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  Revista Universitaria de Historia Militar Volumen 7, número 13 Año 2018, pp. 375-400 ISSN: 2254-6111 Telesforo Monzón, el nacionalismo vasco y la Guerra Civil: Historia y Memoria Telesforo Monzón, Basque nationalism and the Civil War: Histo- ry and Memory  Fernando Martínez Rueda Universidad del País Vasco [email protected] Resumen: Este artículo realiza una aproximación cultural a la Guerra Civil en el País Vasco que considera la experiencia, el discurso y la memoria del fenómeno bélico. Utilizamos para ello una metodología que pone al sujeto en el centro del análisis. Estudiamos la destacada figura política de Telesforo Monzón (1904-1981). Monzón fue un destacado líder del Partido Nacionalista Vasco (PNV) durante la Segunda República. En octubre de 1936 fue nombrado consejero del Gobierno Vasco, cargo en el que permaneció hasta 1953. En los años sesenta apoyó el nacionalismo radical de ETA y finalmente durante la transición a la democracia se convirtió en el principal líder carismático de Herri Batasuna. A través de la figura del influyente político Telesforo Monzón observamos las dudas de un nacionalista vasco ante la Guerra Civil al inicio del conflicto bélico. Analizamos su percepción y discurso sobre la guerra entre 1936 y 1939. Monzón representaba la Guerra Civil en el País Vasco como un ataque externo contra Euskadi, y no como una guerra civil entre vascos. Tras la Guerra Civil, durante los años 40 Telesforo Monzón contribuyó a la mitificación de la expe- riencia bélica. En sus artículos políticos y en sus obras poéticas ensalzó y sacralizó la muerte por la patria, simbolizada en el gudari caído. En los últimos años del Franquismo y durante la Transición a la democracia Monzón adaptó la memoria de la guerra a la estrategia de ETA. Su principal idea era que la Guerra Civil no había acabado y que los militantes de ETA conti- nuaban el combate iniciado por los gudaris vascos de 1936 a favor de la soberanía vasca. La tesis de este artículo es que la mitificación de la experiencia de guerra y la transmisión de una memoria idealizada del conflicto contribuyeron al proceso de brutalización de la política protagonizado por el nacionalismo vasco radical tras la muerte de Franco. Durante la transi- ción a la democracia Telesforo Monzón mostró esa brutalización de la política de diferentes maneras como su entusiasta defensa de la violencia de ETA, la exaltación de la muerte por la patria o su lenguaje belicista. Esa concepción combatiente de la política, expresada por Monzón, se convirtió en la principal característica del nacionalismo vasco radical.

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Revista Universitaria de Historia Militar Volumen 7, número 13 Año 2018, pp. 375-400

ISSN: 2254-6111

Telesforo Monzón, el nacionalismo vasco y la Guerra Civil: Historia y Memoria

Telesforo Monzón, Basque nationalism and the Civil War: Histo-ry and Memory

 

Fernando Martínez Rueda Universidad del País Vasco

[email protected]

Resumen: Este artículo realiza una aproximación cultural a la Guerra Civil en el País Vasco que considera la experiencia, el discurso y la memoria del fenómeno bélico. Utilizamos para ello una metodología que pone al sujeto en el centro del análisis. Estudiamos la destacada figura política de Telesforo Monzón (1904-1981). Monzón fue un destacado líder del Partido Nacionalista Vasco (PNV) durante la Segunda República. En octubre de 1936 fue nombrado consejero del Gobierno Vasco, cargo en el que permaneció hasta 1953. En los años sesenta apoyó el nacionalismo radical de ETA y finalmente durante la transición a la democracia se convirtió en el principal líder carismático de Herri Batasuna. A través de la figura del influyente político Telesforo Monzón observamos las dudas de un nacionalista vasco ante la Guerra Civil al inicio del conflicto bélico. Analizamos su percepción y discurso sobre la guerra entre 1936 y 1939. Monzón representaba la Guerra Civil en el País Vasco como un ataque externo contra Euskadi, y no como una guerra civil entre vascos. Tras la Guerra Civil, durante los años 40 Telesforo Monzón contribuyó a la mitificación de la expe-riencia bélica. En sus artículos políticos y en sus obras poéticas ensalzó y sacralizó la muerte por la patria, simbolizada en el gudari caído. En los últimos años del Franquismo y durante la Transición a la democracia Monzón adaptó la memoria de la guerra a la estrategia de ETA. Su principal idea era que la Guerra Civil no había acabado y que los militantes de ETA conti-nuaban el combate iniciado por los gudaris vascos de 1936 a favor de la soberanía vasca. La tesis de este artículo es que la mitificación de la experiencia de guerra y la transmisión de una memoria idealizada del conflicto contribuyeron al proceso de brutalización de la política protagonizado por el nacionalismo vasco radical tras la muerte de Franco. Durante la transi-ción a la democracia Telesforo Monzón mostró esa brutalización de la política de diferentes maneras como su entusiasta defensa de la violencia de ETA, la exaltación de la muerte por la patria o su lenguaje belicista. Esa concepción combatiente de la política, expresada por Monzón, se convirtió en la principal característica del nacionalismo vasco radical.

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Palabras clave: Guerra Civil, nacionalismo vasco, Telesforo Monzón, mitificación de la guerra, brutalización de la política. Abstract: This paper analyses the Civil War in the Basque Country from a cultural perspec-tive that deals with the experience, the discourse and the memory of the war. In order to achieve this aim, the methodology used sets the individual in the centre of the analysis. The leading figure of Telesforo Monzón (1904-1981) is taken as the focus of the account. Monzón was a noted leader of the Basque Nationalist Party (PNV) during the Second Republic. In October of 1936 he was named minister of the Basque Government and he continued during the post-war period, until 1953. In the 1960’s he supported the radical nationalism of ETA and finally, during the transition to democracy, he became the most charismatic leader of Herri Batasuna. Through the study of the influential politician Telesforo Monzón it can be observed the doubts of a Basque nationalist about the Civil War when the conflict started. It can also be analysed his war perception and discourse between 1936 and 1939. In Monzon’s view the war in the Basque Country the war was an external attack against Euskadi, not a civil conflict between Basque people. After the civil war, during the 1940’s, Telesforo Monzón contributed to making up the myth of the war experience. In his political articles and poetry works he praised and sacralised the death for the fatherland, symbolized in the fallen gudari (basque soldier). In the late years of the Francoism and during the transition to democracy Monzón adapted the war’s memory to the strategy of ETA. His main idea was that the civil war hadn’t finished, so ETA’s militants continued the fight started by the Basque soldiers in 1936 for the Basque Country’s sovereignty. The proposition of this paper is that the building of the myth of the war experience contrib-uted to the brutalization of politics, performed by the Basque radical nationalism after Franco’s death. During the transition to democracy Telesforo Monzón showed this brutaliza-tion of politics in different ways, such as the enthusiastic defence of the ETA’s violence, the glorification of the death for the fatherland, or his warmongering language. This fighting mentality, expressed by Monzón, became the main feature of the Basque radical nationalism. Key words: Civil War, Basque nationalism, Telesforo Monzón, myth of War, brutalization of politics. Para citar este artículo: Fernando MARTÍNEZ RUEDA: “Telesforo Monzón, el nacionalismo vasco y la Guerra Civil: Historia y memoria”, Revista Universitaria de Historia Militar, Vol. 7, Nº 13 (2018), pp. 375-400.

Recibido: 11/06/2017 Aprobado: 03/01/2017

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Telesforo Monzón, el nacionalismo vasco y la Guerra Civil: Historia y Memoria

Fernando Martínez Rueda Universidad del País Vasco

 

Introducción

a Guerra Civil tuvo en el País Vasco algunas características singulares.1 Una de ellas fue que un importante sector del catolicismo político, representado por el Par-tido Nacionalista Vasco, se posicionó contra la sublevación militar, en alianza con las fuerzas de izquierda. El PNV adoptó esa decisión, tras dudas y vacilaciones,

porque creía que era la vía para conseguir el autogobierno del País Vasco, como efectivamente ocurrió en octubre de 1936 al aprobarse el estatuto vasco y constituirse el primer gobierno autónomo de Euskadi. En la Euskadi autónoma –vigente desde octubre de 1936 hasta junio de 1937 y prácticamente limitada al territorio de Vizcaya- no hubo persecución religiosa, ni tentativas revolucionarias. Por el contrario, se mantuvo el culto católico y, salvo excepciones puntuales, el Gobierno Vasco controló el orden público.2

Partiendo de esa motivación política singular para tomar partido en la Guerra Civil, el nacionalismo vasco desarrolló una cultura de guerra diferente y presentó el conflicto como una guerra impuesta al pueblo vasco, movilizado en defensa de la libertad de Euskadi, y no como una lucha a favor de la República española3. Dicho con las palabras del Lehendakari Aguirre: «¡Nuestra adhesión ha sido a la libertad de Euzkadi! A la lucha no hubiéramos ido directamente, no hubiéramos ido por defender la República».4 Una vez concluido el conflicto, el nacionalismo vasco tendió a mitificar la experiencia de la guerra. Elaboró una memoria bélica singular que, con sus correspondientes adaptaciones, fue incorporada en los años 60 y 70 por el nuevo nacionalismo radical surgido en torno a ETA, de forma que al llegar la Transi-ción la cultura política nacionalista recordaba la Guerra Civil no como un conflicto fratricida que debía ser definitivamente superado mediante la reconciliación nacional, sino como un episodio más de la larga lucha por la libertad de Euskadi.5                                                             1 Sobre las características de la Guerra Civil en el País Vasco, Santiago DE PABLO: “La guerra civil en el País Vasco: ¿un conflicto diferente?”, Ayer, 50 (2003), pp. 115-141. Un breve balance historiográfi-co puede verse en José Luis DE LA GRANJA y Santiago DE PABLO (dirs.): Guía de fuentes documen-tales y bibliográficas sobre la Guerra Civil en el País Vasco, Vitoria-Gasteiz, Gobierno Vasco, pp. 39-51 2 Fernando DE MEER: El Partido Nacionalista Vasco ante la Guerra de España (1936-1937), Pamplo-na, Eunsa, 1992. José Luis DE LA GRANJA: República y Guerra Civil en Euskadi (Del Pacto de San Sebastián al de Santoña), IVAP-HABE, Oñati, 1990. 3 Xose M. NÚÑEZ SEIXAS: “Los nacionalistas vascos durante la guerra civil (1936-1939): una cultura de guerra diferente”, Historia Contemporánea, 35 (2007), pp. 559-599. Un análisis de la forma en que la prensa nacionalista presentaba la Guerra Civil en José Luis DE LA GRANJA: República y Guerra Civil en Euskadi…, pp. 232-254. 4 Citado en de Fernando DE MEER: op. cit., p. 154. 5 Paloma AGUILAR: “La Guerra Civil española en el discurso nacionalista vasco. Memorias peculiares, lecciones diferentes”, en Javier UGARTE (ed.), La transición en el País Vasco y España: historia y

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En las siguientes líneas analizamos algunas de las cuestiones arriba aludidas relacio-nadas con la historia y con la memoria de la Guerra Civil en el nacionalismo vasco. Utilizando una metodología que pone al sujeto en el centro del análisis, realizamos una aproximación cultural al fenómeno bélico que considera la experiencia, el discurso y la memoria de la gue-rra.6 A través de la figura de Telesforo Monzón (1904-1981) veremos cuáles fueron las dudas y decisiones de un nacionalista vasco ante los dilemas que le planteaba la Guerra Civil. Observa-remos su percepción y discurso del conflicto bélico. Analizaremos la mitificación de la expe-riencia de guerra que desarrolló en los años cuarenta del siglo pasado. Estudiaremos la evolu-ción de la memoria de guerra y la forma en que un veterano como Monzón la transmitió a las nuevas generaciones nacionalistas durante el tardofranquismo y la Transición. Trataremos de demostrar que la mitificación de la guerra y la transmisión de una memoria heroica del con-flicto bélico contribuyeron al proceso de brutalización de la política7 protagonizado por el na-cionalismo vasco radical tras la muerte de Franco. Esa brutalización de la política se mani-festó de diversas maneras, como el empleo de la violencia para alcanzar objetivos políticos, la integración de la muerte como un elemento más de la vida política, la deshumanización del adversario, la concepción de la política como batalla, el empleo de un lenguaje maniqueo ba-sado en el enfrentamiento amigo-enemigo, etc. En definitiva, se trasladaron a la política en tiempo de paz actitudes y comportamientos propios de la guerra, previa mitificación y exalta-ción del conflicto bélico. Y es que uno de los mitos sobre los que se asentó esa brutalización de la política fue la idea de que la Guerra Civil no había concluido, uno de los mensajes más repe-tidos por Telesforo Monzón.

El análisis de la figura política de Telesforo Monzón es especialmente adecuado para nuestro propósito por varias razones. En primer lugar, por su destacado protagonismo tanto en la historia de la Guerra Civil en el País Vasco, como en la posterior elaboración de su singu-lar memoria. En segundo lugar, por su longevidad política, ya que su influencia se mantuvo desde los años treinta del siglo pasado hasta su muerte en 1981, como lo muestra el hecho de que fuera elegido parlamentario en las Cortes de la República, en el Congreso de los Diputados en la Transición y en el primer Parlamento Vasco constituido en 1980.8 Por último, su interés historiográfico reside también en que ejerció su influencia y liderazgo político en las dos ramas

                                                                                                                                                                              memoria, Bilbao, UPV/EHU, 1998, pp. 121-154. Diego MURO: “The politics of war memory in radical Basque nationalism”, Ethnic and Racial Studies, 32 (2009), pp. 659-678. Ludger MEES: “Gerra euskal nazionalisten memorian”, en I. ARROITA y L. OTAEGI, Oroimenaren lekuak eta lekukoak. Gerra Zibi-laren errepresentazio artistikoak vs. kontaera historiko-politikoa, UPV-EHU, Bilbo, 2015, pp. 51-69. Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA: La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA, Madrid, Tecnos, 2016, pp. 145 y ss. 6 Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA: “La cultura de guerra como propuesta historiográfica: una reflexión general desde el contemporaneísmo español”, Historia Social, 61 (2008), pp. 69-87. 7 Concepto acuñado por George L. MOSSE: Soldados caídos. La transformación de la memoria de las guerras mundiales, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2016, pp. 205-229 (1ª ed.: Fallen soldiers. Reshaping the Memory of the World Wars, Londres, Oxford, U.P, 1990). Sobre el debate historiográ-fico en torno al concepto, véase Ángel ALCALDE: “La tesis de la brutalización (George L. Mosse) y sus críticos: un debate historiográfico”, Pasado y Memoria, 15 (2016), pp. 17-42. 8 Una breve biografía del personaje, junto a un análisis de su actividad parlamentaria, puede verse en Fernando MARTÍNEZ RUEDA: “Monzón Ortiz de Urruela, Telesforo”, en J.AGIRREAZKUENAGA et alii (dirs.), Diccionario biográfico de los parlamentarios de Vasconia, Vitoria-Gasteiz, Parlamento Vasco, 2007, vol. II, pp. 1712-1726.

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del nacionalismo vasco, primero en el PNV y después, ya en la Transición, en Herri Batasuna. Su evolución política fue, por tanto, compleja y aparentemente contradictoria.9

Telesforo Monzón nació en 1904, en el seno de una aristocrática familia guipuzcoana. Durante su infancia y juventud recibió una formación integrista y antiliberal. Se acercó al nacionalismo vasco desde sus profundas convicciones católicas. En 1930 se afilió al PNV y durante la Segunda República desarrolló una intensa labor de difusión del nacionalismo vas-co. Gracias a su condición de buen orador, tanto en euskera como en castellano, fue uno de los principales propagandistas del PNV. Se caracterizó entonces por el extraordinario énfasis con que unía lo religioso y lo político, tanto en las formas religiosas de expresar sus mensajes políti-cos, como en el contenido de éstos. Recorrió pueblos y ciudades dando charlas, conferencias y mítines. Se convirtió así en un político carismático, capaz de enardecer a las masas, cualidad que mantuvo hasta su muerte. Tal vez por eso su ascenso en el Partido Nacionalista Vasco fue fulgurante: concejal de Bergara en 1931, presidente del PNV de Guipúzcoa en 1933, Dipu-tado en las Cortes ese mismo año y Consejero de Gobernación en el primer Gobierno autóno-mo de Euskadi en 1936. Tras la Guerra Civil se exiló primero en Francia y luego en Méjico, donde desarrolló una intensa actividad política como representante del Gobierno Vasco, sien-do uno de los principales colaboradores del Lehendakari Aguirre, con quien le unía una estre-cha amistad. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, regresó a Francia. En 1953 presentó su dimisión como Consejero del Gobierno Vasco en el exilio por discrepancias políticas con José Antonio Aguirre y con la dirección del PNV, ya que rechazaba la alianza con las instituciones republicanas y defendía la alternativa monárquica como solución más eficaz para acabar con el franquismo. Sus diferencias con el PNV se fueron ahondando durante los años sesenta, so-bre todo por la actitud política ante ETA, creada en 1959. Monzón veía a las nuevas genera-ciones nacionalistas de ETA como miembros de la misma familia nacionalista vasca, con los que había que colaborar y constituir un Frente Nacional Vasco. Por el contrario, la dirección del PNV rechazaba colaborar con ETA, a la que consideraba una organización marxista y totalitaria. A la muerte de Franco Monzón continuó trabajando para constituir un Frente abertzale. Fracasada su propuesta de unidad nacionalista, abandonó el PNV y se alineó con el nacionalismo radical nucleado en torno a ETA. En 1978 participó en la constitución de Herri Batasuna y se convirtió en su principal líder carismático. Falleció en Bayona (Francia) en 1981, convertido en símbolo político del nacionalismo vasco radical.10

Telesforo Monzón expresó su pensamiento también a través de la actividad cultural, mayoritariamente en euskera, que para él era otra forma de activismo político. Compuso can-ciones, escribió poemas, artículos y obras de teatro con el objetivo, no sólo de dar a conocer sus ideas, sino también de extender la conciencia nacional y movilizar a la sociedad a favor del nacionalismo vasco. Algunas de sus composiciones que llamaban a la lucha por la patria se convirtieron en himnos de la cultura política nacionalista y todavía hoy se escuchan en mani-festaciones o fiestas de pueblos y ciudades vascas. Ello es buena muestra de la enorme influen-

                                                            9 Fernando MARTÍNEZ RUEDA: “Telesforo Monzón, del nacionalismo aranista a Herri Batasuna: las claves de una evolución”, Revista de Estudios Políticos, 174 (2016), pp. 267-297. 10 Sobre su condición de figura simbólica del nacionalismo vasco, véase Ludger MEES y Jesús CAS-QUETE: “Telesforo Monzón”, en Santiago DE PABLO et alii (coords.), Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco, Madrid, Tecnos, 2012, pp. 79-91.

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cia de la figura de Telesforo Monzón en el imaginario del nacionalismo vasco, especialmente en el del abertzalismo radical. El nacionalismo vasco y Telesforo Monzón ante la Guerra Civil

Al analizar la actitud de Telesforo Monzón y del nacionalismo vasco en la Guerra Civil es conveniente distinguir tres momentos en los que los nacionalistas mostraron diferentes ta-lantes: una cierta ambigüedad en los meses previos al 18 de julio; un tibio y obligado apoyo a la República antes de la aprobación del Estatuto de autonomía; y un decidido compromiso beligerante contra los sublevados durante la vigencia del autogobierno vasco. Veamos cada una de estos momentos con mayor detalle.

Tras la victoria electoral del Frente Popular las derechas empezaron los preparativos para derrocar a la República, en un clima de conflictividad social, intensa movilización y epi-sodios de violencia política. También en el País Vasco se celebraron reuniones conspirativas previas a la sublevación militar del 18 de julio. La situación política vasca en la etapa final de la República era algo diferente a la del conjunto de España. En lugar de la radical bipolariza-ción entre izquierda y derecha existente en el Estado español, las elecciones de febrero de 1936 reflejaron un equilibrio entre las tres principales culturas políticas vascas: las izquierdas agru-padas en el Frente Popular, las derechas españolistas donde destacaba la gran influencia del tradicionalismo carlista y el nacionalismo vasco, en pugna estas dos últimas fuerzas por atraer el voto católico.11

En aquel convulso panorama político las fuerzas derechistas de Guipúzcoa convoca-ron una reunión en San Sebastián el 20 de abril de 1936, donde sondearon la actitud del PNV. En casa del carlista Fausto Gaiztarro, representante junto a Luis Zuazola de Comunión Tra-dicionalista, se reunieron el delegado de Renovación Española, Ramón Sierra Bustamante, representantes de la CEDA, de Falange y Telesforo Monzón en representación del PNV. En aquella reunión se plantearon al menos dos cuestiones. En primer lugar, se trató sobre la ma-nera conjunta de actuar ante una posible revolución comunista. Monzón mostró la disposi-ción del PNV a enfrentarse a esa supuesta tentativa revolucionaria y a garantizar el orden público, para lo que, según dijo, los nacionalistas, aunque disponían de hombres, necesitaban armas. En segundo lugar, se planteó la posibilidad de colaborar en el establecimiento de una dictadura militar. En este punto los testimonios son contradictorios. Sierra Bustamante y Gil Robles afirmaron que el PNV, por boca de Monzón, mostró cierta disposición a colaborar, aunque con «distingos y vacilaciones». Telesforo Monzón, por el contrario, en carta privada a José Antonio Aguirre negó rotundamente haber asumido ningún compromiso con las fuerzas derechistas. Sea como fuere, lo cierto es que tras la reunión no se concretó ninguna colabora-ción entre el PNV y las fuerzas derechistas. El propio Sierra Bustamante dijo que «los nacio-nalistas querían las armas sin comprometerse a nada que no fuese la defensa del País Vas-

                                                            11 José Luis DE LA GRANJA: Nacionalismo y II República en el País Vasco. Estatutos de autonomía, partidos y elecciones. Historia de Acción Nacionalista Vasca: 1930-1936, Madrid, Siglo XXI, 2008 (edición actualizada de la primera publicada en 1986).

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co».12 Efectivamente, en los meses previos al alzamiento militar los nacionalistas guipuzcoa-nos se dedicaron a custodiar por su cuenta sus sedes y los edificios religiosos, para lo que orga-nizaron grupos de jóvenes y trataron de adquirir armas, en previsión de un intento revolucio-nario.13 Sus preocupaciones eran garantizar el orden público y salvaguardar el culto católico, sin que eso supusiera acuerdo alguno con las fuerzas derechistas de cara a un golpe antirrepu-blicano.

La sublevación militar del 18 de julio planteó al PNV el dilema de tener elegir entre la República o los militares rebeldes. En los primeros momentos la actitud de los nacionalistas fue vacilante y dubitativa. La posición nítida contra el pronunciamiento militar y a favor de la República de los diputados nacionalistas Manuel Irujo y José María Lasarte fue desautori-zada el mismo 18 de julio por la ejecutiva del partido, que decidió mantener una actitud de prudente espera, hasta ver cómo evolucionaban los acontecimientos.14 Sin embargo, el fraca-so del golpe y su deriva en guerra civil hizo imposible la neutralidad. Las palabras Juan Aju-riaguerra, el dirigente peneuvista más influyente entonces, sobre su actitud y la del PNV en aquel momento dramático no pueden ser más elocuentes:

Tenía la esperanza de escuchar alguna noticia que nos ahorrase tener que tomar una decisión, que uno u otro bando ya hubiese ganado la partida (…). A las seis de la mañana, tras una noche en blanco, tomamos una decisión unánime. Promulgamos una declaración dando nuestro apoyo al gobierno republicano. Tomamos esa decisión sin ningún entusiasmo, pero convencidos de haber elegido el bando más favorable para los intereses del pueblo vasco.15

Obligado a tomar partido, el PNV se decantó finalmente por el bando republicano

con la esperanza de conseguir el Estatuto de autonomía. Fue precisamente consecución del autogobierno la línea divisoria entre dos actitudes distintas del PNV durante la guerra: dudas y ausencia de beligerancia antes del Estatuto; compromiso y combate contra los sublevados mientras duró la autonomía.

La actitud de los nacionalistas vascos durante el verano del 36, aunque oficialmente fuera de apoyo a la República, puede calificarse de no beligerante de hecho. En Álava16 y sobre todo en Navarra, donde la sublevación militar había triunfado con facilidad, algunos dirigentes y muchos militantes nacionalistas mostraron su desafección a la República, movi-dos por su fe católica. En Guipúzcoa, donde el levantamiento militar fue derrotado por las fuerzas de izquierda tras varios días de lucha, las consignas de los dirigentes jeltzales a sus ju-ventudes y afiliados en las jornadas posteriores al 18 de julio eran que no se enzarzasen en la                                                             12 Ramón SIERRA BUSTAMANTE: Euzkadi de Sabino Arana a José Antonio Aguirre: notas para la historia del nacionalismo vasco, Madrid, Editora Nacional, 1941, pp. 155-157. José María GIL RO-BLES: No fue posible la paz, Madrid, Planeta, 1998, p. 706. AHE, GV, Presidencia, 42-1, 11-11-1939. 13 Fernando DE MEER: op. cit., p. 69. 14 Ibídem, pp. 83-88. 15 Ronald FRASER: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Barcelona, Crítica, 1979, p. 66. 16 Los dirigentes del PNV de Álava, Javier Landaburu y Manuel Ibarrondo, muy probablemente pre-sionados por los militares sublevados, escribieron a Monzón pidiéndole que el nacionalismo gui-puzcoano se mantuviera neutral: «Tú, con tu gran personalidad, con tu elevada espiritualidad, debes contribuir a evitar esta lucha fratricida y a frenar a aquellos elementos afines a nosotros que se hayan lanzado suicidamente a la lucha». Citado en C. M. OLAZABAL: Negociaciones del PNV con Franco durante la guerra civil, Bilbao, Fundación Popular de Estudios Vasco, 2014, p. 99.

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guerra, ni se inscribieran para ir a los frentes.17 Al igual que en los meses anteriores a la guerra, los nacionalistas se movilizaron para salvaguardar el orden público y el culto católico, no para luchar en una guerra que entonces percibían como algo ajeno.

El 27 de julio de 1936 se constituyó la Junta de Defensa de Guipúzcoa, presidida por el socialista Miguel Amilibia. Telesforo Monzón, en representación del PNV, fue nombrado co-misario de Orden Público. Desde el primer momento su principal preocupación fue garantizar la vida de los presos y el culto católico. El mismo día de su constitución la Comisaría de Orden Público difundió una orden prohibiendo cualquier violencia, detención o registro extrajudi-cial. Aunque Monzón trató de eliminar “los paseos” y la violencia política protagonizada por milicianos de izquierda, no consiguió evitar las matanzas de presos derechistas de las cárceles de Ondarreta (San Sebastián) y Tolosa, ocurridas los días 30 y 31 de julio. Presentó su dimi-sión en protesta por aquellos acontecimientos, calificados por los dirigentes nacionalistas gui-puzcoanos como «crímenes que avergüenzan a toda conciencia honrada».18

El 8 de agosto se constituyeron en el santuario de Loyola (Azpeitia, Guipúzcoa) las milicias nacionalistas vascas, denominadas Euzko Gudarostea (Ejército Vasco), dirigidas por un comité en el que participaban dirigentes de las diversas organizaciones abertzales,19 entre los que figuraba Telesforo Monzón, en representación del PNV. La misión inicial de Euzko Gudarostea era garantizar el orden público en la zona occidental de Guipúzcoa, a pesar de que era en la zona de Irún y San Sebastián donde se estaba librando la batalla decisiva por Guipúzcoa.20 Incluso cuando el Jefe de la Defensa de Irún, Antonio Sanjuan, pidió la colabo-ración de las milicias nacionalistas, Manuel Irujo y Telesforo Monzón le contestaron que «querían mantener a sus gentes reunidas y bajo su mando directo, para utilizarlas en un mo-mento oportuno allí donde les interesara».21 Y es que durante el verano del 36 Euzko Guda-rostea no combatió, porque era una fuerza concebida inicialmente para guardar el orden, más que para luchar en el frente.

En los primeros meses de la guerra los nacionalistas vascos mostraron, además de una actitud no beligerante, sus dudas y vacilaciones. Uno de los problemas que se planteaban era si era lícito combatir contra quienes decían defender la religión y tenían el apoyo de la jerarqu-ía eclesiástica. Estas dudas, lógicas en un partido católico como el PNV, debían ser especial-mente intensas en un político como Telesforo Monzón, caracterizado por la absoluta identifi-cación que establecía entre su profunda fe religiosa y sus convicciones nacionalistas.22 La posi-ción de los católicos nacionalistas se hizo todavía más delicada e incómoda cuando los obispos

                                                            17 Fernando DE MEER: op. cit., pp. 88-99. 18 Aunque el máximo órgano del PNV en Guipúzcoa trató de disuadirle, Monzón mantuvo su dimi-sión irrevocable, por lo que finalmente fue sustituido por el antiguo Diputado nacionalista Juan An-tonio Careaga. Manuel IRUJO: La guerra civil en Euzkadi antes del Estatuto, Bilbao, Kirikiño, 2006. Pedro BARRUSO: Violencia política y represión en Guipúzcoa durante la Guerra Civil y el primer franquismo (1936-1945), Donostia, Hiria, 2005, pp. 59-66 y 81-84. 19 Además del PNV, Solidaridad de Trabajadores Vascos, Euzko Nekazari Bazkuna, Euzkadi Mendi-goxale Batza y Acción Nacionalista Vasca. 20 F. M. VARGAS: “El Partido Nacionalista Vasco en Guerra: Euzko Gudarostea (1936-1937)”, Vasco-nia, 31 (2001), pp. 305-343. CDMH, PS Bilbao, 64, 1-102. 21 Fernando DE MEER: op. cit., p. 129. 22 Fernando MARTÍNEZ RUEDA: “Religión y nacionalismo vasco en el siglo XX: aproximación desde el sujeto a una relación compleja”, Hispania Sacra, 69:140 (2017), pp. 721-733.

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de Pamplona, Marcelino Olaechea, y de Vitoria, Mateo Múgica, difundieron una pastoral conjunta que criticaba muy duramente el apoyo del PNV a la República. Los obispos vascos acusaban a los nacionalistas de aliarse con adversarios encarnizados de la Iglesia, de «fraccio-nar las fuerzas católicas ante el común enemigo» y de «combatir al hermano católico».23 Al tener noticia de la pastoral, los dirigentes nacionalistas trataron de verificar su autenticidad. Con ese objetivo Telesforo Monzón se reunió con el sacerdote Celedonio Múgica, hermano del obispo de Vitoria, la misma noche del 6 de agosto en que se había difundido el mensaje de los prelados. Monzón le dijo que si la pastoral era cierta los nacionalistas deberían retirarse a sus «casas o al extranjero». Político y sacerdote hablaron de las consecuencias que ello podía te-ner. Coincidían en que la actitud «defensiva» del PNV contribuía a mantener el orden. Creían que si los nacionalistas se retiraban, Guipúzcoa y Vizcaya quedarían «a merced de los rojos, que arrasarían cuanto tuviese sabor religioso, asesinarían sacerdotes, religiosos y a muchos católicos».24

Otra de las dudas que asaltaba a los nacionalistas era quiénes debían ser sus compañe-ros de viaje. ¿Era lícito aliarse con «rojos» que profesaban el comunismo, definido por los obispos vascos como «síntesis de toda herejía»? ¿Los aliados de los nacionalistas no debían ser los otros católicos vascos que luchaban en el bando enemigo, como tantos y tantos requetés? A ese dilema se enfrentó Telesforo Monzón en los primeros días de la guerra en un episodio que él mismo narró. Se encontraba en la Diputación junto a Manuel Irujo. Allí fue conducido un grupo de requetés navarros, procedentes del Valle del Baztan, que habían sido hechos prisio-neros. Monzón estuvo hablando con ellos en euskera. Para él, que identificaba lo vasco con lo rural y con lo católico, «aquellos mutilas [chicos] euskaldunes navarros» debían ser sus alia-dos. Y por eso le dijo a Irujo: «Manuel, mis aliados son estos y no aquellos!, señalando a los pequeñarros fachudos de Trintxerpe que los injuriaban al pasar».25 Como le contestó Irujo, el problema era que aquellos jóvenes navarros habían matado a una docena de nacionalistas vascos al entrar en Guipúzcoa. Aunque las circunstancias conducían a los nacionalistas vascos a una alianza con el Frente Popular, Monzón dudaba, ya que veía a los marxistas como un foco de «contaminación»26 para sus gentes nacionalistas.

Sin embargo, las dudas de Telesforo Monzón y de los nacionalistas vascos se disiparon con la aprobación del estatuto de autonomía. Si el 23 de septiembre el estatuto vasco fue dic-taminado en las Cortes, el 25 salieron las primeras unidades de las milicias vascas para incor-porarse al frente de Guipúzcoa. Ese mismo día, el principal ideólogo del PNV, Engracio Aran-zadi, escribía: «Euzkadi no combate hoy por un Estatuto más o menos amplio, sino por su misma existencia».27 Y es que desde entonces cambió la actitud de los nacionalistas ante la guerra. En lugar del anterior talante dubitativo y defensivo, los nacionalistas adoptaron aho-ra una decidida postura beligerante contra el bando franquista. El reflejo político de ese cam-

                                                            23 Fernando DE MEER: op. cit., pp. 109-111. 24 “Informe nº 37. Informe de Telesforo Monzón (29 de marzo de 1940)”, en La guerra civil en Euzka-di. 136 testimonios inéditos recogidos por José Miguel de Barandiaran, Bilbao, Bidasoa, 2005, p. 729. 25 Carta de T. Monzón a M. Irujo, febrero de 1976, Fondo Irujo, J 18 M-N. Trintxerpe es un barrio del municipio guipuzcoano de Pasajes San Pedro de carácter obrero y cuya población ha sido de origen mayoritariamente inmigrante. 26 Fernando DE MEER: op. cit., p. 129. 27 Euzkadi 25-9-1936 (citado en J. L. DE LA GRANJA: República y Guerra Civil en Euskadi…, p. 232).

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bio fue la entrada del nacionalista Manuel Irujo en el Gobierno de Largo Caballero, también el 25 de septiembre.

En Euskadi se conformó una nueva realidad política e institucional. El 7 de octubre se constituyó el primer Gobierno Vasco de la historia, un gobierno cuasi independiente de facto por la excepcional situación bélica, presidido por el carismático líder nacionalista José Antonio Aguirre, que también asumió la cartera de Defensa. Aguirre formó un gabinete de concentra-ción en el que estaban representadas todas las fuerzas republicanas, izquierdistas y nacionalis-tas vascas. Telesforo Monzón fue designado Consejero de Gobernación. Desde ese cargo adaptó la administración local y provincial a la nueva situación política, suprimiendo los or-ganismos revolucionarios surgidos tras la sublevación militar. En lugar de las Juntas locales y provinciales de defensa, restableció los ayuntamientos -cubrió las concejalías vacantes con miembros del PNV y del Frente Popular- y las comisiones gestoras de las Diputaciones, a las que se incorporó el PNV. A cargo de Monzón estaban áreas delicadas como la censura o los servicios de información que vigilaban a supuestos quintacolumnistas. Obviamente, su prin-cipal labor fue el cuidado del orden público. Para ello sustituyó la Guardia Civil y Guardia de Asalto por un cuerpo de policía autónoma, la Ertzaña, formada por unos mil efectivos, de los que unos cuatrocientos constituían la policía motorizada. Al igual que ocurría en otras mate-rias de Gobierno, Monzón gestionaba la seguridad y el orden público con una autonomía mu-cho mayor que la reconocida por el estatuto, debido la excepcional situación bélica. Trató de aprovechar la debilidad del Gobierno republicano para dar legalidad y así posibilidad de con-tinuidad tras la guerra a las amplias cotas de autogobierno que entonces ejercía.28 El balance de su gestión en cuanto al mantenimiento del orden en el País Vasco durante la guerra ha sido considerado positivo en líneas generales. El socialista Julián Zugazagoitia, buen conocedor de las dificultades de la tarea, ya que había sido ministro de Gobernación en 1937 y 1938, dijo que Monzón «había conseguido devolver a la vida humana su precio».29 Sin embargo, el Con-sejero de Gobernación no fue capaz de evitar el asalto a las cárceles y asesinato de más de 200 presos derechistas ocurrido en Bilbao en enero de 1937, tras un bombardeo de la aviación alemana contra la villa. Como consecuencia de aquellos trágicos sucesos, Monzón presentó su dimisión, pero el Lehendakari Aguirre no la aceptó, a pesar de que la había pedido la propia dirección del PNV.30

                                                            28 Monzón pretendía que la Junta de Seguridad mixta contemplada en el estatuto fuera enteramente controlada por el Gobierno Vasco, y no por representantes del Gobierno de la República, aprove-chando las circunstancias del momento «para obtener [del] Gobierno [de] Valencia facilidades y concesiones que más tarde serán más difíciles». AHE, Gobierno Vasco, Gobernación, 535-4. Sobre la actuación de Monzón como Consejero de Gobernación vid. José Luis DE LA GRANJA: República y Guerra Civil en Euskadi…, pp. 268-269 y 303-310. Iñaki GARRIDO y Aitziber LEKUONA: Las raíces de los consejeros del primer Gobierno de Euzkadi, Vitoria-Gasteiz, IVAP, pp. 67-76. Iñaki GOIOGANA: “Telesforo Monzón Ortiz de Urruela. Normalidad en tiempos de guerra”, en AA.VV., El primer Go-bierno Vasco en Bilbao. En pie sobre la tierra vasca, Bilbao, Fundación Bilbao 700, 2016. 29 Julián ZUGAZAGOITIA.: Guerra y vicisitudes de los españoles, Barcelona, Tusquets, 2001 (reed. 4ª), p. 295. 30 José Luis DE LA GRANJA: República y Guerra Civil en Euskadi…, pp. 268-308. Fernando DE ME-ER: op. cit., pp. 263-280. Carmelo LANDA MONTENEGRO: “Bilbao, 4 de enero de 1937: memoria de una matanza en la Euskadi autónoma durante la Guerra Civil española”, Bidebarrieta. Anuario de Humanidades y Ciencias Sociales de Bilbao, 18 (2007), pp. 7-115.

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La constitución del Gobierno Vasco no sólo cambió la actitud política del PNV ante la guerra. También modificó su relato y su percepción del conflicto. Sobre esa realidad política e institucional que era el Gobierno Vasco, el nacionalismo elaboró un nuevo discurso y des-arrolló una cultura de guerra singular, capaz de movilizar a sus seguidores para luchar por su patria. El nuevo relato de la Guerra Civil sostenía que se trataba de un conflicto bélico im-puesto al País Vasco desde el exterior, una guerra no deseada por el pueblo vasco, al que no quedó otro remedio que defenderse de la agresión externa. Obligados a luchar por la libertad de Euskadi, los gudaris hacían una guerra defensiva y con criterios humanitarios, de acuerdo a su propia idiosincrasia. Se presentaba la guerra en el País Vasco al margen de la Guerra Civil española en su conjunto, como si fuera un conflicto aislado, en el que los vascos luchaban por Euskadi, por su libertad y por su autogobierno. Este relato encontraba fácil acomodo en la visión nacionalista de la historia vasca, interpretada como una secular agresión de España contra Euskadi. La Guerra Civil sería así un episodio más de la larga resistencia vasca frente al afán dominador de España. Este relato era uno de los elementos de una cultura de guerra específica elaborada por el nacionalismo vasco, que se expresaba en los batallones nacionalis-tas mediante la exhibición de sus propios símbolos (la ikurriña, en lugar de la bandera republi-cana); sus rituales diferentes (las misas de campaña celebradas por sus propios capellanes abertzales); sus himnos particulares (el Eusko Gudariak); una autopercepción singular, repre-sentada en la figura del gudari; una imagen del enemigo como invasor español, etc. Muchas de estas imágenes, valores e ideas no eran absolutamente nuevas. Entroncaban con la tradición del nacionalismo aranista que ensalzaba el sacrificio por la patria en el marco de una visión agónica de la identidad vasca, lo que contribuye a explicar su influencia y arraigo. El resulta-do final de toda esa cultura de guerra específica fue que el gudari creía luchar por la libertad de Euskadi. Percibía la guerra como una defensa del territorio e identidad vascos, y no como un combate por la República española.31 Poco importa que en realidad la guerra fuera un con-flicto civil también en el País Vasco, ya que sociedad vasca estaba, al igual que la española, escindida en dos bloques antagónicos que se enfrentaban violentamente. Lo que ahora nos interesa subrayar es que, tras las dudas iniciales del verano del 36, esa percepción de la Guerra Civil como lucha por Euskadi arraigó en el imaginario del nacionalismo vasco.

Telesforo Monzón adaptó ese relato nacionalista de la guerra a su particular carácter vehemente, místico y poético. Superadas las dudas de los primeros meses de la guerra, se refer-ía ahora a la lucha de los gudaris vascos como una auténtica “epopeya” que anunciaba la libertad de la patria vasca. Desde su cosmovisión profundamente religiosa, trasladaba con-ceptos católicos como el martirio al credo nacionalista en el marco de la guerra. De la misma manera que el dolor y el sacrificio santificaban al cristiano, la patria también se purificaba por el sufrimiento y la entrega de su juventud. De la misma forma que Jesucristo derramó su san-gre por la salvación de su pueblo, la sangre de gudaris vascos consagraría una patria vasca libre. La muerte adquiría sentido y se convertía en algo glorioso al ofrecerse en sacrificio por la salvación, en este caso de la patria vasca. Eran imágenes y conceptos religiosos (consagración,

                                                            31 Sobre el relato nacionalista de la guerra José Luis DE LA GRANJA: República y Guerra Civil en Euskadi…, pp. 232-254, y sobre esta cultura de guerra específica Xosé M. NÚÑEZ SEIXAS: op. cit.

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purificación, sacrificio…) que se transformaban en símbolos de lucha patriótica.32 tal como muestra esta proclama de Monzón de 1937:

Os saludo en nombre del Gobierno Vasco, de los gudaris vascos y de todo el pueblo vasco, brindándo-os con alegría nuestro sacrificio y nuestra epopeya, como signo, como heraldo de una victoria próxi-ma, cuyo fruto será una Patria libre, consagrada por la sangre de nuestra juventud, fortalecida por la unión de todos sus hijos, purificada por el dolor y por el sacrificio, y admirada por el mundo que hoy contempla con asombro el espectáculo escalofriante de la resistencia heroica, rabiosa, febril de vuestro pueblo vasco a perder su libertad…33

Este discurso de guerra tan ardorosamente defendido por Telesforo Monzón dejaba

poco margen para la transacción con los franquistas. Sin embargo, una tendencia en el seno del PNV, impulsada por el diputado Julio Jáuregui, proponía negociar algún tipo de acuerdo con los militares rebeldes.34 Otro sector, encabezado al parecer por Aguirre y Monzón, era partidario de luchar hasta el final, entendiendo por momento final la caída del territorio vasco. Como hemos visto, la visión de la guerra que había elaborado Monzón entendía la lucha por Euskadi como un sacrificio que contribuía a forjar la nación vasca. Por eso, rechazaba cual-quier negociación mientras los gudaris pudieran continuar luchando en territorio vasco: «Mientras quede un solo vasco en pie, no nos rendiremos, ni podemos rendirnos», proclamó.35 Telesforo Monzón y la mitificación de la experiencia de guerra

A pesar de la resistencia del ejército vasco, desde marzo de 1937 las tropas franquistas avanzaron en el Frente Norte y en junio consiguieron dominar todo el territorio vasco. El Gobierno de Euskadi decidió abandonar Bilbao, manteniendo el orden y la vida de los presos políticos hasta la entrada en la villa de los sublevados, y no destruir la potente infraestructura industrial vizcaína, que quedó en manos del ejército franquista. Los batallones vascos se reti-raron hacia Cantabria. Mientras tanto, los dirigentes del PNV negociaron con los italianos el Pacto de Santoña, un intento de rendición de las milicias nacionalistas vascas ante el ejército italiano en condiciones ventajosas. Según el acuerdo, los soldados vascos se entregarían a cambio de quedar bajo custodia de las autoridades militares italianas, y no de las franquistas, y se permitiría marchar al exilio a los responsables políticos y militares. Los nacionalistas ne-gociaron el acuerdo al margen del Gobierno republicano, ante el que la rendición debía presen-tarse como una derrota militar. En cumplimiento de lo pactado, el 26 de agosto de 1937 los batallones nacionalistas, junto a algunos izquierdistas, se entregaron a los italianos. Pero el Pacto de Santoña fue un rotundo fracaso para los nacionalistas. La evacuación prevista de los dirigentes nacionalistas vascos no se llevó a cabo por orden de Franco. Además, aunque ini-

                                                            32 Anthony D. SMITH: “The Sacred Dimension of Nationalism”, Millennium. Journal of International Studies, 29:3 (2000), pp. 791-814. 33 AHE, Gobierno Vasco, Presidencia, 534-18. 34 Fernando DE MEER: op. cit., pp. 236-240. C. M. OLAZABAL: op. cit., pp. 218-284. 35 Citado en C. OLAZABAL (comp.): Pactos y traiciones: los archivos secretos de la guerra en Euzka-di, Bilbao, Fundación Popular de Estudios Vasco, 2009, vol. I, p. 260.

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cialmente los rendidos quedaron bajo custodia italiana, poco después fueron entregados al ejército franquista.

El Pacto de Santoña era consecuencia lógica de la concepción de la guerra de los na-cionalistas vascos. Si, como proclamaban, luchaban por la libertad de Euskadi, caído su terri-torio vasco y perdido el autogobierno vasco, nada tenían que defender. No tenían ya motivos para continuar la lucha, según su relato del conflicto. En este tiempo Monzón continuó des-arrollando su labor como consejero del Gobierno Vasco, ahora en el exilio. Tras el fracaso del Pacto de Santoña se desplazó a Ginebra, en representación del Gobierno Vasco, para realizar gestiones ante la Sociedad de Naciones a favor de los presos vascos, entre los que se encontra-ban destacados dirigentes del PNV, por cuya vida se temía. Su misión fue ignorada por la delegación española, encabezada por Negrín.36 En el exilio francés Monzón se encargó de los vascos internados en penosas condiciones en campos de refugiados, junto a miles y miles de exiliados procedentes de otras partes España que huían de la guerra. Con el objeto de afirmar y preservar la singularidad vasca, gestionó el agrupamiento de los refugiados vascos en zonas o campos diferenciados.37

Aunque los combates en territorio vasco acabaron en junio de 1937 y la contienda con-cluyó definitivamente en abril de 1939, la experiencia de guerra fue para Telesforo Monzón, y para el nacionalismo vasco en general, un fenómeno de larga duración que no se agotó con el fin del conflicto bélico. La cultura y el relato de guerra elaborados durante 1936 y 1937 conti-nuaron influyendo en Monzón durante toda su vida e impregnaron el imaginario del naciona-lismo vasco del futuro. Como hemos visto, durante el franquismo el nacionalismo vasco ela-boró una memoria heroica de la guerra,38 que fue transferida a generaciones posteriores, al tiempo que fue adaptándose a nuevas realidades y reformulándose según diversos intereses políticos durante el tardofranquismo y la Transición. En ese proceso de elaboración, reelabo-ración y transferencia de la memoria de guerra a las nuevas generaciones Telesforo Monzón desempeñó un papel de destacado protagonismo. En los años cuarenta participó en la cons-trucción de una memoria que mitificaba la experiencia de guerra. Dejando en un segundo plano el dolor y el sufrimiento causados por el conflicto, Monzón recordaba la guerra como algo glorioso. En lugar del horror de la guerra, evocaba el generoso sacrificio por la patria y la epopeya bélica.39 Como veremos, mantuvo siempre esa percepción idealizada del conflicto al que llegó a calificar, ya en la Transición, de «sublime locura colectiva».40 Para Monzón, la Guerra Civil no fue sólo algo memorable y heroico. También fue un acontecimiento útil, que tuvo sentido. Recién acabado el conflicto, escribió una carta al Lehendakari Aguirre en la que detallaba las utilidades de la guerra:

                                                            36 AHE, Gobierno Vasco, Presidencia, 34-4. 37 Juan Carlos JIMÉNEZ DE ABERASTURI: De la derrota a la esperanza: políticas vascas durante la Segunda Guerra Mundial (1937-1947), Oñati, IVAP, 1999, pp. 178-193. Josu CHUECA: Gurs. El cam-po vasco, Tafalla, Txalaparta, 2007, p. 33. 38 Ludger MEES: op. cit. Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA: op. cit., pp. 145 y ss. 39 Ese fenómeno de mitificación de la experiencia de guerra fue general en la Europa de entregue-rras y ha sido estudiado por George L. MOSSE: Fallen soldiers. Reshaping the Memory of the World Wars, Londres, Oxford, U.P, 1990. También se manifestó en la prensa abertzale del exilio, como muestra GaizkanFERNÁNDEZ SOLDEVILLA: op. cit., pp. 152-163. 40 Telesforo MONZÓN: “Respuesta de un demente a un cuerdo”, Egin, 13-7-1980.

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Se equivoca el que pueda creer que haya sido estéril nuestro sacrificio: hemos fortalecido la concien-cia nacional; despertado en los reacios el orgullo de ser vascos; extendido por el mundo el nombre de nuestro pueblo y la fama de su conducta; demostrado ante propios y extraños que nuestro vas-quismo no era una palabra hueca más, sino la resolución de nuestra vida. (…) Lo que ahora mismo está ocurriendo en nuestro País, es de una grandeza incomparable.41

Como vemos, Monzón era consciente de que la guerra era un agente que contribuía a

forjar la nación. Sabía que la guerra delimitaba fronteras entre grupos enfrentados –de ahí la importancia de presentar la Guerra Civil como una guerra defensiva de los vascos frente a una imaginada agresión extranjera- y que robustecía la cohesión del grupo nacional, en este caso despertando «el orgullo de ser vascos» y fortaleciendo «la conciencia nacional». Esto le llevó a reflexionar sobre la función nacionalizadora de la guerra, estableciendo una comparación en-tre la debilidad del abertzalismo en el territorio vasco-francés y su arraigo en la Euskadi penin-sular. En su opinión, la razón de esa diferencia había que buscarla en la guerra. Las guerras de los vascofranceses no habían sido por Euskadi, sino por Francia, lo que había “afrancesado” a las gentes de Iparralde, a través del culto a sus héroes y a sus muertos, especialmente de la Gran Guerra.42 No es de extrañar, pues, que Monzón se propusiera cultivar la memoria de la Guerra Civil, entendida como guerra por Euskadi, y rendir culto a los gudaris caídos por la patria vasca, según su relato del conflicto. Para ello utilizó la literatura. En los años cuarenta escribió dos libros de poemas, movido por la experiencia la guerra, según confesó. El primero de ellos, titulado Urrundik (Desde lejos), vio la luz en 1944 en el exilio mejicano. En él quiso reflejar sus recuerdos de tiempo de paz y de guerra. Sus poemas representaban un País Vasco tradicional, rural e idílico, donde reinaba la paz. Una paz que fue quebrada por la agresión exterior. Su segundo poemario fue Gudarien eginak (Las gestas de los gudaris), publicado en Biarritz (Francia) en 1947, poco después de regresar a Europa para asentarse en la localidad vasco-francesa de San Juan de Luz. Con esta obra trataba de crear ritos populares para el cultivo de la memoria de guerra y especialmente para rendir culto al gudari caído. Por eso los poemas iban acompañados de una melodía y de unos estribillos que debían ser cantados por “el pueblo”.

Tanto Urrundik como Gudarien eginak muestran una visión profundamente religiosa de la guerra y una sacralización de la experiencia bélica, coherente con la concepción religiosa del nacionalismo vasco de Monzón. Y es que Telesforo, al igual que Sabino Arana, fue católico antes que nacionalista o, mejor dicho, vivió el nacionalismo como una consecuencia de su fe religiosa. Concibió el patriotismo vasco como un camino hacia la salvación religiosa y sintió su militancia política como una suerte de labor pastoral. Partía de la idea de que las naciones eran creación divina. También «el pueblo vasco» era obra de Dios, que le había dotado de una identidad virtuosa singular. Es lo que Monzón llamaba el ser, el alma o el espíritu vascos. Esa identidad vasca, aunque se había ido degradando con la modernidad, se conservaba en toda su pureza en el mundo rural. La principal misión del nacionalismo vasco era preservar                                                             41 AHE, Gobierno Vasco, Presidencia, 42-1, carta de T. Monzón a J. A. Aguirre, fechada en Bayona, 11-11-1939. 42 Telesforo MONZÓN: “Kontzientziaren eboluzinoa”, Jakin, 1969 (reproducido en Telesforo Mon-zon, hitzeko gizona: Aturritik Ebrora, Bilbao, Anai Artea, 1993, pp. 135-144)

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ese espíritu vasco auténtico, creado por Dios, paradigma de virtudes.43 Esa concepción del nacionalismo impregnó de sacralidad la memoria de guerra que elaboró Monzón en los años cuarenta. Su relato del conflicto reforzó el significado religioso que la nación ya tenía previa-mente para él. La Guerra se convertía en una lucha en defensa de la identidad de un pueblo creado por Dios, se transformaba en un combate a favor de la auténtica ley cristiana.44 La experiencia bélica se convirtió así en experiencia sagrada. La guerra aportó santos y mártires, que se sacrificaban por la resurrección de la patria vasca. El gudari caído era la encarnación del mártir vasco. Los poemas de Monzón transformaban la muerte del gudari en alegre sacri-ficio martirial por el espíritu vasco:

Los gudaris que murieron en la cumbre de nuestros montes, supieron vivir como ángeles y morir como valientes. En sus manos confió la Patria su esperanza y libertad. Ellos amaban la paz, el tra-bajo y la danza, pero fueron a la guerra para que la familia que allí dejaste, el caserío que te vio nacer y el apellido que llevas con orgullo, no vieran la muerte del alma de los vascos. Supieron morir can-tando, llenando el blanco de sus almas y el verde de las praderas, con el rojo de su sangre generosa.45

Las figuras literarias y conceptos que sacralizaban la experiencia de guerra y la vincu-

laban con la religión abundan en los poemas de Monzón de los años cuarenta. En absoluta fusión de nacionalismo y religión, Monzón presentaba al gudari como un ser angelical, hijo de Andra Mari (la Virgen María), cuyas hazañas eran ofrendadas a la Virgen o a Dios, y cuyo fruto sería la libertad de Euskadi y la unidad del pueblo vasco. La muerte del gudari, como la de los santos y mártires cristianos, debía ser celebrada y recordada con oraciones por la comu-nidad.46 Monzón no sólo dotaba de un carácter sagrado a la guerra por la patria, también la relacionaba con la divinidad. Expresó esa idea en un poema en que recordaba la muerte de un sacerdote celebrando misa como consecuencia de un bombardeo italiano sobre Durango el 31

                                                            43 Fernando MARTÍNEZ RUEDA: “Religión y nacionalismo vasco en el siglo XX. Sobre el nacionalismo y el mito del pueblo elegido, véase Anthony D. SMITH: Chosen peoples, Oxford, Oxford University Press, 2003. 44 Telesforo MONZÓN: “Eguberrietako itzaldia”, en Gudarien Eginak, reproducido en Koldo IZAGI-RRE (ed.), Telesforo Monzón: hitzak eta idazkiak. Vol. 4, [s.l.], Jaizkibel, 1986, pp. 110-111. En ese volumen se reproduce casi toda la obra poética de Monzón y de ahí tomamos los fragmentos de sus poemas que citamos en el texto. 45 El texto pertenece al prólogo de Urrundik (Méjico, 1944). Original en euskera. La traducción, pu-blicada con el poemario, es libre y fue realizada por el amigo y correligionario de Monzón Germán Iñurrategui. Tomamos el texto de Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 4, p. 23. 46 En el poema “Eskeintza” (“Ofrenda”) de Urrundik, dedicado a la Virgen de Aranzazu, Monzón escribe: «Zure seme da, Andra Mari, anaia detan gudari!» («Mi hermano gudari es tu hijo, Virgen María»; original en euskera, traducción del autor. En Ibídem, p. 26). En “Adiskide bi” (“Dos amigos”) de Urrundik presenta la muerte del gudari como sacrificio a favor de la libertad de Euskadi, por la que se ruega a Dios: «¡Al pie del monte, una pequeña tumba unirá para siempre al gudari con su tierra vasca! ¡Ven pastor, y con tu albogue, pon música a estos esponsales! Y pide conmigo a Dios, que de esta unión, nazca un fruto que se llame… ¡LIBERTAD!» (original en euskera, traducción de G. Iñurrategui; en Ibídem, p. 84). Sobre el culto al gudari caído, Monzón escribe en “Eguberrietako itzaldia” (“Discurso de Navidad”) de Gudarien eginak: «Illik yausiko ba’intzake Lurrari opaz odola, iretzat izango ituke Euzkadi’ko otoi ta lora…!» («Si cayeses muerto, entregando tu sangre a la tierra, para ti será la oración y la alabanza de Euzkadi»; original en euskera, traducción del autor; en Ibí-dem, p. 111).

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de marzo de 1937. Con la muerte del sacerdote en el momento mismo de la consagración se unían, en la poesía de Monzón, la sangre del pueblo vasco y la sangre divina:

Apaiz zartxo bat da mezlari. Un sacerdote anciano celebra la misa. Yauna eskuan dula ilda jausi! ¡Cae muerto teniendo a Dios en la mano! Ta Yainkoaren Odol Bera Y la misma Sangre del Señor ixuri zitzaigun lurrera… se nos derramó por la tierra Onelaxe dala bat egin Se unen así Aren Odol Erriarenarekin.47 Su Sangre y la del Pueblo.

Con ese tono de fervor religioso-patriótico Monzón construyó una memoria mitificada del conflicto que se inspiraba en el relato construido por el nacionalismo durante la guerra. En primer lugar, repetía la idea de que era un conflicto ajeno a Euskadi, impuesto desde el exte-rior, mediante una agresión externa que rompió la paz característica del pueblo vasco: «¡Eus-kalerria, pueblo de los vascos!... ¿quién mató tu paz? ¿A quién hacías tu daño, mi Euskale-rria?»48 El propio Monzón se respondía a sí mismo presentando al enemigo que rompió la paz vasca como «arrotzak» («los extranjeros»), entre los que se encontraban «moros, alemanes y romanos», además de los franquistas españoles. Esa agresión extranjera pretendía destruir la identidad del pueblo vasco, acabar con su lengua, con sus costumbres y con su libertad.49 En el relato de Monzón el ataque contra el pueblo vasco fue resistido por el gudari, compendio de virtudes, que sacrificó su vida para defender la casa del padre y el alma vasca. En sus poe-mas rendía culto de manera exagerada a la figura del soldado vasco, al que confería unas cua-lidades morales y físicas absolutamente excepcionales. Lo describía como una figura angelical y pacífica, sin odio al enemigo, físicamente superior y de una valentía insuperable. El gudari encarnaba las virtudes del pueblo vasco, al que ahora Monzón llamará también «el Pueblo de los Gudaris», convertidos así en símbolo de identidad vasca. Monzón difundió el mito del gu-dari pacífico, que hacía la guerra de forma pacífica y generosa, al tiempo que valiente y au-daz.50 Probablemente Monzón basaba ese mito en el respeto a la vida de presos y en la no destrucción tras la derrota que caracterizó la actuación de los batallones vascos. No se trataba de un simple recurso literario, ya que Monzón creía en el mito del gudari angelical, como muestra el siguiente fragmento de una carta que le escribió al Lehendakari Aguirre en 1944:

Lo que verdaderamente ha caracterizado nuestra guerra es la casi no humana generosidad de nues-tros gudaris, que peleaban con estas dos grandes preocupaciones: defender la tierra y defender al ene-migo. Aquello fue una guerra de ángeles. (…) La gesta de Archanda , por ejemplo, no parece de esta tierra y si algo nos ha dado ante Dios, ante nosotros mismos y ante el Mundo, personalidad, ha sido esa locura de generosidad sin límites, practicada no por un grupo, sino por un pueblo.51

                                                            47 Ibídem, p 114. Traducción del autor. 48 “Bakean”, en Urrundik (original en euskera; traducción de G. Iñurrategui; Ibídem, pp. 23 y 28). 49 “Geuri lurrak ematen indarra…!”, y “Gudara” en Gudarien eginak; “Adiskide bi” en Urrundik los tres poemas tomados de Ibídem, pp. 113, 85 y 99). 50 Ibídem, pp. 23 y 98. Esa visión idealizada del gudari también es frecuente en la prensa nacionalista de la época, tal como ha observado Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA: op. cit., pp. 152-163. 51 A.N., EBB, 117-2, Carta de T. Monzón a J.A. Aguirre, fechada en México el 6 de junio de 1944.

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Siguiendo el relato nacionalista, Monzón presentaba el conflicto como un episodio más de la lucha secular en defensa de la libertad vasca. De la misma forma que los antepasados habían dejado la azada para defender el espíritu vasco de los invasores, los gudaris también subieron al monte para defender Euskadi, al grito de «Antes morir que perder la libertad». El gudari era continuador de la lucha por la libertad vasca del pasado y también modelo a emu-lar en el futuro, puesto que la resistencia continuaría mientras la libertad vasca estuviera en peligro: «¡Convéncete invasor! No tendrás paz mientras nuestro pueblo no vuelva a su Vieja Ley».52 La exaltación de la muerte por la patria, simbolizada en el gudari caído, se repetía una y otra vez en los poemas de Monzón. Al glorificar el sacrificio supremo por Euskadi proponía un modelo ideal de conducta que en el futuro arraigaría en el imaginario del nacionalismo vasco:

Dantza ta Guda mendi goietan… [Guerra y danza en los montes… Aupa mutillak! Aurrera! ¡Aúpa, muchachos! ¡Adelante! Bakea baitegu biotzetan, Llevamos la paz en el corazón ez degu iltzeko beldurra! ¡Por eso no tememos a la muerte! Euskalerri’ko mutil gazteak, Jóvenes muchachos de Euskalerria, Aingeru, naiz ta Gudari- Ángeles, aunque Gudaris, Gorroto gabe yausiak dira cayeron sin odio Mendigoietan kantari!53 cantando en las cumbres]

Sin embargo, ese relato maniqueo de la guerra no podía ocultar, tampoco a los ojos de Monzón, la fractura que el conflicto bélico había provocado en el seno de la sociedad vasca. Telesforo simplificó esa ruptura al identificar a los navarros con los sublevados y al resto del pueblo vasco con la defensa de Euskadi. Veía a los requetés navarros como hermanos, mu-chos de los cuales hablaban euskera y procedían de ese mundo rural que Monzón identificaba con la esencia vasca. Formaban parte de lo que Telesforo entendía que era el pueblo vasco, concebido como una comunidad orgánica y homogénea, cuyo estado natural era la armonía y unidad. Nada más grave para él que la ruptura de la unidad del pueblo, una de sus principales obsesiones. Según Monzón, esa cohesión se había roto, no por culpa del pueblo, sino del ene-migo externo. En uno de sus poemas se preguntaba «¿Cómo los navarros contra nosotros?», y sugería que un aizkolari había tratado de separar la rama navarra del tronco vasco.54 Acaba-da la guerra, el objetivo principal debía ser, pues, recuperar la unidad del pueblo. Por eso a mediados de los años cuarenta, convencido de que el franquismo estaba a punto de caer, pro-

                                                            52 “Azkatasun nahia”, en Urrundik (cit. en Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 4, p. 31). Original en euske-ra, traducción de G. Iñurrategi. 53 Esos versos constituyen una estrofa con la que acaban numerosos poemas de Gudarien eginak, que debía ser cantada por “el pueblo”. Original en euskera, traducción del autor. La distancia entre el mito y la realidad puede apreciarse en la respuesta que el antiguo gudari y reputado intelectual Koldo Mitxelena (“De prosa y versos”, Muga, nº 2, 1979, p. 9) dio a esos versos en 1979: «Lo malo es que no me reconozco en el retrato, ni reconozco en él a mis compañeros. (…) La alusión a la danza en el frente sólo podría entenderse como una burla macabra, y al caer no se canta. (…) No solamen-te he tenido miedo a morir (…), sino que sudaba pesadillas con sólo pensar que alguna de la innu-merables partes útiles y sensibles que componen nuestro cuerpo pudiera sufrir daño o perjuicio». 54 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 4, p. 101.

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ponía una «política de brazos abiertos y del perdón» entre vascos, una política de paz «nacio-nal» vasca que primara la generosidad sobre la justicia:

Hay que crear, debemos crear una mística del perdón, porque de otro modo no se habría coronado la obra de nuestro pueblo. (…) No veo además modo práctico de poder llevar a cabo esa política que al-gunos llaman de justicia y que había de hacer correr sangre y llenar las cárceles; política triste que yo no quiero para mi pueblo en el día de su renacimiento. ¿Sobre quién se va a hacer ‘JUSTICIA’? Si la maldad pudiera concretarse en un grupito de seis o de doce, pero si solo en Nabarra los asesinos, los cómplices, los delatores se cuentan por millares, ¿cómo vamos a realizar más justicia que esa otra del Cristiano, que es la del perdón? Esta política del perdón, será capaz de levantar al País entero en una exaltación de misticismo, de generosidad y de alegría que coronará su obra.

Las expectativas de derrocamiento del franquismo no se cumplieron. Fracasó la estra-

tegia del Lehendakari Aguirre de colaborar con los aliados, convencido de que acabarían con el franquismo tras su victoria en la Segunda Guerra Mundial. El inicio de la Guerra Fría y la aceptación por parte de Estados Unidos del régimen de Franco, que le aseguraba orden y anticomunismo a ultranza, frustraron las esperanzas. No hubo, pues, posibilidad alguna de aplicar la política de perdón «nacional» y unidad entre vascos propuesta por Monzón. De la mitificación de la guerra a la brutalización de la política

En los años cincuenta Telesforo Monzón se distanció de la dirección nacionalista. Dis-crepaba de la política de unidad y colaboración con todas las fuerzas antifranquistas del exilio republicano, cuya expresión institucional era el Gobierno Vasco en el exilio, compuesto por nacionalistas, socialistas y republicanos. Abogaba por lo que llamaba una política “netamente vasca”, es decir, un acuerdo entre vascos, incluidas las fuerzas derechistas, en vez de una alian-za con grupos políticos republicanos de ámbito estatal. Su visión dicotómica de la realidad –España versus Euskadi- le hacía oponerse a la política de colaboración con fuerzas republica-nas españolas y le llevaba a favorecer una aproximación a fuerzas derechistas vascas. Tam-bién rechazaba la política de lealtad hacia las instituciones republicanas liderada por el Le-hendakari Aguirre. Consideraba que la alternativa republicana era absolutamente inútil para derrocar a Franco y estaba convencido de que la solución monárquica era la más eficaz para acabar con el franquismo. Su visión de la política española era puramente instrumental. Los vascos se deberían decantar por la República o por la Monarquía teniendo en cuenta sus pro-pios intereses únicamente. Y en ese momento histórico, en opinión de Monzón, les interesaba más la alternativa monárquica, por ser ésta la única con posibilidades de sustituir a Franco. El escaso eco de sus planteamientos en el PNV y en el Gobierno Vasco llevó a Monzón a presen-tar su dimisión como consejero en septiembre de 1953. Dijo que la principal razón de su re-nuncia había sido su desacuerdo con la línea política del Gobierno Vasco de vincular la cues-tión vasca a la alternativa republicana española.

Desde los años sesenta Monzón se fue alejando cada vez más de la dirección del PNV y del Gobierno Vasco. Reprochaba al Partido Nacionalista su pasividad, su falta de liderazgo, su incapacidad para atraer a las nuevas generaciones y su funcionamiento antidemocrático. Para superar estos males proponía una profunda renovación, un proceso de apertura y de

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regeneración del partido. Pero el principal descuerdo entre Monzón y los dirigentes jeltzales era su diferente actitud ante ETA. Para Monzón, obsesionado con la unidad del pueblo vasco, era imprescindible la acción concertada de todos los abertzales y proponía la constitución de un Frente Nacional Vasco compuesto por ETA y el PNV. Veía el mundo de ETA como uno de los elementos constitutivos de la misma familia vasca, que tomaba el relevo de las viejas generaciones. Había que dialogar y colaborar con ETA, que identificaba con la juventud vas-ca, evitando rupturas. Como sus planteamientos no fueron asumidos por la dirección jeltzale, el propio Monzón, al margen del PNV, puso en práctica ese acercamiento y colaboración con ETA. Su principal iniciativa en ese sentido fue la creación en 1969 de Anai-Artea, asociación de ayuda a los refugiados etarras en el país vasco-francés. Recuperó cierta notoriedad pública cuando medió para conseguir la liberación del Cónsul alemán Beihl, secuestrado por ETA, con motivo del juicio de Burgos. Y participó en actos de protesta, manifestaciones, huelgas de hambre o reuniones con los refugiados vascos del entorno etarra en los primeros años setenta. Desde esa época radicalizó sus mensajes y actuó políticamente a favor de ETA, aunque man-tuvo su militancia en el PNV hasta su expulsión en 1977.55

Telesforo Monzón también reelaboró su relato del pasado y memoria de guerra para adaptarlos a sus nuevos planteamientos políticos. La memoria colectiva debe ser entendida como un proceso social que construye y reconstruye el pasado bajo la influencia de un contex-to cambiante. Es decir, se recuerda condicionado por el grupo y por el entorno, reinterpretan-do el pasado al servicio de determinadas concepciones e intereses del momento. Como ha ex-presado con claridad Enzo Traverso, «la memoria se conjuga siempre en presente», y en plu-ral, añadiríamos nosotros.56 El proceso de adaptación de la memoria de guerra realizado por Monzón desde los años sesenta está relacionado con esos cambios en el nosotros que recuerda –su aproximación al grupo de refugiados de ETA– y en el contexto político –la escisión del na-cionalismo. En esa nueva situación Telesforo Monzón adaptó la memoria de guerra y la puso al servicio de ETA y de su estrategia violenta. Esa reelaboración del pasado no sólo estaba influenciada por un determinado contexto, sino que, en una relación recíproca, también ac-tuaba sobre él, en este caso aportando una supuesta legitimidad histórica a la violencia de ETA.

Desde sus primeros tiempos ETA buscó esa legitimidad histórica estableciendo una línea de continuidad entre su activismo y la Guerra Civil. Los documentos de ETA repetían esa idea al describir a los etarras como «los nuevos gudaris» que recogían «la antorcha» y con-tinuaban el camino iniciado por los viejos gudaris del 36.57 Los jóvenes nacionalistas habían recibido mediante diversos canales (el medio familiar, la literatura o la prensa nacionalistas, el espacio parroquial, etc.) esa memoria heroica de la guerra que Monzón había contribuido a

                                                            55 Fernando MARTÍNEZ RUEDA: “Telesforo Monzón, del nacionalismo aranista a Herri Batasuna”, pp. 267-297. 56 Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA: Memoria e Historia. Vademécum de conceptos y debates funda-mentales, Madrid, Libros de la Catarata, 2013. Enzo TRAVERSO: El pasado. Instrucciones de uso. Historia, Memoria, Política, Madrid, Marcial Pons, 2007, p. 8. Paolo JEDLOWSKI: “La sociología y la memoria colectiva”, en A, ROSA, G. BELLELLI y D. BAKHURST (eds.), Memoria colectiva e identidad nacional, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp. 123-131. 57 Jesús CASQUETE: En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radi-cal, Madrid, Tecnos, 2009, pp. 146-147. Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA: op. cit., pp. 39, 160 y ss.

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construir. Sin embargo, en los años cincuenta el mito del gudari contrastaba con la pasividad de la oposición nacionalista, sumida en la inactividad y en el desánimo. Como dijo Mario Onaindía: «Por una parte se nos transmitía en el círculo familiar una leyenda heroica de la guerra y, por supuesto, nos contaban todo tipo de horrores del franquismo. Pero, al mismo tiempo, […] [los miembros de la generación anterior, la generación de los gudaris] no movían un dedo contra la dictadura. Nos fuimos de casa para continuar su guerra».58 En el imagina-rio del nacionalismo radical arraigó, pues, la idea de continuidad entre el militante etarra y el gudari del 36, ambos en lucha por Euskadi.

Al servicio de esa representación Monzón puso toda su influencia y todo su prestigio como nacionalista histórico y como veterano de la Guerra Civil, aunque no combatiente. El propio Monzón se veía a sí mismo como puente entre el pasado y el presente, como nexo entre las viejas generaciones nacionalistas del PNV y los jóvenes abertzales del entorno etarra. Por eso, según dijo, aspiraba a acercar a la juventud el recuerdo del pasado.59 Se convirtió así en uno de los principales productores y difusores de la memoria de guerra en los años sesenta y sobre todo en los setenta. Como hemos visto, su cultivo y mitificación de la experiencia bélica no era ninguna novedad. Sí lo era, en cambio, la nueva audiencia y la enorme difusión que sus mensajes iban a alcanzar en los últimos años del franquismo y en la Transición.

El eje central del discurso de Monzón en esta época era la idea de la continuidad de la Guerra Civil. Frente a la política de perdón y reconciliación nacional vasca que había defendi-do en los años cuarenta, ahora proclamaba rotundamente que la guerra no había terminado. Una y otra vez repitió esta idea en torno a la cual articuló el resto de sus mensajes. Los vascos no habían firmado armisticio alguno. Por tanto, los etarras no hacían sino continuar el inaca-bado combate de los gudaris en defensa de Euskadi «contra la invasión armada hispano-fascista».60 La idea de continuidad de la guerra exigía establecer una similitud entre el pasado y el presente, entre la situación de la Guerra Civil y la de los años setenta, algo que sólo era posible mediante la manipulación del pasado. Como el propio Telesforo reconoció, él no aspi-raba a narrar «historia auténtica», sino a componer «poesía histórica» con el fin de extender la «conciencia nacional».61 Se trataba de utilizar el pasado para forjar nación.

El resultado fue la elaboración de un relato que sostenía que la violencia de ETA era la continuación del largo combate del pueblo vasco a favor de su soberanía. Si en los años cua-renta Monzón representaba la Guerra Civil como una poco definida defensa de la identidad del pueblo vasco frente a una agresión extranjera, ahora la convertía en una guerra a favor de la independencia nacional vasca.62 El Gobierno autónomo, reducido al territorio vizcaíno, se transformaba ahora en el «primer Gobierno nacional de Euskal Herria». Monzón lo describía                                                             58 Cit. en Juan ARAZANZADI, Jon JUARISTI y Patxo UNZUETA: Auto de Terminación, Madrid, El País Aguilar, 1994, p. 192. 59 Telesforo MONZÓN: Langosta baten inguruan, Donostia, Elkar, 1995, p. 12. 60 En 1973 declaró «seguimos estando en guerra. No se firmó armisticio alguno» (Iñaki ANASAGAS-TI: Llámame Telesforo, Tafalla, Txalaparta, p. 150). En vísperas de la muerte de Franco escribió: «La Guerra que la España franquista desencadenó contra Euzkadi en 1936 no ha terminado», (Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 129-131). Repitió hasta la saciedad el mismo mensaje en numerosas entrevistas durante la Transición. 61 Fondo Irujo, J 15 M-N, Carta de T. Monzón a M. Irujo, 1973. 62 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 129-131. Punto y Hora, 14-21 junio de 1979. Anai Artea (ed.): Telesforo Monzón, hitzeko gizona: Aturritik Ebrora, [s.l.], Anai Artea, 1993, pp.120-134.

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como un «Gobierno soberano [… que] tenía sangre, alma, espíritu».63 Mantenía la vieja idea de que la Guerra Civil era un episodio más de la larga lucha del pueblo vasco. Pero si en el rela-to de posguerra Euskadi había combatido por una genérica libertad vasca, ahora se trataba de una lucha por la soberanía vasca. Era un conflicto bélico que duraba más de un siglo y que Monzón bautizó como «la guerra de los 150 años», iniciada en 1839 cuando unos «terroristas» robaron a Euskadi su soberanía.64 Era una guerra por la independencia, cuyo primer eslabón fue el carlista Zumalacarregui y el último era ETA:

…unos terroristas vinieron hace ciento cincuenta años a este país y se llevaron en el saco la soberanía. Y estos terroristas se van sucediendo hasta los actuales terroristas que siguen con la soberanía metida en el saco sin querer devolverla. Y viene la guerra. Una larga guerra que no se ha terminado y que yo llamo la guerra de los 150 años. […] La época de Zumalacarregi y la primera guerra. La de Santa Cruz y la segunda. La de Aguirre y del Gobierno vasco, la de ETA y Txikia y Argala. […] el compo-nente del fondo es el mismo: Una guerra nacional de recuperación de lo que los terroristas nos robaron hace ciento cincuenta años y hasta que esta soberanía vuelva a nuestro pueblo no hay paz posible.65

Partiendo de esa idea básica de continuidad y asumiendo el papel de oráculo de la

memoria, Monzón estableció un constante paralelismo entre pasado y presente. Mediante multitud de símiles y metáforas representó una permanente identificación entre la heroica lucha pretérita y el universo etarra. Para alguien como Monzón que había cultivado desde la posguerra el mito del gudari, la primera simetría no podía ser otra que la imaginada entre el soldado vasco del 36 y el militante de ETA. Resumió esa idea en su famoso lema «atzo eta gaurko gudariak» («los gudaris de ayer y de hoy»), que explicó así: «Y entonces viene una generación nueva (…) Yo veía que eran iguales que los gudaris de mi tiempo, exactamente igual». Por eso equiparaba a Cándido Saseta, comandante de Euzko Gudarostea caído en 1937, con Eustaquio Mendizabal, dirigente etarra abatido por la policía en 1973, ambos muertos «entre espinas (…) por Euskadi».66 Monzón representaba todo acontecimiento o personaje del entorno etarra como una prolongación del pasado, donde encontraba su equiva-lente. Los etarras encarcelados eran los hijos de los presos de la Guerra Civil y de la posguerra. La represión del tardofranquismo no era más que continuación de la violencia franquista du-rante la Guerra Civil. El juicio de Burgos tenía su antecedente en el bombardeo de Gernika. Los familiares de Txiki y Otaegi (miembros de ETA fusilados en septiembre de 1975) sufrían igual los de Aitzol y Lauaxeta (sacerdote y escritor nacionalistas fusilados en la guerra por los

                                                            63 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 129-131. Iñaki ANASAGASTI: op. cit., p. 50. 64 Monzón hacía referencia a la ley de 25 de octubre de 1839 que confirmaba los fueros de los terri-torios vascos «sin perjuicio de la unidad constitucional». Sobre el significado de esa fecha en el universo simbólico del nacionalismo vasco, véase Coro RUBIO: “Celebración o duelo. Controversia emocional y simbólica en torno al 25 de octubre y el Día de Euskadi”, en Geraldine GALEOTE, María LLOMBART y Maitane OSTOLAZA, Emoción e identidad nacional: Cataluña y País Vasco en perspec-tiva comparada, París, 2015, Éditions Hispaniques. Intittut d'Études Hispaniques, 2015, pp. 133-146. De la misma autora, la entrada “25 de octubre de 1839”, en Santiago DE PABLO et alii (coords.): op. cit. 65 Punto y Hora, 14-21 junio de 1979 (citado en Telesforo MONZÓN: Herri baten oihua. Hitzak eta idatziak, Pamplona, Mesa Nacional de Herri Batasuna, 1982, pp. 73-81). 66 Telesforo MONZÓN: Herri baten oihua..., p. 117. Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 4, p. 344.

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franquistas). Pasado y presente se identificaban en ese relato porque, según Monzón, la guerra continuaba.

Monzón creyó ver en el final del franquismo la oportunidad histórica para conseguir la soberanía de Euskadi mediante la violencia, la movilización popular y la acción concertada de todos los abertzales. En los primeros momentos de la Transición trató de constituir un frente abertzale. En abril de 1977 organizó la cumbre de Txiberta, unas conversaciones entre todas las fuerzas nacionalistas (entre las que destacaban el PNV y ETA) para establecer una estra-tegia común ante el proceso de Transición. Fracasadas esas negociaciones, Monzón tuvo que elegir entre el PNV, su partido de toda la vida en el que todavía seguía militando, y ETA. Se decantó por ETA, identificándola con los gudaris: «…no sé en este momento qué camino hay que tomar, pero a pesar de todo, en el momento más grave, y sin la seguridad de acertar, digo que yo no me separo de los gudaris vascos, ni les dejo solos».67 Se convirtió entonces en el líder más carismático del nacionalismo radical. Participó en la constitución de Herri Batasuna en 1978 y fue designado miembro de su Mesa Nacional. Volvió a emplear su vehemente oratoria para enardecer a las masas en actos multitudinarios organizados por la coalición radical. En-cabezó con éxito candidaturas electorales de esa formación y desplegó en su seno una intensa actividad (encierros, manifestaciones, contactos internacionales, mítines, conferencias, etc.). Su discurso beligerante, basado en la idea de continuidad de la guerra, y su retórica comba-tiente contribuyeron al proceso de brutalización de la política que protagonizó el nacionalismo vasco radical tras el franquismo.

El concepto de brutalización de la política fue acuñado por George L. Mosse para alu-dir a la continuidad de actitudes propias del período bélico en la vida política de la Europa de entreguerras. Según Mosse, el origen de ese proceso se encontraba en la mitificación de la expe-riencia de la Gran Guerra, que había convertido el fenómeno bélico en algo glorioso.68 La transmisión a las nuevas generaciones de la mística combatiente fue fundamental en ese pro-ceso. También en Euskadi voces del nacionalismo vasco, entre las que, como hemos visto, destacó Monzón, difundieron una memoria idealizada de la guerra, que hizo del mito del gu-dari un modelo de conducta a emular en el futuro.69 Durante el tardofranquismo y la Transi-ción el nacionalismo vasco radical se consideró heredero del gudari y continuador de la guerra que, según el relato de Monzón, no había acabado. Ese mito tantas veces repetido de conti-nuidad de la guerra contribuyó al proceso de brutalización de la política protagonizado por el abertzalismo radical desde la Transición. Si el conflicto bélico no había terminado, era lícito emplear estrategias, comportamientos y actitudes de guerra, aunque eso ocurriera justo en el momento en que se empezaban a crear las condiciones para hacer política, tras la muerte de Franco.

Las manifestaciones de esa brutalización, entendida como un fenómeno que impregna de belicismo la política en tiempos de paz, han sido diversas. Obviamente, destaca en primer lugar la utilización de la violencia como prima ratio de la política, con la consiguiente des-humanización del adversario e indiferencia por la vida humana, propias de la guerra. Monzón                                                             67 Anai Artea (ed.): Las actas de Txiberta. Xibertako Aktak. Les actes de Chiberta (1977), [s.l.], Anai Artea, 2011, p. 54. 68 George L. MOSSE: op. cit., pp. 205-229. 69 Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA: op. cit., pp. 160 y ss.

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legitimó y defendió con vehemencia el empleo de la violencia por parte de ETA. Afirmaba que «la guerra» –es decir, la actividad armada de ETA- debía continuar hasta que se recono-ciera la soberanía y el derecho de autodeterminación de Euskadi: «La Guerra no terminará, ni puede terminar, ni debe terminar, ni es posible ya que termine, mientras no se reconozca a EUSKADI como NACIONALIDAD CON PLENA SOBERANÍA Y DERECHO A POSEER SU PROPIO ESTADO INDEPENDIENTE», escribió en junio de 1976.70 Jus-tificaba la violencia etarra empleando, una vez más, el paralelismo entre pasado y presente: «¿Qué argumentos se nos ofrecen hoy para pedir a nuestros jóvenes hermanos que dejen caer las armas que nosotros empuñamos hace 40 años?», se preguntaba en 1978.71 Esa justifica-ción de la violencia iba acompañada de un ensalzamiento de ETA, a la que los vascos debían estar «agradecidos» por «haber devuelto la esperanza a su pueblo» y por dar continuidad al patriotismo.72 El principal recurso de Monzón para expresar su apoyo a la violencia de ETA era la glorificación de sus militantes. Como ya había hecho en los años cuarenta con los guda-ris de la Guerra Civil, Monzón ensalzó exageradamente a los etarras a quienes definía como «juventud heroica, sincera y generosa hasta el límite». Los convirtió en modelo de conducta a imitar y se refirió a ellos como la «aristocracia de nuestro pueblo», dotada de una «inmensa categoría moral».73 Su apasionada defensa de ETA le supuso ser encarcelado durante dos meses, en febrero y marzo de 1979, y ser procesado por apología del terrorismo, lo que conso-lidó su imagen de incansable luchador abertzale en el seno del nacionalismo radical.

Otra manifestación del proceso de brutalización de la política auspiciado por Monzón fue la integración de la muerte como un elemento más de la vida política. ETA mataba para conseguir el objetivo político de la soberanía y según Monzón debía continuar haciéndolo has-ta alcanzarlo. Pero más allá de la función política del terrorismo como elemento de presión, Monzón entendía la violencia como un agente nacionalizador que en sí mismo tenía sentido: «Las causas no progresan sino con lágrimas, sangre, persecución», declaró en 1979.74 La vio-lencia de ETA tenía un significado simbólico, ya que representaba la lucha del pueblo vasco por la liberación de Euskadi. De la misma forma que en 1939 había valorado positivamente la utilidad de la Guerra Civil, a pesar de la derrota, porque había robustecido la conciencia na-cional, ahora consideraba que la muerte o el encarcelamiento de los jóvenes etarras era útil. La muerte por la patria creaba héroes y mártires que ayudaban a avanzar en el proceso de cons-trucción nacional. Por eso Monzón consideraba que la muerte producía una rentabilidad polí-tica, como afirmaba en 1975: «La sangre de nuestros héroes debe ser aprovechada al máximo. Es menester hacer que el sacrificio y la entrega de cada abertzale rindan lo más posible». Se refería a «la sangre» como «el ahorro de los movimientos de liberación». Consideraba el fusi-lamiento de Txiki en septiembre de 1975, no como la trágica pérdida de una vida joven, sino como «un regalo inestimable». Pensaba que los presos y «mártires» de ETA eran «riqueza»

                                                            70 Telesforo MONZÓN: “La causa nacional vasca en 1976”, Enbata, junio de 1976 (citado en Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, p. 157; mayúscula en el original). 71 Egin, 26-10-1978. 72 Cambio 16, 297, 21-8-1977. 73 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 148-150. Telesforo MONZÓN: “Suceda lo irreparable”, Egin 1979-5-16 (citado en Íd.: Herri baten oihua…, pp. 162-163). Punto y Hora, 15-31 diciembre 1976. 74 Le Monde, 1979-2-2 (citado en Telesforo MONZÓN: Herri baten oihua…, pp. 65-67).

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para el movimiento nacional vasco.75 Por eso en una de sus canciones más conocidas, Lepoan hartu ta segi aurrera, animaba a los jóvenes vascos a cubrir el hueco dejado por el militante caído. Desde su cosmovisión religiosa, que conservaba con fervor, Monzón concebía la muerte por la patria como el sacrificio necesario para la resurrección del país. Daba continuidad a la sacralización de la experiencia de guerra que había mostrado en los años cuarenta, pero la adaptaba a la nueva situación política y la expresaba con un lenguaje menos teísta. Mantenía la creencia de que la vida se engendra partiendo del sacrificio, de la entrega y de la muerte. Empleaba la palabra “mártir” para referirse al etarra caído. Seguía creyendo en el valor re-dentor de la sangre derramada. Por eso afirmaba en 1975 que a Euskadi le quedaba padecer todavía un viernes de pasión antes de su resurrección. Y recordaba que los pueblos, como los niños, nacían en sangre.76

El lenguaje empleado por Monzón mostraba esa concepción combatiente de la política. Utilizaba una retórica maniquea basada en el enfrentamiento de un “nosotros” (la comuni-dad abertzale) y un “vosotros” (España),77 y en la contraposición amigo-enemigo. La máxi-ma expresión del bien era el “mártir” etarra que daba la vida por su pueblo. La imagen ideali-zada del héroe-mártir necesitaba de la figura del anti-héroe, encarnación del principio del mal, que se concretaba en el Estado español, presentado por Monzón como un negro lobo dispues-to a acabar con todos los vascos.78 Monzón hablaba del «enemigo», del «cazador» que tendía a los abertzales la «trampa» de la desunión. Su léxico belicista aludía a la autodeterminación como «la razón suprema de la batalla». Expresaba su convocatoria a la participación política como una llamada a «la lucha» contra el enemigo político, «el sacrificio», «la entrega total», entendidos como obligación del buen abertzale: «todos debemos luchar».79 Hasta el uso del euskera se convirtió para Monzón en un arma del combate contra España:

El euskera tiene, hoy, un tono de guerra, un sonido de lucha. Y es que, en caso de saber emplearlo, el euskera sería hoy nuestro mejor escudo, nuestra mejor arma, nuestro mejor instrumento de guerra, el más rápido. Cada palabra dicha en eus-kera debería ser hoy una bala.80

Conclusiones

El recorrido que hemos realizado por la Guerra Civil y su memoria en el País Vasco a través de la figura de Telesforo Monzón nos ha permitido observar la profunda huella que el conflicto dejó en el nacionalismo vasco. Aunque, al contrario de lo que decía Monzón, la gue-

                                                            75 Anai Artea (ed.): Telesforo Monzón, hitzeko gizona…, pp. 135-144. Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 124-125. Telesforo MONZÓN: Herri baten oihua…, pp. 66-67. Archivo Tarradellas, 874-4, Carta de T. Monzón a J. Tarradellas, 10-10-1975. 76 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 124-125 y 139. 77 Ibídem, p. 115. 78 «Euskaldunok banan banan hiltzea, Otso beltzak ez dik beste nahirik» («El lobo negro no tiene más deseo que matarnos de uno en uno a todos los vascos»), reza la letra de su conocidísima can-ción Batasuna (Unidad). 79 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 113-117, 128 y 137. Iñaki ANASAGASTI: op. cit., p 20. 80 Koldo IZAGURRE: op. cit., vol. 5, pp. 122-123.

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rra sí había acabado en 1939, la experiencia de guerra perduró. Estuvo muy presente en las décadas posteriores y, a través de la memoria de guerra, influyó de forma honda y duradera en el nacionalismo vasco de la segunda mitad del siglo XX, especialmente en el nuevo nacio-nalismo radical surgido en los años sesenta. La mitificación de la experiencia de guerra im-pregnó el imaginario del nacionalismo vasco de una memoria bélica que recordó la Guerra Civil como una heroica lucha por la patria vasca.

Contrastar historia y memoria, como hemos tratado de hacer en estas páginas, es un ejercicio interesante que suele desvelar contradicciones y paradojas. Por ejemplo, quien haya observado el ardor belicista del discurso de la última etapa de Monzón se sorprenderá al cons-tatar históricamente sus dudas y vacilaciones en el verano del 36, propias de un dirigente del PNV. Y es que Telesforo Monzón y el nacionalismo vasco mostraron en los primeros meses del conflicto una actitud vacilante y puramente defensiva ante a la ofensiva de los sublevados. Su preocupación fue controlar el orden público y mantener el culto católico, sin combatir en el frente contra el avance de las tropas franquistas. Monzón dudaba si era lícito combatir contra otros católicos vascos. Ante el llamamiento de los obispos de Vitoria y Pamplona llegó a plan-tearse la posibilidad de retirarse del conflicto. Desconfiaba de la alianza con las fuerzas izquier-distas y temía que los marxistas “contaminaran” a sus seguidores abertzales.

La aprobación del estatuto de autonomía y la constitución del Gobierno Vasco en oc-tubre de 1936 disiparon las dudas de Monzón y del PNV. Pero, además, posibilitaron la ela-boración de un relato y el desarrollo de una cultura de guerra específica, acorde con la visión sabiniana de la historia, que presentaba el conflicto como una guerra por Euskadi. El naciona-lismo vasco había transformado, en el plano discursivo, la Guerra Civil en guerra patriótica vasca. Ese cambio fundamental permitió a Monzón, desde su cosmovisión religiosa que fund-ía fe y patriotismo, sacralizar la experiencia de guerra y presentar la muerte de los jóvenes soldados como sacrificio por la patria vasca, que sería redimida por la sangre de sus hijos.

En la posguerra Monzón participó en el proceso de mitificación de la experiencia de guerra. Recordaba el conflicto bélico no sólo como una epopeya memorable, sino también como algo útil que había fortalecido la conciencia nacional. La guerra se había convertido para Monzón en un eficaz agente nacionalizador. Aportaba héroes-mártires que debían ser objeto de culto. A ese empeño se dedicó Monzón mediante la literatura. Sus artículos y su poesía contribuyeron a la difusión del mito del gudari, presentado como un ser angelical, pací-fico, generoso y valiente que sacrificaba su vida por Euskadi. Con un tono religioso exaltó y sacralizó la muerte por la patria, simbolizada en el gudari caído.

El mito del gudari arraigó en el imaginario del nacionalismo vasco. Llegó a convertirse en modelo de conducta a imitar para los jóvenes abertzales de ETA que se proclamaron here-deros y continuadores de la lucha de los soldados de la Guerra civil. En los últimos años del franquismo y en la Transición Monzón adaptó su memoria de guerra a los planteamientos de ETA, organización con la que se fue identificando progresivamente. Reelaboró su relato del pasado para proporcionar legitimidad histórica a ETA, desde su condición de nacionalista histórico y protagonista de la Guerra Civil. Se convirtió en una especie de oráculo de la memo-ria del nacionalismo radical. Su idea central era que la guerra no había terminado y que los etarras no hacían sino continuar la lucha de los viejos gudaris del 36, convertida ahora en un combate por la soberanía de Euskadi, guiado por el Gobierno Nacional de Euskal Herria.

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Para expresar la idea de continuidad de la guerra Monzón estableció un constante paralelismo entre pasado y presente, de forma que todo personaje o acontecimiento del universo etarra encontraba su equivalente en el heroico pasado de la Guerra Civil.

La mitificación de la experiencia de guerra y el mito de su continuidad contribuyeron a la brutalización de la política, protagonizada por el nacionalismo vasco radical tras la muerte de Franco. Se trasladaron al mundo de la política en tiempo de paz actitudes y comporta-mientos propios de la guerra. Monzón expresó ese proceso de brutalización de la política de diversas maneras, como su apasionada defensa de la violencia de ETA, su exaltación de la muerte por la patria, o su lenguaje belicista y maniqueo. Ese espíritu combatiente impregnó el nacionalismo radical que acabó definiéndose, no por uno u otro rasgo ideológico, sino por la idea misma de la acción, de la lucha, del enfrentamiento.81 En definitiva se caracterizó por una concepción combatiente de la política que se nutría, entre otros imaginarios bélicos82, de la mitificación de la experiencia de la Guerra Civil.

                                                            81 José Manuel MATA: El nacionalismo vasco radical. Discurso, organización y expresiones, Bilbao, UPV/EHU, 1993, p. 178 82 Otros imaginarios guerreros que alimentaron el nacionalismo radical fueron el carlismo montaraz y los movimientos tercermundistas de liberación nacional, según sostiene Eduardo GONZÁLEZ CA-LLEJA: “Brutalización de la política y banalización de la violencia en la España de entreguerras”, en Carlos NAVAJAS ZUBELDIA (coord.), Crisis, dictaduras, democracia, Logroño, Universidad de La Rioja, 2008, p. 25.