Teatro - Fuentes Mares

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Teatro - Fuentes Mares

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  • J O S E F U E N T E S M A R E S

    D)

    I A E M P E R A T R I Z

    L A J O V E N A N T I G O N A S E V A A L A G U E R R A O

    S U A L T E Z A S E R E N I S I M A O

    L A A M A D A P A T I D I F U S A O

    E D I T O R I A L J U S , M E X I C O 1969

  • 6 6 37 PO ^ r ^ ^ ^

    7 4 5 Derechos Reservados (c)por el autor

    con domicilio en Edificio La Nacional 508, Chihuahua, Chih.

    PRIM ERA E D ICIO NAgosto de 1969. 250 ejemplares en Corsican y 1,000 en

    Chebuco.

    E D IT O R IA L JU S, S. A.,

    miembro de la Cm ara Nacional de la Industria Editorial

    Registro N? 56 Plaza de Abasolo 14, Col. Guerrero,

    Mxico 3, D. F.

    f

  • C O N C E D E M O S L A P A L A B R A A L A U T O R

    P a r a m q u e k l t e a t r o cs la ocupacin natural del escritor, por cuanto cs el gnero en el que los recursos de expresin alcanzan sus m ayores y mejores posibilidades, independientemente de las adicionales coyunturas a veces contraproducentes que deja abiertas a actores y directores. Escribir teatro es adem s una experiencia apasionante por la cercana que la obra establece entre el autor y su pblico, cercana que quien escribe un libro, d igamos, slo ocasionalm ente su d e llegar a disfrutar. S i cu el caso de la novela o el ensayo el autor puede hacer abstraccin de sus lectores, en el caso del teatro resultara insensato olvidar a ese C onvidado de P iedra que cs el pblico, gracias al cual cs posible calib rar en un abrir y cerrar de ojos las posibilidades de la obra. D e aqu que p ara el autor tengan significaciones diferentes la publicacin de un libro y el estreno de una obra teatral. Y o he publicado catorce libros, y conozco la em ocin de ver el prim er ejem plar y leer la prim era crtica en un peridico, pero la noche de un estreno es otra co sa : p riva aqu un no s qu de misterios y tensiones cuya determ inacin queda ms a ll de las

    palabras.

    Por establecer un contacto directo e inmediato

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  • con las reacciones del auditorio, el au lo r teatral vive su labor con intensidad desconocida en otro tipo de quehaceres literarios. A l confundirse con el pblico en el momento de la representacin, com o es habitual hacerlo, la v ida y la obra se vuelven una sola cosa, y en esa unicidad radica tal vez el m ayor encanto del escribir teatro. C laro que es un encanto que suele degenerar en prostitucin cuando el com edigrafo se propone halagar sentimientos y pasiones m ayoritarias, pero este es un riesgo natural a todo arte de com unicacin, riesgo llevado a sus ltimas consecuencias por la com ercializacin del cinem atgrafo y la televisin. A fo rtunadam ente siguen abiertas p ara el teatro m uy am plias posibilidades no comerciales, o por lo menos 110 com ercializadas, cosa que en las actuales circunstancias parece poco probable en los dom inios del cine y la T .V .

    E n los pases socialistas se ha liberado al teatro (y p or supuesto al cine y a la T .V .) de ese yugo pervertidor, pero se han fortalecido en cam bio otros factores de servidum bre no menos afrentosos, tales com o el que hace del autor un dm ine disertante, y del pblico un grupo de escolares en un recinto de form acin ideolgica. A dm ito que a la naturaleza del teatro corresponde u na funcin docente, y que es un vehculo de prim er orden en la form acin espiritual ya la Iglesia lo utiliz tambin para sus fines , pero el propsito de quien escribe teatro no puede ni debe ser se, aunque la docencia resulte com o efecto m ediato del planteam iento del dram a vital. A mi ju icio no cabe para el autor otro propsito que el de perseguir los valores estticos en el m arco de las inquietudes de su tiempo, cir

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    cunstancia gracias a la cual el teatro es posible 110 slo com o espectculo sino adem s com o arte vivo. D espojado de su pretensin esttica el teatro acabara en puro vehculo de com unicacin social; y privado de inquietudes actuales quedara en refinamiento acadm ico, en lu jo decadente. N o ; el teatro tiene que ser a la vez arte y testimonio de su tiempo.

    L a pretensin esttica y la conciencia de la circunstancia son a mi ju icio factores determinantes en la creacin teatral, cada cual por su hilo y en su m edida, sin de jar lugar a elementos heternomos a la obra misma. Heternomo sera un propsito prosclitista cualquiera, poltico o religioso; y heternomo resulta el a fn sensacionalista o morboso de quienes pretenden hacer del teatro un buen negocio a base de cargar el acento en com plejos sociales y privados 110 siempre confesables. Se pierde de vista que la obra interesante no es la que nace interesada, y que la obra aleccionadora 110 es la del autor que se ha propuesto convertir en recinto escolar la sa la de un teatro. A leccionar pertenece a la naturaleza del arte en los m s diversos rdenes, pero es pervertidor el propsito de fom entar artes aleccionadoras. C uando Pedro de M ena tall su m aravilloso San Francisco no se propuso hacer propaganda franciscana. El artista se propuso tallar la figu ra del Santo, y la circunstancia de que m uchos, al contem plarlo, hayan resuelto tom ar el hbito franciscano qued sin duda fuera de sus propsitos.

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  • A unque mis obras de teatro datan de. fechas muy recientes, errara quien supusiera que soy nuevo escribiendo en c-stc genero, ya que algunos de mis libros m s conocidos pienso en Santa A nna, Poinsett, o los cuatro tomas sobre Ju rez y su tiempo son eso precisam ente, teatro, aunque no sean piezas para llevarse a escena sino biografas de hom bres y de pocas.

    A mi juicio es la biografa el gnero que m s se aproxim a al teatro, porque en tanto que la novela d e ja huecos im portantes p ara hacer literatura, la b iografa cs accin sobre todo, com o el teatro: v idas m uy concretas que se m ueven en un escenario y dram atizan un contorno, accin de hom bres que estn o que estuvieron en el caso de la biografa frente a l patio de butacas. El que encendi el prim er fuego fue el prim er poeta de la historia, pero C an fue el prim er sujeto de biografa, amn del autor y actor del prim er dram a que se conoce.Y que no se diga que en la biografa la vid a se nos da hecha y que en el teatro h ay que hacerla. Para escribir una biografa se nos proporciona un m aterial, un montn de fechas y acontecimientos, pero la v id a , eso, la vida, hay que inventarla lo mismo cuando se escribe teatro que biografas.

    El teatro viene a ser culm inacin y plenitud de la biografa, y es por ello sabido que la m ayor parte de los buenos bigrafos escribieron tam bin obras de teatro. L a verdad cs que entre ambos gneros existe tan estrecho parentesco que la biografa mejor lograda ser precisam ente la que m s teatralmente capte la actividad del sujeto y m ejor dram atice su contorno, i na buena biografa puede llevarse al teatro fcilm ente, y de momento se me

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    ocurre la que M erejkow ski escribi sobre N apolen,o las que debemos a Zw eig sobre M agallanes y Balzac. N ad a falta en ellas para calificarlas de buen teatro: ni la tram a, ni la accin llena de inters, ni la escenografa adecuada, ni las luces y sombras, ni el teln en los momentos adecuados.

    Por mi parte, escritor de biografas durante m uchos aos, confieso que he concebido teatralmente mis hroes y mis villanos, y a ello atribuyo que mis personajes h ayan cobrado vida, y que los libros hayan tenido un buen xito de pblico. N a d a produce ms desconsuelo que una de esas biografas m uertas, que se principian a leer por el inters que despierta el personaje, y que al cabo de las prim eras pginas se nos caen de las manos. Proporcionan acuciosam ente datos y cifras, pero la vida mism a del hroe no aparece por ningn lado. E s la tragedia de los autores que no reparan en la circunstancia fundam ental de que la vida no son los hechos sino lo que resulta de los hechos, y que para captar ese m ilagro ser preciso ubicarlos en un escenario ilum inado, y frente al patio de butacas en el que hemos tom ado asiento los lectores. U na biografa no podr ser m s que un canto a la vida, aunque de ella resulten m uchas muertes. E l biografiad o h a de v iv ir, y el hecho de estar ya muerto resultar irrelevante frente a aquella realidad.

    En cuanto al teatro, no es m s que una biografa parcial con efectos inm ediatos sobre un auditorio. E s m uy frecuente que los dram aturgos tengan en mente a alguien cuando escriben un dram a. Se dice que T irso pens en don M iguel de M an ara al concebir E l B u rlad o r de S ev illa , y se asegura que una m ujer de su pueblo sugiri a Federico G arca

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  • Lorca la som bra m atrona de L a Casa de B ernarda A lb a . A mi ju icio no cabc de ello la m enor duda, ya que una vida concreta, sea la del calavera M a nara o la de una seca y dura aldeana de Fuente- vaqueros, proporcion el aliento de esas obras famosas. Y a dije que de cualquier biografa podra resultar una obra de teatro, y por supuesto a la inversa.

    Pero el teatro corre un riesgo que no es propio de la biografa aunque suela presentarse en otras manifestaciones del arte, y ese riesgo consiste en poner la obra al servicio de otros fines, que aun en el supuesto de ser nobles la rebajan y en muchos casos la envilecen. El teatro servicial es arte de segundo orden, com o es arte de segundo orden buena parte ele la pintura m oderna, convertida en decoracin 11 ornam ento secundario. S i el arte griego conserva su eficacia es porque 110 tuvo m s objetivo que los valores estticos, en los que lo bello y lo bueno se confunden. H ab lar de realismo socialista y de surrealism o capitalista" es tan absurdo com o hablar de estadstica cubista o de economa impresionista. S i la poltica no puede ser neoclsica o abstracta por qu se quiere hacer del arte un arte jxjltico? En cuanto a l llam ado teatro del pueblo es otra gansada para m orir de risa, ya que la posibilidad de un teatro del pueblo" no est en los escenarios sino en las taquillas. Y en las escuelas p or supuesto, a donde es preciso ir prim ero que a l teatro.

    O rtega escribi que la cultura es v ida hum ana ob jetivada, y de ello resulta que el teatro, en cuanto expresin cultural, ha de ser eso m ism o: vida que se objetiva com o es, y que pasa a la historia

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    com o testimonio de lo que esa v id a fue. T a l vez los personajes de Lorca , O N eil, W illiam s o Brecht tengan dentro de doscientos aos la eficacia que hoy tienen los de Lope, Shakespeare o Caldern. Podr ocurrir en el peor de los casos que carezcan de valor com o obras de arte, pero en cam bio tendrn vigencia al mismo nivel que aqullos como testimonios de nuestra cu ltura y nuestro tiempo. D e lo que, siguiendo a O rtega, llam aram os vida objetivada de nuestro tiempo .

    E n este volum en incluyo tres obras que escribV llev a escena al a justar veinticinco aos de escritor. L as escrib para conm em orarm e, b ajo la fundada sospecha de que a nadie se le ocurrira hacerlo, y no m e arrepiento de los resultados. La E m peratriz, D esvaro de A m o r en T res Actos, es la que m ejor responde a m i oficio de hacer o de tratar de hacer literatura, y por eso result la menos teatral, en lo que tambin influy seguram ente la circunstancia de haberla concebido com o monlogo. L a E m peratriz carece de pretensiones histricas por supuesto, aunque una buena parte de la tram a responda a hechos acontecidos, y aun se aprovechen en el texto tales o cuales testimonios documentales. Pero la historia carece de relevancia en esta pieza que tiene propsitos literarios y teatrales exclusivam ente, aunque no deslinde todava en qu grado daaron los prim eros a los segundos. E l distinguido crtico y querido am igo Fausto C astillo escribi en un artculo del diario /.'/ D a que L a E m peratriz era una pieza m s para

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  • leerse que para representarse, y sin em bargo la obra se lia representado muc has veces ya, y con xito ante pblicos diversos. T a l vez resulte larga, dada su condicin de monlogo, y as lo sent al confundirm e una y otra vez entre los espectadores, pero as y todo m e he resistido a m eter tijera en escenas que a m i ver estn justificadas.

    D e La Em peratriz me entusiasma el dram a, la prodigiosa desventura de C arlota A m alia , que independientemente de otras consideraciones vale com o uno de los ms bellos captulos de la historia del arte. A hora, ya en cuanto a la realizacin del m onlogo, me quedo con el tercer acto, cuyos m omentos finales me parecen positivamente fascinantes. C iertam ente no cam biara ninguna satisfaccin de otro gnero por el privilegio de haberlos concebido y escrito. Pero hay otro m otivo que justifica mi adhesin a esta obra - este si se quiere m uy personal y es el que toca a la espontaneidad de su nacim iento. L a escrib en tres das, aislado de toda relacin hum ana, y ninguna posterior revisin aconsej elim inar o m odificar algo sustancial. Jam s me haba ocurrido algo sem ejante, y temo que no m e vuelva a suceder.

    L a Jo v e n A n tfo n a se va a la G u erra me gusta menos, e incluso me deja la impresin de que slo estuvo a punto de cu a jar. P ara em peorar las cosas, no oculto el desaliento que m e produjo la circunstancia de que el pblico no captara el m ensaje fin al, pero ello no obstante proporciono el texto de la obra sin m odificar una sola lnea. Q uienes encuentren insuficiente o poco claro el m ensaje de Antgona es que quieren convertir en au la de bachilleres la sala del teatro, y me niego a darles

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    gusto. Independientem ente del final, que me gusta a pesar de todo, encuentro bien lograda la intervencin del C oro que recita versos de la Antgona de Sfocles, y que tan fielmente responden a nuestro dram a actual. I .a intervencin del C oro satisface al pblico selecto, escaso siem pre, aunque en este punto haya de atribuir el xito a Sfocles sobre todo.

    En cuanto a S u Alteza Serensim a , que empieza a incursionar por los escenarios, despierta ya los m s enconados com entarios por parte de quienes, acostum brados a llorar con los m s sombros acontecimientos de nuestro pasado, no se hacen a la idea de rer con ellos. Entre las opiniones adversas sobresalen las patriticas , com o si un escritor tuviera que hacer votos patriticos de ese gnero trc.s veces al da, uno despus de caca com ida, para d ar satisfaccin a quienes todava creen que el patriotism o consiste en exaltar patraas como las que se ridiculizan en S u Alteza Serensim a. Si escalda el hecho de poner en boca de San ta Anna buena parte de la palabrera huera que hace las delicias de nuestras celebraciones patrias; si se ju zga im pertinente llevar a la farsa problem as tan serios com o el del cesarismo presidencial que hemos padecido y el de las relaciones con los Estados U nidos, santo y bueno, pero de eso a que una persona de gran significacin h aya calificado la obra com o versin criolla de M arcuse media un abismo. Tam bin esta persona, a quien por aadidura estimo y respeto, me dice que en Su Alteza S erensima se ridiculizan conceptas en uso p ara sealarlo noble, lo heroico y lo bueno, lo cual a mi juicio slo indica que el uso excesivo h a gastado tan

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  • bellas palabras, reducindolas a moneda vulgar. E l m ejor acero se vuelve cuchillo de cocina, y acaba por ir a la basura despus de pasar por el ltimo afilador.

    S u Alteza Serensim a llegar a ser una obra popular, y dar dinero a muchos aunque no a su autor. Rene los requisitos para pegar ante toda clase de pblicos, aunque por supuesto slo puedan llegar a com prender sus alcances los versados en la poca y el personaje. Con esta obra entra Santa A n n a en el teatro m exicano, sitio del que nunca debi de haber salido. Si el Ja lap e o fue un gran fa ja n t e , parece natural el propsito de hacerlo personaje central de una farsa, aunque tal vez quepa tratam iento dram tico para el hombre que dijo y no minti respecto de su tiempo que la historia de M xico fue la historia de su nombre.

    L a A m ad a P atid ifu sa , D esvario Fantstico para ,\'ios que no han A m ad o T o d a v a . es cuento ap arte. Escrib esta obra de teatro infantil en form a inesperada y cuando este volumen se h allaba en prensa. Se incluye pues a ltima hora, sin contar con experiencias de ningn gnero en punto a su representacin.

    Pero pasemos a las obras querido pblico, lector en este caso.

    Parque de M a ja lea , P rim avera de 1969. J o s A F u e n t e s M a r e s

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  • L A E M P E R A T R I Zdesvaro de amor en tres actos

    Estrenada en el Paraninfo de la Universidad de Chihuahua la noche del 20 de octubre de1967.

    Actuacin: G o n c i-i a d e M e n d o z a . Direccin: F e r n a n d o S a a v e d r a .

  • P r i m e r A c t o

    La escena: Sala decorada y amueblada al estilo de 1880. A la izquierda una ventana grande, sobre el jardn, y al fondo una puerta. Mobiliario: una chaise longue con almohadn de brocado; un sof, dos mesas de pared y un biombo.

    Utilera: dos portarretratos, uno con el retrato del Emperador Fernando Maximiliano y otro con el del Prncipe Felipe; un espejo, un cuadro con el retrato del Rey Leopoldo I de Blgica; otro con el de la Reina Alara Luisa; otro con el del Rey Leopoldo I I de Blgica; y un ltimo con el retrato del Emperador Francisco Jos de Austria. Un plumero y un vestido de novia, que durante los dos primeros actos permanecer en el lugar que indique el Director.

    Al correrse el teln, Carlota Amalia, Emperatriz de Mxico, sentada en el sof, viste de negro y revisa cartas y papeles.

    M a a n a , s , m a a n a se cumple otro aniversario. Qu le vamos a hacer! Si los aos pasan es natural que se cumplan los aniversarios.

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  • La seora de Hulst lo dice, y tiene razn. La seora de Hulst siempre tiene razn. Qu sera de m sin la seora de Hulst!

    ( Carlota deja los papeles a un lado, se levanta y lentamente se aproxima al retrato de Fernando Max. Lo toma en sus manos, y lo contempla con arrobo). Maana se cumplen. . . cuntos aos se cumplen maana? Qu memoria esta ma, que no me ayuda! Estoy segura de que maana se cumplen aos de tu muerte, y te juro que no recuerdo cuntos. (D eja el portarretrato sobre la mesa con delicadeza, y se retira para contemplarlo mejor ). Qu hermoso eras! Como un sol! R ecuerdas el da en que te conoc? Llegaste por la m a an a.. . ese da por la maana. (Sombra). Y no recuerdo qu da fu e ! . . . Pero s, fue una maana en la Corte del Rey mi padre. Buscabas esposa, gran picaro, y no hallabas una a tu gusto! (Coqueta). Picaro exigente! Recorras las cortes muy seguro de tu belleza; muy seguro de que las damas estaban locas por atraparte. Pero no te satisfacan, claro est, pues qu te podan ofrecer esas duquesitas insignificantes, aquellas condesas gordas y tontas. No; t andabas a caza de algo m s .. . (vuelve a tomar el retrato y lo estrecha contra su pecho) andabas a caza d e . . . de una princesa, digamos. Pero no de

    una princesa cualquiera! En Inglaterra hlalas encontrado muchas, pero todas presun- lliosas y fras, muy inglesas, de esas que no saben hacer el amor. Para qu te iban a servir sas! (D eja el retrato sobre la mesa, toma rl plumero y principia a sacudir los muebles, mientras habla con conviccin).

    As suceden las cosas, por lo menos las co- sas que importan. Suceden tan regularmente que parecen haber sido ordenadas en esa forma. Ordenadas por alguien a quien no vemos, v de quien tampoco sabemos dnde se encuen-11 a. Por mi parte, en cuanto lo vi estuve se- iuni de que las cosas ocurriran como sucedieron. M e gust en un abrir y cerrar de ojos! A s! (chasquea los dedos). A s! (de nuevo). Pero cmo no me iba a gustar! (Se vuelve rpidamente hacia el retrato, y se aproxima arrobada). Qu hermoso era! M u y!.. . con esas barbas doradas y esos ojos azules. Y con esa boca (besa el retrato con estrepito). Con esa boca! (otra vez). La seora de Hulst me dice que tengo perdida la memoria, pero es una de tantas leyendas que la gente me atribuye. Si anduviera mal mi memoria no recordara el da en que te conoc en la corte de Bruselas. Has olvidado que me besaste la mano? Fue un beso muy respetuoso, claro est, pero yo sent. . . deja que

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  • recuerde lo que sent ese d a . . . Ah, s, sent como si un abejorro me zumbara junto al odo. . . Y sent que el corazn me dio tres golpes en el pecho! Oh, pero qu digo! (D eja el retrato sobre la mesa y toma asiento en el sof). E l corazn da golpes en el pecho hasta que cesa de hacerlo para siempre. S, claro, el corazn golpea y golpea en el pecho, y una est viva. A lo mejor sigue golpeando despus de la muerte, pero ya no se da una cuenta. (So?nbra de pronto, con voz grave). Los muertos y los locos no se clan cuenta. Ayer mismo le dije a la seora de Hulst lo mucho que se parecen los locos y los muertos. ( Con la mirada extraviada). Los locos y los muertos se parecen en que se les olvida todo, y son muy felices. La seora de Hulst no estuvo de acuerdo, pero eso porq u e .. . p o rq u e ... voy a decirlo muy bajo para que nadie se entere. Es algo muy grave, y no quiero que lo sepan, pero la verdad, la verdad, es que la seora de Hulst est loca. Claro que no se lo voy a decir! A los locos no se les puede decir que estn locos, porque se ofenden. (Tom a de nuevo el plumero y sacude la mesa donde est el retrato de M ax). A los locos hay que tratarlos como a los nios, pues de lo contrario se ponen furiosos. Furiosos! Por eso no insino nada a

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    l.i seora de Hulst. Pero yo estoy segura de (|U( los locos y los muertos se parecen en que se les olvida todo y son muy felices. (Contina sacudiendo el polvo imaginario de los objetos hasta colocarse frente al retrato del Rey Leopoldo I) .

    M ajestad! (Reverencia absoluta). M e permits sacudiros el polvo? No me contes- Iais? Bueno, quien calla otorga. (Sacude). Os hablare sin formulismos, como siempre. No, mejor te hablar de t. Qu gran picaro lilisie, Padre mo! (Declamatoria) Leopoldo Primero de Blgica, ilustre testa coronada, hijo de reyes, to de la reina Victoria, monar- r;i .mte quien se inclin Europa entera: Salve, consejero de reyes y emperadores! Pero .1 dems (re) recuerdas que te llamaban El - * i ni casamentero ? (Aproxima su cara al rela lo , con zalam era). Verdad que s? V ert, id que traas en la cabeza mi boda con M ax .mies de que le vieras por primera vez? (M o- h'sla). Y antes de conocerlo yo! T habas h .uelto ya esa boda, Leopoldo.. . E l gran ( entero ! Y yo sin enterarme! Cun- I.in bodas felices arreglaste! Sobre todo la tu- v.i, porque como mi madre no habras hallado nir.i en (I mundo entero. (Se aparta un metro il< I k trato y habla con voz resuelta). Esto lo difu yo, Carlota Amalia Leopoldina, tu hija!

  • (Volvindose al retrato de la madre). Y tu h ija! H ija de reyes! Nieta de reyes! En nuestra sangre no hay advenedizos. (Agitada) Cmo podra haber advenedizos! (Ms agitada, se dirige de nuevo al retrato de Leopoldo) T fuiste hijo de prncipes! (Ahora a la madre) Y t hija de Luis Felipe de Orleans, Rey de Francia! H ija de reyes, eso fuiste t ! (dulce) y madre de prncipes y de princesas. (Se retira del retrato pensativa, y avanza al centro del escenario). Bueno. . . de una princesa que fui yo! Habras tenido ms princesas de no morir tan pronto. T an pronto! Recuerdas todo lo pronto que me dejaste? (Vuelve al retrato). Era una nia cuando te llevamos a la capilla de palacio en aquel horrible coche negro lo recuerdas? Qu cosas! (Nuevamente se aparta del retrato, y se sienta en un extremo de la chaise longue). Yo no s por qu han de llevarse a los muertos en un coche negro. Maana es el aniversario, si no minti la seora de Hulst. A lo mejor tambin a M ax se lo llevaron en un coche negro. Aunque no s si all se usen los coches negros. All donde muri Max, donde dicen que muri M ax. Pero se usarn. Los coches negros se usan en todo el mundo. (Corto silencio. De pronto se pone de pie como si volviera a la realidad).

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    Qu le pasar a la seora de Hulst? Y a es hora de que estuviera aqu! (Reaccionando) Aunque ser mejor que no venga. Apenas llega y me obliga a hacer cosas. Cuando ella est no puedo conversar con Max. (De nuevo al retrato de M ax). Verdad que t no quieres a la seora de Hulst? (Adelantndose a una respuesta imaginaria) . S, ya s que es una buena mujer, ya lo s. Todo eso lo s mejor que t. Pero nos roba horas enteras! Horas preciosas, horas incomparables que son nuestras solamente. Qu difcil para un emperador conceder a su mujer esas horas maravillosas!.. . (D eja el retrato con brusquedad ) . Qu sabe la seora de Hulst lo que nos queremos! Ni se lo imagina, y por eso viene tan seguido. (Se vuelve al retrato). Y la has visto cmo pasa frente a ti? Sin la menor consideracin! Como si no fueras el ms hermoso de los hombres! Como si te parecieras al vejestorio de su marido! Como si fueras nada ms que un retrato! Pero es mejor que lo crea as, que lo crea ella y que lo crean todas: que M ax no es ms que un retrato. As no lo codiciarn. Si supieran que ests vivo te codiciaran! (Am arga). Y alguna desvergonzada querra tambin meterse en tu cama. (Exasperada). Y eso no! Nadie

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  • all, salvo yo! (Tom a el retrato y se sienta. Pausa).

    Recuerdas que all se asombraban de nuestras alcobas separadas? All les llamaba eso la atencin! (Risa histrica, contenida). A ll suponen que para amarse es preciso dormir en la misma alcoba, y en la misma cama. Qu cosas tienen all! (D eja el retrato a un lado, sombra). Y sin embargo all tienen razn. Guando un hombre y una mujer se aman no pueden dormir en alcobas separadas. (De pie bruscamente). Pero claro, todo viene de que all no tienen idea de lo que son un emperador y una emperatriz. Qu idea van a tener! All creen que un emperador y una emperatriz tienen que hacerse el amor como una pareja de cam pesinos.. . O como lo harn sus presidentes! Sus presidentes. . . All sus presidentes! (Cam bia; ahora con voz desmayada). M ax no. M ax me besaba en la frente y me deseaba buenas noches. As todas las noches. Pero claro! all la gente murmuraba. Que si el em perador.. . que si la emperatriz. . . que si no podran tener hijos! Qu gentuza aquella, por D ios! Queran que nos hiciramos el amor como sus presidentes! Gomo sus malditos presidentes! Y M ax no era un presidente sino un emperador. Un emperador de sangre real, nieto del emperador

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    de Alemania; hijo de la archiduquesa Sofa, ('l segundo de los hijos para ser exacto. (A gitada). El primero fue Francisco Jos, el antiptico de mi cuado. El y su mujer tuvieron hijos, y me consta que dorman en alcobas separadas. (Ahora tranquila, encogindose de hombros). Pero tambin en alcobas separadas se pueden tener hijos! Todo es cuestin de una puerta. . . y de abrirla. G laro! todo es cuestin de abrirla! (Se vuelve al retrato de M ax, vehem ente). Pero t, M ax, por qu no la abras? Por qu? Dim e: por qu? (Desmaya la voz, suavem ente). Primero s, antes de aquel viaje a las M adeira, pero no despus. Despus de aquel viaje se acab todo, y all se dieron cuenta. All la gente se da cuenta de todo. Las mujeres murmuraban con sus caras de dolos, y los hombres me miraban como lobos.. . (Frentica de pronto, sacude el retrato). Por qu no me abras? N o! Eso es falso, es mentira. De dnde sacas que era yo quien no te abra? No, no tienes razn; yo s quera! Y o s quera, pero era el orgullo comprendes? E l orgullo! Si me hubieras dado una bofetada en lugar ele un beso en la frente, y de un empelln me hubieras hecho pasar a tu alcoba, habra sido feliz. La princesa ms feliz del mundo! (Se detiene en seco. La mirada perdida. Deja el retrato y se vuel

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  • ve al pblico). Pero no, hiciste bien en evitar eso; como hicimos las cosas result ms digno. Un emperador y una emperatriz de verdad. Como all no los haban visto nunca! Como no los volvern a ver jams! (Con un mohn de desprecio). Que se conformen con sus presidentes! (Lleva el retrato a su lugar, con lentitud y veneracin). Que se conformen con sus presidentes! (Pausa).

    No me explico la tardanza de la seora de Hulst; ya debiera estar aqu. Posiblemente fue a ver a mi hermano con los chismes de siempre. Es una lata eso de ser rey. A los reyes les llevan todos los chismes. Adems, como mi hermano no me quiere, oye gustoso lo malo que le cuentan de m. Si mi madre viviera metera en un calabozo a los que hablaran mal de m. (A l retrato de Leopoldo). M i hermano Leopoldo no es como t. Le llaman el rey Leopoldo, pero l es Leopoldo II, y nunca segundas partes fueron buenas. Lstima que moriste cuando yo estaba all! De haber estado aqu no habra permitido que murieras. A lo mejor moriste de dolor, porque no estaba yo contigo. (Reaccionando). Pero t tienes la culpa de que yo estuviera all con Max, y no contigo! T arreglaste esa boda, y nos aconsejaste ir all. S, no digas que no! T nos lo aconsejaste! (Transicin

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    a dulzura extrema) . De haber estado aqu te habra cuidado como a un nio grande, como te cuidaba mi madre. Te habra tomado en mis brazos. (Adopta el aire de arrullar). Y te habra besado en la frente. Los besos han de darse en la frente, como me los daba M ax todas las noches junto a la puerta de mi alcoba. Yo no te habra dejado morir, pero qu quieres! las cosas ocurren generalmente al revs: yo estaba all cuando muri mi padre, y estaba aqu cuando muri Max. Si hubiera estado all no habra muerto Max. ( Como si recordara) Aunque. . . j un momento! Creo que M ax no muri; creo que lo mataron. (Transicin violenta). S, una flecha envenenada le hiri en un hombro cuando march a la selva para someter a una tribu salvaje, y cay del caballo como fulminado por una descarga. (V a y viene en estado febril. M ueve los labios, co?no si hablara para ella misma; luego, golpeando el respaldo del sof).

    E l caballo! Malditos caballos! Y yo tuve la culpa de que montara a caballo! Yo tuve la culpa cuando le escrib aquella cosa horrible: (sentada, mirada extraviada) No se abandona un puesto ante el enemigo. Los reyes de la Edad Media esperaban por lo menos, antes de entregar sus estados, que vi

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  • nieran a quitrselos. Y la abdicacin slo se invent desde que los soberanos olvidaron montar a caballo en los das de peligro . Para qu le habr escrito aquello! Y sobre todo, no entiendo por qu me hizo caso! Qu objeto tena montar a caballo para ir a la conquista de la selva? Ninguno! Pobre M ax! Olvid decirle que en la Edad Media los soberanos vestan armaduras, y llevaban cota de mallas. Pero no, no se lo dije, y march a la selva con su hermoso cuerpo indefenso. (Toma de nuevo el retrato amorosamente). T u hermoso cuerpo! Yo saba que all pretendan quedarse con tu cuerpo. Las mujeres sobre todo. Jess, con qu ojos te miraban! A m me volvan loca aquellos ojos, y no poda decirles: Volveos! No le miris! Pues qu, creis que es uno como vosotros? Uno con quien podis acostaros como con vuestros maridos o vuestros amantes? Ea, volveos sin mirarlo, ya que no tenis costumbre de ver emperadores! Frente a un emperador se est como frente a un dios! No lo sabais? C o mo frente a un dios! Yo estuve a punto de decirles: Recordis vuestra antigua profeca del hombre blanco y barbado que os anunciaron llegara por donde cae el sol? Pues bien: aqu lo tenis. Pero no, no es la profeca, mentira. El hombre blanco de la profeca

    llegara a destruiros, y ste no; este hombre blanco ha llegado a salvaros, no a que le miris con esa mirada de hembra en celo que le desgarra la carne. ( Con tono sereno de desprecio ). S i seris idiotas! Sabis lo que os habais propuesto? P s s .. . nada menos que hacerle el amor a un dios. Habis querido meteros en vuestra inmunda cama con un dios. P e ro .. . por qu le dej montar a caballo? Maldito caballo! . . . Malditas flechas envenenadas! Y ahora la seora de Hulst, que no aparece. (Se pasea agitada. Se calma luego). Bueno, la esperar tranquila; no es cosa de volverse loca porque la seora de Hulst tarda en volver. (Torna los aros de costura, y se sienta en el sof). Coser mientras llega. M i vida se reduce a hacer estas cosas mientras espero.( Cose, y el ambiente se vuelve tranquilo, la luz pierde intensidad. Carlota principia a cantar, sin dejar de coser).

    Un sueo soaba anoche, sueito del alma ma: soaba con mis amores, que en mis brazos los tenia.

    Entr seora muy blanca, ms blanca que nieve fina.Por dnde has entrado, amor?Por dnde has entrado, vida?

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  • i Cmo le gustaba a M ax esa cancin! R ecuerdo cuando se la cant por ltima vez. Estbamos en las islas aquellas, en las Madeira, en un campo lleno de girasoles. Haca calor, y reposbamos bajo un rbol. M ax se tendi en el pasto cuan largo era, y descans su cabeza en mi regazo. Parecamos dos chicos campesinos enamorados. Cada vez que interrumpa mi canto, M ax me besaba en la boca. Yo cantaba, y l me besaba; me besaba, y yo cantaba. (Vuelve a coser y canta).

    Echar un cordn de seda para que subas arriba; y si el cordn no alcanzara, mis trenzas aadira.

    Pero qu diablos pasa con la seora de Hulst! Todos conspiran en mi contra, hasta ella! Todos, comenzando por mi hermano el Rey! (Pasea nerviosa por el escenario). Y creen que no lo s; que no los he descubierto; que no conozco todo el hilo de la conspiracin; todas sus negras maquinaciones! Quieren matarme y yo s por qu. La seora de Hulst se ha unido a ellos porque tiene un marido viejo y feo. Quieren matarme por envidia; por pura y legtima envidia; porque ellos no tienen a M ax y yo s : eso es todo. Si les dejara a M ax no me perseguiran! Lo to

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    maran del brazo para emprender con l un viaje por la gloria, y a m me dejaran en tierra, con mi hermano el rey Leopoldo. (R eaccionando violentamente). Pero no os lo voy a dejar, sabedlo de una vez! Primero me matarais que dejroslo! Primero me matarais ! Lo entendis? No os lo voy a dejar. (Se dirige al retrato de su hermano). Eres un miserable! T quieres que te lo deje para ofrecerle un imperio en el Congo y abandonarlo! Claro, primero le hars emperador, y luego le dejars abandonado. Porque as se traman esas cosas: le hablars del Congo; de las bellezas del Congo; de todo lo que un prncipe de sangre tiene que hacer en el Congo; de todo lo que un hombre bueno y noble tiene que hacer en el Congo, y luego. . . luego le dejars abandonado a su suerte. S . . . le traicionars y le dejars solo. As sois vosotros, todos vosotros: Pero no voy a permitir que vaya al Congo. Oyes eso, Leopoldo? N o lo voy a permitir! Que los negros se salven solos, si es que pueden, y si no pueden salvarse por s mismos que se los lleve el diablo. A m no me importa que a los negros se los lleve el diablo! Cuando venga el Padre Deschamps le dir que no me importa que los negros se vayan al infierno! A ll estarn ms a gusto porque son negros! (Recapacitando). Aun

  • que a lo mejor el infierno no existe. Y o tengo mis eludas. Pero si el infierno no existe no s a dnde irn a parar los negros del Gongo. El infierno existe, pero M ax no va a ir a salvarlos. De eso me encargo yo ; de que M ax no los salve, para que se vayan todos al infierno. El padre Deschamps asegura que el infierno existe, y que all van a dar todos los pecadores ! Todos, los negros y los no negros; los campesinos, los reyes, los advenedizos. Todos! (De pie, se dirige al retrato de Leopoldo I I ) . All irs t tambin, Leopoldo, por ofrecerle a M ax ese imperio en el Congo! (Se serena). Porque lo malo no es que le ofrezcas ese imperio. Un imperio es bueno. Todos los imperios son buenos, y todos los emperadores. Claro que hablo de emperadores de verdad, no de advenedizos. (Como si recordara). A d venedizos! (Violentamente va de un lado a otro). Advenedizos! Emperadores advenedizos ! Miserables, ms que miserables! M alditos ! Pero. . . Cmo pueden? Esos no son emperadores. Son moneda falsa, embaucadores, asesinos! (Se dirige nuevamente a L eopoldo exaltada). T no; t no, Leopoldo! T no engaars a M ax con ese imperio en el Congo! T eres un rey de sangre! T no has ganado tu trono dando muerte a nadie! T lo tienes porque naciste hijo de reyes!

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    (Transicin absoluta. Se serena). Y cuando vayamos al Congo no nos dejarn abandonados. Y salvaremos a los negros para que no se vayan al infierno. (Torna la costura de nuevo, y cose, serena).

    Cuando llegue la seora de Hulst me traer noticias de Max. Me traer sus noticias justamente un da antes del aniversario de su muerte. (Sigue cosiendo tranquila, y murmura la msica que cant antes, mientras descansa la cabeza en el respaldo del sof. La escena en luz azul mientras la cinta grabada con la misma voz de Carlota, canta:)

    Las puertas estn cerradas, ventanas y celosas.No soy el amor amante, soy la muerte, Dios me enva.

    ( Viento. Ella respira fatigosamente. De pronto se oyen disparos y msica chinaca. Ella trata de huir. Luego cantan varias voces, acompaadas por guitarras).

    La nave va en los mares botando cual pelota.Adis, AI ama Carlota,Adis, mi tierno amor.

    De la remota playa le mira con tristeza

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  • la estpida nobleza del mocho y del traidor-

    Y a v ie n e n !... Y a ! . . . V ienen los de a ll ! . . . Aydenme a sa lir! Salir de aqu! (A los retratos de Leopoldo y M ara Luisa). Y a estn a q u ! . . . Lo s de all, P a dre m o! . . . Los de a ll ! Slvam e madre, slvame t! T puedes sa lv a rm e !... T puedes, m adre! . . .

    Que se callen!. . . N o quiero esa cancin! (A l retrato de su hermano). Leopoldo! S, nos vamos!. . . Aceptamos ese imperio en el Congo!.. . Pero que se callen !. . . Que no canten! . . . Que no la canten!. . . In fa mes! (Se desploma bajo el retrato de Leopoldo, gimiendo histricamente, mientras se escucha, lejana, la cancin chinaca). Q ue se callen por Dios! . . . Soy una pobre m ujer. . . una pobre mujer enferma! . . . Una pobre m ujer que no quiere. . . que no quiere or esa cancin. . . Infam es! . . . In fam es! . . .

    T E L N

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    S e g u n d o A c t o

    El mismo escenario, en el da siguiente. Luz entera. Sobre la mesa, cuatro libros empastados al estilo de la poca. Entra Carlota, riendo con alegra normal.

    L a s e o r a d e H u l s t me hace rer! Qu cosas dice! A veces me pone de mal humor, cuando insiste en ciertos temas, pero en ocasiones es agradable, como ahora. M ira que decirme que cada da estoy ms hermosa! N ada menos! Y antes de marcharse se hizo lenguas de lo que llam mis bellos ojos Mis bellos ojos! Veamos qu dice el espejo: as (tres cuartos de perfil, derecha). O as (tres cuartos de perfil, izquierda). No, no est m al! Tal vez si me resolviera a pasear por las calles de Bruselas los hombres repararan en m. A lo mejor me dirigiran algn cumplido. Por ejemplo: Qu hermosa est usted, seora! Y yo no sabra qu responder! Pero no; eso no podra suceder. Jam s se ha visto que una emperatriz marche por la

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  • calle como una modista, y que los hombres le dirijan piropos. Eso no se ha visto nunca, sobre todo porque las emperatrices nunca van a pie. V iajan en grandes carruajes, y jams se asoman por las ventanillas. (Se sienta, con el plumero en la mano). V iajan as, muy estiradas, como si se hubieran tragado un poste. Chaca - chaca - chaca - chaca; slo el trote de los caballos; slo el ruido de sus cascos sobre los adoquines: chaca, chaca, chaca. Hasta que llegas a Palacio y el cochero abre la puerta del carruaje; un lacayo extiende la escalerilla, y t bajas (como si bajara). Pero claro, ni el cochero ni el lacayo habrn reparado en tus hermosos ojos. Y no porque no se den cuenta, no, sino porque su condicin de criados no les permite enterarse. . . oficialmente por lo menos. T e imaginas lo que ocurrira de autorizarlos a reparar en ellos? Terminara por hablarse de los amores del cochero y la princesa. (Con asco). Q u horrible! Y no porque el cochero no sea un chico bueno, honesto y guapo, sino porque ella es una princesa. Imagnate: una princesa! A h ! pero olvidaba que ahora mismo bajaba del carruaje, y haca mi entrada en Palacio, por la puerta de honor. (Como si atravesara una gran sala, mientras la cinta reproduce msica adecuada. Se detiene finalmente al fondo de la

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    escena, y se vuelve. Cesa la msica). A y qu memoria! Qu memoria la m a ! M ira que olvidar que ahora mismo pasaba entre los alabarderos, y entraba en el gran saln! Ju n to a la puerta estarn las damas de la Corte. (Acta al comps de un minu que reproduce la cinta). Cmo est usted, seora del Barrio? Seora Osio del Pardo. Qu alegra! Seora M orn; seora Escandn; seora El- guero os encontris bien esta maana? Os gustara acompaarme a la terraza? E l panorama es esplndido: el bosque, la ciudad y las montaas. Un paisaje creado por Dios, y una terraza edificada por M ax. . . para la emperatriz. Pero no! (Detiene con un ademn seco a las seoras imaginarias). Ser mejor que os quedis; por hoy me siento inclinada a la soledad. Seora del Barrio, os espero a la hora del almuerzo. Y vosotras pasadla bien; hasta pronto. ( Cesa el minu y Carlota se adelanta al proscenio. Suspira).

    Prefiero disfrutar sola esta terraza que M ax construy pensando en m! En m y en l, ppr supuesto. Pero mientras M ax ande en el Congo, entregado en cuerpo y alma a la salvacin de los negros, yo la disfrutar por los dos. (Con la mirada perdida). La disfrutar por l: el bosque, el horizonte, la nieve en las cumbres, la humedad en el viento, y

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  • las lucirnagas en la noche. Si M ax no anduviera en el Congo estara conmigo aqu! Le pegara con saliva una lucirnaga en la frente, y cuando se hiciera de noche llevara entre sus ojos un lucero. Una lucirnaga entre los ojos azules, como un esquife luminoso en el mar. (Agitada de pronto, pasea por la escena). Por qu se habr ido al Congo? A conquistar un nuevo imperio! A salvar negros! En su lugar pudo haber mandado al cochero o al lacayo a salvar esos negros. . . Si cualquiera de ellos hubiera ido a la conquista del Congo, ya sera emperador all, y M ax estara conmigo. Aqu conmigo. Con su lucirnaga en la frente! (Recapacitando). Aunque no; la verdad es que slo M ax pudo haber ido. Aunque sea en el Congo, un emperador ha de ser emperador y no un aventurero sin sangre, lo que se llama un advenedizo. Un advenedizo no ser ms que un advenedizo, aunque sea dueo de la ciudad ms hermosa del mundo. Y un emperador de sangre ser un emperador hasta en el Congo! Donde est un emperador habr un imperio! Aunque le pertenezca slo un pedacito de tierra. . . slo un pedacito as (marca el tamao sobre la chaise longue). Con seis pies de tierra tendr suficiente con seis pies! Si l est all habr un imperio! Un imperio no es ms que un

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    emperador. Nada ms que eso! Oue no tenga dinero no es objecin suficiente, pues el dinero se obtiene a crdito; el crdito se gana con el xito, y el xito se conquista montando a caballo y partiendo en su busca, sin temores a la selva. La selva est llena de salvajes con flechas envenenadas. Los salvajes ignoran todo eso: el crdito, el dinero, el imperio. (Agitadsima). No hay dinero ni crd ito .. . Pero hay un emperador! E l emperador respira, y mientras un hombre respire no tiene derecho a desesperar de s mismo. No, no puede desesperar! Puede estar en el Congo, rodeado de negros; puede estar en la selva, bajo el acoso de mil flechas envenenadas, y no tendra derecho a desesperar. No se lo concedo. N o! Soy yo quien no concede el derecho a desesperar! Poda estar sin dinero y sin crdito, pero ser un emperador de sangre! Un imperio no es una casa de juego donde se pueda decir: Caballeros: la banca ha saltado! Tampoco es una farsa que pueda terminar al capricho de su autor, o al antojo de los comediantes. En el teatro s ( re histrica); en el teatro basta que se apaguen las luces para que la gente se marche y deje la sala abandonada. Un imperio no puede abandonarse como se abandona un teatro, aunque la gente se marche. Cuando la gente se mar

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  • cha, cuando toda la gente se larga, quedar sin embargo el emperador. E l emperador y la emperatriz, los dos juntos, abandonados en una isla pequeita, sombreada de ahuchuetes. (Se dirige al retrato de M ax, y lo toma en sus manos amorosamente). No s cmo pude abandonarte! T all solo, en el Gongo, entre salvajes, y yo aqu en Palacio, en espera de que la seora Del Barrio llegue a almorzar conmigo. Y me dar la lata, me dir que la gente murmura; que el imperio no se consolida. Pero cmo se va a consolidar si no hay dinero? Y sobre todo si no hay vergenza y dignidad.. . Todo falta: todo! Qu vamos a hacer M ax y yo solos! Enemigos por todas partes. Levantas una piedra, y salta un enemigo. Se esconden en la noche y no se ven porque son negros, como los del Congo. E l Gongo! M ax Pobre M ax! (Toma su retrato, y se sienta en la ehaise longue). Y lo malo, lo verdaderamente malo es que no puedas regresar pronto. Partiste como un civilizador, como un regenerador, como un salvador, y no podrs regresar diciendo que all no hay nada que civilizar, nada que regenerar, nada que salvar. Eso no sera digno de un prncipe de la casa de Hapsburgo! Tendrs que quedarte, Max, aunque yo me consuma sola aqu. Montars a caballo! Regenerars, civiliza

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    ras, salvars! Los seis pies de tierra que ocupe tu caballo sern tu imperio. (Arroja el retrato a un lado, y se pone de pie).

    Los seis pies de tierra! Todo ser humano li

  • que te enteres slo t: ser tu esposa, tu novia, tu amante, lo que quieras. Y te obedecer en todo, en todo, tesoro mo, en todo, d im c ... quieres algo de m? (ntima). Te dar lo que pidas. Har lo que dispongas. Nos iremos a las Madeira quieres? y nos amaremos como un par de campesinos enamorados. (Besa el retrato con ternura). R ecuerdas aquellos senderos bordeados de girasoles? Todos llevaban a donde mismo: a la felicidad la felicidad! la felicidad! la gloria terrena que nos concede el buen Dios! Qu dicha, M a x ! Qu dicha! Y otra vez el campo de girasoles. . . Y otra vez tu hermosa cabeza en mi regazo. . . Otra vez la v id a ! L a vida otra vez! (Se sienta de nuevo, mira con fijeza el retrato, y lo besa de nuevo. De pronto lo deja a un lado, se pone de pie, y febrilmente arregla su ropa y cabello).

    Pero nos casaremos primero, claro est! (Se dirige al vestido de novia). E l vestido nupcial est listo. Y o misma escog el figurn, y yo tambin hice un viaje a Brujas en busca de los encajes. Listo para vestirlo el da de nuestra boda! (Vuelve a la chaise longue, amorosamente, con el retrato de M ax). S a bes desde cundo tengo listo el vestido? Desde que te conoc! Desde que te vi aquella maana en la Corte del rey mi padre! Des

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    de entonces tengo listo el vestido. (Risa idiota; luego salta como un nio, sin apartar el retrato de sus ojos) . T e enga! T e enga! Tonto! L o tuve mucho antes de conocerte! Nadie te ha hablado del sptimo sentido de las mujeres? Eres un lobo de mar, M ax, y no lo sabas? Qu pocas cosas saben los hombres de las mujeres! Pero qu pocas! E l sptimo sentido es la facultad de adivinar, M ax, y yo te adivin. Adivinar es una forma de soar, y adivinarte fue la forma de soarte con amor.S, antes de conocerte supe que vendras, y que pediras mi mano al rey mi padre. Entonces orden que prepararan ese vestido. (Tran- sicin violenta). No que me muera de ganas de casarme, no; pero ser mejor que cuando regreses del Congo me encuentres preparada. Entonces nos casaremos, y vers que la dicha es algo tan m aterial. . . tan material como un objeto cualquiera! Si quieres la podremos encadenar para que no nos deje. (Extraviada). Y no nos dejar por los siglos de los siglos santos, amn. (Se santigua). Amn. (Riendo). N o . . . pobre felicidad! P e r o .. . qu nos ha hecho para encadenarla? Es tan ligera, tan suave como un colibr, y la tendr siempre junto a mi corazn ( muy dulce) . La dicha ha de estar junto al corazn; es su lugar preferido, su morada natural. (Estrecha

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  • algo entre sus manos). Pero ya que te tengo no te dejar p a r t ir ... T e quedars hasta que vuelva M ax! (Se dirige al vestido). Y a lo tengo! E l lugar ideal para que nos esperes ! ( Con un alfiler de seguridad fija al vestido el objeto imaginario, o sea la felicidad). Aqu estars hasta que llegue Max, y juntos nos iremos de viaje de bodas. Juntos emprenderemos la gran aventura del am or. . . La gran aventura, s, la gran aventura! (Gira bailando). E l am or!.. . E l amor!. . . E l am or! . . . E l am or! (Para en seco, como si de pronto recordara algo).

    L a seora de Hulst! No tardar esa buena seora, y en cuanto llegue preguntar sobre esos libros que me trajo. (Se dirige a los libros, y abre uno). Ni siquiera me he enterado de los ttulos. Veamos ste: Evocacin de la ciudad de Ass, y de su hijo predilecto San Francisco P u ff! (Con un mohn lo deja a un lado y toma otro). Herldica de las familias reales de Europa33 Tambin puff! (Toma otro). Cartas a un escptico en materia de religin . Bueno, esto estar mejor. Me gusta leer sobre los escpticos en cualquier materia, pero sobre todo en materia de religin. (Se sienta con el libro en la mano. L u ego, evocadora, ligera). No puedo olvidar el da en que mi confesor me pill con un libro de Voltaire! L o que me dijo! (Concentrada 30

    luego). Voltaire, me gustaba Voltaire. Tal vez por su culp comenc a volverme roja. All decan que yo era roja, pero no tenan razn. Bueno, razn no, pero todo result de aquella visita que nos hizo el Nuncio de Su Santidad (pasea agitada). Se trataba de arreglar la cuestin religiosa de all. Nada ms natural! All andaba todo de cabeza cuando M ax y yo llegamos, sobre todo eso de la religin y de los bienes del clero. Era preciso arreglarlo, y pedimos a Su Santidad que nos mandara un Nuncio. Y el Nuncio lleg un mal da. Pero qu hombre, Dios m o! Una calamidad, una catstrofe, un aborto. Quera que cediramos en todo, absolutamente en todo! N o oa razones! Comenc a verle cara de demonio. Un da, mientras discutamos, sent el impulso de arrojarlo por la ventana. Por qu no lo hice, Dios mo? Por qu no lo hice? Ahora estoy convencida de que su muerte nos habra ahorrado muchos males. Yo quera implantar all una religin moderna, despojada de impurezas. Una iglesia sin bienes materiales, dedicada al cultivo de las almas. Pero el Nuncio quera que regresramos los bienes a la Iglesia, y se pona como loco al tratar ese asunto. (Se exalta, y se dirige al retrato de su padre). Y no te he dicho todava lo peor, lo que sobre todo t no po

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  • dras creer. Sabes lo que un da me dijo el Nuncio? j Que el clero era el autor de nuestro imperio! Qu te parece? V aya insensatez! Pero no me amilan, padre. Me plant frente a l y le dije: Un momento, Monseor; el clero no es el autor de nuestro Imperio. El autor del Imperio fue M ax el da en que se present en esta tierra . As se lo dije, y con razn, porque t lo sabes bien, padre; t lo sabes. T sabes que M ax fue el autor del Imperio, y no el clero! Ni el clero ni nadie! (Con fiereza) M ax, slo M ax! (Ahora con dulzura). Cuando se present a caballo y recorri los caminos y los pueblos; cuando verti sobre los indios la dulzura de sus ojos azules. Ese da naci el Imperio. El Imperio es un emperador de verdad, de sangre. No un advenedizo ni un presidente. Todos los presidentes son advenedizos. El mejor no sirve para lacayo de un emperador. Eso lo entendan los indios perfectamente, y por eso lo amaban. Lo amaban y lo reverenciaban como a un dios. Todos los indios lo amaban. Todos! (Se detiene de pronto, sombra). No, todos no. Hubo uno que no lo amaba! M ax s lo quera tambin, como a todos los indios. Hasta le escribi, y le mand su retrato. Pero el indio no le contest, y le regres el retrato. No lo quiso, y lo regres! P ero ... por qu? Por qu ese

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    indio no lo quiso, madre ma? Todos lo adoraban menos uno. Todos menos uno! Ese que se escondi en la selva a preparar las flechas envenenadas. Sus malditas flechas envenenadas! P e ro .. . por qu, madre? T e lo exijo ! Dime por qu ese indio no lo quiso! (L lo rando se arroja sobre la chaise longue). T o dos lo queran! todos los indios le queran menos uno. Indio con soberbia de blanco! In dio miserable con orgullo de emperador! . . . Indio miserable! . . . Indio miserable. . . (Gime y reposa para incorporarse luego poco a poco).

    Pero la culpa de todo la tuvo el Nuncio de Su Santidad: Yo le daba razones, pero todas ellas resbalaban sobre su calva de mrmol. Se complaca en la nada que creaba a su alrededor, hasta que un da le dije: Monseor, no seremos responsables de lo que ocurra en este pas; si la Iglesia no quiere ayudarnos, la serviremos a pesar de ello . El Nuncio se encogi de hombros, y se retir. Era la negacin absoluta. Era la nada. All, madre (al retrato), todo es la nada. Llegas y crees que hay algo, porque ves cosas y seres vivos. Pero luego te das cuenta de que todo es la nada, la negacin absoluta. L a n ad a! La nada! All todo es as, salvo cuando se trata de preparar flechas envenenadas, porque en

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  • tonces las preparan agudas, veloces y certeras. Todas las flechas dirigidas al blanco, al blanco que amaban los indios menos uno! Y lo matan, y le crean un imperio subterrneo. U n imperio de seis pies de tierra! (Cambio total en el tono y en la actitud).

    P e ro ... qu me pasa? Me dejo llevar por un viento amargo, y cuando llegue la seora de Hulst no habr ledo nada. (Se sienta y toma el libro de nuevo. Lo hojea nerviosa y lo vuelve a dejar). M i hermano Leopoldo llegar tambin de un momento a otro, y sospecho que con la seora de Hulst. Ignoro por qu me visita si me odia, y me odia porque me parezco ms a nuestro padre que l. Por eso me tiene encerrada aqu, porque teme que de salir le arrebate la corona. Teme que le quite la corona y se la entregue a M ax. Por eso me encerr a m, y a M ax le ofrece ese imperio en el Congo. Leopoldo no lo sabe, pero varias veces o lo que dijo a M ax : A ll te llaman; los negros andan mal, y es preciso que vayas a civilizarlos . Y todava ms; le propuso firmar un tratado, con promesas de ayuda, para obligarlo a ir al Congo. (Se levanta airada, contra el retrato de Leopoldo). C analla! Lo engaas con ese cuento de los negros que le esperan con los brazos abiertos. L o en-

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    l.ias dicindole que le esperan todos, y lue- !,( resultar que alguno no le querr, y se I)reparar las flechas! C analla! M il veces miserable! H ijo de perra! (Llora histrica, frente al retrato. Recapacita y se vuelve al de la madre). No, no, no, perdn, perdn, hijo de perra no; hijo tuyo, madre: hijo tuyo como yo y como Felipe; hijo tuyo, hijo bueno. Pero, madre, dile por favor, rudale que no le ofrezca ese imperio en el Con- ,!>o. Se lo dirs? Se lo dirs? Dime que s se lo dirs! Verdad que s? (riendo). C laro que se lo dirs! (Gira y canta). Y no vamos al Congo! Y no vamos al Congo! Y110 vamos al Congo! (Tropieza y cae. Se levanta muy seria y serena).

    L a seora de Hulst volver y no habr ledo una sola pgina de los libros que me trajo. B a h ! Prefiero que venga el padre Des- champs, aunque me d la lata con eso del infierno. Yo no creo que el infierno exista porque s que Dios es bueno. Por lo menos no creo que exista como lo pintan. (Recapacita). El infierno ser como all, la nada. Eso creo que sea, la nada, igual que all.

    Pero no tardar en llegar Leopoldo y me va a encontrar con esta cara. (Se levanta, va al espejo, y se arregla pelo y ropa). Que me vea hermosa. Las mujeres feas no debieran

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  • haberse inventado. Aunque no; tal vez lo contrario sera lo indicado: Que todas las mujeres fueran feas! As no le gustaran a M ax. Slo por eso me agrada la idea de ir al Congo. Creo que las mujeres negras son horribles, con labios de hipoptamo. Ninguna de ellas le gustar a Max, aunque M ax les guste a todas. Pero l no tiene la culpa de ser as. ( Toma de nuevo el retrato) . Quin podr culparlo de ser tan hermoso! Yo estar con l, por supuesto, y a mi lado no se ocupar de volver los ojos a ninguna negra. Por simple comparacin, nada ms. (Violenta de nuevo, arrojando el retrato sobre la chaise longue) P e ro ... qu digo? qu digo, estpida de m? Compararme yo con una negra! Si para que M ax est conmigo tengo yo que compararme con una negra prefiero que se quede con su negra! Con su maldita negra! (Febril). Yo seguir a su lado, eso ni dudarlo, porque el lugar de una emperatriz est junto al emperador. Porque un trono no se abandona ni por una negra ni por nadie. Pero no volver a dar un paso en su alcoba. Una alcoba manchada por una negra! Le despedir todas las noches en la puerta, y cuando ms le permitir un beso en la frente. (Vuelve al retrato, tranquila). Un beso en la frente. (Transicin a

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    la violencia). Cmo odio los besos en la frente! Son besos de mentira! N o creo en ellos, Max! (Estruja el retrato, histrica). M a x ... M a x . . . T e odio porque me besabas en la frente! T e odio, M ax! T e odio! (Tomando de nuevo el retrato, recapacita. Vasa una mano sobre su frente y cabellos). No, Max. No te odio! Olvdalo: soy una tonta! Estoy loca! Loca, s, loca por ti! No te odio. Cmo te voy a odiar! T e adoro, Max, te adoro! Nos iremos juntos al Congo. Civilizaremos a los negros. Los regeneraremos. Los salvaremos. Haremos de ellos un pueblo til, limpio, culto. Les haremos olvidar sus sucias idolatras. Los haremos buenos. . . muy buenos. M ax vamos al Congo! Vamos! (Como si el retrato se negara). P e ro ... por qu no, Max? por qu no? Tienes miedo? U n prncipe de la casa de Hapsburgo tiene miedo? Imposible! Tu caballo te espera! Qu no puedes montar? S que puedes! Qu temes a las flechas envenenadas? Se harn pedazos contra tu corazn! Vam os! H ala! Vamos al Congo! No quieres ir? Por qu no quieres ir? (Como si el retrato respondiera). Mentira, mentira que no puedas ir porque ests muerto! T no ests muerto M ax, entindelo de una vez, para hoy y para siem

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  • pre! T no ests muerto! Aquella flecha pas frente a tus ojos azules sin tocarte, sin producirte el ms leve rasguo. Ests vivo, vivo! Ests aqu conmigo, en la intimidad de mi vida, junto al calor de mi corazn. Vivo. Vivo para m. Si quieres no vamos al Congo, y viviremos como dos enamorados; como dos enamorados que dejan en paz la idea de crear un imperio entre los negros.. . M ax, Max, M ax! (La escena en luz azul mientras la cinta produce efectos de viento huracanado. Ella con la mirada en alto, tenuemente, no deja de repetir M ax, M ax, mientras, tambin con la cinta, se escucha la voz de Fernando M axim iliano):

    Voy a morir por una causa justa: que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. V iva M xico!

    (Ella se exalta. Repite ms vivamente: Max, Max, M ax).

    ( Otra vez la cinta: Preparen! . . . Apunten!)

    N o . . . ! No disparen!. . . Esperen!(Otra vez la cinta: Fuego! Se escucha la

    descarga y sigue el viento). Esperen! . . . Esperen por piedad! (Se

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    desploma sobre la chaise longue. Llanto histrico. Puetazos sobre la almohada).

    No quieren esperar! . . . Esos malditos que no quieren esperar!. . . Esos malditos a ll !. . . A ll !. . . Esos malditos que no quieren e sp e ra r!... (ahora solloza con voz leve) . . . a ll . . . all no quieren. . . no quieren esperar. . .

    T EL N

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  • T e r c e r A c t o

    La misma escena. Media luz. Carlota, sentada en el suelo, viste el traje de novia. La rodean los retratos de Leopoldo I y Leopoldo II, Ala. Luisa, Francisco Jos, Felipe y Max. Los cabellos en desorden. Risa extraviada mientras toma uno y otro de los retratos a su lado.

    U n a f a m il ia r e a l completa. No me falta nadie! No falta ni mi cuado, el ilustre emperador de Austria. M i cuado Francisco Jos! Franz Joseph: Du hast mir nie ge- fallen! Nunca me has gustado! Tal vez por eso mi hermano el rey se opona a que tuviera tu retrato aqu. Pero tenas todo el derecho, como hermano mayor de Max, como hijo de los mismos padres, como embaucador que fuiste t tambin! Por todo eso tienes el derecho de estar aqu, ya que no estuviste all, que es donde debiste estar. Pero no, claro, supusiste que tu puesto estaba en Viena, con la tonta de mi cuada, y no all. Si hubieras estado all habras podido hacer

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    algo por salvar a M ax de las flechas enven enadas... (Recapacita). Pero qu estpida soy: ahora s que no fueron flechas envenenadas sino vulgares balas de rifle! All lo nico envenenado era el odio. Y en Viena tambin. T te empeaste en que fuera M ax all porque lo odiabas. Temas que te disputara la corona, y lo odiabas como slo un hermano puede odiar. Pero no. (Tom a en sus manos el retrato de Felipe). Yo no odio a mi hermano Felipe; yo quiero a Felipe porque se parece a mi padre. (Toma el retrato de Leopoldo I I ) . Leopoldo no; Leopoldo el rey lleva el nombre de mi padre, pero no se le parece en nada. (R e). Felipe y yo s, Felipe y yo! (R e). Pero t, cuado mo, qu estpida irresponsabilidad! No te diste cuenta de que all le iban a matar? Pudiste hacer algo por evitarlo. Pudiste por lo menos cubrir el cuerpo de Max. Cubrirlo con el tuyo, para que en tu pecho de responsable quedaran los agujeros. Y qu agujeros, Dios mo! Redondos y profundos como ojos de bruja enloquecida! Seguramente al pobre de M ax se le vio hasta el alma por los malditos agujeros. S, hasta el alma, y todas las cosas que llevaba dentro. Qu cosas! (R e con estrpito). E n el fondo de los agujeros, mi retrato! Como si lo hubieran colocado en

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  • el fondo de un anteojo de mariscal de campo! (Pensativa). Esto de mariscal de campo me trae malas ideas a la cabeza. Mariscal? All haba mariscales, miles de mariscales, y generales y soldados, millones de generales y soldados. Pero todos queran que se muriera Max, y por eso le llenaron el cuerpo de agujeros. Pero no pudieron matarlo, claro, porque M ax es inmortal. Con el cuerpo lleno de agujeros me escribi, para que le esperara en las islas. Mojaba la pluma en uno de sus agujeros, porque no haba ms. Lo importante era escribirme; que no pasara un da sin escribirme. A l no le gustaba la tinta roja, pero en campaa no haba ms.

    (Toma el retrato de Leopoldo I I ) . Ahora s te quiero, hermano Leopoldo, porque ya desististe; ya 110 quieres que M ax se haga cargo de ese imperio en el Congo. Qu bueno! A lo mejor los negros esos le llenaban el cuerpo de agujeros! Nadie quiere a M ax ms que yo. (Toma su retrato y lo besa). C ada beso mo le cegaba un agujero. Pero cmo lo dejaron, virgen santa! Como una criba! Como una criba! Tuve que llenar su cuerpo de besos para sanar sus heridas! Pero M ax no tardar en llegar (se levanta y se coloca frente al espejo), y no quiero que me pille sentada en el suelo. (Ahora dulce,

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    con una reverencia). M e dira: Cmo, se- fora, sentada en el suelo? Olvidis que sois una emperatriz? No, le contestar; no lo he olvidado, pero os esperaba sentada en el suelo para jugar como cuando nios. Recordis vuestros das de nio? Vuestros das de nio all en Viena? Y o s recuerdo los mos aqu! (Vuelve a los retratos, se sienta en el suelo, y loma el de la m adre). Era tan feliz con- (igo! M e colmabas de mimos y me llevabas de paseo al parque. Entonces me dejaste cabalgar por primera vez, en aquel caballo gordo y pequeo. Y qu bien lo hice! Poco despus, la Corte entera m e llamaba la gran amazona . Recuerdas? (hace como si cabalgara). Vam os! A p a ! M s de prisa! M s! A galope tendido! A salvar el obs- lculo! Arriba! (como si salvara el obstculo). Bravo! B ra v o ! (aplaude). Pero lo mejor era cuando ju gaba contigo, madre. ('Toma de nuevo el retrato). Por qu no invitabas a Max, para que j ugara con nosotros? (Ahora toma el retrato de M ax). L e habra jalado las patillas a s ! Y le habra besado en la boca! (Lo besa). Pero qu digo? M ax no tendra patillas cuando nio! Ni cs bueno que los nios se besen en la boca! No, es preferible haberlo conocido despus, hace unos das, porque atiora nos casaremos,

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    7

  • ahora nos vamos a casar, y vamos a tener muchos hijos. Vamos a ser muy felices! (De pie). Cmo no va a ser feliz una pareja tan guapa si has sido feliz t con la tonta de mi cuada! (Da un puntapi al retrato de su hermano. Ahora alegre)- Max, el hermano del emperador Francisco Jos, y Carlota, la hija del rey Leopoldo. Qu pareja, Dios m o! Qu pareja! Vivan los novios! ( Grita, va de un lado a otro3 saludando con la mano en alto). V ivan los novios! Y las campanas al vuelo en Santa Gdula! Y miles de palomas al viento! Miles de palomas con alas de terciopelo! E l cielo lleno de palomas, como el prtico de la gloria! V ivan los novios! Que vivan los novios! Que vivan! (De pronto muy solemne). Y llegaremos a nuestro palacio, y te acompaar a la alcoba, una gran alcoba adornada con tus trofeos de guerra: lanzas y escudos de salvajes; cetros de emperadores vencidos.. . y te acompaar hasta nuestro tlamo imperial, con dosel de brocados finos y el escudo dorado de nuestras armas. Y te colocar all. ( Coloca en la chaise longue el cuerpo imaginario de M ax). Y te despojar de las ropas que cubren tu hermoso cuerpo, y la luz de las lmparas penetrar en la sombra de los agujeros. (Exaltada). De todos los aguje

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    ros! De todos los que te hicieron porque tu hermano no te protegi con su cuerpo! (V olvindose con furia al retrato de Francisco Jos). No lo protegiste con tu cuerpo! T e pesar algn cla, asesino de tu hermano! T pudiste salvarlo! T ! Slo t quedabas cuando nos abandon el otro maldito! Slo t! Y lo abandonaste! (Pisotea el retrato furiosamente). Slo t! Ahora me vengo! Ahora te destruyo como t lo destruiste! No quedar nada! Y a est! ( Ja deando, observa el retrato pisoteado). U n Hapsburgo menos! (Vuelve a la chaise lon- gue, y habla al cuerpo imaginario). Francisco Jos no te protegi cuando aquellas balas se te echaron encima, pero te salvaron mis besos. (Besa el cuerpo). Cada beso, un agujero menos. . . uno menos cada beso. . . uno menos. (Se detiene a la altura del pecho). Oh, este enorme agujero del pecho necesitar varios besos! Tan redondo y tan profundo que es una ventana para asomarse a tu alma. (Confidencial). M e dejas? no? Vamos, no seas egosta! Olvidas que ya somos, marido y mujer! Olvidas que entre marido y mujer nada puede quedar oculto? A n c la ... djame asomarme! Djam e ver qu hay en el fondo de tu pecho! (Sale despedida ha

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  • cia atrs, bajo los efectos de un empelln imaginario ).

    No hagas eso, M ax! U n empelln as a tu mujer? T e conduces como un bellaco! Y todo porque no me asome! Tienes miedo, verdad? Tienes miedo de que lo descubra todo? Claro que tienes miedo! Y yo s a qu (gritando), yo s a qu! Te crees que no me lo contaron todo all? Pero todo! (Vuelve junto a la chaise longue, los brazos en jarra, retadora). T pretendes olvidar algunas cosas, o es que tienes mala memoria. Muy ufano eh? porque all los indios te queran, y como te queran eran tus cmplices. . . tus cmplices!. . . tus alcahuetes! (Sarcstica). Trabajabas mucho en palacio y necesitabas descanso frecuente. Claro, con tanto trabajo! Y te construiste tu casa de campo en aquel lugar tibio, lleno de flores. T e ibas con frecuencia a tu casa de campo! Estabas tan cansado! (exasperada). Pero una lengua bondadosa me lo dijo todo! Todo! Q ue por la puerta del jardn entraban mujeres! M uchas mujeres, s, por la puerta del jardn! Y sabes qu ms me dijo? Pues me d i jo . . . me dijo (sollozando), me dijo que tambin te enredaste con la hija del jardinero! (coge el plumero, y con l golpea sobre la chaise longue el cuerpo

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    imaginario de M ax). Cerdo! M s que cerdo! Cmo pudiste hacerlo! Y con la hija drl jardinero! (dirigindose al retrato de la reina). Con la hija del jardinero, madre! Pregntale por qu lo hizo si me tena a m! Y o soy la emperatriz, y ella la hija del jardinero! (solloza nuevamente). Y o soy la emperatriz y ella la hija del jardinero!. . . Por eso no me dej asomarme, porque lo habra visto todo. U n agujero muy grande! Hasta ver el alm a! (T r anguila). Pobre M a x ; aquellas malditas balas que abren ventanas tan grandes! (Vuelve a la chaise longue, ahora conciliadora). Me exalt, querido, pero ya pas. Me exalt, pero ahora comprendo que todo es falso; cmo? Con la hija del jardinero? (R e con estrpito). Q u cosas tienen esas gentes de all! Los amores de un emperador y de la hija del jardinero estn bien para una novela, pero nada tienen que ver con la realidad. L a hija del jard inero cuando me tenas a m? Vaya, olvidmoslo. T e sanar de esc famoso agujero en el pecho! (Lo besa en el pecho). Y a est. Mis besos son el blsamo seguro. Lo ves? (R e y se sienta de nuevo entre los retratos. Toma el de Leopoldo I ) .

    Lo que no me gusta nada es que concedieras mi mano sin los remilgos de costum-

    4-7

  • bre. Van a pensar que ests que te mueres por que me case. O que soy yo quien est loca por casarse! Claro que me gusta M a x ! A quin no? Pero de eso a no guardar las form as.. . Vamos! Sobre todo soy una princesa, no la hija de un jardinero. Qu asco me dan los jardineros, y sus mujeres, y sus hijas! Si pudiera, los encerraba a todos en un calabozo, y que se llevara el diablo a los jardines. Los jardines son hermosos, pero no a ese precio. Tambin la gloria es hermosa, pero no al precio de la guerra. T no fuiste un guerrero; t fuiste un caballero: E lgran casamentero! La guerra gusta a los advenedizos, pero no a los reyes de sangre. Los reyes de sangre no son guerreros; lo arreglan todo con alianzas.. . y con matrimonios. (R isa idiota). Con matrimonios! (Reaccionando). Pero no con ste, Leopoldo Primero! No con ste! Este es un matrimonio de am o r.. . Aqu no intervienen ni t (a Francisco J o s ) . . . ni t (a Leopoldo). N i nadie! Nadie ms que M ax y yo! (Ahora evocadora). Nos iremos a las islas con campos de girasoles, y nos amaremos como dos cam- pesinos. (R e). Como dos campesinos que quieren tener muchos hijos. Porque M ax y yo vamos a tener muchos hijos. Vamos a tener todos los hijos del mundo! Y cuando

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    < iv/can, nuestros hijos sern emperadores de veinte p ases.. . (cuenta con los dedos). D e veinte pases! (Se pone de pie violentamente) i Vamos a ver! Dnde estar un mapa?, Dnde estar un mapa? (Busca en los cajones) Un mapa! (Parece hallar uno, y vuel- u a la chaise longue con el m apa imaginario. Se arrodilla junto a la chaise longue frente ni pblico). Y a est! (acta corno si extendiera el mapa sobre la chaise longue). V a mos a organizar el mundo! Tendremos que encontrar primero un buen partido para nuestro hijo mayor. Por supuesto se llamar M ax, como t, y n a c e r ... dentro de nueve meses! (Busca en el m apa). Para nuestro hijo M ax me gustara una princesa polaca: la princesa Estefana. Perfecto! Esleanla ser una princesa hermosa, que dar i M ax muchos hijos. La unin con Polonia nos interesa por todos motivos. L e tengo miedo a Prusia, y es necesario tenerla cogida en nuestras tenazas. As se sentir Prusia en siluacin desventajosa, y le forzaremos una alianza. Y a para entonces tendremos una hija no? La llamaremos Carlota, como yo. No! M ejor como mi ta, la gran reina de Inglaterra: la llamaremos Victoria! Ylambin ser como t, con tu piel m aravillosa, tus grandes ojos azules y tus bellas

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  • b a r . . . N o! (riendo), sin tus barbas! En ti son esplendidas, pero se veran horribles en la cara de nuestra hija Victoria. Bueno, sigamos: Victoria se casar con el hijo mayor del emperador de Prusia, que estar aterrorizado porque nuestra familia reina en Polonia, y se sentir cogido en nuestras tenazas. Ese matrimonio ser su nica solucin, y claro, se creer muy inteligente de poder concertar el matrimonio de su hijo mayor con nuestra hija Victoria. (Aplaudiendo) . Bravo, M ax! No te gusta? No te parece maravilloso? Pero falta algo ms: el tercero de nuestros hijos ser hombre, y le llamaremos . . . Leopoldo, en recuerdo de mi padre. (V acila). M ejor no: Leopoldo se llama tambin mi hermano, y a lo mejor se le parecer si lo bautizamos con ese nombre. Leopoldo es un antiptico! Adems te quiso mandar al Congo! No, mira, mejor le pondremos el nombre de tu sobrino Rodolfo: se llamar Rodolfo, y le hallaremos un gran destino. (Pasa el ndice por el mapa). Ita lia ! Por qu no Italia? (Recapacita) No, los italianos son difciles de gobernar; no insistas, Italia no conviene a nuestro hijo Rodolfo. Europa es grande, y ofrece mejores oportunidades. Olvidmonos de Italia, si te parece, y pensemos en Francia. All estuvo el

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    .idvenedizo recuerdas? E l que nos hizo la rito dao! Pero ya se lo llev el diablo!I Jn da me dijo la seora de Hulst que se lo haba llevado el diablo en castigo de sus culpas. (Se incorpora exaltada y pasea) Nos prepar un imperio! Y nos prometi todo lo necesario para sostenerlo! Mariscales y generales, soldados, dinero, mucho dinero!Y luego nos dijo que no poda, y nos lo quit lodo: el dinero, los soldados, los generales todo! Y nos dej abandonados all, con el mar de por medio, y los enemigos comenzaron a envolvernos. Levantabas una piedra, y saltaba un enemigo! Estuve a punto de volverme loca entre tantos enemigos! M iles de enemigos! Dejaron el cuerpo de M ax lleno de agujeros, y yo tuve necesidad de todos mis besos para salvarlo! Eran tantos agujeros! (Vuelve a la chaise longue y al supuesto mapa, febrilm ente). Pero ya se lo llev el diablo! E l diablo! E l buen diablo! El diablo reparador! El diablo justo! E l diablo que castiga los pecados del mundo! Ahora no hay problema, M ax; ahora podemos casar al tercero de nuestros hijos con una princesa de F ra n c ia .. . con una princesa de verdad. . . Buscaremos una de Orleans, y restauraremos nuestra sangre en el trono de Francia. Francia deber su regeneracin a

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  • nuestra familia; a nuestra familia, s, y de paso habremos cubierto los ms altos tronos de Europa. Pero no parar ah nuestra gloria, no . . . no parar ah, porque tendremos ms hijos. Tendremos hijos para ocupar todos los tronos del mundo! M i sangre y la tuya! Hapsburgo y Goburgo! Te das cuenta? Ser la sangre dominadora del mundo. Cruzaremos el mar! (Febril). U n imperio en el Paraguay! O tro en el dorado Per! Otro ms en el Brasil! Nuestros hijos poblarn Am rica! Nuestros hijos redimirn a Am rica! Aqu y aqu! (Pasea el ndice sobre el mapa imaginario). Aqu y aqu! (De pronto, aterrorizada) Aqu no! Aqu no, M ax! Aqu es all! Aqu es all! Y all no mandaremos a nuestros hijos! A ll estar el indio aquel y causar algn dao a nuestros hijos! (Se levanta violentamente, y da de puntapis a los retratos). Estpidos! In tiles! No os dais cuenta de que fuisteis unos cobardes? Que lo dejasteis en manos del indio sin hacer nada por salvarlo? Porque nada, nada hicisteis! Os cruzasteis de brazos, eso fue todo, y permitisteis que lo llevaran al horrible lugar aquel, donde tena amores con la hija del jardinero! N o! (Desesperada, de un lugar a otro, la cabeza entre las manos). N o! N o tena

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    amores con la hija del jardinero! No los tena! M e dijeron eso para hacerme dao! (L lo ra junto al cuerpo! Se tranquiliza y ve al pblico, con mirada extraviada). Aunque s . . . es un hecho que los tena. Pero. . . por qu los tena? (G ritando). Por qu los tena? Por mi culpa! Por mi culpa! Porque yo no le permita entrar! No le permita que pusiera un pie en mi alcoba! No se lo permita! Ju r que no me volvera a tocar! Y nunca ms se lo permit! Nunca ms! (Tom a el retrato de la madre). Lo adoraba, m adre. . . T sabes cmo lo adoraba! Pero no se lo permita! Y . . . me preguntas por qu? No lo s. . . quiero recordar y no puedo. . . no puedo esta maldita memoria! Terminar por volverme loca! S i no recuerdo por qu, voy a terminar loca! Y loca no podr tener hijos, porque M ax no querr tener hijos con una loca. (Gritando) . Y entonces querr tenerlos con la hija del jardinero! Bastardos! Bastardos! (Se arroja sobre la chaise longue). Eso no, M ax! Yo no estoy lo c a .. . t sabes que no estoy loca. . . que estoy muy cuerda y te dar todos los hijos que quieras. Todos los que t quieras! Todos los que el mundo reclame! Pero no me pidas un hijo para mandarlo all! A ll no! A ll le dejarn el cuerpo

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  • como una criba, y no estar yo para salvarlo con mis besos! (Tranquilizndose). No es preciso que nos propongamos salvarlos si no quieren. Contra su voluntad no vamos a regenerarlos. Si no quieren redimirse, que no se rediman. Que se los lleve el diablo! Que se vayan al infierno! Para qu vamos a mandar un hijo all? Y a tienen a su indio, el que no te quera. Lo recuerdas? Djalos con l! Que se conformen con su indio! (Besndolo). Seamos felices. Tengamos los hijos que gobernarn el mundo. Ahora s te lo voy a permitir. No necesitars darme un beso en la frente y desearme buenas noches junto a la puerta de mi alcoba. Podrs pasar, y hacerme el amor para que tengamos muchos hijos. Pero muchos! Vamos, Max, alegra esa cara, que las cosas van a cam biar! (Vuelve la cara, y con mirada extraviada observa los objetos de la habitacin). Primero pongamos en orden esta habitacin, que parece un establo. (Se levanta, recoge los retratos y los coloca en su lugar. Vuelve a la chaise longue). Y a est todo en su sitio! Ahora es preciso que me arregle un poco. (Se dirige al espejo). Nunca est por dems una brizna de coquetera. Y a est! (Vuelve a la chaise longue, y acaricia el cuerpo imaginario ) . Qu tranquilidad! Despus de

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    aquellas horas horribles que pasamos all leemos ganado el derecho a la felicidad. Tu hermoso cuerpo (acaricindolo), tu bella cara, tu c a r a . . . p e ro .. . como se me pierde tu cara! Corno si un estorbo se cruzara entre mis ojos y tu cara! (Se levanta, va por el retrato de M a x y lo coloca sobre el almohadn). Ahora s; ahora veo el cuerpo y no se me d e s v a n e c e la cara! Desapareci la nube negra, la nube mala. Fernando Maximiliano de Hapsbufgo, hijo y nieto de emperadores, cmo te a u ! Ahora que estamos de vuelta, tenemos la vida por delante. La vida entera! Harer^os vida de marido y mujer, y tendremos muchos hijos! No me ves ya con el traje de novia? Estoy lista! Tenemos esta noche una cita con el amor.. . jugaremos al escondite entre las nubes, entre las nubes blancas y buenas. Detrs de aquella nube pequea nos espera la fe licidad .. . la hallaremos sin buscarla, mientras jugamos al escondite. La hallaremos y la haremos nues- i ra, y la encerraremos e n nuestra alcoba por (oda la eternidad. (Recapacitando). Aunque no; en nuestra alcoba se sentir la felicidad lan a sus anchas que 10 tendr prisa de marcharse. La dejaremos en libertad, y volver como vuelven las golondrinas a sus nidos. Volver cada nueve meses? con cada uno de los

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  • hijos nuestros, de los hijos que han de gobernar el mundo. (Se tiende en la chaise longue, al lado del retrato de M ax. Lo besa apasionadamente). Nos amaremos por el resto del tiempo. Ms que eso, porque el tiempo es breve y el amor eterno. Nuestro amor, Max, nuestro amor! Ser un ejemplo para la hum an id ad ... Nuestro amor! (De pronto mira con fijeza al pblico, se lleva un dedo a la boca imponiendo silencio, y suavemente se incorpora. La cinta, muy leve, reproduce L e plus que lente , de Debussy, mientras ella, de puntillas, va a los retratos y los vuelve contra la pared. En la misma actitud regresa a la chaise longue. Se detiene all, y mira arrobada a la figura imaginaria. Se hinca al fin junto a ella, frente al pblico, y exclama con voz amorosa y desmayada) :

    M a x . . . !

    T E L N

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    L A J O V E N A N T I G O N A SE V A A L A G U E R R A

    #desvaro dramtico en dos actos

    a Fernando Saavedia

    Estrenada en el Paraninfo de la Universidad de Chihuahua la noche del 10 de octubre de1968 .

    A c tu a c i n : G r u p o d e T e a t r o d e l a U n i v e r s i d a d d e C h i h u a

    h u a .D ire c c i n : F e r n a n d o S a a v e d r a .

  • R E P A R T O(Por orden de aparicin)

    El Corifeo . . . . B e r n a r d o R o b l e s

    J u a n ........................ Luis S a a v e d r a

    P e d r o ..................... A l b e r t o M o n t o y a

    A d n ...................... Luis A n t o n i o S a n t a n d e r

    A n tg o n a ................ A n a C r i s t i n a R a s c n

    A n t o n io .................J u a n M u o z

    La accin en un stano o desvn srdido, a media luz. Mobiliario bsico: una mesa y varias sillas; al fondo una vieja estufa de gas y un sof desvencijado. En los rincones cajas vacas y otros objetos viejos e intiles.

    P r i m e r a c t o

    Proemio

    Antes de correrse el teln, un guerrero griego de los das de la guerra del Peloponeso, con escudo, lanza y mscara, dirige la palabra a los espectadores:

    E l G u e r r e r o . El pueblo de Atenas sufre una larga y cruenta guerra, pero tiene tiempo y humor para el arte y la filosofa. Ayer aplaudi al divino Esquilo, y hoy alienta a Sfocles y a Eurpides. En el teatro de Dionisos se ha montado el escenario de la Plaza de Tebas, frente al palacio real. T odo est listo para la representacin de Antgona, la doncella vencedora de la muerte con quien Sfocles, nuestro Sfocles, os ha dejado una leccin inmortal. E l cant la suprema dignidad del hombre en los das jubilosos de Salamina. (Recita)

    D e cuantas maravillas pueblan el mundo, la mayor el hombre.

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    9

  • E l en alas del noto, entre la bruma, cruza la blanca mar sin que le asombre la hinchada ola de rugiente espuma.E l a las aves, cabecitas hueras, a los monstruos del Ponto y a las fieras ingenioso y sagaz las redes tiende, y bajo el yugo domador sujeta al resistente toro de montaa, al potro hirsuto de cerviz inquieta.E l el lenguaje adquiri, y el pensamiento que corre ms que el viento, y el temple vario en que el vivir estriba; a cuanto cabe imaginar rebasa su frtil inventiva,

    que inspira el bien, o que en el mal fracasa.D e cuantas maravillaspueblan el mundo, la mayor el hombre!

    E l Guerrero desaparece y un instante despus se corre el teln. Pedro y Juan, juegan domin.

    J u a n . L os id io tas h a n descubierto v a r ia s fo r

    m as de m a ta r el tiem po, com o esta d e ju

    g a r d om in en tre dos. No tienes cu a tro s ; rob a, p u e s . . .

    P e d r o . Fueron idiotas o sabios, no lo s. Inventaron tambin el juego de cartas, que es otra forma de hacerle al tonto. (Term i

    na con las fichas). No hay cuatros, juega t.

    J u a n . Veremos si tienes un se is .. .I i dro. Si tengo todas las fichas claro que ten

    go un seis (juega).J i ja n . Ahora un cinco.IV,dro. Un cinco (consulta su reloj) y el tiem

    po vuela.J i ja n . (Haciendo lo mismo). Adn dijo que

    estara a las nueve y falta un pelo.P edro . O jal sea puntual, pues quiero irme

    a dormir. T sabes: dormir es otra forma de resolver problemas como este de esperar, que me pone negro. Preferira estar en la sierra con los amigos. All s que la vida es vida!

    J u a n . Gomo van las cosas pronto nos llamarn, y lo harn como de costumbre, sin darnos tiempo para pensarlo dos veces. A l fin que nosotros no tendremos que hacer testamento como los buenos burgueses. . .

    P e d ro . N o sabremos lo que nos depare el maana mientras no logremos ciertos objetivos . . .

    J u a n . Y cuando los alcancemos tampoco, porque vendrn otros; en nuestra profesin no se acaba!

    P e d r o . Con qu seriedad hablas de nuestra profesin!

  • J u a n . C laro! (levantndose para servirse una taza de caf). Como que la revolucin y la prostitucin son las dos profesiones ms antiguas de la humanidad! Y nosotros tenemos el deber de ser profesionales antes y despus del triunfo, pues la vida de un revolucionario no se modifica porque se conquiste el poder. As es, Pedro; el revolucionario ha de serlo en el poder y fuera de l; no podramos ser como burgueses que cambian de traje segn se trate de un baileo de una primera comunin. . .

    P e d r o . Bah ! No seas dogmtico; un buen da el Partido te ordenar el cambio de traje y te pondrs el de primera comunin si te lo mandan o no?

    J u a n . Es posible, pero en todo caso te lo ordenarn como tctica de lucha. En lo importante no hay cambio posible. El Partido, por ejemplo, no podra modificar tu ser revolucionario porque dejara de ser centro de activismo. Convendrs en que todo es tctica de lucha, y como tctica, todo lo que ordena el Partido es bueno.

    P e d r o . (Riendo). Tus palabras me recuerdan el viejo problema que Platn puso en boca de Scrates: el de si lo bueno es bueno porque lo quieran los dioses, o si los dioses no pueden querer sino lo bueno. Te das cuen-

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    (a hasta dnde podramos llegar sobre la base de ese planteamiento?

    J u a n . N o lo s ni me interesa; son planteamientos idealistas que se caen de viejos.

    I V.dro. Eso te crees (levantndose se sirve caf ) ; si realmente has asimilado la dialctica, sabrs que la historia es slo una. Simplemente olvdate de nombres y de fechas: donde Scrates habl de los dioses yo entiendo el instrumento de la historia. Para ellos y para los cristianos el instrumento de la historia fueron los dioses, y para nosotros es el Partido. Si los griegos y los cristianos pensaron que los dioses no pueden querer sino lo bueno, nosotros entendemos que el Partido no puede querer ms que eso mismo. Slo que lo bueno para el Partido es la revolucin. . .

    J u a n . (Riendo). N o est mal! Veo que algo queda de tus aos de estudiante (sirvindose otro caf). No, no est mal: la revolucin ser lo bueno en s, y el Partido su instrumento histrico. Perfecto! (con acritud ) somos unos teorizantes perfectos!

    P ed r o . N o veo por qu te quieras llamar teorizante; la polica te busca y no precisamente por tus teoras. Por all tienes tenemos mejor dicho algunas deudas que no son precisamente de ideas. Y en cuanto

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  • a la fiesta que preparamos para maana . . .

    J u a n . Esa. . . fiesta ser de lo poco serio que habremos hecho en mucho tiempo.

    P e d r o . Admite entonces que no somos tan tericos. Jugam os otro?

    J u a n . N o, ya pasan las nueve y no tardar Adn con el famoso descubrimiento de nuestro compaero Antonio. D e nuestro nunca bien alabado jefe y camarada Antonio !

    P e d r o . Tengo verdadera curiosidad por conocerla.

    J u a n . B ah !P e d r o . Sabes que la llamaremos Antgona?J u a n . S, lo s, pero lo que no me gusta es

    que de buenas a primeras le permitamos entrar en nuestros proyectos, y menos cuando traemos entre manos el asunto importante que t sabes. En realidad nada sabemos de ella, slo que tiene sorbido el seso a Antonio, y al idiota de Adn por aadidura. Para ellos es un hallazgo, pero yo no me fo ; con gente nueva prefiero medir los pasos. Y en el caso de la seorita esa con ms razn todava!

    P e d r o . Hombre, me parece que no gustarte Antgona responde en el fondo a un prejuicio burgus. Por qu no lo confiesas?

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    J u a n . Confesar qu?Ped r o . Que no te gusta Antgona por lo mis

    mo que no te gustaba Flora, porque es mujer, y en el fondo de tu alma negra piensas que una mujer est bien en la cama y no en la revolucin. Si Antonio est convencido de que vale es porque vale; en cuanto a eso puedes estar tranquilo.

    J u a n . (Con un puetazo en la mesa). No seas burro! Que sea mujer me tiene sin cuidado; con Flora me llevaba bien a pesar de todo. Lo que de sta me da mala espina es su origen; no es ms que una burguesa renegada, y a m con eso me basta: renegada, pero burguesa. . .

    P e d r o . Eso no significa nada! Olvidas que los grandes herejes han salido de los seminarios. Y si no de dnde hemos salido t y yo?

    J u a n . T y yo no salimos del seminario; salimos del pueblo, y ellos no son pueblo.

    P e d r o . C laro que son pueblo! De dnde vas a sacar pues a los explotadores? T e figuras que vienen de una raza aparte? El pueblo lo produce todo, hasta la porquera, y Antgona sali de ese pueblo como t y como yo.

    J u a n . T al vez tengas razn, pero no puedo evitar ser desconfiado. Es cierto que no me

  • gustan las mujeres en la revolucin, y menos me gustan si no me constan sus antecedentes. Mira sta, ni siquiera sabemos cul sea su nombre verdadero. . .

    P e d r o . El Partido arrebat a los curas la fa cultad de bautizar que se arrogaron durante mucho tiempo. Para m es suficiente que en el Partido se la llame Antgona.

    J u a n . Antgona ser, pues!P e d r o . Y de paso olvidamos lo ms importan

    te, lo que realmente tiene para nosotros un sentido. Olvidas que Antgona es catec- mena, y que tendr todo el fuego de los recin convertidos? Por mi parte cambiara de mil amores a diez camaradas viejos, de los que llegan del arroyo y del hambre, por uno solo de estos ejemplares que nos llegan de la vida fcil. Del hambre a la revolucin hay un paso; lo difcil es llegar a ella de una mesa bien servida. . .

    J u a n . Ahora soy yo quien se pitorrea! Porque los que llegan de la vida fcil no pasan de ser revolucionarios sentimentales. Como los dems tienen hambre y ellos comen bien, pues claro, les remuerde la conciencia. Po- brecillo