

partido”, entre las que se encontraba él, Vasconcelos rechazaba en carta abierta,

publicada en el periódico México Nuevo, los “elogios” del semanario corralista y hacía

constar que nunca había estado afiliado a Madero sino a los principios del partido Anti-

reeleccionista.

377 Ibid.. 378 Carta de José Vasconcelos a Francisco I. Madero, México, D.F., 26 de abril de 1910, en Alfonso Taracena, op. cit., p. 5.

123

A su vez, manifestaba que la conducta de Madero como director del partido le

parecía admirable, inteligente y heroica y que no tomaba parte activa en los trabajos de

participación porque se consideraba incompetente para la política militante. No obstante

reconocía sus deberes cívicos y en cumplimiento de ellos votaría por las candidaturas de

los señores Madero y Vázquez Gómez y les prestaría su colaboración hasta donde fuera

capaz. En pocas palabras, se deslindaba del periódico oficial y de la candidatura que

postulaba, la de Porfirio Díaz para la Presidencia de la República y de Ramón Corral a

la Vicepresidencia, refrendando su apoyo a Madero379.

A partir de entonces Vasconcelos se convertiría en el más ferviente defensor del

maderismo. Luego de que las elecciones no fueron respetadas, estuvo con Madero en el

destierro preparando la Revolución. Su comisión, al lado de Francisco Vázquez Gómez,

era encargarse de la Agencia Confidencial revolucionaria en Washington. Asimismo fue

uno de los artífices del Plan de San Luis, el grito de batalla de Madero, en el que se

desconocía al régimen porfiriano y se convocaba al pueblo a las armas con el fin de

lograr el restablecimiento de las libertades públicas de acuerdo con la Constitución; la

libertad de las masas obreras para organizarse; la libertad electoral; la libertad de prensa

y la redención popular por el trabajo y la cultura380.

La esperanza que José Vasconcelos había depositado en el maderismo – como

medio ideal para arribar a la renovación total de los sistemas y los hombres--381,

continuaba firme a pesar de las devastadoras críticas vertidas a Madero al triunfo de la

revolución por la firma de los tratados de Ciudad Juárez. Luego de la renuncia de

Porfirio Díaz, las partes en conflicto acordaron en dicho pacto que Francisco León de la

Barra sería presidente y que se celebrarían próximamente elecciones presidenciales.

Y aunque Francisco I. Madero explicaba en un manifiesto a la nación el por qué

del tratado y lo que esperaba del interinato, aclarando que invitó al pueblo a tomar las

armas para reconquistar las libertades y los derechos políticos perdidos en la dictadura

porfirista. Pero una vez obtenido el triunfo armado y reconquistada la libertad y los

derechos políticos, se iniciaba una nueva etapa, la de la justicia social382, para sus

detractores el tratado de paz era el primer error político de Madero.

379 “El Lic. Vasconcelos apoya al c. Madero”, México Nuevo, junio 8 de 1910, Mariano Azuela. Andrés Pérez Maderista. Novela precursora, México, IPN, 2002. 380 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 747. 381 Ibid., p. 735. 382 Revolución y régimen maderista I, Documentos Históricos de la Revolución Mexicana, T. V, México, Editorial Jus, 1975, pp. 406-408.

124

Madero aceptaba que la revolución por él encabezada había hecho amplias

concesiones al antiguo régimen, con la finalidad de terminar una guerra fraticida, y

consideraba que la revolución había triunfado no por las personalidades que la

encabezaban sino porque triunfaban los principios de democracia, justicia, democracia y

ley. Con todo y sus justificaciones, sus críticos no pensaban de la misma manera, para

ellos “el tratado de paz de Ciudad Juárez no constituía en realidad un triunfo, sino una

transacción. Porfirio Díaz se retiraba; pero Madero también renunciaba a la presidencia

provisional. No era él quien recibiría la presidencia; sino un interino”.

El Plan de San Luis, expresaban, no admitía nada de eso. Conforme a este,

“Porfirio Díaz era un usurpador; nada de lo que constituía su régimen era legítimo; ni el

más infeliz de sus empleados podía ser reconocido… Desde el momento en que Madero

aceptaba que Porfirio Díaz, antes de abdicar designara un substituto, el Plan de San Luis

caía por tierra”383. No obstante, no todos los antireeleccionistas o partidarios del

maderismo pensaban de esta forma. José Vasconcelos fue uno de los revolucionarios

que comprendió las intenciones de Madero al firmar el pacto de paz. Fue quizá el que

mejor entendió los alcances del tratado de Ciudad Juárez.

Vasconcelos rechazaba que con la firma de esos tratados se hubiera iniciado la

claudicación revolucionaria. Él decía que con el pacto se terminaba la revolución, se

libraba la patria de caudillos e iniciaría México una gran etapa. “Las reformas se

consumarían más sólidamente por medio de una evolución jurídica y ya no por obra de

un movimiento armado”. Según él, por ese mismo tratado Madero renunciaba al poder

por la vía de la violencia siendo consecuente, como siempre lo fue, con lo que había

dicho el día que aceptó su candidatura a la presidencia de la República. Para

Vasconcelos, “Madero, pues, patrióticamente, valientemente, sin importarle si el pueblo

le volvería o no al día siguiente la espalda, renunció al poder, y de general victorioso

pasó a ciudadano sin fuero y sin mando”384.

He reconocido no sólo la sabiduría del acuerdo, sino que también creo haber adivinado los motivos que determinaron la decisión de Madero. Más aún: creo haber oído al propio Madero explicarla; como se verá: en resumen, los pactos determinaban la renuncia inmediata de Porfirio Díaz como presidente de hecho y Madero como presidente electo. El reconocimiento de la Cámara de Diputados como organismo

383 Luis Lara Pardo, Madero. Esbozo político, México, Ediciones Botas, México, 1937, p. 135. 384 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., pp. 758-759.

125

necesario para la técnica del cambio de régimen y la convocatoria de nuevas elecciones que se verificarían bajo la presidencia de un neutral, elegido de común acuerdo. Al proceder de este modo se retrocedía, reconociendo cierta validez al gobierno que cometíamos, se aplazaba el cumplimiento del Plan de San Luis y quedaban pendientes las reformas económicas y políticas prometidas a la nación385.

Sin duda, José Vasconcelos comprendía el patriotismo de Madero para evitar

mayor derramamiento de sangre. No obstante, también reconoce la urgencia de dar el

siguiente paso: “Prevalece la opinión de que será mucho mejor que la revolución no se

conforme con pequeñas transacciones sino que termine su obra de limpieza hasta el fin,

pues sólo de esta manera se asegurará para el porvenir una paz permanente. Si esto no

se logra, quedará el peligro de que cada nueva ambición popular se exija por medio de

la fuerza armada (...) estoy seguro de que menos mal verían que la actual revolución se

prolongase y no que quedaran motivos para nuevas alteraciones del orden en el

futuro”.386

Las palabras de Vasconcelos resultaron ser proféticas, la revolución maderista al

conformarse con pequeñas transacciones desencadenó una serie de levantamientos

encabezados por los mismos revolucionarios que en un principio apoyaron a Madero.

Tal fue el caso de orozquistas y zapatistas, grupos que de alguna manera pedían lo

mismo que Vasconcelos planteaba en su carta: que la revolución terminara su obra de

limpieza hasta el final, es decir, que se expulsara del gobierno a los antiguos porfiristas.

El temor de Vasconcelos era que las insubordinaciones pudieran ser aprovechadas en

contra de la misma Revolución. En carta del 14 de mayo de 1911, dice a Madero:

Los acontecimientos de ayer motivados por la insubordinación del Gral. Orozco han causado aquí una lamentable impresión, porque son de aquellos que el Gob. De Díaz aprovecha para significar que la revolución no va a poder organizar el gobierno. Cualesquiera que hayan sido las quejas del Gral. Orozco, la forma en que según todos los despachos de la prensa, los hizo presentes, es incalificable, inesperada en él, que tan buenos y patrióticos servicios ha prestado, y peligrosa por el mal precedente que su conducta puede sentar (…) si los hombres que han hecho la revolución no muestran el desinterés que ha sido tradicional en nuestras grandes revoluciones, se hundirán ellos y hundirán al país (…) no puede imaginarse la impresión dolorosa que me causa imaginarme la pistola del héroe Orozco dirigida contra Ud., en un momento que quiero hacerme la ilusión que fue de ceguera, porque a dónde hubiéramos ido a dar todos,

385 Ibid., p. 758. 386 Carta de José Vasconcelos a Federico González Garza, El Paso, Texas, 26 de abril de 1911, en Alfonso Taracena, op. cit., pp. 5-6.

126

inclusive Orozco, si su acto de indisciplina encuentra eco entre las tropas. Yo espero que para estos momentos el Gral. Orozco, que ha dado sobradas muestras de patriotismo y grandeza de corazón, habrá ya meditado en que su deber consiste en sostener al Presidente Provisional, aunque llegara a odiarlo, pues sólo de esa manera reconocerán todos que es un patriota387.

Vasconcelos era consciente de los móviles que guiaban a los insurrectos; lo que

él reprobaba era que éstos voltearan sus armas contra la propia revolución. Él mismo

entendía los riesgos de no limpiar de porfiristas el gobierno provisional y se dio a la

tarea de iniciar el ataque contra todos aquellos que sembraban la discordia con

deslealtad. Su labor la empezó a través de la prensa, donde refutaba los ataques que se le

hacían a Madero, a éste empezaban a presentarlo como un loco manejado por una

familia ambiciosa, a De la Barra, en cambio, “le llamaban sus aduladores y cómplices el

Presidente Blanco”. Contra él Vasconcelos descargó su pluma y lo empezó a llamar “el

hombre doble, porque sonreía a Madero y daba el mando de las tropas a sus enemigos;

licenciaba a las fuerzas maderistas y se rodeaba de los favoritos y verdugos del

porfirismo”.

Por entonces dentro de las filas maderistas también hacía estragos la discordia.

Entre los revolucionarios únicamente los dos Vázquez Gómez ocupaban el poder. En

los ministerios de ambos actuaban camarillas hostiles a Madero. Según Vasconcelos,

“Vázquez Gómez no disimulaba su antipatía por el señor Madero. Con desdén ofensivo

hablaba del jefe de la revolución a todo el que quería oírle, y pronto la oficina de

Emilio, su hermano, se hizo el cuartel general de los antimaderistas. El ministerio de

Gobernación era usado para socavar el maderismo”388.

Este mundo de intrigas y el hecho de que cada quien hiciera política para sí,

despreocupados de los intereses generales, coludiéndose contra quien encarnaba la

posibilidad de hacer fecundo aquel momento histórico, se le presentaba a Vasconcelos

como una oportunidad para evaluar el movimiento. ¿Cómo recuperar la revolución?, se

preguntaba. En su reflexión reconocía que la fuerza del maderismo se debía al interés

popular que habían sabido despertar “y a la vasta masa ciudadana que vio en Madero

387 Carta de José Vasconcelos a Francisco I. Madero, Washington, 14 de mayo de 1911, en Alfonso Taracena, op. cit., pp. 7-8. 388 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 764-765.

127

una esperanza”. La solución estaba entonces en volver a ese pueblo y hacer resurgir las

ilusiones389.

Los ideales de Vasconcelos se concretaron con el triunfo de Madero, al asumir

éste la presidencia en noviembre de 1911. Entonces le toca ocupar un cargo dentro del

nuevo régimen, el de director de la Escuela Nacional Preparatoria; anteriormente en el

gobierno provisional se había negado a ocupar el puesto de Subsecretario de Justicia.

Sin embargo, Vasconcelos duró poco en el régimen revolucionario. Las medidas que se

habían tomado para rehabilitar el maderismo, entre ellas firmar la paz con Zapata, no

funcionaron. Las conspiraciones contra Madero siguieron, su gobierno sufrió el asedio

de la prensa, la oposición legislativa y la permanente intriga de los porfiristas quienes,

desde sus posiciones en el gobierno y con el poder económico, fraguaron el golpe de

Estado que terminó el 22 de febrero de 1913 con su muerte.

Tras el asesinato de Madero, igual que muchos maderistas, Vasconcelos huye de

la Ciudad de México para incorporarse a las fuerzas revolucionarias que tratan de hacer

frente a Victoriano Huerta. A diferencia de la gran mayoría de intelectuales mexicanos,

Vasconcelos nunca apoyó a Huerta, y a pesar de las propuestas de éste en torno a la

pacificación del país y a las garantías que le da para que siga desempeñando su

profesión de abogado, decide escapar con rumbo a Cuba390.

Seguramente Vasconcelos sigue aferrado a la posibilidad de sus aspiraciones

civilistas y prefiere el arribo del gobierno democrático que el reino de la paz. Fiel

seguidor de Madero, creía en la necesidad de realizar una mística y una vida

republicanas. “Hacer posible el liberalismo que la dictadura impedía. Un Estado

democrático, representativo y federal; una Ley vigente, por encima de caudillos; un

libre juego para potencialidades individuales; una vida institucional ajena a la

arbitrariedad, a la crueldad y al despotismo; libertades: expresión, pensamiento,

reunión; libertad de empresa; una nación capitalista moderna, una sociedad de

ciudadanos con espacio real para los individuos fuertes, dinámicos y ambiciosos”391.

Este era su ideal, el ideal revolucionario de Madero, de ahí que Vasconcelos

decida unirse a los que pelean contra Huerta, su asesino. “Porque por encima de las

conveniencias de todas las dictaduras del planeta —cree Vasconcelos— hay un interés

humano común que liga a los hombres para luchar contra el mal, desde adentro o desde

389 Ibid., p. 766. 390 José Joaquín Blanco, Se llamaba Vasconcelos. Una evocación crítica, México, FCE, 1983, pp. 61-62. 391 Ibid., p. 59.

128

afuera de la patria. Y para toda patria el deber primario, urgente, inaplazable,

inexcusable, es repudiar regímenes sustentados en el crimen, el odio, la represión, el

asesinato”392.

Así lo hace. Desde la Habana escribe a Carranza, se pone a sus órdenes y le

informa de las gestiones que hacían los huertistas para colocar un empréstito en Europa.

Su propuesta era que si se decidía a mandarle su representación en Nueva York, de allí

se trasladaría a Londres por su cuenta. En caso contrario, se iría a Piedras Negras a

pasar lista de presente con los otros revolucionarios. El ofrecimiento de Vasconcelos fue

bien recibido sólo que cometió el error de hablarle a Carranza de la necesidad de que

legalizara su posición. “Puesto que su propósito era volver a la Constitución violada por

Huerta, debía proclamarse Presidente provisional o nombrar uno, si quería él, como lo

deseábamos todo, reservarse para figurar como Presidente, por un periodo entero, a la

caída de Huerta”. Le proponía que se nombrara como provisional a Vázquez Gómez393.

Al entusiasmado revolucionario ahí le sobrevino la primera decepción. “Me

alcanzó la respuesta de Carranza en Washington, y fue una desilusión. Me mandaba mis

credenciales como agente confidencial en Inglaterra; pero me acompañaba el Plan de

Guadalupe. Una declaratoria insulsa por la cual se autonombraba Carranza Primer Jefe

del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo, todo por la autoridad

derivada de proclamarlo él mismo, con la firma de media docena de ignorados e

ignorantes”394.

Quizá el hecho de no aparecer entre los artífices del tratado provoca a

Vasconcelos, en buena medida, su desánimo. Él, que había sido de los protagonistas del

Plan de San Luis, quizá se sintió relegado de la redacción del nuevo ideario de los

constitucionalistas. Haciendo a un lado el desencanto, nuestro autor decide trasladar su

cuartel general a Francia, donde según él, sería más fácil maniobrar. En realidad, la

misión encomendada a Vasconcelos no era importante ni produjo resultados. Mientras

crecía en México la revolución él vagaba por Europa, esperando una tarea más

importante que desempeñar. Cuando ésta no llega, opta por regresar a México vía los

Estados Unidos para unirse en la frontera a los carrancistas395.

Antes de su regreso a México --que es realizado con titubeos frente a su

inminente destino al lado de la revolución, ¿qué es la revolución sin Madero?, se

392 José Vasconcelos, La tormenta, Memorias, t. I, México, FCE, 1983, p. 470. 393 Ibid., pp. 474-475. 394 Ibid., p. 475. 395José Joaquín Blanco, op. cit., p. 62.

129

pregunta: sólo intrigas y mezquindad396--, Vasconcelos es consciente de “las dotes bien

modestas de Carranza, sus antecedentes vacilantes, su inteligencia corta”, y no esperaba

de él grandes arrestos personales a lo Madero. Sin embargo, con todo y sus limitaciones,

Carranza es considerado una persona de buena fe y patriota397, lo que hace que

Vasconcelos se convierta en su defensor acérrimo, como antes lo fuera de Madero. Él

mismo Vasconcelos lo dice en sus Memorias:

Era yo entonces defensor acérrimo de Carranza; como nada deseaba pedirle, no me importaba que quisiera bien o mal a los maderistas; lo que me interesaba era que hiciese avanzar a la revolución, que la unificara y le diera programa. Ya era tiempo que eso terminara398.

Una nueva etapa de la lucha

Después de un prolongado drama nacional, el constitucionalismo triunfa.

Carranza nombra de nuevo a Vasconcelos director de la Escuela Nacional Preparatoria,

pero lo cesa unas semanas después porque éste se niega a pronunciarse contra Villa y

Zapata, que ya rivalizaban con el carrancismo. Pese a su fobia por estos caudillos,

Vasconcelos reconocía que eran ellos los que realmente hacían la revolución, y no

Carranza, más preocupado por el fácil elogio y su aparición exitosa en las plazas que

Villa y Zapata conquistaban. Después del cese Vasconcelos es aprehendido, para luego

huir de la cárcel el 16 de octubre de 1914 y dirigirse a la convención que en

Aguascalientes congregaba a los líderes de las diferentes facciones revolucionarias.

Ahí se hace villista, “no porque creyera en Villa o lo admirara, sino porque la

oposición a Carranza proponía ciertas formas democráticas”. Ante el personalismo del

Primer Jefe la Convención de Aguascalientes dio forma jurídica a la voluntad de Villa

y de Zapata de desconocerlo. A sugerencia de Villarreal Vasconcelos redacta un

documento que otorga a la Convención la suprema soberanía nacional, por encima de

cualquier caudillismo, es decir, por encima del poder de don Venustiano399. En síntesis,

La Convención militar de Aguascalientes es soberana, planteaba: Que la soberanía 396 José Vasconcelos, La tormenta, op. cit., p. 505. 397 Ibid., p. 508. 398 Ibid., p. 510. 399 Ibid., p. 64.

130

nacional residía en el pueblo, que en tiempo de paz la hacía valer mediante votos y en

tiempo de revolución mediante asambleas revolucionarias.

Asimismo que la revolución era el cumplimiento del artículo 128 de la

Constitución de 1857, que preveía que cuando el orden constitucional fuera roto, el

pueblo debería restablecerlo; que Carranza había sido nombrado primer jefe del Ejército

Constitucionalista por sus tropas, pero que no podía actuar como presidente mientras el

pueblo no lo nombrara como tal, mediante votos democráticos o mediante una asamblea

revolucionaria eficiente; que al desaparecer los poderes legales, la soberanía recaía en el

propio pueblo, al cual representaba la Convención que, por tanto, era el único poder

nacional soberano, sólo inferior a un Congreso Constituyente futuro. Así la revolución

se convertía en el instrumento para restaurar el orden institucional liberal que Porfirio

Díaz había quebrantado400.

Además de proclamar su programa la Convención eligió presidente provisional.

Para el cargo fue designado Eulalio Gutiérrez, quien nombró a José Vasconcelos

ministro de Educación Pública y Bellas Artes. Por lo pronto, habían triunfado las

esperanzas de un gobierno civilista. Vasconcelos, que había ido a la convención para

“acabar con todos los jefes de simple categoría militar. Y para crear jefaturas que los

hombres honrados pudieran acatar sin bochorno”401, rompía en definitiva con Villa y se

proclamaba abiertamente convencionista.

Sobre su peregrinar por los diferentes bandos de la revolución, y por las

imputaciones que se le hicieron de haber sido villista, Vasconcelos se defiende muchos

años después de su participación en el constitucionalismo. Dice en carta enviada en

1935: “Desde la revolución carrancista a la cual serví en la lucha y denuncié en plena

victoria, los enriquecidos por el Primer Jefe, no teniendo argumento que oponer a mis

cargos contra el gran corruptor de la Revolución que fue Carranza, comenzaron a

acusarme de villista”.

Lo cierto es, y lo he publicado muchas veces, que hablé con Villa en dos ocasiones: la primera en la estación de Aguascalientes, en los días de la Convención. En esa entrevista Villa me trató con simpatía, porque había yo roto con Carranza, o más bien dicho, porque Carranza me había puesto preso por el delito de no declararme su incondicional, declaración que se exigió a todos los revolucionarios y declaración que hicieron todos los que quisieron conservar sus cargos de ministro para abajo. En dicha

400 José Joaquín Blanco, op. cit., pp. 64-65; José Vasconcelos, La tormenta, op. cit., pp. 592-607. 401 José Vasconcelos, Ibid., p. 609.

131

primera entrevista, Villa me ofreció dinero que no le acepté, y no volví a verlo, no porque me hubiera ofrecido dinero, cosa que hizo con la mayor buena fe del mundo, sino por la sencilla razón de que no había ido a Aguascalientes para ver a Villa, sino para sumarme a la convención de Aguascalientes, que a la postre desconoció a Villa a Carranza y a Zapata. Ahora bien: fui yo comisionado con los generales Raúl Madero y José Isabel Robles para irle a pedir a Villa que entregara el mando de las tropas y se sometiera al presidente electo por la Convención, Eulalio Gutiérrez402.

De igual manera, un año después en sus Memorias, Vasconcelos vuelve sobre el

tema. Según nuestro autor, el hecho de haber pronunciado en una entrevista la frase “La

revolución ya tiene hombre”, a raíz de las victorias de Villa en el norte de Chihuahua, le

ganó la animadversión de los carrancistas que lo empezaron a ver como partidario del

villismo. Nunca la fui, dice Vasconcelos. “A pesar de los yerros evidentes de Carranza,

fui el más leal de sus partidarios, hasta el día en que salió de México Victoriano Huerta.

Después, claro está, no iba a seguir a Carranza en sus ambiciones y maldades. Pero

menos a Villa. Y sin embargo en aquel momento Villa salvó la rebelión. Pues era un

hecho que donde llegaba Carranza, en seguida la discordia, la vacilación, la torpeza

contenían, disolvían el aparato revolucionario”.403

Maderista, constitucionalista, carrancista, villista o convencionista, para 1914

Vasconcelos había transitado un largo camino en la revolución. Sin embargo, en esta su

última parada tampoco duró mucho (del 7 de diciembre de 1914 al 15 de enero de

1915), pues el gobierno de Eulalio Gutiérrez, acosado por la lucha entre facciones, tuvo

que huir de la capital. En Estados Unidos los miembros del gobierno de la Convención

trataron de recobrar el poder apelando al arbitrio norteamericano. Vasconcelos pidió en

vano a Washington que reconociera al gobierno vencido; en octubre de 1915 perdió sus

esperanzas y se retiró a la vida privada, pues Wilson había fallado a favor de Carranza.

Para entonces el ánimo de la revolución entera se le había convertido a Vasconcelos en

pesadilla de caníbales404.

402 Carta de José Vasconcelos a Toro, San Antonio, Texas, 5 de agosto de 1935, en Alfonso Taracena, op. cit., p. 12. 403 José Vasconcelos, La Tormenta, op. cit., pp. 522-523. 404 Ibid., p. 634.

132

Huida hacia el pasado

En el exilio José Vasconcelos se dedica a trabajar y a escribir. Entre 1916 y

1919, publica cuatro obras que intentan fijar su postura anticolonialista con respecto a la

cultura latinoamericana: Pitágoras, una teoría del ritmo, El monismo estético, Prometeo

vencedor, de 1916, y Estudios indostáticos, de 1919, que excluyen una visión eficaz de

las causas económicas y sociales (apuntan preferentemente a motivos de filosofía e

historia del arte como motores históricos)405. Al igual que su contemporáneo Martín

Luis Guzmán, José Vasconcelos trata de evadirse de esa realidad caótica que le ha

tocado vivir, y para ello retorna a sus preocupaciones filosóficas de los primeros años

del Ateneo, las cuales había abandonado por la revolución.

Quizá sin advertirlo, Vasconcelos entraba al movimiento de huida hacia el

pasado, determinado por la angustia de la revolución. Por el habían pasado los

ateneístas, así como el revolucionario Martín Luis Guzmán cuando trataron de escapar

de la violencia de la lucha. Para el crítico José Luis Martínez, los escritores mexicanos

no fueron extraños a la crisis social política de su pueblo. Muchos volvieron

nostálgicamente los ojos al pasado o huyeron a otras tierras más propicias para

desempeñar su tarea. Otros en cambio, dejaron penetrar en su obra los ecos de la

conflagración. Algunos tuvieron que convivir con una violencia que tanto se les oponía,

y que aunque los lastimase, los motivó a realizar una obra paralela en sentido adverso al

movimiento histórico406.

A Vasconcelos le pasará algo similar que a Martín Luis Guzmán, participa en la

revolución, termina huyendo de ella y en el exilio opta por evadirse hacia al pasado

escribiendo sobre temas que poco tienen que ver con la epopeya que le tocó vivir, sólo

al paso del tiempo, después de una seria reflexión sobre el suceso, sus obras se verán

influidas por su participación en la lucha, sólo hasta entonces dejará penetrar en sus

novelas los ecos de la revolución.

Las cuatro obras que Vasconcelos publica en el exilio tuvieron un éxito

inmediato por sus argumentos anticolonialistas y por su carácter simbólico como

discurso contestatario ante la cultura mundial predominante, que en ese momento estaba

influida por el positivismo, determinismo, evolucionismo social y el pragmatismo.

405 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 68. 406 José Luis Martínez, Literatura mexicana del siglo XX 1910-1949, México, CONACULTA, 1990. p. 27.

133

Entre los planteamientos de Vasconcelos destacaba como central la idea de crear un

nuevo espacio cultural para el pensamiento occidental.

Para lograr el gran surgimiento de la América, sus propuestas eran acabar con el

monopolio de Europa como modelo histórico a seguir (creía en el surgimiento de

mundos jóvenes), llevar a cabo un gran mestizaje (la degeneración de la raza blanca que

delinearía el camino a la grandeza), alcanzar un nuevo ideal de sociedad y un nuevo

ideal de individuo (opuestos a lo europeo), la exaltación del intelectual como mesías y

sacerdote espiritual, que estaba llamado a realizar una doble tarea: la de llevar a cabo la

síntesis de la cultura universal para que Iberoamérica se librara de interpretaciones

imperialistas y dotara de los instrumentos del conocimiento, y posteriormente realizar

una filosofía iberoamericana, un sistema que, como producto de esa novedad y de sus

características, organizara e impulsara el pensamiento de la raza407.

La interpretación y el programa cultural de Vasconcelos se enfrentaron con la

crítica de pensadores latinoamericanos que veían en su propuesta falta de rigor

científico e improvisación. Para el limeño José Santos Chocano las obras de

Vasconcelos importan poco como tratados y más bien logran confundir que exponer los

temas que abordan. El poeta limeño denunciaría, durante una fuerte polémica con el

mexicano, “la irresponsabilidad de interpretar difíciles aspectos de la cultura griega sin

saber griego, y de la indostana si tener remotas nociones de sánscrito”.

José Joaquín Blanco, sugiere que es evidente que estos ensayos no fueron

resultado de una investigación directa, mucho menos especializada, pues se apoyaron en

elementales textos ingleses y franceses de divulgación, que difícilmente existían en

México y que Vasconcelos consultó rápidamente en bibliotecas extranjeras, “y refundió

en la misma forma con el entusiasmo del autodidacto que improvisa e inventa cuanto le

viene en gana gracias a la previsible ignorancia total de sus lectores”408.

Por otra parte, esta filosofía vitalista, irracionalista, ansiosa de grandeza

espiritual, promovida por Vasconcelos, sin duda chocaba con la crudeza de la

revolución. Él, que veía a la revolución como un medio para llevar a cabo su misión, vio

rebasada su mística al paso de los años. Su mística esotérica e irracionalista,

considerada como punto de llegada del liberalismo, era repelida por el salvajismo de los

revolucionarios; su ideal de democracia, considerado como la catapulta hacia el cosmos

(“Y toda organización política y económica será tanto más eficaz tanto más plausible,

407 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 70. 408 Ibid., p. 72.

134

cuanto mejor logre asegurar a cada individuo contra estos dos extremos del alma: la

miseria y la hartura”409), chocó brutalmente con la barbarie de los métodos de la

revolución. Seguramente de la percepción de que esta mística ha sido rebasada por el

movimiento renovador, es de donde surge la obsesión de Vasconcelos de confrontar las

ideas de civilización y barbarie a lo largo de su obra, sobre todo en sus novelas de tema

revolucionario.

De regreso en la revolución

Después de pasar tres años en el exilio, José Vasconcelos regresa al país,

Carranza ha caído y el triunfador, Álvaro Obregón, establece un gobierno provisional

que se encarga de convocar a nuevas elecciones. En el gobierno de transición de Adolfo

de la Huerta Vasconcelos, por recomendación de Miguel Alessio Robles, es nombrado

rector de la Universidad de México. El cargo lo desempeñará también durante la

presidencia de Álvaro Obregón, hasta el 10 de octubre de 1921, fecha en que es

nombrado Ministro de Educación.

De nueva cuenta Vasconcelos se encuentra en la revolución, ahora encarnada en

el gobierno de Álvaro Obregón. ¿Acaso después de los horrores del carrancismo todavía

conservaba su fe en el movimiento? ¿Seguía siendo partidario de la concepción

mesiánica que le hacía sentir que la realidad era siempre dócil a los más altos designios

del hombre? ¿O creía que ahora sí podría imponer por la fuerza del pueblo el espíritu

sobre la realidad como lo pensaba al inicio de la revolución maderista? “Quizá en el

nuevo régimen los hombres puros, creyentes en el bien, se sobrepondrían a los

perversos, incrédulos o simplemente idiotas”. Para eso entraba de nueva cuenta en la

revolución410.

Vasconcelos tenía la convicción de que una vez que las masas y sus caudillos

extenuaran sus capacidades de violencia, otros gobernarían el país: “A la hora de

formular planes y después a la hora de gobernar, la barbarie inculta tenía que repetir los

409 El pensamiento de Vasconcelos continúa así: “Por esos el socialismo científico que tiende a borrarlos, que ataca al capitalismo para redimir al indigente, es el sistema no sólo verdaderamente justo, sino el más propicio para que los hombres libres, libres de la ambición de lucro y del terror al hambre, después de dedicar unas horas a las tareas del mundo, conviertan toda su energía a las cosas del espíritu, al arte, a la religión. Hablo del gran arte y de la religión sincera, no del arte de los burgueses, que se conforman con lo bonito o con nociones académicas de pensamiento y belleza; ni de la religión burguesa que concibe a Dios como un fine old gentleman” (José Vasconcelos, Estudios indostáticos, p. 198). 410 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 748.

135

dictados de la intelectualidad, por mucho que la odiase411. Vasconcelos pensaba que

pronto se dejaría de hablar de la revolución para ponerse a convertirla en obra412. Firme

creyente de la dualidad del destructor-constructor, ese era su sueño.

En 1920 al rendir protesta como rector de la Universidad Nacional de México,

Vasconcelos manifiesta sentir confianza en el nuevo gobierno, pues en este la

revolución cristalizaba como en su última esperanza. Según él, en la obra vasta y

patriota que el gobierno tenía por delante era su deber colaborar, y lo hacía más bien

como un delegado de la revolución que se aprestaba a combatir a uno de los peores

enemigos del pueblo, la ignorancia.

Lo he querido porque he sentido que este nuevo gobierno en que la revolución cristaliza como en su última esperanza, tiene delante de sí una obra vasta y patriota en la que es deber ineludible colaborar. La pobreza y la ignorancia son nuestros peores enemigos, y a nosotros nos toca resolver el problema de la ignorancia. Yo soy en estos instantes, más que un nuevo rector que sucede a los anteriores, un delegado de la revolución que no v viene a buscar refugio para meditar en el ambiente tranquilo de las aulas, sino a invitaros a que salgáis con él a la lucha, que compartáis con nosotros las responsabilidades y los esfuerzos. En estos momentos yo no vengo a trabajar por la Universidad sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo413.

En su discurso Vasconcelos hace evidente su fe en la misión de constructor que

le ha tocado desempeñar en el movimiento revolucionario. En su ánimo Vasconcelos

conserva la idea de que en México es posible y necesario hacer cosas, mover a la gente

para lograr un cambio, para la construcción de una obra en beneficio colectivo, en fin,

construir y hacer en la vida pública414. Pasada la etapa de lucha sangrienta, ahora le

corresponde obrar. Para ello, dice José Joaquín Blanco, empezó a apropiarse de los

lemas de la revolución y los adecuó a sus propias concepciones del arte y la cultura415.

En eso consistió su pacto de alianza con la revolución al que exhorta en su discurso:

411 José Vasconcelos, El desastre, México, Trillas, 2000, p. 74. 412 Ibid., p. 133. 413 José Vasconcelos, en Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX”, Historia general de México, México, Colmex, p. 985. 414 Enrique Krauze, Caudillos culturales de la revolución, op. cit., p. 267. 415 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 79.

136

Invitarlos… a sellar pacto de alianza con la Revolución. Alianza para la obra de redimirnos mediante el trabajo, la virtud y el saber… Las revoluciones contemporáneas quieren a los sabios y quieren a los artistas, pero a condición de que el saber y el arte sirvan para mejorar la condición de los hombres. El sabio que usa de su ciencia para justificar la opresión y el artista que prostituye su genio para divertir al amo injusto no son dignos del respeto de sus semejantes, no merecen la gloria. La clase de arte que el pueblo venera es el arte libre y magnífico de los grandes altivos, que no han conocido señor ni bajeza. Recuerdo a Dante proscrito y valiente, y a Beethoven altanero y profundo. Los otros, los cortesanos, no nos interesan a nosotros, los hijos del pueblo… Seamos los iniciadores de una cruzada de educación pública, los inspiradores de un entusiasmo cultural semejante al fervor que ayer ponía nuestra raza en las empresas de la religión y la conquista. No hablo solamente de educación escolar. Al decir educación me refiero a una enseñanza directa de parte de los que saben algo, a favor de los que nada saben; me refiero a una enseñanza que sirva para aumentar la capacidad productora de cada mano que trabaja y la potencia de cada cerebro que piensa… Organicemos entonces el ejército de los educadores que sustituya al ejército de los destructores416.

En la interpretación de Vasconcelos quiénes eran los constructores y quiénes los

destructores. Sin duda ambos eran los revolucionarios, sólo que los destructores eran los

carrancistas, los bárbaros, los protagonistas de una etapa en la historia revolucionaria

que había que dejar atrás, superarla para arribar a la civilización, la de los constructores,

encarnada en la nueva revolución. Al parecer, había llegado el momento de retomar la

revolución en el punto en que Madero la había dejado, para consolidar así el ideal

democrático.

Para ello antes que nada era apremiante lograr la redención social, económica y

sobre todo educativa del país. Para Vasconcelos “la democracia no podía existir sin

cierta nivelación económica y cultural de los habitantes”417. Sin embargo, su atención

principal en esta revolución creadora, nuestro autor la centrará, exclusivamente, en su

amada Minerva, esa minerva destrozada que era la imagen de la cultura mexicana, que

se encontraba hecha pedazos por la barbarie y corrompida por el vicio de los políticos

carrancistas418.

Vasconcelos se muestra consciente de que la pobreza y la ignorancia son los

enemigos a vencer en el proceso de reconstrucción del país. Y se atribuye como su

mayor responsabilidad combatir el problema de la ignorancia dejando en segundo

término el de la redención social, que seguramente cree, le corresponde resolver a los

416 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 985. 417 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 120. 418 Ibid., p. 136.

137

políticos revolucionarios. Firme creyente en la revolución democrática, cuando se da

cuenta que ésta no es tan fácil de lograr, considera fundamental la revolución educativa

como medio para acceder a aquella. Así, en su discurso serán primordiales los temas

de la revolución democrática y educativa, pero dejará de lado el de la revolución social.

Sin lugar dudas a Vasconcelos lo que le interesa de la revolución mexicana más que la

transformación social es el cambio político.

Probablemente de esta postura se desprenda el hecho de que Vasconcelos vea

con indiferencia, y hasta con cierto desdén, los logros de la revolución en el terreno

social. De la revolución carrancista por ejemplo sólo señalará sus excesos, su barbarie y

su crítica se centrará en su carácter destructor. Para él, los días del carrancismo

componen “uno de los periodos más confusos, perversos y destructores de cuantos ha

vivido la Nación”419, y olvida que también fue el momento en el que se concretaron

muchos de los ideales revolucionarios.

La Constitución de 1917, como ideario, es elaborada dentro del espíritu de

progreso y reformas que tuvo en su tiempo la Constitución de 1857. En ella se

incorporaron normas que satisfacían a la revolución como solución de los más

importantes problemas sociales, agrarios, políticos, de recursos naturales, prestaciones

obreras, limitaciones a la propiedad extranjera, educación y cultos. Con la Constitución

de 1917 la revolución proclama su legitimidad formal y a partir de ella toma forma un

nuevo régimen.

Del “propósito de reivindicar todo lo que pudiera pertenecernos –dice Gómez

Morín--, como el petróleo y la canción, la nacionalidad y las ruinas”, nació la

Constitución420. A esas ansias de reivindicación también se debió que el problema

agrario, tema central de la lucha, así como el obrero, fueran inscritos en la bandera

revolucionaria421. No obstante, Vasconcelos parecía no ver las bondades del

419 José Vasconcelos, La tormenta, op. cit., p. 455 420 Enrique Krauze, op. cit., p. 66. 421 Si bien es cierto la reforma agraria era una de las demandas centrales de la lucha revolucionaria y quedó plasmada en la Constitución, no fue una de las prioridades del régimen carrancista. Carranza del primero de mayo de 1917 al 21 de mayo de 1920, entregó 132,639 hectáreas a 59, 846 campesinos. Como sugiere el historiador Matías Lazcano esta es una cantidad muy baja si se considera que “a partir de 1910 miles de campesinos se lanzaron a luchar contra el viejo orden dictatorial, que significaba latifundios y derroche para unos pocos propietarios rurales y despojo y miseria para la mayoría de la población”. Carranza, dice el autor, en vez de repartir las haciendas las devolvió, es decir, regresó a sus antiguos propietarios las que les habían sido expropiadas por los mismos revolucionarios. Tal situación la atribuye Lazcano al poco interés de Carranza de llevar a cabo la reforma, como a la débil presión campesina. (Matías Hiram Lazcano Armienta, La política agraria del PNR durante el maximato, Culiacán, Sinaloa, UAS, 2007, pp. 11-12.

138

movimiento, seguía pensando como en 1910 que el país no se había sumado a Madero

por hambre ni desesperación y sí por el anhelo de un mejoramiento espiritual.

En 1929, en su campaña presidencial hace eco de la campaña de Madero, en que

pedía el pan y también la libertad para el campesino y el obrero. Su mensaje era el de

Cristo, que no sólo de pan vive el hombre, y les hacía considerar a sus seguidores que la

libertad religiosa y política era tan importante como el bienestar económico422. Su

discurso no había cambiado mucho. “México tenía pan y quizá más seguro que en

cualquier otro periodo de su historia, pero anhelaba lo que no puede dar un tirano:

libertades”, decía a propósito del movimiento maderista423.

Vasconcelos, que por sobre todas las cosas propugnaba por una revolución

política, a pesar de que reconocía algunos artículos de la Constitución (sobre todo el

tercero referente a la educación y algunas demandas obrero-campesinas que son

retomadas en su campaña), desea la reforma de ésta, pues en algunos aspectos la

considera un obstáculo para arribar al orden civil y democrático. Sobre la postura de

Vasconcelos con respecto a la Constitución y la defensa que de ella hicieron en su

momento otros revolucionarios, Gómez Morín, expresa:

Defendimos la Constitución del 17 a sabiendas de que políticamente era tan mala como la del 57, y la defendimos ni siquiera por los artículos 27 y 123, sino por su valor meramente simbólico; porque aunque en realidad no consagraba ningún nuevo ideal de los que animaban a la Revolución, sí era para la gran mayoría, que ni siquiera entendía la Constitución, un símbolo del programa revolucionario. Defendimos la constitución contra los que estaban atrás, a sabiendas de que sólo tenía un valor destructivo y de que pronto sería necesario hacer algo nuevo y menor… hacer una cosa mejor de acuerdo con la técnica424.

Sin duda las ideas de Gómez Morín son las de un creyente en las promesas de la

revolución. Más joven que Vasconcelos, le toca abrir los ojos como parte de la

generación de 1915 en un mundo de guerra y literalmente, en medio de un país que vive

una revolución. Ellos, lejos de horrorizarse con la violencia sangrienta del movimiento

armado, consideran que “la revolución es la revolución”, y ésta “los envuelve, les exige,

422 John Skirius, op. cit., p. 66. 423 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 729. 424 Carta de Gómez Morín a José Vasconcelos, 3 de marzo de 1927, en Enrique Krauze, op. cit., pp. 94-95.

139

les nubla cualquier otro objeto de atención, les infunde una seriedad, una

responsabilidad y hasta un indeleble “estado mental de lucha”425.

Manuel Gómez Morín, sugiere Krauze, era miembro de una generación que “lo

sufría todo por tener ocasión de deslizar un ideal para el movimiento”, asimismo era de

los que de buena fe se gastaban y gastaba a los demás “revolviéndose y predicando la

rebelión contra una tiranía corrompida, sin advertir que necesariamente caerán en otra

corrupción y hallarán otro tirano porque el mal que exige remedio está más allá de la

acción política inmediata”426. Eso le sucedería en 1927, a Vasconcelos años antes.

El apostolado

Cuando Vasconcelos es nombrado rector de la Universidad Nacional de México

inicia una gira por los estados de la república buscando el apoyo de las legislaturas para

reformar la Constitución. El interés que en esta tiene es de orden cultural, busca

reformarla para crear de nuevo la Secretaría de Educación Pública que Carranza había

desaparecido durante su gobierno. En su recorrido es acompañado por sus colaboradores

Antonio Caso, Gómez Robelo, Montenegro, Pellicer, Torres Bodet, y toda una pléyade

de intelectuales que tenían puesta la esperanza en él.

Para entonces, dice Daniel Cosío Villegas, Vasconcelos personificaba las

aspiraciones educativas de la revolución como ningún hombre llegó a encarnar. Lo

primero que de él llamaba la atención –quizá en un mundo de generales y jefes

revolucionarios-- es que era “un intelectual, es decir, un hombre de libros y de

preocupaciones inteligentes”; en segundo lugar que “había alcanzado la madurez

necesaria para advertir las fallas del porfirismo, y lo bastante joven no sólo para

rebelarse contra él, sino para tener fe en el poder transformador de la educación”.

Aunado a esto, “Vasconcelos fue el único intelectual de primera fila en quien

confió el régimen revolucionario, tanto que a él solamente se le dieron autoridad y

medios de trabajar. Esa conjunción de tan insólitas circunstancias, según Cosío

Villegas, produjo también resultados inesperados: apareció ante el México de entonces

una deslumbrante aurora que anunciaba el nuevo día. La educación no se entendió ya

como una educación para la clase media urbana, sino en la única forma que en México

425 Enrique Krauze, op. cit., p. 332. 426 Ibid., p. 223.

140

puede entenderse: como una misión religiosa, apostólica, que se lanza a todos los

rincones del país llevando la buena nueva de que la nación se levanta de su letargo y

camina”427.

Si bien es cierto que la misión educativa de Vasconcelos proyectó su esfera

política de acción en muchas direcciones, el pueblo fue de los primeros sectores a los

que Vasconcelos llevó su mensaje. En un momento en que la cultura y los intelectuales

seguían teniendo mala fama por el recuerdo de los científicos porfirianos, Vasconcelos

buscaba ganarse la aceptación del pueblo, lo hacía a través de su retórica de la

revolución constructora que debía suceder a la destructora y del discurso de la redención

educativa como fruto indispensable para la liberación428. En su “Carta a los obreros de

Jalisco”, de 1920, Vasconcelos sostenía que sólo el contacto íntimo entre obreros e

intelectuales podía producir el renacimiento intelectual deseado:

El progreso de la cultura en el mundo no podrá ser un hecho en tanto que no se realice la unión íntima de los proletarios y obreros que representan el esfuerzo humano en todas sus formas, con los obreros de la inteligencia que representan la Idea, sin la cual el esfuerzo no es capaz de lograr ninguna conquista definitiva. Aquí, entre nosotros, se ha podido observar que ha bastado que la Universidad hiciese un sincero esfuerzo para acercarse a los de abajo, para que éstos hayan respondido de una manera inmediata y entusiasta. Esta Universidad espera contar cada vez más con el apoyo de las clases trabajadoras, y en ellas busca no solamente la fuerza que deba darle vida, sino también la inspiración que ha de llevarla al progreso… Esta Universidad se propone atender a los intereses del proletariado, facilitándole la educación práctica que mejore sus jornales y levante el nivel de todos; y desea apartarse de los viejos métodos que creaban profesionistas aliadas únicamente al poderoso y sin más afán que el medro personal… Sólo el contacto íntimo de los trabajadores con los intelectuales puede dar lugar a un renacimiento espiritual que ponga nuestra edad por encima de las otras429.

A la distancia José Joaquín Blanco analiza el proyecto vasconcelista de poner la

inteligencia bajo la dirección redentora de la revolución y considera que esta idea era

verdaderamente imposible. En primera porque “la inteligencia se había manifestado

generalmente en Iberoamérica en formas lánguidas e ineptas; la fuerza del pueblo debía

invadir el espacio cultural y revitalizarlo”. Además, no se podía esperar mucho de las

427 Daniel Cosío Villegas, “La crisis de México”, en Ensayos y notas, México, t. I, pp. 140-144. 428 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 83. 429 José Vasconcelos, Discursos 1920-1950, pp. 23-25.

141

clases medias, el mismo Vasconcelos las consideraba “cultivo de profesionistas para la

servidumbre de los tiranos”430. En este sentido hay que recordar que una de las ideas

centrales del Ateneo era que “el fundamento de la moral es la libertad cuyos cimientos

(razones) se hallan en la cultura autónoma, exenta de imposiciones políticas”.

Para los ateneístas, y Vasconcelos lo era, la cultura no debía depender del

gobierno. Tenía que ser independiente, y sus cambios no debían sujetarse a “las ideas

rudimentarias de los políticos”. Para ellos es una cuestión capital la separación de la

cultura y el Estado, (quizá de estas ideas se deduzca la postura de la mayoría de los

ateneístas de no intervenir en la revolución, por lo menos así lo señalan en su discurso

crítico del movimiento)431. El mismo Vasconcelos va con esta visión al maderismo, al

respecto en junio de 1911 afirma: “Será uno de los mejores frutos de nuestra lucha el

cooperar por establecer la ilustración superior sobre bases independientes”432. Por

supuesto que esta independencia nunca pudo lograrse plenamente, aun en los tiempos en

que Vasconcelos tuvo total libertad en el ministerio de Educación Pública.

Retomando las reflexiones de José Joaquín Blanco sobre el proyecto de poner la

inteligencia al servicio de la revolución, Vasconcelos, salvo algunas excepciones como

Caso, Julio Torri, e incluso Luis Cabrera, no veía con buenos ojos a sus compañeros

intelectuales. Y promovió a artistas y poetas de inspiración popular. Lo que sería otra de

las contradicciones de su cruzada cultural: “un ejército que no tenía intelectuales que

fungieran como generales”, es decir, que realizaran la función de guías del

pensamiento433.

Así, en el programa de Vasconcelos se convertirá en un eje importante la cultura

popular. Su intención de que la cultura, el arte y la educación llegaran al pueblo

posibilita la irrupción de una serie de artistas interesados en las manifestaciones

populares. A ellos Vasconcelos les dará murales y espacios para crear; mientras

promueve festivales escolares, la declamación y el canto, inaugura exposiciones de arte

indígena y lleva a cabo la realización de un gran estadio nacional.

430 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 84. 431 Es interesante esta postura de los miembros del Ateneo, pues mientras propugnan por la separación de la cultura y el estado y se niegan a participar en la revolución, algunos colaboran de manera reservada con el gobierno de Huerta. Asimismo si bien niegan a la revolución por otra parte trata de aprovecharla. En sus Memorias, José Vasconcelos reconoce que su nombramiento como presidente del Ateneo no fue por homenaje sino en provecho de la institución. Él, cercano colaborador de Madero, podría asegurarle al Ateneo cierta atención del nuevo gobierno. Y así lo hizo, trató de incorporar “a casi todos los miembros del Ateneo al nuevo régimen político nacional”. Claro que algunos aceptaron y otros no. (José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 773). 432 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 976. 433 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 84.

142

Desde su cargo como ministro de Educación Publica y gozando de un

presupuesto cinco veces mayor que el otorgado por Porfirio Díaz para el periodo 1900-

1901 y dos veces más que el dispuesto por Madero en 1911-1912 para el ministerio,

José Vasconcelos a la par que publica los clásicos impulsa las misiones culturales que

consistían en enviar a maestros a lugares apartados del país, para que llevaran a cabo la

labor de alfabetización de los más desprotegidos. Los maestros rurales que participaban

en el proyecto eran una especie de misioneros modernos encargados de llevar el

evangelio de las letras. Sobre sus actividades al frente del ministerio de educación y la

notoriedad que ganaba su labor, Vasconcelos recuerda en sus Memorias:

Ocurrió, en efecto, que empezaron a llegarnos comunicaciones oficiales y privadas de prensa de todos los países de habla española. Diversos factores concurrían para hacer de la Secretaría de educación de entonces punto de mira de la hispanidad. En primer lugar, el incidente de Venezuela había atraído hacia nosotros la atención continental. En segundo lugar, operaba el Boletín de la Universidad, en que se daba cuenta de nuestras iniciativas, nuestros trabajos, y que circulaban en todos los centros universitarios y escolares del mundo. en tercer lugar, nos dio notoriedad la edición de los clásicos que circuló profusamente, ya regalada, ya vendida a bajo precio, por todos los pueblos de habla castellana, llenando en todos ellos un vacío. En cuarto lugar, la revista El Maestro, que difundíamos en número crecido de ejemplares, con noticia de nuestras tareas y colaboraciones ilustres y sección especial dedicada a los asuntos hispánicos. Sin sentido de erudición, como tanta revista técnica, sino con propósitos de resurgimiento moral y político del mundo latino frente a las naciones poderosas del momento. Si a todo esto se agrega el carácter nacionalista que se daba a la tarea en las artes, y en la literatura, y en la enseñanza, la intervención que ejercitábamos en el baile popular para proscribir exotismos y jazzes, reemplazándolos con jota española y bailes folklóricos de México y de la Argentina, Chile, etc., todo en festivales públicos reforzado con proclamas e incitaciones a la confianza y orgullo de lo tradicional y vernáculo, se comprenderá por qué un día me llegó, caído del cielo, por la vía del telégrafo, un mensaje en que los estudiantes de Colombia me notificaban que, siguiendo la costumbre de nombrar periódicamente un “Maestros de la Juventud”, se habían fijado en mí aquella ocasión y me pedían que aceptara la designación.434

Efectivamente José Vasconcelos fue nombrado “Maestro de la Juventud” por los

estudiantes colombianos, en homenaje a su labor en el campo de la cultura y la

educación. Vasconcelos tenía poder y era escuchado. Su obra de repercusión

internacional y sus discursos contra el dictador venezolano Juan Vicente Gómez a

quien llamó “el más repugnante y el más despreciable de todos los déspotas que ha

434 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., pp. 139-140

143

producido nuestra estirpe (…) es un cerdo humano, “le ganaron la admiración de los

jóvenes latinoamericanos. Vasconcelos pidió a los estudiantes de Latinoamérica que

protestaran y lo consiguió. “Artículos en la prensa, cartas y telegramas le llevaban el

apoyo de gentes tan diversas como los estudiantes panameños y Felipe Carrillo Puerto,

gobernador socialista de Yucatán”. Logró despertar por un breve tiempo un sentido de

solidaridad política entre algunos latinoamericanos, especialmente, entre los

estudiantes435.

Sin embargo, la figura de Vasconcelos no era tan preciada en México como en el

resto de de Latinoamérica, curiosamente, señala José Joaquín Blanco, en el país su

prestigio no eran tan fuerte tanto en la prensa como entre la juventud. La prensa lo

atacaba por su mesianismo, por las ediciones de los clásicos en un país de analfabetas,

por sus discursos exaltados, el patrocinio a intelectuales extranjeros y sobre todo porque

apoyaba a pintores comunistas. Aunado a esto, “los jóvenes estudiantes detestaban su

autoritarismo”.

Según Blanco, a diferencia con lo que pasaba en los otros países

latinoamericanos, “la juventud mexicana de los veintes estaba harta de la Revolución y

de los mesianismos culturales; aún no asimilaba la experiencia social de la Revolución y

en cambio aborrecía el poder de los caudillos. Y veía en Vasconcelos, no al profeta ni al

intelectual, sino al ministro de un caudillo. Mientras Vasconcelos actuaba como

‘director de conciencia’ para los estudiantes peruanos y colombianos, los mexicanos le

hacían la guerra”436. Sobre una fuerte confrontación que tiene con estudiantes de la

Escuela Nacional Preparatoria, encabezados por su director Vicente Lombardo

Toledano, el mismo Vasconcelos cuenta:

“Que no se ufanaran nada más de ser jóvenes, porque se podía ser joven y no servir, como lo fue la mayoría que no se conmovió con nuestra prédica revolucionaria, que no contribuyó al peligro ni oyó la voz del deber”… El efecto fue inmediato: se juntaron todas las escuelas y decidieron celebrar una manifestación de protesta contra mi persona. Por momentos recibía de los amigos noticias de la marcha de los debates y de los términos del plan aprobado. Los diarios de la tarde publicaron los discursos adversos y el programa de la manifestación hostil. Una palpitación de odio conmovió a la ciudad. A eso de las seis de la tarde desembocaba la columna por Plateros. Varios miles de

435 John Skirius, op. cit., p. 18. 436 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 124.

144

colegiales venían de sus escuelas del rumbo de San Idelfonso y se dirigía a mi despacho, en la calle de San Francisco. Me gritaban “mueras”.437

El equipo vasconcelista empezaba a desmoronarse. A Lombardo Toledano quien

encabezara la rebelión de los jóvenes, él lo había designado director de la Escuela

Nacional Preparatoria; Caso y Henríquez Ureña, emparentados con Lombardo, se vieron

afectados por el conflicto y le retiraron su amistad a Vasconcelos. Según Blanco, la

Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos (CROM), que preparaba el

terreno para el siguiente régimen, presionó de diversas maneras contra “ese ministro

iluminado, despótico y personalista, hasta que lo hizo renunciar al ministerio a

mediados de 1924438.

Después de su renuncia, la cruzada educativa vasconcelista también sería

fuertemente criticada. Moisés Saenz, Secretario de Educación bajo el gobierno de

Plutarco Elías Calles, afirmaba que Vasconcelos realizó su labor en la improvisación.

Muchos de los maestros que iban a las misiones no estaban debidamente preparados.

Éstos y las escuelas eran insuficientes especialmente para una tarea de proporciones

nacionales. Durante el siglo XIX sólo se habían realizado pequeños y aislados esfuerzos

de educación popular, arruinados por el estado permanente de guerra de los años 1911 a

1920. Justo Sierra si bien tuvo la intención de hacer algo en el terreno educativo, no

tuvo el poder para llevarlo acabo.

Hacia 1910 se calculaba en 80 por ciento el índice de analfabetismo. De lo que

pudiera parecer un proyecto educativo nacional, no existían más que los restos de la

Preparatoria. Las clases medias y altas se educaban en escuelas particulares o en el

extranjero, y a pesar de los pedagogos positivistas, la única institución que realizaba

labores de educación elemental era la Iglesia. El entusiasmo mesiánico de

Vasconcelos—dice Moisés Sáenz-- guardaba “mucha relación con la falta de

instrumentos para comenzar una obra que apenas tenía antecedentes en los mejores

momentos de los misioneros españoles: ‘Y la primera campaña no fue de alfabeto, sino

de extirpación de piojos, curación de sarna, lavado de ropa de los pequeños”439.

437 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 776. 438 José Joaquín Blanco, op. cit., 124. 439 Ibid., p. 82.

145

Después de la renuncia de Vasconcelos al ministerio de educación, sus sucesores

trataron de imitarlo. En lo esencial conservaron la estructura y los objetivos de su

programa, sin embargo no pudieron llevar a cabo una misión similar al apostolado

vasconcelista. A pesar de las críticas que afirmaban que Vasconcelos había convertido

la Secretaría “en una iglesia, en un monopolio de la conciencia nacional, con lo cual

restó libertad a los ciudadanos y aumentó el despotismo del estado, haciendo que su

poder llegara a la conciencia”440, Vasconcelos le otorgó legitimidad al sistema político

revolucionario, ayudó a fundar una cultura de la revolución y, más aún, inició la

incorporación cultural de México al resto de Hispanoamérica441.

La ruptura con Obregón

Después de casi tres años de estar al frente de la Secretaría de Educación José

Vasconcelos renunció definitivamente el 2 de julio de 1924. Su ruptura con el grupo en

el poder había sido postergada por el deseo de ver concluida su obra al frente del

ministerio. Sin embargo, la rebelión delahuertista, el caso Field Jurado, la presencia de

los callistas en el gabinete, las intrigas de la CROM y los métodos violentos que

empezaba a rebelar el régimen, terminaron por forzar la salida de Vasconcelos no sólo

del gobierno obregonista sino también de la misma revolución.

Cuando se dio el levantamiento de De la Huerta, a diferencia de Martín Luis

Guzmán y Miguel Palacios Macedo, Vasconcelos guardó silencio. No se pronunció en

contra de los crímenes del delahuertismo ni se separó del gobierno por sus métodos

autoritarios, es decir, los deseos de Obregón de imponer a Calles como su sucesor, que

es lo que desencadenó la rebelión. Al respecto ha dicho Vasconcelos: “Me acusa a mí

cierto escritor judío de fama, de que no me uní al coro de hipócritas que denunciaba a

De la Huerta como asesino de Carrillo, que había sido mi amigo. No tenía yo por qué

protestar de asesinatos que, en todo caso, se cometían en jurisdicción ajena al gobierno

que yo servía”. Continúa:

440 Jorge Cuesta, Poemas y ensayos, México, UNAM, 1962, pp. 467-472. 441 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 969.

146

Ni era el caso que protestasen Obregón y Calles. Un gobernante no debe lamentarse de que no haya justicia; debe imponer la justicia. De lo que debía yo protestar era de los asesinatos que cometía el gobierno con cuya responsabilidad estaba yo envuelto. Y lo hice tan pronto como tuve la evidencia necesaria para afirmar mi convicción sin esperar a la evidencia legal, que rara vez puede obtenerse442.

Vasconcelos siguió al lado de Obregón, no tenía motivos importantes para

romper con el régimen en el que trabajaba con toda libertad, lo que más llegó a lamentar

de la guerra fue su alto costo económico. “Y, en efecto, la guerra costaba, según lo

prueba la famosa táctica de los cañonazos de cincuenta mil pesos. A cada general

dudoso le mandaba obsequiar Obregón cincuenta mil pesos (…) El despilfarro crecía sin

medida con motivo de cada movilización. Los capitanes y los tenientes no se quedan

atrás de los generales; todo el mundo gasta en uniformes, en monturas, en mujeres y en

juergas y en inversiones para el mañana dudoso. Desde que la administración se vuelve

un botín, ya n hay dinero que baste y los servicios todos se resienten o se arruinan”443.

Lo que empezaba a arruinarse era el presupuesto que se le otorgaba a educación,

sin embargo esto no fue motivo suficiente para que el ministro se enemistara con el

régimen. Sin embargo la descarada represión en las Cámaras orquestada por callistas y

obregonistas sí despertó su inconformidad, sobre todo cuando entre los métodos de

extermino de la oposición el gobierno llevó a cabo el asesinato de Field Jurado, senador

por Campeche a quien Vasconcelos consideraba un patriota que al enterarse de los

acuerdos de Bucareli se había negado a firmar su aprobación.

Afirma Vasconcelos, “que no firmar en esos instantes era iniciar una rebelión

dentro del senado y poner en peligro el éxito del gobierno en el campo de batalla y el

porvenir de los callistas”. A sabiendas del peligro Field Jurado se rebeló y fue asesinado

frente a su domicilio a plena luz del día. El suceso fue muy comentado por la prensa,

que sin dar el nombre del asesino, sin detalles comprometedores, exigía al gobierno que

hiciera justicia. Entre las personas que protestaron contra el crimen del senador se

encontraban Obregón y Calles.

Tal actitud de “hipocresía satánica que consistía en protestar en público de lo

que uno mismo había hecho en ocultis”, terminó por menguar el ánimo de Vasconcelos

con respecto al régimen. “Asqueado de mí mismo, me puse a redactar un telegrama en

442 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 231. 443 Ibid., p. 232.

147

que presentaba a Obregón mi renuncia. Lo firmé el 28 de enero de 1924. Le decía que

no podía servir lealmente una situación que ofendía mis más arraigadas convicciones, y

me ponía a sus órdenes como particular y como amigo”. Al igual que sus amigos

Ezequiel Chávez y Manuel Gómez Morín, que se sumaron a la renuncia, no podía

figurar más en un gobierno que asesinaba en plena calle a los senadores.444

Sin embargo, a Vasconcelos el arrebato le duró poco, Obregón no le aceptó su

renuncia y él continuó en el gobierno a pesar de sentir que ya todo estaba muerto.

SegúnVasconcelos, lo estaba desde que Obregón había decidido apoyar a Calles, pues

creía imposible conciliar los “esfuerzos civilizadores de un departamento con el plan de

entregar la presidencia a un salvaje”445. No obstante su sentimiento de derrota, su sueño

de levantar el país por medio de la educación se prolongaría por unos meses más, pues

Obregón lo había convencido a permanecer a su lado, alegando inocencia y con la

promesa de hacer justicia. En carta del 29 de enero de 1924, el presidente Álvaro

Obregón se dirige a su ministro:

Con la franqueza que me caracteriza creo, sinceramente, que los motivos en que funda usted su renuncia de ninguno me siento responsable y este hecho basta para que no la encuentre justificada. El primer motivo dice: “Nunca he estado ni podré estar de acuerdo con gentes que hoy más que nunca tienen influencia preponderante en el Gobierno ya de una manera directa o indirectamente, y esto me obliga muy a mi pesar a tomar la resolución ya indicada”. El hecho de que usted no haya sentido afinidad política con algunas de las personas que tienen ascendiente en la actual Administración no puede ser un motivo que justifique su renuncia sin antes y con la plena autorización que de mí tiene, me hiciera ver usted en qué forma las personas a que se refiere menguan la moral de la Administración Pública y constituyen un motivo de rubor para mis colaboradores. El segundo motivo lo hace usted consistir en la falta de fondos. De esto tampoco me siento responsable, porque, si de mí dependiera, puedo asegurarle que tendríamos dinero para todo y la presencia de un periodo de crisis económica no funda la separación de un colaborador como usted, porque esas crisis exigen una mayor solidaridad para compartirlas abnegadamente. En cuanto a los atentados a que usted se refiere, usted mismo acepta que soy el primero en condenarlos, y me complazco en hacerle saber que no obstante la vida por demás agitada que las continuas operaciones militares que estamos desarrollando me obligan a llevar, me he dado tiempo para abarcar en toda su magnitud la trascendencia de esos hechos. He protestado con toda dignidad contra ellos y he dictado las medidas encaminadas a desvanecer definitivamente toda responsabilidad que sobre la Administración Pública pudiera recaer sin detenerme el sacrificio que tengo que hacer de muchos vínculos de amistad y de gratitud porque considero que el decoro de la Administración Pública está por encima de todos los afectos y todas las consideraciones. Nadie más que usted conoce el respeto que me merecen las ideas políticas de los demás, porque a pesar de la amistad que siempre nos ha unido nunca he intentado siquiera sondear su sentir personal en

444 Ibid., pp. 238-239. 445 Ibid., p. 240.

148

asunto tan delicado y usted es testigo que ninguna dependencia de su Secretaría ha sentido influencias extrañas para que los ciudadanos que en ellas actúan orienten su criterio hacia determinada finalidad. Todas estas consideraciones, mi estimado y buen amigo, me inclinan a creer que usted debe continuar prestando su colaboración al Gobierno, que presido mientras no tenga un motivo de rubor que se lo impida y que éste parta del suscrito o de colaboradores suyos con su complicidad. Creo, además, que usted debe sacrificar sus deseos muy justos de hacer una labor fecunda ante la imposibilidad material de nuestro Erario Público para levarla a cabo y continuar abnegadamente laborando con igual acierto y entusiasmo hasta que el suscrito entregue el Poder. Agradezco su bondadoso ofrecimiento para interponer una acción amistosa en busca de una solución pacífica para el actual conflicto, solución que no veo dentro de los límites de lo posible porque habiendo encabezado la asonada militar altos jefes del Ejército Nacional, se sentaría un funesto precedente si éstos no reciben el castigo que la Ley y la Moral imponen446.

Como años atrás lo hiciera Madero, el presidente logra convencer a Vasconcelos

de no separarse de la revolución. El ministro, en sus declaraciones a la prensa refrenda

su confianza a su jefe, y dice estar seguro de que éste hará justicia tan pronto el

conflicto delahuertista sea solucionado. Vasconcelos se quedó esperando la justicia y

continuó en el mundo de intrigas del que también era parte, hasta que en junio de 1924

presentó su renuncia definitiva. Sus argumentos eran: el cinismo de Obregón, a quien

encontró paseando con Luis N. Morones, líder de la CROM y sospechoso de asesinar a

Field Jurado y su intención de contender por la gubernatura de Oaxaca.

Enrique Krauze asegura que la renuncia de Vasconcelos se debió más a la

convicción personal que a la ambición política. Se separaba del grupo gobernante por

una cuestión ética, de principios, su pregunta seguía siendo “¿quién debe gobernar? y

para contestarla sólo tenía una respuesta: el filósofo, el sabio”447. Ante esta respuesta y

negándole toda posibilidad a la barbarie de gobernar sabiamente, se presentó como

candidato a la gubernatura del estado de Oaxaca. “El estado se halla amenazado de caer

en manos de un pobre imbécil que patrocina el callismo, y es mi deber contribuir a

salvar a la patria chica de la imposición y la barbarie”, confiesa al mismo Obregón448.

Sin contar con el apoyo de los sonorenses y en espera de la “espontánea”

decisión del pueblo de apoyarlo se lanzó a la aventura. Buscaba demostrar que si no

había civiles en los altos puestos no era, porque no tenían valor los intelectuales para

afrontar una lucha. “Ya era tiempo de que México se sacudiese la reputación de

446 Carta de Álvaro Obregón a José Vasconcelos, Celaya, Guanajuato, 29 de enero de 1924, en Alfonso Taracena, op. cit., p. 57. 447 Enrique Krauze, op. cit., p. 187. 448 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 261.

149

canibalismo”449. Firme partidario de la concepción mesiánica que le hacía creer que la

realidad era dócil a los más altos designios del hombre, pensaba que podía llevar a cabo

su propósito de instaurar el buen poder. “Si Madero había sido ‘ungido’ por el voto

popular, igual iba a sucederle a él. Eso era lo razonable, lo moral”450.

De nueva cuenta Vasconcelos se equivoca. El ideal no corresponde a la realidad.

La maquinaría callista hace todo lo posible por aplastarlo y lo logra. En su ingenuidad

Vasconcelos no consideró que Obregón nunca apoyaría a aquel hombre que siendo su

secretario de Educación había callado con respecto a la rebelión delahuertista, y que

había implicando a elementos de su gobierno, y a él de manera indirecta, en el asesinato

de Field Jurado.

Vasconcelos perdió las elecciones. Su intento frustrado de ser gobernador de su

estado natal no enfrió sus altísimas ambiciones políticas, pero las pospuso para cuando

se presentaran condiciones más propicias451. Por lo pronto, desanimado se alejaba a

buscar consuelo en sus estudios filosóficos y a preparar, junto a Gómez Morín, la

fundación de la revista La Antorcha. Después de romper públicamente con el gobierno

en el poder, en 1925 Vasconcelos salió del país. La imposición de Oaxaca no sólo había

desenmascarado al régimen revolucionario ante sus ojos, también desencadenaría su

desencanto futuro.

Crítico y opositor del régimen

Al romper con el grupo en el poder Vasconcelos comenzó a hacer críticas al

gobierno y a la revolución. Un mes antes de su renuncia definitiva, en un discurso con

motivo del día del maestro, el aún ministro cuestiona la desvirtuada concepción de

revolución dominante en la época. Para él, el movimiento iniciado con Madero en 1910

es un movimiento mal entendido, envilecido, pocas veces asociado con el impulso

constructor y renovador que realmente se proponía ser. Ante la corrupción del término

Vasconcelos declaraba rebelarse:

449 Ibid., p. 262. 450 Enrique Krauze, op. cit., p. 187. 451 John Skirius, op. cit., p. 21.

150

De tanto mirarlo prostituido, he llegado a rebelarme contra el nombre de la Revolución. Revolucionario debería llamarse el que no se conforma con la lentitud del progreso y lo apresura; el que construye mejor y más de prisa; el que trabaja bien y con más empeño; el que inventa una torre más alta que todas las que había en su pueblo; el que formula una teoría social más generosa que todas las tesis anteriores y dedica su vida a lograrla; el que con sus obras aumenta el bienestar de la gente452.

Cuando Vasconcelos sale del gobierno piensa que se debe predicar, pero no a los

estudiantes sino a la nación entera. En actitud de profeta Vasconcelos con su mensaje

buscaba guiar y, sobre todo, anunciar el desvío de la revolución. Esta, decía, no había

cambiado la historia política de México, sino la había ratificado. “La tradición del

caudillismo salvaje se imponía con Calles más apocalípticamente que con don Porfirio;

Calles apuntaba como un don Porfirio demagógico, contra el cual Vasconcelos, un

Madero más fuerte, debería luchar como en 1910453.

Su lucha trató de realizarla a través de la revista que fundó para promover su

oposición al régimen. Sin embargo La Antorcha tuvo una corta vida; fundada el 4 de

octubre de 1924, ahogada por el acoso del gobierno, la falta de anunciantes y la

ausencia de suscriptores, cerró el 3 de enero de 1925. Según Vasconcelos, la revista fue

uno de sus grandes errores; era imposible sostener una publicación de verdad

independiente en un medio oprimido en todos los órdenes. Por entonces, la amenaza

gubernamental, desde que Calles había subido al poder, era diaria, no había posibilidad

de libertad individual en México.

Tras el fracaso de su publicación, Vasconcelos entró como columnista a El

Universal, su ingreso al periódico lo vio como una excelente oportunidad para seguir

atacando al gobierno de Calles. “La obligación moral de continuar la pelea contra el

callismo me hizo ganapán de la pluma”, confiesa en sus Memorias.454 Poco tiempo

después salió del país con rumbo a España, quería alejarse de un lugar cuyas únicas

alternativas eran la corrupción y el hambre, al que no le importaba la originalidad de las

ideas. Tal vez México no meciera un filósofo siquiera455.

En el exilio, Vasconcelos se dedicaría a viajar y atacar a Calles. Seguiría fiel a la

mística del intelectual y del artista como genios y redentores, que se oponen a la maldad

452 José Vasconcelos, Discursos, op. cit., p. 11. 453 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 129. 454 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 302. 455 John Skirius, op. cit., p. 35.

151

y la falta de inteligencia, a la mezquindad y la barbarie de las dictaduras. Calles seguía

siendo su obsesión, su falta de inteligencia, sus métodos, su proceder, eran el centro de

sus ataques:

Dar la idea para que otro la escriba, para que otro hable; he allí el procedimiento que llegaría a sistema cuando Calles obtuviera el mando. Encargar a un cuistre un discurso, un alegato, una declaración y firmarla. Emprender una gira de candidato a General Gobernador, a General Presidente. Estarse mudo por falta de ideas y por falta de educación de la palabra, y cargar con media docena de oradorcillos de alquiler, premios de concursos de oratoria estudiantil, que habla por el General, interpreta al General, ensalza al General456.

Asimismo su viaje a Europa sirvió para modificar su teoría de la revolución

como movimiento constructor. Viajando por España, Portugal, Italia, Hungría, Austria,

Francia, en 1925-1927, observado sus artes plásticas y su arquitectura con todo

detenimiento, José Vasconcelos sintió que la Revolución mexicana había acabado con

lo antiguo y lo bello. “Entre nosotros, lo que no destruye la barbarie de una revolución,

con su prurito salvaje de echar abajo las cosas bien hechas, lo hecha a perder el afán

pretencioso del cambio”.457

Al parecer, la revolución ya no era para Vasconcelos ese movimiento de

renovación, que tenía por objeto construir, civilizar, se había convertido en una fuerza

abrupta y salvaje, que acababa con todo lo que había a su paso. Hasta con la belleza. Por

otra parte, cuando estuvo en el medio oriente vio un militarismo oriental que le

recordaba el de México, tanto en lo político como en lo racial, de castas parias

perennemete subyugadas458. Qué lejos estaba México de ser ese pueblo en el que,

gracias a la revolución, se operaría un cambio espiritual y moral. Los labios de

Vasconcelos destilaban amargura. ¡Qué extraño destino fracasado el mío!, exclamaba en

el destierro.

456 José Vasconcelos, Indología, op. cit., p. 134. 457 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 318. 458 Ibid., p. 473.

152

¿Qué extraño destino fracasado el mío, que siempre me llevaba a posiciones de perseguido y de víctima y condenado a la mediocridad en lo material? En segunda y en tercera había viajado, parando en hoteles baratos a fin de economizar en los gastos y para poder cumplir todo mi proyecto de itinerario, por lo menos hasta Constantinopla. Bien podía haber hecho este viaje en comisión diplomática, como tantos otros, y con sólo que me hubiera prestado a separarme del gobierno de México sin rompimiento ostensible. ¿Tenía algún sentido mi radicalismo, que me parecía casi heroico, pero que el público en general calificaba de soberbia y rencor? ¿Había algún odio, en verdad, en aquellos desplantes que han sido mi carga? ¡Es tan difícil hallar el límite que separa el amor del odio en los casos en que una actitud se vuelve pasión! Pero, ¿a quién había de odiar y por qué? (…) ¿Salía alguien ganando en México con mi sacrificio? ¿Lo reconocerían siquiera como tal o convendrían todos en lo que ya se proclamaba en público: que era yo un despechado y un ingrato?459

¿Acaso dudada Vasconcelos de sus convicciones? Porque así parecía. Al parecer

no, esta reflexión la hace con la atención de arribar a la crítica. “¿Despechado porque no

acepté una legación de manos de un presidente criminal? ¿Ingrato porque no quise

acompañar a Obregón a la ignominia de los Tratados de Bucareli y el asesinato de Field

Jurado? Nadie se habría puesto a atacarme si sigo pegado al gobierno; al contrario,

todas las puertas se me habrían abierto en Europa (…) Y como en lo personal nadie

podía achacarme crimen ni robo, todavía podría ufanarme de puritanismo político que

se aparta a un retiro decoroso para no participar directamente en la infamia”.

Según Vasconcelos lo que el mundo quería es que si se protestaba se hiciera sin

escándalo; que si se robaba, se dejara robar; que si no se mata, se esté uno quieto y en

paz con los matones. Esa suerte de discreción era lo que mejor premiaba la

contemporaneidad. No obstante, afirmaba, su alma le exigía, para estar en paz, que el

equilibrio lo estableciera en relación con los valores eternos, no con el

convencionalismo y las circunstancias de la hora. El éxito mantenido a costa de silencio

decoroso y disimulo, le resultaba vergonzoso460.

En el exilio, mientras se dedica a cuestionar el gobierno de Plutarco Elías Calles,

Vasconcelos publica dos obras que de alguna manera tienen que ver sino con la

revolución mexicana sino con las revoluciones: La raza cósmica (1925) e Indología

(1926). La primera obra reflexionaba sobre varias interrogantes en torno al

anticolonialismo: el lugar de Iberoamérica en el marco de la cultura mundial, las

aportaciones del mestizaje latinoamericano al mundo (recordemos que esta es una época

de polémicas raciales tanto en Europa como en Estados Unidos, son los años del 459 Ibid., p. 355. 460 Ibid., p. 355.

153

nazismo), la pertinencia de los nuevos nacionalismos latinoamericanos después de la

debacle de los nacionalismos europeos en la primera Guerra Mundial y las opciones que

había en el mundo para la cultura del espíritu, después de tanta catástrofe.

En La raza cósmica, Vasconcelos proclama la abolición de las razas por medio

de un mestizaje universal que condujera a la Unidad Humana étnica y cultural461. Por su

parte, en Indología: Una interpretación de la cultura iberoamericana, que es una

especie de continuación de su obra anterior, aborda varios temas que versan sobre la

importancia de devolver la realidad a la cultura, la geografía tropical, el hombre, el

pensamiento americano y la educación pública. Esta última parte aborda el conflicto

entre civilización y barbarie, tema central en la obra vasconcelista. “La educación se

inspira en Quetzalcóatl, y Quetzalcóatl no reina, no se asienta, allí donde impera

Huitzilopochtli el sanguinario. Destronemos primero a Huitzilopochtli. El mensaje es

claro. Quetzalcóatl representa a la civilización y Huitzilopochtli, Huichilobos como le

llama Vasconcelos, simboliza la barbarie462.

Contra esa barbarie habría de pronunciarse a lo largo de su obra y de su vida.

Los acontecimientos de México de 1927 le darían a Vasconcelos la oportunidad de

comprobar su teoría. Huichilobos se había desatado con la revolución. La matanza de

Huitzilac en la que los dos candidatos a la presidencia –los generales Gómez y Serrano--

y sus seguidores habían sido asesinados por el gobierno de Calles, sólo había

confirmado su idea de la barbarie revolucionaria. “Así vive nuestro pobre país aplastado

por los más despreciables y temibles elementos del bajo fondo que se ha adueñado de la

revolución. Y al que se rebela lo asesinan”.463

Por otra parte, cuando a su llegada a Manhattan Vasconcelos es cuestionado por

la prensa sobre la reelección de Obregón y el suceso en el que éste había eliminado a

sus dos rivales por la vía del asesinato, contestó: “sobre eso no se opina, sobre eso se

escupe”. Su opinión era que habían desaparecido “dos rufianes menos”. El

contradictorio Vasconcelos por un lado abominaba la violencia pero por otro la

justificaba464. Y lo hacía, porque para él “la situación se despejaba con la desaparición

461José Vasconcelos, La raza cósmica, p. 9-53. 462 José Vasconcelos, Indología, Obras completas, t. II, p. 1272. 463 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 513. 464 Siguiendo los planteamientos de Eric Hobsbawm, en realidad esta actitud de Vasconcelos no sería tan contradictoria, pues según el historiador inglés, los revolucionarios racionales siempre han valorado enteramente la violencia en virtud de sus fines y de sus resultados probables. (Eric Hobsbawm, Revolucionarios, Barcelona, Crítica, 200, p. 302). Esta actitud vasconceliana de criticar los métodos bárbaros de los revolucionarios pero a la vez propugnar por una “violencia constructora2 era fuertemente criticad por Gömez Morín.

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de los dos falsos ídolos de la oposición. Y el gobierno quedaba en desprestigio

favorable a una lucha popular armada”, que por supuesto él deseaba encabezar465.

De diciembre de 1927 hasta julio de 1928, dice Skirius, Vasconcelos fue de

universidad en universidad, “vacilando en su soñar despierto: ora escapando de sus

utopías íntimas, ora desafiando el poder de Calles y Obregón en México”… ante el

estupefacto público de la Universidad de Columbia osó comparar el gobierno

contemporáneo de Calles con la dictadura prerrevolucionaria de Porfirio Díaz por sus

métodos reeleccionistas466.

Vasconcelos en el exilio siempre tuvo la esperanza de que una revolución no

tardaría en estallar en México en contra del callismo. “Después de ella, un gobierno

ilustrado haría de México el centro, el órgano de la unidad latina del continente”.467

Cuando en París Gómez Morín lo tacha de ser un romántico, el último de la política

mexicana y lo increpa sobre su estadía en el extranjero desde donde atacaba a un

gobierno fuerte, sin la menor esperanza de triunfo; en lugar de trabajar por el país,

educando, construyendo el porvenir, Vasconcelos argumenta que su regreso a México

sólo podía ser como enemigo del gobierno, porque contra un régimen como aquel no

cabía “más que la rebelión, la conspiración, la negación total, sin ningún género de

colaboración”468.

Vasconcelos se decía consciente de que su lucha en México iba a ser larga, que

no regresaría sino como opositor del gobierno y cuando pudiera hacerle daño a “aquella

situación infame”469. La oportunidad no se presentó con la rebelión de los generales

Serrano y Gómez, pero llegó muy pronto, al año siguiente, en 1928, cuando Álvaro

Obregón fue asesinado. Según Vasconcelos, la muerte del caudillo era el llamado del

destino, reanimaba la esperanza. Vasconcelos reavivaba su ilusión de consumar en

México un gobierno civilizado. Era el momento de regresar, la suerte estaba echada.

La cruzada vasconcelista

Vasconcelos regresó a México en 1928 imaginando su campaña “como un

esfuerzo de reintegración de México a su ser propio”. Sabía que tal propósito era

465 José Vasconcelos, p. 524. 466 John Skirius, op. cit., p. 23. 467 José Vasconcelos, El desastre, p. 360. 468 Ibid., p. 521. 469 Ibid., p. 441.

155

arriesgado pues tendría que enfrentarse en forma radical con todos los enemigos juntos:

“la Banca de Wall Street, que apoyaba a Calles y a Morrow; el gobierno americano, que

apoyaba a su banca y desarrollaba sus viejos planes; la opinión liberal yankee, cargada

al protestantismo; los políticos ladrones, que administraban a México como botín de

guerra; los generales asesinos, que aterrorizaban; toda la cálifa de enemigos desleales de

una patria estrangulada, opresa, sufriente”.470

Con todo y sus implicaciones Vasconcelos aceptó ser el candidato del Partido

Antireeleccionista a la Presidencia de la República, su candidatura fue bien recibida en

aquellos días en que la gente estaba cansada de la violencia militar y de los generales

que la mandaban. Por ser un candidato civil gozó de gran popularidad471 y sobre todo

por su propuesta de “poner fin a tantos años de sangrienta y corrupta dictadura militar

en México y reemplazarlos por un gobierno honesto y democrático”.472 Vasconcelos se

presentaba como oposición decidida al empleo de la fuerza y la violencia, y también

como el restaurador de los viejos ideales maderistas.

Sin duda Vasconcelos se sentía Quetzalcóatl luchando contra Huichilobos, que

era Calles. Su cruzada era el enfrentamiento entre civilización y barbarie, la lucha del

gobierno civil contra el gobierno militar. A él, el “dios bueno”, le correspondía instaurar

el buen poder, el civilismo que en ese momento se hacía posible por tres razones: había

muerto el último caudillo de la revolución, el mensaje del presidente Calles

garantizando elecciones libres, era alentador y por si fuera poco, el ánimo nacional era

opuesto al gobierno de los militares473.

La necesidad de poner fin al gobierno unipersonal era el mensaje más

ampliamente difundido por Vasconcelos y tuvo eco entre todos aquellos que deseaban

recuperar los ideales de la revolución y estaban decididos, de ser necesario, a luchar

contra el gobierno usurpador. La promesa del arribo de un gobierno civil, democrático y

antireeleccionista en México, era tentadora, a pesar de la locura que implicaba desafiar

al gobierno que tenía el poder.

En un tono por demás desafiante, Vasconcelos hizo del excesivo poder del

presidente un tema de su campaña. En México, decía, los ayuntamientos eran

suprimidos; el poder del Congreso, recortado; los jueces, controlados y manipulados.

No había gobierno en el mundo civilizado, denunciaba, “más cesarista”, más

470 Ibid., p. 552. 471Jonh Skirius, p. 55. 472 Ibid., p. 43. 473 Ibid.., p. 57.

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personalista” que el de México. Contra ese poder autoritario y unipersonal proponía el

poder de la democracia. La promoción por Vasconcelos de la autonomía municipal era

un desafío directo al impopular decreto que Obregón hiciera antes de morir, para abolir

los gobiernos municipales en el estado de México474. Era una forma de reto al poder del

caudillaje.

La campana vasconcelista inició en el norte. De la frontera avanzó

frenéticamente hacia la capital pasando por los estados de Sonora, Sinaloa, Nayarit,

Jalisco, Michoacán, Estado de México, hasta entrar en el Distrito Federal el 10 de marzo

de 1929. En la inauguración, ocurrida en Nogales el 10 de noviembre de 1928,

Vasconcelos pronunció un discurso célebre que establecía las características de su

candidatura: era un candidato civil preocupado por la educación y el cumplimiento del

agrarismo, que respetaba el precepto básico de la Revolución, Sufragio Efectivo No

Reelección, trazado por Madero.

Asimismo su candidatura propugnaba por la existencia de un régimen

constructor que combatiera a esa Revolución Mexicana que había degenerado en una

oligarquía de caudillos, que para enriquecerse había comprometido a la nación

subordinándola a los Estados Unidos. Si resultaba electo asumiría el programa agrario-

obrero de la Revolución. En su discurso Vasconcelos anunciaba que era la hora del

destino, de la ocasión salvadora, la evolución constructiva, la sustitución del

pretorianismo por la democracia, la amnistía a expatriados políticos, la moralización de

la burocracia475.

Vasconcelos volvía a la patria, acudía a su llamado, y esperaba que esta vez no

fuera en vano. A su vez, él, como candidato presidencial, llamaba al pueblo a luchar por

la democracia, lo convocaba a votar, para así lograr el retorno integral del programa de

la revolución, y salvar a ésta de la dictadura, del predominio de una sola facción. Y a la

hora del triunfo proponía llevar a cabo la implantación de reformas que lograran que la

revolución por fin llegara a los espíritus. He aquí sus palabras:

Los fariseos de la revolución, en todo el mundo, se distinguen por la complacencia y el aplauso que otorgan a las dictaduras con el pretexto de que mediante ellas se pueden implantar tales o cuales reformas, pero la práctica enseña que la dictadura corrompe aun

474 Ibid., p. 78. 475 José Joaquín Blanco, op. cit., pp. 148-149. .

157

a los mejores… Y se vuelve el predominio de una facción lo que debió ser victoria de todo un pueblo. De semejante fatal pendiente sólo puede librarnos un retorno al programa integral de la revolución.Hay que añadir, en el programa económico de distribución agraria y de reivindicación obrera, también la libertad que obtiene el castigo de los malos funcionarios y desenmascarar a los revolucionarios falsos… Se necesita que el sufragio sea efectivo, porque nadie debe reemplazar el juicio del pueblo cuando se trata de elegir a los aptos…; para asegurar ala efectividad del sufragio es necesario que el pueblo entero salga de su apatía y exprese su voluntad. Entendamos que sólo una leal contienda de votos podrá libertarnos de la fatalidad de nuevas contiendas armadas. El principio glorioso de la No Reelección, consagrado con la sangre de tantos mártires, debe ser inscrito de nuevo en nuestra Carta fundamental. .. Un plazo irrevocablemente limitado párale mando vuelve cauto al poderoso y torna humano al gobernante. Además, junto con la no reelección, es urgente fijar las responsabilidades de ese amo absoluto que es entre nosotros el Presidente… Es bochornoso que se le tolere un grado de irresponsabilidad que no tienen los reyes en los países civilizados… Urge, pues reformar la Constitución en el sentido de que el Presidente sea enjuiciable en casos como los de violación lectoral manifiesta, o cuando se consten fusilamientos, prisiones arbitrarias o expulsión de ciudadanos. (…) No hay patriotismo sin laboriosidad, ni libertad sin responsabilidad y, por último, no es posible la vida civilizada ahí donde la usurpación y el atropello quedan impunes. No debemos prescindir del rigor de la ley para combatir el delito, pero en cambio debemos hacer derroche de tolerancia para juzgar opiniones ajenas. En otros términos, cuidaremos de otorgar impunidad a las opiniones, pero sin olvidar que, en lo que hace a los actos, no hay más recurso que el Código Penal, y hace muchos años que la pena se aplica por cuestión de opiniones, no de delitos. Tan grave estado de cosas requiere que ahora comencemos intentando una reforma en nuestra propia conciencia. La revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus. Lo primero que urge cambiar es nuestra disposición ante la vida, sustituyendo al encono con la disposición generosa. Sólo el amor entiende y por eso sólo el amor corrige. Quien no se mueve por amor verá que la misma justicia se le torna venganza. Y sólo saliendo de este círculo, el círculo del odio, podremos abordar situaciones como la religiosa , que lleva años de estar desgarrando las entrañas de la patria. Para empezar, proclamemos que el fanatismo se combate con libros, no con ametralladoras…, que toca al Estado mediar en los conflictos de todos los fanatismos en vez de abrasarse a uno de ellos. En seguida, y como condición indispensable para tratar el asunto, es necesario que recordemos, que sintamos que los católicos son nuestros hermanos y que es traición a la patria seguirlos exterminando… Determinadas taxativas recientes, como la que se refiere a la degeneración del derecho de enseñanza, se explican acaso como represalia de guerra, pero no pueden perdurar en un régimen normal… Exageración que nos ha conducido al bochornoso espectáculo del privilegio que a costa del católico ha ido ganando el protestante… Y así, México se queda son religión castiza… sucede que entre nosotros sólo la secta extranjera puede acercarse a las almas… porque su bandera no es la humilde tricolor, sino otra que se respalda con escuadras navales y con ejércitos. Relacionado con la cuestión de tolerancia religiosa y la necesidad de otorgar garantías a la vida, está el problema de la emigración de nuestros compatriotas. Suman ya millones los que en los últimos años se han visto obligados a cambiar de hogar, unos porque a semejanza de los antiguos cuáqueros se expatrian para adorar a Dios a su manera, y otros, empujados por la presión local; lo cierto es que con ello pierde la patria mexicana una verdadera selección de su propia raza… el día en que este tercio de la población mexicana que ahora padece destierro inicie su retorno, será el más feliz de nuestra historia. Pero ese día no asomará en los tiempos si antes no abolimos las carnicerías que han llegado a constituir un baldón para el nombre mismo de México. En el orden de nuestras relaciones internacionales, la República ha sufrido penosas desgarraduras. Unas veces en virtud de fallos judiciales; otras por causas de convenios tristemente célebres; otras, por derogación de leyes, como lo del petróleo, que intentó salvaguardar nuestros intereses, lo cierto es que la mayor parte de nuestras ilusiones revolucionas han quedado deshechas; y era natural que así ocurriese, porque un país dividido no puede hacer frente a los intereses rivales del exterior. Tampoco tenemos poder suficiente para denunciar tratados o acuerdos ya concertados. Pacto firmado es pacto irrevocable para las naciones débiles; pero si no podemos revocar esos pactos, sí podemos cumplirlos. Podemos

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hacernos ricos con el trabajo, la perseverancia y la economía y ya después será fácil, en una o dos generaciones, liquidar todos estos compromisos de la discordia. Pagar a nuestros acreedores será entonces rescatar nuestra soberanía. El hombre que animado de paz y justicia ponga a trabajar a los mexicanos, ése será u salvador. Necesitamos ponernos a jornada doble en toda la nación, pero el trabajo requiere la tranquilidad que emana de la justicia y la libertad que garantiza la acción. Así como a la hora de las catástrofes cada uno se apresura al salvamento indispensable, de suerte igual la patria necesita ahora el concurso de todos sus hijos. Están gravemente amenazados nuestros destinos… Si el pueblo no se apresta a designar y a defender un candidato, entonces la intriga creará candidatos que faltos de todo prestigio procurarán imponerse con el auxilio de las finanzas internacionales. El caso de otras naciones nos enseña que un pueblo que no es capaz de hacer sus propias elecciones, tarde o temprano sufre el bochorno de que vengan a hacérselas de fuera… El peligro, el único peligro está en que el pueblo no llegue a sentir el llamado, en que l pueblo no llegue a moverse; pero yo tengo fe en el pueblo, por eso confío… yo sé que el pueblo va a erguirse ahora para darnos un Gobierno libre y mexicano, sin contaminaciones con extrañas banderías. Señores, si es verdad que la fe mueve a ejemplo, seamos los primeros en demostrar que está viva la patria y que s la voz de la patria la que a va a estar hablando por nuestros labios y así será mañana la voluntad de la patria la que resuelva esta noche en alborada de gloria. ¿México levántate!... La más grave de las asechanzas de toda tu oiría se urde en estos instantes en la sombra, pero aún hay fuerza en tus hijos para la reconquista del destino. Deja que los menguados vacilen… tus hombres están ya de pie; y por el viento pasan himnos de regeneración y de victoria. ¡Adelante! ¡A la victoria! 476. .

Su postura contra el caudillismo, el reeleccionismo, el autoritarismo y el

presidencialismo, así como su crítica a la persecución religiosa, el acoso de las ideas, la

migración forzada y la pérdida de la soberanía nacional, le ganó a Vasconcelos un buen

número de adeptos. Sobre todo entre la clase media y la población juvenil, germinó el

discurso renovador vasconcelista477. “Vasconcelismo era cultura y muchachos

entusiastas contra la corrupción de poderosos sanguinarios; era el arte, el saber y la

moral”478.

476 José Vasconcelos, EL proconsulado, Obras completas, T. II, México, FCE, 1984, pp. 619-623. 477 En las filas del vasconcelismo se encontraban jóvenes estudiantes y algunos intelectuales, entre los que destacaban Manuel Gómez Morín, Miguel Palacios Macedo, Carlos Pellicer, Octavio Medellín Ostos, Chano Urueta, José María de los Reyes, Octavio Bandala, Manuel. F. Boyoli, Matías Santoyo, Adolfo López Mateos, Germán del Campo, Raúl Pous, Antonio Helú, Ángel Carvajal, Antonio Armendáriz, Juan Bustillo, Oro, Vicente Magdalena, Mauricio Magdaleno, White Marquecho, Carlos Toussaint, Luis Calderón, Guillermo Ruiz, Rubén Salzar Mallén, Vicente Mediola, Salvador Aceves, Chuchita López de Pacheco, Antonieta Rivas Mercado, Humberto Gómez Landero, Baltasar Dromundo, Ponciano Guerrero, Alfonso Acosta, Andrés Henestrosa, Manuel Moreno Sánchez, Alejandro Gómez Arias, Herminio Ahumada, Federico Hever, Antonio González Mora, Ángel Salas, Octavio Bustamante, Salvador Azuela, Tufic Sayec, Chucha Mejía, Elvira Vargas, Armando y Gabriel Villagrán, Cirano Pacheco, Alfonso Sánchez Tello, Salomón de la Selva, Andrés Pedrero, Yuco del Río, Ernesto Carpy, Miguel Alessio Robles, Joaquín Méndez Rivas, Salvador Ordoñez y Vilma Ereny. (Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, FCE, 1985, p. 28; Juan Bustillo Oro, Vientos de los veinte, México, Sepsetentas, 1973; José Joaquín Blanco, op. cit., pp. 152-153). 478 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 162.

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En la campaña del 29, como bien afirma Mauricio Magdaleno, partidario de

Vasconcelos, la juventud de México intervenía por primera vez en la vida pública a fin

de despertar las fuerzas ciudadanas y de llevarlas al salvamento del país. “Nos

ofrecíamos, limpios de sangre, oro y oropel, como responsables ante el pueblo de la

candidatura de Vasconcelos. Enfatizábamos que ninguno de nosotros era político

profesional y que si estábamos ahí era en obediencia a un dictado determinante del bien

nacional. La Revolución había sido traicionada y reclamábamos su cabal

restablecimiento”479.

No es revolución, señores—exclamaría Martín del Campo, también ferviente

vasconcelista— que Plutarco Elías Calles, al que llamaron jefe de la revolución, tenga

haciendas y latifundios en toda la república, como Soledad de la Mota y Santa Bárbara,

en tanto los campesinos carecen de tierras y se mueren de hambre y como en los

tiempos de Porfirio Díaz sufren la maldición de la tienda de raya480. Era revolución la

encabezada por Vasconcelos, el Madero culto, el candidato sin pistola. “Vasconcelos es

la revolución verdadera, la que trasmuta la existencia cambiando los valores, en vez de

apetito conciencia, en lugar de fraude responsabilidad”, diría en un mitin uno de sus

seguidores481. En uno de los corridos que solían entonar los vasconcelistas, también el

candidato aparece como representación de los ideales revolucionarios.

Pues don José Vasconcelos Implica Revolución, pero nunca bandidaje ni descaro ni traición. Ya lo hemos visto hace tiempo dándole al pueblo instrucción, y ahora lo vemos de nuevo y es la única salvación482

Conforme la gira avanzaba se encendía en el país el entusiasmo por el

vasconcelismo. He aquí una muestra de las impresiones causadas por el ex ministro de

educación frente a los demás candidatos: Vasconcelos procura la repatriación, se decía.

479 Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, FCE, 1985, p. 35. 480 Ibid., p. 36. 481 José Vasconcelos, El proconsulado, op. cit., p. 724. 482 Mauricio Magdaleno, op. cit., p. 56.

160

Es educador, no es bandido, aumenta el prestigio de México en el extranjero, no saldrá

como multimillonario o como latifundista, es el candidato de los obreros, es de un color

socialista nato, es un civil, se ha preocupado por proteger el arte, no quiere generales, no

usa pistola, ni machete, ni cananas. Asimismo un trabajador que en contra de su

voluntad había salido del país, confesaba en el periódico La Opinión por qué cifraba sus

esperanzas en Vasconcelos:

Veo en él la luz de la libertad. Con él no iremos más compatriotas a Valle Nacional… Esto pasó con el general Díaz, y desde entonces odio a los presidentes generales, y ahora veo a Vasconcelos como el ángel de la libertad mexicana.483

Pero a la par que aumentaba el entusiasmo por el vasconcelismo también surgían

voces interesadas en combatirlo. La prensa, en su ataque a Vasconcelos solía

representarlo como un chiflado --el “loco Vasconcelos” lo llamaba—que en su

walkirismo se estrellaba aparatosamente con la ley electoral484. Por su parte, el Partido

Nacional Revolucionario (PNR) recién fundado por Calles con la finalidad de dirimir

los conflictos entre las diferentes facciones revolucionarias y regular la vida política del

país485, se convirtió en el principal encargado de hacerle frente al vasconcelismo a

través de una campaña de desprestigio.

El PNR acusaba a Vasconcelos no sólo de ser un simple intelectual y un auto-

candidato sin la menor relevancia486, sino también de predicar con la mentira, pues

mientras hablaba de hacerle justicia al pueblo y sus seguidores afirmaban que los

campesinos carecían de tierras y morían de hambre, él tenía palacios en California487.

Asimismo, los partidarios del partido de la revolución, se mofaban del absurdo

programa vasconcelista: “antimilitarismo anárquico, agrarismo latifundista, feminismo,

483 John Skirius, op. cit., p. 56. 484 Ibid., p. 19. 485 Si bien es cierto que en su cuarto informe de gobierno Calles hablaba de la necesidad de que el país abandonara la etapa de los caudillismos y pasara a un régimen de instituciones, también es cierto que la creación del PNR fue una maniobra política del presidente, como bien afirma Matías Lazcano, para unificar en torno suyo a los grupos revolucionarios en pugna, es decir, para seguir conservando el poder dentro de la revolución (Matías Hiram Lazcano Armienta, op. cit., pp. 26-27). Gracias a que agrupaba en su seno a todas las facciones llamadas revolucionarias, El PNR, después PRM y por último PRI, se convirtió en una aplanadora electoral que hacía añicos a todo aquel que quisiera competir contra ella por la vía democrática. 486 John Skirius, op. cit., p. 22. 487 Ibid., p. 18.

161

reaccionarismo político, cristerismo”488, que no significaba nada ante “la aplastante

superioridad de organización del PNR”, conformado por un comité nacional, comités de

estado, comités de distritos y comités municipales. En una caricatura se veía como el

PNR aplastaba aparatosamente a Vasconcelos y sus seguidores489.

Una de las imputaciones que se le hacían al vasconcelismo, la de ser un

movimiento de la reacción, contrarrevolucionario, no provenía exclusivamente del

gobierno. En otros sectores también se hacía esta interpretación del movimiento,

descendientes de porfiristas lo veían como la esperanza de recobrar lo que la revolución

les había arrebatado. Sobre esta lectura del vasconcelismo, dice Mauricio Magdaleno:

“Nos sorprendió desagradablemente una intención que abundaría a lo largo de toda la

campaña y en todo el país y que ni con mucho era la nuestra: el identificar la

candidatura de Vasconcelos y más precisamente el movimiento vasconcelista como un

modo de reacción contra marcas revolucionarias fundamentales”.

Miles de gentes…se sumarían al vasconcelismo por resentimiento contra lo que era para nosotros indiscutible: la devolución de las tierras de las viejas haciendas a sus legítimos propietarios, los campesinos, y las conquistas obreras auspiciadas por el artículo 123 constitucional. Los elementos oficiales, por otra parte, se encargarían de denunciar como contrarrevolucionario al vasconcelismo, ocultando aviesamente que para quienes lo iniciamos y determinamos significaba, además de una urgente rectificación moral de la vida pública, la consolidación de los más avanzados principios sociales. En nuestra causa desembocaron, es verdad, y no por nuestra voluntad, muchas fuerzas reaccionarias; pero nosotros –y sumo en el pronombre a todos los del Comité Orientador de Medellín Ostos y del frente Nacional Renovador— representábamos exactamente los más radicales impulsos de la Revolución.490

Conforme se acercaba la fecha de las elecciones y el vasconcelismo ganaba

adeptos, el gobierno recrudecía sus métodos para combatirlo. De simples censuras y

boicots contra las manifestaciones del candidato del Partido Antireeleccionista, el

488 Ibid., p. 19. 489 Ibid. p. 22. 490 Mauricio Magdaleno, op. cit., p. 32. Sobre este asunto, José Joaquín Blanco, manifiesta que si bien el vasconcelismo era cultura, entusiasmo, moral, renovación, detrás de él también “se atrincheraban débiles y torpes reacciones contra los mejores logros sociales de la Revolución. De algún modo, el odio contra Calles incluía el odio contra Zapata y en la lucha contra la crueldad y la barbarie había un solapado deseo de las clases medias de desprestigiar y detener los avances en política agraria y laboral”. (José Joaquín Blanco, op. cit., p. 162).

162

régimen pasó a la agresión directa contra Vasconcelos y sus seguidores. La represión

contra el vasconcelismo culminaría con el uso aplastante de la violencia por parte del

grupo en el poder. El asesinato de Germán del Campo, el fraude electoral y la matanza

de Topilejo, terminaron por poner fin al ideal vasconcelista de construir un país

democrático.

Exilio y nuevas voces

El día de las elecciones Vasconcelos se encontraba en Guaymas Sonora. Un

emisario del embajador de Estados Unidos le aseguró que el gobierno le daría, a cambio

de aceptar su derrota, la rectoría de la Universidad. Vasconcelos se negó. El fraude

había sido escandaloso: no se distribuyeron credenciales ni papeletas, las casetas no se

instalaron, se impidió votar, muchos votos fueron falsificados, desparecieron las urnas.

Los resultados oficiales eran ridículos. El 1 de diciembre de 1929 Vasconcelos se

declaró vencedor y lanzó el Plan de Guaymas en el que llamaba a la rebelión. En espera

de que la historia de la revolución maderista se repita –que sus seguidores se levanten

en armas--, sale del país rumbo a Estados Unidos.

Vasconcelos, conocía la opinión de Washington, si estallaba la rebelión

vasconcelista, los Estados Unidos se declararían neutrales; de otro modo, reconocerían a

Ortiz Rubio. Vasconcelos se quedó esperado la rebelión, pero esta nunca llegó, sólo

hubo pequeños conatos como el del general Bouquet que fue fusilado. El atentado

contra Ortiz Rubio terminó por acabar con todo brote de inconformidad; en dos o tres

semanas el gobierno desapareció a medio centenar de vasconcelistas en Topilejo. Los

dirigentes de la maniobra fueron Eulogio Ortiz y Maximino Ávila Camacho491.

En la prensa el gobierno mexicano se encargó de divulgar unas supuestas

declaraciones de Vasconcelos en las que éste desistía de la política y se retiraba a

trabajar en el exilio, como profesor en la Universidad de California492. Se eliminaban así

los rumores de que habría una revolución contra Ortiz Rubio. Vasconcelos se iba

definitivamente de México para librar a sus partidarios de cualquier dificultad, pues lo

491 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 164; Mauricio Magdaleno, op. cit., p. 207. 492 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 165.

163

que más deseaba era la paz y el progreso de México y que no regresaría a la patria a

menos de que se le llamara493.

Tal versión sería desmentida años después por Vasconcelos en sus Memorias,

también por su biógrafo y amigo Alfonso Taracena. En lo único que coincidía la

información oficial con la versión real de los hechos494, era en que Vasconcelos sí

esperaba regresar a la patria en cuanto escuchara el llamado de sus seguidores. El

llamado, como la rebelión vasconcelista, nunca llegó, Vasconcelos, decepcionado ante

la deserción de los líderes del movimiento, decidió mantenerse en el exilio. Desde ahí

lanzó los más férreos ataques al gobierno y vertió todo su desencanto contra la

revolución.

De 1930 a 1932, Vasconcelos vivió y viajó por los Estados Unidos,

Centroamérica, Francia y España. La Antorcha volvió a parecer, desde Madrid y París,

con mayor rabia y violencia, de abril de 1931 septiembre de 1932. Entre 1933 y 1938

residió en Argentina y los Estados Unidos. Un recrudecimiento de la política mexicana

anticatólica llevó a los obispos mexicanos a conjurar contra el gobierno, éstos llamaron

a Vasconcelos con el fin de planear una nueva rebelión cristera que llevaría a

Vasconcelos a la presidencia de la República. Sin embargo, el plan de nuevo fracasó,

pues el presidente Lázaro Cárdenas dio garantías al clero, la rebelión fue desechada y

Vasconcelos se quedó nuevamente frustrado y sólo en Nueva Orleáns. En todo este

tiempo se dedicó a escribir su autobiografía, muchos artículos periodísticos contra el

gobierno mexicano, el comunismo, los judíos y la república española, así como su

Breve historia de México.495

493 Alfonso Taracena, op. cit., p. 90. 494 Según Alfonso Taracena, diversas publicaciones norteamericanas, entre ellas el Literary Digest, publicaron estas verdaderas declaraciones de Vasconcelos: “Desde varios días antes de las elecciones he estado prácticamente preso. Casi todos los directores de nuestro partido, fueron encarcelados la víspera de la elección. Decenas de los nuestros han sido asesinados, y a pesar de todas estas iniquidades, el pueblo fue a votar en la forma más copiosa de nuestra historia. Soy, por lo mismo, la única persona que puede ejercer poder en México en los próximos cuatro años; el presidente de México por voluntad de la Nación, en contra del presidente de facto por la voluntad de una camarilla amparada por el poderío extranjero, que eso es Ortiz Rubio. Es una vergüenza para cada mexicano que yo, como Presidente, me haya venido al extranjero en vez de ir al Palacio Nacional. Y me he movido acá, no sólo por falta de apoyo, sino más bien para dar lugar a que ese apoyo se vuelva efectivo, pues algunos elementos de armas, me significaron la necesidad de que yo me pusiera fuera del alcance del gobierno, pues temían moverse mientras yo pudiera ser retenido en rehenes. Tengo que agradecer al pueblo mexicano su apoyo, su afecto y su dinero, que dieron los más humildes para sostener esta campaña heroica contra el crimen oficial. Mi tarea no está concluida; no estoy retirado, y, como es natural, volveré a México tan pronto como haya un grupo de hombres armados capaces de sostener con la fuerza un voto que nos ha sido arrancado por la violencia, el crimen y el fraude”. (Alfonso Taracena, op. cit., p. 90). 495 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 169.

164

Mientras Vasconcelos escribe y conspira en el exilio, en México nuevas voces se

pronuncian a favor de la revolución. A partir de 1929, cuando es fundado el PNR, sale a

la luz El Nacional, órgano oficial del partido de la revolución, cuya tarea es

contrarrestar la crítica al movimiento a partir de la exaltación de sus virtudes. En un

momento en el que la revolución es cuestionada desde diversos frentes —la rebelión

escobarista, la guerra cristera, la campaña de Vasconcelos y la crítica a través de la

literatura (La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán) —se vuelve imperioso para

el régimen revolucionario que alguien haga su defensa.

Así, verá la luz una serie de discursos de revolucionarios convencidos que

insisten en las bondades de la revolución, que la consideran creación del genio nacional,

con caracteres inconfundibles, evolutiva, original, que gradualmente va desarrollando su

contenido y sus postulados para alcanzar a formaciones propias que tienen el mérito de

nos ser importados ni imitados de ninguna otra.496 Después de 19 años de haberse

iniciado, la revolución es vista como un movimiento consolidado que ha sufrido “una

visible transformación, esclareciendo sus conceptos, definiendo sus principios,

señalando derroteros más seguros a la acción individual y colectiva y reafirmando,

sobre todo, su nacionalismo”, así como la justicia social. 497

La revolución hecha ley, dirán algunos, no es ya el cambio arbitrario y

constante, la vibración, la fiebre, la ejecución de un pensamiento individual o colectivo

que no reconoce más sus límites que la voluntad imperante. La revolución hecha ley

determinaba una situación favorable para los individuos, pues reconocía sus derechos y

se imponía a sí misma el deber de respetarlos. Era justicia, la fórmula perfecta para la

convivencia y la concordia, la condición absoluta para lograr la armonía dentro de la

patria.498

No obstante esta visión optimista de la revolución, emergen en el país nuevas

críticas del movimiento. Contra ellas, por ser “reaccionarias”, se desatará la furia del

estado revolucionario. Tal fue el caso de Luis Cabrera, antiguo ministro de hacienda de

Carranza, quien en mayo de 1931 fue aprehendido en su domicilio y deportado a

Guatemala por haber pronunciado unas conferencias en la Biblioteca Nacional en las

496 Hilario Medina, “El movimiento mexicano y la revolución rusa, en parangón”, 20 de noviembre de 1929, en Pólvora y tinta, México, p. 199-200. 497 Manuel Pérez Treviño, “Nacionalismo de la Revolución, 20 de noviembre de 1929, en Pólvora y tinta, pp. 205-206. 498 P. Machorro Narváez, “Los mandatos y el respeto a las leyes”, 20 de noviembre de 1930, Pólvora y tinta, p. 40.

165

que presentaba un balance crítico de la revolución. El texto al que dio lectura llevaba

por título “La Revolución de entonces, la Revolución de ahora”.

En él, Cabrera hacía un examen de conciencia no sobre lo que había hecho la

revolución sino sobre lo que le faltaba por hacer. Si bien la revolución había terminado,

su tarea no estaba aún concluida. Todavía existían las ansias de libertad, los sueños de

redención, las quejas, la angustia, las indignaciones, de un pueblo que no veía

satisfechas sus esperanzas. Al parecer, la revolución, que era “la rebelión de un pueblo

contra la injusticia de un régimen social o económico… con el objeto esencial de

cambiar las leyes y las costumbres para establecer otras más justas”, no se había logrado

en su totalidad499. ¿Qué le faltaba?

En su balance Luis Cabrera hace un catálogo de los problemas nacionales que

están aún sin resolver. Después de veinte años de revolución, los problemas

fundamentales del país seguían siendo de orden social, económico y político. No existía

en México, ni mayor bienestar social, ni suficiencia en la satisfacción de las necesidades

del pueblo, ni mejor desarrollo de los recursos naturales, y en general, una mayor

felicidad y más alto nivel humano de los mexicanos.500

Con marcado pesimismo Cabrera aseguraba que aún faltaba mucho por hacer en

materia de comunicaciones, de irrigación, respecto a la cuestión indígena, la reforma del

Código Civil, educación, el problema agrario, aprovechamiento de los recursos

naturales, comercio, política bancaria y, sobre todo, en materia de libertad, igualdad,

justicia, sufragio efectivo, autonomía de los poderes, municipio libre, soberanía de los

estados e independencia internacional. “Palabras, palabras, palabras”, dice Cabrera. La

Revolución no ha resuelto ninguno de esos problemas501. En conclusión considera que:

La resolución de nuestros problemas políticos requiere valor civil, honradez y

patriotismo, de que desgraciadamente andamos muy escasos los mexicanos. Los problemas políticos no pueden resolverse en la forma democrática pura mientras subsistan nuestras desigualdades social y económica. Hemos hecho algo en lo económico y en lo social, pero la Revolución no ha hecho nada por resolver los problemas políticos, y lo que había hecho lo deshicimos vergonzosamente. Por último, la Revolución económica y social de México no puede consolidarse sin una reforma política que permita la participación de los mexicanos en el gobierno de su república

499 Luis Cabrera, “El balance de la revolución”, en Veinte años después, México, Ediciones Botas, 1937, p. 31. 500 Ibid., p. 65. 501 Ibid, pp. 65-103.

166

(…) Mientras las reformas sociales y económicas de México tengan que sostenerse por medios dictatoriales, no sabremos si podremos mantenerlas y consolidarlas o si son un vano ensayo que más tarde habrá que abandonar. Madero no alcanzó a ver los problemas sociales y económicos por estar contemplando los problemas democráticos. Era un soñador. Carranza fijó su atención en las reformas sociales y económicas de México y de su pueblo. Era un hombre práctico. Madero, el vidente, murió por no haber visto hacia abajo, por no haber fijado su atención en los hombres y en la tierra. Carranza, el prudente, murió por no haber visto hacia arriba. ¿Madero el iluso, el teorizante, se equivocó? ¿O con la pureza de su corazón y la sencillez de su espíritu vio más allá de nosotros? Como quiere que sea, nosotros tenemos el deber de continuar y llevar a cabo la tarea que se impusieron uno y otro, aprovechando la lección de sus errores y de su sacrificio: QUE NO PUEDE HABER LIBERTAD POLITICA SIN IGUALDAD ECONÓMICA Y SOCIAL; PERO QUE TAMPOCO PUEDE HABER BIENESTAR ECONÓMICO Y SOCIAL SIN LIBERTADES. 502

Sus reflexiones y el artículo “En defensa propia”, publicado en febrero de 1931,

en que Cabrera se defendía de la mala interpretación que se diera a sus palabras, le

ganaron al ex ministro su destierro del país. En su artículo, aseguraba, no decía nada que

no supiera y pensase todo el mundo acerca de la revolución, pero que por representar

“una condenación general de la hipocresía del silencio”, se habían molestado algunos

partidarios del gobierno (entre ellos el general Lázaro Cárdenas), que quedaban

exhibidos en “la desnudez moral de su cobardía y su falta de fe en la revolución”503.

Cabrera fue expulsado del “Seno de la Iglesia Católica Revolucionaria”,

negándole “la sal y el agua por hereje, logrero, heterodoxo, tránsfuga, judío, mochuelo y

ave de mal agüero”. Tachado de reaccionario, el ex ministro de Carranza fue acusado de

estar fraguando “una vasta conjuración para quitarle el poder al ingeniero Ortiz Rubio,

derrocar al general Calles, desbaratar el ejército, fusilar a sus caudillos y acabar de una

buena vez con la Revolución”504. Incluso, amigos cercanos a Cabrera públicamente se

deslindaron de sus declaraciones, agregando que éste, con su crítica a la Revolución,

daba armas a los enemigos505.

502 Ibid., pp. 103-104. 503 Luis Cabrera, “En defensa propia”, en Veinte años después, op. cit., pp. 110-111. 504 Ibid., p. 114. 505 Ibid., p. 115. Estos amigos eran los generales Cándido Aguilar y Alfredo Breceda y el licenciado Luis Manuel Rojas. En cambio, de la única persona que se tiene conocimiento de que haya protestado por la expulsión de Luis Cabrera es Alberto Vázquez del Mercado, ministro de la Suprema Corte de Justicia de Ortiz Rubio. El miembro del Grupo de los Siete Sabios, renunciaba porque tenía el pleno convencimiento, por la frecuencia de hechos semejantes o idénticos al de Cabrera, “de la imposibilidad de lograr que la administración actual deje de cometer violaciones a los derechos y garantías que asegura a las personas la Constitución de la República. Tal muerta de solidaridad le sería agradecida a Vásquez del Mercado por el propio Luis Cabrera. (Enrique Krauze, op. cit., pp. 285-286).

167

Una nueva sensibilidad

Mientras Cabrera era sacado del país y Vasconcelos continuaba en el exilio, en

México florecía un movimiento literario que tenía por tema la revolución. En un

momento de honda crisis histórica, los mexicanos vuelven los ojos a su propia realidad,

piensan en la patria, en el pasado, en sus problemas, en el modo de ser nacional, dando

como resultado el surgimiento de una nueva sensibilidad que se expresará a través de la

literatura506. Esta preocupación por apreciar y expresar lo propio y el auspicio de la

Secretaría de Educación507 propiciarán la publicación casi ininterrumpida, desde 1928

hasta una década más tarde, de una abundante serie de obras narrativas a las que ha

dado en llamarse “novelas de la revolución”.

Después de las novelas de Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente,

publicada en 1928, y La sombra del caudillo, en 1929, verán la luz nuevas obras cuyo

tema central es el proceso social y político de México, y en las que se muestra “el

pueblo mexicano en todos sus aspectos: devoción y apostolado, energía y heroísmo,

crueldad y conmiseración, ira y violencia, anhelos y decepciones, arrebatos y cobardía,

miedo y desastre, oprobio y muerte”508.

La primera de estas novelas, extrañas épicas del desencanto, es La revancha, de

Agustín Vera, publicada en San Luis Potosí en 1930. En ella, junto a los gritos

espontáneos de una multitud, voces desgarradoras, quejas ahogadas, alabanzas y

cánticos, risas e imprecaciones, es posible percibir la desesperanza y el fatalismo.509

“Timoteo no creía mucho en todos aquellos ofrecimientos. Él ya había visto lo que

sucedió cuando la Revolución de Madero: muchas promesas, muchos ofrecimientos y a

la hora de la hora, nada. Palabras y nadamás”510.

Esta actitud de arduo pesimismo en relación con los alcances positivos de la

transformación nacional estará presente también en Campamento, de Gregorio López y

506 La novela de la revolución, T. 1, p. 29. 507 Según Carlos Monsiváis, posiblemente por necesidad política de crear válvulas de escape ante la realidad revolucionaria, “en diciembre de 1924, al tomar posesión de la Secretaría de Educación Pública, el ministro Puig Causauranc promete la publicación y la ayuda a cualquier obra mexicana en la cual la decoración amanerada de una falsa comprensión de la vida se vea reemplazada por cualquier otra, dura y severa y con frecuencia sombría, pero siempre verdadera, tomada de la vida misma. Una obra literaria que describa el sufrimiento y se enfrente a la desesperación. Lo que Puig demandaba es una literatura que desdeñe los pasajes idílicos y se dedique a hacerle comprender a los lectores la gravedad de la situación. A la exhortación ministerial la han precedido las novelas de Azuela y la sucede—inspirada o no por la arenga-- una novelística cuya suma de aspectos compartidos (formales, temáticos, ideológicos, de clase) desemboca en una sorprendente congruencia, en un rechazo monolítico de cualquier visión alborozada y celebratoria de la revolución. (Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1006). 508 La novela de la revolución, T. 1, p. 17. 509 Ibid., p. 289. 510 Agustín Vera, La revancha, La novela de la revolución, T. II, op. cit., p. 828.

168

Fuentes (Madrid, 1931), en la que uno de los protagonistas señala que la revolución se

hace con sangre de indio. “Lo digo, dice el personaje, porque todos los beneficios que

pregona la revolución no parecen comprender al indígena, que sigue siendo el mulo de

la llamada gente de razón”511.

La misma condición escéptica y desesperanzada se hace presente en Cartucho

de Nellie Campobello y en Tropa vieja de Francisco L. Urquizo, ambas publicadas en

1931512. En estas novelas es posible encontrar ese hilo conductor del que habla Carlos

Monsiváis como privativo de este género: “la obsesión moral que, por un lado, se duele

de la liquidación brutal del verdadero impulso revolucionario y, por otro, se interroga

sobre la validez del ‘impulso revolucionario”513. “Que las cosas en los ranchos seguían

igual: el mismo trabajo, los mismos jornales, los mismos patrones. La revolución no

había sido nada más que una matanza de gente, sin provecho alguno; una explosión de

odios acumulados y vuelta otra vez a lo mismo de antes”514.

En 1932, los autores de la revolución continúan preocupados con las

consecuencias de aquellas luchas y tratan de mantener el espíritu que las originó o de

patentizar su desencanto, simultáneamente mostrarán su rostro trágico, miserable y

negativo.515 Este año es publicada Apuntes de un lugareño de José Rubén Romero,

novela en la que el autor cuenta “lo que vio y vivió en Ario de Rosales, el eco que tuvo

en ese pueblo la revolución maderista”. Y aunque la obra de Romero parece ser una

apología del movimiento revolucionario, se convierte también en un vehículo de queja

y denuncia política, a través del cual el autor señala las fallas esenciales de la

revolución, su decepción total del movimiento.516 He aquí la decepción en la novela,

por los Tratados de Ciudad Juárez:

Cerca de la estación, al pasar frente a la estatua de la Justicia, pude por fin

tomar un coche. Cuando me acomodé en el asiento y solté la maleta me pareció que la justicia quería arrancarse la venda de los ojos, tirar en malhora las balanzas y emprender también el camino, sin rumbo, con el anhelo imposible de encontrar un país donde no s ele venda o no se le burle517.

511 Gregorio López y Fuentes, Campamento, La novela de la revolución, T. III, op, cit., p. 201. 512 En este año también son publicadas Vámonos con Pancho Villa (Madrid) y Se llevaron el cañón para Bachimba (México), de Rafael F. Muñoz. 513 La novela de la revolución, op. cit., pp. 1006-1007. 514 Francisco L. Urquizo, Tropa vieja, La novela de la revolución, T. III, op. cit., p. 459. 515 José Luis Martínez, op. cit., p. 54. 516 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 1013. 517 José Rubén Romero, Apuntes de un lugareño, La novela de la revolución, T. III, op. cit., p. 121.

169

Asimismo, en este año ve la luz Tierra, obra donde Gregorio López y Fuentes

aborda el tema de la reforma agraria ¿Qué ha sido la revolución?, alguien se pregunta en

la novela, “un tiroteo en que murieron unos cuantos rurales”518. En esta obra, que es casi

un alegato personal, no es extraño encontrar “el desencanto, la requisitoria y,

tácitamente, el desapego ideológico frente a la Revolución”519. “Los trabajadores

regresan de los campos, los campos del patrón. De camino, uno tras otro, recuerdan los

hechos de armas en que tomaron parte. Hablan de la entrada a la capital de la república.

¡Qué palacios! Pasan a hablar de las nuevas autoridades del pueblo. Y acaban por

valorar los resultados de la revolución. –Bueno, ¡y qué hemos ganado nosotros?”.

La pregunta se la han hecho casi todos. En el surco, en las reuniones caseras y

en todas partes ha surgido la misma pregunta. Muchos de los trabajadores no han dicho claramente, pero lo han dado a entender cuando el hacendado ordena que abandonen sus trabajos personales para ir a atender los de él520.

Dos años más tarde, en 1934, el mismo autor de Tierra revela otro aspecto del

movimiento revolucionario; en ¡Mi general!, como Mariano Azuela, López y Fuentes

hace la crítica de los logreros de la revolución, de todos “aquellos que no tenían valor

propio y que subieron porque subió la ola que los arrastraba”521. Esta novela, como

otras del mismo género, es una visión irónica y crítica de incidentes y personajes de la

lucha armada, en ella se denunciará que “la revolución sufrió traiciones, se limitó a

sustituir personas, el campesino o el obrero continúan explotados sin misericordia,

únicamente se han beneficiado oportunistas y logreros”.522

El mismo año también es publicada Desbandada de José Rubén Romero, donde

se representa la dramática llegada de la revolución a un pequeño pueblo que sin duda es

el Ario de Rosales de Apuntes de un lugareño. Aquí, Romero revela cómo “la lucha

violenta despoja a los hombres de su barniz civilizado, de su falsa cultura, quedando

desnudos, revelando pasiones insospechadas y secretos que latían disimulados por un

518 Gregorio López y Fuentes, Tierra. La revolución agraria en México, La novela de la revolución, T. III, op. cit., p. 271. 519 José Luis Martínez, op. cit., p. 53. Según el autor, la mayoría de estas obras, a las que supondríase revolucionarias por su espíritu y su tema, son todo lo contrario. 520Gregorio López y Fuentes, Tierra, op. cit., p. 274. 521 La novela de la revolución, T. III, op. cit., p. 18. 522 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 989.

170

determinado orden de cosas”.523 “Dicen que son seiscientos diablos desatados y

¡cuántas cosas refieren de ellos! Lo que pasó en San Andrés es horroroso: quemaron las

casas, asesinaron a los hombres, forzaron a todas las muges, sin respetar siquiera a las

niñas; Inés Chávez mató con sus propias manos a dos inocentes criaturas, porque no

quisieron satisfacer sus depravados instintos”.524

Sin duda, de esta nueva sensibilidad propiciada por la revolución, surgen

múltiples voces que al sumirse en el desaliento arrojarán generalizaciones pesimistas

sobre la misma revolución. En este coro de quejas y anhelos que es la revolución

mexicana, y en que aparece la vida del México de las ciudades, la provincia y el campo,

prevalecerá una visión desencantada del movimiento. Como señala José Luis Martínez,

con una mentalidad semejante a aquella de los novelistas rusos descrita por Aldous

Huxley en su ensayo sobre Baudelaire, la mayoría de los novelistas mexicanos de la

revolución se entregaron a la descripción de lo bajo, lo miserable y lo horrible,

animados por una plausible conciencia de justicia social, aunque poco atentos a los fines

y a la eficacia de sus obras525.

Sobre este género, Carlos Monsiváis hace una interesante caracterización

apegada a dos aspectos: uno moral y otro literario. Y dice, en lo moral la novela de la

revolución es la crónica desesperada de los idealistas que, vencidos, extienden hacia la

humanidad su desconfianza congénita ante las revoluciones y sus líderes; en ella se

hace evidente el pesimismo que hermana a la condición humana con la disponibilidad

en la traición; es el testimonio desencantado, la desmitificación y desglamorización de

una épica (ya que el corolario de la sangre vertida y de las hazañas bélicas es la

inutilidad, el encumbramiento de los bribones); y hace la consignación frecuente de la

crueldad y de la violencia físicas como el sentido de la revolución.

En el aspecto literario, según Monsiváis, la novela de la revolución se responde a

una corriente porfirista que, simultáneamente, denigra y ensalza los movimientos

populares, como por ejemplo La bola de Emilio Rabasa o La venganza de la gleba de

Federico Gamboa. Y “participa en una idea favorecida por los positivistas: México no

tiene remedio. La novela se vuelve el espacio predilecto para vocear la amplitud de la

derrota. Pero no tanto como proyección autobiográfica, sino como dramatización de la

523 Fernando Benítez, “La novela de la revolución mexicana”, 22 de noviembre de 1936, Pólvora y tinta, op. cit., p. 447. 524 José Rubén Romero, Desbandada, La novela de la revolución, T. III, op. cit., p. 163. 525 José Luis Martínez, op. cit., p. 261.

171

idea popularizada: somos un pueblo de vencidos, oprimido y opresivo, el medio para

entender profundamente a México es la autodestrucción”526.

En esta tradición, junto a Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y tantos otros

autores del movimiento revolucionario, se encuentra José Vasconcelos, quien después

de varios años en el exilio, publica sus Memorias, donde la revolución aparece como

caos, desorden, destrucción, vil tragedia. En sus novelas el ex candidato a la presidencia

y antiguo revolucionario, representa a la revolución como un impulso destructor en el

que todo afán por construir se hace imposible, en ella se da la confrontación entre

civilización y barbarie, entre Quetzalcóatl, el dios bueno y Huitzilopochtli, el dios

bárbaro, quien siempre sale ganando.

Ulises del desencanto

En 1933, casi a fines del maximato, un desencantado José Vasconcelos se da a la

tarea de escribir una novela sobre sus “propias andanzas y pasiones”. En 1935 sale a la

luz Ulises criollo, obra en la que el otrora revolucionario representa a la revolución

como una odisea, como una tragedia en la que todos, especialmente él, formaron parte.

Para Vasconcelos, la tragedia de la revolución era la tragedia de un México intoxicado

de un progreso que llevaba en sus entrañas la ponzoña de la decadencia. Porque la

revolución de antes, la de Madero, en la que participara activamente, era la verdadera, la

que sintetizaba los ideales del pueblo de México, la que no era regresión sino exigencia

de progreso, no como la actual, esa trágica barbarie.

Y, en verdad, la capital de entonces no era el cementerio en que han convertido al México moderno los constantes asesinatos, pero ya contenía los gérmenes del actual canibalismo. Ningún buen ejemplo daba la capital y si el espectáculo de placeres sórdidos sin la aureola de la ironía y la libertad. Cada uno de los generalillos que en la sombra de la Revolución han medrado escuchaba el relato de las orgías vulgares de una metrópoli cortesana y aplazaba su hambre de goces brutales527.

526 Carlos Monsiváis, op. cit., pp. 1007-1008. 527 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 672.

172

Sin duda, Vasconcelos, junto con Rabasa, Azuela y Luis Guzmán, consideraba a

los revolucionarios seres primitivos, verdugos de su propia estirpe, miembros de una

casta cuyo embrutecimiento los hacía malentender lo que era una revolución: organizar

y educar no remover y matar. Eso eran los revolucionarios: una multitud imbécil que

con clamor refrendaba la farsa en que vivía, la tragedia de la revolución, del bandidaje

prolongado, del oficio bien pagado en que se había convertido esa lucha innoble de

ambiciones y envidias, de perversión colectiva, desencadenamiento salvaje.

En la esquina de “Hagenbeck me encontré con un regimiento de gendarmería sublevado en la Ciudadela con Félix Díaz. Venían por delante unos brutos echando arengas… --Ahora sí, muchachos… ¡viva Oaxaca y mi general Félix Díaz!... ¡Arriba Félix!... Poca gente, desde la acera, contempló la escena, asombrada. Los jinetes, detrás, guardaban silencio siniestro… Sentí pasar un estremecimiento por toda la espina. Me pareció que un mal sueño me trasladaba a las épocas lúgubres de los cuartelazos de Santa Anna. Bajo el maderismo gozamos la ilusión de pertenecer a un pueblo culto. Ahora el pasado resurgía. Se iniciaba de nuevo el rosario de traiciones, los asesinatos, el cinismo y el robo… México y todos sus hijos volvíamos a entrar en la noche528.

En Ulises criollo es evidente la añoranza del origen, de esa etapa generosa que

liberta y empieza a construir, del momento primigenio en que se tiene la creencia que se

va a “la revolución, para imponer por la fuerza del pueblo el espíritu sobre la realidad”.

Está presente la nostalgia por el maderismo, de ese momento en el que aún se creía que

“los hombres puros, creyentes en el bien, se sobreponían a los perversos, incrédulos o

simplemente idiotas”529. Vasconcelos, a diferencia de Azuela –sugiere Antonio Castro

Leal--, solía prestarle al movimiento de 1910 con la fuerza de su esperanza, algunos de

los nobles propósitos que deseaba ver implantados en México530.

Incluso en Vasconcelos parece haber una añoranza de la pax social del

porfiriato, la que resultaba un mal menor al lado de las atrocidades cometidas por los

“revolucionarios”, carrancistas y callistas. “La ventaja del régimen porfirista sobre los

carrancistas posteriores –dice el autor—es que, bajo Porfirio Díaz, había un tirano, y

ahora cada teniente con mando de tropas ocupa tierras, comete estrupos, mata vecinos

528 Ibid., p. 801. 529 Ibid., p. 748. 530 Antonio Castro Leal, La novela de la revolución, T.III, México, Aguilar, p. 16.

173

sin otro freno que la codicia mayor del jefe inmediato, que puede fusilarlo si se propone

despojarlo”531.

En la novela de Vasconcelos la desmoralización total del carrancismo es

regresión nunca progreso. La convicción de que el porfirismo era una cosa podrida y

abominable, tan arraigada en la sensibilidad de los que apoyaron a Madero, se convertía

en pequeñez ante la evidencia de los atropellos diarios cometidos en nombre de la

revolución. ¿Será esto de verdad México? ¿Será esto de verdad la revolución?, se

pregunta Vasconcelos. Por lo menos la larga paz porfiriana había relegado a su sitio a

tantos tipos vulgares como los que entre las filas de Carranza o de Calles mataban,

robaban y corrompían a nombre de la revolución, de su revolución, de la que ya eran

dueños.

Allí estaba la cizaña que Carranza sembraría por el país, con disfraces de generales y de caudillos. No eran los pobres ni los mayordomos desleales que matarían al patrón para hacerse propietarios. El labrador indígena la haría de recluta para ser otra vez traicionado. Proletarios de reloj y cadena de oro los llamaba cierto ministro carrancista que detestaba a Villa, pero se hacía sordo al escándalo de los rufianes que exaltaba Carranza. No me pasó por un momento la idea de que aquella plebe gallera y alcohólica sería en pocos años dueña de la República. Nos forjábamos demasiadas ilusiones acerca de un progreso que apenas rebasaba el radio de las grandes ciudades. La patriótica revolución de los maderistas afectó apenas a aquella gente. La corrupción carranclana, primero, y la corrupción definitiva del callismo, han tomado en ella el material con que se fabrican los ministros ladrones, los diputados analfabetos, los militares asesinos532.

Ulises criollo cuenta las andanzas y pasiones de Vasconcelos hasta la muerte de

Madero. Cuando la revolución es interrumpida (así lo cree el autor) pareciera que el

destino de nuestro Ulises, junto al de México, se apagara en largos trechos de sombra,

es entonces que su odisea se convierte en caos por dentro y por fuera, y él, en un alma

atormentada por todas las angustias533. “¿Qué era yo que ni yo mismo recuerdo? ¿A

dónde se fue quien vivió aquellos días de mi destierro durangueño?”, se pregunta

Vasconcelos. A la distancia, el ex revolucionario medita sobre el contenido de su alma,

y lo encuentra tan distinto al existente en los primeros años de lucha. En su desencanto,

531 Ibid., p. 691. 532 Ibid., p. 714. 533 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p.454.

174

revela, no quería volver a ser lo que fue, ni en un futuro ser lo que era en ese

momento534.

En un escritor como José Vasconcelos, dice Castro Leal, la realidad tiende a

ahogarse en el malestrom de su personalidad imperativa. “Apenas llegaba a los treinta

años en la época de la revolución maderista y tenía una concepción mesiánica que le

hacía sentir que la realidad era siempre dócil a los más altos designios del hombre”535.

Sin embargo, cuando se enfrenta a la –verdadera-- realidad de la revolución, su

idealismo se torna en una concepción trágica de la vida. Tal visión estará presente en

toda la obra en que representa su desencanto: Ulises criollo (1935), La Tormenta

(1936), El desastre (1937) y El proconsulado (1939).

En sus Memorias, Vasconcelos, “deseoso de consumarse y consumirse en la

pasión pública, como indica Carlos Monsiváis, se asimila a su personaje y se va

rindiendo a la imagen que es proyección de su temperamento y obsesiones”536. Y entre

sus obsesiones, presentes en sus cuatro volúmenes autobiográficos, algunas serán más

evidentes, por ejemplo el hecho de ver la historia como una lucha entre buenos y malos,

y a la revolución mexicana como una confrontación entre civilización y barbarie.

Civilización y barbarie

Desde su discurso de 1920, cuando toma a su cargo la Secretaría de Educación,

Vasconcelos hace público su deseo de encabezar una cruzada hacia la civilización.

Sintiéndose depositario intelectual de los más altos designios del movimiento

revolucionario, planea rescatar del olvido la figura del dios constructor —

Quetzalcóatl— para anteponerla a la imagen destructiva y sangrienta de Huitzilopochtli,

el dios guerrero. Su propuesta era pasar de la revolución bárbara, sangrienta (que si bien

fue necesaria no era la ideal), a la revolución civilizada, constructora, donde el alma

nacional emergería en su total plenitud hacia al reino de la justicia y la igualdad. Para

lograr dicho propósito civilizador, la educación y los maestros eran fundamentales:

534 Ibid., 684. 535 Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, T. I, op. cit., p. 25-26 536 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 993.

175

Algo hay en el ambiente nacional y en la conciencia de los maestros mismos

que hace que estos momentos no se parezcan del todo, a pesar de la analogía aparente, a los instantes de amargura en que el alma de Quetzalcóatl mira que su obra se pierde en los ríos de sangre, y desilusionado se ausenta. Hoy la conciencia colectiva sabrá inspirarse en Quetzalcóatl, cuya alma se multiplica en cada uno de los maestros. ¡Quetzalcóatl, el principio de la civilización, el dios constructor, triunfará sobre Huitzilopochtli, el demonio de la violencia y el mal, que tantos siglos lleva de insolente y destructor poderío!537

A pesar de las buenas intenciones, la tarea civilizadora pareció no triunfar, pues

en 1929, en plena campaña presidencial, Vasconcelos vuelve sobre el tema. Firme

creyente de que México debía dejar atrás la etapa destructiva y sangrienta, del

nacionalismo populista de métodos salvajes, y arribar al mundo constructor, del

nacionalismo democrático y civilizado, presentó la contienda electoral como el

enfrentamiento entre Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, como una lucha entre el bien y el

mal, entre civilización y barbarie:

Y por encima de todo este campo de devastación, levanto la vista en estos

momentos solemnes y me parece que en estos mismos sitios de la vieja plaza de Santo Domingo resonó en otras épocas la voz que anunciaba catástrofes, horrorizada delante de las degollaciones y felonías de Huitzilopochtli. Y como el profeta fue expulsado y desterrado, fue olvidado, los caníbales continuaron su cena, pero el invasor no tardó en presentarse vengativo, con el hierro de los conquistadores. Y vino después el fracaso de otras predicaciones, otro eco de la voz milenaria que por boca de Madero condenaba a los asesinos de la dictadura, y la revolución ha estado fracasando porque acalló aquella voz y asesinó al profeta, y lo echó en olvido y tornó al festín de Huitzilopochtli. Yo hoy siento que la voz de Quetzalcóatl, la misma voz histórica y milenaria, busca hoy expresión en mi garganta y le da fuerzas para que grite, yo sin ejércitos, a tantos que se respaldan con ejércitos (…) ahora como hace mil años, (lo que) en condensado exclamara Quetzalcóatl: Trabajo, Creación, Libertad.538

En esta representación sobre la historia revolucionaria, donde Calles es el dios

violento y Vasconcelos asume el papel de Quetzalcóatl que anteriormente le

correspondió a Madero, nuestro autor revela como nuevo vehículo de transformación al

537 Enrique Krauze, op. cit., p. 189. 538 José Joaquín Blanco, op. cit., p. 153-154.

176

sufragio. En 1929 ya no son los maestros ni la educación, sino el pueblo y el voto, los

encargados de lograr el cambio, cuyo beneficio más inmediato será purificar la

revolución y consolidar las conquistas legítimas. Vasconcelos insiste, porque “quiere

recobrar moralmente a México, apuntalar la dimensión ética que contradiga latrocinios

y burlas homicidas de tiranuelos y caciques”.539

Sin embargo, en este espejismo en el que se cree que el espíritu vencerá a la

espada, y las palabras a las armas, lo único seguro es la derrota. El fracaso de las

elecciones del 29 trae consigo el descontento y la humillación sentimentales del

candidato y sus seguidores. A partir de entonces, la actitud de Vasconcelos se convertirá

en un anatema contra el país, por haberlo “condenado al exilio y la ignominia al no

haberle respondido como lo había hecho a Madero”.540 De alguna manera, afirma

Skirius, Vasconcelos había padecido muchas heridas: ambición frustrada, horror a la

represión, un ideal destrozado. Era normal que el spleen fermentara y produjera una

amargura vindicativa en los años treinta, que se verá reflejada no sólo en su viraje

ideológico, sino, especialmente, en sus novelas.541

José Vasconcelos, actor y testigo de la revolución, convierte a ésta en tema de

sus reflexiones de tristeza y desencanto. En Ulises criollo, a la vez que vierte su

amargura el escritor revela su concepción trágica de la vida: la historia es la disputa

entre buenos y malos, y la revolución una lucha cruenta, vil, de donde todo hombre

bueno sale derrotado. Desde el ámbito del pesimismo, Vasconcelos representa en su

obra, la confrontación entre civilización y barbarie que para él es la revolución. Sus

novelas están cargadas de ejemplos, porque la lucha revolucionaria también lo está.

En la ciudadela esperaba su presa el caudillo Félix Díaz. Personalmente vejó a

Gustavo, ya malherido. Otros vinieron a picarle el vientre con bayonetas. A tirones lo desnudaron: alguien le mutiló el miembro, que acercó a los labios de la víctima. Luego lo pisotearon. Le dieron quizá el tiro de gracia. Lo cierto es que el cadáver no fue entregado a la familia; no sufrió autopsia; destrozado, lo mandaron enterrar en secreto. Y el ojo de vidrio de Gustavo anduvo de mano en mano como trofeo. Concluido su rito azteca, el caudillo de la ciudadela, se fue a las habitaciones542.

539 Para Carlos Monsiváis, en esta representación “Calles será Calibán, doña Bárbara, la ferocidad y el primitivismo como naturaleza de un pueblo irredento. Vasconcelos será Ariel, Santos Luzardo, la cultura occidental resumida en un espejismo: el espíritu vencerá a la espada. (Carlos Monsiváis, op. cit., p. 993). 540 Enrique Krauze, op. cit., p. 293. 541 John Skirius, op. cit., p. 189. 542 José Vasconcelos, Ulises criollo, op. cit., p. 800.

177

Para Vasconcelos, después de la muerte de Madero (quien personificaba al dios

civilizador), Huitzilopochtli recomenzaba su reino interrumpido por el maderismo, se

encontraba desatado porque no había un Quetzalcóatl que le hiciera frente. Con la

partida del dios bueno se dio el retorno de la barbarie, “se reanudó el ciclo de los

presidentes y la dinastía de Huichilobos”543, cuyo primer sitio dentro de la revolución le

correspondía a Carranza. Para Vasconcelos, Carranza ocupaba un importante lugar

como asesino de la patria y la esperanza, a partir de su llegada al movimiento

revolucionario, éste se había desvirtuado.

Con amargura, Vasconcelos dedica a la revolución carrancista el segundo tomo

de sus Memorias, el cual titula La tormenta (1936), por la pasión desorbitada, frenética

y caótica en que bajo el mando del Primer Jefe es la revolución. El título se lo sugiere

“el desfile patético de anhelos informe, acción caricaturesca de personajes macabros;

cielo de Apocalipsis donde no hay un solo reflejo que sea presagio de aurora”.544 En

esta parte de su autobiografía Vasconcelos representa al constitucionalismo como uno

de los períodos más confusos, perversos y destructores de cuantos ha vivido la

Nación545.

Las fuerzas de un bandolero incalificable, un tal José Inés Chávez, asolaban el

centro del país, dedicados al saqueo y a la violación de cuanta mujer caía en su manos. Atropellos sin nombre y tragedias familiares espantosas quedaron impunes, mientras el ejército constitucionalista se apoderaba de haciendas, se enriquecía y daba banquetes al Primer Jefe o recibía banquetes del Primer Jefe. En el estado de Veracruz o por Puebla, atentados semejantes creaban desolación. Lo que se sabía, lo que se publicaba de los horrores de aquella época, bastaba para desprestigiar al mejor Gobierno del mundo, ya no digo al de Carranza.546

En 1937, José Vasconcelos continúa con su misión de narrar su paso por el

movimiento revolucionario y publica El desastre, tercer tomo de sus Memorias. En él

pinta el comienzo del desastre patrio, donde sus esperanzas en la revolución,

concretadas en la obra social educativa, terminan aniquiladas por la barbarie de los

543 Ibid., p. 788. 544 José Vasconcelos, La tormenta, op. cit., p. 181. 545 Ibid., p. 455. 546 Ibid., p. 817.

178

métodos personalistas del grupo en el gobierno. En esta obra, el autor representa a la

revolución como una galería de caudillos enfrascados en una lucha sangrienta por el

poder. “En este país, si Caín no mata a Abel, Abel mata a Caín”, era la frase de

Obregón.547

Frente a los hechos históricos la actitud de Vasconcelos es clara. “Tengo yo —

advierte en la Introducción de El proconsulado, su obra de 1939, — particular deber de

proclamar ciertos hechos referentes a la vida pública de mi país. En épocas angustiosas

de la historia, fui parte a que se levantaran esperanzas, que únicamente provocaron

crímenes. Y como siguen victoriosos los criminales, mi clamor es el único homenaje

que puedo tributar a las víctimas de una causa derrotada; no vencida, porque no sabe de

victorias firmes la iniquidad”.548

La literatura como consuelo y como catarsis. Así funciona este cuarto tomo de

las Memorias revolucionarias de Vasconcelos, donde el autor reflexiona sobre la

malograda campaña del 29. Aquí, el ex candidato se representa como la reencarnación

más pura de Quetzalcóatl, que se atreve a luchar contra sus enemigos, los Huichilobos,

para salvar a la patria. “Hemos venido, compañeros, porque es indispensable que todo

hombre sepa cuáles en estos momentos su obligación, su responsabilidad. La patria está

en peligro. El instante es solemne; en las elecciones venideras juega México su destino,

su independencia”549

A diez años de distancia, en El proconsulado, Vasconcelos valora los factores

imprevistos que hicieron imposible la presidencia. Con amargura, menciona tres: la

rebelión escobarista que logró consumir las energías de aliados potenciales al

vasconcelismo; el final de la guerra cristera, que hizo que el pacto entre la iglesia y el

estado restara apoyo militar a la campaña así como que desapareciera una amenaza al

gobierno; y, por último, que el general Amaro, con su fuerza, retomara el mando del

ejército federal550.

En 1939, Vasconcelos, seguía tratando, a través de sus Memorias, rescatar del

olvido esa parte de su existencia llena de “sombra y luz, dicha y quebranto”. Para

entonces, su crítica al poder había aminorado551. Su cuarta, pero no última obra

547 José Vasconcelos, El desastre, op. cit., p. 547. 548 José Vasconcelos, El proconsulado, op. cit., pp. 603-604. 549 Ibid., p. 723. 550 Ibid., p. 761. 551 Para estas fechas, Vasconcelos no sólo se había reconciliado con Calles, sino que también se alió con él en su lucha contra el presidente Lázaro Cárdenas. Asimismo en 1939 apoyó a Manuel Ávila Camacho en su candidatura a la presidencia, así como a los “revolucionarios” siguientes.

179

autobiográfica, era la lamentación de un ex revolucionario que con nostalgia añoraba su

época gloriosa de derrota y desafío. Las Memorias eran el testimonio de un hombre que

en la literatura encontraba el refugio a una exigencia espiritual profunda, que le permitía

mantener la ilusión de que aquello vivido había de recobrarse en lo eterno.552

552 Ibid., p. 603.

180

Conclusión

En forma de discurso, de monumento, en forma de deserción o de crítica, la

revolución mexicana siempre estará ahí. Bajo cualquier pretexto se le evocará a lo largo

del siglo XX. En este trabajo he tratado de condensar el proceso de desencanto de tres

escritores en un periodo que abarca de 1911 a 1939. Hombres que a pesar de su crítica,

siguen creyendo en la revolución. Insisten en ella. Su crítica no es contra la revolución

misma, la ideal, sino en lo que ésta había encarnado. Va dirigida hacia los hombres y los

regímenes de la revolución. Azuela, Guzmán y Vasconcelos conciben la revolución más

como cambio político y desprecian el caos, la violencia, la barbarie, las actitudes de los

que se impostan en el poder de manera arbitraria, los que hacen del progreso un atraso.

Es claro que sus obras no se agotan en este periodo; estos autores siguen

produciendo –y también, hay que decirlo, terminan aceptando las bondades del estado

revolucionario--. En ocasiones retomarán elementos de lo inmediato, otras veces

vuelven al pasado evocando las figuras revolucionarias, también se sumergen en el

torbellino de la reflexión, reflexión que en muchas ocasiones se desborda hasta volverse

hastío o asco. Mariano Azuela representa el arribo de la nueva clase política al poder en

La nueva Burguesía (1941); Martín Luis Guzmán se sumerge en las gestas revolucionas

con Memorias de Pancho Villa (1940); y José Vasconcelos rodeado de un pesimismo

publica el quinto tomo de sus memorias La flama (1959).

Estos autores fueron los primeros en elaborar por medio de su literatura

discursos críticos de la revolución. Sus novelas y memorias fueron prácticamente el

despegue de nuevos discursos críticos en las nuevas generaciones. Rodolfo Usigli, por

ejemplo, hace una reveladora crítica a la impostura revolucionaria en su obra El

gesticulador (1938), obra que es censurada y será reestrenada años después.

A finales de los años treinta hay un afán de dar compostura a la revolución por

medio del corporativismo y de la imposición del partido oficial. La ocasión en que la

solidaridad del momento de confraternidad y entusiasmo da paso a la reflexión crítica y

al estudio --como sugiere Castro Leal--, llegó en los cuarenta a varios intelectuales que

en su juventud vivieron muy de cerca la revolución. Jesús Silva Herzog, quien al lado

de Eulalio Gutiérrez participara en la lucha armada, fue de los participantes más activos

en el gran debate que sobre la permanencia y vitalidad de la Revolución se realizó en la

época. En 1943 el intelectual anunciaría antes que nadie la crisis del movimiento.

Para él, la revolución mexicana estaba en plena crisis como consecuencia de

factores externos e internos. Y señalaba: “La política todo lo desvirtúa y corrompe. Con

181

frecuencia dolorosa todo se subordina o se procura subordinar a la política… El político

no es en muchos casos ponderado y honesto; no le importa si no el lucro personal, es un

logrero de la revolución… La crisis de la revolución mexicana es de una extraordinaria

virulencia, es ante todo –digámoslo una y mil veces— una crisis moral con escasos

precedentes en la historia del hombre… Hay que salir de la crisis y lograr el triunfo

perdurable de la revolución”553.

En 1943, Jesús Silva Herzog aún tenía puesta su esperanza en la revolución a

diferencia de Daniel Cosío Villegas, quien cuatro años más tarde, en tono por demás

pesimista, declara: “México viene padeciendo hace ya algunos años una crisis que se

agrava día con día; pero como en los casos de enfermedad mortal en una familia, nadie

habla del asunto, o lo hace con un optimismo trágicamente irreal. La crisis proviene de

que las metas de la Revolución se han agotado, al grado de que el término mismo de

revolución carece ya de sentido. Y, como de costumbre, todos los grupos políticos

continúan obrando guiados por los fines más inmediatos, sin que a ninguno parezca

importarle el destino final del país”554. ¿Cuáles eran las metas de la Revolución, cuándo

se agotaron y por qué?, eran las preguntas que se hacía el otrora simpatizante del

vasconcelismo.

Los cuarenta son los años del triunfo de la revolución institucionalizada, de la

revolución conservadora que haría hincapié en un discurso de unidad y progreso, la que

se alzó con la victoria en las controvertidas elecciones de principios de la década. Como

en 1929, “el año de 1939 fue testigo del sorprendente crecimiento, sin precedentes, de la

oposición al gobierno mexicano”555. Almazán era ahora el candidato de los nuevos

desencantados que más que rechazar la Revolución “buscaban reorientarla por canales

constructivos”556, a través del respeto a la Constitución de 1917; de unos desencantados

que lo serían aún más al darse cuenta que con la llegada de Manuel Ávila Camacho a la

presidencia la revolución ya jamás sería la misma.

A José Revueltas le tocó advertirlo apenas tres años después. El joven escritor

denuncia en El luto humano el “infierno de un país que vivió un gran movimiento y ha

553 Stanley Ross, op. cit., p. 410. 554 Daniel Cosío Villegas, “La crisis en México”, en Stanley Ross, ¿Ha muerto la Revolución mexicana?, México, Premia, 1978, p.95. 555 Albert L. Michaels, “Las elecciones de 1940”, Cuadernos Americanos (julio-septiembre), Vol. XXI, México, Colmex, 1971, p. 100. 556 Albert L. Michaels, op.cit., p. 104.

182

perdido su ruina y su consunción”557. En su obra, Revueltas nos confiesa que los

postulados de la reforma agraria han sido enterrados por un régimen que cree más en la

modernidad y en el progreso que en el reparto de tierras a los campesinos: “Allá vivían

como perros famélicos, después de que la presa se echó a perder y vino la sequía.

Vivían obstinadamente, sin querer abandonar la tierra”558.

Para Manuel Ávila Camacho la revolución ya había triunfado y su tarea era

ahora el desarrollo de la economía mexicana. Así como también la puesta en marcha de

la unidad nacional, otro de los nuevos caminos revolucionarios, sobre la que Revueltas

diría: “Hoy se ve juntos a los enemigos. Han aplazado el odio para sustituirlo por esa

convivencia silenciosa y sombría del país”559. Sin duda, Revueltas pensaba que la

revolución había fracasado y que sólo era “muerte y sangre. Sangre y muerte estériles;

lujo de no luchar por nada sino a lo más porque las puertas subterráneas del alma se

abriesen de par en par dejando salir, como un alarido infinito, descorazonador, amargo,

la tremenda soledad de bestia que el hombre lleva consigo”560.

En eso se había convertido la revolución para él, en una historia de desencanto,

en “apenas un desorden y un juego sangriento”, en la madre de “un país de muertos

caminando” formado por “gente humillada desde hacía muchos años y muchos siglos”,

de “un pueblo en trance de abandonar todo, un pueblo suicida y sordo, que no sólo

estaba amenazado de desaparecer sino que él mismo deseaba perderse, morir, aunque su

infinita ternura lo detuviese en gestos”561. En 1943, un Revueltas desesperanzado se

preguntaba: ¿Pero cómo y por qué la revolución terminaba? ¿Dónde estaba? ¿Existía o

era tan solo un espejismo enloquecedor y bárbaro? En el campo mexicano, “la pobreza

era muy grande y flores no se podía encontrar en sitio alguno”. Eso no podía ser la

Revolución. “Aquello no era la Revolución; aquello no era nada”. Para Revueltas la

revolución no era nada, después de 1940 le fue imposible encontrarla562.

Después de Revueltas hubo nuevos desencantados de la revolución, a quienes se

puede aplicar la idea de que el suceso histórico en el que no se toma parte no coincide

con las concepciones personales de la forma en que debe realizarse el progreso y la

salvación del país. A estos jóvenes no les tocó vivir la revolución directamente, ni 557 Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, Historia general de México 2, México, Colmex, 1998, p. 1476. 558 José Revueltas, El luto humano, México, Organización Editorial Novaro, 1967, p. 33. 559 José Revueltas, op. cit., p. 28. 560 Ibid., p. 245. 561 Ibid., p. 5. 562 Revueltas creía en la posibilidad de una nueva revolución, pero esta completamente radical, él propugnaba igual que otros en el país, por una revolución comunista.

183

fueron testigos del suceso ni mucho menos participaron en él; las vivencias de la

revolución les llegaron sólo a través del discurso oficial contra el que se resisten a través

de la palabra. El primero de los desencantados de la segunda mitad del siglo XX es Luis

Spota, quien en 1956 publica su novela Casi el paraíso, donde a través de la

ridiculización de la sociedad de nuevos ricos, hace una crítica a los logros del milagro

mexicano. El escritor denuncia cómo durante el gobierno de Miguel Alemán mucha

gente (en especial la cercana a los círculos de poder) se ve beneficiada de las reformas y

la “civilización” de ese México que recién salía de una revolución triunfante.

El cine tiene también sus respuestas críticas a ese México revolucionario que se

clama moderno. Luis Buñuel en 1950 nos muestra el México de los suburbios, el

México de los desheredados en la película Los olvidados; a su vez Alejandro Galindo

nos hace ver el México del norte en la película Espaldas mojadas (1953), el de la vida

de los hombre que se van, que quieren ganar el sueño americano sin importar que la

aventura termine en tragedia.

En 1959, la publicación de La región más transparente nos muestra el perfil de

otro de los desencantados del movimiento revolucionario: Carlos Fuentes, quien a

través de un puente diacrónico que une pasado y presente en la gran ciudad, se pregunta

constantemente qué ha pasado con la revolución. Ixca Cienfuegos, su alter ego, al

recorrer la ciudad, “esas ruinas enormes de una aldea enorme”, transita por esos

suburbios humanos que la misma revolución olvidó. Desde las entrañas de la muerte y

del pasado afirma “…al nacer, muerto, quemaste tus naves para que otros la epopeya

con tu carroña; al morir vivo desterraste la palabra, la que nos hubiera ligado las lenguas

en las semejanzas… aquí nos tocó vivir”.

Ahí le tocó vivir a Fuentes, en ese tiempo en que confluye el descalabro de la

historia de México, donde no hay triunfos ni derrotas, no hay memoria para el paso de

los hombres sobre la tierra, porque sólo los fantasmas rondan la verdadera vida de

México. La esperanza de la revolución ha quedado sumida en un atolladero. Y las cosas

que se pueden argumentar son muchas: ¿Qué habrían hecho los revolucionarios puros

ahora? ¿Qué harían hoy Felipe Ángeles, Flores Magón y Aquiles Serdán? Seguir el

formulario básico del presidente en turno disminuye los riesgos. A fin de cuentas “las

184

revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso, no santos”, aunque terminen por

crear una casta privilegiada o reprimiendo al mismo pueblo563.

Las convenciones de la historia de bronce son vapuleadas en Los relámpagos de

agosto (1965) de Jorge Ibargüengoitia, al contarnos las peripecias del ficticio general

José Guadalupe Arroyo. En esta novela Ibargüengoitia nos representa la farsa feroz en

que se ha convertido la revolución, al menos para los hombres de su época. El relato de

este antihéroe que pasa por los sinsabores de la transición y repartición del poder en el

proceso de consolidación de la revolución, es sin duda una revisión crítica de la historia.

Ésta, parece advertir Ibargüengoitia, la escriben los ganadores, y por si fuera poco, lo

hacen a su manera.

Al final de esta historia, recorriendo los extraños caminos del desencanto está

Parménides García Saldaña, autor de la novela Pasto verde, quien al representar un

movimiento revolucionario burlado del que es posible reírse hasta el cansancio, nos

ilumina sobre lo lejana que resulta la revolución para los jóvenes de su época. Para él, la

revolución no es más que una máscara detrás de la cual está la corrupción y la

mentira.”Detrás de la máscara está la transa”564, dirá con insistencia.

El desencanto de Parménides es evidente: “Sí dan ganas de darle patadas en el

trasero a todo. No me estén jodiendo. Y mentarle la madre a toda la gente que dice que

se compadece de nosotros y dice que nos comprende, cuando uno apenas va viendo lo

horroroso que a veces es el camino. Sí, para qué seguir consignas, para qué seguir a esta

sociedad de gentes que no tienen nada, ¿qué ha hecho esta gente? Gracias por la

herencia de este Mexiquito tan revolucionario, gracias Pancho Villa, gracias Zapata,

gracias gracias, qué bonita tierra nos dejaron, qué patria tan bella, gracias, todos los

mexicanos estamos muy contentos, gracias a ustedes, los pobres de aquí desaparecieron.

¡Viva la revolución!”565.

Luego de Pasto verde vino el 68 y el desaliento fue mayor. El horizonte de la

revolución, en permanente fuga, difícilmente seguía señalando a los espíritus inquietos

un ideal y una esperanza hacia el futuro. Muchas cosas habían cambiado. El horizonte

de expectativa de la revolución ya no era tan amplio, era cada vez más difuso, distante,

a diferencia de ese rico espacio de experiencia que parecía enseñar a los hombres de la

563 Aquí se hace referencia a la represión contra el movimiento ferrocarrilero. Recordemos que 1958 junto a la protesta de los trabajadores, surge de nuevo el debate sobre la permanencia de la revolución y la validez de sus logros. 564 Parménides García Saldaña, Pasto Verde, México, Diógenes, 1968. 565 Parménides García Saldaña, op. cit.p. 116.

185

segunda mitad del siglo XX que la revolución no era un todo esperanzador: no era

cambio, ni regeneración566. No era un camino continuo hacia lo mejor. Al menos para

entonces la Revolución mexicana no lo era.

Después del 68 la revisión histórica de la revolución mexicana es una necesidad.

No hay vuelta atrás. Tres años antes de estos acontecimientos Pablo González Casanova

había hecho ya la más devastadora crítica al sistema político mexicano en su libro La

democracia en México. González Casanova exhibía las grandes fallas sociales,

económicas y políticas del llamado progreso revolucionario567. El pesimismo con

respecto al presente fue proyectado al pasado. Había nacido el revisionismo moderno.

“Luis González se abocó a investigar la historia de su pueblo natal en 1968 y halló que

la revolución no era la narración gloriosa que se presentaba en los textos oficiales, sino

apenas más que una desdichada intromisión del hambre, el bandidaje y la inmoralidad

que había de provocar cambios poco perdurables”568.

Después autores como Jean Meyer, Hans Werner, Tobler y Albert C. Michaels

rectifican la mirada al pasado revolucionario, hay una nueva difusión de la defunción

revolucionaria. Otras obras que aportan nuevos elementos de análisis serán por supuesto

La ideología de la revolución mexicana de Arnoldo Córdova, los trabajos de Frederich

Katz, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer. Este último autor nos

habla de una segunda muerte de la revolución.

Como vimos, esa actitud de desencanto de lo que se había convertido la

revolución forma parte de la revolución misma. Sin discursos críticos seguiremos

viendo una revolución opaca y a mucha distancia. No se puede negar que el desencanto

ante los grandes eventos de la historias es una de las vetas que es necesario revisar para

entender el pasado. Algunas veces nos ha faltado crítica y nos ha sobrado desencanto,

un desencanto que es a veces silencioso y que no se atreve a convertirse en obra

literaria, mucho menos en acto de rebeldía propositiva. Ya Daniel Cossío Villegas

566 Cuando se habla aquí de espacio de experiencia y horizonte de expectativa se hace referencia a esa doble faz, descriptiva y desiderativa que integra esa historia concentradora que son los conceptos. Estos, dirán Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, quienes retoman a Koselleck, “al tiempo que designan realidades establecidas… apuntan a ‘realidades virtuales’ o ‘prematuras’ que en el momento que se enuncian no son sino anticipaciones o proyectos de futuro. (Ver Diccionario político y social del siglo XIX español, pp. 28 y Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993). 567 Thomas Benjamín, La revolución mexicana, memoria, mito e historia, México, Taurus, 2000, p. 211. 568 Thomas Benjamín, op. cit., p. 212.

186

señalaba que muchos de nuestros intelectuales que vivieron la primera parte de la

revolución, cuando empezaron a ejercer la crítica estaban sumamente desencantados569.

Sin embargo gracias a las obras de Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José

Vasconcelos podemos reconocer que hubo una crítica que cobró vida con la revolución

misma. Su crítica la hicieron desde dentro de la revolución; revolución con la que se

ilusionaron, en la que actuaron y de la que terminaron desencantándose por que no

correspondía a su ideal --o quizá porque se movían en una “falsa realidad” como sugiere

José Joaquín Blanco--. Por supuesto que la acción de estos escritores no estuvo

despojada de razones, de pasión, ni de contradicciones.

Fueron estos intelectuales los hombres que escribieron la otra cara de la hazaña

histórica que se revistió con nombres de héroes y batallas. Los que leyeron esas novelas

en su tiempo, pudieron advertir una pavorosa afinidad con realidades contemporáneas,

por eso muchas veces fueron censuradas. En todas estas novelas es innegable la revisión

crítica que se hace de la historia oficial, de la revolución y de sus hombres. La novela –y

más la que se escribe sobre la revolución— es la primera que permite conocer los

silencios de la historia del México del siglo XX, sus inminentes olvidos; es la voz de los

que sin temor se atreven a denunciar: la revolución se vuelve contra sí misma y cada vez

más se convierte en una tragedia, en una experiencia adversa, en una historia de

desencanto.

569 Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, México, Joaquín Mortiz, 1987.

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