Unidad 4. Realismo Social y Relato Urbano

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UNIDAD 4: REALISMO SOCIAL Y RELATO URBANO

El RealismoEl Realismo es un movimiento artístico que aparece en el mundo a mediados del siglo XIX como una reacción frente al extremo subjetivismo de los poetas y artistas románticos. Desde el punto de vista literario, los autores dejaron de concentrarse en la expresión de sus sentimientos personales y pusieron su interés en la sociedad, observando y describiendo objetivamente los problemas sociales. El estilo narrativo es lacónico, sobrio y preciso, el narrador asume una postura omnisciente y los personajes se comunican con el lenguaje coloquial propio de su condición social.

Esta ruptura con el Romanticismo responde a las siguientes condiciones propias de la época: el aparecimiento de la fotografía como una expresión que reproduce fielmente la realidad circundante. La filosofía positivista y el darwinismo que le da importancia al método experimental y a la valoración práctica y material de la realidad. De esta forma, la literatura realista se convierte en un documento de registro fiel de la realidad, aparentemente despojado de toda actitud subjetiva de parte del autor y de todo elemento fantástico e irreal.

Está demás mencionar que la literatura realista no desarrolló la poesía, puesto que ésta se nutre de la postura subjetiva del poeta, sino más bien de la narrativa, en especial de la novela, género que es capaz de mostrar los problemas sociales y el desenvolvimiento de personajes cotidianos enfrentados a situaciones comunes y propias de su condición social.

Realismo como convenciónEl llamado realismo en la literatura presupone dos cosas: primero, creer que sabemos lo que es realidad, o sea, que nuestra idea de ésta sea definitiva y cierta. Segundo, creer que es posible o incluso útil reproducir esa realidad. Lo segundo, naturalmente, resulta de lo primero.

Para desvirtuar la primera convicción, basta en el fondo considerar por un instante esa idea nuestra. Entonces se da uno cuenta de que la realidad de que habla un mandarín del año 1000 se diferencia mucho de la de un enciclopedista de la Francia del siglo XVIII, y ésta a su vez, totalmente, de la de un monje de la época gótica. Cada uno de los tres tiene a su realidad por definitiva y cierta. Los hombres de hoy, sin embargo, vemos que la realidad ha estado cada vez vinculada a una lengua y una cultura, que es resultado de un proceso histórico y que es por tanto cambiante. Donde los fantasmas forman parte de la realidad, los relatos de fantasmas no son tenidos por literatura fantástica, sino por narraciones realistas, y a la inversa, naturalmente. Esto, obviamente, es aplicable también a nuestra idea de realidad. Creer en su exactitud es sólo, por tanto, no percibir una convención.

La segunda creencia se neutraliza, a mi parecer, ella misma. Querer hacer una reproducción verdaderamente fiel de la realidad es, aproximadamente, tan razonable como confeccionar un mapa a escala 1 por 1. Aun prescindiendo de que eso es casi imposible, uno se pregunta: ¿y para qué? ¿Para qué ese espejo que sólo va a duplicar el mundo?

Pero si el realismo, del entramado general de todos los fenómenos, sólo quiere entresacar algunos de ellos –por ejemplo, las condiciones sociales-, se sirve nolens volens* de la ficción, la cual, por su parte, está también vinculada a la cultura. De esa manera, el realismo no es otra cosa que una parte relativamente reciente de la literatura fantástica, pero que, al contrario de ésta, no tiene una clara visión de sus propios condicionamientos previos. La literatura fantástica parte del supuesto de que la única realidad que podemos describir honradamente es la que inventamos nosotros mismos. Lo mismo que hace el realismo, con la diferencia de que éste no lo sabe o afirma no saberlo.

*Quieras o no, voluntariamente o a la fuerza.

El Realismo social ecuatorianoEntre 1920 y 1950 la narrativa hispanoamericana se definió por el llamado realismo social. Un tipo de literatura que presenta temas americanos: su paisaje, su sociedad y sus protagonistas. en este tipo de

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literatura destacan los personajes rurales como campesinos y marginados y personajes represores a manera de tiranos del orden social.

Este tipo de literatura es usada con fines puramente políticos ya que los autores de ideología socialista pretendían difundir su postura a través de sus textos y así lograr una reacción en el lector y provocar un cambio social radical. En Ecuador el realismo social se desarrolla en dos vertientes: el criollismo y el indigenismo.

El criollismo cuenta con muy buenos narradores que a través de textos anecdóticos denunciaron la marginación y la extrema violencia de los pobladores de la costa ecuatoriana. Se recogió el habla montubia y se mostró la ignorancia, la superstición, la pobreza, el machismo, la agresividad y la violencia sexual de los montubios de la selva litoral.

A partir de la publicación del libro de cuentos Los que se van en 1930 se inicia la época más rica y productiva de la literatura ecuatoriana. Los autores más destacados son:

Demetrio Aguilera Malta: Los que se van, Don Goyo.Enrique Gil Gilbert: Los que se van, Nuestro pan.Joaquín Gallegos Lara: La cruces sobre el agua, Los que se van.José de la Cuadra: Los Sangurimas, La tigra, Doce relatos.Alfredo Pareja Diezcanseco: Baldomera.Ángel Felicísimo Rojas: El éxodo de Yangana.Adalberto Ortiz: Juyungo.

El indigenismo, por su parte, toma los paisajes del páramo y de los valles serranos para mostrar el maltrato y la explotación del indio, transformado en bestia de carga y tratado inhumanamente por el capataz o por el hacendado. En este tipo de literatura se desvirtúa la imagen romántica del aborigen que lo presentaba como un ser exótico y digno de estudio. La expresión romántica exaltaba de manera folclórica a las razas diferentes desde un punto de vista de raza dominante.

Sin embargo, el indigenismo logró romper ese espejismo para plantear desde la denuncia social tres ideas claves: la reivindicación del indígena, la ruptura de la imagen sentimental o paternalista frente a la raza indígena y la expresión clara y fiel de las costumbres, cultura, lenguaje y forma de pensar del indígena.

Los autores indigenistas ecuatorianos son:Jorge Icaza: Huasipungo, El chulla Romero y Flores.Benjamín Carrión: Atahuallpa, El cuento de la Patria.

Relato urbanoPablo Palacio (1906-1947) irrumpe en el ambiente literario ecuatoriano marcado por el realismo social, que pretendió dar cuenta de la vida y la cotidianidad del ámbito rural del país, con Un hombre muerto a puntapiés, un texto de tipo realista pero mucho más experimental, con una mirada introspectiva hacia el problema del ser humano en la ciudad: la marginación, el anonimato, el aislamiento, la incomunicación y los oscuros conflictos dentro de la gran metrópoli. Este tipo de narrativa sorprendió a la sociedad de la época por su crudeza y su propuesta vanguardista, ya que no se vería en Latinoamérica esta expresión literaria sino hasta la década de los sesenta con el llamado relato urbano. Esto hace de Pablo Palacio, junto al argentino Roberto Arlt, unos adelantados a su época y los padres del nuevo relato urbano latinoamericano.

El relato urbano, como tendencia literaria de nuestra contemporaneidad, habla del tránsito de esa realidad aldeana y precapitalista hacia un presente metropolitano, moderno y deshumanizado. Esta transición ocurrió en la mayor parte de los centros poblados de Latinoamérica en las últimas cuatro décadas del siglo XX. La narración urbana incluye la descripción minuciosa de la condición de vida del individuo que no logra integrar psicológicamente los niveles de su vida laboral, social y familiar con la vida urbana intolerante y discriminatoria que conducen al ser humano a problemas más profundos como la soledad, el desarraigo, la enajenación y la ausencia de identificación, características propias del nuevo personaje antihéroe urbano que busca sobrevivir en este ambiente hostil y marginal.

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Técnica literaria:

Método realista: Descripción detallada, fiel y “objetiva” de una realidad real o ficticia, utilizando la intercalación de diálogos (con lenguaje coloquial) entre los personajes usando el estilo indirecto libre.Perspectiva múltiple: el narrador de un relato ya no es uno solo; todo lo contrario, la función de narrar puede ser asumida sucesivamente por diferentes narradores (pueden ser personajes o no), que dan su propio punto de vista sobre lo que ocurre. Monólogo interior: técnica que reproduce el pensamiento libre del personaje, tal como sucede en la realidad: asocia de forma desordenada las ideas, recuerdos, emociones y sentimientos.Experimentaciones temporales: se pueden presentar lo hechos en cualquier orden cronológico, esto hace que el lector participe en la reconstrucción cronológica de la historia y asuma un papel más activo en el hecho de la lectura.

Material de apoyo: Cuentos: Los SangurimasLa tigra Los que se vanUn hombre muerto a puntapiés y otros relatosEl juguete rabiosoTrece relatos

Películas: La tigraEntre Marx y una mujer desnuda

TEXTOS

La muerte y el espejoUn cuentoCarpeta de apuntes. Michael Ende. 1995

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un niño que jugaba cada día con la muerte, pues aún no tenía a nadie más con quien jugar. Y la muerte era cariñosa con él y no le hacía nada malo sino que muchas veces le traía de los mundos superiores donde vivía los más lindos regalos. El niño tampoco le tenía miedo a la muerte, pues todavía no había abierto sus ojos terrenales. Y no le hacía falta, pues él sabía ver por dentro, con el corazón, y allí su amiga tenía un aspecto maravilloso, radiante de luz.Pero en la pared de la casa donde vivía el niño había un espejo, y éste sentía envidia de tal amistad. Quería que el niño sólo tuviese ojos para él, pues al fin y al cabo para eso estaba él allí. ¿Qué es un espejo al que nadie mira.Un día, la muerte le trajo al niño una fulgurante corona. El niño se puso muy contento y cuando se marchó la muerte, se paseaba por la estancia con la corona en la cabeza. Y he aquí que el espejo gritó:

¡Los ojos, niño, de prisa abrirás!¡Lo que trajo la muerte has de mirar!

Pero el niño no hizo lo que quería el espejo, pues la muerte le había advertido que no le prestara atención.En otra ocasión, la muerte le regaló un hermoso cetro real, de plata. Cuando estuvo solo, el niño jugaba con él y era feliz. Y otra vez exclamó el espejo:

¡Los ojos, niño, de prisa abrirás!Pues yo te estoy mostrando la verdad.

Pero el niño no hizo como le aconsejaba el espejo.Una vez más, algún tiempo después, la muerte le trajo de regalo al niño un lindo par de zapatos rojos que podía llevar siempre y que nunca se desgastarían. El niño bailó con ellos en la habitación, y el espejo exclamó:

¡Del oscuro poder te has de guardarPues si no la muerte te aniquilará!

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El niño entonces empezó a tener un poquitín de miedo y pensó: una mirada no puede hacer daño. Y abrió los ojos y se miró en el espejo. Y el espejo le mostró su verdad: que la resplandeciente corona estaba hecha de cardos y espinas secas, y que el cetro de plata no era otra cosa que un descolorido huesecillo y los zapatos rojos dos malos pucheros de barro. Y cuando el niño se vio a sí mismo en el espejo descubrió, tras sus rosadas mejillas, una putrefacta calavera que le miraba con espantosa sonrisa. Y, de pura tristeza y horros, al niño se le paró el corazón.Desde entonces, la muerte se mueve en medio de los hombres y les va cerrando los ojos para que aprendan de nuevo a mirar por dentro.Y en cuanto a los espejos, hay que taparlos cuando ella llega.Éste es el cuento de las dos visiones.

El GuaraguaoLos que se van. Joaquín Gallegos Lara. 1930.

Era una especie de hombre extraño. Huraño, solo. No solo: con una escopeta de cargar por la boca y un guaraguao.Un guaraguao de roja cresta, pico férreo, cuello aguarico, grandes uñas y plumaje negro. Del porte de un pavo chico.Un guaragua es, naturalmente, un capitán de gallinazos. Es el que huele de más lejos la podredumbre de las bestias muertas para dirigir el enjambre.Pero este guaraguao iba volando al rededor o posado en el cañón de la escopeta de nuestra especie de hombre.Cazaban garzas. El hombre las tiraba y el guaraguao volaba y desde media poza las traía en las garras como un gerifalte.Iban solamente a comprar pólvora y municiones a los pueblos. Y a vender las plumas conseguidas. Allá le decían “Chancho-rengo”.-Ej er diablo er muy pícaro pero siace er “Chancho-rengo”...Cuando reunía siquiera dos libras de plumas se las iba a vender a los chinos dueños de pulperías.Ellos le daban quince o veinte sucres por lo que valía lo menos cien.Chancho-rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar. Además no necesitaba mucho para su vida. Vestía andrajos. Vagaba en el monte.Era un negro de finas facciones y labios sonrientes que hablaban poco.Suponíase que había venido de Esmeraldas. Al preguntarle sobre le guaraguao decía:-Lo recogí de puro fregao... Luei criao dende chiquito, er nombre ej Arfonso.-¿Por qué Arfonso?-Porque así me nació ponesle.Una vez trajo al pueblo cuatro libras de plumas en vez de dos. Los chinos le dieron cincuenta sucres.Los Sánchez lo vieron entrar con tanta pluma que supieron que sacaría lo menos doscientos.Los Sánchez eran dos hermanos. Medio peones de un rico, medio sus esbirros y “guardaespardas”.Y, cuando gastados ya diez de los cincuenta sucres, Chancho-rengo se iba a su monte, lo acecharon.Era oscuro. Con la escopeta al hombro y en ella parado el guaraguao, caminaba.No tuvo tiempo de defenderse. Ni de gritar. Los machetes cayeron sobre él de todos lados. Saltó por un lado la escopeta y con ellá el guaraguao.Los asesinos se agacharon sobre el caído. Reían suavemente. Cogieron el fajo de billetes que creían copioso.De pronto, Serafín, el mayor de los hermanos chilló:-¡Ayayay! ¡Ñaño, me ha picao una lechuza!Pedro, el otro, sintió el aleteo casi en la cara. Algo alado estaba allí. En la sombra. algo que defendía al muerto.Tuvieron miedo. Huyeron.Toda la noche estuvo Chancho-rengo arrojado en la hojarasca. No estaba muerto: se moría.Nada iguala la crueldad de lo ciego y el machete meneado ciegamente le dejó un mechoncillo de hilacha de vida.El frío de la madrugada. Una cosa pesaba en su pecho. Movió -casi no podía- la mano. Tocó algo áspero y entreabrió los ojos.El alba floreaba de violetas los huecos del follaje que hacía encima un techo.

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Le parecía un cuarto. El cuarto de un velorio. Con raras cortinas azules y negras.Lo que tenía en el pecho era el guaraguao.-Ajá, ¿eres vos Arfonso? No... No... me comas... un... hijo no... muesde... ar padre... loj otros...El día acabó de llegar. Cantaron los gallos de monte. Un vuelo de chocotas muy bajo: muchísimas. Otro de chiques, más alto.Una banda de micos de rama en rama cruzó chillando.Un gallinazo pasó arribísima.Debía haber visto.Empezó a trazar amplios círculos en su vuelo. Apareció otro y comenzó la ronda negra.Vinieron más. Como moscas. Cerraron los círculos. Cayeron en loopings. Iiciaron la bajada de la hoja seca.Estaban alegres y lo tenían seguro.¿Se retardarían cazando nubes?Uno se posó tímido en la hierba a poca distancia. El hombre es temible aún después de muerto.Grave como un obispo, tendió su cabeza morada. Y vio al guaraguao.Lo tomaría por un avanzado. Se halló más seguro y adelantóse. Vinieron más y se aproximaron aleteando. Bullicio de los preparativos del banquete.Y pasó algo extraño.El guaraguao como gallo en su gallinero atacó, espoleó, atropelló. Resentidos se separaron, volando a medias, todos los gallinazos. A cierta distancia parecieron conferenciar: ¡Qué egoísta! ¡Lo quería para él solo!Encendía la mañana. Todos los intentos fueron rechazados. Un chorro verde de loros pasó metiendo bulla. Los gallinazos volaron cobardemente más lejos.Al medio día la sangre del cadáver estaba cubierta de moscas y apestaba.Las heridas, la boca, los ojos amoratados.El olor incitaba el apetito de los viudos. Vino otro guaraguao. Arfonso, el de Chancho-rengo, lo esperó cuadrándose. Sin ring. Sin cancha. No eran ni boxeadores ni gallos. Encarnizadamente pelearon.Alfonso perdió el ojo derecho pero mató a su enemigo de un espolazo en el cráneo. Y prosiguió espantando a sus congéneres.Volvió la noche a sentarse sobre la sabana.Fue así como...Ocho días más tarde encontraron el cadáver de Chancho-rengo. Podrido y con un guaragua terriblemente flaco -hueo y pluma- muerto a su lado.Estaba comido de gusanos y de hormigas; no tenía la huella de un solo picotazo.

Merienda de perroHorno. José de la Cuadra. 1932.

Cuando José Tupinamba salió de la choza para dirigirse a la quebrada familiar donde hacía la limpieza diaria, apareció -gloriosa- la luna en el cielo.Era después del crepúsculo. Noche de la sierra. El cielo se había elevado por encima de los picos nevados de las montañas, que mostraban, en toda su magnificencia, el misterio, casi siempre velado, de sus cumbres. Tenía un tono azul vibrante el cielo. Parecía más bien que fuera el de un día límpido de sol abierto. Sólo allá, contra el horizonte, se esfumaban opacidades tenues, teñidas de ocre fuerte, a manchas. La luna puso en el paisaje una vida nuevecita, brillante, como un bañado de plata.José Tupinamba alejóse unos metros de la choza. Volvió sobre sus pasos en seguida, y aseguró mejor la puertecilla, con una piedra tamaña. Sus dos hijos dormían -adentro- su sueño infantil, en el mismo cuero de borrego sin curtir: la huahua de tres meses, la Michi al lado del hermanito -el Santos- de cinco años. Sonrió el indio al evocar, sin duda, la figura de la Michi, que era un trozo de carne oscuro y reluciente como un yapingacho recién frito.Se alejó otra vez Tupinamba.- ¡Achachay! - se quejó, por el frío mientras se arrebujaba en el poncho.El espectáculo de la naturaleza no le decía nada. La soberana belleza de esa noche, que hablaba mil lenguas, no hablaba acaso el humilde quechua -mezclado de español y de dialectos- de José Tupinamba.Ese tornó a quejarse por el frío.¡Achachay!Llegó a la quebrada. Bajó por la ladera. A poco trepó, de vuelta.

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- ¡Upa! - exclamó al dar el último paso de subida, un verdadero salto agilísimo, en el cual por un instante su cuerpo estuvo sin apoyo en el vacío.A corta distancia de su vivienda, se detuvo.Un balido quejumbroso hirió sus oídos. Miró en todas direcciones. Sus ojos escudriñadores buscaban en la noche el lugar donde estaría el animal que había gritado su lamento.Lo descubrió, al fin. Allá, allá, al pie de una pequeña eminencia de arena, se agitaba un bultito prieto.José Tupinamba comprendió. El Santos, que ayudaba a su padre en el pastoreo del rebaño, había dejado una oveja -ésa- fuera del redil, olvidaba.Presa de una suerte de loco terror, el indio corrió, corrió por los caminos de los cerros, sin cuidarse apenas. El poncho le flameaba como una banderola al viento. Las alpargatas golpeteaban la tierra en un tan-tan brevísimo.Pensaba. Su pensar -agitado y sacudido en los movimientos del traslado violento-, habría sido intraducible de quererse expresarlo con palabras. Era una eclosión de miedo. El miedo ancestral al amo, que se le había bajado a los pies y le calentaba motores para correr, llameábale un tanto en la cabeza, bajo el casco de cerdas, y le encendía pensamientos.¡Ah, si el perro que guardaba el rebaño, percibiera el balido de la oveja extraviada! ¡Ah, si -entonces- ladrara su aviso! Se despertarían los animales tímidos en un atolondrado coro de balidos angustiados, y elmayoral, que cerca de esos lugares vivía, se daría cuenta cabal de lo ocurrido.Veía ya el indio sobre sí las sanciones horribles: el látigo... el destierro en la puna lejana... el trabajo en la mina de azufre, hundido en los socavones, bajo las capas inestables que se desmoronan enterrando vivos a los zapadores...De nada valdría, para evitar el castigo, que su mujer -la Chasca- hiciera, como hacía, cerca del amo -en la hacienda- ejercicio de huasicama y de querida; de nada valdría que la Chasca -la pobre huarmi- hubiera de dejar a su hijita de pechos confiada al cuidado amoroso y torpe del marido, para ir, cada noche, a matar las lujurias del señor que se había encaprichado con los muslos durotes de la india.De nada valdría...Ah, si ladrara “Vencedor”...Pero, no; no ladraba “Vencedor”. Estaría somnoliento, fatigado quizás. Era raro eso; mas, ¿quién sabe? ¡Taita Dios es tan bueno! O, tal vez, hambriento como lo tenían siempre, con las raciones escasas que el can había de completar cogiendo añas o ratas, se habría escapado por las hondonadas, de cacería... Era más raro esto, aún; pero, ¿quién sabe? ¡Taita Dios es tan bueno!Al cabo llegó Tupinamba a la oveja perdidiza.La tomó en los brazos con mil precauciones, para que no alborotara, y la condujo al rebaño.Iba el indio sigiloso, anunciando su presencia al perro:- Shss... Shss...”Vencidur”... Ssss...Pero, “Vencedor” no estaba ahí. Había abandonado su guardia.Tupinamba decidió esperar su vuelta. No cabía hacer nada menos. No era cosa de dejar el rebaño solitario.Sufría el indio. Sufría por la huahua, que habría despertado quizás, y estaría llorando, llorando, allá en la choza, junto al hermanito dormido, revolcándose en el cuero del borrego sin curtir.Pero, el rebaño... las ovejas...Transcurrió una hora atormentada, hasta que tornó “Vencedor”. Era un animalejo largo, escuálido, espectro de perro...Tupinamba se le aproximó. Entonces, el can soltó a sus pies algo informe que traía en las fauces, y fue a esconderse, con el rabo agachado, entre el rebaño, huyéndole al hombre.Estaba la luna lo suficientemente clara para que, a la primera mirada, el indio reconociera que la desechada presa de “Vencedor” era el pañalito morado de su huahua -¡de la Michi!- y un bracito sangriento...

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