Ud 06 lectures part 2

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UD 06

Lectures

2a part: Equitat vs eficiència

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Lectura 01:

'Somos una sociedad anestesiada a base de subsidios'

Font: Entrevista a Marc Vidal, La Vanguardia, La contra de dimarts 22 de febrer de 2011

Entrevistadors: Víctor Amela Ima Sanchís Lluís Amiguet

Estamos al final de la crisis?

Sí, pero lo que hay es lo que va a quedar.

No es muy halagüeño.

En el nuevo modelo económico mundial unos países emergen y otros se estabilizan en un lugar

más bajo del que estaban; y España, en un lugar extremadamente más bajo.

¿Nos subirán más y más los impuestos?

Sí, los irán subiendo progresivamente y en cuatro años la presión fiscal será altísima porque

alguien tiene que pagar todo esto.

¿La clase media se hunde?

Se estrecha, porque depende en gran medida de que el consumo se mantenga, y el consumo

se está reduciendo sin remisión.

¿Y emerge una nueva clase?

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Sí, la que yo llamo microburguesía low cost: millones de personas que se manejan con apenas

1.000 euros al mes. Una clase social satisfecha por comer en el Pans & Company, viajar con

EasyJet y montarse sus propios muebles de Ikea.

Es usted cruel.

La sociedad está cloroformizada, es drogodependiente: vive de ayudas, subvenciones, soportes

del Estado, servicios que acaban reclamando como derechos fundamentales. Y a la

Administración ya le va bien una sociedad anestesiada a base de subsidios y entretenimiento,

no sea que salgan a la calle.

¿Una clase social formada por la clase media que ha ido cayendo?

Sí, la sociedad se está desequilibrando, hay una clase baja y una alta que se mantiene por la

endogamia del consumo entre ellos, pero cuando uno cae, lo hace abajo del todo.

¿Sin remisión?

En España el número de familias que tienen a todos sus miembros en paro supera ya el millón

y medio; y hay un millón largo de personas (entre 45 y 50 años) que llevan más de un año en

paro y que no volverán a encontrar trabajo. No hay una respuesta laboral prevista para ellas ni

ningún impulso para que se pongan en marcha por sí mismas. Vivirán de los subsidios y las

ayudas.

¿No se acabarán?

No, simplemente nos subirán los impuestos, hemos llegado al límite de la deuda externa. En

Occidente muy pocos trabajarán mucho para que muchos no trabajen. El Estado providencia

ha convertido a la sociedad en un grupo homogéneo que vive a la expectativa, esperando que

alguien les solucione sus problemas.

... Es sangrante con la Administración.

El Estado es interventor e inconveniente para los ímpetus emprendedores. Las cargas que

debe soportar una persona que monta su empresa o se declara autónomo son un peso

insignificante en otros países. En el Reino Unido apenas hay cláusulas para iniciar una

actividad, a medida que la empresa crece van apareciendo requerimientos.

¿Con qué resultados?

Como muchos lo intentan, son más los que lo logran, y con el tiempo el empleo se multiplica.

Nuestro país tiene la tasa de paro más alta del mundo civilizado porque aquí no hay manera de

montar una empresa con pocos recursos. Si aun así lo logras, los salarios con sobrecoste

acaban contigo.

También hay ayudas, ¿no?

Sí, que acaban siempre en manos de los grandes grupos financieros e industriales y nunca en

las pymes y los autónomos. Es un error histórico de este país gastar demasiado en estimular

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sectores desde arriba en lugar de dinamizar desde abajo. Además, las ayudas a los

emprendedores suelen ser más un discurso que una realidad.

Aquí el que innova es el inmigrante.

Sí, sólo un 7% de los españoles decide poner en marcha un negocio, mientras que más del

14% de los inmigrantes lo hacen. Somos uno de los tres países europeos con el nivel más bajo

de empresa innovadora de nuevo cuño; y la mitad de los nuevos negocios cierra en menos de

un año.

La burocracia no ayuda mucho.

Para montar un negocio en España requieres una media de cuarenta y siete días, en EE.UU.,

tres. Y las teóricas ayudas de la Administración acaban siendo un inconveniente porque

ralentizan el proceso.

¿Qué podemos hacer?

Reducir impuestos, porque aumentándolos lo único que logramos es que las empresas tengan

menos capacidad de inversión; apostar a largo plazo, hay que empezar a pensar de qué vamos

a vivir, e impulsar la internalización de las pymes, porque si no es en el exterior no van a

crecer.

Y nadando en esas aguas coloca usted a la generación perdida.

Sí, gente entre 35 y 45 años que debe una hipoteca a 30-40 años y que está a las puertas del

embargo. Toda una generación hipotecada en un patrimonio que no vale lo que cuesta y que

los bancos ejecutan como parte del botín.

Menudo panorama.

Son la generación de las tarjetas de crédito sofocadas, de yeseros cobrando como ingenieros

de la NASA. Gente que pensó que sus negocios no requerían esfuerzo, que tuvieron en sus

manos la opción de mejorar su entorno y sólo mejoraron su trono.

Puro pelotazo, ¿pero ahora qué?

En el tercer mundo los emprendedores están por todas partes porque es la única opción, aquí

la opción es el subsidio. Los poderes políticos y económicos son siempre los mismos, muy poca

gente accede ahí y muy pocos caen, y eso se logra cloroformizando a la sociedad; hay que

reaccionar.

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Lectura 02

La codicia como mal menor

ÁLVARO DELGADO-GAL, ABC, 30-12-2009

Leszek Kolakoswski falleció a mediados de julio, sigilosamente y sin que la prensa, máxime la

española, se diera apenas por enterada. Los fastos con que hace semanas se celebró la caída

del muro de Berlín no han servido para remediar la omisión. «El tiempo aprieta a los muertos

en el olvido», escribió Tasso en el canto último de la Gerusalemme liberata. Pero no, no es

tolerable que dejemos pasar este año del gracia del 2009 -un año desparramado, avieso y

tristísimo- sin rendir un homenaje último a Kolakowski. Kolakowski hizo aportaciones decisivas

a la comprensión del primer Marx y publicó estudios memorables sobre las ramificaciones

sectarias del cristianismo heterodoxo. Mucho más importante: por encima de la erudición y de

las hazañas librescas, fue un hombre íntegro y un testigo.

Enemistado con el régimen comunista polaco en el 68, se transpuso a Montreal y los Estados

Unidos y luego sentó sus reales en Oxford. No padeció las tentaciones mesiánicas de

Soljenitsin, y a diferencia de Hayek, prefirió no extraer del desastre del comunismo un antídoto

milagroso para salvar a la Humanidad. Sus ensayos y artículos reflejan una sabrosa

complejidad, una obstinada vocación lateral. Ello no quita para que pudiera ser mordaz, y en

ocasiones, feroz. En 1989 publicó en el Times Literary Supplement un artículo sobre el

thatcherismo al que dio por título «Greed is good for you» («La codicia le conviene»). Cito un

párrafo impresionante: «Si dejando a un lado a la señora Thatcher, vamos a lo esencial de los

dos fenómenos históricos conocidos como capitalismo y socialismo, podemos afirmar lo

siguiente: el capitalismo es la naturaleza humana en acción, es decir, la codicia; el socialismo es

un intento por asegurar la solidaridad humana valiéndose de la fuerza. Sin duda, la codicia es

mala y la solidaridad es buena; pero tanto el sentido común como una evidencia histórica

aplastante, sugieren que la vida es incomparablemente mejor para todos -incluidos los pobres-

en una sociedad movida por la codicia que en sociedades basadas en la solidaridad

obligatoria».

Nótese que no asevera Kolakowski que el capitalismo sea el summum bonum; no pretende,

tan siquiera, que se trate de un sistema atractivo o simpático; se limita a observar que es

mejor que el comunismo, y que, ante el dilema de elegir entre los dos, está claro dónde hay

que poner el dedo. Por descontado existen, entre los modelos puros, zonas grises,

intermedias. A ésas se apuntó Kolakowski, quien rehusó negar al socialismo, en sentido laxo, el

pan y la sal. En un precioso ensayo breve recogido en la antología Modernity on Endless Trial,

Kolakowski se declaró simultáneamente socialista, liberal y conservador. A los socialistas les

concede que la libertad económica no puede ser absoluta. Pero apostilla que «poner límites a

la libertad supone justamente eso, limitarla; no hermoseemos esa disminución invocando una

forma de libertad superior» (la frase fue conmemorada recientemente por Tony Judt en una

necrológica que dedicó a Kolakowski en la New York Review of Books). Advierte, polemizando

ahora con los liberales, que el hecho de que la igualdad sea imposible, o incluso indeseable, no

debe servir de coartada para resignarse ante cualquier clase de desigualdad. Por último,

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expone el punto de vista conservador. Existen multitud de costumbres cuya función no

acertamos a comprender con claridad. No obstante, resultaría insensato borrarlas del mapa

sólo porque no cuadran con un diseño racional de la sociedad. «Desconocemos» escribe

Kolakowski, «lo que sucedería si se suprimiera la familia monógama o el viejo hábito de

enterrar a los muertos se substituyese por el reciclado de éstos con fines industriales. Hay

razones, me temo, para esperar lo peor».

El ensayo está encabezado por un título irónico: «Cómo ser liberal-conservador-socialista. Un

credo». El apartado reservado al pensamiento conservador es especialmente interesante. ¿Por

qué? Porque en él encontramos una censura simultánea del liberalismo y del socialismo, en

sus versiones más crudas. Las trifulcas del siglo pasado, y el horror de los experimentos

soviéticos o chinos, nos han hecho olvidar que socialismo y liberalismo tardaron mucho,

muchísimo, en aparecer como categorías perfiladas y contrapuestas en el pensamiento

europeo. Lo que suele observarse antes de que las aguas se dividieran a la altura, más o

menos, de la Revolución francesa, es una tendencia acusada al utopismo entre filósofos y

reformadores políticos. El utopismo alimentó la fantasía de que los grandes conflictos

humanos consienten una solución sencilla y definitiva, e impulsó diseños de ingeniería social

inspirados por lo que Pascal había denominado un siglo antes lŽesprit de géométrie, el espíritu

de geometría. Helvecio relata, a este respecto, un lance divertido. Cuenta que en cierta

ocasión dieron a leer a un matemático la Ifigenia de Racine, y que el matemático la devolvió

diciendo que no le interesaban los libros en los que no podía encontrarse una sola

demostración. El pasado es al racionalista petulante, lo que la obra de Racine al matemático.

La reflexión vale igualmente para los liberales que han erigido el mercado en su punto de

referencia único.

El mercado es estupendo, asigna los recursos con mayor eficiencia que las economías

planificadas, y frena la propensión de Leviatán a meterse en las casas de sus súbditos y

ponerlos a todos en estado de revista. Pero una cosa es celebrar el mercado, y otra convertirlo

en un fetiche. La vida colectiva es mucho más que un conjunto de productores y consumidores

que operan atendiendo sólo a las leyes de la oferta y la demanda. Es tanto más, que no

sabemos realmente qué es. Saber que no se sabe, obliga a una contención en los juicios y en

las acciones poco grata a quienes quisieran encerrarlo todo en el perímetro de una fórmula

perfecta. En último extremo, la noción de que el mercado es un mecanismo capaz de organizar

por sí solo a la sociedad, está endeudada moralmente con el simplismo liquidador de la

Ilustración dogmática.

Dentro de la especie política, la variedad más dañina está compuesta sin duda por quienes

juegan a reinventar al ciudadano desde la posición preeminente que les ha concedido la

intriga, la violencia, o el voto democrático -sí, el voto democrático: las ejecutorias fetén no

avalan por fuerza a la persona-. El azar de su nacimiento estrelló a Kolakowski contra el brote

más monstruoso del utopismo ilustrado: el socialismo real. Pocas líneas antes de llegar a su

proclama final, el Manifiesto Comunista reza así: «Los comunistas apoyan todo movimiento

revolucionario que tenga por objeto derribar el orden actual de las cosas, en lo político y lo

social». En qué concluyó esa promesa de salvación absoluta, lo sabemos ya. Kolakowski, gran

estudioso, como se ha dicho, del Marx temprano, vio a la criatura de cerca y quedó vacunado

para siempre contra el peligro que en sí esconden los adanismos políticos. Las principales

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corrientes del marxismo, la obra magna de Kolakowski, se cierra con un aviso a navegantes: «El

endiosamiento del hombre, al que el marxismo dio expresión, termina como todos los intentos

personales o colectivos de endiosamiento: como una escenificación, en clave de farsa, de la

insuficiencia humana». Se empieza creyendo en el Brillante Porvenir, y se termina

administrando la tiranía. Voltereta infausta, que los hombres han repetido una y otra vez a lo

largo del tiempo. A Isaiah Berlin le gustaba citar una frase de Kant: «De la madera viciada con

que está hecha la Humanidad, no se puede sacar nada a derechas». Todo lo más, ir tirando.

Habría añadido Kolakowski, cuando aún soportaba en Polonia las bendiciones del socialismo

real: los que quieran saber lo que la ebanistería da de sí, que se pasen a este lado del muro.