Una ciudad y un niño crecen, se...mundo de mañana, el mundo en el que ustedes serán hombres, debe...

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Una ciudad y un niño crecen, setransforman y se deforman juntos,arrastrados sin posibilidad deresistencia inmediata por la fuerzade un proceso históricoaparentemente ciego y sin sentido:vidas individuales y existenciacolectiva dominadas por lafrustración y la impotencia que elescritor descubre en su propiaciudad de México. A lo largo de unrelato ejemplar, el autor lleva a caboun implacable y lúcido ajuste decuentas con la realidad que le tocóvivir a toda una generación. Y ya

sea porque su obra aborda losgrandes temas de la literatura (elamor, la muerte, el paso del tiempo)o porque incorpora problemáticas degran actualidad (la discriminación,las consecuencias de lamodernización para México yLatinoamérica, la ecología, laglobalización), el autor logra lo quetodos los escritores buscan peropocos consiguen: ser leído.

José Emilio Pacheco

Las batallas en eldesierto

ePub r1.0

Antwan 08.08.13

Título original: Las batallas en eldesiertoJosé Emilio Pacheco, 1981

Editor digital: AntwanEditor original: fulanoePub base r1.0

A la memoria de José Estrada,Alberto Isaac y Juan Manuel

Torres,

y a Eduardo Mejía

The past is a foreign country.They do things differently there.

L. P. Hartley: The Go-Between

IEl mundo antiguo

Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué añoera aquél? Ya había supermercados perono televisión, radio tan sólo: Lasaventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, ElLlanero Solitario, La Legión de losMadrugadores, Los Niños Catedráticos,Leyendas de las calles de México,Panseco, El Doctor I.Q., La DoctoraCorazón desde su Clínica de Almas.Paco Malgesto narraba las corridas de

toros, Carlos Albert era el cronista defutbol, el Mago Septién trasmitía elbéisbol. Circulaban los primeros cochesproducidos después de la guerra:Packard, Cadillac, Buick, Chrysler,Mercury, Hudson, Pontiac, Dodge,Plymouth, De Soto. Íbamos a verpelículas de Errol Flynn y TyronePower, a matinés con una de episodioscompleta: La invasión de Mongo era mipredilecta. Estaban de moda Sin ti, Larondalla, La burrita, La Múcura,Amorcito Corazón. Volvía a sonar entodas partes un antiguo boleropuertorriqueño: Por alto esté el cielo enel mundo, por hondo que sea el mar

profundo, no habrá una barrera en elmundo que mi amor profundo no rompapor ti.

Fue el año de la poliomielitis:escuelas llenas de niños con aparatosortopédicos; de la fiebre aftosa: en todoel país fusilaban por decenas de milesreses enfermas; de las inundaciones: elcentro de la ciudad se convertía otra vezen laguna, la gente iba por las calles enlancha. Dicen que con la próximatormenta estallará el Canal del Desagüey anegará la capital. Qué importa,contestaba mi hermano, si bajo elrégimen de Miguel Alemán ya vivimoshundidos en la mierda.

La cara del Señorpresidente endondequiera: dibujos inmensos, retratosidealizados, fotos ubicuas, alegorías delprogreso con Miguel Alemán como DiosPadre, caricaturas laudatorias,monumentos. Adulación pública,insaciable maledicencia privada.Escribíamos mil veces en el cuadernode castigos: Debo ser obediente, deboser obediente, debo ser obediente conmis padres y con mis maestros. Nosenseñaban historia patria, lenguanacional, geografía del DF: los ríos (aúnquedaban ríos), las montañas (se veíanlas montañas). Era el mundo antiguo.Los mayores se quejaban de la inflación,

los cambios, el tránsito, la inmoralidad,el ruido, la delincuencia, el exceso degente, la mendicidad, los extranjeros, lacorrupción, el enriquecimiento sin límitede unos cuantos y la miseria de casitodos. Decían los periódicos: El mundoatraviesa por un momento angustioso. Elespectro de la guerra final se proyectaen el horizonte. El símbolo sombrío denuestro tiempo es el hongo atómico. Sinembargo había esperanza. Nuestroslibros de texto afirmaban: Visto en elmapa México tiene forma de cornucopiao cuerno de la abundancia. Para elimpensable año dos mil se auguraba —sin especificar cómo íbamos a lograrlo

— un porvenir de plenitud y bienestaruniversales. Ciudades limpias, sininjusticia, sin pobres, sin violencia, sincongestiones, sin basura. Para cadafamilia una casa ultramoderna yaerodinámica (palabras de la época). Anadie le faltaría nada. Las máquinasharían todo el trabajo. Calles repletas deárboles y fuentes, cruzadas porvehículos sin humo ni estruendo niposibilidad de colisiones. El paraíso enla tierra. La utopía al fin conquistada.

Mientras tanto nos modernizábamos,incorporábamos a nuestra hablatérminos que primero habían sonadocomo pochismos en las películas de Tin

Tan y luego insensiblemente semexicanizaban: tenquíu, oquéi,uasamara, sherap, sorry, uan mómentpliis. Empezábamos a comerhamburguesas, pays, donas, jotdogs,malteadas, áiscrim, margarina,mantequilla de cacahuate. La cocacolasepultaba las aguas frescas de jamaica,chía, limón. Los pobres seguían tomandotepache. Nuestros padres se habituabanal jaibol que en principio les supo amedicina. En mi casa está prohibido eltequila, le escuché decir a mi tío Julián.Yo nada más sirvo whisky a misinvitados: hay que blanquear el gusto delos mexicanos.

IILos desastres de la

guerra

En los recreos comíamos tortas de nataque no se volverán a ver jamás.Jugábamos en dos bandos: árabes yjudíos. Acababa de establecerse Israel yhabía guerra contra la Liga Árabe. Losniños que de verdad eran árabes yjudíos sólo se hablaban para insultarse ypelear. Bernardo Mondragón, nuestro

profesor, les decía: Ustedes nacieronaquí. Son tan mexicanos como suscompañeros. No hereden el odio.Después de cuanto acaba de pasar (lasinfinitas matanzas, los campos deexterminio, la bomba atómica, losmillones y millones de muertos), elmundo de mañana, el mundo en el queustedes serán hombres, debe ser un sitiode paz, un lugar sin crímenes y sininfamias. En las filas de atrás sonabauna risita. Mondragón nos observabatristísimo, se preguntaba qué iba a ser denosotros con los años, cuántos males ycuántas catástrofes aún estarían pordelante.

Hasta entonces el imperio otomanoperduraba como la luz de una estrellamuerta: Para mí, niño de la coloniaRoma, árabes y judíos eran “turcos”.Los “turcos” no me resultaban extrañoscomo Jim, que nació en San Francisco yhablaba sin acento los dos idiomas; oToru, crecido en un campo deconcentración para japoneses; o Peraltay Rosales. Ellos no pagaban colegiatura,estaban becados, vivían en lasvecindades ruinosas de la colonia de losDoctores. La calzada de La Piedad,todavía no llamada avenidaCuauhtémoc, y el parque Uruetaformaban la línea divisoria entre Roma

y Doctores. Romita era un puebloaparte. Allí acecha el Hombre delCostal, el gran Robachicos. Si vas aRomita, niño, te secuestran, te sacan losojos, te cortan las manos y la lengua, teponen a pedir caridad y el Hombre delCostal se queda con todo. De día es unmendigo; de noche un millonarioelegantísimo gracias a la explotación desus víctimas. El miedo de estar cerca deRomita. El miedo de pasar en tranvíapor el puente de avenida Coyoacán: sólorieles y durmientes; abajo el río sucio deLa Piedad que a veces con las lluvias sedesborda.

Antes de la guerra en el Medioriente

el principal deporte de nuestra claseconsistía en molestar a Toru. Chinochino japonés: come caca y no me des.Aja, Toru, embiste: voy a clavarte un parde banderillas. Nunca me sumé a lasburlas. Pensaba en lo que sentiría yo,único mexicano en una escuela de Tokio;y lo que sufriría Toru con aquellaspelículas en que los japoneses eranrepresentados como simios gesticulantesy morían por millares. Toru, el mejor delgrupo, sobresaliente en todas lasmaterias. Siempre estudiando con sulibro en la mano. Sabía jiu-jit-su. Unavez se cansó y por poco hace pedazos aDomínguez. Lo obligó a pedirle perdón

de rodillas. Nadie volvió a meterse conToru. Hoy dirige una industria japonesacon cuatro mil esclavos mexicanos.

Soy de la Irgún. Te mato: Soy de laLegión Árabe. Comenzaban las batallasen el desierto. Le decíamos así porqueera un patio de tierra colorada, polvo detezontle o ladrillo, sin árboles niplantas, sólo una caja de cemento alfondo. Ocultaba un pasadizo hecho entiempos de la persecución religiosa parallegar a la casa de la esquina y huir porla otra calle. Considerábamos elsubterráneo un vestigio de épocasprehistóricas. Sin embargo, en aquelmomento la guerra cristera se hallaba

menos lejana de lo que nuestra infanciaestá de ahora. La guerra en que lafamilia de mi madre participó con algomás que simpatía. Veinte años despuéscontinuaba venerando a los mártirescomo el padre Pro y Anacleto GonzálezFlores. En cambio nadie recordaba a losmiles de campesinos muertos, losagraristas, los profesores rurales, lossoldados de leva.

Yo no entendía nada: la guerra,cualquier guerra, me resultaba algo conlo que se hacen películas. En ella tardeo temprano ganan los buenos (¿quiénesson los buenos?). Por fortuna en Méxicono había guerra desde que el general

Cárdenas venció la sublevación deSaturnino Cedillo. Mis padres no podíancreerlo porque su niñez, adolescencia yjuventud pasaron sobre un fondocontinuo de batallas y fusilamientos.Pero aquel año, al parecer, las cosasandaban muy bien: a cada ratosuspendían las clases para llevarnos a lainauguración de carreteras, avenidas,presas, parques deportivos, hospitales,ministerios, edificios inmensos.

Por regla general eran nada más unmontón de piedras. El presidenteinauguraba enormes monumentosinconclusos a sí mismo. Horas y horasbajo el sol sin movernos ni tomar agua

—Rosales trae limones; son muy buenospara la sed; pásate uno— esperando lallegada de Miguel Alemán. Joven,sonriente, simpático, brillante,saludando a bordo de un camión deredilas con su comitiva.

Aplausos, confeti, serpentinas,flores, muchachas, soldados (todavíacon sus cascos franceses), pistoleros(aún nadie los llamaba guaruras), laeterna viejecita que rompe la vallamilitar y es fotografiada cuando entregaal Señorpresidente un ramo de rosas.

Había tenido varios amigos peroninguno les cayó bien a mis padres:Jorge por ser hijo de un general que

combatió a los cristeros; Arturo porvenir de una pareja divorciada y estar acargo de una tía que cobraba por echarlas cartas; Alberto porque su madreviuda trabajaba en una agencia deviajes, y una mujer decente no debíasalir de su casa. Aquel año yo era amigode Jim. En las inauguraciones, que yaformaban parte natural de la vida, Jimdecía: Hoy va a venir mi papá. Y luego:¿Lo ven? Es el de la corbata azulmarina.Allí está junto al presidente Alemán.Pero nadie podía distinguirlo entre lascabecitas bien peinadas con linaza oGlostora. Eso sí: a menudo sepublicaban sus fotos. Jim cargaba los

recortes en su mochila. ¿Ya viste a mipapá en el Excélsior? Qué raro: no separecen en nada. Bueno, dicen que salí ami mamá. Voy a parecerme a él cuandocrezca.

IIIAlí Babá y los

Cuarenta Ladrones

Era extraño que si su padre tenía unpuesto tan importante en el gobierno yuna influencia decisiva en los negocios,Jim estudiara en un colegio demediopelo, propio para quienesvivíamos en la misma colonia Romavenida a menos, no para el hijo delpoderosísimo amigo íntimo y compañero

de banca de Miguel Alemán; el ganadorde millones y millones a cada iniciativadel presidente: contratos por todaspartes, terrenos en Acapulco, permisosde importación, constructoras,autorizaciones para establecer filialesde compañías norteamericanas;asbestos, leyes para cubrir todas lasazoteas con tinacos de asbestocancerígeno; reventa de leche en polvohurtada a los desayunos gratuitos en lasescuelas populares, falsificación devacunas y medicinas, enormescontrabandos de oro y plata, inmensasextensiones compradas a centavos pormetro, semanas antes de que se

anunciaran la carretera o las obras deurbanización que elevarían diez milveces el valor de aquel suelo; cienmillones de pesos cambiados en dólaresy depositados en Suiza el día anterior ala devaluación.

Aún más indescifrable resultaba queJim viviera con su madre no en una casade Las Lomas, o cuando menos Polanco,sino en un departamento en un tercerpiso cerca de la escuela. Qué raro. Notanto, se decía en los recreos: la mamáde Jim es la querida de ese tipo. Laesposa es una vieja horrible que salemucho en sociales. Fíjate cuando hayaalgo para los niños pobres (je je, mi

papá dice que primero los hacen pobresy luego les dan limosna) y la verásretratada: espantosa, gordísima. Pareceguacamaya o mamut. En cambio la mamáde Jim es muy joven, muy guapa, algunoscreen que es su hermana. Y él, terciabaAyala, no es hijo de ese cabrón rateroque está chingando a México, sino de unperiodista gringo que se llevó a la mamáa San Francisco y nunca se casó conella. El Señor no trata muy bien al pobrede Jim. Dicen que tiene mujeres portodas partes. Hasta estrellas de cine ytoda la cosa. La mamá de Jim sólo esuna entre muchas.

No es cierto, les contestaba yo. No

sean así. ¿Les gustaría que se hablara desus madres en esa forma? Nadie seatrevió a decirle estas cosas a Jim peroél, como si adivinara la murmuración,insistía: Veo poco a mi papá porquesiempre está fuera, trabajando alservicio de México. Sí cómo no,replicaba Alcaraz: “trabajando alservicio de México”: Alí Baba y loscuarenta ladrones. Dicen en mi casa queestán robando hasta lo que no hay. Todosen el gobierno de Alemán son una bolade ladrones. Ya que te compre otrosuetercito con lo que nos roba.

Jim se pelea y no quiere hablar connadie. No me imagino qué pasaría si se

enterase de los rumores acerca de sumadre. (Cuando él está presente losataques de nuestros compañeros selimitan al Señor.) Jim se ha hecho miamigo porque no soy su juez. Enresumidas cuentas, él qué culpa tiene.Nadie escoge cómo nace, en dónde nace,cuándo nace, de quiénes nace. Y ya novamos a entrar en la guerra de losrecreos. Hoy los judíos tomaronJerusalén pero mañana será la venganzade los árabes.

Los viernes, a la salida de laescuela, iba con Jim al Roma, el Royal,el Balmori, cines que ya no existen.Películas de Lassie o Elizabeth Taylor

adolescente. Y nuestro predilecto:programa triple visto mil veces:Frankenstein, Drácula, El Hombre Lobo.O programa doble: Aventuras enBirmania y Dios es mi copiloto. O bien,una que al padre Pérez del Valle leencantaba proyectar los domingos en suClub Vanguardias: Adiós, míster Chips.Me dio tanta tristeza como Bambi.Cuando a los tres o cuatro años vi estapelícula de Walt Disney, tuvieron quesacarme del cine llorando porque loscazadores mataban a la mamá de Bambi.En la guerra asesinaban a millones demadres. Pero no lo sabía, no lloraba porellas ni por sus hijos; aunque en el

Cinelandia —junto a las caricaturas delPato Donald, el Ratón Mickey, Popeyeel Marino, el Pájaro Loco y Bugs Bunny— pasaban los noticieros: bombascayendo a plomo sobre las ciudades,cañones, batallas, incendios, ruinas,cadáveres.

IVLugar de en medio

Éramos tantos hermanos que no podíainvitar a Jim a mi casa. Mi madresiempre arreglando lo que dejábamostirado, cocinando, lavando ropa; ansiosade comprar lavadora, aspiradora,licuadora, olla express, refrigeradoreléctrico. (El nuestro era de los últimosque funcionaban con un bloque de hielocambiado todas las mañanas.) En esaépoca mi madre no veía sino el estrecho

horizonte que le mostraron en su casa.Detestaba a quienes no eran de Jalisco.Juzgaba extranjeros al resto de losmexicanos y aborrecía en especial a loscapitalinos. Odiaba la colonia Romaporque empezaban a desertarla lasbuenas familias y en aquellos años lahabitaban árabes y judíos y gente delsur: campechanos, chiapanecos,tabasqueños, yucatecos. Regañaba aHéctor que ya tenía veinte años y en vezde asistir a la Universidad Nacional endonde estaba inscrito, pasaba lassemanas en el Swing Club y en billares,cantinas, burdeles. Su pasión era hablarde mujeres, política, automóviles. Tanto

quejarse de los militares, decía, y ya vencómo anda el país cuando imponen en lapresidencia a un civil. Con mi generalHenríquez Guzmán, México estaría tanbien como Argentina con el generalPerón. Ya verán, ya verán cómo se van aponer aquí las cosas en 1952. Me cansoque, con el PRI o contra el PRI,Henríquez Guzmán va a ser presidente.

Mi padre no salía de su fábrica dejabones que se ahogaba ante lacompetencia y la publicidad de lasmarcas norteamericanas. Anunciabanpor radio los nuevos detergentes: Ace,Fab, Vel, y sentenciaban: El jabón pasóa la historia. Aquella espuma que para

todos (aún ignorantes de sus daños)significaba limpieza, comodidad,bienestar y, para las mujeres, liberaciónde horas sin término ante el lavadero,para nosotros representaba la cresta dela ola que se llevaba nuestrosprivilegios.

Monseñor Martínez, arzobispo deMéxico, decretó un día de oración ypenitencia contra el avance delcomunismo. No olvido aquella mañana:en el recreo le mostraba a Jim uno demis Pequeños Grandes Libros, novelasilustradas que en el extremo superior dela página tenían cinito (las figurasparecían moverse si uno dejaba correr

las hojas con el dedo pulgar), cuandoRosales, que nunca antes se habíametido conmigo, gritó: Hey, miren: esosdos son putos. Vamos a darles pamba alos putos. Me le fui encima a golpes.Pásame a tu madre, pinche buey, y verásqué tan puto, indio pendejo. El profesornos separó. Yo con un labio roto, él consangre de la nariz que le manchaba lacamisa.

Gracias a la pelea mi padre meenseñó a no despreciar. Me preguntó conquién me había enfrentado. Llamé“indio” a Rosales. Mi padre dijo que enMéxico todos éramos indios, aun sinsaberlo ni quererlo. Si los indios no

fueran al mismo tiempo los pobres nadieusaría esa palabra a modo de insulto.Me referí a Rosales como “pelado”. Mipadre señaló que nadie tiene la culpa deestar en la miseria, y antes de juzgar mala alguien debía pensar si tuvo lasmismas oportunidades que yo.

Millonario frente a Rosales, frente aHarry Atherton yo era un mendigo. Elaño anterior, cuando aún estudiábamosen el Colegio México, Harry Athertonme invitó una sola vez a su casa en LasLomas: billar subterráneo, piscina,biblioteca con miles de tomosencuadernados en piel, despensa, cava,gimnasio, vapor, cancha de tenis, seis

baños. (¿Por qué tendrán tantos bañoslas casas ricas mexicanas?) Su cuartodaba a un jardín en declive con árbolesantiguos y una cascada artificial. AHarry no lo habían puesto en elAmericano sino en el México para queconociera un medio de lengua españolay desde temprano se familiarizara conquienes iban a ser sus ayudantes, susprestanombres, sus eternos aprendices,sus criados.

Cenamos. Sus padres no medirigieron la palabra y hablaron todo eltiempo en inglés. Honey, how do youlike the little Spic? He’s a midget, isn’the? Oh Jack, please. Maybe the poor kid

is catching on. Don’t worry, dear, hewouldn’t understand a thing. Al díasiguiente Harry me dijo: Voy a darte unconsejo: aprende a usar los cubiertos.Anoche comiste filete con el tenedor delpescado. Y no hagas ruido al tomar lasopa, no hables con la boca llena,mastica despacio trozos pequeños.

Lo contrario me pasó con Rosalescuando acababa de entrar en estaescuela, ya que ante la crisis de sufábrica mi padre no pudo seguir pagandolas colegiaturas del México. Fui acopiar unos apuntes de civismo a casade Rosales. Era un excelente alumno, elde mejor letra y ortografía, y todos lo

utilizábamos para estos favores. Vivíaen una vecindad apuntalada con vigas.Los caños inservibles anegaban el patio.En el agua verdosa flotaba mierda.

A los veintisiete años su madreparecía de cincuenta. Me recibió muyamable y, aunque no estaba invitado, mehizo compartir la cena. Quesadillas desesos. Me dieron asco. Chorreaban unagrasa extrañísima semejante al aceitepara coches. Rosales dormía sobre unpetate en la sala. El nuevo hombre de sumadre lo había expulsado del únicocuarto.

VPor hondo que sea el

mar profundo

El pleito convenció a Jim de que yo erasu amigo. Un viernes hizo lo que nuncahabía hecho: me invitó a merendar en sucasa. Qué pena no poder llevarlo a lamía. Subimos al tercer piso y abrió lapuerta. Traigo llave porque a mi mamáno le gusta tener sirvienta. Eldepartamento olía a perfume, estaba

ordenado y muy limpio. Mueblesflamantes de Sears Roebuck. Una foto dela señora por Semo, otra de Jim cuandocumplió un año (al fondo el GoldenGate), varias del Señor con elpresidente en ceremonias, eninauguraciones, en el Tren Olivo, en elavión El Mexicano, en fotos de conjunto.“El Cachorro de la Revolución” y suequipo: los primeros universitarios quegobernaban el país. Técnicos, nopolíticos. Personalidades moralesintachables, insistía la propaganda.

Nunca pensé que la madre de Jimfuera tan joven, tan elegante y sobre todotan hermosa. No supe qué decirle. No

puedo describir lo que sentí cuando ellame dio la mano. Me hubiera gustadoquedarme allí mirándola. Pasen porfavor al cuarto de Jim. Voy a terminar deprepararles la merienda. Jim me enseñósu colección de plumas atómicas (losbolígrafos apestaban, derramaban tintaviscosa; eran la novedad absoluta aquelaño en que por última vez usábamostintero, manguillo, secante), los juguetesque el Señor le compró en EstadosUnidos: cañón que disparaba cohetes desalva, cazabombardero de propulsión achorro, soldados con lanzallamas,tanques de cuerda, ametralladoras deplástico (apenas comenzaban los

plásticos), tren eléctrico Lionel, radioportátil. No llevo nada de esto a laescuela porque nadie tiene juguetes asíen México. No, claro, los niños de laSegunda Guerra Mundial no tuvimosjuguetes. Todo fue producción militar.Hasta la Parker y la Esterbrook, leí enSelecciones, fabricaron en vez deplumas materiales de guerra. Pero no meimportaban los juguetes. Oye ¿cómodijiste que se llama tu mamá? Mariana.Le digo así, no le digo mamá. ¿Y tú? No,pues no, a la mía le hablo de usted; ellatambién les habla de usted a misabuelitos. No te burles Jim, no te rías.

Pasen a merendar, dijo Mariana. Y

nos sentamos. Yo frente a ella,mirándola. No sabía qué hacer: noprobar bocado o devorarlo todo parahalagarla. Si como, pensará que estoyhambriento; si no como, creerá que nome gusta lo que hizo. Mastica despacio,no hables con la boca llena. ¿De quépodemos conversar? Por fortunaMariana rompe el silencio. ¿Qué teparecen? Les dicen Flying Saucers:platos voladores, sándwiches asados eneste aparato. Me encantan, señora, nuncahabía comido nada tan delicioso. PanBimbo, jamón, queso Kraft, tocino,mantequilla, ketchup, mayonesa,mostaza. Eran todo lo contrario del

pozole, la birria, las tostadas de pata, elchicharrón en salsa verde que hacía mimadre. ¿Quieres más platos voladores?Con mucho gusto te los preparo. No, milgracias, señora. Están riquísimos perode verdad no se moleste.

Ella no tocó nada. Habló, me hablótodo el tiempo. Jim callado, comiendouno tras otro platos voladores. Marianame preguntó: ¿A qué se dedica tu papá?Qué pena contestarle: es dueño de unafábrica, hace jabones de tocador y delavadero. Lo están arruinando losdetergentes. ¿Ah sí? Nunca lo habíapensado. Pausas, silencios. ¿Cuántoshermanos tienes? Tres hermanas y un

hermano. ¿Son de aquí de la capital?Sólo la más chica y yo, los demásnacieron en Guadalajara. Teníamos unacasa muy grande en la calle de SanFrancisco. Ya la tumbaron. ¿Te gusta laescuela? La escuela no está mal aunque—¿verdad Jim?— nuestros compañerosson muy latosos.

Bueno, señora, con su permiso, yame voy. (¿Cómo aclararle: me matan siregreso después de las ocho?) Un millónde gracias, señora. Todo estuvo muyrico. Voy a decirle a mi mamá quecompre el asador y me haga platosvoladores. No hay en México, intervinopor primera vez Jim. Si quieres te lo

traigo ahora que vaya a los EstadosUnidos.

Aquí tienes tu casa. Vuelve pronto.Muchas gracias de nuevo, señora.Gracias Jim. Nos vemos el lunes. Cómome hubiera gustado permanecer allí parasiempre o cuando menos llevarme lafoto de Mariana que estaba en la sala.Caminé por Tabasco, di vuelta enCórdoba para llegar a mi casa enZacatecas. Los faroles plateados dabanmuy poca luz. Ciudad en penumbra,misteriosa colonia Roma de entonces.Átomo del inmenso mundo, dispuestomuchos años antes de mi nacimientocomo una escenografía para mi

representación. Una sinfonola tocaba elbolero. Hasta ese momento la músicahabía sido nada más el Himno Nacional,los cánticos de mayo en la iglesia, CriCri, sus canciones infantiles —Loscaballitos, Marcha de las letras, Negritosandía, El ratón vaquero, Juan Pestañas— y la melodía circular, envolvente,húmeda de Ravel con que la XEQiniciaba sus transmisiones a las seis ymedia, cuando mi padre encendía elradio para despertarme con el estruendode La Legión de los Madrugadores. Alescuchar el otro bolero que nada teníaque ver con el de Ravel, me llamó laatención la letra. Por alto esté el cielo

en el mundo, por hondo que sea el marprofundo.

Miré la avenida Álvaro Obregón yme dije: Voy a guardar intacto elrecuerdo de este instante porque todo loque existe ahora mismo nunca volverá aser igual. Un día lo veré como la másremota prehistoria. Voy a conservarloentero porque hoy me enamoré deMariana. ¿Qué va a pasar? No pasaránada. Es imposible que algo suceda.¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela parano ver a Jim y por tanto no ver aMariana? ¿Buscar a una niña de miedad? Pero a mi edad nadie puedebuscar a ninguna niña. Lo único que

puede es enamorarse en secreto, ensilencio, como yo de Mariana.Enamorarse sabiendo que todo estáperdido y no hay ninguna esperanza.

VIObsesión

Cuánto tardaste. Mamá, le dije que iba amerendar a casa de Jim. Sí pero nadie tedio permiso para volver a estas horas:son ocho y media. Estabapreocupadísima: pensé que te mataron ote secuestró el Hombre del Costal. Quéporquerías habrás comido. Ve tú a saberquiénes serán los padres de tu amiguito.¿Es ese mismo con el que vas al cine?

Sí. Su papá es muy importante.

Trabaja en el gobierno. ¿En el gobierno?¿Y vive en ese mugroso edificio? ¿Porqué nunca me habías contado? ¿Cómodijiste que se llama? Imposible:Conozco a la esposa. Es íntima amiga detu tía Elena. No tienen hijos. Es unatragedia en medio de tanto poder y tantariqueza. Te están tomando el pelo,Carlitos. Quién sabe con qué fines perote están tomando el pelo. Voy a pedirle atu profesor que desenrede tanto misterio.No, por favor, se lo suplico: no le diganada a Mondragón. ¿Qué pensaría lamamá de Jim si se enterase? La señorafue muy buena conmigo. Ahora sí, sóloeso me faltaba. ¿Qué secreto te traes? Di

la verdad: ¿No fuiste a casa del tal Jim?Finalmente convencí a mi madre. De

todos modos le quedó la sospecha deque algo extraño había ocurrido. Pasé unfin de semana muy triste. Volví a serniño y regresé a la plaza Ajusco a jugarsolo con mis carritos de madera. Laplaza Ajusco adonde me llevaban reciénnacido a tomar sol y en donde aprendí acaminar. Sus casas porfirianas, algunasya demolidas para construir edificioshorribles. Su fuente en forma de trébol,llena de insectos que se deslizabansobre el agua. Y entre el parque y micasa vivía doña Sara P. de Madero. Meparecía imposible ver de lejos a una

persona de quien hablaban los libros dehistoria, protagonista de cosas ocurridascuarenta años atrás. La viejecita frágil,dignísima, siempre de luto por sumarido asesinado.

Jugaba en la plaza Ajusco y unaparte de mí razonaba: ¿Cómo puedeshaberte enamorado de Mariana si sólo lahas visto una vez y por su edad podríaser tu madre? Es idiota y ridículoporque no hay ninguna posibilidad deque te corresponda. Pero otra parte, lamás fuerte, no escuchaba razones: sólorepetía su nombre como si elpronunciarlo fuera a acercarla. El lunesresultó peor. Jim dijo: Le caíste muy

bien a Mariana. Le gusta que seamosamigos. Pensé: Entonces me registra, sefijó en mí, se dio cuenta —un poco,cuando menos un poco— de en quéforma me ha impresionado.

Durante semanas y semanaspreguntaba por ella con cualquierpretexto para que Jim no se extrañase.Trataba de camuflar mi interés y almismo tiempo sacarle información sobreMariana. Jim nunca me dijo nada que yono supiera. Al parecer ignoraba supropia historia. No me imagino cómopodían saberla los demás. Una y otravez le rogaba que me llevara a su casapara ver los juguetes, los libros

ilustrados, los cómics. Jim leía cómicsen inglés que Mariana le compraba enSanborns. Por lo tanto despreciabanuestras lecturas: Pepín, Paquín,Chamaco, Cartones; para algunosprivilegiados el Billiken argentino o ElPeneca chileno.

Como siempre nos dejaban muchatarea sólo podía ir los viernes a casa deJim. A esa hora Mariana se hallaba en elsalón de belleza, arreglándose para salirde noche con el Señor. Volvía a las ochoy media o nueve y jamás pude quedarmea esperarla. En el refrigerador estabalista la merienda: ensalada de pollo,cole-slaw, carnes frías, pay de manzana.

Una vez, al abrir Jim un clóset, cayó unafoto de Mariana a los seis meses,desnuda sobre una piel de tigre. Sentíuna gran ternura al pensar en lo que porobvio nunca se piensa: Mariana tambiénfue niña, también tuvo mi edad, tambiénsería una mujer como mi madre ydespués una anciana como mi abuela.Pero en aquel entonces era la máshermosa del mundo y yo pensaba en ellaen todo momento. Mariana se habíaconvertido en mi obsesión. Por alto estéel cielo en el mundo, por hondo que seael mar profundo.

VIIHoy como nunca

Hasta que un día —un día nublado delos que me encantan y no le gustan anadie— sentí que era imposible resistirmás. Estábamos en clase de lenguanacional como le llamaba al español.Mondragón nos enseñaba el pretéritopluscuamperfecto de subjuntivo:Hubiera o hubiese amado, hubieras ohubieses amado, hubiera o hubieseamado, hubiéramos o hubiésemos

amado, hubierais o hubieseis amado,hubieran o hubiesen amado. Eran lasonce. Pedí permiso para ir al baño. Salíen secreto de la escuela. Toqué el timbredel departamento 4. Una dos tres veces.Al fin me abrió Mariana: fresca,hermosísima, sin maquillaje. Llevaba unkimono de seda. Tenía en la mano unrastrillo como el de mi padre pero enminiatura. Cuando llegué se estabaafeitando las axilas, las piernas. Porsupuesto se asombró al verme. Carlos,¿qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo aJim? No, no señora: Jim está muy bien,no pasa nada.

Nos sentamos en el sofá. Mariana

cruzó las piernas. Por un segundo elkimono se entreabrió levemente. Lasrodillas, los muslos, los senos, elvientre plano, el misterioso sexoescondido. No pasa nada, repetí. Esque… No sé cómo decirle, señora. Meda tanta pena. Qué va a pensar usted demí. Carlos, de verdad no te entiendo. Meparece muy extraño verte así y a estahora. Deberías estar en clase, ¿no escierto? Sí claro, pero es que ya nopuedo, ya no pude. Me escapé, me salísin permiso. Si me cachan me expulsan.Nadie sabe que estoy con usted. Porfavor, no le vaya a decir a nadie quevine. Y a Jim, se lo suplico, menos que a

nadie. Prométalo.Vamos a ver: ¿Por qué andas tan

exaltado? ¿Ha ocurrido algo malo en tucasa? ¿Tuviste algún problema en laescuela? ¿Quieres un chocomilk, unacocacola, un poco de agua mineral? Tenconfianza en mí. Dime en qué formapuedo ayudarte. No, no puede ayudarme,señora. ¿Por qué no, Carlitos? Porque loque vengo a decirle —ya de una vez,señora, y perdóneme— es que estoyenamorado de usted.

Pensé que iba a reírse, a gritarme:estás loco. O bien: fuera de aquí, voy aacusarte con tus padres y con tuprofesor. Temí todo esto: lo natural. Sin

embargo Mariana no se indignó ni seburló. Se quedó mirándome tristísima.Me tomó la mano (nunca voy a olvidarque me tomó la mano) y me dijo:

Te entiendo, no sabes hasta quépunto. Ahora tú tienes quecomprenderme y darte cuenta de queeres un niño como mi hijo y yo para tisoy una anciana: acabo de cumplirveintiocho años. De modo que ni ahorani nunca podrá haber nada entrenosotros. ¿Verdad que me entiendes? Noquiero que sufras. Te esperan tantascosas malas, pobrecito. Carlos, tomaesto como algo divertido. Algo quecuando crezcas puedas recordar con una

sonrisa, no con resentimiento. Vuelve ala casa con Jim y sigue tratándome comolo que soy: la madre de tu mejor amigo.No dejes de venir con Jim, como si nadahubiera ocurrido, para que se te pase lainfatuation —perdón: el enamoramiento— y no se convierta en un problemapara ti, en un drama capaz de hacertedaño toda tu vida.

Sentí ganas de llorar. Me contuve ydije: Tiene razón, señora. Me doy cuentade todo. Le agradezco mucho que seporte así. Discúlpeme. De todos modostenía que decírselo. Me iba a morir si nose lo decía. No tengo nada queperdonarte, Carlos. Me gusta que seas

honesto y que enfrentes tus cosas. Porfavor no le cuente a Jim. No le diré,pierde cuidado.

Solté mi mano de la suya. Melevanté para salir. Entonces Mariana meretuvo: Antes de que te vayas ¿puedopedirte un favor?: Déjame darte un beso.Y me dio un beso, un beso rápido, no enlos labios sino en las comisuras. Unbeso como el que recibía Jim antes deirse a la escuela. Me estremecí. No labesé. No dije nada. Bajé corriendo lasescaleras. En vez de regresar a clasescaminé hasta Insurgentes. Despuésllegué en una confusión total a mi casa.Pretexté que estaba enfermo y quería

acostarme.Pero acababa de telefonear el

profesor. Alarmados al ver que noaparecía, me buscaron en los baños ypor toda la escuela. Jim afirmó: Debe dehaber ido a visitar a mi mamá. ¿A estashoras? Sí: Carlitos es un tipo muy raro.Quién sabe qué se trae. Yo creo que noanda bien de la cabeza. Tiene unhermano gángster medioloco.

Mondragón y Jim fueron aldepartamento. Mariana confesó que yohabía estado allí unos minutos porque elviernes anterior olvidé mi libro dehistoria. Y a Jim le dio rabia estamentira. No sé cómo pero vio claro todo

y le explicó al profesor. Mondragónhabló a la fábrica y a la casa para contarlo que yo había hecho, aunque Marianalo negaba. Su negativa me volvió aúnmás sospechoso a los ojos de Jim, deMondragón, de mis padres.

VIIIPríncipe de este

mundo

Nunca pensé que fueras un monstruo.¿Cuándo has visto aquí malos ejemplos?Dime que fue Héctor quien te indujo aesta barbaridad. El que corrompe a unniño merece la muerte lenta y todos loscastigos del infierno. Anda, habla, no tequedes llorando como una mujerzuela.Di que tu hermano te malaconsejó para

que lo hicieras.Oiga usted, mamá, no creo haber

hecho algo tan malo, mamá. Todavíatienes el cinismo de alegar que no hashecho nada malo. En cuanto se te baje lafiebre vas a confesarte y a comulgarpara que Dios Nuestro Señor perdone tupecado.

Mi padre ni siquiera me regañó. Selimitó a decir: Este niño no es normal.En su cerebro hay algo que no funciona.Debe de ser el golpe que se dio a losseis meses cuando se nos cayó en laplaza Ajusco. Voy a llevarlo con unespecialista.

Todos somos hipócritas, no podemos

vernos ni juzgarnos como vemos yjuzgamos a los demás. Hasta yo que nome daba cuenta de nada sabía que mipadre llevaba años manteniendo la casachica de una señora, su exsecretaria, conla que tuvo dos niñas. Recordé lo queme pasó una vez en la peluqueríamientras esperaba mi turno. Junto a lasrevistas políticas estaban Vea y Vodevil.Aproveché que el peluquero y su cliente,absortos, hablaban mal del gobierno.Escondí el Vea dentro del Hoy y mirélas fotos de Tongolele, Su Muy Key,Kalantán, casi desnudas. Las piernas,los senos, la boca, la cintura, lascaderas, el misterioso sexo escondido.

El peluquero —que afeitaba todoslos días a mi padre y me cortaba el pelodesde que cumplí un año— vio por elespejo la cara que puse. Deja eso,Carlitos. Son cosas para grandes. Te voya acusar con tu papá. De modo, pensé,que si eres niño no tienes derecho a quete gusten las mujeres. Y si no aceptas laimposición se forma el gran escándalo yhasta te juzgan loco. Qué injusto.

¿Cuándo, me pregunté, había tenidopor vez primera conciencia del deseo?Tal vez un año antes, en el cineChapultepec, frente a los hombrosdesnudos de Jennifer Jones en Duelo alsol. O más bien al ver las piernas de

Antonia cuando se subía las faldas paratrapear el suelo pintado de congoamarillo. Antonia era muy linda y erabuena conmigo. Sin embargo yo ledecía: Eres mala porque ahorcas a lasgallinas. Me angustiaba verlas agonizar.Mejor comprarlas muertas ydesplumadas. Pero esa costumbreapenas se iniciaba. Antonia se fueporque Héctor no la dejaba en paz.

No volví a la escuela ni me dejaronsalir a ningún lado. Fuimos a la iglesiade Nuestra Señora del Rosario adondeíbamos los domingos a oír misa, hice miprimera comunión y, gracias a misprimeros viernes, seguía acumulando

indulgencias. Mi madre se quedó en unabanca, rezando por mi alma en peligrode eterna condenación. Me hinqué anteel confesionario. Muerto de vergüenza,le dije todo al padre Ferrán.

En voz baja y un poco acezante elpadre Ferrán me preguntó detalles:¿Estaba desnuda? ¿Había un hombre enla casa? ¿Crees que antes de abrirte lapuerta cometió un acto sucio? Y luego:¿Has tenido malos tactos? ¿Hasprovocado derrame? No sé qué es eso,padre. Me dio una explicación muyamplia. Luego se arrepintió, cayó encuenta de que hablaba con un niñoincapaz de producir todavía la materia

prima para el derrame, y me echó undiscurso que no entendí: Por obra delpecado original, el demonio es elpríncipe de este mundo y nos tiendetrampas, nos presenta ocasiones paradesviarnos del amor a Dios y obligarnosa pecar: una espina más en la corona quehace sufrir a Nuestro Señor Jesucristo.

Dije: Sí padre; aunque no podíaconcebir al demonio ocupándosepersonalmente de hacerme caer ententación. Mucho menos a Cristosufriendo porque yo me habíaenamorado de Mariana. Como es derigor, manifesté propósito de enmienda.Pero no estaba arrepentido ni me sentía

culpable: querer a alguien no es pecado,el amor está bien, lo único demoníaco esel odio. Aquella tarde el argumento delpadre Ferrán me impresionó menos quesu involuntaria guía práctica para lamasturbación. Llegué a mi casa conganas de intentar los malos tactos yconseguir el derrame. No lo hice. Recéveinte padresnuestros y cincuentaavesmarías. Comulgué al día siguiente.Por la noche me llevaron al consultoriopsiquiátrico de paredes blancas ymuebles niquelados.

IXInglés obligatorio

El psiquiatra me interrogó y apuntócuanto le decía en unas hojas amarillasrayadas. No supe contestar. Yo ignorabael vocabulario de su oficio y no huboninguna comunicación posible. Nuncame había imaginado las cosas que mepreguntó acerca de mi madre y mishermanas. Después me hicieron dibujara cada miembro de la familia y pintarárboles y casas. Más tarde me

examinaron con la prueba de Rorschach(¿Habrá alguien que no vea monstruosen las manchas de tinta?), con números,figuras geométricas y frases que yodebía completar. Eran tan bobas comomis respuestas:

“Mi mayor placer”: Subirme a losárboles y escalar las fachadas de lascasas antiguas, la nieve de limón, losdías de lluvia, las películas deaventuras, las novelas de Salgari. O no:más bien quedarme en cama despierto.Pero mi padre me levanta a las seis ymedia para que haga ejercicio, inclusivesábados y domingos. “Lo que másodio”: La crueldad con la gente y con

los animales, la violencia, los gritos, lapresunción, los abusos de los hermanosmayores, la aritmética, que haya quienesno tienen para comer mientras otros sequedan con todo; encontrar dientes deajo en el arroz o en los guisados; quepoden los árboles o los destruyan; verque tiren el pan a la basura.

La muchacha que me hizo las últimaspruebas conversó delante de mí con elotro. Hablaron como si yo fuera unmueble. Es un problema edípicoclarísimo, doctor. El niño tiene unainteligencia muy por debajo de lonormal. Está sobreprotegido y essumiso. Madre castrante, tal vez escena

primaria: fue a ver a esa señora asabiendas de que podría encontrarla consu amante. Discúlpeme, Elisita, perocreo todo lo contrario: el chico eslistísimo y extraordinariamente precoz,tanto que a los quince años podríaconvertirse en un perfecto idiota. Laconducta atípica se debe a que padecedesprotección, rigor excesivo de ambosprogenitores, agudos sentimientos deinferioridad: Es, no lo olvide, de muycorta estatura para su edad y resulta elúltimo de los hermanos varones. Fíjesecómo se identifica con las víctimas, conlos animales y los árboles que nopueden defenderse. Anda en busca del

afecto que no encuentra en laconstelación familiar.

Me dieron ganas de gritarles:imbéciles, siquiera pónganse de acuerdoantes de seguir diciendo pendejadas enun lenguaje que ni ustedes mismosentienden. ¿Por qué tienen que pegarleetiquetas a todo? ¿Por qué no se dancuenta de que uno simplemente seenamora de alguien? ¿Ustedes nunca sehan enamorado de nadie? Pero el tipovino hacia mí y dijo: Ya puedes irte,mano. Enviaremos el resultado de lostests a tu papi.

Mi padre me esperaba muy serio enla antesala, entre números maltratados

de Life, Look, Holiday, orgulloso depoder leerlos de corrido. Acababa deaprobar, el primero en su grupo deadultos, un curso nocturno e intensivo deinglés y a diario practicaba con discos ymanuales. Qué curioso ver estudiando auna persona de su edad, a un hombreviejísimo de 48 años. Muy de mañana,después del ejercicio y antes deldesayuno, repasaba sus verbosirregulares —be, was/were, been; have,had, had; get, got, gotten; break, broke,broken; forget, forgot, forgotten— y suspronunciaciones —apple, world,country, people, business— que paraJim eran tan naturales y para él

resultaban de lo más complicado.Fueron semanas terribles. Sólo

Héctor tomaba mi defensa: Te vaciaste,Carlitos. Me pareció estupenda puntada.Mira que meterte a tu edad con esa tipaque es un auténtico mango, de veras estámás buena que Rita Hayworth. Qué noharás, pinche Carlos, cuando seasgrande. Haces bien lanzándote desdeahora a tratar de coger, aunque nopuedas todavía, en vez de andarhaciéndote la chaqueta. Qué espléndidoque con tantas hermanas tú y yo nosalimos para nada maricones. Oracuídate, Carlitos: no sea que ese cabrónvaya a enterarse y te eche a sus

pistoleros y te rompan la madre. Pero,hombre, Héctor, no es para tanto. Nomásle dije que estaba enamorado de ella.Qué tiene de malo. No hice nada denada. En serio no me explico elescándalo.

Tenía que suceder —se obstinaba mimadre—: por la avaricia de tu papá, queno tiene dinero para sus hijos aunque lesobra para derrocharlo en otros gastos,fuiste a caer, pobre niño, en una escuelade pelados. Imagínate: admiten al hijode una cualquiera. Hay que inscribirteen un lugar donde sólo haya gente denuestra clase. Y Héctor: Pero, mamá¿cuál clase? Somos puritito mediopelo,

típica familia venida a menos de lacolonia Roma: la esencial clase mediamexicana. Allí está bien Carlos. Suescuela es nuestro nivel. ¿Adonde vausted a meterlo?

XLa lluvia de fuego

Mi madre insistía en que la nuestra —esdecir, la suya— era una de las mejoresfamilias de Guadalajara. Nunca unescándalo como el mío. Hombreshonrados y trabajadores. Mujeresdevotas, esposas abnegadas, madresejemplares. Hijos obedientes yrespetuosos. Pero vino la venganza de laindiada y el peladaje contra la decenciay la buena cuna. La revolución —esto

es, el viejo cacique— se embolsónuestros ranchos y nuestra casa de lacalle de San Francisco, bajo pretexto deque en la familia hubo muchos cristeros.Para colmo mi padre —despreciado, apesar de su título de ingeniero, por serhijo de un sastre— dilapidó la herenciadel suegro en negocios absurdos comoun intento de línea aérea entre lasciudades del centro y otro deexportación de tequila a los EstadosUnidos. Luego, a base de préstamos demis tíos maternos, compró la fábrica dejabón que anduvo bien durante la guerray se hundió cuando las compañíasnorteamericanas invadieron el mercado

nacional.Y por eso, no cesaba de repetirlo mi

madre, estábamos en la maldita ciudadde México. Lugar infame, Sodoma yGomorra en espera de la lluvia de fuego,infierno donde sucedíanmonstruosidades nunca vistas enGuadalajara como el crimen que yoacababa de cometer. Siniestro DistritoFederal en que padecíamos revueltoscon gente de lo peor. El contagio, el malejemplo. Dime con quién andas y te diréquién eres. Cómo es posible, repetía,que en una escuela que se suponedecente acepten al bastardo (¿qué esbastardo?), o mejor dicho al máncer de

una mujer pública. Porque en realidadno se sabe quién habrá sido el padreentre todos los clientes de esa ramerapervertidora de menores. (¿Quésignifica máncer? ¿Qué quiere decirmujer pública? ¿Por qué la llamaramera?)

Mi madre se había olvidado deHéctor. Héctor se vanagloriaba de serconejo de la Universidad. Decía que élfue uno de los militantes derechistas queexpulsaron al rector Zubirán y borraronel letrero “Dios no existe” en el muralque Diego Rivera pintó en el Hotel DelPrado. Héctor leía Mi lucha, librossobre el mariscal Rommel, la Breve

historia de México del maestroVasconcelos, Garañón en el harén, Lasnoches de la insaciable, Memorias deuna ninfómana, novelitas pornográficasimpresas en La Habana que se vendíanbajo cuerda en San Juan de Letrán y enlos alrededores del Tívoli. Mi padredevoraba Cómo ganar amigos e influiren los negocios, El dominio de símismo, El poder del pensamientopositivo, La vida comienza a loscuarenta. Mi madre escuchaba todas lasradionovelas de la XEW mientras hacíasus quehaceres y a veces descansabaleyendo algo de Hugo Wast o M. Delly.

Héctor, quién lo viera ahora. El

industrial enjuto, calvo, solemne yelegante en que se ha convertido mihermano. Tan grave, tan serio, tandevoto, tan respetable, tan digno en supapel de hombre de empresa al serviciode las transnacionales. Caballerocatólico, padre de once hijos, gran señorde la extrema derecha mexicana. (Enesto al menos ha sido de una coherenciaa toda prueba.)

Pero en aquella época: sirvientasque huían porque “el joven” trataba deviolarlas (guiado por la divisa de supandilla: “Carne de gata, buena ybarata”, Héctor irrumpía a medianoche,desnudo y erecto, enloquecido por sus

novelitas, en el cuarto de la azotea;forcejeaba con las muchachas y durantelos ataques y defensas Héctor eyaculabaen sus camisones sin lograr penetrarlas:los gritos despertaban a mis padres;subían; mis hermanas y yoobservábamos todo agazapados en laescalera de caracol; regañaban a Héctor,amenazaban con echarlo de la casa y aesas horas despedían a la criada, aúnmás culpable que “el joven” por andarprovocándolo); enfermedades venéreasque le contagiaban las putas de Meave obien las del 2 de Abril; un pleito debandas rivales en los bordes del río deLa Piedad: a Héctor de una pedrada le

rompieron los incisivos; él con unavarilla le fracturó el cráneo a uncerrajero; una visita a la delegaciónporque Héctor se endrogó con susamigos del parque Urueta e hizodestrozos en un café de chinos; mi padretuvo que pagar la multa y los daños ymover influencias en el gobierno paraque Héctor no fuera a la cárcel. Cuandoescuché que se había endrogado creí queHéctor debía dinero, pues en mi casasiempre se les llamó drogas a lasdeudas. (En este sentido mi padre era elperfecto drogadicto.) Más tarde Isabel,mi hermana mayor, me explicó de qué setrataba. Era natural que Héctor

simpatizara conmigo: por un momento lehabía quitado su lugar como ovejanegra.

XIEspectros

También hubo líos a principios de añocuando Isabel se hizo novia de Esteban.En los treinta había sido famoso comoactor infantil. Al crecer perdió suvocecita y su cara de inocencia. Ya no ledieron papeles en cine ni en teatro:Esteban se ganaba la vida leyendochistes en la XEW, bebía como loco,estaba empeñado en casarse con Isabel eir a probar suerte en Hollywood aunque

no sabía una palabra de inglés. Llegabaa verla borracho, sin corbata, oliendo arayos, con el traje manchado y loszapatos sucios.

Nadie se lo explicaba. Pero Isabelera aficionada fanática. Esteban leparecía maravilloso porque Isabel lovio en su época de oro y, a falta deTyrone Power, Errol Flynn, Clark Gable,Robert Mitchum o Cary Grant, Estebanrepresentaba su única posibilidad debesar a un artista de cine. Aunque fuerade cine mexicano, tema predilecto de lasburlas familiares, casi tan socorrido pornosotros como el régimen de MiguelAlemán. ¿Ya viste qué cara de chofer

tiene el tal Pedro Infante? Sí claro, conrazón les encanta a las gatas.

Una noche mi padre sacó a Esteban agritos y empujones: al llegar tardísimode su clase de inglés, lo encontró en lasala a media luz con la mano metidabajo la falda de Isabel. Héctor lo golpeóen la calle, lo derribó y lo siguiópateando hasta que Esteban pudolevantarse ensangrentado y huir como unperro. Isabel le retiró la palabra aHéctor y se dedicó a hostilizarme porcualquier motivo, si bien yo habíatratado de frenar a mi hermano cuandopateaba en el suelo al pobre de Esteban.Isabel y Esteban no volvieron a

encontrarse jamás: poco después,aniquilado por el fracaso, la miseria y elalcoholismo, Esteban se ahorcó en unínfimo hotel de Tacubaya. A veces pasanpor televisión sus viejas películas y meparece que contemplo a un fantasma.

Pero en aquel momento la únicaventaja fue quedarme con un cuartopropio. Hasta entonces había dormidoen camas gemelas con Estelita, mihermana menor. Cuando me declararonperverso, mi madre juzgó que la niñacorría peligro. La cambiaron a la piezade las mayores, con gran disgusto deIsabel, que estudiaba en la Preparatoria,y de Rosa María que acababa de

recibirse de secretaria en inglés yespañol.

Héctor pidió que compartiéramos lahabitación. Mis padres se negaron. Araíz de sus hazañas policiales y suúltimo intento de forzar a una criada,Héctor dormía bajo candado en elsótano. Sólo le daban cobijas y uncolchón viejo. Su antigua recámara lautilizaba mi padre para guardar lacontabilidad secreta de la fábrica yrepetir mil veces cada lección de susdiscos. At what time did you go to bedlast night, that you are not yet up? I wentto bed very late, and I overslept myself.I could not sleep until four o’clock in the

morning. My servant did not call me,therefore I did not wake up. No conozcootra persona adulta que en efecto hayaaprendido a hablar inglés en menos deun año. No le quedaba otro remedio.

Escuché sin ser visto unaconversación entre mis padres. PobreCarlitos. No te preocupes, se le pasará.No, esto lo va a afectar toda su vida.Qué mala suerte. Cómo pudo ocurrirle anuestro hijo. Fue un accidente, como silo hubiera atropellado un camión, haz decuenta. Dentro de unas semanas ya ni seacordará. Si hoy le parece injusto lo quehemos hecho, cuando crezcacomprenderá que ha sido por su bien. Es

la inmoralidad que se respira en estepaís bajo el más corrupto de losregímenes. Ve las revistas, el radio, laspelículas: todo está hecho paracorromper al inocente.

Así pues, estaba solo, nadie podíaayudarme. El mismo Héctor considerabatodo una travesura, algo divertido, unvidrio roto por un pelotazo. Ni mispadres ni mis hermanos ni Mondragón niel padre Ferrán ni los autores de lostests se daban cuenta de nada. Mejuzgaban según leyes en las que nocabían mis actos.

Entré en la nueva escuela. Noconocía a nadie. Una vez más fui el

intruso extranjero. No había árabes nijudíos ni becarios pobres ni batallas enel desierto —aunque sí, como siempre,inglés obligatorio. Las primerassemanas resultaron infernales. Pensabatodo el tiempo en Mariana. Mis padrescreyeron que me habían curado elcastigo, la confesión, las pruebaspsicológicas de las que nunca pudeenterarme. Sin embargo, a escondidas ycon gran asombro del periodiquero,compraba Vea y Vodevil, practicaba losmalos tactos sin conseguir el derrame.La imagen de Mariana reaparecía porencima de Tongolele, Kalantán, Su MuyKey. No, no me había curado: el amor es

una enfermedad en un mundo en que loúnico natural es el odio.

Desde luego no volví a ver a Jim.No me atrevía a acercarme a su casa ni ala antigua escuela. Al pensar en Marianael impulso de ir a su encuentro semezclaba a la sensación de molestia yridículo. Qué estupidez meterme en unlío que pude haber evitado con sóloresistirme a mi imbécil declaración deamor. Tarde para arrepentirme: hice loque debía y ni siquiera ahora, tantosaños después, voy a negar que meenamoré de Mariana.

XIIColonia Roma

Hubo un gran temblor en octubre.Apareció un cometa en noviembre.Dijeron que anunciaba la guerra atómicay el fin del mundo o cuando menos otrarevolución en México. Luego seincendió la ferretería La Sirena ymurieron muchas personas. Al llegar lasvacaciones de fin de año todo era muydistinto para nosotros: mi padre habíavendido la fábrica y acababan de

nombrarlo gerente al servicio de laempresa norteamericana que absorbiósus marcas de jabones. Héctor estudiabaen la Universidad de Chicago y mishermanas mayores en Texas.

Un mediodía yo regresaba de jugartenis en el Júnior Club. Iba leyendo unanovelita de Perry Mason en la bancatransversal de un Santa María cuando,en la esquina de Insurgentes y ÁlvaroObregón, Rosales pidió permiso alchofer y subió con una caja de chiclesAdams. Me vio. A toda velocidad bajóapenadísimo a esconderse tras un árbolcerca de “Alfonso y Marcos”, donde mimadre se hacía permanente y maniquiur

antes de tener coche propio y acudir a unsalón de Polanco.

Rosales, el niño más pobre de miantigua escuela, hijo de la afanadora deun hospital. Todo ocurrió en segundos.Bajé del Santa María ya en movimiento,Rosales intentó escapar, fui a su alcance.Escena ridícula: Rosales, por favor, notengas pena. Está muy bien que trabajes(yo que nunca había trabajado). Ayudara tu mamá no es ninguna vergüenza, todolo contrario (yo en el papel de laDoctora Corazón desde su Clínica deAlmas). Mira, ven, te invito un heladoen La Bella Italia. No sabes cuánto gustome da verte (yo el magnánimo que a

pesar de la devaluación y de la inflacióntenía dinero de sobra). Rosales hosco,pálido, retrocediendo. Hasta que al finse detuvo y me miró a los ojos.

No, Carlitos, mejor una torta, si erestan amable. No me he desayunado. Memuero de hambre. Oye ¿no me tienescoraje por nuestros pleitos? Qué va,Rosales, los pleitos ya qué importan (yoel generoso, capaz de perdonar porquese ha vuelto invulnerable). Bueno, muybien, Carlitos: vamos a sentarnos yconversamos.

Cruzamos Obregón, atravesamosInsurgentes. Cuéntame: ¿Pasaste de año?¿Cómo le fue a Jim en los exámenes?

¿Qué dijeron cuando ya no regresé aclases? Rosales callado. Nos sentamosen la tortería. Pidió una de chorizo, dosde lomo y un Sidral Mundet. ¿Y tú,Carlitos: no vas a comer? No puedo: meesperan en mi casa. Hoy mi mamá hizorosbif que me encanta. Si ahora prueboalgo, después no como. Tráigame porfavor una coca bien fría.

Rosales puso la caja de chiclesAdams sobre la mesa. Miró haciaInsurgentes: los Packards, los Buicks,los Hudsons, los tranvías amarillos, lospostes plateados, los autobuses decolores, los transeúntes todavía consombrero: la escena y el momento que

no iban a repetirse jamás. En el edificiode enfrente, General Electric,calentadores Helvex, estufas Mabe.Largo silencio, mutua incomodidad.Rosales inquietísimo, esquivando misojos. Las manos húmedas repasaban elgastado pantalón de mezclilla.

Trajeron el servicio. Rosales mordióla torta de chorizo. Antes de masticar elbocado tomó un trago de sidral parahumedecerlo. Me dio asco. Hambreatrasada y ansiedad: devoraba. Con laboca llena me preguntó: ¿Y tú? ¿Pasastede año a pesar del cambio de escuela?¿Te irás de vacaciones a algún lado? Enla sinfonola terminó La Múcura y

empezó Riders in the Sky. En Navidadvamos a reunimos con mis hermanos enNueva York. Tenemos reservaciones enel Plaza. ¿Sabes lo que es el Plaza? Perooye: ¿Por qué no me contestas lo que tepregunté?

Rosales tragó saliva, torta, sidral.Temí que se asfixiara. Bueno, Carlitos,es que, mira, no sé cómo decirte: ennuestro salón se supo todo. ¿Qué estodo? Eso de la mamá. Jim lo comentócon cada uno de nosotros. Te odia. Nosdio mucha risa lo que hiciste. Qué loco.Para colmo, alguien te vio en la iglesiaconfesándote después de tu declaraciónde amor. Y en alguna forma se corrió la

voz de que te habían llevado con elloquero.

No contesté. Rosales siguiócomiendo en silencio. De pronto alzó lavista y me miró: Yo no quería decirte,Carlitos, pero eso no es lo peor. No, queotro te diga. Déjame acabarme mistortas. Están riquísimas. Llevo un día sincomer. Mi mamá se quedó sin trabajoporque trató de formar un sindicato en elhospital. Y el tipo que ahora vive conella dice que, como no soy hijo suyo, élno está obligado a mantenerme. Rosales,de verdad lo siento; pero eso no esasunto mío y no tengo por qué meterme.Come lo que quieras y cuanto quieras —

yo pago— pero dime qué es lo peor.Bueno, Carlitos, es que me da mucha

pena, no sabes. Anda ya de una vez, nome chingues, Rosales; habla, di lo queme ibas a decir. Es que mira, Carlitos,no sé cómo decirte: la mamá de Jimmurió.

¿Murió? ¿Cómo que murió? Sí, sí:Jim ya no está en la escuela: desdeoctubre vive en San Francisco. Se lollevó su verdadero papá. Fue espantoso.No te imaginas. Parece que hubo unpleito o algo con el Señor ése del queJim decía que era su padre y no era.Estaban él y la señora —se llamabaMariana ¿no es cierto?— en un cabaret,

en un restorán o en una fiesta muyelegante en Las Lomas. Discutieron poralgo que ella dijo de los robos en elgobierno, de cómo se derrochaba eldinero arrebatado a los pobres. AlSeñor no le gustó que le alzara la vozallí delante de sus amigospoderosísimos: ministros, extranjerosmillonarios, grandes socios de susenjuagues, en fin. Y la abofeteó delantede todo el mundo y le gritó que ella notenía derecho a hablar de honradezporque era una puta.

Mariana se levantó y se fue a su casaen un libre y se tomó un frasco deNembutal o se abrió las venas con una

hoja de rasurar o se pegó un tiro o hizotodo esto junto, no sé bien cómo estuvo.El caso es que al despertar Jim laencontró muerta, bañada en sangre. Porpoco él también se muere del dolor y delsusto. Como no estaba el portero deledificio, Jim fue a avisarle aMondragón: no tenía a nadie más. Y yani modo: se enteró toda la escuela.Hubieras visto el montonal de curiosos yla Cruz Verde y el agente del ministeriopúblico y la policía.

No me atreví a verla muerta, perocuando la sacaron en camilla lassábanas estaban todas llenas de sangre.Para todos nosotros fue lo más horrible

que nos ha pasado en la vida. Su mamále dejó a Jim una carta en inglés, unacarta muy larga en que le pedía perdón yle explicaba lo que te conté. Creo quetambién escribió otros recados —a lomejor había uno para ti, cómo saberlo—aunque se hicieron humo, pues el Señorde inmediato le echó tierra al asunto ynos prohibieron hacer comentarios entrenosotros y sobre todo en nuestras casas.Pero ya ves cómo vuelan los chismes yqué difícil es guardar un secreto. PobreJim, pobre cuate, tanto que lo fregamosen la escuela. De verdad me arrepiento.

Rosales, no es posible. Me estásvacilando. Todo eso que me cuentas lo

inventaste. Lo viste en una pinchepelícula mexicana de las que te gustan.Lo escuchaste en una radionovela curside la XEW. Esas cosas no pueden pasar.No me hagas bromas así por favor.

Es la verdad, Carlitos. Por DiosSanto te juro que es cierto. Que se muerami mamá si te he dicho mentiras.Pregúntale a quien quieras de la escuela.Habla con Mondragón. Todos lo sabenaunque no salió en los periódicos. Meextraña que hasta ahora te enteres.Conste que yo no quería ser el que te lodijera: por eso me escondí, no por loschicles. Carlitos, no pongas esa cara:¿estás llorando? Ya sé que es muy

terrible y espantoso lo que pasó. A mítambién me impresionó como no teimaginas. Pero no me vas a decir que, enserio, a tu edad, estabas enamorado dela mamá de Jim.

En vez de contestar me levanté,pagué con un billete de diez pesos y salísin esperar el cambio ni despedirme. Vila muerte por todas partes: en lospedazos de animales a punto deconvertirse en tortas y tacos entre lacebolla, los tomates, la lechuga, elqueso, la crema, los frijoles, elguacamole, los chiles jalapeños.Animales vivos como los árboles queacababan de talarle a Insurgentes. Vi la

muerte en los refrescos: MissionOrange, Spur, Ferroquina. En loscigarros: Belmont, Gratos, Elegantes,Casinos.

Corrí por la calle de Tabascodiciéndome, tratando de decirme: Es unachingadera de Rosales, una bromaimbécil, siempre ha sido un cabrón.Quiso vengarse de que lo encontrémuertodehambre con su cajita de chiclesy yo con mi raqueta de tenis, mi trajeblanco, mi Perry Mason en inglés, misreservaciones en el Plaza. No meimporta que abra la puerta Jim. No meimporta el ridículo. Aunque todos vayana reírse de mí quiero ver a Mariana.

Quiero comprobar que no está muertaMariana.

Llegué al edificio, me sequé laslágrimas con un clínex, subí lasescaleras, toqué el timbre deldepartamento cuatro. Salió unamuchacha de unos quince años.¿Mariana? No, aquí no vive ningunaseñora Mariana. Esta es la casa de lafamilia Morales. Nos cambiamos hacedos meses. No sé quién habrá vividoantes aquí. Mejor pregúntale al portero.

Mientras hablaba la muchacha pudever una sala distinta, sucia, pobre, endesorden. Sin el retrato de Mariana porSemo ni la foto de Jim en el Golden

Gate ni las imágenes del Señortrabajando al servicio de México en elequipo del Presidente. En vez de todoaquello, La Ultima Cena en relievemetálico y un calendario con el cromode La Leyenda de los Volcanes.

También el portero estaba reciénllegado al edificio. Ya no era donSindulfo, el de antes, el viejo excoronelzapatista que se volvió amigo de Jim y aveces nos contaba historias de larevolución y hacía la limpieza en sucasa porque a Mariana no le gustabatener sirvienta. No, niño: no conozco aningún don Sindulfo ni tampoco a eseJim que me dices. No hay ninguna

señora Mariana. Ya no molestes, niño;no insistas. Le ofrecí veinte pesos. Nimil que me dieras, niño: no puedoaceptarlos porque no sé nada de nada.

Sin embargo, tomó el billete y medejó continuar la búsqueda. En esemomento me pareció recordar que eledificio era propiedad del Señor y teníaempleado a don Sindulfo porque supadre —al que Jim llamaba “miabuelito” había sido amigo del viejocuando ambos pelearon en larevolución. Toqué a todas las puertas.Yo tan ridículo con mi trajecito blanco ymi raqueta y mi Perry Mason,preguntando, asomándome, a punto de

llorar otra vez. Olor a sopa de arroz,olor a chiles rellenos. En todos losdepartamentos me escucharon casi conmiedo. Qué incongruencia mi trajecitoblanco. Era la casa de la muerte y no unacancha de tenis.

Pues no. Estoy en este edificio desde1939 y, que yo sepa, nunca ha vividoaquí ninguna señora Mariana. ¿Jim?Tampoco lo conocemos. En el ocho hayun niño más o menos de tu edad pero sellama Everardo. ¿En el departamentocuatro? No, allí vivía un matrimonio deancianitos sin hijos. Pero si vine unmillón de veces a casa de Jim y de laseñora Mariana. Cosas que te imaginas,

niño. Debe de ser en otra calle, en otroedificio. Bueno, adiós; no me quites mástiempo. No te metas en lo que no teimporta ni provoques más líos. Ya basta,niño, por favor. Tengo que preparar lacomida; mi esposo llega a las dos ymedia. Pero, señora… Vete, niño, ollamo a la patrulla y te vas derechito alTribunal de Menores.

Regresé a mi casa y no puedorecordar qué hice después. Debo dehaber llorado días enteros. Luego nosfuimos a Nueva York. Me quedé en unaescuela en Virginia. Me acuerdo, no meacuerdo ni siquiera del año. Sólo estasráfagas, estos destellos que vuelven con

todo y las palabras exactas. Sólo aquellacancioncita que no volveré a escucharnunca. Por alto esté el cielo en elmundo, por hondo que sea el marprofundo.

Qué antigua, qué remota, quéimposible esta historia. Pero existióMariana, existió Jim, existió cuanto mehe repetido después de tanto tiempo derehusarme a enfrentarlo. Nunca sabré siel suicidio fue cierto. Jamás volví a vera Rosales ni a nadie de aquella época.Demolieron la escuela, demolieron eledificio de Mariana, demolieron micasa, demolieron la colonia Roma. Seacabó esa ciudad. Terminó aquel país.

No hay memoria del México de aquellosaños. Y a nadie le importa: de esehorror quién puede tener nostalgia. Todopasó como pasan los discos en lasinfonola. Nunca sabré si aún viveMariana. Si hoy viviera tendría yaochenta años.

JOSÉ EMILIO PACHECO BERNYnació en Ciudad de México en 1939.Coeditó las principales revistasculturales de los sesenta mexicanos,como México en la Cultura, La Culturaen México o Revista de la Universidad.Traductor de T. S. Eliot, Samuel Beckett,

Tennesse Williams y Oscar Wilde,ensayista y narrador, es sobre todo unode los grandes poetas contemporáneos.Su obra poética abarca catorce títulos;entre el primero, Los elementos de lanoche (1963), hasta los más recientes,Como la lluvia o La edad de lastinieblas (2009), figuran otros como Nome preguntes cómo pasa el tiempo(1969), Islas a la deriva (1973),Ciudad de la memoria (1989) o Elsilencio de la luna (1994), todos ellosreunidos en el volumen Tarde otemprano (Poemas 1958-2009). Esautor además de la inolvidable novelaLas batallas en el desierto, así como de

la novela Morirás lejos y de dosmemorables libros de cuentos, El vientodistante y El principio del placer. Harecibido, entre otros reconocimientos, elPremio Octavio Paz (2003), el PremioPablo Neruda (2004), el Premio Ciudadde Granada Federico García Lorca(2005), el Premio Reina Sofía de PoesíaIberoamericana (2009) y el PremioCervantes (2009).