TERTULIANO 2

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TERTULIANO 2 II. Dios creador y redentor. Grandeza del Dios de los cristianos. Lo que adoramos es el Dios único, el que por el imperio de su palabra, por la disposición de su inteligencia, por su virtud todopoderosa, ha sacado de la nada toda esta mole con todo el aparejo de sus diversos elementos, de los cuerpos y de los espiritus, para servir de ornamento a su majestad. Por esto los griegos dieron al mundo el nombre de «cosmos», que significa ornamento. Invisible es Dios, aunque se le vea; impalpable, aunque por su gracia se nos haga presente; inabarcable, aunque las facultades humanas lleguen a alcanzarle. Por esto es verdadero y tan grande: porque lo que comúnmente se puede ver y palpar y abarcar es inferior a los ojos que lo ven, a las manos que lo palpan, a los sentidos que lo alcanzan. Pero lo que es inmenso, sólo de sí mismo es conocido. AGNOSTICISMO/TERTUL: He aquí lo que permite comprender a Dios: la imposibilidad de comprenderle. La fuerza de su grandeza le revela y le oculta a la vez a los hombres, cuyo pecado se puede reducir al de no querer reconocer a aquel a quien no pueden ignorar. ¿Queréis que probemos su existencia a partir de sus obras, tantas y tales que nos mantienen, nos

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Este mundo está compuesto de toda suerte de cosas buenas. Esto solo muestra ya cuán grande es el bien preparado para aquel a quien va destinado todo este universo.

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TERTULIANO 2 

II. Dios creador y redentor.

Grandeza del Dios de los cristianos.

Lo que adoramos es el Dios único, el que por el imperio de su palabra, por la disposición de su inteligencia, por su virtud todopoderosa, ha sacado de la nada toda esta mole con todo el aparejo de sus diversos elementos, de los cuerpos y de los espiritus, para servir de ornamento a su majestad. Por esto los griegos dieron al mundo el nombre de «cosmos», que significa ornamento.

Invisible es Dios, aunque se le vea; impalpable, aunque por su gracia se nos haga presente; inabarcable, aunque las facultades humanas lleguen a alcanzarle. Por esto es verdadero y tan grande: porque lo que comúnmente se puede ver y palpar y abarcar es inferior a los ojos que lo ven, a las manos que lo palpan, a los sentidos que lo alcanzan. Pero lo que es inmenso, sólo de sí mismo es conocido.

AGNOSTICISMO/TERTUL: He aquí lo que permite comprender a Dios: la imposibilidad de comprenderle. La fuerza de su grandeza le revela y le oculta a la vez a los hombres, cuyo pecado se puede reducir al de no querer reconocer a aquel a quien no pueden ignorar.

¿Queréis que probemos su existencia a partir de sus obras, tantas y tales que nos mantienen, nos deleitan y hasta nos aterran? ¿Queréis que lo probemos por el testimonio de la misma alma? Ésta, aunque se halla presa en la cárcel del cuerpo, contrahecha por mala educación, debilitada por sus pasiones y concupiscencias, sometida a la esclavitud de falsos dioses, sin embargo, cuando recapacita como despertando de una embriaguez, o del sueño, o de alguna enfermedad, recobrando su salud normal, invoca entonces a Dios con ese único nombre, que es el nombre del Dios

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verdadero: «Dios grande», «Dios bueno», «lo que Dios quiera»: éstas son expresiones de todos los hombres. De la misma manera le reconocen como juez: «Dios lo ve», «a Dios me encomiendo», «Dios me lo pagará». ¡Oh testimonio del alma naturalmente cristiana! Cuando profiere semejantes expresiones, mira no al Capitolio, sino al cielo, pues sabe que allí está la sede del Dios vivo, y sabe que de él y de allí ha descendido 12.

Unicidad y atributos de Dios.

La verdad cristiana lo ha proclamado con toda claridad: Si Dios no es único, no hay Dios. Nos parece mejor negar la existencia de una cosa que atribuirle una existencia como no debiera. Si quieres llegar a conocer que no puede haber más que un Dios, pregúntate qué es Dios, y encontrarás que no puede ser de otra manera. En cuanto le es dado al hombre dar una definición de Dios, voy yo a dar una definición que será admitida por el consentimiento universal de los hombres: Dios es el ser de suprema grandeza establecido desde la eternidad, no nacido, no creado, sin principio ni fin. Éstas son las propiedades que hay que atribuir a esta eternidad que constituye a Dios como grandeza suprema. Dios debe tener estos atributos y otros semejantes, si ha de ser la suprema grandeza en forma y modo de ser, así como en fuerza y poder.

Esto lo admiten todos los hombres, pues nadie negará que Dios es el ser de grandeza suprema; a no ser que uno pueda atreverse a proclamar que Dios es, por el contrario, algo en alguna manera inferior, con lo cual le quita lo que es propio de Dios y niega su divinidad. Ahora bien, ¿cuál será la propiedad de esta suma grandeza? Evidentemente será que nada pueda ser igual a él, os decir que no haya otra suma grandeza: porque, si la hay, será igual a él; y si es igual a él, ya no será la suma grandeza, con lo cual no se cumple la condición y, por así decirlo, la ley por la que nada puede igualarse a la grandeza suprema... 13.

El Dios creador por su bondad eterna.

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Cuando nos ponemos a considerar a Dios en cuanto es conocido por el hombre, si se nos pregunta de qué manera le conocemos, haremos bien en comenzar por sus obras, que son anteriores al mismo hombre. De esta forma llegaremos inmediatamente a descubrir junto con él mismo su bondad y una vez establecida y admi tida ésta como base, nos podrá sugerir alguna indicación para comprender el orden de lo que siguió... Para comenzar, el sujeto que tenía que conocerle no lo encontró Dios fuera de sí, sino que él se lo hizo por sí mismo. Ésta es la primera de las bondades del creador, a saber, que Dios no quiso permanecer eternamente desconocido, es decir, sin que existiera algo que pudiera conocer a Dios. Porque, en efecto, ¿qué bien se puede comparar al de conocer y gozar a Dios? Y aunque este bien no aparecía todavía como tal, pues no existía todavía quien lo considerase, Dios ya sabía de antemano que se manifestaría como un bien, y por esto encargó a su suprema bondad que arbitrase el medio de que tal bien se hiciera manifiesto. Naturalmente, este bien no fue algo repentino, como si procediera de un capricho o de un impulso anímico que empezara a existir en el momento en que comenzó a actuar. Porque si esta bondad constituyó el comienzo (de todo) en el momento en que comenzó a actuar, ella misma, al actuar, no tenía comienzo. Pero así que ella creó el comienzo surgió el orden temporal de las cosas, ya que fueron colocados los astros y las lumbreras celestes que permiten distinguir y calcular el tiempo, como está escrito: «Servirán para los tiempos, los meses y los años» (Gén 1, 15). Por tanto, la bondad que hizo el tiempo, no tenía tiempo antes de que existiera el tiempo, y la que hizo el comienzo, no tuvo comienzo antes de que hubiera el comienzo. Estando, pues, libre del orden del comienzo y de la medida del tiempo, hay que admitir que existe desde una edad que no tiene medida ni límite, y no se puede pensar que haya tenido un comienzo súbito, caprichoso o bajo cualquier impulso externo: no hay base alguna para poder pensar nada de esto, ya que no tiene ninguna característica temporal. Por el contrario, hay que suponer que la bondad de Dios es eterna, inherente al mismo Dios perpetuamente: sólo así es digna de Dios 14.

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Bondad de la creación que Dios ha destinado al hombre.

Este mundo está compuesto de toda suerte de cosas buenas. Esto solo muestra ya cuán grande es el bien preparado para aquel a quien va destinado todo este universo. En efecto, ¿quién sería digno de tener como morada tal obra de Dios fuera de la misma imagen y semejanza de Dios? La misma imagen es también obra de la bondad de Dios, efecto de una acción especial de la misma, ya que no se hizo por mero mandato oral, sino por la acción directa de sus propias manos, a la que precedió aquella palabra llena de cariño: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1, 26). Esto dijo la divina bondad; y la misma bondad se puso a modelar el barro, hasta formar un ser de carne tan admirable y enriquecido con tan diferentes propiedades a partir de un material único. Luego la misma bondad sopló en él una alma, no muerta, sino viva. La misma bondad lo puso al frente de todas las cosas, para que las disfrutara, y las gobernara y hasta les diera nombre. La misma bondad quiso añadir todavía nuevos placeres, y así, aunque era dueño de todo el universo, le dio para habitar un lugar particularmente agradable, trasladándolo a un paraíso, con lo que ya desde entonces se figuraba el paso del mundo a la Iglesia. La misma bondad proveyó de la ayuda de una compañera, para que ningún bien faltara al hombre, diciendo «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén 3, 3) y en esto ya preveía cómo el sexo de María tenía que reportar beneficio al hombre y luego a la Iglesia... 15.

La Trinidad en la unidad.