TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no...
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Los Cuadernos del Pensamiento
TECNICA, LIBERTAD Y DEBER
Hans Jonas
D e hecho, en la era atómica se comprende por sí mismo que la paz, como noguerra entre las naciones, sobre todo entre las superpotencias, se ha conver
tido en la tarea más primordial y permanente de la responsabilidad mundial. En esto se hace visible de la forma más llamativa posible que el poder gigantesco de nuestra técnica convierte la prevención en la tarea principal de la responsabilidad. Pero no sólo en eso. También nuestra técnica pacífica, con la que hoy la humanidad va conquistando su existencia diaria al planeta, cobija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino lento, que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña como una sombra creciente, especialmente en el éxito, las obras deseadas y con frecuencia tan necesarias. Esos períodos de carencia son plazos de gracia que se reducen con �1 avance del progreso. Evitar el daño que se �a acercando por mil caminos es más difícil que la bestialidad única e inequívoca de la guerra.' Y la opción por simple abstención de la acción 1 no nos está dada. Pues tenemos que proseguir con la explotación técnica de la naturaleza. Sólo el cómo y el cuánto está sometido a discusión; y la cuestión de si somos o podemos ser los señores de eso se convierte en la pregunta más seria a la libertad humana. Esa es la pregunta que¡ va a ocupar también hoy mis consideraciones.
Es apropiado abrirlas con palabras de Goethe. El Fausto moribundo las exRresa en previsión del triunfo de la dominación Humana de la naturaleza, que él ha emprendido como su obra tardía, la conquista de nuevas tierras de cultivo a la mar.
Aquí en el interior un país paradisíaco, afuera corre furiosa la marea hasta el mismo
[borde, y según arrebata, intenta /violenta abrir
1 [brechas, urge el impulso colectivo' a cerrar las
[aberturas.
Y así pasa, rodeado de peligro, aquí niñez, madurez y vejez su tiempo activo. Una muchedumbre así qpisiera ver, estando sobre territorio libr� con pueblos libres.
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iQué visión más maravillosa! No se puede exponer de forma más afirmativa el ataque de la técnica a la naturaleza. Cierto que medios malignos -alianza con el demonio, injusticia, acto violen-
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to- oscurecen en el drama mismo el camino a la meta gloriosa, a pesar de todo, ésta resplandece en su propio esplendor. lResplandece aún también para nosotros? lRefleja la visión del ya ciego lo que tenemos que pensar nosotros hoy de las victorias de la civilización sobre la naturaleza? Ya en tiempos de Goethe, al comienzo de la revolución industrial, estaba superada la imagen de la preminente felicidad agraria. Y a entonces la nueva «muchedumbre» -alrededor de la chimenea y no del caserío- era vista de forma totalmente distinta a como fue soñada por Fausto. Pero, sobre todo, tenemos que comparar el «peligro circundante» de entonces con el nuestro. Fausto habla de la marea que corre furiosa allá afuera, que amenaza con abrir brechas. lProce
de para nosotros el peligro todavía de fuera? lDel salvaje elemento, cuya irrupción en el vallado reino artificial de la cultura tenemos que evitar? En ocasiones todavía. Pero dentro corre ahora enfurecida una nueva y más peligrosa marea y se abalanza destructora hacia afuera: la fuerza excedente de nuestros actos culturales mismos. Desde nosotros se abren las grietas, nosotros abrimos las brechas por las que se derrama nuestro veneno sobre el globo terrestre, convirtiendo la naturaleza completa en la cloaca del hombre. Hasta ese punto se han transformado los frentes. Tenemos que proteger más al océano de nosotros que a nosotros del océano. Nos hemos vuelto nosotros más peligrosos para la naturaleza de lo que ella lo fue nunca para nosotros. Nosotros nos hemos vuelto lo más peligroso para nosotros mismos, y eso por los logros más admirables de la dominación humana de las cosas. Nosotros somos el peligro por el que ahora estamos rodeados, y con el que tenemos que luchar en lo sucesivo. De ahí le surgen al impulso salvador colectivo deberes nuevos, totalmente desconocidos.
Todos ustedes saben a qué me estoy refiriendo con la analogía de la marea y de las brechas. El debate nuclear, ecológico, bio-ético, de la tecnología genética de estos decenios lo expresa de forma ya inaudible: un coro público creciente con una temática creciente en el que mi voz es una entre muchas. De la euforia del sueño fáustico hemos despertado en medio de la fría luz del miedo. Luz que no debe ser la del fatalismo. El pánico apocalíptico no debe hacernos olvidar que la técnica es una obra propia de la libertad del ser humano. Los actos de esa libertad son los que nos han llevado al estado actual. Y actos de esa misma libertad -que se mantiene a pesar de las imposiciones autocreadas a continuar por el camino ya iniciado- serán los que decidirán sobre el futuro global, que la humanidad tiene por primera vez en sus manos. Hablo de la libertad en cuanto cualidad de la especie, lo que no es todavía la libertad política, pero que la posibilita. De su raíz natural, de su camino hacia la técnica, de su deber y -temerosamente- también de su esperanza quisiera decir algo ahora.
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La libertad del ser humano, en cuanto a cualidad característica de la especie, se basa en la dotación orgánica de su cuerpo. La actitud erguida, que deja la mano libre para el manejo de las cosas, la mirada dirigida hacia adelante, la voz infinitamente modulable, y, por encima de todo eso, el asombroso cerebro, que ordena centralmente toda esa capacidad. El poder de ordenar y disponer comienza ya ahí dentro: el poder de imaginación puede transformar a voluntad las imágenes recordadas de las cosas y adquiridas gracias a los ojos, puede esbozar nuevas, puede imaginarse todo lo posible. La mano, obediente a la voluntad, puede entonces traducir hacia el exterior la imagen interna y transformar incluso conforme a esa imagen las cosas mismas, por ejemplo en herramientas para otras transformaciones. Y la voz, obediente asimismo a la voluntad, conforma el lenguaje, el medio sensible más soberano de la libertad. Hacia afuera, el lenguaje hace posible la sociedad como sujeto permanente de saber creciente, hacia adentro el pensamiento, que se eleva por encima de la representación sensorial. Dotado así de una doble libertad, mental y corporal, el ser humano inicia su camino y extiende el mundo producido como la obra de esa libertad en el mundo natural. Así se lo exige su propia naturaleza y el resto de la naturaleza tiene que soportarlo.
lQué significa eso para ella? Hasta ese momento existía la ley de la variedad o multiplicidad vital, que tiene por finalidad llevar a un equilibrio aproximado la lucha por la existencia entre las especies, un equilibrio en el que la totalidad se mantiene en medio de la oposición de las partes. La multiplicidad misma procedía de la lucha, que la conservaba permanentemente y la cambiaba lentamente por la generación de nuevas especies a costa de las que expiraban. En esa medida vale aquí la idea de Heráclito de que la
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guerra es padre de todas las cosas. Pero es una guerra coordinada, en esencia, a la coexistencia, en la que cada cual puede hacer solamente lo que le prescribe su especie y en la que también el más fuerte devuelve al hogar común lo que tomó de él. Sin embargo, ahora ha surgido un nuevo superfuerte que le da la vuelta a todo eso. Con la superioridad unilateral de sus armas ya no naturales sino artificiales, el ser humano se ha evadido del círculo del equilibrio simbólico. El arrasa allí donde, hasta entoces, la lucha establecía límites. Y a no devuelve en condiciones utilizables lo que toma de la totalidad. De esa forma ejerce la devastación sobre ella. Al adquirir su dominación fue capaz de darse cuenta de que ella es ciertamente la obra de una inteligencia cada vez más elevadamente inventiva; en su utilización fue ciego y pudo seguir siéndolo mientras las represalias de la tierra quedaban cubiertas por la recompensa de las victorias. Esta larga veda de ceguera se ha terminado. La relación entre el hombre y la naturaleza ha entrado en una nueva fase.
lQué es lo nuevo y cómo se llegó a ello? Un factor ha sido el factor biológico de nuestro rapidísimo crecimiento, que amenaza, por sus simples necesidades orgánicas, con exigir más de lo que las fuentes planetarias de alimentación pueden dar. Pero bajo ese factor subyace causalmente otro completamente inorgánico: el salto cualitativo en nuestro poder tecnológico, producido por la alianza, que no tiene siquiera dos siglos de existencia, entre la técnica y la ciencia exacta natural. Mediante esa única y grandiosa adaptación práctica de la pura teórica, la superioridad del ser humano se volvió tan unilateral, sus intervenciones en tamaño, forma y curso profundo tan amenazantes para la totalidad de la naturaleza terrestre actual y futura que la libertad tuvo que hacerse, finalmente también aquí, consciente. Ella se da ahora cuenta de esto: la victoria demasiado grande amenaza al vencedor mismo.
Lo cualitativamente nuevo puede ilustrarse en un único ejemplo, que explica también lo que quiero con el nuevo «curso profundo» de nuestras intervenciones. Toda la técnica premoderna era macroscópica, como lo era la herramienta más antigua y lo es hoy todavía la máquina. Trabajando con el tamaño del mundo corporal visible, la técnica se mantiene, por de-
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cirlo así, todavía en la superficie. Desde entonces ha descendido al plano molecular. Ahora puede manipularlo, partiendo de él puede construir materias que nunca han existido con anterioridad, cambiar formas vitales, liberar fuerzas. Nunca antes el arte de lá naturaleza había rozado tan de cerca el cuetpo de sus elementos. Desde lo más bajo rige �hora lo más alto, desde lo más mínimo lo más grande. Esta manipulación creativa en el «germen» implica nuevos peligros con nuevos poder�s. Uno de ellos es cargar el medio ambiente con substancias que su metabolismo no puede elaborar. A la devastación mecánica se añade además el envenenamiento químico y radiactivo. Y en la biología molecular aparece el intento prometeico de juguetear, partiendo del embrión, en nuestra propia «imagen» para mejorarla.
Ese incremento de potler resulta, por lo tanto, de un incremento del conocimiento. El mismo conocer, que vive en la técnica, nos coloca en disposición de calcular sus repercusiones globales y futuras. Habiéndose hecho consciente de ello, la libertad tiene que reconocer esto: por ella está en juego la totalidad, y ella sola es responsable de ello. Con eso paso de la raíz y el poder al deber de nuestra libertad.
Ponerse límites es el primer deber de toda libertad, cierto, la condición de su existencia, pues sólo es posible la sociedad, sin la cual el ser humano no puede ser y tampoco puede ser su dominación de la naturaleza. Cuanto más libre es la sociedad misma, cµanto menos influida está por lo tanto, la libertad natural de la especie por el dominio del hombre sobre el hombre, tanto más evidente e inevitable se hace el deber de la limitación voluntaria, en la relación entre las personas. Algo parecido ocurre en la relación de la humanidad con la naturaleza. Nos hemos vuelto más libres por nuestro poder, y precisamente esa libertad lleva consigo sus deberes. Con el mismo paso que los actos de nuestro poder, nuestro deber se extiende ahora sobre el orbe completo y hasta en el lejano futuro. El futuro es nuestra obligación común, pues todos nosotros somos cómplices de los hechos y beneficiarios en las ganancias del poder colectivo. Aquí y ahora, así nos dice el deber, debemos refrenar nuestro poder, r�cortar, por tanto, nuestro placer, por el bien de una humanidad futura que nuestros ojos ya no llegarán a ver. lEstá do-
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tada nuestra naturaleza moral también para eso, igual que lo está para la relación cercana interpersonal? Justicia, consideración, compasión, amor, los impulsos de ese tipo, que están adormecidos en nosotros y que se despiertan por el contacto concreto de unos con otros, nos ayudan a salir de la angostura del egoísmo. La naturaleza abstracta de hipotéticos seres futuros no despierta en nosotros nada parecido; y el miedo a represalias no influye aquí en absoluto. Pero disponemos de la idea de responsabilidad, nos sentimos orgullosos de esa capacidad; y tenemos el sentimiento profundamente arraigado para ello, tan primitivamente testimoniado en relación padres-niño, relación en la que el sentimiento pasa, con su preocupación, por encima de todo lo inmediato hasta llegar a un futuro que ya no es en absoluto el propio: ese sentimiento, ampliado a idea, puede establecer el puente entre una ética del prójimo o de lo próximo y una ética de lo lejano, ahora sólo imaginable, y que aún no puede expresarnos su voz, pero de quien sabemos que ha caído en la arbitrariedad de nuestro poder. La responsabilidad nos dice que está confiado a nuestro poder.
Quien habla así tiene, en todo caso, que consentir que se le plantee esa pregunta que no se plantea en absoluto frente al bebé en la cuna, y que plantearla sería perverso: lpor qué debe ser en absoluto este posterior, en nuestro caso una humanidad en la tierra, es más, la vida misma en general? No quiero cansarles aquí con la respuesta que he buscado a esa cuestión y que he presentado en otro lugar, sino que supondré, simplemente, que ustedes aprueban, contra Schopenhauer, los Budistas, los Gnósticos y Nihilistas, que la multiplicidad de seres vivos, surgida en un esfuerzo infinito por ser, ha de verse como un bien o «un valor en sí» y que, sobre todo, la libertad de la persona, resultante de eso, ha de verse como la cumbre de ese atrevimiento valorativo del ser. Esto coloca a los depositarios de esa libertad con su poder, que ahora pone visiblemente en peligro la totalidad, bajo la obligación mencionada. Así la ética recibe por primera vez una dimensión cuasi cósmica, y por encima y más allá de todo lo interhumano.
Pero, aceptado esto, queda todavía la cuestión de a quién se dirige concretamente esa apelación. lQuién puede seguirla? lQuién debe car-
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gar con los sacrificios que impone su seguimiento? He hablado anterio�mente del «deber de todos nosotros» y ahora tengo que ser más específico. El «nosotros» mencionado se refiere primeramente al de la sociedad industrial desarro-11ada. Nosotros, los pertenecientes al denominado «occidente», hemos creado el coloso tecnológico y lo hemos puesto en el mundo; nosotros somos además los principales consumidores de sus frutos y �on eso los pecadores principales respecto a la tierra. A nuestra opulencia es posible exigirle restricciones. Sería obsceno predic?'rles a los �ambrientos de las partes empobrecidas d� la tierra el cuidado del entorno ecológico en virtud del futuro, incluso del bien global. La desnuda necesidad· diaria les obliga a destruir, lo que conducirá en los años posteriores ·a una miseria aún mayor. Liberarlos de esa coerción debe ser la meta de toda ayuda al desarro11o, a la que e11os deberían contribuir, por su parte, al menos con la limitación de la natalidad. Sin embargo, el problema propiamente dicho son los ricos de esta tierra, los disipadores con su culpa y deber globaL No es un problema de iJ?potencia sino del poder y con eso -provisonamente todavía- de la libertad.
lPero quién es aquí el sujeto de esa libertad? El poder tecnológico es colectivo, no individual. Por lo _tanto, sólo el poder colectivo -y eso quiere decu, en definitiva, el político- lo puede domar. Pero en las democracias parlamentarias ese p�der polític? proviene del pueblo, que es quien elige su gobierno y que le encarga ejecutar su voluntad. Por consiguiente, debido a la libertad política, cada individuo es sujeto de ese nuevo deber. Pero las mayorías son las que deciden y ep el transcurso diario de las cosas esas mayonas no se van a poner, lpor sí mismas del lado de una_ interesada pers¡¡,ectiva lejana, 'no van a renunciar a los opulentos intereses del hoy que esa perspectiva exige. Y, sin embargo la stlbsistencia de la libertad misma depenct'e de ello pues ésta acabaría perdiéndose en la bancarrot� general, en la que tiene que desembocar la autoindulgencia incontenida. Lo que dije una vez, en este contexto, del «amenazante fantasma de la tiranía» ha sido interpretado como recomendación en vez de como alarma: como si defendiera la dictadura como solución de nuestros P!Oblemas. Lo que quería decir era que en situac10nes_ extremas no queda espacio alguno para el complicado proceso de decisión de la democracia y que no deberíamos consentir que se 11egue a esa situación. La libertad de la especie humana, s� dote biol�gica, únicamente puede perecer con el; pero la libertad política, expresión especial e h�stóricamente rara de e11a, puede perderse por ligereza una vez más. Ocurriría así si la libertad PC!lítica no supera la prueba más grande de toda libertad h�map�. lQué perspectiva hay de que la supere? 1,Cual es su medio posible para e11_o? En este punto sólo puedo decir algo muy mcompleto y sin seguridad, seguridad que
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no puede esperarse dada la naturaleza imprevisible de la libertad.
Tenemos, en primer lugar el camino no-institucional de educar la concie�cia general a través de aque11os a los que su conciencia los mueve a e11o y están técnicamente cualificados para eso Y que se junten espontáneamente en esta tarea'. L_a educación no consiste más que en abrir los OJOS a aquello que ya se ve. El refrendo que tienen �s, como he dicho, la competencia técnica y ya solo por eso deben aunarse, pues sólo el saber aunado de muchas disciplinas puede enfrentarse a la enorme dispersión de los problemas. El esclarecimiento incansable a través de tales portavoces puede producir una presión de la op,inión pública, ante la que se dobleguen tambien aquellos que oponen resistencia. No pienso, por tanto, dios me libre en un Führer carismático sino en el muy sob'rio liderazgo de una sabiduría creciente, que ya está en marcha desde hace tiempo en América y Europa como una nueva naciente «Internacional» qu� rebasa las fronteras: el hacerse oír constante de una visión y preocupación temática, que está libre de toda sospecha de intereses. El eco que encuentra testimonia que esto no queda completamente sin repercusión -primero sobre la conciencia pública y des�� quizá �obr� el comportamiento privado y politico. Ah1 esta una de las oportunidades de la libertad que nos da pie a la esperanza.
Pero, a largo plazo, con la espontaneidad noinstitucional no se hace nada. El consenso fundamental,. que, en el mejor de los casos, puede lograrse, tiene que ser reforzado jurídicamente. En este campo no tengo especial competencia. Pero personas entendidas me han dicho que se
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puede pensar en este punto en reglamentaciones constitucionales preventivas, que no permitan al mercado el libre juego de nuevos desarrollos técnicos de un tipo especialmente rico en consecuencias, con repercusiones quizá irreversibles sobre la vida de l�s generaciones futuras, y que se reserve la especial decisión legislativa, que se dificulte por moratorias largas, mayorías cualificadas y cosas así. Por tanto, a la protección constitucional de los derechos fundamentales del individuo se añade ahora una protección constitucional de los deberes básicos de la totalidad frente al futuro. Aquí valdría todo lo contrario que allí: que está prohibido lo que no está expresamente permitido. La democracia podría imponerse algo así en sentido preventivo. Pero esto se referiría precisamente a lo nuevo y específico de cada momento, no a lo ya preñado de desdichas, que está ya en marcha como un todo. En esto el poder público interviene hasta ahora de vez en cuando, por ejemplo por medio de instalaciones de desactivación de residuos, la mayor parte de las veces después de daños que se han hecho ya visibles, y sensibles. La marea como tal aumenta sin cesar incluso sin añadir nuevos flujos. El detenerla, el prevenir la desdicha que nos amenaza poJ1 ella, exige cambios en nuestras costumbres de consumo, por lo tanto en todo nuestro estilo de vida, y con eso en la estructura económica completa, que le sirve y que vive precisamente de eso. Cómo se puede hacer eso, sin, a su vez, provocar daños ( como el paro masivo), que amedrantarían todavía más que el mal más lejano, contra el que se debe prevenir, no lo sé. Encontrar aquí en el filo entre dos abismos un camino utilizable es una tarea para el economista político. Seguramente exigiría sacrificios en el libre mercado, pero la libertad política puede sobrevivir a ese sacrificio.
En la medida en que todo eso es también, debido a la parte que juega la voluntad en ello, una cuestión de la psicología y no sólo de la practicabilidad técnica, la disponibilidad voluntaria puede recibir ayuda de un componente totalmente involuntario que procede de las cosas mismas: el schock de catástrofes reales y repetidas de pequeña dimensión, que nos metan en el cuerpo el miedo a la grande, con la que, de cara al futuro, nos amenaza el exceso tecnológico. Chernobil y la muerte del bosque han hecho ya más en-
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tre la mayoría que toda la predicación de amplias visiones abstractas. Ocurrirán más cosas de ese tipo y más alarmantes. No es muy lisonjero para el ser humano que las necesite, pero para mí es parte de mi modesta esperanza. En un punto esa esperanza no es tan modesta: los schocks dichos -disparos de aviso de la lacerada naturaleza- no conocen ninguna frontera de soberanía y podrían finalmente conducir a los dos gigantes tecnológicos, el occidente democrático y el este comunista, a una defensa común ante el peligro reconocido como colectivo, o sea, a una paz mejor que la de la disuasión mutua. Finalmente, en todo esto mi esperanza se apoya también en la razón humana, la misma que se demostró tan extraordinaria ya en la conquista de nuestro poder y que ahora tiene que tomar en su mano su misma dirección y limitación. Desesperar de ella sería irresponsable y una traición a nosotros mismos.
Una cosa debemos, para acabar, tener clara: una solución patentada para nuestro problema, una medicina milagrosa que cure nuestra enfermedad no la hay. El síndrome tecnológico es demasiado complejo para eso, y el renunciar o desentenderse de todo no es posible. Incluso con un gran «giro» y reforma de nuestras costumbres el problema básico no desaparecería. Pues la aventura tecnológica misma tiene que continuar; ya la misma rectificación salvadora exige una nueva aplicación del ingenio tecnológico y científico, que riesgos nuevos. De esta forma, la tarea de la desviación correctora es ya permanente y su cumplimiento resultará siempre un trabajo imperfecto y a menudo solamente un remiendo.
Esto significa que tendremos que vivir en el futuro siempre con la sombra de la amenaza de calamidades. Pero el ser conscientes de esa sombra, como lo somos ahora, se convierte en un paradójico rayo de esperanza: un río que no permite que enmudezca la voz de la responsabilidad. Esa luz no alumbra como la de la utopía, pero su advertencia ilumina nuestro camino, junto con la fe en la libertad y la razón. Así al final, el principio responsabilidad se junta con el principio esperanza, no ya la esperanza estusiástica en un paraíso terrenal, sino la modesta esperanza en la futura habitabilidad del mundo y en la pervivencia humanamente digna de nuestra especie en la herencia que le ha sido confiada, una herencia no ciertamente pobre �pero sí �imitada. Por esta carta es por la ·� que qmero apostar. ..