TITIRIBÍ, PASADO Y PRESENTE HECHOS EN ORO

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TITIRIBÍ, PASADO Y PRESENTE HECHOS EN ORO Don Rafael Antonio Cano nació en Titiribí en 1901, un pueblo aurífero de clima cálido con 21º centígrados, de 10.790 habitantes, en su mayoría aficionadas al antiguo transporte, las mulas. Está ubicado en el suroeste del departamento de Antioquia, más exactamente a dos horas de Medellín y precisando a 62 kilómetros de la eterna primavera, limita con los municipios de: Armenia al norte, Venecia al sur, Ángelopolis y Amagá por el oriente y Concordia por el occidente. Pueblo que fue fundado el 17 de abril de 1815 en vida civil, porque la región fue descubierta por el Mariscal Jorge Robledo en el año de 1541. El pasado del municipio comienza en las sociedades nativas que se hacían llamar los Titiribí, eran indígenas sobrevivientes de las viejas matanzas por la conquista de los españoles. Se dice que los Titiribí sobrevivieron hasta finales del siglo XVIII, aunque se prevé que el pueblo fue poblado desde finales del siglo XVII; estos indígenas que fueron indios de la familia de los Nutabes eran comandados por el Cacique Titiribí. Fueron los primitivos pobladores o aborígenes de las tierras que hoy ocupan a Titiribí, aunque, el 14 de julio de 1814 el gobernador, Don Francisco Tejada quería cambiar el nombre de Titiribí por el nombre de Pilos, no lo logró y sólo duró hasta el año de 1816. Los españoles en la búsqueda de la conquista encontraron un territorio muy rico tanto en vegetales como aguas, carbón y oro. La primera mina de oro fue descubierta desde el 16 de diciembre de 1746 por Francisco Pacheco, cerca al Río Amagá acontecimiento que dio pie para que tras esa mina fueran haciendo sucesivos hallazgos y para que rápidamente con la

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Crónica que resalta la labor de la minería en el suroeste antioqueño.

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TITIRIBÍ, PASADO Y PRESENTE HECHOS EN ORO

Don Rafael Antonio Cano nació en Titiribí en 1901, un pueblo aurífero de clima cálido con 21º centígrados, de 10.790 habitantes, en su mayoría aficionadas al antiguo transporte, las mulas. Está ubicado en el suroeste del departamento de Antioquia, más exactamente a dos horas de Medellín y precisando a 62 kilómetros de la eterna primavera, limita con los municipios de: Armenia al norte, Venecia al sur, Ángelopolis y Amagá por el oriente y Concordia por el occidente. Pueblo que fue fundado el 17 de abril de 1815 en vida civil, porque la región fue descubierta por el Mariscal Jorge Robledo en el año de 1541.

El pasado del municipio comienza en las sociedades nativas que se hacían llamar los Titiribí, eran indígenas sobrevivientes de las viejas matanzas por la conquista de los españoles. Se dice que los Titiribí sobrevivieron hasta finales del siglo XVIII, aunque se prevé que el pueblo fue poblado desde finales del siglo XVII; estos indígenas que fueron indios de la familia de los Nutabes eran comandados por el Cacique Titiribí. Fueron los primitivos pobladores o aborígenes de las tierras que hoy ocupan a Titiribí, aunque, el 14 de julio de 1814 el gobernador, Don Francisco Tejada quería cambiar el nombre de Titiribí por el nombre de Pilos, no lo logró y sólo duró hasta el año de 1816.

Los españoles en la búsqueda de la conquista encontraron un territorio muy rico tanto en vegetales como aguas, carbón y oro. La primera mina de oro fue descubierta desde el 16 de diciembre de 1746 por Francisco Pacheco, cerca al Río Amagá acontecimiento que dio pie para que tras esa mina fueran haciendo sucesivos hallazgos y para que rápidamente con la explotación de las ricas vetas de oro se produjera la migración hacia el municipio en busca del tan anhelado metal, llevando consigo nuevas culturas. De ahí en adelante se mejoró la búsqueda del preciado oro y lo comenzaron a trabajar, siendo la más famosa la Mina del Zancudo yacimientos descubiertos por don Luís Giradot, seguida por la mina de la Independencia ubicadas en el corregimiento de Sitio Viejo en donde en un comienzo se encontraba el caserío que actualmente habita en Titiribí.

Sitio Viejo es el más antiguo e históricamente el más importante de los corregimientos pertenecientes a Titiribí, ya que cuenta con verdaderas y auténticas reliquias históricas como lo es la antigua Capilla viceparroquial construida en 1791 y dedicada a nuestra Señora de la Candelaria que después fue destruida y luego de 80 años fue reconstruida en el lugar de origen, por el Conde Gustavo Adolfo de Bourmont, un francés experto en asuntos metalúrgicos que fue llevado al corregimiento por el ingeniero inglés Tyrell Moore propietario de la mina de el Zancudo en 1829 y con quien rápidamente fundó la sociedad H.F.T (Hacienda Fundición Titiribí), Bormount también donó a la Capilla campana contramarcada hecha en oro, plata y bronce. Posteriormente la capilla pasó a la cabecera de Titiribí en el año de 1815, bajo la advocación de Nuestra Señora de los

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Dolores, actualmente y desde ese momento es la patrona del pueblo. Además, Sitio Viejo en sus inicios fue uno de los centros de cultura más importantes porque contó con famosos personajes vinculados al laboreo de las minas, entre los que aún hoy pueden contar su propia historia.

Cuando yo estaba muy niño los profesores me castigaban muy brusco si no me aprendía bien una lección. Y cuando eso pasaba me cogían el brazo un poco más abajo del hombro y entre el dedo índice del profesor y el dedo del corazón me agarraban un pedazo de piel y apretaban los dos dedos retorciendo para un lado, eso lo hacían en vez de darle a uno con una regla o algo así por el estilo. Alguna vez yo estando muy niño la madre mía se puso a bañarme para mandarme a la escuela y vio que tenía los brazos muy morados, –mijo y estos morados de qué son – vea mamá ya que usted me vio, yo aprovecho para decirle que no voy a estudiar este año y ya. En esos tiempos les cobraban multa a los padres de familia si el muchacho no iba a la escuela y lo que yo quería era empezar a trabajar para ayudarle a mi mamá –a bueno, usted sabrá mijo sino quiere estudiar más, pues, yo no lo puedo obligar – y terminé ese año en la escuela.

Don Rafael Antonio Cano vive en Sitio Viejo, un lugar tranquilo y acogedor, de casas humildes en varios colores; desde azul, rojo, amarillo, verde, hasta anaranjado o aún sin pintar. La mayoría hechas en bareque (caña brava, barro y cagajón) algunas sólo con rastros de pintura blanca y otras, muy pocas, construidas en material; se encuentran, una situada en frente de la otra con resplandecientes jardines adornados por el sol brillante que cae en cada una de la variedad de flores, casas que están entrecruzadas en línea recta por una carretera empinada, hecha en adoquines, dicha carretera es abandonada por la que viene desde el parque principal de Titiribí que se demora en hacer el recorrido aproximadamente veinte minutos porque está llena de piedras de todos los tamaños, cubiertas de barro amarillo y repleta de huecos que cuando llueve parecen estanques. La carretera sólo lleva adoquines desde donde es abandonada (entrada corregimiento) hasta donde deja de ser empinada y pasa a ser plana y es justamente ahí en donde se dividen los caminos, uno que va por donde se encuentra ubicada la mina del Zancudo que es de piedras y con barro amarillo y el otro repleto de muchas piedras con arena pasa, por la Capilla y por las antiguas chimeneas en donde se fundía el oro y va a salir por los lados de la mina de la Independencia. El trasporte que se desliza por las mencionadas carreteras es llamado La Línea, pues, así se le dice a los carros que en su mayoría son Nissan y Toyota de los más viejitos que hay, y son los encargados de transportar a los habitantes del lugar e incluso en ocasiones son los encargados de transportar los mercados que hacen las familias del corregimiento los días domingos en el pueblo.

En el tiempo que me retiré de la escuela había una sociedad que tenía todos los terrenos de las minas arrendadas y les había tocado irse. Hasta entonces por aquí habían pasado varias sociedades entre ellas La Sociedad del Zancudo, la H.F.T y la Compañía Unida del Zancudo. Todo esto estaba tan sólo como un desierto. Pero afortunadamente llegaron nuevos patrones, cuando eso yo tenía más o menos nueve años, me pusieron a

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trabajar de garitero (llevarle el almuerzo a los trabajadores), mientras que ellos hacían un casino (una especie de restaurante), y me tocaba subir la comida desde un punto que se llama Cuatro Palos por todo un camino de herradura hasta el propio Sitio Viejo, porque en ese entonces no existía carretera sino que las únicas vías de penetración para los habitantes de los corregimientos y los trabajadores de las minas eran los caminos de herradura, y también era el paso obligado para los arrieros que llevaban el oro a lomo de mula para Medellín. Cuando acabaron de hacer el casino me vararon a mí, entonces le pregunté al patrón que se llamaba Ramón, ¿usted es que me va a dejar de balde a mí? –yo a vos no te voy a varar, porque te necesitamos aquí –.

Cuando eso se encontraban en funcionamiento los hornos en donde fundían el oro y me dieron el trabajo ahí mismo; me tocaba voltear por todos lados, carretear; o sea llevar la roca o el mineral, para mejor decir de un lado al otro y también me tocaba hacer muchas cosas, pero el trabajo duró hasta que esa empresa se tuvo que ir porque eran arrendatarios y apenas se les cumplía el contrato les tocaba abandonar todo.

Las Minas del Zancudo pasaron a manos de los mejores empleados y de mayor categoría entre los que se encontraba don Efe Gómez y Ramón Chalarca ¡Lástima que esa gente no dejara por ahí un hijo porque con esa inteligencia!, fueron quienes se unieron para constituir una sociedad que fue denominada “La Bruja”, con el fin de beneficiar la producción de los próximos arrendatarios que en este caso fue el contratista don Bernardo Mora en año de 1939 quien se asocio con la firma Jesús Escobar y Cía., solicitando un arrendamiento por veinte años. Para ese tiempo yo ya tenía mucha idea de lo que era trabajar, entonces me dio trabajo en la mina y como yo entendía ya mucho mecánicamente hablando, me puso a cuadrar la tubería; por medio de la que se transporta la ventilación a las minas, y era la que le llevaba el aire a los trabajadores para no permitir que de pronto se fueran a ahogar allá adentro con los llamados gases ahogadores. Y mientras yo iba haciendo mi trabajo don Bernardo fue encargando la planta eléctrica, hasta que la montaron, entonces después de que se había instalado toda la tubería la remachamos aquí arriba, a donde se traía el oro para trabajarlo, y para poder llevar la tubería hasta abajo a la mina que era en donde iba a quedar la planta ya había que ponerla en secciones porque aquí estaba en trozos de más de un metro y debía quedar por lo menos de más de seis metros para poder llegar a empatarla allá abajo pero entonces ya había quedado muy larga y la transportamos a pie y en bestia, porque la empresa tenía por lo menos de ochenta a cien mulas.Terminado ese trabajo me mandaron para la mina y me dijeron –bueno Rafael usted se va para la mina, porque ya usted entiende mucho del trabajo – y les pregunté ¿y qué voy hacer yo allá? –como usted ya sabe de tubería, le toca ahora instalarla de la puerta de la mina hacía adentro – La entrada de una mina es una bóveda redonda de un metro y medio de alta, con carrilera enrielada como por donde pasaba el tren, para poder transportar los coches, allá adentro se trabajaba con lámparas de carburo un polvito gris que combinado con agua se prende y las paredes están sostenidas por palos de madera.

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La tubería se instalaba para conducir el aire a la mina, como se menciona en el párrafo anterior aunque también servía para darle aire a las máquinas con las que perforaban machines y poder trabajar mucho mejor. Cuando acabé ese trabajo me iba a mandar de nuevo para arriba y yo dije ¡no! yo me quiero quedar trabajando es en la mina, porque lo que yo anhelaba era aprender a trabajar todo lo que tenía que ver con la minería.

Cuando ya tenía 18 años fue que comencé a trabajar de un todo y por todo en las minas auríferas, en donde tenía que estar a las siete de la mañana ya listo para entrar a trabajar, aunque uno se iba a estar allá un poquito más temprano para cambiarse de ropa porque en ese entonces se trabajaba como dice el cuento “como Dios nos trajo al mundo” pero nosotros acostumbrábamos una tela que se llama drilón (lona) y teníamos lo una paruma, que es lo mismo que usan los arrieros, y eso le daba la vuelta a uno, entonces usábamos un pantaloncito cortico porque teníamos que andar con cigarrillos o candela para prender las descargas y también con una camisa mala para entrar hasta la mina. Cuando llegábamos al sitio de trabajo nos quitábamos el pantalón y la camisa y nos quedábamos en la mera paruma para empezar a trabajar y así nos íbamos hasta las ocho o nueve que salíamos a desayunar, de ahí nos íbamos derechos hasta las once de la mañana que tocaban la campana de Bourmont para salir a almorzar. El segundo campanazo lo hacían a las doce del medio día para volver al trabajo, las mujeres se levantaban a las cuatro de la mañana para despacharlo a uno con la coca del desayuno y del almuerzo y así, la pasábamos trabajando todo el día hasta las cuatro de la tarde.

Yo sabía que a los mineros les tocaba sufrir mucho, ahora lo digo por experiencia propia. Ya que aquel que decida ser minero tenía que saberse asegurar, porque en ocasiones estaba uno dentro de la mina y llegaba a partes muy flojas que se derrumban con facilidad y por eso es que lo tapan a uno, entonces para asegurarse había que mantener buena madera en la mina para hacer las puertas y luego forrar la mina por encima con madera redonda. En esa bóveda uno aprende a no tener miedo, es más yo tenía veces que llegaba casi borracho a trabajar a la mina y el patrón me decía –hombe Rafael y usted qué piensa hacer, vea acuéstese por allá a dormir un rato – y yo me acostaba allá en el hueco y cuando me pasaba la borrachera me levantaba tranquilo a trabajar y le llenaba todo eso de carga en un momentico, me decía – es que a un trabajador como usted, se le puede dar todo el tiempo que necesite –.

Ya me quedé ahí en la mina cochando, que era llenar un coche de la roca que extraían de la mina, carreteando y en fin todos esos trabajitos por el estilo y así fue como también aprendí a trabajar la pólvora. Un día un hermano mío me dijo –vea váyase pa’ la mina, pero se va para adentro pa’ que ayude a romper –. Pero es que yo no se y mucho menos sé calcular la pólvora, le dije –yo le enseño – si es así yo voy y sí, ya con eso me puse yo a rumbar martillo y a trabajar con la pólvora (dinamita), pero yo tenía un problema y era que no podía ñongar (doblar) las rodillas porque tuve un accidente con energía y me quemó todo este lado, el lado derecho y me dejó bastante inhábil, y debido a eso no podía quemar las escaras porque cuando uno las prende tiene que salir

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corriendo para que no lo vaya a matar a uno la explosión. En fin que, yo me fui yendo, me fui yendo hasta que aprendí la minería.

En el tiempo que yo trabajé la minería, se estuvo sacando mucho oro y mucha plata y cada veinticuatro horas se sacaba hasta una libra de oro, en ese tiempo era muy buen material aunque fuera barato. Eso se dio gracias a la planta eléctrica que se montó, porque ayudó a que rápidamente se avanzara con los frentes hasta encontrar el filón. Haga de cuenta cemento revuelto con escarcha dorada y mal repartida, en unas partes con más y en otras con menos y eso es un filón. La piedra que contiene el oro y está formado así; la boca de la mina, uno entra y se encuentra con un nivel normal pero cuando menos piensa se encuentra con una clavada, o sea una bajada pendiente, sigue el techo pero ya en línea recta y uno se va yendo hasta donde decida trabajar, el filón es una roca, es una peña muy fina que hay que reventar a punta de pólvora, porque no le entra el martillo, no le entra nada y si se le entraba algo era una especie de taladro que se empujaba con un martillo, además esa roca encima tiene otra que parece carbón pero no es carbón sino piedra e incluso es más pesada y dura que el propio filón. Luego de reventar el filón lo primero que hacíamos era sacar esas piedras y contra otra las molíamos echando lo que quedaba de ripio encima de una batea, que es un plato de madera un poquito hondo, y para poder ver el oro le echábamos agua y ahí se iba viendo a medida que se balanceaba la batea.

Al oro le hacíamos un presupuesto; si esta piedra da un oro así y en esta cantidad, un cochao cuántas piedras podía llevar para que salgan tantos gramos, y entonces se tiraba uno el balance y se daba cuenta si se podía trabajar o no. Apenas nos dábamos cuenta de que si se podía sacar buen mineral, nos íbamos a avanzar en eso y cogíamos la carga, se la echábamos al molino de pisones que se llamaban molinos de batería, tenían una rueda hidráulica de por lo menos seis metros de grande, redonda, trabajaba con agua y ahí molíamos el filón que a lo último nos daba buenos resultados, porque en mi época se sacaba un piso cada veinticuatro horas todos los días de cinco a seis de la mañana que se trabajaban en una canoa hasta que quedaran más o menos, entonces ya lo cogía el molinero a remermalo, a remermalo (revolverlo) hasta que quedaba poquito, después de remermao comenzaban a ventear la batea lo mismo que batear y así sucesivamente se iba llenando una ceja (borde de la batea) de oro a medida que se iba volteando, iba quedando el oro por un lado.

Después de que el oro era sacado de las minas, lo trasladaban a las chimeneas para fundirlo, entonces empezaban a echarle carbón a esa chimenea que se encontraba por lo menos a dos metros de donde se echaba el oro y la llama que se veía en el horno se iba toda para adentro y se comenzaban a separar los metales, el horno se ponía hasta blanco de la candela tan brava, para sacar el mineral de allá teníamos un rodillo y uno mantenía una especie de azadón por decirlo así que llamábamos rastrillo y con eso se arrastraba hacía afuera lo que fundía la candela. Por el costado derecho se tenía una canoa y en el izquierdo un tanque. Al costado derecho había una especie de cañería con arena por donde se deslizaba el caldo ya fundido, que se iba sólo como si fuera agua hasta que se

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llenaba la canoa, al otro día amanecía fresco y frío y para sacarlo le tiraban agua y lo quebraban, se lo llevaban en una carretilla que tenían y lo arrumaban más abajo, por el otro lado del horno tenían un hueco que era por donde salía el metal bueno que contenía plata y oro llamado mate, pero el mineral que salía por el huequito no caía en una canoa sino en un tanque y ahí lo dejábamos hasta el otro día esperando que se enfriara, al otro día le echábamos agua, lo quebrábamos y salía de ahí para después triturarlo a punta de martillo luego lo tirábamos a un molino de bolas y salía como si fuera talco. De ahí pasaba a otros hornos y lo volvían a calcinar, después de calcinado lo echábamos en una tina que tenía tres metros de circunferencia por uno veinte de honda, entonces era una carretada de esa misma carga y luego otra carretada de cal, y volvían a hacer lo mismo hasta llenar la tina y cuando ya estaba llena le echábamos agua fría, pero esa agua se botaba porque sólo era para lavar la carga y a lo que ya se escurría se le echaba agua caliente en la misma tina que era forrada por un costal muy fino que se llama yute, por donde se filtraba el agua caliente y se dejaba quieta. La tina tenía al lado un tubo por donde salía el agua y caía a un batidor en donde le agregábamos sal de cocina y lo agitábamos con el batidor, como si se estuviera batiendo chocolate y lo dejábamos ahí quieto. Al otro día uno se asomaba y veía un lodo blanco en el fondo que parecía almidón, y el agua que quedaba por encima parecía alcohol impotable, entonces se sacaba esa agua y la pasaban a un tanque en donde le vaciaban chatarra de hierro viejo para que eso se lo comiera y cogerle lo que se pasaba de riqueza. El lodo blanco que quedaba se ponía en una parihuela con rejilla que encima tenía una lona para aparar, de ahí se llevaba para el laboratorio que estaba ubicado a todo el frente de La Capilla en donde estaba ubicado un horno fundidor, allá se le echaba un zinc delgadito picado y que se lo comía, echaba hasta humo, cuando dejaba de echar el humo quería decir que ya estaba lista entonces se sacaba de ahí y se pasaba a un horno en donde había una lata para secarla, esos ya eran los últimos procesos porque luego se sacaba y se pasaba al horno de fundición, y de nuevo a las tinas pasando por el mismo proceso, cuando ya estaba lista esa carga se le echaba solución de cianuro. Yo fui tan curioso que llegué a probar el cianuro, porque estaba en el laboratorio y uno tenía fácil acceso al veneno y me preguntaba ¿a qué sabrá esto? Entonces saque una bolita de sin que nadie me viera y la probé, eso es como amargoso y yo corrí a lavarme la boca. Y se media la solución y si estaba pobre de cianuro había que agregarle más y se dejaba toda la noche y todo el resto de día, al otro día se pasaba a una caja larga con varios apartamentos, o sea, unos separadores, y quedaba en un lodo negro, y al mes se sacaba para el laboratorio y se le hacía la misma práctica de más zinc, hasta que hirviera de comerse, se volvía a sacar se pasaba al horno, se secaba y se prevenía para al otro día. Entonces el químico me decía –Rafael madrugue mañana a las cinco a prender el horno que vamos a fundir – para que cuando él bajara estuviera prendido porque el vivía en el pueblo. Cundo ya se fundía quedaba en una barra y se le hacían dos huecos uno por el lado derecho y el otro por el lado izquierdo para poderle medir la ley, y ver que ley tenía, o sea, averiguar de cuántos kilates era el oro.Al terminar todo ese proceso, la empresa tenía un mayordomo que era el que cuidaba todas las bestias y que cada mes arrancaba con la remesa hasta Pie Cuesta en una mula

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que la llamaban la pulga. Pie Cuesta era en donde se cogía el tren por los lados de camilo C en Amagá, entonces dejaba la mula en Pie Cuesta y agarraba para Medellín con todo el oro, porque era en donde se vendía ya brilladito y se brillaba con una brocha de cobre. En Medellín volvían el oro papel, plata y la traían para acá para poder pagar la remesa a los trabajadores.

Pasaron los años y yo todavía me encontraba trabajando en la mina e íbamos normales al nivel cuando de pronto llegamos a una clavada por donde el filón se estaba yendo y había que perseguirlo. Cuando fuimos a perseguir esa clavada todavía estaba Bernardo Mora aquí en Sitio Viejo trabajando y esa fue la época en la que se estuvo sacando cada veinticuatro horas una libra de oro pero lastimosamente esas clavadas se rebajan porque eso no es parejo y es como el que tiene plata en el bolsillo que se pone a sacar y a gastar, pero cuando menos pensó se quedó sin plata. Así mismo son los filones que van ricos, ricos y cuando menos se piensa se quedan pobres.

Don Bernardo le dio las minas por contrato a un trabajador, para que el pagara los trabajadores de cuenta de él y mientras tanto la empresa le iba prestando los gastos para que él pudiera pagar y así se fue yendo todo hasta que me ascendieron de encargado porque él vio que yo sabía trabajar, me tocaba manejar la pólvora y repartírsela a los demás trabajadores porque cuando eso la pólvora era muy fina y se la robaban para ir a pescar con ella, porque con eso también se pescaba. El artefacto había que cuidarlo muy bien porque esa es la minería, hay que saber disponer el hoyo, la descarga y cuánta cantidad de pólvora necesita cada uno de ellos.

Me ocurrió algo muy feo cuando estaba de encargado porque las minas de oro regularmente no tienen gas y si lo tienen es del gas ahogador y uno se da cuenta que hay, porque como uno trabaja con lámparas de carburo, se les pone toda el agua y echan una llama de candela como un lapicero de grandes, y entonces si en la mina hay un gas ahogador uno ve un humito que apaga la lámpara, y es como si le quitaran la llama y se la llevaran. Cuando a uno le pasa eso no debe insistir hay que devolverse porque o sino ese gas lo tumba, lo ahoga. Un día estando yo manejando una veta que tenía mucho gas mandé a un par de trabajadores a ponerle ventiladores para sacar ese humo, o sea, el gas. Les dije: se van extendiendo y desenrollando la manguera, que media ochenta o cien metros, y cuando lleguen allá abajo lo conectan al ventilador y cuando ya lo conecten al ventilador lo ponen a trabajar y ellos hicieron el trabajo al contrario; empezaron a desenrollarla de abajo para arriba y los ahogó, los mató. Para uno defenderse de eso se necesita mucha técnica.

¡Bueno! Esa clavada la trabajamos hasta que el contratista que había por sinvergüenza y toma trago y a quien el patrón don Eleazar Gonzáles hijo de don Heriberto estimaba mucho y a quien le dijo, -vea a usted le está yendo muy bien le voy a ayudar para que haga una cuenta en la caja de ahorros-, y así fue, abrió la cuenta, le pagaba a los trabajadores y guardaba para tomar trago a lo loco y consiguió mucha plata. Al tiempo

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la mina se empobreció y el patrón don Eleazar al ver eso le dijo que le llevara la libreta para ver si le alcanzaba para que se comprara una finca bien buena, y si señor tenía con qué, -vea usted no vuelva a trabajar esa mina, ya usted tiene con qué vivir, la mujer suya no tiene plata, no necesita nada y yo le voy a conseguir la finca-, a lo que el respondió: -No señor yo no, présteme la libreta que yo no necesito fincas y lo que yo necesito es tomar trago, montar a caballo y conocer mujeres. Y así fue se salió de la mina y murió de limosna.

En Titiribí debido a las minas existió mucha plata y tuvo un banco propio que se llamaba “El Banco del Zancudo” de donde se conocieron los únicos billetes de cincuenta centavos, no, pero eso es muy antiguo. Vea cuando Guillermo León Valencia fue presidente de la República (1909-1971), fue que se establecieron los días de fiesta, nacionales y todos esos días todavía me encontraba trabajando en la mina cuando, un día pagaron una retroactividad de todos esos días y nos dieron muy buena platica, y es que vea yo llegué a ganar hasta veinte centavos. En el año 39 empecé a ganar 200 pesos ahí me dio a mí la goma por comprar un carriel y aprovechando esa plata que venían a ser 12 pesos semanales de 20 centavos que me ganaba antes todos los días, pasé a ganarme 2 pesos diarios, pero cuando eso no se habían implementado los domingos ni había nada y fue cuando decidí dar el paso para casarme porque es que yo ganaba un platal, ¡Ave María! Uuuuf… y yo tenía novia, me alcanzaba para tomar traguito y me sobraba, pues, ya tengo con qué voy a casarme con esto que me estoy ganando.

Tuve como quince hijos pero hubo unos que se murieron pequeños fue como el pollo cuando no alcanza a salir de la cáscara y se queda pegado, así me pasó con esos hijos y los otros crecieron y se casaron, pero la mayor parte ya se fueron, ya se murieron y ahora vivo aquí con tres hijos de los cinco que me quedaron y los otros dos por ahí andan casados. Después de que me casé mi mamá me dijo – mijo vea haga una casita aquí en donde quiera hacerla, para que no esté pagando arriendos – y entonces hice la casita pegadito de ella, pero como la familia se me fue creciendo ya estaba quedando estrecho. Le dije a mi mamá, vea mamá yo estoy muy estrecho aquí yo voy a hacer una casita allí más abajo con el fin de que me quede el agua más cerca; el agua había que cargarla de un nacimiento que pasaba cerca de un camino de herradura y me dijo – usted sabrá mijo en donde quiera hacerla, hágala – y me vine a hacer la casa, cuando menos pensamos iban a construir la carretera y con la carretera nueva se acabó el agua. Como la casa era en bareque se me estaba cayendo y se estaba pudriendo entonces la reformé en material y así está ahora, ubicada en la carretera que comunica con Armenía mantequilla y que pasa por las minas del Zancudo, soy un viejo, con un pantalón en dril bastante usado, una camisa de cuadros llevada por dentro del pantalón, unos tenis arrugados de tan apretados que están por los cordones, una gorra que cubre mi blanca y poca cabellera, un rostro arrugado pero vivo y pensativo que se encuentra sentado en el corredor de la casa a donde para poder pasar hay que cruzar la chambrana que tiene una puerta de acero de color blanco, con un patio encementado y con un santo a mano derecha entrando, que está puesto en un altar adornado por las maravilla de escorias, son restos minerales que sacan de estas hermosas y mencionadas tierras, un corredor con la

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baldosa de color amarillo y de color rojizo oscuro que resalta con el color de las paredes, blanco y con el color de aquellos postes que sostienen la humilde casa de color rojo. Todos estos colores que sobresalen y riman con todo lo que nos rodea, un sinnúmero de montañas verde oscuro, con el sonido constante de los grillos que pareciera nunca parar de cesar y con la música a un volumen suave, el ir y venir de unas campanitas que están siendo arrulladas por el viento en un día soleado y bochornoso, musicalización que remonta al lugar en donde se respira un aire cálido. Mi casa es habitada por personajes humildes que te extienden la mano al pisar este dulce hogar, aquí en donde es más importante contar una bella historia que incluso saber quién eres, un desconocido y a has llegado, es una humildad adornada por los benjamines que cuelgan encima del corredor lleno de asientos y con apenas tres puertas que te muestran un placentero dormitorio, una sala que no ha de faltar y la entrada a la cocina, el baño y a un paraíso que se esconde detrás de éste mencionado corredor. En la cocina un hogar de costumbres, aseo y algo muy importante mucho amor y paz. Al frente de mi casa todos esos recuerdos del pasado, una nueva historia que inicia con C.D.I (Consorcio de Inversionistas S.A), enmarcado en escoria, una empresa que intenta por ahora buscar muestras de filón que den señales de que todavía hay esperanzas de revivir la historia y hasta lo que va corrido de tiempo de estar aquí, me han abierto las puertas de las minas que me vieron nacer y han confiado en mi vieja experiencia, aunque posiblemente cuando sea el tiempo de revivir la historia yo ya no me encuentre aquí para verla.

Todo esto resume como aprendí yo la minería en donde trabajé treinta años, hasta que se volvió a cerrar y volvió a quedar esto sólo como un desierto, otra vez. Así fue como también se me acabó la vida en las minas de oro y me tocó ir a trabajar veinte años en excarbón, una veta de carbón de donde me jubilé. “Ya hoy día no queda sino un cuento muy bueno para contar”.