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TEOLOGÍA DEL RECONOCIMIENTO APORTES DESDE LA PRAXIS EVANGÉLICA Y LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA DANIEL JOSÉ OBANDO BALSECA, S.J. PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Teología Unidad de Pregrados Carrera de Teología Bogotá, D.C. 2018

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TEOLOGÍA DEL RECONOCIMIENTO

APORTES DESDE LA PRAXIS EVANGÉLICA Y LA

ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

DANIEL JOSÉ OBANDO BALSECA, S.J.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Teología

Unidad de Pregrados

Carrera de Teología

Bogotá, D.C.

2018

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TEOLOGÍA DEL RECONOCIMIENTO

APORTES DESDE LA PRAXIS EVANGÉLICA Y LA

ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

DANIEL JOSÉ OBANDO BALSECA, S.J.

Trabajo de grado para optar por el título de teólogo

TUTOR

DR. OLVANI SÁNCHEZ

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Teología

Unidad de Pregrados

Carrera de Teología

Bogotá, D.C.

2018

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Nota de Aceptación:

_______________________________________

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Firmas del Jurado:

_______________________________________________________

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_______________________________________________________

La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en los

trabajos de síntesis, sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y la moral

católica y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente personales, antes

bien, se vea en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia (Reglamento General de la

Pontificia Universidad Javeriana. Artículo 23 de la Resolución No. 13 del 06 de junio de

1964).

Bogotá, D.C., 2018

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4

A la memoria de:

Alfonso Chávez, S.J.

José Ribas, S.J.

Rubén Boada, S.J.

maestros y amigos,

compañeros de camino,

ejemplos de praxis y reconocimiento,

fallecidos en este año.

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TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCIÓN ___________________________________________________________ 7

CAPITULO PRIMERO: EL CONCEPTO DEL RECONOCIMIENTO Y SU

DIMENSIÓN RELIGIOSA __________________________________________________ 10

1. La teoría del reconocimiento de Axel Honneth ____________________________ 10

1.1 Honneth y su reformulación de los elementos hegelianos __________________ 12

1.2 Crítica de Honneth: puntos de encuentro y desencuentro __________________ 14

1.3 La noción de intersubjetividad en Sistema de Eticidad ____________________ 15

2. Reconocimiento de Honneth en su dimensión religiosa. _____________________ 16

2.1 Un primer concepto de reconocimiento. _______________________________ 17

2.2 El fundamento religioso del reconocimiento en Hegel ____________________ 18 2.3 Importancia de lo religioso en la primera esfera _________________________ 20

3. Categorías del reconocimiento religioso __________________________________ 23

3.1 Dos dimensiones ineludibles: institución y conflicto ______________________ 23

3.2 Exterioridad del reconocimiento: Ética y Símbolo _______________________ 25

4. Conclusión: La posibilidad de un reconocimiento en teología ________________ 27

CAPÍTULO SEGUNDO: EL RECONOCIMIENTO EN LA TEOLOGÍA CATÓLICA

CONTEMPORÁNEA _______________________________________________________ 30

1. La noción de reconocimiento en la teología actual _________________________ 30

1.1 Algunos elementos sistemáticos en Barreau, Gesché y González Fáus ________ 31

1.2 La perspectiva de Barbaglio y Von Balthasar desde la intuición bíblica _______ 34 1.3 Fe y reconocimiento según Hans Küng ________________________________ 38

2. Racionalidad teológica del reconocimiento _______________________________ 39

2.1 El papel de la trascendencia _________________________________________ 40

2.2 El concepto católico de comunidad humana ____________________________ 42

2.3 Importancia de la praxis. ___________________________________________ 45

3. Conclusión: autoridad y poder, figuras de no-reconocimiento en Rahner ______ 46

CAPÍTULO TERCERO: EL RECONOCIMIENTO DESDE LA PRAXIS

EVANGÉLICA Y LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA _________________________ 50

1. Implicaciones del Reconocimiento: dignidad humana y praxis _______________ 50 1.1 Punto de partida: no-reconocimiento en la Iglesia actual ___________________ 51

1.2 Dignidad humana y comunidad ______________________________________ 52

2. La praxis de Jesús: reconocimiento en los evangelios _______________________ 54

2.1 Reconocimiento en los Evangelios de Marcos y Mateo ____________________ 55

2.2 El énfasis de Lucas y Juan: creer, conocer, reconocer _____________________ 56

3. El Reconocimiento en la espiritualidad ignaciana __________________________ 60

3.1 El conocimiento interno en los Ejercicios Espirituales ____________________ 61

3.2 El conocimiento interno en la experiencia espiritual ______________________ 64

4. Conclusión: Praxis cristiana y reconocimiento. ____________________________ 68

A MANERA DE CONCLUSIONES ___________________________________________ 71

BIBLIOGRAFÍA ___________________________________________________________ 78

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Resumen

El presente texto propone una apropiación teológica de la teoría del reconocimiento

de Axel Honneth. Este autor propone una reformulación de la teoría de Hegel que nace en el

contexto de la filosofía política de la modernidad y que, por su contenido y a lo largo de un

amplio proceso histórico, ha ido ganando espacio en otros terrenos, como el de la teología

católica actual. Creemos, además, que este concepto está presente en el cristianismo desde

sus orígenes, en los textos bíblicos del NT y en la misma praxis de Jesús. Una reflexión y

profundización del tema desde la perspectiva de la teología fundamental, nos permite una

mayor consideración de sus elementos estructurales y sus consecuencias personales y

comunitarias en el contexto eclesial. Finalmente, esta noción se enriquece con elementos

católicos propios, como la espiritualidad ignaciana y la centralidad de la praxis cristiana.

Palabras clave: espiritualidad ignaciana, fe, iglesia, praxis, reconocimiento.

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INTRODUCCIÓN

“Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista”

(Lc 24,31)

El proceso de reconocimiento de Dios es clave para el creyente que trata de vivir su

fe con autenticidad. De hecho, lo que nos transmiten las Escrituras es un proceso de

reconocimiento del rostro divino que, por varios factores, nos resulta cada vez más difícil

hacerlo en la vida cotidiana. Si hacemos un recorrido de exploración en el Antiguo

Testamento, encontraremos muchas referencias a este acto de “reconocer” a Dios, en los

profetas y los grandes personajes hebreos: estaremos junto a Moisés frente a la zarza1, o con

Elías en el Horeb2, o atentos con Samuel a una voz que espera ser reconocida3. Otro tanto

encontramos en el Nuevo Testamento y los relatos de la conformación de la comunidad

cristiana primigenia, donde el reconocimiento de Dios en Jesús pasa por su vida y su praxis,

así como por la acción del Espíritu en los creyentes. Este reconocimiento es condición de

posibilidad para una relación íntima y legítima con el Señor, relación que es afirmación

existencial y que se vincula de manera directa con la acción.

Este reconocimiento de Dios, en lo más profundo de la interioridad, es

reconocimiento de uno mismo, de la propia vida e historia, de la filiación divina que

caracteriza a la dignidad personal. Es reconocimiento del otro, como hermano y como parte

de una gran comunidad: la familia humana. En niveles más profundos, es reconocimiento de

la acción divina en el mundo, de la fragilidad del ser humano, pero, también de la importancia

de su respuesta; de la influencia del mal y la muerte en los caminos de la historia y del grito

de tantos/as hermanos/as que sufren y que nos entregan el eco de una voz: “Lo que hiciste a

uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste” (Mt 25,40).

Los efectos y consecuencias del reconocimiento, dentro del proceso de fe y como

praxis cristiana, son salvíficos y humanizadores. En una Iglesia que se debate entre la

incoherencia y el deseo fiel de seguir a su Señor, son una manera concreta de comprometerse

con la misión de renovación que el papa Francisco está impulsando, a través de diversas

iniciativas y en todos los actos de su pontificado. Es un ejercicio de discernimiento espiritual

1 Ex 3,1-6. 2 1R 19,3-15. 3 1 S 3, 1-21.

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y de mayor consciencia humana que no se limita a los creyentes, pues invita a un nuevo estilo

de vida humana, que se responsabiliza por el otro.

El problema es que, siendo capaces de reconocer, no lo hacemos. Basta dar una

mirada a la calle, la masa desconfiada de transeúntes que avanza sin mirar y que atropella o

ignora, las grandes cantidades de personas que no encuentran sentido o que lo han perdido,

la superficialidad y dureza del corazón humano que juzga, ataca y mata. En un “mundo roto”,

el camino creyente se encuentra más cuestionado e interpelado para dar una respuesta de

acogida, misericordia y ternura; que abra la interioridad y pueda construir el Reino, aquí y

ahora. En este mundo, nos hace falta reconocernos y reconocer el paso de Dios ante nuestros

ojos, cada vez más imposibilitados para hacerlo.

El reconocimiento que presentamos aquí, es abordado desde una apropiación

teológica que considera un origen fundamental: la praxis de Jesús entre nosotros. Por otra

parte, el reconocimiento está presente, como término, en un sinnúmero de textos teológicos

y eclesiales, en espera de ser llevado a la praxis. Nuestro intento es proponer una sencilla

comprensión del reconocimiento desde la teología, de la mano de algunos teólogos

contemporáneos y de las referencias al texto fundamental: el Evangelio, con una herramienta

concreta y actual: la espiritualidad ignaciana.

En este contexto, podemos plantear el objetivo general de nuestro trabajo: la

vinculación entre praxis y espiritualidad a partir de la apropiación teológica del concepto

filosófico de reconocimiento. Para ello, nos remontamos al origen del concepto de

reconocimiento, que nace en la filosofía política y que se desarrolla, a partir de algunas

intuiciones del joven Hegel. Además, abordaremos su actualización, desde la crítica que

presenta Axel Honneth, filósofo contemporáneo. Ambos autores plantean la intersubjetividad

y el proceso de salir de sí y disponerse al encuentro con el otro, para conformar una sociedad.

La propuesta de Honneth tiene una intuición sugerente en los comienzos de dicho proceso:

la sociabilidad humana que se desarrolla, progresivamente, en tres esferas: Familia-Sociedad

civil-Estado. En lenguaje teológico católico, las traducimos como: Familia-Comunidad-

Iglesia. Pues, en efecto, antes de su consideración espiritual, mística y teológica, la Iglesia es

una sociedad humana, con todo lo que esto implica, en sus luces y sombras.

Así como la Iglesia es un grupo humano, las relaciones y vínculos entre sus

integrantes, son humanos y frágiles; pero también, desde la fe, son sagrados y eternos. Un

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ejercicio de revisión de estos presupuestos nos puede dar mayor claridad a la hora de analizar

las falencias eclesiales y la manera de vinculación que los católicos experimentan con

respecto a la Iglesia, santa y pecadora. Pero, especialmente, es un ejercicio de reflexión sobre

la propia praxis, en clave de reconocimiento, que puede convertirse en una posibilidad de

una mayor vivencia de la fe, ante los desafíos y problemáticas del mundo actual.

Para llevar a cabo esta investigación, nos planteamos tres momentos. En primer lugar,

nos ocupamos de la comprensión del origen filosófico del concepto del reconocimiento y su

dimensión religiosa, para evaluar su pertinencia teológica. En un segundo momento,

rastreamos esta categoría en las perspectivas de algunos teólogos contemporáneos y

documentos eclesiales, con el propósito de establecer algunas categorías que den cuenta de

su racionalidad teológica. Finalmente, se desarrollaron las coordenadas de apropiación

teológica a partir de dos fuentes ya mencionadas: la praxis evangélica y la espiritualidad

ignaciana. Con esto, formulamos, a manera de conclusiones, algunas posibilidades que el

reconocimiento puede abrir a la praxis cristiana en la actualidad.

Finalmente, nos inspiramos en la última Constitución Apostólica Veritatis Gaudium

del papa Francisco, en la cual plantea la necesidad de renovación de los estudios teológicos

y eclesiásticos y el fortalecimiento de la investigación teológica, desde el ejercicio de volver

a las directrices del Vaticano II y desde la propuesta programática de una Iglesia en salida y

en diálogo con el mundo actual. Asumimos, en primer lugar, esta invitación expresada en los

principios mencionados y los cuatro criterios que afirma el Papa para lograr esta renovación4.

Por otra parte, metodológicamente, planteamos una secuencia sencilla: un recorrido

conceptual y argumentativo a través de los textos y autores que hacen referencias sobre el

reconocimiento y fundamentar su apropiación teológica. Partimos desde la filosofía, pasando

por la consideración de la religión y la teología contemporánea, para llegar a la praxis y la

espiritualidad. Esto nos permitió inscribir nuestra propuesta en el campo de la teología

fundamental que, en nuestra comprensión, resulta muy cercana a la teología de la acción.

Esperamos que sea una reflexión pertinente en el contexto actual y un aporte a una mejor y

más profunda vivencia de la fe.

4 Francisco, Constitución Apostólica “Veritatis Gaudium sobre las universidades y facultades eclesiásticas” 1-

4.

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CAPITULO PRIMERO: EL CONCEPTO DEL RECONOCIMIENTO Y SU

DIMENSIÓN RELIGIOSA

Reconocimiento es un término usado en varios y diferentes contextos, generalmente,

se habla de reconocimiento para designar un mérito o algo que sobresale de lo común, que

se presenta como excepcional; los reconocimientos son méritos o premios a distintas

actividades humanas. También se habla de una necesidad de reconocimiento o una lucha por

el mismo cuando son vulnerados los derechos fundamentales de personas o colectivos. En

otros contextos, el ejercicio de reconocimiento se aplica a temas de investigaciones o

cuestiones penales, incluso en un ejercicio de la memoria que busca evocar algo del pasado,

reconocer a una persona, o reconocer un objeto. En todas sus acepciones, dentro de la cultura

en general, el término es más común de lo que pareciera y encierra muchos significados.

Sin embargo, su primera elaboración y construcción, corresponde a la filosofía, a partir

de la cual se desarrolla su complejidad y significado primordial. El camino empieza con

Hegel en sus años jóvenes y llega a nosotros gracias a la Escuela de Frankfurt, desde uno de

sus herederos, Axel Honneth, exponente actual de la filosofía política, que desarrolla diversos

aspectos del concepto. Luego de un recorrido sintético por la reflexión filosófica, el objetivo

del presente capítulo es desarrollar un primer concepto de reconocimiento, analizar su

dimensión religiosa y elaborar la justificación de una posible apropiación teológica,

descubriendo sus componentes y vinculaciones.

1. La teoría del reconocimiento de Axel Honneth

Para hablar de un reconocimiento en el ámbito religioso y expresamente teológico, es

necesario partir de la propuesta de la teoría del reconocimiento de Honneth5 que, como se

afirmó, parte de una crítica a Hegel y se enriquece con los aportes psicológicos de Mead6,

5 Axel Honneth (1949, Essen – Alemania), es filósofo y sociólogo, considerado como el representante de la

Tercera generación de la Escuela de Frankfurt, a partir de la Teoría Crítica, plantea sus diversos estudios sobre

la teoría del reconocimiento. Actualmente, docente universitario y director del Instituto de Investigación Social

de la Universidad de Frankfurt. 6 George Mead (1863-1931), filósofo, sociólogo y psicólogo social, de origen estadounidense, es el creador de

un “conductismo social” que posteriormente se denominó “interaccionismo simbólico”, en relación con la

comunicación y el desarrollo simbólico de la persona. Docente universitario en varias universidades de Europa

y EEUU hasta su muerte.

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para luego precisarse y enmarcarse en un contexto contemporáneo. Honneth nos habla de la

constitución de una comunidad humana a partir de la intersubjetividad, es decir, la interacción

entre personas y su contexto, las costumbres y una normatividad que también incluye

relaciones de poder y conflicto7. Esta noción de intersubjetividad busca superar el atomismo,

es decir, el individualismo que impide las relaciones humanas. Su origen se ubica en la

intuición hegeliana de una eticidad, es decir, un ethos8, que es natural y que se convierte en

formal, gracias a las categorías que se elaboran en la conexión social de los sujetos9 y que

encierra la tensión entre subjetividad y totalidad. Los lazos éticos, que se desarrollan en dicha

conexión, permiten al particular ejercer su existencia individual en relación a un conjunto,

que es la totalidad de individuos que conforma un grupo humano.

Estos lazos éticos se desarrollan en el proceso que se dirige del yo al tu y que implica la

libertad de acción y su conexión interna con la idea del otro en mí. Se establece una relación

jurídica y una recíproca disposición a obrar10, que genera el concepto nosotros, y que se

elabora, según Honneth, a partir de la lucha como elemento crucial. Por otra parte, la causa

de los conflictos nace de esta lucha y sus efectos se evidencian en la consideración del otro

como tal, en su condición de igual y con elementos presentes en la naturaleza humana, que

nos pueden llevar a la negación del reconocimiento.11 En otras palabras, Honneth resalta la

posibilidad real de las luchas que buscan el reconocimiento; en efecto, todo grupo social está

en medio de dos posibilidades: de afirmación o de negación del reconocimiento.

Elaborado teóricamente, el proceso de reconocimiento se describe así:

Una conformación práctica en las relaciones afectivas de la familia, en las cuales el individuo

humano es reconocido como un ente concreto de necesidades (primera esfera), que pasa a ser

reconocido en las pautas de reconocimiento formal-cognitivo del derecho (segunda esfera) y que,

finalmente, como persona abstracta y en las relaciones emocionalmente ilustradas del Estado

(tercera esfera), es reconocido exclusivamente como un general concreto, como un sujeto

socializado en su unicidad.12

Un elemento fundamental subyace a esta relación entre sujetos: la aparición de

instituciones que formalizan la relación de reconocimiento, en sus diversos estadios (esferas).

7 Honneth, La lucha por el reconocimiento, 17-19. 8 Concepto de Hegel que nos remite a la comprensión griega de comunidad humana, incluye todos los elementos

mencionados y una comprensión de la “polis” como espacio de realización personal y colectiva. 9 Honneth, La lucha por el reconocimiento, 24-25. 10 Ibíd., 27. 11 Ibíd., 35. 12 Ibíd., 38.

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1.1 Honneth y su reformulación de los elementos hegelianos

Honneth, para su formulación del reconocimiento, se inspira en los escritos de juventud

de Hegel13, en los cuales desarrolla sus primeras ideas sobre el reconocimiento y un esbozo

de una teoría fundamental sobre la sociedad. Es conocida la distinción entre los dos

momentos muy marcados de Hegel14, un primer y joven pensador ubicado en sus escritos

inéditos de Jena, quien, poco a poco, va re-elaborando su pensamiento y que culmina con

una propuesta de totalidad, dentro de una filosofía de la conciencia15. No es nuestro afán

abordar de manera detallada y exhaustiva el complejo pensamiento hegeliano; en este

sentido, nuestro tema se limita a una etapa determinada del autor en su juventud, pero al

mismo tiempo, no podemos desconocer el conjunto de su planteamiento. Intentaremos dar

algunos esbozos de los elementos que nos iluminarán y que conformarán el contexto dentro

del cual surgen, tanto el reconocimiento como la perspectiva de Honneth.

Hegel propone en su primera etapa, a partir de Fichte y de Schelling16, el reconocimiento

como el movimiento en el cual se supera la perspectiva del conocimiento como sujeto-objeto

y se desarrolla la relación entre sujeto-sujeto, que incluye la negatividad. En efecto, dicho

reconocimiento se aborda desde la lucha y el amor, núcleo de las relaciones naturales y

formales que da origen a una triple esfera: Familia, Sociedad Civil, Estado17. Estos tres

estadios son esenciales para el campo político, pero no solamente se circunscribe a éste; es

un campo que estudia la eticidad, pero que se amplía hacia la historia y el derecho: la libertad

13 Especialmente son: el Sistema de Eticidad (System der Sittlichkeit) de 1802-1803 y la Filosofía real de Jena

(Jenaer Realphilosophie) de 1805-1806. 14 Las dos etapas que se presentan son: 1) la que considera al joven Hegel y su trabajo como docente

universitario (Escritos de Jena) y 2) su posterior elaboración de la “Filosofía de la conciencia” que corresponde

a su etapa madura, en la cual fortalece sus obras: Fenomenología del Espíritu, Filosofía del Derecho y El

Concepto de Religión. Pinkard, Hegel: una biografía, 21-25. 15 En los siguientes apartados nos apoyaremos en la perspectiva de Xavier Zubiri (1898-1983), autor español

que analiza una síntesis de los aspectos generales del pensamiento hegeliano. 16 Johann Gottlieb Fichte, (Rammenau, 1762 - Berlín, 1814) fue un filósofo alemán de gran importancia en la

historia del pensamiento occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto

de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres del llamado idealismo

alemán.

Friedrich Wilhelm Joseph (von) Schelling (Wurtember, 1775 - Bad Ragaz, Suiza 1854) fue un filósofo alemán,

uno de los máximos exponentes del idealismo y de la tendencia romántica alemana. 17 Según Siep, el origen de esta “triple esfera” se encuentra en el Sistema de Eticidad y se desarrolla

especialmente en la Filosofía del Derecho. Siep, ¿Qué significa superación de la moralidad en eticidad en la

Filosofía del Derecho de Hegel?,185.

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y el espíritu de los pueblos que, en definitiva, es el despliegue dialéctico del espíritu absoluto

y que tiene su terreno concreto en la historia que construyen los individuos en

reconocimiento18.

Por otra parte, en las obras maduras de Hegel, encontramos el concepto de religión que,

desde la Fenomenología del Espíritu, nos plantea tres elementos adicionales acerca del

reconocimiento. En primer lugar, la relación de las autoconciencias con miras a la unidad; la

inclusión de la lucha como factor que, dialécticamente, permite la superación del conflicto y

la elaboración de la conciencia ética de la comunidad universal. Sin embargo, se plantea un

segundo elemento: la dialéctica del señor-siervo, que se manifiesta como desigual y vertical

y que también rodea a la religión, en la cual se conforma la intersubjetividad horizontal,

sujeta al grupo concreto y a la historia, y que se va desarrollando de manera progresiva.

Finalmente, el tercer elemento, la consideración del cristianismo como religión manifiesta,

es decir, el espacio en el cual la exterioridad de la relación es un reflejo de la trascendencia

en el lenguaje y la praxis. Por ello, el punto articulador y de culminación es el

reconocimiento:

Estas experiencias sociales ocurrirán dentro de un espacio limitado por dos experiencias

decisivas: primeramente, la experiencia inaugural de la intersubjetividad, dialéctica del señor y

el siervo; experiencia intersubjetiva desigual en la cual el sujeto humano objetiva y cosifica al

sujeto que tiene frente a sí, porque esta experiencia está bajo el signo del deseo. En segundo lugar,

la experiencia terminal de la Fenomenología que será una experiencia perfectamente horizontal

e igualitaria. En ella se realizará el reconocimiento mutuo por medio del mutuo perdón, y así se

consumará el reino del espíritu, que podrá también expresarse como religión antes de ser un saber

absoluto perfectamente conceptualizado.19

La experiencia del reconocimiento, con todo lo que implica, se plantea en dos

posibilidades, una primera de intersubjetividad desigual a partir de la dialéctica del señor-

siervo y una segunda de horizontalidad e igualdad. Esta última experiencia se expresa como

religión y se evidencia claramente en una institución religiosa, cualquiera que sea. Para

Honneth, permanece la posibilidad de la lucha que, en último término, es una experiencia de

no-reconocimiento y con ello, la evidencia de los elementos centrales del reconocimiento que

18 En este sentido resulta interesante la observación acerca de las “autoconciencias” realizada por Eduardo

Álvarez: “En tanto se trata de una relación entre las autoconciencias en la cual cada una se limita a aparecer

ante la otra exigiéndole su reconocimiento, chocando así con el simultáneo requerimiento de ésta, dicho

encuentro no puede tener otro carácter más que el de una lucha por el reconocimiento.” Álvarez, El saber del

hombre, una intrducción al pensamiento de Hegel, 188. 19 Ibíd., 32.

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dejan de realizarse: acogida, afirmación, relación mutua y separación; que elaboran la

identidad de la institución y de cada miembro dentro de ella.

1.2 Crítica de Honneth: puntos de encuentro y desencuentro

En La lucha por el reconocimiento, la principal obra de Honneth, encontramos una crítica

muy representativa a la concepción hegeliana ya descrita. El autor reconoce su intención

desde el comienzo de su obra, un proyecto que consiste en el establecimiento de una “teoría

normativa y sustancial de la sociedad,”20 que parte de Hegel pero que se aleja de la

perspectiva hegeliana de la conciencia; encontrando su inspiración en los primeros escritos

de Jena, en los cuales, la lucha y los conflictos sociales tienen un asidero fundamental21.

Honneth observa que la intención de Hegel es refutar la tendencia kantiana de la autonomía

como principio moral y exigencia del deber, que culmina en atomismo; para ello, plantea el

reconocimiento intersubjetivo de la identidad del individuo como la tensión moral inicial de

la vida social. Así, se analiza la crítica hegeliana a los presupuestos sociales de lucha “por

auto-conservación” de Hobbes y Maquiavelo y su perspectiva de conflicto moral.22

En este sentido, el reconocimiento, para Hegel y Honneth, describe el proceso social que

se va ampliando desde la interioridad hasta la conformación del Estado, a través de diversos

estadios, representados en las esferas; que, además, incluye la conformación de las

instituciones y las personas significativas en el imaginario personal. Sin embargo, una vez

que Hegel concibe la filosofía de la conciencia, abandona definitivamente las primeras

intuiciones de su pensamiento. Este elemento es determinante para Honneth, pues con él se

perdió un “sistema teórico acerca de la sociedad”, en virtud del aparato fenomenológico

hegeliano. En efecto, Honneth afirma que Hegel traiciona su primer momento más cercano a

la elaboración filosófica de la política y lo deja solamente esbozado y con una serie de

posibilidades valiosas que nunca se elaboraron.

20 Honneth, La Lucha por el reconocimiento, 7. 21 Ibíd.,7-9. 22 Ibíd., 20-25.

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1.3 La noción de intersubjetividad en Sistema de Eticidad

Volviendo al origen de la teoría del reconocimiento y los esbozos hegelianos que

retoma Honneth, un punto central es el atomismo, que presupone la existencia de sujetos

aislados como base natural de la socialización del hombre, con lo cual resulta imposible

pensar en la unidad de una comunidad de hombres, sino que esto resulta un añadido. Lo que

se desarrolla es una unidad de muchos, en tanto conexión de sujetos aislados. Hegel entonces,

retomando los principios de la polis griega, plantea la unidad ética mediante tres elementos:

1) la unidad de la vida a partir de la libertad de lo general y lo individual, es decir, de todos

los singulares; 2) los usos y costumbres de una comunidad social, las costumbres que se

traducen en actitudes intersubjetivas realmente instituidas y practicadas; y 3) un sistema de

propiedad y derecho: actividades e intereses mediatizados por el mercado que devienen en

sociedad civil. La pregunta de fondo, que se plantea a esta formulación, es: ¿qué categorías

son necesarias para construir una organización social que tiene su conexión ética en el

reconocimiento solidario de la libertad individual de los ciudadanos?23.

Tenemos entonces dos argumentos: en primer lugar, los lazos éticos que mueven al

común de sujetos, junto con los rasgos comunitarios ya presentes en la naturaleza del hombre,

esta percepción hegeliana retoma la concepción aristotélica. En segundo lugar, la transición

de una eticidad natural a una eticidad formal, que favorece la constitución de la sociedad total

ética que, en perspectiva teleológica, se va logrando gracias a la superación y re-elaboración

de un marcado carácter negativo y de conflicto. Gracias a la diferencia se puede dar el devenir

de la eticidad: progresiva expresión del carácter negativo individual (subjetivo) hacia la

unidad general, lo que da finalmente como resultado la intersubjetividad.

En la intersubjetividad práctica, los sujetos se desarrollan en un proceso recíproco, un

sujeto se siente reconocido por el otro, en su diferencia y gracias al conflicto; así ambos

llegan a una reconciliación, a la par que cada uno mira aspectos de su propia identidad. Este

proceso es progresivo y dialéctico, hay diversas etapas de reconciliación y de conflictos. Aquí

Hegel recarga la perspectiva aristotélica, pues no se trata solo de naturaleza, sino de

relaciones que se construyen; la lucha que se plantea, abarca una dimensión ético-práctica al

considerar el reconocimiento subjetivo de la individualidad. El contrato social, en efecto, no

23 Ibíd., 24.

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soluciona la lucha ni el conflicto pues considera las relaciones de manera superficial o en

último término, obligada y condicionada. Este nuevo concepto de la lucha social integra

tensiones morales y medio social. Hegel muestra que las estructuras de reconocimiento

elemental son destruidas por actos de alienación negativa, que generan la lucha y el conflicto,

pero que, también gracias a ellos, se pueden crear las relaciones éticas maduras de

reconocimiento, que lleven a la recíproca dependencia24, como miembros de una totalidad.

Hay un tercer estadio de interacción social: la eticidad absoluta, en la cual se da la intuición

recíproca que incluye lo afectivo; el individuo se intuye a sí mismo en cada uno y vuelve a

encontrarse en la comunidad ética, como una manifestación de solidaridad.

2. Reconocimiento de Honneth en su dimensión religiosa.

Para Honneth, efectivamente, el núcleo del reconocimiento se encuentra en la primera

esfera que aborda a la familia como grupo inicial de referencia, pues lo que está en juego es

una primera estructura interna del sujeto que, en ese momento, es un niño que experimenta

el primer reconocimiento por parte de sus semejantes. La identidad, que empieza a fraguarse

en dicha esfera, está conformada por una serie de relaciones afectivas básicas que, según

Mead, permiten el desarrollo del lenguaje, de la interioridad y de la conciencia de lo que para

el niño representa el yo y la separación, junto a la dependencia materna, que es una primera

representación del tú. En este primer mecanismo de conformación personal, también se

encuentran las representaciones significativas, y dentro de ellas, las religiosas, en estrecha

relación con las primeras figuras de alteridad y autoridad, que son las parentales. En otras

palabras, junto a la primera esfera están conformándose elementos claves de la identidad de

la persona, como la pertenencia a un núcleo familiar y la noción de lo religioso. Son

sugerentes los estudios realizados desde otras disciplinas en este campo25. Con toda razón,

identificamos que en la primera esfera se opera el inicio de la dinámica de reconocimiento.

24 En efecto, no se termina con un proceso de “recíproca dependencia” sino que la culminación exitosa de las

relaciones sociales es una interdependencia. 25 En su obra: Psicodinámica de los Ejercicios Ignacianos, Carlos Domínguez Morano, jesuita psicoanalista,

aborda la relación estrecha entre las representaciones de la divinidad a partir de las primeras experiencias de la

paternidad y maternidad. El autor resalta que efectivamente, existe una estrecha relación entre la presencia o

ausencia del padre (autoridad) o la madre (afectividad) en la concepción de Dios, concretamente en los

cristianos católicos. Dominguez Morano Carlos, Psicodinámica de los Ejercicios Ignacianos, 21-37.

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17

El vínculo amoroso que nace de una primera relación de dependencia entre madre-

hijo es natural, sin embargo, pasa al ámbito formal y en ese tránsito, deviene en eticidad,

según la propuesta de Hegel. En este sentido, Rendón afirma: “junto al carácter comunitario

de las necesidades, en la familia, Hegel hará resaltar el ethos de la relación amorosa.”26 Y

más adelante: “Para que el amor cobre dimensión ética, es preciso que él mismo se configure

en una relación que, libre de toda apetencia, permita una experiencia más objetiva y

exteriorizada del intuirse en el otro”27. La familia representa la primera experiencia de

reconocimiento intersubjetivo, a partir de una relación recíproca. Para efectuarse dicha

experiencia, es necesario que la relación experimente la separación, pues efectivamente, la

conformación de la identidad particular, dentro del seno familiar, pasa por la consideración

de la diferencia, del otro como tal y en ese sentido, cada individuo separado está en

posibilidades de establecer relaciones intersubjetivas.

Pero también esta relación es imagen o representación de lo absoluto: “la familia es,

ciertamente, la suprema totalidad de la que la naturaleza es capaz, pero no es verdadera

totalidad”28. Y en palabras más precisas de Hegel: “la racionalización de la naturaleza del

amor (de la familia) es lo absoluto, lo racional de la relación y lo eterno y permanente.”29

Con ello se establece que no se trata de dependencia, sino de interdependencia y que la

primera esfera no agota el contenido del reconocimiento, sino que muestra sus alcances en

una ampliación del espectro, dentro de la cual ubicamos a la institución religiosa, su

elaboración teológica y el trasfondo de trascendencia que implica. Para profundizar en su

contenido y su significado en un primer momento religioso, junto a Honneth y gracias a los

aportes de Rendón y Valls, precisaremos la importancia de la primera esfera y la noción de

reconocimiento.

2.1 Un primer concepto de reconocimiento.

La modernidad desarrolla un modelo negativo de organización social, que busca

superar un estado de naturaleza deplorable. Frente a esta propuesta reacciona Hegel dando

26 Rendón, La lucha por el reconocimiento en Hegel como prefiguración de la eticidad, 61. 27 Ibíd., 62. 28 Ibíd., 63. 29 Ibíd., 64.

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un valor diferente a la negatividad, en la cual, el conflicto tiene un papel dialéctico crucial

para la constitución de una sociedad ética. Tanto el espíritu como la historia se mueven en

función de una unidad, un sistema, que tiene su punto de partida en la individualidad y la

totalidad que se logra a partir de la consideración de la intersubjetividad y del cambio de la

perspectiva del conocimiento a la del reconocimiento.

El reconocimiento surge en las raíces de la sociabilidad dando como resultado la eticidad,

elemento articulador de la intersubjetividad; entendida como el proceso de complejidad en el

cual cada ser humano se identifica y vincula con una comunidad de referencia, resaltando el

contenido formal o interno de dicho proceso y el campo jurídico en el que desemboca. Pero,

además, podemos extraer un primer concepto de reconocimiento que nos permitirá abordar

dichas críticas y al mismo tiempo proseguir con nuestro estudio. Efectivamente, una vez

superada la perspectiva de la vida humana como un proceso de conocimiento, considerado

como un primer momento, el ser humano cae en la cuenta, en el ejercer de su conciencia,

que no está solo y que, además de conocer la realidad y los objetos de la misma, se le plantea

otro derrotero: vive en compañía de otros seres humanos, en el devenir de una vida cotidiana.

En un segundo momento, reconoce a los otros y, a través de ellos, se reconoce a sí mismo;

este es el centro de la eticidad que elabora la intersubjetividad de las relaciones sociales.

El reconocimiento es un segundo momento del pensamiento en el cual, el ser humano

toma conciencia de sí y del otro, donde los lazos afectivos y la identidad, tanto personal como

colectiva, entran en construcción. Por ello, surge la triple esfera de la eticidad: Familia,

Sociedad civil y Estado. Veremos posteriormente que este proceso de reconocimiento se da

de manera gradual e involucra las fibras internas, tanto cognitivas como afectivas, de cada

sujeto y le permiten construir su mismidad y su alteridad en el contexto religioso.

2.2 El fundamento religioso del reconocimiento en Hegel

Para acercarnos a la vinculación entre reconocimiento y religión, nos remitimos al

elemento religioso, subyacente en la perspectiva hegeliana. Para ello, Rendón nos recuerda

el concepto de reconocimiento de Hegel y dos elementos fundamentales de la primera esfera:

la importancia del amor y la relación en términos de separación. El autor lo formula en estos

términos:

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19

El concepto de reconocimiento viene implicado en la idea de conocerse a sí mismo como tal.

Valiéndose de la terminología fichteana, Hegel define el reconocimiento como un “ponerse a sí

mismo como una totalidad singular de la conciencia en otra totalidad de la conciencia” y según

él, se trata de ver cómo este reconocimiento en cuanto tal […] puede llegar a existir.30

El reconocimiento parte de la formulación hegeliana del “saberse sí mismo en el otro” y

en seguida pasa a la formulación de las esferas, cuyo punto de partida es la relación inicial

de afectos que acontece en la familia (primera esfera) y que se extiende a los grupos mayores

de la sociedad civil. Honneth, en ese sentido, remarca la importancia política de los grupos

de referencia y la conformación del otro generalizado31. La relación con las instituciones

sociales es una ampliación del espectro, pues se trata de toda la estructura interna del sujeto

que lo prepara para las diversas instituciones que se presentan a lo largo de su existencia. Y

dentro de estas instituciones, que podríamos calificar como primarias, están tanto la familia

como la religión, ambas son grupos de referencia iniciales, circunscritos a la tradición y

cultura de cada ser humano.

Por su parte, Valls planteará explícitamente esta vinculación entre reconocimiento y

religión, a propósito de la consideración hegeliana de la religión y la intersubjetividad32. La

consideración horizontal de la intersubjetividad, la exterioridad y el cristianismo como

religión manifiesta que Hegel plantea desde el sistema, abre la pregunta sobre lo absoluto y

el conjunto de elementos que intervienen en la realidad; entre ellos, la negatividad dialéctica

que se opera, gracias a la diversidad existente de cada particular, pero que, en su superación,

es condición de posibilidad para llegar al espíritu absoluto. En ese camino, el reconocimiento

es experiencia y relación; la subjetividad se abre, por medio de la relación con el otro, a la

trascendencia. En palabras de Valls: “La trascendencia está ya en ella (en la conciencia) desde

el primer momento.”33 Y asociándolo a la religión afirma: “La religión está implícitamente

presente en todas las figuras de la conciencia”34.

30 Rendón, Es absolutamente necesario… fragmento sobre el reconocimiento, 104. 31 Honneth plantea la noción del “otro generalizado” como una construcción o abstracción que la persona

elabora sobre la colectividad; en el campo religioso, esta idea corresponde a la de “prójimo” como parte de la

pertenencia a un grupo humano al cual se dirige la acción. Honneth, La lucha por el reconocimiento, 117. 32 La obra de Ramón Valls: Del yo al nosotros aborda el tema de la intersubjetividad en la Fenomenología de

Hegel, a pesar del objetivo diferente, algunas consideraciones son relevantes para nuestro tema y la vinculación

con el reconocimiento. 33 Valls, Del yo al nosotros. Lectura de la Fenomenología del Espíritu, 57. 34 Ibíd., 31.

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20

2.3 Importancia de lo religioso en la primera esfera

Para Honneth, el reconocimiento parte de la conciencia de sí y de la separación que se

opera una vez que el ser humano nace. La relación simbiótica con la madre se transforma en

relación intersubjetiva con las personas significativas y, si en algún momento se mantiene la

apariencia objetual de la relación, se debe a la arista del no-reconocimiento que es la

reificación.35 En dicha conciencia de sí, se elaboran los afectos iniciales; el ser humano parte

de la primera experiencia que tiene de su existencia, que pasa de lo sensorial a lo afectivo en

términos de confianza intersubjetiva. Ya lo afirmará Honneth:

(…) las relaciones afectivas primarias están destinadas a un equilibrio precario entre autonomía

y conexión (…) con los sucesos más tempranos de interacción se abre la relación afectiva a otras

personas cuyo buen resultado depende del recíproco mantenimiento de una tensión entre la

entrega simbiótica y la autoafirmación individual.36

El amor es el detonante de los lazos afectivos que son la característica de la primera esfera

del reconocimiento. En el seno familiar, el ser humano asimila la conciencia de sí y de la

norma. Entiende el bien y el mal, distingue lo que es suyo de lo que no lo es y, finalmente,

aprende a diferenciar el objeto del sujeto. El reconocimiento, que nace del afecto en la

primera esfera, es trascendente en todo el sentido del término; trasciende el mundo

fenoménico y se incrusta en la conciencia, en sus recuerdos, afectos y experiencias

esenciales. El reconocimiento activa la dimensión trascendente, empieza la configuración de

las representaciones religiosas, especialmente de la comprensión de lo sobre-natural y de las

imágenes de la divinidad como ser superior, en estrecha relación con las figuras parentales.

Dentro de este contexto de elaboración religiosa del reconocimiento, también se ubica la

configuración del otro generalizado como norma internalizada, que no es otra cosa que la

prefiguración de la moral y de la consciencia de la colectividad37.

Esta noción de trascendencia que se logra en la primera esfera, a partir de lo afectivo,

es el núcleo de los lazos permanentes, cognitivos, afectivos y de relación, cuyas

35 Honneth plantea la posibilidad real de un no-reconocimiento, es decir, la negación de la posibilidad de la

relación entre sujeto y sujeto y una regresión en la relación, a manera de sujeto-objeto, en la cual el sujeto es

reificado, es decir, cosificado; eliminando la intersubjetividad. Honneth, Reificación. Un estudio en la teoría

del reconocimiento,7. 36 Honneth, La lucha por el reconocimiento, 118. 37 Ibíd., 116-117.

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manifestaciones están configuradas de acuerdo con el contenido conceptual colectivo, en sus

diversos elementos: culturales, sociales, éticos, religiosos, etc. Desde el contenido religioso,

concretamente desde las diversas nociones de la divinidad, la trascendencia enriquece y

profundiza esta dimensión comunitaria que es inherente al hombre. Es ahí donde la

experiencia cumple un rol complejo; mientras en el seno de la familia (primera esfera) se

toma conciencia de su contenido trascendente, en la comunidad de referencia (segunda

esfera) se opera un sentido de conjunto, de pertenencia, que muestra diferentes figuras en

distintas culturas y credos: el cuerpo, la totalidad o la armonía; para culminar con la

identificación y vinculación con una tradición religiosa concreta o manifiesta (tercera esfera),

muy de la mano del ambiente cultural.

Pero, en efecto, a partir de la experiencia del reconocimiento intersubjetivo, se da

paso a un reconocimiento de la trascendencia que también alude a la posibilidad de la

conformación de una percepción totalizante que puede ser peligrosa. En este sentido,

Honneth, con su noción de reificación, advierte del peligro existente y la Escuela de

Frankfurt, en su tradición, es clara en su crítica a este tipo de posibles percepciones que, por

su contenido, son irracionales o poco teóricas y que en último término se convierten en un

concepto falso de trascendencia al absolutizar algún particular38. Por otro lado, una

experiencia legítima y desde la racionalidad, permite una mayor comprensión y profundidad

del sentido de pertenencia, base para la identidad personal y colectiva de la comunidad. En

el campo religioso, es condición de posibilidad de una experiencia legítima de la divinidad

con las implicaciones específicas de cada tradición religiosa.

La elaboración de Honneth, si bien se enmarca en la filosofía política, como hemos

señalado, también presenta tres referencias significativas de lo religioso, en La lucha por el

reconocimiento. La primera señala el ensanchamiento del otro generalizado del entorno

social, operado por las grandes figuras religiosas. Concretamente, presenta a Jesús como uno

de los paradigmas que, dentro de su contexto, revolucionaron el concepto de comunidad y

consideración de los otros (prójimo), especialmente de las minorías o grupos marginados. La

importancia de esta acción, permite ubicar como innovador y visionario al cambio y

38 Mencionamos de manera general los aportes de la E. de Frankfurt a propósito de regímenes o de dinámicas

sociales que lejos de plenificar temas o aspectos del hombre o la sociedad los han subyugado a intereses

socioeconómicos o políticos de personajes o grupos organizados. Adorno, Habermas, y otros representantes de

Frankfurt han realizado agudos análisis al respecto.

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enriquecimiento de la perspectiva social operado por estos personajes. Este ensanchamiento

social abre las dimensiones del reconocimiento39.

La segunda referencia, muy ligada a la anterior, trata de explicar la importancia y la

fuerza de las tradiciones metafísicas o religiosas para establecer las referencias meta-sociales

y culturales de los objetivos éticos de una sociedad.40 En la misma línea, la tercera referencia,

plantea la elaboración de un ethos, al estudiar la inclusión de información empírica, por parte

de Marx, acerca de las tradiciones religiosas y los modos de vida cotidianos de diferentes

grupos sociales que constituyen las “convicciones valorativas colectivas”41; es decir, una

comprensión ética de la sociedad desde los principios religiosos.

Con estas tres referencias sobre el papel de lo religioso que, en último término, nos

hablan de la importancia del contexto de un grupo que elabora su proceso de reconocimiento,

el nexo más significativo, lo encontramos en la primera esfera. Para Honneth, los tres

patrones de reconocimiento de las tres esferas (amor, derecho, solidaridad) son

independientes pero relacionados, y empiezan, como hemos visto, en la esfera de la familia,

en la cual, gracias a la experiencia de las relaciones primarias, el individuo toma una primera

conciencia de su particularidad y su pertenencia a una comunidad. Esta relación de lazos

éticos que se centran en el amor, tiene también otro elemento crucial: la confianza, que opera

el paso de lo natural a lo formal, o en palabras del autor, de una dependencia absoluta a una

dependencia relativa, que no es otra cosa que interdependencia42. La relación de la primera

esfera permite establecer los cimientos de la experiencia humana básica que tiene muy

presente el elemento religioso y, evidentemente, su elaboración teológica.

El reconocimiento en el campo religioso, pasa por la consideración de la comunidad de

referencia, concreta e histórica, que plantea los horizontes éticos y el contenido trascendente

del grupo. En este sentido, es sugerente analizar la consideración, por parte de la religión,

tanto del concepto de comunidad como de los valores del amor y la confianza. La perspectiva

católica de la comunidad43 no solo incluye dichos valores, sino que además vincula, en su

estructura, la importancia de la praxis; pues para la Iglesia desde sus textos fundamentales,

39 Honneth, La lucha por el reconocimiento, 106-107. 40 Ibíd., 152-153. 41 Ibíd., 182. 42 Ibíd., 117-132. 43 La perspectiva de la comunidad de la Iglesia católica la analizaremos a profundidad en el siguiente capítulo,

a partir de la constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

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especialmente los evangelios, la presencia de la comunidad tiene una doble importancia, es

campo de aplicación y exterioridad. Desde los primeros grupos que se reúnen en torno a un

personaje y su doctrina, este espacio es el campo en el cual se ponen en práctica dichos

valores y, en este sentido, un imperativo ético se formula en el mandamiento del amor: amar

a los otros como a sí mismo. Pero no se elimina la tensión existente entre la interioridad, en

la cual se efectúa el reconocimiento de sí y de la divinidad, y la comunidad donde se reconoce

a Dios presente en cada uno de los miembros y en su conjunto. De ahí que el segundo

elemento sea la relación, los lazos afectivos legítimos que se enriquecen con la expresión de

la liturgia y a partir de una espiritualidad, en múltiples formas; espiritualidad y praxis difíciles

de abordar sin un contenido trascendente. Los rituales y celebraciones están ordenadas hacia

este fin, todas las expresiones comunitarias católicas se consideran desde este diálogo entre

Dios y su pueblo, entre la comunidad conformada por cristianos particulares y Dios que se

hace presente en su Hijo y a través del Espíritu, mediante símbolos concretos.

3. Categorías del reconocimiento religioso

Una vez que se han presentado los elementos del reconocimiento, en su dimensión

religiosa, y luego de analizar las operaciones fundamentales de la primera esfera, entre ellas,

la ampliación de las instituciones sociales básicas y la conformación de las personas

significativas en la interioridad del sujeto; ahora nos acercamos a cuatro dimensiones que

nos permiten profundizar las implicaciones del concepto de reconocimiento religioso. Dos

de ellas, aparentemente negativas: la institucionalización y el conflicto y dos positivas: ética

y simbolismo. Estos elementos serán cruciales en los capítulos siguientes, cuando se aborde

la tensión entre teoría y praxis, en el contexto de la Iglesia católica.

3.1 Dos dimensiones ineludibles: institución y conflicto

Si pensamos en una institución humana como tal, afirmamos que es el espacio social en

el cual se desarrolla la confrontación teórica y práctica de los individuos con su entorno y

permite que, en cada sujeto singular, surja una conciencia de la totalidad. Se convierte así en

un espacio ontológico de referencia que permite ampliar la identidad del sujeto en diversas

Page 24: TEOLOGÍA DEL RECONOCIMIENTO APORTES DESDE LA PRAXIS ...

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esferas44. En las instituciones, el conflicto resultante de las dificultades, tensiones y

oposiciones, tiene un papel que permite re-elaborar conceptos o impresiones, tanto en el

terreno teórico como en el práctico. Es un estadio que permite la tensión de la afirmación y

negación recíproca de la identidad que pasa, de una dependencia a una interdependencia.

Por otra parte, el proceso de institucionalización es necesario en el paso de lo natural a lo

formal, afianza los vínculos establecidos en su intención de mantener la existencia a lo largo

del tiempo y en la historia. Toda institución humana parte de esta configuración, en cuanto a

la definición de sus fines, sus normas, su ethos y su contexto, especialmente cultural. Si nos

acercamos a una tradición religiosa, se puede observar claramente este proceso, que involucra

también dos factores: el dinamismo propio de cada época y la necesidad de estabilidad.

Ambos, representan un riesgo, pues si se plantea la necesidad constante de cambio no se

aseguran elementos que puedan concebirse como fundamentos de la institución. Por el lado

de la estabilidad, puede darse el riesgo de un extremo, es decir, un anquilosamiento y

dificultad para renovarse o replantearse. Pero, también la institución aborda el conflicto desde

otras perspectivas como el poder o la autoridad, sin dejar de relacionarse con los afectos y

las intencionalidades particulares. Veremos cómo se presenta, en dichas instituciones, la

dialéctica social del amor y el conflicto.

Existe una relación intrínseca entre amor y conflicto para Hegel, que Honneth retoma y

que podríamos formular de la siguiente manera: dicha relación inicial se desenlaza o

despliega, dando como resultado el amor y el conflicto. Evidentemente para Hegel, el

conflicto es un estadio previo al amor, pues la dialéctica conduce necesariamente a pensar

que en el conflicto se da una confrontación entre dos sujetos, cada uno considerado como tal

por el otro, requisito para dar la categoría de enemigo a ese otro45. Según Hegel, el

reconocimiento pasa por el conflicto, mientras Honneth afirma lo contrario, en el núcleo de

la lucha está justamente el no-reconocimiento que se opera en el conflicto. Para Honneth, el

conflicto tiene otra valoración y otros efectos, concretamente en un grupo social. Las

evidencias de discriminación o violencia, son resultado de la negación, del no-

reconocimiento. Como se observa, la valoración del conflicto es contingente, pero su

presencia es algo ineludible, el conflicto forma parte de la condición humana. En este punto,

44 Honneth, La lucha por el reconocimiento, 43,58. 45 Ibíd., 62-65.

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Honneth presenta una variación en torno a la concepción hegeliana: el conflicto es un

dispositivo social de confrontación para la misma institución; la existencia del mismo es un

punto que requiere revisión y que está ejerciendo presión hasta visibilizarse y abordarse.

3.2 Exterioridad del reconocimiento: Ética y Símbolo

Antes de pasar a la explicitación de un reconocimiento en teología, abordaremos dos

aspectos más, presentes en Honneth y Hegel, que pueden considerarse como positivos o

fuentes de reconocimiento. En primer lugar, la definición de eticidad: el proceso de paso de

lo natural a lo formal logrado mediante la estructura de la intersubjetividad. Nuevamente, la

palabra clave dentro de la cual entendemos el dinamismo de dicho concepto es relación.

Hobbes es superado por Hegel al plantear este concepto, pues la naturaleza o el estado natural

del ser humano pasa a un estadio posterior que es el paso a lo formal, que incluye la

institucionalización y la ley de la sociedad. El dinamismo que se imprime en la

intersubjetividad, que opera el paso, se da a partir del movimiento dialéctico, la salida de sí

hacia el otro y viceversa; el saberse en el otro del amor hegeliano. Pero este dinamismo se

torna concreto en la exterioridad del ser humano, la cual pasa por el lenguaje y los símbolos

que acompañan a la existencia humana.

El ejercicio de reconocimiento, en el campo ético, implica una afirmación o una negación

existencial. El yo es capaz de afirmar al otro y afirmarse en el otro o, en su defecto, negarlo,

desde una clara praxis de reconocimiento o no-reconocimiento. El terreno ético se convierte

en acción, gesto, iniciativa y, en definitiva, expresión de la interioridad. Si la persona

reconoce al otro, esto se expresa claramente en su actuar ético, si se da el movimiento inverso

de parte del otro y en clave de intersubjetividad, se establece una relación mutua positiva,

hasta aquí, el campo de la ética y la conformación de la sociedad. Pero, si se elabora el

reconocimiento del otro, en una clave religiosa, encontramos que los elementos centrales que

lo posibilitan, son expresamente teológicos: el creyente reconoce a la divinidad presente en

el otro y en la colectividad, el otro generalizado de Honneth, y desde ese reconocimiento,

activa su vinculación religiosa. En lenguaje cristiano, se plantea el reconocimiento de Dios

en el prójimo y en la comunidad, lo cual desata la dinámica religiosa, con diversos elementos

que se explicitarán más adelante. Por otra parte, si se piensa el proceso en negativo, ante la

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llamada para efectuar dicho reconocimiento nos encontramos con una negación, rechazo o

incluso discriminación; se cierran las posibilidades éticas, último referente de la praxis

religiosa.

Sin embargo, en un momento posterior al campo ético y como segundo elemento,

encontramos una última vinculación entre reconocimiento y simbolismo, presente en todas

las tradiciones religiosas, y su lenguaje propio, como exteriorización. Hay una estrecha

relación entre el lenguaje46 y el gesto que constituye al símbolo, ambos son expresión de la

interioridad, desde la necesidad básica de comunicación en lo cotidiano hasta el reflejo de

contenidos profundos y más elaborados. Por ello, vemos cómo se da a través de éstos, una

concreción del reconocimiento. Todo el significado de la relación, la intersubjetividad y la

eticidad, pasan por el contenido simbólico. Y dicho contenido, se opera de manera particular

en el campo religioso; tanto el lenguaje como el rito cumplen la función de mediación y

actualización para vincular dos ámbitos que, cuestionable y lastimosamente están separados:

natural y sobrenatural, material y espiritual, humano y divino.

En efecto, por medio del gesto se permite reconocer la vinculación de lo sagrado en lo

humano, abriendo o explicitando la dimensión trascendente. Sin embargo, la caracterización

de lo simbólico del ser humano refiriéndose a sí mismo, mientras tiene una conexión con la

trascendencia, remite a una síntesis de la experiencia interna, sea ésta personal o comunitaria,

donde la capacidad de exteriorización aporta nuevos elementos a la misma significación; o

en su defecto, puede permitir una re-significación en los casos en que son necesarios. Hay

una carga simbólica que, con el paso del tiempo y con el dinamismo de la comunidad, permite

o bloquea la experiencia de reconocimiento en el campo religioso.

Con todos los elementos señalados hasta este punto, que presentan la dimensión religiosa

del reconocimiento, nos planteamos la pregunta sobre la posibilidad de una apropiación

46 Con respecto al lenguaje religioso, Dario Antiseri nos habla, desde su estudio a partir de la filosofía analítica,

sobre la consideración de su peculiaridad: el lenguaje religioso es conviccional, permite la relación con la fe,

entendida como creencia. Dicha fe expresa en el lenguaje la actitud religiosa fundamental de la confianza en

medio de una relación “llamada-respuesta”. En su texto afirma: “… creer, además de creer algo quiere decir

también creer, y sobre todo, creer en alguien. (…) La fe es siempre la respuesta a una invitación, a una

provocación” El lenguaje es entendido desde su capacidad narrativa, narra una determinada forma de vida. Así

“el teólogo es un gramático”. Sin embargo, junto a Wittgenstein y Horkheimer, afirma que cuando el lenguaje

se pone frente al misterio, el silencio se impone hablando de nostalgia que abre el alma a la fe. Antiseri, El

problema del lenguaje religioso, 166-192.

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teológica de la teoría del reconocimiento de Honneth, en el campo católico específicamente.

Nuestra respuesta es afirmativa.

4. Conclusión: La posibilidad de un reconocimiento en teología

La teoría del reconocimiento de Honneth parte de una crítica a la teoría esbozada por

Hegel y plantea elementos esenciales: la configuración de la sociedad, a partir del proceso

que vive cada persona mientras desarrolla sus relaciones fundamentales, desde la primera

esfera hasta la tercera, en la que se constituye el Estado. Este proceso de intersubjetividad

plantea la importancia del reconocimiento y evidencia su ausencia, a partir de la lucha y

conflicto que desencadena, en último término, por lograr esta afirmación necesaria. En este

proceso, Honneth plantea los elementos centrales: un sistema de eticidad en el cual se

evidencia el reconocimiento y la intersubjetividad que nos permite hablar del yo, del tú y del

otro en términos de comunidad.

Si bien la teoría de Honneth se dirige a la política, encontramos que también puede

dirigirse al campo religioso, gracias a la consideración y ampliación de la primera esfera

como espacio existencial en el cual la persona desarrolla sus concepciones fundamentales,

entre ellas, la cultura, la norma moral, las figuras parentales significativas y expresamente

las representaciones religiosas que no se desligan de esa matriz cultural. Es en la primera

esfera en la cual planteamos el punto de partida de una ampliación, a nivel de instituciones,

pero muy vinculada con el entorno social y cultural. Se trata de la consideración religiosa del

reconocimiento; para ello, retomamos algunas intuiciones del componente religioso, desde

el mismo Hegel, pero especialmente desde Honneth, que presentan, en resumen, un trasfondo

de trascendencia tanto en las relaciones como en las representaciones. En este campo se habla

de comunidad, de divinidad, de ética y de cuatro elementos específicos que nos llevan un

paso adelante en nuestro planteamiento: institución, conflicto, ética y símbolo, en clave de

afirmación o negación.

Hemos abordado algunos aspectos de lo que implicaría un reconocimiento religioso

desde la importancia del sentido comunitario y de afirmación del otro. La esencia de la

comunidad planteada en términos de relación de trascendencia entre el yo-tú-nosotros, como

núcleo del reconocimiento, nos plantea la importancia del componente ético y el simbólico,

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dos dimensiones positivas de exterioridad. Esta relación social nos lleva al modelo de

comunidad, que planteamos en términos cristianos, por las referencias tanto de Honneth

como de Hegel. La vinculación con el campo religioso se aborda desde el cristianismo,

debido a la referencia explícita de los autores, pero especialmente por la constitución social

y comunitaria que evidencia, desde su lógica original, que exalta la importancia del sentido

de praxis de la vida cotidiana y el sentido espiritual de la unidad de la comunidad.

Si bien, un primer punto explícito es el cristianismo en general, es necesario plantearlo

desde el campo específicamente católico y desde la teología como tal, disciplina del saber

que aborda directamente sus componentes internos y externos. Abordaremos así una sociedad

humana creyente desde la tradición cristiana, su institución: la iglesia católica; su conflicto:

concretamente la concepción del poder y la autoridad; su ética: entendida como praxis

cristiana inspirada en el Evangelio; y su dimensión lingüística y simbólica: la liturgia.

Por otra parte, consideramos el proceso de socialización desde la primera esfera: la

persona, en el seno de su familia (primera esfera) elabora sus primeras representaciones

religiosas concretas, que se desarrollan en relación a su vinculación con una comunidad de

referencia, sea ésta la parroquia, el colegio o un grupo católico (segunda esfera) y que

constituye de manera general la noción de iglesia. En este caso, la Iglesia Católica universal

(tercera esfera), que está presente como abstracción, pero también como institución concreta;

presenta una serie de elementos teológicos específicos: ideas o concepciones generales sobre

Dios, elaboradas con el tiempo y desde la autoridad (teología sistemática y magisterio), la

Iglesia misma y su constitución, (eclesiología), la comprensión sobre el dogma (teología

fundamental), su eticidad (moral), sus celebraciones en cuanto a lenguaje y simbolismo

(liturgia), su campo concreto de sociabilidad y acción (praxis cristiana) y la espiritualidad

que la sostiene.

Para ello, un elemento que establece un puente es la ética que se origina en la praxis de

Jesús. El reconocimiento desde la ética, nos permite abordar la responsabilidad por el otro,

desde una perspectiva personal y comunitaria y desde la afirmación y o negación; pero más

si, desde los orígenes evangélicos, los débiles y marginados poseen un lugar privilegiado que

busca restituir su dignidad desde el reconocimiento, proceso que culmina en el perdón y la

reconciliación. Ciertamente, no es originaria del cristianismo la preocupación por los

desvalidos en diversas representaciones, pero toma un matiz importante por el contexto de la

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religión judía y por el significado que transmite el mensaje de Jesús, que amplía el espectro

incluyendo a otros personajes marginados y desposeídos. En efecto, podemos hablar de la

presencia e importancia de la idea de Honneth sobre el otro generalizado en el discurso de

Jesús y la ampliación del imaginario social que opera esta abstracción; al mismo tiempo,

siguiendo al autor, podemos abordar el problema del no-reconocimiento en la Iglesia como

institución humana.

Esta asociación inicial nos sirve de esbozo para lo que analizaremos en los capítulos

posteriores: la relación entre el reconocimiento y la noción de fe; la importancia de la relación

misma, entre Dios, el hombre y la comunidad; la importancia de la institución como tal y su

relación con dos elementos problemáticos como la autoridad y el poder. Por otra parte, la

importancia del momento actual de la teología, que nace del Vaticano II, y especialmente la

praxis cristiana, como terreno último de reconocimiento. Luego de mirar la pertinencia y

posibilidad de aplicación del reconocimiento al campo religioso y específicamente en la

teología, es preciso, ahora, preguntarnos ¿cuáles serían aquellos elementos que conforman o

podrían conformar esta racionalidad teológica del reconocimiento?.

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30

CAPÍTULO SEGUNDO: EL RECONOCIMIENTO EN LA TEOLOGÍA

CATÓLICA CONTEMPORÁNEA

Una vez que hemos desarrollado el origen y la formulación del concepto de

reconocimiento en el contexto social y su pertinencia en el campo religioso; se plantea en el

presente capítulo, en líneas generales, su apropiación en el campo teológico. Lo presentamos

como el elemento integrador de un proceso personal interno y externo de afirmación vital,

que es la fe. El reconocimiento presenta un elemento cognitivo, una racionalidad que se

vincula estrechamente con los lazos afectivos y los procesos de constitución de la

intersubjetividad y la identidad, desde la primera esfera, y que, finalmente, conduce a la

praxis. El reconocimiento permite el establecimiento de las relaciones, en tanto favorece la

salida de sí y la consideración del otro en sus diversas dimensiones: el otro como persona

concreta, como otro generalizado, es decir como prójimo y el Otro como reflejo de la

divinidad. El reconocimiento es una realidad afirmativa y que se constituye en el paso de lo

natural a lo formal.

Para establecer este proceso, presentamos, en primer lugar, lo que se ha dicho y elaborado

en la teología actual sobre el reconocimiento, acotando que es un término recurrente en

diversos autores. Haremos un énfasis en las nociones y conceptos que se vinculan al mismo,

especialmente con referencia al proceso de fe, característica esencial del creyente. Para ello,

abordamos seis autores, cuatro desde el área sistemática y dos desde la teología bíblica. En

segundo lugar, desarrollamos la importancia de algunos conceptos centrales, como el rol de

la trascendencia, la noción de comunidad y la importancia de la praxis, que constituyen la

racionalidad teológica del reconocimiento. Finalmente, una reflexión sobre el no-

reconocimiento, como incoherencia entre teoría y praxis que se evidencia en nuestra Iglesia,

a partir de la reflexión de Rahner sobre el problema del poder y la autoridad.

1. La noción de reconocimiento en la teología actual

En general, en los textos teológicos, aparece con mucha frecuencia el término

reconocimiento. Aunque no existen muchas elaboraciones específicas al respecto, si se

consideran algunas intuiciones, especialmente, asociadas al tema de la fe. Dichas intuiciones

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31

se ubican desde consideraciones que plantean la superación de una afirmación cognitiva de

la fe, hasta el planteamiento del cristianismo como relación, que se establece con elementos

específicos: confianza, apertura a la trascendencia, la consideración de la revelación y la

pertenencia a una comunidad de referencia, la Iglesia católica, en su dimensión local y

universal. En un primer momento, desarrollaremos las perspectivas más explícitas en los

teólogos contemporáneos para extraer los elementos afines al reconocimiento.

1.1 Algunos elementos sistemáticos en Barreau, Gesché y González Fáus

El único texto que aborda explícitamente el reconocimiento en teología, aparece en 1968,

con un tímido título: El reconocimiento o ¿qué es la fe? del ensayista francés Jean Claude

Barreau. En dicha obra, se plantea el problema de la fe desde diversos puntos de vista, entre

ellos, la importancia del diálogo con la no-creencia, la relación de la fe cristiana con el mundo

actual y las diversas disciplinas sociales, el problema de la evangelización de mano de la

objetividad de la revelación y de la Iglesia, la libertad en la opción de fe y la llamada a la

acción como testimonio. Barreau plantea un concepto de reconocimiento y una sugerente

afirmación:

El reconocimiento es una experiencia consciente, refleja, con un nombre; no se trata de un acto

puramente cerebral situado en el mundo plantónico de las ideas, se trata de un acto vital, pero

vivido con una intensidad diferente. Se trata siempre de una relación; la fe no es la aquiescencia

de una doctrina, es el reconocimiento de otro. Jesús que hace posible el reconocimiento, es al

mismo tiempo objeto de mismo. (…) si el conocimiento le es común al cristiano y al no cristiano,

el reconocimiento, en cambio, es el acto propio del creyente.47

En su planteamiento, el autor presenta el reconocimiento como una experiencia

consciente, propia del creyente, un acto vital y una relación. La fe es un proceso de

reconocimiento que se desarrolla en diversos estadios o elementos, que involucra un punto

de partida: el misterio de Dios y un punto de llegada: el reconocerle como Otro total, presente

en los otros48. El derrotero siempre será el mandamiento del amor y la finalidad será la praxis,

aunque no se expresa con el mismo término, la invitación nos lleva a la acción y al

compromiso.

47 Barreau, El reconocimiento o ¿qué es la fe?, 18. 48 Ibíd., 42, 65, 78-79.

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Un punto interesante que plantea el autor es la crítica a una fe estancada, limitada o

muchas veces tergiversada por las ideas erróneas que se hacen de ella los mismos creyentes:

“Los cristianos son, con frecuencia, los primeros responsables de la falsa idea que muchos

incrédulos se hace de la fe”49. A partir de dicha crítica, plantea la necesidad de exteriorizar

la fe: “(…) puede que estén muy cerca de Él por el corazón, pero, ¿cómo podrían reconocerle

en lo que se les muestra?50.

El autor va todavía más lejos, planteando un fariseísmo cristiano que se encarga de

“velar la faz de Cristo a los hermanos”51. Barreau recurre al relato de Emaús (Lc 24) para

graficar el proceso del cristiano, su manera de conocer y reconocer al Señor luego del gesto

eucarístico, pero especialmente su vinculación con la acción, pues la acción de Jesús,

reconocido por ellos, les impulsa a la acción de cara a la comunidad. Como afirma el autor,

solamente experimentarán la fe cuando, llenos de un nuevo ardor, se pongan en movimiento

y vuelvan junto a los apóstoles en Jerusalén52.

Por su parte, Aldolphe Gesché nos presenta su perspectiva en la misma línea de la fe,

pero más cercano a las propuestas filosóficas de Lèvinas y los postulados de J.L. Marion. El

autor resalta la racionalidad propia de la fe, en términos de un “reconocimiento de un estatuto

teórico propio en la historia de la racionalidad”53, dentro de la racionalidad humana; aunque

en una matriz occidental, en la cual se contraponen el nous con el Logos. En efecto, la

racionalidad de la fe, para Gesché, parte de la dinámica de la comunidad Trinitaria y reclama

una exterioridad, una relación con la trascendencia que se expresa en la acción (de gracias)

del hombre ante la acción de Dios. Gracias al Logos, la fe puede ser considerada como

racionalidad que fue reconocida siempre, desde Heráclito hasta el prólogo de Juan en el que

se consagra en todo su vigor54. Dicha racionalidad supera lo inmanente, es distinta de las

cosas y necesita escapar del encasillamiento operado por siglos, en un “cogito demasiado

cerrado sobre sí mismo”55.

49 Ibíd., 20. 50 Ibíd. 51 Ibíd. 52 Ibíd., 20-23. 53 Gesché, La paradoja de la fe, 69. 54 Ibid, 76-81. 55 Ibid, 82.

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Aunque Gesché se mueve en un campo de fenomenología de la fe, y sus conexiones

con la praxis son implícitas, nos aporta algunos elementos teológicos fundamentales: la

racionalidad de la fe tiene una comprensión más amplia, se centra en el Logos-Cristo, por

ello es encarnada y se trata de una relación dialogal, la escucha, el ex auditu de la Palabra56.

El autor también parte de la pregunta por el diálogo con la cultura actual, pero en términos

de “dar cuenta de la propia fe”, de manera racional y argumentativa, que se identifica con la

metafísica y su perspectiva trascendental; apela a la relación existente entre fe y verdad desde

un marco de entendimiento; incluso presenta a la fe en estos términos:

La fe es testificativa, la testificación de un plus cuyas palabras tenemos que recuperar. Es una

verdad de atestado, de recordación, largo memorial de una verdad de trascendencia, de la que

el hombre no puede prescindir. (…) memoria y salvaguarda de la dimensión de infinitud que

existe en el mundo y en el hombre.57

Este punto tiene gran vigencia para nuestro tema, pues se evidencia en diversos

momentos de la Iglesia este peligro hecho realidad, una fe concebida como algo solamente

cognitivo, en términos de verdad, o como una postura hebrea moralista de cumplimiento de

la ley.

Toda confusión se ha desatado a partir de una mala comprensión del conocimiento, y

por ende del reconocimiento. Ya lo dice González Faus, cuando se refiere a esta tentación

gnóstica: “el conocimiento nunca debe ser despreciado, y creo que la tradición católica no ha

pecado demasiado en este campo; pero por respetado y apreciado que sea, no puede ser

erigido en camino de salvación”58. En efecto, vemos una vinculación con lo cognitivo, propia

del mundo griego y la oposición del mismo a la razón o a la ciencia, olvidando la dimensión

hebrea y bíblica del conocimiento, como afirma el mismo autor. Para él, se vive una

dimensión dialéctica entre el amor y el conocimiento, el primero es activo y el segundo

pasivo: “el conocimiento puede ser tranquilamente pasivo mientras que el amor es

necesariamente activo: no se contenta con la mera theoria sino que es efusivo, comunicativo

y creativo”59. La acción ocupa un lugar fundamental, fruto de ese amor/caridad y de esa

relación con el Señor; más adelante González Faus afirma:

La acción por la transformación de este mundo se convierte en una exigencia de esa caridad

sin la cual la fe está muerta y a través de la cual se actúa la fe, Pero además puede convertirse

56 Ibid, 77. 57 Ibid 62. 58 González Faus, Herejías del catolicismo actual, 58. 59 Ibíd., 59.

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en camino hacia la fe: hacia el reconocimiento de la verdad y la adoración de ese único Dios

vivo y verdadero que es un Dios de los hombres y cuya mayor gloria es la máxima vida de

todos los seres humanos.60

Sin embargo, también nos presenta otra dimensión de la fe que se equipara a la confianza y

en una clave de relación, que nos acerca a nuestro tema y que rescatamos con la siguiente

formulación del autor:

Confiar es salir de nosotros mismos y ponernos en manos de otro porque es digno de fe; es

admitir algo porque otro me lo hace admisible, tan admisible como si yo me hubiera podido

convencer a mí mismo. En la fe existe un descentramiento de uno mismo, un di-mitir de uno

mismo para re-mitir a otro, ad-mitir aquello que yo recibo de él.61

Esta dimensión de salir de sí y establecer un encuentro con otro, nos permite plantear la

dimensión de confianza que es necesaria en toda relación. El autor, por analogía, plantea la

fe como relación con el Otro, que me abre y me permite admitirlo y afirmarlo. Estos tres

autores nos hablan de las condiciones de posibilidad del reconocimiento, a nivel estructural,

dentro del campo propiamente teológico.

1.2 La perspectiva de Barbaglio y Von Balthasar desde la intuición bíblica

Dentro del proceso de fe, abordado en la Iglesia católica desde la elaboración

teológica, especialmente en la teología actual, encontramos varias puertas de entrada al

reconocimiento. La primera es, evidentemente el texto bíblico que refleja la experiencia de

los primeros cristianos. Si recordamos el recorrido histórico, nos encontramos con dos

elementos: la experiencia de fe de la(s) primera(s) comunidad(es) que se centra en la vida del

Jesús histórico y la primera elaboración o construcción teológica reflejada en el texto bíblico,

de mano de Pablo, “primer teólogo cristiano”, como afirma Barbaglio citando a Wrede62.

Conocemos con certeza que los primeros textos del cristianismo son las cartas paulinas

autógrafas y que en ellas se recoge el primer intento de profundizar el mensaje del nazareno;

por otra parte, luego de los escritos paulinos aparecen los evangelios como un esfuerzo de la

memoria por preservar los dichos y hechos de la persona de Jesús. El punto inicial que

convoca a los primeros seguidores, es la experiencia de fe en Jesús, su vida, su muerte y su

60 Ibíd., 62. 61 Ibíd., 24-25. 62 Barbaglio, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos, 181.

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resurrección. Con razón podemos afirmar que el proceso de fe tiene su punto de partida en el

reconocimiento de la persona de Jesús y su identidad como Hijo de Dios, como el Cristo.

La experiencia de fe nace en un reconocimiento del Resucitado, de su Espíritu, del

Padre que lo envía y de su acción en la comunidad creyente que se reúne en torno a Él, una

experiencia de fe que es personal y comunitaria. El punto de partida personal, se ve reflejado

claramente en la relación que Jesús establece con cada uno de los suyos, con las personas

concretas, que lo reconocen como Mesías y Salvador, un ejemplo claro lo encontramos en

Pablo y su experiencia de Damasco. El apóstol vive personalmente un encuentro con Jesús,

operó un cambio de tal magnitud que lo transformó en ser su más grande divulgador, luego

de haber sido un encarnizado perseguidor del nuevo grupo. Esta experiencia paradigmática

de fe, se plantea en términos de “conocimiento de Jesús” como lo afirma Barbaglio siguiendo

a Barth63, como experiencia mística de encuentro y conocimiento del Resucitado (Flp 3,7-9).

Este acontecimiento permitirá formular a Pablo la importancia del conocimiento de Cristo en

términos de reconocimiento contradictorio y contra-cultural en su teología de la cruz y la

resurrección. Es una paradoja dialéctica que nos conecta con la encarnación, según

Käsemann, discípulo también de Barth, que afirma:

Cristo es Dios y hombre a la vez, y lo es precisamente en su humildad. Esta paradoja nos

conduce necesariamente al reconocimiento de Cristo (…) Barth responde que solamente el

milagro divino de la resurrección conduce a este reconocimiento de Cristo y de quienes lo

reconocen.64

Por su parte, Barbaglio afirma:

En efecto, la cruz significa el encuentro de la sabiduría y del poder divino con la debilidad y

la miseria humana: lo mismo que el Padre resucitó al Crucificado, emblema histórico de

impotencia y de infamia, así rescata al hombre que, al creer, reconoce su impotencia para

salvarse y se abre al proyecto salvífico, poderoso y sabio de Dios.65

Ante la cruz, el cristiano reconoce la manera de actuar de Dios, reconoce sus límites, pero

también reconoce a Cristo como su Salvador. Este es el sello distintivo del nuevo

movimiento, pues no se trata de una religión basada en la Ley y el culto, sino en un grupo

sencillo de personas que establecen una “relación viva y vivificante con el Resucitado”66.

Esta misma intuición personal e histórica es la que buscan rescatar y mantener los evangelios,

63 Ibíd., 72. 64 Käsemann, Ensayos Exegéticos, 79. 65 Barbaglio, 190. 66 Ibíd., 216.

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posteriores a Pablo; incluso para evitar el peligro de una reducción del mensaje de Jesús a un

“museo de restos arqueológicos” o a una “interpretación espiritualista de corte gnóstico”67.

Otro autor que nos aporta algunos elementos sobre el reconocimiento como

racionalidad de la fe y desde la intuición bíblica, es Hans Urs von Balthasar, quien habla de

un “conocimiento profundo”, de las entrañas del corazón y que se refleja en los encuentros

de Jesús con las personas, en los cuales conoce su interioridad. Este conocimiento profundo

de Jesús, testimoniado por todos los evangelistas68 es, para el autor, la primera parte, la

iniciativa de un encuentro que cuenta con la respuesta humana: el conocimiento de Jesús, en

los mismos términos de un conocimiento profundo, que supera los límites del saber y que se

ubica en la línea del testimonio69.

En la perspectiva de relación, el autor presenta el conocimiento en doble vía, el

conocimiento que Jesús tiene de nosotros y el que tenemos de Jesús. El primero, en clave de

encarnación, presenta un conocimiento de la humanidad hasta en sus facetas más frágiles y

de dolor y limitación. Jesús conoce al ser humano en lo profundo porque asumió la

humanidad hasta la muerte. Por otra parte, el conocimiento que podemos tener de Dios, lo

plantea en clave trinitaria y de exégesis: Jesús es el exégeta del Padre y el Espíritu es el

exégeta de Jesús70.

El conocimiento de Dios, distinto de otros conocimientos, se centra en la revelación

que parte de Dios, en la encarnación del Hijo, para obrar la salvación. En este movimiento,

Dios conoce profundamente al ser humano, “desde él”; y lo hace hasta tal punto de

concreción que el autor plantea la “relación carnal” que Cristo establece con la humanidad,

especialmente en la Eucaristía, en la cual se da una comunión, intima y misteriosa, entre el

cuerpo de cada creyente y el cuerpo de Cristo. Efectivamente, la relación carnal se entiende

en clave de encarnación y que supera la dimensión sexual71. Por ello, acotará el autor, la

necesidad incluso gráfica de los discípulos de entrar en contacto con el cuerpo del Resucitado

para reconocerlo. Pero esta comunión mira más allá:

Se nos permite recibir aquello en lo que nos convertimos y que, convirtiéndonos, somos ya:

el cuerpo de Cristo. En virtud de la Eucaristía, lo que acabamos de decir no es un puro juego

de palabras situado en un plano puramente simbólico, se da un sorprendente conocerse

67 Ibíd. 68 Von Balthasar: ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?, 19-22. 69 Ibíd., 78-83. 70 Ibíd., 85-118. 71 Ibíd., 55-61.

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recíprocamente entre su cuerpo y nosotros; Él nos conoce a nosotros en sí mismo y nosotros

le conocemos a Él como nuestra verdad más propia, no en nosotros sino en Dios.72

El conocimiento mutuo entre Dios y el hombre, nos permite mirar en doble perspectiva: la

humanidad y la divinidad en todo su esplendor, pues Dios mismo se da a conocer en este

intercambio.

El punto de partida es el conocimiento de Jesús, en perspectiva integral, que nos

ofrece el NT; en este sentido el autor critica a las propuestas teológicas contemporáneas que,

en afán de acercarse al Jesús Histórico, lo seccionan y parcelan. En este caso, el ejemplo

paradigmático de Pablo para considerarlo de manera total y única, sería la puerta de acceso

para descubrir la figura plena de Jesucristo y su significado creyente73. Pero, además, en otra

perspectiva: la de Jesús como revelador del Padre. Dios quiere ser reconocido por nosotros

en Jesús, por ello la importancia de su conocimiento; sin embargo, se hace presente una

dimensión de la divinidad, la trascendencia, que implica una “presencia-ausencia”, en

palabras del autor:

(…) una anticipación de la manera en la que, después de pascua, aparece transfigurado:

próximo y humano, hasta el punto de invitar a los discípulos a tocarle y a comer con ellos,

pero capaz de desaparecer en el mismo instante en que es reconocido.74

Esta manera de presencia e inaccesibilidad es la forma de ser de Dios para el hombre, así se

presenta Dios en Jesús, humano, pero no atado por lo humano. Esta lógica divina nos habla

de la “praxis de Dios”, que se define así:

Fe, justicia, misericordia, fidelidad, son ante todo praxis en el concreto campo de actuación

de lo humano y, por ello, el reflejo del comportamiento práctico de Dios para con el mundo.

Claro está que para poder hacer esto, el hombre debe fijar su mirada en Jesús (theoría), alianza

vivida; lo que el hombre ve en Jesús no es sino la praxis más comprometida de Dios.75

En otras palabras, más adelante afirmará: ¿Conocemos a Jesús?, tan sólo si reconocemos en

él, la presencia y la lógica del amor divino absoluto”76 . Este reconocimiento es obra del

Espíritu, para cerrar el proceso en perspectiva trinitaria. Apelando a Pablo (1Co 12,3), el

autor presenta la dimensión de gracia de esta acción del Espíritu en el corazón del creyente,

que le permite configurar la imagen de Cristo en sí mismo y dentro de una comunidad, la

72 Ibíd., 61-62. 73 Ibíd., 78-82. 74 Ibíd., 90. 75 Ibíd., 91. 76 Ibíd., 98.

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Iglesia. El derrotero será el mandamiento del amor y la sensibilidad de Jesús: “(…)

reconoceremos que el Espíritu está actuando en una persona, en la medida en que configure

en él, los sentimientos de Jesús”77. Si bien, von Balthasar prefiere hablar claramente de un

conocimiento profundo, como hemos visto, son inevitables las referencias al reconocimiento.

Complementaremos nuestro desarrollo con la propuesta de Hans Küng que nos aporta

claridad y síntesis.

1.3 Fe y reconocimiento según Hans Küng

Los aportes de la teología sistemática y de los acercamientos al texto bíblico nos ofrecen

los elementos reseñados por los autores, que nos hablan claramente de una comprensión más

amplia y madura sobre la fe, desde nuestra matriz del reconocimiento. Se trata entonces, de

un volver a la idea de fe o al concepto de conocimiento y reconocimiento que nos ofrecen las

Escrituras, que consideran como horizonte a la praxis de Jesús. Para culminar, presentamos

la comprensión de fe que desarrolla Hans Küng:

(…) yo prefiero hablar de un acto del hombre entero, del hombre dotado de razón (Descartes)

y de corazón (Pascal), más exactamente de un acto de confianza razonable que, si no tiene

pruebas rigurosas, si dispone de buenas razones; (…) Ese confiar razonadamente, que no

excluye el pensar, preguntar y dudar y que concierne al mismo tiempo al entendimiento, la

voluntad y al sentimiento, es lo que se llama, en sentido bíblico creer. No una simple

aceptación de la verdad de ciertas proposiciones sino un compromiso del hombre, del hombre

entero, primariamente no con esas proposiciones sino con la realidad misma de Dios.78

El eje central está en el comprender a la fe como un acto de confianza y compromiso que

involucra a toda la persona, a semejanza de la comprensión bíblica. Si bien el tema bíblico

no es nuestro énfasis, es evidente su importancia y su necesaria vinculación, pues el contexto

de reconocimiento, en teología, parte de la praxis de Jesús. Basta una mirada general a los

encuentros de Jesús, relatados en los evangelios, para intuir la profundidad de su praxis y

varios elementos exegéticos que nos hablan de un profundo reconocimiento. Haremos un

especial énfasis en este punto en el siguiente capítulo, a partir de algunos elementos de Lucas

y Juan, por varias razones evidentes: elaboración teológica, construcción lingüística,

redacción y temporalidad; en dichos evangelios, se evidencia un énfasis mayor en la

77 Ibíd., 104. 78 Küng, Credo, 8-19.

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construcción de los relatos de encuentros y de la praxis de Jesús. Pero para precisar mejor

nuestro análisis, retomamos el recorrido emprendido sobre la posibilidad de una racionalidad

teológica del reconocimiento.

2. Racionalidad teológica del reconocimiento

Recordamos la analogía planteada con respecto a las tres esferas del reconocimiento:

La primera que ubica a la familia como espacio privilegiado en el cual se configura la

identidad de la persona, en nuestro caso, específicamente creyente. La segunda, la

conformación de una sociedad civil que se equipara, por sus componentes, a la primera

comunidad de referencia que desarrolla la fe. Finalmente, la tercera esfera que plantea la

conformación del Estado, en nuestro caso, la noción de Iglesia, universal y local. Para llegar

a la comprensión de la dimensión teológica de estas esferas, proponemos el énfasis en tres

conceptos que son imprescindibles: trascendencia, comunidad y praxis, mutuamente

implicados y relacionados, que parten de una misma raíz: la comprensión del reconocimiento

como proceso de fe.

La comunidad humana, ya en el contexto de la religión, da paso a la comunidad

espiritual, la cual, en una suerte de despliegue, va profundizando y exteriorizando su

experiencia de la trascendencia. Dicha experiencia es, en último término, experiencia

compartida y expresada y por ello, necesita de una exterioridad; en la comunidad se elabora

esta relación entre trascendencia e intersubjetividad. Un punto que nos permitirá hablar

posteriormente es la formulación de una racionalidad dentro de la comunidad religiosa, se

expresa en estos términos:

Donde mejor se da la vida de la comunidad, es decir, donde más adecuada está con su esencia,

es donde ese “ser con otro” se desarrolla de la manera más apropiada. A saber, cuando, por

una parte, cada uno es realmente él mismo y en ello es otro para el otro, y no simplemente

una función de la comunidad, como si hubiera entregado a ésta su mismidad; y por otra parte,

el uno y todo, el Dios divino, brilla claramente como lo que une a todos en una unidad viva,

sin disolver la fuerza de la unidad; ósea, cuando ambos polos, el de la unidad y el del ser otro,

están desarrollados con igual fuerza y libertad y así, dándose vida recíprocamente, mantienen

en el medio el fiel de la balanza.79

79 Welte, Filosofía de la religión, 217.

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40

Este planteamiento es rico en muchas definiciones a la hora de abordar la intersubjetividad y

la trascendencia. En primer lugar, como una relación que permite la identidad, desde la

interioridad hacia la exterioridad; dicha exterioridad pasa del lenguaje al gesto, y de éste a la

praxis, al acto ético. Para Welte, esta secuencia pasa por lo oracional, el acto último de la

comunidad es la palabra litúrgica que se dirige a Dios, en la oración y los ritos litúrgicos.

Pero veremos que, en el caso concreto del catolicismo y, gracias a la Gaudium et Spes, GS,

no termina en dicha liturgia, sino que, desde los mismos textos católicos nos lleva

necesariamente a la acción frente al otro.

La intersubjetividad plantea la dialéctica entre el yo y el tú dentro del nosotros que,

en terreno religioso, nos remite a una divinidad presente, una trascendencia que aporta una

mayor significatividad a dicha relación. Este es el meollo del planteamiento del

reconocimiento en la teología. Si bien nos extenderemos un poco más en la medida en que

avancemos, es importante señalar los derroteros con los cuales nos enfrentamos. Primero, la

noción básica del reconocimiento del otro que profundiza su espiritualidad con un trasfondo

de trascendencia. Por otro lado, una separación radical, desde Welte y su punto de llegada al

respecto de la comunidad religiosa, que se centra en una comunicación litúrgica, que si bien

“afecta y mueve”, no llega a la praxis sino a una “unión comunicativa de la comunidad.”80

El tema último, desde el reconocimiento, es, en efecto, la noción de lo humano revalorizado

y profundizado en su extensión de trascendencia, sin perder la consciencia de los límites que

dicha experiencia implica, pero sobretodo abordado desde la praxis.

2.1 El papel de la trascendencia

Esta noción de la trascendencia, nos sigue hablando de relaciones, cuya condición de

posibilidad es el reconocimiento. En la realidad humana se observan relaciones de poder,

violencia o discriminación en las cuales, como apuntaban Honneth y, ya veremos en Rahner,

se da un no-reconocimiento. Ciertamente, en el campo de la experiencia religiosa de una

comunidad, es determinante la vinculación de la divinidad en las relaciones sociales. El

reconocimiento, en este sentido, es muy sugerente: reconocer al otro, no solo en su dimensión

humana básica sino también en su carácter trascendente y su valor religioso y teológico. El

80 Ibíd., 226-230.

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creyente enriquece con este trasfondo a la dignidad y el valor de la persona, condición de

posibilidad de su trascendencia, lo cual permite una nueva mirada de las relaciones, incluso

nos brinda un nuevo horizonte del mismo concepto de “relación”. Si la persona es reconocida,

tanto por su grupo o su comunidad de referencia inmediata, como por una comunidad de

creyentes que no se circunscribe a un territorio, está afirmando que su valor supera la

limitación espacio-temporal, la reconoce en su dignidad espiritual. De ahí también el

simbolismo universal que acompaña dicha relación y que se concretizará en una tercera

esfera: la Iglesia católica.

Junto a este valor espiritual y trascendente de cada creyente, está presente, en el caso

del cristianismo, un elemento netamente teológico y característico, que nos ofrece la

posibilidad de hablar de la persona y sus relaciones: la encarnación, cuyo valor, desde nuestro

tema, nos permite afirmar de manera radical la importancia del ser humano para la divinidad.

La encarnación de Jesús nos plantea no solo un acercamiento entre divinidad y humanidad,

entre trascendencia y cotidianeidad, sino que plantea la misma vida del hombre en un

escenario divino, en un trasfondo de trascendencia y viceversa. Dios se hace presente en la

vida del hombre y con ello, se santifica la humanidad y los aspectos más propios y profundos

de las relaciones humanas. Sin este elemento, grandes aspectos de la liturgia cristiana y de la

concepción de la comunidad pierden el sustento trascendente y espiritual propio de lo

religioso y dentro de ello, la importancia de las relaciones desde lo sagrado y lo ético, el

contenido y la praxis de los creyentes dentro de su comunidad.

El concepto de lo sagrado y su vinculación con la ética, permite el paso de la norma

teórica a la praxis. En este sentido, la noción comunitaria de trascendencia, enriquecida con

la perspectiva del reconocimiento, permite hablar de un proceso dinámico, una auto-

comprensión que se enriquece y retroalimenta gracias a lo ético y a lo simbólico. La

trascendencia, como construcción, es el reto del reconocimiento para la comunidad, desde su

experiencia religiosa y sus elementos doctrinales concretos. Este reto no solamente se

evidencia, de manera última y solemne en los campos litúrgico y simbólico de la Iglesia; sino

que, finalmente, llega al campo de la vivencia de la espiritualidad que es el territorio ético.

En definitiva, se trata de la concreción del reconocimiento en el campo de la praxis.

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42

2.2 El concepto católico de comunidad humana

Antes de continuar con nuestro recorrido, conviene precisar un concepto que es

fundamental y que se aborda desde una definición significativa, se trata del concepto de

comunidad, que enlaza dos conceptos más: la persona y la acción humana. Lo proponemos

desde la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, GS, por ser una formulación específica y

como máxima expresión de un documento eclesial81, herencia conciliar. No es nuestro afán

profundizar en las implicaciones del Vaticano II para la Iglesia, pero son evidentes y

reconocidas, tanto en su influencia como en los esfuerzos para que sus enseñanzas sigan

divulgándose y aplicándose, incluso a 53 años de su clausura. La Constitución es fundamental

por plantear la relación entre Iglesia y mundo moderno. Especialmente, para nuestro tema,

define la noción de comunidad y plantea los fundamentos de la dimensión comunitaria de la

Iglesia, desde la doble perspectiva individual y social y desde la valoración de la dignidad y

la acción humanas. En primer lugar, abordaremos los elementos planteados en el orden que

propone el documento para, en un segundo momento, analizar su relación con el

reconocimiento.

La Constitución GS expresa la comprensión de la Iglesia católica sobre el ser humano,

como culmen de la creación, en su unidad de cuerpo y alma y sus capacidades: inteligencia,

conciencia y libertad. Su dignidad viene dada por su condición de hijo de Dios y por su ser

social, esto se expresa en el primer capitulo de la primera parte del documento82 y extraemos

algunos fragmentos que desarrollan sus principios. En el nº 12 de GS, encontramos la

formulación de la dignidad de la persona como creatura de Dios, varón y mujer, con lo cual

se estable su dimensión social:

(…) el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su creador

y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla

glorificando a Dios (…) Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo

hombre y mujer. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de

personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza un ser social y no puede

vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.83

81 El documento señalado pertenece a una de las cuatro Constituciones del Concilio Vaticano II que, en

definitiva, pretenden una apertura de la Iglesia en diversos ámbitos y que marcará una nueva tendencia en la

teología católica; con razón se reconocerá los orígenes de la teología contemporánea en la intención conciliar

de renovación. 82 Expresamente en los numerales 12, 14-17. 83 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral “Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual” 12.

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En el nº 14 nos encontramos con el valor de la persona, su dignidad y autonomía, que radican

en su unidad y en su dimensión trascendente:

En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis

del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz

para la libre alabanza del Creador. (…) Por su interioridad, es en efecto, superior al universo

entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón donde Dios le

aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios,

decide su propio destino.84

Junto a estos atributos, están las capacidades humanas, ya expresadas, que se ordenan en

función del fin del ser humano que declara la Iglesia, que no es otro que el deseo divino de

plenitud, la voluntad de Dios. Ahora bien, si la dimensión personal y la dignidad humana

están exaltadas hasta la consideración de la autonomía y la trascendencia de la interioridad;

por otra parte, el ser humano es un ser social y la comunidad humana es el espacio de

realización. Para plantear la relación entre la dimensión personal y social, en el nº 25 de GS,

se hace una transición con dos elementos: el deseo divino de la constitución de una sola

familia humana y la analogía de las relaciones humanas con las relaciones trinitarias, en clave

de invitación. En cuanto a la dialéctica entre dimensión personal y social, la GS expresa:

La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el

crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados. Porque el principio, el

sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual por

su misma naturaleza tiene absoluta necesidad de la vida social.85

En el núcleo de la comunidad humana, la dignidad individual prevalece de manera absoluta,

en el mismo numeral se hace referencia con el término de socialización al proceso progresivo

de incorporación de la persona a las instituciones sociales, desde la familia hasta las

comunidades políticas. Muchos elementos se desprenden de esta consideración, entre ellos:

la defensa de la persona, sus DDHH y calidad de vida, la defensa de la vida particular, desde

su comienzo hasta su fin y la promoción de la realización y autonomía de la persona86. Pero

efectivamente, el elemento social es el sustrato donde nace el individuo, que también es

reconocido dentro de su comunidad, como parte activa y esencial de la misma. En el nº 29 el

84 Ibíd., 14. 85 Ibíd., 25. 86 Ibíd., 25, 27.

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documento hace referencia clara a la necesidad de un reconocimiento en la comunidad

humana que respete la igualdad y la diferencia de los seres humanos:

La igualdad fundamental entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor,

porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma

naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación

y de idéntico destino.87

La necesidad de este reconocimiento se dirige directamente a contrarrestar los abusos y

expresa la existencia de no-reconocimiento en sus diversas formas, en ese sentido el

documento es claro al enumerarlas y al dar la posibilidad de ampliar sus manifestaciones.

Sobre la actividad humana, en el tercer capítulo, la GS planteará la expresa

vinculación entre la actividad humana y la voluntad divina, expresada en el mandato de

dominar el mundo expresado en las Escrituras. Por otra parte, afirmará la importancia de la

acción humana en sus avances y conquistas en todos los campos, como reconocimiento y

perfeccionamiento de la acción divina que plenifica el mundo. Concluye el numeral con la

vinculación del trabajo humano con el trabajo divino, el desarrollo de la obra del Creador

para bien de los hombres. El nº 35, nos presenta la superación y realización del ser humano:

La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Pues

éste, con su acción, no solo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí

mismo. (…) esta es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y

voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre,

como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena

vocación.88

El numeral también señala algunas pautas específicas: el cultivo de las facultades humanas,

los esfuerzos por la justicia, fraternidad y la importancia de los problemas sociales por sobre

los progresos técnicos.

Una ultima referencia, nos conduce hacia la noción de reconocimiento presente de

manera subyacente en GS. En los diversos apartados que se menciona el reconocimiento89,

el documento nos plantea el concepto que se puede formular de la siguiente manera: un

proceso mediante el cual, la persona que se ubica frente a una realidad determinada, la

87 Ibíd., 29. 88 Ibíd., 35. 89 En la Primera Parte del documento, que es el objeto de nuestro estudio, se repite la noción un total de 20

veces a la hora de abordar diferentes temas como la dignidad de la persona, los DDHH, el papel de la sociedad,

la Iglesia como institución, etc. Se menciona además tres situaciones de no reconocimiento asociadas a la

discriminación. (Cfr. GS n°: 12, 13, 14, 19, 20, 21, 29, 33, 34,36, 37, 41, 42, 44).

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afirma internamente, asimilando de manera racional y afectiva dicha realidad hasta llevarla

al terreno de la praxis. Este proceso de afirmación vital, que se opera en el reconocimiento,

presenta una serie de facetas o dimensiones: reconocimiento de sí mismo, de Dios, de una

ley interna en la conciencia humana, del otro y de la comunidad humana. En síntesis, la idea

católica del reconocimiento en GS se plantea como un proceso integral, operado por la fe,

con distintos componentes, pero con un énfasis fundamental: la constitución de una

comunidad y el énfasis en la praxis y la acción humana.

2.3 Importancia de la praxis.

En nuestro intento de proponer las pautas de Honneth, veíamos que la Iglesia tiene

una riqueza humana, histórica y espiritual incalculable, pero también, como institución

humana, no escapa de la contradicción. El primer grupo, un sencillo y pequeño conglomerado

se animó a seguir la invitación de un personaje, reconocido como hijo de Dios, y tal vez su

propuesta, en otros términos, era la de reconocer en el otro, a otro hijo de Dios, de igual

dignidad y derechos, de igual valor y condición. Aunque los planteamientos teóricos sean

evangélicos, filosóficos o teológicos y exalten muchos valores; efectivamente, vemos que la

fe no puede permanecer sin una crítica aguda y una constante actualización.

Y efectivamente, pensando en el catolicismo, podemos hablar larga y ampliamente

de sus principios fundamentales, su praxis, su liturgia, del sentido del otro y la comunidad,

de la importancia de los más débiles. Pero también podemos hablar del abuso, muchas veces

desastroso, del poder eclesiástico, de la exaltación de la norma como fin y no como medio,

de la gran cantidad de católicos, tal vez la mayoría, que siente que su religión es un añadido

cultural o familiar. Miles de creyentes asisten a los cultos religiosos, pero no son capaces de

mirar a la persona que está a su lado como un igual. No pueden mirar que, en el trasfondo

religioso que confiesan, está la misma divinidad, aunque en diferentes vertientes culturales e

históricas, a la que se reconoce como Dios. Efectivamente, mientras la Iglesia, como

institución, pueda mostrar siempre apertura, estará tal vez más cercana a los ideales de sus

orígenes. Sin embargo, la evidencia es contundente: todo aquello que se formula en la rica

teología católica, específicamente sobre reconocimiento, en la praxis encuentra una brecha

abierta y difícil, que se evidencia claramente en la situación de la Iglesia actualmente.

Page 46: TEOLOGÍA DEL RECONOCIMIENTO APORTES DESDE LA PRAXIS ...

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Honneth nos ha brindado la pauta, un reconocimiento del otro y de la comunidad, que

nace en la experiencia inicial del afecto; un proceso que, de manera anterior, es relación de

reconocimiento y cuyo detonante es la identidad que se configura gracias a la confianza y la

salida de sí mismo. Es el yo que reconoce al tú y que se reconoce en el nosotros, que se libera

de absolutismos, idealizaciones o ideologías, que enriquece su perspectiva con el sentido

trascendente que le brinda la religión. Pero que, de manera ineludible, es acto cotidiano, es

praxis que no se opera solamente desde los esquemas mentales, sino que se traduce en obras

cotidianas. Fieles a la criticidad que necesitamos como personas y como creyentes, podemos

aportar un mayor sentido a nuestra fe, desde nuestras obras, palabras y gestos cotidianos; por

ello la necesidad de volver a las fuentes y plantear teológicamente el reconocimiento en todo

su vigor. Este punto se ubicará, en el próximo capitulo en la misma praxis de Jesús, pero

consideramos que el poder reflexionar sobre la praxis creyente, personal, comunitaria y

eclesial, nos permite mirar el campo desde la acción humana y desde la misión que caracteriza

a la Iglesia. El punto de cierre, es la evidencia, en la praxis, de algunos elementos

preocupantes o problemáticos, que nos presenta el análisis de Rahner.

3. Conclusión: autoridad y poder, figuras de no-reconocimiento en Rahner

Hasta ahora, hemos abordado algunos esbozos del reconocimiento desde una mirada

afirmativa. Sin embargo, Karl Rahner90 nos habla desde una mirada negativa, su análisis

sobre la Iglesia nos sitúa frente a dos temas inevitables y complejos de la praxis eclesial que

evidencian un no-reconocimiento: el poder y la autoridad. Dentro de toda institución,

siguiendo a Honneth, se posibilita o no el proceso de reconocimiento, que gesta la imagen

del otro. Cuando se evidencia una lucha, en el fondo, se trata de la ausencia de

reconocimiento o la presencia del proceso de reificación o cosificación. En el caso de la

Iglesia Católica, Rahner plantea la consideración de la estrecha relación de legitimación entre

autoridad y poder y el resultado de su tergiversación o abuso: un no-reconocimiento.

90 Karl Rahner, S.J. (1904-1984), jesuita teólogo y filósofo más representativo del s. XX dentro de la Iglesia

Católica, su aporte esencial fue en el desarrollo del Concilio Vaticano II. Fue reconocido por sus aportes junto

a pensadores católicos como Bernard Lonergan, S.J., Hans Urs Von Balthasar, Yves Congar, O.P., Henri de

Lubac, S.J. y Marie-Dominique Chenu, llamados la escuela de la “Nouvelle Theólogie”.

Page 47: TEOLOGÍA DEL RECONOCIMIENTO APORTES DESDE LA PRAXIS ...

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La Iglesia recibe su autoridad de Dios mismo y, dentro de sus atributos y legitimación,

además del cuidado de la fe, está la responsabilidad de custodiar la institución. El poder

constituye un segundo momento, en el cual, se ejerce la autoridad. A través del poder, la

autoridad efectúa sus funciones. Autoridad y poder son dos elementos distintos; sin embargo,

están vinculados y representan una de las dificultades más complejas a la hora de abordar la

intersubjetividad y el reconocimiento, como bien afirma Rahner: “La naturaleza de la

autoridad en la iglesia está condicionada por su origen.”91 Ahora, es necesario resaltar que,

mientras el poder presenta una dimensión práctica, la autoridad principalmente se considera

de manera teórica y se constituye en un ejercicio que puede interferir en la praxis de la

comunidad, aún más si se da en formas extremas o negativas; tal es el caso de la peligrosa

asociación entre autoridad y poder como formas de no-reconocimiento. Encontramos la

motivación del despotismo en esta asociación efectuada de manera equivocada, la marca del

atomismo de manera teórica y práctica. La libertad y el sentido comunitario, el otro

generalizado, que se hacen presentes en la comunidad, se encuentran interferidos por el

ejercicio del poder que abusa de la autoridad, generando figuras o modelos despóticos.

El punto de partida necesario lo constituye la posibilidad de analizar y revisar

críticamente esta asociación de poder y autoridad, que no siempre es posible por las mismas

auto-comprensiones eclesiales, en este sentido Rahner afirma:

Cuando se quiere hablar de la autoridad en la Iglesia en el contexto de una reflexión

primariamente filosófica, surge de antemano una dificultad radical. Una Iglesia cristiana,

sobre todo la iglesia católica, se concibe ciertamente como una sociedad y no puede evitar,

de entrada, que su auto-comprensión se vea confrontada con conceptos y nociones

procedentes de la esfera profana de la experiencia humana y de la teoría social.92

Desligando por un momento la legitimidad y el valor teológico de los elementos religiosos

vinculados a la autoridad en la Iglesia, un sano ejercicio de revisión de estos elementos, desde

categorías humanas, nos permite mayor lucidez si, por ejemplo, consideramos la praxis de

la autoridad desde los DDHH. En definitiva, un ejercicio critico nos permite ensanchar el

espectro de comprensión y aplicación de los mismos principios religiosos y teológicos del

reconocimiento.

91 Rahner y otros, Fe cristiana y sociedad - Soberanía, poder, violencia, revolución y resistencia, 40. 92 Ibíd., 39.

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El problema de fondo, planteado por Rahner es el abuso de poder, desde una falsa

comprensión de la autoridad y una sobre-estimación de lo sagrado, aparentemente operada

con argumentos teológicos, pero que se convierte en un problema de praxis cuando se

vinculan de una manera equivocada; realidad, por otra parte, evidente en la Iglesia:

(...) La impresión contraria (es decir la impresión de que los sujetos de la autoridad tienen un

rango especial que los sitúa por encima de los demás) parece deberse a que, en las sociedades

realmente existentes, los sujetos de la autoridad tienen de hecho – como presupuesto o

consecuencia de su autoridad en cuanto tal – una posición de poder con la que imponen un

respeto especial. Pero tal poder, que llega hasta la auténtica violencia física, no se identifica

con la autoridad.93

Además, es interesante resaltar que, en el caso de la Iglesia, las figuras de lo sagrado y lo

poderoso encuentran su terreno conflictivo en la ética. Un mayor análisis de momentos y

situaciones eclesiales, nos llevan a pensar que, efectivamente, mientras más se exalta la figura

de la autoridad o incluso se la absolutiza, se menoscaba la dimensión comunitaria. Rahner

plantea la necesidad de “regulaciones” para solucionar aquellos conflictos o fricciones que

se dan efectivamente en toda sociedad, pero nos remite a la libertad que impregna las

relaciones afectivas y, concretamente, dentro de la Iglesia. Rahner reconoce que la dimensión

de conflicto que se encuentra presente en todas las sociedades pierde vigencia o se supera en

lo que él llama la “esfera del amor individual”.También afirmará que la ética tiene un papel

fundamental que deja de lado a la coerción y devuelve su sentido a la misma autoridad: “las

obligaciones éticas recíprocas inherentes a un amor personal, carecen de la fuerza coactiva

para imponerse”94. Pero, su análisis desde la ética, tiene un contenido más concreto a la hora

de vincularlo a la Iglesia:

Si tomamos en serio las enseñanzas del Vaticano II (…) y si tenemos en cuenta la auto-

comprensión de la iglesia como comunidad de convicciones libre (…) entonces podremos

afirmar que la Iglesia no tiene que poseer por su esencia, una potestad social coercitiva. (…)

La fe implica una relación existencial, teórica y práctica con la realidad creída y, por tanto,

no es licito reducirla a una mera obediencia a la autoridad doctrinal formal de la Iglesia.95

El criterio rahneriano es radical si se asume que está planteando una dificultad a la

consideración de una autoridad legítima, existente y necesaria, condicionada por su origen.

Por otra parte, no posee una dimensión de coerción, muy posible en cualquier sociedad, sino

93 Ibíd., 36. 94 Ibíd., 37. 95 Ibíd., 46-47.

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que se fundamenta en los lazos éticos de un amor personal y de la libertad de la comunidad,

junto a una consideración de la fe como relación en su doble vertiente: teórica y práctica. En

último término: “la autoridad busca, en sus regulaciones, el libre asentimiento ético de los

miembros de la sociedad”96. Y en efecto, “Se puede afirmar que esta autoridad posee una

cierta dignidad porque plantea una exigencia ética a los miembros de la sociedad”97. El

sentido ético marcado por el amor es, entonces, indiscutible. Además, el autor nos ofrece su

definición de fe, cercana a nuestra propuesta de reconocimiento: “la fe es “relación

existencial, teórica y práctica con la realidad creída”98.

Finalmente, Rahner nos plantea otro elemento de reconciliación, la libertad desde la

praxis, frente a una posible manipulación resultante del abuso del poder y la autoridad en

realidades humanas, concretamente en la Iglesia:

Para el hombre, la praxis constituye siempre la promesa mayor y el juicio más inexorable,

mucho más de cuanto puede serlo cualquier teoría. Pero, ¿qué cabe decir si nosotros

fracasamos ya cuando somos confrontados simplemente con los principios teóricos? (…)

Porque también la iglesia es una sociedad humana; de ahí que en ella se dé libertad y

manipulación formando una unidad dialéctica, y que se imponga el cometido de proteger este

ámbito de libertad, de reconocerlo en su valor y de agrandarlo siempre de nuevo dentro de la

misma Iglesia.99

Resaltamos el contenido del reconocimiento que se percibe en la intuición de Rahner y su

propuesta de mantener y ensanchar en la Iglesia aquellos espacios de amor ético, de praxis

y libertad. Ante esta necesidad, es evidente la importancia de volver a los orígenes: el

Evangelio y la praxis de Jesús. Es necesario, entonces, plantear un elemento o herramienta

que nos permita efectuar el tránsito de la formulación a la praxis y que, efectivamente,

encontramos en la espiritualidad.

Hemos desarrollado los elementos centrales del reconocimiento desde la producción

teológica contemporánea, en relación a una comprensión más amplia de la fe, que involucra

a toda la persona y le posibilita el establecimiento de las relaciones propias de su credo. Por

otra parte, las dificultades y posibilidades de un no-reconocimiento se evidencian claramente

en la contradicción entre las formulaciones teóricas y la praxis. En este punto, es necesario

retornar a la fuente: la praxis de Jesús y abordarla de manera radical.

96 Ibíd., 36. 97 Ibíd., 35. 98 Ibíd. 99 Rahner, Libertad y manipulación en la Sociedad y en la Iglesia, 55, 60.

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CAPÍTULO TERCERO: EL RECONOCIMIENTO DESDE LA PRAXIS

EVANGÉLICA Y LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

En los capítulos anteriores, se ha presentado el concepto del reconocimiento y su

recorrido por la filosofía; además de un acercamiento por la teología, a partir de algunas

categorías: relaciones, trascendencia, comunidad y su exterioridad. Hemos rastreado la

presencia del tema en diversos autores, entre ellos, a Rahner, Barreau, Gesché y von

Balthasar, con los matices de cada uno. En el presente capítulo, se busca abordar los

elementos centrales del reconocimiento en teología, desde dos componentes que constituyen

su fundamento o su estatus teológico propio: espiritualidad y praxis. Hemos desarrollado un

camino concéntrico desde el dialogo con la filosofía y algunos aportes de la teología actual

hasta el centro y meollo del reconocimiento en teología: su base bíblica y su importancia en

la praxis cristiana, desde la espiritualidad. Por una parte, el camino especulativo culmina en

el campo sapiencial, por otra, nos lleva al campo de la praxis de manera evidente.

1. Implicaciones del Reconocimiento: dignidad humana y praxis

Conviene recordar lo fundamental del reconocimiento y sus elementos teológicos. No

se ha querido dar una sola definición sobre el mismo, para valorar la riqueza y la diversidad

del término; pero son identificables sus componentes centrales: el reconocimiento, en

teología, es la condición de posibilidad de establecer una relación con Dios, con la comunidad

y con el entorno. El reconocimiento es planteado, a partir de los autores abordados, como un

proceso de fe, de experiencia vital, que implica una afirmación que nace de lo cognitivo, lo

afectivo y lo físico; en síntesis, desde una perspectiva integral de la persona, que es condición

de posibilidad de la relación con Cristo y que se evidencia en la acción. Este proceso de

reconocimiento tiene también algunas dimensiones y ampliaciones: reconocimiento de sí

mismo, en términos de interioridad, del otro en términos sociales y comunitarios, del Otro,

en términos de trascendencia y fe; un proceso que desencadena la acción y el compromiso y

que expresa su dinamismo en términos de espiritualidad.

Si bien, encontramos otras líneas, dentro de la teología sistemática, incluso

reconocidas como relacionales, proponemos que un estadio previo es el de reconocimiento,

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pues, como se abordó en el capitulo anterior, las relaciones pueden ser asimétricas,

conflictivas o incluso negativas, puede hablarse de un no-reconocimiento como base de las

relaciones de poder en la misma Iglesia. Encontramos que la clave de una relación, en todo

el sentido positivo y abierto, está en un momento previo de reconocimiento que, además,

contempla una perspectiva integral de la persona. Involucra todas sus capacidades desde los

primeros años, en la primera esfera de la familia, y que se desarrolla en una comunidad de

referencia, que implica la segunda esfera y que culmina en un sentido de pertenencia a una

institución concreta: la Iglesia universal, que correspondería a la tercera esfera. Por otra parte,

se resalta que este reconocimiento no es solamente una operación cognitiva, sino que

involucra el mundo afectivo y lo lleva de manera evidente al campo de la acción, es decir, la

praxis; esta es la diferencia radical con otras posturas teológicas, sean de corte trascendental,

místico o relacional.

Precisamente la vinculación con la praxis nos lleva a dos consideraciones

fundamentales que se abordarán: el fundamento del reconocimiento en la propia praxis de

Jesús y en una mística volcada a la acción y cuya trayectoria ha sido reconocida a lo largo de

los siglos, dentro de su aporte al gran bagaje espiritual cristiano, la espiritualidad de Ignacio

de Loyola. Finalmente, se abordarán las implicaciones de este reconocimiento frente a

diversos temas y desafíos en la actualidad eclesial.

1.1 Punto de partida: no-reconocimiento en la Iglesia actual

En este último capítulo presentamos, desde el campo de la praxis, la importancia

teológica del reconocimiento, especialmente en el contexto actual de la iglesia católica. Si

analizamos el momento presente del catolicismo, especialmente durante los dos últimos

pontificados, diversos conflictos se han desatado de manera dramática y compleja. El papa

Francisco ha empezado una labor considerada por algunos como la culminación del invierno

eclesial. Sin embargo, los asuntos pendientes aparecieron con más fuerza y la necesidad de

medidas urgentes ante problemas de poder y autoridad, que adquirieron dimensiones

abrumadoras. Tenemos, además, las brechas en el campo moral, la preocupación por las

familias, los jóvenes, el papel de la mujer y, en general, del laico en la Iglesia; la necesidad

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de fortalecer el diálogo interreligioso, la espinosa situación de la oposición por parte de

cardenales y sectores conservadores y una serie de cuestionamientos a la credibilidad eclesial.

Ante esta situación, las líneas teológicas y pastorales de Francisco, son un intento de

replantear y asumir varios temas que entran claramente dentro de su magisterio y son un

intento de responder de manera humana, cristiana y oficial por parte de la Iglesia. Por ello y

desde el objetivo del presente trabajo, las implicaciones del reconocimiento nos llevan a la

consideración del momento actual de la Iglesia y al centro de la reflexión sobre la importancia

de la comunidad y la dignidad humana particular, dos puntos definitivos de la vivencia

espiritual y la praxis cristiana.

1.2 Dignidad humana y comunidad

El punto de partida, como se señaló, es la recuperación del valor de la persona y su

vinculación esencial con la comunidad. En este sentido, recordamos la importancia de las

esferas y su ampliación en el campo teológico. Honneth planteaba una triada que ponemos

en lenguaje religioso: Familia-Comunidad-Iglesia. La importancia de la primera esfera,

constitutiva del núcleo familiar, es evidente. En efecto, es el ambiente y el espacio de acogida

y primer contacto con lo religioso, donde se configuran las imágenes de Dios y se transmite

la primera experiencia de fe; la primera catequesis, de mano de la iglesia doméstica, y el

primer sacramento, el don bautismal. Conforme avanza el crecimiento, la persona se

incorpora a una comunidad de referencia, sea la parroquia o el colegio católico, con sus

diversos grupos, estrategias y procesos de formación. La experiencia eclesial se amplía y se

reconoce esta dimensión de iglesia local, que pertenece de manera simultánea a la experiencia

de la Iglesia universal. En estos tres espacios vitales, el concepto o la noción integradora es

la de la comunidad conformada por personas concretas, consideradas como tales, en virtud

de su existencia y dignidad, desde los presupuestos cristianos, de hijos/as de Dios,

hermanados/as en Jesucristo. Por ello es esencial el reconocimiento de esta dignidad que,

como se apuntó, permite establecer las dinámicas sociales de la comunidad creyente.

Dicha comunidad opera un reconocimiento mayor, a nivel persona y colectivo, el de

Dios como Creador y presente, de manera trinitaria, en la Iglesia y en el mundo. El Padre

envía al Hijo y éste al Espíritu, acción divina que presenta el paradigma de comunión y vida

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divina al cual está invitado el ser humano, personal y comunitariamente. Esta dinámica

trinitaria, permite reconocer al Creador en sus criaturas, al Salvador a través de su

encarnación y al Espíritu en la vida de la Iglesia. Esta vida eclesial, está marcada por la praxis,

a través de diversos elementos no siempre reconocidos, entre ellos los campos ya abordados

de la liturgia (rito y símbolo), de la comunicación (lenguaje) y de la ética (moral y praxis).

Estas dimensiones hablan claramente de un estadio eclesiológico en sus diversos elementos:

la fe que es experiencia compartida, desde la ampliación de su comprensión, como una fe

integral, que abarca e involucra a toda la persona. Por otra parte, las diversas maneras de

vinculación con la institución y las prácticas de la misma, desde la noción y el compromiso

que cada persona elabora; esto atañe a quienes se sienten católicos por su participación en

los ritos, por su dimensión personal y privada de espiritualidad o por sus prácticas éticas o

de caridad.

En este momento eclesial, encontramos dos elementos problemáticos específicos,

además de los esbozados en términos de no-reconocimiento y la relación con la autoridad y

el poder. Se trata de la comprensión de Iglesia que está presente en el imaginario del común

de los católicos, que asocia la pertenencia eclesial a quienes tienen un rol o una

responsabilidad dentro de la misma; en este caso, quienes pertenecen a la Iglesia son el clero,

la vida religiosa, los catequistas o ministros, mientras que los fieles son una suerte de

espectadores. Por otra parte, esta vinculación se entiende solamente en momentos formales

u oficiales, es decir, el católico se considera practicante solamente en función a su

participación en los ritos litúrgicos. Este es primer punto frágil que se ha convertido en

motivo de deserción en los últimos años, pues muchos no se consideran parte de la Iglesia y

no desean hacerlo en función de las celebraciones, las que consideran monótonas, caducas o

carentes de sentido.

El segundo punto es la incoherencia existente entre la doctrina y la praxis,

especialmente, a raíz de la evidencia de los casos de abuso. Si bien es necesario matizar y

presentar todos los elementos en juego, es clara y evidente la percepción de incoherencia;

además de los diversos estudios actuales que relacionan la vinculación entre poder y abuso100.

Sabemos, gracias a Rahner, que el centro del problema es la vinculación no adecuada entre

autoridad y poder, pero, lo definimos con claridad, es un problema de incoherencia entre los

100 Ver Bibliografía: Robinson Geoffrey, Poder y sexualidad en la Iglesia.

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lineamientos y principios de la Iglesia y su aplicación en la realidad, en definitiva, un

problema de praxis. Por ello, nuestro primer acercamiento en este último capítulo, será el

ejercicio de volver a la esencia de la praxis cristiana: la acción de Jesús, testimoniada en los

Evangelios.

2. La praxis de Jesús: reconocimiento en los evangelios

La importancia de volver a la praxis de Jesús, para Antonio González, tiene un

elemento central de comprensión y ampliación de la reflexión teológica, cuya característica,

en el caso del cristianismo, es la praxis de fe del creyente. En palabras del autor: “nuestro

análisis de la praxis humana tan solo quiere acotar un ámbito desde el que sea posible

entender la revelación cristiana” y más adelante: “(…) la revelación cristiana es precisamente

la que transforma hondamente nuestra praxis”101, establece así la vinculación entre revelación

y praxis. González nos plantea un acercamiento a la praxis evangélica de Jesús, expresada en

varias implicaciones teológicas. Para el autor, se entiende la praxis de Jesús desde una

propuesta radical: la superación del esquema de la ley, entendida en su dimensión negativa,

que establece esquemas de injusticia y legitimación del poder, ante los cuales, incluso la

acción divina queda supeditada e incluso atrapada. Esta comprensión es cercana a la

perspectiva paulina de la ley, en tanto que esclaviza al ser humano y frente a la cual, Cristo

actúa como Liberador. En este sentido, Cristo, con su praxis, libera al hombre de este

esquema de ley. Por otra parte, la praxis de Jesús, además de ser superación y liberación de

la ley, es por ello mismo, profundamente revolucionaria y radical; se opone a las pretensiones

de un mesianismo político, es una amenaza contra el sistema del Templo de Jerusalén y su

significado político, religioso y económico. Se opone, en último término, al poder romano y

a toda ideología poderosa. La cruz es la consumación de dicha oposición y, al mismo tiempo,

la respuesta del esquema de la ley que trata de conservar su status quo102.

Para el autor, la praxis de Jesús, en sentido positivo, es redentora y se expresa en sus

señales o milagros, que muestran el reinado de Dios triunfante sobre el poder del mal. En la

misma lógica, son una afirmación de dicho reinado, que cambia la misma concepción

101 González, Teología de la praxis evangélica, 73. 102 Ibíd., 267-273.

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religiosa y que, de manera radical, sacude a la praxis humana. En el sentido religioso y ético,

dicha praxis rompe con los esquemas vigentes al proponer otros parámetros: el pobre en el

centro del amor y la predilección divinas, el establecimiento de valores como la justicia, la

misericordia y la reconciliación. Incluso la Ley mosaica es llevada a su radicalidad, al

presentar el amor como mandamiento único y fundamental, hasta plantear el derrotero del

amor a los enemigos103. En este sentido, “Jesús reconoce que la Ley de Moisés era necesaria

por la dureza del corazón humano, pero apela al inicio de la creación, a la voluntad de Dios

antes de la introducción del pecado fundamental de la humanidad”. Por ello, “no niega la

validez de los mandamientos mosaicos, pero se sitúa soberanamente por encima de ellos”104.

Esta praxis de Jesús, para el autor, no se entiende sin la consideración o el

reconocimiento de la figura de Jesucristo de manera conjunta, el Jesús histórico y el Cristo

de la fe. Precisamente, desde la misma lectura que solamente puede efectuar la fe y que

involucra la comprensión total del personaje, desde su preexistencia hasta su ascensión,

pasando por la centralidad de la encarnación y la resurrección105. La praxis de Jesús tampoco

se entiende sin la vida y las relaciones trinitarias, ni su misión de reconciliación de la

humanidad, que se centra en la rehabilitación de las víctimas y el perdón de los pecados106.

Todos estos aspectos de la praxis de Jesús, nos permiten comprender, de manera

introductoria, las implicaciones de dicha praxis en su contenido teológico y su vinculación

con nuestro tema. Hacemos un énfasis especial en la consideración de la praxis de Jesús, de

lado de su misión de reconciliación, que se vincula con el reconocimiento y la relación íntima

con la persona. Esta perspectiva no solamente contempla los signos o milagros, sino la

manera de interactuar y de sentir de Jesús, datos que solamente conocemos y comprendemos

desde los testimonios evangélicos.

2.1 Reconocimiento en los Evangelios de Marcos y Mateo

Cuando se habla de reconocimiento en los evangelios, en el fondo se plantea un

proceso de fe, que parte de la afirmación racional y afectiva del creyente/discípulo ante una

103 Ibíd., 260-266. 104 Ibíd., 264. 105 Ibíd., 296-299. 106 Ibíd., 300-311.

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realidad que es una persona: Jesucristo, Hijo de Dios. El reconocimiento de la filiación divina

de Jesús ya está presente en Marcos y es sugerente su construcción literaria de las confesiones

de fe en boca de otros personajes que dan testimonio de Jesús. Concretamente, se presenta a

los endemoniados (Mc 1,23-25; 5,1-7) o la confesión del centurión (Mc 15,39), en contraste

con la confesión de Pedro que antecede a los anuncios de la Pasión (Mc 8,27-30) y que según

algunos autores marca el centro del evangelio. Tenemos un pasaje explícito de

reconocimiento en Marcos, referente a la actitud de los discípulos frente al episodio de Jesús

caminando sobre las aguas: “mente embotada” y el posterior “reconocimiento” (Mc 6,54) y

una curiosa conexión con el episodio de Emaús que se encuentra en 16, 12-14, capítulo de

cierre considerado como posterior y que presenta el tema del reconocimiento del resucitado

resaltando la “incapacidad y dureza de corazón” de los discípulos. En estos episodios es clara

la vinculación entre creer y reconocer.

En Mateo, encontramos también episodios de reconocimiento en los encuentros de

Jesús con diversas personas y las profesiones de fe que realizan, en este punto Mateo retoma

el material de Marcos sobre la confesión del mesianismo y la filiación divina de Jesús. Pero

el más polémico es el que se muestra con la curación de la hija de una cananea, quien

desesperada apela a la fuerte figura de los perritos en espera de las migajas de la mesa de sus

amos (Mt 15,21-28) que culmina con la exclamación de Jesús: “mujer que grande es tu fe”.

El episodio evidente de reconocimiento en Mateo está en el discurso del Juicio Final (25,31-

46), en clave ética y de praxis. Jesús presenta claramente las figuras de reconocimiento y no-

reconocimiento con la sentencia: “todo lo que hagan a uno de estos hermanos míos más

pequeños, a mí me lo hicieron” y su correspondiente negación (vv. 40, 45). El criterio, como

veremos en Lucas, es la práctica de la misericordia; Jesús presenta el imperativo de

reconocerle en sus hermanos, especialmente los más pequeños.

2.2 El énfasis de Lucas y Juan: creer, conocer, reconocer

El especialista que habla explícitamente de reconocimiento en Lucas es Aletti, y

desde un pasaje paradigmático: los discípulos de Emaús; este es el culmen del proceso de fe

en el Resucitado, en términos de reconocimiento107. En este punto también coincide

107 Aletti, El arte de contar a Jesucristo, 155-168.

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57

claramente García, quien afirma que el reconocimiento es la síntesis del proceso de fe de la

comunidad lucana, como un “camino catequético-litúrgico”108. Por su parte, Aletti nos

propone una secuencia importante: en primer lugar, la lectura del pasaje de Emaús en paralelo

con la posterior manifestación de Jesús a los discípulos, en ambos casos, no le reconocen.

Por otra parte, está la equivoca asociación entre ver y reconocer, en efecto, la pregunta

evidente ante las circunstancias es: si lo están viendo, ¿por qué no lo reconocen?. No se trata

de un ejercicio de reconocimiento a partir del sentido de la vista, a pesar que las referencias

que el mismo Jesús ofrece son físicas: el gesto de la fracción del pan, las llagas, el alimento

que consume; se trata de un proceso interior que se hace “pasando por las Escrituras y en

compañía de Jesús”109. El reconocimiento del Resucitado es enseñanza, comprensión y

también un acontecimiento afectivo: “les ardía el corazón”, proceso que les hizo deshacer el

camino y retornar a Jerusalén para anunciarlo a los otros. El reconocimiento, en este caso,

pasa también por la memoria, como bien afirma Aletti, ellos pudieron perfectamente

reconocerle por otros símbolos y gestos110, pero la intencionalidad del evangelista es plantear

la anamnesis y la presencia de Jesús. Una lectura intertextual complementaria con Jn 20, 28

nos permite evidenciar el punto de llegada del reconocimiento del discípulo en la confesión

de fe de Tomás: “Señor mío y Dios mío”.

El reconocimiento lleva a la fe, a la afirmación vital del Hijo de Dios. En esa línea,

Aletti menciona otro episodio un tanto desconocido, la confesión de fe del samaritano curado

de la lepra (Lc 17,16), que se convierte en un reconocimiento incluso gestual111, pues se

expresa físicamente: “Se postró rostro en tierra a los pies de Jesús y le daba gracias”. En la

misma línea intertextual, mencionaremos más adelante otros ejemplos de esta dimensión

física del reconocimiento en Juan. Esta misma actitud de reconocimiento que se expresa

físicamente como reverencia, respeto y gratitud ante Jesús lo encontramos en el pasaje de la

mujer perdonada que enjuga los pies de Jesús con perfume y con sus propias lágrimas (Lc

7,36-50), o el reconocimiento por parte del centurión que proclama: “Señor no soy digno de

que entres en mi casa, pero basta una palabra tuya” (Lc 7, 1-10), frase que ha pasado a la

108 Guijarro y otros, Comentario al Nuevo Testamento, 260. 109 Aletti, 167. 110 Ibíd., 165. 111 Aletti, El Cristo narrado, 223.

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liturgia por su contenido de reconocimiento. Cada uno de estos pasajes, culmina con la

sentencia de Jesús: “tu fe te ha salvado”, la fe se expresa en términos de reconocimiento.

Cerramos este apartado con el pasaje del buen samaritano (10,29-37), que

corresponde a la actitud del reconocimiento, en palabras del Jesús de Lucas. La síntesis de la

historia es conocida, un herido en el camino es atendido por un samaritano, con todo el

estigma para los judíos, en lugar del sacerdote y el levita que pasaron a su lado. Jesús busca

la respuesta en su interlocutor: ¿quién fue prójimo del que cayó en desgracia? – el que

practicó la misericordia, y la respuesta final de Jesús: “Vete y haz tú lo mismo”; la

misericordia se opera a partir del reconocimiento del prójimo.

Una de las claves de lectura para acercarnos al cuarto evangelio es, precisamente, el

reconocimiento, como lo presenta Fernández Ramos, en su glosario. El centro, como

veremos, está en el proceso de fe, de mano de ese conocer, creer, y comprender (verbos

sinónimos), como afirma el autor:

El cuarto evangelio presenta la vida eterna como un conocer al Padre y a su enviado

Jesucristo. A lo largo de todo el evangelio el conocimiento tiene una importancia

extraordinaria, mediante dicho verbo se expresan las relaciones más profundas entre el Padre

y el Hijo, las que unen a Jesús y los suyos (…) la confesión cristiana de la fe se manifiesta en

conocer que Jesús ha venido del Padre.112

En Juan, encontramos esta comprensión de la fe a partir del conocimiento profundo,

en clave de revelación, y varios elementos en diversos relatos que nos hablan de este

“revelarse” de Jesús y del “reconocerle” por parte de los discípulos, a partir de los signos que

realiza. Esta es una clave de lectura del cuarto evangelio que nos invita a profundizar los siete

signos, desde la praxis de Jesús; centrar la mirada en el testimonio que se da y su

intencionalidad. Esa revelación por parte de Jesús es progresiva en Juan y se refuerza con las

siete fórmulas que aparecen con el reconocible “Yo soy” (4,26; 6,35; 8,12; 10,9.11; 11,25;

15,5). De manera gestual encontramos dos elementos de reconocimiento que giran en torno

a un símbolo potente que se repite como tema bíblico: la unción de los pies. Este es el caso

de la unción en Betania, prefiguración de la sepultura, pero también gesto de reconocimiento

de la persona de Jesús, quien responderá de manera enigmática: “déjala porque a los pobres

siempre los tendrán, a mí no siempre me tendrán” (12,8). Esta lectura se relaciona con la

anteriormente citada de Lucas, pero alcanza su culmen en el mismo gesto de Jesús en el

112 Guijarro y otros, Comentario al Nuevo Testamento, 333.

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lavatorio. Aunque el gesto de Jesús habla claramente de una intencionalidad eucarística,

encontramos otro elemento que complementa y enriquece el sentido del texto. El contexto de

servicio y entrega que se vive queda evidente y explícito en relación paralela con los

sinópticos. Pero el gesto del lavatorio adquiere una connotación mayor: de reconocimiento

por parte de Jesús a los suyos “como amigos” y como invitación a la participación en su

pasión, por ello la presentación enigmática e incluso la reacción de resistencia de Pedro. Jesús

reconoce a los Doce no ya como siervos y así lo expresará en su discurso posterior, en el cual

encontramos el centro del mensaje sobre el reconocimiento en Juan, especialmente en la

“oración sacerdotal” del capítulo 17.

En efecto, la oración de Jesús dirigida al Padre tiene como elemento reiterativo la

acción de conocer, en perspectiva de profundidad y reconocimiento. Jesús da a conocer al

Padre, en obra y palabra y los Doce lo han “aceptado y reconocido verdaderamente” (17,8).

Por ellos, otros vendrán y conocerán y para ellos pide la unidad figurativa que existe entre el

Padre y el Hijo, conclusión del capítulo 17 y antesala de la pasión que, para Juan, es

glorificación del Hijo. Los últimos episodios de reconocimiento en el cuarto evangelio (20-

21), los encontramos en clave de reconocimiento del Resucitado: el encuentro entre Jesús y

María Magdalena que lo confunde con el hortelano y el signo de reconocimiento es el nombre

propio pronunciado por Jesús. Ante Él, María muestra también un signo de reconocimiento,

se lanza a sus pies; la confesión de fe de Tomás ante las “huellas” del crucificado y la escena

de la pesca en el lago de Tiberíades. En esta última, es el discípulo amado quien reconoce a

Jesús y que dice a Pedro: “Es el Señor”, ante lo cual Pedro se lanza al mar para ir a su

encuentro; el episodio culmina con la triple confesión de fe de Pedro.

El primer fundamento del reconocimiento, como hemos abordado, se centra en la

misma praxis de Jesús, a partir de los encuentros con diversas personas y que establece una

pauta de relación: la misericordia. Este encuentro es mutuo, se trata de reconocer a Jesús

como Mesías e Hijo de Dios, proceso al cual están invitados los discípulos pero que no

siempre se logra de manera clara e inmediata, como en el caso de Marcos o Mateo, pero que

implica un nivel mayor de profundidad, una confesión de fe que parte de la comprensión, se

afirma en los afectos y lleva a la acción. Es un proceso de fe en el Resucitado que implica a

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toda la persona, como hemos visto en Lucas y Juan, hasta en los elementos significativos de

la corporalidad y el lenguaje expresado113.

3. El Reconocimiento en la espiritualidad ignaciana

Este recorrido panorámico por los elementos de la praxis de Jesús, que aparecen en

los evangelios, nos permite plantear el centro de nuestro trabajo, la vinculación entre teología

y espiritualidad, a partir de la reflexión filosófica, en la que se origina el concepto de

reconocimiento y, como punto de llegada, la vinculación con la praxis cristiana. Este tercer

momento nos plantea el imperativo de la vinculación con la praxis, en otras palabras, la

frontera entre lo reflexivo y lo concreto, la línea entre la especulación y la acción. Por ello,

luego de partir de una fundamentación bíblica evidente, sostenemos que la manera de aplicar

el reconocimiento en la praxis cristiana cotidiana, es posible gracias a la espiritualidad,

entendida no solo como ascesis, sino concreta y explícitamente como praxis; la espiritualidad

ignaciana es la “mediación” que nos permitirá dar ese paso.

La Espiritualidad Ignaciana, es decir, la manera de vivir la espiritualidad según el

estilo de Ignacio de Loyola tiene, entre sus características fundamentales, dos elementos que

abordamos desde el reconocimiento, en primer lugar, la importancia de la relación personal

con Cristo a partir de un concepto que es el “conocimiento interno”, que traducimos como

reconocimiento; el segundo elemento es la consideración fundamental de la acción, culmen

de la relación con el Señor y manera práctica de evidenciar la vivencia de la

113 Para evitar equívocos o asociaciones forzadas, cerramos con el énfasis en el concepto de reconocimiento a

partir del análisis de diversos vocablos utilizados y sus vinculaciones con el proceso de fe que presentan los

evangelistas. El reconocimiento en el vocabulario neo-testamentario se asocia a los siguientes vocablos:

conocer, conocer a fondo, comprender, conocimiento, conciencia; sus voces griegas son ἐπιγινώσκω/ ἐπίγνωσις

y aparece un total de 18 veces en los sinópticos y un total de 47 en el resto del Nuevo Testamento, especialmente

en las cartas paulinas. En el caso de Juan, los vocablos utilizados presentan una estrecha relación entre el ver y

el creer (Ramos Pérez, Ver a Jesús y sus signos y creer en él, 14) y la especial distinción entre los verbos de

visión: βλέπω (ver físico), θεωρέω (ver cognitivo), οραω y θεάομαι (ver de fe, contemplar) que expresan un

proceso gradual de reconocimiento que parte del ver con los sentidos hacia el ver más profundo que es el de

comprender y contemplar, desde la fe. En Juan aparecen respectivamente βλέπω (x23), θεωρέω (x24), οραω

(x67) y θεάομαι (x6), es importante señalar que su presencia no se restringe solo a Jn sino a los 4 evangelios,

pero en el cuarto evangelio adquieren un matiz particular (Ramos Pérez, 15-16. Ortiz, Diccionario del NT, 59,

188).

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espiritualidad114con su dimensión apostólica115. Se abordarán estos elementos a partir del

texto fundamental ignaciano: los Ejercicios Espirituales, EE, y los diversos comentarios y

aportes de jesuitas peritos en la espiritualidad de su fundador. Conviene señalar que los EE

son una metodología espiritual, el texto en sí mismo plantea dicha metodología, las nociones

ignacianas y, evidentemente, muestra la teología subyacente así como su dimensión

antropológica, es decir, la persona considerada en su integralidad116; por ello nos

fundamentamos en los autores que han trabajado y analizado el texto ignaciano.

3.1 El conocimiento interno en los Ejercicios Espirituales

En el diccionario de Espiritualidad Ignaciana117 el apartado elaborado por Adolfo

Chércoles, S.J. presenta la siguiente definición de conocimiento interno:

El conocimiento interno en los Ejercicios no es una mera percepción personal de la realidad

referida sólo a la conciencia del que conoce y a la comunidad a la que pertenece. Nace de la

unión entre fe y vida, entre oración y trabajo, acción y contemplación. Es decir, nace de la

unión entre el conocimiento propio de las cosas y la conciencia. El conocimiento del Señor

tal como se busca en los Ejercicios es una percepción de todas y cada una de las cosas, de la

globalidad del mundo, referidas todas ellas al sentir y gustar interno del ejercitante y a su

pertenencia a la comunidad universal de la Iglesia.118

Dicha noción vincula tres dimensiones: personal, afectiva y espiritual. En el contexto de la

oración, es un don que se pide, una gracia del Espíritu en la interioridad; es algo muy íntimo

y particular, lo cual involucra a la persona en su propia historia, su biografía considerada

como historia, tiempo y proceso y que, finalmente, conecta afectividad y praxis. Como afirma

114 “San Ignacio nunca fue un teórico, lo que tiene que decirnos no se funda en una doctrina sino en una

experiencia personal que encuentra su garantía en las certezas interiores de las que va acompañada. No podemos

pues, captar lo que tiene de propio su enseñanza acerca de las verdaderas relaciones entre la oración y la acción

más que recorriendo ante todo las etapas de su itinerario de vida espiritual”. Giuliani, Acoger el tiempo que

viene, 159. 115 El fundamento apostólico de la espiritualidad ignaciana nace del presupuesto de los EE que afirma la acción

de Dios, a través de su gracia, en cada creyente y que se convierte en invitación generosa, a salir de sí y proliferar

en frutos de caridad. Ibíd., 197. 116 “Los EE anhelan una respuesta global del que los hace. Por globalización queremos entender la proporción

que llega a adquirir la opción que va a adoptar el ejercitante: tal opción ha de ser un seguimiento que asuma al

hombre entero, que esté anclado allí donde su libertad no admita más alienación alguna”. Ruiz Pérez, Teología

del camino, 61. 117 Si bien la noción de reconocimiento en el Diccionario aparece 65 veces, el concepto ignaciano más apropiado

y cercano a nuestra propuesta es el de “conocimiento interno”. Diccionario Espiritualidad Ignaciana, 400-408. 118 Ibíd., 322.

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Chércoles: “la praxis está ligada a la propia sensibilidad”119 y esta intuición ignaciana se

evidencia a lo largo del proceso de los Ejercicios.

Por otra parte, el concepto aparece en tres momentos claves del proceso de los EE, en

la primera semana, cuando se plantea la meditación sobre los propios pecados (EE 63) , en

la segunda semana, como “petición eje”, centrada en el conocimiento interno del Señor, en

clave de seguimiento y con una evidente vinculación con la praxis: “para que más le ame y

le siga” (EE 104); y finalmente en el culmen de la CPAA: “conocimiento interno de tanto

bien recibido para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir” (EE 233).

Esta última referencia nos conecta directamente con el reconocimiento, el conocimiento

interno, pasa por los afectos y tiene a la acción como finalidad. Chércoles afirma: “un

conocimiento según San Ignacio, no es interno si no se expresa en una praxis”. Este último

tramo del conocimiento interno, pasa por el reconocimiento de la “presencia sacramental de

Dios en la creación”120, y se traduce en una actitud de agradecimiento y reciprocidad que

lleva a la praxis.

Ignacio Iglesias121 por su parte, afirma sobre el conocimiento interno: “(...) un

conocimiento total que moviliza toda la capacidad cognoscitiva y aprehensiva, también y

muy principalmente la de su mundo afectivo, que no termina en un enriquecimiento de ideas

sino en una adhesión”122. En este sentido, se da una ampliación del concepto, gracias al matiz

del autor, en el cual se hace referencia a la vinculación o adhesión que fundamenta la relación

personal. Se trata de un conocimiento que: “es equivalente al conocer bíblico de San Juan o

al de esa misteriosa acción del Espíritu en el hombre interior, cimentando y haciendo crecer

un amor que conoce”123. En otro espacio dirá: “responde al conocer bíblico, que no es solo

ciencia sino vida; no es solo acto intelectual sino relación existencial, experiencia de algo,

relación personal con alguien que implica simpatía, afecto, intimidad y que, en definitiva, es

119 Ibíd., 401-403. 120 Ibíd., 404-405. 121 Ignacio Iglesias González (1925-2009), nació en Salamanca y en 1941 ingresó en la Compañía de Jesús, en

la cual fue Provincial de España, asistente del Padre Arrupe en Roma, durante su generalato. Asumió la

dirección del Secretariado de Ejercicios Espirituales y de la revista Manresa, mundialmente reconocido en su

pericia sobre los Ejercicios Ignacianos. 122 Iglesias, Sentir y cumplir – Escritos Ignacianos, 51. 123 Ibíd.

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don divino”124. Los énfasis de Iglesias nos sitúan en el contexto de la experiencia y del

discernimiento.

Por su parte, Gastón Fessard, S.J. filósofo y teólogo francés muy cercano a los

estudios hegelianos, desarrolló en su obra La dialéctica de los EE de San Ignacio de Loyola,

la vinculación de la espiritualidad ignaciana con la praxis: “los EE son un código práctico

(...), una guía para la acción, no una doctrina”125. Si bien no nos centramos en la totalidad de

la propuesta del autor, nos parece sugerente y pertinente su enfoque sobre dos elementos

centrales de nuestra propuesta, la lectura de la acción (praxis) y su relación con el

reconocimiento. Nos centramos en sus comentarios a partir del análisis de la CPAA126,

síntesis, culmen y cierre de los EE. Fessard presenta los movimientos dialécticos que

encierra, desde los presupuestos (EE 230-231), el amor puesto en las obras antes que en las

palabras y la definición del amor: comunicación de dos partes. El primero es un “amor

activo” y la segunda una “relación existencial de reciprocidad”127 que encierra un

movimiento dialéctico en el intercambio de dos libertades que se basan en el conocimiento

del Tú. Junto a estas dos notas de Ignacio, está la petición que se centra en nuestro tema, en

palabras del autor: “el conocimiento que reclama un reconocimiento a partir de la inteligencia

de la reciprocidad del amor”, movimiento integral que conduce al acto libre128.

La relación de reciprocidad, incorpora un elemento histórico fundamental para el

autor: la memoria, la consciencia histórica de uno mismo y en un contexto más amplio de

historia de la salvación. Este movimiento es un “conocimiento global y objetivo que se

despliega en la misma proporción a un reconocimiento subjetivo para que se instaure, entre

Dios y el creyente, esta comunicación de los dos partes en que consiste el amor”129. El

conocimiento es condición de posibilidad del reconocimiento que actualiza la reciprocidad.

Por otra parte, la memoria, y el “reflectir en mí mismo” permite la reciprocidad a partir de la

conexión de los elementos racionales y afectivos de la propia historia.

Hay una curiosa referencia a la acción en forma de trabajo que tiene un trasfondo

ignaciano que aparece en tres ocasiones: en el Llamamiento del Rey de la Segunda Semana

124 Ibíd., 89. 125 Fesard, La dialéctica de los EE, 11. 126 Contemplación para alcanzar amor, EE, 230-237. 127 Fesard, La dialéctica de los EE, 188. 128 Ibíd., 189. 129 Ibíd., 193.

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y se constituye en la invitación del Rey Eternal: “quien quisiere venir conmigo ha de trabajar

conmigo” (EE 95) y que prefigura las penas y los gozos de las Tercera y Cuarta Semanas.

Esta referencia nace y se condensa en la manera de trabajar de Dios de la CPAA: “Dios

trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est habet se ad

modum laborantis” (EE 236). La acción de Dios se traduce en el trabajo para el bien del

hombre, otro rostro de la reciprocidad130. En este punto insiste también Parra cuando afirma,

desde el tercer momento de la teología de la acción, que la espiritualidad ignaciana es

esencialmente una espiritualidad de la acción, que conjuga la acción de Dios en la acción del

hombre en un campo concreto: el trabajo131.

Finalmente, en el Tomad Señor y Recibid, está la muestra del reconocimiento y el

tránsito a la acción. La oración expresa la unión entre la libertad del hombre y la de Dios, a

través de la propia existencia y la propia historia expresado en “tres todos”: “toda mi

libertad”, “mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad”, “todo mi haber y mi poseer”,

que remarcan el carácter integral de la entrega. En un segundo plano, se plantean las

polaridades de la reciprocidad: yo-tu y en el tornarlo todo, el centro del reconocimiento

ignaciano según Fessard, quien afirma: “he aquí el reconocimiento o gratitud que se funda

en el conocimiento”, la reciprocidad circular de un amor personalizado y personalizante y

que se relaciona con la libertad de la entrega a la libertad divina futura en términos de

voluntad; esta oración es sintesis tambien de pasado, presente y futuro132. Aunque Fessard

lleva a otro punto la circularidad de los EE, para asociarla a la circularidad hegeliana del

Saber Absoluto, y en ello, resta importancia a la acción; consideramos muy pertinentes sus

reflexiones en torno al concepto de reconocimiento en Ignacio; nos ofrece, con todo, una

visión panorámica desde una postura diversa.

3.2 El conocimiento interno en la experiencia espiritual

El conocimiento interno para San Ignacio es la confluencia de la acción divina en la

acción humana, y como tal, no escapa a todas las dimensiones de la persona, especialmente

130 Ibíd., 201-202. 131 Notas de clase, Teología de la Acción – Planificación, PUJ, I Sem 2017. 132 Fesard, La dialéctica de los EE, 206-209.

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las más profundas, como es la propia afectividad y la capacidad de actuar. El mundo de los

afectos y deseos son el detonante del proceso espiritual que se evidenciará en la praxis: “el

amor se ha de poner más en las obras que en las palabras” (EE 230). El conocimiento interno

además está conectado con la capacidad de “reflectir”133 y de “discernir”134, dos conceptos

ignacianos que hacen referencia a la importancia de asumir la fe de manera personal e

integrarla desde la propia historia. Si bien no es el énfasis de nuestro trabajo, conviene

mencionarles en tanto que son parte de un solo y mismo proceso, la vivencia de una

espiritualidad que parte de la persona y todas sus capacidades, que nace de la relación afectiva

con Cristo y que se proyecta a la acción y al compromiso. En otras palabras, se trata de la

consideración de la fe como un proceso que involucra a todas las dimensiones de la persona,

que tiene un punto de partida: el conocimiento interno y un punto de llegada: la acción135.

En efecto, el conocimiento interno es, en la espiritualidad ignaciana, condición de

posibilidad del discernimiento, proceso por el cual se internaliza y asimila las mociones del

Espíritu y se da paso a la praxis. Nuevamente, Iglesias hablará, a propósito de la repetición,

uno de los métodos de oración de los EE: “interiorizar la experiencia realizada prestando

especial atención a las manifestaciones vivas del Espíritu, hechas historia, y disponiéndose

mediante esa pausa a que el Espíritu la continúe, la grabe aún más a nivel de conciencia y

asimilación de la misma”136. Cuando hablamos de experiencia espiritual, se trata de mantener

cierta continuidad en la vida cotidiana, para lo cual el mismo método de los ejercicios

propone el “examen diario” o la pausa ignaciana, espacio de oración que, al final del día,

133 Reflectir para San Ignacio es: “una reflexión creyente que acompaña lo vivido, entra en los por qué y para

qué de lo experimentado y codifica lo que pasó, cómo pasó y por qué pasó. Esta reflexión creyente (o fe

reflexiva) constata fenómenos, identifica transformaciones personales con su inevitable reflejo social, establece

relaciones internas entre dichos fenómenos, verifica insistencias y llega a concluir dinamismos abiertos que

brindar a otros y por los que otros se empiezan a interesar”. Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, 239. 134 Iglesias define así el discernimiento ignaciano: “(...) el discernimiento es nuestro modo pleno de respirar, de

vivir y de decir la fe. De afirmar con hechos (vida) y de verdad, que nos debemos a la voluntad amorosa,

convocante de Dios y que nos comprometemos con las nuestras, conjuntados a cooperar con ella. (...) Vivir la

fe es caminar con nuestra voluntad injertada en la del Padre, salidos de nuestra voluntad y volcados

voluntariamente en la Suya, que es operativa, da vida, conduce a la acción. Eso es creer”. Ibíd., 336. 135 Ruiz Pérez afirma que el entendimiento y afecto, en los EE, tienen un rasgo eminentemente activo, a pesar

de la tensión dramática que tradicionalmente los ha presentado como opuestos, especialmente en los

Directorios, pero que tienen siempre un punto de fuga: la voluntad, pues “lo que se busca es aterrizar

comprometidamente en lo real” Ruíz Pérez, Teología del camino, 101.

Ruiz Pérez aporta una secuencia al discernimiento, a partir de la experiencia biográfica de Ignacio: lo afectivo

da paso a lo cognitivo y ello a una lectura “teológica”, es decir de fe, que moviliza la acción expresada en

términos de peregrinaje, de ponerse en camino. Ibíd., 175-177. 136 Iglesias, Sentir y cumplir – escritos ignacianos, 83.

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retoma la praxis, en clave de discernimiento, para una mayor profundización de la relación

con Dios. El conocimiento interno, que asociamos al reconocimiento, en este punto tiene un

rol clave en la experiencia de Dios, es la capacidad puesta por obra, que permite fortalecer el

camino recorrido y evidenciar los avances o retrocesos.

El P. Kolvenbach137, maestro y pragmático, presenta además tres dimensiones más

concretas del conocimiento interno ignaciano, a partir de su análisis del texto de los

Ejercicios: la relación con el diálogo, la imaginación y la dimensión corporal. Kolvenbach

presenta, inicialmente, la dimensión espiritual en la que se enmarca el conocimiento interno:

es una petición y una finalidad, es un proceso y camino al mismo tiempo. Este camino se

logra a partir de la oración ignaciana, en diversos métodos, entre ellos la repetición138, los

coloquios y la contemplación, en los cuales se plantea una relación fundamental entre Dios

y el ejercitante. En dicha relación, el proceso considera en un primer nivel de diálogo, pues

en efecto, la oración cristiana se entiende como ese diálogo, la conversación que fluye en

confianza y en una dinámica narrativa, que permite el compartir la intimidad. Este primer

nivel de conversación, tiene como mediación a la Palabra, en todo su sentido teológico y

espiritual, pero con un énfasis en la palabra bíblica; este diálogo permite el conocimiento del

Señor, Verbo/Palabra de Dios139. La relación, en clave de diálogo y acción, aparece en la

formulación que San Ignacio hace del coloquio de los EE: “una conversación de un amigo a

otro”, “imaginándome, en el coloquio, a Cristo puesto en Cruz y preguntarme: qué he hecho,

que hago y que debería hacer por Él”140.

El segundo nivel, a partir de este trasfondo que nos ofrece la oración ignaciana, es el

uso de la imaginación, capacidad humana que, por antonomasia, desata la creatividad y

mediación afectiva. El autor nos plantea la relación entre creatividad y afectividad que se

desarrolla en la oración de contemplación de las escenas de la vida del Señor, especialmente

a partir de la Segunda Semana de los EE. Este ejercicio de la imaginación vincula al creyente

directamente con los personajes, le permite dialogar e interactuar con ellos, e incluso ponerse

137 Peter Hans Kolvenbach, S.J. (1928-2016), fue Superior General de la Compañía de Jesús, especialista en

linguística, teología espiritual y espiritualidad ignaciana. 138 “la repetición (ignaciana) constituye, de hecho, una optimización de las posibilidades de la meditación,

porque facilita el paso a una intervención decisiva del afecto, neutralizando la lógica distractiva del

entendimiento” y que conducen a la voluntad. Ruiz Pérez, Teología del camino, 104-105. 139 Kolvenbach, Decir al indecible, 45-46. 140 EE, 53, 54.

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en su lugar. La contemplación ignaciana es, en efecto, un ejercicio de imaginación, aplicación

de sentidos y composición del lugar, que es capaz de considerar elementos afectivos y

efectivos en algunos aspectos de la vida del Señor. Para ejemplificar este punto, Kolvenbach

presenta la importancia de las escenas de la infancia de Jesús, que superan su historicidad.

En dichas escenas, se nos presenta un rasgo central presente en la tradición de la

espiritualidad cristiana: el niño Jesús y detrás de él, la consideración del misterio de la

encarnación y todas sus implicaciones cristológicas141.

Este punto nos lleva a considerar, la última dimensión del conocimiento interno: la

importancia de la corporalidad, en su potencial de mediación y conexión con la realidad. Dios

encarnado, hecho hombre, asume la corporalidad para, a través de ella, establecer una

relación, cuyo origen ignaciano es el conocimiento interno. Kolvenbach lo expresa así:

Todo el libro de los EE respira confianza en el compuesto humano y procede de la convicción

de que Dios se hará conocer y reconocer, no cuando nos reducimos a ser un puro espíritu o

cuando constreñimos la dualidad de alma y cuerpo a una oposición irreductible sino cuando

ordenamos esta dualidad en un diálogo constitutivo y constructivo. Es la razón por la que San

Ignacio no sólo se contenta con señalar una analogía entre los ejercicios espirituales y los

físicos sino que elabora toda una estrategia espacial y toda una red de tiempos para disponer

el alma, perfectamente consciente de que es por medio de su cuerpo como se compromete el

hombre en el tiempo y en el espacio y de que es así como el cuerpo constituye la condición

de toda apertura y relación con el mundo, con los demás y con el Totalmente-Otro, que es

Dios. Esta es la confianza asumida por el Verbo Encarnado.142

Es en el cuerpo y a través de él, que establecemos nuestra relación fundamental creyente y

que nos permite operar el reconocimiento que lleva a la acción, traducida en compromiso

espacio-temporal con una realidad concreta.

El ejercicio de mirar de cerca una espiritualidad concreta, como la ignaciana, nos

permite reconocer la vinculación fundamental entre la fe y las obras, entre el Espíritu y su

“movimiento”, entre la contemplación y la acción. Ignacio, consciente de esta vinculación,

plantea la CPAA como cierre de los EE y como un impulso para volver a la vida cotidiana y

asumirla desde lo vivido, comprendido y reconocido en la oración. Su máxima “el amor se

ha de poner más en las obras que en las palabras”, nos abre la puerta de la praxis, el amor es

acción y evidencia del reconocimiento. Por ello, como cierre del capítulo, presentamos la

centralidad de la praxis cristiana.

141 Kolvenbach, Decir al indecible, 79-87. 142 Ibíd., 105-106.

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4. Conclusión: Praxis cristiana y reconocimiento.

Hemos esbozado algunos aspectos del reconocimiento, como un elemento presente

en teología. Sus orígenes filosóficos y su vinculación con diversas comprensiones de la

praxis, especialmente desde la Teoría Crítica, nos permiten una comprensión y valoración

del campo de la acción humana. Desde varios autores y el desarrollo de algunos de sus

elementos, evidenciamos la importancia del reconocimiento como noción fundamental de la

fe, que se exterioriza, se expresa y permite la vivencia de otros procesos. El énfasis está en

la praxis, al que pasamos no sin antes recoger los aportes al reconocimiento desde las dos

claves presentadas en el presente capítulo: raíces bíblicas y espiritualidad ignaciana.

En efecto, la importancia del reconocimiento radica en su ampliación del concepto de

fe y su función como condición de posibilidad para una relación de apertura, confianza,

implicación y afirmación, que posibilita el encuentro y configura la identidad. Una fe que

hunde sus raíces en las entrañas del texto bíblico y la comprensión original del conocimiento,

base de toda relación positiva y profunda. Jesús conoce al Padre y conoce a los suyos, nos

plantea el cuarto evangelio; el proceso de fe que profundiza el acontecimiento pascual es acto

de reconocimiento del Resucitado, como lo afirma la comunidad lucana en clave catequética

y sacramental. La presencia del Señor que está latente en su creación, se desvela gracias al

reconocimiento, esta es la intuición ignaciana trascendental. Dios vivo actuando y siempre

presente, busca ser reconocido por el creyente y este reconocimiento es condición de

posibilidad de la acción que nace de la fe, es la clave de la praxis cristiana que reconoce al

Creador en las criaturas, al Resucitado en cada hermano y en la comunidad que se reúne en

su nombre. El reconocimiento, como no podía ser de otra manera, se dirige directamente a

los hermanos más pequeños o más débiles, como lo asegura la amplia tradición de la Iglesia

a partir del texto de Mt. La opción de Jesús por los más débiles es asegurada por su praxis y

la Iglesia ha tratado de continuar con su ejemplo, sin embargo, este es el punto más complejo

en la actualidad eclesial.

Retomando el punto de partida del presente capítulo, que nos situaba en la Iglesia

actualmente, queremos cerrar, gracias a los aportes de la espiritualidad y la praxis, en un

concepto clave: la praxis cristiana. En un intento de renovación y respuesta, el papa Francisco

ha dado un fuerte impulso a la renovación y la verdadera comprensión de lo que significa la

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praxis cristiana; recuperando, incluso teológicamente, los rasgos de acogida, misericordia,

apertura y ternura, característicos de Dios y sus implicaciones para la Iglesia. Si contrastamos

la praxis eclesial con la praxis de Jesús, encontramos una dolorosa contradicción y una brecha

que, en apariencia, estaría hablando, como lo hacen actualmente diversos autores, de una

superación del catolicismo, del fracaso del mismo o, en expresiones más retóricas, de una era

“pos-cristiana”. Los valores profundamente humanos del cristianismo siguen vigentes,

incluso a pesar de las falencias eclesiales; pero, en muchos sentidos, es necesaria una

conversión y renovación de la praxis.

Por ello, consideramos que un aporte a dicha necesidad es la propuesta del

reconocimiento como praxis cristiana. El reconocimiento como capacidad espiritual y como

actitud humano-cristiana, que afirma, involucra, piensa, siente y actúa. El reconocimiento es

la condición de posibilidad de una relación humana y espiritual profunda. Desde su

formulación teológica, también es un intento de sumarse a los esfuerzos eclesiales por lograr

una verdadera praxis cristiana, una manera de acción consciente y concreta; un aporte al

llamado de una “Iglesia en salida” y en la calle (papa Francisco) para evidenciar ese real

compartir “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro

tiempo, sobre todo de los pobres y los que sufren” (GS 1). Es interpelante la voz de tantos

cristianos comprometidos con las luchas sociales, insertos en la vida académica, cultural,

política y económica; o que buscan un espacio de identidad en la iglesia, desde su

discapacidad o su homosexualidad.

La Iglesia católica es una institución humana y, como tal, sujeta a sus normas y

limitaciones. Pero también es una institución divina, asistida por la acción de Dios, incluso a

pesar de las graves carencias de sus integrantes, especialmente de sus líderes y pastores. Es

una comunidad enriquecida con relaciones fundamentales y vínculos trascendentes, con una

historia amplia de aciertos e intentos de acercarse más a la praxis de su Maestro a través del

“ritmo” de las diversas épocas y culturas. Se enriquece con la plenitud y salvación que le

viene de Dios, que no es otra cosa que el deseo profundo de superación y elaboración

continua, el movimiento del Espíritu al que estamos llamados a discernir, acoger y vivir. La

posibilidad de “elaboración”, plantea nuevos horizontes y nuevas formas, permite la

superación y la creatividad. Permite rescatar el ethos originario del cristianismo y poner la

balanza en medidas justas: la importancia de la acción del ser humano desde la libertad y la

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acción de Dios a través de su gracia. El dinamismo de la Iglesia es fruto del Espíritu; si

permanece estática, es presa de intereses egoístas y particulares o de una institucionalización

extrema; pero libre y en movimiento, es muestra clara y viva de la presencia y acción de Dios

en el mundo y en la historia. Un Dios presente en todas las cosas, un Dios que sigue creando

y trabajando, un Dios que muestra su amor “más en las obras que en las palabras”.

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A MANERA DE CONCLUSIONES

El camino recorrido…

El reconocimiento es un concepto presente en nuestra sociedad de diversas maneras

y con varios contenidos, principalmente, se asocia con los merecimientos o premios ante una

acción significativa, sea en el campo humanitario, socio-político, académico o deportivo.

Aunque la intuición común considera que, para efectuarse el reconocimiento, priman las

acciones antes que las palabras, la noción trasciende lo material y cognitivo. Desde sus

orígenes, el reconocimiento se enmarca en un contexto de actitudes, de aceptación, acogida

y reivindicación; al no efectuarse, genera una necesidad, en la línea de valorar las

características, derechos, presencia e identidad del otro. Por ello, se habla de un concepto

integral, que apunta a las actitudes e involucra la racionalidad, afectividad y capacidad de

acción del ser humano. Precisamos esta definición del reconocimiento: un proceso de

afirmación existencial, que involucra razón, afecto y acción, condición de posibilidad de la

experiencia de fe. Por otra parte, posibilita las relaciones humanas fundamentales: con Dios,

consigo mismo, con los otros y con el mundo.

El reconocimiento surge en las intuiciones del joven Hegel y quiere responder al

racionalismo absoluto y a la perspectiva moderna del conocimiento considerado como la

relación epistemológica entre sujeto y objeto. Hegel, en su Sistema de Eticidad, plantea una

relación más rica y compleja entre sujeto(s) y sujeto(s) que da origen a la sociedad y por ende

pertenece al campo político, pero que puede ampliarse, en su sentido más global y humano

de política, siguiendo las intuiciones griegas. En este sentido, el reconocimiento se define

como la condición de posibilidad personal para establecer una relación integral (cognitiva,

afectiva y activa), entre sujeto y sujeto, que desemboca en las relaciones sociales y la

constitución de la sociedad. La Teoría Crítica y específicamente Alex Honneth, retoman las

intuiciones hegelianas juveniles sobre la relación de este proceso de reconocimiento con las

tres esferas de la vida social: Familia-Sociedad Civil-Estado.

Honneth, a partir de Hegel, muestra de manera radical la necesaria vinculación del

reconocimiento en las dinámicas sociales de la intersubjetividad. Gracias a los aportes de

Rendón y Valls, podemos ver claramente el elemento religioso en el planteamiento. Honneth

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articula la importancia de la primera esfera como el espacio inicial y primario de la

conformación de la identidad y la presencia de las primeras figuras e instituciones. Entre

ellas, identificamos a la institución religiosa como uno de los primeros espectros particulares

y culturales de la persona. El reconocimiento religioso aporta un elemento crucial a las

relaciones, la trascendencia y sus consecuencias éticas, de la mano de la vinculación con la

representación de la divinidad. Pero, como elemento ineludible, se plantea el mismo derrotero

del reconocimiento en el campo político y en el religioso, una intersubjetividad que puede

ser horizontal o vertical y que nos llevan al concepto de lucha y a los peligros de un no-

reconocimiento. Al reconocer al otro como miembro activo de un grupo, más allá de lo

jurídico, se trata de una nueva lógica o racionalidad, un paradigma que posee un asidero ético.

Desde este marco conceptual, se propone la reflexión sobre el proceso de

reconocimiento en el contexto teológico, también considerado desde su vinculación social.

Si bien, el punto de partida de este proceso es la filosofía política y la filosofía de la religión,

se encuentran diferentes y fundamentales vinculaciones con la teología actual católica,

desarrollada en la etapa post-conciliar. La vinculación surge de la misma auto-comprensión

de la teología como ejercicio intelectual y en relación con las diversas disciplinas académicas,

especialmente las ciencias sociales.

Finalmente, gracias a los aportes de la Teoría crítica y el desarrollo de Axel Honneth

de la teoría hegeliana de las tres esferas (Familia-Sociedad civil-Estado), se puede aplicar el

reconocimiento a un círculo humano como la religión, siendo uno de los contextos

fundamentales de sociabilidad de toda persona. Así, el reconocimiento se enriquece con una

perspectiva integral que involucra los elementos esenciales de la persona y se consideran

especialmente la dimensión afectiva y de relación-praxis. Se puede plantear entonces, desde

la teología, una triple esfera: Familia-Comunidad-Iglesia y establecer los elementos

fundamentales que las constituyen, en un proceso de reconocimiento de sí, del otro, del

mundo y del gran Otro, en las dimensiones religiosas de interioridad, comunidad y

trascendencia.

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Reconocimiento y teología

En el campo religioso se opera una ampliación del significado del reconocimiento,

pues no se trata solamente de reconocer a una persona en su condición y sus derechos, sino

su dignidad espiritual y trascendente. Este acto se realiza dentro de una comunidad creyente,

que reconoce también a la divinidad en ella, su acción en el mundo y las dinámicas que se

generan en su entorno. Si bien, en el campo de la teología católica, no se ha abordado el

concepto de reconocimiento, la noción está presente en varios de sus documentos, autores y

prácticas, sobre todo a partir del Vaticano II. Podemos rastrear el recorrido del

reconocimiento y remontarnos a los textos bíblicos para extraer su sentido, desde la misma

praxis de Jesús y la experiencia pos-pascual de la comunidad. En este sentido, hablamos de

reconocimiento como una noción muy presente en el cristianismo, pero no trabajada de

manera suficiente y explícita.

En el campo teológico, las nociones fundamentales que les son propias, pueden y

deben desarrollarse en consonancia con la actualización del mensaje cristiano y la respuesta

de la Iglesia a los nuevos desafíos de los tiempos actuales. Por ello, los textos analizados,

especialmente en el segundo capítulo, son parte de este bagaje y tienen en común la presencia

de la noción de reconocimiento. A partir de este análisis, nos ubicamos en los esfuerzos por

consolidar la relación entre fe y vida, entre teoría y praxis y las diversas relaciones y

consecuencias en las esferas del acontecer cristiano. Se observa incluso la influencia del

reconocimiento en distintas disciplinas que conforman el saber teológico que, sin ánimo de

abarcarlas de manera exhaustiva, y reconociendo los límites de la presente investigación, se

sugieren las pautas que servirán como eje transversal para ponerlas en interacción.

En conexión con el Vaticano II, y desde el ejercicio de volver a las fuentes, nos

acercamos especialmente a la Constitución pastoral Gaudium et Spes, que establece la

importancia de la relación entre Iglesia y el mundo. En dicho documento, el reconocimiento

está presente en varias ocasiones y como un proceso que implica diversas dimensiones: la

dignidad de la persona humana, la socialización dentro de una comunidad humana, el aporte

específico del cristianismo y de la Iglesia a la humanidad. En GS encontramos la noción de

reconocimiento como eje articulador de una dinámica espiritual, se trata del reconocimiento

de Dios, del otro como prójimo, de sí mismo, de la creación, del pecado y de la acción

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salvífica. Este proceso de reconocimiento supera la dimensión conceptual y se traduce en el

campo de la acción, es decir, la praxis; con ello, involucra diferentes implicaciones para la

teología católica, en sus aspectos morales, eclesiológicos, litúrgicos, etc.

El sustento del reconocimiento, en teología, nace en la reflexión bíblica, con un

marcado énfasis en los escritos joánicos y lucanos. El mismo proceso de fe pos-pascual es

entendido e interpretado como un reconocimiento del resucitado y una invitación profunda y

personal al seguimiento que, a su vez, se traduce en la conformación de la Iglesia, como

comunidad creyente bajo la acción del Espíritu. Al acercarnos al NT, encontramos al

reconocimiento en el centro de la experiencia de fe de la comunidad cristiana, desde

elaboraciones más específicas: el reconocimiento de Dios y de la trascendencia, de la

condición humana, de los demás, del pecado y la gracia, de la vocación divina particular, etc.

El concepto de reconocimiento, inicialmente aparece en el NT como ὲπίγνωσις:

conocimiento, conciencia, reconocimiento, y su ejercicio en el verbo ἐπιγινώσκω: conocer a

fondo, comprender.

Reconocimiento, espiritualidad ignaciana y praxis

Finalmente, por razones de afinidad y de historia, apelamos a una de las

espiritualidades dentro de la Iglesia que, con razón, puede definirse como espiritualidad del

reconocimiento y de la acción y se trata de la herencia de Ignacio de Loyola. En el libro de

los Ejercicios Espirituales planteará, de manera práctica, la importancia del proceso de fe,

desde el reconocimiento, concepto que recibe el nombre de “conocimiento interno”. El

proceso de reconocimiento, así entendido como un proceso espiritual, presenta la importancia

de un elemento integrador de la dinámica espiritual del creyente. No se trata de un

conocimiento racional solamente, sino de un proceso de vinculación personal con el Señor,

que lleva a su seguimiento y que, en términos de lucidez y claridad, son obra del Espíritu. El

conocimiento interno de Dios y de sus obras, contiene un acentuado elemento afectivo y que

se proyecta para el campo de la acción y el compromiso. Se trata de la experiencia personal

fundamental que abre al creyente a la presencia divina, a la dimensión comunitaria y a la

acción.

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Los autores contemporáneos nos ayudaron a establecer las relaciones de diálogo entre

reconocimiento y las diversas disciplinas de la teología. A manera de conclusión y con una

clara intención de llevar al reconocimiento al campo de la acción en la Iglesia actual,

planteamos un ejercicio de reflexión, análisis e involucramiento profundo. Se trata de una

invitación al compromiso, partiendo de los cuestionamientos e interrogantes contemporáneos

y retomando la invitación del Papa a mantener el diálogo y procurar una comprensión de los

temas sensibles en la Iglesia, que ha evidenciado su pontificado. Las repercusiones para la

vida eclesial, implican diversas dimensiones internas y externas, iniciativas y propuestas;

pero lo fundamental, está en el corazón del creyente que reconoce al Señor en su praxis

cristiana, invaluable, dentro de la acción eclesial.

La praxis cristiana del reconocimiento

A partir de nuestras consideraciones y del análisis realizado, tanto en el ambiente

social, gracias a Honneth, como en el ambiente eclesial, gracias a Rahner, concluimos que el

centro de diversas problemáticas está en la evidencia de un no-reconocimiento en la Iglesia.

Se trata de una actitud oficial acompañada, en diversos ambientes, de la ausencia de criterios

evangélicos y humanos, en el sentido de valores y sensibilidad. Esta es la causa de diversos

fanatismos o posturas totalizantes, que eliminan la dignidad personal y grupal. Si lo

consideramos desde, al menos tres enfoques específicos mencionados: eclesiología, moral y

liturgia, tal vez los más visibles, encontramos graves contradicciones.

En la opinión pública, la mayor parte de la percepción de la vida de la Iglesia se reduce

a una constatación de la rigidez, censura y hermetismo de una institución anquilosada y no

dispuesta, al menos en apariencia, a repensar ciertos elementos de sus posturas. Si pensamos

en las personas concretas y las colectividades, observamos diversos grupos no-reconocidos,

como la mujer, siendo el público mayoritario en la iglesia, los laicos y especialmente los

jóvenes, público relegado o alejado, los más débiles y vulnerables, preferidos de Jesús;

irónicamente quienes son el foco muchas veces de acciones violentas y discriminatorias por

diversos motivos, racial, social, credo religioso, identidad sexual, etc. Quienes eran,

inicialmente, el tesoro de la Iglesia, son las primeras víctimas del no-reconocimiento.

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Ante esta situación actual, compleja y dolorosa, presentamos la importancia y

vigencia del reconocimiento como praxis. Si retomamos las tres esferas en su dimensión

teológica: Familia-Comunidad-Iglesia, podemos afirmar que el reconocimiento es una

capacidad y un proceso. En el primer caso, es un elemento particular, condición de

posibilidad de la fe y que involucra a toda la persona, es la estructura interna fundamental

que permite al creyente asumir su fe de manera existencial. En tanto proceso, es una

construcción comunitaria, que parte de la familia y que se continua en la comunidad de

referencia más cercana y que concluye con la consciencia de la pertenencia a la Iglesia. Una

primera necesidad de praxis es la consideración de la familia como ambiente donde nace la

fe, la iglesia doméstica que forma la identidad religiosa del creyente y que, en un segundo

momento, de mano de la comunidad de referencia, necesita de una experiencia legítima de

catequesis y formación. Finalmente, el compromiso maduro del cristiano frente a su rol en la

Iglesia y ante el mundo. Para la Iglesia, las preguntas surgen espontáneamente: ¿cómo está

la preocupación por el ambiente familiar?, ¿Cómo está nuestra catequesis, nuestros grupos

infantiles y juveniles?, ¿Cómo aseguramos o fortalecemos el compromiso de los

confirmados, asumiendo su buena formación?, ¿Cómo acompañamos a las parejas en su

noviazgo y su decisión de contraer matrimonio y formar una familia?.

Hemos considerado la realidad de incoherencia en la Iglesia y sus facetas de no-

reconocimiento. Si permanecemos en un constante lamento, nuestro derrotero es oscuro y

negativo; pero si planteamos el reconocimiento como praxis cristiana, encontramos algunas

luces. La importancia de renovar y fortalecer la formación en la fe, nos lleva a repensar las

bases teológicas desde las que partimos, la manera de vivir la fe en familia y comunidad,

tanto en la liturgia como en la caridad, el involucramiento y la expresión de nuestro pensar y

sentir en la Iglesia. Y añadimos algunas preguntas que siguen surgiendo: ¿Cómo es nuestra

concepción de Dios, de la fe y de nuestra pertenencia a la Iglesia?, ¿Cómo vivimos nuestras

celebraciones y nuestro compromiso con la realidad?, ¿Cómo vinculamos nuestra fe con

nuestra vida?.

Finalmente, y de manera radical, la necesidad de un ejercicio de discernimiento

personal y comunitario sobre nuestra capacidad de reconocer. Este punto nos lleva

claramente al proceso de reconocimiento esbozado en sus diversas dimensiones y

especialmente, dentro de la opción preferencial por los más débiles, mirar la praxis de Jesús.

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El creyente reconoce realmente a Dios como el Señor de la vida y de su vida, el

reconocimiento de su presencia amorosa en toda la creación, el reconocimiento de uno mismo

como creyente, con sus luces y sombras, el reconocimiento del otro de manera radical, como

hermano, hijo de un mismo Padre y con su dignidad humana y espiritual. El reconocimiento

de la importancia de la propia praxis cristiana, es fundamental para la comprensión de la

respuesta al llamado divino. Ante esto nos planteamos: ¿Cómo miro a mi hermano?, ¿Cómo

mi praxis refleja un reconocimiento o no-reconocimiento?, ¿Cómo puedo dar pasos de

crecimiento en mi fe expresada en mi praxis cotidiana?

Ante esos interrogantes, queremos retornar, desde el reconocimiento como praxis, a la

manera divina de responder, al estilo de Jesús: acoger, perdonar, curar, cuidar, apoyar y

afirmar. Espero que este pequeño ejercicio de reflexión teológica, nos ayude a fortalecer la

fe, a reconocer al Señor cuando arde el corazón, cuando explica las Escrituras y parte el pan,

a reconocerlo en cada hermano y en cada gesto y acto cotidiano.

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