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LA PESCA EN LA II GUERRA MUNDIALUNA HHISTORIA SSOLIDARIA

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PESCANDO HISTORIALA PESCA EN LA II GUERRA MUNDIALUNA HISTORIA SOLIDARIA

PESCANDO HISTORIALA PESCA EN LA II GUERRA MUNDIALUNA HISTORIA SOLIDARIA

Para hablar sobre lahistoria de los Estados

Unidos se hacetotalmente necesario

hacer alguna mención a lahistoria de la pesca...

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N o hay episodio de lahistoria de los Esta-dos Unidos que no se

vea salpicado por un pequeñoepisodio de pesca, aunquesea del tamaño de un plomode 0,30 gramos. Así lo pode-mos certificar con un hechoocurrido durante el transcursode la II Guerra Mundial, don-de la pasión del pueblo norte-americano por la pesca sesuma a una causa solidaria:e l envío de aparejos a losjóvenes que cumplían servicioen el frente.

Muchas balas,pocos anzuelos

En la década de los 40miles de pescadores disfruta-ban plácidamente de su depor-te favorito. Las empresas deaparejos de pesca habíanexperimentado tal auge queningún pescador podría imagi-nar la escasez de señuelos a la

que se verían postergados conla llegada del conflicto interna-cional.

Además, la consolidacióndel capitalismo infundió en lapoblación de Estados Unidoscierto orgullo y seguridad sinprever posibles desdichas. Deesta guisa, los aficionados a laPesca de Altura no tenían repa-ro en quemar litros y litros degasolina paseando sus señue-los con sus lujosos yates por lascostas de Santa Catalina y Bar-bados, mientras que los pesca-dores de pintonas engancha-ban sus moscas una y otra vezen los lechos rocosos de los ríosdel Colorado, sin importarle lomás mínimo la pérdida de susanzuelos.

Y los que se dedicaban a lapesca del bass tampoco se pre-ocupaban demasiado si algúnbocazas se escapaba con suseñuelo en la boca... ¡Quéimportaba!... Si al día siguien-te podrían volver a intentarlocon nuevos aparejos y nuevastécnicas. Pero lo que no podían

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■ Un oficial es fotografiado en cubierta, junto a su captura.

■ Pesca en una playa de Australia.

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imaginar era que la llegada dela guerra podía cambiar sulujosa forma de pescar.

El bombardeo de PearlHarbour por parte de la avia-ción japonesa, el 7 de diciem-bre de 1941, fue el detonantede una serie de desdichas paraestos pescadores americanos,que verían impávidos como seiban vaciando sus cajas deseñuelos a consecuencia de lareconversión de las fábricas deaparejos en industria arma-mentística. A partir de la fecha,en los talleres donde se hacíancañas de acero se fabricabanantenas para tanques; dondese realizaban los carretes seproducían cápsulas de artille-ría; y donde se hacían anzue-los se elaboraban percutoresde metralletas.

Por otro lado, la gasolinase vio racionada al tener quellenar los grandes tanques degasolina de los bombarderos

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■ Dos reclutas muestran un enorme halibut pesca-do en Alaska.

■ Aún se pueden conseguir señuelos antiguos, idénticos a los de antes.

■ Los soldados acompañaban sus cartas con foto-grafías de sus capturas.

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B-17 que sobrevolaban Alema-nia, por lo que el recorrido enlas excursiones de pesca se violimitado a lo que permitiese lasbotas del pescador.

El reciclajees la solución

Con la falta de proveedoreslanzar la caña era un ejercicioprácticamente imposible yentre tanta restricción, a HalamJ. Major, reconocido pescadory periodista deportivo, se leocurrió escribir un libro con elque esperaba remediar el défi-ci t de aparejos. Mostrabacomo realizar señuelos a partirdel reciclaje de objetos y mate-riales que estuvieran al alcancede cualquier mano.

Se trataba de uti l izar elpoder de la creatividad, quepodía conseguir convertir las

cebras de un cepillo de dientes,una aguja de coser o unpequeño alambre de espino enefectivos aparejos para atra-par peces. Y, aunque muchosde ellos no llegarían nunca areconocerse en el mostrador dealguna tienda de pesca, la ver-dad es que hacían sus deliciasen el agua.

La obra fue todo un éxito,hasta tal punto que no soloocupó las estanterías de losafortunados pescadores que sequedaron en casa, sino que lle-gó a recónditos lugares al serlibro de mochila de numerosossoldados. Por este motivo, nofue nada extraño que un buendía los editores de Halam leremitieran una carta de un sol-dado destacado en Alaska,que decía así: “Un camaradaha sido llamado para cumplirdeberes y me dejó al cuidadode su caña hasta su vuelta. Sihay algún medio posible para

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■ Los soldados reciben los esperados paquetes de aparejos.■ Soldado destinado en Alaska con unas buenas capturas de lucios.

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■ Caja de aparejos enviadas al ejército. ■ La pesca no conoce rangos,

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■ Una caja de señuelos por la que se habría pagado una buena suma.

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usted en conseguirme un senci-llo aparejo se lo agradeceríapor el resto de mi vida. Unmillón y más de gracias”.

El solidario pescador tuvocompasión y le envió unaserie de aparejos con los quepoder llenar sus monótonosdías de diversión con la pescadel lucio y el halibut. Pero estegesto solidario tuvo un efectobola de nieve, pues de bocaen boca fue propagándose lanot icia de cómo conseguirayuda entre la tropa destina-da en los más var iopin toslugares. Una carta rezaba:“en esta parte de China tene-mos a lgunos r íos y lagos,pero ningún aparejo. Hemosprobado con alfileres torcidospero s in resul tados”. Otradecía: “Estoy en un lugar don-de hay una porrada de peces,pero no hay medio de conse-guir un aparejo. Pido su ayu-da”. S in pensar lo, Halamatendía las peticiones de losmuchachos sin escatimar engastos, pero sus aparejos fue-ron mermando de maneraalarmante, hasta tal puntoque tuvo que apelar a algunosamigos para que rebuscasenalgunos señuelos en el desas-t roso cajón de los enseresolvidados.

Pesca solidariaPor primera vez en la histo-

ria, la pesca tuvo una granrepercusión social para loshonores patrióticos de unanación... Cuando Halam y susamigos habían agotado todassus existencias por la incesantelluvia de cartas, recurrieron ala prensa para pedir la colabo-ración de aficionados y profe-sionales de la pesca. Esto hizoque el t imbre de la casa deHalam comenzase a sonarincesantemente al acudir todotipo de personas ofreciendo suayuda.

El buzón de su jardín tam-bién se vio desbordado porpaquetes de aparejos llegadosdesde cualquier rincón delpaís, para que fuesen reenvia-dos a las bases militares. Contoda esta ayuda hubiese basta-do, pero los periódicos neoyor-quinos seguían dando noticiassobre la historia y estas eran

recortadas por las familias delos soldados, que se las remití-an a sus muchachos, allí dondese encontrasen, para que lessirviese de ayuda. Así quecada vez la bola de nieve sehacía más grande, necesitán-dose mayor potencial humanoy un almacén para prepararenvíos y arreglar los aparejosque enviaban no solo los pes-cadores más solidarios, sinoademás las antiguas fábricas,como Pflueger o Norwich, queenviaban su última produccióntras decidir hacer balas.

Pocas aficiones compensa-ban más a los jóvenes ameri-canos en el horror de la gue-rra que la pesca. Cuando lasnecesidades de aparejos seveían cubiertas allí en los des-tinos que ocupasen los solda-dos, o bien por deficiencias dela correspondencia no sepodían enviar grandes paque-tes a las bases militares quelos solicitaban, los reclutas seconsolaban con noticias depesca. Una carta de un solda-do rezaba así: “en caso deque estuviesen faltos de apa-rejos, me gustar ía que mecontaran algo sobre la pescaen nuestra patria”. Otro jovendeseaba saber sobre el reco-rrido del pez azul de la costade Nueva Jersey o de la lubinal is tada de la bahía de SanFrancisco, la trucha en el lagoSuperior o el pez gato en elrío Blanco de Arkansas.

Sin duda, esto les ayudabaa hacer balance de aquelloslugares donde habían transcu-rrido sus veinte primeros años,donde habían pescado su pri-mer pez, donde habían pasea-do de la mano de su padre, odonde habían besado por vezprimera a su novia. Esto lesacercaba a su patria chica, ala gente de su barrio, a sufamilia. En definitiva, les hacíaestar cerca de casa.

Después de numerososenvíos de aparejos siguió unacomitiva de redactores que seponían en contacto con los chi-cos para hablarles de la buenapesca que seguía habiendo ensu país, y así el ánimo estabaasegurado. El comandante F.E. Engleman, de la EstaciónAeronaval de Argantia, Terra-nova, escribía: “La nochepasada me hallaba tan excita-

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razas ni estatus... La practica todo el mundo y en cualquier momento.

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do que no podía dormir. Serádifícil explicar a ustedes o acualquiera cuánto significaránestos aparejos para los hom-bres destacados aquí, con tanpoco contacto con la civiliza-

ción y sin embargo tan próxi-mos al mayor vivero del mundopara la pesca de trucha y sal-mones”...

Un soldado destacado enItalia escribía estas palabras

tan emotivas: “Hace algúntiempo un camarada y yo leescribimos a usted en demandade algún aparejo. Creo que legustará saber que lo recibimosa tiempo para disfrutar de dos

buena semanas de pesca antesde que mi camarada resultaramuerto. Disfrutó realmente deestas dos semanas”. Lógica-mente, cuando Harlam leíaestas cartas a sus colaborado-

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■ Marineros posando con un precioso marlin.

■ Tira cómica en un periódico local sobre el proyecto de pesca deHarlam Major.

■ La pesca del tiburón en aguas del Pacífico atraía la atención denumerosos adeptos de la pesca.

■ Dibujo en una carta de un marinero.

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res del taller, la emotividad lesprocuraba unas horas extraor-dinarias de trabajo voluntario,desmarañando señuelos, pre-parando montajes y empaque-tando aparejos.

Como era de esperar,cuando esta iniciativa ciudada-na estaba bien metida en hari-na, el estado reconoció sulabor extendiendo algo de ayu-da, sobre todo en cuestiones delogística. Todas las mañanashabía en la puerta del taller uncamión esperando una nuevahornada de anzuelos para lle-vársela a sus soldados.

El departamento de policíatambién colaboró a la hora dedar prioridad con sus sirenasa los vehículos cargados deaparejos, que llegaban ajusta-dos al puerto ante la partidade un nuevo barco. Y comoiba a ser menos la voluntario-sa Cruz Roja, que prestó unasecretaria encargada deredactar la correspondenciade los chicos, haciendo girarel rodillo de la máquina tipo-gráfica a velocidades vertigi-nosas. En def ini t iva, todaAmérica se había volcado conla causa, rebozando generosi-dad con sus muchachos que sehallaban pasando desdichasen primera línea de tiro.

Pescando lejosde casa

Mientras todo esto ocurríaen la metrópolis, al otro ladodel Pacífico, en las lejanas islasde los mares del Sur, los mari-neros destinados en las solita-rias bases de submarinos lleva-ban una vida gris y monótona.Los contratiempos que a menu-do provocaban el Imperio delSol estrel lando sus avioneskamikazes contra las torretasde mando de la flota de la U. S.Navy, condenaban a un totalaislamiento a las tropas confi-nadas en las posesiones defen-sivas. Los víveres no llegaban atiempo, y lo que es peor, losbalones de fútbol y las pelotasde béisbol, responsables delentretenimiento y la subida demoral de la tropa, comenza-ban a escasear.

Alejados de sus metrópolisy desprovistos de todo elemen-

to femenino, los soldadoscomenzaban a cansarse de versiempre las mismas películasde sus heroínas de Hollywood;de releer las rancias novelasde género negro que desfila-ban de taquilla en taquilla, yde contemplar siempre el mis-mo almanaque de la chica depiernas estilizadas que pendíade su litera, pinchada con unalfiler.

La triste monotonía de lossoldados estaba siempre pre-sente en las bases del Pacífico,y era un hándicap más a aña-dir al cuidado y mantenimientode la tropa. Incluso los oficialespasaban las noches en velaideando algún tipo de pasa-tiempo con el que distraer a sussubalternos.

En medio de tanta frustra-ción, los aparejos enviadospor Halam Major y su grupode voluntarios pescadores,acabaron con la tristeza desus días. Con las cañas lanza-das al agua no solo se propi-naban grandes peces con losque cubrir las raciones diariasdel rancho, sino que ademásse o lv idaban por unosmomentos del horror de laguerra. Un soldado de la basele escribía a su padre: “Tuvi-mos una buena enganchadacon los japoneses y les dimosun buen meneo... pero tuve unpoco de mala suerte y perdí

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■ Al recibir los señuelos las lanchas de desembarco se convirtieronen modestos yates de pesca.

■ La tripulación iza otra captura de escualo.

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todos mis uniformes, etc. Tam-bién perdí mi aparejo de pes-ca. He sufrido considerable-mente debido a la fal ta deropa, pero la pérdida de miaparejo casi me parte el cora-zón”.

La reacción fue electrizan-te. Según cuenta el Vicealmi-

rante Charles A. Lockwood,jefe de la flota de submarinosdel Pacífico, desde la base deMidway sal ían todas lasmañanas des tacamentosespeciales de pesca, que con-seguían sufragar dos comidassemanales para 6000 hom-bres y ayudar a la conviven-

cia entre los militares, pues ungeneral más un so ldadoempuñando ambos una cañaeran igual a dos pescadores,por lo que las jerarquías que-daban desplazadas. Todoesto hizo que las lanchas deguerra se convir t iesen enembarcaciones de pesca, lo

que implicaba dejar el fusilpara empuñar la caña, uncambio ideal para levantar elánimo de la t ropa y hacermenos daño a la humani-dad... SP

Texto y Fotos: ManuelHuertas González

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■ La vinculación de los marineros con la pesca es enorme.

■ Los tiempos muertos de las tripulaciones son ocupados con variasmodalidades de pesca.

■ Tiburón capturado en el puerto de Cuba.

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