Tema 2 la novedad del cristianismo

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Página1 Página1 Juan Pablo II, en un encuentro con 4000 peregrinos en el año 2000 en la plaza de San Pedro del Vaticano, definió la auténtica novedad del cristianismo como el hecho de poder llamar a Dios “Papá”. Esta novedad choca frontalmente con la concepción de Dios en el contexto de otras grandes religiones, donde es visto como un ser lejano, al margen de la vida del ser humano. En el cristianismo, nos dice el Papa Juan Pablo II: “Quien hace verdaderamente la experiencia del amor de Dios, no puede dejar de repetir con una emoción nueva la exclamación de la primera carta de Juan: Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos (1Juan 3, 1)” Dios no es para el cristianismo algo ajeno a nosotros, sino que es alguien presente en nuestra vida. La fe comienza en el bautismo, donde recibimos la fuerza del Espíritu Santo, pero necesita de la experiencia personal de ese Amor de Dios para poder sentirnos verdaderos hijos amados por el Padre. El cristianismo tiene como finalidad principal provocar ese encuentro. No se trata de realizar unos ritos o repetir unas oraciones, sino que esos ritos y esas oraciones han de surgir en el cristiano como una necesidad interna. No vamos a misa a escuchar la cura, o a cumplir un precepto; sino a celebrar el misterio cristiano que nos hace encontrarnos cara a cara con Aquel que sabemos que nos ama, y lo encontramos en la celebración y en las palabras del sacerdote y, de una manera especialísima en la Comunión. No rezamos oraciones para cumplir con la tradición o sin sentido, sino que hacemos de la oración ese diálogo personal con quien sabemos que nos escucha; es un diálogo de amigos, no un monólogo.

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Juan Pablo II, en un encuentro con 4000 peregrinos en el año 2000 en la plaza de San Pedro del Vaticano, definió la auténtica novedad del cristianismo como el hecho de poder llamar a Dios “Papá” . Esta novedad choca frontalmente con la concepción de Dios en el contexto de otras grandes religiones, donde es visto como un ser lejano, al margen de la vida del ser humano. En el cristianismo, nos dice el Papa Juan Pablo II: “Quien hace verdaderamente la experiencia del amor de Dios, no puede dejar de repetir con una emoción nueva la exclamación de la primera carta de Juan: Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos (1Juan 3, 1)”

Dios no es para el cristianismo algo ajeno a nosotros, sino que es alguien presente en nuestra vida. La fe comienza en el bautismo, donde recibimos la fuerza del Espíritu Santo, pero necesita de la experiencia personal de ese Amor de Dios para poder sentirnos verdaderos hijos amados por el Padre. El cristianismo tiene como finalidad principal provocar ese encuentro. No se trata de realizar unos ritos o repetir unas oraciones, sino

que esos ritos y esas oraciones han de surgir en el cristiano como una necesidad interna. No vamos a misa a escuchar la cura, o a cumplir un precepto; sino a celebrar el misterio cristiano que nos hace encontrarnos cara a cara con Aquel que sabemos que nos ama, y lo encontramos en la celebración y en las palabras del sacerdote y, de una manera especialísima en la Comunión. No rezamos oraciones para cumplir con la tradición o sin sentido, sino que hacemos de la oración ese diálogo personal con quien sabemos que nos escucha; es un diálogo de amigos, no un monólogo.

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El Evangelista san Juan, en esta carta, no nos habla de teorías o posibles hipótesis, sino de una certeza a la que él ha llegado desde la propia experiencia. El Papa Benedicto XVI, en la carta encíclica “Deus Caritas est”, afirma: El acontecimiento al que se refiere el Papa es esa experiencia personal que cada uno de nosotros tenemos de Dios; lo que nos atrae de la persona de Jesucristo no son sólo palabras, sino saber que van acompañadas de una vivencia. Cristo no dice una cosa y hace otra en su vida, sino que vive aquello que dice. Los cristianos no creemos en algo, creemos en Alguien, como dice el Papa. Cuántas veces hemos oído decir aquello de “algo tiene que haber”, como respuesta a la pregunta ¿crees en Dios?

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Para los cristianos no hay algo, sino Alguien: Cristo Jesús, el Señor. Nos hacemos preguntas:

1. ¿Qué crees que significan estas palabras de Benedicto XVI en la Encíclica Deus caritas est?

2. ¿Puedes narrar alguna experiencia personal que tú hayas tenido de encuentro con Jesucristo o que conozcas de otras personas?

“La verdadera originalidad del

Nuevo Testamento no

consiste en nuevas ideas,

sino en la figura misma de Cristo”

(Deus caritas est, 12)

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De esta manera define el Papa Benedicto XVI la esperanza cristiana en la encíclica “Spe Salvi” , publicada en el año 2006. Allí afirma: "El hombre necesita a Dios, de lo contrario se queda sin esperanza". "Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar". La esperanza cristiana va más allá de la esperanza propuesta por la sociedad. En la esperanza propuesta por el mundo y la sociedad, los valores fundamentales los da el trabajo, el puesto social, la economía, y un largo etcétera de cosas que, si no están, parece que no es posible. Son muchas las persona que ponen su esperanza en el cupón de la lotería de navidad, en el tarot y los adivinos, o en otras realidades que no van más allá de lo humano y de la búsqueda de un bien particular. Desde esta esperanza, si yo estoy bien (y los que tengo a mi alrededor) todo lo demás parece no importar mucho.

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Caminar desde la esperanza no es fácil, sobre todo cuando los problemas nos acechan y parece como si el mundo entero estuviese contra nosotros. Es difícil porque vivimos en una cultura, hecha por nosotros mismos, totalmente desanimada y en una sociedad desmotivada que ha puesto gran parte de su esperanza sólo en lo material y lo económico, cuando esto falla, parece fallar todo. Hoy apenas podemos pensar en el futuro, porque lo que importa es el aquí y el ahora, pero sobre todo el “yo”. Este panorama parece totalmente desolador, ¿verdad? Pues es precisamente en este mundo y en este entorno donde tiene que brillar la esperanza cristiana. Pero para que pueda hacerlo, primero tenemos que saber que ésta es la esperanza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo:

Nuestra esperanza es el amor del Padre. Así lo afirma el salmo 22: “el Señor es mi Pastor, nada me falta”.

Nuestra esperanza es Jesucristo. “El príncipe de este mundo, ya está derrotado” (Jn 12, 31).

Nuestra esperanza es el Espíritu Santo. “El es la fuerza de Dios derramada en nuestros corazones, él viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 5;8).

Hay algo que conviene recordar de forma urgente:

SIN ESPERANZA, NO PODEMOS VIVIR.

El cristianismo, Jesucristo, nos ha traído una visión nueva de la Esperanza: el mundo no es sólo lo que vemos, lo que tenemos a nuestros pies. El ser humano no está en función del ser humano, sino al contrario: las cosas están en función al ser humano. La dignidad de una persona no se mide por su nivel económico o social, sino que todos tenemos una misma dignidad inviolable, desde el más rico al más pobre y desde el más pobre al más rico. En Dios Padre somos todos hijos amados por igual. En Dios Hijos todos somos hermanos de la misma “categoría”. En Dios Espíritu Santo todos somos “movidos” e impulsados del mismo modo por su fuerza interna que lo transforma todo. La esperanza cristiana es ese motor que nos hace comprender que, en primer lugar, las cosas pueden ser de otra manera distinta y que yo soy responsable de que lo sean. El Reino de Dios da comienzo aquí y ahora con la necesidad surgida de mi corazón de transformar las cosas. El final de las guerras da comienzo por el final del odio y el rencor a pequeña escala. Que hipócrita resulta decir que se quiere la paz mientras me peleo con mi vecino…

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Pero la esperanza cristiana no es sólo eso, es también saber en quien hemos puesto nuestra confianza: en un Dios que está presente, que nos da la libertad y la fuerza de transformarlo todo y hacerlo todo nuevo. Jesucristo no es un charlatán que diga cómo hay que hacer las cosas mientras se queda al margen, Él se mete de lleno en cada uno de los problemas de sus conciudadanos, en la defensa de los pobres, los oprimidos y los marginados de su ciudad. La esperanza cristiana es esa confianza plena que nos hace entender que cada vez que buscamos la

justicia y la paz, lo hacemos con Él a nuestro lado, con su fuerza transformadora y renovadora. Para eso recibimos el Espíritu Santo, no para ser testigos ajenos del mundo, sino para hacer realidad el Reino de Dios en nuestro mundo, en nuestra sociedad, en nuestro entorno y, sobre todo, en nosotros mismos. La esperanza cristiana no es algo que aparezca de forma espontánea, como los buenos frutos, necesita del cuidado y cultivo diario. Algunos trucos para cultivarla:

Orar diariamente , aunque sea cinco minutos. La oración nos hace estar en contacto permanente con Dios, quien alimenta nuestra esperanza constantemente.

Estar atentos a los “signos de los tiempos” , es decir, saber tener una mirada crítica y solidaria desde el amor para detectar en nuestro entorno los signos de desesperanza (injusticia, racismo, discriminación, etc) y poder ayudar a cambiarlos.

Colaborar constantemente con un mundo mejor, pero no es necesario hacer grandes cosas. Lo grande se construye desde lo pequeño. Comienza por tu casa, tus amigos, tu trabajo, etc. Sé tú signo de esperanza en medio de tu mundo y tu ambiente.

“Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá. Lo que Jesús había traído, habiendo muerto Él mismo en la cruz, era algo totalmente diverso: el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transformaba desde dentro la vida y el mundo” (Spes Salvi, 4).

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¿Qué signos desesperanza encuentras tú en el momento presente y en tu ambiente?

¿Qué crees que podrías aportar tú para hacer que la esperanza siga vigente en nuestros días? Indica al menos 5.