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1 TRES MODELOS TEÓRICOS ¿Y UNA SOLA SOCIOLOGÍA? Fernando J. García Selgas (Universidad Complutense de Madrid, Instituto TRANSOC) Toda ciencia moderna es una actividad colectiva que persigue unos objetivos relativamente comunes, reconoce un tipo de problemas y de procedimientos como propios y asume una cierta definición idea o modelo de qué tipo de cosa es aquello a lo que se refiere, qué constituye su objeto de estudio (García Selgas, 1994: 23-36). En estas ciencias cualquier generalización, concepto o hipótesis que rija una investigación empírica necesita basarse en un modelo que al dibujar el tipo de cosa de la que trata le dota de capacidad heurística y le compromete con una cierta ontología (Kuhn, 1978: 16). En el caso de la sociología eso se traduce en que siempre se establece, de un modo u otro, de qué hablamos cuando hablamos de la realidad social, qué es lo social. Una cuestión que han abordado filósofos como Searle (1997) con sus reflexiones sobre lo que tradicionalmente se denomina “ontologías regionales”, esto es, sobre el modo de ser o existir de un ámbito concreto de la realidad, en este caso la realidad social. Pero que también han abordado los propios teóricos de la sociología, como ya hicieron nuestros clásicos ante la perplejidad que les suscitaba el paso de la tradición a la modernidad y hablaron de lo social como relaciones de producción en la lucha de clases (Marx), como duro hecho social y estructural (Durkheim) o como acción con sentido compartido (Weber). Hoy día, enfrentados a cambios históricos de una profundidad similar, resurge con fuerza esa cuestión. Pero el dilatado proceso de desarrollo de la sociología y su incuestionable voluntad de consolidación como ciencia nos llevan a atenderla tomando como punto de partida no las propuestas filosóficas sino lo que las propias teorías sociológicas implican al respecto. Evidentemente no podemos recorrerlas todas. Así que intentaré detectar cuáles pueden ser los principales modelos teóricos que hoy se dan en las diferentes teorizaciones sociológicas y propondré una tipología. Centrado en el núcleo de cada uno de los tipos, reconstruiré cómo vienen a caracterizar lo social frente a lo biológico o a lo psicológico, cómo perciben la existencia social. Clarificar sus divergencias y convergencias es mi primer objetivo. Pero inevitablemente la constatación de la disparidad de los modelos nos llevarán a preguntarnos hasta qué punto esa divergencia hace necesaria, posible o imposible la unidad de una ciencia de lo social, de una sociología. Pregunta que no debe preocuparnos excesivamente porque se

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TRES MODELOS TEÓRICOS ¿Y UNA SOLA SOCIOLOGÍA? Fernando J. García Selgas

(Universidad Complutense de Madrid, Instituto TRANSOC)

Toda ciencia moderna es una actividad colectiva que persigue unos objetivos

relativamente comunes, reconoce un tipo de problemas y de procedimientos como

propios y asume una cierta definición idea o modelo de qué tipo de cosa es aquello a lo

que se refiere, qué constituye su objeto de estudio (García Selgas, 1994: 23-36). En

estas ciencias cualquier generalización, concepto o hipótesis que rija una investigación

empírica necesita basarse en un modelo que al dibujar el tipo de cosa de la que trata le

dota de capacidad heurística y le compromete con una cierta ontología (Kuhn, 1978:

16).

En el caso de la sociología eso se traduce en que siempre se establece, de un modo u

otro, de qué hablamos cuando hablamos de la realidad social, qué es lo social. Una

cuestión que han abordado filósofos como Searle (1997) con sus reflexiones sobre lo

que tradicionalmente se denomina “ontologías regionales”, esto es, sobre el modo de ser

o existir de un ámbito concreto de la realidad, en este caso la realidad social. Pero que

también han abordado los propios teóricos de la sociología, como ya hicieron nuestros

clásicos ante la perplejidad que les suscitaba el paso de la tradición a la modernidad y

hablaron de lo social como relaciones de producción en la lucha de clases (Marx), como

duro hecho social y estructural (Durkheim) o como acción con sentido compartido

(Weber).

Hoy día, enfrentados a cambios históricos de una profundidad similar, resurge con

fuerza esa cuestión. Pero el dilatado proceso de desarrollo de la sociología y su

incuestionable voluntad de consolidación como ciencia nos llevan a atenderla tomando

como punto de partida no las propuestas filosóficas sino lo que las propias teorías

sociológicas implican al respecto. Evidentemente no podemos recorrerlas todas. Así que

intentaré detectar cuáles pueden ser los principales modelos teóricos que hoy se dan en

las diferentes teorizaciones sociológicas y propondré una tipología. Centrado en el

núcleo de cada uno de los tipos, reconstruiré cómo vienen a caracterizar lo social frente

a lo biológico o a lo psicológico, cómo perciben la existencia social. Clarificar sus

divergencias y convergencias es mi primer objetivo. Pero inevitablemente la

constatación de la disparidad de los modelos nos llevarán a preguntarnos hasta qué

punto esa divergencia hace necesaria, posible o imposible la unidad de una ciencia de lo

social, de una sociología. Pregunta que no debe preocuparnos excesivamente porque se

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da cíclicamente en todas las disciplinas científicas, incluyendo la que se considera la

ciencia modélica, la física.

1- La pregunta actual por el ser social: aproximaciones, rasgos y tipología

A la hora de constatar la actualidad de esta cuestión y de ver cómo se la aborda

hoy en día tomaré dos casos iniciales de observación: las propuestas de François Dubet

y Jeffrey Alexander. Recientemente Dubet, circunscribiéndose al ámbito de la acción

social como buen discípulo de Touraine, ha planteado el problema a partir de la

constatación de un “desmembramiento de la sociología”, que él ve expresado en el

hecho de que cualquier aprendiz de sociólogo se encuentra hoy con una panoplia de

opciones alternativas e incompatibles a la hora de definir el actor social:

“¿es un estratega y la sociedad un tablero? ¿es un homo economicus en una sociedad

concebida como un mercado? ¿es el actor de una interacción situada en una escena teatral?

¿es acaso el agente de un habitus, una ficción de sujeto en un sistema todopoderoso?”

(2010: 12)

Esta descripción de la situación ya pone de manifiesto un par de características del

replanteamiento actual del problema: (i) resurge impulsado por la enorme dispersión

que se da en el campo del saber sociológico y (ii) se plantea en los términos que son ya

dominantes en el discurso sociológico, lo cual se traduce, en este caso - tras los trabajos

de Berger y Luckman, Elias, Bourdieu, Giddens, etc.- en que no se puede plantear una

oposición o dicotomía entre actor o individuo y sistema o estructura. Dicho en sus

propias palabras (2010:34): “cualquier forma de pensamiento dualista es presociológica,

pues el individuo es netamente social”.

Para ofrecer una solución Dubet (2010: 14-6) parte de que, de acuerdo con sus

propias investigaciones empíricas, hoy es imposible seguir manteniendo la imagen

clásica de la sociedad como sistema ordenado (Parsons). Tanto por este hecho histórico

como por la necesidad de encontrar un medio que permita superar aquella

heterogeneidad de lo social opta por la noción de “experiencia” (social) que tienen los

individuos como forma de nombrar y hacer visible aquello que, frente a las nociones

funcionalista de rol y la racionalista de búsqueda estratégica de intereses, permite armar

un agente individual o colectivo y, con él, una cierta sociedad1.

1 Dubet (2010: 14-16) caracteriza esa “experiencia” por ser el medio de dar respuesta a la heterogeneidad

de principios en la que vivimos y ser capaz de armar el “trabajo” que es ya nuestra identidad social; por

habilitar una distancia crítica respecto al sistema; y por dar razón del modo laboriosos en que se

constituye la experiencia colectiva de los movimientos sociales, que ya no son hijos directos de la

alienación (como el proletariado respecto de su trabajo).

3

Esta presunta solución o respuesta al problema pone de evidencia otro par de

características de su replanteamiento actual: (iii) tiene un segundo impulso en el

profundo cambio histórico acaecido en nuestras sociedades, que las han hecho

desbordar el corsé de las teorías dominantes en sociología y (iv) asume la dificultad

adicional que supone el carácter intrínsecamente histórico y cambiante de lo social, de

sus componentes y de sus dinámicas.

Desde el otro lado del atlántico Alexander (2006) viene a ejemplificar un espejismo

característico de algunos planteamientos actuales: la creencia de que puede obviar las

cuestiones ontológicas. Creencia a la que le ha conducido la deriva hermenéutica y casi

postmoderna que ha ido imprimiendo al neofuncionalismo. En concreto, piensa que al

haber apostado por una “sociología cultural” como programa fuerte se sitúa en una

aproximación hermenéutica a la realidad social en la que esta aparece como una trama

inseparable de hechos y teorías de modo que aquellos sólo son accesibles como parte de

un texto y para ello no necesitaríamos ningún compromiso o modelo ontológico. Sin

embargo, y más allá de que esto es ya una asunción ontológica sobre la constitución

semiótica de lo social, los ejes de su propuesta muestran que sigue manteniendo el

modelo estructuralista:

- su apuesta por centrar la mirada sociológica en la “esfera civil” como eje

cultural y núcleo de lo social que dinamiza y universaliza la sociedad

interactuando conflictivamente con otras esferas (básicamente el Estado, la

economía, la religión y la familia), que constituyen los otros órdenes

estructurales de la sociedad (Alexander, 2006), no deja de ser una apuesta por

una concepción normativo liberal de la sociedad civil como proyecto

pretendidamente universal, democrático, solidario y justo. No deja de

reproducir la política inserta en el modelo estructural-funcionalista

- su definición de la sociedad como un texto y una textura tejidos performativa y

simbólicamente por diferentes actores en el marco de un supuesto binarismo

universal (justo/injusto; bueno/malo; amigable/hostil; etc.) le hace acudir a

todos los elementos y supuestos básicos del modelo estructural (totalidad,

esferas diferenciadas que interactúan, lógica binaria), por lo que no puede

evitar los compromisos ontológicos que este acarrea.

4

Independientemente del valor que pueda tener esta presunta actualización del

modelo estructural2, lo que a aquí interesa es resaltar que su trabajo, además de ratificar

la preocupación por cómo concebir la realidad social, esto es, el resurgir histórico de

una pregunta por una “ontología empírica” (Mol, 2002) de lo social, nos ayuda a

visibilizar otros dos rasgos más del planteamiento actual de esta cuestión: (v) el carácter

performativo de las respuestas a esta pregunta y su capacidad de delimitar lo

(im)posible muestran su carácter político (política por otros medios, pero política), por

lo que se podría hablar de cuestión “ontopolítica”3; y (vi) el recurrente constructivismo

contemporáneo lejos de eliminar la necesidad de un modelo teóricos la liga a la

pregunta sobre la posibilidad de una sociología unificada.

Por último, necesitamos algún modo de ordenar esa dispersión de enfoques,

prácticas y teorías que pueblan la sociología actual. En este sentido, podemos apreciar

que, más allá de la historicidad y variabilidad de las respuestas y de la realidad social

misma, los dos casos considerados terminan remitiéndose bien a una mirada atomista

que ve lo social derivándose del armado de los agentes (Dubet) bien a los supuestos

inherentes al modelo teórico estructural (Alexander). Ello nos lleva a suponer que quizá

la variación histórica de las teorías y prácticas sociológicas no impida la existencia de

unos tipos básicos y generales de modelos ontológicos sobre los que el pensamiento

social se ha venido basando desde sus mismos orígenes. Es más, se puede ver cómo los

tres tipos o modelos de respuesta que voy a considerar se han ido gestando con el

desarrollo del pensamiento y la investigación social:

- El primero, formulado ya en la Ética a Nicómaco de Aristóteles, viene a

sustanciar lo social en la “naturaleza comunitaria, política o social” de los

individuos, generando una especie de modelo atomista.

- Como enfrentado a él surgió en la modernidad (Hegel y el romanticismo) un

segundo tipo de respuesta que, en las dos décadas posteriores a la segunda

guerra mundial, se hizo con el monopolio de la definición de lo social primando

la ordenación estructural o sistémica;

- El tercer tipo de respuesta es precisamente el que viene tomando cuerpo a partir

de trabajos sobre la creciente hibridación y mestizaje de las realidades sociales e

identifica lo social con el fluido e inestable proceso que lo constituye.

2 Puede decirse, como ha argumentado Rodríguez Ibáñez, (2012:108), que Alexander consigue dar una

versión nueva y actualizada del modelo estructural, pero fracasa en su objetivo de superar otras versiones

del mismo como la más técnica de Luhmann o la normativa de Habermas. 3 Ver a este respecto García Selgas 2012.

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Conviene añadir aquí dos acotaciones. La primera es que la aparición sucesiva de

los tres modelos no implica una linealidad histórica de un modelo a otro, ni una

trayectoria de progreso, pues más bien se han ido acumulando conflictivamente. De

hecho el mismo Dubet (2010:11-2) plantea una versión del primer modelo como

reacción ante la incapacidad del modelo sociológico clásico (el estructural-funcionalista

y su pareja de baile, el marxista) para estudiar con precisión una sociedad que, con una

individualización imparable, no es ya la industrial y postrevoluicionaria de los siglos

XIX y XX. La segunda, nos recuerda que la posibilidad de anudar en cada uno de esos

modelos básicos teorizaciones muy diferentes - por ejemplo ligar el interaccionalismo

simbólico o la etnometodología a la elección racional en el primer modelo- surge de que

en la práctica científica, e incluso de la producción teórica misma, el modelo teórico

nuclear requiere complementarse con una serie de herramientas conceptuales

(básicamente generalizaciones simbólicas, casos ejemplares y modelos de resolución de

problemas) que permiten su aplicación, desarrollo y concreción y que, unidas a la

selección de distintas técnicas de investigación o metodologías y al estudio sustantivo

de temas y problemas predominantes, hacen que un mismo modelo pueda alimentar

teorizaciones y prácticas científicas muy diferentes. Por ello, para poder saltar por

encima de las evidentes diferencias que se dan entre distintas propuestas y establecer así

las características comunes y básicas de cada uno de estos tres modelos generales me

centro exclusivamente en sus respectivos núcleos.

2- El modelo atomista: lo social como agregado.

La connivencia del modelo atomista con el imaginario dominante en la mayoría

de la población se hace manifiesta en el hecho de que la mayoría de los estudiantes de

sociología se muestran refractarios a una imagen de la sociedad que no responda a un

esquema antropocéntrico y pretendidamente naturalista de lo social como conjunto de

individuos4. Quizá esa connivencia se explique porque el discurso hegemónico parece

seguir en manos de un liberalismo más o menos social o racionalista, que se alimentan

de lo que ha sido el modo más clásico de implementación de este modelo: el viejo

individualismo metodológico, sea de raíces hermenéutico-weberianas o directamente

4 En su concepción, dice Martínez de Albéniz (2010:90-91), “no van más allá, de una matriz conceptual

plana en la que se encadenan, como si se tratara de las cuentas de un rosario que se recorre

imaginariamente una y otra vez, una retahíla de conceptos que marcan los límites de la imaginación

sociológica y generan un efecto naturalizador de cierta forma de ver, pensar y mostrar lo social: el cuerpo

como límite del actor social, el actor social como límite de la agencia y la (inter)acción (por lo general

lingüísticamente mediada, a la Habermas) como límite de lo social”

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ligado a los postulados de la economía marginalista, con su afirmación de que las únicas

entidades con capacidad de acción (y por tanto, causación y explicación) en la sociedad

son los individuos. Serían así las propiedades y capacidades (motivaciones, intereses,

razones, cálculos) de los individuos, así como sus relaciones y los efectos agregados

correspondientes, lo que daría razón de los hechos sociales.

Ciertamente hay diferencia entre este individualismo y el ontológico que afirma

que los individuos son en última instancia las únicas entidades reales mientras lo social

sería un efecto, residuo o abstracción de interacciones de individuos. Pero el

deslizamiento de uno a otro es muy sencillo y rápido y en él se pone de manifiesto otro

rasgo relevante de este modelo, a saber, que se apoya sobre la tesis de que el nivel

macrosocial se explica por el nivel microsocial, una vez que sabemos reconstruir los

mecanismos causales para que ello suceda, y sobre la tesis de que las explicaciones en

CCSS sólo pueden ser causales o intencionales, lo que volvería a remitirnos a los

individuos como elementos constitutivos de lo social. Más aún el individualismo

metodológico rechaza una y otra vez que entidades supra-individuales como las clases

sociales, la sociedad, la humanidad, etc. puedan convertirse en sujeto unificado de la

acción y clave de la explicación. Todos y cada uno de ellos, sostiene, son la suma o

agregado de los individuos (sus propiedades, relaciones, etc.) que los componen. Que el

individualismo metodológico se declare contrario a cualquier mirada metafísica, por su

lucha contra la suposición de entidades sociales que no son observables (Noguera,

2003), solo ratifica su compromiso con situarse en un nivel científico de estudio, no que

deje de naturalizar su propia opción ontológica (la atomista) o que no se apoye en ella.

Este modelo es el más antiguo, pudiendo ser rastreado hasta la Ética a Nicómaco

de Aristóteles y su identificación entre lo social y la “naturaleza comunitaria, política o

social” de los individuos, su dependencia material, simbólica o funcional respecto al

intercambio (material, comunicativo o funcional) con otros seres humanos. Del “animal

político” aristotélico, al preferidor racional de las teorías de la elección racional,

pasando por el individualismo metodológico weberiano, esta respuesta ha estado

presente durante todo el desarrollo del pensamiento social. Si identificamos individuo

con ser humano, yo hablaría de una respuesta que afirma un substancialismo

individualista en el que lo social remite en última instancia a la sustancia individual, al

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in-dividuo. Por ello la califico de respuesta sustancialista y humanista5. Es igual que esa

sustancia humana se identifique con una mente volitiva y lingüísticamente cargada o se

asocie con un “preferidor racional”, que, en el cruce de preferencias, oportunidades y

cálculos de acción, tiende a maximizar su propia situación (el homo economicus).

Una versión peculiar, pero poderosa, de este modelo es la que se gestó a partir

del peculiar marxismo analítico de británicos y nórdicos, que vino a ligar la propuesta

marxista con el rigor lógico de los analíticos, y ha tenido en la obra de J. Elster un

aporte especialmente clarificador. En la propuesta del autor nórdico hay una idea clave:

la de los mecanismos sociales entendidos como un conjunto de entidades y actividades,

que en última instancia remiten a los actores individuales y sus interacciones, causan los

fenómenos sociales y dan razón de ellos. De ahí que sostenga (1990:13) que los hechos

sociales (por ejemplo, la mayoría nacionalista en las últimas elecciones catalanas) son

instantáneas en un flujo de acontecimientos en los que éstos son los básicos y que “en

las ciencias sociales los acontecimientos elementales son las acciones individuales” (lo

que en el ejemplo vendría representado por los votos particulares emitidos por los

electores). En muchos autores de este enfoque, incluyendo a Elster, esa acción

individual aparece ligada a la noción de racionalidad, de juego de estrategias y

condiciones, esto es, a los supuestos más o menos clásicos de la teoría de la elección

racional. Aunque también es cierto que ha habido críticas internas a esta conexión

automática (Boudon) a la vez que se incorporaba la idea de las consecuencias no

queridas para sostener explicativa y ontológicamente la emergencia de determinados

hechos o instituciones sociales y se incorporaban otros mecanismos cooperativos

(acción colectiva, negociación, instituciones), que no dejarían de ser, sin embargo,

derivados de la acción individual.

En cualquier caso, por un lado, es posible extender de algún modo este concepto

de un armado “mecánico” de lo social a otras versiones más hermenéuticas en las que

los mecanismo serían más bien del tipo de empatías, marcos de sentido, despliegue

dialógico, etc. Peo, por otro lado, no parece generalizable el compromiso de los

analíticos con los supuestos requerimientos de la explicación científica y, más

concretamente, de su concreción en la teoría económica de la elección racional. Algo

que lleva a su culminación James Coleman en su dedicación a mostrar la

5 Una caracterización que encaja perfectamente con uno de los más claros defensores de la mirada

atomista en nuestro país: Salvador Giner, especialmente con sus trabajos sobre la lógica situacional, que

dan cuerpo cabal a ambos rasgos. Y se extiende con facilidad a los analíticos y sus devaneos éticos.

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fundamentación micro de los fenómenos macrosociales6. Para él (1990: 531-2) la tesis

de que toda la soberanía reside en los actores individuales es lo que permite a la

sociología evaluar el funcionamiento de los sistemas sociales.

Por último, y antes de recordar algunos de los puntos débiles de este modelo, me

gustaría traer a colación una de sus aplicaciones más refinadas, que apunta posibles

conexiones con otros modelos. La insistencia de Randall Collins en que todo macro

fenómeno no es más que la suma y reiteración de fenómenos micro, que siempre pueden

ser reducidos a “pautas de interacción micro repetitivas”, lo que ahora denomina

“cadenas de rituales de interacción”, lo emparenta claramente con las ideas de Coleman,

lo mismo que el sostener esa propuesta sobre la tesis de que ese es el único modo de dar

una base radicalmente empírica y, por lo tanto científica, a la sociología. Ambos

autores, en consonancia con el segundo rasgo de los planteamientos actuales, admiten

que las preferencias o las cargas emocionales de los individuos emanan en gran medida

de sus interacciones o incluso de instituciones sociales, pero como estas no dejan de ser

efecto en última instancia de la agregación de las actividades individuales, resulta que al

final lo que tenemos es una mejora y sofisticación del mismo modelo analítico de la

realidad social. Sin embargo, en su última gran obra (2009), a pesar de que esas cadenas

de rituales interactivos aparecen como los protocolos elementales de construcción de la

realidad social y de producción de energía emocional para los que estamos dotados e

inclinados naturalmente, también presenta a los individuos como precipitados

transitorios de tales rituales y ello puede llevar a pensar que la naturaleza constitutiva y

fundante de lo social habría pasado de los individuos y sus interacciones al flujo de esos

rituales que anudan y dispersan la energía somato-emotiva y dibuja situaciones (Iranzo,

2009:viii). Lo cual vendría a ser prueba tanto de que se ha hecho insostenible la

dualidad estructura-acción cuanto de que la existencia de líneas de continuidad con los

otros modelos (en este caso con el de la fluidez).

Apuntar algunas de las líneas de fuga o de crítica de este modelo en una última

manera de perfilarlo. Así, por ejemplo, en sus versiones más hermenéuticas se hace

6 En Foundations of Social Theory Coleman ratifica la tesis de que los fenómenos macrosociales, que son

específicos de la Sociología, deben ser explicados desde los fenómenos micro o individuales, tanto por

razones metodológicas (ahí es donde se produce la observación) como políticas (ahí es donde se puede

intervenir socialmente). El más elemental sistema social queda constituido por dos actores que controlan

un conjunto de recursos (1990:29) y a partir de aquí se forman o constituyen los actores corporativos que

también pueden tener intenciones y en cuyo seno puede haber discrepancias. Los pasos claves en la

combinación de acciones individuales que van configurando sistemas y actores sociales son la

maximización de intereses mediante el movimiento de recursos y la concesión de autoridad de un

individuo a otro que instituye actores colectivos.

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evidente la caja negra de la intencionalidad, que no deja de estar presente también en la

base de las versiones más ligadas a la elección racional7. Pues bien lo que hace esa caja

negra es cerrar en falso la indagación sobre el contenido mismo de esa intencionalidad

que, como el propio Searle (1992) ha ayudado a demostrar, sólo puede establecerse

sobre una red de actitudes compartidas y un trasfondo de prácticas y encarnaciones, esto

es, materialidades concretas, alguna de las cuales de carácter intrínsecamente

supraindividual (García Selgas, 1994).

En las versiones más analíticas encontramos una cierta levedad que alivia con la

elegancia y sencillez de su metodología la insatisfacción explicativa que producen sus

análisis (García Blanco, 2008). Línea de fuga que puede estar ligada a que su fidelidad

al modelo mecánico, además de hacerles confundir razones para la acción con causas de

la acción, les fija al ejemplo de una física newtoniana, cuando habitamos un mundo

plagado de incertidumbres y paradojas. Lo cual quizá haya sido la causa de que, si en

cierta manera han superado las limitaciones que imponía el neopositivismo vienés, no

hayan sido capaces de superar el horizonte marcado por el positivismo ilustrado clásico.

En algunos casos, como parece suceder entre nuestros “analíticos más airados”, que

tantos números monográficos (Papers, RIS) y recopilaciones (CIS) vienen gestando

estos últimos años, el encomiable afán de mantenerse en los parámetros de un proceder

rigurosamente científico les ha llevado en una especie de reedición del positivismo

ilustrado clásico, el mismo que ayudó en la fundación de la sociología, “una actitud y

también una doctrina que reposa sobre la absoluta confianza en los procedimientos de la

ciencia natural para alcanzar un conocimiento certero” (Giner, 2001:47). Lo más

preocupante, empero, no es el naturalismo sino que se mantiene una concepción

anticuada del funcionamiento de las ciencias naturales que, por ejemplo, les justifica en

su crítica furibunda al concepto de emergencia, obviando la relevancia de las distintas

teorías de la complejidad en dichas ciencias. Por no mencionar, que ello puede poner a

la sociología en manos de la psicología y o bien limita las opciones políticas al abanico

del liberalismo (del social al más individualista) o bien abre una separación radical entre

el discurso sociológico y el ético (entre el ser y el deber ser), efecto del dualismo

ontológico que preside el modelo teórico.

7 Ellos mismos (Noguera 2010) sitúan uno de los fundamentos de la teoría analítica en la concepción de

Searle, según la cual (1997: 63-8) los hechos sociales son resultados de una intencionalidad colectiva que

permite a los individuos imponer funciones no meramente instrumentales a procedimientos, hechos,

objetos, etc. y articularlos mediante reglas constitutivas.

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3- El modelo estructural: lo social como sistema.

Frente a la idea de agregado o sumatorio de interacciones de individuos, el modelo

estructural gira en torno a la visión de la sociedad como realidad emergente y autónoma

que constituye una totalidad o sistema, que ha de ser explicado por sí mismo.

Este modelo puede ser identificado con lo que desde su inicio ilustrado (Saint

Simon, Comte) constituyó la visión distintiva de la sociología que tomaría cuerpo en los

distintos estructuralismos y funcionalismos. Probablemente en su origen y sustento

estén tanto las miradas holistas de Hegel y Adam Smith, dando sentido a los más

diversos acontecimientos y comportamientos con el espíritu de la Historia o la mano

invisible, cuanto la emergencia y paulatina prevalencia de las masas y el

establecimiento de la democracia moderna en el seno de los estados nacionales. Todo

ello empujaba a identificar lo social con un determinado orden o, mejor, ordenación en

relación a la cual se definían las posiciones y posibilidades de los individuos y demás

agentes sociales8. Una visión que se ha venido alimentando y caracterizando por una

serie de tesis básicas:

- Que los hechos sociales son modos generales de hacer en una sociedad dada y

tienen una existencia independiente de las manifestaciones individuales pero

ejercen una coerción exterior sobre los individuos. (Durkheim).

- Que los individuos se constituyen en la socialización (educación, división del

trabajo, etc.) mediante la interiorización de valores institucionalizados por

normas y roles, que les habilitan y les permiten adaptarse e integrarse. (Parsons,

Berger & Luckman).

- Que las consecuencias no intencionales de la acción (individual) formarían una

cadena que desbordan las voluntades individuales y ratifican (junto a la

socialización) que más que de acción individual se hablaría de un sistema o

estructura de acción. (Merton)

- Que, independientemente de su identificación con el Estado-nación moderno, la

sociedad aparece equiparada a un sistema regido por una lógica funcional

8 En líneas generales podemos decir que este modelo que preside la Sociología clásica percibe la sociedad

“como un sistema, un Estado-nación y un conjunto institucional” (Dubet, 2010:18), mientras el individuo

aparece definido en el proceso de socialización, en su asimilación de los valores, normas, posiciones,

hábitos, disposiciones, etc. que la sociedad le otorga. Si hubiera que hablar de un auténtico actor social

habría que hablar del propio sistema social, pues la sociedad “produce individuos que interiorizan sus

valores y realizan sus distintas funciones” (2010:21).

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primero y de diferenciación después y por una dinámica, más o menos

conflictiva, de progreso y acumulación (Parsons, Luhmann).

En las dos décadas posteriores a la segunda guerra mundial dio la impresión de que

este segundo modelo se hacía con el monopolio de la definición de lo social. La

hegemonía del estructural-funcionalismo y del materialismo histórico hizo pensar que

sólo era posible concebir lo social si se atendía al hecho de que constituye una

estructura, esto es, a su forma constitutiva. Lo social se situaba más allá de los

individuos, pero no separado de ellos y más bien como su determinante. Desde el

capital como sujeto estructural del capitalismo a los sistemas autopiéticos

luhmannianos, pasando por la dureza de la “cosa social” durkheimiana o las

consecuencias-no-pretendidas de los funcionalistas, la historia de la teoría sociológica

está plagada de concreciones de este tipo de respuestas9, que podríamos calificar de

estructuralismos o formalismos abstractos, pues en ellas lo social viene a ser

principalmente la estructura, sistema o forma de las relaciones que, como posiciones,

oposiciones, distinciones o diferenciaciones, condiciona y posibilita tanto a lo social

mismo como a lo individual y a lo humano en general..

El formalismo de este modelo se ha complementado y caldeado con distintas

antropologías teóricas o filosóficas: en las versiones más clásicas con la idea del homo

sociologicus que se constituye en su socialización bien mediante la interiorización de las

normas sociales (Durkheim, Parsons, el homo moralis, según Ramos 1999) bien

asumiendo como guía de comportamiento la imagen especular que le devuelven los

demás (Smith, Goffman: homo specularis); en su desarrollo luhmaniano el ser humano

se convierte en periférico, en “entorno”, del sistema social y es contemplado como una

complejidad inabarcable que se distribuiría en tres órdenes emergentes distintos: el

bioquímico, el psíquico y el social, en el que aparece como un collage de expectativas

(García Blanco, 2008:24-6).

Tal diversidad de antropologías refleja una enorme variedad de expresiones de este

modelo y nos hace pensar que ello se debe no tanto a la conflictiva confluencia original

de marxistas y estructuralistas cuanto a las diferencias que ha ido introduciendo la

9 En nuestro país este modelo ha dominado entre los autores de inspiración funcionalista o marxista, tanto

entre quienes desarrollaban una perspectiva estadístico-estructural-distributiva cuanto entre quienes han

venido dando prioridad a miradas crítico-cualitativistas alimentadas por una semiótica inspirada en la

antropología y la lingüística estructurales (Levy-Strauss, Greimas, etc.). Un caso muy significativo fue el

de Jesús Ibáñez, uno de los iniciales y más decididos defensores de la versión sistémica de segundo orden

o autopoietico de este modelo (ver Suplemento 22 de Anthropos, 1990).

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paulatina asimilación de la teoría de sistemas10

. Como muestra el importante salto que

hay entre la visión de la estructura social como uno de los subsistemas del sistema

general de acción (Parsons), que además tiene como núcleo la comunidad nacional, y la

visión que propondrá Luhmann en la que se postula una lógica que rige todo el

desarrollo del sistema social (la diferenciación del entorno externo o entre subsistemas)

y una operación o elemento básico exclusivo que permite la autoorganización del

sistema social (la comunicación) (Rodríguez y Arnold, 2007: 116-7). Hay un salto del

sistema como un todo que es más que la suma de las partes y subordina a estas al

sistema como proceso de reducción de la complejidad del mundo mediante la distinción

sistema/entorno: del estructural funcionalismo al funcionalismo de sistemas

autorreferenciales, esto es, de sistemas autopoieticos de comunicaciones que generan

comunicaciones11

.

La autorreferencialidad conlleva otras dos peculiaridades que merecen

mencionarse de cara a la cuestión de la eventual unificación de la sociología. Por un

lado la reflexividad deja de ser una propiedad de las conciencias para serlo de todo el

sistema y especialmente de la autopoiesis comunicativa pues toda nueva comunicación

será en parte empleada para corroborar la comprensión de la comunicación anterior. Por

otro lado, la teoría social misma se convierte en un instrumento reflexivo de la propia

sociedad y debe, por tanto, ser objeto de sí misma sin buscar el atajo externo de la

metodología científica o de la conciencia del sujeto, y asumiendo la distorsión que su

aparato de observación producirá (el constructivismo de una observación de segundo

orden).

Por último, conviene recordar algunas de las principales críticas que se han ido

haciendo de las sucesivas versiones de este modelo. Las primeras tienen que ser las

múltiples críticas (Elster, Mulkay, Giddens, etc.) planteadas a la capacidad explicativa e

incluso descriptiva del concepto de función, por el que un hecho social quedaría

10

Con el modelo sistémico la comunidad de individuos del atomismo deja paso, primero, al sistema de

roles e instituciones en el que los individuos aparecen como consecuencias del proceso evolutivo y

diferenciador de la sociedad y, después, al sistema de estructuras sociales entendidas como expectativas

de conducta generalizadas, de modo que cada individuo se convierte en un collage de expectativas

(García Blanco 2008:24). 11

Al concebir el sistema social como autorrefencial se le puede atribuir una naturaleza autopoietica, esto

es, de red de producción de elementos que con sus interacciones constituyen esa red de producción que

los produce como unidad. Por tales elementos simples no se toma ni los seres humanos (son un sistema

no social) ni las acciones (que no son necesaria e inherentemente sociales), sino las comunicaciones, que

son inminentemente sociales y que, cuando se consuman, requiere comprensión y rebasan así la actividad

del comunicador. En definitiva se termina concibiendo la comunicación como síntesis de las selecciones

de información, expresión e (in)comprensión y el sistema social (lo social) como un sistema autopoietico

de comunicaciones que generan comunicaciones.

13

explicado (incluso en su existencia como tal y su reproducción) por ser funcional para la

pervivencia del sistema social. El problema es que el formalismo que alimenta esa línea

de fuga, esta conversión de un principio lógico en supuesto ontológico, reaparece en la

versión luhmanniana de este modelo, en este caso la diferencia sistema/entorno como

principio que permite destacar lo observado respecto de un contexto que queda como

fondo se torna en eje constitutivo de los sistemas sociales. Se vuelve así a confundir las

cosas de la lógica con la lógica de las cosas12

.

Ese logicismo o formalismo parece estar también a la base de la contradicción a que

conduce el hacer de la diferenciación funcional y la contraposición sistema/entorno los

medios de resolución de la complejidad social que rigen la dinámica social, pues las

diferentes formas de autorreferencialidad van cerrando los (sub)sistemas sociales sobre

sí mismo, lo cual resulta muy difícil de sostener en un mundo literalmente arrasado a

todos los niveles por procesos que desmontan los límites, las fronteras, las distinciones,

etc. de toda clase y más bien llevan a hablar de de-diferenciación (Lash, 1989). En más,

algunos de esos procesos son tan generales y de tanto impacto histórico que han

motivado y encauzado el desarrollo del tercer modelo. Entre ellos yo resaltaría los

siguientes:

- el paso de una dinámica histórica regida por el constante vaivén entre la

destrucción del pasado y la construcción del futuro a otra dominada por la

compleja e inestable coexistencia de los muchos presentes (Berman, 1988);

- el proceso por el que el desarrollo postindustrial, el predominio de la cultura

mediática y la globalización económica han hecho de los flujos de capital, de

información, de mercancías, de personas, etc. los materiales básicos de nuestra

sociedad (Castells, 1997), mientras la fragmentación y el mestizaje se han ido

apoderando de las agencias o identidades (colectivas y personales) (García

Selgas, 2002.); y

- la imparable fluidificación de todos los ámbitos sociales (macro y micro,

económico y cultural, etc.) como consecuencia del tránsito del régimen fordista-

keynesiano de acumulación de capital al régimen flexible (Harvey, 1991)

12

En un sentido parecido, hacer de la comunicación el elemento básico de lo social puede tener de (falso)

soporte la ontologización de la remisión lógica del concepto de “comunicación” al de “comunión” y de

este al de “lazo social”.

14

4- El modelo procesual: lo social como fluidez compleja.

El tercer modelo es mucho más reciente e inmaduro que los otros dos. Pueden

rastrearse antecedentes en el pensamiento de autores como Spinoza, Nietzsche, James o

Deleuze, pero más bien habría que decir que surge impulsado por los procesos

históricos que acabo de mencionar y al calor de la imperiosa necesidad que estos

imponen de una renovación teórico-metodológica iniciada por los teóricos del

postindustrialismo (Bell, Tourtaine, etc.) y que buscaba captar esos nuevos espacio-

tiempos y agencias sociales que, con su fluidez e impredictibilidad, integran hoy nuestra

realidad social (García Selgas, 2007). Aparecen así trabajos de distinta índole, enfoque

y procedencia que por ahora simplemente apuntan, queriéndolo o no, a un tercer tipo de

visión sobré qué o cómo es lo social. De hecho la principal razón para afirmar la

existencia de este modelo teórico es que aparece como base y referencia conjunta a toda

esa serie de trabajos, entre los que además de los mencionados al señalar los procesos de

cambio están los muchos que se han generado en torno a la teoría del actor-red (Latour,

Callon, Law, Mol, etc.): trabajos que no dejan de hablar de una inestabilidad intrínseca

en los distintos fenómenos sociales, de que estos han estado y están sometidos a una

fluidificación creciente y de que, en definitiva, hoy resulta más fácil dar forma a los

hechos sociales que mantenerlos en forma (Bauman, 2000:8), esto es, que, como los

fluidos, son maleables, pero, también como ellos, se resisten a permanecer en la forma

que se les ha conferido.

Ahora bien, una cosa es constatar que la realidad social está sometida a una

fluidificación incesante, incluso que son los flujos lo que hoy organiza la realidad

social, como hace Castells (1997:445), y otra que esa constatación nos lleve a una nueva

visión o modelado teórico de lo social, que es lo que se deriva del impulso continuado y

sobrepuesto de los trabajos mencionados. En este caso, hablar de flujos no es tanto

resaltar la relevancia de los flujos, entendidos como secuencias de intercambio de

elementos previos entre diferentes posiciones estructurales (ibid.), cuanto hacer patente

un estar, es decir, un existir, un ser, radicalmente distinto de lo social que lo asemeja a

las turbulencias y otros fluidos complejos: la socialidad como “fluidez compleja”. Es un

desplazamiento teórico que modela lo social a partir de la noción de fluidez y hace

insostenible la oposición entre el individualismo sustancialista y el formalismo

estructuralista, de modo que lo social se presenta como una relacionalidad material que

no se da entre elementos previos o independientes de ella, sino entre ingredientes que

son constituidos por esa relacionalidad como (partes de) lo social. No se hablará así de

15

relaciones entre individuos o de formas estructurales, sino de procesos relacionales

abiertos (ensamblajes semiótico-materiales) en los que se van constituyendo distintos

espacio-tiempos simbólicos y agencias que rebasan la exclusividad de lo humano.

Afirmar la fluidez constitutiva de la realidad social fluida es afirmar, en primer

lugar, que no tiene una constitución (formal o substancial) unívoca ni cerrada sino que

es una composición heterogénea, abierta e inestable de flujos que básicamente lo son de

materias (cuerpos, mercancías, tecnologías, etc.), energías (emociones, fuerza, calor,

etc.) e informaciones (sentidos, valores, software, etc.) y que son los distintos e

inestables ensamblajes de estos flujos los que componen nuestra realidad social e

incluso componen aquellas entidades que, como agentes, procesos, instituciones,

comunicaciones o sistemas, han sido consideradas por los otros modelos como los

elementos constitutivos de lo social. De este modo los “ingredientes básicos” de lo

social no serían esas entidades sino las relaciones, procesos, trayectorias, enlaces,

atracciones, desplazamientos, etc. que se van trazando en el ensamblaje de flujos

(Latour, 2005).

El modelo teórico de lo social como fluidez, además de alejarnos de dicotomías

ontológicas (materia y sentido), teóricas (elemento y sistema) o metodológicas (escalas

de observación micro y macro), hace que la lógica de la realidad social no sea tanto la

de la reproducción, la diferenciación, la agregación, la mano invisible o la movilidad,

cuanto la de una fluidez que se muestra promiscua e inestable, aunque omnipresente, en

su capacidad de generar y ensamblar flujos de distinta naturaleza. Pero ello exige

especificar qué rasgos básicos conlleva esa fluidez imputada a lo social (García Selgas,

2006:21-28), entre los que destacan los siguientes:

- la mayoría de las formas y las formaciones sociales (hechos, agentes,

instituciones, etc.) son inestables en tanto que ensamblajes dinámicos de una

multiplicidad de ingredientes,

- es la relación mutua y materialmente constituyente entre esa multiplicidad de

ingredientes lo que los convierte en tales y sostiene a todo lo social, por lo que

no puede haber elementos previos y todo permanece en (re)construcción,

- no hay una propiedad innata humana (la sociabilidad) ni una forma (la distinción

sistema/entorno) que gesten unívocamente las realidades sociales, sino que éstas

resultan de diversos y complejos ensamblajes en los que los seres humanos, sus

relaciones o sus acciones dejan de ser exclusivos y se les disputa su centralidad,

16

- la multiplicidad interna de ingredientes heterogéneos y la ausencia de separación

tajante entre lo sólido o estructural y lo fluido son expresión de unos límites

abiertos o porosos que, por otro lado, nos ayudan a entender que siempre

estemos ante distintas versiones sin un original de referencia, y

- la fluidez no excluye un mínimo de estabilidad, de forma social, pero una forma

social fluida es básicamente una articulación material, contingente, abierta y

disputada de relaciones que son parte y efecto de procesos constantes de (des)

estabilización o (des)ordenación.

En definitiva, en tanto que fluida, la realidad social aparece definida como

relacional, múltiple, heterogénea y porosa, esto es, como una “fluidez compleja”. Lo

cual reafirma la apuesta por emparentarla más con las nociones de ensamblaje o

articulación que con las de sistema o red. Pero el conjunto de estas características no

solo habla de una fluidez compleja sino que apunta una concepción compleja de la

misma que agrupa sentidos complementarios con los que referirnos simultáneamente a

los procesos históricos de fluidificación y a esa cualidad específica de lo social que no

es una forma o estado (atemporal) sino un fluir, un estado fluyente, en el que “la esencia

es existencia y la existencia es acción” (Latour, 1998:254).

Por último, a la hora de señalar líneas de fuga y de crítica de este modelo hay que

resaltar su inmadurez general. Para afianzarse y refinarse necesita tanto ser utilizado en

diversas investigaciones empíricas, desplegadas en campos muy diversos, cuanto

implementado por distintos enfoques teóricos que lo estiren y dinamicen. En concreto,

su inmadurez hace que se necesite con la mayor urgencia el desarrollo y ajuste de un

aparato metodológico que se adecúe a la visión que promueve: un aparato que va desde

el eventual ajuste de medios gráficos o matemáticos con los que construir modelos

formales de esos procesos dinámicos que son lo social hasta la propuesta de técnicas de

investigación capaces de nadar con eficacia en esta caótica fluidez (Law 2004). Es

cierto, sin embargo, que esta tarea tiene la dificultad añadida, que también se da en

menor medida en los otros modelos, de que no pocos científicos son renuentes a

reconocer que en sus investigaciones asumen alguna versión de este modelo teórico.

En general, su estado incipiente y dubitativo hace que sus nociones y categorías

estén plagadas de una cierta ambigüedad que solo se irá disipando según se vayan

cerrando las líneas de fuga mencionadas. Lo que no excluye que se abran otras, como la

que se apunta con el debate en torno a la necesidad de elementos o formas básicas e

17

indivisibles, que quizá no sea más que expresión de la presión que ejercen los otros dos

modelos, bastante más asentados.

5- Dos posibles conclusiones y una duda: ¿unificación de la sociología?

Es costumbre que, llegados a este punto, se establezcan algunas conclusiones. En

este caso podrían ser dos. En primer lugar, ratificar que estos tres modelos dan cobijo o

soporte a la mayoría de las concepciones y prácticas sociológicas vigentes,

aprovechando para clarificar comparativamente los rasgos y peculiaridades de cada uno

de ellos. Pero ello requeriría no pocos matices y discusiones para los que aquí no hay

tiempo ni espacio. En segundo lugar, constatar que las formas básicas en que hoy se da

respuesta a la pregunta por el ser de lo social se adecuan a los rasgos que hemos

resaltado y que podemos resumir diciendo que, impulsadas por el profundo cambio

histórico que venimos viviendo y la dispersión de los saberes sociológicos, asumen el

carácter histórico de la realidad social y la insostenibilidad de la dicotomía entre acción

y estructura y, al unir todo ello con el reconocimiento del potencial preformativo

(político) de su enunciación y la convivencia con diferentes constructivismos,

introducen la duda sobre la posibilidad de una sociología unificada, que es

perfectamente congruente con lo apuntado por la primera conclusión. Pero también en

este caso habría que introducir matices y debates para los que no tenemos espacio. Así

que me voy a limitar a hacer algunas reflexiones sobre el planteamiento de esa duda.

Es un hecho que hasta ahora ni se ha concitado un consenso general en sociología ni

ninguno de sus tres modelos teóricos básicos ha conseguido imponerse a los otros. A

ello conviene añadir tres puntualizaciones iniciales: (i) el que cada uno de los tres

modelos haya surgido de, sobre o en referencia a otro hace que entre ellos haya más

continuidades y posiciones intermedias de lo que a primera vista puede parecer; (ii) la

historicidad de lo social, de su consideración científica y de las mutuas determinaciones

entre ellas se traslada necesariamente a esta cuestión, por lo que no hay que esperar una

respuesta definitiva y universal; y (iii) los compromisos ontológicos de cada modelo y

su performatividad se traducen en oportunidades y preferencia políticas diferentes, lo

que hace aún más difícil la unificación. Todo lo cual pone de manifiesto que estamos

ante una cuestión cuya complejidad y dinamicidad no permiten resolverla de un

plumazo, pero no impiden que se puedan introducir algunas reflexiones que clarifiquen

su situación actual.

18

La primera surge al preguntarnos si la relación que mantienen entre sí estos modelos

es de incompatibilidad o de complementariedad. Si fuera lo primero, como ocurrió en

biología entre las concepciones vitalistas y las mecanicistas, que se resolvió rechazando

esa contraposición y formulando un tercer modelo (el de la organización autoproductiva

u organismo), cabría pensar que el modelo emergente de la fluidez (o algún otro) podría

asumir esa función superadora, pero eso requeriría por su parte una potencialidad

explicativa y envolvente que todavía no ha mostrado. Si fuera lo segundo podría

suceder que, como en física, se admitiera la coexistencia de modelizaciones distintas

referidas a un mismo ámbito (la luz ¿onda o corpúsculo?) o a ámbitos diferenciados (la

mecánica relativista de los procesos macrofísicos y la mecánica cuántica de la física de

partículas). Pero para admitir esa coexistencia haría falta que la sociología tuviera una

consistencia disciplinar y un aval de resultados pragmáticos o tecnológicos tan potentes

como los de la física, cosa que no es el caso, por no hablar de que aceptar esta opción

podría revitalizar dualismos (micro/macro, acción/estructura) hoy rechazados por la

mayoría.

No podemos decir, por tanto, que estemos ante modelos incompatibles o

complementarios. Para ello, además, tendríamos que aclarar en qué sentido lo serían, lo

cual nos remite, necesariamente, a la cuestión de a qué nos referimos con “una

sociología unificada”, entorno a qué eje se unificaría para superar la incompatibilidad o

para permitir la complementariedad. Hasta ahora han sido básicamente dos los ejes

empleados con ese fin: la supuesta unicidad del objeto considerado, que en este caso es

“lo social”, y las supuestas exigencias establecidas por la cientificidad del modo de

considerarlo. Por ello conviene terminar introduciendo algunas reflexiones al respecto,

independientemente de lo discutible que es seguir diferenciando y separando ambos

ejes13

.

Si se tomara como referencia la centralidad del objeto o, mejor, la suposición de que

este mantiene una unidad de fondo, esto es, que en última instancia habría un rasgo o

propiedad definitoria de lo social, nos veríamos llevados a tener que mantener dos

suposiciones adicionales: primera que todos los hechos y realidades sociales mantienen

un rasgo común, en lugar de mantener entre ellos distintos parecidos, como los

13

Esa polarización en dos ejes, que fue una de las claves principales de la famosa disputa del positivismo

entre Popper (unidad del método) y Adorno (centralidad del objeto), se corresponde con una concepción

propia de una filosofía de la ciencia del siglo pasado, previa a los estudios sociales de la ciencia y la

tecnología que establecen como eje central de la ciencia la práctica científica en la que tanto

investigadores, como objetos y procedimientos van siendo interactivamente (re)configurados y se

construyen mutuamente.

19

“parecidos de familia” (Wittgenstein), que, sin ninguna esencia o elemento común, nos

permiten agrupar bajo una misma denominación (“social”) entidades con diferentes

semejanzas y coincidencias; segundo, un cierto realismo que hace pensar no solo que

existe un mundo exterior a nosotros y que la realidad social pertenece a él, en el sentido

de que tiene una estructura o constitución objetiva, sino también que poseemos medios

para conocerlo de un modo no mediado por nuestros deseos, acuerdos o discursos.

Las versiones más actualizadas del modelo estructural renuncian explícitamente a

que el objeto imponga la unificación14

. Así lo hace, por ejemplo, Alexander pues, al

defender que los hechos sociales solo son accesibles como parte de un texto (2006),

hace insostenibles ambas suposiciones. Otro tanto sucede con Luhmann (1991:10) al

decir que la pretensión de universalidad de la teoría se traduce en su capacidad de

comprender todo lo social no en el intento de reflejar completamente la realidad del

objeto ni de excluir a otras teorías con las que compite. Pero la cosa no para aquí, pues

el modelo de la fluidez, cuyo descentramiento del humanismo en el ser y el conocer de

lo social, a la vez que lo aleja de los constructivismos radicales, le compromete con la

co-construcción de sujeto y objeto y la imposibilidad de un realismo como el que aquí

se solicita. Su proclividad, siguiendo a Mol, a una ontología múltiple en la que los

objetos (materiales, sociales, etc.) no tienen una única forma de ser, sino que son

susceptibles de diversas versiones existenciales, le lleva a plantear también serias

cuestiones al primer supuesto. La excepción la plantea la versión analítica del modelo

atomista15

, cuyo compromiso fundacional con el establecimiento de explicaciones

causales a través de mecanismos y no de leyes o de regularidades estadísticas (Elster,

1990) le obliga a asumir esos dos supuestos que sostienen la tesis de la unicidad del

objeto y que esta reclama y rige la unificación de su conocimiento científico. Parece así

que su proclividad a seguir este eje de unificación se basa en razones u opciones

epistemológicas, lo cual remite al otro eje.

En el segundo eje la unificación vendría dado sobre la base de las exigencias propias

de un estudio que quiera ser científico, que impondrían la necesidad de un único modelo

o concepción básica y general de su objeto de estudio, sobre el que se habilitarían

procedimientos estándares de evaluación y corrección. De este modo, en la sociología

14

Aunque no todas, como sucede con algunas de las más ancladas en el materialismo histórico (Bhaskar,

1986). 15

No así las versiones más hermenéuticas que tienden a un cierto constructivismo.

20

científica16

no podrían convivir modelos teóricos distintos. Evidentemente ese eje se

asienta sobre una determinada concepción de la ciencia (de tinte más bien popperiano) y

en relación al discurso metateórico que ha defendido la exigencia de un único

paradigma en cada ciencia madura17

.

Desde el modelo de la fluidez social resulta insostenible concebir la ciencia como

sistema representacional de proposiciones y no como práctica y acción articulatoria y

disputada (Latour 2001) y no se puede, por lo tanto, defender esa exigencia, que resulta

contradictoria con su rechazo explícito a convertirse en una teoría sustantiva que

determine los constituyentes básicos de los social antes de estudiar y seguir el

ensamblaje de los distintos agente implicados (Latour, 2005). En una línea similar

podemos situar a la versión sistémica del modelo estructural dado que para ella la teoría

sociológica es autoobservación de la sociedad, lo que la hace inseparable del

instrumento de observación, modificadora de un observado del que forma parte e

incapaz de encontrar una posición privilegiada, que no puede existir (Rodríguez &

Arnold, 2001:126-7; Luhmann, 1991).

Es posible que tras el rechazo de ambos modelos a este eje de unificación se

encuentre su compromiso con la complejidad constitutiva de lo social (en sí mismo y en

su relación con la sociología), que es curiosamente lo que les separa de la versión

analítica del modelo atomista. Algunos de los más aclamados defensores de esta no

dejan de reiterar su compromiso con la reducción de unas teorías a otras, la

simplificación y la identificación de aquellos procesos y mecanismos básicos (acción

racional, agregado de acciones individuales, regularidades sociales, etc.) que permitirían

explicar los fenómenos sociales y el establecimiento de un consenso metodológico

básico, una “lógica de la inferencia” (Goldthorpe, 2010: 34-47, 265-6). De aquí que

muchos analíticos vean en la cientificidad de la sociología la exigencia de un modelo

teórico básico unitario que, por supuesto, sería el que ellos postulan.

Al final, ni el modelo estructural ni el de la fluidez, que han gestado investigaciones

científicas relevantes y rigurosas, ven inconveniente en una misma disciplina científica

16

Por esta razón reclaman este eje o reflexionan sobre él aquellos representantes de cada modelo que

están decididos a asumir los rigores del quehacer científico y no establecen una separación tajante entre

ciencias sociales y naturales, como Elster, Luhmann o Law, no aquellos otros que despliegan versiones

más hermenéuticas o moralistas, como Garfinkel, Habermas o Bauman. 17

Esta exigencia se suele hacer sin tener en cuenta los desarrollos que el propio Kuhn y otros

historiadores y teóricos de la ciencia, como Lakatos o Laudan, han hecho del concepto de “paradigma”, o,

mejor, de “matriz disciplinar”, lo que ha llevado a no pocas propuestas confusas y poco rigurosas, como

la de que la Sociología sería una ciencia multiparadigmática (Ritzler, Beltrán), que es como decir que es

una disciplina interdisciplinar.

21

como la sociología permita la convivencia y el diálogo de modelos nucleares distintos,

su compatibilidad, y de hecho en ambos casos lo practican. Solo la versión analítica del

modelo atomista ve imposible esa convivencia y rechaza todo diálogo, pero lo hace

desde una concepción de la ciencia y de su relación con la realidad que, además de poco

actualizada, es muy discutible.

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