Trabajo Práctico Clase 2

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Trabajo práctico clase 2 DISCURSOS EXISTENTES EN LA NORMATIVA VIGENTE. Los discursos de la modernidad se han asentado sobre la imagen de un hombre universal al que hay que ‘formar’, por lo cual su discurso pedagógico, era desde una postura pretendidamente descriptiva y normalizadora. Queda muy claro que por muchos años la pedagogía oficial era basada en el positivismo europeo. Pensaba un proyecto de país dependiente, donde la educación proponía un conocimiento individual, aislado, enciclopédico, de repetición; donde los contenidos eran “universales” y dejaban afuera los saberes del trabajo y las culturas populares. Las escuelas se planifican como instituciones cerradas, al servicio del orden, como una suerte de laboratorios que protegen a los niños, el conocimiento se construye allí verticalmente y la figura del maestro y sus prácticas se vinculan con un ideal que privilegia la enseñanza racional de los contenidos; el carácter utilitario por sobre la reflexión (al servicio de un modelo económico capitalista); el control y disciplinamiento de la vida sensible y placentera. De allí que este discurso pedagógico legitimado por la utopía moderna, tras su carácter ordenador ha sentado las normas de la experiencia educativa. Estas normas establecen la regulación de la actividad escolar, a la vez que sientan los criterios para juzgar normalidad de la población infantil y su posible patología (Baquero y Narodows1990). De este modo el pedagogo deviene en legislador y juez. Primero sienta criterios que juzga beneficiosos para luego detectar sobre esa misma base de los desvíos de la población infantil (Narodowski, 1994). El normalismo, como tradición, constituyó una forma disciplinante de llevar a cabo la labor docente. Con la misión de ‘civilizar’, el maestro normal respondía fundamentalmente a las razones de ese Estado educador: “la expectativa era más cercana a la

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Trabajo práctico clase 2

DISCURSOS EXISTENTES EN LA NORMATIVA VIGENTE.

Los discursos de la modernidad se han asentado sobre la imagen de un hombre universal al que hay que

‘formar’, por lo cual su discurso pedagógico, era desde una postura pretendidamente descriptiva y normali -

zadora. Queda muy claro que por muchos años la pedagogía oficial era basada en el positivismo europeo.

Pensaba un proyecto de país dependiente, donde la educación proponía un conocimiento individual, aisla -

do, enciclopédico, de repetición; donde los contenidos eran “universales” y dejaban afuera los saberes del

trabajo y las culturas populares. Las escuelas se planifican como instituciones cerradas, al servicio del orden,

como una suerte de laboratorios que protegen a los niños, el conocimiento se construye allí verticalmente y

la figura del maestro y sus prácticas se vinculan con un ideal que privilegia la enseñanza racional de los con -

tenidos; el carácter utilitario por sobre la reflexión (al servicio de un modelo económico capitalista); el con-

trol y disciplinamiento de la vida sensible y placentera. De allí que este discurso pedagógico legitimado por

la utopía moderna, tras su carácter ordenador ha sentado las normas de la experiencia educativa. Estas nor-

mas establecen la regulación de la actividad escolar, a la vez que sientan los criterios para juzgar normali-

dad de la población infantil y su posible patología (Baquero y Narodows1990). De este modo el pedagogo

deviene en legislador y juez. Primero sienta criterios que juzga beneficiosos para luego detectar sobre esa

misma base de los desvíos de la población infantil (Narodowski, 1994). El normalismo, como tradición, cons-

tituyó una forma disciplinante de llevar a cabo la labor docente. Con la misión de ‘civilizar’, el maestro nor-

mal respondía fundamentalmente a las razones de ese Estado educador: “la expectativa era más cercana a

la instalación de situaciones homogéneas y homogeneizadoras que la adecuación a la diversidad. El buen

maestro disponía de rutinas y procedimientos para dar formato a la situación pedagógica no para respon-

der a ella; sino para neutralizar lo que saliera de la norma. En este contexto hablar de educación domicilia-

ria era imposible.

Así va surgiendo de a poco un nuevo paradigma puesto que ya no era posible seguir sosteniendo el modelo an-

terior. Si bien desde hace muchos años los marcos normativas y políticas públicas están y tienen como fina -

lidad promover y desarrollar la educación domiciliaria y hospitalaria, las formas de implementarlos fueron

variando con el tiempo. Actualmente nos rige la LEY N° 26.206 LEY DE EDUCACIÓN NACIONAL, que en sus

artículos los dice: ARTÍCULO 11. Sobre los fines y objetivos de la política educativa nacional nos dice en su

punto a) que el estado asegura una educación de calidad con igualdad de oportunidades y posibilidades, sin

desequilibrios regionales ni inequidades sociales. ARTÍCULO 60.- La educación domiciliaria y hospitalaria es

la modalidad del sistema educativo en los niveles de Educación Inicial, Primaria y Secundaria, destinada a

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garantizar el derecho a la educación de los/as alumnos/as que, por razones de salud, se ven imposibilita -

dos/as de asistir con regularidad a una institución educativa en los niveles de la educación obligatoria por

períodos de treinta (30) días corridos o más. ARTÍCULO 61.- El objetivo de esta modalidad es garantizar la

igualdad de oportunidades a los/as alumnos/as, permitiendo la continuidad de sus estudios y su reinserción

en el sistema común, cuando ello sea posible.