UNA FAMILIA VELEZANA EN EL APOGEO MINERO DE SIERRA ...a veces, negociar su copelación con los...

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69 a España de la primera mitad del XIX anduvo convulsionada por mil y un avatares violentos, sangrientos y fratricidas que forjaron el carácter, no menos agresivo y exaltado, de varias generaciones. A una invasión extranjera que dividió el país en dos facciones enfrentadas, sucedió la ignominia de un monarca humillado que pretendía resarcirse mediante el ejercicio de un poder absoluto sobre el pueblo que lo había reinstaurado, ahondando con su actitud en esa abismal separación entre aque- llas dos facciones convertidas ahora en absolutistas y liberales. Ya sólo se buscaba un pretexto para que todo el odio contenido se derramase en una confrontación bélica que iba a teñir de sangre las tierras patrias entre 1833 y 1839. Fue precisamente al final de esta primera Guerra Carlista cuando se produce un hallaz- go que modificará la dinámica económica de la recién creada provincia de Almería; la casualidad, la fortuna o el empeño de algún hacendado testarudo quiso que en uno de los recónditos y agrestes barrancos de la pequeña Sierra Almagrera, en el término de la entonces villa de las Cuevas, se descubriese un rico filón de galena argentífera que vendría a cambiar los destinos de muchos, tanto propios como foráneos. La creación de unas primitivas sociedades explotadoras, UNA FAMILIA VELEZANA EN EL APOGEO MINERO DE SIERRA ALMAGRERA: LOS NEGOCIOS DE LOS FERNÁNDEZ MANCHÓN Enrique FERNÁNDEZ BOLEA Historiador REVISTA VELEZANA. Vélez Rubio (Almería). Nº 26, 2007, p. 69-82 L Al reclamo de la plata de Almagrera, y tras la creación de las primeras sociedades para la extracción del deseado metal, una legión de pequeños capitalistas foráneos se abalanzará sobre este territorio del Levante almeriense con objeto de sacar tajada de lo que prometía ser uno de los negocios más lucrativos de la historia de España. Comerciantes y propietarios agrícolas deciden aproximarse a aquellos agrestes y accidentados barrancos en busca de rentables inversiones. Entre estos últimos, destacarán los Fernández Manchón, una familia velezana que supo prosperar -y de qué manera- en el competitivo ámbito de la Sierra Almagrera de mediados del XIX. Mi agradecimiento a Andrés Sánchez Picón, José Domingo Lentisco Puche y Juan Grima Cervantes por su colaboración y asesoramiento durante la elaboración de este artículo. El abogado velezano Diego Fernández Manchón hacia 1870. (Foto José Rodrigo / Col. Francisco A. de Casanova Martínez)

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a España de la primera mitad del XIX anduvo convulsionada por mil y un avatares violentos, sangrientos y fratricidas que forjaron el carácter, no menos agresivo y exaltado, de varias generaciones. A una invasión extranjera que dividió el país en dos facciones enfrentadas, sucedió la

ignominia de un monarca humillado que pretendía resarcirse mediante el ejercicio de un poder absoluto sobre el pueblo que lo había reinstaurado, ahondando con su actitud en esa abismal separación entre aque-llas dos facciones convertidas ahora en absolutistas y liberales. Ya sólo se buscaba un pretexto para que todo el odio contenido se derramase en una confrontación bélica que iba a teñir de sangre las tierras patrias entre 1833 y 1839. Fue precisamente al final de esta primera Guerra Carlista cuando se produce un hallaz-go que modificará la dinámica económica de la recién creada provincia de Almería; la casualidad, la fortuna o el empeño de algún hacendado testarudo quiso que en uno de los recónditos y agrestes barrancos de la pequeña Sierra Almagrera, en el término de la entonces villa de las Cuevas, se descubriese un rico filón de galena argentífera que vendría a cambiar los destinos de muchos, tanto propios como foráneos. La creación de unas primitivas sociedades explotadoras,

UNA FAMILIA VELEZANA EN EL APOGEO MINERO DE SIERRA

ALMAGRERA: LOS NEGOCIOS DE LOS FERNÁNDEZ MANCHÓN

Enrique FERNÁNDEZ BOLEAHistoriador

REVISTA VELEZANA. Vélez Rubio (Almería). Nº 26, 2007, p. 69-82

L

Al reclamo de la plata de Almagrera, y tras la creación de las primeras sociedades para la extracción del deseado metal, una legión de pequeños capitalistas foráneos se abalanzará sobre este territorio del Levante almeriense con objeto de sacar tajada de lo que prometía ser uno de los negocios más lucrativos de la historia de España. Comerciantes y propietarios agrícolas deciden aproximarse a aquellos agrestes y accidentados barrancos en busca de rentables inversiones. Entre estos últimos, destacarán los Fernández Manchón, una familia velezana que supo prosperar -y de qué manera- en el competitivo ámbito de la Sierra Almagrera de mediados del XIX.

Mi agradecimiento a Andrés Sánchez Picón, José Domingo Lentisco Puche y Juan Grima Cervantes

por su colaboración y asesoramiento durante la elaboración de este artículo.

El abogado velezano Diego Fernández Manchón hacia 1870. (Foto José Rodrigo / Col. Francisco A. de Casanova Martínez)

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que muy pronto convirtieron las inversiones iniciales en caudaloso reguero de beneficios, sirvió de imán irresistible para que hasta aquella villa viajasen capi-tales y capitalistas con afán de incrementar su fortu-na. Si los primeros inversores locales procedían en su mayoría de un sector de hacendados que venían acumulando riqueza rústica desde las centurias an-teriores, los que se acercaban provenientes de otras poblaciones no les iban a la zaga, puesto que en su mayor parte pertenecían a las pequeñas oligarquías agrícolas que prosperaban a medida que aumentaban su hacienda.

Pues bien, los hermanos Diego y Atanasio Fer-nández Manchón podrían ser considerados el mejor ejemplo entre esos emergentes propietarios rurales que se desplazaron hasta el Levante almeriense con el único fin de aprovechar la nueva y alentadora coyuntura económica para acrecentar así su fortuna y patrimonio. Y, como tendremos oportunidad de comprobar, lo consiguieron sobradamente, no sin demostrar un carácter emprendedor que los llevó a inmiscuirse, desde sus primeros pasos por la co-marca, en los numerosos negocios que surgían al fragor de las explotaciones mineras, dirigiendo sus inversiones hacia las distintas fases del proceso pro-ductivo: extracción, transformación y comercialización. Tampoco se olvidaron -como solía ocurrir con estos terratenientes metidos a mineros- de sus orígenes, y destinaron un elevado porcentaje de sus beneficios al aumento de la hacienda y su mejora a través de la dotación de aguas para riego. La unión de ambas pretensiones -negocios mineros e incremento de la hacienda- aproxima a nuestros protagonistas a aquel contingente de hacendados locales que, tras su éxito económico, conformarán una pequeña burguesía con rasgos muy homogéneos y definitorios. En efecto, una flamante conciencia de clase los conducirá a prácticas y usos sociales que contribuirán a su identificación como grupo de élite, a gustos comunes, a relaciones estrictas que propiciarán el aumento de capital y acrecentarán el prestigio, a la utilización de todos los resortes, bien sean sociales o políticos, para afian-zarse en la cúspide de todo poder. Los Fernández Manchón vinieron a Cuevas en los anales de su mine-ría, se codearon con los más ricos y mejor situados, invirtieron, negociaron, formaron familias influyentes, y murieron allí, en la ciudad que los acogió y a la que se sintió siempre unida su descendencia.

SU LLEGADA A LA SIERRA DE LOS PRODIGIOS

Quizás fuese Diego el más decidido de ambos hermanos, pionero en su incursión en el Levante, y también el más influyente, hasta el punto de constituirse en el corazón y cerebro de aquel clan recién arribado. Su nacimiento se produjo en Vélez Rubio en 1815, y fue el primogénito del matrimonio formado por Martín Fernández Aranega y Eugenia Manchón Ros1, pertene-cientes ambos progenitores a familias de propietarios con predios repartidos por los mejores pagos de riego de aquella localidad y las limítrofes. Bastaría echar un somero vistazo al inventario de los bienes realizado tras su muerte o a las hijuelas practicadas con destino a la partición de su herencia2, para percatarnos de que Die-go, tras haberlas recibido de sus padres, conservó hasta el final de sus días un buen número de propiedades rústicas repartidas por los pagos de Henares, Cobatica o Espadín, entre otros, todas ellas beneficiadas por la existencia de aguas continuas y abundantes -nacimiento del Barranco de la Cueva del Toro y de la rambla de Chirivel- que se distribuían, en la mayoría de los casos, en régimen de tandeo cada ocho o trece días.

Ahora bien, sabemos igualmente que cuando Diego Fernández Manchón llega a Cuevas posee la suficiente solidez económica para afrontar con ciertas garantías su futura y fructífera actividad empresarial. En efecto, por escritura otorgada en esta localidad el 23 de diciembre de 1846 consta que, teniendo previsto contraer matrimonio con la también velezana Mª de la Concepción Sánchez de la Cuesta, decide dotarla, “en justa remuneración a la honestidad, virtudes, honradez y demás recomendables prendas […]”3, con la décima parte de todos sus bienes, ascendiendo tal donación a 11.605 reales, de lo que se deduce que el valor global de su patrimonio alcanzaba en aquella fecha los 116.000 reales de vellón.

Aunque no se ha hallado documento alguno que precise con exactitud el momento de su venida a Cuevas ni cuando fija su residencia de manera definitiva, sí es posible afirmar que, aun siendo de manera eventual, en 1842 ya está avecindado en Cuevas. Así se especifica en una escritura de compra-venta fechada el 17 de octubre de ese año, en el que se nos dice que Diego Fernández Manchón vendió a Pedro “Brugalandia”, vecino de Ali-cante, un octavo de acción de las 47 de que se compone

1 A falta de consultar su partida bautismal, los datos referidos a los padres han sido extraídos de la partida bautismal de su hijo Diego Máximo Fernández Sánchez (Bautismos, lib. 49, fol. 234, Archivo Parroquial de Cuevas del Almanzora (APCA en nuevas citas); mientras que su año de nacimiento se ha aproximado teniendo en cuenta la edad que consta cuando contrae matrimonio: 31 años el 18 de diciembre de 1846 (Matrimonios, lib. 12, fol. 139v, APCA).

2 Expediente de inventario, tasación, cuenta, partición y adjudicación de los bienes quedados al fallecimiento de don Diego Fernández Manchón, formado en Cuevas el 20 de mayo de 1881, Eno. Pedro José Rame y Berber, P. 9919, fols. 275-477, Archivo Histórico Provincial de Almería (AHPA en nuevas citas); y Testimonio de la hijuela formada a D. Félix Fernández Sánchez en la partición practicada por el Ldo. don José Alarcón Gómez de los bienes quedados al fallecimiento de su señor padre D. Diego Fernández Manchón, Documentos de Félix Fernández Sánchez, Archivo del autor (ARA en próximas citas).

3 Testimonio de la hijuela formada a D. Félix Fernández Sánchez…, ARA.

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la sociedad minera Templanza, así como un cuarto de Purísima Concepción en 20.500 reales4. No obstante, es a partir de 1843 cuando nos lo encontramos vinculado a sustanciosos negocios en Almagrera, como tratante de los minerales que se le adjudican mediante reparto activo a algunos accionistas. Así lo atestigua su libro contable5, donde desde ese mismo año se asientan, con el epígrafe de “Nóminas de metales”, las cantida-des de mineral que van correspondiendo a sus clientes procedentes de las sociedades Carmen, Esperanza, Observación, Rescatada y Estrella, y que son retiradas de la mina, después de su tasación, atendiendo a las tres calidades que presentaba la galena extraída: recio, garbillo de primera y garbillo de segunda. Estamos ante un sistema arcaico de reparto de beneficios muy extendido durante estos primeros años de la minería de Almagrera, ya que el accionista, después de su tasación, ordenaba la retirada del mineral en bruto hasta alcanzar el valor que le hubiese correspondido según su mayor o menor participación en la sociedad.

Pues bien, entre 1843 y 1849, es decir, a lo largo de la etapa más productiva de Almagrera,

nuestro protagonista se convertirá en una especie de administrador de los intereses de un conjunto de accionistas que residen fuera de la localidad. Entre los más destacados, figuran significativos miembros del comercio de la vecina provincia de Murcia como los hermanos Francisco, Martín y Eustaquio Albadalejo, José López Ruiz y Carlos Crousselles de Águilas, o Joaquín Lacárcel, la Vda. de Jordá y Santandreu y la Vda. e Hijos de J. López Canales de Murcia6. La labor de nuestro abogado consistía en retirar de los almacenes de la mina las cantidades adjudicadas y, a veces, negociar su copelación con los estableci-mientos metalúrgicos. Lo más probable es que por la primera mediación recibiera una comisión porcentual de los metales retirados, mientras que en el segundo caso abonaría al propietario el valor de unos minerales que con posterioridad vendería a la fundición. Esto úl-timo queda suficientemente contrastado al comprobar cómo, a lo largo de la década de 1840, se prodigan los pagos efectuados a Fernández Manchón por parte de algunos de los elementos más influyentes del sector metalúrgico, entre ellos, Antonio Abellán Peñuela, que ya por entonces es propietario de la fábrica Constan-cia en donde se funden los metales de Diego por un valor que alcanza en algunos casos los 95.000 reales en 1847, lo que viene a demostrar la importancia de las operaciones mercantiles de este avispado empren-dedor que en muy poco tiempo comienza a destacar en el dinámico negocio de Almagrera.

Para hacernos una idea del volumen de mineral negociado, bastaría decir que sólo en 1843 el mineral retirado de distintas explotaciones a cuenta de Fran-cisco Albadalejo pesó 37.459 arrobas (Cuadro I); si tenemos en cuenta que en 1844 Madoz refería que “el riquísimo filón Jaroso está produciendo cerca de 8.000 arrobas diarias de mineral, que representa una riqueza de 12.000 duros”7, el precio del mineral de Albadalejo, intermediado por Fernández Manchón, pudo alcanzar los 900.000 reales, cifra que crecería considerablemente añadiendo el valor de los minerales del resto de sus clientes. No nos extrañará, pues, que al poco tiempo, aprovechando quizás la primera oportunidad que se le presentó, adquiera junto a su hermano y otros dos socios la fábrica de fundición Encarnación con el fin de controlar todo el proceso, desde la compra del mineral hasta su transformación metalúrgica, con lo que indu-dablemente iba a abaratar costes rentabilizando aún más cada operación.

4 Contaduría de Hipotecas de Cuevas, 1842. Gentileza de Andrés Sánchez Picón5 Libro contable de Diego Fernández Manchón, “Nóminas de metales que se distribuyen a…”, fols. 50-63, ARA.6 El profesor Sánchez Picón incluye a algunas de estas casas de comercio entre los mayores inversores en acciones mineras de Almagrera originarios

de Murcia. Concretamente en un tercer puesto con 390.000 reales de inversión aparece Carlos Crousselles, o en décima y decimotercera posición, con 153.000 y 93.000 reales respectivamente, se dejan ver la Vda. de Jordá y Santandreu y Joaquín Lacárcel. De la importancia de los clientes de Fernández Manchón habla igualmente la participación de algunos de ellos en las mayores ventas de acciones que se llevaron a cabo de 1839 a 1845; es el caso de Carlos Crousselles con 482.500 reales por el producto de venta, o la Vda. e Hijos de J. López Canales con 400.000. En SÁNCHEZ PICÓN, Andrés: La integración de la economía almeriense en el mercado mundial (1778-1936). Cambios económicos y negocios de exportación, Almería, 1992, p. 174 (Cuadro IV.15) y p. 180 (Cuadro IV.18).

7 SÁNCHEZ PICÓN, Andrés: La minería en el Levante almeriense 1838-1930. Especulación, industrialización y colonización económica, Almería, 1983, p. 55.

Mª Concepción Sánchez de la Cuesta, mujer de Diego Fernández Manchón, hacia 1870. (Foto José Rodrigo / Col. Francisco A. de Casanova Martínez)

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En este periplo de negocios por el Levante, Atanasio acompañará a su hermano en todo momento, y a pesar de que ambos irán de la mano en la mayor parte de sus iniciativas futuras, siempre existió una relación de preponderancia de Diego con respecto a su hermano menor -nace en 1820- que se pondrá de manifiesto en todo momento. La causa de este papel dominante habría que buscarla en la preparación del primero, pues Diego era abogado y esta formación académica presuponía una cierta capacidad resolutiva para afrontar negocios o enfrentar problemas. Es probable que fue-se esa misma actividad profesional la que lo atrajese a Cuevas por aquellos años iniciales de explotación, cuando la continua demarcación de superficies fruto de una especulación galopante y la creación de nuevas sociedades explotadoras generaban un caldo de cultivo muy propicio para el surgimiento de pleitos y conflictos. Lo cierto es que en su libro contable, desde 1846 se agolpan asientos que, bajo la denominación de “bufete”, “defensa de…” o “consulta de…”8, harían referencia a los honorarios recibidos por su labor de letrado. Pero la alternancia de éstos con otros, más prolijos, que refieren operaciones mercantiles de diferente naturaleza, vendría a demostrar que este abogado compaginó desde muy pronto la profesión con ese afán emprendedor que le

llevaría a orientar miras y esfuerzos hacia los potenciales negocios que ofrecía la rica Almagrera.

En cuanto a su definitiva residencia en Cuevas, pa-rece que la fijó después de haber contraído matrimonio en 18469, ya que el exhaustivo libro de contabilidad al que antes hacíamos referencia crece en detalle a partir de julio de ese año, momento en el que comienza a ano-tar pormenorizadamente todo tipo de gastos, desde los cotidianos dedicados al mantenimiento de la casa y los suntuarios hasta los distintos movimientos de entradas y salidas de capitales que exigía su entramado comercial. Si se tuviesen que referenciar todas las sociedades a las que por entonces se hallaba vinculado como accionista, el listado no sería muy largo, ya que durante esta primera etapa de permanencia en la localidad la adquisición de participación accionarial parece ser secundaria para un negociante absolutamente entregado a la compra-venta de minerales; ello, no obstante, no es un impedimento para que entre 1846 y 1849 sus apuntes contables desvelen intereses en San Agustín, Constancia, San Juan Evangelista, Justicia, Templanza, Impensada, Belén de Salcedo, Santa Rita, Encarnación, Corona de la Fortuna, San Ildefonso y alguna otra10, tal y como aparece reflejado en su contabilidad11.

Mina / Clase de mineral

Recio en @

Garbillo de 1ª en @

Garbillo de 2º en @

Otrosen @

Total

Observación 3.768 9.820 6.360 140 20.106Mejora Observación 75 722 79 876Carmen 833 2.477 3.340 377 7.027Vaciadero de Ánimas 857 343 1.200Esperanza 352 2.407 964 3.723Mejora de Esperanza 31 208 20 259Rescatada 453 3.213 276 3.942Estrella 60 186 98 344

5.572 19.033 11.994 860 37.459

Cuadro I. Nóminas de metales de Francisco Albada-lejo (Murcia) durante 1843

Elaboración propia según Libro contable de Diego Fernán-dez Manchón

8 Libro contable de Diego Fernández Manchón, “Entradas en la Caja de Diego Fernández Manchón”, fols. 33-49, ARA.9 Contrae matrimonio en Cuevas con Mª de la Concepción Sánchez de la Cuesta el 24 de diciembre de 1846; la contrayente, de 29 años de edad y natural

también de Vélez Rubio, era hija de Silvestre Sánchez Pérez y Jerónima Cuesta de la Serna, hacendados según consta en la partida matrimonial. Matrimonios, lib. 12, fol. 139v, APCA.

10 En realidad, los hermanos Fernández Manchón fueron partícipes de aquella primera expansión de las explotaciones mineras en busca de la dirección seguida por el filón del Jaroso y sus diferentes ramales, tratando de aprovechar además, mediante su ocupación, los espacios libres que la precipitación con que se hicieron las primeras demarcaciones habían provocado. El ingeniero Antonio de Falces Yesares se hace eco de este proceso expansivo en su Memoria historial y descriptiva de Sierra Almagrera, publicada por entregas en El Minero de Almagrera a lo largo de 1883: “Como era consiguiente, lo primero que se registró después de las cinco minas principales, fue el terreno del barranco Jaroso, cuna de la riqueza ya vista, empezando por la orilla derecha de dicho barranco hacia Norte. Lo fueron las minas Constancia y S. Juan Evangelista (…) y por Sur con San Vicente Ferrer, la Unión de Aquino, hoy Hermosa, la Unión de Gris, hoy S. Manuel, la Corona de la Fortuna, Jacoba, Convenio de Vergara, San Agustín, San Ildefonso, hoy Feliz Encuentro, y Diosa; y por la orilla izquierda, la Virgen del Mar, San Gabriel de Flores, Belén de Salcedo, Purísima Concepción (vulgo Pura), Santa Rita la alta hoy Gloria…”

11 Libro contable de Diego Fernández Manchón, “Salidas de la Caja de Diego Fernández Manchón”, fols. 3-32, ARA.

Atanasio Fernández Manchón hacia 1865. (Foto J. Albiñana / Col. Manrique García Flores)

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De la atenta observación de estos mismos asientos se desprende la participación de Fernández Manchón en la compra directa de minerales a algunos de los accionistas más relevantes de Carmen, Esperanza, Observación o Estrella, negociándolos a posteriori con las casas fundidoras; algunas de estas transacciones resultan realmente llamativas12, como los 100.000 reales que entrega a la tesorería de la Estrella por este concep-to, los 22.380 que abona a los hermanos Soler Bolea y Francisco Albarracín Bravo, accionistas de Carmen, o los 40.000 abonados a la casa de comercio de Francisco Albadalejo, máximo accionista de Observación junto a Ramón Orozco y poseedor de una acción en Carmen. Se prodigan igualmente los préstamos a particulares, lo que muestra muy a las claras la solvencia y capacidad económica del abogado desde los inicios de su estancia en Cuevas.

A través de las páginas de este documento cono-cemos las relaciones mercantiles que se establecen entre Diego Fernández Manchón y algunos de los protagonistas más relevantes de nuestra historia polí-tica a lo largo del siglo XIX, quienes, por otra parte, se erigieron en baluartes de los negocios mineros en el Levante, además de prohombres de una influencia social incontestable. En efecto, son constantes los asientos que desde mediados de la década de 1840 reflejan negocios con Ramón Orozco Gerez13, hacendado de

profunda convicción liberal que fue diputado a Cortes y senador del reino en varias legislaturas; con Antonio Abellán Peñuela14, futuro marqués del Almanzora y otro convencido progresista que ocupó escaños en el Congreso y el Senado en seis ocasiones, finalizando su carrera política como senador vitalicio; o con su paisano Juan Miguel del Arenal y Fernández15, casual-mente otro liberal recalcitrante con el que compartió profesión -también era abogado-, negocio y amistad. Realmente estos tres ejemplos demuestran por sí so-los las excelentes conexiones de nuestro protagonista desde su venida a Cuevas, aunque habría que aclarar que, si bien es probable que su ideología se hallase muy próxima al progresismo de sus relaciones, no nos consta que mostrase interés alguno por la política, ni que persiguiese en ningún momento la ocupación de un cargo público.

Y mientras tanto, Atanasio, a la sombra de la activi-dad desplegada por su hermano mayor, también se ha afincado en Cuevas de manera definitiva en 1846, aun-que su situación será desde el principio más itinerante. Y ello porque la multitud de obligaciones, compromisos y responsabilidades de Diego exigían su cercanía a la actividad emprendedora que los generaba; sin embar-go, ambos hermanos seguían manteniendo vínculos materiales y familiares con Vélez Rubio, y el encargado de conservar vivos esos lazos era Atanasio que, con bastante asiduidad, al menos en estos primeros años, se desplazaba hasta su pueblo natal para atender las propiedades rústicas y urbanas que allí poseían. De igual modo, a él correspondía una mayor proximidad con los lugares de producción, siendo constantes sus visitas a Almagrera.

LA CONSOLIDACIÓN DE LOS NEGOCIOS MINEROS

Durante la década de 1840 no nos consta que ninguno de los hermanos adquiriese responsabilida-des dentro de las sociedades en las que participaban, limitándose a gestionar los cuantiosos beneficios, tanto propios como ajenos, mediante el primitivo procedimien-to del que hacíamos mención más arriba. Será a partir de 1849, cuando Diego se involucre en la presidencia de la Sociedad Especial Minera San Gabriel de Flores16, que explotaba la mina del mismo nombre situada en el Barranco Jaroso, y de la que también era accionista Ata-nasio. El hecho de que este abogado velezano ejerciera el control sobre aquella sociedad no se debe atribuir

12 Ibídem.13 SÁNCHEZ PICÓN, Andrés: “Ramón Orozco Gerez (1806-1881). Apuntes para una biografía”, en Axarquía, nº 10, pp. 114-126; y “Orozco Gerez,

Ramón”, en Diccionario biográfico de Almería, Almería, 2006, pp. 286-288.14 MARTÍNEZ NAVARRO, Pedro Enrique: Semblanzas, perfiles y notas biográficas de cuevanos y cuevanas ilustres, Cuevas del Almanzora, 1991, pp.

53-58; FERNÁNDEZ BOLEA, Enrique: “Abellán Peñuela, Antonio”, en Diccionario biográfico de Almería, Almería, 2006, pp. 22-23.15 PALANQUES Y AYÉN, Fernando: Apuntes genealógicos y heráldicos de la villa de Vélez-Rubio, Vélez Rubio, 1910, voz Arenal, pp. 30-31; “Don

Juan Miguel del Arenal Fernández (Vélez Rubio, 1810-1875), un político liberal-progresista amigo del general O’Donnell”, en Revista Velezana, nº 20 (2001), p. 93-105; LENTISCO PUCHE, José Domingo: “Arenal y Fernández, Juan Miguel de”, en Diccionario biográfico de Almería, Almería, 2006, p. 46.

16 Correspondencia de la Sociedad Especial Minera San Gabriel de Flores, del 11-7-1849 al 31-7-1850, ARA.

Juan Miguel del Arenal, ilustre y opulento personaje velezano del s. XIX que también participó en los negocios mineros de Sierra Almagrera.

FERNÁNDEZ BOLEA, Enrique

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a la mera casualidad, sino que pudo responder a una estrategia meditada que se fundamentaría en la enorme productividad de esta mina. No hay que olvidar que, in-mediatamente después del breve monopolio productivo ejercido por aquellas cinco explotaciones que tuvieron la fortuna de ubicarse a lo largo del filón, comienzan los trabajos de extracción de las minas Virgen del Mar y San Gabriel de Flores, las cuales desde las primeras operaciones mostrarán la potencia de sus vetas y la ren-tabilidad de su explotación17. Es probable que Diego, una vez comprobada la imposibilidad de acaparar puestos de responsabilidad en las primitivas sociedades ricas, muy ligadas en su organización y estructura a la influen-cia de clanes familiares autóctonos o grupos definidos como eclesiásticos o comerciantes, no desperdiciase la oportunidad que se le ofrecía con esta nueva expan-sión de las explotaciones. Ya en aquel instante habría tenido tiempo de integrarse en la sociedad cuevana, de establecer relaciones sociales y mercantiles con lo más granado del accionariado minero y, a pesar de su origen foráneo, habría logrado acumular el suficiente prestigio e influencia para hacerse con los apoyos precisos en esa carrera hacia puestos de control. Este afianzamiento social y económico, su papel preponderante en la mine-ría local, se manifestará con vigor en las dos décadas posteriores, cuando -como ya veremos- se sitúe en la cúspide de numerosas sociedades mineras.

San Gabriel de Flores estaba, desde 1849, dada a partido para su explotación, lo que exigía de la empresa propietaria extremar el celo y control sobre los trabajos de extracción, porque era usual entre los partidarios que, en su afán de arrancar la mayor cantidad de mineral, se entregasen a prácticas de rapiña muy alejadas de las técnicas ortodoxas de laboreo, arruinando e hipotecando en ocasiones el futuro de la explotación. El facultativo que se encargará de velar por el interés de la empresa va a ser el también velezano Antonio de Falces Yesa-res18, en aquel momento el decano de los ingenieros de Almagrera, con el que Fernández Manchón establecerá una estrecha relación profesional y de amistad, o eso es lo que se desprende del intercambio epistolar entre ambos en donde, aparte de la información técnica sobre el estado de la mina, se intercalan sinceridades y confidencias fruto de la confianza y el trato cordial19. No obstante, sigo dudando de si el paisanaje de ambos fue realmente el origen de su coincidencia por tierras cuevanas desde los comienzos de la minería, aunque no me extrañaría que la pronta venida -1842- de Falces a Cuevas empujase a los Manchones a probar fortuna por

estas tierras; habría que tener en cuenta que su amistad se habría forjado con anterioridad en Vélez Rubio, o ello habría sido lo más lógico entre dos velezanos que compartían extracción social, pues los dos pertenecían a familias de propietarios agrícolas que constituían la clase acomodada de su localidad.

Aunque, según se anota en su libro contable, desde 1847 buena parte de los minerales adquiridos o inter-mediados por los Fernández Manchón se fundirán en la fábrica Esperanza de Villaricos (Cuevas) o se enviarán para su copelación a las fábricas de San José, propiedad de Antonio José Romero, y Virgen del Pilar, de Pascual Ayuso, situadas estas últimas en Águilas, a partir de aquel año los dos hermanos20 en unión de José Pérez Pérez y Juan Antonio Fernández Serrano iniciarán los trámites de compra de la fundición Encarnación. Esta fábrica, situada en el paraje que llaman del Tomillar (inmediaciones de Los Lobos), a unos 500 metros al sur del camino carretero que conduce al Jaroso, había sido construida entre abril de 1842 y finales de 1843; la primera noticia descriptiva que de ella poseemos nos la aporta el geógrafo Madoz: “El edificio tiene de lat. 50 varas y de long. 80, y se compone de 10 oficinas de hab.; cuatro de ellas para el director, copelador y otros operarios, y las restantes para depósito de plomos y otros metales; seis hornos de fundición aunque no

17 “Dejamos dicho que las primeras minas productivas lo fueron las cinco llamadas ricas. Casi al mismo tiempo dieron en producto las nombradas Virgen del Mar y San Gabriel de Flores colindante, cuyo mineral era casi de la misma clase que el de las primeras, pero sin embargo hubo partidas que se vendieron con más estimación que el mineral del Carmen, Observación, etc., pues que vendiéndose la arroba en esta a 20 rs., la Virgen del Mar y San Gabriel de Flores la vendieron a 34 rs.”, en FALCES YESARES, Antonio de: Op. cit., 1883, p. 19.

18 FERNÁNDEZ BOLEA, Enrique: El ingeniero Antonio de Falces Yesares y la capilla de la Virgen del Carmen. En el CL aniversario de su inauguración, Cuevas de Almanzora, 2004.

19 Correspondencia de la Sociedad Especial Minera San Gabriel de Flores, del 11-7-1849 al 31-7-1850, ARA.20 Atanasio Fernández Manchón, además de establecer un estrecha relación mercantil con José Pérez Pérez, entablará también una relación de parentesco

al contraer matrimonio con su hija Mª Josefa Pérez Fernández ese mismo 1847. Matrimonios, lib. 12, fol. 149, APCA.

El ingeniero Antonio de Falces Yesares, de origen velezano, inter-vino de forma decisiva en toda clase de proyecto técnicos mineros, urbanos y agrícolas.

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están en ejercicio más que dos, de viento de pavas o castellanos, que consumen de mineral de toda clase unas 520 a. diarias, traídas de las minas de Almagrera, cuyos prod. suben por lo general a dos onzas y 2/5 en plata. En las faenas se ocupan diariamente 30 hombres, y la sociedad se compone de 20 acciones”21.

Parece muy probable que la dura competencia de las fundiciones promovidas por las sociedades ricas -San Ramón, Carmelita y Esperanza- y otras insta-laciones metalúrgicas de localidades cercanas como Águilas o Cartagena estuviese en el origen de que la Encarnación funcionase a un tercio de su capacidad hacia 1845, como no es menos probable que se profun-dizase su crisis en 1847 coincidiendo con la caída de la producción que provocó el inicio de la inundación de las minas. Es decir, los Fernández Manchón y sus socios quizás aprovechen una coyuntura favorable para hacer-se con esta propiedad industrial a precio conveniente. Sea como fuere, entre el 6 de octubre de 1847 y el 2 de febrero de 1858, mediante sucesivas escrituras de compra, la nueva sociedad Manchón y Compañía ad-

quirirá esta instalación fabril que ocupaba una superficie de 8.320 metros, además de una finca accesoria que la circundaba que se extendía por una superficie de poco más de 42 hectáreas, en su mayoría secano y monte improductivo22. Desde el 16 de octubre de 1847 hasta marzo de 1848 se acumula en la contabilidad de los velezanos un desembolso de 50.000 reales destinados a Encarnación23, lo que nos lleva a deducir que la inversión inicial realizada por los cuatro socios para su adquisición ascendió a 100.000 reales de vellón. En los dos años sucesivos -período 1849-1850- los apuntes contables de Diego reflejan sustanciosos ingresos provenientes del reparto de dividendos de la sociedad cuyo tesorero, José Pérez, se encarga de hacer efectivo, indicando un momento de bonanza en la marcha del negocio24. Más adelante presenciaremos las lógicas maniobras de los hermanos para acercar mineral a su fundición, destacando los 3.000 quintales de los metales de Belén de Salcedo que en agosto de 1853 entran en aquellas instalaciones por un valor de 44.552 reales25.

El 14 de octubre de 1858 la sociedad Manchón y Compañía queda disuelta al salir de la misma Juan Anto-nio Fernández Serrano. Los tres socios restantes deciden reorganizarla mediante escritura protocolizada en Cuevas un mes y medio más tarde26. Así, la nueva compañía, que pasará a denominarse de la Encarnación, estará integrada por 19 acciones distribuidas a partes iguales entre los tres socios restantes: los hermanos Fernández Manchón y José Pérez Pérez. Este último seguirá desempeñando funciones de tesorero. Ahora, el capital social de la em-presa ascendía a 450.000 reales y la futura disolución de la sociedad se supeditaba al fallecimiento de alguno de sus socios, ya que a partir de ese momento su continua-ción se dilataría el tiempo preciso para hacer frente a los compromisos pendientes.

Tras doce años, aquella sociedad sufre una nueva reorganización y, desde el 5 de mayo de 1870, comien-za una nueva etapa bajo el nombre de Sociedad Fabril Manchón y Labernia27. En esta ocasión, los intereses de Manchón y Consortes se unen a los de José Mª Labernia Cruz que poseía, en terrenos de José Pérez, la fundición San Antonio de Los Lobos. A aquel le correspondían las tres cuartas partes del negocio, mientras que la cuarta

21 MADOZ, Pascual: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Andalucía, Salamanca, 1988 (Ed. facsímil, vol. Almería, voz Almagrera, p. 37.

22 En el Expediente de inventario, tasación, cuenta, partición y adjudicación de los bienes quedados al fallecimiento de Don Diego Fernández Manchón, protocolizado en Cuevas el 20 de mayo de 1881, se describe con cierto detalle las dependencias de la instalación y la finca circundante: “[…] el edifico señalado […] ocupando una planta superficial de ocho mil trescientos veinte metros cincuenta y dos centímetros, consta de varios departamentos para el uso y servidumbre del establecimiento, y son portería, casa de máquina de vapor, almacenes, fraguas, carpintería, cuartel de los operarios, cuadra y antiguo ventilador, casa principal, cuatro grandes patios para minerales y carbón y otras habitaciones para distintos usos; y a más una galería de condensación que mide una longitud de mil setecientos treinta y un metros, y como accesorio a dicha fábrica de fundición cuarenta y dos hectáreas, veinte y ocho áreas de tierra secano…”, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9919, 20-5-1881, AHPA.

23 Libro contable de Diego Fernández Manchón, “Fábrica fundición Encarnación del Tomillar”, fols. 85-86, ARA.24 Abundan los asientos de entrada de beneficios procedentes de la Encarnación, destacando los 60.347 reales que se ingresan el 27 de enero de 1850

en la cuenta de Diego Fernández Manchón. En Libro contable de Diego Fernández Manchón, “Entradas en la caja de Diego Fernández Manchón”, fol. 47 vto., ARA.

25 Libro contable de Diego Fernández Manchón, “Cuenta de Atanasio Fernández Manchón”, fol. 178, ARA.26 Compañía de Diego Fernández Manchón y Consortes, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9829, 29-11-1858, AHPA.27 Diego Manchón y Consortes y José Mª Labernia Cruz, P. 9.904, 4-5-1870, AHPA.

Mina República en el barranco del Chaparral de Sierra Almagrera, en la que los Manchones tuvieron participación accionarial. Hacia 1875. (Foto José Rodrigo / Col. Fondo Cultural Espín de Lorca)

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parte restante era propiedad de los herederos de Pascual Ayuso, activo fundidor de los primeros años de la minería de Almagrera a quien perteneció el establecimiento meta-lúrgico nominado Virgen del Pilar de Águilas. El capital de la nueva sociedad ascendió a dos millones de reales, de los que tres quintas partes (120.000 escudos) eran aportados por los socios de la antigua Manchón y Consortes y las otras dos quintas partes pertenecían a Labernia. Con este cambio, que suponía una ampliación del negocio fundidor, se inaugurará un floreciente período que convertirá a esta flamante sociedad durante los años centrales de la década de 1870 en la segunda compañía del ramo metalúrgico en volumen de plomo embarcado por la aduana de Ga-rrucha, superado tan sólo por los negocios fundidores de Antonio Abellán Peñuela, y la primera en exportaciones al extranjero. La prensa local del momento dejará constancia de la importancia fabril del distrito minero de Almagrera al reflejar mediante elocuente cuadro los embarques de metal acaecidos a lo largo de 187428, con referencia a los cargadores, destinos y cantidades embarcadas por cada uno, apreciándose al mismo tiempo el destacado puesto de la empresa de los Manchones en esta particular clasi-ficación (Cuadro II).

A la muerte de Diego29, acontecida el 14 de febre-ro de 1878, Manchón y Labernia cesa en su actividad y funciones hasta la creación de la Sociedad fabril Manchón y Compañía en Liquidación, la cual adquiere naturaleza legal mediante escritura el 17 de septiembre de 187830.

Tal y como predijese el respetado ingeniero Ezquerra del Bayo unos años antes, la presencia de abundante agua en el subsuelo de las explotaciones iba a desacelerar la frenética actividad extractiva en Almagrera desde 1847, cuando se produce por primera vez el encuentro con el líquido en la mina Constancia del Jaroso. A partir de 1850 se organizarán e intensificarán los trabajos destinados a achicar el agua de las minas inundadas, agolpándose los intentos y fracasos en una lucha constante contra el agua que se traducirá en la instalación de máquinas de desagüe y la apertura de socavones31. Serán varias las empresas y sociedades que se entreguen a la consecución de este objetivo, aunque la que ahora interesa es la que formó el entonces párroco de Cuevas, José Sánchez Puerta32, con Ramón Orozco, Antonio José Romero y Anastasio Márquez Guirao, legalizando su contrato de desagüe el 3 de febrero de 1858. Pues bien, Orozco, Romero y Cia., que así se llamó la sociedad, afrontó la tarea con eficacia al aumentar y modernizar los medios mecánicos de extracción y complementarlos con la continuación del socavón Riqueza Positiva hasta 1865. Con la muerte del sacerdote, quien lo sustituirá, “como heredero de este último”33, en las responsabilidades de la empresa va a ser Diego Fernández Manchón, el cual, el 2 de enero de 1866, asistirá a una primera reunión para abordar las circuns-tancias poco favorables por las que estaba atravesando la empresa. Tan es así que, después de un fallido intento para que el ingeniero mecánico Paul Colson se hiciera cargo del Desagüe de Almagrera mediante la creación de una sociedad con capital extranjero, los antiguos socios crearán a través de escritura pública de 30 de junio de 1866 la empresa titulada Unión Desaguadora34, dividida en 200 acciones. Y a pesar de los esfuerzos de la nueva compañía que, hacia finales de los sesenta, ya había concluido los trabajos del socavón y reparado la máquina de vapor, todo ello en un momento de escasa cantidad de agua en las minas y aumento de la producción, las sociedades mineras seguían incumpliendo sus contratos con la empresa acumulando débitos y conduciendo a la Unión Desaguadora a la quiebra económica. Ante esta nefasta situación, a lo largo de septiembre y octubre de

CARGADORES Destinos españolesKgs.

Destinos extranjerosKgs.

TOTALKgs.

Antonio Abellán Peñuela 2.166.244 2.005.982 4.172.229Manchón y Labernia 92.000 3.140.880 3.232.880Guillermo M. Huelin 1.930.859 1.930.859José Chaserot 478.980 900.000 1.378.980Manuel Soler Gómez

217.706 1.103.080 1.320.786

Hermanos Anglada 1.208.542 1.208.542Bravo y Compañía 972.040 972.040Francisco Soler en Liq. 104.216 729.562 833.778José Soler Gómez 50.046 657.800 708.446Alarcón Pérez y Compañía 2.655 535.398 538.053Antonio Bernabé Lentisco 53.314 455.078 508.392

Cuadro II. Embarque de metales por la aduana de Garrucha en 1874

Fuente: El Minero de Almagrera, nº 54, 15-4-1875

28 El Minero de Almagrera, nº 54, 15 de abril de 1875.29 Testamentaría de Diego Fernández Manchón, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9914, 9-3-1878, AHPA.30 Hijuela de Félix Fernández Sánchez, ARA31 La descripción pormenorizada de los distintos intentos para desaguar las profundidades de Almagrera se contiene en el Informe de la Comisión de

Estudio del Desagüe de Sierra Almagrera, magnífica crónica histórica sobre este particular redactada pos los ingenieros Pablo García Martino, Federico Kuntz, Juan Pié y Allué y Fernando Villasante, publicada en Madrid en 1891.

32 El cura de Montejícar, pues era natural de este pueblo granadino, fue uno de esos pioneros de la minería de Almagrera que estuvo en el lugar adecuado en el momento oportuno. Fue el instigador de la Sociedad Esperanza y Consortes, una de las tres minas primitivas que operaron desde los primeros momentos en el barranco Jaroso. Accionista también de Observación, llegó a realizar importantes adquisiciones de fincas rústicas en las vegas de Motril y Almería. Véase SÁNCHEZ PICÓN, Andrés: Op. cit., 1992.

33 Informe de la Comisión de Estudio del Desagüe de Sierra Almagrera, p. 32.34 Ibídem, p. 52.

APOGEO MINERO DE SIERRA ALMAGRERA: LOS NEGOCIOS DE LOS FERNÁNDEZ MANCHÓN

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la presidencia de un buen número de sociedades mine-ras. En la década de los 40 ha peleado por conseguir un espacio destacado entre los tratantes de mineral, y lo ha conseguido plenamente haciéndose de un capital y unas relaciones que en la etapa que está a punto de inaugurarse van a ser determinantes. Sólo faltaba una coyuntura propicia que le permitiese la inversión del capital acumulado en unas acciones que hasta ese momento han estado muy caras. A partir de 1850 la bajada del precio de las participaciones mineras inci-tará a Fernández Manchón a una compra de valores que le permitirá ir copando puestos en las directivas de numerosas sociedades. Además de seguir ocupando la presidencia de San Gabriel de Flores, lo vemos entre 1856 y 1860 en lo más alto de la sociedad especial Patrocinio38. Luego, con la Ley de Minas del 11 de julio de 1859 que establecía un mayor control sobre la es-tructura y capitalización de las sociedades, forzando la reorganización de muchas de ellas, se le ofrecerá otra oportunidad, ni mucho menos desaprovechada, para encumbrarse: a finales de ese año es presidente de San Agustín y Esperanza y Consortes, en el barranco Jaroso, y de la sociedad especial minera La Observadora, que explotaba la mina del mismo nombre en el barranco Francés de Almagrera. En los años posteriores nos lo encontraremos con el mismo cargo en la Observación a la República (1863), Valentina (1866) y Numancia (1870). Atanasio, por su parte, mucho más modesto en esta particular carrera, desempeñará en 1864 las fun-ciones de apoderado de la sociedad especial Descuido y presidirá en 1866 la sociedad de partido titulada Virgen de la Maravillas39.

La muerte de Diego Fernández Manchón en 1878 va a coincidir con el inicio de una acusada depreciación del plomo y la plata en los mercados internaciones que truncará esa bondadosa estabilidad de precios que se había producido desde 186040. La caída de las cotizacio-nes de uno y otro metal provocará indudablemente una rápida devaluación de las participaciones mineras de los accionistas, llegando su precio en algunos casos a cifras irrisorias. El inventario post mortem de nuestro protago-nista, en el extenso apartado que dedica a minas, viene precisamente a corroborar ese espectacular descenso en la cotización de las acciones, pero nos alumbra de igual modo sobre el inmenso patrimonio que en este preciso sector acumuló a lo largo de su vida, si bien algunos de sus intereses en determinadas sociedades de las que sabemos que formó parte ya habían sido vendidas o trasferidas. Merece la pena, no obstante, como ilustración de este periplo por su trayectoria de minero y fundidor, reflejar el dilatado elenco de explo-

1871, se anuncia en el Boletín Oficial de la Provincia la oferta de traspaso “a otra sociedad que con más fortuna y mayores fondos terminase la campaña de reformas por ella emprendida”35; va a ser Diego Fernández Manchón, como presidente de la sociedad, el encargado de “invitar a las personas o Sociedades que quisieran encargarse de este negocio a presentar proposiciones para hacer suyos los derechos y deberes de la Sociedad (…)”36. Una vez recibidas y estudiadas las proposiciones, los aboga-dos Fernández Manchón, Piqueras Giménez y Alarcón Gómez, en representación de los miembros de la Unión Desaguadora, cederán, mediante escritura firmada el 4 de enero de 1872, a favor de Jacinto Mª Anglada, Enrique Calvet, Gustave de la Vallée, Alfredo Huet, Alfredo Goyler, Leopold de la Vallée y Charles Gillet37.

Cada vez son más los frentes abiertos por este incansable emprendedor que de 1850 a 1870 llegará a

35 Ibídem, p. 35.36 Ibídem, p. 35.37 Ibídem, p. 36.38 Correspondencia de los socios de la Sociedad Minera Patrocinio con su presidente Diego Fernández Manchón, del 21-12-1856 al 1-10-1860, ARA.39 Estos datos, tanto los referidos a los cargos de Diego como los ocupados por Atanasio, son el resultado de la revisión de unos 170 títulos mineros

diferentes. No descarto que ambos hermanos pudiesen haber estado involucrados en la directiva de alguna otra sociedad minera, lo que por otro lado sería lo más probable.

40 “La depreciación de los metales: la “crisis minera”, en SANCHEZ PICÓN, Andrés: Op. cit., 1992, pp. 236-243.

Acción de la Sociedad Especial Minera Patrocinio, en la que Diego Fernández Manchón ocuparía la presidencia durante la década de 1850. (Col. Enrique Fernández Bolea)

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taciones a las que, a su muerte, se hallaba vinculado; será esta la mejor manera de hacernos una idea de su peso específico en el ámbito de Almagrera, además de servirnos para apreciar las repercusiones de la crisis de 1878 en el valor de las acciones (Cuadro III).

Cuadro III. Participación de Diego Fernández Man-chón en sociedades mineras

Cuando se produce el fallecimiento de Diego, el valor de sus propiedades rústicas en Vélez Rubio se elevaba a 50.290 pesetas, que se veían incrementa-das en aquella comarca por las 13.694 que valían las propiedades repartidas por Vélez Blanco y, sobre todo, Chirivel. Los pagos de Espadín, Cobaticas y Hena-res, en donde se concentraban la mayor parte de las propiedades heredadas por los hermanos Fernández Manchón, estuvieron lógicamente en el punto de mira de sus inversiones rústicas, buscando casi siempre la ampliación de los predios que ya estaban en su poder mediante la compra de las fincas colindantes. Ahora bien, es indudable que se trataba de las mejores tie-rras, que además contaban con el valor añadido de estar dotadas con aguas abundantes para riego. Y la preocupación por garantizar caudales a las tierras de su propiedad se hace patente en las numerosas iniciativas que los hacendados de Henares y Cobaticas promueven para abastecerse de la rambla de Chirivel. En octubre de 1859, este grupo de hacendados, entre los que se encuentran Diego Fernández Manchón, Gregorio Prat Lacal o Antonio Carrasco Serna, admitiendo que “vienen beneficiando sus respectivas propiedades con el agua que fluye desde tiempo inmemorial” por el mencionado

Sociedad Especial Minera Nº Partic. F. Valoren ptas.

Carmen 30 4/8 500 San Agustín 72 1 y ¼ 500 Virgen de las Maravillas 60 2 50Esperanza y Fe 200 6 60Virgen del Pilar 36 2 48Purísima Concepción 39 ½ 40Patrocinio 100 20 400Observación a la República 42 6 40Exploradora 100 9 y ¾ 40Espartana 100 2 48Soledad y Consortes(Pulpí) 100 10 40Carmen de Gómez Larios 66 1 8Ángeles 200 6 24Alianza 105 9 y ½ 48Ascanio (Pulpí) 56 6 18República 100 1 y ¼ 200Descuido 60 3 12Valentina 100 3 100Hermosa 69 1 100Observadora 125 34 144Angelina 150 2 40Consuelo 61 3 y ½ 36

41 Expediente de inventario…, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9919, 20-5-1881, AHPA.

Fuente: Inventario post mortem de Diego Fernández Man-chón, 20-5-1881

Por último, habría que referir la curiosa y signifi-cativa participación de Diego Fernández Manchón en un negocio naviero. Y es que el 3 de mayo de 1871 comprará a Esteban March y Consortes la cuarta parte de la balandra mercante con matrícula de Barcelona denominada María Antonieta, cuyo valor en su inventario post mortem de 1881 ascendía a 1.000 pesetas41.

EL AUMENTO DE LA HACIENDA COMO DESTINO DEL CAPITAL

Le sucedió a la inmensa mayoría de los beneficiados por la plata y el plomo de Almagrera. La tradición familiar se imponía a la hora de focalizar las inversiones, y los Fernández Manchón no van a ser una excepción. Ellos destinarán los cuantiosos beneficios a incrementar la hacienda heredada de sus progenitores, y lo harán se-leccionando distintos ámbitos geográficos, en unos casos por cercanía u origen y en otros por rentabilidad.

Acción de la Sociedad Especial Minera San Agustín, de la que Diego Fernández Manchón fue presidente. (Col. Enrique Fernández Bolea)

APOGEO MINERO DE SIERRA ALMAGRERA: LOS NEGOCIOS DE LOS FERNÁNDEZ MANCHÓN

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curso, se reúnen para atender el mantenimiento de la mina que han construido recientemente con el fin de aumentar los aportes42.

En otros casos las aguas que vivifican sus fincas provienen del barranco de la Cueva del Toro o proce-den del Maimón, también conocida como fuente de los Molinos, correspondientes estas últimas al alporchón de Vélez Rubio. Y es que esta familia tiene participa-ción en las aguas del Maimón que por entonces y todavía hoy son de propiedad particular. Con estos recursos se regaban unas 10.000 fanegas de la vega de Vélez Rubio, por lo que su venta mediante ese sistema tradicional de origen morisco, denominado al-porchón, se había convertido en un lucrativo negocio. Diariamente las hilas de agua eran adjudicadas a los regantes interesados mediante pujas voluntarias, es decir, estamos ante una subasta al mejor postor de la que los propietarios obtendrán sustanciosos benefi-cios. Cada hila se subdividía en dos medios llamados de naturales y de población, ajustándose a una tanda de ocho días los primeros y de trece los segundos43. Pues bien, Diego Fernández Manchón era propietario de cinco medios de aguas de los conocidos como de población, y de tres medios y “la mitad de otro” de los que son llamados naturales, todos ellos de aguas de la fuente de los Molinos, y cuyo valor, según la tasación realizada a su muerte, alcanzaba las 5.000 y 5.838 pesetas respectivamente44. Si tenemos presente que los predios de nuestro abogado se regaban no sólo con estos recursos hídricos de carácter privado, sino también con caudales procedentes de fuentes comu-

nales, siempre le quedarían aguas sobrantes de su propiedad para someterlas al alporchón. Los que en Almagrera trajinaban con minerales, en Vélez merca-dean con un recurso básico y esencial para una vega que no deja de extenderse y, por tanto, de demandar recursos hídricos: también aquí el negocio está ase-gurado. Diego, además de terrateniente, comienza a sobresalir como aguateniente.

Este mismo interés por garantizar el abasteci-miento de sus tierras y comerciar con los excedentes hídricos se volverá a poner de manifiesto cuando deci-da participar en la Sociedad de Aguas Nuestra Señora de la Asunción de Huércal-Overa45. El velezano poseía algunos predios en el paraje del Cabezo de la Jara, pertenecientes a los términos municipales de Vélez Rubio y Lorca (no olvidemos que Puerto Lumbreras era entonces una diputación de esta última), los cuales habían sido fertilizados tradicionalmente mediante las escasas aguas que manaban de la Fuente de la Asunción. Con el objeto de explorar y aumentar los aportes, se constituye el 19 de mayo de 1864 la mencionada sociedad que, mediante la construcción de una galería de alumbramiento, consiguió que para mediados de 1866 saliesen por la boca de la mina unos 500 litros de agua por segundo. Desde luego, el abogado se fue haciendo progresivamente con un porcentaje muy importante de la emisión de acciones, ya que, de las 286, a su muerte le pertenecían 45, con un valor de 5.290 pesetas46, convirtiéndose proba-blemente en uno de los mayores accionistas, si no el primero, de aquella sociedad. Téngase en cuenta que ese total de acciones se repartió inicialmente entre 259 socios, por lo que la participación se encontraba muy dividida. Lo cierto es que, tras la construcción de algunos cauces, la nueva empresa comenzó a disfrutar de cuantiosos beneficios con la venta del agua que -y nos recuerda al alporchón velezano- se atenía al sistema de subasta pública.

Sería esta misma Sociedad la encargada de promo-

ver, con una inversión aproximada de 145.000 reales, un molino harinero en el Cabezo de la Jara47, que aprove-chaba la fuerza hidráulica del ramal de riego de la Fuente de la Asunción para hacer funcionar su mecanismo. Ahí controlaba Fernández Manchón 43 de las 184 acciones en que estaba dividido dicho artefacto48, abriendo de este modo un nuevo canal en esa tendencia a diversificar sus inversiones desde su llegada al Levante. Su relación con esta agroindustria se completará en Cuevas con la compra de derechos (“51 horas en la tanda de 28 días

42 Documentos pertenecientes a Félix Fernández Sánchez, ARA. 43 Sobre el alporchón en Los Vélez, su historia y pormenores, consúltese PALANQUES AYÉN, Fernando: Historia de la Villa de Vélez Rubio. Antiguo

Marquesado de los Vélez desde los tiempos primitivos hasta nuestros días, Vélez Rubio, 1987 (Ed. Facsímil), pp. 250-256.44 Expediente de inventario…, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9919, 20-5-1881, AHPA. 45 Sobre esta sociedad de aguas, véase GARCÍA ASENSIO, Enrique: Historia de la villa de Huércal-Overa y su comarca, Huércal-Overa, 2004 (Ed.

Facsímil), Vol. III, pp. 25-27.46 Expediente de inventario…, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9919, 20-5-1881, AHPA. 47 GARCÍA ASENSIO, Enrique: Op. cit., 2004, p. 26.48 Expediente de inventario…, Eno. Pedro Rame y Berber, P. 9919, 20-5-1881, AHPA.

Reparto pasivo de la Sociedad de Aguas La Asunción de Huércal-Overa. Diego Fernández Manchón poseyó en ésta 45 acciones. (Col. Enrique Fernández Bolea)

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de que consta”49) en la sociedad que explotaba el molino harinero de la Huerta, situado en la margen derecha del río Almanzora, que siempre se había aprovechado de las aguas de la Fuente de Overa. Nuestro protagonista ingresará así en ese grupo de adinerados que, en su afán de controlar todos los medios de producción de su entorno, convertirán estos artefactos en destino final de parte de sus inversiones; y lo harían porque la mayoría de sus fincas y predios, principalmente los de regadío, se dedicaban al cultivo de cereales que, después, pre-cisaban de un proceso de molturación. Las 51 horas del abogado, como las de cualquier otro miembro de estas sociedades de la industria tradicional, se emplearían en la molienda del cereal propio o se venderían a terceros cuando no las precisasen50.

Como no podía ser de otro modo, Fernández Manchón acumularía tierras en Cuevas que, según el inventario de 1881, fueron tasadas en 13.177 pesetas. Sin embargo, un vistazo detenido desvelará la ausencia de propiedad en la feraz vega de la localidad levantina, lo que nos hace sospechar de que a su llegada, hacia finales de 1842, la oferta de tierra en los pagos de huerta y río hubiese sucumbido ante la brutal demanda que ejercieron, en los años precedentes, los afortunados accionistas de las minas ricas, quienes, como sabemos, destinaron buena parte de sus ingentes beneficios a aumentar y mejorar la hacienda familiar. El velezano tuvo que desplazarse hasta la periferia del municipio para adquirir extensas superficies, como la finca de más de 27 hectáreas que poseía en la diputación de Vizcaínos que contenía tierras de riego y secano, una casa-cortijo y hasta una noria. Por lo demás, el resto de sus propiedades rústicas en Cuevas consistía en pequeños secanos y parcelas incultas distribuidos por los barrancos de Sierra Almagrera; probablemente el objeto de estas adquisiciones obedecía más bien a la posibilidad futura de realizar exploraciones sobre estos terrenos en busca de filones metalíferos.

Sin embargo, va a ser en el término de Lorca donde concentre algunas de sus joyas rústicas. El valor global de sus fincas en este municipio murciano se situó en 57.148 pesetas, pero tan sólo una de las propiedades allí ubicadas alcanzaba en la tasación de 1881 las 42.000 pesetas. Era una labor con una superficie de 147 hec-táreas de riego y secano en la Diputación de Nogalte, conteniendo dos casas-cortijo, una ermita, una balsa, dos eras de mies trillar, árboles frutales y nogales; y como ya venía siendo habitual en sus haciendas, ésta también estaba dotada para su fertilización con una jornada y media de agua, distribuida de 15 en 15 días, procedente del caño y balsa de Los Cegarros.

Y por si este entramado que acabamos de describir no reflejase con suficiente claridad la estratégica diver-sificación de sus negocios, de vez en cuando encontra-remos a estos incombustibles tratando con ganado51 o destinando capital para la compra de lana y trigo en Los Vélez52. Sobre este último particular existe un sabroso documento público53 de abril de 1847 donde José Pérez Pérez, quien se convertiría al poco tiempo en socio de los hermanos con motivo de la compra de la fundición Encarnación, afirma haber entregado, durante los meses de enero y febrero de ese año y por encargo de Diego y Atanasio Fernández Manchón, la cantidad de 55.325 reales al velezano Gregorio Prat para que la distribuye-se “entre varios sujetos de la villa de Vélez Rubio y su campo” a cuenta de la próxima cosecha de lana.

Por último, habría que citar otras dos facetas de Diego: la primera, como administrador de las numerosas propiedades e intereses de los marqueses de la Romana en Cuevas; y la segunda, con mayor trascendencia, su actividad como prestamista que le lleva al adelanto de importantes cantidades avaladas mediante la garantía hipotecaria de algún bien inmueble. Tras su fallecimien-to, el inventario de sus bienes arrojaba la cantidad de

49 Ibídem.50 “Los molinos hidráulicos” en FERNÁNDEZ BOLEA, Enrique: Agua y vida en Cuevas del Almanzora. Una historia de luchas y anhelos. (Siglos

XVI-XXI), Cuevas del Almanzora, 2006, pp. 99-100.51 Libro contable de Diego Fernández Manchón, ARA52 Ibídem, “Empleo de lana en Vélez Rubio en 1847” y “Compra de trigo en Vélez en 1847”, fol. 81v-82, ARA.53 Documento público a solicitud de José Pérez Pérez expedido en Arboleas, Eno. Juan Ramón de Cintas, 16-4-1847, ARA.

Fotocomposición realizada como recuerdo de la fundación de la Ermita de Nogalte (Puerto Lumbreras) en 1868, cuyo impulsor fue Diego Fernández Manchón. (Foto José Rodrigo / Col Fondo Cultural Espín de Lorca)

APOGEO MINERO DE SIERRA ALMAGRERA: LOS NEGOCIOS DE LOS FERNÁNDEZ MANCHÓN

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29.505 pesetas en créditos realizados a individuos de Lorca y Vélez Rubio, todos ellos protocolizados ante notario y respaldados en su mayor parte por fincas de carácter rústico.

PARTICIPACIÓN DE LOS MANCHONES EN UNA SUBASTA DE BIENES DESAMORTIZADOS

Desde que comenzó este relato, el abogado Diego Fernández Manchón ha hecho alarde de un privilegiado olfato para idear el negocio más rentable, ha actuado con inteligencia en el momento de diversificar sus inver-siones y ha sabido, por fin, cultivar buenas relaciones mercantiles y trepar con éxito hacia puestos de decisión y control. Y todo ello lo ha practicado con la naturalidad de quien se halla a sus anchas y domina el cotarro, pero si algo le ha sobrado a lo largo de este ya largo recorrido ha sido su sentido de la oportunidad. Fernández Man-chón es un oportunista, ya que siempre ha sabido estar en el lugar adecuado en el momento más propicio.

Y la oportunidad se le volverá a presentar a fina-les de 1853, cuando el Obispado de Almería anuncie la subasta de bienes desamortizados que han sido devueltos a la Iglesia tras la firma del concordato entre España y la Santa Sede. El 16 de marzo de 1851, Juan Brunelli, Arzobispo de Tesalónica, como plenipoten-ciario de Pío IX, y Manuel Beltrán de Lis, ministro de Estado, en nombre de la reina Isabel II, convienen un articulado de 46 puntos por el que la Iglesia española recupera privilegios y poderes, además de su eterna e implacable influencia sobre la sociedad española,

los cuales había sufrido algún menoscabo durante los gobiernos liberales precedentes. Pues bien, en su artículo 35 se establece: “Se devolverán desde luego y sin demora a las mismas, y en su representación a los Prelados diocesanos en cuyo territorio se hallen los conventos o se hallaban antes de las últimas vicisitudes, los bienes de su pertenencia que están en poder del gobierno, y que no han sido enajenados. Pero teniendo Su Santidad en consideración el estado actual de estos bienes y otras particulares circunstancias, a fin de que con su producto pueda atenderse con más igualdad a los gastos de culto y otros generales, dispone que los Prelados, en nombre de las comunidades religiosas propietarias, procedan inmediatamente y sin demora a la venta de los expresados bienes, por medio de subastas públicas, hechas de la forma canónica y con interven-ción de persona nombrada por el gobierno de S. M. El producto de estas ventas se convertirá en inscripciones intransferibles de la Deuda de Estado del 3 por 100, cuyo capital e intereses se distribuirán entre todos los referidos conventos en proporción a sus necesidades y circunstancias, para atender a los gastos indicados y al pago de las pensiones de las religiosas que tengan derecho a percibirlas, sin perjuicio de que el gobierno supla, como hasta aquí, lo que fuese necesario para el completo pago de dichas pensiones hasta el fallecimien-to de las pensionadas (...)”54. Se produjo esa devolución al clero secular y regular de las fincas que no habían sido enajenadas, y se promulgó el Real Decreto de 9 de diciembre de 1851 por el que se fijaba el procedimiento para verificar la venta de aquellos bienes.

Los hermanos Fernández Manchón se enterarán, a raíz de la publicación de los edictos, de la subasta de bienes eclesiásticos que iba a tener lugar en el Palacio Episcopal de Almería el 24 de octubre de 1853, y co-nocerán a través de esa misma publicidad que, entre los lotes que se ofrecerían al mejor postor, figuraban varias fincas urbanas y rústicas de su interés en Vélez Rubio. Supieron desde el primer momento que aquella era una buena ocasión para hacerse con propiedades de la Iglesia a precios muy ventajosos, ya que la insti-tución, según había establecido el reciente Concordato, estaba obligada a vender unas propiedades dispersas que, debido a las exclaustraciones, estaban sumidas en el abandono más absoluto, de ahí que para facilitar el remate en la subasta se rebajasen los precios de salida. Pero no serán ellos los que se personen en el lugar de la subasta sino que el 20 de octubre otorgarán poder notarial a Pedro Guevara Pérez, ante el escribano de Cuevas Pedro Rame y Berber, para que en su nombre pueda “posturar, mejorar y rematar las fincas que tuviera por conveniente”. Utilizando esas facultades, el apodera-

54 “Concordato celebrado entre España y la Santa Sede en el año de 1851”, en CANGA ARGÜELLES, José: El Gobierno Español en sus relaciones con la Santa Sede, Madrid, 1856, p. 151.

55 Entre los bienes del Convento de Religiosos Observantes de San Francisco de Asís, según inventario practicado en 1821 por orden del Jefe Político de Granada, se anotaban los siguientes: “una casa Fábrica de sayales en el Cabecico (la cual surtía de éstos a toda la provincia de Cartagena) que había sido destruida, en parte, por los franceses y servía de enterramiento interino desde 1812”. En PALANQUES AYÉN, Fernando: Op. cit., 1987, p. 567.

La antigua Fábrica de Sayales (en el Cabecico), levantada por los franciscanos a mediados del s. XVIII, fue subastada y adquirida por los hermanos Fernández Manchón en 1853. Este soberbio edificio fue estúpidamente derribado en la década de los 80 para levantar un bloque de pisos.

FERNÁNDEZ BOLEA, Enrique

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do ofrecerá 425 reales por la Fábrica de Sayales55 que, situada en las afueras de Vélez Rubio, había pertenecido a los franciscanos; luego, por una casa en la misma villa que fue de la cofradía de las Ánimas, “que hay en ella una mesa de billar”, anunció 5.250 reales; y finalmente, 1.666 reales por dos fanegas de tierra en el Cabecico, término igualmente de Vélez Rubio, las cuales perte-necieron también a las Ánimas. Acto seguido, las “tres posturas a las fincas que quedan referidas se notariaron varias veces por la voz pública, sin que se presentase ningún otro licitador a mejorarlas, y habiendo dado las doce se apercibió el remate de ellas con las voces de costumbre (...)”56.

A MODO DE CONCLUSIÓN

La intensidad de sus operaciones empresariales y comerciales, en progresivo aumento desde la lejana década de 1840; la crecida cifra de relaciones que las protagonizan y el éxito de todos su negocios situarán a los Manchones en una posición de privilegio en las compartimentadas sociedades cuevana y velezana. Pero el hecho de haber fijado su residencia en la lo-calidad levantina, supuso una plena integración de los hermanos en su entramado social, siendo aquí donde la siguiente generación –Fernández Sánchez y Fernández Pérez– consoliden su posición e influencia, aunque bien es verdad que en este nuevo período se atisbarán en el horizonte los nubarrones de una crisis económica en ciernes.

A unos padres avezados, emprendedores y trajina-tes sucederán unos vástagos acomodados en sus pro-fesiones liberales que se dedicarán a la exclusiva admi-nistración de los bienes heredados, desmontando, nada más morir Diego, ese complejo entramado comercial y

patrimonial que levantó con tanto tesón. De los cuatro hijos que le sobrevivieron, los tres varones –Diego Máxi-mo, Silvestre y Félix– siguieron los pasos académicos de su padre y terminaron la carrera de leyes, ejerciendo como abogados los dos primeros y ganando una plaza de notario el tercero; con ello se cumplía con una de las convicciones más generalizadas de estas familias adineradas del XIX, que consideraban la abogacía una opción profesional prestigiosa y práctica.

También supieron, como era habitual entre los miembros de aquella clase enriquecida, promover unio-nes matrimoniales fundamentadas en el incremento del capital y patrimonio familiares, de ahí que el primogénito Diego Máximo se casara con su prima-hermana, Euge-nia Fernández Pérez, hija de Atanasio; a estos esponsa-les endogámicos se unieron otros que exigían el mismo origen social de los contrayentes, tal y como ocurrió con Félix que celebró nupcias con Dolores Portal y Sola, de la burguesía madrileña, quien aportaría al matrimonio una dote valorada en 39.443 pesetas de 1883; o el ma-trimonio habido entre la única hija de Diego, Jerónima, y el rico comerciante cuevano Antonio Bravo Pascual, miembro además de una de esas familias pujantes de la Cuevas decimonónica.

A la muerte de Diego Fernández Manchón, un 14 de febrero de 1878, su capital se dividirá, sus negocios se desvanecerán, pero la influencia y posicionamiento de la familia se acrecentará a medida que sus descendientes ocupen estratégicos espacios sociales y profesionales. Aunque será un espejismo, porque ese aumento de la apariencia en detrimento de la solidez económica, pro-piciará, ya en la tercera generación el agotamiento del patrimonio familiar y el final de su supremacía social.

56 Todos los datos hasta aquí expuestos sobre este episodio han sido extractados de un documento público de la Curia de Almería, expedida a favor de Pedro Guevara Pérez, apoderado de Diego y Atanasio Fernández Manchón, 1-12-1853, ARA.

Cuevas del Almanzora a principios del siglo XX. (Foto Federico Blain. Colección Manrique García Flores).