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El ultimo amor del Príncipe Genghi Extraído del libro “Cuentos Orientales de Marguerite Yourcenar” Traducido al español por María Mónaco Esta historia relatada por Yourcenar, fue inspirada del libro de la cuentista japonesa Mourasaki Shikibu (Siglo XIX) Le roman de Genghi”. Considerado como la novela más larga del mundo, contiene 54 capítulos agrupados 7 volúmenes. Se trata de las aventuras de un Don Juan asiático cuyo gran talento era “el arte de amar” escrito en prosa y en versos. Detenernos una vez más, a resaltar el talento de esta dama de la literatura francesa es un placer inagotable. Esta novela contiene pasajes tan poéticos que serán destacados y subrayados para que el lector pueda disfrutarlos de manera muy especial y evitar así perder el talento inspirador de la artista……… Cuando el famoso y brillante Genghi, el seductor más grande que jamás haya sorprendido al Asia, acababa de cumplir sus 50 años, él se dio cuenta que debía comenzar a morir. Su segunda esposa, Mourasaki, la princesa Violeta, a la cual él había amado tanto atreves de tantas infidelidades contradictorias, lo había precedido al irse a uno de esos Paraísos donde van los muertos que han adquirido algún mérito en el curso de esta vida cambiante y difícil, y Genghi se atormentaba al no poder acordarse exactamente de su sonrisa o aun más, de las muecas que ella hacía antes de echarse a llorar. A su tercera esposa, la Princesa-del-Palaciodel-Oeste, él la había engañado con un joven de su misma familia, así como también él había engañado a su padre en los días de su juventud, con una emperatriz adolecente. Drago DSM - Distribuidora San Martín http://www.dragodsm.com.ar

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El ultimo amor del Príncipe Genghi

Extraído del libro “Cuentos Orientales de Marguerite Yourcenar”

Traducido al español por María Mónaco

Esta historia relatada por Yourcenar, fue inspirada del libro de la cuentista japonesa

Mourasaki Shikibu

(Siglo XIX) “Le roman de Genghi”. Considerado como la novela más larga del

mundo, contiene 54 capítulos agrupados 7 volúmenes.

Se trata de las aventuras de un Don Juan asiático cuyo gran talento era “el arte de

amar” escrito en prosa y en versos.

Detenernos una vez más, a resaltar el talento de esta dama de la literatura

francesa es un placer inagotable.

Esta novela contiene pasajes tan poéticos que serán destacados y subrayados para

que el lector pueda disfrutarlos de manera muy especial y evitar así perder el

talento inspirador de la artista………

“Cuando el famoso y brillante Genghi, el seductor más grande que jamás

haya sorprendido al Asia, acababa de cumplir sus 50 años, él se dio cuenta que

debía comenzar a morir.

Su segunda esposa, Mourasaki, la princesa Violeta, a la cual él había

amado tanto atreves de tantas infidelidades contradictorias, lo había precedido al

irse a uno de esos Paraísos donde van los muertos que han adquirido algún mérito

en el curso de esta vida cambiante y difícil, y Genghi se atormentaba al no poder

acordarse exactamente de su sonrisa o aun más, de las muecas que ella hacía antes

de echarse a llorar.

A su tercera esposa, la Princesa-del-Palacio–del-Oeste, él la había

engañado con un joven de su misma familia, así como también él había engañado

a su padre en los días de su juventud, con una emperatriz adolecente.

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Una vez más la misma pieza recomenzaba en el teatro del mundo pero él sabía

que esta vez solo le sería reservado, el role de viejo y ante ese personaje, prefería el

de un fantasma. Fue por eso que distribuyó sus bienes, indemnizó a sus sirvientes y

se aprestó a finalizar sus días en una ermita que él mismo había hecho construir con

mucho cuidado en la ladera de la montaña. Atravesó por última vez la ciudad,

seguido solamente de dos o tres devotos compañeros que no se resignaban a

despedirse de él y de esta manera de su propia juventud.

A pesar de la hora matinal, las mujeres apoyaban su rostro contra las persianas;

ellas murmuraban en vos alta que Genghi estaba aun “muy bueno”, lo que probaba

aun más para el príncipe, que era el tiempo justo de partir.

Le pusieron tres días en llegar a la ermita situada en el medio de la agreste

campiña. La pequeña casita se levantaba al pie de un arce centenario; como era

otoño, las hojas de eso bello árbol cubrían el techo hecho de ramas, de un color

dorado. La vida de Genghi en esa soledad era mucho más simple y dura de la que él

había vivido en el curso de su largo exilio en el extranjero durante su tormentosa

juventud y ese hombre refinado, pudo al fin degustar hasta el hartazgo del lujo

supremo que consiste en no tener nada.

Muy pronto llegaron los primeros fríos; la ladera de la montaña se

recubrió de nieve como así también los pliegues de las vestimentas de algodón que

se llevan en invierno y la bruma comenzaba a ocultar al sol.

Desde el amanecer al crepúsculo, al débil resplandor de un pequeño brasero,

Genghi leía las Escrituras y encontraba en esos versos austeros un sabor que de

ahora en adelante remplazarían los más patéticos versos de amor.

Pero muy pronto se dio cuenta que su vista se debilitaba, como si todas las lágrimas

que él había derramado sobre sus frágiles amantes le habían quemado los ojos y lo

obligó a darse cuenta, que las tinieblas llegarían para él antes que la muerte.

De vez en cuando, un mensajero le traía noticias de la capital que luego

de un camino agreste, el joven fatigado y con sus pies hinchados por sus

“sabañones”, respetuosamente le entregaba los mensajes de parientes y amigos

que deseaban brindarle una vez más una visita en este mundo, antes de los

encuentros infinitos e inciertos en la otro vida. Pero Genghi temía inspirar a esos

huéspedes solo piedad o respeto, dos sentimientos a los cuales él sentía horror y

prefería olvidar; él, sacudía tristemente la cabeza, y ese príncipe famoso en antaño

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por su talento de poeta y de calígrafo, reenviaba por el mensajero encargado, solo

una hoja en blanco.

Poco a poco, las comunicaciones con la capital se fueron distanciando; el ciclo de

las fiestas de cada estación del año continuaban rotando lejos del príncipe que en

otros tiempos dirigía como “un soplo de abanico” y Genghi, abandonado y

entregado a su triste soledad, lloraba y lloraba sin cesar y sin vergüenza

agravando así su enfermedad en la vista.

Dos o tres de sus antiguas amantes le habían propuesto venir a compartir su

aislamiento lleno de recuerdos.

Las cartas más tiernas llegaban de la Dama-del-pueblo-de las –flores-que-caen; era

una antigua concubina de mediocre origen y de mediana belleza; ella había servido

fielmente de dama de honor a las otras esposas de Genghi y durante 17 años ella

había amado al príncipe sin dejar nunca de sufrir. Él le brindaba de vez en cuando

visitas nocturnas, y esos encuentros tan raros, como ver estrellas en una noche

lluviosa, habían sido suficiente para iluminar la vida de la Dama-del-pueblo-de las-

flores-que –caen.

No se hacía ilusiones, ni sobre su belleza, ni sobre su carácter, ni sobre su origen, la

Dama, sola entre tantas amantes, guardaba por Genghi un dulce reconocimiento,

porque ella no encontraba natural que él la haya amado.

Como sus cartas quedaban sin respuesta, ella alquiló un modesto

carruaje y se hizo conducir hasta la cabaña del príncipe solitario. Golpeó

tímidamente la puerta hecha con ramas entretejidas; se arrodilló con una humilde y

pequeña sonrisa, para excusarse de estar allí.

Era la época que Genghi reconocía todavía el rostro de los visitantes si ellos se le

aproximaban bastante. Sintió delante de esta mujer, un dolor amargo que le

despertó en él los recuerdos más punzantes del ayer, no tanto por el efecto de su

presencia, sino por el perfume que emanaba aún sus mangas impregnadas de la

aroma de sus difuntas mujeres. Ella le suplicó tristemente que la aceptara al menos

como sirvienta. Implacable por primera vez, la echó, pero ella conservaba aún viejos

amigos entre los cuales algunos prestaban servicio al príncipe y le llevaban de tanto

en tanto sus noticias. Siendo ella ahora cruel, por primera vez en su vida, vigilaba de

lejos el progreso de la ceguera de Genghi como una mujer impaciente de reunirse

con su amante, esperando la caída de la tarde.

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Cuando ella lo supuso casi completamente ciego, se despojó de sus

vestimentas de ciudad y se puso un vestido corto y rústico como llevaban las

jóvenes paisanas; se recogió sus cabellos a la manera de las campesinas; y tomó

una canasta llena de telas y cacharros como si vendería cosas en el pueblo; así

vestida se hizo conducir al lugar donde habitaba el “exiliado voluntario” en

compañía de cabras y de pavos reales del bosque ;hizo a pie el último tramo a fin

que el lodo y la fatiga le ayudaran a jugar su rol.

Las finas lluvias de primavera caía mojando el suelo y nublando las

últimas luces del crepúsculo: era la hora donde Genghi, envuelto en su estricta

“robe” de lana, se paseaba lentamente a lo largo del sendero donde sus viejos

servidores ya le habían descartado hasta la más mínima piedrita para evitar que él

tropezase. Su rostro desfigurado y empañado por la ceguera y la vejez, parecía un

espejo plomizo donde en otro tiempo se habría reflejado la belleza; y la Dama-del-

pueblo-de las-flores-que –caen no tuvo necesidad de fingir para ponerse a llorar.

El sonido de sollozos femeninos hizo sobresaltar a Genghi, que se

orientó lentamente de donde venían esas lágrimas.

--¿Quien eres mujer? Dijo con inquietud

--Soy Ukifune, la hija del granjero So-Hei, dijo la dama sin olvidarse de adoptar el

acento pueblerino. Fui de compras, a la ciudad con mi madre, para comprar telas y

cacerolas porque me caso en la próxima luna, y de repente equivoqué el sendero de

la montaña, tengo miedo de los animales salvajes, de los demonios, del deseo de los

hombres, de los fantasmas , de los muertos y por eso me puse a llorar….

--Estás empapada jovencita, dijo el príncipe poniéndole la mano sobre su hombro.

Ella estaba en efecto mojada hasta los huesos. El contacto de esa mano

tan conocida la hizo temblar de la punta de sus cabellos hasta sus pies desnudos,

pero Genghi pudo creer que ella tiritaba de frío.

--Ven a mi cabaña, dijo el príncipe con una vos conquistadora, podrás calentarte en

mí fuego, a pesar que el contenga menos carbón que cenizas.

La Dama lo siguió teniendo cuidado de imitar los pasos torpes de una

campesina. Se acurrucaron delante del fuego casi muerto, Genghi tendió sus manos

hacia el calor, pero la Dama escondió sus dedos demasiados delicados para una

joven campesina.

--Soy ciego, suspiró Genghi luego de un instante, tu puedes sin temor sacarte tu

ropa mojada, y calentarte desnuda delante del fugo. La Dama se despojó

delicadamente su ropa de paisana. El fuego sonrojó su delgado cuerpo que parecía

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una talla muy pálida de coral. De repente Genghi murmuró: Muchacha, yo te

engañé, porque aun no estoy completamente ciego, te adivino a través de una

bruma que no puede ser más que el halo de tu propia belleza. Déjame pones mi

mano sobre tu brazo aun tembloroso.

Fue así que la Dama –del-pueblo-de las-flores-que caen vuelve a ser la

amante del príncipe Genghi que ella había humildemente amado durante más de

18 años. Ella no olvidó de fingir ni las lágrimas ni la timidez de una joven a su

primer amor. Su cuerpo permanecía aun sorprendentemente joven y la vista del

príncipe estaba muy débil distinguir sus cabellos casi grises.

Cuando las caricias terminaron, la Dama se arrodilló delante del príncipe

y le dijo:

--Príncipe, te engañé, soy en verdad Ukifune, la hija del granjero So-Hei, pero no

me extravié en la montaña; la fama del príncipe Genghi llegó hasta el pueblo y vine

por mi propia voluntad, para descubrir el amor entre tus brazos.

Genghi se levantó vacilante como un pino que tambalea bajo el choque del invierno

y del viento y grito como chillando…

--Mal momento para ti, que venís a recordarme a mi peor enemigo, el bello príncipe

de los ojos brillantes, cuya imagen me desvela todas las noches…vete…

Y la Dama-del-pueblo-de las-flores-que-caen se alejó lamentando el error que había

cometido.

Durante las semanas subsiguientes, Genhgi permaneció solo. Sufría.

Descorazonado se dio cuenta que permanecía aun sujeto a los lazos de este mundo

y poco preparado a la entrega y a los cambios de la otra vida. La visita de la hija del

granjero So-Hei había despertado en él el gusto por las criaturas de puños

estrechos, de grandes pechos cónicos, de risa patética y dócil. Desde que él se

quedó ciego, el sentido del tacto se volvió su único medio de contacto con la belleza

del mundo; los paisajes donde se había refugiado no le brindaban consuelo, porque

el ruido de las aguas de un arrollo es más monótono que la vos de una mujer y las

curvas de las colinas o las formas de las nubes están hechas para aquellos que ven y

están muy lejos para dejarse acariciar.

Dos meses más tarde la Dama-del-pueblo-de las –flores- que- caen hizo

una segunda tentativa. Esta vez, se vistió y se perfumó con cuidado, se esmeró que

el estilo de su ropa sea de etiqueta con algo de tímida elegancia y con un perfume

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discreto pero banal, sugiriendo falta de experiencia, como una mujer perteneciente

a una familia honorable de campo y que no conoce la corte.

Para esta ocasión alquilo un carruaje atractivo pero que le faltaban los últimos

perfeccionamientos de la ciudad. Se las arreglo para llegar a los alrededores de la

cabaña de Ginghi solo de noche cerrada. El verano estaba llegando en la montaña,

Genghi estado al pie del arce, escuchaba cantar a los grillos. Ella se aproximó

disimulando su rostro detrás de un abanico y murmurando con confusión:

--Soy Chujo, la esposa de Sukazu, un noble de séptimo linaje de la provincia de

Yamato. Partí en peregrinación con tiempo de Isé, pero uno de mis ayudantes se

torció el pie y no puedo continuar mi ruta antes del alba, indíqueme una cabaña

donde pueda alojarme sin temor a las calumnias y hacer reposar a mis sirvientes.

--¿Dónde, una joven mujer puede estar mejor al abrigo de las calumnias que en la

casa de un anciano ciego? Dijo amargamente el príncipe, mi cabaña es muy

pequeña para tus sirvientes que pueden instalarse bajo este árbol, pero te ofrezco

el único colchón de mi ermita.

Se levantó tambaleante para mostrarle el camino. Ni una vez levantó sus ojos para

verla y por eso ella se dio cuenta que él estaba completamente ciego

Desde el momento en que ella se extendió sobre el colchón de hojas

secas, Genghi volvió a su lugar melancólico sobre el umbral de la cabaña. Estaba

triste y no sabía si esa joven era bella.

La noche era cálida y clara, la luna daba su resplandor sobre el rostro del ciego que

parecía esculpido en un blanco jade. Después de un largo rato, la Dama dejó su

lecho de hojas y se sentó en el umbral. Dijo suspirando:

--La noche es bella y yo no tengo sueño, permítame cantar una canción de la cual

reboza mi corazón.

Y, sin esperar la respuesta, canto un romance que el príncipe amaba por haberla

escuchado más de una vez tiempo atrás de los labios de su esposa preferida, la

princesa Violeta. Genghi confundido, se acercó insensiblemente a la desconocida.

--¿de dónde vienes, muchacha que conoces las canciones que amé en mi juventud?

Eres un arpa donde se ejecutan los sones de antaño, déjame pasar mi mano

sobre tus cuerdas!

Y le acarició el cabello, Luego… le preguntó:

--¿Espero que tú marido no sea más atractivo y más joven que yo, muchacha de la

provincia de Yamato?

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--Mi marido no es tan atractivo y parece menos joven, respondió simplemente la

Dama –del-pueblo-de las –flores –que caen.

De este modo ella se convirtió bajo un nuevo disfraz en la amante del príncipe

Genghi, la cual le había pertenecido hace tiempo. Por la mañana, le preparó una

comida caliente y el príncipe le dijo:

--Eres hábil y tierna y no creo que el mismo príncipe Genghi que fue tan feliz en el

amor, haya tenido una amante más dulce que tú.

--Nunca escuche hablar del príncipe Genghi, dijo la Dama sacudiendo la cabeza.-

--¿Qué? Exclamó amargamente Genghi. ¿Él, ha sido tan rápido olvidado?.

Y durante toda la jornada, él se quedó muy triste. La Dama

comprendió entonces el error que acababa de cometer por segunda vez, pero él no

hablo de echarla y pareció feliz de escuchar el rose de su vestido de seda sobre la

hierba.

El otoño llegó cambiando el color de los árboles y de las montañas

como hadas vestidas de púrpura y oro, pero destinadas a morir con los primeros

fríos.

La Dama describía a Genghi esos tonos grises, dorados, amarillentos con decímalo

para no caer en lo obsesivo al querer ayudarlo. Alegraba sin cesar a Genghi

brindándole como ramos de flores o plantas simples y finas, palabras habituales,

conocidas pero reformadas, para no herirlo. Ella había descartado la chance de ser

la quinta concubina a la que el príncipe visitaba en otros tiempos, pero distraído por

otros amores él no se había dado cuenta…

Al final del otoño, la fiebre de los pantanos se agravó, los insectos

pululaban infectando el aire y al respirar era como beber de un curso de agua

envenenada. Genghi cayó enfermo y se acostó sobre su lecho de hojas secas

percibiendo que ya no se levantaría más; sentía vergüenza frente a la Dama por su

debilidad y por los cuidados humillantes a los que le obligaba su enfermedad, pero

ese hombre que toda su vida había buscado en cada experiencia a la que sería la

única y la más desgarradora, solamente podía degustar de esta intimidad nueva y

misteriosa entre dos seres entrelazados dulcemente con el amor.

Una mañana cuando la Dama le masajeaba las piernas, Genghi se

levantó apoyándose en sus codos y buscando a tientas las manos de la Dama,

murmuro:

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--Joven mujer, que cuidad a quien va a morir, yo te he engañado, soy el príncipe

Genghi.

-- Desde que llegué aquí, yo fui solamente una provinciana ignorante, dijo ella y no

sabía quién era el príncipe Genghi.

Sé ahora que él fue el más atractivo y el más deseado entre los hombres, pero no

tenías necesidad de ser el príncipe para ser amado.

Genghi le agradeció con una sonrisa. Desde que sus ojos se cegaron, fueron sus

labios los que los remplazaban.

--Voy a morir, dijo tristemente. No me lamento compartir el mismo destino con

las flores, con los insectos, con los astros. Dentro de un universo donde todo pasa

como un sueño, uno quisiera durar para siempre, no siento rencor que las cosas,

los seres, los corazones perezcan, porque una parte de su belleza está hecha de

desgracia. Lo que me aflige, es que ellos sean únicos. En otros tiempos, la certeza

de obtener a cada instante de mi vida, una revelación que no se renovaría más,

formaba parte del más claro de mis placeres secretos: hoy muero avergonzado pero

con un privilegio de asistir a una fiesta sublime que solo se tiene una vez. Queridos

objetos, no tendrán más por testigo a un ciego que muere..Otras mujeres

florecerán tan sonrientes como aquellas que amé, pero su sonrisa será diferente y

el lunar que me apasionaba se desplazará sobre su mejilla y será tan pequeño

como una porción de un átomo. Otros corazones se romperán bajo el peso de un

insoportable amor, pero sus lágrimas nuestras lágrimas, sus manos húmedas de

deseo continuarán unidas bajo los almendros en flor. Pero jamás se repite la

misma lluvia de pétalos sobre la felicidad humana Ah, me siento como un hombre

llevado por una inundación y que desea al menos encontrar una porción de tierra

seca donde depositar algunas cartas amarillas y algunos abanicos marchitos...

¿Qué será de ti, cuando ya no estaré más ahí, para conmoverme de vos: Recuerdo

a la Princesa Azul, mi primara esposa, que creí en su amor solamente un día

después de su muerte? Y vos, Recuerdo desolado de la Dama-de las- banderas –de-

Volubilis, que murió en mis brazos porque un rival celoso quiso ser el único en

amarla?

Y usted, Recuerdo insidioso de mi bella madrasta, y de mi bella y joven esposa, que

se encargaron de enseñarme a su turno todo lo que se sufre por ser cómplice o

víctima de una infidelidad?

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Y vos, sutil Recuerdo de la Dama-cigarra-del-jardín que se esconde por pudor, a tal

punto que debí consolarme cerca de su joven hermano, en cuyo rostro infantil se

reflejaban algunos rasgos de la timidez de la sonrisa de una mujer?

Y vos, querido Recuerdo de la Dama-de-la-Larga-Noche, que fue tan dulce, y que le

di el privilegio de ser la única tercera esposa dentro de mi casa y dentro de mi

corazón? Y vos, pobre pequeño Recuerdo campestre de la hija del granjero So-Hei,

que de mí, solamente amó mi pasado? Y vos sobretodo vos, Recuerdo delicioso de

la pequeña Chujo que masajea en este momento mis pies y que no tendrá tiempo

de ser un recuerdo? Chujo, que hubiera querido encontrar antes en mi vida, pero es

justo que también un fruto sea reservado para el final del otoño…

Ebrio de tristeza, dejó caer su cabeza sobre su dura almohada.

La Dama-del-pueblo-de las- flores –que- caen se recostó sobre él y murmuró

temblando:

--¿No había en tu palacio otra mujer, de la cual no has pronunciado el nombre?

¿No era ella dulce?¿ No se llamaba la dama-del-pueblo-de las-flores-que-caen? Ah,

has memoria…

Pero ya los rasgos del príncipe Genghi habían adquirido esa serenidad que solo está

reservada a los muertos.

El dolor había desaparecido totalmente de su rostro, como también necesidad o la

amargura y persuadido que aun tenía 17 años.

La Dama-del-pueblo-de las-flores-que-caen se dejo caer al suelo

gritando sin retener; sus lágrimas saladas que golpearon en sus mejillas como la

lluvia de una tormenta, y al arrancar de apuñados sus cabellos volaban como

capullos de seda.

El único nombre que Genghi había olvidado, era

precisamente el suyo…

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