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Claudia Piñeiro www.alfaguara.com Empieza a leer... Tuya 1. 10 11 12 13 14 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal).

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Tuya

Claudia Piñeiro

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Para aquel entonces hacía más de un mesque Ernesto no me hacía el amor. O quizá dosmeses. No sé. No era que a mí me importarademasiado. Yo llego a la noche muy cansada. Pare-ce que no, pero las tareas de la casa, cuando unaquiere tener todo perfecto, te agotan. Si por mífuera, apoyo la cabeza en la almohada y me quedodormida ahí mismo. Pero una sabe que si el mari-do no la busca en tanto tiempo, no sé, se dicentantas cosas. Yo pensé, lo tendría que hablar conErnesto, preguntarle si le pasaba algo. Y casi lohago. Pero después me dije, ¿y si me pasa como ami mamá que por preguntar le salió el tiro por laculata? Porque ella lo veía medio raro a papá y undía fue y le preguntó: «¿Te pasa algo, Roberto?».Y él le dijo: «¡Sí, me pasa que no te soporto más!».Ahí mismo se fue dando un portazo y no lo vol-vimos a ver. Pobre mi mamá. Además, yo más omenos me imaginaba lo que le estaba pasando aErnesto. Si trabajaba como un perro todo el día,y cuando le sobraba un minuto se metía a haceralgún curso, a estudiar algo, ¿cómo no iba a llegaragotado a la noche? Y entonces me dije: «Yo novoy a andar preguntando, si tengo dos ojos paraver, y una cabeza para pensar». Y lo que veía era queteníamos una familia bárbara, una hija a puntode terminar la secundaria, una casa que más de

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uno envidiaría. Y que Ernesto me quería, eso na -die lo podía negar. Él nunca me hizo faltar nada.Entonces me tranquilicé y me dije: «El sexo yavolverá cuando sea el momento; teniendo tantascosas no me voy a andar fijando justo en lo únicoque me falta». Porque además uno ya no vive enlos años sesenta, ahora uno sabe que hay otrascosas tanto o más importantes que el sexo. Lafamilia, el espíritu, llevarse bien, la armonía.¿Cuántos hay que en la cama se llevan como losdioses y en la vida se llevan a las patadas? ¿O no?¿Para qué iba a buscarle la quinta pata al gato,como hizo mi mamá?

Pero al poco tiempo me enteré de queErnesto me engañaba. Fui a buscar una lapiceray como no encontraba ninguna, abrí su maletín yahí estaba: un corazón dibujado con rouge, cru-zado por un «te quiero», y firmado «tuya». Unareverenda grasada, pero la verdad es que en esemomento me dolió. Estuve a punto de ir ahímismo y refregarle el papel por la cara y decirle:«¡Pedazo de hijo de puta, ¿qué es esto?!». Pero porsuerte conté hasta diez, respiré hondo, y dejé todocomo estaba. Me costó fingir en la cena. Lali esta-ba en uno de esos días en que nadie la soporta,excepto Ernesto. A mí ya ni me afectaba, así eranuestra hija y estaba acostumbrada. Pero a Ernes-to le costaba. Él le hablaba y ella contestaba conmonosílabos. Yo no estaba en condiciones deaportar nada; con lo que había descubierto teníasuficiente. Pero tenía miedo de que se me notara.Yo siempre tapo todos los silencios, cubro losbaches cuando una conversación no está bien

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armadita. Es como un don que tengo. Para evitarsospechas les dije que me sentía mal, que me do -lía la cabeza. Creo que me creyeron. Y mientrasErnesto monologaba con Lali, yo me iba imagi-nando qué le iba a decir. Porque mi primera reac-ción de preguntarle «¿qué es esto?», ya la habíadescartado. ¿Qué me iba a contestar? Un papel,con un corazón, un te quiero, una firma. No, ésaera una pregunta estúpida. Lo importante erasaber si ese papel significaba algo importante paraél, o no. Porque en definitiva, y por más que a unale pese, a toda mujer, en algún momento, le metenlos cuernos. Es como la menopausia, puede tardarmás o menos, pero ninguna se salva. Lo que pasaes que hay algunas que nunca se enteran. Y ésas lapasan mejor, porque para ellas la vida sigue igual.En cambio, las que nos enteramos empezamos apreguntarnos quién será ella, dónde fallamos, quétenemos que hacer, si tenemos que perdonar o no,cómo cobrarles a ellos lo que nos hicieron, y paracuando el susodicho ya dejó a la otra, el enredomental que nos armamos es tan grande que ya nopodemos volver atrás. Hasta corremos el riesgo determinar inventando una historia mucho más gravey rebuscada que la verdadera. Y yo no quería equi-vocarme como se equivocan tantas mujeres. Por-que en definitiva, una mujer que dibujaba uncorazón con rouge y firmaba «tuya» no podía seralguien importante en la vida de Ernesto. Yo loconocía a Ernesto, él detestaba ese tipo de cosas.«Se debe estar sacando alguna calentura», pensé.Porque hoy por hoy las mujeres están muy lanza-das. Ven a un tipo y lo buscan, lo buscan, y el tipo

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si no hace algo se siente un imbécil. «La verdad»,me dije, «para qué lo voy a ir a encarar a Ernestoy hacerle todo un planteamiento, cuando dentrode una semana esta mujer ya va a ser historia anti-gua». ¿O no?

Lo único importante era mantenerse aler-ta, estar segura de que la relación no avanzaba. Poreso empecé a revisarle los bolsillos, a abrirle lacorrespondencia, a controlarle la agenda, a escu-char del otro teléfono cuando él hablaba. Todo esetipo de cosas que haría cualquier mujer en un casocomo éste. Como me imaginaba, no encontrénada importante. Alguna que otra notita más,pero poca cosa. Hasta que empecé a notar queErnesto llegaba cada vez más tarde, trabajaba losfines de semana, no estaba nunca. Lo único queno desatendía eran las reuniones por el viaje deegresados de Lali. Pero en todo lo demás, ausentesin aviso. Entonces me preocupé porque si salíasiempre con la misma mujer, la cosa se podíaponer fea. Un día lo seguí. Fue un martes, meacuerdo del día exacto porque veníamos de unareunión informativa por el viaje de Lali. Ernestoya estaba mal, pero no me sorprendió porque eseviaje lo tenía loco. A mí me parecía que exagera-ba un poco, se sabe que esos viajes son medio caó-ticos, pero uno tiene que confiar en la educaciónque le dio a su hija. ¿Qué más se puede hacer?Ernesto quería controlar todo, todo le parecía queestaba mal organizado. Apenas llegamos Lali seencerró en su cuarto, vive encerrada en ese cuar-to. Nosotros fuimos a la cocina a comer algo. Ahífue cuando sonó el teléfono y Ernesto atendió. Era

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tarde, diría que una hora inapropiada para llamara una casa de familia. Ernesto se puso nervioso,más de lo que estaba, empezó a discutir, y en unmomento se fue al escritorio para hablar más tran-quilo. Yo levanté el tubo de la cocina y llegué aescuchar que ella le decía: «Si no venís ahoramismo no respondo por mí». Y cortó. Ernesto vol-vió a la cocina, disimulaba pero los ojos le brilla-ban y tenía la mandíbula rígida. «Hubo un pro-blema muy serio en la oficina, se cayó el sistema.»«Andá, andá tranquilo a levantar el sistema, Erni»,le dije. Salí detrás de él, me subí a mi auto y loseguí. Yo no soy de manejar, y menos de noche,pero era un caso de fuerza mayor. No iba a llamara un taxi y decirle: «¡Siga a ese auto!», como en lasseries. ¡Qué sabía yo con lo que me iba a encon-trar! Fue a los bosques de Palermo y estacionójunto al lago. Yo apagué las luces para que no meviera, estacioné a unos cien metros, me bajé delauto y me acerqué caminando. Me escondí detrásde un árbol. Enseguida llegó ella, Tuya, caminan-do. Era Alicia, su secretaria, nunca me hubieraimaginado que esa mujer podía escribir con rougeun corazón y un «te quiero» a un hombre casado.Si hasta me caía simpática. Una rica chica, senci-lla, con un estilo muy parecido al mío. Ella se leacercó y se le prendió del cuello. Lo quiso besar,pero él la apartó. Ernesto parecía enojado. Discu-tieron. Ella lloraba y lo abrazaba, él estaba cadavez más furioso. Yo me empecé a tranquilizar, evi-dentemente no era una relación que funcionara.A mí Ernesto nunca en la vida, en los diecisieteaños que llevábamos de matrimonio, me trató de

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esa manera. Él se quiso ir y ella trató de detener-lo. Él se deshizo de ella. Ella insistió, y él terminóempujándola. Con tanta mala suerte que fue a darjusto con la cabeza en un tronco que había en elpiso, y se quedó seca. Ernesto se puso como loco,la zamarreaba, le tomó el pulso, hasta trató dehacerle respiración boca a boca. Pero nada, unadesgracia. Yo no sabía qué hacer, no me iba a pre-sentar así como así, y decirle «Ernesto, ¿te doy unamano?».

Entonces me fui para casa, era lo más sen-sato.

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Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal).
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