Tradiciones

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LECTURA DE ALGUNAS “TRADICIONES PERUANAS AUTOR RICARDO PALMA SORIANO PROF. ALCIDES FERNÀNDEZ LÒPEZ

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Ricardo Palma

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LECTURA DE ALGUNAS “TRADICIONES PERUANAS”

AUTOR RICARDO PALMA SORIANO

PROF. ALCIDES FERNÀNDEZ LÒPEZ

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Carta canta

Hasta mediados del siglo XVI vemos empleada por los más castizos prosadores o prosistas castellanos esta frase: rezan cartas, en la acepción de que tal o cual hecho es referido en epístolas. Pero de repente las cartas no se conformaron con rezar, sino que rompieron a cantar; y hoy mismo, para poner remate a una disputa, solemos echar mano al bolsillo y sacar una misiva diciendo: «Pues, señor, carta canta». Y leemos en público las verdades o mentiras que ella contiene, y el campo queda por nosotros. Lo que es la gente ultracriolla no hace rezar ni cantar a las cartas, y se limita a decir: papelito habla.

Leyendo anoche al jesuita Acosta, que, como ustedes saben, escribió largo y menudo sobre los sucesos de la conquista, tropecé con una historia, y díjeme: «Ya pareció aquello -o lo que es lo mismo, aunque no lo diga el padre Acosta-: cata el origen de la frasecilla en cuestión, para la cual voy a reclamar ante la Real Academia de la Lengua los honores de peruanismo».

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Llegó la época en que el melonar de Barranca diese su primera cosecha, y aquí empieza nuestro cuento.

El mayordomo escogió diez de los melones mejores, los acondicionó en un par de cajones, y los puso en hombros de dos indios mitayos, dándoles una carta para el patrón.

Habían avanzado los conductores algunas leguas, y sentáronse a descansar junto a una tapia. Como era natural, el perfume de la fruta despertó la curiosidad en los mitayos, y se entabló en sus ánimos ruda batalla entre el apetito y el temor.

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-¿Sabes, hermano -dijo al fin uno de ellos en su dialecto indígena-, que he dado con la manera de que podamos comer sin que se descubra el caso? Escondamos la carta detrás de la tapia, que no viéndonos ella comer no podrá denunciarnos.

La sencilla ignorancia de los indios atribuía a la escritura un prestigio diabólico y maravilloso. Creían, no que las letras eran signos convencionales, sino espíritus, que no sólo funcionaban como mensajeros, sino también como atalayas o espías.

La opinión debió parecer acertada al otro mitayo; pues sin decir palabra, puso la carta tras de la tapia, colocando una piedra encima, y hecha esta operación se echaron a devorar, que no a comer, la incitante y agradable fruta.

Cerca ya de Lima, el segundo mitayo se dio una palmada en la frente, diciendo:

-Hermano, vamos errados. Conviene que igualemos las cargas; porque si tú llevas cuatro y yo cinco, nacerá alguna sospecha en el amo.

-Bien discurrido -contestó el otro mitayo.

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Y nuevamente escondieron la carta tras otra tapia, para dar cuenta de un segundo melón, esa fruta deliciosa que, como dice el refrán, en ayunas es oro, al mediodía plata y por la noche mata; que, en verdad, no la hay más indigesta y provocadora de cólicos cuando se tiene el poncho lleno.

Llegados a casa de don Antonio pusieron en sus manos la carta, en la cual le anunciaba el mayordomo el envío de diez melones.

Don Antonio, que había contraído compromiso con el arzobispo y otros personajes de obsequiarles los primeros melones de su cosecha, se dirigió muy contento a examinar la carga.

-¡Cómo se entiende, ladronzuelos!... -exclamó bufando de cólera-. El mayordomo me manda diez melones y aquí faltan dos -y don Antonio volvía a consultar la carta.

-Ocho no más, taitai -contestaron temblando los mitayos.

-La carta dice que diez y ustedes se han comido dos por el camino... ¡Ea! Que les den una docena de palos a estos pícaros.

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Y los pobres indios, después de bien zurrados, se sentaron mohínos en un rincón del patio, diciendo uno de ellos:

-¿Lo ves, hermano? ¡Carta canta!

Alcanzó a oírlo don Antonio y les gritó:

-Sí, bribonazos, y cuidado con otra, que ya saben ustedes que carta canta.

Y don Antonio refirió el caso a sus tertulios, y la frase se generalizó y pasó el mar.

FIN

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AL PIE DE LA LETRARicardo Palma

El capitán Paiva era un indio cuzqueño, de casi gigantesca estatura. Distinguíase por lo hercúleo de su fuerza, por su bravura en el campo de batalla por su disciplina cuartelera y sobre todo por la pobreza de su meollo. Para con él las metáforas estuvieron siempre de más, y todo lo entendía ad pedem litteræ.

Era gran amigote de mi padre, y éste me contó que, cuando yo estaba en la edad del destete, el capitán Paiva, desempeñó conmigo en ocasiones el cargo de niñera. El robusto militar tenía pasión por acariciar mamones. Era hombre muy bueno. Tener fama de tal, suele ser una desdicha. Cuando se dice de un hombre: Fulano es muy bueno, todos traducen que ese Fulano es un posma, que no sirve para maldita de Dios la cosa, y que no inventó la pólvora, ni el gatillo para sacar muelas, ni el cri-cri.

A varios de sus compañeros de armas he oído referir que el capitán Paiva, lanza en ristre, era un verdadero centauro. Valía él solo por un escuadrón.

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En Junín ascendió a capitán; pero aunque concurrió después a otras muchas acciones de guerra, realizando en ellas proezas, el ascenso a la inmediata clase no llegaba. Sin embargo de quererlo y estimarlo en mucho, sus generales se resistían a elevarlo a la categoría de jefe.Cadetes de su regimiento llegaron a coroneles. Paiva era el capitán eterno. Para él no había más allá de los tres galoncitos.

¡Y tan resignado y contento y cumplidor de su deber, y lanceados y pródigo de su sangre!

¿Por qué no ascendía Paiva? Por bruto, y porque de serlo se había conquistado reputación piramidal. Vamos a comprobarlo refiriendo, entre muchas historietas que de él se cuentan, lo poco que en la memoria conservamos.

Era en 1835 el general Salaverry jefe supremo de la nación peruana y entusiasta admirador de la bizarría de Paiva.Cuando Salaverry ascendió a teniente, era ya Paiva capitán. Hablábanse tú por tú, y elevado aquel al mando de la República no consintió en que el lancero le diese ceremonioso tratamiento.

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Paiva era su hombre de confianza para toda comisión de peligro. Salaverry estaba convencido de que su camarada se dejaría matar mil veces, antes que hacerse reo de una deslealtad o de una cobardía.

Una tarde llamó Salaverry a Paiva y le dijo:-Mira, en tal parte es casi seguro que encontrarás a don Fulano y me lo traes preso; pero si por casualidad no lo encuentras allí, allana su casa. Tres horas más tarde regresó el capitán y dijo al jefe supremo:

-La orden queda cumplida en toda regla. No encontré a ese sujeto donde me dijiste; pero su casa la dejo tan llana como la palma de mi mano y se puede sembrar sal sobre el terreno. No hay pared en pie.

Al lancero se le había ordenado allanar la casa, y como él no entendía de dibujos ni de floreos lingüísticos, cumplió al pie de la letra.Salaverry, para esconder la risa que le retozaba, volvió la espalda, murmurando:

-¡Pedazo de bruto!

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Tenía Salaverry por asistente un soldado conocido por el apodo de Cuculí, regular rapista a cuya navaja fiaba su barba el general.

Cuculí era un mozo limeño, nacido en el mismo barrio y en el mismo año que don Felipe Santiago. Juntos habían mataperreado en la infancia y el presidente abrigaba por él fraternal cariño.

Cuculí era un tuno completo. No sabía leer, pero sabía hacer hablar a las cuerdas de una guitarra, bailar zamacueca, empinar el codo, acarretar los dados y darse de puñaladas con cualquierita que le disputase los favores de una pelandusca.

Abusando del afecto de Salaverry, cometía barrabasada y media. Llegaban las quejas al presidente, y éste unas veces enviaba a su barberillo arrestado a un cuartel, o lo plantaba en cepo de ballesteros, o le arrimaba un pie de paliza.

-Mira, canalla -le dijo un día don Felipe,- de repente se me acaba la paciencia, se me calienta la chicha y te fusilo sin misericordia.

El asistente levantaba los hombros, como quien dice: «¿Y a mí qué me cuenta usted?», sufría el castigo, y rebelde a toda enmienda volvía a las andadas.

Gorda, muy gorda debió ser la queja que contra Cuculí le dieron una noche a Salaverry; porque dirigiéndose a Paiva, dijo:

-Llévate ahora mismo a este bribón al cuartel de Granaderos y fusílalo entre dos luces.

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Media hora después regresaba el capitán, y decía a su general:-Ya está cumplida la orden.-¡Bien! -contestó lacónicamente el jefe supremo.-¡Pobre muchacho! -continuó Paiva.- Lo fusilé en medio de dos faroles.

Para Salaverry, como para mis lectores, entre dos luces significaba al rayar el alba. Metáfora usual y corriente. Pero... ¿venirle con metaforitas a Paiva?Salaverry, que no se había propuesto sino aterrorizar a su asistente y enviar la orden de indulto una hora antes de que rayase la aurora, volteó la espalda para disimular una lágrima, murmurando otra vez:-¡Pedazo de bruto!Desde este día quedó escarmentado Salaverry para no dar a Paiva encargo o comisión alguna. El hombre no entendía de acepción figurada en la frase. Había que ponerle los puntos sobre las íes.

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Pocos días antes de la batalla de Socabaya, hallábase un batallón del ejército de Salaverry acantonado en Chacllapampa. Una compañía boliviana, desplegada en guerrilla, se presentó sobre una pequeña eminencia; y aunque sin ocasionar daño con sus disparos de fusil, provocaba a los salaverrinos. El general llegó con su escolta a Chacllapampa, descubrió con auxilio del anteojo una división enemiga a diez cuadras de los guerrilleros; y como las balas de éstos no alcanzaban ni con mucho al campamento, resolvió dejar que siguiesen gastando pólvora, dictando medidas para el caso en que el enemigo, acortando distancia, se resolviera a formalizar combate.

-Dame unos cuantos lanceros -dijo el capitán Paiva- y te ofrezco traerte un boliviano a la grupa de mi caballo.-No es preciso -le contestó don Felipe.-Pues, hombre, van a creer esos cangrejos que nos han metido el resuello y que les tenemos miedo.

Y sobre este tema siguió Paiva majadeando, y majadereó tanto que, fastidiado Salaverry, le dijo:

-Déjame en paz. Haz lo que quieras. Anda y hazte matar.

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Paiva escogió diez lanceros de la escolta; cargó reciamente sobre la guerrilla, que contestó con nutrido fuego de fusilería; la desconcertó y dispersó por completo, e inclinándose el capitán sobre su costado derecho, cogió del cuello a un oficial enemigo, lo desarmó y lo puso a la grupa de su caballo.

Entonces emprendió el regreso al campamento: tres lanceros habían muerto en esa heroica embestida y los restantes volvieron heridos.Al avistarse con Salaverry gritó Paiva:-Manda tocar diana. ¡Viva el Perú!

Y cayó del caballo para no levantarse jamás. Tenía dos balazos en el pecho y uno en el vientre.

Salaverry le había dicho: «Anda, hazte matar»; y decir esto a quien todo lo entendía al pie de la letra, era condenarlo a la muerte.

Yo no lo afirmo; pero sospecho que Salaverry, al separarse del cadáver, murmuró conmovido:-¡Valiente bruto!

FIN

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SOY CAMANEJO Y NO CEJO

Siempre he oído decir en mi tierra, tratándose de personas testarudas o reacias para ceder en una disputa: «¡Déjele usted, que ese hombre es más terco que un camanejo».

Si en todos los pueblos del mundo hay gente testaruda, ¿por qué ha de adjudicarse a los camanejos el monopolio de la terquedad? Ello algún origen ha de tener la especie, díjeme un día, y echeme a averiguarlo, y he aquí lo que me contó una vieja más aleluyada que misa gregoriana, si bien el cuento no es original, pues Enrique Gaspar dice que en cada nación se aplica a los vecinos de pueblo determinado.

Tenía Nuestro Señor, cuando peregrinaba por este valle de lágrimas, no sé qué asuntillo por arreglar con el Cabildo de Camaná, y pian piano, montados sobre la cruz de los calzones, o sea en el rucio de nuestro padre San Francisco, él y San Pedro emprendieron la caminata, sin acordarse de publicar antes en El Comercio avisito pidiendo órdenes a los amigos.

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Hallábanse ya a una legua de Camaná, cuando del fondo de un olivar salió un labriego que tomó la misma dirección que nuestros dos viajeros. San Pedro, que era muy cambalachero y amigo de meter letra, le dijo:

-¿Adónde bueno, amigo?-A Camaná -contestó el patán, y murmuró

entre dientes: -¿quién será este tío tan curioso?

-Agregue usted si Dios quiere, y evitará el que le tilden de irreligioso -arguyó San Pedro.

-¡Hombre! -exclamó el palurdo, mirando de arriba abajo al apóstol.

-¡Estábamos frescos! Quiera o no quiera Dios, a Camaná voy.

-Pues no irás por hoy -dijo el Salvador terciando en la querella.

Y en menos tiempo del que gastó en decirlo, convirtió al patán en sapo, que fue a zambullirse en una lagunita cenagosa vecina al olivar.

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Y nuestros dos peregrinos continuaron su marcha como si tal cosa. Parece que el asuntillo municipal que los llevara a Camaná fue de más fácil arreglo que nuestras quejumbres contra las empresas del Gas y   —330→   del Agua: porque al día siguiente emprendieron viaje de regreso, y al pasar junto a la laguna poblada de ranas, acordose San Pedro del pobre diablo castigado la víspera, y le dijo al Señor:

-Maestro, ya debe estar arrepentido el pecador.

-Lo veremos -contestó Jesús.

Y echando una bendición sobre la laguna, recobró el sapo la figura de hombre y echó a andar camino de la villa.

San Pedro, creyéndole escarmentado, volvió a interrogarlo:

-¿Adónde bueno, amigo?

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-A Camaná -volvió a contestar lacónicamente el transfigurado, diciendo para sus adentros: -¡Vaya un curioso majadero!

-No sea usted cabeza dura, mi amigo. Tenga crianza y añada si Dios quiere, no sea que se repita lo de ayer.

Volvió el patán a medir de arriba abajo al apóstol, y contestó:

-Soy camanejo, y no cejo. A Camaná o al charco.

Sonriose el Señor ante terquedad tamaña y le dejó seguir tranquilamente su camino. Y desde entonces fue aforismo lo de que «la gente camaneja es gente que no ceja».

FIN

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EL ALACRÀN DE FRAY GÒMEZ

In diebus illis, digo, cuando yo era muchacho, oía con frecuencia a las viejas exclamar, ponderando el mérito y precio de una alhaja: «¡Esto vale tanto como el alacrán de fray Gómez!».

Estaba una mañana fray Gómez en su celda entregado a la meditación, cuando dieron a la puerta unos discretos golpecitos, y una voz de quejumbroso timbre dijo:

-Deo grabas... ¡Alabado sea el Señor!...-Por siempre jamás, amén. Entre, hermanito -contestó fray Gómez.

Y penetró en la humildísima celda un individuo algo desarrapado, vera efigies del hombre a quien acongojan pobrezas; pero en cuyo rostro se dejaba adivinar la proverbial honradez del castellano viejo.

Todo el mobiliario de la celda se componía de cuatro sillones de vaqueta, una mesa mugrienta y una tarima sin colchón, sábanas ni abrigo, y con una piedra por cabezal o almohada.

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-Tome asiento, hermano, y dígame sin rodeos lo que por acá le trae -dijo fray Gómez.-Es el caso, padre, que yo soy hombre de bien a carta cabal...-Se le conoce y que persevere deseo, que así merecerá en esta vida terrena la paz de la conciencia, y en la otra la bienaventuranza.-Y es el caso que soy buhonero, que vivo cargado de familia y que mi comercio no cunde por falta de medios, que no por holgazanería y escasez de industria en mí.-Me alegro, hermano, que a quien honradamente trabaja Dios le acude.-Pero es el caso, padre, que hasta ahora Dios se me hace el sordo, y en acorrerme tarda...-No desespere, hermano, no desespere.

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-Pues es el caso que a muchas puertas he llegado en demanda de habilitación por quinientos duros, y todas las he encontrado con cerrojo y cerrojillo. Y es el caso que anoche, en mis cavilaciones, yo mismo me dije a mí mismo: «¡Ea!, Jeromo, buen ánimo y vete a pedirle el dinero a fray Gómez; que si él lo quiere, mendicante y pobre como es, medio encontrará para sacarte del apuro». Y es el caso que aquí estoy porque he venido, y a su paternidad le pido y ruego que me preste esa puchuela por seis meses, seguro que no será por mí por quien se diga:

En el mundo hay devotosde ciertos santos:la gratitud les duralo que el milagro;que un beneficioda siempre vida a ingratosdesconocidos.

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-¿Cómo ha podido imaginarse, hijo, que en esta triste celda encontrará ese caudal?-Es el caso, padre, que no acertaría a responderle; pero tengo fe en que no me dejará ir desconsolado.-La fe lo salvará, hermano. Espere un momento.

Y paseando los ojos por las desnudas y blanqueadas paredes de la celda, vio un alacrán que caminaba tranquilamente sobre el marco de la ventana. Fray Gómez arrancó una página de un libro viejo, dirigiose a la ventana, cogió con delicadeza a la sabandija, la envolvió en el papel, y tornándose hacia el castellano viejo le dijo:

-Tome, buen hombre, y empeñe esta alhajita; no olvide, sí, devolvérmela dentro de seis meses.

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El buhonero se deshizo en frases de agradecimiento, se despidió de fray Gómez, y más que de prisa se encaminó a la tienda de un usurero.

La joya era espléndida, verdadera alhaja de reina morisca, por decir lo menos. Era un prendedor figurando un alacrán. El cuerpo lo formaba una magnífica esmeralda engarzada sobre oro, y la cabeza un grueso brillante con dos rubíes por ojos.

El usurero, que era hombre conocedor, vio la alhaja con codicia, y ofreció al necesitado adelantarle dos mil duros por ella; pero nuestro español se empeñó en no aceptar otro préstamo que el de quinientos duros por seis meses, y con un interés judaico, se entiende. Extendiéronse y firmáronse los documentos o papeletas de estilo, acariciando el agiotista la esperanza de que a la postre el dueño de la prenda acudiría por más dinero, que con el recargo de intereses lo convertiría en propietario de joya tan valiosa por su mérito intrínseco y artístico.

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Y con este capitalito fuele tan prósperamente en su comercio, que a la terminación del plazo pudo desempeñar la prenda, y envuelta en el mismo papel en que la recibiera, se la devolvió a fray Gómez.

Este tomó el alacrán, lo puso sobre el alféizar de la ventana, le echó una bendición, y dijo:-Animalito de Dios, sigue tu camino.

Y el alacrán echó a andar libremente por las paredes de la celda.

Y vieja, pelleja,aquí dio fin la conseja.

FIN

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LOS GOBIERNOS DEL PERÚ

Perdone Don Modesto de La Fuente; pero lo que él da en sus chispeantes capilladas como coloquio entre Santa Teresa y Cristo, se lo oí referir a mi abuela la tuerta como pasado entre Santa Rosa de Lima y el Rey de cielos y tierra. Fray Gerundio cuenta la escena con el aticismo que le es propio; mas no por eso he de privarme de contar, a mi manera, historieta que en mi tierra es tradicional. Si hay plagio en ello, como alguna vez se me dijo, decídalo el buen criterio del lector.

Un día en que estaba el buen Dios dispuesto a prodigar mercedes, tuvo con él un coloquio Santa Rosa de Lima. Mi paisana, que al vuelo conoció la benévola disposición de ánimo del Señor, aprovechó la coyuntura para pedirle gracias, no para ella (que harta tuvo con nacer predestinada para los altares), sino para esta su patria.

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-¡Señor! Haz que la benignidad del clima de mi tierra llegue a ser proverbial.-Concedido, Rosa. No habrá en Lima exceso de calor ni de frío, lluvia ni tempestades.-Ruégote, Señor, que hagas del Perú un país muy rico.-Corriente, Rosa, corriente. Si no bastasen la feracidad del terrenó, la abundancia de producciones y los tesoros de las minas, le daré, cuando llegue la oportunidad, guano y salitre.

-Pídote, Señor, que des belleza y virtud a las mujeres de Lima y a los hombres clara inteligencia.

Como se ve, la santa se despachaba a su gusto.La pretensión era gorda, y el Señor empezó a ponerse de mal humor.

Era ya mucho pedir; pero, en fin, después de meditarlo un segundo, contestó sin sonreírse:

-Está bien, Rosa, está bien.

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A la pedigüeña le faltó tacto para conocer que con tanto pedir se iba haciendo empalagosa. Al fin mujer. Así son todas. Les da usted la mano y quieren hasta el codo.

El Señor hizo un movimiento para retirarse, pero la santa se interpuso:

-¡Señor! ¡Señor!-¡Cómo! ¡Qué! ¿Todavía quieres más?-Sí, Señor. Dale a mi patria buen gobierno.

Aquí, amoscado el buen Dios, la volvió la espalda diciendo:

-¡Rosita! ¡Rosita! ¿Quieres irte a freír buñuelos?

Y cata por qué el Perú anda siempre mal gobernado, que otro gallo nos cantara si la santa hubiera comenzado a pedir por donde concluyó

FIN

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LA CAMISA DE MARGARITA Probable es que algunos de mis lectores

hayan oído decir a las viejas de Lima, cuando quieren ponderar lo subido de precio de un artículo:

-¡Qué! Si esto es más caro que la camisa de Margarita Pareja.

IMargarita Pareja era (por los años de 1765)

la hija mas mimada de Don Raimundo Pareja, caballero de Santiago y colector general del Callao.

La muchacha era una de esas limeñitas que por su belleza cautivan al mismo diablo y lo hacen persignarse y tirar piedras. Lucía un par de ojos negros que eran como dos torpedos cargados con dinamita y que hacían explosión sobre las entretelas del alma de los galanes limeños.

Llegó por entonces de España un arrogante mancebo, hijo de la coronada villa del oso y del madroño, llamado Don Luis Alcázar. Tenía éste en Lima un tío solterón y acaudalado, aragonés rancio y linajudo, y que gastaba más orgullo que los hijos del rey Fruela.

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Por supuesto que, mientras le llegaba la ocasión de heredar al tío, vivía nuestro Don Luis tan pelado como una rata y pasando la pena negra. Con decir que hasta sus trapicheos eran al fiado y para pagar cuando mejorase de fortuna, creo que digo lo preciso.

En la procesión de Santa Rosa conoció Alcázar a la linda Margarita. La muchacha le llenó el ojo y le flechó el corazón. La echó flores, y aunque ella no le contestó ni sí ni no, dio a entender con sonrisitas y demás armas del arsenal femenino que el galán era plato muy de su gusto. La verdad, como si me estuviera confesando, es que se enamoraron hasta la raíz del pelo.

Como los amantes olvidan que existe la aritmética, creyó Don Luis que para el logro de sus amores no sería obstáculo su presente pobreza, y fue al padre de Margarita y sin muchos perfiles le pidió la mano de su hija.

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A Don Raimundo no le cayó en gracia la petición, y cortésmente despidió al postulante, diciéndole que Margarita era aún muy niña para tornar marido; pues a pesar de sus diez y ocho mayos, todavía jugaba a las muñecas.

Pero no era esta la verdadera madre del ternero. La negativa nacía de que Don Raimundo no quería ser suegro de un pobretón; y así hubo de decirlo en confianza a sus amigos, uno de los que fue con el chisme a don Honorato, que así se llamaba el tío aragonés. Éste, que era más altivo que el Cid, trinó de rabia y dijo:

-¡Cómo se entiende! ¡Desairar a mi sobrino! Muchos se darían con un canto en el pecho por emparentar con el muchacho, que no lo hay más gallardo en todo Lima. ¡Habrase visto insolencia de la laya! Pero ¿adónde ha de ir conmigo ese colectorcillo de mala muerte?

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Margarita, que se anticipaba a su siglo, pues era nerviosa como una damisela de hoy, gimoteó, y se arrancó el pelo, y tuvo pataleta, y si no amenazó con envenenarse fue porque todavía no se habían inventado los fósforos.

Margarita perdía colores y carnes, se desmejoraba a vista de ojos, hablaba de meterse monja, y no hacía nada en concierto. «¡O de Luis o de Dios!» gritaba cada vez que los nervios se le sublevaban, lo que acontecía una hora sí y otra también. Alarmose el caballero santiagués, llamó físicos y curanderas, y todos declararon que la niña tiraba a tísica, y que la única medicina salvadora no se vendía en la botica.

O casarla con el varón de su gusto, o encerrarla en el cajón con palma y corona. Tal fue el ultimátum médico.

Don Raimundo (¡al fin padre!), olvidándose de coger capa y bastón, se encaminó como loco a casa de D. Honorato, y lo dijo:

-Vengo a que consienta usted en que mañana mismo se case su sobrino con Margarita, porque si no la muchacha se nos va por la posta.-No puede ser -contestó con desabrimiento el tío.- Mi sobrino es un pobretón, y lo que usted debe buscar para su hija es un hombre que varee la plata.

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El diálogo fue borrascoso. Mientras más rogaba D. Raimundo, más se subía el aragonés a la parra, y ya aquél iba a retirarse desahuciado cuando D. Luis, terciando en la cuestión, dijo:

-Pero, tío, no es de cristianos que matemos a quien no tiene la culpa.-¿Tú te das por satisfecho?-De todo corazón, tío y señor.-Pues bien, muchacho: consiento en darte gusto; pero con una condición, y es esta: Don Raimundo me ha de jurar ante la Hostia consagrada que no regalará un ochavo a su hija ni la dejará un real en la herencia.

Aquí se entabló nuevo y más agitado litigio.

-Pero, hombre -arguyó Don Raimundo,- mi hija tiene veinte mil duros de dote.-Renunciamos a la dote. La niña vendrá a casa de su marido nada más que con lo encapillado.-Concédame usted entonces obsequiarla los muebles y el ajuar de novia.-Ni un alfiler. Si no acomoda, dejarlo y que se muera la chica.

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-Sea usted razonable, Don Honorato. Mi hija necesita llevar siquiera una camisa para reemplazar la puesta.-Bien: paso por esa funda para que no me acuse de obstinado. Consiento en que le regale la camisa de novia, y san se acabó.

Al día siguiente Don Raimundo y Don Honorato se dirigieron muy de mañana a San Francisco, arrodillándose para oír misa y, según lo pactado, en el momento en que el sacerdote elevaba la Hostia divina, dijo el padre de Margarita:

-Juro no dar a mi hija más que la camisa de novia. Así Dios me condene si perjurare.

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IIY Don Raimundo Pareja cumplió ad pedem litterae su juramento; porque ni en vida ni en muerte dio después a su hija cosa que valiera un maravedí.

Los encajes de Flandes que adornaban la camisa de la novia costaron dos mil setecientos duros, según lo afirma Bermejo, quien parece copió este dato de las Relaciones secretas de Ulloa y Don Jorge Juan.

Ítem, el cordoncillo que ajustaba al cuello era una cadeneta de brillantes, valorizada en treinta mil morlacos.

Los recién casados hicieron creer al tío aragonés que la camisa a lo más valdría una onza; porque Don Honorato era tan testarudo que, a saberlo cierto, habría forzado al sobrino a divorciarse.

Convengamos en que fue muy merecida la fama que alcanzó la camisa nupcial de Margarita Pareja.

FIN

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AL RINCÒN QUITA CALZÒN!

El liberal obispo de Arequipa Chávez de la Rosa, a quien debe esa ciudad, entre otros beneficios, la fundación de la Casa de expósitos, tomó gran empeño en el progreso del seminario, dándole un vasto y bien meditado plan de estudios, que aprobó el rey, prohibiendo sólo que se enseñasen derecho natural y de gentes.

Rara era la semana por los años de 1796 en que su señoría ilustrísima no hiciera por lo menos una visita al colegio, cuidando de que los catedráticos cumpliesen con su deber, de la moralidad de los escolares y de los arreglos económicos.

Una mañana encontrose con que el maestro de latinidad no se había presentado en su aula, y por consiguiente los muchachos, en plena holganza, andaban haciendo de las suyas.

El señor obispo se propuso remediar la falta, reemplazando por ese día al profesor titular.

Los alumnos habían descuidado por completo aprender la lección. Nebrija y el Epítome habían sido olvidados.

Empezó el nuevo catedrático por hacer declinar a uno musa, musæ. El muchacho se equivocó en el acusativo del plural, y el Sr. Chávez le dijo:

-¡Al rincón! ¡Quita calzón!

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En esos tiempos regía por doctrina aquello de que la letra con sangre entra, y todos los colegios tenían un empleado o bedel, cuya tarea se reducía a aplicar tres, seis y hasta doce azotes sobre las posaderas del estudiante condenado a ir al rincón.

Pasó a otro. En el nominativo de quis vel quid ensartó un despropósito, y el maestro profirió la tremenda frase:

-¡Al rincón! ¡Quita calzón!

Y ya había más de una docena arrinconados, cuando le llegó su turno al más chiquitín y travieso de la clase, uno de esos tipos que llamamos revejidos, porque a lo sumo representaba tener ocho años, cuando en realidad doblaba el número.

-¿Quid est oratio? -le interrogó el obispo.

El niño o conato de hombre alzó los ojos al techo (acción que involuntariamente practicamos para recordar algo, como si las vigas del techo fueran un tónico para la memoria) y dejó pasar cinco segundos sin responder. El obispo atribuyó el silencio a ignorancia, y lanzó el inapelable fallo:

-¡Al rincón! ¡Quita calzón!

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El chicuelo obedeció, pero rezongando entre dientes algo que hubo de incomodar a su ilustrísima.

-Ven acá, trastuelo. Ahora me vas a decir qué es lo que murmuras.-Yo, nada, señor... nada -y seguía el muchacho gimoteando y pronunciando a la vez palabras entrecortadas.

Tomó a capricho el obispo saber lo que el escolar murmuraba, y tanto le hurgó que, al fin, le dijo el niño:

-Lo que hablo entre dientes es que, si su señoría ilustrísima me permitiera, yo también le haría una preguntita, y había de verse moro para contestármela de corrido.

Picole la curiosidad al buen obispo, y sonriéndose ligeramente, respondió:

-A ver, hijo, pregunta.-Pues con venia de su señoría, y si no es atrevimiento, yo quisiera que me dijese cuántos Dominus vobiscum tiene la misa.

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El Sr. Chávez de la Rosa, sin darse cuenta de la acción, levantó los ojos.-¡Ah! -murmuró el niño, pero no tan bajo que no lo oyese el obispo-. También él mira al techo.

La verdad es que a su señoría ilustrísima no se le había ocurrido hasta ese instante averiguar cuántos Dominus vobiscum tiene la misa.Encantolo, y esto era natural, la agudeza de aquel arrapiezo, que desde ese día le cortó, como se dice, el ombligo.

Por supuesto, que hubo amnistía general para los arrinconados.

El obispo se constituyó en padre y protector del niño, que era de una familia pobrísima de bienes, si bien rica en virtudes, y le confirió una de las becas del seminario.

Cuando el Sr. Chávez de la Rosa, no queriendo transigir con abusos y fastidiado de luchar sin fruto con su Cabildo y hasta con las monjas, renunció en 1804 el obispado, llevó entre los familiares que lo acompañaron a España al cleriguito del Dominus vobiscum, como cariñosamente llamaba a su protegido.

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Andando los tiempos, aquel niño fue uno de los prohombres de la independencia, uno de los más prestigiosos oradores en nuestras Asambleas, escritor galano y robusto, habilísimo político y orgullo del clero peruano.

¿Su nombre?¡Qué! ¿No lo han adivinado ustedes?

En la bóveda de la catedral hay una tumba que guarda los restos del que fue Francisco Javier de Luna-Pizarro, vigésimo arzobispo de Lima, nacido en Arequipa en diciembre de 1780 y muerto el 9 de febrero de 1855.

FIN

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GETHSEMANÍ En Huacho, a finales del siglo XVIII, vivía

un poblador, llamado José Maní, analfabeto, pero hábil para sacar provecho de su huerto, que daba naranjas y otras frutas que le permitían vivir decorosamente, al punto que en su pueblo lo eligieron regidor del cabildo.

  Para Semana Santa invitaron a un dominico para que celebrara la misa.  El viernes Santo con cabía ya ni un alfiler de punta en la iglesia, no sólo de los fieles residentes sino de los venidos de cinco leguas a la redonda. José Maní, con capa española que le hacía sudar a chorros por lo recio del verano, se repantigaba en uno de los sillones destinados a los cabildantes.

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El predicador, después de un largo exordio, habló de la Pasión. Y cada vez que hablaba del huerto de Gethsemaní, las miradas se volvían hacia José Maní, al enterarse del papel que su huerto desempeñaba en la vida de Cristo. ¡Qué honra para los huachanos! Lo de huerto Gethsemaní, lo atribuyeron a un lapsus Linguae, muy disculpable en un fraile forastero.

Pero cuando dijo que fue allí donde los judíos capturaron al Maestro, los ojos se volvieron a mirarlo, como reconviniéndolo por su cobardía en haber consentido que, en su terreno, se cometiese tamaña felonía con un huésped: ¡el Dios de Israel!

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Hasta el alcalde, volviéndose hacia Maní, le dijo: “Defiéndase, si no quiere que, al salir, lo mate el pueblo a pedradas”

Entonces, José Maní interrumpió al predicador, y dijo: “Oiga padre, no me meta a mí en esa danza, que no yo conocí a Jesucristo ni nunca le vendí fruta; y se entró a mi huerto lo hizo sin licencia mía; yo no tuve arte ni parte en que lo llevaran a la cárcel, y… ¡Aleluya! ¡Aleluya! Cada cual está a la suya”

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EL OBISPO "CHICHEÑÓ”EL OBISPO "CHICHEÑÓ” Por los años 1 780 comía pan en esta ciudad de Por los años 1 780 comía pan en esta ciudad de

los reyes un bendito de Dios, a quien bautizaron los reyes un bendito de Dios, a quien bautizaron con el nombre de Ramón. Era éste un pobre con el nombre de Ramón. Era éste un pobre hombre mantenido por la caridad pública y el hombre mantenido por la caridad pública y el hazmerreir de muchachos y gente ociosa. Hombre hazmerreir de muchachos y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo y a todo contestaba con un desdicha era tartamudo y a todo contestaba con un “sí, señor”, que al pasar por su desdentada boca “sí, señor”, que al pasar por su desdentada boca convertía en “chi, cheñó.”convertía en “chi, cheñó.”

El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se llamaba Ramón y todo Lima lo conocía por llamaba Ramón y todo Lima lo conocía por “Chicheñó”. En el año que hemos apuntado “Chicheñó”. En el año que hemos apuntado llegaron a Lima, dos acaudalados comerciantes llegaron a Lima, dos acaudalados comerciantes españoles trayendo un valioso cargamento. españoles trayendo un valioso cargamento. Consistía éste en sedas, paños, alhajas y lujosos Consistía éste en sedas, paños, alhajas y lujosos adornos para iglesias. Arrendaron un vasto almacén adornos para iglesias. Arrendaron un vasto almacén con cruces brillantes, cálices de oro con con cruces brillantes, cálices de oro con incrustaciones de piedras preciosas, anillos y otras incrustaciones de piedras preciosas, anillos y otras prendas de rubíes, ópalos zafiros, perlas y prendas de rubíes, ópalos zafiros, perlas y esmeraldas.esmeraldas.

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Ocho días llevaba Ocho días llevaba abierto el elegante abierto el elegante almacén cuando tres almacén cuando tres andaluces, que vivían en andaluces, que vivían en Lima más pelados que Lima más pelados que plátano de seda, idearon plátano de seda, idearon la manera de apropiarse la manera de apropiarse de parte de las alhajas y de parte de las alhajas y para ello ocurrieron al para ello ocurrieron al originalísimo plan que voy originalísimo plan que voy a referir.a referir.

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Después de conseguirse un traje completo de Después de conseguirse un traje completo de obispo vistieron con él a Ramón y dos de ellos obispo vistieron con él a Ramón y dos de ellos se vistieron con sotana y sombrero de clérigo. se vistieron con sotana y sombrero de clérigo. Enseguida sobornaron a un cochero a fin de Enseguida sobornaron a un cochero a fin de que pusiese el carruaje de su patrón a que pusiese el carruaje de su patrón a disposición de ellos. disposición de ellos.

Los dueños del almacén en cuestión iban ya a Los dueños del almacén en cuestión iban ya a sentarse a la mesa cuando un lujoso carruaje sentarse a la mesa cuando un lujoso carruaje se detuvo a la puerta. Un paje abrió la se detuvo a la puerta. Un paje abrió la portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos clérigos y tras ellos un obispo.clérigos y tras ellos un obispo.

Penetraron los tres en el almacén. Los dos Penetraron los tres en el almacén. Los dos comerciantes se deshicieron en cortesía, comerciantes se deshicieron en cortesía, besaron el anillo pastoral y pusieron junto al besaron el anillo pastoral y pusieron junto al mostrador silla para su ilustrísima. Uno de los mostrador silla para su ilustrísima. Uno de los clérigos tomó la palabra y dijo:clérigos tomó la palabra y dijo:

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--Su señoría, el señor obispo de Su señoría, el señor obispo de Huamanga, de quien soy humilde Huamanga, de quien soy humilde capellán y secretario, necesita capellán y secretario, necesita algunas alhajitas para su persona y algunas alhajitas para su persona y para su santa Iglesia Catedral y para su santa Iglesia Catedral y sabiendo que todo lo que ustedes han sabiendo que todo lo que ustedes han traído de España es de última moda, traído de España es de última moda, ha querido darles la preferencia.ha querido darles la preferencia.

Los comerciantes hicieron la Los comerciantes hicieron la presentación de cada uno de sus presentación de cada uno de sus artículos, garantizando, bajo palabra artículos, garantizando, bajo palabra de honor, que ellos no daban gato por de honor, que ellos no daban gato por liebre y aseguraban que el señor liebre y aseguraban que el señor obispo no tendría que arrepentirse obispo no tendría que arrepentirse por la distinción con que los honraba.por la distinción con que los honraba.

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En primer lugar –continuó el secretario- En primer lugar –continuó el secretario- necesitamos un cáliz de todo lujo para las necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas solemnes. Su señoría no repara en fiestas solemnes. Su señoría no repara en precios que no es ningún tacaño. ¿No es así, precios que no es ningún tacaño. ¿No es así, ilustrísimo señor?ilustrísimo señor?

- Chi, cheñó –contestó el obispo- Chi, cheñó –contestó el obispo

Los españoles sacaron a relucir cálices de Los españoles sacaron a relucir cálices de primoroso trabajo artístico. Tras los cálices primoroso trabajo artístico. Tras los cálices vinieron cruces y pectorales de brillantes, vinieron cruces y pectorales de brillantes, cadenas de oro, anillos, alhajas para la cadenas de oro, anillos, alhajas para la virgen y regalos para las monjitas de virgen y regalos para las monjitas de Huamanga. La factura ascendió a quince mil Huamanga. La factura ascendió a quince mil duros.duros.

Cada prenda que escogían los clérigos la Cada prenda que escogían los clérigos la enseñaban a su superior, preguntándole:enseñaban a su superior, preguntándole:

- ¿Le gusta a su señoría ilustrísima?- ¿Le gusta a su señoría ilustrísima?

- Chi, cheñó –contestaba el obispo.- Chi, cheñó –contestaba el obispo.

- Pues al coche.- Pues al coche.

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Y el paje cargaba con la alhaja, a la vez que Y el paje cargaba con la alhaja, a la vez que uno de los españoles apuntaba el precio en un uno de los españoles apuntaba el precio en un papel.papel.

Llegado el momento del pago, dijo el secretario:Llegado el momento del pago, dijo el secretario:

- Iremos por las talegas al palacio - Iremos por las talegas al palacio arzobispal, que es donde está alojado su señoría arzobispal, que es donde está alojado su señoría y él nos esperará aquí. Cuestión de quince y él nos esperará aquí. Cuestión de quince minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima?minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima?

- Chi cheñó –respondió el obispo.- Chi cheñó –respondió el obispo.

Quedando de rehén tan caracterizado Quedando de rehén tan caracterizado personaje, los comerciantes no tuvieron ni personaje, los comerciantes no tuvieron ni asomo de desconfianza.asomo de desconfianza.

Marchados los dos clérigos, pensaron los Marchados los dos clérigos, pensaron los comerciantes en el almuerzo y acaso por llenar comerciantes en el almuerzo y acaso por llenar fórmula de etiqueta dijo uno de ellos:fórmula de etiqueta dijo uno de ellos:

- ¿Nos haría su señoría ilustrísima el - ¿Nos haría su señoría ilustrísima el honor de acompañarnos a almorzar?honor de acompañarnos a almorzar?

- Chi, cheñó.- Chi, cheñó.

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Los españoles pidieron a sus sirvientes traer Los españoles pidieron a sus sirvientes traer algunos platos extraordinarios y sacaron sus dos algunos platos extraordinarios y sacaron sus dos mejores botellas de vino para agasajar al príncipe mejores botellas de vino para agasajar al príncipe de la Iglesia, que no solamente les dejaba fuerte de la Iglesia, que no solamente les dejaba fuerte ganancia en la compra de alhajas, sino que les ganancia en la compra de alhajas, sino que les aseguraba algunos centenares de indulgencias aseguraba algunos centenares de indulgencias valederas en el otro mundo.valederas en el otro mundo.

Se sentaron a almorzar, y no les dejó de parecer Se sentaron a almorzar, y no les dejó de parecer chocante que el obispo no echase su bendición al chocante que el obispo no echase su bendición al pan ni rezase siquiera en latín, ni, por más que pan ni rezase siquiera en latín, ni, por más que ellos se esforzaban en hacerlo conversar, pudieron ellos se esforzaban en hacerlo conversar, pudieron arrancarle otras palabras que chi cheñó.arrancarle otras palabras que chi cheñó.

Pasaron dos horas y los clérigos no aparecían.Pasaron dos horas y los clérigos no aparecían.

- Para una cuadra que nos separa de aquí al - Para una cuadra que nos separa de aquí al palacio arzobispal es ya mucha tardanza –dijo al fin palacio arzobispal es ya mucha tardanza –dijo al fin molesto uno de los comerciantes- ¡Ni que hubieran molesto uno de los comerciantes- ¡Ni que hubieran ido a Roma! ¿Le parece a su señoría que vaya a ido a Roma! ¿Le parece a su señoría que vaya a buscar a sus clérigos?buscar a sus clérigos?

- Chi, cheñó- Chi, cheñó

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Y calándose el sombrero salió el español a Y calándose el sombrero salió el español a paso veloz.paso veloz.

En el palacio arzobispal supo que allí no había En el palacio arzobispal supo que allí no había huésped ilustrísimo y que el obispo de huésped ilustrísimo y que el obispo de Huamanga estaba muy tranquilo en su diócesis Huamanga estaba muy tranquilo en su diócesis cuidando de su rebaño.cuidando de su rebaño.

El hombre echó a correr, vociferando como un El hombre echó a correr, vociferando como un loco; se armó tal alboroto en la calle donde loco; se armó tal alboroto en la calle donde estaba el almacén que éste se llenó de estaba el almacén que éste se llenó de curiosos.curiosos.

De ene es añadir que “Chicheñó” fue a la De ene es añadir que “Chicheñó” fue a la cárcel; pero, reconocido por tonto de capirote, cárcel; pero, reconocido por tonto de capirote, la justicia lo puso pronto el libertad. En cuanto la justicia lo puso pronto el libertad. En cuanto a los ladrones, hasta hoy, que yo sepa, no se a los ladrones, hasta hoy, que yo sepa, no se ha tenido noticia de ellos.ha tenido noticia de ellos.