Taller Formacion Religiosa

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CAMINO DE ALIANZA T alleres Cuatrimes tr ales FORMACIÓN RELIGIOSA Grupo: Inicio:

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Formacion religiosa para jovenes.

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CAMINO DEALIANZA

Talleres Cuatrimestrales

FORMACIÓN RELIGIOSA

Grupo:

Inicio:

Elaborado por Tomás Dell’Oca

1ª edición, abril de 2003

Sólo para uso interno del Movimiento de Schoenstatt

Responsable de la edición,

comentarios y sugerencias:

P. Pedro Kühlcke

Centro P. Kentenich

Av. R. Núñez 3524

5009 Córdoba

Argentina

[email protected]

Portada:

Cruz de la Unidad

Introducción

Los Talleres cuatrimestrales que les proponemos quieren ofrecerles material para el crecimiento del grupo de vida y de cada uno de sus integrantes a lo largo de un cuatrimestre.

Cada grupo de vida de Schoenstatt se desarrolla según cuatro dimensiones fundamentales, que corresponden al organismo de vinculaciones principales: comunidad, apostolado, formación y espiritualidad (sigla mnemotéc- nica: «CAFÉ»):

‚ La dimensión comunitaria: El crecimiento progresivo del grupo como comunidad de vida y fraterna, en el conocimiento, ayuda mutua y en su identidad (C: Co- munidad).

La dimensión apostólica: El crecimiento en el espíritu de servicio y de responsabilidad por los demás y en la conciencia de misión (A: Apostolado).

La dimensión formativa o de autoeducación: Ella incluye elementos de formación doctrinal e intelectual, y acentúa la práctica de la autoeducación en la forjación de la personalidad (F: Formación).

La dimensión religiosa o de espiritualidad: Es la expe- riencia de crecimiento en la fe, de oración, de los sacramentos, del encuentro con Dios y María en el San- tuario y en la Alianza, etc. (E: Espiritualidad).

El crecimiento de las cuatro dimensiones se da en forma

alternativa, acentuando un tiempo una, después otra; pero siempre teniendo presente las cuatro.

El mismo grupo tendrá que definir su cronograma cuatri- mestral. Además de lo propuesto en este Taller, ustedes mismos verán qué otras reuniones hacer. Conviene que el cronograma sea bien variado: p. ej. que en el mes haya dos reuniones «F», una «E» y una «C». Hay que incluir también regularmente actividades apostólicas («A»), y las actividades de Rama y Movimiento (Misas de Rama, campamentos, fiestas, peregrinaciones, etc.). El aniversario de la Alianza de Amor es un hito en la vida de grupo; por lo tanto, debería tener un lugar importante en el cronograma, si toca, preparándolo seriamente y con Capital de Gracias, y cele- brándolo con un Retiro y/o Misa de renovación de la Alian- za.

Conviene también ya distribuir la responsabilidad por cada reunión y actividad. El Jefe de grupo le dará después una copia del cronograma a cada integrante, y una también al asesor, jefe de rama, etc.

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Itinerario del

Grupo:

cuatrimestre

Cuatrimestre – año:

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Fecha Módulo – Encuentro Responsable

Objetivo del cuatrimestre:

Sugerencias para las reuniones de grupo

La reunión de grupo es un elemento importante en la vida de grupo, pero no el único: es una actividad más, orientada al crecimiento del grupo y de cada uno de los hermanos de grupo. Las reuniones deben ser reuniones de vida, donde todos participan activamente, donde existe real comunicación y voluntad de transformación y creci- miento. Si las reuniones no son «buenas», si no están bien preparadas, si no son participativas y los integrantes no se sienten bien, difícilmente crecerá y prosperará el grupo.

1. Preparación de la reunión

¡Preparar una reunión es más que preparar un «tema»! Preparación remota: oración, Capital de Gracias, conocimiento y valoración de cada hermano de gru- po. Distribución de tareas: quien se hace responsable de la temática o actividad, a quien invitar, quien prepara las oraciones de comienzo y final, que bibliografía preparar, etc. Preparación del tema: lectura, hojita de apuntes, clarificar posibles dudas. Preparación de las dinámicas: ¿Cómo hago para que cada uno se pueda involucrar vitalmente? ¡A una hora de reunión corresponden (por lo menos) dos horas de preparación!

2. Conducción de la reunión

‚ Crear ambiente acogedor: estar antes para recibir a los demás, preparar las dinámicas, algo para tomar, la sala de reunión... Comenzar puntualmente para poder terminar pun- tualmente. Oración de comienzo: el estilo debería nacer del propio grupo. Dedicarle tiempo (5 a 10 minutos) y ganas: Comenzar con algún canto (con guitarra), seguir con una lectura bíblica o del P. Kentenich (refe- rida al tema de la reunión), silencio de meditación, peticiones y agradecimientos personales, ..., terminar con la Pequeña Consagración o un Padre Nuestro y con la bendición. Revisión de la reunión anterior: propósito, intercam- bio de vida de c/u, ilación de la temática.

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Motivación: exposición del tema. Dinámica, ágil, con pizarrón, afiches, proyecciones, repartiendo hojas de resumen, etc. Dinámicas de intercambio y profundización: ¡debe ser lo central de cada reunión! Búsqueda de un propósito común. Definir o recordar contenido y responsables de la próxima reunión. Intercambio de informaciones varias («conexión» con el resto de la Rama y de la Familia) Oración final, bien preparada.

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3. Las dinámicas

Una reunión puede llegar a ser muy aburrida, si se trata de una «clase» sobre algo: uno solo habla, el resto trata de escuchar. Por eso es fundamental el uso de diná- micas, para que todo el grupo esté involucrado en la reunión. Pueden ser muy sencillas (preguntas y respuestas, fotocopias, debates, hojitas para llenar, etc.), o, mejor todavía, más elaboradas. Pueden inspirarse en algunas reuniones de la Rueda de Alianza (p. ej. la del video), y sobre todo guiarse por un buen libro con dinámicas para grupos, de los que deberían haber varios en su biblioteca.

Es muy importante que las «fichas» que ofrece este taller sean fotocopiadas antes de cada reunión, para poder entregárselas a los hermanos de grupo en el mo- mento indicado de la misma.

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Guías para los charlistas

Nota: Proponemos que al finalizar cada encuentro anoten las pre- guntas que les quedan para poder planteárselas en un último encuen- tro a un sacerdote.

Primer encuentro: Dios sale a nuestro encuentro

El libro del Génesis nos cuenta en el capítulo 1 la historia de la creación.

«Y Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra ima- gen y semejanza.» Es Dios quien sale a nuestro encuen- tro antes de que nosotros existamos. Antes de existir en este mundo, existimos en el corazón de Dios. De él venimos y hacia él nos dirigimos.

En el corazón del hombre se encuentra una necesi- dad de trascendencia. Vivimos en búsqueda de algo que está más allá. A medida que avanzamos lo vamos descubriendo, hasta que llegamos a chocar como contra una pared. Para dar ese salto necesitamos la gracia de Dios. La fe es un regalo del Dios que sale a nuestro encuentro. Es él quien nos amó primero.

Por ese amor que nos tiene, Dios crea el mundo y coloca al hombre como cabeza de la creación. Cada hombre es irrepetible; Dios no hace al hombre en serie. A cada uno le da un alma distinta, una identidad, un nombre.

Características del hombre:

Estamos dotados de conciencia, libertad y voluntad: El hombre puede tomar distancia de sí mismo y darse cuenta que existe. Tiene conciencia de sí mismo, puede reflexionar acerca de sí mismo, a diferencia de los animales, que no son capaces de eso. Al darse cuenta de las cosas que lo rodean puede elegir libremen- te lo que desea. Tiene voluntad, no necesita dejarse dominar por los instintos. La verdadera libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en saber y querer hacer lo que se debe.

Convivimos con otros: No vivimos en una isla. El hombre es un ser social, y por lo tanto necesita de los demás. Necesita amar y ser amado. Como individuos (indivisibles) vivimos en relación: con Dios, con los demás, con la creación y con nosotros mismos.

Estamos insertos en el mundo: Convivimos con las cosas, plantas, animales. El hombre se dignifica transformando el mundo, lo

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hace a través del trabajo. A su vez estamos formados por un componente material: el cuerpo. No tenemos cuerpo, somos cuerpo.

Somos imagen de Dios: Dios no vive en una imagen de yeso, vive en el hombre. Para conocer a Dios hay que conocer al hombre.

Visiones erradas del hombre:

Visión determinista: Para esta visión, el hombre no es dueño de sí mismo, sino que es víctima de fuerzas ocultas. Es la típica visión que afirma que el hombre es un juguete de Dios: «Para que me voy a esforzar, para que voy a hacer esto o lo otro, si Dios ya tiene todo decidido.» Es un pasivismo providencialista. De esta manera brota el interés por los horóscopos, por la astrología, etc.

Visión psicologista: La persona humana se reduce, en última instancia, a lo psicológico. Es el caso de Freud, quien afirmaba que la persona es víctima del instinto fundamental erótico, o el de Pavlov que afirmaba que es hombre es una suma de reflejos condicionados.

Visión economicista: Coloca al hombre bajo el signo de lo económico. Rinde culto al poseer. La persona es reducida a un simple instrumento de producción. Con el liberalismo capitalista el hombre se cierra a los demás y se coloca al servicio del dinero. En la vereda de enfrente, el colectivismo, contra el cual el Padre Kentenich también luchó, defiende sólo los derechos de la socie- dad, transformando al hombre en integrante anónimo de una masa mecánica y aplastando sus derechos.

Visión cientificista: La vocación del hombre está puesta en la conquista del universo. En nombre de la ciencia pisamos todos los derechos, podemos hacer todo. La genética es el mejor ejem- plo de ello. La ética y la moral están totalmente ausentes en esta visión de hombre.

La pregunta por nuestra existencia

Todo hombre en algún momento de su vida se plantea estas preguntas: ¿Por qué existo? ¿Para qué existo? A partir de ellas surgen otros interrogantes: Si no alcanzo al meta de mi vida, ¿mi vida fue en vano? Más profundo aún: ¿Cuál es la meta de mi vida? El hombre no se encuentra consigo mismo mientras no sabe para qué vive. Todas estas preguntas, en última instancia, sin Dios quedan sin respuesta.

Dios es quien nos llama a la vida a través de nuestros padres. Es Él quien nos regala un misión particular (en Schoenstatt la llamamos «Ideal Personal»). Es Él quien nos invita a recorrer el camino que nos conduce de nuevo hacia Él, camino que pasa por Cristo y su Iglesia.

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Dios sale a nuestro encuentro día a día: Nos habla a través de la creación, a través de los sacramentos, a través de los hermanos. San Pablo nos dice en la carta a los Romanos: «Si bien no se puede ver a Dios, podemos, sin embargo, desde que Él hizo el mundo, contem- plarlo a través de sus obras y entender por ellas que Él es eterno, poderoso, y que es Dios.» ( Rom 1, 20)

La paradoja del hombre se da en que, siendo un ser finito, tiene ansias de infinito. Siempre queremos algo más, siempre nos proyecta- mos hacia el futuro. Es lo que nos mantiene vivos. Así el hombre, sin saberlo, en todos sus anhelos, sueños y deseos, busca los perfecto e infinito, busca a Dios. Para que esa búsqueda sea más fácil, Dios planta en nuestro corazón el anhelo de la bondad. Esto se debe a que somos imagen y semejanza de Dios, y como dice San Juan: Dios es amor.

La conciencia nos lleva a poner la bondad por sobre la felicidad, de no ser así no seríamos realmente felices. Aun cuando nadie vea lo que hago, en mi interior hay una voz que me llama, me exhorta a hacer el bien, y a dejar de lado aquello que me hace mal o le hace mal a los demás. Si seguimos esa voz sentimos satisfacción y alegría, de no hacerlo experimentamos culpa y vergüenza.

Debido a nuestra condición de pecado, muchas veces no le hacemos caso a esa voz y libremente le damos la espalda a Dios. Pero como es Él quien sale a nuestro encuentro, siempre nos deja la puerta abierta para que libremente podamos volver a optar por su amor.

La imagen del hombre según el P. Kentenich

El P. José Kentenich afirma en primer lugar que el hombre es identidad y relación.

El hombre como identidad es un organismo, en él conviven cuerpo, psiquis y espíritu. Es un ser dotado de instintos y sentimientos; de afec- tos, inteligencia – modo de concebir la realidad, y voluntad – capacidad de decisión y orientación al bien; y también de conciencia y capacidad de relación con el mundo sobrenatural. El Padre usa una imagen según la cual en el hombre conviven un animal (realidad instintiva), un ángel (reali- dad intelectual-volitiva) y un hijo de Dios (reali- dad religiosa).

Por otro lado conviven en él un pasado, un presente y un futuro. Es una historia: padres, familia, lugares. Es un hoy y apunta a un maña- na. Y también conviven en él el consciente, el subconsciente y el inconsciente.

El P. José Kentenich llama a todo esto un organismo: un conjunto de partes, diferentes en su función, en su estructura, y en su valor, pero

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anudadas todas por un mismo principio vital interior. Cada persona es un organismo.

Por otro lado el hombre es un ser relacional, vinculado. Vínculos son lazos. Cada hombre está en un mundo de relaciones, es él y su entorno:

< Está vinculado a personas. Soy Yo en virtud de mi relación con mis padres, mis amigos, mis profesores, mi novia, etc. Vinculado a lugares. Me entiendo en relación con mi hogar, a mi lugar de trabajo y estudio. Vinculado en virtud de valores. Son ideas fuerzas en virtud de las cuales soy capaz de jugarme la vida. Vinculado al mundo.

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El vínculo es un lazo afectivo. Sin éste, puede haber contacto, utilidad, pero no una vinculación auténtica. Un vínculo influye en nuestra vida y la determina, es un lazo perdurable. Es en sí liberador y plenificador; despierta las mejores fuerzas, lo mejor de cada uno, las potencialidades que están en el corazón.

Podemos concluir diciendo que el P. José Kentenich define al hombre como un organismo de vinculaciones.

El Padre Fundador concibe a la sociedad como la comunidad en laque el hombre esta inserto. Entre ellos se da una interdependencia. Afirma que el hombre sin comunidad se atrofia. La sociedad genera obstáculos y ofrece incentivos. Provoca tensiones e impulsa a la superación. Señala metas y genera motivaciones que no dejan lugar al reposo. Otorga tanto compañeros y colaboradores como opositores.

El hombre necesita de la sociedad para recibir y regalar. El hom- bre como ser social debe realizar gradualmente la integración e identificación con la sociedad. La comunidad sostiene al hombre, y éste a aquélla.

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Segundo encuentro: Dios nos regala su Palabra

Dios no sólo se hace presente en la creación (cfr. el primer en- cuentro), sino que también lo hace a través de su Palabra. La Biblia es el libro que recoge esta Palabra de Dios.

Biblia es una palabra griega que significa «Libros». La misma es una especie de colección de libros – o sea mucho más que un solo libro –, ya que está formada por más de 70 libros que fueron redacta- dos a lolargo de 10 siglos y en tres idiomas: hebreo, arameo y griego.

Posee dos partes fundamentales: el Antiguo y el Nuevo Testa- mento (AT y NT).

El AT está formado por 46 libros y el NT por 27, de los cuales se destacan los 4 evangelios, cuatro versiones de una única Buena Nueva de Cristo.

Palabra de Dios, palabra de los hombres:

Los escritos de la Biblia son sagrados, porque fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Esto no quiere decir ni que Dios los haya escrito de su puño y letra, ni que a cada autor se le apareció el Espíritu Santo y le iba dictando lo que debía escribir.

Más bien se puede decir que la Biblia posee dos autores: es obra de Dios y es obra del hombre. Es por ello que encontramos distintos autores, distintos estilos; incluso dentro de los 4 evangelios los estilos cambian. Esto se debe a que cada autor escribió en un tiempo distin- to, inserto en una realidad distinta, y para un público también dife- rente.

¿Esto significa que cada autor escribió lo que quiso? De ser así la Biblia no sería Obra de Dios, sino que sería simplemente obra huma- na. Cuando afirmamos que los autores fueron inspirados, estamos afirmando que el Espíritu Santo, respetando las cualidades de cada uno, los guió interiormente para que transmitieran a su manera la Palabra de Dios. Con todo, los autores quedaron dependientes de su formación, de su mentalidad, de sus conocimientos, etc. Es decir que la Biblia es Palabra de Dios, escrita por el hombre y para el hombre. Palabra de Dios que a su vez tiene validez universal: para todos los hombres de todos los tiempos.

Interpretación de la Palabra de Dios:

En la Biblia encontramos un sin fin de géneros literarios: narra- ciones, parábola, poemas, salmos, etc. También se utiliza mucho el lenguaje simbólico, que exige ser descifrado. Las figuras hay que tomarlas como figuras, imágenes, y no como realidades al pie de la letra (típico error de algunas sectas fundamentalistas). Por ejemplo: que en la escena de Pentecostés se diga que los discípulos vieron «lenguas como de fuego», no necesariamente quiere significar que por

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las ventanas aparecieron llamaradas. La Biblia transforma experiencias internas en narraciones concretas: la experiencia de que el fuego del Amor de Cristo une a los hombres en la fuerza del Espíritu, el que lleva a los apóstoles a dar testimonio de Cristo, se transmite con la imagen de las lenguas de fuego. Lo importante en el fondo no es tanto la imagen, sino el mensaje que se quiere transmitir.

Para poder interpretar lo que los pasajes quieren decirnos debe- mos hacerlo dentro de su propio contexto, tanto del contexto inme- diato como del contexto global; por ejemplo no podemos entender el AT separándolo del NT, o no se puede, hoy en día, tomar el «ojo por ojo, diente por diente» al pie de la letra.

Otra cosa que nos ayuda a interpretar correctamente la Biblia es la tradición viva de la Iglesia. La Iglesia existió antes que la Biblia como libro. En el NT ésta fija por escrito una parte de su fe. Ningún pasaje de la Biblia puede ser interpretado entonces en contra de la doctrina de fe que profesa toda la Iglesia.

El Nuevo Testamento:

Para nosotros los católicos, el NT posee una importancia especial porque contiene los Evangelios, en los que se relata la vida de Jesu- cristo mismo. El AT es una preparación para el NT; con éste último la historia del Pueblo de Dios alcanza la plenitud de la Nueva y Eterna Alianza sellada por Cristo en la Cruz.

El NT está formado por los 4 Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan; por los Hechos de los Apóstoles, libro que relata la vida de los primeros cristianos (escrito también por Lucas); por el epistolario paulino – cartas dirigidas a las comunidades fundadas por san Pablo; cartas de otros autores como Pedro, Santiago, Juan y Judas; y final- mente por el Apocalipsis, atribuido a Juan.

Los Evangelios:

Los Evangelios son relatos, interpretaciones de la vida de Jesucris- to. No quieren ser un biografía histórico-científica de él, ni tampoco un mero cuento. Los autores usan libremente detalles exteriores para aclarar verdades interiores mucho más importantes.

Los cuatro Evangelios nacen en tiempo distintos, fueron escritos por autores distintos, para un público distinto. Eso hace que los cuatro sean, en cierta manera, distintos. Eso no significa que uno de los autores esté mintiendo o que esté inventando «parte de la histo- ria», sino que responde a lo dicho anteriormente. Son cuatro Evange- lios de una misma Buena Nueva: que Cristo murió y resucitó para nuestra Salvación.

¿Cómo surgen los evangelios?

‚ Primero a través de las palabras y la obra de Jesús mismo: lo que Jesús predicó.

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Estas palabras y hechos fueron interpretados a la luz del AT y de la experiencia de los apóstoles durante los primeros años de la Iglesia.

Después de años de reflexión se hicieron resúmenes escritos de los dichos y las enseñanzas de Jesús, sobre su muerte y Resurrec- ción, sobre sus obras, parábolas, milagros, para la predicación y el culto, ya que el cristianismo se extendía.

A partir de uno de esos resúmenes se escribió el Evangelio de Marcos, el más antiguo (aprox. año 60).

Mateo y Lucas usaron como fuentes el evangelio de Marcos, otro resumen de palabras de Jesús conocido como «fuente Q», y otros resúmenes propios (aprox. años 80-90).

Juan usó otras tradiciones y resúmenes propios para escribir su evangelio (aprox. año 100).

Actividades sugeridas:

‚ Para conocer y amar más la Biblia, la mejor forma es leyéndola. Proponemos justamente como Capital de Gracias de este tiempo, que vayas leyéndola de a poco. Comenzá por el libro que más te interese. Subrayá las frases que más te toquen. Para entenderla mejor ayudan mucho las notas a pie de pagina y la introducción de los libros. Recomendamos comenzar por alguno de los Evan- gelios.

Inviten a una reunión a alguien que sepa de Biblia, y realicen con él el análisis de un pasaje.

Meditar con la Biblia: Elegí una oración, un salmo, una parábola. No se trata simplemente de leer, sino de rezar. Prepará el cora- zón, relajáte interiormente. A medida que leas, tratá de imaginar- te la situación. Metéte dentro de lo que lees. Repetílo varias veces. Pensá en lo que Dios quiere decirte a través de ese pasaje. Dejá que llegue a tu corazón. En lo posible sacá una conclusión concreta y traducíla en un propósito.

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Tercer encuentro: Dios nos muestra su rostro en Cristo

Quien me ve a mí, ve al Padre

«—Señor, muéstranos al Padre. —Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre.»

Este diálogo tan rico entre Jesús y uno de sus discípulos nos abre el camino a una verdad importante: Cristo y el Pa-dre son uno. Si queremos conocer a Dios, debemos conocer a Cristo, no hay otro camino. Cristo mismo lo dice: «Yo soy el camino». Él es el rostro visible de un Dios invisible. Si queremos conocer a

Cristo hay varias maneras de hacerlo: una te la presentamos en el encuentro pasado, a través de los Evangelios; otras maneras son a través de los sacramentos, y de la Iglesia.

Jesús, verdadero Hombre

Jesús, un hombre sencillo: Hace 2000 años un carpintero cambió la historia de la humanidad con sus palabras y su amor.

Según los datos del evangelio sabemos que tuvo una vida itine- rante, que muchas veces no tenía dónde comer ni dormir. Tenía amigos. Ya desde que nació, vive en un mundo de pobreza y en él se educa. Ama a los pobres, a los pecadores, a los enfermos, a todos los que son discriminados. Tanto es así que es objeto de chismes, injurias y rechazos; pero que no rehuye de ellos.

Jesús, un hombre recto: A pesar de que por momentos muchos de los que lo seguían lo abandonaron, incluso sus propios apóstoles en el momento de la cruz, Jesús nunca cambió ni suavizó su mensaje para atraer a las masas. «¿También ustedes quieren dejarme?» (Jn 6, 67). Sus exigencias no se endulzaron: «El que quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» ( Mt 16, 24). Reacciona ante el mal de manera radical, echa a los mercaderes del templo, lucha contra demonios, vence a Satanás en el desierto, denuncia a los fariseos por su doble mensaje. No anula la ley, pero viene a profundizarla y plenificarla. Él mismo vive lo que enseña.

Jesús, un hombre cercano y accesible: Infunde respeto a los que lo siguen, pero en ningún momento estas personas le temen. Se pueden acercar a él. Sienten su compasión, su misericordia. Perdona a la mujer adultera, cura al ciego de nacimiento, habla con la samarita- na, llora por la muerte de Lázaro, y resucita a su propio amigo.

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Valora los esfuerzos que hacemos: el gesto de Zaqueo que sube al árbol, la viuda que entrega las dos monedas que posee, la pecadora que derrama perfume sobre sus pies y los limpia con sus cabellos. Finalmente podemos decir que él hace partícipes a los suyos de su misión.

Jesús, el hombre que posee un gran equilibrio: Es exigente y radical en la lucha contra el mal, pero es comprensivo y compasivo con los fatigados. «Vengan a mí los que están cansados y agobiados. Carguen mi yugo y descansen, que mi yugo es llevadero y mi carga es ligera.»

Tiene una gran misión que cumplir, pero está atento a cada persona en particular. «Dejen que los niños vengan a mí.»

Es del mundo de los pobres, pero trata con todos.

Cumple la ley hasta el detalle, pero pone el amor por encima de ella. «El sábado esta hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.»

Jesús, un hombre libre: libre ante las tradiciones, ante sus parien- tes, ante las riqueza, ante las autoridades civiles y religiosas. No le importa el qué dirán, lo que le importa es cumplir la voluntad del Padre. Ni siquiera las amenazas de la muerte pueden separarlo de su camino.

Jesús, verdadero Dios

«Una voz que salía de la nube decía: Éste es mi Hijo, el amado, en quien tengo todas mis complacencias, escúchenlo.» ( Mt 17, 5)

as únicas dos veces que Dios Padre habla en los Evangelios ara reconocer que Jesús es su hijo: en el Bautismo en el río ordán, y en la Transfiguración en el monte Tabor.

Jesús, el único y definitivo Salvador: Él anuncia la proximidad del Reino e invita a la conversión. Predica con palabras y hechos cómo es el Reino: un grano de mostaza, n tesoro escondido. Anuncia que el Reino esta en medio de nosotros (Lc 17, 21). Esto significa que en Jesús se esta haciendo presente el Reino.

Vive en una relación profunda y familiar con Dios, en una intimidad total: «El Padre y yo somos Uno» (Jn 10, 30); « El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn

14, 9). Jesús reclama que en su persona, Dios mismo está presente y está obrando.

Jesús, el Resucitado: Para sus discípulos la muerte de Jesús signifi- có el fin de todas sus esperanzas, los habían vencido. Pero no para

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Jesús; su muerte era el camino que él debía transitar para volver a conducirnos al corazón del Padre. Después de un Viernes Santo siempre llega el Domingo de Pascua. Jesús resucitó. Ello obra un cambio en sus discípulos. La alegría reina: Jesús venció a la muerte. Para que comprendieran lo sucedido debió aparecerles un par de veces: a María Magdalena, a los discípulos de Emaús; a Tomás le dice que meta los dedos en sus llegas y la manos en su costado. Tomás maravillado exclama «Señor mío y Dios mío»; ésta es una manifesta- ción de fe que reconoce que Jesús es Dios. De ahora en más la Cruz es signo de esperanza.

Toda la fe cristiana se apoya en la resurrección del Señor.

Jesús, el Cristo: Cristo significa «el ungido», el Mesías. Es aquel que anunciaban los profetas. Semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Es «el Hombre celestial que viene de parte de Dios para establecer su Reino» (Dan 7, 9-14).

Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, una sola persona con dos naturalezas. En él se unen de manera perfecta Dios y los hombres. De allí recibimos el nombre de Cristianos.

Ser Cristiano es creer en Cristo:

< Es conocer la persona, la obra y las enseñanzas de Jesús (intelecto). Es amarlo y adherirse a él (afecto). Es vivir conforme al Evangelio (voluntad). Seguir a Jesús compromete a toda la persona.

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Imagen schoenstattiana de Cristo: El Cristo de los vínculos

Nuestra imagen de Cristo evoca tres dimensiones especiales, sus vinculaciones básicas: la relación fundamental de Jesús con su Padre, su biunidad con María, y su profundo vínculo con los hombres. Es por ello que lo llamanos el Cristo de los vínculos.

Relación con el Padre:

Jesús es por excelencia el Hijo de Dios unigénito y encarnado. A lo largo de todo el Evangelio, Cristo nos va dejando entrever que lo que hay en su alma es un «Sí Padre, que se haga tu Voluntad». Recor- demos las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de san Lucas: «¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Esta relación profunda la podemos ver a su vez en la oración que él nos enseñó: el Padre Nuestro.

Al final de su vida también vuelve a dirigirse al Padre. Al momen- to de morir en la Cruz eleva los ojos al cielo y pronuncia: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46).

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Relación con María:

Jesús trata y considera a María como su permanente Compañera y Colaboradora en toda la obra redentora. Podemos observar que Jesús quiso que su vida y obra dependiesen de su Madre. Se hizo totalmente dependiente de su madre, mientras la iba educando para que pudiese asumir los padecimientos que le esperaban en la cruz.

Relación con los hombres:

Para los hombres Cristo es Redentor y Santificador. Él es la cabeza del Cuerpo Místico que nosotros formamos. Jesús nos amó hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (cfr. Jn 10). Tanto nos amó que incluso quiso quedarse con nosotros en el pan y el vino.

Su amor es compasivo, sabe de nuestras necesidades y dolencias. A lo largo del Evangelio se nos presentan innumerables curaciones que nos permiten reafirmar su compasión.

Actividades:

Cristo sigue presente en medio nuestro. Él nos prometió que estaría a nuestro a lado hasta el fin del mundo. Te proponemos distintas actividades para acercarte y conocer más a Jesús:

‚ Leé alguno de los evangelios. Detenéte de manera especial en la Pasión.

Participá en la misa, consciente de que allí se renueva el sacrificio de Cristo.

Hacé un rato de Adoración Eucarística en el Santuario.

Experimentá su amor y misericordia en el sacramento de la Reconciliación.

Observá la «Cruz de la Unidad» y tratá de detectar las vinculacio- nes básicas de Cristo.

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Cuarto encuentro: Los sacramentos, signos del amor de Dios

Un camino desde Dios hacia Dios

Como seres corpóreos que somos que somos necesita- mos de algo visible, palpable para expresar lo que lleva- mos dentro. Si no le demuestro a mis amigos mi afecto hacia ellos, la amistad no podría crecer.

Con la fe sucede lo mismo. Se trata de una relación personal con Dios. De esta forma Dios se adapta a nuestra naturaleza y nos muestra su amor por medios sensibles: los sacramentos.

Cristo es la Palabra por excelencia del Padre y el gran Signo de la presencia de Dios en el mundo. Es el Sacramento de Dios Padre. A su vez la Iglesia es signo e instrumento visible de Cristo Resucitado invisible. Es Sacramento de Jesucristo, es presencia de Cristo Salva- dor en nuestro tiempo. El recorrido finaliza en los 7

sacramentos que hacen visible a la Iglesia; y a través de ellos retornamos al Padre.

Características generales de los sacramentos

‚ Los sacramentos realizan lo que significan: son signos eficaces de la Gracia. Dios nos los regala gratuitamente. No sólo manifiestan el amor de Dios sino que nos hacen partícipes de él. No sólo conmemoran lo que Jesús hizo en el pasado, sino que lo hacen presente, y nos abren la perspectiva de la vida futura. Por ejem- plo en la Eucaristía no sólo se conmemora la muerte y resurrec- ción de Cristo, sino que Cristo se hace presente en el pan y el vino, y a través de ello nos une como hermanos.

Los sacramentos son acciones salvíficas de Cristo por medio de su Iglesia: Jesús mismo usó signos durante su vida: imponía las manos, tocaba, tomó el pan y lo partió. Ese poder de hacer signos de salvación se lo transmitió a sus discípulos. Así llegan hasta nuestros días. La Iglesia actúa en nombre de Cristo, para transmitir la Vida Divina. El Concilio Vaticano II afirma: «Cristo está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza.» Lo mismo suce- de con todos los sacramentos: el sacerdote es ministro de Cristo.

Los sacramentos exigen fe: De parte de Jesús brota la palabra y el gesto. De parte del hombre debe brotar la fe. Sin ella el gesto queda vacío. Sin fe el Cuerpo y la Sangre de Cristo seguirían siendo simplemente pan y vino. Cristo solía decir cuando le pedían un milagro: «Tu fe te ha salvado». El sacramento requiere una disposición interior para que alcance toda su fecundidad. No basta la mera ejecución del rito sagrado, sino estaríamos frente a ritos mágicos.

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Los siete sacramentos

Bautismo

El bautismo es el sacramento que nos transforma en hijos adoptivos de Dios. Por él nacemos de nuevo. «El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5). Nacemos con la marca del pecado original, marca de la rebelión contra Dios. Jesús vino para volver a unir lo que el pecado había roto.

Por el bautismo Dios nos llama a emprender juntos la marcha hacia Él. Nos hace hermanos entre nosotros para que nos ayudemos. El bautismo es la puerta de entrada en la Familia de Dios, la Iglesia.

Los bautizados han unido su existencia con la de Cristo tratando de imitar la de él. De esta manera Dios restablece lo lazos de amor entre Él y el hombre hacién- donos sus hijos adoptivos.

En el bautismo recibimos la fuerza del Espíritu Santo, es él quien nos hace vivir como bautizados El bautismo es un sacramento que imprime carácter, es decir que produce un cambio en el alma, que es una vez y para siempre. No basta simplemente con haber recibido el bautismo, sino que a partir de él tengo la misión de vivir como hijo de Dios.

La palabra bautismo deriva de la palabra baño, zambullida. En la antigüedad esa era la manera de bautizar. El agua es el gran símbolo de la vida, todo nace de ella, es imprescindible para vivir. Pero, a su vez ella puede ahogar y destruir. En el bautismo, el agua nos da la vida de los hijos de Dios y destruye el pecado.

Eucaristía

Toda vida que ha de desarrollarse necesita de alimento. Lo mismosucede con el cristiano: la vida que recibimos en el bautismo necesita de alimento para seguir creciendo. El alimento de la vida del bautizado es el propio Cuerpo y Sangre de Cristo. Él quiso quedarse en el pan y el vino para así estar con nosotros todos los días de nuestra vida. «El que come de mi carne y bebe de mi sangre, tiene vida eterna.» (Jn 6, 54)

La Eucaristía es signo de unidad, nos congrega a todos en una misma mesa fraternal. De ahí que hablemos de «Comunión», la común–unión con Cristo y los hermanos.

Confirmación

En la Confirmación recibimos nuevamente el soplo del Espíritu que nos da la vida, tal como lo recibieron los apóstoles en Pentecos- tés. Es este Espíritu el que nos ayuda a descubrir la verdad de Cristo, y nos da la fuerza para ser sus testigos.

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La Confirmación nos da la oportunidad de que nosotros mismos confirmemos aquello que en el bautismo afirmaron nuestros padres. Con ella optamos libremente por Cristo. Lo que se nos dado en el Bautismo es fortalecida con la Confirmación. Nos da la fuerza para asumir nuestras responsabilidades como miembros adultos y maduros de la Iglesia.

En la Confirmación, el Espíritu Santo nos quiere regalar sus siete dones:

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Sabiduría: Para distinguir lo que es esencial en nuestra vida. Entendimiento: Para descubrir que detrás de las cosas se encuentra la última meta: Dios. Consejo: Nos permite decidir con responsabilidad y acierto. Ciencia: Nos ayuda a distinguir la verdad del error. Fortaleza: Para ser fieles a Cristo y cumplir su voluntad. Piedad: Significa confianza y amor a Dios y a los hombres. Temor de Dios: Es admitir que Dios es siempre más grande que todo lo que podemos imaginar.

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Reconciliación

El sacramento de la Reconciliación nos regala el perdón de Dios por nuestros pecados. Es un sacramen- to de profundo amor, amor de un Padre que espera con los brazos abiertos el regreso de sus hijos.

Este sacramento, al igual que todos los demás, posee una dimensión comunitaria. Al ser perdona- dos no sólo nos reencontramos con Dios, sino que también lo hacemos con nuestros hermanos, a quie- nes también hemos ofendido con nuestros pecados.

Pasos para una buena confesión:

< Reconocer los pecados: examen de concien- cia.

< Arrepentirse de corazón de los pecados. < Determinar concretamente en que queremos cam-

biar. < Confesar nuestro pecados. El sacerdote es delega-

do y representante de Cristo. Es Cristo quien, a través del sacerdote, nos perdona.

< Acto de arrepentimiento. La penitencia nos ayuda a dar el primer paso para el cambio. Absolución: A través de ella son perdonados nuestros peca- dos.

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Unción de los enfermos

Una parte importante de la misión de Jesús en la tierra fue la sanación de los enfermos. A sus apóstoles les dio el mismo poder para sanar. Santiago exhorta en su carta a llamar a los sacerdotes de la comunidad cuando haya un enfermo, para que rueguen por él, ungiéndolo con aceite en nombre del Señor (cfr. St 5, 13-15).

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A través del sacramento de la unción, es Cristo quien visita al enfermo. En esos momentos de dolor y sufrimiento le perdona sus pecados y le devuelve la amistad con Dios. Así el enfermo recibe la fuerza y el ánimo para luchar contra su enfermedad. A su vez el sacramento otorga la esperanza de que al participar en el sufrimien- to de Cristo, participará también de su gloria.

Matrimonio

El matrimonio cristiano es una Alianza de Amor de los esposos entre sí, y entre ellos y Dios. El matrimonio es una imagen que se utiliza para señalar la relación de Cristo con su Iglesia: tan profun- do como este amor entre Cristo y la Iglesia debe ser al amor de los esposos que se casan.

El verdadero amor conyugal es irrevocable, despoja así de los elementos ilusorios, transformando el enamoramiento en verdadero amor. Es una amor fiel y exclusivo. La entrega total es posible únicamente a una sola persona. Es un amor fecundo, generoso y comprensivo. De esta manera, el matrimonio es sacramento (signo) del Amor de Dios a los hombres.

Orden Sagrado

Los sacerdotes continúan la obra de Cristo. Actúan «en la persona de Cristo», es decir que Cristo es real- mente quien actúa en el sacerdote. En las palabras de Jesús, «Yo soy el camino, la verdad y la vida» está resumida la misión del sacerdote.

Es quien ayuda a la comunidad a caminar hacia Dios. Se pone al servicio de ella. Es pregonero de la verdad de Cristo como ministro de su palabra. Es quien al celebrar los sacramentos transmi- te la vida de Dios a los hombres.

Quien es ordenado sacerdote, es consagrado al servicio de Dios y de los hombres. El sacerdote pone toda su persona a disposición de Dios para ser su instrumento, de allí la razón del celibato. Esto no quiere decir vida sin amor; la vida del sacerdote es una en- trega con alegría y mucho amor a Dios y al servicio de los hombres.

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Quinto encuentro: La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios

Dinámica

Para comenzar este encuentro proponemos que cada miembro del grupo tome una de las citas abajo nombradas y la comente. Entre todos vayan sacando las características de la Iglesia, realizando una lista con ellas. En el NT, la Iglesia es descrita con diversas imágenes y metáforas, cada una de las cuales visualiza una dimensión de la misma.

Jn 10, 1 – Lc 12, 32 – Lc 5, 3 – Mt 13, 47 – 1Cor 3, 9 – Mt 9, 38 – Jn 15, 5 – 1Pe 2, 5 – 2Cor 2, 16 – Ap 21, 2 – Mt 8, 11 – Lc 14, 16 – 1Pe 2, 9-10 – Col 1, 13 – Ef 5, 25 – Ef 2, 19.

En Pentecostés Cristo funda su Iglesia y le otorga la misión de llevar su mensaje a todos los hombres. En un comienzo lo hicieron

ueron lo primeros miembros de la Iglesia, con

Jesús no sólo vino para reconciliar a los hombres con Dios, sino también para unirlos entre sí. Dios vuelve a reunir a su pueblo en la Nueva Alianza, pero esta vez no sólo a los judíos, sino a todas las

as y naciones. Ese nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia.

Iglesia significa asamblea, reunión, convoca- ción. Todos los bautizados pertenecen al Pueblo de Dios. Una visión errada es pensar que sólo el Papa, los obispos y los sacerdotes integran la Iglesia. Todos los bautizados tienen la misma dignidad e igualdad esencial. Todos comparten la misma vocación a la santidad y a la participa- ción en la misión salvífica de la Iglesia.

Para poder cumplir con su misión salvífica, el Espíritu Santo reparte diferentes dones, servicios y ministerios. Pero ninguno es más Iglesia que otro.

A partir del Concilio Vaticano II se pasa de una concepción de Iglesia meramente piramidal y jerárquica, a la

de la Iglesia como «Familia de Dios», en la que los jóvenes tienen un lugar especial. Basta ver la importancia que le da Juan Pablo II a las Jornadas mundiales de la Juventud.

La Iglesia: Cuerpo místico de Cristo

Cristo no tienen sucesor, como Buda o Mahoma: él sigue actuan-do en la Iglesia por medio del Espíritu Santo. San Pablo hace referen-cia a esta realidad de la Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo (1 Cor 12, 27ss). Místico ya que se trata de una realidad invisible, sólo captable por la fe. Cristo es la Cabeza, único verdadero «jefe» de la

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llevar su mensaje a los apóstoles. Ellos fPedro a la cabeza.

Jesús no sólo también para unirloNueva Alianza, per

ra

Iglesia. Los bautizados somos los miembros. Cada miembro debe cumplir con su función propia para que el todo funcione. Lo que le afecta a uno, le afecta a todos. Jesús mismo lo dice: «Lo que hicieron con uno de estos pequeños, lo hicieron conmigo» (Mt 25, 40-45). El Espíritu Santo es el Alma del cuerpo. Es quien une, guía, fortalece, santifica y nos impulsa a servir a los demás.

La Iglesia, Sacramento universal de Salvación

La Iglesia no existe para sí misma, existe para salvar a los hom- bres. Todos los que llegan a la salvación eterna, incluso los que viven fuera de la comunidad cristiana visible, son salvados por medio de la Iglesia.

La Iglesia es el Sacramento universal de Salvación, esto es, el Signo y el Instrumento para el encuentro más íntimo con Dios, como también para la unión de toda la humanidad (Concilio Vaticano II). Ella continua la obra de Salvación de Jesús.

Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica

Al profesar nuestra fe en la Iglesia lo hacemos teniendo en cuenta sus cuatro características.

Una:

Hay una sola Iglesia de Cristo. Cristo resucitado tiene sólo un Cuerpo Místico. Ha venido a conformarnos como un solo pueblo. La divisiones que la Iglesia ha sufrido a lo largo de su historia, se deben a los hombres, no a Cristo. Éste clama en el evangelio para que haya un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10, 16). Todos debemos trabajar a favor de la unidad de los cristianos, tal como Cristo lo pidió: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me envias- te» (Jn 17, 21).

Santa:

Lo es por su Cabeza, Cristo, y por su Alma, el Espíritu Santo. Lo estambién por su misión de continuar la obra de santificación de todos los hombres. Sus miembros son santos en cuanto están anima- dos por el bautismo. La santidad es un llamado para todos los hom- bres. Es la acción del Espíritu y la respuesta del hombre a dicha acción la que permite que la Iglesia siga suscitando santos.

Al estar formada por seres humanos, no podemos dejar de lado su realidad de pecado. Durante el Año Jubilar de los 2000 años de la Encarnación de Cristo, el Papa Juan Pablo II pidió perdón por los pecados de la Iglesia. Continuamente debemos renovarnos en la conversión hacia Cristo.

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Católica:

«Católico» significa «universal»; esto quiere decir que la Iglesia es para todos los hombres. Dios quiere la salvación de todos.

A su vez significa que cada parte de la Iglesia debe estar en armonía con el Todo, debe haber comunión. Catolicidad por ende quiere decir que la Verdad de Cristo debe ser conservada íntegra. Las sectas tienen dicho nombre precisamente porque reducen la doctrina de la Fe a un sector particular de la revelación.

Apostólica:

La Iglesia es apostólica, porque se basa en el testimonio de los apóstoles, y continua la misión que ellos habían recibido de Cristo.

De los doce apóstoles se destaca Pedro. Jesús le dio la misión de ser la Roca sobre la cual se edificaría la Iglesia (Mt 16, 13-19), y lo mandó a apacentar a su rebaño (Jn 21, 15-17). El sucesor de Pedro es el Papa; los sucesores de los apóstoles son los demás obispos. Ellos deben velar por la unidad de la Iglesia.

Visión schoenstattiana de la Iglesia: La Iglesia de las Nuevas Playas

Esta visión de la Iglesia fue desarrollada por el Padre Kentenich a la luz del Concilio Vaticano II; es una Iglesia que asume los desafíos del siglo XXI y de los venideros. Son características de la Iglesia de las Nuevas Playas:

‚ Dinámica, siempre en proceso de conversión interna y de renovación en su encuentro con Dios y los hombres. De allí su conciencia de peregrina.

Familiar; Pueblo de Dios en donde se redes- cubre el valor de la fraternidad y que impulsa a la corresponsabilidad.

Guiada por el Espíritu Santo, fuente de con- fianza y esperanza.

Pobre y humilde, que se sabe limitada por su humanidad y que pide perdón por sus fallas. Con profunda actitud de servicio.

Alma del mundo, que quiere forjar una nueva cultura, dignificadora y liberadora del hom- bre.

Proponemos como actividad grupal confrontar todo lo hablado con la lista que realizaron al comenzar la reunión.

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Sexto encuentro: La Doctrina Social de la Iglesia, un camino de dignificación del hombre

Nota: Para profundizar este tema, pueden consultar el folleto nº 31, «Doctrina Social», de la Colección Carisma.

El sentido de la Doctrina Social de la Iglesia

Se podría afirmar que la Doctrina Social de la Iglesia de la época moderna comienza el 1º de mayo de 1891, con la publicación de la encíclica Rerum Novarum, del Papa León XIII. A partir de ella se han publicado muchas encíclicas, cartas apostólicas, documentos, etc. sobre el mismo tema.

La Doctrina Social de la Iglesia busca dar respuestas y orientacio- nes a los problemas de la sociedad en la cual está inmersa, a partir de las enseñanzas sobre las materias sociales del Magisterio de la Iglesia.

El magisterio social quiere presentar a todos los hombres y pueblos la dimensión social de la obra de Dios en el mundo, de su presencia salvífica; y está avalada por la propia vida de la Iglesia, que es anticipo del Reino de Dios. No se trata de aportar principios especulativos acerca de cual puede ser el mejor orden social posible o un análisis para comprender los conflictos sociales; sino mostrar que la justicia, la paz y la solidaridad son manifestaciones de la vida nueva que Dios ha dado a los hombres a través de Cristo.

La Doctrina Social de la Iglesia corresponde a una reflexión en torno a las obras que nacen de la fe, para que ellas sean el signo de contradicción que sacuda la conciencia de los hombres frente a la injusticia y al pecado. A su vez es una invitación a que los hombres se conviertan.

Aspectos fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia

‚ Primacía de la persona:

Ésta se encuentra por encima de la sociedad. El hombre posee derechos que le vienen dados por su propia naturaleza y que la sociedad no puede quitarle.

«La Iglesia quiere mantenerse libre frente a los diferentes sistemas, para optar sólo por el hombre. Cualesquiera sean las miserias o sufrimientos que aflijan al hombre, no será a través de la violencia, de los juegos de poder, de los sistemas políticos, sino mediante la ver- dad sobre el hombre, como la humanidad encontrará su camino hacia un futuro mejor» (Puebla, nº 551).

El hombre es el camino de la Iglesia, por lo tanto su doctrina social no puede basarse en ideologías, o en la elección de un determi- nado sistema económico o político. Es así que el fundamento de la

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Doctrina Social de la Iglesia es la «verdad sobre el hombre», tal como ella se revela en Cristo y se hace milagro de comunión en la Iglesia.

La Doctrina Social de la Iglesia no es sólo un juicio frente a las ideologías de la vida social, sino que invita a la obra; invita a trans- formar el testimonio en una experiencia de comunidad. Tiene el desafío de dar respuesta a la amenaza representada por la sociedad de consumo, por el culto a la eficiencia o al funcionamiento de las instituciones sociales que olvidan al hombre.

‚ Derechos del hombre:

De la dignidad del hombre que lo coloca por sobre las otras cosas, se desprenden los distintos derechos que posee y que no se le deben quitar. La violación de estos derechos constituye una herida a la dignidad del hombre y, por lo tanto, una ofensa a Dios. Entre estos derechos destacamos:

< Derecho a la libertad: La historia de la humanidad se podría considerar como la historia de la lucha de los pueblos y los hombres por alcanzar la libertad. Dios, libertad absoluta, creó al hombre a su imagen y semejanza, con el anhelo de libertad en el alma. Libertad exterior y libertad interior, esta última aún más importante. La verdadera libertad de los hijos de Dios consiste en decidirse voluntariamente por Él. Derecho al trabajo: Constituye una de las claves para la

solución de los problemas sociales. El trabajo es la <

participación del hombre en la actividad creadora uente de felicidad y de realización. La ación, la rentabilidad y la concepción

del trabajo como una mercancía transable en rcado, han ido desdibujando la ver- era dimensión del trabajo, dejando a os de lado, despersonalizando el tra- bajo y convirtiendo al hombre en una maquina productiva. El capitalismo y el marxismo son ideologías que se contraponen. Pero se puede decir que son las dos caras de una misma moneda, que considera al hombre simplemente como una máquina. El trabajo debería ser el medio

común de sustentación de los hombres, un servicio a la sociedad, una forma de realización personal y un camino de santidad.

Derecho a la propiedad privada: La propiedad es el poder de disposición otorgado por Dios a una persona sobre algún bien en el marco de los límites queridos por Dios. No se pueden utilizar los medios de producción para empobrecer o explotar a los hombres o para destruir el medio ambiente. Éste es un derecho limitado socialmente por el bien común.

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participación de Dios. Es f

racionalizdel tr el me

daDi

La opción preferencial por los pobres: ‚

Esta opción fue formulada por el documento de Puebla (cfr. Nº 297), y después ha ido traspasando las fronteras de nuestros países latinoamericanos. Signos concretos y opcio- nes pastorales han ido enriqueciendo y haciendo más reali- dad esta parte de la Doctrina Social de la Iglesia.

El Magnificat de María (Lc 1, 46ss) es un claro signo de ello: «...Derribó a los potentados de sus tronos, y enalteció a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada.»

Por pobreza se entiende tanto la pobreza material como la espiritual. Todos estamos llamados a servir a Cristo en lo más necesitados: «Lo que uds. hicieron a uno de estos pequeños, me lo hicieron a mí» (Mt 25, 40). A su vez, todos estamos llamados a vivir la pobreza evangélica; esto es, renunciar a las meras seguridades humanas, para vivir más plenamente la libertad de los hijos de Dios. Aquí radica la pobreza que Jesús llamara bienaventuranza.

‚ El nuevo orden social

Como cristianos y schoenstattianos estamos llamados a la cons- trucción de un nuevo orden social. Su principio básico es el respeto a Dios y la proclamación de la dignidad del hombre. A partir de allí se construyen las estructuras sociales que sean más conformes a dicha dignidad. Para ello se debe asumir en libertad el conjunto de vínculos humanos y religiosos con que Dios unió al hombre con él, a la familia y al mundo, al resto de los hombres y a sí mismo.

El «Cántico al Terruño» del Hacia el Padre (estr. 600-605) nos muestra los valores que orientan la construcción de dicho nuevo orden social:

< Una sociedad familiar, profundamente personal, cimentada en el amor. Una sociedad que se construye con Dios. Una sociedad libre de esclavitudes, libre de egoísmos. Una sociedad alegre y artífice de la paz. Una sociedad veraz, verdadera y justa. Una sociedad en continua purificación, combativa y victorio- sa en la fuerza del Resucitado.

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Actividades propuestas:

Realizar algún apostolado de índole social, y luego evaluarlo.

Rezar en el Santuario, con mucha tranquilidad y lentamente, el «Cántico del Terruño».

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Leer alguna de las encíclicas sociales y debatirla: ‚

< Rerum Novarum. León XIII (sobre la situación de los obreros) 1891 Centesimus Annus. Juan Pablo II (dada en el centenario de Rerum Novarum) 1991 Gaudium et Spes. Concilio Vaticano II (Constitución pastoral sobre la Iglesia en medio del mundo) 1965 Laborem Exercens. Juan Pablo II (sobre el trabajo humano) 1981 Mater et Magistra. Juan XXIII ( sobre el desarrollo de la cuestión social a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia ) 1961 Pacem in Terris. Juan XXIII (sobre la paz) 1963 Populorum Progressio. Pablo VI (sobre el desarrollo de los pueblos) 1967 Quadragesimo Anno. Pio XI (sobre la restauración del orden social y su perfeccionamiento) 1931 Sollicitudo Rei Socialis. Juan Pablo II (sobre la preocupación social de la Iglesia ) 1988

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Séptimo encuentro: La Moral, seguimiento personal de Cristo

La Moral no es simplemente una doctrina de algunos principios y preceptos que tienen que regir y limitar nuestra vida, sino que es ante todo la exposición del alegre mensaje de la vocación de los fieles en Cristo. El centro de la moral es Cristo, nuestro «ser en Cristo»; es así que la categoría verdaderamente fundamental de la moralidad cristiana es más bien la de «vocación» que la de «ley». Dios es el fin

del hombre, y por lo tanto, el fundamento último de la norma y obligación moral. El obrar sigue al ser y nuestro ser es un «ser cristiano».

Cristo mismo es quien nos invita a seguirlo. El seguimiento personal de Cristo no significa sólo ser algo con Cristo, sino que significa imitarlo, hacer mía su forma de vida y transmitirla a otros. Cristo nos llama a la salvación, nos muestra el camino para lle- gar a ella.

La moralidad es nuestra respuesta a ese llamado tan grande que el Señor nos hace: nosotros podemos responder a partir de nuestra propia vida. De este modo

entramos en un diálogo continuo con Dios; en un diálogo amor.

e esta manera se aprecia que las leyes morales universa- al servicio de esa respuesta, no son sino expresión de la

voluntad de un Dios que nos llama y lleva a la salvación en Cristo.

¿Hacia quién apunta la moral?

La moral es la doctrina propia de los que creen en Cristo por la fe y los sacramentos. Es, en sustancia, la misma para todos los cristianos. Incluso, en el caso de los no cristianos, la moral no varía, ya que ellos, siguiendo su recta conciencia – dada por Dios –, estarían obran- do bien.

Algunas características a tener en cuenta

La moral, como dijimos anteriormente, se basa en Cristo. A partir de allí destacamos tres características que son importantes para una mayor comprensión de la importancia de la moral.

‚ Una moral en contacto con el mundo: La constitución pastoral del concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual, Gau- dium et Spes, muestra que la moral cristiana se refiere a la debida manera de vivir en este mundo. Por mundo entendemos al hombre mismo, a las relaciones entre los hombres, y también a todas las posibilidades y realidades de la tierra, por ejemplo la cultura, política, técnica, etc.

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Una moral concreta: En nuestra época se experimenta que las cosas son mutables. No sólo la ciencia y la técnica nos van plan- teando día a día nuevos problemas, sino que el hombre mismo está cambiando, por ejemplo en sus valoraciones. Lo que hoy por hoy valoramos podemos llegar a dejarlo de lado en el mañana. Cuanto más arraigado uno esté en Cristo, mayor será el empeño por vivir conforme a sus enseñanzas. La moral reclama que se enfoque la realidad concreta de un modo vivo y humano, quizá incluso para comprobar si determinados principios aceptados comúnmente realmente responden a la voluntad de Dios, y para aplicarlos o no según exija el caso. Otro desafío es que a medida que va avanzando el tiempo se van suscitando nuevos proble- mas, p. ej. todo el tema de la genética y la bioética. Desde la fe, la moral debe respuesta a todos ellos.

La responsabilidad social: Cada cristiano es responsable de sus propios actos. La otra cara de la libertad es la responsabilidad. Uno es responsable de las consecuencias que sus propios actos, realizados libremente, traen consigo. Hasta lo más personal y privado de nuestra vida interior determina nuestra actuación en el medio ambiente y ha de ejercer un influjo en el espíritu, vida y acción de quienes nos rodean. La moral busca darnos las herra- mientas para que ese influjo sea positivo y nos conduzca, a nosotros y a los demás, al corazón del Padre.

Los actos humanos

Los actos humanos libremente realizados tras un juicio de con- ciencia, son calificables moralmente de buenos o malos. La moralidad de los actos depende:

< Del objeto elegido: es la materia de un acto humano, especi- fica moralmente el acto de la voluntad según que la razón lo reconozca y lo juzgue bueno o malo. La intención: es el movimiento de la voluntad hacia el fin. No se puede justificar una acción mala por el hecho de que la intención sea buena. El fin no justifica los medios. Las circunstancias: comprende también las consecuencias. Contribuyen a agravar o disminuir la bondad o la malicia de un acto.

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Una acto moralmente bueno supone la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias.

Las pasiones

El termino pasión designa afectos y sentimientos. Por medio de sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo . Ellas son componentes naturales del hombre. La más común es el amor que la atracción del bien despierta. Otras son el odio, el deseo, el temor, la alegría, la tristeza y la ira.

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En sí mismas, las pasiones no son ni buenas ni malas. Pero según dependan o no de la razón y de la voluntad, hay en ellas bien o mal moral. De esta manera son asumidas en las virtudes o en los vicios. La perfección del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su corazón.

La conciencia

La conciencia es el núcleo más secreto de cada uno. Es el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios.

La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto. Para el que actúa mal constituye una garantía de conversión y de esperanza.

Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien querido por Dios. El ser humano debe obedecer siempre el juicio de su conciencia, incluso cuando ésta se base en la ignorancia o emita un juicio erróneo.

Es nuestro deber formar la conciencia moral; para ello encontra- mos en la Palabra de Dios una luz clara.

Actividad

Plantéense una serie de casos concretos, e intenten vislumbrar qué dice la moral cristiana al respecto. De no llegar a un acuerdo, bus- quen alguna persona formada que pueda ayudarlos.

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Octavo encuentro: La vida eterna, el regreso a la casa del Padre

Nota: Cfr. para este encuentro (¡y por supuesto para todos los otros también!) el «Catecismo de la Iglesia Católica», especialmente los números 988 al 1060.

Hoy en día esta muy de moda querer conocer lo que hay más allá de la muerte: túneles, luces, sesiones de espiritismo, etc. Todo eso simplemente nos aleja de lo realmente importante: nuestra vida es un peregrinar hacia la casa del Padre Dios.

Nuestra profesión de fe, el Credo que rezamos en la Misa todos los domingos, finaliza con dos afirmaciones muy importantes: «Creo en la resurrección de la carne. Creo en la vida eterna.» ¿Qué es lo que estamos afirmando allí?

La muerte

La muerte corporal es natural al hombre. Es el final de la vida terrena. Nuestra vida está emplazada en el tiempo; en el curso del cual envejecemos, y finalmente morimos. No contamos más que con un tiempo limitado; esto le da urgencia a nuestra vida.

La causa de la muerte es el pecado (cfr. Gn 2, 17). A través del pecado del hombre ella entró al mundo, es decir que fue contraria a los designios de Dios.

Cristo la asumió y la transformó a través de un acto libre de sometimiento a la voluntad del Padre. De esta manera, la muerte pasó de ser una maldición a ser una bendición. La novedad del cristianismo es que por el bautismo ya morimos con Cristo y nacimos para la vida eterna. En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Ella es el fin de la vida terrena del hombre, ya no hay otras vidas terre- nas: los cristianos no creemos en la «reencarnación».

La resurrección

Cfr. 1 Cor 15. Creemos que de la misma manera en que Cristo resucitó de entre los muertos y vive para siempre, igualmente los justos, después de su muerte, vivirán para siempre con Cristo resucita- do, ya que Él los resucitará en el último día.

‚ ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación de alma y cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Por la resurrección de Cristo, Dios dará a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos de nuevo a nuestras almas.

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‚ ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto. «Los que han hecho el bien resucitaran para la vida y los que hayan hecho el mal, para la condenación.» (Jn 5, 29)

‚ ¿Cómo? Del mismo modo que Cristo. En Él resucitaremos con nuestro propio cuerpo; pero este cuerpo será transfi-gurado en cuerpo de gloria, en cuerpo espiritual. Este «cómo» sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendi- miento, y sólo es accesible por la fe.

‚ ¿Cuándo? Al final de los tiempos. Esto está asociado a la segunda venida de Cristo.

El juicio particular

La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o al rechazo de la gracia que viene de Dios por medio de Cristo. El NT asegura la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno, como consecuencia de sus obras y de su fe (Lc 16, 22; Lc 23, 43; 2Cor 15, 8; Flp 1, 23; Hb 9, 27). Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo.

El cielo

Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfecta- mente purificados, viven para siempre con Cristo. Ven a Dios tal cual es (1 Jn 3, 2), cara a cara. Esta vida perfecta de comunión con la Sma. Trinidad, con María y con todos los santos, se llama «Cielo». Es el fin último de nuestras aspiraciones más profundas. Por su muerte, Cristo nos ha abierto el camino hacia el cielo.

Este misterio de comunión bienaventurada sobrepasa toda com- prensión y representación. Se usan imágenes como vida, luz, paz, casa del Padre, banquete, fiesta, etc. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia «Visión Beatífica».

El Purgatorio

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imper- fectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación. En esta creencia se basa la importancia de la oración por los difuntos que tanto promueve la Iglesia.

El infierno

No podemos estar unidos a Dios si libre y conscientemente elegimos pecar gravemente y no nos arrepentimos de ello. Morir sin querer acoger la misericordia de Dios – conociendo bien quién y cómo es Dios, sin trabas psicológicas u otras –, significa permanecer

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separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Esta autoexclusión definitiva de la comunión con Dios es lo que se llama «infierno».

La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felici- dad para las que ha sido creado. Las afirmaciones de la Escritura con respecto al infierno son un llamamiento a la responsabilidad con que el hombre debe usar su libertad, y a la constante conversión. Dios no «condena» a nadie a ir al infierno, y menos lo «predestina» a ello, es un elección libre del mismo hombre. Igual que al «cielo», al infierno también se lo simboliza con distintas imágenes: fuego, castigo, gehe- na, llanto y rechinar de dientes, etc.

Es digno de notar que la Iglesia afirma de muchas personas que están definitivamente en el Cielo, junto a Dios: todos los beatos y

santos canonizados. Pero nunca afirmó de persona alguna que está definitivamente en el infierno – confiando que la miseri- cordia de Dios todavía nos da posibilidades de conversión y arrepentimiento hasta el último instante de nuestra vida terre- na.

El juicio final

La resurrección de todos los muertos precederá al Juicio Final. Frente a Cristo será expuesta toda la verdad de la relación de cada hombre con Dios. Esto sucederá cuando vuelva Cristo Glorioso; pero sólo el Padre conoce el día y la hora en que eso tendrá lugar.

El Juicio Final revelará que la justicia de Dios triunfa y que su amor es más fuerte que la muerte. Es una invitación a la conversión mientras Dios da al hombre este tiempo de salvación.

«Aterrizaje»

Frente a todas estas realidades no debemos perder de vista que el Reino de los Cielos ya se encuentra en medio nuestro, y que su crecimiento y fecundidad dependen de la vida de cada uno de los hijos de Dios.

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Culminación: Debate abierto

Proponemos que en la última reunión inviten a un sacerdote, para poder plantearle todas las preguntas que les hayan quedado abiertas. Después podrían finalizar con una Misa en el Santuario, en la que renueven muy consciente y solemnemente el Credo.

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Índice

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

Sugerencias para las reuniones de grupo . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Guías para los charlistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Primer encuentro: Dios sale a nuestro encuentro . . . . . . . . . . . 7

Segundo encuentro: Dios nos regala su Palabra . . . . . . . . . . . . 11

Tercer encuentro: Dios nos muestra su rostro en Cristo . . . . . . 14

Cuarto encuentro: Los sacramentos, signos del amor de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

Quinto encuentro: La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios . . . . . . . 22

Sexto encuentro: La Doctrina Social de la Iglesia, un cami- no de dignificación del hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

Séptimo encuentro: La Moral, seguimiento personal de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Octavo encuentro: La vida eterna, el regreso a la casa del Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

Culminación: Debate abierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

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