TRATADO DE LA ARGUMENTACION_Perelman.pdf

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CH. PERELMAN L-OLBRECHTS-TYTECA G RE D 0 S BIBLIOTECA ROMANICA HISPÁNICA H SO Ö O ö m f > > so o cd m o O z r- > 2 C ta < ra H O- £ o MANUALES 69 CREDOS CH. PERELMAN L. OLB RECHTS-TYTECA TRATADO DELA ARGU MENTACI LA NUEVA RETÓRICA TRADUCCIÓN ESPAÑOLA DE Julia Sevilla Muñoz GREDOS BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA

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  • CH. PERELMAN L-OLBRECHTS-TYTECA

    G R E D 0 S BIBLIOTECA ROMANICA HISPNICA

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    MANUALES

    69

    C R E D O S

    C H . P E R E L M A N

    L . O L B R E C H T S - T Y T E C A

    TRATADO D E L A A R G U MENTACI

    L A NUEVA RETRICA

    TRADUCCIN ESPAOLA DE

    Julia Sevilla Muoz

    G R E D O S BIBLIOTECA ROMNICA HISPNICA

  • T R A T A D O D E L A A R G U M E N T A C I N

  • BIBLIOTECA ROMNICA HISPNICA FUNDADA POR

    DMASO ALONSO m. MANUALES, 69

    DITIONS DE L'UNIVERSIT DE BRUXELLES, Bruselas, 1989

    EDITORIAL GREDOS, 1989 Snchez Pacheco, 85,28002 Madrid

    www.editorialgredos.com

    PRIMERA EDICIN, 1989

    3.a REIMPRESIN

    Ttulo original: Traite de l'argumentation. La nouvelle rhtorique, 5.a ed.

    Diseo grfico e ilustracin: Manuel Janeiro

    Depsito Legal: M. 2105-2006 ISBN 84-249-1396-5

    Impreso en Espaa. Printed in Spain Encuademacin Ramos Grficas Cndor, S. A.

    Esteban Tenadas, 12. Polgono Industrial. Legans (Madrid), 2006

    C H . P E R E L M A N y L . O L B R E C H T S - T Y T E C A

    TRATADO DE L A ARGUMENTACIN

    L A N U E V A R E T R I C A

    TRADUCCIN ESPAOLA DE

    JULIA SEVILLA MUOZ

    G R E D O S BIBLIOTECA ROMNICA HISPNICA

  • PRLOGO A LA EDICIN ESPAOLA *

    P E R E L M A N Y L A R E T R I C A FILOSFICA

    LA RETRICA E N LA PRIMERA' MITAD DEL SIGLO XX

    Mientras que la Edad Media y el Renacimiento entendieron y cultivaron la dialctica y la retrica aristotlicas, la Edad Moderna de racionalismo hegemnico, las margin.

    El lo significa, por tanto, que la suerte histrica de la retrica ha estado ligada a la valoracin gnoseolgica que, en las distintas pocas, se ha hecho de la opinin en su relacin con la verdad. Para quienes la verdad puede surgir de la discusin y el contraste de pareceres, la retrica ser algo ms que un simple medio de ex-presin, un elenco de tcnicas estilsticas, como la consideran aque-llos para quienes la verdad es fruto de una evidencia racional o sensible. Esto explica que con el predominio del racionalismo y el empirismo en la filosofa de los siglos xvn al xrx la retrica fuese reducida en los planes de estudio a una especie de estilstica. Es con los sistemas caractersticos de finales del xrx y de este siglo (pragmatismo, historicismo, vitalismo, axiologa, existencialismo...) cuando se empiezan a sentar las bases para la rehabilitacin de la retrica y la teora de la argumentacin.

    E^tejesurgimjento_de la^r^rica_estjambin estrechamente re-lacionado con circunstancias polticas y sociales. E l desarrollo en

    * Tomado del Tratado histrico de retrica filosfica de Jess Gonzlez Bedo-ya, Madrid, Ed. Njera, 1988.

  • 8 Tratado de la argumentacin

    nuestro mundo actual de sociedades democrticas, intensa y progre-sivamente intercomunicadas en lo informativo, lo poltico y lo eco-nmico, hace que, como en la Grecia clsica, se despierte en ellas con fuerza la necesidad y el inters por la retrica, por la argumen-tacin, por la persuasin a travs del lenguaje E_Jnvmamente, la causa profunda del desinters y olvido en que yaci la retrica en pocas pasadas radicara en la estructura dogmtica, autoritaria, coercitiva, en una palabra, antidemocrtica, de aquellas^ocjgdades.

    E n la primera mitad de este siglo, la retrica haba degenerado en la enseanza media europea: una asignatura llamada Elementos de retrica, recuerda Perelman, vena a reducirse a un aprendizaje de memoria de una lista de figuras retricas en consonancia con l a nocin vulgar que identifica retrica con estilo florido, elocuen-te, un arte del lenguaje. E n esta nocin se ha perdido ya casi por completo la definicin aristotlica (arte de la persuasin), la de C i -cern (docere, mover, placer) e incluso la de Quintiliano: ars be-ne dicendi, donde el bene tiene una triple connotacin de eficacia, moralidad y belleza. Ms concretamente, la retrica que perdur en los planes de estudio durante los siglos xvn, x v m y xrx fue la equivalente al Libro III de la Retrica de Aristteles, es decir, una retrica nada relacionada con la formacin de la opinin, sino re-ducida a manual de estilo o tcnica expositiva. Iniciadores de esto fueron los franceses Pierre de la Rame y Talon (siglo xvn).

    Por otra parte, si en nuestro siglo ha tardado tanto la retrica en resurgir en Occidente, ,a pesar de una larga tradicin democrti-ca, ello se ha debido al prestigio prepotente de la ciencia positiva, a causa del cual nada se consideraba persuasivo si no se amoldaba a criterios estrictamente cientficos, cosa que no cumple la retri-ca 2 . L a lgica de nuestro siglo se ha decantado en exclusiva hacia la lgica formal, demostrativa, arrojando as al terreno de lo ilgi-

    1 Cf. Jordi Berrio, Teora social de la persuasin, Barcelona, Ed . Mitre, 1983, pgs. 34-50.

    2 Cf. Ch. Perelman y L . Olbrechts-Tyteca, Trait de l'argumentation (La nouvelle rhtorique), 3. a d., ditions de l'Universit de Bruxelles, 1976, pgs. 37-38.

    Prlogo a la edicin espaola 9

    co, de lo irracional, todo el contenido de las ciencias humanas y sociales, que, como la tica, se resisten a una formazacin slo posible con verdades umversalmente convincentes, demostrables con pruebas constrictivas 3 .

    As, el prestigio que desde finales del siglo pasado haba adqui-rido para el pensador occidental la lgica formal, induca a ver la retrica como una antigualla irrecuperable.

    Reducida, pues, la retrica a arte de la expresin, perdi todo inters filosfico, no siendo extrao por ello que no aparezca el trmino retrica n i en el Vocabulario tcnico y crtico de la filoso-fa, de Andr Lalande, ni en la norteamericana Enciclopedia of Philosophy (1967). Ljgjma_subsan|^_sin_embar por el Diccio-nario de filosofa _sJ^errater Mora .

    N o mejor suerte ha corrido la retrica en los pases socialistas, en donde ha sido considerada como un smbolo de una educacin formalista, intil, burguesa, anti-igualitaria.

    Por esto no es nada extrao que hasta hace apenas unos dece-nios la opinin predominante sobre l a retrica ha sido peyorativa: sinnimo de artificio, de insinceridad, de decadencia. Incluso ac-tualmente la retrica todava tiene connotaciones peyorativas: es un retrico, no me vengas con retricas, etc., son expresiones que indican que el trmino retrica se asocia ms o menos con la falsificacin, lo insincero, la hinchazn verbal, la vaciedad concep-tual.. . Las causas de esa mala fama aparecieron ya en la poca postciceroniana cuando la retrica, por las razones polticas que tan acertadamente analizara Tcito en su Dilogo de oradores, em-pez a perder su dimensin filosfica y dialctica, reducindose pau-latinamente a un redundante ornamento; en otros trminos, la ret-rica aristotlica se vio reducida al Libro III, mientras que los dos primeros iban siendo relegados 4 .

    3 Ibidem, 34-35. 4 Cf. K. Spang, Fundamentos de retrica, Pamplona, EUNSA, 1979, pg. 13.

  • 10 Tratado de la argumentacin

    REHABILITACIN ACTUAL D E LA RETRICA

    Histricamente, la retrica fue adquiriendo connotaciones nega-tivas a medida que se iba desvinculando de la filosofa con la que Pla tn y Aristteles la haban fecundado. Rehabilitarla significaba, ante todo, devolverla al sitio que ocupaba dentro del corpus filos-fico en el pensamiento de Pla tn y Aristteles. Muchas disciplinas, que han aspirado vanamente a verdades apodcticas slo contienen opiniones verosmiles, plausibles; por tanto, sus argumentaciones deben permanecer abiertas a una continua discusin y revisin.

    E l auge de los medios de comunicacin de masas y de la vida democrtica en un creciente nmero de pases explican los esfuerzos que se estn realizando en la segunda mitad de este siglo desde mltiples direcciones para rehabilitar la retrica clsica como arte de persuasin, porque e n l a s j s o d o l a d e j ^ ^ todos para o b t e n e r j a j ^ e s j n j r a ^ ^ diramos ms , la tienen en un..grado.superior a_nmguna ejap_a_ante-rior de la historia 5 .

    Aunque quiz demasiado lentamente, el pensamiento occidental de esta segunda mitad del siglo xx ha venido rehabilitando esta parte de la lgica aristotlica 6 , que es necesaria, segn Aristte-les 1 , no slo para la vida prctica (decisin, eleccin), sino para la fundamentacin de los primeros principios del saber. E n efecto, la rehabilitacin actual de la retrica es debida sobre todo a filso-

    fos, aunque paradjicamente fuesen stos quienes la denostaron du-rante dos mil aos. Para muchos filsofos, hoy la retrica es un

    5 J. Berrio, op. ci., pg. 12. 6 No se comprende por qu no se incluy la retrica dentro del Organon. Quiz

    por no haberla considerado parte sino antstrofa (complemento) de la dialctica? Creo que aqu radica el principal motivo de su marginacin y malentendimiento histrico.

    7 Tpicos, I 2, 1016, 1-4; tica nicomquea, I 3, 10946, 12-28. Citado por Perel-man, 1970, pg. 7.

    Prlogo a la edicin espaola 11

    medio para sacar a la filosofa de su imps y darle dimensin interdisciplinar. 8.

    Por eso, l a j m e y j i r e t r i a ^ ^ ^ te hallazgo para campos filosficos c o m o l a flosofadel derecho, l a j j i c ^ j a j t i j ^ a ^ ^ de la razn prctica.

    Por otra parte, resulta lgico que en la rehabilitacin de la ret-rica clsica haya influido mucho la rehabilitacin de sus creadores, los sofistas, iniciada ya por Hegel.

    L a rehabilitacin de la retrica corre hoy pareja con la descon-fianza progresiva por la lgica formal, iniciada por Schopenhauer un siglo antes. Para ste las leyes o verdades demostradas son con-venciones; teoras cientficas (de Ptolomeo, Newton...) demostra-das racionalmente han resultado errores crasos. Schopenhauer se adelant tambin a Perelman en su aguda visin de la no separabi-lidad entre la retrica-argumentacin y la retrica-ornamentacin, pues, para l, escribir neghgentgrnfintejignifica no apreciar las pro-pias ideas expresadas, del mismo modo que una joya no se guarda en una caja de cartn.

    El inters excepcional que los filsofos atribuyen ltimamente a los problemas del lenguaje, el hecho de que la lingstica es consi-derada como ciencia humana global, la rehabilitacin de la sofs-tica, la insistencia con que se proclama el alcance reducido de la lgica formal, el surgimiento de lgicas no formales, preparan la rehabilitacin de la retrica como trmino, al tiempo que su reinte-gracin en la problemtica filosfica 9 .

    Por todo esto no resulta extrao que algunos neopositivistas muestren al final cierta comprensin hacia la nueva retrica. As, Carnap reconoce que la lgica formal no sirve para la vida, y, por su parte, Ayer recensiona positivamente, en 1953, Rhtorique et Philosophie, de Perelman 1 0 .

    8 Cf. V. Florescu, La rhtorique et la norhtorique, 2. a ed., Pars, Ed. Les Belles Lettres, 1982, pg. 4.

    9 Florescu, op. cit., pg. 159. 1 0 Pars, PUF, 1952, pg. 158.

  • 12 Tratado de la argumentacin

    Rehabilitada la retrica en los aos cincuenta, su auge es tal que hoy se la ve en compaa de la ciberntica, la sociologa, la psicologa, las ciencias de la informacin y de la comunicacin, y ello como materia de investigacin y como instrumento de crea-cin o de anlisis. L a rhetorica nova, la retrica cientfica, se pre-senta no slo como retrica literaria, sino como retrica del cine, como retrica de la publicidad, como retrica de la imagen, como retrica general

    Como observa Alfonso Reyes 1 2 , donde la antigua retrica ha-l la su prolongacin natural... es en esas obras, tan tpicas de la cultura americana, que tienen como denominador comn el know how: cmo obtener xito en los negocios, cmo triunfar, cmo ha-blar bien en pblico, cmo ganar amigos, etc..

    Pero la rehabilitacin de la retrica no debe olvidarse de la co-nexin entre retrica y tica planteada por Pla tn. Conexin de vital importancia en un mundo de medios de comunicacin cada vez ms potentes y una propaganda poltica, ideolgica, comercial... cada vez ms omnipresente. Estos y otros muchos riesgos del mun-do actual exigen que la rehabilitacin de l a j ^ t r i c^ j ea j i l o s f i ca , jr icjuyjndo^u^sjnridj^b^

    En las circunstancias actuales, en que el humanismo se ve casi sofocado bajo el exceso de especializacin, en que la tcnica inven-ta medios diablicos, capaces de exterminar a la humanidad, la re-habilitacin filosfica de la retrica adquiere amplias significacio-nes. E l irracionalismo y el dogmatismo de todos los matices, la tendencia a minimizar la idea de adhesin libre, bajo el efecto de la persuasin, a un corpus de doctrina y a un programa social se oponen a la resistencia de la retrica, que ofrece una base terica para la rehabilitacin de la dignidad humana, para hacer crecer la confianza en la razn, para la profundizacin de relaciones inter-

    1 1 K. Spang, op. cit., pgs. 15-16. 1 2 A . Reyes, Obras completas, t. XIII, Mxico, Ed. Fondo de Cultura Econmi-

    ca, 1961, pg. 58.

    Prlogo a la edicin espaola 13

    disciplinarias. Repitamos, d^sjuDjieJaret!^^ del huma-msjn_^aJunto_s 1 3 .

    Antes de Perelman se producen algunos intentos de rehabilita-cin de la retrica. Pero estas escasas voces discordantes de la gene-ral ignorancia o menosprecio de la retrica no consiguen rehabili-tarlas por Hmitarse a repetir lugares comunes de la antigua, sin asu-mir verdaderamente su raigambre filosfica; su fracaso se debe, en suma, a la no comprensin del pensamiento aristotlico: en lugar de ver la retrica como antstrofa de la dialctica, tienden a verla como antstrofa de la potica, es decir, como simple arte ornamental.

    PERELMAN Y LA REHABILITACIN DE LA RETRICA

    A l principio de los aos cincuenta comienza la rehabilitacin de la retrica. Perelman 1 4 , Viehweg y otros van creando una fe-cunda disciplina conocida como nueva retrica o teora de la argu-mentacin. Esta corriente supone una marginacin de viejos abso-lutismos contrarios a lo que de retrico hay en el pensamiento, in-capaces de ver, como hacen las filosofas contemporneas, lo que en el lenguaje natural hay de creacin, de concepcin del mundo, equidistante del puro realismo y de la pura arbitrariedad. Usar un lenguaje natural supone adherirse a la forma de ver la realidad (con sus tesis, sus prejuicios, sus tpicos) que ese lenguaje comporta.

    E l liderazgo de la nouvelle rhtorique le corresponde, sin ningu-na duda, a Cham Perelman 1 5 . Profundo conocedor de la filoso-fa, en general, y de la retrica clsica, en particular, ello le permi-ti emprender la rehabilitacin de sta, porque se trata de una va

    " Florescu, op. cit., pg. 198. 1 4 El primer trabajo de Perelman sobre el tema de la argumentacin fue una

    conferencia de 1949, publicada un ao ms tarde bajo el ttulo de Logique et rhto-rique y reimpresa dos aos ms tarde en su primera obra extensa sobre la cuestin, Rhtorique et philosophie, PUF, 1952, a la que sigui, en 1958, Trait de l'argumentation.

    1 5 Vid. Ch. Perelman, Le champ de l'argumentation, Presses Universitaires de Bruxelles, 1970, pgs. 221-222.

  • 14 Tratado de la argumentacin

    hr te rme^_er i t re j f l_^^ el camino difcil y mal trazado de lo razonable 1 6 .

    Naci Perelman en Polonia (1912) y desde los 12 aos vivi en Blgica, estudiando derecho y filosofa en la Universidad de Bru-selas. Hizo su doctorado sobre la lgica de Frege, el fundador de la lgica formalizada 1 1 . Considero ste un detalle muy valioso, ya que, gracias a l, nadie podr acusar a Perelman de que su reivindi-cacin de la lgica no formalizada, de la argumentacin retrica y filosfica como una realidad susceptible de estudio racional, aun-que no rductible al formalismo lgico-cientfico, obedeca a una incomprensin, por ignorancia o por impotencia, de la lgica for-mal. Fue profesor en la Universidad de Bruselas.

    El redescubrimiento por Perelman de la retrica arranca de su primer ensayo sobre la justicia, en el que constata que no se pueden explicar la regla de justicia ni las normas jurdicas o mora-les en trminos de lgica formal, cuyas proposiciones son raciona-les y gozan de necesidad y universalidad 1 8 .

    E n efecto, es estudiando el problema de la justicia (De la justi-ce, 1945), o sea, la inadecuacin de la lgica de la demostracin al mundo de los valores y la necesidad de abordar stos con otra lgica, como surge el encuentro de Perelman con la retrica de Aristteles.

    De este descubrimiento surge en 1952 el primero de los libros que a lo largo de su vida publicar sobre el conocimiento no forma-lizado. Es el ya citado Rhtorique et philosophie 1 9 , obra que reco-

    1 6 Kurt Spang, op. cit., pg. 53. 1 7 Realizada su tesis doctoral, Perelman publica varios artculos sobre lgica ma-

    temtica, tales como Les paradoxes d e l logique, enMind, 1936; L'quivalence. La dfinition et la solution des paradoxes de Russell, en L'enseignement mathma-tique, 1937.

    1 8 Vid. M . Dobrosielski, Retrica y lgica, Mxico, Universidad Nacional de Mxico, 1959 (trad. del polaco por J . Kaminska).

    1 9 No he podido estudiar este libro, que, segn parece, se halla agotado. No obstante, algunos de sus trabajos se pueden encontrar, traducidos al ingls, en Ch. Perelman, The new rhetoric and the humanities, Dordrecht (Holanda), D. Reidel Pub. Company, 1979.

    Prlogo a la edicin espaola 15

    ge numerosos artculos ya publicados, algunos de ellos en colabora-cin con Olbrechts-Tyteca, autora con la que publicar en 1958 su obra fundamental, el Trait de l'argumentation 2 0 .

    E n 1970 aparece Le champ de l'argumentation, que recoge una serie de estudios publicados en diversas revistas, en los que desarro-lla diversos aspectos de su teora de la argumentacin. E n 1976 aparece Logique juridique (nouvelle rhtorique), nico de sus libros traducido hasta ahora al espaol (Lgica jurdica y nueva retrica, traduccin de Luis Diez Picazo).

    As, pues, una fecha histrica en la rehabilitacin de la retrica es 1952, ao de la publicacin de su obra Rhtorique et philoso-phie. Prueba de que este resurgimiento no es una moda pasajera, como la de tantos otros ismos, es la cantidad y la calidad cre-cientes de las obras a ella dedicadas.

    L a nueva retrica de Perelman pretende rehabilitar la retrica clsica menospreciada durante la Edad Moderna como sugestin engaosa o como artificio literario 2 1 . Para ello retoma la distin-

    2 0 El subttulo de Nueva Retorica para su Tratado de la Argumentacin lo justi-fica Perelman con varias razones. La primera rechaza el nombre de dialctica, que en el sentido aristotlico de arte de razonar a partir de opiniones generalmente aceptadas hubiese sido justo, pero que, tras su nueva acepcin impuesta en la filosofa actual por Hegel, se ha alejado mucho de su sentido primitivo (pg. 6).

    Otra razn es que, habiendo desaparecido el uso filosfico de retrica, resulta til y necesario rescatarlo. La tercera razn es que la dialctica pone el acento en lo opinable como algo verosmil, por oposicin al razonamiento analtico que tiene por objeto lo necesario; en cambio, la retrica pone el acento en lo opinable como algo a lo que se puede prestar diferentes grados de adhesin. Es decir, la argumenta-cin, como la retrica, se desarrolla .en funcin de un auditorio.

    Es claro que la retrica antigua era el arte de hablar en pblico de manera persuasiva (lenguaje hablado, multitud reunida en un lugar pblico, tesis objeto de adhesin). Pero nuestra teora de la argumentacin (nueva retrica) no tiene por qu limitar as el medio de expresin ni el auditorio (pg. 7).

    2 1 Ch. Perelman, Le champ de l'argumentation, cit., pg. 219. La retrica clsica, el arte de bien hablar, es decir, el arte de hablar (o de

    escribir) de manera persuasiva, se propoma estudiar los medios discursivos de accin

  • 16 Tratado de la argumentacin

    cin aristotlica entre lgica como ciencia de la demostracin y dia-lctica y retrica como ciencias de lo probable, es decir, de la argu-mentacin. L a r e t r i c a J J o r m a j ^ ya que sta no contiene demostraciones sino argumentaciones; la dife-rencia entre filosofa y retrica es slo de grado: mientras que la argumentacin retrica va siempre dirigida a un auditorio concreto y particular, al que pretende persuadir, la argumentacin filos-fica se dirige a un auditorio ideal y universal, al que intenta con-vencer. Persuadir y convencer son, pues, las dos finalidades de la argumentacin en general que corresponden, respectivamente, a la retrica y a la filosofa. Mientras lajDerjniasin connota la conse-cucin de un resultado prctico, la adopcin de una actitud deter-minada o su puesta en prctica en la accin, el ronyencimiento no trasciende la esfera mental.

    Por otra parte, mientras la ciencia se basa en lo evidente, en premisas verdaderas y necesarias, en pruebas irrefutables y raciona-les, la filosofa y la retrica replantean siempre los problemas desde el comienzo, aportando pruebas solamente probables, razonables, preferibles, que han de ser aceptadas responsablemente.

    L o paradjico de su teora de la argumentacin es que Perelman no llega a ella desde la retrica, a la que en un principio ignoraba. E l redescubrimiento de la retrica es fruto de su meditacin sobre el conocimiento, la razn, la lgica. As ve que, desde Descartes, la competencia de la razn ha estado limitada al campo lgico-matemtico. Pero este modelo racional nico, more geomtrico, no es aplicable al campo de las opiniones plausibles, verosmiles, que resulta as un campo abandonado a lo irracional, a los instintos y a la violencia. Por otra parte, las verdades eternas, inamovibles, logradas por el razonamiento formal, resulta que tambin estn his-trica, psicolgica y sociolgicamente determinadas, con lo que el pensamiento apodctico-demostrativo y el dialctico-retrico estn

    sobre un auditorio, con vistas a ganar o aumentar su adhesin a las tesis presentadas o su asentimiento.

    Prlogo a la edicin espaola 17

    ms interconectados de lo que una epistemologa de corte platni-co, cartesiano o positivista quisiera admitir 2 2 .

    L a tarea rehabitadora de Perelman surge, pues, de la teora clsica del conocimiento, de la demostracin y de la definicin de la evidencia (un tipo particular de adhesin).

    Su nueva retrica se va a centrar, pues, en el estudio de las estructuras argumentativas, aspirando a ser una disciplina filosfica moderna con dominio propio: el anlisis de los medios utilizados por las ciencias humanas, el derecho y j a filosofa, para probar s u s t s s - 2 1 ? -

    L a nueva retrica consiste, por tanto, en una teora de la argu-mentacin, complementaria de la teora de l demostracin objeto de la lgica formal. Mientras la ciencia se basa en la razn teorti-ca, con sus categoras de verdad y evidencia y su mtodo demostra-tivo, la retrica, la dialctica y la filosofa se basan en la razn prctica, con sus categoras de lo verosmil y la decisin razonable y su mtodo argumentativo, justificativo. L a razn teortica se su-pedita a la razn prctica, porque la nocin de justicia, alumbrada por sta, es la base del principio de contradiccin, supuesto funda-mental de aqulla.

    Gracias a este nuevo mtodo argumentativo, Perelman cree que ya es posible aplicar la razn al mundo de los valores, de las nor-mas, de la accin. Tal va a ser el mayor logro de su teora de la argumentacin, que es un golpe tanto al irracionalismo como al dogmatismo racionalista.

    Con tal objetivo, Perelman va a investigar la razn concreta y situada. Establece relaciones interdisciplinares, sobre bases nue-vas, entre diversas ciencias humanas y la filosofa; margina lo que la retrica tuvo de esttica y teora de la ornamentacin: la orna-mentacin (delectare) retrica no entra en las preocupaciones de

    2 2 Pinsese en la teora de los paradigmas cientficos (revoluciones en la ciencia) de Kuhn.

    2 3 Vid. Florescu, op. cit., pg. 166.

  • 18 Tratado de la argumentacin

    l a nueva retrica, como no entraba sino tangencialmente en la aristotlica.

    Es cierto que el xito de la obra de Perelman se debe a la favo-rable coyuntura de sus tesis: se haca sentir la necesidad de extender la razn a un campo del que haba sido desterrada desde Descartes. Pero, aparte de su oportunismo, su competencia es indiscutible y su mrito indudable.

    Por otra parte, Perelman tuvo ocasin de poner en prctica sus ideas con su actividad en la U N E S C O , en la que destaca la simpata demostrada por los pases socialistas, en uno de los cuales, Polonia, naci y vivi hasta los doce aos 2 4 .

    Perelman podra ser considerado el Cicern del siglo xx, en cuan-, to que gracias a l se opera una transicin inversa en la retrica: de la ornamental a la instrumental, correspondiendo al diagnstico de T^^a^d^_^^^^aaajyjeca. son inseparables. Si bien la democracia poltica, formal, ya era un hecho secular en la mayora de los pases europeos, y ello podra contradecir a Tcito por haber existido democracia sin retrica instrumental, sin embar-go, laj^erdadejajiejgj^ el pleno desarrollo de los medios de comunicacin de masas.

    Su Tratado de la argumentacin (1958) podra ser valorado, sin incurrir en exageracin, como uno de los tres grandes de la historia de la retrica, al lado del de Aristteles y el de Quintiliano.

    Sobre la cantidad y la calidad de la aportacin de la colabora-dora de Perelman, L . Olbrechts-Tyteca, a su obra en general y so-bre todo al Tratado de la argumentacin, no podemos hacer sino conjeturas. Parece que en el Tratado sta se limit a buscar y selec-cionar los textos antolgicos que ilustran la teora. Por cierto, creo que tiene razn Oleron al lamentarse de que estos textos ilustrativos del Tratado no estuviesen tomados de la prensa contempornea, en lugar de ir a buscarlos en los autores clsicos. L a comodidad

    Vid. Ibidem, pg. 168.

    Prlogo a la edicin espaola 19

    de esta opcin es evidente, pero el anacronismo de que adolecen dichos textos les resta inters y claridad.

    Una de las pruebas ms claras del xito del pensamiento perel-maniano es, sin duda, el haber creado escuela. Desde los aos 60, en torno a Perelman se fue consolidando el llamado Grupo de Bru-selas, de modo similar a como en torno al maestro de Perelman, el suizo Gonseth, haba surgido el Grupo de Zurich, del que Perel-man fue tambin uno de sus ms destacados miembros. Las aporta-ciones del Grupo de Bruselas son de lo ms importante para la actual filosofa del derecho y prueba de la fecundidad interdiscipli-nar de la teora de la argumentacin.

    Entre Rhtorique et philosophie (1952) y el Trait de l'argumen-tation (1957), la polaca Marian Dobrosielski publica un trabajo 2 5

    crtico que pone de manifiesto las carencias iniciales de Perelman, as como la evolucin y los avances que represent el Trait, que vino a resolver varias de las objeciones de Dobrosieslki.

    Empieza echando en falta Dobrosielski un desarrollo sistemti-co de una teora retrica, aunque reconoce que Perelman ya lo tie-ne prometido: ser, precisamente, el Trait26. Rhtorique et philo-sophie es, en efecto, una recopilacin de artculos publicados en revistas; por eso parece injusto ese reproche de asistematismo. Para Dobrosielski, las principales objeciones que se le pueden plantear a esta obra de Perelman, que trasluce claramente el intento de reha-bilitar la retrica aristotlica enriquecindola y adaptndola al mundo actual, seran las siguientes:

    Fallan los principios filosficos que sirven de base al concepto de retrica.

    No consigue hacer de la retrica una disciplina cientfica inde-pendiente.

    2 5 Es un artculo titulado Logika a retoryka y publicado en la revista de la Universidad de Varsovia, nm. 4, 1957. Marian Dobrosielski hace en l una crtica de Rhtorique et Philosophie.

    2 6 Vid. Dobrosielski, op. cit. pg. 422.

  • 20 Tratado de la argumentacin

    Toma de la dialctica de Gonseth principios subjetivistas y relati-vistas que niegan al conocimiento objetivo del mundo.

    No logra definir la esencia de la retrica. Su concepto interdisciplinar de la retrica amalgama sociologa,

    psicologa, semntica. No parece tener un objeto especial (Gor-gias).

    Se aparta de la prctica, porque no contempla otros modos de persuadir 2 7 .

    No podemos detenernos a discutir ahora la pertinencia o no de estas objeciones. Limitmonos a subrayar la ltima, lamentando que Perelman, a lo largo de toda su obra, haya restringido su estu-dio a los medios racionales de argumentacin, distintos de los de la lgica formal, y no contemple apenas otros medios persuasivos a menudo ms eficaces para alcanzar ese objetivo de conseguir o aumentar la adhesin de alguien a las propias tesis. E n este sentido, Perelman sigue la tradicin occidental que, como en Pascal y en Kant, tiende a. valorar negativamente toda persuasin no estricta-mente racional.

    A pesar de estas limitaciones, Perelman ampla considerablemente el campo de la nueva retrica en comparacin con el de la antigua: prescinde de que los argumentos persuasivos sean orales o escritos; se dirige a todo tipo de auditorios aristotlicos correspondientes a los gneros retricos deliberativo, judicial y epidctico; la retrica aristotlica se haba olvidado tambin del mtodo socrtico-platnico del dilogo, que es el arte de preguntar y responder, de criticar y refutar, en suma, de argumentar, y que, obviamente, es ms dialctico que los otros tres gneros retricos 2 8 .

    Para esta ingente tarea, Perelman sabe aprovechar diversas apor-taciones interdisciplinares, como los estudios de psicologa experi-mental de las audiencias (Hollingworth, The Psychology of the Audiences, 1935), con fines de propaganda poltica, religiosa y co-

    2 7 Vid. Ibidem, pg. 433. 2 8 Vid. Ch. Perelman, Le champ de l'argumentation, cit., pg. 13.

    Prlogo a la edicin espaola 21

    mercial, que resultaron provechosas. Por su parte, la sociologa del conocimiento (Marx, Durkheim, Pareto) le ofreci tambin valiosas aportaciones para su tarea eminentemente interdisciplinar 2 9 .

    TRASFONDO FILOSFICO DE PERELMAN

    Perelman tuvo como principales maestros, adems de Frege, a Duprel, Lorenzen... Se mostr asimismo interesado por la filoso-fa analtica anglosajona, en particular por autores como Austin, Har y Gauthier, que han estudiado tambin las relaciones entre lgica y jurisprudencia, el razonamiento prctico, etc., pero sin re-lacionar estos temas con la retrica clsica.

    Perelman perteneci tambin al Grupo de Zurich, caracterizado por una tendencia filosfica denominada neodialctica. E l lder de este grupo, en el que destacaban nombres como Bachelard, Des-touches, etc., fue F . Gonseth (1890-1975); de tendencia neopositi-vista y actitud antimetafsica, rechaza que existan verdades eternas y absolutas. De esta actitud filosfica parte Perelman para justifi-car la necesidad de introducir de nuevo la argumentacin retrica en la filosofa 3 0 .

    L a epistemologa de Perelman se enmarca, pues, en la del Gru-po de Zurich, cuyo rgano de expresin fue la revista Dialctica. Para Gonseth, no slo el mundo de los valores y de la filosofa en general, sino incluso el de la ciencia est sometido a las condi-ciones de probabilidad y provisionalidad propias del campo dialc-tico delimitado por Aristteles. El progreso real de la ciencia no es un paso de certeza en certeza, de realidad en realidad, sino un paso de una evidencia provisional acumulativa a una ulterior evi-dencia provisional y acumulativa 3 1 .

    2 9 Vid. V. Florescu, op. cit., pg. 164. 3 0 M . Dobrosielski, op. cit., pg. 423. 3 1 L'ide de dialectique aux entretiens de Zurich, pg. 32; citado por J . L .

    Kinneavy, Contemporary Rhetoric, en W. Bryan Horner (ed.), Thepresent state of scholarship in historical and contemporary rhetoric, pg. 179.

  • 22 Tratado de la argumentacin

    L a escuela neodialctica ha pretendido sintetizar, superndolos, el racionalismo e irracionalismo tradicionales. Esta sntesis dialcti-ca superadora ha de ser siempre una tarea abierta, una expe-riencia perfeccionable. Una ciencia que se someta a una expe-riencia siempre dispuesta a rectificarse a s misma no necesita partir de primeros principios evidentes, ya sean fruto de una in-tuicin (metafsica tradicional) o de una hiptesis (axiomtica con-tempornea) . La ciencia dialctica no es una ciencia acabada sino una ciencia viva (...). Por eso puede ser, segn Gonseth, al mismo tiempo abierta y sistemtica... 3 2 .

    Perelman coincide con los neodialcticos en rechazar la nocin de una filosofa primera (protofilosofa); la filosofa debe ser regre-siva, abierta, revisable. A pesar de lo cual, Perelman rechaza ser adscrito a una escuela concreta. Se considera pragmatista en el sen-tido ms amplio del trmino. L a filosofa no debe tener un fin en s misma, debe perseguir l a elaboracin de principios dirigentes del pensamiento y de la accin.

    E n este sentido, el artculo ms programtico de Perelman quiz sea el titulado Filosofas primeras y filosofas regresivas. E n las primeras incluye todos los sistemas occidentales, de Pla tn a Hei -degger, sistemas a los que considera Perelman dogmticos y cerra-dos porque pretenden fundamentarse sobre principios absolutos, va-lores y verdades primeras, irrecusablemente demostrados o eviden-tes por s mismos.

    Como alternativa a las filosofas primeras, Perelman propone una filosofa regresiva, abierta, no conclusa, siempre volviendo ar-gumentativamente sobre sus propios supuestos, que, por tanto, son relativos y revisables. E n su base estn los cuatro principios de la dialctica de Gonseth:

    Principio de integridad: todo nuestro saber es interdependiente. Principio de dualismo: es ficticia toda dicotoma entre mtodo

    J. Ferrater Mora, Diccionario de filosofa, 4 vols., Madrid, Alianza Editorial, artculo Gonseth.

    Prlogo a la edicin espaola 23

    racional y mtodo emprico; ambos deben complementarse . Princigio de revisin: toda afirmacin, todo principio debe per-

    manecer abierto a nuevos argumentos, que podrn anularlo, de-bilitarlo o reforzarlo 3 4 .

    Principio de responsabilidad: el investigador, tanto cientfico como filosfico, compromete su personalidad en sus afirmaciones y teoras, ya que debe elegirlas al no ser nicas ni imponerse su justificacin de forma automtica, sino racional (bien es verdad que en la ciencia esto afecta slo a los principios y teo-ras, y no a hechos sometiles, como dira Platn, a medidas de peso, extensin o nmero) 3 5 .

    Temas secundarios de su obra fueron las paradojas lgicas y el concepto de justicia, con los que inici su andadura filosfica. A lo largo de toda su obra subyace otro tema importante: el de los presupuestos fundamentales de la filosofa. Pero la contribu-cin ms fundamental e influyente de Perelman ha sido el estudio de la argumentacin filosfica y la revalorizacin de la retrica co-mo teora de la argumentacin. Los estudios de Perelman sobre la argumentacin filosfica estn fundados en una idea antiabso-lutista de la filosofa; Perelman ha manifestado que se opone a los absolutismos de toda clase y que no cree en revelaciones definitivas e inmutables. E n otros trminos, se trata aqu tambin

    3 3 Ch. Perelman, Traite de l'argumentation, cit., pg. 676: Rechazamos oposi-ciones filosficas... que nos presentan absolutismos de todo tipo: dualismo de la razn y de la imaginacin, de la ciencia y de la opinin, de la evidencia irresistible y de la voluntad engaosa, de la objetividad umversalmente admitida y de la subjeti-vidad incomunicable, de la realidad que se impone a todos y de los valores puramen-te individuales.

    3 4 Ch. Perelman, Traite de l'argumentation, cit., pgs. 676-677: No creemos en revelaciones definitivas e inmutables, cualquiera que sea su naturaleza u origen; los datos inmediatos y absolutos, llmeseles sensaciones, evidencias racionales o in-tuiciones msticas, sern desechados de nuestro arsenal filosfico... No haremos nuestra la pretensin exorbitante de exigir en datos definitivamente claros, irrebatibles, cier-tos elementos de conocimiento constituidos, independientes de las consecuencias so-ciales e histricas, fundamento de verdades necesarias y eternas.

    3 5 Vid. M . Dobrosielski, op. cit., pgs. 424 sigs.

  • 24 Tratado de la argumentacin

    de propugnar una filosofa abierta o una filosofa regresiva contra toda filosofa primera pretendidamente absoluta 3 6 .

    A pesar de su afinidad con la neodialctica, a la hora de bauti-zar su teora de la argumentacin prefiere el trmino neorretrica porque, segn l, la dialctica aristotlica, definida en los Tpicos como el arte de razonar a partir de opiniones generalmente acep-tadas {Tpicos, l ib. I, cap. 1, 100o), es el estudio de las proposi-ciones verosmiles, probables, opinables, frente a la analtica, que se ocupa de proposiciones necesarias. Pues bien, a la teora de la argumentacin le importan, ms que las proposiciones, la adhesin, con intensidad variable, del auditorio a ellas. Y tal es el objeto de la retrica o arte de persuadir, tal como la concibi Aristteles y, tras l, la Antigedad clsica.

    Por otra parte, el trmino dialctica, sobre todo desde Hegel, ha ido adquiriendo connotaciones extralgicas, metafsicas incluso; en cambio, retrica es un trmino menos manoseado.

    L o esencial de la teora perelmaniana de la argumentacin se encuentra ya en la teora aristotlica de los razonamientos dialcti-cos (Tpicos, Retrica y Refutaciones sofsticas). Pero se la puede llamar nueva porque, tras el racionalismo cartesiano, se expuls del campo de la ciencia todo lo que no fuesen verdades evidentes, necesarias, demostrables. Por eso, Perelman es consciente de haber reasumido y revitalizado una disciplina antigua, pero deformada desde hace siglos y olvidada actualmente.

    La limitacin de la lgica al examen de las pruebas que Arist-teles calificaba de analticas y la reduccin a stas de las pruebas dialcticas cuando se tema algn inters en su anlisis ha elimi-nado del estudio del razonamiento toda referencia a la argumenta-cin. Esperamos que nuestro tratado provoque una saludable reac-cin; y que su sola presencia impedir en el futuro reducir todas las tcnicas de la prueba a la lgica formal y no ver en la razn ms que una facultad calculadora 3 7 .

    3 6 J. Ferrater Mora, op. cit., artculo Perelman. Vid. Ch. Perelman, Traite de l'argumentation, cit., pgs. 675-676.

    Prlogo a la edicin espaola 25

    L o que Perelman ha pretendido con su Tratado, inspirado en la retrica y dialctica' griegas, es una.ruptura con la concepcin cartesiana de la razn y el razonamiento, hegemnica en la filosofa occidental hasta hoy. sta ha descuidado la facultad del ser razona-ble de deliberar y argumentar con razones plausibles, carentes, por ello, de necesidad y evidencia para conseguir la adhesin del oyen-te. Descartes desechaba lo probable, plausible, verosmil, como fal-so porque no le sirve para su programa de demostraciones basadas en ideas claras y distintas, un saber construido a la manera geom-trica con proposiciones necesarias, capaz de engendrar inexorable-mente el acuerdo, la conviccin del oyente.

    Debemos rechazar la idea de evidencia como campo exclusivo de la razn fuera de la cual todo es irracional. Pues bien, la teora de la argumentacin es inviable si toda prueba es, como quera Leib-niz, una reduccin a l a evidencia.

    Esa adhesin de los espritus es de intensidad variable, no de-pende de la verdad, probabilidad o evidencia de la tesis. Por eso, distinguir en los razonamientos lo relativo a la verdad y lo relativo a la adhesin es esencial para la teora de la argumenta-cin.

    A pesar de que ste es el siglo de la publicidad y la propaganda, la filosofa se ha ocupado poco de la retrica. Por eso podemos hablar de una nueva retrica, cuyo objeto es el estudio de las prue-bas dialcticas que Aristteles presenta en los Tpicos (examen) y en su Retrica (funcionamiento).

    Redescubrir y rehabilitar no significan, pues, asumir en bloque; en la retrica antigua hay cosas menos aprovechables: lo que tiene de arte del bien hablar, de la pura ornamentacin.

    Mientras la retrica sofista mereca la descalificacin de Platn, en el Gorgias, por dirigirse demaggicamente a un pblico ignoran-te con argumentos que no servan, por tanto, para pblicos cultiva-dos, la nueva retrica cree, con el Fedro platnico, que existe una

  • 26 Tratado de la argumentacin

    retrica digna de filsofos y que, por tanto, cada retrica ha de valorarse segn el auditorio al que se dirige 3 8 .

    Esta nueva retrica, ms que los resortes de la elocuencia o la forma de comunicarse oralmente con el auditorio, estudia la estruc-tura de la argumentacin, el mecanismo del pensamiento persuasi-vo, analizando sobre todo textos escritos. Por tanto, el objeto de la nueva retrica al incluir todo tipo de discurso escrito e incluso la deliberacin en soliloquio, es mucho ms amplio que el de la antigua retrica.

    L a filosofa retrica admite, por contraposicin a la filosofa clsica, la llamada a la razn, pero no concibe a sta como una facultad separada de las otras facultades humanas, sino como capa-, cidad verbal, que engloba a todos los hombres razonables y compe-tentes en las cuestiones debatidas 3 9 .

    Este punto de vista enriquecer el campo de la lgica y, por supuesto, el del razonar. Al igual que el Discurso del mtodo, sin ser una obra de matemticas, asegura al mtodo geomtrico su ms vasto campo de aplicacin, as las perspectivas que propo-nemos... asignan a la argumentacin un lugar y una importancia que no poseen en una visin ms dogmtica del universo 4 0 .

    JESS GONZLEZ BEDOYA

    3 8 Ibidem, pg. 9. 3 9 Ch. Perelman, La lgica jurdica y la nueva retrica, trad. de L . Diez Picazo

    Madrid, Ed. Civitas, 1979. >

    Ch. Perelman, Trait de l'argumentation, cit., pg. 376. 40

    P R E F A C I O

    Cuando las ditions de l'Universit de Bruxelles me pidieron que preparara la nueva edicin del Tratado, debo confesar que du-d mucho antes de aceptar. Despus de todo, se trata de uno de los grandes clsicos del pensamiento contemporneo, una de esas raras obras que, como las de Aristteles y Cicern, Quintiliano y Vico , perdurar a travs de los siglos, sin que necesite ninguna introduccin.

    Adems de la fidelidad a un pensamiento que se identifica desde hace mucho tiempo con la Escuela de Bruselas y la fidelidad a un hombre que fue un amigo y un inspirador, lo que finalmente me decidi a redactar las pocas lneas que siguen es precisamente la preocupacin por encuadrar nuevamente el Tratado, tanto en la tradicin retrica como en la filosofa en general. Pues, en ninguna parte del Tratado aparece con claridad lo que le confiere el carcter especfico de la aproximacin definida por la nueva retrica. Los autores, preocupados por llevar a la prctica su propia visin, ape-nas se han preocupado por situarse histricamente, como lo ha hecho, sin embargo, la mayora de los pensadores desde Aristteles.

    Antes que nada, unas breves palabras sobre esta Escuela de Bru-selas. H o y nadie puede decir si sobrevivir, pero una cosa es cierta: con Duprel y Perelman, y en el momento actual, la problematolo-ga una filosofa especfica que constituye la originalidad de Bruselas ha nacido, ha crecido y se ha desarrollado de forma

  • 28 Tratado de la argumentacin

    nica y continua, para afrontar lo que se ha acordado llamar la esencia del pensamiento.

    L a retrica siempre resurge en perodos de crisis. Para los grie-gos, la cada del mito coincide con el gran perodo de los sofistas. L a imposibilidad de fundar la ciencia moderna, su apodctica mate-mtica, en la escolstica y la teologa, heredadas de Aristteles, conduce a la retrica del Renacimiento. Hoy, el fin de las largas explicaciones monolticas, de las ideologas y, ms concretamente, de la racionalidad cartesiana que se apoya en un sujeto libre, abso-luto e instaurador de la realidad, e incluso completamente real, ha acabado con cierta concepcin del logos. ste ya no tiene funda-mento indiscutible, lo cual ha llevado al pensamiento a un escepti-cismo moderno conocido con el nombre de nihilismo, y a una re-duccin tranquilizadora de la razn, pero limitada: el positivismo. Entre el todo est permitido y la racionalidad lgica es la racio-nalidad misma, surge la nueva retrica y, de forma general, toda la obra de Perelman. Cmo asignar a la Razn un campo propio, que no se limite a la lgica, demasiado estrecha para ser modelo nico, ni se sacrifique a la mstica del Ser, al silencio wittgensteinia-no, al abandono de la filosofa en nombre del fin aceptado por Perelman de la metafsica, en beneficio de la accin poltica, de la literatura y de la poesa? L a retrica es ese espacio de razn, en el que la renuncia al fundamento tal como lo concibi la tradi-cin no ha de identificarse forzosamente con la sinrazn. Una filo-sofa sin metafsica debe ser posible, puesto que no hay otra alter-nativa. E l fundamento, l a ' razn cartesiana en suma, serva de criterio a priori para descartar las tesis opuestas. L a nueva retrica es, por tanto, el discurso del mtodo de una racionalidad que ya no puede evitar los debates y debe prepararlos bien y analizar los argumentos que rigen las decisiones. Y a no es cuestin de dar preferencia a la univocidad del lenguaje, la unicidad a priori de la tesis vlida, sino de aceptar elpluralismo, tanto en los valores morales como en las opiniones. As pues, la apertura hacia lo ml-

    Prefacio 29

    tiple y lo no apremiante se convierte en la palabra clave de la racionalidad.

    E l pensamiento contemporneo, sin embargo, apenas ha escu-chado lo que se propoma Perelman. A l abandono del cartesianismo ha sucedido una filosofa centrada en la nostalgia del ser. No obs-tante, si Descartes haba rechazado la ontologia, era precisamente porque el ser, supuestamente multiforme, no poda servir de funda-mento, ni de criterio de reflexin racional. Entre la ontologia, poco flexible, pero infinita, y la racionalidad apodctica, matemtica o silogstica, pero limitada, Perelman ha optado por una tercera va: la argumentacin, que razona sin_oprimir, pero que no obliga a renunciar a la Razn en beneficio de lo irracional o de lo indecible.

    MICHEL M E Y E R

  • I N T R O D U C C I N

    I

    L a publicacin de un tratado dedicado a la argumentacin y su vinculacin a una antigua tradicin, la de la retrica y la dialc-tica griegas, constituyen una ruptura con la concepcin de la razn y del razonamiento que tuvo su origen en Descartes y que ha mar-cado con su sello la filosofa occidental de los tres ltimos siglos 1 .

    E n efecto, aun cuando a nadie se le haya ocurrido negar que la facultad de deliberar y de argumentar sea un signo distinto del ser racional, los lgicos y los tericos del conocimiento han descui-dado por completo, desde hace tres siglos, el estudio de los medios de prueba utilizados para obtener la adhesin. Esta negligencia se debe a lo que hay de no apremiante en los argumentos que sirven de base para una tesis. L a naturaleza misma de la deliberacin y de la argumentacin se opone a la necesidad y a la evidencia, pues no se delibera en los casos en los que la solucin es necesaria ni se argumenta contra la evidencia. E l campo de la argumentacin es el de TTvrolEr i^^^ lo probable, en la medida en que este ltimo escapa a la certeza del clculo. Ahora bien, la con-

    1 Cfr. Ch. Perelman, Raison ternelle, raison historique, en Actes du VF Congrs des Socits de Philosophie de langue franaise, Paris, 1952, pgs. 347-354.

    Vanse, al final del libro, las referencias bibliogrficas completas de las obras citadas.

    Introduccin 31

    cepcin expresada claramente por Descartes en la primera parte del Discours de la Mthode consista en tener presque pour faux tout ce qui n'tais que vraisemblable (casi por falso todo lo que no era ms que verosmil). Fue Descartes quien, haciendo de la evidencia el signo de la razn, slo quiso considerar racionales las demostraciones que, partiendo de ideas claras y distintas, propaga-ban, con ayuda de pruebas apodcticas, la evidencia de los axiomas a todos los teoremas.

    E l razonamiento more geomtrico cm el modelo que se les pro-poma a los filsofos deseosos de construir un sistema de pensa-miento que pudiera alcanzar la dignidad de una ciencia. E n efecto, una ciencia racional no puede contentarse con opiniones ms o me-nos verosmiles, sino que elabora un sistema de proposiciones nece-sarias que se impone a todos los seres racionales y sobre las cuales es inevitable estar de acuerdo. De lo anterior se deduce que el desa-cuerdo es signo de error.

    Toutes les fois que deux hommes portent sur la mme chose un jugement contraire, il est certain afirma Descartes que l'un des deux se trompe. Il y a plus, aucun d'eux ne possde la vrit; car s'il en avait une vue claire et nette, il pourrait l'exposer son adver-saire de telle sorte qu'elle finirait par forcer sa conviction 2.

    (Siempre que dos hombres formulan juicios contrarios sobre el mismo asunto, es seguro que uno de los dos se equivoca. Ms an, ninguno de los dos posee la verdad; pues, si tuviera una idea clara y evidente, podra exponerla a su adversario de modo que terminara por convencerlo).

    Para los partidarios de las ciencias experimentales e inductivas, lo que cuenta, ms que la necesidad de las proposiciones, es su verdad, su conformidad con los hechos. Para el emprico, constitu-ye una prueba, no la fuerza a la cual el espritu cede y se encuen-tra obligado a ceder, sino aquella a la cual debera ceder, aquella

    2 Descartes, Rgles pour la direction de l'esprit, en OEuvres, t. XI, pgs. 205-206.

  • 32 Tratado de la argumentacin

    que, al imponerse a l, conformara su creencia al hecho 3 . Si la evidencia que el emprico reconoce no es la de la intuicin racional, sino ms bien la de la intuicin sensible, si el mtodo que preconiza no es el de las ciencias experimentales, no est por eso menos, con-vencido de que las nicas pruebas vlidas son las que reconocen las ciencias naturales.

    Es racional, en el sentido ms amplio de la palabra, lo que est conforme a los mtodos cientficos, y las obras de lgica dedicadas al estudio de los procedimientos de prueba, limitadas esencialmente al estudio de la deduccin y, de ordinario, complementadas con indicaciones sobre el razonamiento inductivo, reducidas, por otra parte, no a los medios que forjan las hiptesis, sino a los que las verifican, pocas veces se aventuran a examinar los medios de prue-ba utilizados en las ciencias humanas. E n efecto, el lgico, inspi-rndose en el ideal cartesiano, slo se siente a sus anchas con el estudio de las pruebas que Aristteles calificaba de analticas, ya que los dems medios no presentan el mismo carcter de necesidad. Y esta tendencia se ha acentuado mucho ms an desde hace un siglo, en el que, bajo la influencia de los lgicos-matemticos, la lgica ha quedado limitada a la lgica formal, es decir, al estudio de los procedimientos de prueba empleados en las ciencias matem-ticas. Por tanto, se deduce que los razonamientos ajenos al campo meramente formal escapan a la lgica y, por consiguiente, tambin a la razn. Esta razn de la cual esperaba Descartes que permitie-ra, por lo menos al principio, resolver todos los problemas que se les plantean a los hombres y de los cuales el espritu divino posee ya la solucin ha visto limitada cada vez ms su competencia, de manera que aquello que escapa a una reduccin formal presenta dificultadesjnsalvables para la razn.

    De esta evolucin de la lgica y de los progresos incontestables que ha realizado, debemos concluir que la razn es totalmente in-

    3 John Stuart Mill, A System of Logic Ratiocinative and Inductive, lib. Ill, cap. XXI , 1.

    Introduccin 33

    competente en los campos que escapan al clculo y que, ah donde ni la experiencia ni la deduccin lgica pueden proporcionarnos la solucin de un problema, slo nos queda abandonarnos a las fuer-zas irracionales, a nuestros instintos, a la sugestin o a la violencia?

    Oponiendo la voluntad al entendimiento, el espritu de finura al espritu geomtrico, el corazn a la razn y el arte de persuadir al de convencer, Pascal ya haba tratado de obviar las insuficiencias del mtodo geomtrico, lo cual se deduce de la consideracin de que el hombre cado ya no es nicamente un ente de razn.

    A fines anlogos corresponden la oposicin kantiana entre la fe y la ciencia y Ta anttesis bergsoniana entre la intuicin y la ra-zn. Pero, ya se trate de filsofos racionalistas o de aquellos a. los que se califica de antirracionalistas, todos siguen la tradicin cartesiana por la limitacin impuesta a la idea de razn.

    A nosotros, en cambio, nos parece que es una limitacin indebi-da y perfectamente injustificada del campo en el que interviene nues-tra facultad de razonar y demostrar. E n efecto, aun cuando ya Ar is -tteles haba analizado las pruebas dialcticas al lado de las demos-traciones analticas, las que conciernen a lo verosmil junto a las que son necesarias, las que sirven para la deliberacin y la argu-mentacin junto a las que se emplean en la demostracin, la con-cepcin postcartesiana de la razn nos obliga a introducir elemen-tos irracionales, siempre que el objeto del conocimiento no sea evi-dente. Aunque estos elementos consistan en obstculos que se in-tente salvar tales como la imaginacin, la pasin o la sugestin o en fuentes suprarracionales de certeza como el corazn, la gra-cia, la Einfhlung o la intuicin bergsoniana, esta concepcin inserta una dicotoma, una distincin de las facultades humanas completamente artificial y contraria a los procesos reales de nuestro pensamiento.

    Debemos abordar la idea de evidencia, como caracterizadora de la razn, si queremos dejarle un sitio a una teora de la argumenta-cin, que admita el uso de la razn para dirigir nuestra accin y para influir en la de los dems. L a evidencia aparece, al mismo

  • 34 Tratado de la argumentacin

    tiempo, como la fuerza ante la cual todo espritu normal no puede menos que ceder y como signo de verdad de lo que se impone por-que es obvio 4 . L a evidencia enlazara lo psicolgico con lo lgico y permitira pasar de uno de estos planos al otro. Toda prueba sera una reduccin a la evidencia y lo que es obvio no necesitara de prueba alguna: es la aplicacin inmediata, por Pascal, de la teo-ra cartesiana de la evidencia 5 .

    Leibniz ya se rebelaba contra esta limitacin que, de esta forma, se pretenda imponer a la lgica. As es, Leibniz quera

    qu'on dmontrt ou donnt le moyen de demonstrer tous les Axio-mes qui ne sont point primitifs; sans distinguer l'opinion que les hommes en ont, et sans se soucier s'ils y donnent leur consentement ou non 6.

    (que se demostrara o que se diera el medio para demostrar todos los axiomas que no fueran primitivos; todo ello sin tener en cuenta las opiniones que los hombres poseen al respecto, y sin preocuparse de si dan su consentimiento o no).

    Ahora bien, se ha desarrollado la teora de la demostracin si-guiendo a Leibniz y no a Pascal, y esta teora slo ha admitido que lo que era obvio no necesitaba de prueba alguna. Asimismo, la teora de la argumentacin no puede desarrollarse si se concibe la prueba como una reduccin a la evidencia. Naturalmente, el ob-jeto de esta teora es el estudio de las tcnicas discursirasjque per-miten provocar o aumentar la adhesin de las personas a las tesis j ^ r s e ^ ^ esta adhesin es la variabilidad d iuTt is idad: nada nos obga a limitar nues-tro estudio a un grado concreto de adhesin, caracterizado por la

    4 Cfr. Ch. Perelman, De la preuve en philosophie, en Rhtorique et Philoso-phie, pgs. 123 y sigs.

    5 Pascal, Rgles pour les dmonstrations, en De l'art de persuader, Bibl. de la Pliade, pg. 380.

    6 Leibniz, Nouveaux essais sur l'entendement, ed. Gerhardt, vol. 5, pg. 67.

    Introduccin 35

    evidencia; nada nos permite juzgar a priori que son proporcionarles los grados de adhesin a una tesis con su probabilidad, ni tampoco identificar evidencia y verdad. Es un buen mtodo no confundir, al principio, los aspectos del razonarnientorelativos_a la verdad y los que se refieren a la adhesin; se deben estudiar por separado, a reserva de preocuparse despus por su posible interferencia o co-rrespondencia. Slo con esta condicin es factible el desarrollo de una teora de la argumentacin que tenga un alcance filosfico.

    II

    Si durante estos tres ltimos siglos han aparecido obras de ecle-sisticos que se preocupaban por los problemas planteados por la fe y la predicacin 7 , si el siglo xx ha recibido, incluso, la califica-cin de siglo de la publicidad y de la propaganda y si se han dedica-do numerosos trabajos a este tema 8 , los lgicos y los filsofos mo-dernos, sin embargo, se han desinteresado totalmente de nuestro asunto. Por esta razn, nuestro tratado se acerca principalmente a las preocupaciones del Renacimiento y, por consiguiente, a las de los autores griegos y latinos, quienes estudiaron el arte de^per-suadirj^jle vconvencer, la tcnica de la deliberacin y de la discu-sin. Por este motivo tambin, lo presentamos como una nueva retrica.

    Nuestro anlisis se refiere a las pruebas que Aristteles llama dialcticas, que examina en los Tpicos y cuyo empleo muestra en la Retrica. Slo esta evocacin de la terminologa aristotlica hu-biera justificado el acercamiento de la teora de la argumentacin

    7 Cfr. especialmente Richard D. D. Whately, Elements of Rhetoric, 1828; carde-nal Newman, Grammar of Assent, 1870.

    8 Para la bibliografa, vase H . D. Lasswell, R. D. Casey y B. L . Smith, Propa-ganda and Promotional Activities, 1935; B. L . Smith, H . D. Lasswell y R. D. Ca-sey, Propaganda, Communication and Public Opinion, 1946.

  • 36 Tratado de la argumentacin

    con la dialctica, concebidajjqr expropio Aristteles como el arte de razonar a par tjde^piniones gmerjalinente aceptadas (eCXoyoc;) 9 . Pero varias razones nos han incitado a preferir la aproximacin a la retrica.

    L a primera de ellas es la confusin que podra causar este retor-no a Aristteles. Pues si el vocablo dialctica ha servido, durante siglos, para designar a la lgica misma, desde Hegel y bajo la in-fluencia de doctrinas que en l se inspiran, ha adquirido un sentido muy alejado de su significacin primitiva y que, por lo general, es el aceptado en la terminologa filosfica contempornea. N o su-cede lo mismo con la palabra retrica, cuyo empleo filosfico ha cado tanto en desuso que ni siquiera la menciona el vocabulario de la filosofa de A . Lalande. Esperamos que nuestra tentativa re-sucite una tradicin gloriosa y secular.

    Otra razn, empero, mucho ms importante para nosotros ha motivado nuestra eleccin: el espritu mismo con el que la antige-dad se ocup de la dialctica y la retrica. Se estima que el razona-miento dialctico es paralelo al razonamiento analtico, pero el pri-mero trata de lo verosmil en lugar de versar sobre proposiciones necesarias. N o se aprovecha la idea de que la dialctica alude a las opiniones, es decir, a las tesis a las cuales cada persona se adhie-re con una intensidad variable. Se dira que el estatuto de lo opina-ble es impersonal y que las opiniones no guardan relacin con las personas que las aceptan. Por el contrario, la idea de la adhesin y de las personas a las que va dirigido un discurso es esencial en todas las antiguas teoras de la retrica. Nuestro acercamiento a esta ltima pretende subrayar el hecho de que toda argumentacin se desarrolla en funcin de un auditorio. Dentro de este marco, eT^sIm7^B^lo"p^^ podr encontrar su lugar.

    Es evidente, sin embargo, que nuestro tratado de argumentacin rebasar en ciertos aspectos, y ampliamente, los h'mites de la retri-

    9 Aristteles, Tpicos, 100a.

    Introduccin 37

    ca de los antiguos, al tiempo que no abordar otros aspectos que haban llamado la atencin de los maestros de retrica.

    Para los antiguos, el objeto de la retrica era, ante todo, el arte de hablar en pblico de forma persuasiva; se refera, pues, al uso de la lengua hablada, del discurso, delante de una muche-dumbre reunida en la plaza pblica, con el fin de obtener su adhe-sin a la tesis que se le presentaba. As, se advierte que el objetivo del arte oratorio, l a adhesin de los oyentes, es el mismo que el de cualquier argumentacin. Pero rio tenemos motivos para limitar este estudio a la presentacin oral de una argumentacin ni para limitar a una muchedumbre congregada en una plaza el tipo de auditorio al que va dirigida la argumentacin.

    E l rechazo de la primera limitacin obedece al hecho de que nuestras preocupaciones son ms las de un lgico deseoso de com-prender el mecanismo del pensamiento que las de un maestro de oratoria preocupado por formar a procuradores. Basta con citar la Retrica de Aristteles para mostrar que nuestra manera de en-focar la retrica puede valerse de ejemplos ilustres. Este estudio, al interesarse principalmente por la estructura de la argumentacin, no insistiriL^flueljiiodo en que se__efecta la comunicacin con el auditorio.

    Si es cierto que la tcnica del discurso pblico difiere de la de la argumentacin escrita, no podemos, al ser nuestra intencin el anlisis de la argumentacin, limitarnos al examen de la tcnica del discurso hablado. Ms an, dada la importancia y el papel que en la actualidad tiene la imprenta, analizaremos sobre todo los tex-tos impresos.

    N o abordaremos, por el contrario, la mnemotcnica ni el estu-dio de la elocucin o la accin oratoria. Puesto que estos proble-mas incumben a los conservatorios y a las escuelas de arte dramt i -co, creemos que estamos dispensados de examinarlos.

    Dado que los textos escritos se presentan de forma muy variada, el hecho de destacarlos har que concibamos este estudio en toda su generalidad y que apenas nos detengamos en discursos conside-

  • 38 Tratado de la argumentacin

    rados como una unidad de una estructura y de una amplitud admi-tidas ms o menos de manera convencional. Y a que, por otra parte, la discusin con un nico interlocutor o incluso la deliberacin nti-ma dependen, para nosotros, de una teora general de la argumen-tacin, la idea que tenemos del objeto de nuestro estudio, lgica-mente, rebasa con mucho al de la retrica clsica.

    L o que conservamos de la retrica tradicional es la idea de audi-torio, la cual aflora de inmediato, en cuanto pensamos en un dis-"cursb. Todo discurso va dirigido a un auditorio, y con demasiada frecuencia olvidamos que sucede lo mismo con cualquier escrito. Mientras que se concibe el discurso en funcin del auditorio, la ausencia material de los lectores puede hacerle creer al escritor que est solo en el mundo, aunque de hecho su texto est siempre con-dicionado, consciente o inconscientemente, por aquellos a quienes pretende dirigirse.

    Asimismo, por razones de comodidad tcnica y para no perder nunca de vista el papel esencial del auditorio, cuando utilicemos los trminos discurso, orador y auditorio, entenderemos, res-pectivamente, la argumentacin, el que la presenta y aquellos a quie-nes va dirigida, sin detenernos en el hecho de que se trata de una presentacin de palabra o por escrito, sin distinguir discurso en for-ma y expresin fragmentaria del pensamiento.

    S i , para los antiguos, la retrica se presentaba como el estudio de una tcnica para uso del vulgo impaciente por llegar rpidamen-te a unas conclusiones, por formarse una opinin, sin esforzarse por realizar primero una investigacin seria 1 0 , en lo que a nosotros se refiere, no queremos reducir el estudio de la argumentacin a lo que se adapta a un pblico de ignorantes. Ese aspecto de la retrica explica que Platn la haya atacado ferozmente en el Gor-gias 1 1 y que haya favorecido su decadencia en la opinin filosfica.

    0 Cfr. Aristteles, Retrica, 1357o. 1 Platn, Gorgias, especialmente 455, 457a, 463 , 471rf.

    Introduccin 39

    El_orador, en efecto, est obligado, si desea ser eficaz,_a_ajdap-tarsejaljmdjtorjo^por lo que resulta fcjl comprender que el discur-so ms eficaz ante un auditorio incompetente no sea necesariamen-te el que logra convencer al filsofo. Pero por qu no admitimos que se pueden dirigir argumentaciones a cualquier clase de audito-rios? Cuando Pla tn suea, en el Fedro, con una retrica que sea digna del filsofo, lo que preconiza es una tcnica que pueda con-vencer a los mismos dioses 1 Z . A l cambiar de auditorio, la argumen-tacin vara de aspecto, y, si el objetivo que se pretende alcanzar contina siendo el de influir con eficacia en los oyentes, para juzgar su valor no se puede tener en cuenta la calidad de los oyentes a los que logra convencer.

    Ej>^ustificjijajmpj3rt lisis de las argumentaciones ^filosficas, consideradas por tradicin las ms racionales que existen, precisamente porque se supone que van dirigidas lectores en los que hacen poca mella la suges-tin, la presin o el inters. Mostraremos, por otra parte, que en todos los niveles aparecen las mismas tcnicas de argumentacin, tanto en la discusin en una reunin familiar como en el debate en un medio muy especializado. Si la calidad de los oyentes que se adhieren a ciertos argumentos, en campos altamente especulati-vos, presenta una garanta de su valor, la comunidad de su estruc-tura con la de los argumentos utilizados en las discusiones cotidia-nas explicar por qu y cmo se llega a comprenderlos.

    Este tratado se ocupar nicamente de los medios discursivos que sirven para obtener la adhesin del auditorio, por lo que slo se examinar la tcnica que emplea el lenguaje para persuadir y para convencer.

    Esta limitacin no implica en modo alguno que, a nuestro pare-cer, sea la manera ms eficaz de influir en los oyentes, todo lo contrario. EstarnosJKrrnementg.convencidosjiejmejascreencias ms slidas son las que r m ^ l o _ s e ^ d r n i t ^ s i n prueba alguna, sino que,

    1 2 Platn, Fedro, 273e.

  • 40 Tratado de la argumentacin

    muy a menudo^maguiera se explican. Y cuando se trata de conse-guir la adhesin, nada ms seguro que la experiencia externa o in-t e m a V ^ r ^ c i T l o - l 6 3 6 r r ^ ^ aceptadalflle~antemano. Perip^icurm a la argumentacin es algo que l o puede evltarslTcuah-db una de las partes discute estas pruebas, culmdo jio :~se "estaTde acuerdo sobre su alcance o su interpretacin, sobre su vaoTo~su relacin con los problemas controvertidos.

    Toda accin, por otra parte, que pretenda obtener la adhesin queda fuera del campo de la argumentacin, en la medida en que ningn uso del lenguaje la fundamenta o interpreta: tanto el que predica con el ejemplo sin decir nada como el que emplea la caricia o la bofetada pueden conseguir un resultado apreciable. Y a se recu-rra a promesas o a amenazas, slo nos interesaremos por estos pro-cedimientos cuando, gracias al lenguaje, se los evidencia. Es ms , hay casos como la bendicin o la ma ld ic inen los que se em-plea el lenguaje como medio de accin directa mgica y no como medio de comunicacin. nicamente trataremos este punto si esta accin est integrada en una argumentacin.

    Uno de los factores esenciales de la propaganda tal como se ha desarrollado sobre todo en el siglo xx , pero cuyo uso era muy conocido desde la antigedad y que ha aprovechado con un arte incomparable la Iglesia catlica es el condicionamiento del audi-torio mediante numerosas y variadas tcnicas que utilizan todo lo que puede influir en el comportamiento humano. Estas tcnicas ejer-cen un efecto innegable para preparar al auditorio, para hacerlo ms accesible a los argumentos que se le presentarn. He aqu otro punto de vista que no abordar nuestro anlisis. Slo trataremos del condicionamiento del auditorio por el discurso, de lo que se desprenden -consideraciones acerca del orden en el que deben pre-sentarse los argumentos para que causen el mayor efecto.

    Por ltimo, las pruebas extratcnicas, como las Dama Aristte-les 1 3 entendiendo por tales las que no dependen de la tcnica

    1 3 Aristteles, Retrica, 13556.

    Introduccin 41

    retrica, slo entrarn en este estudio cuando haya desacuerdo en cuanto a las conclusiones que pueden extraerse. Pues, nos intere-sa menos el desarrollo completo de un debate que los esquemas argumentativos puestos en juego. L a antigua denominacin de prue-bas extratcnicas es correcta: nos recuerda que, mientras que nuestra civilizacin caracterizada por su extrema ingeniosidad en las tc-nicas destinadas a influir en las cosas ha olvidado por completo la teora de la argumentacin, de la influencia sobre los individuos por medio del discurso, los griegos la consideraban, con el nombre de retrica, la xxvn por excelencia.

    n i

    L a teora de la argumentacin que pretende, gracias al discurso, influir de modo eficaz en las personas, hubiera podido estudiarse como una rama de la psicologa. Naturalmente, si los argumentos no son apremiantgs^ s inodeben convencer necesariamente sino que poseen cierta fuerza, la cual puede variar segn los auditorios, en-tonces acaso se la puedejuzgar por el efecto producido? E l estu-dio de la argumentacin se convierte as en uno de los objetos de la psicologa experimental, en la que se pondran a prueba diferen-tes argumentaciones ante distintos auditorios, lo suficientemente bien conocidos para que se pudiera, a partir de estas experiencias, sacar conclusiones de cierta generalidad. No han faltado psiclogos ame-ricanos que se hayan dedicado a estudios parecidos, cuyo inters no es discutible 1 4 .

    Nuestra manera de proceder ser diferente. Intentaremos, en pri-mer lugar, caracterizar las diversas estructuras argumentativas, cu-yo anlisis debe preceder a cualquier prueba experimental a la que

    Consltese especialmente H . L . Hollingworth, The psychology of the audien-ce, 1935; C . I. Hovland, Effects of the Mass Media of Communications en Hand-book of social psychology, ed. Gardner Lindzey, 1954, cap. 28.

  • 42 Tratado de la argumentacin

    se quiera someter su eficacia. Y , por otra parte, no^pensamos_gue el mtodo de laboratorio pueda determinar el valor de las argumen-taciones u t i l z a d l s ^ fa, plHT~isEal^todologa del psiclogo constituye ya un pun-to de controversia, y queda fuera del presente estudio.

    Nuestro camino se distinguir radicalmente del camino adopta-do por los filsofos que se esfuerzan por reducir los razonamientos sobre problemas sociales, polticos o filosficos, inspirndose en los modelos proporcionados por las ciencias deductivas o experi-mentales, y que rechazan, por juzgarlo carente de valor, todo lo que no se conforma a los esquemas impuestos de antemano. Noso-tros, en cambio, nos inspiraremos en los lgicos, pero para imitar los mtodos que les han dado tan buenos frutos desde hace un siglo aproximadamente.

    No olvidemos, en efecto, que en la primera mitad del siglo xrx la lgica no gozaba de prestigio alguno, ni en los medios cientficos ni entre el gran pblico. Whately escriba con razn, hacia 1828, que si la retrica ya no disfrutaba de la estima del pblico, la lgica se vea an menos favorecida 1 5 .

    L a lgica ha conseguido un brillante impulso durante los cien ltimos aos, y esto desde el momento en que dej de repetir viejas frmulas y se propuso analizar los medios de prueba efectivamente utilizados por los matemticos. L a lgica formal moderna se ha constituido como el estudio de los medios de demostracin emplea-dos en las matemticas. Pero, resulta que su campo est limitado, pues todo lo que ignoran los matemticos es desconocido para la lgica formal. Los lgicos deben completar con una teora de la argumentacin la teora de la demostracin as obtenida. Nosotros procuraremos construirla analizando los medios de prueba de los que se sirven las ciencias humanas, el derecho y la filosofa; exami-naremos las argumentaciones presentadas por los publicistas en los peridicos, por los polticos en los discursos, por los abogados en

    1 5 Richard D. d. Whately, Elements of Rhetoric, 1828, Prefacio.

    Introduccin 43

    los alegatos, porJosJu_eces_en Ios_ considerandos, por los filsofos en los tratados.

    . Nuestro campo de estudio, que es inmenso, ha estado yermo durante siglos. Esperamos que nuestros primeros resultados animen a otros investigadores a completarlos y a perfeccionarlos.

  • P A R T E I

    LOS LMITES DE LA ARGUMENTACIN

  • 1. DEMOSTRACIN Y ARGUMENTACIN

    Para exponer bien los caracteres particulares de la argumenta-cin y los problemas inherentes a su estudio, nada mejor que opo-nerla a la concepcin clsica de la demostracin y, ms concreta-mente, a la lgica formal que se limita al examen de los medios de prueba demostrativos.

    E n la lgica moderna, la cual tuvo su origen en una reflexin sobre el razonamiento, ya no se establece una relacin entre los sistemas formales y cualquier evidencia racional. E l lgico es libre de elaborar como le parezca el lenguaje artificial del sistema que est construyendo, es Ubre de determinar los signos y las combina-ciones de signos que podrn utilizarse. A l, le corresponde decidir cules son los axiomas, o sea, las expresiones consideradas sin prueba alguna vlidas en un sistema, y decir, por lt imo, cules son las reglas de transformacin que introduce y que permiten deducir, de las expresiones vlidas, otras expresiones igualmente vlidas en el sistema. L a nica obligacin que se impone al constructor de siste-mas axiomticos formalizados y que convierte las demostraciones en apremiantes, es la de elegir los signos y las reglas de modo que se eviten las dudj.s_xambigedades. Sin vacilar e incluso mecnica-mente, es preciso que sea posible establecer si una serie de signos est admitida dentro del sistema, si su forma es idntica a otra serie de signos, si se la estima vlida, por ser un axioma o expresin deducible, a partir de los axiomas, de una forma conforme a las reglas de deduccin. Toda consideracin relativa al origen de los

  • 48 Tratado de la argumentacin

    axiomas o de las reglas de deduccin, al papel que se supone que desempea el sistema axiomtico en la elaboracin del pensamien-to, es ajena a la lgica as concebida, en el sentido de que se sale de los lmites del formalismo en cuestin. L a bsqueda de la univo-cidad indiscutible ha llevado, incluso, a los lgicos formalistas a construir sistemas en los que ya no se preocupan por el sentido de las expresiones: se sienten satisfechos con que los signos introdu-cidos y las transformaciones que les conciernen estn fuera de toda discusin. Dejan la interpretacin de los elementos del sistema axio-mtico para quienes lo apliquen y tengan que ocuparse de su ade-cuacin al objetivo perseguido.

    Cuando se trata de demostrar una proposicin, basta con indi-car qu procedimientos permiten que esta proposicin sea la lt ima expresin de una serie deductiva cuyos primeros elementos los pro-porciona quien ha construido el sistema axiomtico en el interior del cual se efecta la demostracin. De dnde vienen estos elemen-tos?, acaso son verdades impersonales, pensamientos divinos, re-sultados de experiencias o postulados propios del autor? He aqu algunas preguntas que el lgico formalista considera extraas a su disciphna. Pero, cuando se trata de argumentar o de influir, por medio del discurso, en la intensidad d^j~adheiiTde un auidtorio a_cjertas_tesis, ya no es posible ignorar por completo^ al creerlas irrelevantes, las condiciones psquicas y sociales sin las cuales la argumentacin_no tendra objeto ni efecto. Pues, toda argumenta-cin pretende la adhesin de los individuos y, por tanto, supone la existencia de un contacto intelectual.

    Para que haya argumentacin, es necesario que, en un momen-to dado, se produzca una comunidadjefectiya de personas. Es pre-ciso que se est de acuerdo, ante todo y en principio, en la forma-cin de esta comunidad intelectual y, despus, en el hecho de deba-tir^ juntos una cuestin determinada. Ahora bien, esto no resulta de n ingh modo evidente.

    Er^eLjs r reno j i e^^ incluso, existen condi-ciones previas a la argumentacin: gs preciso^ r^incipalmente. que

    2. El contacto intelectual 49

    uno mismo se vea como si estuviera djyjdido_en_dos interlocutores, por lo menos, que participan en la deliberacin. Y , esta divisin, nada nos autoriza a considerarla necesaria. Parece que est consti-tuida sobre el modelo de la deliberacin con los dems, por lo que es previsible que, en la deliberacin con nosotros mismos, volva-mos a encontrarnos con la mayora de los problemas relativos a las condiciones previas a la discusin con los dems. Muchas expre-siones lo testimonian. Mencionemos slo algunas frmulas, como No escuches a tu mal genio, No discutas de nuevo este punto , que aluden, respectivamente, a las condiciones previas que afectan a las personas y al objeto de la argumentacin.

    2. E L CONTACTO INTELECTUAL

    L a formacin de una comunidad efectiva de personas exige una serie de |condiciongsl

    L o ms indispensable para la argumentacin es, al parecer, la existencia de^nTeguj^clmu^ de una tcnica que permita la comunicacin. Esto no basta. Nadie lo muestra mejor que el autor de Alicia en el pas de las maravillas. E n efecto, los seres de ese pas comprenden ms o menos el lenguaje de Al ic i a . Pero, para ella, el problema reside en entrar en contacto con ellos, en iniciar una discusin; pues, ejjLeJ_nmndo de las marav iUasno ihay j i ingn motivo para qpe las discusiones comiencen. N o se sabe por qu uno se dirige a otro. A veces, Al i c i a toma la iniciativa y utiliza simplemente el vocativo: oh, ra tn! Considera un xito el haber podido intercambiar algunas palabras indiferentes con la du-quesa 2 . E n cambio, al hablar con la oruga, pronto se llega a un punto muerto: Creo que, primero, debera decirme quin es usted;

    1 Lewis Carroll, Alice's Adventures in Wonderland, pg. 41. 2 Ib., pg. 82.

  • 50 Tratado de la argumentacin

    Y por qu? pregunt la oruga? 3 . E n nuestro mundo jerar-quizado, ordenado, existen generalmente reglas que establecen c-mo se puede entablar la conversacin, un acuerdo previo que pro-cede de las mismas normas de la vida social. Entre Al i c i a y los habitantes del pas de las maravillas no hay ni jerarqua, ni prela-cin, ni funciones que hagan que uno deba responder antes que otro. Incluso las conversaciones, una vez iniciadas, a menudo se paran en seco, como la conversacin con el lorito, quien se vale de su edad:

    Pero Alicia no quiso que siguiera hablando sin decir antes su edad, y, como el lorito se negara a confesar su edad, no se le permi-ti decir nada m s 4 .

    L a nica condicin previa que se cumple es el deseo de Al ic ia de iniciar la conversacin con los seres de este nuevo universo.

    E l conjunto de aquellos a quienes uno desea dirigirse es muy variable. Est lejos de comprender, para cada uno, a todos los seres humanos. E n cambio, el universo al cual quiere dirigirse el nio aumenta, en la medida en que el mundo de los adultos le est cerra-do, con la adjuncin de los animales y de todos los objetos inani-mados a los que considera sus interlocutores naturales 5 .

    Hay seres con los cuales todo contacto puede parecer superfluo o poco deseable. Hay seres a los que no nos preocupamos por diri-girles la palabra. Hay tambin seres con los que no queremos discu-tir, sino que nos contentamos con ordenarles.

    Para argumentar, es preciso, en efecto, atribuir un valor a la adhesin del interlocutor, a su consentimiento, a su concurso men-tal. Por tanto, una distincin apreciada a veces es la de ser una persona con la que se llega a discutir. E l racionalismo y el humanis-

    3 Ib., pg. 65. 4 Ib., pg. 44. 5 E . Cassirer, Le langage et la construction du monde des objets, en J. de

    Psychologie, 1933, X X X , pg. 39.

    2. El contacto intelectual 51

    mo de los ltimos siglos hacen que parezca extraa la idea de que sea una cualidad el ser alguien cuya opinin cuenta, y, en muchas sociedades, no se le dirige la palabra a cualquiera, igual que no se bat an en duelo con cualquiera. Adems, cabe sealar que el querer convencer a alguien siempre implica cierta. modestia_por_rjar-te de la persona que argumenta: lo que dice no constituye un dog-ma de fe, no dispone de la autoridad que hace que lo que se dice sea indiscutible y lleve inmediatamente a la conviccin. E l orador admite que debe persuadir al interlocutor, pensar en los argumen-tos que pueden influir_en l, preocuparse por l, interesarse por su estado de nimo.

    Los seres que quieren que los dems, adultos o nios, los tengan en cuentan, desean que no se les ordene ms, que se les razone, que se preste atencin a sus reacciones, que se los considere miem-bros de una sociedad ms o menos igualitaria. A quien le importe poco un contacto semejante con los dems, se le tachar de altivo, antiptico, al contrario de los que, fuere cual fuere la relevancia de sus funciones, no dudan en mostrar, a travs de los discursos al pblico, el valor que atribuyen a su apreciacin.

    Repetidas veces, sin embargo, se ha indicado que no siempre es loable querer persuadir a alguien: en efecto, pueden parecer poco honorables las condiciones en las cuales se efecta el contacto inte-lectual. Conocida es la clebre ancdota de Aristipo, a quien se le reprochaba que se haba rebajado ante el tirano Dionisio, hasta el punto de ponerse a sus pies para que lo oyera. Aristipo se defen-di diciendo que no era culpa suya, sino de Dionisio por tener los odos en los pies. Era, pues, indiferente el lugar en que se encon-traban los odos? 6 .

    Para Aristteles, el peligro de discutir con ciertas personas est en que con ello se pierde la calidad de la propia argumentacin:

    [...] no hay que discutir con todo el mundo, ni hay que ejercitarse frente a un individuo cualquiera. Pues, frente a algunos, los argu-

    6 Bacon, Of the advancement of learning, pg. 25.

  • 52 Tratado de la argumentacin

    mritos se tornan necesariamente viciados: en efecto, contra el que intenta por todos los medios parecer que evita el encuentro, es justo intentar por todos los medios probar algo por razonamiento, pero no es elegante 7 .

    No basta con hablar ni escribir, tambin es preciso que escuchen sus palabras, que lean sus textos. De nada sirve que le oigan, que tenga mucha audiencia, que lo inviten a tomar la palabra en ciertas circunstancias, en ciertas asambleas, en ciertos medios; pues, no olvidemos que escuchar a alguien es mostrarse dispuesto a admitir eventualmente su punto de vista. Cuando Churchill les prohibi a los diplomticos ingleses incluso que escucharan las proposiciones de paz que pudieran hacerles los emisarios alemanes, o cuando un partido poltico comunica que est dispuesto a or las proposiciones que pudiera presentarle la persona encargada de formar gobierno, estamos ante dos actitudes significativas, porque impiden el estable-cimiento o reconocen la existencia de las condiciones previas a una argumentacin - eventual.

    Formar parte de un mismo medio, tratarse, mantener relaciones sociales, todo esto facuita la realizacin de las condiciones previas al contacto intelectual. Las discusiones frivolas y sin inters aparen-te no siempre carecen de importancia, dado que contribuyen al buen funcionamiento de un mecanismo social indispensable.

    3. E L ORADOR Y SU AUDITORIO

    Con frecuencia, los autores de comunicaciones o de memorias cientficas piensan que es suficiente con relatar ciertas experiencias, mencionar ciertos hechos, enunciar cierto nmero de verdades para suscitar infaliblemente el inters de los posibles oyentes o lectores.

    7 Aristteles, Tpicos, 1646.

    3. El orador y su auditorio 53

    Esta actitud procede de la ilusin, muy extendida en diversos am-bientes racionalistas o cientificistas, de que los hechos hablan por s solos e imprimen un sello indeleble en todo ser human , cuya adhesin provocan, cualesquiera que sean sus disposiciones. K . F . Bruner, secretario de redaccin de una revista psicolgica, compara estos autores, pocos interesados por el auditorio, con un visitante descorts:

    Se desploman en una silla, apoyando sosamente los zapatos, y anuncian bruscamente, a ellos mismos o a otros, nunca se sabe, lo siguiente: Fulano y mengano han demostrado [...] que la hembra de la rata blanca responde negativamente al choque elctrico [...]. Muy bien, seor les dije y qu? Dganme primero por qu de-bo preocuparme por este hecho, entonces escuchar8.

    Es verdad que estos autores, por mucho que tomen la palabra en una sociedad culta o publiquen un artculo en una revista espe-cializada, pueden ignorar los medios de entrar en contacto con el pblico, porque la institucin cientfica, sociedad o revista, ya pro-porciona el vnculo indispensable entre el orador y el auditorio. E l papel del autor slo consiste en mantener, entre l y el pblico, el contacto que la institucin cientfica ha permitido establecer.

    Todo el mundo, empero, no se halla en una situacin tan privi-legiada. Para que se desarrolle una argumentacin, es preciso, en efecto, que le presten alguna atencin aquellos a quienes les est destinada. L a mayor parte de los medios de publicidad y de propa-ganda se esfuerzan, ante todo, por atraer el inters de un pblico indiferente, condicin imprescindible para la aplicacin de cualquier argumentacin. No hay que ignorar la importancia de este proble-ma previo por el mero hecho de que, en un gran nmero de campos ya sea educacin, poltica, ciencia o administracin de la justicia, toda sociedad posea instituciones que faciliten y organicen el con-tacto intelectual.

    8 K. F. Bruner, Of psychological writing, en Journal of abnormal and social Psychology, 1942, vol. 37, pag. 62.

  • 54 Tratado de la argumentacin

    Normalmente, es necesario tener cierta calidad para tomar la palabra y ser escuchado. E n nuestra civilizacin, en la cual el im-preso, convertido en mercanca, aprovecha la organizacin econ-mica para captar la mxima atencin, esta condicin slo aparece con claridad en los casos en los que el contacto entre el orador y el auditorio no pueda establecerse gracias a las tcnicas de distri-bucin. Por tanto, se percibe mejor la argumentacin cuando la desarrolla un orador que se dirige verbalmente a un auditorio deter-minado que cuando est contenida en un libro puesto a la venta. L a calidad del orador, sin la cual no lo escucharan, y, muy a me-nudo, ni siquiera lo autorizaran a tomar la palabra, puede variar segn las circunstancias: unas veces, bastar con presentarse como un ser humano, decentemente vestido; otras, ser preciso ser adul-to; otras, miembro de un grupo constituido; otras, portavoz de este grupo. Hay funciones que, solas, autorizan a tomar la palabra en ciertos casos o ante ciertos auditorios; existen campos en los que se reglamentan con minuciosidad estos problemas de habilitacin.

    E l contact que se produce entre el orador y el auditorio no se refiere nicamente a las condiciones previas a la argumentacin: tambin es esencial para todo su desarrollo. E n efecto, como la argumentacin pretende obtener la adhesin de aquellos a quienes se dirige, alude por completo al auditorio en el que trata de influir.

    Cmo definir semejante auditorio? Es la persona a quien el orador interpela por su nombre? N o siempre: el diputado que, en el Parlamento ingls, debe dirigirse al presidente, puede intentar convencer, no slo a quienes lo escuchan, sino tambin a la opinin pblica de su pas. Es el conjunto de personas que el orador ve ante s cuando toma la palabra? No necesariamente. E l orador pue-de ignorar, perfectamente, una parte de dicho conjunto: un presi-dente de gobierno, en un discurso al Congreso, puede renunciar de antemano a convencer a los miembros de la oposicin y conten-tarse con la adhesin de su grupo mayoritario. Por lo dems, quien concede una entrevista a un periodista considera que el auditorio lo constituyen los lectores del peridico ms que la persona que

    4. El auditorio como construccin del orador 55

    se encuentra delante de l. E l secreto de las deliberaciones, dado que modifica la idea que el orador se hace del auditorio, puede transformar los trminos de su discurso. Con estos ejemplos, se ve de inmediato cuan difcil resulta determinar, con ayuda de crite-rios puramente materiales, el auditorio de aquel que habla. Esta dificultad es mucho mayor aun cuando se trata del auditorio del escritor, pues, en la mayora de los casos, no se puede localizar con certeza a los lectores.

    Por esta razn, nos parece preferible definir el auditorio, desde el punto de vista retrico, como el conjunto de aquellos en quienes el orador quiere influir con su argumentacin. Cada orador piensa, de forma ms o menos consciente, en aquellos a los que intenta persuadir y que constituyen el auditorio al que se dirigen sus discursos.

    4. E L AUDITORIO COMO CONSTRUCCIN DEL ORADOR

    Para quien argumenta, el presunto auditorio siempre es una cons-truccin ms o menos sistematizada. Se puede intentar determinar sus orgenes psicolgicos 9 o sociolgicos 1 0 ; pero, para quien se propone persuadir efectivamente a individuos concretos, lo impor-tante es que la construccin del auditorio sea la adecuada para la ocasin.

    N o sucede lo mismo con quien se dedica a intentos sin alcance real. L a retrica, convertida en ejercicio escolar, se dirige a audito-rios convencionales y puede, sin dificultad alguna, atenerse a las visiones e