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TIEMPO DE L N L d i n I M J i V I D K U U t

H H Juan Aranzadi

Vigencia de Camus

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Escaneo original: http://www.tiempodehistoriadigital.com/ Digitalización final en .pdf: http://thedoctorwhol967.blogspot.com.ar/

ANO VI NUM. 63 F E B R E R O 1980 125 PESETAS

PORTADA: La situación iraní, producto del régimen autoritario del Sha, que duranta cuatro d é c a d a s y c o n al respaldo de los Es-tados Unidos condicionó a su pueblo a la más férrea tiranta, ha desembocado en una anarquía, matizada por el particularismo re-ligioso del Imán Jomeiny, de resultados Im-

previsibles a escala mundial.

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SAN MARTIN Y LA INDEPENDENCIA SU-DAMERICANA: Con ocas ión del centenario del traslado de los restos del general San Martin d e s d e Francia, donde vivió s u s últi-mos años, hasta su patria, la R e p ú b i c a Ar-gentina, el escritor argentino Ricardo Des-sau traza una semblanza desmitlficadora del Libertador de la Argentina, Chile y el Perú. (Medalla otorgada por la Municipali-dad de Buenos Aires a los so ldados victo-riosos en Chacabuco. Museo Histórico Na-

cional de la RepúbHca Argentina).

© TIEMPO DE HISTORIA 1980. Prohibida la reproducción de textos, fotografías o dibujos, ni aun citando su procedencia. TIEMPO DE HISTORIA no devol-verá los originales que no solicite previamente, y tampoco mantendrá correspondencia sobre los mismos.

P á g s .

LA IRA DE IRAN, IRONIA DEL IMPERIALIS-MO, por J e s ú s López-Pacheco 4-21

LA CANCION PROTESTA EN ESPAÑA (1939-1979) , por Víctor Claudín 22-31

VIGENCIA DE CAMUS, por J u a n Aranzad i . 32-47

SOR PATROCINIO, LA MONJA DE LAS LLAGAS, por ' _ Rodrigo 48-57

SAN MARTIN Y LA INDEPENDENCIA SUD AMERICANA, por Ricardo Dessau

THOMAS HOBBES: EL HERMANO DEL MIE DO, por Fernando S a v a t e r

ESPAÑA 1939-1979 (II): Se lecc ión de tex tos y comen ta r io s a ca rgo de Fernando Díaz-Plaja

58-75

76-89

90-121

UNA APORTACION A LA HISTORIA DEL FRANQUISMO, por Angel Viñas 122-124

LIBROS: La Historia oral d e la Guerra Civil e s p a ñ o l a ; P r o b l e m a s de Historia de la c l a s e obrera ; El Conse jo Revolucionar io de Aragón; Revis ta «Hiperión» 125-129

DIRECTOR: E D U A R D O H A R O T E C Q L E N , SECRETARIO DE EDITORIAL: GUILLERMO M O R E N O DE G U E R R A , CONFECCION A N G E L TROMPETA. EDITA: P R E N S A PERIOOICA, S . A . R E D A C C I O N , A D M I N I S T R A C I O N Y DISTRIBUCION: Plaza del Conde del Valle de Súchil, 20. Teléfono 447 27 00, MADRID-15. Cables: Prensaper. P U B L I C I D A D : REGIE PRENSA.'Joaquin Moreno Lago Rafael Herrera, 3, 1.° A. Teléfonos 733 40 44 y 733 21 69. MADRID-16 y Emilio Becker, Av. Príncipe de Asturias, 8, pral. 1.a

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«... No se debe permitir que la riqueza circule

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sólo entre los ricos». Corán, L1X, 7.

«Dicen que un cabello separa lo falso de lo verdadero». Ornar Kayam, Rubaiyat, Ll.

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La ira de Irán, ironía del imperialismo

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LOS recientes —y todavía en curso— acontecimientos de Irán, a caballo entre los siglos XIV y XV —hay que esforzarse por verlos desde su calendario, su punto de vista y su cultura—

f pueden convertirse en el comienzo de una nueva forma de enfrentamiento con el imperia-lismo. No sería extraño que su repercusión, en el futuro inmediato, superara incluso a la que tuvo el triunfo de Vietnam. A lo que más podría parecerse es, quizá, a la repercusión que tuvo —o más bien a la que estuvo a punto de tener en Iberoamérica— la revolución cubana. En cualquier caso, resulta evidente que la llamada «crisis de Irán» —que no es sino crisis, y hasta exasperación impotente, del imperialismo norteamericano— tiene características nuevas, cuyas consecuen-cias, difíciles de predecir, serán sin duda vastas y profundas.

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Irán c o m p a r t e el p a p e l de p r o v e e d o r d e pe tró leo c o n u n a s e r i e d e p a í s e s a l o s q u e e s t á unido por e s t r e c h o s l a z o s g e o g r á f i c o s , h i s tór icos , l ingüís t i cos , r e l i g i o s o s y cul turales . (Mapa de l Irán, ant igua Pers ia ) .

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Gholan Mohammed M o s s a d e q , ant iguo Primer Ministro iraní, q u e c o n su polít ica d e nacio-nal ización de l a s e m p r e s a s petrol í feras extranjeras (la Anglo- lranian) , p r o v o c ó e n 1951 una crisis q u e obl igó al S h a a exi l iarse por b r e v e t i empo e n Italia, a u n q u e c o n la a y u d a norte-a m e r i c a n a é s t e pudo volver a su pa í s , d e p o n i e n d o a M o s s a d e q , q u e moriría, retirado d e

la vida públ ica , e n marzo d e 1967.

Ls obvia, y ha sido ya muy co-I comentada , la p r imera

de estas caracter ís t icas . Ni Vietnam ni Cuba eran provee-dores directos de una mate r ia p r ima tan esencial para la me-trópoli como el petróleo. La diferencia es aún m á s grande si se t iene en cuenta que Irán compar te este papel de pro-veedor—y hasta hace poco, en muchos casos, el de neocolo-nia explotada— con una serie de países a los que está unido por estrechos lazos geográfi-cos, históricos, lingüísticos, religiosos y cul turales; en los otros dos casos, aunque tam-bién existen lazos aparente-

mente s imilares , son incom-parab les en fuerza cohesiva y en extensión con los que unifi-can al m u n d o islámico. La común explotación que su-fren, re forzada por estos lazos, const i tuye una amenaza en potencia de proporciones ca-tas t róf icas para los Es tados Unidos, contra la cual apenas le ofrecen seguridad las dicta-du ra s que viene protegiendo para sofocar a varios pueblos á rabes . La ira contra el impe-r ial ismo, en los países petrolí-feros afroasiát icos, correr ía más deprisa que un reguero de pólvora: correría como un re-guero de petróleo. Para colmo,

la mecha está s iempre cerca del fuego en los países que, como Libia y Argelia, han lo-grado liberarse del colonia-lismo y que, por intereses eco-nómicos comunes , se s ientan a la misma «tabla ovalada» —OPEP— que los más feuda-les caballeros del santo petró-leo. Los mismos Estados Uni-dos, en su defensa a ul t ranza de Israel -^cse «campo de exaltación y exasperación», y de vigilancia, al que las poten-cias capital istas, más elegan-tes y pragmát icas que los na-zis, mandaron a los judíos re-cién l iberados de los c ampos de concentración y de exter-minio—, se ven obligados a jugar con fuego, i luminando de modo siniestro las sonr isas de C a m p David. El «arma del petróleo » puede ser más eficaz que todos los arsenales nu-cleares juntos : no necesita ser d i sparada , basta con que las bocas de los pozos petrolíferos se man tengan cerradas o sólo le hablen a los amigos o a los que acepten ser neutrales. Y, si esto ocurr iera , los nortea-mer icanos —a los que, por su abuso del automóvil , habría que l l amar «homóviles», cen-tauros de hombre y coche— se queda r í an paral izados y fríos, incapaces de producir ni si-quiera la polución que, al pa-recer, juzgan inseparable del progreso y la civilización. Se quedar ían en peores condi-ciones que los indios, a los que ellos despojaron del búfalo sabiendo que era la base ma-terial —alimento, casa, vesti-do— de su civilización. Indu-dablemente , esta apocalíptica «paral ización» es más teórica que real, pero sólo describién-dola se pueden comprender los sacrificios, v cambios a los que se vería obligada la socie-dad nor teamer icana en seme-jan te supuesto, así como el debi l i tamiento que produci-ría en su potencia imperialis-ta. La eficacia mayor de este múlt iple «petróleo de Damo-

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cíes» no está tanto en usar lo en bloque como en a m a g a r con él opo r tunamen te o en usarlo de modo parcial v con-trolado. Y ent re sus muchos destrozos, no sería el menor el a u t o m á t i c o r e s q u e b r a j a -miento que provocaría en la solidaridad del mundo capita-lista; ha bas tado que Irán lo use cont ra los Estados Unidos para que Francia y otros paí-ses europeos se muestren reti-centes, y Japón cínico v ávido del petróleo iraní, encarecido de pronto por las mismas le-yes del mercado libre que.el oligopolio de las mult inacio-nales dice defender. El segundo e lemento diferen-

ciado!' y caracter ís t ico de la revolución y los aconteci-mientos iraníes es el religioso. Ausente o insignificante en la revolución cubana , se dio también en las luchas revolu-c ionar ias que complementa-ron la guerra an t i imper ia l i s ta v ie tnami ta , pero en una me-dida v con un sent ido por comple to diferentes . Por muy d ramát i cos que fueran algu-nos ep i sod ios—monjes budis-tas quemándose vivos—, la par t ic ipación p rop iamente re-ligiosa no pasó de ser algo adi-cional; el sentido, la organiza-ción y el desarrollo de las lu-chas v ie tnami tas fueron cla-ramente políticos v sociales,

con un fuerte ingrediente na-cionalista que reforzaba su cohesion. La inmensa solida-r idad que desper tó Vietnam —como la que surgió hacia Cuba— tuvo, también, ese ca-rácter ; era re la t ivamente fácil ident i f icarse con las razones de Vietnam desde las posicio-nes de izquierda y has ta libe-rales y cris t ianas, y no sólo en Europa , sino incluso en los mismos Estados Unidos. Lo que e s t aba ocur r i endo en Vietnam, como lo que había pasado y había es tado a pun to de pasa r en Cuba —la revolu-ción t r iunfante , Bahía de Co-chinos—, estaba muy claro, demas iado claro.

Un m o m e n t o d e la audienc ia c o n c e d i d a por el S h a a s u s ministros , e n el P&iacio d e G o l e s t a n , c o n o c a s i o n d e la c e l e b r a c i ó n del IV Aniversario d e Aban - S a l a " , u n o s a ñ o s a n t e s d e s u ca ída de l Trono de l P a v o Real .

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Irán, en cambio , p a r a el hom-bre «occidental» , está en-vuel to por b r u m a s de confu-sión y contradicciones, crea-das p r inc ipa lmen te por el pa-pel p reponde ran te que tiene o parece tener el factor religio-so. Quizá es esto lo que ha im-pedido, a diferencia de lo que ocurr ió respecto a Cuba y Vie tnam, que haya manifes ta-ciones ant i in tervención, a pe-sar de la gravedad de las cir-cuns tanc ias . Las manifesta-ciones, y has ta los motines violentos y los asal tos a las e m b a j a d a s es tadounidenses , se han producido sólo, o casi sólo, en los países islámicos, donde , como es na tura l , el fac-" tor religioso de la revolución

iraní, lejos de ser un e lemento de c o n f u s i ó n , ha a c t u a d o como cata l izador ins tan táneo del sent imiento an t i imper ia -l ista. La prensa, la radio y la televisión —sobre todo en Nor teamér ica , desde donde e s c r i b o — han p r e t e n d i d o crear una imagen de «fana-t ismo» religioso antiocciden-tal, an t imoderno , an t iamer i -cano; en una pa labra , «me-dieval». Dicha imagen —que t e r g i v e r s a el an t i imper i a -l ismo y el an t icapi ta l i smo evidentes de los hechos—está favorecida por el hondo, pero no secreto, comple jo de cru-zada que tiene la menta l idad «occidental»; al fin y al cabo, las Cruzadas no fueron sino

las p r imeras guerras colonia-les de los países «occidenta-les», todavía en la fase feudal de su consolidación y creci-miento; y «cruzada» ha s ido pa labra predilecta, no sólo del f r anqu i smo, sino t ambién de los más claros paladines de la «democracia». Algo d e c r u z a d a t i e n e t a m b i é n la fo rma en la que la televisión nor t eamer icana viene presen-t ando lo que l lama «la crisis de Irán». El mar de puños y c lamores iraní, con sus increí-bles mareas y mare j adas casi d iar ias (expresión de odio, re-calcan los presentadores) es conf ron tado con imágenes de c a m p a n a s c r i s t i a n a s vol -teando «coast to coast» («uni-

El «arma del petró leo» p u e d e ser m á s e f i c a z q u e t o d o s l o s a r s e n a l e s n u c l e a r e s juntos: no n e c e s i t a ser disparada, basta c o n q u e la s b o c a s d e l o s p o z o s p e t r o l í f e r o s e m a n t e n g a n c e r r a d a s o s ó l o l e h a b l e n a l o s a m i g o s o a l o s q u e a c e p t e n s e r n e u t r a l e s . (Vis tade la refinería d e Abadan).

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El Sha. M o h a m m e d Reza Phalevl , s e c o r o n a a si m i s m o c o m o e m p e r a d o r en el Pa lac io d e G o l e s t a n , d e Teherán, e n oc tubre d e 1967.

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Entrevista del p r e s i d e n t e d e l o s E s t a d o s Unidos . Cárter, con e l rey de Jordania . Husse in . y el Sha del Irán, en el Pa lac io d e Niavara de Teherán, a f ina l e s d e 1978.

versal» s ímbolo de a m o r y paz); o con t ranqui las cere-monias religioso-patrióticas a base de cantos e h imnos , ban-deras y coca-cola; o con esce-nas de niñas (no niños) escri-b iendo en la escuela, y leyendo para las cámaras , ingenuas y t ie rnas car tas en las que piden la l iber tad de los rehenes.. . Otras veces, l o q u e se en f ren ta es la ya es tereot ipada imagen de Jomeini , nunca sonriente, s iempre hosca, con, por e jem-plo, el rostro patr iotero , sano y op t imis t a de John Wayne o con algún aspecto idil ico-sent imenta l de la «American way of life». Se enf ren tan también planos de a i rados iraníes autof lagelantes o ar-mados de metral le ta , prefe-ren temente con algún rostro tuer to o de expresión que p u e d a resu l ta r s iniestra, en t re la «chusma», « turba» o «tur-b a m u l t a » ( ing lé s « m o b » , como s iempre la l laman Cár-ter v sus portavoces oficiales y

oficiosos) con d ramát i cas en-t revis tas a los preocupados fami l ia res de los rehenes o a un ps iquia t ra (a lgunas emiso-ras han repet ido la misma en-trevista con el mismo psiquia-tra por lo menos dos veces) que habla sobre los efectos (algunos «para toda la vida») que puede tener un secuestro Sobre la personal idad de la víct ima, o bien explica los mé-todos v consecuencias del fa-moso «lavado de cerebro» (con l o q u e t ra taban de justifi-ca r las declaraciones de algu-nos de los rehenes l iberados, m u y dis t in tas de las que se es-peraba de ellos en los medios oficiales)... Por otra parte , la «ant icr is t iana» violencia con-tra los i raníesres iden tes en los Estados Unidos —que han su-frido ya y siguen sufr iendo, in-cluso f ís icamente, más que los rehenes de Teherán—, des-apareció pronto de la panta l la y de la prensa, o fue hecha poco visible.

La suti l , muchas veces grose-ra, semánt ica visual, es refor-zada por el m á s eficaz y t ípico léxico reaccionario: «caos», « f a n a t i s m o » , « i r r ac iona l i s -mo», «desorden».. . Por con-traste, la imagen de un sha do-liente, «románt ico», nostál-gico de poder v r iqueza, r ico -pero - desgraciado, «moderni-zador» demas iado impulsivo, b ienintencionado pero enga-ñado.. . iba despe r t ando en la mente media del hombre me-dio nor teamer icano los refle-jos conformis tas y envidiosos de la mediocr idad a l i enada , s iempre d ispues ta a pasa r por al to los c r ímenes de los pode-rosos y t r iunfadores (v el sha, con sus miles de millones ro-bados al pueblo iraní, no ha de jado de ser del todo a m b a s cosas para la menta l idad pu-r i tano - capi ta l i s ta basada en la moral del éxito económico).

Sólo quince o veinte d ías des-pués del comienzo de la «crisis

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El Aya to l l ah Jo rne im sa le de l a e r o p u e r t o d e Le B o u r g e l (Parí s) c a m i n o de l I rán, t ras e l g o l p e de Es tado que p r o v o c o la ca ída de l S h a (1979) .

de Irán» la televisión nortea-mericana habló —poco y sin insist ir—del golpe mil i tar con que, en 1953, la C.I.A. derrocó a Mossadeq para imponer de nuevo al Sha. Después —y acaso para ir p repa rando a la opinión públ ica para que acepte la impotencia v un po-sible desenlace poco, o nada , halagüeño—, la televisión in-formó de los horrores del ré-gimen del Sha y de la «supues-ta» complic idad de los Esta-dos Unidos. Con aparente ob-jet ividad, sin embargo, sem-bra ron la duda sobre l o q u e ya es historia o relat ivizaron el numero de muer tos v tor tura-dos, inferior, en todo caso, al logrado por los «recordmen» en este «deporte»: Hitler, Sta-lin. Id i Amin, Bokassa... Y, en ú l t imo término, todos los me-dios acabaron por resal tar , con una voluntar ia ceguera escalofr iante , que el S h a fue du ran t e largos años un buen amigo de los Estados Unidos.

De esta manera , des infor-m a d a o ma l in fo rmada , la opi-nión pública nor teamer icana se ve somet ida a la tensión de la cuenta hacia adelante de los días que llevan retenidos los rehenes en Teherán; y las in-vocaciones a la un idad ,e l des-concierto, la fur ia inútil , la in-comprens ión y el pasmo van haciendo que aumen te cada día el numero de los que acep-tan como refugio el pa te rna-l i smoblando de Cárter; por-que Kennedy, por habe r dicho la verdad sobre el Sha, ha sido tachado poco menos que de t ra idor . Tales tendencias, sin embargo , podrían c a m b i a r en poco t iempo, pues parece va indudable que el juego de am-bos candida tos a la presiden-cia en las p róx imas elecciones va a depende r en buena me-dida de como acabe la cues-tión de los rehenes. Es ésta la p r imera ironía de la «crisis de I rán»: la ant igua neocolonia, que t an ta s «interferencias»

hubo de sufr i r por par te de los es tadounidenses , logra ahora, gracias a la disciplina y al fer-vor revolucionario de unos es-tudiantes , «interferir» en la política in te rna—v, con el pe-tróleo y los petrodólares, en la economía— de la poderosa m e t r ó p o l i . Los « faná t i cos i r racionales y medievales», vestidos con el blanco del mar t i r io o con el «exótico» y «pr imit ivo» chador, van a pe-sar sobre las abúl icas decisio-nes electorales de unos ciuda-danos que se creen en un m u n d o moderno v democrát i -co, cuando, en real idad, viven en el reino de un consumismo tan irracional como la más i r racional de las religiones, en el reino de un individual ismo p rog ramado tan despersona-I i /ador y depr imente como el más opresor de los regímenes. Porque si ha habido algo pro-pio de fanát icos i r racionales y « medievales» en estos días, no es los exal tados episodios de la

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La e s t a t u a del d e p u e s t o S h a del Irán derribada de su p e d e s t a l y arrumbada e n un e s t e r c o l e r o d e las a f u e r a s d e Teherán . (Febrero d e 1979)

revolución iraní , sino lo ocu-r r ido en Cincinnat i . Esos trá-gicos már t i res absu rdos inmo-lados por los pies de una turba —es en los Es tados Unidos donde hay «mobs»— y a los pies de unos «juglares elec-trónicos», verdaderos santo-nes del d i n a m i s m o consu-mista y la al ienación, han sido v íc t imas , no de una revolu-ción, sino de las 33 revolucio-nes y 1/3 por minu to de los mil lones de discos —host ias negras— con los que una in-dus t r ia depresora —negocio redondo si los hay— hace co-mulga r a diar io a una juven-tud vest ida con el «blue jean» del hedonismo y la evasión; dicho sea esto úl t imo recono-ciendo que tal p renda , en o t ras par tes del mundo, puede tener o t ro significado. El fac tor religioso que parece

ca rac te r iza r a la revolución iraní no sólo confunde —me-jor dicho, sirve pa ra confun-dir— a la gran «masa» de tele-videntes y lectores de periódi-cos, sino incluso a personas de izquierdas y demócra tas más o menos informadas . Por laicos, agnóst icos o ateos que sean, no deja de influir en ellas el reflejo de la educación cris-t iana: los ritos, las ceremo-nias, las ac t i tudes de «otras» religiones son —por religiosos y por extraños— dob lemente i r rac ionales ; y expres iones como «musu lmanes marxis-tas» resul tan , a p r imera vista, d e m a s i a d o chocantes . Quizá inf luya t ambién la tendencia a ap l icar de modo mecánico una famosa frase de Marx («religión, opio de los pue-blos»). A todo ello se añade la lógica prevención contra la

teocracia v, en general , con t r a las formas de gobierno opre-soras. En una época en la que a lgunos par t idos comunis t a s (sobre todo, los eurocomunis -tas, en uno de los cuales hay c r i s t i anos—deta l l e impor tan-

• te— has ta ent re sus dirigen-tes) han renunc iado al «asal to al Palacio de Invierno» y a la «dictadura del proletariado», es comprens ib le que resul ten difíciles de acep ta r los «asal-tos a las emba jadas» y lo que ya alguien hab rá tenido la ten-tación de bau t i za r como «dic-t adura del avatolado».

Y, sin embargo , bas ta un sa l to dialéctico - sen t imenta l p a r a darse cuenta de que tiene que habe r —los hay— Garau-dvs musu lmanes , de que h a debido de surgir —ha surgi-do— también una «teología de la l iberación» musu lmana , de

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El p u e b l o iraní d e m u e s t r a s u a legría por el d e r r o c a m i e n t o del Sha, alrededor y s o b r e el p e d e s t a l que s u s t e n t a b a la e s t a t u a del d e p u e s t o monarca .

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que los «curas obreros», los «curas guerri l leros» y los diri-gentes políticos (o político-reli-giosos) no tienen por qué ser pa-tentes exclusivas del m u n d o cr is t iano, etc. Más aún: estas h i b r i d a c i o n e s pa recen , en principio, más fáciles y natu-rales en un m u n d o cuva reli-

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gión se identif ica con la socie-d a d y el es tado, y que asume —en lugar de t rascendental i-zar las— las aspiraciones con cre tas de justicia socioeconó m i c a . C o n v i e n e r e c o r d a r además , que el Islam es. en

todo caso, la más «moderna» de todas las grandes religiones y, acaso por ello, es t ambién la más tolerante y la menos - 10 d o g m á t i c a : q u e M a h o m a (como su antecesor persa Zo-roastro) no ha sido divinizado; que si el Islam se extendió y t r iunfó en un t iempo récord, no fue sólo gracias a esas tur-bas del tu rban te y el a l fanje hol lywoodianas, sino (al me-nos, en a lgunas partes) porque los m u s u l m a n e s fueron reci-bidos como l iberadores más civil izados y cul tos (aunque

sólo fuera por provocación, habr ía que hablar , por e j em-plo, como ya sugieren a lgunos historiadores, de la «Libera-ción de España por los mu-sulmanes»); que el Islam, y los países á rabes v medior ien ta -les en general, han contr i -buido tan to como Grecia v Roma, si no más, al desar ro l lo cul tura l , científico y técnico de la Europa moderna y, p o r tanto, del mundo; que el capi-ta l i smo y el i m p e r i a l i s m o burgueses encont raron y si-guen encon t rando just i f ica-ciones y es t ímulos ideológicos en el c r i s t ianismo (sobre todo, en el reformado), m ien t r a s que el is lamismo, e s t ancado como ins t rumento de oligar-quías nacionales, se quedó, a nivel in ternacional , como la religión de una vasta zona de fácil explotación pa ra las co-lonizaciones burguesas : reli-gión. pues, de víct imas histó-ricas y sociales, dormida , pero s iempre cargada (en especial , la secta chií ta, « is lamismo de los desheredados») de poten-cia l idades revolucionar ias .

Por otra par te , in te rpre ta r la definición de Marx, casi fór-mula , en el sent ido de que cua lquier religión en cual-quier pa ís y cual qu ier época es el opio del pueblo sería, por lo menos, poco dialéctico. Otras ci tas nos pe rmi t i r í an com-prender seguramente que lo que se define con la frase, más que la esencia y el origen de la religión, es su función y su uti-lización por las clases domi-nantes . No está dicho que cier ta religión, en cier tas cir-cuns tancias —como cualquier o t ro e lemento de la super-es t ruc tura— no pueda ac tua r como es t ímulo ca t a l i zador c o m p l e m e n t a r i o de movi-mientos sociales y políticos. En ot ras palabras : la religión es (léase «ha sido usada, en general , como») el opio de los pueblos. Es probable que la frase se escribiera ba jo el re-M u j e r e s i r an íes , pa r t i da r i as de l A y a t o l l a h J o m e i n i , an te las v e r j a s de la E m b a j a d a de los

Es tados Un idos e n T e h e r á n .

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cuerdo de las noticias sobre las «guerras del opio» en Chi-na, es decir, en una época en la que una potencia imperial is ta europea estaba usando el opio como un medio complemen-tario de las a r m a s para su ex-plotación colonial; poco an-tes, además , Europa había visto el es tablecimiento de la San ta Alianza en nombre de «la muy Santa e Invisible Tri-nidad» contra el l iberal ismo revolucionario; es decir , en este caso, la religión usada como medio complementa r io y just if icat ivo de las a rmas . Bien pudo ocurr i r que la «Santa Alianza» europea se superpusiera , en la mente de Marx, con la «Infame Corrup-ción» china. En cua lquier ca-so, se t r a taba de dos e jempla-res usos de la religión y el opio, fácilmente iden t i f i cabas , v de aquí , quizá , la generalización de la frase ( just if icada, por lo demás, antropológica y socio-lógicamente) . Por aque l los años (v también esto debió de

cont r ibu i r a la creación de la m e t á f o r a r e l i g i ó n - o p i o ) , T h o m a s De Quincey había publ icado sus Confessions of an English Opium-Eater, que t an to influyeron (vía Baude-laire) en el uso del opio como «religión ar t ís t ica» para bus-car «paraísos artificiales» hu-yendo de las vu lgar idades y ba jezas del infierno burgués . Conviene recordar , además , que el opio tiene usos impor-tan tes en medicina, especial-m e n t e c o m o ana lgés i co y anestésico. Desarrol lando v •s apl icando la famosa metá fora de acuerdo con lo anter ior , h a b r í a q u e p e n s a r si la religión-opio no es tará siendo ut i l izada por el pueblo iraní como analgésico y anestésico pa ra poder sopor tar los terri-bles suf r imientos que suponen el l iberarse de una t i ranía s a n g u i n a r i a y a f r o n t a r la t r aumá t i ca ciruj ía nacional de una revolución. Es bien sa-bido, en fin, que el opio v la religión son los únicos narcó-

ticos; a d e m á s de los naturales , no escasos, existen hoy los sin-téticos, varios de ellos mucho más peligrosos. La lógica de la metá fora me lleva a pensar que el consumismo —atrac-tiva máscara «democrát ica» y «opulenta» del capi tal ismo— ha sido considerado por el pueblo iraní como un narcó-tico sintético, como un nuevo opio, es decir, como una nueva religión. El «opio de los pue-blos», en su p reparado especí-f ico i s l ámico , e s t a r í a ac-tuando también, en este su-puesto, como ant ídoto y re-vulsivo, y de aquí algunos de sus aspectos desagradables y hasta inquie tantes . Las ot ras posibles objeciones no son difíciles de contes tar . La división de las formas de gobierno en democrac ias o gobiernos libres y d ic taduras o g o b i e r n o s o p r e s o r e s , s iempre me ha parecido poco convincente. Todo depende de a quién, por qué y para qué se dan las l ibertades democrát i -

Panoramica del edif icio d e la Embajada d e l o s E s t a d o s Unidos , en Teherán, d o n d e un grupo d e e s t u d i a n t e s mant i enen c o m o r e h e n e s a u n a s 6 0 p e r s o n a s , en su mayoría m i e m b r o s de d icha e m b a j a d a .

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En primer término un retrato de l Ayatol lah Jomeini, al f o n d o una multitud d e c e r c a

de millón y medio de p e r s o n a s , d u r a n t e u n a m a n i f e s t a c i ó n contra el d e p u e s t o

S h a de l Irán, e n l a s c a l l e s de Teherán .

cas: cuando se considera que la p r i m e r a de ellas es la de «empresa» (o, lo que es lo mismo, la del capital y sus manifes taciones) , el resul tado suele ser que esta «l ibertad» se come o inutil iza a las de-más , por reconocidas que es-tén; si no se le puede l lamar opresor , a este régimen (en el que Capital y Es tado se identi-fican) hay que l lamarle , por lo menos, depresor o depr imen-te, pues es a t ravés de la depre-sión (abul ia electoral , indife-rencia polí t ica y cul tural , etc.) como consigue los mismos ob-je t ivos que los r eg ímenes opresores, pero con más lega-lidad y a veces más ef icazmen-te. El mismo a rgumen to se puede ut i l izar respecto a los regímenes opresores o repre-sores; todo depende de a quién (y a cuántos) , por qué y pa ra qué se le qu i tan las l iber tades democrá t icas (y cuáles). Na-die podrá negar , en este senti-do, que el régimen de I rán es, an t e todo, exal tador , y de m o d o mul t i tud ina r io (aunque la exal tación t ampoco sea un cr i ter io definitivo). En princi-pio, s in embargo , las naciona-lizaciones de la banca y la in-dus t r ia (el 90 por 100 ya), la l iberación de presos de iz-qu ie rdas detenidos en los úl-t imos meses, la suspensión de las prohibic iones a periódicos y publ icaciones progresis tas y, quizá sobre todo, la partici-pación de los obreros en la di-rección de a lgunas empresas (como la ref inería de Abadán) y su presencia entre los mani-f e s t a n t e s (esos c a m i o n e s -tanques petroleros en medio del m a r de puños), son signos que permi ten espera r que la revolución iraní se va a con-sol idar como un régimen ver-d a d e r a m e n t e d e m o c r á t i c o . Cuando Jomeini a f i rma tener, f rente a las a r m a s del imperia-

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lismo, la «voluntad de Dios», suele añad i r : «y la del pue-blo»; lo pr imero, sólo Alá, el propio Jomeini y los fieles lo saben; lo segundo no se lo pueden discut i r ni sus enemi-gos. La revolución iraní es una re-volución, por muchos aspec-tos, or iginal . Los «misterio-

sos» es tudiantes que ocupan la e m b a j a d a , con su golpe de audac ia y, luego, con su ex-t raordinar ia paciencia y su habi l idad, parecen ser el peso que ha hecho inclinarse la os-ci lante ba lanza de la revolu-ción p o n i e n d o d e f i n i t i v a -mente en el mismo plati l lo la «voluntad de Alá» (al menos,

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la de Jomeini , que les da s iempre la razón) y la «del pueblo» Los moderados, sos-pechosos de favorecer o con-sent i r las concesiones al impe-rial ismo, han quedado barri-dos. La ocupación de la emba-j ada y la retención de rehenes, acep tadas por el gobierno como «expresión de la volun-

tad popula r» ,cons t i tuyen una invención revolucionaria de p r imera categoría. No se t ra ta de te r ror i smo o, si lo es, es un te r ror i smo «blando», no san-griento, con el mín imo daño a las personas . Es un acto ilegal, desde luego, pero ilegales han s ido todas las revoluciones, e m p e z a n d o por la f rancesa , y

como ilegales son denuncia-dos actos tan just if icables re-voluc ionar iamente como las nacionalizaciones; la ilegali-dad de este acto, además , no es sino una respuesta (quizá la única posible o, al menos, la única que han sido capaces de inven ta r los ir^u'esj), a o t r a s i l e g a l i d a d e s i n f i n i t a m e n t e

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m á s graves: el golpe de la C.l.A. en 1953; el régimen del Sha ; las to r tu ras de la SA-VAK... Y no es sólo una res-pues ta a hechos pasados, sino u n a adver tenc ia cont ra lo que podía ocur r i r y quizá estaba e m p e z a n d o a ocurr i r : nuevas compl ic idades con el imperia-lismo, un nuevo re torno del Sha. . . Para ap rec ia r este ar-gumento , los «occidentales» tenemos que pensar en algo m á s «próximo» y m á s «cla-

ro»: supongamos que Pino-che t hubiera sido der rocado por una revolución y que un g r u p o d e r e v o l u c i o n a r i o s , p a r a preveni r vacilaciones y debi l idades , hubiese ocupado la e m b a j a d a nor teamer icana con a lgunos rehenes (diplo-mát icos y funcionarios , más algún «ejecutivo» de la I.T.T.) y exigiera que los Es tados Unidos le en t regaran al «ven-cedor» de Allende (que habr í a ido a Nueva York, pongamos ,

para g radua r se la vista y comprarse unas nuevas ga fas o lentes por contacto). . . El e j e m p l o , c o m o t o d o s los e jemplos, tiene defectos: ni Pinochet es tan «románt ico» y «exótico» como el Sha, ni al pueblo chileno se le puede presentar como tan «fanát i -co» y «extraño», ni el cobre, por i m p o r t a n t e que sea, d a r í a a los chilenos el poder que el petróleo da a los iraníes.. . Sin e m b a r g o , el e j e m p l o , nos ayuda a comprender , creo, que el «asalto al Palacio de In-vierno» (que t ambién fue ile-gal), en la época de las mul t i -nacionales y del noe imper ia -lismo, quizá sea lógico e inevi-table que, en las c i rcuns tan-cias iraníes, se haya conver-t ido en «asalto a la e m b a j a d a » (que en par te era, como afir-m a n poder d e m o s t r a r los ira-níes, n ido de espías, de falsif i-cadores de documentos , de monederos falsos, de exper tos en represión y tortura. . . ) .

Otro aspecto or iginal de la re-volución iraní es su carác ter de just ic iera . Cierto que lo fueron ya la f rancesa , la rusa , la cubana. . . , pe ro ahora no se t r a ta de juzga r y condena r a los culpables de la clase do-minan te y al propio d ic tador , sino t a m b i é n a los cómpl ices imperia l is tas , ins t igadores y p ro tec to res . La revoluc ión i raní , a r m a d a con su ira popu-lar, y apoyándose en la fueipza que le dan los rehenes y el f>e-tróleo, se ha atrevido, incluso, a exigir de la metrópoli la en-trega del d ic tador . Sólo en los juicios del Tr ibuna l Russell se podr ía encon t ra r algo pareci-do; pero con una diferencia: en el caso iraní es el mi smo pueblo quien va a organizar y pa t roc ina r el t r ibunal . Con-fieso que la iniciativa me en-t u s i a s m a : c u a n d o m u r i ó Franco, lo hizo, no sólo en la cama, sino «con las m á q u i n a s puestas», y su muer te fue pro-longada, cont ro lada y «admi-

Un pequeño Iraní, en actitud da disparar s u fuall da Juguete contra la aflgta dal presidenta Cárter, duranta una manifestación antl-norteamericana, en laa ca l l e s d e Teherán.

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El factor re l ig ioso que p a r e c e caracterizar a la revo luc ión iraní no só lo c o n f u n d e — m e j o r dicho, sirve para confundir— a la gran « m a s a » d e t e l e v i d e n t e s y l e c t o r e s d e p e r i ó d i c o s , s ino i n c l u s o a p e r s o n a s d e i zquierdas y d e m ó c r a t a s m a s o m e n o s informados . (Vista de la

gran Mezquita d e Qom, r e s i d e n c i a del Ayatol lah Jomein i .

nis t rada», quién sabe desde qué distancia (aunque sí, sí se sabe: desde la misma dis tan-cia desde la que fue reinsta-lado y protegido el Sha), p a r a permi t i r una transición «pací-fica» e impedi r que el «peli-groso» pueblo español «vol-viera a hacer de las suyas». Mi m u j e r y yo, al conocer la noti-cia en nues t ro «involuntar io autodest ierro», l loramos. No por tristeza, claro, ni t ampoco porque viéramos f rus t r ado un deseo de venganza, sino por-que, de acuerdo con una vieja idea nuestra , nos hab r í a gus-t ado que Franco hubiera sido juzgado en vida en una especie de juicio nacional popula r , que habr ía durado meses y quizá años, en el que todos los españoles hub ie ran tenido la opor tun idad de ac tua r como acusación. Una condena de semejan te «jurado» y an te un t r i b u n a l a d e c u a d o , h a b r í a sido u n inmenso acto de just i-cia y, al mismo t iempo, u n

acon tec imien to e j e m p l a r y educat ivo, que sin d u d a ha-br ía tenido una influencia de-cisiva sobre la evolución polí-tica, social, económica y cul-tural de España . Tengo la im-presión de que es algo así lo que están in ten tando los ira-níes, con el añad ido impor-tan te de la d imens ión interna-cional . Si lo logran —y quizá aunque no lo logren del todo— su t ranscendencia p a r a los m o v i m i e n t o s a n t i i m p e r i a -listas y revolucionarios puede ser enorme . Pueblos como el iraní , el español , el chile-no, etc., pa ra las respect ivas burgues ías u o l igarquías na-cionales y p a r a las burgues ías imperia l is tas , son pueblos de-l incuentes: comenten el deli to de in ten ta r a lcanzar la liber-tad y la just icia , y por él son condenados a 20, 30 ó 40 años y un día de d ic tadura ; el ideal ac tua l del cap i t a l i smo es que, cumpl ida la condena, caiga lo más b l a n d a m e n t e que sea po-

sible y el d ic tador se exile a donde le convenga y sin com-plicaciones; entonces, ya se puede declarar al pueblo en cuestión «maduro para la de-mocracia» y se le puede con-ceder, g radua lmente , una li-be r t ad condicional (con la condición de que no vuelva a i n t e n t a r lo q u e i n t e n t ó ) . Bueno es, y e jemplar , que la ira iraní se man tenga viva y c lara , y que intente, por todos los medios, incluso por Alá, romper este esquema. Si la victoria v ie tnami ta fue la t r a g e d i a del i m p e r i a l i s m o (por la que sufr ió una especie de esquizofrenia) , la revolu-ción, la ira de I rán es la i ronía del imper ia l i smo. De pa í s cancerbero del petróleo —y, c o m o tal , a r m a d o por los es-tados Unidos con uno de los mejores ejérci tos del mun-do—, se ha conver t ido en pe-rro l ad rador y mordedor que amenaza a su an t iguo a m o con los mi smos dientes que éste le

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El Ejército iraní s e mani f i e s ta , e n so l idaridad c o n l o s e s t u d i a n t e s de Teherán q u e m a n t i e n e n c o m o r e h e n e s a l o s m i e m b r o s de la Embajada d e l o s E s t a d o s Unidos e n Irán. Portando retratos de su «inspirador», el Ayatol lah Jomeini .

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afiló y entrenó. De base ant i-soviética —el país entero lo era—, se ha hecho pr incipal foco ant i imper ia l i s ta . De neo-colonia explo tada y despre-ciada, se ha t r ans fo rmado en potencia política, económica y mi l i ta r t emida por la metró-poli. De país víct ima de uno de los golpes de la C.I.A. mejor preparados y de más éxito, ha pasado a ser acusador y fiscal de semejantes «maniobras» . Y, en fin, de país «penetrado» por el consumismo y la televi-sión «americanizada» y alie-nante, ha logrado transfos-marse en país denunciador de esa penetración, capaz, inclu-so, de llevar sus c lamores e imágenes de ira y just icia a la

televisión de la metrópoli y del mundo . Hasta la polí t ica de los «human rights» de Cár-ter ha quedado al desnudo en toda su demagogia gracias a la «crisis de Irán»: de pronto , el d e f e n s o r d e los « h u m a n rights» se ha visto descubier-to, por su protección al Sha, como evidente protector de « i n h u m a n wrongs». Es, el mismo t iempo, fasci-nante e inquie tante el espec-táculo del pa ís capi tal is ta más poderoso a merced de un país re la t ivamente pequeño y dé-bil. Creo, no obs tante , que po-demos t ranqui l izarnos has ta cierto pun to pensando que el episodio de la e m b a j a d a de Teherán ha durado tan to por-

que los Estados Unidos saben que cua lquier intento de aca-ba r con él por métodos violen-tos a d e m á s de significar u n a condena a muer te de sus ciu-dadanos rehenes (lo que pro-vocaría u n a nueva esquizo-f renia interior), significaría t a m b i é n el peligro de hacer real idad uno de los sueños del Che Guevara , ap las tado en Iberoamér ica sólo a fuerza de asesinatos, to r tu ras y dictado-res: los famosos «cien Viet-n a m s » serían, esta vez, «cien I ráns», y acaso no sólo en el m u n d o islámico. Y, de ocurr ir esto, no sería imposible que los «cien Iráns» se convirtie-ran al f inal en «cien Viet-nams» . • J . L.-P.

M a n i f e s t a n t e s iraníes q u e m a n d o una b a n d e r a de l o s E s t a d o s Unidos ante la Embalada de e s t e pa í s e n Teherán, d o n d e d e s d e el día 4 d e nov iembre d e 1979 l o s e s t u d i a n t e s m a n t i e n e n c o m o r e h e n e s a s e s e n t a m i e m b r o s d e d icha Embajada.

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La Canción Protesta en España

(1939-1979)

Víctor Claudín

QUIEN trate de asomarse al panorama de la música y la canción hecha en los años que van desde el fin de la guerra civil hasta los últimos de la década del cincuenta, se

topa con una primera impresión de inmenso vacío. Años de oscuridad. Años de efervescencia franquista, fascista, nacional patriótica. Años en que se reprime hasta con la sangre todo intento de manifestación cultural o artística que desborde mínimamente los cau-ces orgánicos establecidos. Suenan aún como un eco las emocionadas palabras de Ünamuno, aquel rector tan nuestro. Toda una generación de la República, generación también de músicos: Roberto Gerhard, Halffter, Solazar, Falla, Remacha, Casals, Pittaluga, Julián Bautista..., que se ven envueltos en una cruel pantomima, la gran huida que impone una situación de terror. Y si en los años veinte nos imaginamos a nuestros padres bailando chotis, alegres, en los años 40 España fue un país donde no se cantaba, sólo se vivía la división entre vencedores y vencidos. Un pasado siste-máticamente enterrado, aplastado, inexistente, que dejaba su lugar a la unipersonal, exclusiva, dogmática visión del mundo que imponía la dictadura del viejo general.

SAULATINAMENTE el régimen se ve obl igado a l iberalizarse, a abr i rse al ex-

ter ior . Los ú l t imos c incuenta nos d e p a r a n la canción moderna . Poco m á s y la España sub-ter ránea comienza a da r sus p r imeros bro tes después del letargo d r a m á t i c o en que se ha visto s u m i d a . Mov imien tos c u l t u r a l e s se af ianzan en las d is t in tas nacional idades , su-perando el cent ra l i smo cerril y las prohibi-ciones a idiomas que no sean la lengua del Imper io .

La indus t r ia discográfica se d ispara y la can-ción no es sino un obje to de consumo más . Se crean mitos como se crean santos y héroes. Para le lamente la canción responsable y seria, m a d u r a , que sirve a la lucha de un pueblo por encontrarse , por sal ir de la «larga noche de piedra». Luego ya, a la muer te del dictador, el proceso se acelera y el pueblo exige o t ro quehacer a los que suben a las tablas, a los que siguen encer rándose en estudios de gra-bación, a los que no t ienen que supl i r ya a las

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organizaciones políticas; se abre un nuevo t iempo de reconversión y t r aba jo para y hacia el fu turo . En los años cuarenta todo signo de ident idad es s i s temát icamente perseguido, las naciona-lidades negadas. El folklore, la canción popu-lar, las manifes taciones más puras , m á s sim-ples, en ter radas , cas t radas o man ipu l adas vergonzosamente para su provecho por los c í rcu los d o m i n a n t e s . C u a n d o a lgo no se puede vencer del todo, se procura tergiversar . De la misma forma que en la España de pos-guerra lo poco que se consent ía como arte, como cul tura se mos t raba teñido con la san-gre patr iót ica, religiosa, fami l iar . Los medios de comunicación cumpl ie ron a la perfección su papcf de «educadores», porta-voces de una escala de valores nacida del fango autor i ta r io y místico. Se creó también un medio incisivo que sirviera a la política cultural falaz y demagógica del régimen azul: la Sección Femenina, a t ravés de diversas manifestaciones y delegaciones. Así la au tar -quía fue tomando cuerpo, fue haciéndose pre-sente a los niveles más cot idianos del c iuda-dano español. Unos medios cen t rados en un solo objetivo pr imordia l : la imposición a ma-chamart i l lo de una canción popular ra tonera , evasionista, vulgarota y, en def ini t iva, intere-

María de l Mar Bonet .

Raimon.

sada en servir a su dueño y señor el capital y muy a le jada del verdadero interés de la co-munidad t r a b a j a d o r a . Su plasmación musi-cal fue bau t i zada después con el expresivo y pa rad igmá t i co t í tulo de «nacional-f lamen-quismo». Era el fascismo aplicado a la can-ción anda luza , a la que prost i tuía a le jándola de su au tént ica esencia y real idad como tes-t imonio de un pueblo s iempre oprimido. Hasta ese momento , y luego, las «folklóri-cas», las «cuplet is tas», las «bailaoras», los productos más recalc i t rantes y reaccionarios de la música , tuvieron opor tun idad de lucirse con apoyo y para conveniencia del poder, en-t e r rando incluso los aspectos más genuina-mente propios o cast izos que encer raba lo popular . No se t ra ta en modo alguno de una canción despol i t izada. Por el contrar io , desde las más a l tas instancias que controlan la cu l tura , se es tud ian las caracter ís t icas de esa producción propia que adop t a fó rmulas musicales afla-mencadas y ag i t anadas , conservando cierta influencia del cuplé y las tonadi l las de años anter iores , negándose cua lquier posible di-vers idad esti l íst ica. Es preciso hacer olvidar el grave t r a u m a de la cont ienda civil, ador-

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mecer la rab ia y el p r o f u n d o dolor, hacer que las gentes se evadan de su cot id ianeidad te-rr ible y t rág ica . Nace del p l an teamien to ya expl ici tado de conver t i r la canción en un ins-t r u m e n t o m á s de or ientación y manipulac ión de las gentes, sirviéndose de los e lementos consustancia les a su s is tema ideológico: na-cional ismo, pa t r io te r i smo irracional , indivi-dual ismo, racismo, machismo, negación de lo con t ra r io , efect ismo, pur i t an i smo, religiosi-dad , t rad ic iona l i smo para l izante , etc. Ade-m á s de las composiciones con ní t ida inten-ción propagandís t ica , de cariz nacional is ta y función ena jenan te , e s taban las creaciones de cor te sen t imenta l . Canciones todas de nula ca l idad expresiva que no a p o r t a b a n siquiera una visión tes t imonia l .

«Maravillas tiene el mundo /de belleza singular ... I Tiene un tesoro mi España I que nadie puede igualar, / tiene un tesoro mi España Icón su sol y sus mujeres, / con su vino y su cantar». O, por ejemplo, la canción de Yo no me quiero enterar: «Que no me quiero enterar, / no me lo cuente, vecina, / no ve que lo sé de más I y tengo dentro la espina». Lo cierto es que no se podía reflejar mejor la situación. Son ejemplos de letras que sonaban a todas horas por la radio. La radio, he ahí el fenómeno de ese t iempo. La cu l tu ra de la radio, reducida a seriales la-cr imógenos, concursos miles y las canciones que se hab ía decidido que fue ran a ser las que se escuchasen. Con los t í tulos que consiguieron una mayor recaudac ión en la Sociedad General de Auto-res uno ya se puede hacer una idea del conte-nido: La morena de mi copla conseguía tal

Marina R o s s e l l .

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P a c o Ibáñez.

honor por p r imera vez en el 39; en el 40 la de Conchita Piquer A la lima y al limón; en el 41 Tatuaje; luego La luna enamoré, Calirio, Yo te diré, Mi vaca lechera, que t r iunfaba en el 46; Luna de España en el 47, e tcé tera . Es la época t ambién de las orquestas , de Be-net de San Pedro, la Orques ta Casablanca al f rente de la que es tá Raúl Abril, Luis Mar i ano y, espec ia lmente y con más gracia, Antonio Machín . Y dos voces consideradas casi como las oficiales: Antonio Molina y Antonio Ama-ya. Y, ab i e r t amen te , la ot ra España no está en condiciones de cantar : ya lo sabemos, en el exilio, en la c landes t in idad , en las m a z m o -rras, cumpl i endo condenas, en las m o n t a ñ a s aún : hombres y mujeres que l ib raban una denodada y des igualadís ima lucha cont ra el Caudillo, cont ra la oscur idad, el f ana t i smo y el absurdo; que sobreviven como personas con d ignidad, y esperanza en una sociedad mejor , a las condiciones mater ia les y espiri-tuales (rs inantes) de inmensa penur ia y tris-teza. Apenas más allá de las f ronteras geográ-ficas se comenzaba a reconstruir una labor y un p a t r i m o n i o cul tural t runcados que, no obs tante , no se conocerían sino mucho des-pués, c u a n d o las condiciones históricas fue-ran más favorables .

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Lu is E d u a r d o Aute .

El res tablecimiento de relaciones con el exte-rior t ra jo consigo la ape r tu ra t ímida de algu-nas puer tas . Muestras nada relevantes hab ían estado llegando de Francia, EE.UU. y Gran Bretaña. Y ya es la hora de una mayor pene-tración de canciones ex t ran je ras ; especial-mente gracias al Festival de San Remo, la canción i ta l iana impuso al me rcado español impor tantes éxitos. También la indus t r ia na-cional discográfica cobraba car ta de na tura-leza definit iva. Es en esa si tuación que se llega al f inal de la década de los c incuenta , s iendo el disco un poderoso medio de d ivulgac ión . Pero hay más. Es en el 56, en el 57, en el 59 cuando se v is lumbran ya los pr imeros destellos impor-tantes de desper ta r a nivel de canción popu-lar au tént ica . No se t ra ta de algo casual . Ocurre que en los a ledaños de esas fechas se suceden las pr ime-ras manifestaciones univers i tar ias y obreras que toman cuerpo en el Ruedo Ibérico, una vez que la guerri l la ha sido ex t e rminada en su to ta l idad y que la lucha a r m a d a deja de ser viable como contestación revolucionar ia por pa r te de las organizaciones con presencia real. Son del 56-57 las p r imeras luchas uni-vers i tar ias de impor tanc ia . Se produce en esos años el boom turíst ico. También enton-

ces se dan las p r imeras grandes corr ientes de emigrac ión a Europa . En el 55 España ha in-gresado como m i e m b r o de pleno derecho en la ONU. Y en el 58 se organiza una fuerte ola huelguíst ica en Asturias, País Vasco y Cata-luña . El Seiscientos ha invadido las malas ca-r re te ras y se inaugura la TV. En cuanto a es-t ruc tura discográfica, si has ta esos momentos imperaba la ley monopól ica de la Voz de su Amo y Columbia , en esos años aparecen nue-vas casas de discos: RCA, Fonogram, Hispa-vox, Belter, Vergara , Discophon. También el auge del cine favorece la popula-r ización de t í tu los mus ica les y c a n t a n t e s «populares». Surgen también los niños pro-digios cantores . Hasta el 57 se han dado t res cancioncil las p re t end idamen te t radicionales: La niña de Embajadores, Violetas imperiales y Campa-nera. Y en el 57 aparece José Luis con su gui tar ra , que, como pr imer cantautor , llega la f a m a con Mariquilla bonita. Corre el año de 1959, nace en España la can-ción mode rna . Como seguirá sucediendo, Barcelona iba a la cabeza en c u a n t o a creat iv idad, aunque por el Es t ado f u e r t e m e n t e centra l is ta todo pare-ciese tener un t inte madr i leño. En esos mo-mentos los m á s grandes éxitos procedían de allí. Eran los renovadores . Los que fueron ca-paces de acaba r con la monotonía y la po-breza ar t í s t ica . Eran , especialmente, el Dúo D i n á m i c o y José G u a r d i o l a . T a m b i é n la buena música de con jun tos como los Sírex y

J o a n M a n u e l Se r ra t .

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Lluis Llach.

Escobar , d a n d o aún satisfacción a unos secto-res populares fosi l izados en esa fase i m p u e s t a del gusto. Pero gracias a los cambios en la vida social , económica, polí t ica y cul tura l , el paso a u n a e tapa de l iberalización y de re formas , mo-men to en el q u e surge el movimien to pop, q u e dar ían def in i t ivamente renovados los gus tos musicales. Gracias , f undamen ta lmen te , a la in teresada manipulac ión de las potentes em-presas que mane j an a su capr icho el m e r c a d o disco gráfico. Se van imponiendo las nuevas canciones en los dis t in tos lugares. Andalucía, t ie r ra empobrec ida , gente q u e su-fre, sol, paro , miseria, ana rqu i smo , ar te , sen-t imien to p ro fundo . Andaluc ía , can te hondo, f l amenco , nueva canción, hacer gi tano.

Una mane ra de can ta r en grito que i r r u m p e violenta, dolor ida, en un m u n d o dis t in to que quiere ser sordo. Rabia de uno que llega a todos los demás que padecen un mismo des-tino. Amén de lo que cont iene de que ja de pueblo subyugado, el cante es t ambién expre-sión de la t ragedia h u m a n a que se resuelve en el sent ido del f racaso. En ese momen to se hace f i e ramente personal e ín t imo, el h o m b r e se convier te en cen t ro y eje y es a p a r t i r de él

Los Mustang. Todos ellos r ep resen taban la al-te rna t iva más clara y evidente de lo moderno supe rado r an te la monol í t ica línea an ter ior . Hacían o t ras cosas diferentes, ese fue su pa-pel

Sí, el 59, cuando la p r imera edición del Festi-val de la Canción de Benidorml, sonando los conocidos compases de aquel «Telegrama» que can taba Monna Bell. Hab ían sido veinte años de pro longado y ab-soluto a le jamiento de las corr ientes in terna-cionales en todos los te r renos del a r te y de la cu l tu ra . Se había producido un total divorcio que hac ía difícil la integración en las modas y modos de la época, m á s aún con las reticen-cias absu rdas que se m a n t e n í a n . Cuando El-vis represen taba el gran ídolo internacional y el rock en sus r i tmos amer i canos e ingleses t r iunfaba en todos los lugares , en España se-guía en t r ando pre fe ren temente lo i ta l iano y a lguna que o t ra mues t ra parcial de la canción f rancesa , amén del cante popu la r edulcorado. La Canción Española, como mercanc ía pseu-docul tura l y pseudoar t ís t ica , sólo ha pervi-vido a t ravés de fenómenos de mitif icación popular al estilo del que protagoniza Manolo Laborúeta.

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de donde nace el resto, todo lo demás . Grita para expulsar el d r a m a que lleva dent ro . Y alegría, porque se t ra ta de un pueblo que se resiste a la muer te , que se a f i r m a en su perso-nalidad férrea, única, invencible. Se trata de un arte f r aguado en la in t imidad de los hogares, en el l aborar duro de las fae-nas del campo, de la mina , en la t ragedia se-cular vivida en las cárceles, en el h a m b r e , al pie de un most rador , en el dolor infinito del hombre que va a la muer te . Un a r te f ren te al que el f ranqu ismo se estrel ló sin poder des-truirlo. Y luego, f rente al uso t r iunfa l i s ta y superf ic ial del f lamenco, ese folklore pandere te ro , esa car icatura fácil de una real idad negada, de groseros trazos man ipu lados por medios aje-nos, producto falseado y capr ichoso de una manera peculiar de hacer , y a pesar de todo eso son cada vez más frecuentes las manifes-taciones d ramát i cas en las que estal lan los autént icos valores del pueblo gi tano-andaluz, espectáculos como los puestos en escena por La Cuadra, el de Camelamos Naquera r , Per-secución, ediciones como las de Demófilo que ha par t ic ipado en el rescate de la cu l tu ra fla-menca y andaluza , grabaciones , festivales, etc. Todo un esfuerzo por recobrarse y mos-trarse. Y, para le lamente , toda una savia nueva que

B e n e d i c t o .

Ovidi Montllor

corre ofreciendo nuevos bríos al arte de la canción, impos ib i l i tando el es tancamiento . A par t i r , f u n d a m e n t a l m e n t e , del Manifiesto de la Canción del Su r f i rmado en la Granda del 69 por Carlos Cano, Antonio Mata, Pascual y Juan de Loxa hasta hoy, una tradición ya de nuevos can taores y cantantes . Como Benito Moreno, Lolo y Manuel , El Camarón de la Is-la. Carlos Cano, invest igador de las raíces á rabes de su pueblo; Gerena, el can taor com-bat iente por excelencia; Menesse y Morante, dos que lo saben hacer muy bien, tal vez los dos más grandes de hoy. El más impor t an t e fenómeno artíst ico y cul-tura l de la posguerra , convert ido por su pro-pia d inámica en movimiento social: la nova canco c a t a l ana . Desde ser el fenómeno de comunicac ión con la mayoría más original de los aparec idos en todos estos años de miseria creat iva por la fuerza; servir de manera idó-nea como vehículo para la expresión de un pueblo en su lengua, perseguida y pisoteada;

una identif icación con las ansias cultu-y, en muchas de sus manifestaciones,

polít icas, de una comun idad opr imida la ca-nco ha c u m p l i d o en Cata luña un ampl io y mul t id imens iona l papel , ya en alguna me-dida du ran t e la lenta resurrección de unas ansias de l iber tad , y especialmente como mo-tor del estal l ido cul tura l y uno más de los revulsivos pa ra la toma de conciencia social de las gentes du ran t e los sesenta. La lista de los iniciadores es muy extensa. Y has ta llegar a ser años después un hecho pú-blico mayor i ta r io , la can^o p resenta diversas a l te rna t ivas a u n a d a s por un espír i tu totali-

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zador y concil iador de corr ientes y estilos. Movimiento extenso y diverso cuya intencio-na l idad común es eminen t emen te popu la r con el p resupues to inicial de divulgar las rea-l idades cu l tura les a pa r t i r del id ioma autóc-tono. Contando, como en ningún ot ro lugar, con el apoyo de ampl ias zonas de la burgues ía ca t a l ana . Movimiento que nace t ambién , da-das las c i rcunstancias , al margen del engra-na je de la cul tura oficial. José Guardio la y las H e r m a n a s Ser rano can-tan éxitos internacionales en ca ta lán . En el 61 Remei Margar i t , Lluís Se r r ah íma y Miquel Porter publ ican un pequeño cancionero, año de las p r i m e r a s actuaciones públicas. Apa-rece Raimón y se integra a Els Setze Jutges. En el 62 aparecen los p r imeros discos y en d ic iembre la can^o da su p r imer festival en el Fórum Vergés. En la radio ya cuentan con hombres que apoyan el movimiento : Soler Ser rano y Salvador Escami l la . En sep t iembre del 73 la canción en ca ta lán Se'n va anar, in-t e rp re t ada por Raimon y Salomé t r iunfa en la qu in ta edición del Festival de la Canción del Medi ter ráneo. Toda una nueva época de as-censo y consol idación eclosiona a pa r t i r de la victoria. Pero c u a n d o todo va con un e m p u j e no previsto con anter ior idad , el movimien to sufre crisis que p robab lemen te pa r t i e ran de cuest iones personales , que sobre todo eran d is t in tas m a n e r a s de en tender la canción, como profesión, como pos tu ra ética y estéti-ca, etc. Hay cuest iones como la del bilin-güismo p lan teada a par t i r del fenómeno Se-r r a t , que divide la unión es tablec ida ante-r i o rmen te sobre la práct ica . Se produce tam-bién una dua l idad edirorial y a Edigss viene a sumárse le Concentric Promotora .

Juan Carlos S e n a n t e .

Agapito Marazuela .

Para le lamente al apoyo desde las a l tas ins-tancias al f enómeno del b i l ingüismo con la intención de integrar un movimiento que se presentaba se r iamente espinoso, se censura , se prohibe, se de ja de hablar de los otros can-tantes . Dos años de impass en donde todo t iene que volver a hacerse casi desde el pr in-cipio. Sin embargo , con el t i empo los nombres que pe rmanecen son, p rsc i samente , el g rupo per-seguido y cal lado: los Pi de la Serra , Mar ía del Mar Bonet , Ovidi Montl lor , los Lluís Llach, Ra imon, etc. Y cuando todo parece es-tacionarse, nuevas voces aparecen, son las de Joan Isaac, Muntaner y, especia lmente , la be-lla alegría de Marina Rossell. El p r imer paso en la búsqueda de un ca rác te r vaso en la canción con sello de te rminan te -mente au tóc tono pasaba por el empleo del idioma na ta l , el euskera. A ellos no les íue fácil el camino , o no t an to como a los ca ta la-nes que se pe rmi t í an tener como modelo a los franceses. Los can tan tes vascos no tuvieron otro remedio que recurr i r a sus fuentes t radi-cionales. Son prsc i samente los cancioneros el p r imer mater ia l ut i l izado por los can tan tes . O t r o s g r u p o s r ecogen d a n z a s t í p i c a s al t i empo que recuperan ins t rumen tos origina-les de la t ierra, l legando a reconstruir a lgunos de los que tan sólo tenían noticia a t ravés de re la tos o grabados , como el a rpa o la gai ta . «Argia» fue uno de estos grupos.

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Pero t amb ién ya en los años sesenta se adop-tan melodías ext ranjeras , como los cha-cha-chás, las vaqueras amer icanas , Dylan. Neme-sio Etxaniz y Juan Miguel I r igara i serán al-gunos de estos t raductores . Y p ron to apare-cerá quien cante composiciones propias o musique letras de poemas actuales . Mikel Laboa es quien duran te su es tancia en Barce-lona conoce el movimien to de canción en torno al grupo Els Setze Jutges y p lantea la posibil idad de una agrupac ión con c ier tas ca-racter ís t icas aglut inantes . Eran los can t an t e s que iban coincidiendo en recitales. Se dio el nombre de Ez dok a m a i r u . Corría el año de 1966. Ya en 1961 en Bayona había apa rec ido el p r imer disco de nueva canción vasca: es Michel Labeguerie.

En aquel grupo, que después del espectáculo «Baga, biga, higa» se dividieron, es taban prác t icamente todos: los h e r m a n o s Arza, Ju-lián Berestxe, los he rmanos Ir igarai , Lurdes Iriondo, Kapa Garbizu, Mikel Laboa, Xabier Lete, Zabala, Lekuona y Luis Bandres . Algu-nos de ellos monta ron «Zarpir ibai» , con can-tantes de Euskadi Norte. Antxon Valverde, Julen Lekuona y Lete sacaron un disco que a la vez monta ron como espectáculo, Bertso Zaharrak, con versos de Zenpelar , Txir r i ta y otros bertsolaris anón imos y conocidos. Por su parte , los hermanos Arza y Mikel Laboa montaron «Ikimilikilikilik», algo más com-plejo que las cosas anter iores , en donde mez-claban desde canciones, música y poemas a dibujos y proyecciones de diaposi t ivas .

Luego se s u m a n nuevas voces, s iendo la más impor tan te la de Gorka Nórr , que comienza a can ta r en el 69. También la de I m a n a l .

Es con ocasión de la I Semana de Cultura Aragonesa, en 1973, en el recital de canción el 6 de marzo, cuando la canción popular se c o n v i e r t e en u n a r e a l i d a d c o n s o l i d a d a cuando suenan aunadas las voces de Renaxer , Tomás Bosque, Carbonell , Labordeta y La Bullonera en una sola, «para el que quiera usar la como su propia voz, como su propia a rma» . Era la conciencia social de un Aragón que volvía a ser. Es una canción comprome-t ida con su t ierra y sus gentes, v inculada a los núcleos cul turales minor i tar ios y a formas pr imi t ivas de organización. Luego hay nom-bres que se consolidan, en p r imer lugar la voz profunda de Labordeta , t amb ién el t r ío de voces que llegarán a ser La Bullonera, Joa-quín Carbonell , etc.; o t ras voces desaparece-rán, como la de Tomás Bosque. En Galicia el movimiento de una nueva can-ción nace ta rde también, como ocurre igual-

mente en Canarias . Allí la voz más m a d u r a es la de Benedict ino. También junto a Miro Ca-sabella, Xavier, Xera rdo y otros conformaron el g rupo Voces Ceibes, que se convirt ió en nú-cleo del movimien to de nova canción galega, Xera rdo Moscoso, Vicente Araguas. Luego Bibiano, que t r a b a j ó bas tan te t iempo con Benedict ino. In tentos oficiales de crear una canción gallega, como el de Andrés do Barro y canciones en gallego por pa r te de otros can-tan tes desvinculados a la t ierra verde y llu-viosa. El nuevo sonido en Canar ias lo hace princi-pa lmente J u a n Carlos Senante , aunque desde los años cuaren ta se había dado en aquellas islas una preocupación por recoger y actuali-zar los d is t in tos r i tmos y estilos l imitados en-tonces a da r cier to escapara te . Ya en el 63 g raban Los Sbandeños , re ivindicando la cul-tu ra y la raza guanche . Y también un trío ori-ginal de La Pa lma: Tabur ien te Folk, que t ambién se han aden t r ado por el camino de la renovación de los r i tmos. Cast i l la c o m o reg ión , como nac iona l idad igua lmente somet ida al capricho de los de-signios de un Es t ado cen t ra l i s ta , tal vez cuente con una historia menos conocida, me-

A n a B e l é n y Víc tor M a n u e l .

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(**»m

Imanol.

nos escri ta . Pero no por ello menos valiosa su apor tac ión , si bien d e t e r m i n a d a por el ejem-plo ca ta lán . Castilla, ag lomerada en torno a Madr id , capi tal del imper io en decadencia . Castilla como recuperación y presencia de unas ' señas de ident idad propias , se ha lla-m a d o en el terreno musical Agapito Marazue-la, con cuyo tesón invest igador y t r ansmisor ha man ten ido vivos todos unos sonidos au-tóctonos. Sus discípulos van desde grupos a los Nuevo Mester de Juglar ía a las Jul ia León, que t an to impulso renovado han dado a esas fo rmas de hacer canción popula r , m á s allá del mimét ico y puro folklore. También el academic i smo de los Joaqu ín Díaz con todas

las posibles cr í t icas han es tado ahí, c a n t a n d o a unas gentes de una t ierra y de sus anteceso-res. Aparte de in tentos oficialistas de c rear la nueva canción cas te l lana en voces que ofre-cían una apar ienc ia de cal idad, como Mar ía Ostiz, Manolo Díaz, Juan Pardo, etc., nace al calor de la lucha por las reivindicaciones es-tudiant i les y de los barr ios , cantantes que es-gr imen la canción como a r m a . Son J. L. Leal, Hilario Camacho, Elias Serna, Cachas, Igna-cio Fernández Toca, Adolfo Celdrán, Muñá-rriz, etc., que en noviembre del 67 dan un recital en el R a m i r o de Maeztu como g rupo recién nacido: Canción del Pueblo. Un a ñ o después se produci r ía la rup tu ra y se man-tendr ía ún i camen te unida una par te en to rno a un nuevo nombre : La Trágala . Pero an tes es preciso mencionar un h o m b r e que hizo de pionero en el p a n o r a m a negro de los años anter iores . Chicho Sánchez Ferlosio, del que todos hemos can tado alguna vez le-t r a s suyas sin saberlo. Porque era el a u t o r de t emas tan popula res como el de Los gallos, el ded icado a Jul ián Gr imau La pa loma de la paz, etc., y que ya can t aba y componía en los años c incuenta . Como satél i te que influenció a todo el g r u p o menc ionado antes, y con indudable luz pro-pia, t r a b a j a b a más allá de nuest ras f ron te ra s Paco Ibáñez , del que todos aprendie ron a mu-sical" poemas . L. E. Aute den t ro de este breve p a n o r a m a de la música de Madrid, ha f u n -c ionado s i empre con una gran independenc ia y enorme crea t iv idad que dif icul ta s i tuar le mejor . Pa ra le lamente a Canción del Pueblo y La Trágala después, func ionaba ot ro h o m b r e in-

Julia León.

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Manuel G e r e n a .

f luenciado del folk amer i cano y que par t ic ipó en la creación del grupo Almas Humi ldes , An-tonio Resinos. Un grupo que tuvo gran inf luencia en t re el 69-70 fueron las Madres del Cordero que, con Moncho Alpuente a la cabeza, hac ían una música s impát ica con textos de h u m o r . Una generación posterior vendr ía m a r c a d a por Luis Pastor, que desarrol la su t r aba jo musical en los barr ios p re fe ren temente ; y Pa-blo Guerrero, tal vez uno de los can tau to res más serios de todo el Es tado y que saca su pr imer LP, A cántaros, en el 72.

Recitales, discos que van saliendo, p rob lemas con la censura , en ocas iones de tenc iones —véase Elisa Serna—, contac tos con o t ras la-t i tudes. Otros nombres , l igados a Madrid en la me-dida en que en la capi tal es tá el cent ro del poder , está todo, podr ían ser los de Víctor Manuel , que ha sabido concil iar su ac t i tud mi l i t an te con un gran éxito popular , y el de Mugulo Ríos, can tan te rockero por excelen-cia. Y la canción comercial : un mono se viste de seda y ent re aplausos y gritos histéricos sube a un escenario donde suda r entre ruidos y fo-cos de colores. Toma el p l á t ano por la m a n o y se enreda con un cordón en la gesticulación

gimnást ica que va e laborando al r i tmo de los sonidos que salen melódicos de su garganta viciosa. Son los productos fabr icados artifi-c ia lmente por los agentes artíst icos, por los productores . Son los mitos del momento , los hi ts del año. La nul idad en el terreno estético, la miser ia creat iva, la nueva alienación. Pero los pueblos de España ya se han puesto a can ta r , de pie, con el p u ñ o o los puños levan-tados. Los reci tales ya no son una novedad, es un t r aba jo cont inuo que lleva a cabo un pro-fesional ded icado a su ar te . Se mant ienen, sin embargo , las censuras , los problemas indus-tr ia les y, digamos, políticos. Hoy el m u n d o de la canción también entra en crisis. Las g randes casas de discos son estran-guladas y luego t r agadas por las más podero-sas de las mul t inac ionales . Permanecen los can tan tes m á s serios, la labor más conscien-te, m á s p u r a . Mientras los mitos se van de-r r u m b a n d o , cada año. Toda una polí t ica cul-tural , para le la , se mant iene sin más apoyo que el de la presencia de sus seguidores, con todas las cor tapisas imaginables desde el po-der, que cierra las puer tas de los medios de comunicac ión a lo que no le s i rvdndirecta-mente . Es mucho lo que se h a avanzado, mucho lo hecho, mucho lo que queda por hacer . Y Es-paña seguirá can t ando . • V. C.

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L 7 de enero de 1960 mo-na en aevidente de automóvil Alhert Camas.

Releer su obra hoy, veinte años des-pues, supone recuperar la adolescen-cia v constatar la terrorífica mono-tonía de este siglo. Camas fue para las generaciones del «pronuncia-miento estudiantil» el autor de nues-tros 16 años, el que hizo nuestra ado-lescencia interesante y nuestra ju-ventud rebeldeel alimento de nuestras inquietudes , el instigador quizá de nuestra primera «crisis de fe». Pero fue también, entre quienes

configuraron nuestra sensibilidad, el que más prontamente envejeció, el nás rápidamente olvidado: su ba-

bosa recuperación cristiana por Charles Móeüer y los aperturistas del Vaticano II fue el primer estimulo a la desconfianza. El rechazo de este

Camus blando > manipulado por los curas progres • ¿e vio pronto refor-zado por el descubrimiento y entu-siasta adhesión al marxismo, ¡cuán-tas infidelidades a lo más íntimo y entrañable de nuestro pasado y nues-tras más apasionadas lecturas, ofre-cidas en holocausto a Marx, Lenin y un mítico proletariado!

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N ADIE dudó duran te los años 60 y bue-na pa r te de los 70 de que era Sa r t re

quien tenía razón fren te a Ca mus en la polémi-ca que provocó su r u p t u r a en torno al com-promiso polít ico con los comunis tas : mien t ra s aquél se convert ía en «compañero de viaje» y se l levaba, en su evolución hacia el marxis-mo, un buen montón de in te lectuales a los PCs, Camus aparecía como «el típico pe-queño-burgués vacilante, individual is ta , re-ca lc i t ran te y ob je t ivamente contrarrevolu-cionario» . En el paso de la juven tud a la « ma-durez», de la b landenguer ía a la «dureza pro-letaria», de la rebelión a la revolución, Camus (y m u y p ron to el propio Sar t re) quedaba ente-r rado, o lv idado en un rincón del Inconsciente generacional , confundido quizá , en sabia sín-tesis, con el J a m e s Dean de «Rebelde sin cau-sa». En la selva teórica de los Mao, Marcuse, Althusser, Foucault , Lacan, Nietzsche, Deleu-ze; en t re la «psicodelia». la «muer te del hom-bre», la «sobredeterminación es t ruc tura l» , la «forclusión», los «flujos pasionales» y el «pa-sotismo» no parecía habe r lugar pa ra alguien tan «antiguo» y demodé como pa ra p roc l amar en medio de la Peste de este siglo que «hay en los hombres más cosas d ignas de admirac ión que de desprecio». Sin embargo , cuando la Revolución mues t ra (una vez más) su rostro de Gulag, c u a n d o la Con t racu l tu ra se revela como Incul tura co-merc ia l izada y el «pasot ismo» se convierte en s inónimo de necedad, cuando «Freud and La-can» degeneran en jerga esotér ica promocio-n a d a por argent inos avispados, cuando se pronuncia «el nombre de Nietzsche en vano» y b a j o la másca ra deleuziana se confunde la manía con la moría, la genia l idad con la estul-ticia, el en tus i a smo con el vómito; cuando la

Camus situó dos de s u s obras teatrales, «La revuelta de Asturias» y «Estado de sitio», e n la tierra d e su madre (española , d e Baleares) , a la que s iempre consideró como su segunda patria... Calificándola c o m o «la so la tierra donde me siento plenamente yo mismo, el único país del mundo e n que s e s a b e fundir en una ex igenc ia superior el amor d e vivir y la dese sperac ión de vivir». (La madre de

Albert Camus, contemplando una fotografía de su hijo).

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Camus quedó para s iempre marcado por el pa lsa |e d e s u tierra: el esplendor salvaje del sol, la dulce claridad del mar, las p e q u e ñ a s c i u d a d e s e n c l a v a d a s e n el Imponente e Infinito desierto, la Intensa •verdad» d e las e s tac iones , serán habltualmente no só lo el e s c e -nario d e s u s novelas , re latos y obras d e teatro, s ino Incluso s u s protagonistas. (El paisaje familiar a Camus, durante s u s primeros

años: Tipasa).

mezquina c rue ldad se escuda en el ínmora-lismo y la desganada promiscu idad se d is f raza de l iberación, c u a n d o la más absoluta vacie-dad se esconde tras los prest igios de lo inefa-ble y abu r r im ien to es el o t ro nombre de van-guard ia , c u a n d o la presunción teórica e im-per t inencia prác t ica de las dos ú l t imas déca-das sólo han de jado como herencia inseguri-dad y dolor.. . las convicciones caen, las evi-dencias se desvanecen y el deseo vacila. Zozobrando, con una clara sensación de ab -surdo, se precipi ta uno en la au todes t rucc ión sin excusa o e m p r e n d e un viaje hacia lo m á s ín t imo de uno mismo en busca de los pr imi t i -vos impulsos que iniciaron el t inglado, hacia los polvos que t ra jeron estos lodos. Se descubre entonces que nues t ro e n t r a ñ a b l e y o lv idado C a m u s había gr i tado incansable-men te casi todo lo que ahora repi ten los fuegos de ar t i f icio de una «nueva filosofía» superf i -cial y pedante a la que hay que reconocerle sin e m b a r g o el mér i to de habe r «popular izado» una larga serie de aca l ladas evidencias y ob-viedades . Quienes encuen t ran fácil r eba t i r y despreciar los exabruptos de un Arrabal me-tido a bufonesco profeta evangélico de u n a nueva Cruzada con t ra el Comunismo, ha r í an

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«Los h o m b r e s m u e r e n y no s o n f e l i c e s —dirá

Cal ígula—. E s una verdad muy senc i l la y

muy clara, un p o c o tonta, pero difícil d e descubrir y

p e s a d a d e l levar». (Camus, entre

bast idores , durante la r e p r e s e n t a c i ó n del

«Ca l ígu la» , e s t renada e n el Teatro Hebertot d e

3 ar is . En e s c e n a , Gerard Philipe).

bien en roer huesos más duros como « El Hom-bre Rebelde», ese lúcido a legato cont ra el te-rror ismo de Es tado y sus abst racciones que no duda en perseguir hasta sus raíces metaf ís icas y religiosas las razones de la trágica me tamor -fosis de la rebelión eji c r imen. La esclavitud a la moda les obligará, pues, ver a Foucault interrogarse sobre la deseabi l idad misma de la Revolución y apoyar su opción por la resistencia en una apuesta por la vida desasistida de razones, induce a pensa r que, en el veinte aniversario de la muer te de Ca-mus. la cu l tura f rancesa que dicta nues t ras lecturas, aprovechará su indudable actual i-dad pa ra impulsarnos a releerle. Bienvenida sea la moda en este caso. Junto al revivido sabor de la adolescencia, nos embargará entonces la a m a r g u r a de la mono-tonía de un m u n d o capaz de hacer ac tuales las más viejas reflexiones: Hit ler y Stal in, los campos de concentración, el total i tarismo, el terror ismo de Estado, definen el t i empo de Camus y el nuestro, esta «época de la premedi-tación y del crimen perfecto... de los campos de esclavos ba jo la bande ra de la l iber tad, las matanzas just i f icadas por el a m o r del hombre o el gusto de la sobrehumanidad» que uti l izan como «coartada i r refu table ía filosofía, que puede servir pa ra todo, has ta pa ra convertir a los asesinos en jueces». Frente a ellos, «los verdaderos ar t i s tas no des-precian nada, se obligan a comprende r en lu-ga r de juzgar».

VIDA Y OBRA

Albert Camus nació en Mudovi (Argelia) el año 1913.

Quedó para s iempre marcado por el paisaje de su t ierra: el esp lendor salvaje del sol, la dulce c lar idad del mar , las pequeñas c iudades en-c lavadas en el imponente e infinito desierto, la intensa «verdad» de las estaciones, serán ha-bi túa lmen te no sólo el escenario de sus nove-las, re la tos y obras de teat ro sino incluso sus protagonis tas : en «El extranjero», Meursaul t comete el homicidio que le llevará a la muer te «a causa del sol», en «El Malentendido» Marta y su madre real izan la serie de cr ímenes que t e rminan con su he rmano e hi jo con el fin de re t i rarse a las des ier tas playas afr icanas, etc. «S iempre he tenido la impresión de vivir en al ta mar , amenazado , en el corazón de una real fel icidad», dirá Camus en «El verano» (1954), obra de madurez que renueva sus ju-veniles «Bodas» (1938) con la Tierra: esta co-munión con la na tura leza j a m á s abandonará a Camus; ella es el origen de una adhesión posi-tiva al m u n d o que no transige ante ningún nihi l ismo y la raíz de su preferencia anti-cr is t iana p o r la Tierra frente al Cielo. Pero estas «bodas» no son idílicas: la sombra del Mal, la presencia de la Muerte se hace sent i r p ron to en la vida de Camus en forma de miser ia y en fe rmedad . Aquejado de tubercu-losis en 1930, ai-rastra su enfe rmedad du ran t e cinco años; de famil ia sin recursos, se ve obli-gado a t r a b a j a r en las más diversas profesio-nes (vendedor de accesorios de automóvil , comisionista mar í t imo, burócra ta , actor) pa ra poder costearse los estudios de Filosofía que t e rmina en 1935. Dos años de mil i tancia en el Par t ido Comunis ta (1934-1936) du ran te los cuales escribe su p r imera obra teatral , «La rebelión en Asturias», le inmunizan de cara al fu tu ro cont ra la ten tac ión que aquejará a Sar-

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La gran valentía e s mantener los 0)0» abiertos tanto sobre la luz como sobre la muerta». (Albert Camus).

André Malraux (de uniforme), visita a

Camus, en la redacción de «Combat».

t re. Se va abr iendo paso un nuevo descubri-miento: «Los hombres mueren y no son felices —dirá Caligula—. Es una ve rdad muy sencilla y m u y clara, un poco tonta , pe ro difícil de descubr i r y pesada de llevar». En opinión de Camus «se pueden contar los espír i tus que han sacado las conclusiones ext remas» de esta «evidencia» urr poco simple: «el hombre es morta l»; él aspi ra a ser uno de ellos. Esta dual idad de experiencias, este enfrenta-miento a la luz y a las sombras de la realidad y la vida h u m a n a se encuen t ra en la base del p r imer libro de ensayos de Camus, «El revés y el derecho» (1937) que indica ya desde el t í tulo lo que expresa: la s imul tánea aceptación y extrañeza del mundo : «No hay amor a la vida sin desesperación de vivir... Estoy ligado al m u n d o por todos mis gestos, a los hombres por

toda mi p iedad y mi reconocimiento. E n t r e este derecho y este revés del m u n d o no qu ie ro escoger, no me gusta que se escoja po rque no me gusta que se haga t r a m p a . La g ran va len t ía es m a n t e n e r los ojos abier tos tan to sobre la luz como sobre la muer te» . Según su propio testi-monio, en esta obra, en esta pos tura , se en-cuent ra la clave de toda su vida. Como pa ra conf i rmar lo , en 1943, después de habe r pub l icado «El Ext ranjero» y «El Mito de Sísifo» (ambos de 1942), novela y ensayo sobre «el revés» de la vida, el absurdo, el abandono , la soledad, ingresa «inconsecuen-temente» (absurdamente ) en la Resistencia y t r a b a j a como redac tor en el periódico clandes-tino «Combat»: «el derecho» no es ya sólo la comunión con la na tura leza sino t amb ién y sobre todo la solidaridad con los otros hom-bres. Soli tar io y solidario, famoso y reconocido t r a s la Liberación, Camus cont inúa e l aborando una obra que se mant iene sus tanc ia lmente fiel a su inspiración original y en la que cabe regis-t ra r una oscilación t emát ica más que una efec-tiva evolución; lo que en modo alguno se da , es el cambio o r u p t u r a que algunos han que r ido ver. Las ob ra s de C a m u s se ent re lazan y es-clarecen las unas a las otras: Meursaul t en-cuent ra en su celda un recorte de per iódico que na r r a el a rgumen to de «El Malentendi -do», «El h o m b r e rebelde» dedica un largo ca-pí tulo a d iscut i r y teorizar el d r a m a expues to en «Los Justos», etc. El propio autor d is t ingue

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«El derecho no e s ya sólo la comunión con la naturaleza, sino también y sobre todo la solidaridad con los otros hombres». (Camus,

en Bougival, noviembre de 1945).

en sus «Carnets» dos ciclos : el de absurdo y el de la rebelión. El p r imero comprende , a d e m á s de «El extranjero» y «El Mito de Sísifo», las obras de teatro «Calígula» (1944) y «El Malen-tendido» (1944). El segundo incluye la novela «La Peste» (1947), las obras tea t ra les «Estado de Sitio» (1948) y «Los Justos» (1950) y el ensayo «El Hombre Rebelde» (1951). Su obra nar ra t iva se comple ta con «La caída» (1956) y «El Exilio y el Reino» (1957). A ello hay que añad i r otros dos libros de ensayos, «Cartas a un amigo a lemán» (1943) y «El Mi-notauro» (1950), la recopilación de crónicas periodísticas, «Actuelles» (I, II y III) y el diario o «Carnets» (I y II). Aparte su obra l i teraria y en es t recha relación con ella, la ú l t ima década de la vida de Camus está presidida por su lucha con t ra el totali ta-rismo, reclámese de derechas o de izquierdas: la polémica y r u p t u r a con Sar t re a causa del ace rcamien to de éste al comunismo, la conti-nua denuncia del régimen fascista de Franco, el apoyo a las insurrecciones an t iburocrá t i cas de Berlín Este (1953) y Hungr ía (1956), consti-tuyen los episodios más l lamat ivos de una cons tan te lucha por defender a hombres con-cretos de los engranajes múl t ip les del terro-r i smo de Es tado y las abstracciones que lo

justifican. Más allá de los conflictos políticos e ideológicos, Camus reprocha (a Gabriel Mar-cel) «que la muer te de un hombre no parezca indignarle n a d a más que en la medida en que ese hombre compar t e sus ideas» y denuncia el declive de la indignación: «Es cierto que la indignación decl ina y, mucho peor, se orga-niza a hora fi ja y a dirección única. Y protes-t a n d o se han conver t ido en hemipléj icos. Eli-gen entre las v íc t imas y decre tan que las unas son es t remecedoras y las o t ras son obscenas». El grito de Camus sigue siendo doloros amen te ac tua l : no hay ni már t i res ni ajust iciados, sólo hombres asesinados. Sólo a la luz de esta pos tura puede compren-derse su d iscut ida act i tud ante el p rob lema argelino, que le hir ió como ninguno: «La ver-dad es ésta: una par te de nues t ra opinión pien-sa confusamen te que los á rabes se han atri-buido j u s t a m e n t e el derecho de degollar y de mut i lar , y la ot ra par te acepta legi t imar, de una forma o de o t ra , todos los excesos».

EQUIVOCOS CAMUSIANOS Tras su adap tac ión d ramá t i ca de la novela de Faulkner «Réquiem por una monja» , a lgunos críticos creyeron (quisieron) ver una evolu-ción de C a m u s hacia el cr is t ianismo. Se apo-yaban a d e m á s en cier tas aparen tes ambigüe-dades de «La Peste» y en la atr ibución, en «El hombre rebelde», de todos los males actuales al ciego in tento h u m a n o de autodeificación política como recurso sust i tutor io a la muer te de Dios. Ya en esta obra Camus rechaza explí-c i t amente la «tentación religiosa» (buscando más bien la imposible «solución» por el ca-mino del arte) con idéntica radicalidad a como lo hizo en «El mi to de Sísifo»; por si ello no bas ta ra , en su ú l t ima obra , «El exilio y el Rei-no» deja mer id i anamen te clara su postura f rente al p rob lema religioso. Esta serie de relatos hace eco, veinte años des-pués, al p r i m e r ensayo de Camus: el «exilio» (categoría muy quer ida por el autor que apa-rece en casi todas sus obras) es «el revés», «el derecho» es el «reino». En el p r imer relato, Janine , «la m u j e r adúl tera» , se descubre exi-lada de su marido, ex t ran jera a él, irremedia-b lemente sola, y l lora desconsoladamente después de haber le «traicionado» una noche comet iendo adul te r io con el cielo y las estre-llas «echada de espaldas en la t ierra fría» mien t ras «el agua de la noche comenzaba a llenarle» y «le parecía encont ra r sus raíces». En el úl t imo, d 'Arrast , un ingeniero francés, soli tario t r a s la mue r t e de alguien por su cul-pa, descubre el «reino» en un poblado de la selva brasi leña cuando los indígenas le dicen : «Siénta te con nosotros»; esta conquista de la

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¿*-

C a m u s e n el b a n c o d e la P r e n s a (3.° e n la s e g u n d a fila, a partir de la izquierda), durante el p r o c e s o d e Petain.

sol idar idad y la amis tad la ha obtenido al pre-cio de compar t i r , cual nuevo Cireneo, la piedra-cruz del cocinero-Cristo incapaz de cumpl i r su promesa y consumar él sólo su pe-regr inación. Pero d 'Arrast no sólo cont inúa la sacr i f icada procesión del cocinero sino que «bruscamente , sin saber por qué, dobló hacia la izquierda y se apartó del camino de la igle-sia, poniéndose de f rente a los peregrinos» y yendo a deposi tar la piedra-cruz en la misera-ble choza de sus compañeros , jun to a los cua-les «el r umor de las aguas lo co lmaba de una felicidad tumul tuosa . Con los ojos cerrados , saludaba jubilosamente su propia fuerza, sa-ludaba una vez más a la vida que volvía a empezar» . Este cambio de i t inerar io, unido al t í tulo bíblico de la obra , indica una inversión de los valores crist ianos: el «Reino celestial» es aquí el verdadero exilio y el «Exilio en el mundo» el verdadero reino; la comunión de los hombres susti tuye a la comunión de los santos; el exilio es el soli tario despo jamien to f ren te a Dios y el reino la so l idar idad h u m a n a sin Dios. Pero así como no hay reconciliación religiosa del hombre con Dios, salto a la fe, t ampoco hay reconciliación definitiva en el plano humano: el exilio se instala en el cent ro mismo del rei-

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no, el revés sombrea pe rmanen t emen te el de-recho, la soledad resurge en medio de la soli-da r idad , la rebelión no cura el absurdo sino que lo ex t rema, no hay victoria final con t ra la Peste (todos somos un poco Cottard) . Quizá sea este rechazo de la reconciliación, de la síntesis final, de la unidad de los contrarios, de la solución, del «happy end», la caracterís-tica m á s significativa e interesante del pen-samien to camus iano . Es ella la que pe rmi te descubr i r la un idad p rofunda ent re el «ciclo del absurdo» y el «ciclo de la rebelión» y la que impide no sóío da r el salto cr is t iano del a m o r al p ró j imo al a m o r a Dios, sino t amb ién con-cluir r ac iona lmente de aquél el rechazo del egoísmo. Pa rado jas de «La Peste»: R a m b e r t , el per iodis ta insolidario y egoísta obses ionado con su fel icidad personal , acaba renunc iando a la fuga y e n t r a n d o en los equipos sani tar ios , mien t ras que Rieux y Tarrou, apóstoles laicos de la ta rea comuni ta r ia (que, sin embargo , respe tan la obsesión egoísta de Ramber t y no le d isuaden nunca de su proyecto) festejan la consagración de su amis tad , rompiendo la cua ren tena y solazándose con un lu jur ioso y privi legiado baño de mar . «Nada de lo hu-mano me es a jeno», diría con gusto Camus, y menos que n a d a sus inevitables contradiccio-

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nes: «Creo que me da igual —decía— vivir en la contradicción. No deseo ser un genio filosó-fico. Ni tan siquiera un genio de n ingún tipo; ya tengo bastante con ser un hombre» . Tal es la or iginal idad de Camus, la raíz de su pensa-miento: ref lexionar desde la condición huma-na, sin rebasar nunca los l ímites de la misma, sin permit i rse someter la a n inguna abstrac-ción, sin dejar la a merced de la lógica de una ideología, sin concederse el salto a n inguna fe. Camus rechaza toda reconciliación porque re-chaza toda fe: se rehusa al acto de fe, bien sea en Dios, en la Razón o en la Historia. Ni tan siquiera tiene fe en el Hombre , en con t ra de lo que pudiera parecer: la subl ime pa rado ja ca-musiana consiste en f u n d a m e n t a r el respeto a los hombres en la fal ta de fe en el Hombre , f u n d a m e n t a r el valor de la vida en su carencia de sentido, en el sen t imiento del absurdo . No hay en Camus una filosofía human i s t a porque ni tan siquiera hay una filosofía; lo que dice al comienzo de «El mito de Sísifo» es igualmente válido pa ra su segunda obra «filosófica», «El Hombre Rebelde»: «Las pág inas que siguen t ra tan de una sensibilidad absurda. . . no de

C a m u s rechaza toda conciliactón porque rechaza toda te: s e r e h u s a al a c t o d e f e , b ien s e a en Dios, en la Razón o e n la Historia. NI tan s iquiera t i ene fe en e l Hombre, e n contra d e lo q u e pudiera parecer: la subl ime parado |a camuaiana c o n s i s t e en f u n d a m e n t a r el r e s p e t o a to s h o m b r e s an la taita d e ta e n e l Hombre , f u n d a m e n t a r e l valor de la vida e n su c a r e n c i a de sent ido , e n el s e n t i m i e n t o del absurdo . N o hay e n C a m u s una f i losof ía humanis ta p o r q u e ni tan s iquiera

hay una f i losof ía .

«Mi d e s e o (al escribir «Estado de sitio» y situarla e n E s p a ñ a ) ha s ido a tacar d e frente un tipo d e s o c i e d a d polít ica q u e s e ha organi-z a d o o s e organiza a d e r e c h a y a izquierda d e una manera totalita-ria... Esta obra t o m a partido por al individuo d e carne y h u e s o , e n s u m a , contra la s a b s t r a c c i o n e s y l o s tarro r e s de l Es tado totalitario, s e a ruso, a l e m á n o e spaño l . . . el mal de la época. Su nombre e s Estado policiaco y burocrático. ¿ P o r q u é E s p a ñ a ? P o r q u e las primeras armas totalitarias han sido empapadas en sangre española, p o r q u e por pr imera vez , a n t e un m u n d o todavía a d o r m e c i d o e n su confort y an s u m i s e r a b l e moral, Hltler, Mussoiinl y Franco han h e c h o una d e m o s -tración a l o s n i ñ o s d e la t é c n i c a totalitaria. Yo no podré nunca e x c u s a r e s t a p e s t e s a n g r i e n t a del O e s t e d e Europa porque h a g a e s t r a g o s al Este , s o b r e m a y o r e s e x t e n s i o n e s . ( E s c e n a d e «Estado

de sitio», e s t r e n a d a e n e l Teatro Marigny, d e París).

una filosofía absu rda» . Er róneamente se ha reprochado a a lgunas de sus novelas el ser i lustraciones de sus tesis filosóficas; la verdad es a p r o x i m a d a m e n t e la contrar ia : és tas no son sino el comenta r io filosófico de sus personajes l i terarios. En jus to reconocimiento, la «filoso-fía» camus iana t e rminará reconociendo al a r te su p r imac ía . En def ini t iva, C a m u s no ha defendido más que una sola tesis: el valor de la vida humana, el rechazo de la muerte bien sea como suicidio o como asesinato. Toda su «filosofía» se resume en el desenmasca ramien to y la crítica de las just i f icaciones ideológicas de la muerte , o lo que es lo m i s m o de las ideologías que poseen algún resorte capaz, en algún caso, de exigir o jus t i f icar a lguna muer te . Es decir , todas .

SISIFO « La creencia en las categorías de la razón es la causa del nihi l ismo; hemos medido el valor

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« L ó g i c o s y a m b i c i o s o s s e r á n l o s q u e , corr ig iendo a N i e t z s c h e c o n Marx, preferirían n o decir q u e si s ino a la Historia y no a toda la c r e a c i ó n . El r e b e l d e al q u e N i e t z s c h e arrodillaba r.nte el c o s m o s s e arrodillará e n a d e l a n t e ante la Historia». N i e t z s c h e , «precursor d e Lenin» . (Fotograf ía de N i e t z s c h e q u e c o l g a b a d e la p a r e d e n el

d e s p a c h o d e Camus) .

del m u n d o según unas categorías que se refie-ren sólo a un m u n d o p u r a m e n t e ficticio. El nihi l ismo, como es tado psicológico, surgirá en p r imer lugar cuando hayamos buscado en to-dos los sucesos el sentido que no t ienen; de m a n e r a que el que lo busque acaba rá per-d iendo el án imo». El lúcido diagnóst ico de Nietzsche impregna las reflexiones de Camus en «El Mito de Sísifo», obra que t o m a n d o «el absurdo como pun to de par t ida» p lantea desde el pr incipio que «no hay m á s que un p rob lema filosófico ve rdade ramen te serio: es el suicidio» . El t ema del ensayo no es o t ro que «la relación entre el ab su rdo y el suicidio, la med ida exacta en que el suicidio es una solu-ción al absurdo». Camus se niega a deduci r de la fa l ta de sent ido de la vida la conclusión nihi l is ta de que «la vida no vale la pena de ser vivida». El valor de la vida (la vida que valora) pr iva sobre su sentido. Camus pa r te del sen t imiento del absurdo (la inquie tud , la zozobra, la rebelión de la carne, el espesor y la extrañeza del mundo , la «náu-sea», la incomprensible e inocul table presen-cia de la muerte) , pasa por la conciencia del absurdo (las contradicciones y tautologías del pensamiento , las vicisi tudes de la razón humi-l lada en busca de esperanza) y desemboca en ese pun to de su esfuerzo en que «el hombre se encuent ra ante lo i r racional . Siente en él su deseo de felicidad y de razón: el absurdo nace de esta confrontación entre el c lamor h u m a n o y el insensato silencio del mundo» . Camus subraya e insiste en que «el absurdo depende tan to del hombre como del mundo.. . , nace de

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una comparación. . . , es esencia lmente un di-vorcio..., una confrontac ión y una lucha sin reposo». Aquí está la clave de su pensamien to : «Esta lucha supone la ausencia total de espe-ranza (que no tiene n a d a que ver con la deses-peración), el rechazo continuo (que no debe ser confund ido con el renunciamiento) y la insatisfacción consciente (que no podr ía asi-milarse a la inquie tud juvenil). Todo lo que destruye, escamotea o suti l iza estas exigen-cias (y en p r imer lugar , el consent imiento que des t ruye el divorcio) a r ru ina el absurdo y des-valoriza la ac t i tud que se puede entonces pro-poner . El absu rdo no tiene sentido más que en la med ida en que no se consiente a él». Se encuent ra ya aquí la implicación de la rebe-lión en el ab su rdo que será desarrol lada en detal le en «El H o m b r e Rebelde»; esta pa ra -doja de una s imul t ánea f idel idad y rebelión al ab su rdo está en el origen de su crí t ica a las f i losofías exis tencia les (Jaspers , Chestov, Kierkegaard) , todas las cuales, en su opinión, «proponen sin excepción la evasión» hacia una esperanza de esencia religiosa: «el ab-surdo deviene Dios» en vi r tud de un «salto a la fe» que supone el «sacrificio del Intelecto». Sin embargo , «para un espír i tu absurdo la

El a p o y o a l a s i n s u r r e c c i o n e s ant iburocrát icas d e Berlín Es te (1953) y Hungría (1956) c o n s t i t u y e n a l g u n o s d e los e p i s o d i o s má s llamati-v o s d e una c o n s t a n t e lucha por d e f e n d e r a h o m b r e s concr el os d e l o s e n g r a n a j e s múl t ip les de l terrorismo de E s t a d o y l a s abst racciones q u e lo s just i f ican. ( E s c e n a de l o s l e v a n t a m i e n t o s o b r e r o s del Berlín Oriental en 1953. Al dorso d e e s t a fotograf ía , C a m u s h a b í a escrito:

«El a b s u r d o no e s un fantasma») .

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razón es vana y no hay nada más allá de la razón»; rechaza la reconciliación aunque sea como en Kierkegaard una «reconciliación por el escándalo». Para Camus, la actitud exis-tencial es un suicidio filosófico en el que «lo esencial es saltar»; lo que se pierde en el salto es el absurdo del que se par t ía , ese absurdo al que ahora define como «el pecado sin Dios... la razón lúcida que constata sus límites». Por la misma razón que rechaza el suicidio filosófico existencial rechaza también el sui-cidio tout court: «la experiencia absurda se aleja del suicidio. Se puede creer que el suici-dio sigue a la rebelión. Pero equi vocadamen te. Pues no aparece como su cumplimiento lógi-co. Es exactamente su contrario por el consen-timiento que supone. El suicidio, como el sal-to, es la aceptación en su límite. Todo está consumado, el hombre entra en su historia esencial. Su porvenir, su único y terrible por-venir, lo discierne y se precipita a él. A su manera, el suicidio resuelve el absurdo. Lo arrastra en la misma muerte. Pero yo sé que para mantenerse, el absurdo no puede resol-verse. Escapa al suicidio, en la medida en que es al mismo tiempo conciencia y rechazo de la muerte». Para Camus, «lo contrario del suici-da es, precisamente, el condenado a muer-te...; se trata de morir irreconciliado y no de buen grado». Lejos de deducir el suicidio del absurdo extrae de él «tres consecuencias que son mi rebelión, mi libertad y mi pasión. Por el solo juego de la conciencia, transformo en re-gla de vida lo que era invitación a la muerte y rehuso el suicidio». Esa regla de vida absurda hecha de permanente disponibilidad, indife-rencia al porvenir y pasión de agotar lo dado, basada en la completa inocencia del hombre libre de toda moral, sigue el consejo de Pín-daro con que se abre el libro: «Oh, a lma mía, no aspires a la vida inmortal , sino agota el campo de lo posible». El amante donjuán, el actor, el aventurero, i lustran para Camus el estilo de vida absurdo, pero «el más absurdo de los personajes es el creador», pues «creares vivir dos veces» y no hay nada más gratuito e inútil que la creación. Pero no debe confun-dirse una obra absurda con una obra que plan-tea el problema del absurdo, pero acaba trai-cionándolo al ofrecer una solución; la obra de Dostoievski y Kafka pertenecen para Camus a este segundo tipo. «Una obra absurda no su-ministra respuesta»; como único ejemplo cita «Moby Dick». El héroe absurdo es Sísifo, el más sabio v pru-dente de los mortales, secuestrador de la Muerte, poco respetuoso de los dioses, apasio-nado amante de las delicias terrenales, casti-gado a empuja r una y otra vez una enorme

«La c r e e n c i a e n l a s c a t e g o r í a s d e la r a z ó n e s la c a u s a del nihil ismo; h e m o s m e d i d o el valor del m u n d o s e g ú n u n a s c a t e g o r í a s q u e s e r e f i e r e n só lo a un m u n d o p u r a m e n t e ficticio»». (Albert C a m u s y s u m u j e r , F ranc ine , al recibir la noticia d e la c o n c e s i ó n del P remio

Nobe l d e L i te ra tu ra , o c t u b r e de 1957).

piedra hasta la cima de una montaña para que vuelva a caer y otra vez a empezar: «lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida le han valido ese suplicio indecible en que todo el ser se emplea en no acabar nada». «Hay que imaginar a Sísifo feliz», termina Camus. Y así imagina a Meursault, condenado a muerte, en su último momento: «purgado del mal, vaciado de esperanza, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mun-do..., comprendía que había sido feliz y que lo era todavía». Poco antes, frente al capellán, había reafirmado su fidelidad al sentido de la Tierra: «quiso saber cómo veía yo esa otra vida. Entonces le grité: ¡Una vida en la que pudiera recordar ésta!..., ninguna de sus cer-tezas valía lo que un cabello de mujer. Ni si-quiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un muerto». Sin embargo, Camus no sigue a Nietzsche en su reclamo del superhombre. Acepta los lími-tes del hombre v retrocede ante la diviniza-•r ción de lo humano exigida por la muerte de Dios. Esta «renuncia» le impide pronunciar el

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«Gran SI» nieízscheano y le impulsa a doblar la aceptación del mundo con la rebelión.

PROMETEO

Calígula, Marta y su madre, Meursault, todos los personajes del ciclo camusiano del ab-surdo cometen crímenes. ¿Quiere eso decir que el absurdo justifica, o al menos exime, el asesinato? Se hace necesario contestar, sobre todo en la época en que «el crimen se adorna con los despojos de la inocencia » y busca coar-tadas en la filosofía. «El Hombre Rebelde... se propone proseguir ante el asesinato y la rebe-lión, una reflexión comenzada alrededor del suicidio y de la noción de lo absurdo». La noción del absurdo nos conduce a insupe-rable contradicción en relación con el asesina-to: de un lado, parece mostrarse indiferente ante él y aceptarlo al menos como posible al ex-cluir todo criterio valorativo y af irmar que na-da tiene importancia; pero de otro, lo excluye, pues al derivar de la crítica al suicidio la admi-sión de «la vida como el único bien necesario», concluye que «no se puede dar una coherencia al asesinato si se la niega al suicidio». Y es que «lo absurdo en sí mismo es contradicción» y «no es posible fundar una acti tud en una emo-ción privilegiada»; para ello será necesario que «el absurdo se supere a sí mismo»: dentro de la experiencia absurda surge una eviden-cia, la rebelión: «grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y tengo que creer por lo menos en mi protesta». Es necesario ahora que la rebelión, nacida «del espectáculo de la sinrazón ante una condición injusta e incomprensible, ex-traiga sus razones de sí misma, pues no puede extraerlas de ninguna otra parte». En el NO que constituye al hombre rebelde va implícito un SI: el «rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable» (el ¡basta!) a f i rma la existencia de un límite y revela por ello «una adhesión entera o instantánea del hombre a cierta parte de sí mismo». «Todo movimiento de rebelión invoca táci tamente un valor» anterior a toda acción y que se co-loca por encima de la propia vida; ese movi-miento trasciende al individuo y va más allá de la identificación psicológica y el senti-miento de comunida^i de intereses: «en la re-belión el hombre se supera en sus semejantes y, desde este punto de vista, la solidaridad humana es metafísica». «Yo me rebelo, luego nosotros somos»; e ^ a inferencia servirá a Camus como guía a la hora de anal izar cuándo la rebelión se traiciona a sí misma: « La solida-r idad de los hombres se funda en el movi-

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miento de rebelión v este, a su vez, no encuen-tra justificación sino en esa complicidad. Toda rebelión que se autoriza a negar o a destruir esta solidaridad pierde por ello el nombre de rebelión v coincide en realidad con un consen-timiento homicida». Armado de esta simple convicción (la estrecha relación entre rebe-lión, solidaridad y rechazo del asesinato) Ca-mus emprende su recorrido por los avatares de la rebelión v la revolución.

mr

El NO del rebelde se apoya en un SI, por ello Camus rechaza la identificación de Scheler entre rebelión v resentimiento: el rebelde es activo y superabundante , defiende lo que es en lugar de envidiar lo que no tiene, no trata de conquistar, sino de imponer, rechaza la humi-llación sin pedirla para los demás, no se so-mete a una idea, sino que «exige que sea con-siderado en el hombre lo que no puede redu-cirse a una idea, esa parte ardorosa que no puede servir sino para ser». Sin embargo, y aunque dice que la rebelión induce a «la sospecha de que hay una natura-leza humana», Camus acepta la relatividad de la rebelión y del valor que contiene: ambos

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parecen «no adquirir un sentido preciso sino dentro del pensamiento occidental», en una sociedad basada en el fuerte contraste entre igualdad teórica y desigualdad fáctica. Y lo que es más importante: «en el mundo sagrado no se encuentra el problema de la rebelión... el hombre rebelde es el hombre situado antes o después de lo sagrado y dedicado a reivi ndicar un orden humano en el cual todas las respues-tas sean humanas, es decir, razonablemente formuladas... no puede haber para un espíritu humano sino dos universos posibles, el de lo sagrado v el de la rebelión. La desaparición del uno equivale a la aparición del otro, aunque esta aparición puede hacerse en formas des-concertantes». No creo que haga falta señalar la sorprendente actualidad *de este plantea-miento que dicta el enfoque camusiano de la historia de la rebelión y la revolución como el reverso de la progresiva secularización y de-sacralización de la sociedad occidental, como la profundización en las consecuencias de la muerte de Dios. Divide Camus su estudio en dos partes: «La Rebelión Metafísica» y «La Rebelión Históri-

«El h o m b r e s e e n c u e n t r a a n t e lo Irracional . S i en t e e n él s u d e s e o d e fe l ic idad y d e razón: el a b s u r d o n a c e d e e s t a confrontación e n t r e el c lamor h u m a n o y el i n s e n s a t o s i l enc io del m u n d o » .

ca», estableciendo lúcidamente al comienzo de esta últ ima que «la revolución no es sino una consecuencia lógica de la rebelión metafí-sica» . Es en ésta, pues, en la que se encuentra laclave. Si bien es Prometeoel patrón de todos los rebeldes, la noción griega de destino obliga a concluir que «la historia de la rebelión es, en el mundo occidental, inseparable de la del cristianismo»; pero sólo alcanza su radicali-dad extrema tras la crítica ilustrada de la reli-gión que permite y da paso a la Negación Ab-soluta de un Sade, cuyo «mérito, indiscutible, consiste en haber ilustrado desde el principio, con la clarividencia desdichada de una ira acumulada, las consecuencias extremas de una lógica rebelde cuando ésta olvida, por lo menos, la verdad de sus orígenes. Estas conse-cuencias son la totalidad cerrada, el crimen universal, la aristocracia del cinismo y la vo-luntad de apocalipsis». La historia del nihi-lismo contemporáneo despreciador de la vida humana comienza para Camus con el «todo está permitido» de Ivan Karamazov, eslabón fundamental de un razonamiento que llevará a la conclusión: «convertirse en Dios es acep-tar el crimen». ¿Qué es lo que ha ocurrido? La rebelión, inicial rechazo del mal y la muerte, «termina en revolución metafísica. Una vez derribado el trono de Dios, el rebelde recono-ce ráque esa just icia ,eseorden,esa unidad que buscaba inútilmente en su condición tiene ahora que crearlos con su propias manos y con ello deberá justificar la caducidad divina. En-tonces comenzará un esfuerzo desesperado por fundar, al precio del crimen si es necesa-rio, el imperio de los hombres. Esto no dejará de tener terribles consecuencias, sólo algunas de las cuales conocemos aún. Pero estas conse-cuencias no se deben a la rebelión misma, o por lo menos, no aparecen sino en la medida en que el rebelde olvida sus orígenes, se cansa de la du ra tensión entre el sí y el no y se entrega por fin, a la negación de todo o a la sumisión total». Tal es también, en opinión de Camus, el caso de Nietzsche: «El sí nietzscheano, olvidado del no original, reniega de la rebelión misma, al mismo tiempo que reniega de la moral que rechaza al mundo tal como es... Desde el mo-mento en que se daba el asentimiento a la totalidad de la experiencia humana podían venir otros que, lejos de consumirse como él con la mentira y el asesinato, se fortalecerían con ella». Nada más lejos de Camus que la inepta calificación de Nietzsche como «pre-

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C a m u s con los i n t é r p r e t e s de su ve r s ión de « R é q u i e m por u n a m o n j a » , d e Faulkner : C a t h e r i n e S e l l e r s y M a r c C a s s o t . ( E s t r e n a d a

e n el T e a t r o de Mathur lna , e n o c t u b r e d e 1956).

cursor del nazismo»; se limita a señalar la brecha de su concepción que había de permitir la grosera deformación del superhombre por

N a d i e d u d o d u r a n t e los a ñ o s 60 y b u e n a p a r t e d e l o s 70 de que e ra S a r t r e q u i e n t en i a razón f r e n t e a C a m u s en la p o l é m i c a q u e p r o v o c ó su r u p t u r a e n to rno al c o m p r o m i s o pol í t ico c o n los c o m u n i s t a s . . . Sin e m b a r g o , c u a n d o la Revoluc ión m u e s t r a ( u n a vez m á s ) s u ro s t ro d e Gu lag , c u a n d o la Con t r acu l tu ra s e r e v e l a c o m o Incul tura c o m e r c i a -l izada y el « p a s o t i s m o » s e c o n v i e r t e e n s i n ó n i m o d e n e c e d a d . . . C u a n d o la p r e s u n c i ó n teór ica e i m p e r t i n e n c i a p r á c t i c a d e l a s d o s ú l t i m a s d é c a d a s só lo h a n d e j a d o c o m o h e r e n c i a i n s e g u r i d a d y dolor . . . l a s c o n v i c c i o n e s c a e n , l a s e v i d e n c i a s s e d e s v a n e c e n y el

d e s e o vac i l a . (En la fo tog ra f í a , J e a n - P a u l S a r t r e ) .

el subhombre nazi; y añade aún: «lógicos y ambiciosos serán los que, corrigiendo a Nietzsche con Marx, preferirían no decir que sí sino a la historia y no a toda la creación. El rebelde al que Nietzsche arrodillaba ante el cosmos se arrodillará en adelante ante la his-toria». Nietzsche «precursor de Lenin». Esta traición de la rebelión a sí misma se con-suma en el plano histórico: cuando el Regici-dio de la Revolución Francesa se convierte en Deicidio, nace un Nuevo Evangelio, «El Con-trato Social» y «la voluntad general ocupa el lugar de Dios». Su otro nombre será Razón encarnada en Estado; cuando Hegel convierta a la Razón en Historia, destruyendo así los principios formales de la virtud, no habrá ya norma moral que rija o limite la persecución por todos los medios del reino de los fines: «la regla de la acción se ha convertido, por lo tanto, en la acción misma, que debe desarro-llarse en las tinieblas a la espera de la ilumi-nación final». Entramos en los «tiempos de la eficacia» que desembocan en el Terrorismo de Estado. Perdido su punto de referencia sagra-do, la sociedad occidental sólo encuentra su cohesión en el Terror: «Todas las revoluciones modernas acabaron robusteciendo el Estado», Mussolini y Hitler «ilustran en la historia al-gunas de las profecías de la ideología alema-na». En cuanto al comunismo ruso, «ha tomado a su cargo la ambición metafísica que describe este ensayo, la edificación, después de la muerte de Dios, de una ciudad del hombre por fin divinizado». Lo más interesante del análi-sis camusiano del marxismo es el desvela-miento de sus componentes judeo-cristianos (mesiánicos), burgueses (adoración fetichista de la ciencia y el progreso) y reaccionarios («retorno» a un porvenir reconciliado similar al esperado por José de Maistre y Comte). Ca-mus va recorriendo cómo sobre el componente crítico del marxismo se va superponiendo una profecía mesiánica que la historia no ha de-jado de desmentir ; f inalmente concluye: «Marx reconoció que todas las revoluciones hasta él habían fracasado. Pero pretendió que la revolución que anunciaba debía t r iunfar definit ivamente. El movimiento obrero ha vi-vido hasta ahora de esta afirmación que los hechos no han dejado de desmentir y cuya mentira es ya t iempo de denunciar tranqui-lamente. A medida que se alejaba la parusía, la afirmación del reinado final, debilitada en cuanto a la razón, se ha convertido en artículo de fe. El único valor del mundo marxista re-side en adelante, a pesar de Marx, en un dogma impuesto a todo un imperio ideológi-co».

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El resultado práctico del marxismo ha sido «el sistema ruso de concentración: la contradic-ción últ ima de la revolución más grande que ha conocido la historia no es tanto, después de todo, que aspire a la justicia a través de un cortejo ininterrumpido de injusticias y vio-lencias. La desdicha de la servidumbre o del embaucamiento pertenece a todos los tiem-pos. Su tragedia es la del nihilismo, se con-funde con el drama de la inteligencia contem-poránea que, aspirando a lo universal, acu-mula las mutilaciones del hombre . La totali-dad no es la unidad. El estado de sitio, aunque se extienda hasta los límites del mundo, no es la reconciliación». Frente a tan terroríficos resultados, Camus nos recuerda «la existencia de un límite... el ser dividido que somos»: la rebelión «dice al mismo t iempoque sí y que no. Es el rechazo de una parte de la existencia en nombre de otra parte que exalta». La contradicción se le an-toja irresoluble; una vez más se trata de afron-tar con lucidez tanto la luz como las sombras, el «derecho» y el «revés».

CAMUS Y ESPAÑA

P a r a su ve r s ión d e «El c a b a l l e r o d e Olmedo», de L o p e de Vega , C a m u s «da el tono» a d o s de s u s i n t é r p r e t e s , B e r n a r d Woringer y Michel Herbaul t . (Jul io d e 1957: Fes t iva l D'Angers) .

Camus situó dos de sus obras teatrales, «La revuelta de Asturias» y «Estado de sitio», en la tierra de.su madre, española de Baleares, a la

«Nada de lo h u m a n o m e e s a j e n o » , dir ía c o n g u s t o C a m u s ; y m e n o s q u e n a d a s u s i n e v i t a b l e s c o n t r a d i c c i o n e s : «Creo q u e m e d a igua l — d e c í a — vivir e n la c o n t r a d i c c i ó n . No d e s e o s e r un g e n i o f i losófi-c o . Ni t a n s iqu ie ra u n g e n i o d e n ingún tipo; ya q u e t e n g o b a s t a n t e

c o n s e r un h o m b r e » .

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mera vez, ante un mundo todavía adormecido en su confort y en su miserable moral, Hitler, Mussolini v Franco han hecho una demostra-

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ción a los niños de la técnica totali taria. Yo no podré nunca excusar esta peste sangrienta del

D u r a n t e l o s e n s a y o s d e « L o s poseídos»*, d e

Dos to i evsk i , e n v e r s i ó n d e C a m u s . De izqu ie rda a

d e r e c h a : P ie r re B lancha r , T a n i a B a l a c h o v a y Albert

C a m u s .

que siempre consideró como su segunda pa-tria. Gabriel Marcel mostró su extrañeza y sorpresa ante el hecho de que «Estado de si-tio», escrita contra la tiranía totali taria, suce-diera en España y no en uno de los países del Este. La respuesta de Camus no tiene desper-dicio y hubiera constituido la única objeción relevante a Solzjenitsin cuando vino a anun-ciarnos la terrorífica verdad de que en la URSS había aún menos l ibertad que en la España franquista: «Mi deseo ha sido atacar de frente un tipo de sociedad que se ha organi-zado o se organiza a derecha y a izquierda de una manera totalitaria... esta obra toma par-tido por el individuo de carne y hueso, en su ma contra las abstracciones v los terrores del Es-tado totalitario, sea ruso, a lemán o español... el mal de la época. Su nombre es Estado poli-ciaco y burocrático. ¿Por qué España? Porque las pr imeras a rmas totali tarias han sido em-papadas en sangre española, porque por pri-

E s c e n a de «Los j u s t o s » d e C a m u s , c o n Mar ía C a s a r e s y S e r g e Regg i an i . E s t r e n a d a e n P a r í s , e n el T e a t r o Hebe r to t , e n d i c i e m b r e

d e 1949.

Pa ra C a m u s , " lo c o n t r a r i o del su ic ida e s . p r e c i s a m e n t e , e l c o n d e -n a d o a muer te . . . s e t r a t a d e morir i r reconc i l i ado y no d e b u e n g r a d o ». L e j o s d e d e d u c i r e l su ic id io del a b s u r d o e x t r a e d e é l « t r e s c o n s e c u e n c i a s q u e s o n mi r e b e l i ó n m i l iber tad y rni p a s i ó n . Po r el s o l o j u e g o d e !a c o n c i e n c i a , t r a n s f o r m o e n r eg la d e vida lo q u e e r a invita-ción a la m u e r t e y r e h u s o el su ic id io». ( C a m u s , c o n s u s d o s h i jos ,

d u r a n t e un e n s a y o al a i r e libre).

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••La verdad e s e s t a : u n a p a r t e d e n u e s t r a o p i n e n p i e n s a c o n f u s a -m e n t e q u e los a r a b e s s e h a n a t r ibuido j u s t a m e n t e el d e r e c h o d e dego l l a r y d e muti lar , y la o t ra p a r t e a c e p t a legi t imar , d e u n a f o r m a o

d e o t r a , t o d o s l o s e x c e s o s » . (Argel ia : 1956).

Oeste de Europa porque haga estragos al Este, sobre mayores extensiones». Camus siguió en detalle la evolución política española, se mostró firme e inflexible en la adhesión y apoyo al Gobierno Republicano en el exilio, denunció implacablemente la ambi-gua y cobarde política de los aliados ante el franquismo(«si Franco continúa en el poderes porvoluntadde los aliados», escribía en 1945), desenmascaró el hipócrita comportamiento de la UNESCO y las Naciones Unidas y no olvidó nunca que «el 19 de julio de 1936 co-menzó en España la segunda guerra mun-dial». Incansablemente recordó a los france-ses «una secreta vergüenza. Vergüenza por partida doble; pr imeramente por haber de-jado a España morir sola, y segundo, cuando nuestros hermanos, vencidos con las mismas armas que habían de aplastarnos a nosotros más tarde, han reclamado nuestra ayuda, les hemos ofrecido los gendarmes para guardar-los a distancia». Pero lo más interesante de los escritos camu-sianos sobre España es la significación metafí-sica que atribuye al d rama español, vivido por él «como una tragedia personal». En boca del

autor de «El revés y el derecho», calificar a España como «la sola tierra donde me siento plenamente yo mismo, el único país del mundo en que se sabe fundir en una exigencia superior el amor de vivir y la desesperación de vivir», es concebirla como una metáfora de la vida misma en el esplendor de sus contradic-ciones: España como encarnación histórica del absurdo, símbolo privilegiado de la rebe-lión. Y de su traición, pues «por España hemos aprendido que puede tenerse toda la razón y ser vencidos, que la fuerza puede someter al espíritu y que, en muchas ocasiones, el arrojo y el sacrificio no son recompensados»: que el Terror de Estado puede yugular la rebelión y sofocar la vida. Más allá del plañidero escándalo y la utiliza-ción «espectacular», quizá fue Camus el único en calibrar la honda significación del asesi-nato de García Lorca: «la ejecución de Gra-nada anunciaba a los hombres que han pene-trado en tiempos muy serios, es decir, en t iempos en que los poetas pueden ser fusilados por quienes no comparten sus ideas. Algunos de nosotros así lo hemos entendido y nos pre-paramos en lugar de lamentarnos». Consumada la Historia, ha llegado el tiempo en que los poetas son expulsados de la Repú-blica platónica. Pero ésta es ya mundial y la expulsión equivale a la muerte. Quizá pueda resumirse la vida y obra de Ca-mus en este final antagonismo: el poeta contra el filósofo-rey. • J. A.

••Mi re ino , t odo e n t e r o , e s de e s t e m u n d o » (Albert C a m u s ) .

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la monja de las llagas Antonina Rodrigo

En 1830, por Madrid, empieza a propagarse el rumor de que una monja del convento del Caballero de Gracia

está estigmatizada con.las llagas de Cristo. La elegida del Señor es sor Patrocinio.

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HABIA nacido diecinueve años antes, en San Cle-

mente de la Mancha, donde a la madre la sorprendieron los dolores del parto, cuando huía de las tropas francesas que invadían el país. Era el 17 de abril de 1811. Y ese mismo día comienzan los prodigios de esta vida afabulada y cu-riosamente influyente, capaz, al decir de Benjamín Jarnés, su mejor biógrafo, de pertur-bar la sucesión de una dinas-tía. Terminada la Guerra de la Independencia, sus padres, don Diego Quiroga y doña Do-lores Cacopardo, se instalan en Chinchilla, donde él reco-bra su cargo de administrador de Rentas Reales. Años más tarde, cuando la familia pro-yecta trasladarse a la Corte, muere el padre y su viuda, acompañada de sus dos hijas, marchaba a Madrid.

A los 16 años, Lolita, como se llamaba en el mundo sor Pa-trocinio, por influencia de su tía la marquesa de Santa Co-loma, entra como educanda en las Comendadoras de San-tiago. Primero tienen que ven-cer la resistencia de la madre que veía con buenos ojos al pretendiente Salustiano Oló-zaga, que será jefe de los pro-gresistas. La jovencita es con-fiada a la hermana de la aba-desa, doña Petronila Zurita, la cual alienta y propala los pri-meros prodigios de Lolita: éx-tasis, visiones y viajes por los aires en compañía del demo-nio. Un día, sus compañeras la encuentran en la capilla, en trance, sentada sobre el a taúd de un caballero que espera le den sepultura. El demonio la persigue y es víctima de toda suerte de sevicias: la hace ro-dar por la escalera, la vierte encima una olla de lejía hir-viendo y el convento es inva-dido por espantosos ruidos.

El 19 de enero de 1829, Lolita

se convierte en monja francis-cana y, un año más tarde, pro-fesa y hace votos de pobreza, de humildad y de castidad. Para entonces, el rumor de que está tocada de la gracia divina es irrefrenable. Así se admite, sin reservas, desde las al tas capas sociales hasta los más bajos estratos del país. En adelante, sus actos deberán corresponder a la fama adqui-r ida, hi ja de sus prodigios y de la ciega devoción del vulgo.

Mosén Joaquín Serrano, su confesor y capellán de las Sa-lesas, cuida todos los detalles: La leyenda arranca desde su infancia, ya que a los dos años dialoga con la Virgen y a los cuatro entra en la cueva de un león y la fiera, sumisa, le lame las manos.

VENERADA EN VIDA El 10 de octubre de 1830 nace Isabel II. Un partido mayori-tario cifra el bienestar de Es-paña en la princesa recién na-cida. Otro, al amparo de una vieja ley derogada, se dispone a luchar por la continuidad de la tradición. La guerra civil entre cristinos y carlistas co-ronará la tensión interna. La noticia de que el señor ha est igmatizado a sor Patroci-nio, en gracia a sus excelsas virtudes, corre de boca en bo-ca. La monja despierta una inusitada curiosidad: nadie quiere perderse el espectácu-lo. Al torno del convento de Caballero de Gracia l laman incesantemente toda suerte de personas, deseosas de con-templar de cerca el prodigio

C a s a d e S a n C l e m e n t e d e la M a n c h a , d o n d e nac ió y vivió los p r i m e r o s a ñ o s s o r Pa t roc in io c o n s u s p a d r e s .

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sobrenatural . Las damas de la aristocracia son las pr imeras en precipitarse al convento. La princesa de Biera llega a pedir a la madre superiora que le den un almohadón en el que la monja haya apoyado su l lagada cabeza, con las hue-llas de la corona de espinas, pa ra poder curar así «los acci-dentes que sufría». Otras da-mas l inajudas pretenden lle-varse sus vendas y mitones, para utilizarlas en sus prácti-cas religiosas. La incontenible y condicionada imaginación popular atribuye a sor Patro-cinio innumerables curacio-nes y profecías, que más de una vez se confirman ante la asombrada curiosidad públi-ca. En agosto de 1831, estando sor Patrocinio en el coro, ve ba ja r a la Virgen María sentada en una nube. La Señora entrega a la monja una «preciosa ima-gen» enriquecida con dones e indulgencias. Se abre enton-ces el ciclo de las apariciones. Para el país son t iempos de violencia. En 1834, el cólera asóla Madrid, las turbas acu-san a los frailes de envenenar las aguas, grupos de agitado-res asal tan los conventos y matan , violan e incendian... Las gentes piadosas necesitan más que nunca evadirse de aquel terror terrenal, están sedientas de consuelos eté-reos. Sor Patrocinio es la fuente que mitiga su sed. La fama del poder sobrenatu-ral de la monja alcanza tales dimensiones que la justicia se ve obligada a intervenir: el 7 de noviembre de 1835, a pri-meras horas de la garde, llega al convento de Caballero de Gracia un piquete de la Guar-dia Nacional, que precede a la Justicia. Tanto elemento judi-cial y mili tar llama la aten-ción de los curiosos que se agolpan a las puertas de la casa religiosa. Alguien ha lan-zado la noticia de que a sor Patrocinio se la llevan deteni-

R a m ó n M* Narváez , d u q u e d e Valencia(1800-1868) . P r e s i d e n t e d e l G o b i e m o e n m a y o d e 1844 y c o n b r e v e s i n t e rva lo s h a s t a e n e r o d e 1851. P o s t e r i o r m e n t e , d e s e p t i e m b r e d e 1856 a o c t u b r e d e 1857, d e s e p t i e m b r e d e 1864 a jun io d e 1865 y d e julio d e 1866 h a s t a m a y o

d e 1868.

da, acto que la mult i tud se dispone a impedir. El juez es don Salustiano Oló-zaga, antiguo pretendiente de Lolita, se encuentra cara a cara con su desdeñosa amada , para instruirle expediente y t ra tar de esclarecer aquel en-jambre de «misteriosos he-chos», que traen soliviantado a Madr id . El a m a n u e n s e transcribe durante nueve ho-ras las declaraciones. Al ter-minar, el juez intenta llevarse a la «monja de las llagas», pero la priora se opone resuel-tamente a ello. Fuera, dis-puesta a todo, está la multi-

tud. El juez, al fin, sale solo. Dos días más tarde, «el 9 por la mañana, después de rezar los maitines, la sacaron entre bayonetas, y puesta en un co-che, sin que nadie la acompa-ñara, la llevaron a una casa, no buena, y si no hubiera sido por el demandadero que tuvo la feliz ocurrencia de disfra-zarse para no ser conocido y seguir el coche, ni este con-suelo de saber dónde estaba hubiese tenido su querida co-munidad», declaró la priora. El carruaje la condujo a la casa número 119 de la calle de la Almudena, donde la espe-

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Retra to al ó l e o d e so r Patrocinio. L u c e el c l á s i co h á b i t o f r a n c i s c a n o : t o c a neg ra , c a p a azui , al p e c h o el e s c u d o d e la Orden , g r a b a d o en él la Pu r í s ima , y la c in tu ra el c i n g u l o fran-

c i s c a n o .

raban su madre y su hermana . Al día siguiente las llagas de la monja eran examinadas por varios facultativos, los cuales prescribieron remedios para curarlas. Las heridas no tar-daron en cicatrizar y los mé-dicos certificaron la curación de las vulgares llagas.

SE DESCUBRE EL ARTIFICIO DE LAS LLAGAS

A sor Patrocinio la trasladan al convento de las Arrepenti-das, de la calle de Hortaleza. Allí, la monja está rodeada de

mujeres de vida pintoresca, deshauciadas por el amor, que la observan como a un bicho raro. Es el blanco de la mor-dacidad de sus compañeras de cautiverio que toman a chi-fladura la farsa de los estig-mas. Sor Patrocinio se ve obligada en el proceso a confesar: «Que habiendo enfermado una reli-giosa, cuando la declarante estaba de novicia, entró el pa-dre Alcaraz, religioso capu-chino del Pardo, a asistirla y entonces la vio y habló de co-sas indiferentes. Que a los po-cos días fue l lamada al locuto-

rio y se encontró que estaba allí solo dicho padre Alcaraz, el cual como en tono de ser-món le dijo que San Pablo en sus car tas exhortaba mucho a la penitencia, y enseguida sacó de la capilla una bolsita en que dijo conservaba una re-liquia, la cual aplicada a cual-quier parte del cuerpo cau-saba una llaga, que debía te-nerse abierta para seguir pa-deciendo y teniendo tal morti-ficación, ofreciendo a Dios ta-les dolores como peni tencia de las culpas cometidas y que pudiera cometer, y alcanzaría el perdón con ellas. Sobre esto le hizo un terrible encargo, mandándole aplicase a las palmas de las manos y al dorso de ellas, a las plantas y parte superior de los pies, en el costado izquierdo y alrededor de la cabeza, en forma de co-rona, encargándole muy es-trechamente bajo promesa de obediencia y las más terribles penas en el otro mundo, que no manifestase a nadie de qué la había provenido y que si le preguntaban debería decir que sobrenaturalmente se ha-bía hallado con ellas».

LA SENTENCIA

El 25 de noviembre de 1836, el juez dictaba la sentencia de la causa seguida a sor Patroci-nio, acusada de haberse pres-tado «... a la impostura y arti-ficio de la impresión de las llagas, cuyo origen natural se había intentado atribuir a mi-lagro del Altísimo». Por todo lo cual se la condenaba a sufrir destierro en un convento que distara 40 leguas de la Corte. Sus compañeras de claustro, su confesor y demás religiosas que contribuyeron a divulgar el suceso, quedaban absuel-tas. Era sor Patrocinio una mujer de 25 años. A esa edad su

/

nombre había llegado a todos los rincones del país. A su ju-

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ventud unía belleza, de gran-des ojos rasgados, de poderosa mirada, no exenta de «dulzu-ra, suavidad y aquel conjunto de cosas que roban la atención de quien la trata», según de-claró en el proceso una de sus compañeras . El lugar elegido para el destierro es Talavera de la Reina. El convento, el de las Concepcionistas calzadas de la Madre de Dios. En este retiro, pr imer destierro de los muchos que sufrirá a lo largo de su existencia, enferma a poco de llegar y es t ras ladada al de Torrelaguna. Allí la «monja de las llagas» escri-birá su «Ejercicio Manual a María Santísima del Olvido, Triunfo y misericordia, por la más humilde de sus hijas, sor Dolores María del Patroci-nio». Impreso de orden de S. M. y de Su Real Casa. 1860. Sor Patrocinio sufrirá destie-rro hasta 1844 y permanecerá alejada de Madrid nueve años. En septiembre se reincorpora a su c o m u n i d a d , a lo j ada ahora en el convento de La La-tina. La monja que vuelve del destierro es acogida con gran-des muestras de alegría y de fervor. No se la ha olvidado, el escándalo ha fortalecido su popular idad. En tal ambiente no tardan en reproducirse las llagas. Pero ahora no es nece-sario exhibirlas y por lo tanto aplicarse la bolsita de la reli-quia. Basta con que se vende apara tosamente las manos. La popularidad de sus enig-mas reverdece con singular empuje . De todas partes em-piezan a afluir consultas y so-licitan sus consejos. La propia Infanta María Luisa Carlota, en su Jecho de muerte, pide tener a su cabecera la imagen de la virgen del Olvido, que des-cendió desde el cielo a las ma-nos de sor Patrocinio. Otro día recibe la visita de doña María Cristina y de sus hijas, doña María Fernanda e Isabel H. El prestigio de sor Patrocinio 52

crece de día en día. El 28 de octubre de 1845, la comuni-dad se traslada del convento de La Latina al de Jesús Naza-reno, cedido por el duque de Medinaceli. La «monja de las llagas» es nombrada maestra de novicias.

EL PRIMER ATENTADO

Una fría mañana de enero de 1848, l lama al torno del con-vento un señor que pide ver a sor Patrocinio, para un asunto de gran urgencia. Tras algún titubeo, la maestra de novi-cias se decide a ba ja r al locu-torio acompañada de la aba-desa. Apenas la ve aparecer, el desconocido saca una pistola y dispara sobre las monjas, que escapan ilesas. Pero días más tarde, víctima de susto, fallece la vieja abadesa. El 7 de febrero es elegida, en su puesto, la sobreviviente del atentado. Las pr imeras per-sonas que felicitan a sor Pa-trocinio son la reina Isabel II y el rey consorte, don Francisco de Asís, grandes amigos suyos. En el reinado de Isabel II la figura del confesor como la del consejero, gozaron de un pres-tigio excepcional. Los libera-les lucharon tenazmente con-t ra su nociva y prepotente in-fluencia. Aparte del poder que ejerció el oscuro personaje del P. Fulgencio, los santos oficia-les de la «Corte de los Mila-gros» fueron sor Patrocinio y el P. Antonio María Claret. La soberana, de vida tan poco ejemplar , y su consorte, en perpetua desavenencia, se es-forzaron en dar a su gobierno una imagep cristiana que «bo-r ra ra en lo posible las impie-dades» liberales. De ahí que los santos cortesanos tuvieran tan marcada ascendencia en palacio. Sor Patrocinio fue ín-t ima amiga, confidente y con-sejera del matrimonio. Ber-mejo, en su Estafeta de Pala-

cio, Carta VI, escribía: «Se murmuraba que don Francis-co, por las frecuentes visitas y a horas desusadas, que hacía a sor Patrocinio, hubo de tener con ella apegamientos fuera de modo, que debilitan en mucho la s an t idad de la monja y la fe del adorador.. .». Según las fluctuaciones de la política española, la mon ja recuperaba su influencia en palacio, cuando gobernaban los moderados, apostólicos o carlistas, o se veía obligada a salir de nuevo al destierro, si subían al poder los progresis-tas. La auxiliaban en estos menesteres extrareligiosos el padre Fulgencio, confesor del Rey, hombre l imitadísimo, pero provisto de sinuosa habi-lidad aduladora. Las intr igas de la monja la indispusieron a veces con los dos bandos, como ocurrió con el complot del ministerio l lamado «re-lámpago», el 19 de octubre de 1849, que sólo duró 24 horas. Por el Madrid chusco pulula-ban romances, coplillas y ver-sos, que el pueblo divulgaba con generosidad y sarcasmo: Temo que el cetro se convierta en báculo y el Estado, hoy caduco, muera ético si otro escolapio en ademán ascético logra ser rey cónyuge el oráculo. Venero a Dios, venero al Tabernáculo, mas no a hipócrita sor, que con emético llagas remeda# a cuyo humor herpético fue quizá el torpe vicio receptáculo. ¿Cuestión de religión lo que es de clínica ? ¿Ya darnos leyes desde el torno ? /Cásea-

[ras...!

Esto no se tolera ni en el Bósforo. Mas, si la farsa demasiado cínica se repite, caerán todas las máscaras y arderá España entera como un fósforo.

Al tr iunfar de nuevo Narváez, intenta detener a sor Patroci-nio. Pero la monja se acoge a la clausura del convento de Je-sús, de donde no puede salir más que con el visto bueno del vicario de la Orden, y éste se niega a darlo, sin el consenti-miento del Nuncio. Al fin lo-gra encararse con la monja , que aparece ante el general con un crucifijo en las manos, en acti tud teatralmente hierá-

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tica. Pocos días después era trasladada al convento de Santa Ana, en Badajoz.

LAS CAMISAS DE LA MONJA PARA LA SOBERANA El cúmulo de adversidades que debe afrontar sor Patroci-nio acentúa su actividad epis-tolar con la reina y hace crecer su influencia político-clerical. Su amistad con Isabel II fue de absoluta int imidad. Por Madrid se decía que la «santa monja» prestaba sus camisas a la soberana. La correspon-dencia está fechada en los dis-tintos conventos por los que peregrina, al azar de la cam-b i a n t e po l í t i ca del pa ís ,

cuando Narváez, O'Donnell, Espartero, inmisericordes, la dest ierran hasta que la r. na consigue su indulto. Sus car-tas dan fe de la clase de teje-manejes a que tan inclinada era «la monja de las llagas»: tan pronto intercedía para que se nombrara cardenal a un arzobispo amigo, como proponía a una marquesa para dama de honor de la rei-na: «Ningún cardenal tene-mos ya en España y esto no está bien para V. M. Yo qui-siera que Vuestra Majestad, con su perspicacia, fuese dis-poniendo las cosas con el Santo Padre a fin de que para este Reino se nombrase si-quiera tres cardenales, pues vea V. M. cuántos tienen en la

Francia, y que no pierden en esto ocasión ninguna... el Se-ñor Duque de Valencia me es-cribió por el correo. Buscaré la carta para que V. M. la lea: parece que está complacido... los señores obispos y arzobis-pos que yo conozco son el de Valencia, señor angelical, de virtudes nada comunes y de bas tante talento. El señor obispo de Pamplona, a quien también conozco y he t ratado mucho, como al de Valencia... el señor Claret, a quien tam-bién conozco, no hay que decir de su virtud, de su laboriosi-dad y de todo el conjunto de cualidades apostólicas que le adornan. Sólo encuentro que siendo catalán no me parece haría muchos progresos con los castellanos, porque hay entre los dos países una cierta prevención que yo misma he visto y experimentado y me he admirado de ello, y entre per-sonas muy de Dios y virtuosas, y quizá proporcione a V. M. disgustos inesperados. Tam-bién conozco al señor arzo-bispo de Burgos, y le he tra-tado hace bastantes años... el cual, además de su gran talen-to, sagacidad y virtud, es se-ñor castellano, conoce las cos-tumbres , inclinaciones del pueblo y del clero, cosa muy necesaria para el que ha de gobernar, que lo primero ha de ganar los corazones... pues en el día puede sacarse par-tido con la miel de san Fran-cisco de Sales, nada con los rigores de san Carlos de Bo-rromeo...». Y en lo tocante a la aristocracia: «...y ahora le voy a p e d i r á V. M. nuevamente la gracia que ya le tengo pedi-da... esta es: que V. M. nombre Dama de honor suya, con ejer-cicio y servidumbre, a mi que-rida cristianísima amiga la señora Marquesa, viuda de Gaviria, Condesa de Buena Esperanza, y que este nom-bramiento me diera vuestra Majestad el gusto y consuelo de mandármelo y el día 9,

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F a c h a d a de l c o n v e n t o de r e l i g i o s a s de l C a r m e n , en G u a d a l a | a r a , d o n d e so r Pa t roc in io e s t u v o d e s t e r r a d a d e la Cor t e , p o r d e c i s i ó n d e N a r v á e z .

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para el día cumpleaños de V. M. tener yo el placer de l l amar a dicha señora y entre-gárselo». Las despedidas epis-tolares rezuman fragancias ar rebatadoras : «Sor Patroci-nio de su Reina», «Patrocinio todo, todo, para consuelo, ale-gría, vida y felicidad de su Reina, de la Señora de su cari-ño, de sus esperanzas y de su todo, y todo para su Isabel, P » El 31 de julio de 1857, res-ponde a la Reina: «... como tengo poco t iempo y la cabeza mala, no me detengo hoy, y sólo voy a contestar a las pre-guntas de V. M. se digna ha-cerme. Primera, que si es niño lo que V. M. lleva en sus en-trañas, quién será su padrino. Contesto V. M. que lo sea el Sumo Pontífice: esto es, el Pa-pa. Si es niña, la señora du-quesa de Montpensier, her-

mana de V. M. y las amas creo serán las mejores y más opor-tunas asturianas...». Un capítulo nada desprecia-ble de la relación epistolar se refiere al agradecimiento de la monja por los importantes so-corros materiales (algunos del orden de 20.000 reales), que le manda su Reina. En octubre de 1859, España declara la guerra a Marruecos. En el convento de sor Patroci-nio, en Aranjuez, se emprende el ap resurado bordado de banderas destinadas al Ejérci-to. La comunidad t rabaja fe-bri lmente e incluso las pren-das interiores de las monjas se t ransforman en material sani-tario: hilas, vendas, etc. En febrero de 1860, otras bande-ras aparecen por el santo re-cinto: dos trofeos enemigos, que son depositados a los pies de la Virgen del Olvido. Aran-

juez es escenario de toda suerte de manifestaciones re-ligiosas y en una de las proce-siones la propia reina desfila descalza. Sor Patrocinio sigue siendo el polo de la eferves-cencia patriótico-religiosa. La guerra por tierras afr icanas ha dado nuevos héroes y, en agradecimiento a sus buenos oficios, la reina la autoriza a fundar otros conventos. A los de La Granja , El Pardo y El Escorial, se suman los de Manzanares, de Alcázar de San Juan y el de Lozoya. Entre la abundante corres-pondencia de «la monja de las llagas», hay a menudo car tas anónimas, en las que se vier-ten amenazas de todo género, que sor Patrocinio se apresura a manda r a su reina. El 19 de noviembre de 1962 le envía a la soberana el último anónimo recibido, con una carta en la

vis**.

Sor P a t r o c i n i o c o n su d e v o t a amiga y a d m i r a d o r a la r e ina I sabe l II d e E s p a ñ a

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£3* • ««

S a l u s t i a n o d e Olózaga (1805-1873). P r e s i d e n t e de l G o b i e r n o e n 1843 (por n u e v e dias) f t r a s la c a í d a d e E s p a r t e r o . P o s t e r i o r m e n t e e m b a j a d o r e n Pa r í s . Antiguo e n a m o r a d o d e Lolita (sor Patrocinio) , y p ro tec to r d e la m o n j a d e l a s l l agas , d u r a n t e el exilio d e é s t a en F ranc ia .

que se queja de la ceguera de la gente que «. . .noquiere con-vencerse que yo no me mezclo ni me he mezclado nunca en cosas de política, y mucho menos en poner o quitar Mi-nisterios». El segundo atentado a sor Pa-trocinio tiene por escenario el locutorio del convento de Aranjuez. Esta vez el agresor está dispuesto a no fallar y dispara consecutivamente a corta distancia. Pero de nuevo la monja sale ilesa. Como un eco de los disparos, del Con-greso surgen también protes-tas incandescentes contra «la influencia perniciosa ejercida por sor Patrocinio».

SOR PATROCINIO EN EL EXILIO

En la madrugada del 18 de septiembre de 1968, veintiún cañonazos de la fragata Zara-goza, anclada en Cádiz, anun-cian el destronamiento de Isabel II. El 19, en la bella ciu-dad andaluza, se lanzaba un manifiesto revolucionario, en el cual se hacían grandes acu-saciones a la reina y preveían la necesidad de un «gobierno provisional que represente a todas las fuerzas vivas del país, asegure el orden en tanto que el sufragio universal eche los cimientos de nuestra rege-neración social y política». El encuentro de las fuerzas reales con las revolucionarias, man-dadas por el general Serrano, tuvo lugar en el pueblo cordo-bés de Alcolea. Las tropas de Isabel II no tardaron en unirse al ejército revolucionario, que prosiguió su marcha a Ma-drid. La reina, que estaba ve-raneando en San Sebastián, cruzó la frontera el 30 de sep-tiembre, en medio de la indi-ferencia general. Iba acompa-ñada de su servidumbre y del P. Claret. En Francia se insta-laron en el castillo de Enri-que IV, fundador de la dinas-tía de los Borbones que puso a

su disposición la emperatr iz Eugenia de Montijo. El convento de las Concepcio-nistas se ve asediado por una muchedumbre agresiva, que denuesta y amenaza a sor Pa-trocinio. Entre la lluvia de piedras estallan mueras a la «monja de las llagas». El ar-zobispo de Toledo aconseja a sor Patrocinio que se marche a Francia. Cuando el Gobierno ordena su detención la monja ha cruzado la frontera. El 4 de octubre llega a Bayonne. Va-rias comunidades de Concep-cionistas son expulsadas del país y a fines de 1868 la mayor par te de sus compañeras se han reunido con ella en tierra francesa. De Bayonne se tras-ladan a Bonneuil, más allá de

París, cuyo castillo ha adqui-rido gracias a la venta de joyas procedentes de obsequios re-gios. Es la primera fundación de sor Patrocinio en Francia. Poco después recibe la visita de Alfonso XII y de su madre Isabel II. Pero la tranquil idad dura po-co. En 1870 estalla la guerra con Prusia. Sor Patrocinio de-cide evacuar la comunidad del castillo de Bonneuil, y pocas horas más tarde se alojan en él oficiales prusianos. En París se juntan con la comunidad de Montmorency. La «monja de las llagas» acaudilla medio centenar de religiosas, com-pletamente desprovistas de medios. Aparece entonces un caballero, que antes había

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Autógra fo de sor Pa t roc in io .

protegido ya a las dos comu-nidades. Es don Salustiano Olózaga, embajador de Es-paña y antiguo enamorado de Lolita, sor Patrocinio. Merced a su constante solicitud la co-munidad puede ser evacuada hacia Saint-Etienne, donde estaban las religiosas expul-sadas de La Granja y El Esco-rial. Para terminar su nuevo éxodo en Anglet, un pueble-cito vasco cercano a Bayonne, desde donde, al poco tiempo, se trasladan definit ivamente a una comunidad vecina: Guét-hary. Allí permanecen hasta la pr imavera de 1871. Prusia ha ganado la guerra y Francia es un inmenso hospital rodeado de ruinas. Pese a que el castillo de Bonneuil está «en un es-tado imposible de explicar», sor Patrocinio y sus monjas deciden emprender el retorno, aun a riesgo de cruzarse con la Comuna. En París vuelven a alojarse en casa del solícito emba jador español. Un tro-piezo, sin consecuencias, con los comuneros y la noticia del asalto al palacio episcopal y el fusilamiento del arzobispo de París, de termina a sor Patro-cinio a dar media vuelta y re-gresar a su retiro de Guéthary.

EL MILAGRO DE LOS PECES

En 1872, la comunidad se tras-lada a Villa Anita, cerca de Pau, lugar donde sor Patroci-nio había sufrido destierro veinte años antes. En Bon-neuil sigue viviendo un grupo 56

de monjas concepcionistas, francesas y españolas, al cui-dado de la prelada francesa, sor María del Socorro. Más tarde, sor Patrocinio funda un convento en Belloc, en Las Landas, tras lo cual vuelve a Pau. Benjamín Jarnés refiere que, «... al regresar quiere sor

Patrocinio salir al campo y al camino real, por el de una ría s i tuada al final de la hue r t a del convento. La madre suele acercarse al agua, a regalar a los pececillos con miguitas de pan. Hoy salen todos los peces a despedir a la madre. A lo largo del borde se apiñan, alargan la cabeza, pa ra ver marchar a sor Patrocinio, que les dice: ¡No seáis tontos, no os dejéis coger!». Desde ese día, ni las redes ni los anzuelos logran apresar un solo pez. Los pescadores, de-sesperados, acuden al pár roco pidiéndole que destruya el he-chizo. El buen hombre tras-lada a la monja las pa labras de los sencillos parroquianos. El tiempo pasa y la anomalía

Pió IX, Giovanni María Mas ta iFe r re t t i (1792-1878) . P a p a d e 1 8 4 6 a 1878.

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persiste. Ahora son los propios pescadores los que escriben a la monja, la cual les contesta: «... que no tengan pena, que se van a dejar coger». Corría el otoño de 1873 y el hecho suce-dió en Belloc. La conducta de sor Patrocinio sigue obsesionando a las gen-tes y uno de los muchos libelos que contra ella se escriben llega a las manos de Pío IX. Sus autores son sor María del Socorro, la priora francesa de la comunidad de Bonneuil y un sacerdote. La aflición de la «monja de las llagas» es gran-de, pero incluso en tan deli-cado trance se verá apoyada por reyes, prelados y vicarios. A mediados de 1873, Madrid recibía con júbilo a su joven rey Alfonso XII. El mentor de la política nacional, en los seis primeros años de la Restaura-ción, es Cánovas del Castillo. Le sucederán los fusionistas, part ido creado por Sagasta, «hombre nefasto, al decir de Valle Inclán, todo sonrisas, simpatías, promesas, ambi-güedades y horro de lecturas». La oposición dinás t ica la completaban los centralistas, acaudillados por Alonso Mar-tínez y por Gamazo. La oposi-ción antidinástica era más va-riada: la componían los carlis-tas, mandados por Nocedal; los posibilistas, part idarios de una República unitaria y con-servadora, dirigidos por Cas-telar; los republicanos revolu-cionarios, a cuya cabeza esta-ban Salmerón y Ruiz Zorrilla, y los federales, adoctrinados por Pi y Margal 1. El Gobierno francés decreta la expulsión de las congregacio-nes. Los reyes de España quie-ren que sor Patrocinio regrese a su tierra, pero ella tiene el pensamiento puesto en los Santos Lugares. Ha escrito al Patriarca de Jerusalén, pi-diéndole autorización para trasladarse allí con algunas religiosas, con la misión de

fundar una casa en Belén o en Nazaret. Se concierta incluso el viaje con un capitán de na-vio marsellés. La respuesta del Patriarca es negativa. En-tonces proyecta la vuelta a España. Mas el Gobierno da largas al asunto. La reina in-siste, pero sor Patrocinio res-ponde que no quiere volver sin el permiso del prelado. Por España circula otro libelo, que tratan de esconder a la monja porque está escrito en términos más duros que de coótumbre. Pero de nuevo, como tantas veces, surge la pa t raña del milagro: Sor Pa-trocinio tiene conocimiento de él por un sueño celestial. Al poco tiempo, el arzobispo de Toledo, asistido por Alfonso-XII, que sufraga los gastos del

viaje, autoriza su regreso a España. Mientras la comuni-dad sigue viaje a Aranjuez, el 21 de enero de 1877, sor Patro-cinio, a compañada por el conde de Losa y don Juan An-tonio Quiroga, llega a Guada-lajara .

A dos pasos de la muerte, en

mayo de 1890, aún trata de fundar una comunidad en San Clemente de La Mancha. Y, a punto de extinguirse, inicia la reforma de un beaterío de Granada. Sor Patrocinio, tan a m a d a y tan odiada, que con el montaje de sus sangrientas llagas llegó hasta el trono, donde durante tanto tiempo movió, desde su convento y en nombre de Dios, los hilos del tinglado palaciego y explotó la credibilidad de las gentes sencillas con su farsa esper-péntica, moría en la madru-gada del 27 de enero de 1891. Año más tarde, la abadesa del convento mostraba a Benja-mín Jarnés el báculo que el ar-zobispo de Toledo había rega-lado a sor María de los Dolores y Patrocinio, en Aranjuez. El escritor dijo:

—Es evidente que la madre es, en la historia del siglo XIX, una gran figura.

La abadesa replicó viva-mente:

—Yo no quiero que la madre sea una gran figura. Quiero que sea una santaM A. R.

| » IMIIIIW

S a r c ó f a g o d o n d e s e g u a r d a n los r e s t o s de s o r P a t r o d n i o , e n la madr i l eña Iglesia del C a r m e n .

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y la independencia sudamericana

Ricardo Dessau

; - <-•

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S AN Martín es, sin duda, el artí-fice de la independencia de tres naciones —Argentina,

Chile y Perú—, pero sobre todo, junto con Bolívar, el firme defensor de un proyecto finalmente frustra-do: la unión del continente sudame-ricano en una confederación. A la luz de este grandioso proyecto, no siempre puesto de manifiesto en el caso de San Martín, por la historio-grafía oficial, deben ser enfocadas la multiplicidad de tendencias, parti-dos e intereses que chocan en el an-tiguo Virreinato del Río de la Plata en el momento en que el futuro Li-bertador desembarca por primera vez (desde su viaje a España) en el puerto de Buenos Aires, y cuyas pugnas lo. acompañarán a lo largo de toda su campaña de emancipa-ción. Esto, para que así delimitado el trasfondo histórico en el que se moverá San Martín, aparezca cla-ramente su itinerario fundamental, así como el perfil de las fuerzas que se le oponen y el de las que le servirán de aliadas, menos homogéneas y con menor poder de gravitación.

La c a s a d o n d e , p r e s u n t a m e n t e , vivió S a n Martin e n su infancia Es t é u b i c a d a e n el p u e b l o d e P o z o s Dulces , en M á l a g a

STAS fuerzas empiezan a configurarse en Buenos Aires y en las provincias al día

siguiente de la Revolución del 25 de mayo de 1810. Y ya han dirimido algunas de sus más importantes querellas desde entonces hasta el 9 de marzo de 1812, día en que, a bordo de la fragata George Canning, llegan a Buenos Aires el teniente coronel de caballería José de San Martín, el alférez de navio José Zapiola y el alférez de carabineros reales Carlos de Alvear (los que en seguida constituirán el triángulo dirigente de la Logia Lautaro), entre otros mi-litares americanos de destacada participación en la guerra de Independencia de España con-t ra Napoleón. Pasados casi dos años desde la Revolución, las

líneas de acción por las que discurre funda-mentalmente el proceso, se pueden reducir, en lo sustancial, a tres: l ) L a del jacobinismo «morenista» (según el nombre del secretario de la Primera Junta de Gobierno, el abogado Mariano Moreno), propiciador de un indepen-dentismo a ul t ranza (aunque dentro de los lí-mites del antiguo Virreinato del Río de la Pla-ta), de la unidad nacional (dentro de esos lími-tes y sin la hegemonía de una provincia privi-legiada sobre las otras) y de una política de férreo proteccionismo frente a los intereses dominantes de la época, preferentemente bri-tánicos. 2) La del «saavedrismo» del interior (de Cornelio Saavedra, presidente de la Jun-ta), coincidente en sus objetivos con la ante-

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» w

ALÉ ti Antes de actuar militar y politi-c a m e n t e en Sudamérica t San Martin tuvo d e s t a c a d a actuación e n la guerra de Independencia de España. Durante ésta , s e hizo acreedor a la condecorac ión q u e regletra el grabado, por su parti-cipación e n la Batalla de Ballén.

Fernando VII, bajo cuya «méecara» Jurídica s e llevó a

c a b o la Revolución de mayo de 1810. San Martin exigió

reiteradas v e c e s q u e a e acabara con e s t e subterfugio legal, y que lae Provincias Unidas declararan

d e una v e z por todaa la Independencia.

rior, pero divergente en sus tácticas y menos radical en su metodología revolucionaria, es-pecialmente en lo referente al t ra to que se debía d a r al enemigo español. 3) La del «libe-ralismo» porteñista (inspirado fundamental-mente en la ideología «ilustrada» de Bernar-dino Rivadavia, secretario del Primer Triun-virato de 1811-12, posteriormente ministro de Gobierno y de Guerra en el gobierno de la provincia de Buenos Aires del general Martín Rodríguez, en 1821-24, y pr imer presidente de la Argentina, eri 1826-27), dispuesto a someter a la región a la tutela económica británica, con la consiguiente destrucción de la industria del interior; a las provincias al mando despótico de la Capital («unitarismo»), y a la causa de la emancipación americana a los intereses cir-cunstanciales de la «oligarquía brillante y gloriosa» (*) de Buenos Aires, los cuales, en

* El 12 de julio de 1816 se había presentado en el Congreso de Tucumán un proyecto para el establecimiento de una monar-quía sudamericana con sede en el Cuzco (Perú). La corona reposaría sobre la cabeza de un príncipe incaico. Este proyecto contó con la entusiasta adhesión de San Martín, entre otros.

última instancia, no sólo determinar ían el abandono del Ejército Libertador de San Mar-tín a su suerte, sino incluso la amputación del territorio correspondiente al primitivo Vi-rreinato, con la constitución como naciones independientes del Alto Perú (Bolivia), la Banda Oriental (Uruguay) y la provincia del Paraguay. Junto a estas tendencias prevalecientes a co-mienzos de 1812 en el Río d é l a Plata, comien-zan a tomar forma otras dos, la federalista, encarnada por los caudillos del litoral —espe-cialmente José Gervasio Artigas, jefe natural de las montoneras de la Banda Oriental, de los pueblos mesopotámicos de Entre Ríos y Co-rrientes (entre los Ríos Uruguay y Paraná), de Santa Fe, también al borde del Paraná, y más tarde de la mediterránea provincia de Córdo-ba— y la americanista, cuyo máximo repre-sentante en Buenos Aires será Bernardo de Monteagudo, hombre educado en los ideales del morenismo, que superó al dotarlos de una dimensión continental , y colaborador estre-cho de San Martín apenas producida la lle-

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gada de éste a Buenos Aires. A su asesinato, ocurrido en misteriosas circunstanciasen una calleja de Lima, en 1825, siguió el hallazgo, entre sus papeles, de un «Ensayo sobre la ne-cesidad de una federación general de Estados Hispanoamericanos», obra que seguramente debía ser presentada al inmimente Congreso Hispanoamericano de Panamá, reunido a ins-tancias de Bolívar en junio de 1826. El federalismo de los caudillos del interior, más instintivo que doctrinario (Artigas es, quizás, la gran excepción), apoyado en el ins-tinto de supervivencia de las provincias frente al avasallamiento de Buenos Aires (no sólo político, sino también económico: se t ra taba de percibir en exclusiva las rentas de su adua-na), podía ser elástico en algunos de sus prin-cipios (y por eso, combinar, según las circuns-tancias, con una u otra de éstas u otras tenden-cias políticas existentes), pero lo que no podía de ningún modo era alinearse junto a los «li-berales» porteños que, jus tamente , buscaban su destrucción. De hecho, el federalismo pro-vinciano recogió las mejores tradiciones del morenismo, del saavedrismo e incluso —den-tro de la lucha por reivindicar cada cual la «patria chica», la propia provincia ante los excesos de la burguesía comercial dueña del puerto— llegó a sostener valerosamente el americanismo sanmart iniano, la causa de la «patria grande», a pesar de que el mismo Li-bertador —por lo menos hasta 1816— había recelado de sus banderas y de sus jefes.

E s c u d o a p r o b a d o por la A s a m b l e a G e n e r a l de l a ñ o 1813, q u e d e b í a d e c l a r a r la I n d e p e n d e n c i a , y q u e , n o o b s t a n t e , por p r e s i o n e s d e G r a n B r e t a ñ a , s e a b s t u v o d e h a c e r l o . A q u e l a vendr í a t ree a ñ o e d e s p u é s . « L a s m a n o s e n l a z a d a s son l a s Provinc ias Unidas , q u e por la f u e r z a (la pica) s o s t i e n e n la l ibertad (el gorro frigio) o r l ado d e l a u r e l e s ( l a victoria) y c o r o n a d o de un so< Incaico n a c i e n t e (la n u e v a

nación) .

Morrión que pertenec ió a Manuel de Escalada,

oficial del Regimiento d e Granaderoe a Caballo

(Museo Histórico Nacional, Argentina).

San Martin, con su unlhrme d e general e n Jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo, creado por él, y con el q u e cruzó los Andee.

(Litografía d e P. Núñez de Ibarra).

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1812-1822: DE BUENOS AIRES A GUAYAQUIL

Poco antes de que San Martín y los otros ofi-ciales que integrarían la' logia masónica arri-ba ran a Buenos Aires, llegó a la ciudad Mon-teagudo, procedente del Alto Perú. El 13 de enero de 1812 funda la Sociedad Patriótica, que, al igual que la homónima formada por Bolívar y Miranda en Venezuela, tendría el propósito de bregar por la independencia. Esta ya había sido declarada por el Congreso General de Venezuela, con el apoyo inglés, el 5 de julio de 1811. Monteagudo reúne en torno de la Sociedad Patriótica a los jóvenes morenistas que, tras la p rematura muerte de Moreno (a principios de 1811), habían sido instrumentados por el «li-beralismo» r ivadaviano bajo la fachada del «progresismo» y la «ilustración», común a ambos partidos, no obstante —como queda dicho— profundamente antagónicos en su práct ica y en sus objetivos esenciales. Dos me-ses después de su creación, la Sociedad Patrió-tica entra en estrecho contacto con los milita-res lautarinos, fruto del cual será la revolución del 8 de octubre del mismo año, que terminará con el Primer Triunvirato, manejado por Ri-vadavia, y que dará ocasión a la pr imera in-tervención pública de San Martín.

J o s é G e r v a s i o Ar t igas , u n o d e l o s caud i l l o s m á s p r o m i n e n t e s e n la g e s t a I n d e p e n d e n t l s t a a r g e n t i n a . C o m p r e n d i ó la c a u s a s u d a m e r i -c a n a d e S a n Martín y le d i o s u a p o y o . F i n a l m e n t e , l a o l i g a r q u í a po r t en a , s u e n c o n a d a e n e m i g a , lo d e r r o t a r í a , ob l i gándo lo a b u s c a r exi l io e n el P a r a g u a y d e G a s p a r R o d r í g u e z d e F r a n c i a ( c a r b ó n d e

J u a n M. B i a n e s . M u s e o His tór ico N a c i o n a l d e Montev ideo) .

mm

S a n Mart in , c r u z a n d o c o n s u e j e rc i to la Cordi l lera de los A n d e s . El p a s o por e s t a z o n a s e h a b í a r e v e l a d o c o m o el único pos ib l e , d e s p u é s d e l o s d i v e r s o s t r a s p i é s de l Ejérc i to del Norte, e n su in t en to de h a c e r l o a t r a v é s de la f r o n t e r a c o n el Alto Pe rú ( c u a d r o de P. Maggl) .

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Las causas de esta revolución hay que buscar-las en una triple serie de circunstancias: 1) La desastrosa política militar r ivadaviana, cuyo ápice lo constituyó la orden impar t ida al ge-neral Belgrano —a la sazón jefe del Ejército del Norte— de no presentar batal la a los espa-ñoles y retroceder hacia el Sur. La des-obediencia de Belgrano tuvo por resultado que éste obtuviera la resonante victoria de

Manuel Blanco Encalada, comandanta da la escuadra que enfrentó a toe e s p a ñ o l e s e n e l Pacífico. La acción d e San Martin en Chile y Perú combinó recursos terrestres y navales , lo que le permitió un desplazamiento rápido en su campaña contra los realistas e spaño-

les .

San Martin, e n una litografié c lás ica d e GérlcauIL El Libertador no pudo cumplir hasta el final s u s des ign ios contlnentailstas por los apetitos voracea y particulares d e las c l a s e s dominantes d e Bue-

n o s Aires.

Tucumán (24 de septiembre), la que se conoció en Buenos Aires el 5 de octubre, sirviendo de ingrediente al descontento popular ya exis-tente contra un gobierno mili tarmente inefi-ciente. 2) La política de ambigüedad y temor en rela-ción a la exigencia popular (en especial de Artigas) de declarar de una vez por todas la independencia. El problema de una tal decla-ración se mantenía pendiente desde la Revo-lución de Mayo, cuyos gestores, no atrevién-dose a romper amar ras directamente con Es-paña, habían apelado al subterfugio jurídico de que, prisionero Femando VII de los france-ses, era forzoso que la soberanía «revirtiese» de la Corona al pueblo, como si éste, en efecto, le hubiera conferido su representación. En consecuencia, los gobiernos revolucionarios que se venían sucediendo desde el 25 de mayo de 1810, fundaban su legitimidad en el hecho de que ejercían la soberanía «a nombre del monarca español», lo que en realidad signifi-caba que el auténtico propósito emancipato-rio quedaba encubierto bajo la «máscara» —así se describió gráficamente dicha acti-tud— de Fernando VII. En consonancia con este temperamento —de no llamar a las cosas por su nombre—, el Triunvirato, que había autorizado a Belgrano la adopción de una es-carapela para el ejército, «para que no se equivoque —de acuerdo con el argumento del

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Bernardo O Hlggins, Director Supremo d e Chile, y aliado de San Martín. Cuando e< Libertador e e n e g ó a participar en laa guerras civi les d e laa Provincias Unidas, decidiendo continuar su camparte al lende los Andee, escribió a aquél: «Se va a descargar sobre mi una responsabil idad terrible. Pero al no s e emprende la expedic ión

al Perú, todo s e lo l e v a el diablo».

general— con la de nuestros enemigos», dio marcha a t rás cuando éste, por propia iniciati-va, incorporó los colores de esa misma escara-pela a la bandera «distintiva de una nación», la que fue izada por p r imera vez en la villa del Rosario el 27 de febrero de 1812. «Haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocul-tándola dis imuladamente», había comunica-do, demasiado tarde, Rivadavia al jefe militar, ya que éste, habiéndose hecho cargo del Ejér-cito del Norte, en el momento de llegar el mensaje ya se encontraba en su nuevo destino, Ju juy , procediendo a izar por segunda vez la «despreciable» enseña, causante de «tamaño desorden ».

3) Los sucesivos fraudes cometidos en la elección de diputados para una Asamblea Ex-traordinar ia . Esta debería echar las bases de un futuro Congreso que, al parecer, iba a de-clarar la independencia. En definitiva, lo que el Triunvirato pretendía era imponer los miembros de la Asamblea a su propio gusto y discreción. Esta últ ima fue la causa inmediata de la Revo-lución. El día 8 de octubre amanecieron for-mados en la plaza Mayor un regimiento de infantería mandado por Francisco Ortiz de Ocampo y el de granaderos a caballo que ha-bía organizado el coronel San Martín. Ante la consulta del Cabildo a los jefes militares, éstos expresaron que su presencia tenía por objeto

Pablo Morllk), Conde d e Cartagena y Marqués d e la Puerta (1778-1837), d e s e m p e ñ ó el cargo d e general e n Jefe de las tropas realis-tas e n América. Tras el armisticio d e Tru)llk>, e n 1820, r e tomó a

España.

«proteger la libertad del pueblo, para que pu-diese explicar l ibremente sus votos y sus sen-timientos, dándole a conocer de este modo que no siempre están las tropas, como regular-mente se piensa, para sostener los gobiernos y autor izar la t iranía. Que saben respetar los

Medalla conmemorativa de la Batalla de Chacabuco (12 d e febrero de 1817), homenaje d é l a Municipalidad d e Buenos Aires. A Chaca-buco seguiría Malpú (5 d e abril de 1818), con lo q u e s e lograría

terminar c o n la dominación e spaño la en Chile.

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derechos sagrados de los pueblos y proteger la justicia de éstos». Al día siguiente de su triunfo —con la instala-ción de un Segundo Triunvirato, dos de cuyos miembros también lo eran de la Logia—, San Martín, sin embargo, sería derrotado. Y con él, provisoriamente, la causa independentista, a la que, de forma repentina, la mayoría de la Logia dio la espalda. Respecto de esta inde-pendencia, Gran Bretaña había mantenido se-rias reservas, desde el momento mismo en que se había producido el movimiento revolucio-nario de mayo de 1810, ya que, siendo aliada de España contra Francia, no tenía interés en la emancipación «política» de las colonias es-pañolas. Además, el fomento a la revolución en aquellas colonias era una práctica a la que se había dedicado los ingleses con el solo ob-jeto (como subraya el historiador José María Rosa) «de "que los pueblos americanos goza-sen de la libertad de comercio", sin entrar en complicaciones y adquirir una conciencia na-cional que el día de mañana podría volverse contra Inglaterra». En esta línea, era com-prensible que los ingleses mantuvieran una presión permanente —en especial a través del embajador británico en Río de Janeiro, Lord Strangford—sobre los sucesivos gobiernos del Río de la Plata, en el sentido de retrasar en todo lo posible cualquier intento de declarar la independencia. Y es por la época en que el Segundo Triunvirato se hace con el poder, cuando llega a Buenos Aires un enviado de Strangford —Peter Heywood—, encargado de hacer saber al gobierno (y a la Logia) que «sólo mediante el reconocimiento de su legítimo so-berano Fernando VII y contribuyendo bajo los auspicios de su nombre a los esfuerzos que se están haciendo en Europa para conservar la integridad de la monarquía española», ten-dría el apoyo de Gran Bretaña. En medio de estas renovadas presiones, los lautarinos, con todo el poder en sus manos (no sólo el del Ejecutivo, sino también el de la Asamblea General que iría a reunirse a princi-pios de 1813, y de la que se esperaba que decla-rase la independencia), discutieron la viabili-dad o in viabilidad de las dos líneas en las que sus miembros se habían polarizado: la de la independencia incondicional (sostenida por San Martín) y la de postergación de esa inde-pendencia (Alvear), salvando esta últ ima las apariencias mediante la propuesta de medi-das tales como la aprobación de una canción patriótica, un día «cívico» (25 de mayo) y un

Banderas realistas capturadas por los ejércitos libertadores, a lo largo de su dlletada campaña por tierras de Chile y Perú.

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«escudo nacional», disposiciones que, efecti-vamente, había de adoptar la mencionada Asamblea. Contando sólo con el apoyo de una exigua minoría (entre ellos, Zapiola) y con el voto adverso del propio Monteagudo, t ras la vo-tación adversa, San Martín decide apar tarse para siempre de la actividad política (no así de la Logia, a la que, juramentado, pertenecería de por vida), dedicándose íntegramente a la carrera mili tar . A part ir de entonces, Alvear ya no dejaría de ser su más enconado enemigo, y es así como el futuro Libertador, en abril de 1814, decide presentar su renuncia a la co-mandancia del Ejército del Norte o del Perú (cargo para el que había sido designado por el Segundo Triunvirato a fines de 1811, tras las derrotas de Belgrano en Vilcapugio y Ayohu-ma, en el Alto Perú), convencido—como seña-lan las «Memorias» del General Lamadrid— «de que la facción que se entronizaba en Bue-nos Aires (alvearista) no le era favorable y que le escasearían los recursos con que había de

Lae rutas de Invasión #n al p a s o da lo s Andas por al ganara! San Martin. En carta a Rodríguez Peña, t i empo antee , el Libertador habla revelado su plan: «Un ejército p e q u e ñ o y bien dleclplinado en Mendoza para paaar a Chile y acabar allí c o n loe g o d o s , apoyando un gobierno d e amigos s ó l d o a para condu lr también oon la anar-quía q u e allí reina. Aliando la s fuerzas p a s a r e m o s por el mar a

tomar Urna: é a e e e el camino y no é s t e » (el del Norte).

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P a s o d e l o s A n d e s \ - t a s r u t a s d e ¡nvas io i

sostener al ejército, mientras que vendría a suplantarlo cuando fuese el t iempo de obrar ofensivamente, el joven general Carlos María de Alvear». Sin embargo, la sombra de Alvear (que pronto llegaría a ser Director Supremo de las Provin-cias Unidas, entre el 9 de enero y el 17 de abril de 1815, cuando una división del Ejérci to de Buenos Aires se subleva en Fontezuelas, de-poniéndolo) no podía ser motivo suficiente para que San Martín tomara la determinación de renunciar a la principal fuerza a r m a d a que entonces luchaba contra los españoles. El fac-tor decisivo era otro, y así lo confiesa el propio San Martín en carta a Rodríguez Peña (ex-triunviro, miembro de la Logia), cuat ro días antes de presentar su dimisión: «No se felicite con anticipación —dice— de lo que yo pueda hacer en ésta; no haré nada, y nada me gusta aquí . La patria no hará camino por este lado que no sea una guerra defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta (las montoneras del general Gúemes) con dos escuadrones de buenos veteranos... Ya le he dicho a usted mi secreto: un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza pa ra pasar a Chile y acabar allí con los godos apo-yando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que allí rei-na . Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima: ése es el camino y no éste». Posteriormente, San Martín ampl iará su plan. La derrota del Ejército del Norte, comandado ahora por Rondeau, en Sipe-Sipe (29 de no-viembre de 1815) le demostrará cabalmente la inutilidad de insistir en la ofensiva contra el Perú por lo que en la actualidad es terri torio boliviano (la Ruta del Desaguadero) y lo lle-vará a imaginar un empleo complementar io de ese mismo ejército en relación al que tendrá a su cargo el cruce de los Andes para apode-rarse de Chile y luego del Perú. Así, a mediados de 1816 (cuando San Martín —gobernador in-tendente de Mendoza desde agosto de 1814, por propio pedido— ya ha creado el Ejército de los Andes y Belgrano se ha hecho cargo nuevamente del Ejército del Norte) no se can-sará de señalar la conveniencia de que este últ imo se mantenga momentáneamente en inactividad, dejando a los gauchos de Gúemes, apoyados en algunos regimientos de línea, la defensa de la Quebrada de Humahuaca . En la concepción estratégica de San Martín, el ejér-cito al mando de Belgrano debería avanzar una vez conseguida la reconquista de Chile (perdido para la causa patr iota tras la batal la de Rancagua, el 2 de octubre de 1814), al t iempo que el suyo propio se ponía en movi-miento por mar hacia Lima. De esta manera ,

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Exili l: 40.000

Chacabuco fue la primera gran victoria del Ejército Libertador. Con ella quedaba demostrada la corrección de l plan senmartlnlano, q u e pronto estaría en c o n d i c i o n e s de entrar e n su s e g u n d a f a s e : la Invasión del Perú.

los españoles serían tomados por un movi-miento de pinzas. En los hechos, las previsiones de San Martín se vieron conformadas cuando, a principios de 1819, el general Pezuela, virrey del Perú desde octubre de 1815, ordena la evacuación del norte argentino por sus tropas, ante el propó-sito del Libertador de pasar al Perú. Para ese entonces, ya había tenido lugar la decisiva batal la de Maipú (5 de abril de 1818), que terminaría con la dominación española en Chile, lanzando poco después San Martín desde Santiago una proclama a los peruanos, en la que les prometía la pronta liberación, y les adelantaba al mismo t iempo la constitu-ción de la gran nación sudamericana, me-diante lá «alianza y federación perpetua» de las Provincias Unidas, Chile y Perú. El momento era el indicado pa ra que el plan sanmart iniano se completara a través del avance del ejército comandado por Belgrano. El Alto Perú, por pr imera vez, se presentaba como un territorio accesible, y no como la

fortaleza inexpugnable que había sido du-rante ocho años, desde el estallido de la Revo-lución. Sin embargo, el Ejército del Norte no se movió: estaba ocupado—como se ha dicho anteriormente— en l ibrar una lucha a muerte contra los caudillos provinciales, en el curso de la cual, Pueyrredón, el director supremo elegido por el Congreso reunido en Tucumán en 1816, había abandonado los solemnes compromisos contraídos con San Martín, en el sentido de respaldar incondicionalmente su plan continental .

Pero no sólo esto: en su vasta ofensiva antife-deral, el Director no había vacilado en ordenar a San Martín (y lo mismo haría su sucesor, Rondeau) el abandono de la campaña liberta-dora, para poner su ejército al servicio de los porteños. Igual actitud adoptó ante el Ejército del Norte, que, sin embargo, acabaría suble-vándose en Arequito, cuando marchaba hacia Buenos Aires, en enero de 1820, poniendo fin a la supremacía de la ciudad-puerto y provo-

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San Martin, contemplando al cruca da loa Andaa por aua tropa». El primar objetivo da la c a m p a ñ a libertadora era reconqulatar Chile, q u e había aldo perdido para la c a u a a patriota el 2 de octubre d e 1814, día en q u e tuvo lugar la batalla d e Rancagua. (Oleo de Ballerlnl. M u s e o Histórico Nacional. Argentina).

S a n Martín combat iendo en

Maipú, ba ta l la favorable a las

armas patriotas y que marcaría una

e tapa deflnltorla en el avance del

Libertador hacia al Norte. Poco

d e s p u é s , de nuevo e n Mendoza, San

Martín haría repaaar a su ejército loa

Andes para emprender e s t a vez

la expedic ión al Perú, n e g á n d o a e a empuñar laa armas

contra aua compatriotas.

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« S o n l a s c o n t i n g e n c i a s de la gue r ra , n a d a más . . .» , c o m e n t a d a c o n m o d e s t i a S a n Martín a n t e un d i p l o m á t i c o n o r t e a m e r i c a n o q u e acudicia a felici tarlo t r a s la victoria d e Malpú. En e s t a ba t a l l a a c t u a r o n c o n j u n t a m e n t e las t r o p a s d e O 'Higglns y de l L ibe r tador , q u e e n el p r e s e n t e ó l e o de

S u b e r c a s e a u x s e a b r a z a n , al f inal d e la c o n t i e n d a .

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Rudeclndo Alvarado. Dirigió al «la Izquierda del Ejército Libertador durante le batalle d e Malpú (Museo Histórico Nacional. Argentina).

El general Juan Gregorio de Laa Heraa, hombre de confianza de San Martin y d e des tacada actuación e n la campaña libertadora

(ó leo de Gil d e Castro. Museo Histórico NaclonaL Argentina).

cando la fragmentación del país (harto de la d ic tadura unitaria) y la disolución nacional . Antes de que esto ocurriera, y como presin-tiéndolo, San Martín, que tras la c ampaña de Chile estaba de nuevo en Mendoza con par te de sus tropas, las hizo repasar los Andes pa ra emprender esta vez la expedición al Perú, ne-gándose a empuña r las a r m a s contra sus com-patriotas. En vano había intentado mediar —junto a una comisión del Gobierno chile-no— entre el Directorio y los Pueblos Libres (federales) para que cesasen la guerra «por el peligro común». Pueyrredón, arrogante, re-chazaría la mediación, señalando al Liberta-dor que «lejos de necesitar padrinos, es tamos en el caso de imponer la ley a la anarquía». No lo estaba, como se vería a continuación. San Martín, mient ras tanto, consciente de la situa-ción, escribía a O'Higgins, Director Supremo de Chile: «Se va a descargar sobre mí una responsabolidad terrible. Pero si no se em-prede la expedición al Perú, todo se lo lleva el diablo». Y el delegado de la Logia Lautaro chilena en Buenos Aires, Zañartú, llegaría aún más lejos al interpretar los designios de los porteñistas, en una carta dirigida también a O'Higgins: «San Martín —decía— no tiene en este cónclave secuaces. Unos lo envidian, otros le temen, y ninguno lo ama. El bien lo conoce, y ha recelado que la orden de empeñar lo en una guerra con con los montoneros tiene por objeto hacerle perder su opinión». Completamente abandonado por su país (que por entonces, sumergido por la soberbia de Buenos Aires, carecía de una autoridad nacio-nal), el 20 de agosto de 1820 San Martín se ambarca hacia el Perú, en la costa chilena de Valparaíso. Su soledad quedará acentuada por la muerte de Belgrano, el 20de junio de ese mismo año, una década después de que hu-biese resuelto abandonar su profesión de abo-gado, para ponerse, improvisándose como mi-litar, al servicio absoluto de la Revolución. Como queda dicho, Belgramo había sido una de las claves que San Martín previo en la ela-boración de su plan l ibertador. La úl t ima —a falta de otra mejor— estaría consti tuida por la propia provincia de Buenos Aires, a la que el general de los Andes acude, en 1822, en busca de recursos que le permitan reconstruir ei Ejército del Norte desaparecido (después de Arequito, sus t ropas y sus generales se habían diseminada por el interior federal), a fin de poder culminar exitosamente la campaña del Perú. A su capital , Lima, los argentino-chilenos ha-bían ent rado victoriosamente el 21 de julio de 1821, t ras la evacuación realista dispuesta por La Serna (el virrey que había susti tuido a Pe-

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Campañas d a 8 a n Martin y Bolívar. La fortaleza dal Jala vanazolano aataba dada por al apoyo político con que contaba, aqulparabla an s u aoHdaz a s u fuarza militar. San Martin, an cambio, aa sncontró an loa momantoa dacls lvos huérfa no dal raspa) do poHtlco qua naca si-

taba y qua monopolizaba la oligarquía da Buanoa Airas.

zuela, como consecuencia de la Revolución de Riego en España). Desde entonces, quedará planteado el gravísimo problema de la infe-rioridad de efectivos del Ejército Libertador, que al zarpar de Valparaíso contaba con poco más de 4.000 hombres, contra los 25.000espa-ñoles dispersos a lo largo y ancho del territorio peruano. A la luz de la doble empresa plan-teada por San Martín (la de t e rminar con la presencia española, no sólo en el Virreinato del Perú, sino también en el terri torio meri-dional que era su prolongación, el Alto Perú, perteneciente al antiguo Virreinato del Río de la Plata), dicha inferioridad se veía notoria-mente agravada, si una expedición auxilia-dora (como había sido establecido en el plan original) no acudía desde el norte de las Pro-vincias Unidas, a través de la Quebrada de Humahuaca . Para t ramitar hombres y recursos financieros, part ió hacia las Provincias Unidas, en mayo de 1822, el comisionado Gutiérrez de la Fuente, quien a su paso por el interior del país recibi-ría la entusiasta adhesión de los caudillos. Sin embargo, no era de las provincias, empobre-cidas por la guerra civil y la expoliación eco-

nómica de Buenos Aires, de donde afluiría el dinero necesario para sostener la lucha en el Perú. Tal cual escribe Gutiérrez de la Fuente a San Martín: «... el dinero para los gastos de la expedición es imposible sacarlo de ninguno de estos Pueblos y sólo sí de la capital, como V. E. mismo lo previene en sus comunicaciones». Pero la Capital, con Rivadavia ocupando nue-vamente un cargo oficial (ministro de Guerra, para desdicha de San Martín) dará otra vez la espalda a la causa de la emancipación suda-mericana, negándose a extraer siguiera un peso de sus abul tadas arcas, y t ra tando con descortesía insultante al enviado del Liberta-dor. De este modo, se desbarataba el plan del Ejército Auxiliar, se ponía en jaque a San Mar-tín en el Perú y se construía el marco adecuado para que Sucre, el victorioso mariscal de Aya-cucho, una vez desaparecido el general argen-tino de la escena, entrara años después en el Alto Perú y fundara la República Bolívar (des-pués Bolivia), segregándola de las Provincias Unidas. No obstante, Rivadavia podía estar orgulloso: con el dinero negado a San Martín mandar ía realizar obras públicas que admirar ían a los europeos de la época y mantendrían bien alto el honor de los porteños, y hasta se permitiría hacer aprobar por la Cámara de Representan-tes de Buenos Aires un préstamo de veinte millones de pesos en beneficio del gobierno liberal español, para contribuir a su defensa ante la inminente invasión de los Cien Mil Hijos de San L u i s -Como escribió el propio San Martín a O'Hig-gins, en 1829: «... a usted le consta los inmen-sos males que estos hombres (Rivadavia y sus satélites), con su conducta infernal han hecho, no sólo a este país, sino al resto de América».

Una d a laa tantaa caricaturas da la épocas an qua sa satiriza a loa personajaa qua e n t o n c e s dominaban la e e c e n a política y militar sudamericana. En ella p u e d e verse , aparta d e San Martin y CHftg-glns, al general Pueyrredon, que, c o m o gobernador do la opulenta B u e n o s Airea, n e g ó e l apoyo d e la provincia al plan emanclpatorio

del Libertador.

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GUAYAQUIL: EL PACTO DE SAN MARTIN Y BOLIVAR

El Libertador, que desde el 3 de agosto de 1821 ostentaba el t í tulo de Protector del Perú, al conocer por diversos oficios los resultados ne-gativos de la misión Gutiérrez de la Fuente, delega el mando en Monteagudo —quien lo había acompañado desde el inicio de la cam-paña— y se embarca con destino a Guayaquil (hoy territorio del Ecuador), para entrevis-tarse con Bolívar. Días antes, el 6 de julio de 1822, el mismo Monteagudo había es tampado su f irma en un Tratado de Amistad y Unión Perpetua entre Perú y Colombia (la gran Re-pública Bolivariana) del que había sido, tam-bién, propulsor y gestor. Los dos Libertadores, a lo largo de las tres entrevistas que mantuvieron durante los días 26 y 27 de julio, t rataron (según Pérez Amu-chástegui) «asuntos de incendiaria urgencia, como los proyectos de confederación, ya ini-ciados con la f i rma del Tra tado del 6 de julio, las formas más convenientes de gobierno (San Martín y su part ido, el "peruanis ta" , propi-ciaban una monarquía temperada; Bolívar, una República dictatorial) (1) y la situación política y económica del Perú», entre otras cuestiones de capital importancia para los te-rritorios que habían salido, o es taban a punto de salir, del yugo colonial. En este temario estaban implicados, específicamente, los si-

S a n Martín, a n 1828 ( au to r anón imo) .

Simón Bolívar (Muaao Histórico Nacional. Argantlna), al otro h é r o a d a la Indapandancia sudamericana qua, lajos da anfrantarsa con S a n Martin, c o m o lo qulara la historiografía oficial, tanto argantlna c o m o v a n a z o l a n a . c o m p i a m a n t ó — y oomplató— la g a s t a d a ! militar

argant lna

guientes puntos: 1) Situación de Guayaquil (zona bajo el dominio militar de Bolívar), cu-yos habi tantes se inclinaban hacia la forma-ción de una república independiente, o bien hacia la incorporación al Perú; 2) El auxilio que Bolívar podía prestar a San Martín, ya que el general venezolano contaba con dos elementos de los que ostensiblemente carecía el Protector del Perú: a) apoyo político total de su país, y b) poderío militar, emanado de ese mismo apoyo; 3) Unión de Sudamérica en una gigantesca confederación. Este úl t imo punto era el esencial. Y es, a la vez, el que s is temáticamente ha sido escamoteado por la historiogragía oficial ( tanto argentina como venezolana), que sólo ha querido ver, como motivación central de la entrevista de Guayaquil, el pedido de ayuda de San Martín a Bolívar, y como causa de la posterior renun-cia del pr imero (en el caso de los historiadores argentinos) las reticencias de Bolívar para suministrar le un apoyo efectivo. Si bien esto úl t imo (las reservas de Bolívar) es parcial-mente cierto (como también lo es que San Martín se ofreció a servir a las órdenes del Libertador de Colombia, y que el encuentro de Guayaquil llevó a aquél a la convicción de que los dos «no cabían en el Perú»), no constituyó en modo alguno el factor desencadenante de la renuncia sanmar t in iana . En realidad, San Martín sabía que los «perua-nistas» (los hombres que habían luchado

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hombro a hombro junto con él en contra de la dominación española en el Perú) no acepta-rían jamás un proyecto de confederación su-damericana en la que se perdería, para el país, una hegemonía que sólo su programa monár-quico les aseguraba. Esta circunstancia debía llevar al Protector del Perú, o bien a aniquilar a sus propios partidarios, a quienes le oponía su propio programa de unidad continental, o bien a dejar la yía libre a Bolívar, opuesto doblemente a los «peruanistas», en virtud de dicho programa y de su ideal republicano, para que fuese éste el encargado de llevar ade-lante esa tarea de aniquilación. Esta últ ima alternativa exigía la desaparición de San Mar-tín del escenario político sudamericano. San Martín, efectivamente, eligió desapare-cer, depositando en Bolívar la responsabili-dad de completar la labor incumplida. «El (como señala Amuchástegui) no estaba dis-puesto a emplear mano de hierro contra sus propios paisanos; su temperamento y sus principios se lo vedaban. Bolívar, en cambio, mucho más político y por tanto más realista y más frío, sí estaba dispuesto a hacerlo y, ade-más, era capaz de hacerlo. La permanencia de

San Martin vivió a n Grand Bourg, Francia, haata 1848. La adqulal-clón da la caaa (cuya réplica, qua aparaca an al grabado, aa lava nta an un parqua d a Buanoa Aire») la fuá facilitada por Alejandro Agua-do, banquaro qua habla aldo compañaro da armaa dal Libertador

• n España.

Inauguración dal monumento a San Martin (1900) en Boulogne Sur Mer, donde murió el 17 d e agoato da 1850. Granadero» y dragonea franceaea rindan homanaja.

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S a n Martin an au vs |az (ó laop ln tado por su hl|a Marcadas). En 1844 — s a i s a ñ o s antas d a morir—, al Libartador habla radactado ya su tastamanto, #n al qua, antra o t a s c láusulas , figura a q u é l a a n la qua axpraaa su d a a a o da qua au corazón faaaa dapositado an

Buanoa Airas.

San Martín era incompatible con la ejecución de este programa, ya que podía rematar todo en una oposición formal de los dos libertado-res en cuanto a los medios para alcanzar el fin». La siguiente carta de Bolívar a Sucre, fechada en Lima el 21 de febrero de 1825, un año des-pués de la victoria de éste en Ayacucho y pasa-dos casi tres años de la entrevista de Guaya-quil y uno del posterior exilio de San Martín, i lustra c laramente sobre el carácter de ambos libertadores, y confirma indirectamente (en-tre decenas de pruebas más directas, de com-pleja exposición aquí) la hipótesis acerca de la verdadera causa del renunciamiento sanmar-tiniano: «Usted tiene —dice Bolívar a Sucre— una moderación muy rara . No quiere ejercer la autoridad de general, cual le corresponde, ejerciendo de hecho el mando del país que sus

tropas ocupan (Bolivia), y quiere, sin embar-go, decidir una operación que es legislativa. Yo sentiría mucho que la comparación fuese odiosa; pero se parece a lo de San Martín en el Perú. Le parecía muy fuerte la autor idad de general Libertador, y, por lo mismo, se metió a dar su estatuto provisorio, para lo cual no te-nía autor idad. Le diré a usted, con la fran-queza que usted debe perdonarme, que usted tiene la manía de la delicadeza, y que esta manía le ha de per judicar a usted como en el Callao. Entonces quedaron todos disgustados con usted, por delicado, y ahora va a suceder lo mismo». Lo de la «comparaciónodiosa», por o t ra par te , no debe asombrar . Estaba claro, en el acuerdo San Martín-Bolívar, que este últ imo, al adju-dicarse la tarea de te rminar con los seguidores de San Martín —el par t ido «localista» perua-no, opuesto al «continentalismo» de ambos libertadores—, debía embarcarse simultá-neamente en la empresa de desprestigio ideo-lógico del grupo al que debía destruir , in-cluido su líder, el general argentino. Así lo hizo, y muchos otros documentos, apar te del citado, lo atestiguan, encontrando invaria-blemente, por toda respuesta de San Martín, el más cerrado silencio (y también el más enigmático, si se lo despoja de este contexto interpretativo). Debe tenerse en cuenta, al respecto, que el mil i tar de los Andes siempre respondió, y del modo más enérgico, a todos sus detractores, quienes quiera que éstos fue-sen (y los hubo de todo color) y en cualquier etapa de su vida. Este silencio de San Martín ante Bolívar, y el de ambos en relación a lo que se discutió ver-daderamente en Guayaquil, tuvo como pri-mera consecuencia echar un velo de sombra sobre las intenciones americanistas del pri-mero, quedando reservadas dichas intencio-nes exclusivamente a Bolívar. (Hubo otra con-secuencia: el mito de la «grandeza» sanmart i-niana —por la renuncia a la gloria de t e rminar la empresa de liberación y verse coronado con el título de «Libertador del Perú», título que, en cambio, recibió Bolívar—, correspondido s imétr icamente por el de la «ambición» del general venezolano, sin querer verse que sobre este úl t imo recayó la responsabilidad de ter-minar una campaña (y de iniciar una repre-

Otra cláusula dal tastamanto da San Martin astablacia qua su sabia corvo d a Ubartador dabla sar antragado al

ganara! Juan Manual da Roaas (gobarnador da Buanos Airas, y una da las flguraa m á s polémicas d a la historia argan-

tlna), «por la flrmaza con qua aquai ganara l—dlca taxtualmanta tcumanto— soatuvo al honor da la Rapúbilca contra laa In-pratanaionas da los axtran|aros qua trataban d a humillarla».

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sión) cuyo éxito de ninguna manera estaba asegurado. Desde este punto de vista, la «grandeza» de San Martín habr ía sido, senci-llamente, «prudencia».)

Los proyectos continentales de Bolívar eran conocidos desde el 6 de octubre de 1815, cuan-do, desde su destierro en Kingston (Jamaica) f i rma la «Contestación de un americano meri-dional a un caballero de esta isla», donde plantea la necesidad de unión americana, res-petando al mismo tiempo las modalidades re-gionales. Los de San Martín tomaron cuerpo aproximadamente por la misma fecha, cuan-do, bajo la presión de la Logia Lautaro en general, y la suya propia en part icular , se reúne un Congreso en Tucumán que, convo-cado en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 9 de julio de 1816 declarará la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica, t ransformando significativa-mente aquella designación. De este Congreso, además, saldrá la proclamación de Santa Rosa de Lima como Patraña de la América del Sur y el reconocimiento de la bandera celeste y blanca (argentina) como estandarte menor de la nación sudamericana. Y de él recibirá San Martín, antes de iniciar el cruce de los

Andes (19 de enero de 1817) y empezar su campaña sudamericana, un conjunto de ins-trucciones, una de las cuales, la número 14, establecía el envío de diputados al Congreso por parte de los países liberados, «a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causa, intereses y objeto, constituya una sola nación». El posterior predominio de la facción «localis-ta» porteña, la misma que negó apoyo econó-mico y militar al Libertador, encarnada en Rivadavia (y antes en Pueyrredón, el director supremo durante la época del Congreso, que si bien estaba vinculado a la Logia también lo estaba a los rividavianos), acabaría por des-truir la obra de Tucumán, retornando a la antigua denominación de Provincias Unidas del Río de la Plata, y realizando, en los hechos, la política de contracción y aislamiento a que apunta dicha denominación. A esa política, pusilánime y egoísta, se opuso siempre San Martín. Aquí hay que buscar su verdadera «grandeza» y no en fervores «na-cionalistas» que exigen, para aumentar sus dimensiones, disminuir las de su «rival». • R. D.

Sa n Martín, poco antaa da morir (ólao d a Luis da Carvt). «Con todaa s u s deflclenclae —escr iba d a él al historiador Bartomé Mitra—, a s al hombro da a c d ó n deliberada y trascandantal máa blan equilibrada qua haya producido la ravoluclón sudamaricana. Flal a la máxima que regló eu vida,

fue lo que debía ser, y antes que ser lo q u e no debía, prefirió no ser nada. Por e e o vivirá e n la Inmortalidad».

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«Todas las v o l u n t a d e s s e p u e d e n r e d u c i r á u n a sola voluntad». (Po r t ada del «Lev ia than» e d i t a d o e n L o n d r e s , en 1651).

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Thomas Hobbes DD El hermano del miedo

«Fu cosa mirabile quanto fruto par-torissero questi divini consigli a la vita moríale, e quanto la nuova condizione degli uomini, non os-tante le fatiche, gli spaventi e i do-lor i, cose per laddietro ignó-rate dal nostro genere, su pe-ra sse di commo-dita e di dolcezza quelle que erano state innanzi al di-luvio».

( G i a c o m o LEOPARDI) .

« C u a n d o e n 1588 la e s p o s a del p a s t o r d e M a l m e s b u r g par ló , d ice m á s t a r d e H o b b e s

en u n a a u t o b i o g r a f í a r imada , pa r ió d o s g e m e l o s : y o y el miedo» .

Fernando Savater

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EN SU «Historia de la fi-I l o s o f í a m o d e r n a »

acota Hóffding: «Cuando, en 1588, la Armada Invencible iba a hacerse a la vela para a tacar Inglaterra, los temibles rumores de guerra precipita-ron el par to de la esposa del pastor de Malmesburg, quien dio a luz antes de t iempo un niño. Parió, dice más tarde Hobbes en una autobiografía r imada , dos gemelos: yo y el miedo». He aquí el más ine-quívoco parentesco de Tho-mas Hobbes: hermano del miedo. Y, por lo tanto, hijo de la Ley. Este contemporáneo de Descartes, circunstancia que su desusada longevidad (noventa y un años) hace a menudo olvidar, detestó cor-dialmente cualquier supuesta preeminencia de la res cogi-tans sobre la res extensa: por su parte, considera que sólo esta úl t ima tiene existencia real, en forma de cuerpos (no de «materia»), o, aún mejor, de manifestaciones espacia-les. Fuera de éstas, sólo hay fantasmas, obnubilaciones de mentes enfebrecidas, nada, en suma. Su empir ismo fue tan radical que en su De principiis geometrarum negó la posibi-l idad de unas matemát icas puras y sostuvo que éstas pro-vienen de constataciones ex-perimentales como cualquier otro conocimiento, pues no hay punto sin extensión ni lí-nea sin anchura . Los cuerpos están propulsados por el cona-tus, por la apetencia de bienes nuevos y la voluntad mil i tante de conservar los ya adquiri-dos; los cuerpos quieren sub-sist ir y gozar, designio que les hace competir , les enfrenta y, en muchas ocasiones, provoca que se destruyan unos a otros.

Tomemos el caso del erudito reflexivo y dialéctico que fue Thomas Hobbes como ejem-plo: su conatus le impulsaba a 1 s goces serenos de la especu-lación y la lectura, pero el des-

tino le hizo verse rodeado de cuerpos agitados por la con-cupiscencia de riquezas, ho-nor, poder, sectas feroces dis-pues tas a aplastar por la fuerza a quien se opusiera aun mínimamente a sus ambicio-nes desatadas. ¿Qué le que-daba al amenazado escriba sino su hermano el miedo? Pero la f ra ternidad del miedo es amplia: por su mediación,

se es hermano de muchos. ¿No habría posibilidad de conver-tir esta hermandad en origen de un nuevo padre? Exilado en Francia y en Italia, azuzado siempre por el miedo reinante que desgarra en forma de gue-r ra civil Inglaterra, Thomas Hobbes va destilando de su propio temor y temblor el re-medio contra el espanto. Es la teoría del Señor del Miedo, del

Cuanto más activo y enérgico s e a el soberano, m e n o s cabe temer que a b u s e de su pueblo...». (Luis XIV d e Francia, caracterizado de «Sol», según un grabado do la época) .

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Señor que se enseñoreará del m i e d o . C u a n d o O l i v e r i o Cron well se convierte en Lord Protector de Inglaterra, el m o n á r q u i c o Hobbes com-prende que el fundador de la ef ímera República inglesa puede entender mejor que na-die el sentido de sus investiga-ciones y retorna a su patria. La Guerra Civil ha concluido; al-guien ha sabido sobreponerse a la disgregación de las fac-ciones y aunar lo contradicto-rio en una estructura estable. Hasta el fin de sus días, Hob-bes podrá disfrutar de la exis-tencia pacífica y estudiosa con la que soñaba. Volverá oca-sionalmente sobre este o aquel punto de su teoría política, pero es evidente que considera la cuestión definit ivamente resuelta. Sus últ imas polémi-cas son sobre temas matemá-ticos y en ellas su espíritu ex-cesivamente baconiano caerá en t rampas que la nueva es-cuela cartesiana era ya capaz de evitar. La Iglesia anglicana sospechó de él y le acusó de «materialismo», aunque sin conseguir inquie ta r le ma-yormente; por si acaso, empe-ro, editó la segunda edición de su «Leviatán» en Holanda. En lo tocante a religión, Hobbes consideraba que la creencia en Jesús como Cristo es el único artículo de fe exigido para acceder al paraíso pro-metido; por lo demás, el Reino de Dios no es de este mundo y los ministros religiosos que no se someten —como deben— a la autoridad de su soberano político, no hacen sino fomen-tar la discordia y el caos. Pues este mundo en que vivimos está puesto bajo la advocación de otra divinidad tutelar, más próxima y tangible que la del Creador de cielos y t ierra.

EL DIOS MORTAL

En el principio, el temor hizo a los dioses; pero no sólo a los

in mortales, sino también a ese Dios Mortal «al cual debemos, ba jo el Dios Inmortal , nuestra paz y nuestra defensa». No hay otro fundamento de la au-toridad que el miedo: Hobbes no se cansa de repetirlo. Por miedo se obedece al más fuer-te, al padre terrible de la horda primigenia que sub-yuga a los hijos y les veda el acceso a las mujeres; y tam-bién por miedo, por mu tuo temor, los hijos pactarán en-

tre ellos tras la muerte —ase-sinato y antropofagia ritual— del padre y se someterán al poder soberano de uno solo de entre ellos. El primer tipo de mando —Soberanía por Ad-quisición— tiene una raíz se-mejante al segundo —Sobe-ranía por Institución—; sólo difieren en que «quienes eli-gen un soberano lo hacen por temor mutuo los. unos de los otros y no por miedo a quien instituyen. En el otro caso, se

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En el pr incipio, el t e m o r hizo a l o s d i o s e s ; p e r o n o só lo a los inmor ta les , s i no t a m b i é n a e s e Dios Mortal «al cua l d e b e m o s , b a | o el Dios Inmorta l , n u e s t r a p a z y n u e s t r a d e f e n s a » .

( I l u s t r a d o n s s d e la Biblia d e A m b e r e s , e d i t a d a por P lan t ino e n 1548).

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someten al que es temido. Pero en ambos casos lo hacen por miedo, lo cual debe ser anotado por quienes conside-ran nulos todos esos pactos por provenir del miedo a la muerte o de violencia. Cosa que, de ser cierta, haría impo-sible que ningún hombre es-tuviese obligado a obediencia en ninguna clase de Repúbli-ca». El miedo es la base del pac to social, pero también su límite. Ya en «De Cive», pri-mera exposición de la doc-tr ina política que luego esta-blecerá más detal ladamente en su «Leviatán», señala Hob-bes el alcance máximo de las atribuciones coercitivas del Dios Mortal: «En el gobierno de un Estado bien establecido, cada part icular no se reserva más l ibertad que aquella que precisa para vivir cómoda-mente y en plena tranquili-dad, ya que no quita a los de-más más que aquello que les hace temibles» (el subrayado es mío. F. S.). El Estado no debe qui tar a los hombres más que aquello que les hace temi-bles; pero ¿qué es lo que les

hace temibles? Su fuerza pro-pia, sus apetencias desenfre-nadas, su tendencia a tomar decisiones discrepantes de la u n a n i m i d a d mayor i t a r i a . . . Para saber inequívocamente qué es lo temible en los hom-bres, basta con constatar en qué consiste aquello a lo que renuncian en el pacto social, pues dicho pacto no tiene otro fin que suprimir las causas del mutuo miedo. Pues bien, en ese pacto todo hombre dice a todo hombre: «Autorizo y abandono mi derecho de go-bernarme a mí mismo, a este hombre o a esta asamblea de hombres, a condición de que abandones tu derecho a ello y autorices todas sus acciones de manera semejante». Luego lo temible en los hombres, la raíz misma del miedo, aquello a que hay que hacerles renun-ciar para acabar con el caos y la perpetua guerra de todos contra todos... es el derecho natural que tiene cada cual a gobernarse a sí mismo. Gra-cias a esta renuncia, «todas las voluntades se pueden reducir a una sola voluntad».

Ya tenemos edificado nuestro Dios Mortal. ¿Ha llegado el momento de abandonar el te-rror? En modo alguno. Priva-dos los hombres de lo que les hace mutuamente temibles, esto es, del autogobierno, el Estado capitalizará todo ese potencial de terror como su motor n a t u r a l . «Mediante esta autoridad, conferida a él por cada individuo part icular en la República, tiene el uso de tanto poder y fuerza que por terror a ésto resulta capaci-tado para formar las volunta-des de todos ellos en el propó-sito de paz en la patr ia y mu-tua ayuda contra los enemigos del exterior». El terror no se resuelve jamás, está presente en el mítico estado natural , cuando la vida de perpetua guerra caótica es «solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve», y en el vientre del Le-viatán artificial que el pacto de los hombres construye. Re-cordemos el verso de Queve-do: «Miedo en la soledad, miedo en la gente...». Unidos por el cimiento del temor, los hombres deben cont inuar te-

El E s t a d o o rgan i za el s a q u e o de l o s vec inos , Ins t i tuye la e sc l av i tud y f u n d a u n a j e r a r q u í a de p r e s t i g i o s y p o d e r e s s e g ú n la c u a l s e r e c o m p e n s a c o n g lor ia a los v io len tos . ( G r a b a d o del siglo XVII, s o b r e la e s c l a v i t u d e n la N u e v a Galicia) .

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Ya en «De Cive» s eña la H o b b e s el a l c a n c e máximo de l a s atribuciones coercit ivas del Dios Mortal: «En el gobierno de un Estado bien es tab lec ido , c a d a particular no s e reserva más libertad que aquella que precisa para vivir c ó m o d a m e n t e y en plena tranquilidad, ya que no quita a los demás más que aquello que les hace temibles». ( P o r t a d a de l « D e C i v e » , e d i t a d o e n

A m s t e r d a m . e n 1647).

miendo indefinidamente para continuar siendo sociales. La sociabilidad es hija del es-panto y se al imenta de él. El Estado es la condensación de todos los temores mutuos, la institucionalización separada y magnificada de aquello que hace temibles a los hombres, su facultad de autogobierno; los hombres, por medio de un pacto, ponen fuera de cada uno de ellos lo que les asusta de los demás y convierten en Enemigo único, constante y omnipresente la pluralidad de hostilidades que antes inter-cambiaban sin código regular. Pero este Enemigo general tiene una gran ventaja sobre los part iculares enemigos con las que antes cada hombre te-nía que entendérselas: ejerce una hostilidad sin reciproci-dad posible. Nadie puede res-ponder a sus agravios, dada la colosal disparidad de fuerzas que hay entre la concentra-ción absoluta del Poder sepa-rado y la impotencia indivi-dual; y, como nadie puede de-volverle el golpe, nadie tiene la obligación de hacerlo. El Estado nos descarga del pe-sado fardo de la venganza: la venganza es mía, dice el Dios Mortal. ¡Por fin un Enemigo cuya victoria abrumadora no es deshonroso dar por descon-tada! Ante él, cada cual puede aceptar su inferioridad sin demérito e inclinar la cerviz sin humillación personal, esto es, con modestia de ciudada-no. La herida simbólica de la castración de la voluntad puede ser asumida por un gesto a la vez colectivo e indi-vidual , que sella pero no mata . Para evitar que algún otro sea nuestro vencedor, admi tamos a coro que todos hemos sido derrotados por el Mismo. Ese Dios Mortal que nos derrota para tutelarnos, que nos inti-mida para aliviar nuestro miedo, está hecho a nuestra imagen y semejanza pero ya no es uno de nosotros: está

fuera, aparte. Desde la otra orilla, coactivo e imparcial .se hará temible para que noso-tros podamos dejar de serlo y asumirá hasta el límite los atr ibutos de autonomía que le abandonamos.

LA GUERRA PRIMORDIAL En el comienzo, era la guerra. Este es el dogma fundamenta l de Hobbes, en el que se apoya todo su razonamiento justifi-catorio del Leviatán estatal.

«Es manifiesto que durante el t iempo en que los hombres vi-ven sin un poder común que les atemorice a todos, se ha-llan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos». Esta situación se debe a la tendencia innata del hombre a la violencia, cu-yas causas inmediatas más comunes detalla así el pensa-dor inglés: «*H#Uamos en la naturaleza dfei hombre tres

H X X O S O J P H I C A

K O Ü S I S

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....

.'.V ' •

Es m a n i f i e s t o q u e d u r a n t e e l t i e m p o e n q u e los h o m b r e s viven sin un p o d e r c o m ú n q u e l e s a t e m o r i c e a t o d o s , s e ha l l an e n la cond ic ion o e s t a d o q u e s e d e n o m i n a g u e r r a ; u n a g u e r r a tal que e s la de t o d o s c o n t r a todos»». ( G r a b a d o h o l a n d é s del siglo XVIII).

causas principales de discor-dia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; ter-cera, la gloria. La pr imera im-pulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguri-dad; la tercera, para ganar re-putación. La pr imera hace uso de la violencia para conver-tirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, pa ra defenderlos; la tercera recurre a la fuerza por moti-vos insignificantes como una palabra , una sonrisa, una opi-nión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido». Varias cosas interesantes sal-tan inmediatamente a la vista en el propio texto hobbesiano, independientemente de que luego podamos recurrir a da-tos antropológicos para veri-f icar o desmentir ese supuesto estado de guerra primigenio. En pr imer término, hay que señalar que no es lo mismo guerra que violencia. Si acep-tamos la natural idad de la vio-

lencia como uno de los meca-nismos biológicos que confi-guran al hombre, deberemos subrayar de inmediato la arti-ficiosidad de la guerra; si la violencia es innata, entonces la guerra es institucional; la violencia «natural» es desor-ganizada y desorganizadora, pura Eris contra cualquier tipo de Filia, mientras que la guerra es precisamente la or-ganización política de la vio-lencia . En una palabra, hablar de guerra de todos contra to-dos es una contradicción en los términos: la guerra exige tanto una configuración del Enemigo como una institu-cionalización explícita del Amigo. No hay guerra sin odio a los enemigos, pero tampoco la hay sin amor a los amigos; la violencia, en cambio, puede estallar contra cualquiera, en cualquier momento y en cual-quier ocasión, como un terre-moto o como un ataque epi-léptico. Pero analicemos de cerca cuáles son esas causas de violencia que se hallan en la naturaleza del hombre, se-gún nos las expone Hobbes. Recordemos, insisto, que son naturales, es decir, que se dan antes de la constitución del

pacto social del que brota el Estado. El pr imer tipo de vio-lencia busca hacerse dueña de lo ajeno y da frutos de saqueo y esclavitud; el segundo tipo viene motivado por la necesi-dad de defenderse del prime-ro; el tercero persigue la con-quista de la pública estima, su conservación sin mancha o la imposición de la propia opi-nión a quienes no la tienen por acertada. Ahora bien, es evi-dente que alguna noción de propiedad debe preexistir a los dos pr imeros tipos de vio-lencia, y también la concep-ción del t rabajo como algo ex-cesivo e indeseable, del que unos desean librarse por me-dio de esclavos cuyo esfuerzo sustente su ocio y acumule ri-quezas para ellos; el tercer tipo de violencia ha de pree-xistirle la gloria misma, la re-putación, la fama, el aprecio público, el prestigio de la « na-ción o del apellido». Luego an-tes del Estado, en plena inme-diatez natural , ya hay propie-dad, acumulación, t rabajo, riqueza, gloria, buen nombre y opiniones dogmáticas que imponer por la fuerza a los di-sidentes. ¿No parece más bien que esto es lo que encontra-

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mos en los Estados y no en ese mítico origen inimaginable? Las causas de esa violencia s u p u e s t a m e n t e « n a t u r a l » brotan más bien de una de-terminada organización polí-tica de la convivencia. Y lejos de extinguirse bajo la égida del Estado, hallan en él sus institucionalización y perpe-tuamiento. El Estado orga-niza el saqueo de los vecinos, instituye la esclavitud y funda una jerarquía de prestigios y poderes según la cual se re-compensa con gloria a los vio-lentos. Suponer un Derecho Natural que la violencia de todos contra todos vendría a conculcar o defender no es más que un intento de «natu-ralizar» el Estado, de propo-ner que existe aun antes de que su existencia sea históri-camente reconocida, es decir, que tiene la virtud de engen-drarse a sí mismo: el Estado como causa sui, divino pero mortal. Un artificialista lú-cido y explícito como Thomas Hobbes no habría suscrito este subterfugio pseudoteoló-gico, luego no habría de que-darle en puridad otro remedio que aceptar esta conclusión: el Estado no tiene por fin aca-bar con la violencia sino orga-nizaría en guerra. Ahora bien, tal conclusión no sólo se opone al plantea-miento que Hobbes desarrolla en su «Leviatán», sino tam-bién a lo que nos cuenta al respecto uno de los más agu-dos antropólogos contempo-ráneos que se han ocupado del tema de la violencia. En efec-to, Pierre Clastres apoya deci-didamente en su «Arqueología de la violencia» las conclusio-nes de Hobbes, diciendo: «Hobbes ha sabido ver que la guerra y el Estado son térmi-nos contradictorios, que no pueden existir juntos, que cada uno de ellos implica la negación del otro: la guerra impide el Estado, el Estado impide la guerra». Impor-

tante refuerzo para la posición del pensador inglés este que recibe de un especialista en esas cu l turas pre-estatales «caribes» que Hobbes men-c iona p r e c i s a m e n t e como ejemplo de la guerra perpetua primordial , tanto más cuanto que Clastres es un antiesta-tista de corazón. Y, sin em-bargo, pienso que aquí un error de concepto —y no sólo una ambigüedad terminoló-gica— respecto a la «guerra», es causa de que Clastres se equivoque precisamente al acertar en su análisis, mien-tras que Hobbes acierta al sa-

car la conclusión de su falso planteamiento de la violencia «natural». Permítase me hacer un breve resumen de la teoría de Clastres respecto a la fun-ción de la guerra en las comu-nidades no-estatales. La prin-cipal preocupación de la so-ciedad primitiva es conservar su independencia, su identi-dad homogénea y diferen-ciada y su carácter indiviso (es decir, sin escisión institucio-nal entre gobernantes y go-bernados). Estos objetivos se ven amenazados tanto por un i n t e r c a m b i o genera l i zado , que llevaría a identificarse y

C * 1 ' * t A t u k u u t T o b i d o .

Varias s o n l a s c a u s a s da la violencia que s e hallan en la naturaleza del hombre, s e g ú n n o s las e x p o n e Hobbes : El primer tipo d e violencia b u s c a h a c e r s e d u e ñ a de lo a jeno y da frutos de s a q u e o y esclavitud; el s e g u n d o tipo v i e n e motivado por la n e c e s i d a d de d e f e n d e r s e del primero; el tercero pers igue la conquis ta de la p ú b i c a est ima, su c o n s e r v a c i ó n s in m a n c h a o la impos ic ión de la propia opinión a q u i e n e s n o la t ienen por acertada. (Representac ión

anatómico-astrológica del cuerpo humano. Juan d e Kethan, 1512).

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fundirse todos en todos, per-diendo cada pueblo su carác-ter de «Nosotros» autónomo, como por una guerra ilimi-tada que no podría desembo-car más que en un único Ven-cedor que extendiese su impe-rio sobre doblegados súbditos. In tercambio con los aliados y guerra con los enemigos son, pues, los dos pilares sobre los que se apoya la sociedad sal-vaje: por el primero, se garan-tiza que la comunidad no aca-bará dividida en amos y escla-vos; y la segunda evita que se p ierda su identidad autónoma y diferenciada. «(La sociedad primitiva) no puede consentir la paz universal que aliena su l ibertad, ni puede abando-narse a la guerra general que aboliría su igualdad. No es po-sible, entre los salvajes, ser amigo de todos ni enemigo de todos». Frente a la imperial e imperiosa vocación unifica-dora del Estado, cuya exigen-cia es vertical izar más y más el poder en una pirámide de

base cada vez más ancha y cúspide cada vez más alta, los primitivos, que se niegan a institucionalizar la abstrac-ción separada de la soberanía, tienden a la horizontalización dispersa de poderes y contra-poderes. «¿Cuál es la función de la guerra primitiva? Asegu-rar la permanencia de la dis-persión, del fraccionamiento, de la atomización de los gru-pos. La guerra primitiva es el trabajo de una lógica de lo centrífugo, de una lógica de la separación, que se expresa de tanto en tanto en forma de conflicto armado. La guerra sirve para mantener la inde-pendencia política de cada c o m u n i d a d . Mient ras hay guerra, hay autonomía: por ello no puede ni debe cesar, tiene que ser permanente. La guerra es el modo de existen-cia privilegiado de la sociedad primitiva en tanto que se dis-tr ibuye en unidades sociopolí-ticas iguales, libres e inde-pendientes: si los enemigos no

existiesen, habría que inven-tarlos ». El Estado acaba con el fraccionamiento externo de los grupos al suprimir la gue-rra, pero introduce la división interna en dirigentes y dirigi-dos. Rechazar la unificación en un Uno separado —porque encarna en la institución di-rectiva del poder— pasa por el mantenimiento perpetuo de la actividad guerrera, que im-pide la formación de macrou-nidades sociales. Como bien vio Hobbes, la primera .tarea del Estado naciente es acabar con la guerra, unificar, mono-polizar la violencia, para me-jor asentar la división social del poder, es decir, para mejor desposeer a los hombres de lo que les hace temibles: el auto-gobierno. Hasta aquí todo va bien y me parece que el análisis de Clas-tres es penetrante y lúcido. Pero es obvio que la guerra no desaparece con el Estado: todo lo contrario. La división social exacerba la institución

La principal p r e o c u p a c i ó n d e la s o c i e d a d primitiva e s c o n s e r v a r s u i n d e p e n d e n c i a , s u i d e n t i d a d h o m o g é n e a y d i f e r e n c i a d a y s u c a r a c t e r indiviso ( e s decir , s in e s c i s i ó n ins t i tuc iona l e n t r e g o b e r n a n t e s y g o b e r n a d o s ) . ( E s c e n a c o t i d i a n a e n un « ingenio» ant i l lano , s e g ú n g r a b a d o d e

m e d i a d o s del s ig lo XVII).

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H o b b e s rompe abiertamente c o n cualquier Justificación teológica, natural o tradicional del Poder civil. No hay otra soberanía que la q u e prov iene d e un pacto entre los hombres s e g ú n su mutua conven ienc ia y mutuo d e s e o d e seguridad y prosperidad; e s t e pacto e s un pro-ducto e s e n c i a l m e n t e artificial, artístico, u n a explícita ruptura con la dependenc ia Involunta-ria de fuerzas divinas o atónicas. (El reloj de la catedral d e Estrasburgo, obra d e Tobías

Stlmmer, hacia 1580).

bélica: como antes vimos, los motivos que Hobbes señalaba a una supuesta violencia «na-tural» son fundamenta lmente estatales. Los Estados nacen en primer término como apa-ratos guerreros; se vertebran en torno a ejércitos; imponen los jefes militares sobre el con-junto social. La jerarquiza-ción del poder que el Estado impone a la sociedad encuen-tra su expresión más notoria y destacada en la pirámide mi-litar. La necesidad de que ese mecanismo se ponga en mar-cha en forma de conquista, re-presalia, avasallamiento, es-clavización, saqueo de vecinos o incluso cruzada religiosa es, prácticamente, el argumento todo de la historia que cono-cemos, es decir, de la biografía del Estado. ¿Diremos que el Estado sólo hace guerra hacia afuera, pero acaba con las dis-cordias interiores? Es obvio que tampoco los primitivos guerrean mas que con sus enemigos, j amás en el interior indiviso de la sociedad cuya independenc ia e i gua ldad quieren precisamente guar-dar por ese medio. Es más, son p rec i samen te los sa lva je s quienes tienen siempre la gue-rra fuera, pues desconocen el trasvase de la jefatura mil i tar a la civil, así como la jerarqui-zación permanente y la disci-plina centralizada, es decir, el ejército. En un muy cierto e importante sentido, el gue-rrero salvaje nunca vuelve a la normalidad civil, como de-mostró el mismo Clastres en su bellísimo estudio «La des-dicha del guerrero salvaje». Aún menos podría imponer en modo alguno sus criterios a los demás ni organizar autori-tar iamente sus vidas en modo alguno. Por decirlo taxativa-mente: la guerra de los primi-tivos es consustancial a su or-ganización política, pero no introduce división de poder, ni jefaturas, ni determina nin-guna estructura permanente

en la sociedad a la que ésta deba en úl t imo término some-terse; la guerra abolida / con-servada / potenciada por el Estado convertirá la sociedad toda en un apéndice de la je-rarquía insti tuida de los mo-nopolizadores de la violencia, mientras los súbditos se ha-llan o enrolados en un ejército o amenazados por él, sin salir de sus propias fronteras. ¿Cómo puede conciliarse el p l a n t e a m i e n t o de Hobbes —admit ido con datos antro-pológicos por el l ibertario Clastres— de que el Estado acaba con la guerra primor-dial, con la comprobación his-

tórica de que el ejército jerar-quizado, la violencia organi-zada y la esclavización de los más débiles son las conse-cuencias primeras y directas de la implantación de Levia-tán? La respuesta me parece bastante evidente: la activi-dad bélica de los salvajes*no puede ser considerada guerra, pues ésta es un invento paten-tado por el Estado mismo. En modo alguno hay aquí un in-tento de hacer venial la vio-lencia del orden primitivo, ni de banal izar la cuestión redu-ciéndola a que sus medios humanos escasos e inferior tecnología no eran capaces de

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El Estado no nene por fin acabar con la violencia sino organizaría en guerra. (Grabado a l e m á n del s ig lo XVI).

producir daños tan grandes como los ejércitos de masas dotados de mayores adelantos destructivos. Cada cual puede expresar o reservarse su sim-pat ía por los guaraníes o por Alejandro Magno: ambos nos son perfectamente inalcanza-bles e inexcusablemente im-prescindibles para entender no sólo lo que nos pasa, sino mucho más lo que queremos conseguir. Razonemos, pues: los salvajes no conocen la gue-rra civil, como supuso Hob-bes, porque los contendientes no pertenecen a ninguna co-mun idad civil macrosocial anterior al Estado que les br inda la imagen Una y Exte-rior de sí mismos; tampocc viven en plena violencia «na tural», pues la suya está orga-

nizada y ri tualizada, como se-ñala Clastres, además de mo-vida por causas estr ictamente políticas, como libertad e in-dependencia; y además, esto es lo fundamental , la activi-dad bélica de los primit ivos no puede ser l lamada «guerra» porque éstos no conocen nin-gún término positivo equiva-lente a «paz» que oponer a esa noción, para fundar así su verdadero significado. Los salvajes no son auténticos sol-dados porque no desean la paz ni la soportarían más que como desapar i c ión de su forma de vida y aceptación de la división del poder que tra-tan de evitar; ellos son perfec-tamente pacíficos en plena ba-talla, como le hubiera gustado a Unamuno. Su actividad bé-

lica no difiere de la caza, de la recolección, o de cualquier fiesta ritual de regeneración del mundo: no es algo a evitar ni a fomentar, sino una de las determinaciones de su forma de vida. El Estado inventa la Paz, eso es cierto; y con ella, la Guerra. La paz del Estado no es más que la supresión de la independencia de los belige-rantes y la necesidad de susb-sumirlos en una unidad polí-tica mayor. Por eso, el Estado de los Incas suprimió a las tri-bus libres que vivían en sus fronteras arguyendo que eran «salvajes siempre en pie de guerra unos contra otros»; por eso los romanos no hablaban de conquistar provincias para el Imperio, sino de «pacificar-las»; y por eso hoy los cuerpos expedicionarios americanos en Vietnam o soviéticos en Hungría y Checoslovaquia in-tervienen con el fin de devol-ver la paz a regiones convul-sionadas de la geografía esta-tal. Pero querer la paz, signi-fica preparar la guerra. La paz es la pausa entre dos guerras conseguida gracias a la mili-tarización máxima de la so-ciedad; cada guerra que se emprende, ha de ser la guerra definitiva, la que acabe con todas las guerras. Puesta entre paréntesis la violencia orga-nizada contra el exterior (o la que va a venir desde el exte-rior), es preciso interiorizar la belicosidad para mantener una paz siempre amenazada por ciudadanos con tentación de salvajismo, es decir, de in-dependencia . Pero la paz nunca puede concluirse, por-que el Estado no es más que la institución jerárquica - buro-crática - militar que la sos-t iene en frágil equil ibrio; luego la guerra, no sólo como amenaza total para el fu turo — h o y g u e r r a m u n d i a l o bomba atómica— sino como escaramuza efectiva de cada día, debe ser perpe tuada y abolida constantemente. Para

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que la paz sea riqueza de to-dos, la administración de la guerra debe convertirse en principal asunto social y ori-gen de la división del poder: quizá algo de esto intuían los salvajes que se resistían a de-poner las a rmas como si su propia autonomía les fuese en ello.

HAGAMOS AL HOMBRE En la actualidad, a part i r so-bre todo de los planteamien-tos de «El Contrato Social» de Rousseau, Thomas Hobbes es visto como el instaurador teó-rico del totalitarismo. Su obra se considera una justificación pesimista y hasta cínica del poder absoluto. Y, sin embar-go, en su época se le acusó de todo lo contrario: de minar los cimientos del orden consti-tuido y de la paz social. No es

éste, ciertamente, el lugar para acometer una compara-ción entre los sistemas de Rousseau y Hobbes; he ex-puesto los aspectos totaliza-dores de aquél en mi artículo «Rousseau y la Constitución», publicado en la revista «El Viejo Topo» (nov. 1978) y ahora en « El Estado y sus cria-turas» (Ediciones Libertarias, Madrid, 1979). Ciertamente, en el «Leviatán» se conceden los máximos privilegios al so-berano: los ciudadanos no pueden cambiar de forma de gobierno ni privar del poder otorgado al dueño que han instituido, no pueden protes-ta r sin injusticia contra la ins-titución del soberano decidida por la mayoría, no pueden acusar sin injusticia al sobe-rano ni castigarle de modo al-guno, no pueden reclamar

ningún poder y honor frente a su Amo elegido y éste puede recompensar y castigar arbi-t rar iamente (a no ser que al-guna ley anterior le limite) y hacer la guerra y la paz a su conveniencia, así como tam-bién determinar cuáles son las doctrinas adecuadas que de-ben enseñarse al pueblo... To-dos estos derechos y otros más se le reconocen al soberano insti tuido en el capítulo XVIII del «Leviatán», que concluye con un significativo párrafo: «Un hombre puede objetar aquí que la condición de los súbdigos es muy miserable, siendo presas ignorantes para la lujuria y otras pasiones irregulares de aquel o aque-llos que tienen un poder tan i l imitado entre sus manos»... Pues bien, los que así se que-jan pueden ser sin vacilar ta-

La actividad bélica d e los sa lva jes n o difiere de la caza , d e la recolección, o d e cualquier f iesta ritual d e regenerac ión del mundo: no e s a lgo a evitar ni a fomentar, s ino u n a de l a s d e t e r m i n a c i o n e s d e su forma d e vida. (Curacao a m e d i a d o s del siglo XVII, s e g ú n grabado ho landés de la

época) .

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chados de desmemoriados, según Hobbes, aunque la me-mor ia que les falte sea histó-rica o, mejor, consista preci-samente en habrer olvidado lo que había antes de la Historia y del Estado: «Olvidan así que la., cond ic ión del h o m b r e nunca puede carecer de una incomodidad u otra; y que apenas es perceptible lo más grande que puede alguna vez suceder al pueblo en general,

dentro de cualquier forma de gobierno, comparado con las miserias y calamidades que acompañan a una guerra civil, o con esa disoluta situación de hombres sin señor, sin suje-ción a leyes, y sin un poder coercitivo capaz de a ta r las manos apartándoles de rapiña y venganza». Por oo demás, señala el autor con cierto op-timismo, la mayoría de los comportamientos abusivos de

los gobernantes no vienen causados por su propia ambi-ción y concupiscencia, sino más bien por indolencia y por abandonarse en las manos de a s i s t e n t e s i n e s c r u p u l o s o s . Cuanto más activo y enérgico sea el soberano, menos cabe temer que abuse de su pue-blo... Quienes buscan rasgos «libe-rales» al gusto moderno en la obra del clásico inglés no tie-nen tarea fácil. Señalan prin-cipalmente que tuvo buen cuidado en establecer como la principal causa de la ruina de las Repúblicas el exceso de te-rror estatal. Cuando al Levia-tán se le va la mano en la im-prescindible producción de pánico que es su básica tarea, retrotrae a sus víctimas al punto natural de miedo pri-mario sobre cuya supuesta abolición se ha edificado, ha-ciéndose superfluo y aún da-ñoso. En una palabra, el Es-tado debe guardarse de ser más terrible que la guerra de todos contra todos, so pona de reproduc i r l a de nuevo en forma de revolución o con-flicto civil. Claro que la dosifi-cación del espanto no es tarea fácil y nunca faltará quien, por recordar mal los escalo-fríos prehistóricos o ver de-masiado cerca el sobresalto establecido, añore los riesgos de aquellos t iempos míticos en los que el temor todavía no había sido institucionalizado en forma de Todo, es decir, de Uno. Otra faceta «subversiva» que suele mencionarse en Ob-bes es su odio i lustrado y vol-teriano contra el oscuran-tismo religioso, a combat i r el cual dedica toda la úl t ima parte del «Leviatán» bajo el significativo t í tulo de «El reino de las tinieblas» y que acaba con un contundente ca-pítulo sobre «El beneficio que produce tal tiniebla y a quien favorece», duro alegato contra el clero católico y el papado. Claro que el propósito que le

El Estado d e b e guardarse de s er m á s terrible q u e la guerra de todos contra ttodos, s o p e n a de reproducirla d e n u e v o en forma de revolución o confl icto civil. (El «Proteo Infernal», frontispicio de «Der hól l i sche Proteus oder tausendküns t ige Versteller», por Erasmus Fran-

c l s cus . Nüremberg, 1695).

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H o b b e s resumía su Idearlo en es ta f rase programática: Let us make man El hombre n o e s a lgo def init ivamente, ni nac ido libre un día y cargado luego de c a d e n a s , s ino un proyecto e n c u y a fabricación p l e n a m e n t e artificial, del iberada y voluntarla e s t á n las a lmas rebe ldes

Inacabablemente comprometidas. (Thomas Hobbes , grabado s e g ú n un ó l eo de Dobson).

guía en esta diatriba no es pu-ramente regeneracionista e ilustrado, sino fundamental-mente político, a saber, com-batir cualquier pretensión de un poder distinto al del sobe-rano de oponerse a éste o me-diatizarlo desde una instancia espir i tual p re tend idamente superior. No aspira tanto a re-pudiar el absolutismo ideoló-gico de la Iglesia como a ex-terminar de una vez por todas cualquier competencia al po-der absoluto del soberano ins-tituido. Para Hobbes, tal como en la antigua Roma o en la In-glaterra de Enrique VIII e Isabel, el Príncipe político debe disfrutar también de la máxima investidura religiosa y ser cabeza de sus súbditos no menos en lo celestial que en lo terreno, pues en otro caso su autoridad estará permanen-temente amenazada por una posible subversión a lo divino. Pero hay un punto en el cual Thomas Hobbes es inequívo-c a m e n t e r e v o l u c i o n a r i o , hasta el punto de que no es erróneo considerarle adelan-tado de todo pensamiento emanc ipador moderno. Se trata, claro está, de su deci-dido e inequívoco artificia-lismo político. Hobbes rompe abier tamente con cualquier justificación teológica, natu-ral o tradicional del Poder ci-vil. Enlaza de este modo con la tradición ilustrada griega de Protágoras y Demócrito, aho-gada por siglos de trascenden-talismo cristiano. No hay otra soberanía que la que proviene de un pacto entre los hombres según su mutua conveniencia y mutuo deseo de seguridad y prosperidad; este pacto es un producto esencialmente arti-ficial, artístico, una explícita rup tura con la dependencia involuntaria de fuerzas divi-nas o atónicas. La sociedad se convierte así en una gran he-r ramienta cuya institución recae directa y totalmente so-bre la voluntad común de los

hombres, apoyada en una ar-gumentación racional según criterios utilitarios. Sin duda éste es el pensamiento revolu-cionario por excelencia, mo-tor últ imo —mejor o peor arropado con justificaciones teóricas— que ha impulsado todas las sublevaciones mo-dernas; si alguna esperanza queda de una revolución que acabe con la política, es decir, con la separación del poder, y que devuelva a los hombres lo que les hace temibles —su au-togobierno— y la posibilidad de institucionalizar una co-munidad autogestionada, sin Guerra ni Paz, también de este pensamiento radical hay que derivarla, no de ningún re-torno teológico (la Ley mono-teísta) ni de ninguna conce-sión a formas confusas de pa-leonaturalismo. Hobbes re-sumía su ideario en esta frase programática: Let us make man. El hombre no es algo dado definitivamente, ni na-

cido libre un día y cargado luego de cadenas, sino un pro-yecto en cuya fabricación ple-namente artificial, deliberada y voluntaria, están las almas r e b e l d e s i n a c a b a b l e m e n t e c o m p r o m e t i d a s . Creac ión llena de júbilo y de culpabili-dad, de resignación, de trage-dia y de coraje, cuyo resultado ha de parecerse a aquél casti-llo inmenso que aparece en el «Jacques le Fataliste» de Di-derot y en cuyo frontispicio había escrito: «Je n'appar-tiens á personne, et j'appar-tiens á tout le monde; vous y étiez avant que d'y entrer, vous y serrez eneo re, quand vous en sortirez». • F. S.

N. BJ—El lector cuenta en castellano con una antología de «Del Ciudadano» y de «Leviatán» (Madrid, Tecnoa, 1976), t raducida por M. Sánchez Sa i to y prologada por Enr ique Tierno Gal-ván. Más recientemente, h a aparecido una versión completa de «Leviatán» (Ed. Nacional, Madrid, 1979) en esfor-zada traducción de Antonio Escoho-tado y con un excelente estudio preli-minar de Carlos Moya.

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NOTA DE EDITORIAL:

Según anunciábamos

en nuestro número especial

del mes de enero pasado,

continúa y finaliza en este número la colaboración

de Fernando Díaz Plaja,

ESPAÑA 1939-1979.

1979

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W W r » 4 « r r 6 s ESPAÑA 1939-1979 El general Franco acuerda que su largo gobierno puede llegar al fin y se decide a nombra r un sucesor que, en su día, ocupe el trono de España. «Estimo llegado el momento de proponer a las Cortes Españolas como persona llamada en su día a sucederme, a título de Rey, al Príncipe don Juan Carlos de Bor-bón y Borbón, quien, tras haber recibido la adecuada formación para su alta misión y formar parte de los tres Ejércitos, ha dado pruebas fehacientes de su acen-drado patriotismo y de su total identificación con los Principios del Movimiento y Leyes Funda-mentales del Reino, y en que con-curren las demás condiciones es-tablecidas en el artículo 9.° de la Ley de Sucesión.

ARTICULO PRIMERO

Al producirse la vacante en la Je-fatura del Estado, se instaurará la Corona en la persona del Príncipe don Juan Carlos de Borbón y Bor-bón, que la transmitirá según re-gular de sucesión establecido en el artículo 11 de la Ley Fundamen-tal de 26 de julio de 1947, modifi-cada por la Ley Orgánica del Es-tado de 10 de enero de 1967.

ARTICULO II

I. La aceptación del Príncipe don Juan Carlos de Borbón y Bor-bón se formulará en presencia del presidente y demás miembros de la Mesa de las Cortes, y dará fe de ella el ministro de Justicia en su calidad de Notario Mayor del Reino. II. Aceptada la sucesión a título de Rey por el designado en el artí-culo anterior, las Cortes Españo-las, en el plazo máximo de cinco días a contar desde la publicación de la presente Ley en el «Boletín Oficial del Estado», le recibirán el juramento que preceptúa el artí-culo 9.° de la Ley Orgánica del Estado, en sesión solemne presi-dida por el Jefe del Estado.

III. La fórmula del juramento será la siguiente: «En nombre de Dios y sobre los Santos Evange-lios, ¿juráis lealtad a Su Excelen-cia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Funda-mentales del Reino?». Y el presi-dente de las Cortes contestará: «Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, os lo demande».

ARTICULO III

Prestado el juramento, el Prín-cipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón ostentará el título de Príncipe de España, con trata-miento de Alteza Real, y asumirá los derechos y deberes inherentes a su alta condición.

ARTICULO IV

Vacante la Jefatura del Estado, el Príncipe don Juan Carlos de Bor-bón y Borbón prestará juramento y será proclamado Rey por las Cortes Españolas, conforme al ar-tículo 7.° de la Ley de Sucesión, y dentro del plazo de ocho días desde aquel en que se produzca la vacante.

ARTICULO v

Esta Ley entrará en vigor el mismo día de su publicación en el «Boletín Oficial del Estado». Dada en el Palacio de El Pardo, a 22 de julio de 1969.—Francisco Franco.

(De la Prensa, 23-VII-1969).

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ESPAÑA 1939-1979 La pugna que existe en el gobierno entre los minis t ros pertenecientes al OPUS DEI y los demás ocasiona la publicación de un escándalo mercant i l en el que están impli-cados los pr imeros . Por vez pri-mera , desde que se ins tauró el f r anqu i smo, los españoles pueden enterarse por los periódicos de unas i r regular idades adminis t ra-t ivas relat ivas a la exportación y ava ladas por al tos cargos. La de-nuncia la hace Fraga Ir ibarne. «ABC» intenta explicar a los a sombrados lectores el p roblema de MATESA. La culpa, viene a de-cir, la t iene el s is tema. «Los españoles, que hasta hace muy poco propendíamos a consi-derar la política como algo que tenía que ver, casi exclusivamen-te, con la sucesión en la Jefatura del Estado y las formas de Go-bierno, hemos descendido a otros planos dialécticos sobre los que, con sus correspondientes gradua-ciones, habrá de seguir y desarro-llarse, cada vez con mayor inten-sidad, una actuación política, cuyo contenido es mucho más amplio y vivo que la de una simple elección personal frente a deter-minadas opciones. Por eso no nos extraña que bajo la envoltura de MATESA se haya pretendido de-bilitar políticamente a determi-nados grupos representativos o esgrimir unas consecuencias eco-nómicas para argumentar en con-tra de la gestión oñcial de la acti-vidad bancaria. Era Inevitable y entendemos que hasta normal este aprovechamiento político, y consecuentemente intencionado, de un acontecimiento de eviden-tes repercusiones sobre la opinión pública. Por un lado, en una economía en desarrollo como la española, con ahorro insuficiente y una expan-sión crediticia que ha de ser vigi-lada por el lógico temor a un pro-ceso de inflación, el crédito expor-tador representa un esfuerzo mo-netario y una decisión favorable al comprador extranjero —cuya Inversión se financia— frente a otras alternativas de Inversión in-terior, que asimismo pueden ser de gran rentabilidad nacional. Por otro lado, la política de fo-mento y apoyo a nuestras expor-taciones exige cada vez financia-

ciones a más largo plazo difíciles de conceder por nuestro país, to-davía con una escasa capitaliza-ción, y determinada la confronta-ción de los puntos de vista, lógi-camente diferentes de los minis-terios de Hacienda y Comercio. El primero preocupado por las pese-tas; el segundo, por las divisas. Finalmente, la instrumentación de los créditos a la exportación, al ser compartida por la Banca ofi-cial y privada, plantea el tema de la mayor o menor colaboración de esta última con los objetivos de expansión comercia l exterior —considerados primordiales— de la conveniencia de acrecentar o no la capacidad de persuasión esta-tal en esta orientación selectiva de

las operaciones e incluso la nece-sidad de contar con instituciones específicas para cubrir directa-mente posibles insuficiencias en esta actividad crediticia especia-lizada».

(«ABC», 21 agosto 1969).

El escándalo se hace cada vez ma-yor y la máqu ina de la Just icia puesta en marcha amenaza con envolveren el caso Matesa a gente muy cercana a El Pardo. La solu-ción encont rada por el Gobierno consiste en promover una concen-tración de homena je al Caudillo en el curioso y poco celebrado aniversario de los 35 años de po-der, t ras de la cual, Franco conce-derá un indulto que salve del pro-ceso a t resex ministros (Espinosa; García Moneó y Navarro Rubio) y a dos ex Directores Generales (Ginebra e Iranzo). «... Al cumplir el XXXV aniversa-rio en la Jefatura del Estado, he dispuesto hacer uso, una vez más, de la prerrogativa de gracia, con-cediendo un amplio indulto gene-ral, que es total para las penas de arresto y las pecuniarias no satis-fechas y con la escala que se se-ñala para las restantes penas pri-vativas de libertad, impuestas o que puedan imponerse, por he-chos cometidos desde el veintiuno de julio de mil novecientos se-senta y cinco, fecha del último in-dulto general, hasta el día veinti-trés de septiembre de mil nove-cientos setenta y uno. En su virtud, en ejercicio de las facultades que me concede el artí-culo sexto de la Ley Orgánica del Estado y el apartado II de la pri-mera de sus disposiciones transi-torias (...).

(De la Prensa, 2-X-71).

Proceso de Burgos. Los acusados de la ETA tienen a su favor la prensa internacional recelosa de la justicia que puede d i spensar el gobierno de Franco y toda la opo-sición interna al régimen. Pro-duce sensación la pastoral de los obispos de Bilbao y San Sebast ián pidiendo un Tribunal ordinario en lugar del Consejo de Guerra y la conmutac ión de la pena si la sentencia fuera de muerte.« Puede

• • / pareceros una petición prematu-ra. La hemos creído conveniente

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BSffiSSSS ESPAÑA 1939-1979 ffiSSISS dada la rapidez con que la ejecu-ción de la pena de muerte suele seguir a la sentencia en los juicios mil i tares sumarís imos». «Pastoral de los prelados de San Sebastián y Bilbao: INFORMA-CION (...)• I. El Consejo de guerra Iba a celebrarse a puerta cerrada, porque están implicados en el proceso dos sacerdotes —guipuz-coano el uno y el otro vizcaíno—, ya que el Concordato prohibe toda publicidad en juicios contra clérigos. Pensamos que tal dispo-sición concordada resultaba per-judicial para los otros procesados seglares. Y de acuerdo con nues-tros dos sacerdotes directamente interesados pedimos que la au-diencia fuera pública. Tanto la Santa Sede como el Gobierno han accedido a ello. Y nos alegra po-der comunicarlo, porque éste era un punto en que los mismos pro-cesados, muchos fieles y sobre todo los sacerdotes os manifesta-bais justamente preocupados... II. Por otra parte, nos hemos diri-gido una y otra vez a S. E. el Jefe del Estado y a su Gobierno pi-diendo que este juicio se celebre

ante los tribunales ordinarios y no ante un Consejo de guerra, dado que el delito por el que se piden las penas más graves fue cometido en un momento en que no estaba en pleno vigor el duro decreto-ley contra el bandidaje y el terroris-mo, y dado también que la juris-dicción ordinaria permite una más plena defensa de los inculpa-dos, incluido un posible recurso a tribunales superiores. (...) III. Hemos pedido, en fin, sea cual fuere el modo del juicio, la con-mutación de la pena de muerte si alguna fuese sentenciada, ya que el Ministerio fiscal pide hasta seis. Puede pareceros una peti-ción prematura. La hemos creído conveniente, dada la rapidez con que la ejecución de la pena de muerte suele seguir a la sentencia en los juicios militares sumarísi-mos. (...) NORMAS DE CON-DUCTA (...) I. Reiteramos nuestra condenación de toda clase de vio-lencias, las estructurales, las sub-versivas y las represivas, identifi-cados con el magisterio del papa, Pablo VI, tan claro, terminante e insistente en esta materia. (...) III.

Tenemos el deber de declarar que no son conformes al querer de la Iglesia acciones tales como ocu-paciones de templos, las llamadas "huelgas eucarístlcas», escritos o palabras, de uno o de otro signo, individuales o de grupos, en los que la pasión o las medias verda-des desfiguran los hechos y per-turban las conciencias (...)».

(21 noviembre 1970).

La irri tación del Gobierno an te una nueva disensión de una Igle-sia que hasta hace poco había sido la amiga y defensora del régimen, es notoria en la respuesta del mi-nistro de Justicia: «Se había ad-vert ido por parte del Gobierno (que) los señores obispos... cum-plieran en conciencia con lo que creyesen su deber pero no con jui-cios ambiguos y equívocos». Un portavoz del Ministerio de Justicia ha declarado a la agencia Cifra lo siguiente:

«1. La afirmación de que «el delito por el que se pide la pena más grave fuera cometido en un momento en que no estaba en pleno vigor el duro decreto-ley contra el bandidaje y terrorismo» da una falsa idea del análisis jurí-dico de los hechos: el decreto de 21 de septiembre de 1960, de bandi-daje y terrorismo estaba plena-mente en vigor, con la única ex-cepción de su artículo segundo, que fue derogado por la ley de 2 de diciembre de 1963, y puesto nue-vamente en vigor por el decreto-ley de 26 de agosto de 1968. Al asesinato del Inspector de Policía, ocurrido el 2 de agosto de 1968, no se aplica, en manera alguna, el ar-tículo segundo del decreto-ley de bandidaje y terrorismo, que era el único en \ ígor en la fecha de la comisión del delito, sino que a sus autores se les aplica el artículo 406 del Código Penal común, y el artículo sexto del decreto de ban-didaje y terrorismo en plena vi-gencia en el momento de come-terse los hechos, así como el artí-culo octavo del mismo decreto, también vigente en el momento en que los hechos fueron cometi-dos. La afirmación concebida en la carta induce, pues, claramente a error a quien pueda conocerla.

PROCESO DE BURGOS

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ESPAÑA 1939-1979 A mayor abundamiento, la juris-dicción ordinaria, cuya compe-tencia invocan los señores obis-pos, se inhibió del conocimiento del caso por propia iniciativa y por aplicación de las leyes vigen-tes. La misma Audiencia de San Sebastián, con fecha 10 de los co-rrientes, dictó auto decidiendo no haber lugar a requerir de inhibi-ción a la jurisdicción militar, re-solviendo así escrito presentado por los defensores de algunos pro-cesados en idéntico sentido, a lo que, en esta parte, se contiene en l a carta de los señores obispos. 2. En la carta con junta de los se-ñores obispos se reitera la conde-nación «de toda clase de violen-cia, las estructurales, las subver-sivas y las represivas», con lo que se equipara la violencia delictiva, penada por la Ley, con esta misma pena que la Ley impone a quien comete un delito previamente ti-pificado en el ordenamiento jurí-dico . Resulta e v i d e n t e m e n t e grave dar igual tratamiento a la violencia del delincuente qne a la actitud de la Autoridad al aplicar la Ley de conformidad con un or-denamiento preestablecido. 3. Es de advertir también que el

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ESPAÑA OFRECI MUNDIAL ¡NGC] PARA FUTURAS L E A U Z A O C K B L

QUE NO CREIA EN A C < N E ESPANM. SE CONVENCERA POR SÍ HUSMO VIENDO

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Gobierno, a través del ministro de Justicia, había contestado ya a los señores obispos de Bilbao y San Sebastián a ciertas peticiones y sugerencias formuladas por ellos, haciéndoles ver, de una parte, que estaban prejuzgando las decisio-nes de los Tribunales de Justicia que todavía no han tomado reso-lución sobre el caso, y, de otra, que el pensamiento de condenar lo que ellos llaman la violencia sub-versiva y la represiva es equivo-cado, porque la reacción de la Au-toridad en cumplimiento de su deber, dentro de su competencia y aplicando las medidas previstas por las leyes, no puede ser equipa-rada a la violencia que vulnera el orden jurídico mediante delito. También se había advertido, por parte del Gobierno, el anuncio de los señores obispos, que de hacer públicos sus juicios sobre este asunto cumplieran en conciencia con lo que creyesen su deber, pero no con juicios ambiguos, ni equí-vocos, sino diciendo con claridad cuál fuese la norma quebrantada y cuáles los hechos constitutivos de quebrantamiento».

(22-XI-70).

El famoso «proceso 1.001» envía a

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ESPAÑA 1939-1979

la cárcel a varios detenidos por largos años. (Las sentencias serán reba jadas en la apelación al Tri-bunal Supremo, en 1975).

LOS PROCESADOS El llamado «proceso 1.001» reci-bió tal nombre por ser éste el nú-mero de la causa en que se vieron incursos: 1.001/1972. Los diez incursos en la misma fue-ron detenidos durante una reu-nión ilegal y fueron acusados de constituir la Comisión coordina-dora de las Comisiones Obreras.

Principal Palacio O B T U V O U N E X I T O

;ROTUNDO! i DEFINITIVO!

¡AVASALLADOR!

i INMENSAMENTE LUJOSA ! ¡ALEGUE! ¡DIVERTIDA!

La vista del juicio se celebró el 20 de diciembre de 1973. La sentencia, dictada el 27 de ese mismo mes, dictó las siguientes penas: A Eulogio Marcelino Camacho Abad y Eduardo Saborido Galán, veinte años de prisión; Nicolás Sartorlus y Francisco García Salve (sacerdote), diecinueve años; Juan Marcos Muñiz Zaplco, dieciocho; Fernando Soto Martín, diecisiete; y con doce años cada uno, Francisco Acosta Orge, Mi-guel Angel Zamora Antón, Pedro Santisteban Hurtado y Luis Fer-nández Castilla. Recurridas ante el Tribunal Su-premo estas penas impuestas por el Tribunal de Orden Público, el 15 de febrero de 1975 se dictó sen-tencia por este Alto Tribunal que rebajó las penas a las siguientes: Seis años, a Marcelino Camacho; cinco años a Nicolás Sartorlus, Eduardo Saborido y Francisco García Salve; cuatro años dos me-ses y un día, a Fernando Soto y Juan Marcos Muñiz Zapico, y dos años cuatro meses y un día a Francisco Acosta, Miguel Angel Zamora Antón, Luis Fernando

Castilla y Pedro Santisteban Hur-tado.

(.ABC», 30-XI-75).

La ETA lleva a cabo la acción más e laborada en la técnica y de más envergadura política. Una bomba s i tuada en una mina ba jo la calle hace volar el coche de Carrero Blanco, presidente del Gobierno, produciendo su muerte.

UNA MINA SUBTERRANEA ESTALLA BAJO EL COCHE

DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO

V - i v ; C . T - r ¿ % X . r z ; r ¿ n ¿ r ¿ 3 ¿ . r j i » r , r n # 1

LO MAS DIVERTIDO LO MAS SUGESTIVO LO MAS DINAMICO

T E A T R O BORRAS

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ESPAÑA 1939-1979 ambos vehículos por los aires. El coche de «respeto» fue a estre-llarse contra una de las paredes posteriores de la iglesia, mientras que el, vehículo en que viajaban el fallecido presidente del Gobierno, cogido de lleno por la fuerza ex-pansiva, se elevó por los aires, al-canzando una gran altura que so-brepasó la de los cinco pisos y planta baja de que consta el ci-tado edificio, por encima de cuyo tejado fue a caer a un patio inte-rior existente en la tercera planta, donde el «Dodge» se estrelló, mu-riendo en el acto el inspector de Policía don Juan A. Bueno Fer-nández, escolta personal habitual del almirante, y resultando con gravísimas heridas el presidente del Gobierno y su conductor, don José Luis Pérez Mojena, quienes fallecieron minutos después, ya ingresados, en los equipos de ur-

HABIA SIDO COLOCADA A T R A V E S DE UN T U N E L EXCAVADO DESDE

EL SOTANO DE UNA CASA

LA EXPLOSION FUE PROVOCADA A DISTANCIA POR UN

DETONADOR ELECTRICO

El presidente del Gobierno espa-ñol murió ayer, víctima de un atentado perpetrado por miem-bros de la extrema izquierda in-ternacional, y no a causa de una accidental explosión de las con-ducciones subterráneas de gas, como se pensó en un principio. Cuando, aproximadamente, a las nueve y veinte de la mañana, el a lmirante don Luis Carrero Blanco abandonaba la iglesia de los Padres Jesuítas sita en la calle de Serrano, en la cual acababa de recibir la Sagrada Comunión, tal y como era su costumbre cotidia-na, y se dirigía por la calle de Claudio Coello, hacia su domici-lio particular, a fin de tomar el acostumbrado desayuno, que precedía al inicio de su jornada oficial, una mina instalada en el subsuelo de la citada vía, a la al-tura del número 104, hizo explo-sión en el instante justo en que los coches oficiales, el asignado al presidente del Gobierno y el de escolta o «respeto» pasaban sobre ella.

POTENTISIMA EXPLOSION La potentísima explosión lanzó

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gencia de la Ciudad Sanitaria Francisco Franco. La carga explosiva colocada por los terroristas debió ser de muy importantes proporciones, dados los efectos ya relatados y el estado de devastación que presentaba el lugar de los hechos minutos des-pués de ocurrir la tragedia. En efecto, un enorme socavón, de unos ocho metros de profundidad, se ofrecía a nuestros ojos. Los edi-ficios frontales al muro trasero de la iglesia de los Jesuítas, los nú-meros 102 y 104 de la calle de Claudio Coello, mostraban las he-ridas causadas en sus fachadas y ventanas no sólo por la onda ex-pansiva, sino por los trozos de cal-zada asfáltica y adoquines que ésta había llegado a cubrir a título de nueva pavimentación, que, convertidos en metralla, derriba-ron aleros, balcones y desfonda-ron incluso algunas ventanas. Asimismo, muchos de los coches aparcados por las inmediaciones del suceso quedaron destrozados al caerles de Heno los bloques as-fálticos provocados por la explo-sión.

(«ABC», 4-X11-73).

La ETA reivindica el a tentado «justa respuesta revolucionaria.. . a la muerte de nuestros nueve compañeros de ETA...». Carrero Blanco fue elegido porque «cons-t i tuía la pieza clave garant iza-d o s de la continuidad y estabili-dad del régimen franquis ta». La Organización revolucionaria socialista vasca de liberación na-cional Euskadi Ta Askatasuna (E.T.A.) asume la responsabilidad del atentado que hoy, jueves 20 de diciembre de 1973, ha producido la muerte del señor Carrero Blan-co, Presidente del actual Go-bierno español. A lo largo de la lucha, en Euskadi Sur y en el resto del Estado espa-ñol, la represión ha demostrado claramente su carácter fascista deteniendo, encarcelando, tortu-rando y asesinando a quienes combaten por la libertad de su pueblo. En muy poco tiempo las crimina-les fuerzas fascistas al servicio de la gran burguesía española, han asesinado a nueve de nuestros

compañeros —Txabu, Txapela, Xanki, Mikelon, Iharra, Txikia, Jon, Beltza y Josu—, y a otros mi-litantes y patriotas vascos por el simple hecho de defender sus más elementales derechos. La operación que E.T.A. ha rea-lizado contra el aparato de poder de la oligarquía española en la persona de Luis Carrero Blanco, debe interpretarse como justa respuesta revolucionaria de la clase trabajadora y de todo nues-tro pueblo vasco a las muertes de nuestros nueve compañeros de E.T.A. y a la de todos los que han contribuido y contribuyen a la consecución de una Humanidad definitivamente liberada de toda explotación y opresión.

Luis Carrero Blanco—un hombre «duro», violento en sus plantea-mientos represivos— constituía la pieza clave garantizadora de la continuidad y estabilidad del sis-tema franquista; es seguro, que sin él, las tensiones en el seno del poder entre las diferentes tenden-cias adictas al régimen fascista del General Franco —Opus Del, Falange, etc.— se agudizarán pe-ligrosamente. Por ello consideramos que nues-tra acción llevada a cabo contra el

Presidente del Gobierno español, significará sin duda un avance de orden fundamental en la lucha contra la opresión nacional y por el socialismo en Euskadi y por la libertad de todos los explotados y oprimidos dentro del Estado es-pañol. Hoy los trabajadores y todo el pueblo de Euskadi, de España, de Catalunya y de Galiza, todos los demócratas, revolucionarios y an-tifascistas del mundo entero nos encontramos liberados de un im-portante enemigo. La lucha con-tinúa. ¡Adelante por la liberación nacio-nal y por el socialismo! GORA EUSKADI ASKATUTAÜ

GORA EUSKADI SOZIALISTAÜ «Euskadi Ta Askatasuna E.T.A.

(De la Prensa francesa, 22 de diciembre de 1973).

«Cobarde y criminal atentado», "ABC" juzga el realizado contra la cafetería de la calle de Correos pensado contra los funcionarios de la Dirección General de Segu-r idad, clientes asiduos... Principa-les acusados serán la ETA y la es-cri tora Eva Forest, pero cinco años después no se ha resuelto el en igma.

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Madrid. (De nuestra Redacción). Aunque oficialmente son nueve muertos y cincuenta y seis heridos las victimas del cobarde y crimi-nal atentado perpetrado ayer, a las dos y media de la tarde, en la cafetería Rolando, de la calle del Correo, 4 frente a la Dirección General de Seguridad, fuentes allegadas al parque central de bomberos han informado de que han sido rescatados once cadáve-res y setenta y seis personas heri-das, muchas de ellas de gravedad. Las otras fuentes que nos han con-firmado el número de 11 cadáve-res registrados hasta el momento nos han dicho asimismo que 18 de los heridos padecen lesiones de pronóstico reservado, 25 leves y el resto, hasta 73, sin diagnosticar. «De momento todo fue caos», nos ha contado alguien que se encon-

traba en el lugar del suceso. «Fue una explosión seca y tremenda. De repente se apagó la luz y una lluvia de cascotes cayó sobre to-dos nosotros. En ese instante creo que hasta no oímosgritos, tan sólo el impresionante y ensordecedor ruido. Los cristales volaron por los aires hechos añicos y después todo fue confusión...». El tremendo impacto arrancó ma-terialmente el piso que se encuen-tra encima de la cafetería, sepul-tando materialmente a todos los que allí se encontraban. El mostrador quedó totalmente aplastado bajo su propio peso y la lluvia de cascotes transformados en metralla, creyéndose que bajo éste se puedan encontrar en estos momentos algunas personas. Un barrendero que bajaba hacia

la Puerta del Sol por la Plaza de Jacinto Benavente nos contó que repentinamente la calle de Carre-tas se cubrió de una densa polva-reda que hacía difícil respirar. Los cimientos de las casas colin-dantes se movieron y el estallido llegó a escucharse como ensorde-cedor trueno en la calle Carretas. Muchas de las víctimas aparecie-ron horriblemente mutiladas, con las piernas arrancadas del tronco, los vientres abiertos y los cuellos seccionados. El edificio amenaza con derrum-barse por lo que los bomberos han procedido a apuntalar los lugares peligrosos. A través de una puerta que comu-nicaba con el autoservicio Tobo-gán de la calle Mayor, la onda ex-pansiva había provocado también

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allí numerosos heridos, ya que en ese momento se encontraban unas treinta personas almorzando o en espera de hacerlo. Cuando se produjo la explosión, el impacto fue tal que se abrió la casa hasta la segunda planta. Asimismo quedaron afectadas las viviendas de pisos superiores y los inmuebles colindantes. En la plaza de Pontejos, varias tiendas han sufrido los efectos de la onda expansiva. La Oficina de Prensa de la Direc-ción General de Seguridad, así como la cafetería, entre otras de-pendencias, han resultado tam-bién afectadas por la explosión, ya que éstas se encuentran preci-samente enfrente del lugar del atentado. Varias mujeres, que fueron resca-tadas en los primeros momentos, aparecieron totalmente desnudas a causa de la onda expansiva que arrancó de cuajo sus vestidos. En una pañería contigua a la cafe-tería se podían ver desgajados de sus guías los cierres metálicos.

(«ABC», 14-IX-74).

Las real idades del mundo en que se quiere integrar España se im-ponen una vez más. El Estado es-pañol, que había prohibido la huelga por considerar que su filo-sofía nacionalsindicalista la hacía innecesaria, t iene que admi t i r que se hab ía equivocado y el Decreto-ley que la autor iza «trata de asu-mi r p lenamente la real idad eco-nómica y social... evi tando los de-sajustes , cuando no la ruptura , entre el mundo social y el m u n d o de las normas».

JEFATURA DEL ESTADO

DECRETO-LEY 5/1975, de 22 de mayo, sobre regulación de los conflictos colectivos de tra-bajo.

El Decreto mil trescientos setenta y seis/mil novecientos setenta, de veintidós de mayo, sobre regula-ción de los conflictos de trabajo, se presentó como una norma ex-

perimental y provisional, en línea de mejora de su precedente inme-diato sobre la materia, consti-tuido por el Decreto dos mil tres-cientos cincuenta y cuatro/mil novecientos sesenta y dos, de veinte de septiembre.

... La sumisión de las normas jurí-dicas a la Ley Fundamental es una exigencia insoslayable en el Es-tado de derecho, pero también es una exigencia de servicio efectivo a la Justicia que las reglas del De-recho, incluida la propia Consti-tución, en todos aquellos princi-pios que ella misma no ha decla-rado inmutables y permanentes, se someten a la realidad de la vida social, en la que cabe decir que la innovación y el cambio son per-manentes, y de ahí la necesidad, reconocida constantemente por el legislador, de modificar sus nor-mas para mantenerlas adecuadas a la nuevas circunstancias socia-les en que se desenvuelven las conductas de los destinatarios de dichas reglas.

En la concepción a que responden las Leyes Fundamentales es cierto que los intereses de empresarios y trabajadores se integran en el ob-jetivo común de la producción y, unos y otros, se subordinan al in-terés nacional; pero también se ha aceptado ya en la filosofía política del Estado español que los con-flictos colectivos de trabajo, al igual que los conflictos individua-les, forman parte de la realidad económica y social, y su número y complejidad aumentan cuando dicha realidad se somete a proce-sos de crecimiento y de cambio promovidos por el propio Estado, que, a través de la planificación, busca como objetivos políticos de primer orden el desarrollo de la economía y la elevación del nivel de vida de toda la población en general y de los grupos de rentas más bajas en particular. La gran innovación se produce respecto de los conflictos colecti-vos de regulación, en los que se legaliza el recurso a la huelga. Esta expresión estaba relegada, prácticamente, al ámbito penal

estricto; de ahí su carga política negativa; pero una vez más el Decreto-ley trata de asumir ple-namente la realidad económica y social, en sus hechos y en sus nombres, para ordenarla con fir-meza y claridad, evitando los de-sajustes, cuando no la ruptura, entre el mundo social y el mundo de las normas.

(«B.O.E.», 28-V-75).

A la ofensiva terroris ta especial-men te la que procede de ETA y el GRAPO, el Estado contesta refor-zando sus dispositivos de defensa. A sabiendas de que estas medidas contradicen la pequeña aper tu ra democrát ica que se viene reali-zando, el Gobierno espera que... «ningún c iudadano honrado y pa-triota va a sentirse afectado por la c i rcunstancial disminución de sus garant ías constitucionales... En cualquier caso, ese pequeño sacri-ficio está suficientemente com-pensado por la t ranquil idad y se-guridad que ha de proporcionar.. . el propósi to sereno... de no con-sentir en nuestra patr ia la inva-sión del azote terrorista».

Entre los diversos objetivos que persigue la actividad terrorista, tal vez el más importante sea el de tratar de detener o de impedir—si posible fuera— la evolución de las instituciones políticas hacia posi-ciones de más amplia y libre par-ticipación del pueblo. La justa irritación que los atentados terro-ristas provocan en la comunidad, puede incitara la propia sociedad a apetecer normativas legales y actitudes de gobierno que impli-quen un freno al natural desarro-llo político del Estado de Derecho. De ahí la necesidad de impedir la realización de aquellos insidiosos objetivos terroristas mediante la adopción de medidas legales que, con la mayor eficacia y seguridad combatan las agresiones de tan peligrosa epidemia antisocial. Sin embargo, estas medidas no deben perturbar la marcha de una so-ciedad hacia su continuo perfec-cionamiento político. Cuanto más libre, democrática y jurídica sea la organización institucional de la

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<rVrf?V<TV<frfe' ESPAÑA 1939-1979 comunidad nacional, tanto más severa y eficiente tiene que ser la normativa sancionadora de las conductas terroristas. Es el precio que, desgraciadamente, tiene que pagar el progreso de la sociedad para salvarse de los atentados de quienes, con sus actuaciones de-lictivas, ponen en grave riesgo la paz social y el orden jurídico.

En consecuencia, de las conside-raciones anteriores las líneas fun-damentales del presente Decreto-ley tienden a armonizar la efica-cia de la prevención y enjuicia-miento de las actividades terro-ristas, con la mínima perturba-ción de las garantías que corres-ponden a los ciudadanos. A esa finalidad responde el carácter temporal que se otorga a los artí-culos 13 y 14 de la nueva normati-va, en los aspectos que suponen limitada restricción de los dere-chos fundamentales a que se re-fieren los artículos 15 y 18 del Fuero de tos Españoles. Y ello sólo en la medida necesaria para faci-litar la investigación de esta cri-minalidad específica.

... Ningún ciudadano honrado y patriota va a sentirse afectado por la circunstancial disminución de sus garantías constitucionales que los preceptos del presente Decreto-ley implican. En cual-quier caso, ese pequeño sacrificio está suficientemente compensado por la tranquilidad y seguridad que ha de proporcionar a toda la comunidad nacional el propósito sereno, firme y jurídicamente controlado, de no consentir en nuestra Patria la invasión del azote terrorista que hoy amenaza a la paz social en una gran mayo-ría de los países del mundo.

En su virtud, a propuesta del Con-sejo de Ministros en su reunión del día 22 de agosto de 1975, en uso de la autorización que me confiere el artículo 13 de la Ley Constitutiva de las Cortes, textos refundidos de las Leyes Funda-mentales del Reino, aprobadas por decreto de 20 de abril de 1967, y oída la Comisión a que se refiere el apartado primero del artículo 12 de la citada ley.

DISPONGO:

Artículo Primero. 1. Las dispo-siciones del presente Decreto-ley serán de aplicación a la preven-ción y enjuiciamiento de los deli-tos de terrorismo definidos en los artículos 260 a 264 del Código pe-nal y 294 bis del Código de Justi-cia Militar, así como a las figuras de delito e infracciones adminis-trativas, especialmente previstas en esta misma disposición. 2. Cuando los delitos a que se re-fiere el párrafo anterior se come-tieren contra la autoridad, agen-tes de la Autoridad, miembros de

las Fuerzas Armadas, y de Segu-ridad del Estado y demás funcio-narios públicos, se a pilcarán en su grado máximo las penas señala-das en sus respectivos casos. 3. Si del atentado terrorista re-sultare muerte de alguna de las personas mencionadas, se im-pondrá la pena de muerte. Art. 2.° Los que habiendo secues-trado a una persona causaren su muerte o mutilación, serán casti-gados con la pena de muerte. Art. 3.° En los delitos de secuestro de personas se apreciará, como

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c i r c u n s t a n c i a a tenuante , su pronta e incondicionada puesta en libertad sin causarles mal. Art. 4.° Declarados fuera de la ley los grupos u organizaciones co-munistas, anarquistas, separatis-tas y aquellos otros que preconi-cen o empleen la violencia como instrumento de acción política o social, los que organizaren o diri-gieren estos grupos, los meros afi-liados y los que, mediante sus aportaciones en dinero, medios materiales o de cualquier otra manera auxiliaren al grupo u or-ganización, incurrirán respecti-vamente en el grado máximo de las penas previstas en el Código Penal para las asociaciones ilíci-tas de aquella naturaleza. A quienes, por cualquier medio, realizaren propaganda de los an-teriores grupos u organizaciones que vaya dirigida a promover o difundir sus actividades, se les impondrá la pena correspon-diente a tal delito en su grado má-ximo.

(«B.O.E.*, 21-VI11-75).

Apenas un mes. después, de la promulgación de la ley arí ti terro-rista, ésta es puesta en práct ica contra los acusados de a ten tados contra las fuerzas a rmadas . Cinco penas de muer te es el resultado. En la rueda de Prensa celebrada ayer al término del Consejo de Ministros, el titular de Informa-ción y Turismo dio a conocerá los informadores el siguiente comu-nicado: 1. El Gobierno, en relación con cuatro causas instruidas por la ju-risdicción militar por delitos de terrorismo y de agresión a Fuerza Armada, ha tenido conocimiento de las correspondientes senten-cias y se ha dado por «enterado» de la pena capital impuesta a: Angel Otaegui Echevarría, José Humberto-Francisco Baena Alonso, Ramón García Sanz, José Luis Sánchez-Bravo Solías,y Juan Paredes Manot. 2. Su Excelencia el Jefe del Es-tado, de acuerdo con el Gobierno, se ha dignado ejercer la gracia de indulto en favor de los también condenados a la pena capital:

José Antonio Garmendia Artola, Manuel Blanco Chivite, Vladimiro Fernández Tovar, Concepción Tristán López, María Jesús Dasca Penelas, y Manuel Cañaveras de Gracia. «La mala fama del instrumento normalmente empleado para las ejecuciones en España aconseja el abandono del "garrote vil".»

SERAN FUSILADOS

En fuentes bien informadas he-mos podido saber, en relación con los cinco condenados a muerte, que la ejecución se llevará a cabo mediante fusilamiento. El Ministerio del Ejército hará pública, tras el cumplimiento de las sentencias, una nota oficial.

(De la Prensa, 27 septietnbre 1975).

« La repercusión en todo el mundo es grande. Se dirigen directa y ofi-cialmente al Gobierno español para pedir el indulto de los con-denados por terrorismo, los go-biernos de Alemania Federal, Austria, Bélgica, Francia, Ingla-terra, Irlanda, Israel, Italia, No-

ruega, Suecia, Suiza, URSS, Yu-goslavia, Chile y Venezuela. En Lisboa la sede de la Embajada española es saqueada e incen-diada y en toda Europa se repite el "caso Ferrer" de 1909. "ABC" del 28 de septiembre registra las ma-nifestaciones antifranquistas de diversos países que culminan en una retirada temporal de emba-jadores.

MILES DE PERSONAS SE MANIFESTARON CONTRA

ESPAÑA, EN PARIS DESTROZARON VARIOS LOCALES Y

PRODUJERON HERIDAS A ONCE POLICIAS EN LOS ALREDEDORES

DE LA EMBAJADA

PARIS, 27. (De nuestro corres-ponsal). Nada más conocerse la posibilidad de la ejecución inmi-nente de los cinco condenados de España, ante la Embajada espa-ñola en París, en la avenida de Jorge V, comenzaron a congre-garse jóvenes portadores de pan-cartas y a oírse gritos hostiles al régimen español. París se l lenóde octavillas, firmadas por el «Par-tido Socialista Unificado», con-vocando a una vigilia ante la re-presentación española. Un impre-

ZAPATOS plupria iosPEQUEÑOS SUIZOS S E V I L L A . . 8 ^ J , A N T O M b . 1 5 . ' F E R N A N D O . - V J . 1 7 .

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ESPAÑA 1939-1979 sionante despliegue policíaco protegía la Embajada a estas primeras horas de asedio, que transcurrieron en medio de gritos, arengas y canciones revoluciona-rias.

Las manifestaciones en el extran-jero provocan la reacción de la de-recha que vuelve a congregarse en la Plaza de Oriente para a c l a m a r a Franco. Este, en el úl t imo dis-curso de su vida, volverá a la obse-sión masónico-izquierdista que desde julio de 1936 aparece en sus manifestaciones. «Españoles: Gracias por vuestra adhesión y por la serena y viril manifestación pública que me ofrecéis en desagravio a las agre-siones de que han sido objeto va-rias de nuestras representaciones diplomáticas y establecimientos españoles en Europa que nos de-muestran, una vez más, lo que po-demos esperar de determinados países corrompidos, que aclara pe fectamente su política cons-tante contra nuestros intereses. No es la más importante, aunque se presenta en su apariencia, el asalto y destrucción de nuestra Embajada en Portugal, realizada en un estado de anarquía y de caos en que se debate la nación herma-na, y que nadie más interesado que nosotros en que pueda ser res-tablecido en ellos el orden y la au-toridad. Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece. Estas manifestaciones demues-tran, por otra parte, que el pueblo español no es un pueblo muerto, al que se le engaña. Está despierto y vela sus razones y confía que la valia de las fuerzas guardadoras del Orden Público, y suprema ga-rantía de la unidad de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire, respal-dando la voluntad de la Nación, permiten al pueblo español des-cansar tranquilo. Evidentemente, el ser español ha vuelto a ser hoy algo en el mundo. ¡Arriba Espa-ña!».

(De la Prensa, 2 octubre 1975).

realidad española lleva a admi t i r las lenguas regionales que «po-drán ser ut i l izadas por todos los medios de difusión de la pa labra oral y escrita y especialmente en los actos y reuniones de carác ter cul tural» (Art. 2.°). Es sólo una coincidencia, pero coincidencia simbólica que ese decreto sea fir-m a d o por quien llevará la aper-tura a las mayores proporciones y que ahora actúa in ter inamente de Jefe de Estado por enfe rmedad de Franco. «Hoy entra en vigor el decreto que regula el uso de las lenguas regiona-les españolas, publicado ayer en el «B.O.E.», y cuyo texto íntegro es el siguiente: 9 9

Una mayor comprensión de la

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Con el propósito de incorporar las peculiaridades, el decreto mil cuatrocientos treinta y tres/mil novecientos sesenta y cinco, de treinta de mayo, autorizo, con ca-rác ter exper imental y a par t i r del curso mil novecientos se tenta y cinco/mil novecientos setenta y seis, la inclusión de la enseñanza de las lenguas nat ivas españolas como mater ia voluntaria para los a lumnos de los centros de educa-ción preescolar y Educación Ge-neral Básica. Tras esa normat iva referida a los pr imeros niveles educat ivos pa-rece opor tuno abo rda r con un ca-rácter más general la regulación del uso de las lenguas regionales españolas por par te de la Admi-nistración del Estado y de los or-ganismos, ent idades y part icula-res. El criterio inspirador de esta re-gulación es respetar y a m p a r a r el cultivo de las lenguas regionales, de jando a salvo la impor tancia trascendental del idioma caste-llano como lengua oficial. En su vir tud, a propuesta del mi-nistro de la Presidencia del Go-bierno y previa deliberación del día veintitrés de octubre de mil novecientos setenta y cinco, dis-pongo: Artículo pr imero. — Las lenguas regionales son pa t r imonio cultu-ral de la nación española y todas ellas tienen la consideración de lenguas nacionales. Su conoci-

miento y uso será a m p a r a d o y protegido por la acción del Es tado y demás ent idades v corporacio-nes de derecho público. Art. 2°—Las lenguas regionales podrán ser ut i l izadas por todos los medios de difusión de la pala-bra oral y escrita, y especia lmente en los actos v reuniones de carác-ter cul tura l . Art. 3.°—El cas te l lano , c o m o idioma oficial de la nación y vehí-culo de comunicación de todos los españoles, será el usado en todas las actuaciones de los al tos órga-nos del Estado, adminis t rac ión pública, adminis t ración de justi-cia, ent idades locales y demás corporaciones de derecho públi-co. Será as imismo el id ioma utili-zado en cualesquiera escri tos o peticiones que a los mismos se di-ri jan o que de ellos emanen . Art. 4.°—Ningún español podrá ser objeto de discr iminación por no conocer o no ut i l izar una len-gua regional . Art. 5.°—Las ent idades y demás corporaciones de carác ter local podrán uti l izar ora lmente las len-guas regionales en su vida inter-na, salvo en las sesiones p lenar ias cuando se trate de propues tas de a s u n t o s q u e d e b a n m o t i v a r acuerdos u otros actos fo rmales que se consignen en acta , en las que deberá util izarse el id ioma oficial. En los actos cul turales de cual-quier índole podrán ut i l izar las lenguas regionales. Art. 6.°—En mater ia de ense-ñanza se estará a lo dispuesto en la ley General de Educación y en el dec r e to mil c u a t r o c i e n t o s t re inta y tres/mil novecientos se-tenta y cinco, de t re inta de mayo. Art. 7°—La Presidencia del Go-bierno dic tará las no rmas si-guientes de su publicación en el «B.O.E.». Así lo dispongo por el presente de-creto, dado en Madrid a treinta y uno de octubre de mil novecientos setenta v cinco. — Juan Carlos de Borbón, Príncipe de España"» .

(«B.O.E.*, 15-XI-1975).

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ESPAÑA 1939-1979

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ESPAÑA 1939-1979 Tías largas semanas de agonía que mantienen en tensión al país fallece Francisco Franco. El pre-sidente del Gobierno, Arias Nava-rro, despide emocionadamente a quien asumió su tarea «ante Dios y ante la historia».

FRANCO HA MUERTO A LAS 4,20 DE LA MAÑANA

DE HOY, DIA 20 DE , NOVIEMBRE

«A las seis de la mañana las agen-cias Cifra, Europa Press y Pyresa facilitaron el siguiente parte: "Día 20 de noviembre de 1975. Las Casas Civil y Militar infor-man a las 5,25 horas que según comunican los médicos de turno, su Excelencia el Generalísimo acaba de fallecer por paro car-díaco como ñnal del curso de su «shock» tóxico por peritonitis».

Siete minutos ha durado la inter-vención del presidente del Go-bierno, don Carlos Arias Navarro, ante las cámaras de televisión y los micrófonos de Radio Nacional de España. El presidente, visiblemente emo-cionado, dijo: "Españoles: Franco ha muerto. El hombre de excepción que ante Dios y*"antela Historia asumió la inmensa res-ponsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida, quemada día a día, hora a hora, en el cumpli-miento de una misión trascenden-tal. Yo sé que en estos momentos, mi voz llegará a vuestros hogares entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros sollozos y de vuestras plegarias. Es natural; es el llanto de España, que siente

como nunca la angustia infinita de su orfandad; es la hora del do-lor y de la tristeza, pero no es la hora del abatimiento ni de la de-sesperanza. Es cierto que Franco, el que du-rante tantos años fue nuestro Caudillo, ya no está entre noso-tros, pero nos deja su obra, nos queda su ejemplo, nos lega un mandato histórico de inexcusable cumplimiento. Porque fui testigo de su última jornada de trabajo, cuando ya la muerte había hecho presa en su corazón, puedo asegu-raros que para vosotros y para España fue su último pensamien-to, plasmado en este mensaje con que nuestro Caudillo se despide de esta España a la que tanto quiso y tan apasionadamente sir-vió"».

(«ABC». 20-X1-1975).

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Un nuevo Jefe de Estado, el rey Juan Carlos da en su discurso del Trono la tónica de lo que se pro-pone realizar: « La Insti tución que personifico integra a todos los es-pañoles..., nuestro futuro se ba-sará en un efectivo consenso de concordia nacional». Por vez pri-mera desde la Guerra Civil no se presupone en el pueblo español la existencia de vencedores y de ven-cidos.

« En esta hora cargada de emoción y esperanza, llena de dolor por los acontecimientos que acabamos de vivir, asumo la Corona del Reino con pleno sentido de mi responsabilidad ante el pueblo español y de la honrosa obligación que para mí implica el cumpli-miento de las Leyes y el respeto de una tradición centenaria que ahora coinciden en el Trono.

Como Rey de España, título que me confieren la tradición históri-ca, las Leyes Fundamentales del Reino y el mandato legítimo de los españoles, me honro en dirigi-ros el primer mensaje de la Co-rona que brota de lo más pro-fundo de mi corazón.

Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acon-tecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con res-peto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsa-bilidad de conducir la goberna-ción del Estado. Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo

al servicio de la Patria. Es de pue-blos grandes y nobles el saber re-cordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. Es-paña nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha con-sagrado toda la existencia a su servicio. Yo sé bien que los españoles com-prenden mis sentimientos en es-tos momentos. Pero el cumpli-miento del deber está por encima de cualquier otra circunstancia. Esta norma me la enseñó mi pa-dre desde niño, y ha sido una cons-tante de mi familia, que ha que-rido servir a España con todas sus fuerzas. Hoy comienza una nueva etapa de la Historia de España. Esta etapa, que hemos de recorrer juntos, se inicia en la paz, el trabajo y la prosperidad, fruto del esfuerzo común y de la decidida voluntad

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ESPAÑA 1939-1979

colectiva. La Monarquía será fiel guardián de esa herencia y procu-rará en todo momento mantener la más estrecha relación con el pueblo. La Institución que personifico in-tegra a todos los españoles, y hoy, en esta hora tan trascendental, os convoco porque a todos nos in-cumbe por igual el deber de servir a España. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional.

El Rey es el primer español obli-gado a cumplir con su deber y con estos propósitos. En este mo-mento decisivo de mi vida afirmo s o l e m n e m e n t e que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidos a cumplir con mi deber.

Pido a Dios su ayuda para acertar siempre en las difíciles decisiones que, sin duda, el destino alzará ante nosotros. Con su Gracia y con el ejemplo de tantos predecesores que unificaron, pacificaron y en-

grandecieron a todos los pueblos de España, deseo ser capaz de ac-tuar como moderador, como guardián del sistema constitucio-nal y como promotor de la Justi-cia. Que nadie tema que su causa sea olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio. Jun-tos podremos hacerlo todo si a to-dos damos su justa oportunidad. Guardaré y haré guardar las leyes, teniendo por norte la justicia y sabiendo que el servicio del pue-blo es el fin que justifica toda mi función. Soy plenamente consciente de que un gran pueblo como el nues-tro, en pleno período de desarrollo cultural, de cambio generacional y de crecimiento material, pide perfeccionamientos profundos. Escuchar, canalizar y estimular estas demandas es para mí un de-ber que acepto con decisión. La Justicia es el supuesto para la libertad con dignidad, con pros-peridad y con grandeza. Insista-mos en la construcción de un or-den justo, un orden donde tanto la actividad pública como la pri-

vada se hallen bajo la salvaguar-dia jurisdiccional. Un orden justo, igual para todos, permite reconocer dentro de la unidad del Reino y del Estado las peculiaridades regionales, como expresión de la diversidad de pueblos que constituyen la sa-grada realidad de España. El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición. La Corona entiende, también, como deber fundamental el reco-nocimiento de los derechos socia-les y económicos, cuyo fin es ase-gurar a todos los españoles las condiciones de carácter material que le permitan el efectivo ejerci-cio de todas sus libertades. Por lo tanto, hoy, queremos pro-clamar, que no queremos ni un español sin trabajo, ni un trabajo que no permita a quien lo ejerce mantener con dignidad su vida personal y familiar, con acceso a los bienes de la cultura y de la economía para él y para sus hijos. Una sociedad libre y moderna re-

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ESPAÑA 1939-1979 quiere la participación de todos en los foros de decisión, en los medios de información, en los di-versos niveles educativos y en el control de la riqueza nacional. Hacer cada día más cierta y eficaz esa participación debe ser una empresa comunitaria y una tarea de Gobierno. El Rey, que es y se siente profun-damente católico, expresa su más respetuosa consideración para la Iglesia. La doctrina católica, sin-gularmente enraizada en nuestro pueblo, conforta a los católicos con la luz de su magisterio. El res-peto a la dignidad de la persona que supone el principio de liber-tad religiosa es un elemento esen-cial para la armoniosa conviven-cia de nuestra sociedad. La idea de Europa sería incom-pleta sin una referencia a la pre-sencia del hombre español y sin una consideración del hacer de muchos de mis predecesores. Eu-ropa deberá contar con España,

pues los españoles somos euro-peos. Que ambas partes así lo en-tiendan y que todos extraigamos las consecuencias que se derivan es una necesidad del momento.

(De la Prensa, 25-XI-75).

Los p r imeros actos del nuevo mo-narca c ierran una e tapa y abren o t ra . Por un lado se da unos t í tulos nobi l iar ios a la famil ia de quien personificó el ant iguo régimen; por el otro se concede un indul to general que saca de la cárcel a fa-mosos oposi tores de ese mismo rég imen .

Por la proclamación de S. M. el Rey

CONCEDIDO INDULTO GENE-RAL

Se otorga a la viuda del Caudillo una pensión excepcional

y la merced nobiliaria del Señorío de Meirás, y a la hija

del Generalísimo, la de duquesa de Franco

SALEN DE LA CARCEL LOS CONDENADOS EN EL

«PROCESO 1001» El Tribunal de Orden Público

ha expedido numerosas órdenes de libertad por aplicación

del indulto de Su Majestad el Rey

Según informa la agencia Cifra, el Tribunal de Orden Público expi-dió ayer orden de libertad de los condenados en el «proceso 1.001» Marcelino Camacho Abad (cin-cuenta y siete años, obrero fresa-dor), Nicolás Sartorius (veinti-siete años, abogado), Juan Marcos Muñiz Zapico (treinta y cuatro años, metalúrgico), Eduardo Sa-borido (treinta y cinco años, em-pleado), Francisco García Salve (cuarenta y cinco años, sacerdote obrero) y Fernando Soto Martín (treinta y siete años, metalúrgico), todos ellos indultados por el re-ciente decreto del Rey Juan Car-los I. Por otra parte, según nuestras no-ticias, el mismo Tribunal dictó

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ESPAÑA 1939-1979 ayer unas setenta órdenes de li-bertad por aplicación del mismo indulto. (.ABC., 30-X1-75).

(«ABC», 26-XI-1975).

Han pasado sólo unas semanas de la m u e r t e de Franco y la a p e r t u r a se va hac iendo patente . Se van a rea l i za r elecciones l ibres para ti-tu la res de Diputac iones y Ayun-tamientos , pero lo que se consi-dera más impor tan te , la abolición del l l amado «preso político», si-gue un r i t m o acelerado, y merece el t i tu l a r de «ABC». El min is t ro de Información, Mart ín Gamero , es op t imis ta y sincero: «El mo-m e n t o español está lleno de espe-r anzas pero no exento de dificul-tades» .

Consejo decisorio en Presidencia

CASI LA MITAD DE LOS PRESOS POLITICOS,

EN LIBERTAD Las elecciones para presidentes

de Diputaciones, aplazadas al 18 de enero, y las de alcaldes,

al 25

Dijo el señor Martín Gamero que el momento español está lleno de esperanzas, pero no exento de di-ficultades, y que su puerta y su teléfono se encuentran a disposi-ción de los informadores de la opinión pública. Fueron unas cordiales palabras de saludo y de buenos deseos de entendimiento con los representantes de la Pren-sa.

INFORME DEL MINISTRO DE JUSTICIA Don Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, ministro de Justicia, Informó al Consejo sobre la situa-ción penitenciaria y los proble-mas penales generales en los mo-mentos presentes. La población, el pasado día 21, era de 9.171 in-ternos, cifra inferior en 715 a la del último informe, referido al 15 de diciembre. «Desde la promulgación del de-creto de indulto hasta el 21 de di-ciembre —dice la nota ampliato-

han sido puestos en libertad 6.370 internos. Del total de libe-rados por aplicación del indulto, 628 corresponden a internos por delitos de convicción política, lo que representa una cifra muy próxima al 50 por 100 de los exis-tentes en la fecha de promulga-ción del decreto, y 5.842 corres-ponden a preventivos y penados por delitos comunes, lo que signi-fica un 38,50 por 100 de los inter-nos de este tipo».

PROYECTO URGENTE SOBRE ELECCIONES LOCALES «El Gobierno —continúa la am-pliación— ha decidido enviar a las Cortes, con carácter de urgen-cia, un proyecto de ley modifi-cando la disposición transitoria

primera del Estatuto de Régimen Local, y aprobó un decreto modi-ficando el 3.230/1975, de 5 de di-ciembre, en el sentido de cambiar el plazo de las elecciones de presi-dentes de Diputación y alcaldes y otros términos de la convocatoria. Si las Cortes aprueban dicho pro-yecto, el mandato de los elegidos en la próxima convocatoria ter-minará con la primera renovación parcial de las Corporaciones mu-nicipales y provinciales. Las elec-ciones convocadas se aplazan, las de presidentes de Diputaciones y Cabildos, al día 18 de enero, y las de alcaldes al 25. Los actuales ti-tulares cesarán en el período elec-toral que se establece de diez días desde la proclamación de candi-datos».

(«ABC». 27-XII-1975).

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BRINDAMOS AL PÚBLICO MADRILEÑO, lo adcjuUicio'n dt PARCELAS Y HOTELES to p'fno Sitrra, o tolo ti Km». d« Madrid, al ptf dt «ttocídn f.c. y cor r ie ra . Clima y al»ura dtaU».

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¡zficionEs PRECIADOS. 37.

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ESPAÑA 1939-1979 El referéndum apoya la reforma política de S u á r e z y e n úl t ima ins-tancia de Juan Carlos I. La mayo-

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ría es de 94,2 por 100 de votantes af i rmativos contra el 2,6 por 100 de negativos y un curioso 3,0 por 100 de votos en blanco. Si el «sí» lo propiciaba el gobierno y el« no» el f ranquismo, los votos en blan-co, ¿a quién se dedicaban?, ¿al PSOE o al PC? Para Josep Meliáel resultado es claro. ...Para mí está absolutamente claro que el pueblo español ha elegido, o por lo menos ha acep-tado como buena, la fórmula o modelo del cambio reformista. El referéndum define una gran co-rriente de moderación política. Una corriente que no se asusta del cambio, pero que rechaza el radi-calismo o la aventura. Es eviden-te, pues, que el escrutinio descali-fica todos los planteamientos ma-ximalistas que trataban de impo-nerle al pueblo una posición con-traria a sus convicciones. Los ex-tremismos de un signo y de otro son los vencidos.

Josep Meliá

(«Blanco v Negro», 25-IX-76).

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ESPAÑA 1939-1979

La ETA mult ipl ica sus activida-des ter ror is tas y con ellas, natu-ra lmente sus gastos. ¿De dónde salen sus ingresos? «Blanco y Ne-gro» no cree que reciba nada de o rgan i zac iones in te rnac iona les de izquierda porque le basta el di-n e r o o b t e n i d o d e s e c u e s t r o s —unos ochenta millones de pese-t a s desde el de Huar te al de Arrá-sate— y el que logran con el im-puesto revolucionario apl icado a los empresar ios del País Vasco. «B y N» publ ica la circular que es enviada como petición de fondos.

E.T.A. EXIGE Y AMENAZA Desbandada de los enpresarios

que no han pagado los «impuestos» a la organización

terrorista La continuación de la batalla de

liberación nacional que nuestro Pueblo está llevando, exige canti-dades cada vez mayores de me-dios materiales. Por ello estima-mos que en esta fase es necesario el apoyo de la burguesía. Nuestra Organización, hasta el momento, ha recuperado me-diante expropiaciones, parte de una plusvalía que los capitalistas y por tanto Vd., arranca al Pueblo Vasco para entregárselo al Estado Español, e l cual aumenta con ella sus medios de opresión y de tortu-ra. Por ello E.T.A. ORGANIZACION MILITAR SOCIALISTA REVO-LUCIONARIA VASCA DE LI-BERACION, exige de Vd., la can-tidad de 5.000.000 (CINCO MI-LLONES DE PESETAS), concep-

tuados como apoyo y contr ibu-ción al combate del Pueblo Vasco. Opor tunamente le comunicare-mos los detalles para que sea efec-tuada la ent rega . Mientras tanto, el t iempo disponible debe Vd., emplear lo en reunir la suma en efectivo, toda ella en billetes usa-dos Como quiera que lo que Vd., en-trega al Estado Español es supe-rior a lo exigido por nosotros, no vemos razón a lguna que imposi-bil i te el pago demandado . Por tanto , caso de no efectuarse éste —del modo que más adelante se-ña laremos— habremos de t o m a r con Vd., medidas , que en nuestro caso son s iempre def in i t ivas . . Insis t imos en la obligatoriedad de man tene r el a sun to en la m á s ab-soluta reserva, en interés de am-bas par tes . Nos parece innecesa-r io por tanto recordarle, que las eventuales medidas que adopte-mos, habrán de depender , t an to de su solvencia en el pago como de su discreción. Gora Euskadi Askatuta Gora Euskadi Sozialista Comité Ejecutivo de Euskadi ta Askatasuna (E.TA)

(«Blanco y Negro», 23-X-76).

En las Cortes Españolas se realiza una votación que p rác t i camente significa el suicidio político del pa r l amen to del ant iguo régimen. Blas Piñar encabezará inút i l -men te la oposición al decreto que representa , que el nuevo par la-mento será elegido de forma to-ta lmente democrát ica . Sólo le si-guieron 59 procuradores de cua-trocientos noventa y siete. LOS QUE NO DIERON EL «SI» De los 497 procuradores en Cortes que asistieron a las tres jornadas del Pleno de la Reforma, 59 vota-ron negativamente a la propuesta del Gobierno y otros trece se abs-tuvieron de dar su opinión, lo que en un caso como este se computa como voto desfavorable al pro-yecto. Los sindicales y los conse-jeros nacionales forman el grueso de la oposición. De los siete mili-tares que votaron negativamente.

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WWífTt . ' í fTb ESPAÑA 1939-1979 . w w w

tres son procuradores por desig-nac ión directa de Francisco Franco y los otros cuatro lo son en su calidad de consejeros naciona-les.

LAS CORTES ORGANICAS APRUEBAN UN PARLAMENTO

DEMOCRATICO El Pleno de las Cortes reunido para tratar la reforma política, que ha sido reiteradamente califi-cado de histórico, se ha saldado con un importante éxito para el Gobierno Suárez, que sale nota-blemente fortalecido de esta prueba y con un halagüeño pano-rama electoral para las próximas elecciones del referéndum. La «larga marcha» de la reforma po-lítica tenía en este paso por las Cortes provenientes de la situa-ción anterior uno de sus jalones más importantes. El gabinete Suárez pudo forzar la aprobación de la reforma con un decreto-ley, pero esto hubiera exasperado a los sectores más opuestos al cambio, que ahora se ven comprometidos a la aceptación sin violentar el es-quema de legalidad del fran-quismo. La no vulneración de esta legalidad parece que era un factor muy valorado por las Fuerzas Armadas, que el Gobierno ha pro-curado vincular a la reforma, so-bre todo con la inclusión en el Ga-b i n e t e del t en iente genera l Gutiérrez-Mellado.

LAS ENMIENDAS A LA TOTALIDAD

Antes de iniciarse las cuarenta y ocho horas que aproximadamente ha durado el Pleno, se daba por ganador al Gobierno, aun con-tando con los dos obstáculos prin-cipales: el sector más inmovilista de la Cámara, que ponía desde el primer día toda la carne en el asa-dor con dos enmiendas a la totali-dad del proyecto, presentadas por Blas Piñar y Fernández de la Ve-ga, procurador familiar y sindical po r Toledo, como d irnos c uenta en el número anterior de ByN. , El otro sector era Alianza Popu-lar, con otro signo, pues aceptaba la reforma, pero condicionándola

en principio a la aceptación del sistema mayoritario para elec-ción de diputados al Congreso, contraviniendo lo que señalaba el proyecto gubernamental en su disposición transitoria primera, que preconizaba el sistema pro-porcional. En previsión de la pugna con Alianza Popular, la ponencia, cuya estrella ha sido Femando Suárez —otro apellido Suárez, además del presidente, para la re-forma—, introdujo un párrafo a esta disposición transitoria en que al sistema proporcional que la inspiraba se le aplicarían dis-positivos correctores para evitar la excesiva fragmentación de la Cámara. Así se inició el día 16, con las es-padas en alto. La estrategia del Gobierno estaba en afrontar las enmiendas a la totalidad y tratar de pasar el proyecto en bloque, o con mínimas concesiones, apo-yado por el procedimiento de ur-gencia, manejado con mano de hierro y guantelete de terciopelo suasorio por el presidente de las C o r t e s , s e ñ o r F e r n á n d e z -Miranda. Las cuestiones de pro-cedimiento, si en principio pue-den parecer meramente formales, cobran una importancia decisiva. Deeste modo, a las enmiendas a la totalidad, argumentadas por los defensores de la democracia or-gánica, salvo Escudero Rueda, con un texto más abierto que el de la ponencia, había que sumar, en los caballos de batalla de este Ple-no, el sistema electoral y las cues-tiones de procedimiento, funda-mentalmente la votación en blo-que o por separado de las enmien-das y el tiempo para defenderlas.

EL PROYECTO, AMENAZADO POR LAS ENMIENDAS PARCIALES Blas Piñar, consejero nacional por designación de Franco y diri-gente de Fuerza Nueva, hizo uso con gallardía y brillantez de la pa-labra en apoyo de la democracia orgánica, como consustancial al régimen anterior. La ponencia ar-gumentó que se trataba de arbi-

trar procedimientos para que se reflejara la voluntad popular, y que quien votara en contra de la ley, votaría en contra de que el pueblo hable, y que la ley de re-forma no contravenía los Princi-pios Fundamentales, que eran modificables. Esta posición es la que en la votación final se anota los votos negativos y las absten-ciones, con un total de 72 votos de casi quinientos votantes. Transcurrida la primera jomada con la actuación de los nostálgicos de la democracia orgánica, se en-traba en la verdadera batalla, promovida por los enmendantes parciales. Dado que el Gobierno necesitaba mayoría de dos tercios para que la Cámara diese luz verde al proyecto, no podía mos-trarse totalmente irreductible, so pena de que los que disentían en aspectos parciales, al no conce-dérseles la oportunidad de votar por separado los puntos de su en-mienda, pasaran a engrosar las fi-las de los que se oponían al pro-yecto en su totalidad. Esta posibi-lidad flotó en algunos momentos en el ambiente, en los pasillos y en el bar, donde a lo largo de los de-bates se refugiaron buen número de procuradores. En sesión del día 17 intervinieron un total de quince procuradores, con enmiendas y sugerencias al texto propuesto por la ponencia. Otros seis procuradores más to-maron la palabra en relación con los puntos del proyecto de ley mo-dificados por la ponencia en su informe. Un total de 21 interven-ciones, al final de las cuales el ini-cial optimismo del equipo guber-namental, que ha multiplicado conversaciones y pactos para ase-gurar la aceptación, estaba en su momento más bajo. Como anéc-dota, se cuenta la de un alcalde balear que aseguró su voto posi-tivo a un portavoz gubernamen-tal, que no parecía del todo con-vencido de cuál sería la decisión final. Ante la desconfianza el edil balear aseguró: «Si quieres, te lo firmo con el sello del Ayunta-miento».

(«Blanco y Negro», 27-XI-76).

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ESPAÑA 1939-1979

El GRAPO lleva a efecto el secues-tro más sonado de la posguerra al apoderarse . d,e Antonio María de Oriol, persona de gran importan-cia política"—Presidente del Con-sejo de Estado— y económica por su vinculación a la industr ia hi-droeléctrica. En el piso donde le t ienen recluido se unirá a él otro secuest rado impor tante , el gene-ra l Vi l l aescusa . Excepc iona l -mente el doble secuestro no ter-minará con la muer te o l iberación por par te de los terroris tas . Oriol y Villaescusa serán puestos en li-be r t ad por la policía que descubre el escondri jo donde los tenía el GRAPO.

Al cerrar esta edición

UN GRUPO REVOLUCIONARIO S E RESPONSABILIZA

DEL SECUESTRO Al parecer, exige

la liberación de varios detenidos de diversos

grupos políticos

LOS SECUESTRADORES SE PRESENTARON «DE PARTE

DEL PARROCO DE LAS ROZAS»

La Policía llegó en el mismo momento en que los autores

abandonaban el edificio. El Grupo Revolucionario Antifas-cista y Patriótico Primero de Oc-tubre (G.R.A.P.P.O.) se ha respon-sabilizado del secuestro del presi-dente del Consejo de Estado, don Antonio María de Oriol y Urquijo, perpetrado a media mañana de ayer. La reivindicación del secuestro se ha hecho patente tras una lla-mada telefónica a la Redacción de «El País», a las ocho y veinticinco de la noche, en la que, después de anunciar su participación activa en el secuestro, el anónimo comu-nicante informó de que en una ca-bina telefónica situada en la calle de Alcalá, de Madrid, había sido depositado un comunicado.

Efectivamente, en dicha cabina y pegado con chicle en uno de sus cristales había un manuscrito, firmado por el G.R.A.P.P.O., en el que se decía que «la seguridad del señor Oriol depende de la actitud que adopte el Gobierno. Nuestra organización está preparada y dispuesta a todo», dice textual-mente el comunicado, para más adelante exigir que sean liberados varios detenidos de diversos gru-pos políticos. En el mismo comunicado se ma-nifiesta de forma taxativa su re-pulsa al referéndum. Según ha informado a Cifra un portavoz del diario «El País», la voz anónima volvió a repetir la llamada telefónica para confir-mar si habían recogido el comu-nicado.

('ABC', 12-XII-76).

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ESPAÑA 1939-1979 La peluca de Carrillo, un inci-dente más cómico que trágico, provoca el general comentar io a fines de 1976. La normalidad de-mocrát ica se acerca y con ella el reconocimiento oficial de todos los partidos, incluido el Comunis-ta, pero, mientras tanto, Sant iago Carrillo sigue siendo un perse-guido por la ley vigente, lo que obliga a la policía al t rámite de detenerle. . . aun sabiendo que será por poco tiempo.

Junto a la calle López de Hoyos

SANTIAGO CARRILLO IBA DISFRAZADO CON PELUCA

AL SER DETENIDO Los miembros del Comité

Ejecutivo del «Partido Comunista de España»

fueron también conducidos a la Dirección General

de Seguridad

Madrid. (De nuestra Redacción.) A las siete menos cuarto de la tarde de ayer fue detenido en Ma-

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SECUESTRADO EL

TENIENTE GENERAL

VILLAESCUSA • Es Presidente del

Consejo Supremo de Justicia Militar

• Sospechas de que los G.R.^.P.O. sean responsables

• Vigilancia especial en todas las fronteras españolas

• Secuestrado y libertado el chófer del General

El teniente general don Emilio Vi-llaescusa Quilis, presidente del Consejo Supremo de Justicia Mi-litar, ha sido secuestrado en la puerta de su domicilio —sito en O'Donnell, 49—, a las nueve y me-dia de la mañana. El chófer del general Villaescusa también fue secuestrado, y liberado más tarde. La agencia Cifra indica que es «muy posible» que el secuestro sea obra de los G.R.A.P.O.

(«Informaciones», 24-1-77).

drid el secretario general del «Partido Comunista» de España, Santiago Carrillo, quien a raíz de su aparición pública en España, en el curso de una rueda de Pren-sa, estaba siendo buscado por la Policía cumpliendo órdenes en este sentido del Gobierno. A las once y diez de la noche, la Subsecretaría de Orden Público facilitó la siguiente nota oficial: «En relación con la noticia difun-dida por agencias de Prensa sobre la localización en Madrid de San-tiago Carrillo, y ante la petición de precisiones y circunstancias formuladas por diversos medios informativos, en la Subsecretaría de Orden Público se da respuesta a dichos medios con las siguientes aclaraciones: Como consecuencia de los servi-cios policiales dispuestos por la

Dirección General de Seguridad para la localización de Santiago Carrillo, y como resultado de las gestiones realizadas a este fin, en el día de hoy se ha logrado detec-tar su presencia en Madrid, en el piso quinto A de la casa número 14 de la calle Padre Jesús Ordó-ñez. Montado el oportuno dispositivo se observó que a las dieciocho cuarenta horas salía de dicho in-mueble solo, con abrigo color ca-nela y provisto de una larga pe-luca de tono canoso, al objeto de dificultar su identificación, San-tiago Carrillo, en cuyo momento, y por inspectores del Cuerpo Ge-neral de Policía que le reconocie-ron, fue identificado y sin oponer resistencia conducido a las de-pendencias policiales».

(«ABC», 23-XII-76).

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ESPAÑA 1939-1979 I

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Como una b ru ta l respuesta al se-cuestro de Oriol y Villaescusa rea-l izado por la izquierda ext rapar-lamentar ia , mil i tantes d e la ex-t r ema derecha entran en un des-pacho de la calle Atocha y m a t a n a t i ros a cua t ro abogados laboralis-tas, h i r iendo a otros varios.

MATANZA EN UN DESPACHO DE ABOGADOS

EN LA CALLE DE ATOCHA

Cuatro muertos y varios heridos graves

Cuatro muertos y varios heridos, algunos de suma gravedad, es el trágico balance provisional de la matanza llevada a cabo anoche por dos pistoleros que irrumpie-ron disparando sus metralletas en el despacho de abogados labora-listas de la calle de Atocha, 55. Los muertos son los abogados don Francisco Javier Sauquillo (que ha fallecido esta mañana en la clínica 1.° de Octubre), don Enri-que Valdevira y don Luis Javier

Benavides y el conserje don Angel Rodríguez Leal. Por decisión del presidente del Tribunal Supremo se han sus-pendido en Madrid todas las acti-vidades Judiciales. Al mismo tiempo, se ha reunido con carác-ter de urgencia la Junta de go-bierno del Colegio de abogados de Madrid. Poco antes de las once de la noche sonó el timbre de la puerta del despacho laboralista de Atocha. Abierta por el conserje, éste fue empujado y tiroteado a quema-rropa por dos individuos que en-traron a donde se celebraba la reunión de los abogados —no ha-bía más de diez personas—, y los dos individuos empezaron a dis-parar sus metralletas, que lleva-ban silenciador. Todo parece indicar que los auto-res de este múltiple crimen perte-necen a organizaciones de ex-trema derecha.

(«Informaciones». 25-1-77).

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Fracasado en su intento de que sea el Poder Judicial el que decida, Suárez toma la medida más au-daz de su trayectoria guberna-mental. La legalización del Par-tido Comunista, agrupación polí-tica que durante cuarenta años ha representado para la Derecha es-pañola un monstruo al que com-batir sin pausa. El gran prestigio del Rey ante el Ejército permitió que las fuerzas armadas acepta-ran sin protesta externa una me-dida que repugnaba a muchos mi-litares, especialmente a los que habían hecho la Guerra Civil.

«El Partido Comunista de España legalizado. El PCE fue legalizado ayer después de estar cerca de cuarenta años proscrito, con su inscripción en el Registro de Aso-ciaciones Políticas del Ministerio de la Gobernación. El hecho se ha producido a los dos meses de que dicho partido hubiese solicitado su legalización y a la semana de que el Tribunal Supremo se de-clarase incompetente en el asunto y devolviese la documentación al gobierno».

(«E/ País., ¡O-IV-77).

Primeras elecciones totalmente democráticas en cuarenta y un años... Vence el partido «ahijado del gobierno» como le llama «Blanco y Negro» pero le pisa los talones el Socialista. Quedan, con pocos escaños, Alianza Popular por un lado y el Partido Comu-nista por el otro. El asombro ma-yor lo produce la desaparición como partido del democristiano cuyos principales represententes (Gil Robles, Ruiz Giménez) ni si-quiera alcanzarán escaño.

EL MOMENTO DE LA VERDAD

Ha terminado el período de las promesas... Palabras, palabras, palabras... Ahora va a empezar el período, mucho más largo y difi-cultoso, de la verdadera política. Las elecciones han confirmado, en líneas generales, las impresio-nes de los últimos días. Estaba

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descontado el triunfo del Centro Democrático o ahijado del Go-bierno. Para muchos, las propor-ciones del éxito socialista resultó sorprendente. Había considera-bles sectores de la opinión nacio-nal que se negaba a reconocer que el gran cambio de la estructura de nuestra sociedad se había ido produciendo durante los cuarenta años de franquismo, sin que el propio sistema hubiera querido enterarse de ello. ...Quedan atrás algunos hechos que parecen confirmar que, efec-tivamente, nuestro país es un país diferente. Las elecciones se han

celebrado faltando lo que hace año y medio parecía casi inevita-ble: la constitución de un fuerte partido demócrata-cristiano. Pa-recía inevitable por las firmes raí-ces católicas de millones y millo-nes de españoles. De acuerdo con la lógica, los señores Gil Robles, Ruiz-Giménez, Silva Muñoz, Al-varez Miranda y otros cien más estaban llamados a constituir el más brillante estado mayor con que haya contado partido político alguno. Pero las cosas discurrie-ron por distinto cauce. La Demo-cracia Cristiana, como partido, cuenta muy poco en las nuevas

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ESPAÑA 1939-1979 C o r t e s . H a y d e m ó c r a t a s -cristianos en todos los partidos, pero no hay un gran partido Cris-ti anodemóc rata. ...Otro hecho singular fue el acuerdo tácito o, la coincidencia casual del Gobierno con la iz-quierda para impedir el creci-miento de Alianza Popular. El re-lativo aislamiento del conglome-rado al frente del cual se puso Fraga Iribarne produjo, sin em-bargo, este resultado: la derecha cuenta también poco. ...En cuanto al P.C., ha salido del trance muy brillantemente, aun-que no en las proporciones que soñaban durante las grandes con-centraciones populares que orga-nizan con manifiesto talento em-presarial.

(«Blanco y Negro», 21-V1- 77).

El resultado de las primeras elec-ciones democráticas celebradas en España tras cuarenta y un años dan la victoria a UCD seguido por el PSOE. De un centro derecha a un centro izquierda puede decirse que va el espectro político por el que se inclina la inmensa mayoría de los españoles que dejan muy atrás en sus preferencias a la de-recha pura (Alianza Popular) y a la izquierda pura (Partido Comu-nista de España), ambos casi con el mismo número de diputados. La gran sorpresa la da la derrota de un grupo que parecía unir una constante española, el catoli-c ismo y el deseo nuevo de una de-mocracia. Contra todo pronóstico los democristianos no consiguen

sacar a Gil Robles ni a Ruiz Gi-ménez.

Cuando va escrutado el 93 por 100 de los votos emitidos por los espa-ñoles en las elecciones generales del pasado miércoles, la Unión de Centro Democrático continúa en cabeza, seguida por el Partido So-cialista Obrero Español y, a gran distancia, por el Partido Comu-nista de España y Alianza Popu-lar. Estas son las impresiones que, a falta de datos definitivos —que la Administración no consigue completar—, es necesario trans-mitir todavía hoy, 17 de junio. «A última hora de ayer era ya se-gura la atribución de 118 escaños del futuro Congreso a la Unión de Centro Democrático, y de 73 al Partido Socialista Obrero Espa-ñol (PSOE), seguidos a gran dis-tancia por Alianza Popular (ocho escaños) y el Partido Comunista (siete). Las estimaciones realiza-das sobre el resto de los votos es-crutados, en provincias cuyos da-tos están aún incompletos—entre ellas Madrid— apuntan la posibi-lidad de que la Unión de Centro consiga algo más de 160 escaños (pero no la mayoría absoluta) y el PSOE alrededor de 120; el PCE podría tener veinte o veintiún escaños, y Alianza Popular alre-dedor de quince. La coalición PSP-FPS podría conseguir seis o siete escaños, de ellos la mitad en Madrid. La gran derrotada en es-tas elecciones es la Federación Demócrata-Cristiana, cuyos líde-res más conocidos —entre ellos los tres miembros de la familia

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Gil-Robles un escaño.

no han podido ganar

Ninguno de los líderes de las grandes opciones nacionales tie-nen aún garantizado su escaño, puesto que todos se presentan en Madrid, donde anoche iban escru-tados poco más del 67 por 100 de los votos. No obstante, se consi-dera segura la elección de todos ellos, excepto el señor Ruiz-Gi-ménez. Otros dirigentes cuyo es-caño está asegurado ya, son Dolo-res Ibárrurí y Rafael Alberti (PCE), Alfonso Guerra, Enrique Múgica y Luis Gómez Llórente (PSOE), Pío Cabanillas, Enrique Sánchez de León y Fernando Al-varez de Miranda (UCD), Fede-rico Silva, Gonzalo Fernández de la Mora (AP), entre otros. En Cataluña van muy bien situa-das la coalición PSC-PSOE, el PSUC y el Pacte Democratic per Catalunya. En cuanto al País Vas-co, el partido con mayor número de escaños es el PSOE, seguido del PNV, lo cual se considera una sorpresa en Euskadi. En Cataluña, la victoria de parti-dos autonomistas y de izquierda ha llevado a Josep María Tarrade-llas, presidente de la Generalitat en el exilio, a dirigir una carta a los catalanes para solicitar un úl-timo esfuerzo encaminado a con-seguir el restablecimiento de la jurisdicción de la Generalitat y del Estatut de 1932. El señor Tarradellas dice en su mensaje a los catalanes que «el pueblo de Catalunya ya ha ha-blado de manera inequívoca y ahora ha llegado el momento de que su voz sea escuchada por quienes tienen entre sus manos la responsabilidad del poder. Re-chazar la voluntad mayorítaria de todo un pueblo sería cerrar defini-tivamente el camino pacífico a la democracia». El presidente de la Generalitat en el exilio manifiesta su esperanza de que "entre las fuerzas políticas, sociales e insti-tucionales se impondrá el rea-lismo y el sentido de la responsa-bilidad"».

(«ElPaís», ¡7-VI-J7).

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ESPAÑA 1939-1979 Tras de su largo exilio, Josep Ta-rradel las cubre con precisión y cálculo los pasos que le llevan desde su refugio francés a la Pre-sidencia de la Generalidad de Ca-taluña. Realizará varios viajes a Madrid, pero no volverá a Barce-lona hasta que pueda en t ra r tr iun-falmente como Presidente de la renacida General idad. Testigo el presidente del Gobierno.

TARRADELLAS TOMA POSESION

COMO PRESIDENTE DE LA GENERALIDAD

Suárez: «Si la Democracia es diálogo, esto se ha

demostrado en Cataluña»

Barcelona, 24 (Informaciones, por Margarita Sáenz Diez).— «Si la democracia es diálogo, si la democracia es pacto, esto se ha demostrado aquí en Cataluña, durante estos tres meses de pro-ceso para la recuperación de la Generalidad», dijo esta mañana el presidente del Gobierno, don Adolfo Suárez, al dar posesión de su cargo como presidente de la Generalidad provisional de Cata-luña a don Josep Tarradellas.

(<•Informaciones», 24-X-77).

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Empiezan las agresiones a rmadas a mili tares de graduación bus-cando —se dice— la reacción del Ejército que tome el mando y que provoque a su vez la revolución general deseada por los extremis-tas. El general Sánchez Ramos y el teniente coronel Pérez Rodrí-guez son en esta ocasión las vícti-mas .

CRIMEN Y PROVOCACION El asesinato de dos militares,

último coletazo contra la Constitución

G.R.A.P.O., G.A.P. y E.T.A., posibles autores del atentado

Pero la paz de esa mañana se iba a quebrar, en un día decisivo para el futuro del país. El general, hom-bre liberal y profundamente reli-gioso, llegó al coche después de bajar las escaleras que unen su

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ESPAÑA 1939-1979 portal con la acera. El soldado le abrió la puerta y se dispuso a des-cubrir el banderín oficial. Des-pués, todo fue demasiado rápido para recordarlo con exactitud: «Quieto, chaval, no te muevas» o «Apártate, que contigo no va na-da» o, simplemente, «Echate a un lado, muchacho», fueron las úl-t imas palabras que se escucharon en aquella mañana de sol y paz que se iba a romper al unísono de los disparos asesinos. El teniente coronel fue abatido de un certero disparo en la sien; el cuerpo del general tuvo menos suerte. Diez balazos Parabellum 9 mm. sega-ron rápidamente su vida, al t iempo que ponían una soga al cuello de una nación que ya respi-raba con dificultad. ...En la calle circulaban los más variados rumores y todo el mundo se preguntaba cuál sería la acti-tud del Ejército ante esta dolorosa provocación. Se habló de una reunión formalmente convocada entre los más altos cargos milita-res, pero tal rumor no pasó de ser una simple reunión del general jefe del Alto Estado Mayor, To-más de Liniers, con sus más direc-tos colaboradores. El Ejército en-cajaba el golpe y la opinión pú-blica se enteraba por el propio presidente del Gobierno de que, días atrás, había advertido la po-sibilidad de un golpe terrorista de tan lamentables consecuencias. Conesa, el superpolicía de los se-cuestros de Oriol y Villaescusa, se ponía al frente de las operaciones de captura de los asesinos, y el Ministerio del Interior daba luz verde a un plan de contraataque para atajar la posible enverga-dura de la acción terrorista.

(«Blanco y Negro», 7-V-78).

ATENCION/ COMPRADORES F A D E C O E L P R E M I O MAYOR DE 1*A' LOTERIA NACIONAL DEL SEOUNDO S O R T E O D E L

P R E S E N T E MES

TERMINO EN 47 T O D O S n u e s t r o s COMPRADORES q u e t e n -g a n p r o n ó s t i c o s con el oOmoro 47 , c o r r e s -p o n d i e n t e s a c o m p r a s e f e c t u a d a s .

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A lo 'argo de los ú l t imos cinco años se ha especulado en España —con temor por la mayoría, con esperanza por una minoría nos-tálgica— sobre una reacción mili-ta r an te el estado político de la nación. A pesar de los innumera-bles rumores sobre el t ema, sólo ha habido un mínimo complot que t omó el nombre de «Galaxia»

r la cafetería donde se reunían os conjurados . El d iar io conser-

vador «ABC» señala la noticia y la reacción, muy aplaudida en la c ámara , del Vicepresidente del Gobierno, general Gutiérrez Me-llado.

HUBO COMPLOT PARA TOMAR EL PALACIO

DE LA MONCLOA

La jornada de ayer fue de norma-lidad en las Fuerzas Armadas tras los incidentes del jueves y del viernes. Por lo que a éstos se refie-re, puede ya hacerse una recons-trucción casi total de los mismos. Entre otras importantes precisio-nes, hay que destacar que el com-plot en el que estaban implicados el teniente coronel Tejero y el ca-pitán de la Policía Armada Ines-trilla fue denunciado por un grupo de oficiales del Servicio de Información el jueves por la ma-ñana al propio presidente Suárez. En ningún momento se pensó en secuestrar al Rey, pero sí que es-taba previsto entrar en el Palacio de la Moncloa. El presidente Suárez se reunió ayer tarde con el ministro de De-fensa, teniente general Gutiérrez Mellado, así como con otros altos cargos militares con el fin de ana-

lizar las recientes actitudes de va-rios militares, algunas de las cua-les —según fuentes oficiales— se-rían punibles de acuerdo con el Código de Justicia Militar. Respecto a este tema, fuentes competentes manifestaron ano-che a Europa Press que, en estos momentos, existe una gran tran-quilidad en las altas esferas de la Administración, ya que se consi-dera que tales actitudes han sido «aisladas».

Intervención de Gutiérrez Mellado en el Congreso

«CORREGIREMOS CON FIRMEZA LAS

ACTITUDES MARGINALES» Compromiso de garantizar

el pleno funcionamiento de las instituciones

democráticas

Madrid. (De nuestra Redacción). «El Gobierno y el Ministerio de Defensa, con firmeza y autoridad, se comprometen a garantizar el pleno funcionamiento de las insti-tuciones democráticas, a defen-der el proceso político y a la patria en la concordia, progreso y liber-tad que desean la mayoría de los españoles, y pido a sus señorías un cálido y decidido apoyo a las Fuerzas Armadas y de Orden Pú-blico». Con estas palabras, el te-niente general Gutiérrez Mellado concluyó ayer su intervención ante el Pleno del Congreso en res-puestas a una pregunta sobre los últimos acontecimientos milita-res.

(«ABC», 23-XI-78).

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ESPAÑA 1939-1979 Las elecciones de 1979 práctica-mente repiten los resultados de 1977 con una mayoría al part ido del gobierno y otro grupo impor-tan te creyendo en la a l ternat iva socialista. Lo que resulta total-m e n t e nuevo esta vez es la fuerza de los part idos regionales que en Euskadi sacan a diputados de la Herri Batasuna, al iada política de ETA, y en Andalucía dan protago-nismo inesperado al Part ido So-cialista de Andalucía, que dirige Alejandro Marcos.

Significativo avance de los partidos regionalistas

CLARA VENTAJA DE UCD EN EL CONGRESO, MIENTRAS

LOS SOCIALISTAS MANTIENEN POSICIONES

Los dos grandes partidos —UCD y

PSOE— mantenían a primeras horas de la madrugada de ayer las mismas posiciones que en el 15 de junio de 1977, cuando se había es-crutado el 42 por 100 del censo electoral. UCD mantenía un 34 por 100 de los votos, frente al 28 por 100 del PSOE, el 9 por 100 del PCE y el 5 por 100 de Coalición Democrática. Las únicas noveda-des a destacar a la hora del cierre de esta edición eran la baja parti-cipación electoral, que se esti-maba en el 67 por 100, y el relativo éxito de los partidos de ámbito re-gional. Estimaciones de UCD faci-litadas a última hora presentaban un cuadro optimista para su par-tido, al considerar razonable que pudieran conseguir más de 170 escaños del nuevo Parlamento, frente a menos de 130 de su inme-diato seguidor, el PSOE.

CENSO: 26.852.885. CENSO ESCRUTADO: 42%. PARTICIPACION: 67 %

Partidos % votos % votos ¡977

Unión de Centro Democrático 34 34,71 Partido Socialista Obrero Españ. 28 29 ,24

Partido Comunista de España 9 9 ,24

Coalición Democrática 5 (AP) 8 ,39

Partido Socialista de Andalucía 3

Partido Nacionalista Vasco 2 1,69

Convergencia i Unió 2 (CDC) 3,71

Esquerra Republicana l Unión Nacional i

Herri Batasuna i

Partido del Trabajo de España i —

En el más brutal e indiscr iminado a taque terroris ta realizado hasta la fecha, ETA coloca bombas en estaciones aéreas y de ferrocarri l de Madrid, causando numerosas víc t imas.

Cinco muertos y más de cien heri-dos en el aeropuerto de Barajas

y en las estaciones de Chamartín y Atocha

ETA (p-m) REIVINDICA EL TRIPLE ATENTADO DE

MADRID Y ANUNCIA NUEVAS ACCIONES

(«El País», 2-111-79).

ETA político-militar se ha decla-rado autora del triple atentado que ha costado cinco vidas huma-nas, más de cien heridos y unos veinticinco millones de pesetas en pérdidas, al hacer explosión tres artefactos de relojería, con unos seis kilos de explosivo cada uno, situados en las consignas de equi-pajes de las estaciones madrile-ñas de Chamartín y Atocha y en la zona de llegadas nacionales del aeropuerto de Barajas. La organi-zación terrorista anuncia que proseguirán los atentados en tanto permanezcan en Soria pre-

sos vascos. El Consejo General Vasco, en su reunión de ayer, hizo pública su repulsa en tono tajan-te. El órgano preautonómico de Euskadi afirma que no se puede estar a favor del Estatuto y al mismo tiempo cometer acciones semejantes. Las reacciones han sido en esta ocasión especialmente duras por parte de los partidos, sindicatos y organizaciones. El presidente del Consejo General Vasco, Carlos Garaikoetxea, dirigió un tele-grama al presidente del Gobierno en el que condenaba en términos tajantes la acción terrorista. Juan María Bandrés, dirigente de Euskadiko Ezkerra, coalición que pasa por ser brazo político de ETA (p-m), anunció también su estu-por y su consternación. Comentó que la llamada de aviso por parte de los autores podía suponer que no deseaban víctimas, pero aña-dió que la- mejor manera de que una bomba no haga explosión es no colocarla. La organización terrorista ETA (p-m) anunció la colocación de los explosivos a la agencia Euskadi Press a las doce de la mañana del domingo. La agencia lo comunicó a su vez a la comisaría de policía de San Sebastián, pero el Go-bierno Civil de Madrid no tuvo conocimiento de la amenaza « hasta poco después de las 12,40». Pese a que se montaron los dispo-sitivos policiales adecuados al caso —en Madrid hay de quince a veinte falsas alarmas cada día— y se reforzaron las dotaciones de las Fuerzas de Orden Público, no se pudo impedir que entre la una y la una y cuarto explosionaran los tres artefactos.

(«El País», 3I-VI1-79).

SANATORIO- DR. LEON | •Detlntojckocion**,.

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ESPAÑA 1939-1979 Una gran abstención es la tónica de las elecciones para ap roba r el Es ta tu to de Autonomía, absten-ción que si en el País Vasco puede a t r ibuirse en cierta medida al c l ima de violencia, en Cata luña no tiene ninguna just if icación. Lo único positivo en Euskadi es, di-cen, la poca incidencia del extre-mi smo a la hora de votar .

Vascos y catalanes, preocupados por su autogobierno

OPTIMISMO EN EUSKADI Y SENSACION DE FRACASO

EN CATALUÑA Aprobados ios estatutos de auto-nomía del País Vasco y Cataluña, y en espera de que se completen los trámites necesarios hasta su promulgación, los medios políti-cos de ambas comunidades tratan de digerir los resultados obteni-dos y se preocupan por su autogo-bierno. Existe en Cataluña un ambiente de interés hacia el futu-ro, aunque influido por un rela-tivo desencanto, mientras en el País Vasco las preocupaciones se refieren a las negociaciones con Madrid para el desarrollo del Es-tatuto y al logro de la paz en su territorio. Los problemas de organización del referéndum, el incremento de la decepción política y cierto sen-timiento de fracaso predomina-ban ayer entre la clase política ca-talana, pese a determinadas de-claraciones triunfalistas cara a la galería, mientras qu« por parte de la Generalitat casi todo se cen-traba en dar gran importancia a la lluvia, hasta el punto de haber distribuido un detallado parte meteorológico. Respecto al País Vasco, la crónica del primer día tras la aprobación del Estatuto está llena de declara-clones en tomo a la violencia y la amnistía. «A título personal», in-dicó el presidente del CGV, Carlos Garaikoetxea, «tengo que 'decir que una medida de gracia sería considerada en tanto en cuanto se establezca un abandono de los métodos violentos y en la medida

en que sus protagonistas acepten las vías políticas». Por otra parte, los medios políti-cos vascos favorables al Estatuto

destacan el relativo f reno a la ex-pansión electoral del radicalismo, a pesar del porcentaje de absten-ción.

RESULTADOS GLOBALES (%)

Abst. Votantes Sí No B.y N. *

E u s k a d i 40 ,23 59 ,77 90 ,29 5,14 4 .56 C a t a l u ñ a 40,51 59,49 87,96 7,91 4 .11

* Blancos y nulos.

La década de los setenta te rmina con un golpe más de la organiza-ción que ha sido noticia durante toda ella. La ETA secuestra al di-pu t ado Javier Rupérez, de UCD. A los quince días de silencio le per-miten enviar una ca r t a a su fami-lia. > «Me encuentro bien de salud y de ánimo», dice el texto. «A ello han contribuido vuestros mensajes y palabras de aliento. Sé que no es-toy solo. En todo momento, el trato recibido ha sido correcto. Dentro de la peculiaridad de la situación, no me falta nada nece-sario. Espero poder tener la ale-gría de reunirme contigo en breve plazo. Te diría muchas cosas; pre-

(«ElPaís». 27-X-79).

fiero esperar un poco a poder ha-cerlo directamente. Miles de be-sos a Marta. Abrazos para Mano-lito, Nacho, Tote, Malte, Paloma y Bernabé. I love you».

(«El País», 25-XI-79).

La década tempestuosa de los se-tenta te rmina como empezó, con un protagonista l lamado ETA. El d iputado de UCD y dip lomát ico Javier Rupérez, encargado de la secretaría de Asuntos Exteriores del par t ido gubernamenta l , es se-cuestrado. Es tas son las p r imeras noticias.. .

«Desaparece Javier Rupérez. En-cuentran su coche entre unos ma-torrales de la Casa de Campo. La hipótesis de un secuestro cobra fuerza».

(«Informaciones», 12-XI-79).

Dos días después esta hipótesis se confirma. La organización vasca presenta sus condiciones...

«ETA exige la excarcelación de cinco presos para liberar al dipu-tado Javier Rupérez», dicen los ti-tulares del periódico. Y más aba-jo: «La liberación de cinco presos vascos que se encuentran enfer-mos y la creación por el Consejo General Vasco de una comisión investigadora que estudie los po-sibles casos de tortura son las dos condiciones que la ETA Poli-Mili-tar pone para la liberación del di-putado de UCD Javier Rupérez,

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ESPAÑA 1939-1979 , W , « W K *

secuestrado el pasado domingo por la citada organización vasca».

(«El País». ¡4-XII-79). E l gobierno Suárez se niega ro-t undamen te a aceptar las cond i -c iones y ETA amenaza en declara-c iones hechas a un per iod is ta .

«Si el gobierno no acepta, Rupé-rez será ejecutado».

(«Informaciones», 6-X1I-79).

Duran te un mes y u n día la ac t i v i -dad po l ic iaca para encon t ra r el paradero de Rupérez fue compa-rable a la que l levó el gob ierno en el f ren te in te rnac iona l pa ra con-segui r i nnumerab les mensajes de Jefes de Estado y organizac iones de todo el m u n d o p id iendo a la, E T A que so l ta ran a su preso. Por o t r a par te se in ten taba establecer un contac to con los secuestrado-res a través de var ios i n te rmed ia -r ios, especia lmente el l l a m a d o Comi té de L iberac ión de Rupérez, p res id ido p o r Ru iz J iménez. E l re-su l tado de tantas gestiones apare-

c ió en la prensa del 13 de d ic iem-bre.

« Soy Javier Rupérez. Acabo de ser liberado. Estas fueron las primeras pala-bras que el diputado dirigió a dos asombrados guardias civiles que le encontraron en una gasolinera en las afueras de Burgos. Los eta-rras le dejaron una manta, el car-net de identidad y el reloj y se llevaron el resto de su documen-tación. Rupérez se encontraba en buen estado pero cansado y medio dormido, ya que al parecer le die-ron un sedante. Desde Burgos fue trasladado directamente a la Moncloa en coche oficial».

(«Ya», 13-XI1-79).

¿ H u b o negoc iac ión para su l iber -tad? E l gob ie rno lo niega, la prensa lo a f i r m a :

«Varios etarras presos no impli-cados en delitos de sangre verán atenuada su situación. Javier Ru-

pérez fue liberado después de una negociación con ETA en nombre del gobierno».

(«El País». 13-XII-79).

H a b í a n vue l to los demás desde la c á r c e l ( C a m a c h o , R e d o n d o ) , desde el dest ie r ro (Madar iaga , Ta r rade l i as , Sánchez A lbornoz , Ca r r i l l o ) . Sólo quedaba de entre los famosos un h o m b r e que consi-deraba res tab lec ida la s i tuac ión del Es tado español , pero no la de su País Vasco. Y sólo cuando fue aprobado el E s t a t u t o de Guern ica se dec id ió a cer ra r su o f ic ina de París y vo l ve r .

«Adiós al exilio. Una multitud aguardaba el sá-bado la llegada de Jesús María de Leizaola, el l endakar i que regre-saba al País Vasco tras permane-cer 43 años en Francia, poniendo fin a la existencia del Gobierno Vasco en el exilio».

(«Cambio 16», 30-XII-1979).

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Una aportación a la historia del franquismo

Angel Viñas Catedrático de Estructura Económica y Técnico Comercial del Estado.

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UEDE una obra con el título que tiene la que me suscita esta contribuir a esclarecer parte de esa historia oculta que el anterior régimen

- I I sustrajo al conocimiento, a la crítica y al protagonismo activo de los Wp^ñoíes?:xA P » . 1 > . " -V;-' ' •. :V j | ^ « 1 8 8 be argumentara tal vez que plantear la cuestión en estos términos equivale a querer ' J • '' V • • T~t1 ' f - • ^ >" §nauctruna respuesta positiva. Ello no seria exacto: tanto en historia como en economía

ciencias sociales —nos lo ha recordado en más de una ocasión un xñejo M. Sweezy—- el partir de una concepción falsa o irrelevante de la

no puede producir resultados muy significativos, y ello con independencia del grado de soñ$ticación y refinamiento del analista. Las respuestas que obtiene un cien tí jico dependen, ante todo, de las preguntas que plantee. i

maestro como ímwRwRwQwtfFMwtf AhUf ' *

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E N esta ob ra hemos p a r t i d o c o r i mente ab ie r ta de cuá l puede haber s ido el proceso de for -

m u l a c i ó n de un segmento i m p o r t a n t e de la po l í t ica económica —e inc luso de la po l í t i ca in te rnac iona l en a lgunos momentos— del Es tado español en tres etapas b ien d i fe renc iadas de su t rayec tor ia : durante la Repúb l ica , la guerra c i v i l y el f r anqu i smo . Y he-mos d i v i d i d o éste en dos grandes etapas convencio-nales: l a que l lega hasta la adopc ión del p lan de es tab i l i zac ión y l i be ra l i zac ión de 1959 —que marca uno de los g i ros t rascendentales del an te r io r régi-men e inc luso de la p r o p i a h i s to r i a con temporánea de España— y la que desde aque l l a fecha, no rma l i -zadas ya las relaciones económicas con el ex ter ior , d u r a r í a hasta el fa l l ec im ien to del general Franco.

A los qu ince ú l t i m o s años de esta ú l t i m a etapa, ca-rac ter izados po r una a p e r t u r a insuf ic iente y con-t rad i c to r i a , pero que p e r m i t i ó camb ia r el modo de f unc i onam ien to del s istema económico español, el profesor Ju l i o V i ñ u e l a l e s ha ap l i cado un densoapa-ra to conceptua l y técnico para d e t e r m i n a r los efec-tos económicos der ivados de la po l í t i ca comerc ia l del segundo f ranqu ismo. E l l o ha s ido posib le ya que es a p a r t i r de 1960 cuando cabe d isponer de datos estadíst icos m í n i m a m e n t e relevantes.

Pero hasta entonces la i n f o r m a c i ó n estadíst ica era m a l a e inadecuada para p e r m i t i r de en t rada un aná-l is is económico moderno s ign i f i ca t i vo : las relacio-nes económicas españolas con el ex ter io r estaban somet idas a una tup ida maraña de autor izac iones y l icencias admin i s t ra t i vas ind iv idua les , m ien t ras que el s is tema se veía pe rmeab i l i zado por la escasez y l a co r rupc ión . Así, para el per íodo que media entre el es ta l l ido de la guerra c i v i l y el p lan de l ibera l iza-c ión de 1959, la p rob lemát ica a p lan tear debía ser o t ra : no se t ra ta r ía tan to de superponer un mode lo

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abs t rac toa u n a r e a l i d a d e n m a r a ñ a d a y t u r b i a c o m o recons t ru i r , con la documentac ión procedente de los arch ivos de la Admin i s t rac ión , el curso de la po l í t i ca económica ex te r io r del pasado rég imen, in-ten tando pe r f i l a r cuá l haya sido el tenor del proceso au tá rqu i co po r él descr i to y haciéndonos las pre-guntas que todo ana l is ta c r í t i co ha de d i r i g i r a l f r anqu i smo en su etapa pu ra y du ra de re laciones económicas con el ex ter io r : ¿cómo sobreviv ió?, ¿qué pel igros le amenazaron?, ¿cómo d io respuesta a el los?

Duran te la exper ienc ia repub l icana —de c ie r ta no rma l i zac ión estadíst ica, por lo menos en compa-rac ión con los años anter iores— el anál is is econó-m i c o usual habr ía de fundi rse con la reconst rucc ión documen ta l , y e l lo para esclarecer el tono de la pol í -t ica comerc ia l de la Repúbl ica y la inc idenc ia de la c r i s i s económica in te rnac iona l sobre e l comerc io ex te r io r de España, uno de los temas más m i t i f i ca -dos en la escasa l i t e ra tu ra económica m o d e r n a dis-pon ib le sobre los años de paz del rég imen del 14 de a b r i l : aquí la especial ización de l profesor Senén Florensa y de Fernando Eguidazu p e r m i t i ó estable-cer un marco ana l í t i co que consideramos novedoso.

H u b o tentaciones que vencer: la p r ime ra fue p a r t i r de una concepción homogeneizadora del d i l a tado per íodo h is tó r i co que hemos in ten tado esclarecer m í n i m a m e n t e . E n pa r t i cu la r , h u b i m o s de retroce-der ante el deseo de ap l i ca r a los años sesenta y setenta un t r a t a m i e n t o d o c u m e n t a l como el seguido en las décadas anter iores: e l lo ha de quedar reser-vado a invest igaciones u l ter iores, una vez c la r i f i ca -dos ana l í t i camente los efectos alcanzados entonces en el á m b i t o de la po l í t i ca comerc ia l ex ter ior . La segunda ten tac ión fue la de dejarnos l levar por lo que a l observador super f i c ia l puede aparecer como

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u n cuerpo compacto de op in iones y p lan teamien tos en la l i t e ra tu ra existente: pero t a m b i é n aquí consi-deramos que un segmento fundamen ta l de la pol í -t i ca del an te r io r régimen como es el que inc ide sobre las relaciones económicas con el ex ter io r , no podía abordarse con ar reg lo a las percepciones prevale-cientes en ta l l i te ra tura , en gran par te gestada du-rante el prop io franquismo y s in n i ngún acceso a los fondos documentales que c la r i f i can la f o r m u l a c i ó n de ta l po l í t ica. Si la base estadíst ica es i r re levante , e l anál is is técnico carece de i m p o r t a n c i a : e l lo nos i ndu jo a p ro fund iza r en el conocí m ien to del curso de d icha po l í t i ca reconst ruyéndolo desde dent ro , es decir , en base a las perspect ivas der ivab les de la u t i l i zac ión de los documentos in te rnos de la d ic ta-dura . Así, pues, un senci l lo p lan teamien to metodo lóg ico —pero de d i f í c i l i ns t rumen tac ión en la invest iga-c ión ap l i cada— nos ob l igó a l levar a cabo lo que no dudo en caracter izar como una p r ime ra r up tu ra en la h is to r iogra f ía sobre el f r anqu i smo : pa r t iendo pa rc ia lmen te de concepciones ext ra ídas de modelos tales como los de po l í t i ca buroc rá t i ca y de po l ic ra-cia depar tamenta l , empleados con éx i to para escla-recer la ac tuac ión gubernamenta l tan to en sistemas democrá t icos como en las d i c taduras fascistas, he-mos quer ido con t r i bu i r a enr iquecer —s iqu ie ra mí-n i m a m e n t e — el conoc im ien to empí r i co sobre la t rayec to r ia del an te r io r rég imen en base a un anál i -sis depurado de sus documentos y de sus estadíst i -cas in ternos, las más de las veces to ta lmen te mante-n idos en secreto. E l l o no hub ie ra sido posible de no haber contado

con el mecenazgo del Banco E x t e r i o r de España y el apoyo de c ier tos cí rculos c lar iv identes de la Admi -n is t rac ión en el pos f ranqu ismo, conscientes de que la defensa de la democrac ia y de la Corona hace impresc ind ib le i n i c i a r el en ju i c i am ien to h is tór ico documen tado del pasado rég imen. Abr iendo los ar-chivos re levantes a la invest igación hasta 1959 —con algunas excepciones que hemos ident i f ica-do— la A d m i n i s t r a c i ó n de la Monarqu ía ha dado pruebas de i r po r de lante de las convencionalmente más l ibera les en la ma te r i a : la inglesa y la nortea-mer icana, en donde e l acceso a los documentos no se pe rm i te hasta t ranscur r idos 30 y 25 años respecti-vamente (aunque las restr icciones pueden a veces ser muy abundantes y negar eficacia práct ica a esta regla). El resu l tado ha s ido un p r ime r re t ra to del f ran-qu i smo merced a la glosa s is temát ica de los docu-mentos in ternos en él gestados: f rente a la abundan-cia de obras basadas en meras impresiones, en co-men ta r ios per iodís t icos o en las percepciones y ju i -cios de va lo r de la opos ic ión hemos t ra tado de real i -zar un anál is is c ien t í f i co y documenta l , en el que las a f i rmac iones suelen estar contrastadas empír ica-mente y la va lo rac ión apoyada en la recomposic ión de las numerosas piezas del «puzzle» que son los fondos p r i m a r i o s conservados en los archivos.

Con e l lo se ha p re tend ido l levar los l ími tes de la h is to r iogra f ía de la con temporane idad española hasta el f i na l de los años c incuenta, desplazándolos de la obsesiva concent rac ión en la guerra c i v i l o en los mov im ien tos oposic ionales: quer íamos con t r i -b u i r a pe r f i l a r la h is to r ia del poder y su u t i l i zac ión dent ro del á m b i t o de referencia en que nos hemos mov ido . Ofrecemos, pues, algo muy d i ferente a la mera con-temp lac ión del curso del comerc io exter ior español y su regu lac ión. Sin querer hacer una enumerac ión exhaust iva, s i rvan algunos temas de i lus t rac ión para el lector de una rev is ta de h is tor ia :

Al en t ra r en la guerra c i v i l hemos examinado los mecanismos que pe rm i t i e ron a l general Franco sal-var su es t rangu lamien to financiero en el terreno in te rnac iona l ; hemos cuan t i f i cado el apoyo econó-mico de las potencias fascistas y de ciertos cí rculos del cap i t a l i smo nac ional e in te rnac iona l , ident i f i -cando la dependenc ia func iona l en que en d icho p lano el nuevo Estado ent ró con respecto al Tercer Reich, y hemos per f i l ado cómo la economía inc id ió sobre la estrategia seguida por el bando vencedor en la cont ienda. Hemos subrayado a lgunos de los orígenes poco co-nocidos de la vocación au tá rqu ica del an ter io r ré-g imen, que se proyectó inconten ib le nada más ter-m i n a d a la guer ra c i v i l y buscó o t r o cobi jo teór ico y pub l ic ís t ico u l t e r i o r a l socaire de l desmantela-m ien to del fascismo en Europa. Se ha esclarecido el tenor de las relaciones económicas con los regíme-nes fascistas du ran te la segunda guerra mund ia l , la l i qu idac ión de las deudas de guerra y las bases eco-nómicas de la neu t ra l i dad española du ran te e l con-f l i c to , i nd i cando cómo la concepción estratégica de d i cha n e u t r a l i d a d fue horadada po r bamboleos tác-t icos que no favorecen demasiado la imagen de un Jefe del Estado omnisc ien te que han proyectado al a l i m ó n l a p ropaganda y los cori feos. Hemos asp i rado a a b r i r nuevos caminos a l abordar el azaroso curso del f r anqu i smo en el «cerco inter-

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nac iona l» de la posguerra, mos t rando cómo no ca-recía de u n a estrategia con la cua l hacer f rente a la cr is is, m ien t ras se rea l izaba la «un ión sagrada» en to rno a l «hombre p rov idenc ia l» que d i r ig ía los dest inos del país y el rég imen se embarcaba en una po l í t i ca de espera: la ayuda de Perón, el b i la tera-l i smo reforzado y los bar rocos f lor i leg ios de los cambios m ú l t i p l e s aco lchonar ían la t rans ic ión ha-c ia un status más no rma l i zado . Los costes de tal po l í t i ca (y no sólo el de la au tomarg inac ión del f ran-q u i s m o en e l Plan Marsha l l ) fue ron elevadís imos, cuando la economía—atada y b ien a tada—se deba-t ía en la miser ia , la inef icacia de los d i r igentes y el mercado negro: Carlos Fernández Pulgar ha anal i -zado lo que en ta l aspecto supuso el camb io de orien-tac ión desde 1951, en par te l igado a la gest ión de A r b u r ú a , cuando el rég imen exp lo taba su acerca-m i e n t o con los Estados Unidos.

Los años c incuenta —convulsos, desgarrados, pun-teados por el c rec imiento económico, que superó por p r ime ra vez cotas alcanzadas en t iempos de la Repúb l i ca , y la c r i s i s—cons t i t uyen para nosotros la fase más necesitada de ac la rac ión v expl icac ión. P rob lema t i za r temas en base a p lan teamientos r i -gurosos y documenta les nos ha l levado a descartar po r i r re levante la v ie ja po lémica existente entre al-gunos economistas españoles acerca de si el rég imen pudo t e r m i n a r antes su etapa au tá rqu ica : hemos mos t rado los factores de d i scon t i nu idad —y los de c o n t i n u i s m o — con el per íodo más p rop iamen te fas-cista, en lazando nuestra i n te rp re tac ión con el m i t i -f i cado tema de la ayuda económica nor teamer icana. Existen buenas gentes —y muchos des in formados— que presumen que el f r anqu i smo tenía una concep-ción nac ional is ta (ma rg inada ya la re tór ica de la

1 Política comercial exterior en España (1931-1975) A. Viñas ¿Vihuela - F Egutdazu C F Pulgar- S Fkxensa

BANCO EXTERIOR DE ESPAÑA Servido d» Estudios Económicos

revo luc ión pend ien te y de l imper io ) de los intereses de España: los pactos de 1953 con los Estados Uni-dos s i rven para e jemp l i f i ca r , creo, que el general Franco nunca tuvo reparos, para apun ta l a r su régi-men, en poner en pe l igro la segur idad estratégica y nuc lear española y arr iesgar la des t rucc ión de Ma-d r i d , Sev i l la , Zaragoza, etc., al aceptar condic iones secretas de ac t i vac ión de las bases m i l i t a res esta-dounidenses para t iempos de guerra que represen-tan una h u m i l l a c i ó n d i f í c i l de encon t ra r en u n Es-tado europeo soberano en la época contemporánea. Nues t ro t r a t a m i e n t o ha seguido en par te, en este de l icado y novedoso tema, la p rop ia a rgumen tac ión in te rna de los func ionar ios de él i te del pasado régi-men y la del general Franco y del a l m i r a n t e Carrero B lanco, bien conscientes de la d iscrepanc ia ent re lo que el Estado español ponía en juego y rec ibía en con t rapres tac ión . Lo que el «caudi l lo» caracter i -zaba en púb l i co c o m o una t rayec tor ia ex te r io r de-mo ledoramente b r i l l an te y genu inamente nacional —frente a l «decadente» siglo X I X y a los regímenes despect ivamente ca l i f icados de demol ibera les— se conv ier te , desde la perspect iva de los documentos reservados, en e l pequeño forcejeo de un Estado c ipavo(es ta ca l i f i cac ión noes mía, s ino de un i lus t re m i l i t a r español) y la «c lar iv idente» po l í t i ca inter-nac ional de l «caud i l lo» f rente a los Estados Un idos en un ref le jo a m a r g o — p o r la p r o x i m i d a d — de la seguida ante F ranc ia por Godov. Fernando Egu idazu ha ana l izado la mani fes tac ión en los años c incuenta de o t ro de los gravosos m i tos del an te r io r rég imen: el man ten im ien to perma-nente de un t i po de camb io sobrevaluado para la peseta como signo de for ta leza de la po l í t i ca econó-m ica a seguir, y c ó m o el lo l levó a las desesperadas y poco conocidas man iobras monetar ias de A r b u r ú a , que presentamos como una novedad en la l i te ra tu -ra. Hemos iden t i f i cado l íneas de con t i nu idad —esca-samente aprec iadas por los autores— entre la pol i -t ica de a lgunos de los m iembros del gob ierno de 1951 y la seguida por sus relevos en el gabinete de 1957, que d i o en t rada en dos carteras fundamen ta -les (Comerc io y Hacienda) a los sedicentes «teenó-cratas», v incu lados al Opus Dei. Como paso prev io al estudio de los efectos económicos de la po l í t i ca de ape r tu ra en los años sesenta se ha rast reado m i n u -c iosamente el proceso que l levó a la cr is is de pagos con que se cer ró la década de los c incuenta. La desesperada s i tuac ión de laeconomía española en el á m b i t o ex te r i o r no se había cuant i f i cado nunca con tal deta l le en la l i t e ra tu ra . Hemos a lud ido a los resul tados de la incorporac ión del rég imen a los o rgan ismos económicos del mundo occ identa l y hemos i l u m i n a d o la génesis del p lan de estabi l iza-c ión y l ibera l izac ión, comp lemen tando los conoci-mientos existentes. Tras el lo Jul io V iñue la someterá a un anál is is demoledor algunas de las repercusio-nes de la ape r t u ra comerc ia l del f ranqu ismo, mos-t r ando sus l im i tac iones y sus consecuencias para e l s is tema económico español. La h is to r ia económica del f ranqu ismo v la h i s to r ia de la po l í t i ca económica en él seguida están aún por hacer (como lo está, en general, la p rop ia h i s to r ia de l an te r i o r rég imen) : si nuestras apor tac iones con-t r i buyen a documenta r cont ras tadamente una de sus más impo r tan tes facetas, los medios mater ia les y humanos y el en tus iasmo derrochados sin tasa en esta invest igac ión habrán , a lo me jo r y a pesar de sus l im i tac iones , serv ido para algo. • A. V.

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Libros

LA HISTORIA ORAL DE LA

GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Aunque se ha escrito tanto sobre la guerra civil que parecía imposible presentar un planteamiento innova-dor del tema, el libro de R. Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros (1), resulta totalmente distinto a las publicaciones habituales, y su interés reside en ser el primer in-tento de historia oral del periodo, ba-sado en las conversaciones del autor con un gran número de protagonis-tas de los bandos en litigio. Como afirma Josep Fontana: «(..,) El his-panista inglés Ronald Fraser recu-pera de la memoria popular una vi-sión enteramente renovada: la de las gentes comunes que lucharon en uno y otro bando o que, simplemen-te sufrieron las consecuencias del conflicto. Este libro debería significar el fin de una etapa en los estudios sobre la guerra civil española—la de la historia política y militar— y el ini-cio de otra —la de la historia so-cial—».

Esta recuperación de la memoria popular parte de una brillante, y ate-rradora, reconstrucción del clima de enfrentamiento previo al conflicto. Como señala Fraser, laguerranofue sólo el resultado final de una lucha de clases cada vez más intensa; también derivaba de unos enfrenta-mientos ideológicos sumamente agudos, en medio de un clima de odio y violencia, que algunos testi-monios reflejan con toda claridad. Veamos, por ejemplo, las palabras de P. Aguirre, estudiante e hijo de un político monárquico: «La idea de que era necesario matar, destruir para defenderse, la expresaban constan-

(1) Ronatü Fraser Recuérdalo tú y recuér-dalo a otros. Historia oral de la guerra civil española, 2 vo/sf Ed. Critica, Barcelona, 1979. %

temente personas normales de am-bos bandos. Era una idea nacida del tipo de mentalidad que se niega al diálogo y al compromiso. La violen-cia verbal era un hecho social. Sin embargo, a la mayoría se le antojaba., inconcebible que debiera cruzarse la barrera entre las palabras y los actos (.. ). La violencia verbal prefiguró una guerra que en general no se espera-ba, condicionó su estallido, incluso lo precipitó». El miedo a una revolu-ción socialista asustaría a la burgue-sía y al pequeño campesinado, que comenzó a pedir «ley y orden»: «(...)

La República representaba el des-orden —afirma el hijo de un campe-sino de Castrogeriz—. Lo que nece-sitábamos era ley y orden, paz y bienestar». Y Dionisio Ridruejo co-rrobora esta opinión: «La burguesía estaba asustada. Como jamás habia hecho su propia revolución, ésta les infundía más miedo que a.sus equi-valentes franceses. En lo qué" a la " burguesía se referia, una revolución era el fin del mundo. La burguesía española nunca tuvo confianza'en si misma y durante toda su historia se apoyó en la fuerza armada para man-tenerse en el poder». Y más ade-lante añade: «Se insultaba pública-mente a los oficiales, tachándolos de cobardes por no sublevarse. La causa aparente era la ausencia de ley y orden (...). La verdadera causa era el temor a que las organizaciones de la clase obrera fuesen a hacer su propia revolución. La prueba está en que el complot militar no comenzó realmente hasta después de las elecciones». Desde el otro lado, para Juan Moreno, campesino anda-luz, el creciente odio entre la bur-guesía y el campesinado sólo podría dirimirse en la lucha: «Odiábamos a la burguesía, que nos trataba como a animales. Los burgueses eran nues-tros peores enemigos. Cuando les mirábamos creíamos estar viendo al mismo diablo. Y lo mismo pensaban ellos de nosotros. Había odio entre nosotros, un odio tan grande que no hubiera podido ser peor. Ellos eran burgueses, ellos no tenían que traba-jar para ganarse la vida, ellos vivían

cómodamente. Nosotros sabíamos que éramos trabajadores, y que te-níamos que trabajar, pero queríamos que ellos nos pagasen un jornal de-cente y que nos tratasen como a se-res humanos, con respeto. Sólo ha-bia una forma de conseguirlo: lu-chando como ellos...».

El desarrollo del conflicto queda re-flejado en las casi trescientas entre-vistas realizadas por el autor, tanto en las zonas rurales de Salamanca, Castilla la Vieja, Pamplona, Córdoba y Sevilla, que se pusieron inmedia-tamente a favor de los insurgentes, corno en la zona leal al Gobierno re-publicano (Madrid, Toledo, Barce-lona y Bajo Aragón). Los testimonios de los militantes entrevistados abar-can la casi totalidad de los aspectos centrales del conflicto. En el bando republicano, la resistencia de Ma-drid; el avance espectacular en nú-mero y en influencia del PCE (para Juan Andrade, el PSÜC creció en Cataluña por el miedo creciente de la burguesía a la CNT: «Esta aterrori-zaba a tanta gente que, por reacción, muchos llegaron a considerar a los comunistas como un partido de or-den»); la revolución anarcosindica-lista en Cataluña y Aragón (Josep Cercos, militante de las Juventudes Libertarias afirma: «Nos importaba un comino la república. Lo único que nos importaba era la revolución. No habría ido al frente de no haber sido para hacer la revolución»); el enfren-tamiento progresivo entre las organi-zaciones de la izquierda, en especial entre el PCE y el POUM, o la polé-mica entre el PCE y la CNT sobre las prioridades de ganar la guerra o de hacer la revolución; la disolución de las colectividades libertarias en Ara-gón; la caída progresiva de todos los frentes y el desánimo cada vez ma-yor de los combatientes republica-nos... Algunos testimonios tienen un evidente interés por su carácter de autocrítica. Para Josep Barberá, mili-tante del PSUC, el error de su partido estuvo en no establecer una alianza con algún sector de la CNT, y en considerar —según las directrices de la Comintern, condicionadas por

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un partido trostkista al que había que eliminar: «Las perspectivas políticas de laComintern, condicionadas por situaciones y problemas totalmente ajenos a los problemas e intereses de la República, deformaron muchas de las posturas del PSUC. Donde se hizo más evidente fue en la línea se-guida por el partido en relación con el POUM y la CNT (...). El POUM no era una organización trotskista, como sabía muy bien cualquier persona que se preocupase por la política (...). Pero el PSUC actuó como si lo fuera...». Desde la perspectiva liber-taria, destacan a su vez las opiniones de Sebastiá Ciará y Eduardo de Guzmán sobre las limitaciones de la CNT, enfrentada ante el problema del poder. Para Ciará, en Barcelona en los días inmediatamente posterio-res al levantamiento, «la CNT-FAI se hizo con el poder de tacto sin reco-nocer o asumir la responsabilidad del mismo. Deberían haber asumido el poder políticamente como lo ha-bían hecho en las calles. Deberían haberse apoderado de la Generalitat y llamarla Consejo o Comité si la pa-labra "Gobierno" les parecía inacep-table, asegurándose para sí la repre-sentación mayoritaria...». De la misma forma, para Eduardo de Guzmán la revolución se perdió para el anarcosindicalismo cuando la CNT se negó a tomar el poder en Barce-lona: «Para hacer una revolución —dice E. de Guzmán— hay que conquistar el poder (...). Se les es-capó por completo la importancia.del aparato estatal que, con o sin armas, sigue pesando mucho. En parte este error se debió a la politización insufi-ciente de la CNT. Ser apolítico no significa carecer de sentido político; significa sencillamente que uno no participa en las farsas electorales. La política existe y la política revolucio-naría existe aún más».

Con respecto á los insurgentes, el mismo tono autocrítico aparece en textos como los de Ernesto Castaño o Dionisio Ridruejo, que reflejan el desencanto de muchos falangistas y militantes de la CEDA tras los prime-ros momentos de euforia. Dionisio Ridruejo afirma: «Me estaba dando cuenta de la imposibilidad de la revo-lución que esperábamos llevar a ca-bo. El 80 por 100 de los ejecutados en la retaguardia eran obreros. La represión tenía por fin diezmar a la clase obrera, destruir su poder. Al eliminar a aquellos que se habrían beneficiado de nuestra revolución,

se eliminaba también el propósito de la misma... En la zona nacionalista la represión se llevaba a término a san-gre fría, deliberada y metódicamen-te, para destruir a dicha "mínoría". Era una guerra de clases, aunque no lo reconociera asi todo el mundo, y mucho menos la pequeña burguesía de la zona nacionalista». Otros en-trevistados arrojan luz sobre aspec-tos decisivos del bando rebelde: la progresiva ascensión al poder del general Franco; los enfrentamientos entre las propias fuerzas franquistas, en especial con los carlistas; el apoyo incondicional a los militares por parte del campesinado caste-

Recuérdab tú y recuérdab a otros Historia ora! de la guerra civil española,!

Ronald Fraser

—* - v

CRITICA

llano y de la Iglesia; la actitud del propio Franco de prolongar la guerra con objeto de ir minando la retaguar-dia, y de machacar a las organizacio-nes de izquierda, impidiendo cual-quier intento de resistencia organi-zada en los territorios conquista-dos, etc. Uno de los puntos analizados con más lucidez por Ronald Fraser es el de la escasa atención prestada por las organizaciones de izquierda a la retaguardia, que, en su opinión, fue una de las causas de la pérdida de la guerra. Dado que la guerra se hacía en unas condiciones militares de in-ferioridad con respecto a los insur-gentes, debería haberse combinado la guerra clásica —ejérci to contra ejército, existencia de frentes, mando único...— con la guerra de desgaste en la retaguardia y la guerri-lla: «Concebir la marcha de la guerra

en los mismos términos de guerra clásica de) enemigo —dice Fraser— era ignorar tanto la naturaleza de clase de la guerra civil en el bando republicano como la necesidad de que éste se tradujera en una estrate-gia revolucionaria» (2). En el olvido de esta premisa fundamental, la acti-tud del PCE jugó un papel decisivo. Su firme oposición a este tipo de guerra, cuya efectividad se habia puesto de manifiesto durante la de-fensa de Madrid — e l pueblo en masa participó en los combates al lado de las fuerzas de seguridad lea-les—, impidió la resistencia de los republicanos unos meses más para enlazar con la Segunda Guerra Mundial. El cansancio moral en la re-taguardia y las pérdidas constantes de posiciones bélicas —cuya culmi-nación sería la caída de Cataluña— terminaría con el golpe de Casado y la entrada en Madrid de las tropas insurgentes, tras una rendición sin condiciones. La brutal represión comenzaba de nuevo para aquellos militantes que no pudieron escapar hacía la frontera francesa, las cárce-les se llenarían de hombres honra-dos cuyo único delito había sido la defensa de un Gobierno legalmente constituido por la voluntad popular manifestada ante las urnas. Como dice Fraser: «Porque el objetivo no consistía solamente en castigar a los vencidos, sino en aplastar para siempre la militancia de la clase obrera, la amenaza de la revolución socialista, para que así el capitalismo español pudiera prosperar». La pér-dida de las libertades duraría cua-renta años, y muchos de los venci-dos no vivieron para ver la muerte del dictador y la vuelta de la demo-cracia. En resumen, el libro de Fraser repre-senta una aportación decisiva para conocer la guerra civil desde un campo despreciado por la mayoría de los investigadores: la historia oral. Esperemos que la vía abierta por él sirva para la profundización por otros investigadores, a través de estudios sectoriales o locales basados en este mismo método; porque, como afirma Fontana, «es mucho lo que nos queda por conocer, y mucho lo que conviene no olvidar». • MARIA RUIPEREZ.

(2) El tema aparece desarro/lado con amplitud en un articulo del mismo Fraser: «Guerra ovil: Guerra de clases. España 1936-1939», Zona Abierta, N.° 21, septiembre-octubre de 1979, págs. 125-137.

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PROBLEMAS DE HISTORIA DE LA CLASE

OBRERA Los estudios de Eric J. Hobsbawm sobre las revoluciones burguesas, los movimientos sociales y los al-cances de la revolución industrial son, sin duda, antecedentes bas-tante sólidos como para asegurar, en este volumen (1), la reunión de un importante material y puntos de vista estimulantes sobre los problemas actuales de la investigación en histo-ria del movimiento obrero. Se trata de abrir senda en la dirección de los nuevos enfoques sobre un tema que ha concitado los esfuerzos, no sólo de historiadores y sociólogos, sino también de muchos escritores com-prometidos con las luchas sociales y que, en consecuencia, ha reunido opiniones y referencias que respal-dan posiciones ideológicas, pero no siempre resultan sustentadas por el rigor metodológico. Resulta enton-ces claro que si la interpretación his-tórica no puede despojarse total-mente de la carga subjetiva que lleva en si todo historiador, implícita, por lo demás, en su propia formación cultu-ral, existen algunos terrenos donde la investigación requiere una mayor atención para no caer en subjetivis-mos extremos. Este es, precisamen-te, uno de los problemas que en-frenta el estudio de los movimientos obreros .y sociales. Hasta el presente, el movimiento obrero ha sido historiado privile-giando la descripción de la acción sindical, hecho que, de alguna ma-nera, relega el examen de la situa-ción total de la sociedad donde se desenvuelve el sector obrero que se investiga en cada caso. Hobsbawm pretende, en este trabajo, corregir esta tendencia señalando nuevos rumbos, aunque habría que apuntar algún antecedente en el solitario tra-bajo de Federico Engels, La situa-ción de la clase obrera en Ingla-terra. Todo ello viene, sin duda, a enriquecer las posibilidades de la disciplina, puesto que: «Sin embar-go, se ha investigado comparativa-mente poco acerca de las clases tra-bajadoras como tales (no en cuanto organizaciones y movimientos obre-

(1) E. J. Hobsbawn, Trabajadores. Estudios de historia de la d a s e obrera, Barcelona, Ed Crít ica, 1979.

ros) y acerca de las condiciones económicas y técnicas que favore-cieron el desarrollo efectivo de los movimientos obreros, o bien, en cambio, lo dificultaron. En estos úl-timos años este campo ha comen-zado a despertar mayor atención, pero todavía se lo cultiva bastante poco. La mayoría de los ensayos que integran este volumen pertenecen a esta última categoría».

La discusión acerca de la validez o la pertinencia de ciertas posiciones tradicionalmente admitidas, como las que han surgido en torno a las formas iniciales de lucha obrera, tiene un cabal exponente en la revi-sión de uno de los fenómenos más trillados por la historiografía, pero no por eso conocido en profundidad: el ludismo. Señala Hobsbawm que en las últimas décadas se mantiene to-davía un error: describir el movi-miento contra la presencia de las máquinas como «una jacquerie in-dustrial inútil y alocada», Arrastra, nos señala, la carga de las concep-ciones más recibidas sobre el pro-ceso de industrialización, y la historia del movimiento obrero en sus etapas iniciales, que fueron elaboradas a fi-nales del siglo XIX por autoridades tan respetables como Sidney y Bea-trice Webb, pero que no resisten el análisis a la luz de las últimas investí-gaciones acerca del proceso de la sociedad industrial a comienzos de la pasada centuria. Fundada sobre una serie de supuestos tácitos — u n o de ellos era que los trabajado-res se habían lanzado contra inmu-tables verdades económicas en ciega reacción—, esta visión era hija

l^S8r . M

I|l:. /. Hobsbawm

Estudios dé tósiorh de la clase obrera

EffiéM Critita

del siglo del liberalismo. «Los su-puestos tácitos —dice nuestro au-tor— son discutibles en su totalidad. Las concepciones conscientes, en cambio, entrañan obviamente una gran parte de verdad. Sin embargo, tanto los unos como las otras oscu-recen bastante la historia y de ese modo imposibilitan todo estudio se-rio de los métodos de lucha de la ciase obrera en el período preíndus-tnal».

El capitulo arroja luces sobre diferen-tes aspectos del ludismo, ignorados hasta el momento, o por lo menos nunca considerados en conjunto con sus diferentes facetas. Y así, ad-vierte la existencia de dos tipos dife-renciados de destrucción de máqui-nas: «El primer tipo no supone una hostilidad hacia las máquinas como tales, sino que constituye, en deter-minadas condiciones, un medio normal de presión sobre los patro-nos». La segunda clase de destruc-ción se muestra más dirigida, en su apariencia formal, contra la máquina como sustitutiva del hombre en cuanto ahorraba mano de obra. Sin embargo, esta oposición no fue in-discriminada, ni tan irracional como se ha supuesto, y un fenómeno sor-prendente es que estaba compartida por un fuerte núcleo de la opinión pública, incluidos algunos patronos. Por lo tanto, el fenómeno tenía ma-yor profundidad que la que se le asigna corrientemente. La agresión del trabajador contra la máquina es-taba motivada por un problema prác-tico, cual era evitar el paro y mante-ner estable el nivel de vida: «Sobre todo objetaba el cambio global en las relaciones de producción que le amenazaba»... «A la inversa: allí donde el cambio no perjudicó en nada a los trabajadores, no encontra-ron ninguna hostilidad especial con-tra las máquinas».

Por otra parte, la oposición a la má-quina. en muchos casos, estaba fundada en el hecho de que ésta se encontraba en manos del capitalista, y si es cierto que no puede atribuirse genéricamente una comprensión, a nivel consciente, del sistema eco-nómico a los obreros de comienzos del siglo pasado, también lo es que las actitudes eran más claras en aquellos lugares, como Gran Breta-ña, donde las relaciones de produc-ción eran un fenómeno más percep-tible para el trabajador. Y esto, por supuesto, explica también la adhe-sión de algunos patronos que, a su

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vez, resistían un cambio que no po-dían o no estaban dispuestos a acep-tar en todas sus implicaciones eco-nómicas.

Otro de los problemas que Hobs-bawm revisa es el artesanado ambu-lante. Enmarcado en un siglo que presenta desplazamiento y emigra-ción como hechos íntimamente vin-culados a la historia del movimiento obrero, este tipo de trabajador cum-ple un papel fundamental en los momentos de crisis laboral. Existía incluso en los gremios más antiguos y tenía como finalidad evitar la carga sobre las «cajas de resistencia» en momentos de conflictividad obrera, eludir las persecuciones y disminuir el impacto del paro sobre determi-nadas regiones en coyunturas difíci-les. Esta institución desaparece a medida que se acentúan los progre-sos del capitalismo. El antiguo arte-sano, de formación global en su ofi-cio, configuró una mano de obra per-fectamente móvil, pero la especiali-zación creciente del obrero califi-cado lo fue ligando a determinadas formas de producción que no siem-pre encontró fuera de su ciudad, o de su comarca, y ello le restó posibili-dades de desplazamiento.

No pretendemos, en esta nota, re-señar todos los temas que incluye el libro, cada uno de ellos importante. Es nuestro propósito dejar anotados algunos puntos sugerentes y dejar indicadas las pautas generales, que son, precisamente, emprender una intensa reflexión sobre aquellos as-pectos más críticos para el especia-lista. Movimientos sindicales, sindi-catos, el sector de la «aristocracia obrera», costumbres, salarios y nive-les de intensidad de trabajo, son al-gunos de los aspectos abordados en la obra, siempre dentro del marco del siglo XIX. Debemos, no obstante, destacar los estudios sobre el nivel de vida en la primera mitad del siglo pasado, incluidos en un importante capítulo donde se realiza un balance de las dos tendencias más notorias en este aspecto. Escribe el autor: «Por motivos de comodidad llama-remos a la opinión clásica (Ricardo -Malthus - Marx - Toynbee - Ham-mond) escuela pesimista, y a la moderna (Clapham - Ashton - Ha-yek), optimista». Con el manejo de una sólida masa de datos cuantitati-vos y el examen de las fuentes en que se apoyan ambas corrientes, afirma entonces que la posición op-timista carece de toda base sólida y

que, hasta ahora, la opinión clásica no ha sido conmovida en lo sustan-cial, si bien le merece críticas. Pero: «Hay que señalar un último punto. Normalmente los optimistas tienden a descargar al capitalismo de toda responsabilidad vinculada con la existencia de esas malas condicio-nes de vida, cuando adm iten tal exis-tencia. Sostienen que las mismas se debieron a que el desarrollo de la empresa privada aún no era suficien-te, a ciertos resabios del pasado preindustrial y a factores similares. No tengo la intención de entrar en tales discusiones metafísicas. Este artículo se ocupa básicamente de hechos, no de acusaciones, excul-paciones o justificaciones. A los his-toriadores no les incumbe lo que hu-biese ocurrido si todos los ciudada-nos de la Europa de 1800 se hubie-sen comportado como dicen que deben hacerlo los manuales de eco-nomía, y si no hubiesen existido obs-táculos o fricciones. Ante todo les concierne lo que de hecho ha ocurri-do. La cuestión de la posibilidad de que ocurriera de otra manera co-rresponde a otro terreno de discu-sión». Crítica demoledora, sin duda, a la cuestión emocional de lo si hu-biera ocurrido d.e tal o cual manera en historia. Una'seriede reflexiones adicionales acerca de la historia del nivel de vida de las clases trabajado-ras entre 1790 y 1850, en Gran Bre-taña, se encuentran desarrolladas más adelante bajo el titulo: «La dis-cusión acerca del nivel de vida. Un Post Scriptum».

Resulta casi innecesario destacar la importancia del libro, que enriquece la bibliografía sobre el tema y supone una aportación, de gran interés para los historiadores, al tiempo que re-sulta lectura siempre atractiva para el lector que profundiza en los proble-mas del mundo contemporáneo. • NELSON MARTINEZ DIAZ.

EL CONSEJO REVOLU-

CIONARIO DE ARAGON

La guerra civil española es uno de esos temas exhaustivamente trata-dos y a la vez aparentemente inago-tables. Constantemente aparecen testimonios qué'! tratan de aportar

nuevos datos a la contienda más controvertida de la historia contem-poránea española. En este marco se inscribe la obra que nos ocupa (1).

Juan Zafón Bayo, fallecido hace apenas dos años, tuvo una participa-ción activa en la guerra civil. Militante de la CNT desde su adolescencia, luchó en el frente de Aragón en su juventud, en la columna Ortiz, siendo elegido delegado de Infor-mación y Propaganda al constituirse el Consejo de Aragón. Conoce, por tanto, de cerca los hechos que trata de aclarar y enriquecer con su testi-monio personal. Al acabar la guerra, como tantos otros republicanos, marchó a Francia, formando parte de las Compañías de Trabajo. En 1942 se incorporó a la Resistencia france-sa, exiliándose a México cuatro años después. El libro que nos ocupa es el fruto de unas notas tomadas en los últimos años de su vida, de sus re-cuerdos y reflexiones sobre su ex-periencia en el Consejo de Aragón. Murió antes de poder revisarlas, pero sus líneas fundamentales esta-ban ya definidas y siguiéndolas salió a la luz esta obra que ahora comen-tamos.

El Consejo de Aragón nació en agosto de 1936 como expresan práctica de los acuerdos tomados en el Congreso Cenetista de mayo del mismo año. Y lo hizo con un fin pri-mordial: coordinar las colectividades que se habían fundado en los pue-blos tomados por los anarquistas con dos propósitos concretos: abas-tecer las intendencias del frente y hacer realidad las aspiraciones revo-lucionarias. La experiencia revolucionaria fue común a todo el área dominada por el Frente Popular. Hubo colectiviza-ciones en Barcelona, donde existía una tradición anarquista arraigada; en Madrid y, en general, en todas las zonas rurales de la España republi-cana; aunque tuvieron caracteres muy diversos según los pueblos y las circunstancias particulares. En Cataluña, la larga tradición comercial e industrial impidió muchos excesos y en Madrid el fervor colectivista no era tan fuerte; sin embargo, en Le-vante, Castilla la Nueva, Andalucía y Aragón gran cantidad de pueblos abolieron el dinero e insistieron de

(1) Zafón Bayo, Juan: El Consejo Revolucio-narlo de Aragón,Ed. Planeta, col. Textos, Bar-celona, 1979.

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forma práctica en la colectivización de la economía (2). El caso que nos ocupa es un claro ejemplo de ello.

Juan Zafón expone claramente la composición y la organización in-terna del Consejo. Su fin primario, como habíamos dicho, era coordinar las colectividades que se habían es-tablecido en la provincia, para ello se creó la Federación Regional Colec-tiva encargada de supervisar la ri-queza económica de la región y un Comité Regional de colectividades para mantener el control y la cone-xión entre las mismas. No obstante, a pesar de existir estos órganos ge-nerales, el papel primordial estaba reservado al municipio, como eje regulador de la propiedad que, a través de los consejos locales, los administrativos y los sindicatos, se encargaría de proporcionar informes periódicos de las necesidades y existencias, asi como de la mano de obra disponible en cada momento. Por último, se suprimió el dinero y se hipotecaron las propiedades del bando contrario. Este planteamiento teórico se complementa con el análi-sis de algunas experiencias concre-tas: Fraga, Bujaraloz, Graus, Binéfar, Ballobar, Valderrobles, Mas de las Matas y Alcorisa. De valor desigual, estos testimonios suponen, no obs-tante, la principal aportación del libro, puesto que proporcionan ai lector

(t2\ Pa/a ve* más detalladamente la participación anarquista en este sen o do, puede consultarse: Peirats, José La CNT en la revolución espa-ñola, 3 vols., Toulouse, 1951-52

elementos suficientes para juzgar por sí mismo los resultados prácticos de las colectividades.

Siendo la tesis central de la obra po-ner de relieve la actuación del Con-sejo y esclarecer la organización y resultados de las colectivizaciones anarquistas en la zona aragonesa, las reflexiones del autor dejan traslu-cir además otras aportaciones inte-resantes, como ejemplos que son de una mentalidad, de un punto de vis-ta, reflejo a su vez de un ambiente histórico. Así aparecen algunos de los principales temas que presidie-ron la contienda en la zona republi-cana: la reforma agraria, el prestigio y caída de Largo Caballero, la expan-sión de los comunistas, el apoyo ru-so, la figura de Negrín, el caso Nin, la supresión de la propiedad privada... Por otra parte, nos permite apreciar las disensiones internas entre los di-versos partidos del Frente Popular, especialmente el enfrentamiento en-tre anarquistas y comunistas y el «arbitraje» ejercido por los socialis-tas. Precisamente será el Gobierno Negrín, decidido a afirmar su autori-dad contra todas las formas de disi-dencia regional y política, el que de-crete la disolución del Consejo de Aragón el 11 de agosto de 1937.

Finalmente, la Editorial haincluido un apéndice que trata de situar y enjui-ciar históricamente la experiencia del Consejo, aportando opiniones de autores documentados como Pierre Broué, Souchy o Jesús Hernán-dez (3), y sobre todo transcribiendo algunas fuentes interesantes, como el Acta del Pleno Extraordinario de la Regional de Aragón, en la que se decidió constituir el Consejo; un dis-curso de Joaquín Ascaso, presi-dente del Consejo, y varios testimo-nios directos, asi como las críticas más significativas de las que fue ob-jeto.

El método empleado por el autor es desigual, aunque coherente. No es-tamos, evidentemente, ante un es-tudio científico y totalmente impar-cial, sino ante una serie de notas na-cidas de los recuerdos y reflexiones de un protagonista de los hechos. No obstante, Juan Zafón no las es-cribió como una justificación perso-nal ni con fines partidistas. Su pro-

(3) Jesús Hernández, comunista, fue ministro de Instrucción Publica y Bellas Artes durante la guerra civil, y su testimonio es particularmente interesante por haber sido uno de tos críticos más acerbos del Conse¡o y de las colectivizaciones.

pósito fue mucho más sencillo: dejar constancia de una experiencia, sin duda la más importante de su larga vida de militante, que él vivió, a las generaciones siguientes. Como tal ha de ser valorada esta obra mono-gráfica que puede interesar a aque-llos que quieran profundizar en as-pectos concretos del anarquismo español durante nuestra guerra civil. • ANGELES EGIOO.

R e v i s t a s

La Editorial Peralta es la responsable de la publicación de la revista Hipe-rion, que aparece cuatro veces al año. Ha convocado a más de 300 escritores para sus distintos núme-ros monográficos: Los viajes, La carne, Jesuítas (ya aparecidos) y Los excrementos (que aparecerá en breve).

Sus aspiraciones aglutinadoras se basan en la calidad y en el interés de los propios colaboradores. Confie-san preferir lo lúdico a la erudita constatación de archivos. La con-signa es la guerra al aburrimiento. Las páginas se enriquecen con dibu-jos inéditos de jóvenes artistas plás-ticos. El consejo editor está formado por: Luis Eduardo Aute, Francisco Aute, Francisco Calvo Serraller, An-gel González García, José María Guelbenzu, Antonio Martínez Sa-rrión, Jesús Munárríz, Lourdes Ortiz y Fernando Savater. • M. V. REY-ZABAL.

revista Hiperión

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3. Jesuítas

Nucí editorial. /»«.»•» i'.i Hi-tr, Uw.» B] ciclo palurdo o nmtuj y jtiéthj /i'tijHi/i1 Sjistfrr. f>et divino impaciente j l «liiifciu lupoiriu KtiNkn) \yivrj, l_'n oc:io jf'ttiu pctturbiJ.M \~Jin-r Curuí. Jrtutib tho de l.i pra*i% /'afc/i» l.li» »vn. Sin ifin? n.idtv lo nu(c. •|li'éii'l ih lw«». IJoi VOC4CV«teS. (.i r.il,l ¡\tinlcv HcftkUt». S j Cuatro poemat t \l,ihna / ..M Príncipes p tettadev Ktulrigiif; ,/, U l io', lu ( nmp4ÍM.t ilr Jou» iiti.i£cnc> y mem nía. Vir.mio ' v t.iii't, pjij nn4 ^ ^ pcilVcwj'Mi I** l'.miff,!! |.l VIC) . di-lu)-> »li'i; tunl . /».j. \ UII Vrtoú.i .!> I mk |.ir...m. ,1, I ,llr,,a b ofK'Ua

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EN ESTE NUMERO DE

Antonina Rodrigo

. S

Sor Patrocinio, la monja de las llagas

Sor Patrocinio, la reina Isabel II, el rey consorte D. Francisco de Asís y el Primado, Arzobispo de Toledo, P. Cirilo de Alameda.

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Ricardo Dessau

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San Martín (Oleo de Gil de Castro, Chile, 1818. Museo Histórico Nacional).