Tragedia en tres actos

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TRAGEDIA EN TRES ACTOS I Nacidas del gozo entre los elementos y la tensión superficial en el frío marco de la atmósfera a cierta altura, nada es tan emocionante como las múltiples vidas de las gotas de agua. Nacen volando, fieros vientos las llevan en su galanes brazos de acá para allá. Rozan montañas y se funden con océanos enteros. Vuelan a ras del mar o hasta las cumbres de las tormentas. Gozan de los trópicos y se juntan y solidifican en granizo para ser la venganza del hombre no preparado. Pueden ser solitarias o formar una civilización en forma de aire coalescente con forma de tornado o huracán. Pero tan gloriosa es la vida de las gotas de agua como trivial su muerte. Golpeando el cristal de una ventana, cobran de pronto y por poco tiempo consciencia de su individualidad si no tienen la suerte de formar un reguero que dulcemente se las lleve. Y al cabo del tiempo, la gota muere y sólo queda en el cristal el cerco con los sedimentos que había logrado atesorar en vida, disueltos en su cuerpo acuoso hasta que la reencarnación de la gota en otras, vía la evaporación, los dejó atrás. II Nacidos del gozo en el cálido seno materno, nada es tan apasionante como la vida de los niños humanos. El Universo, o sea, lo que está por descubrir, entero, se encuentra a su alrededor y van creándolo mientras sus sentidos empujan hacia afuera lo que resta por explorar. Viajan por carretera, tren, barco, avión, libro o videojuego y se entretienen en los corazones ajenos, Pero no son egoístas, y mientras maduran van dejando los suyos como morada hospitalaria para los de otros congéneres. Crean y recrean, conocen a los mejores y a veces también a los peores de entre su propia especie. El amor, el miedo, el deseo y la oscuridad forjan de entre ellos héroes, villanos, bufones, poetas, científicos, artistas... Pero no hay vida gloriosa de simples humanos que competir pueda con la muerte. Son gente compleja los humanos, y como tales, mil formas tienen de morir, hasta el punto de que hay quien muere de un ataque de amor aunque su cuerpo siga viviendo muchos años después. Años y años de vida sedimentan pensamientos y recuerdos, y a la larga, todo cuanto queda del humano al que un planeta vivo repartirá entre mil otras cosas y entes al cabo del tiempo, será los pensamientos que en forma de legado haya logrado dejar en el muro inmaterial de la memoria de sus congéneres.

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TRAGEDIA EN TRES ACTOS

I

Nacidas del gozo entre los elementos y la tensión superficial en el frío marco de la atmósfera a cierta altura, nada es tan emocionante como las múltiples vidas de las gotas de agua.

Nacen volando, fieros vientos las llevan en su galanes brazos de acá para allá. Rozan montañas y se funden con océanos enteros. Vuelan a ras del mar o hasta las cumbres de las tormentas. Gozan de los trópicos y se juntan y solidifican en granizo para ser la venganza del hombre no preparado. Pueden ser solitarias o formar una civilización en forma de aire coalescente con forma de tornado o huracán.

Pero tan gloriosa es la vida de las gotas de agua como trivial su muerte. Golpeando el cristal de una ventana, cobran de pronto y por poco tiempo consciencia de su individualidad si no tienen la suerte de formar un reguero que dulcemente se las lleve.

Y al cabo del tiempo, la gota muere y sólo queda en el cristal el cerco con los sedimentos que había logrado atesorar en vida, disueltos en su cuerpo acuoso hasta que la reencarnación de la gota en otras, vía la evaporación, los dejó atrás.

II

Nacidos del gozo en el cálido seno materno, nada es tan apasionante como la vida de los niños humanos. El Universo, o sea, lo que está por descubrir, entero, se encuentra a su alrededor y van creándolo mientras sus sentidos empujan hacia afuera lo que resta por explorar.

Viajan por carretera, tren, barco, avión, libro o videojuego y se entretienen en los corazones ajenos, Pero no son egoístas, y mientras maduran van dejando los suyos como morada hospitalaria para los de otros congéneres.

Crean y recrean, conocen a los mejores y a veces también a los peores de entre su propia especie. El amor, el miedo, el deseo y la oscuridad forjan de entre ellos héroes, villanos, bufones, poetas, científicos, artistas...

Pero no hay vida gloriosa de simples humanos que competir pueda con la muerte. Son gente compleja los humanos, y como tales, mil formas tienen de morir, hasta el punto de que hay quien muere de un ataque de amor aunque su cuerpo siga viviendo muchos años después.

Años y años de vida sedimentan pensamientos y recuerdos, y a la larga, todo cuanto queda del humano al que un planeta vivo repartirá entre mil otras cosas y entes al cabo del tiempo, será los pensamientos que en forma de legado haya logrado dejar en el muro inmaterial de la memoria de sus congéneres.

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III

Nada tan potente y generador de pasiones como el propio Universo. Esas galaxias, estrellas y meteoros diversos que atemorizan civilizaciones nacientes y milenarias por igual, nacieron todos de infinitas gotas de agua y otros compuestos químicos y de incontables ciclos de reutilización del material de estrellas y planetas en una orgía química incesante.

Las líneas geodésicas que se forman por la simple presencia de la materia y la energía llevan a sus viajeros por inmedibles parsecs, los retuercen hasta la extinción cerca de agujeros negros y forman en sus incesantes choques las formas más espectaculares para atraer la atención de todas las especies sensibles que fueron, son y serán.

Al albur de su propio tiempo y de la pared de la membrana cósmica en la que el Universo entero está insertado y ensartado, todos los astros dejan en la misma su impronta cuando mueren, y se dice que con cada choque dentro de esa membrana holográfica inimaginable, que sólo la gravedad y la luz pueden a duras penas atravesar, surge un nuevo Universo porque el Todo se conserva y en cada época no puede haber menos poetas y niños mirando las gotas de agua en el cristal que en la anterior, aunque para lograrlo el Todo tenga que fraguar un nuevo big bang.