Sus Historias nuestra historia 2012

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En la ciudad de Villa Alemana le damos la oportunidad a los adultos mayores de contar sus anecdotas y vivencias en la ciudad de la juventud

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Yo, amo a mi comuna.

Es un orgullo para mí, como alcalde de Villa alemana, mostrarles este libro, el cual relata los pasajes históricos de nuestra querida ciudad, pero una historia desde los sentimientos de los mismos ciudadanos que nació con es-peranzas y hechos relevantes para nuestra ciudad.

Es así como nos relata los tiempos y hábitos que nosotros hemos vivido en nuestra ciudad mi ideal es sentir que realmente estamos participando en la construcción de una ciudad distinta, la que nos invita a sentirnos orgullo-sos de vivir en ella

La colaboración tiene que ser permanente en los proyec-tos de Villa alemana, que sea consecuente con nuestras intenciones, con una actitud de vínculo y colaboración, que se sienta la voluntad de conservar los valores y de promover la armonía entre los vecinos. La importancia de los adultos mayores han dado muestras del compro-miso al participar en familia de todas las actividades de-portivas, culturales y artísticas que se realizan en Villa alemana, con este ejemplo, hemos permitido dar una vi-sión más amplia a nuestros hijos y nietos, que al calor de nuestros hogares, tendrán la oportunidad de encausarse por el camino correcto de la vida. Debemos ser un espejo para ellos.

Les Quiero agradecer sinceramente a cada uno de mis veci-nos que se motivaron a plasmar sus vivencias en la ciudad.

un abrazo

José Sabat m.alcalde

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PRÓLoGo.

Cuando comenzamos con la idea, en el 2010, de publicar un libro con la historia de Villa Alemana contada desde la vivencia de sus habitantes como resultado del primer concurso “Sus historias nuestra historia”, no nos imagi-namos nunca el interés que provocaría en sus lectores. Rápidamente se acabaron todos los ejemplares impresos en papel, lo que nos motivó a que lo publicáramos en Internet y en este momento en que estoy escribiendo este prólogo la pagina donde se encuentra alojado aquel libro ha sido visitada por mas de 30.000 personas. Supongo que la mayoría son villalemaninos que se encuentran viviendo en el extranjero y que ese compilado escrito por Adultos Mayores los une en el recuerdo para reencontrarse con la ciudad que los vió crecer.

Esta respuesta nos ha motivado para organizar un segun-do concurso en el cual fueron seleccionados 26 adultos mayores quienes nos escribieron sus anécdotas, vivencias y puntos de vista de como recuerdan el Villa Alemana de antaño. En sus escritos se encuentran lugares, nombres y acciones que el lector podrá recordar o bien las nuevas generaciones podrán conocer en parte la historia de la ciudad de la eterna juventud.

Esperamos que este libro sea una instancia para que en fa-milia los adultos mayores puedan compartir sus historias, de tal manera que a través de la conversación los jóvenes y los niños se apropien del recuerdo de sus mayores y así lo reconozcan como parte de nuestra historia. Porque en la medida que sientan que sus antepasados marcaron con sus vivencias hitos en nuestra ciudad, se pueden motivar a ser participes de la construcción del futuro, permitiéndo-les así, reconocer la identidad de Villa Alemana

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SUS HISTORIAS… NUESTRA HISTORIA

En este libro que se encuentra en sus manos, pretendemos entregar un reconocimiento a todos los vecinos que han forjado su historia trabajando o viviendo en esta comuna y ofreciendo su voluntad para hacer de nuestro Villa Ale-mana una ciudad más grande y más prospera.

Fernando Gazmuri méndezcomisión organizadora

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cía. Los invitados quedaban muy contentos ya que era un plato muy codiciado y también el postre flan de lúcuma, preparado por una de las tías. La casa se impregnaba a perfume con las lúcumas y cómo no existía el refrigerador en esa época se guardaba todo en el comedor, que era la parte mas fría o en el pozo. Mi hermana y yo participába-mos de éstas celebraciones ya que mi hermano era muy pequeño todavía.

Nunca me olvidaré que mi abuelita me pedía que la acom-pañara a comprar y compraba en la bodega la comida de los animales y los sacos con harina, azúcar, etc. y en la tienda El Barato las telas para las prendas de casa: man-teles, sábanas y vestidos etc. Yo a esas altura ya contaba con 11 años y me decía “si me da un ataque en la calle, tú tienes que agarrar mi cartera y no dársela a nadie”, yo ya me imaginaba en una situación de esa índole y me daba mucho miedo .

También en el primer jardín, el de las flores, en el corredor había un loro que había traído mi padre de Centro Amé-rica que decía algunas palabras y también silbaba como cuando un hombre le silba a una chica buenamoza. Algo que mi padre le enseñó. Bueno, mi abuelita lo tenía en una jaula grande y cuando él escuchaba que alguien ca-minaba por la calle con tacos altos, le silbaba. Había una señorita, ya solterona treintona en esa época, el loro cada vez que ella pasaba le silbaba y ella se enojaba mucho hasta que un día no pudo mas y tocó el timbre, salió mi abuelita y ella le dijo: “Mire, señora acá hay un hombre que cada vez que paso por el frente de su casa me falta el respeto silbándome”. Mi abuela la hizo pasar, le mostró al loro y le dijo que era el que silbaba. La Señorita, muy avergonzada, se fue no muy a gusto. Yo creo que ella en el fondo hubiera querido que fuera un hombre real.

MI NIñEz EN vIllA AlEMANAPatricia Alvarado Soto

Mis primeros recuerdos, hace mas de 50 y tantos años, vienen de la casa de mi abuelita cerca del centro de Villa alemana. Una casa que en la puerta de calle tenía una placa con el nombre de Villa Alicia que constaba de cua-tro patios, el primero a la entrada de la casa con muchas flores , rosas hortensias azules, inga fulgen, una pequeña pérgola rodeada de flor de la pluma. En el corredor de la casa había una enredadera de flor el caracol más jazmi-nes, unos árboles de crespones, el suelo alfombrado de violetas, jazmines y fresias. Era muy agradable el perfume de este jardín, había un cuidador que era un perro blanco lindo llamado Copito. Este jardín tenía una reja divisoria al otro patio en el que había toda clase de animales y aves de corral como: patos, pavos, conejos pichones, gallinas. Todos estos animales eran para el consumo de la familia. Este patio también era custodiado por una perra llamado Betty. En el tercer patio estaban la viña, los olivos, almen-dros y otros arboles frutales, al cual nosotros no podíamos ir ya que no se podía pisar la viña .

El cuarto patio era la huerta, allí se sembraba toda clase de hortalizas para el consumo familiar.

Yo me acuerdo que mi abuelita se preocupada de toda la organización de los empleados y las hijas y nietos de que todo funcionara siempre y para el 30 de agosto, su santo, se hacía una gran fiesta Santa Rosa, se preparaba un festín, llegaba mucha gente y siempre se preparaban pichones escabechados y yo tendría 8 años cuando la acompañaba a elegir los pichones y retorcerles el pescuezo para ma-tarlos para mí era algo muy natural ya que siempre se ha-

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Mucho recuerdo de cuando era pequeña, entre otras co-sas, la calle donde vivíamos que era mas o menos impor-tante, aunque sin pavimento ni tráfico, a excepción de las carretas de caballo y alguna que otra de bueyes.Una muy conocida por todos era la carreta del Torito, un joven en ese tiempo, viejo para mí con los ojos de niña, que siempre estaba pronto para cualquier flete que se ne-cesitara, lo mismo para traernos desde el centro cuando teníamos la suerte de encontrarlo camino a su casa, que quedaba mas lejos que la nuestra, pero en la misma calle. Aún lo recuerdo con su buena voluntad y muy trabajador y honrado. En esos años, mi abuela compraba la merca-dería por cantidades, sacos con comida para las aves de corral, harina y cajas de mercadería, él era el encargado del transporte.

El día que murió Torito, medio Villa Alemana fue a su fu-neral, era muy apreciado por todos.También estaba Carlitos que vivía en el cerro al final de nuestra calle y tenía una carreta de bueyes, cuando sen-tíamos que venía, que era normalmente a la misma hora cada día, corríamos a la calle a subirnos a su carreta para

MIS RECUERDOSPerla Alvarado Soto

Hace 62 años que nací en este hermoso pueblo de Vi-lla Alemana, hija de un marino que pasaba más tiempo navegando que en casa y de una hermosa y joven mujer que había nacido en Valparaíso, pero que se crió en Villa Alemana, también hija de un marino, pero de una madre muy fuerte e inteligente, la que quedo viuda cuando las niñas eran pequeñas. Mi abuela se vio en la necesidad de trabajar para mantener a sus hijas propias, a sus hijas de crianza y criados, por lo que se dedicó a hospedar gente por temporadas. De ahí saqué yo lo de dedicarme a la hotelería.

Este pueblo en ese entonces era muy pequeño, pero con un clima privilegiado, eterna primavera decían que tenía, lo que con los años ha ido cambiando y volviéndose seco y frío en invierno y caluroso en exceso en verano.

Vivimos en su casa durante 10 años hasta que mis padres lograron construirse su propia casa a sólo 2 cuadras de allí, más hacia el centro y estando tan cerca no perdíamos la costumbre de venir a visitarla a diario y a quedarnos los fines de semana.

Cuando falleció yo tenía 13 años, pero nunca olvidé los momentos maravillosos que viví con ella y su casa, se de-rrumbó con el terremoto del año 85.

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“YO SOY vIllA AlEMANA, lA MÁS BEllA DE lAS DAMAS”

Julia Barros Valencia

Me llamo Villa Alemana y hoy quiero contarles una his-toria, la historia de mi vida. Cronológicamente soy una anciana de 117 años, pero entre mis pares soy una ado-lescente, ya que la mayoría sobrepasa los 300 años: Valparaíso, Quillota, Limache, etc.

Nací en tiempos remotos entre cerros y valles desconoci-dos y alejada de las principales rutas que unían la Región con el centro del país.El Estero Marga-Marga, con sus cristalinas aguas y las in-numerables napas subterráneas que poseo, me mantenían fértil y con bellos y coloridos paisajes.

Mis primitivos habitantes fueron los Picunches, indios pa-cíficos que se dedicaban a la agricultura y a la alfarería, también a lavaderos de oro. Por muchos años fui ignorada por el resto de la región y del país, hasta que a principios del siglo XIX, mi dueño, Don Nicolás Lombardi, me trans-

que nos llevara unas pocas cuadras, después teníamos que volver por el estero, por supuesto que recogiendo pi-rigüines.

Mi hermoso Villa Alemana era en ese entonces, un lugar muy seguro, todo el mundo se conocía y se saludaba, los niños podíamos salir a la calle sin peligro, pues la gente se ayudaba mutuamente y avisaba si veía que los niños se iban más lejos de lo normal, nos encantaba ir a los esteros, siempre había muchos pequeños animalitos para recoger con algún tarro, por supuesto no podían llegar a casa, pero pasábamos horas en algún estero cerca de la casa.

A medida que crecíamos, otros eran nuestros gustos, la estación de trenes era un imán maravilloso, con su plaza que en un principio tenía una hermosa glorieta que los do-mingos nos entretenía con las retretas dominicales, antes que la demolieran por quedar en muy malas condiciones por el terremoto del año 65. Pero se construyó un adorno al medio con un plano que representaba Villa Alemana, fue construido de mosaicos y era un espejo de agua.

Subir a la plaza para ver pasar los trenes y juntarnos con los amigos se transformó en nuestro paseo habitual de las tardes, después del colegio no podíamos faltar aunque fue-ra una media hora, por supuesto, que los fines de semana el paseo era más largo. El subir y bajar por las dos cuadras de la calle Latorre, frente al teatro Pompeya, escuchando la música de una radio que se formó en la plaza por algunos visionarios y que era nuestra alegría, pues podíamos pedir y dedicar canciones, a quien nos gustara, era para noso-tros, la juventud de ese entonces, las horas más felices de nuestra semana y las esperábamos con ansias.Con el correr de los años, me fui a vivir a otro lugar del

país, pero siempre que tengo una oportunidad, vuelvo a visitar mi terruño, aunque no queda mucho de lo que fue en ese entonces, aún están mi calle y algunas quintas de antes, con sus árboles frutales y sus parrones de rica uva.

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formó en Viña y me bautizó “Viña Miraflores”. A media-dos de este mismo siglo, se construyó la línea ferroviaria entre Santiago y Valparaíso con 20 paraderos, siendo los más cercanos Peñablanca a 7 Kms. y Quilpué a 20.

Un día de 1883 un rico comerciante porteño que viajaba continuamente de Valparaíso a Santiago, se fijó en mí y decidió comprarme. Este señor se llamaba Buenaventu-ra Joglar Amandi, asturiano y radicado en Valparaíso que se enamoró de mí y decidió transformarme en un pue-blo próspero. Para lograrlo, se preocupó de conseguir que el tren tuviera un paradero en su propiedad, para lo cual donó terreno para su construcción, el cual se concretó en 1892. A su vez, le encarga al ingeniero Liborio Brieva que parcelara parte de sus tierras aledañas a la Estación del Ferrocarril para venderlas, aumentando así su población y convirtiéndola en su poblado.

Su sueño se ve realizado el 08 de Noviembre de 1884 y desde ese momento me conocen como Villa Alemana, porque los primeros compradores de las parcelas de Don Buenaventura eran de esa nacionalidad Mi dueño fallece el 16 de Noviembre de 1907, a los 62 años.

En 1917, me transformo en Comuna y en 1933 me in-dependizo de Quilpué. Con el correr del tiempo los ale-manes se fueron y llegaron otros colonos de distintas na-cionalidades, entre ellos varios italianos, y entre otros los que conocemos y se destacan Don Domingo Composto que, al igual que Don Buenaventura se preocupó de mi engrandecimiento.

El Señor Composto, como buen italiano, era amante de la cultura y buena música imperante en esa época y decide donar los terrenos necesarios para construirme un teatro,

acorde a los conocidos en Europa y les encarga el diseño a los arquitectos Renato Schiavon y Marcelo Landoff. Así nació el teatro Pompeya, el 26 de Noviembre d 1926. Pos-teriormente estos arquitectos diseñan mi escudo.

El Teatro Pompeya hoy ostenta el título de Patrimonio His-tórico Nacional (24 de Marzo del 2009). Mi teatro está siendo restaurado porque el irrespetuoso terremoto del 27 F, pasó por alto su abolengo y lo dejó muy mal herido

Con mi desarrollo experimentado a través del tiempo, he recibido varios nombres: “Ciudad de los Molinos”; “Ciu-dad de la Eterna Juventud“ (Por su clima, la juventud no teme a la vejez, la vejez en Villa Alemana vive en eterna juventud); “Capital de la Poesía” y actualmente “Capital del Medio Ambiente”.Al evocar mi pasado me doy cuenta de mi engrandeci-miento, del aumento de mi población, del mejoramiento de la calidad de vida de mis habitantes. Es un placer asistir

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POR UNA PElOTITACarmen Elena Carvajal Miranda

Si mal no recuerdo y la memoria no me engaña, esta anéc-dota se remonta al año 1956, en Villa Alemana, la ciudad de los molinos y grandes quintas, después con el tiem-po un conocido alcalde, la llamo por su buen clima, la ciudad de la eterna juventud, cuyo eslogan dice: “Por su clima en Villa Alemana la juventud no teme a la vejez, porque la vejez vive en eterna juventud”.

En esos años se hacían lindas fiestas de la primavera, a las que asistía acompañada por mi madre y algunas ami-gas también con sus respectivas madres, cuyo lugar de encuentro era la calle Latorre en el Portal Pompeya. Eran otros tiempos en que casi todos nos conocíamos. Esta tranquila ciudad era dormitorio de muchas personas que trabajaban fuera, ya sea en Valparaíso, Viña del Mar e incluso hasta en la capital, los traslados se hacían en unas antiguas micros pequeñas llamadas liebres por lo rápida, también se ganaron el apodo “la Terror del Pacifico”, lo que en un principio sólo llevaban pasajeros sentados, pero la mayoría prefería viajar en tren. Escribiendo estas breves líneas, llega a mi memoria mi ex-trañeza por el nombre de Villa Alemana, donde la gran mayoría de las familias eran italianas, muy pocas alema-nas y algunas españolas, hasta recuerdo una familia china. Al preguntar a mi madre me dijo que ella tenía entendido que los primeros habitantes fueron alemanes y que forma-ron una villa por eso de esa manera quedó con el nombre hasta la actualidad.

Recuerdo su lindo teatro Pompeya que aún se conserva en la actualidad, por esos años se exhibían muchas pelí-culas: españolas, mexicanas… que nostalgia, también se presentaban artistas locales en vivo, como no recordar a Mister Pencil Junior, que nos impresionaba a muchos por su destreza para hacer música con un simple lápiz grafito y sus fuertes dientes, que hasta hoy los conserva, a mi me parecía que se le iban a romper en pedazos. También existía el club Sportiva Italiana a un costado del portal por calle Valparaíso, contaba con una hermosa pér-gola donde se hacían bailables con orquestas como los

a eventos Cívicos y Religiosos en la Plaza Belén, artísticos y culturales en Gabriela Mistral y pasear en el Peatonal Latorre, y por ello doy Gracias a Dios.

En cuanto al Escudo de Villa Alemana, se pidió considerar cuatro puntos en su confección:

Al gestor de la ciudad, Los orígenes de la ciudad, Las na-cionalidades de los Colonos y el Tren como símbolo del despegue de las ciudades.El Escudo consta en su parte superior con tres torres ilumi-nadas. En un fondo azulado se ve un tren cruzando la ver-de campiña. Se ve en cuatro cuartelados: en el primero se ve la Cruz de Lorena, por la familia del Sr. Joglar Amandi; en el segundo cuartelado un molino de viento; en el tercer cuartelado, un racimo de uvas y en el último 5 franjas de colores (azul, blanco, rojo, amarillo y negro) colores pre-dominantes de las banderas de los países de los Colonos.

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Ramblers, los Blue Splendor, los Angeles Negros y otros tantos que no recuerdo. El paseo Latorre como hoy se co-noce no existía, ya que por el transitaban vehículos, sólo cuando se hacían las fiestas de la primavera dejaban de circular los autos, también en verano en ese lugar servía como cancha para los campeonatos de Jockey en patines que eran muy entretenidos para jóvenes, niños y adultos.

Todo transcurría con mucha tranquilidad para las familias que nos tocó vivir en esa época, con muy poco comercio, dos boticas, dos tiendas bazares, dos panaderías, algunos emporios y almacenes de abarrotes, dos carnicerías, dos ferreterías, algunas verdulerías y pare de contar. Lo que si era importante, teníamos el tren con el cual se podía ir a Santiago, a los Andes y ciudades intermedias, tenía muchos vagones, era muy largo, tenía primera, se-gunda y tercera clase, si hasta tenía un coche comedor. Viajar en él era un bonito paseo, recuerdo que pasaba un vendedor con su canasta de mimbre gritando: Pilsener, Malta, Bilz y Pap. Después de esta breve reseña debo confesar ser la respon-sable que se suspendieran las fiestas de la primavera por esos años en Villa Alemana, recuerdo como si fuera hoy, nunca antes lo conté, estaba presenciando un espectáculo con motivo de dicha fiesta con mucha alegría en compañía de algunas amigas, rodeada de gran cantidad de público, al pasar de pronto un vendedor ambulante con entreteni-dos remolinos, chicharras y pelotitas de papel, que tienen un elástico para jugar a tirarla y recogerse la compré, así fue el comienzo del fin. De pronto en medio de la mul-titud, sale un grupo de muchachos que se ponen delante de nosotras impidiéndonos por completo ver más nada, fue en ese momento en que yo le dí con la pelotita al más

grandote del grupo, el cual sin darse cuenta quien lo había golpeado se dió vuelta y sin mediar palabra alguna, le afo-rró un puñetazo a otro espectador, que no entendía nada de lo que pasaba ni porqué lo golpeaban con tanta violen-cia, fue en ese momento cuando se armó la rosca, todos se peleaban con todos, combos iban y combos venían, yo al ver toda esa trifulca salí corriendo como alma que se la lleva el diablo, llegué a mi casa sin contarle a nadie, casi se me salía el corazón por la boca de lo asustada que estaba. Al día siguiente me contaron que llegó Carabine-ros, me enteré que esas personas no eran de aquí, fue tan grande el alboroto, algo nunca visto en nuestra tranquila Villa Alemana, que el alcalde de ese entonces decidió sus-pender las fiestas de la primavera en la vía pública, solo se siguieron haciendo Kermeses, se cerraban las calles y se cobraban entradas a beneficio ya sea de la Cruz Roja o de Bomberos. Aún me siento responsable por jugar sin medir las consecuencias de mis actos, lo que causó una inocente pelotita de papel maché.

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vIllA AlEMANA lA CIUDAD DE lOS MOlINOSTilda Catalán

En septiembre del año 1957 llegamos de la región del Bio Bio a vivir a Valparaíso, en ese tiempo el Sur de Chile estaba unido a través del tren, se llamaba Ferrocarriles del Estado; su recorrido era de Valparaíso hasta Puerto Montt por lo cual, cada vez que viajábamos a visitar a nuestra familia y el tren se detenía en Villa Alemana, reflexiona-ba, “es en este lugar donde quiero vivir”, encontraba en esta ciudad, que le llamaban “la ciudad de los molinos”, un pedacito de nuestro sur, pues era un lugar mágico para nosotros, con viñedos, las casas quintas y sus llamativos molinos, mucho campo donde caminar, excursionar y sa-lir a merendar con nuestros hijos. Los trenes eran toda una aventura, recuerdo nuestros viajes, los vagones clasifica-ban en primera, segunda y tercera categoría, con valo-res diferenciados, en tercera sus asientos de madera, las personas con sus canastos y mercaderías una infinidad de olores, los vendedores de bebidas y panes, los cortadores de boletos, que después de marcarlos los regalaban a los niños, verdaderos tesoros para sus juegos. Finalmente en marzo de 1963, se nos ofreció la oportunidad de vivir en el barrio norte, a través del conocido corredor de propie-dades don Casimiro Perocarpi, cuyas oficinas funciona-ban en el Portal Pompeya de Villa Alemana.

Nuestras hijas estudiaron en la que se llamaba Escuela Su-perior de Niñas N° 109, que en esos años funcionaba en la Casona Pezzani, gran casona de piedra que está ubicada en la calle Victoria, que fue modificada para que funcionara como escuela, pues era casa habitación. Recuerdo grata-mente cuando nos incorporamos a la Primera Compañía de Bomberos como socios cooperadores, recuerdo cuando

trajimos el primer televisor y muchos de los niños del ba-rrio asistían a las tardes de televisión, imagínense lo que fue cuando se instaló el primer televisor a colores, era un lujo que no estaba al alcance de todos como ahora. En esos tiempos se vivía la familia, los vecinos y el barrio, recuerdo cuando los niños organizaban los juegos a la pelota, las niñas jugando a saltar y al luche, recuerdo con cariño a nuestros vecinos la familia Mora, la familia Bravo, la fami-lia Rodríguez, hasta paseos organizábamos, en el bus de la familia Bravo con el Sr. Peña como chofer. Formamos par-te de la directiva de nuestra Junta de Vecinos, por más de 20 años logrando algunos adelantos y mejoras en el sector, debo decir que en esta cantidad de años he visto crecer a Villa Alemana, ya no existen los viñedos y los campos; en cambio de eso se ha poblado demasiado y sigue creciendo, recuerdo el centro de nuestra ciudad y su comercio como El emporio de la familia López, en Avenida Latorre con Av. Valparaíso, Il Comendatore, restaurant que estaba donde se encuentra el Supermercado Santa Isabel, la Fuente de Soda Eva y su wurtlizer en el paseo Latorre, la joyería Var-gas en la calle Santiago, otros aún permanecen en nuestra comuna, como la familia Toso y la familia Costaguta. No bastan dos hojas para plasmar tantos recuerdos que hay en mi memoria, las costumbres han cambiado, ahora existe el Metro Tren, las escaleras mecánicas, y otros avances de la modernidad, pero lo que más me gusta hoy de Villa Alema-na, es su Plaza Belén, pues en ese lugar se desarrollan dis-tintas actividades tanto religiosas, deportivas y expresiones artísticas culturales, para todas las edades.

Querido Villa Alemana, en el tiempo has pasado de ser la “Ciudad de los Molinos” a “La Ciudad de la Eterna Ju-ventud” llegando a ser hoy “Villa Alemana la Capital del Medioambiente”.

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NOSTAlGIA DE vIllA AlEMANA María Teresa Corona Solari.

Mis padres siendo compadres con la familia Galassi se conocieron de muy jóvenes y como dicen los lolos salían muy seguido a carretear, incluso visitaban el bar Cinzano, que se encontraba en calle Santiago. Mi amiga Alicia, la hija mayor del matrimonio Galassi Arellano y la que cuen-ta estos recuerdos ya éramos lolitas de 15 a 16 años, tenía-mos la misión de cuidar a nuestros hermanos menores.

Mi hermana Olivia se vino a vivir también a Villa Alema-na a la población Corvi, pasaron los años, me casé y tuve 6 hijos 3 hombres y 3 mujeres, el clima de Playa Ancha afectaba a mi salud. Como caída del cielo Elisita Arellano de Galassi, nos ofreció un terreno, que vendía en calle Buenos Aires de Villa Alemana. Mi esposo no dudó ni por un segundo y debido a mi enfermedad puso en venta la casa de Playa Ancha.

Como mis hijas visitaban a mi hermana Olivia, salían con sus primas a divertirse como toda las niñas de su edad. Nos vinimos a vivir a Villa Alemana y construimos una casita con un hermoso jardín, también tenía un perro mestizo Alemán y le puse Toqui. Mi hija Marité conoció a un jo-ven llamado Patricio Polgatti y se casaron y mi hijo Pedro se caso con la hermana de Patricio y formaron una fami-lia. Mis otras dos hijas mujeres Beatriz y Georgina, Beatriz conoció a Eduardo Acevedo Mussa y al poco tiempo mi hija menor Georgina conoció a Luis Severino Lobos.

Mis hijas asistían a los partidos de futbol a ver jugar a estos jóvenes. Patricio jugaba en el club Juan Carlos Bertone al igual que Eduardo y Luis en el club Baquedano. De esta

manera ustedes comprenderán que mis hijas y mis hijos encontraron el amor en Villa Alemana.

Actualmente vivo en Troncos Viejos con mi hija Beatriz y su esposo, ya que mi amado esposo ya falleció. Fue una bendición estar acompañada y junto con eso recuperar mi salud. Hoy cuento con 81 años, pero como dicen esta tierra es de la eterna juventud. Le dejaré a Villa Alemana toda esta linda familia, 6 hijas, 15 nietos y 8 bisnietos, para disfrutar de Villa Alemana y que ojalá avance mucho el deporte, para las nuevas generaciones de esta hermosa ciudad y felicitar al señor alcalde José Sabat, por el edi-ficio Cultural Gabriela Mistral y el remodelamiento del Teatro Pompeya, el recuerdo que nos dejo Don Domingo

Composto en 1926.

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RECUERDOS DE CAllE lA TORREMauricio Dazarola Metzger

A los que estamos en la década de los sesenta y que go-zabamos del paseo en las tardes por la calle Latorre entre Avenida Valparaíso y Buenos Aires, incluída la plazoleta de la estación de Villa Alemana, nos agrada ver el actual Paseo Los Héroes y recordarnos con nostalgia la época cuando los autos y taxis pacientemente respetaban a los jó-venes que paseábamos conversando y usando la calzada.

Hoy llama la atención las mesas, toldos y sombrillas de los cafés, que le dan una característica propia al paseo, además de las mesas en las que un número creciente de jugadores de cartas y damas se entretienen. También apor-tan un toque de agradable visión, un par de triciclos que ofrecen plantas y que la tolerancia de carabineros y de los inspectores municipales les permite su estadía.

Antaño este sector tenía una gran actividad comercial, re-cuerdo con nostalgia la Confitería y Salón de Té “Eva” de la familia Cisternas Serrano, la Confitería y Fuente de Soda “Pompeya” de don Primo Rossi, el Bar “Bienestar” que era de don Domingo Pozzi y después fue de don Raúl Ovalle, en la esquina de Buenos Aires, la Mercería y Fe-rretería “ Sambuceti” de don David Sambuceti Podestá, la Casa Ledesma de don Manuel Ledesma, la Carnicería y Fiambreria “Barbieri” de don Víctor Prato, la Tienda “La Florida” de don Walter Gruenwald, La Librería El Pulgar-cito, de los Erazo, la Joyería Westminster de don Víctor Vargas Valdemares , la Suelería “María Antonieta” de don José Leanza, la Casa “Amor” de don Adrés Amor Leira, la Carnicería “Las Tres B” de don Rómulo Perocarpi, la Casa Ibarra, La Frutería y Fiambrería” Italiana “ de don Angel

Bussetti, el Almacen y Tienda “ La Paloma” de la familia Lagomarsino, frente al teatro estaba el Bar y Restaurant “Continental” de propiedad de don Luis Amadeo Bertine-lli, la Librería “Olimpia” de la señora Mercedes Ibaceta, la Carnicería “La Modelo” de don Ignacio López en la esqui-na con Avenida Valparaíso, el Teatro Pompeya, que hasta hoy le da un sello característico al centro de la comuna.

Si seguimos proyectándonos en el tiempo y recorriendo la calle Latorre, no podemos dejar de mencionar a la Resi-dencial Fersen, al sitio Longhi donde hoy está la Iglesia San Felipe Neri, lugar donde se zanjaron diferencias a golpes entre alumnos del incipiente Liceo de Hombres de Villa Alemana, que ocupaba un caserón que había sido residen-cia del Cura Cornejo en calle Londres.

Más al norte por la vereda derecha estaba el Registro Civil a cargo de la mamá de la madame Judith Varas, que fue nuestra profesora de francés en el Liceo. Allí cerca estaba la Pastelería “La Selecta” donde pasábamos los días domingo de regreso del Estadio Municipal, a comer los exquisitos empolvados de doña Zunilda González, encantadora se-ñora que aún me parece ver con su impecable vestimenta , pasándonos los empolvados con un tenaza que manejaba con destreza, que con mi hermano menor recibíamos ex-tasiados y felices.

La calle Latorre fue testigo de muchos hechos de la histo-ria de Villa Alemana, por ella pasaron miles de estudiantes en los desfiles que se efectuaban a los sones de la Banda del Hogar Carlos Van Buren que dirigía el profesor More-no, con las autoridades instaladas en las gradas del Teatro Pompeya y muchas otras que no es posible detallar en esta oportunidad, pero, para poner un broche, en esta calle nos ha acompañado por muchos años la Cadena Musical Prat,

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TEATRO POMPEYACecilia Díaz Valenzuela

La reunión de jóvenes del día Domingo en los años 60 sin duda era la función de matiné (2.30 pm) en el teatro Pompeya de Villa Alemana.

La primera película que se exhibió fue “El hombre Mos-ca” de Harold Lloyd. Al correr de los años las principa-les películas en cartelera visitaban la ciudad; “Ben Hur” dirigida por William Wyler, “Amor sin Barreras” dirigida por Robert Wise, “Operación Trueno” dirigida por Te-rense Young, con Sean Connery como James Bond 007, “El bueno, el malo y el feo” dirigida por Sergio Leone, “El Padrino”, dirigida por Francis Ford Coppola, también pe-lículas de cantantes famosos como: Palito Ortega, Sandro y Luis Miguel.

La idea de construir un teatro es de Don Domingo Com-posto Celli en terrenos comprados a don Buenaventura Joglar, que en aquella época eran bellas viñas, flores, va-riados arboles donde predominaban los espinos.

A cargo de la construcción estuvo el arquitecto Aquiles Landoff (chileno) y Renato Shiavon (italiano), los mismos que construyeron el Teatro Municipal de Viña del Mar. El estilo de construcción es una mezcla de Ecléctico (es-tilo mixto, tomado de varias fuentes y estilos ) antes del siglo XX, Neoclásico (se inspira en los monumentos de la antigüedad grecorromana), Art Nouveau (un arte que se adapta a las circunstancias de la vida moderna) y Tradi-cional Chileno. Estilo que se conserva hasta hoy año 2012 y que gracias a las gestiones del acalde José Sabat y Don Oscar Sumonte, Director del Departamento de Cultura, se

encuentra en un proceso de reconstrucción, dando una restauración profunda para así recuperar su origen.

El 13 de Agosto del año 2008 es aprobado por unanimidad la solicitud de declaratoria de Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico. En su inauguración en el año 1926 algunas palabras de Don Domingo Com-posto fueron: “Era necesario que la cultura tuviera aquí su santuario, las familias un sitio digno de ellas, el arte su templo y la oportunidad de poder decir a sus hijos, a sus huéspedes y a sus visitas, aquí tenéis una sala de espec-táculos que en nada desdice a las que tienen las grandes ciudades, es vuestra esta sala, es para vosotros todos, to-madla bajo vuestra protección dispensadle cariño y no le desdeñéis vuestro afecto”.

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ANECDOTAS DE UN JOvEN MATRIMONIOAlicia Duran Feltez

Nos casamos el año 1957 y al siguiente año ya pasamos a ser papis.

Mi consorte se inscribió en una venta de terrenos, para seguir con la casa, ésto sucedió en Peña Blanca.

Nosotros vivíamos en Quintero, pero el tiempo pasa y un día mi pareja (como se usa en estos tiempos) preparamos el viaje: canastos con comida y bebidas, sin faltar el huevo duro y pan amasado. Y a conocer el terreno comprado. El problema era que no era fácil salir de Quintero ya que en ese tiempo el puente estaba cortado y cruzábamos en bal-sa, la micro (que antes llamábamos góndola) atravesamos el río Aconcagua en Con Con y luego tomamos el tren ha-cia Peña Blanca con un sol abrasador. Nos bajamos en la estación y luego a patita llegamos al fundo de la compra, lo primero que vimos fue una laguna no muy grande con unos eucaliptos huachos (en este momento es la escue-la de población Almirante Wilson) alrededor cerros secos con hornos carboneros, muchos pájaros y conejos.

Ubicamos donde estaban los planos del terreno, en ese tiempo a cada socio le correspondía según la ubicación la cantidad de metros cuadrados, a nosotros nos toco 2.500 metros cuadrados, era el más grande y estábamos conten-tos. Ya que era nuestra futura casa. Nosotros viajábamos con una persona mayor (mi madre) y solo queríamos co-nocer el lugar.

Pero los vecinos era una familia grande que venía de Qui-llota, a su casa venían, sus suegros, abuelos, hijos, en fin traían un montón de comida y herramientas: palas, chu-

zos, azador, escoba. Trabajaron a lo bruto para emparejar el terreno y dejarlo limpio.

Pasó el tiempo y mi familia se cambio a Punta Arenas, al tiempo nos avisaron que la cooperativa había cambiado los planos, por motivos de economía y cada socio se que-do con 500 metros cuadrados y empezaron la urbaniza-ción de la población calles, luz, agua, etc.

A los años siguientes viajamos de vacaciones y nos avi-saron que las casas estaban listas. Vinimos nuevamente a ver las casas; nos dieron el número y la calle, llegamos, entramos y se enojó mi pareja, dio patadas a las murallas, que eran de Permanit, material que no era el que habían prometido. Pero la casa era nuestra y había que ocuparla sea como sea, el tiempo nos enseñó, que las paredes su-puestamente frágiles, son más firmes que una roca. Los terremotos nos sacuden, pero la casa queda igual y por eso damos gracias a Dios, más aún cuando hay niños.

Tenemos un gran patio con árboles frutales, árboles nati-vos, palmeras, en fin uno propone y Dios dispone, podría-mos vivir en el campo o en la playa, pero Villa Alemana y Peña Blanca nos da el cariño de su gente y salud gracias a su clima. Que más puede pedir un matrimonio de 75 años de edad y 55 de casados, que para Navidad cumpliremos 56 si Dios quiere, con 3 hijos y 5 nietos.

¿Siempre nos preguntamos que sería de de nuestros nume-rosos vecinos de Quillota?

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AMO El AMOR DE lOS MARINEROS…Chita Fuentes

(2do. Lugar en el 2do. concurso Sus Historia nuestra Historia)

“Basada en una historia que me contaron y que talvez a varias mujeres le ha ocurrido algo parecido”

Yo nací y crecí en un pequeño y hermoso pueblecito de la zona central. Un pueblo con olor a campo, un pueblo con olor a poleo y hierba buena y bajo la protectora mirada de nuestra grandiosa cordillera. Como toda niña, yo crecí con un sueño. MI sueño no era ser princesa, como soñaba mi hermana,,, ni era ser pirata como soñaba mi hermano… No. Yo soñaba con “Poder to-car el cielo” y para eso, debía casarme con un marinero.

Todo comenzó cuando la tía Juana, prima de mi madre, se casó con un comerciante de Villa Alemana y se mudó a vivir a esta ciudad.

Al poco tiempo, mi madre y su hermana, la tía Olimpia, viajaron a visitarla. De regreso a nuestro pueblo, no para-ban de hablar de la belleza de esta tierra, pero según la tía Olimpia, lo más maravilloso era su cercanía con Val-paraíso, ya que para ella, conocer este puerto, fue como conocer el cielo.

Después de esa primera visita a la Región de Valparaíso, la amistad entre la tía Juana y la tía Olimpia creció mucho, tanto que sus visitas a Villa Alemana se hicieron cada vez más seguidas y…cada vez más largas.

Por ese tiempo, los “cuchicheos” entre mi madre y mi abuela crecieron muchísimo…y en todos me parecía oír el

nombre de la tía Olimpia. Hasta que una tarde, escondida bajo el faldón de una mesa rinconera, oí las confesiones que la tía le hacía a mi madre. Recuerdo que mi madre dijo que una relación fuera del matrimonio, aparte de ver-gonzosa, era pecaminosa. A lo que mi tía contestó, que no le importaba ir al infierno, ni perder su alma inmortal, ya que lo único que la salvaba del “infierno de esta vida, eran esos periódicos encuentros con su marinero”.

Mi madre le dijo que el tío Pedro, aunque flojo y bueno “p’al vino”, era un buen hombre. ¿Un hombre?, contestó la tía, mi marinero sí que es un hombre. Con sólo mirarme, me hace tocar el cielo con las manos. Después de eso, se marchó y ya no la volví a ver. Durante mi adolescencia, en las tardes de Primavera, tirada de cara al cielo veía desfilar las nubes, que de a poco se convertían en barcos y marineros que con Arturo Prat a la cabeza extendían sus manos llamándome a vivir una aventura de amor.

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MATANDO El ABURRIMIENTO EN AQUEllOS AñOS.

Adrew Guerra Campbell(3er. Lugar en el 2do. concurso Sus Historia nuestra Historia)

Iniciándose la segunda mitad del Siglo XX, había en Villa Alemana varios lugares donde la gente solía reunirse para pasar el rato. En los veranos se cerraba calle Latorre, que en aquel tiempo todavía no era peatonal. Ahí acostum-braba a pasear la juventud, en un recorrido rutinario que

Algunos años más tarde mi abuela enfermó y quiso ver a la tía Olimpia. Cuando mi madre le dijo que no podía lo-calizarla, mi abuela sonrió tristemente…”ella cumplió su sueño -dijo- lo que es yo, ni siquiera logré conocer el mar” Luego cerró sus ojos para siempre.

Así aprendí que a veces la vida sólo nos ofrece una opor-tunidad y que debemos luchar por cumplir nuestros sue-ños. No bastaba con idealizar. Yo tenía que conocer a mi marinero si quería “tocar el cielo”.

Por aquél tiempo ya conocía a Jorge, y aunque él quería ser algo más, para mí sólo era un querido amigo. Una tar-de que estaba más insistente que de costumbre, le dije que sólo lo aceptaría cuando fuera “un profesional y usara un lindo uniforme marinero”. De lo contrario, podía dar por terminada nuestra amistad y ya no quería volver a verle.

No supe de él hasta la siguiente primavera, en que sorpresi-vamente me lo encontré en nuestro escondite junto al este-ro. Se veía radiante con su uniforme marinero… y allí detrás de los retamos y sobre el poleo y la hierba buena, “logré tocar el cielo con las manos”…cielo que se rompió en mil pedazos al día siguiente, cuando Jorge me dijo que él jamás podría ser marinero, porque le tenía pánico al mar.

Después de confesarle todo a mi madre, ella decidió “po-ner tierra de por medio” y me mandó a pasar una tem-porada a la casa de la tía Juana a Villa Alemana. Así fue como “cambié de amor”. Me enamoré de Villa Alemana, me enamoré de su clima y de su gente, principalmente. Como muchos años antes le oí decir a la tía Olimpia, me enamoré de su cercanía con Valparaíso… me enamoré del mar, de su brillo y de su grandeza…me enamoré de su

entorno…de ese movimiento febril de colmena en prima-vera…me enamoré del viento y del olor que trae de tierras lejanas y de las insondables profundidades…aunque, por algún motivo ese mismo olor que tanto amaba, de pron-to empezó a sentarme mal…comencé a sentir un terrible asco en la boca del estómago. Se lo dije a mi tía Juana, pero ella, sin asomo de sorpresa me dijo – chiquilla, tú estás embarazada-.

A los pocos días llegó Jorge, moreno, buen mozo y cari-ñoso como siempre. Me dijo que aunque él no soportaba el mar, ya que se mareaba con sólo verlo, viviría conmigo donde yo lo decidiera. Así fue cómo empezamos nuestra vida juntos en Villa Ale-mana. Yo he podido seguir disfrutando del mar muy a me-nudo, pero más que nada, he podido disfrutar el amor de un hombre que aunque no es marinero ni usa uniforme, me ha demostrado que el cielo lo podemos alcanzar cada día con las cotidianas cosas de la vida.

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iba desde calle Valparaíso a Buenos Aires y viceversa; los varones por un lado y las niñas por otro, todas ellas lu-ciendo elegantes vestidos, zapatos de taco alto y cartera. Hacer una conquista no era fácil, había que ingeniárselas. El método más utilizado consistía en que el varón se acercaba a las niñas y apuntando a la que le interesa-ba, le hacía la típica pregunta que servía de entrada : “Señorita: ¿me puede decir la hora?” Si la niña respondía amablemente estábamos listos; pero si contestaba con un “¿Porqué no vai a mirar la hora a la estación?”, la estrate-gia había fracasado.

También en verano teníamos los carnavales, donde la ca-racterística eran la challa y las pelotitas rellenas con ase-rrín y sujetas con un elástico. Pero no faltaron los genios que remplazaron el aserrín por arena y el elástico por un cordel, que dejaron varios ojos en tinta y cabezas con chi-chones. Debido a este y a otros desatinos, los carnavales tuvieron que decir adiós.

Como en Villa Alemana había una gran colonia de italia-nos, existían dos instituciones que los albergaban. Estaba el Sportivo Italiano para los jóvenes, que curiosamente, en vez de bailar tarantelas, sacaban chispas con el Rock and Roll. Desde la calle podía observarse cuando las be-llas italianitas hacían el giro mientras bailaban y se les veía hasta más arriba de la rodilla. Para los mayores exis-tía el Círcolo Italiano, donde actualmente está ubicada la Municipalidad. Contaba con una doña cancha de bochas. Ahí el capísimo era don Silvio Cotroneo, quien de un solo bochazo hacía volar las pesadas bolas, que al estrellarse contra la pared de madera que daba hacia Av. Valparaíso, producían un gran estruendo, que hacía saltar a los pobres transeúntes, traumados por los bombazos que empezaban

a ponerse de moda en esos tiempos.Para comerse un rico helado, estaban la ”Eva” y el “Pom-peya”, pero para servirse un tremendo plato, un vino fino o jugarse un cacho, nada mejor que el “Cinzano” o el “Sin Rival”. Los que andábamos con los bolsillos medios planchados, preferíamos el “Sheraton Avenida” en calle Valparaíso al poniente de Caupolicán, cuyo propietario, don Lucho, servía unas exquisitas cazuelas a buen pre-cio. También frecuentaban ese lugar algunos “choros” de la época, como “El Parola”, “El Cochigua”, “El Pata de Vaca” y “El Charquicán”. A este último le faltaba un ojo, producto de un “cariñito” que le habían hecho, por lo que debía usar uno de vidrio. En una oportunidad, estábamos tomando unas “chelas” con mi amigo Álvaro y apareció “El Charquicán”. Mi amigo le echó una talla, que pilló atravesado al “Charqui”. Se aproximó a la mesa en forma amenazante, se paró a nuestro lado, se sacó el ojo (el de

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PERSONAJES TÍPICOS DE AQUEllOS TIEMPOSAdrew Guerra Campbell

En la mitad del siglo XX, digamos que, entre fines de los años ’50 y mediados de los 60, Villa Alemana todavía podía considerarse como un pueblo chico donde todo el mundo se conocía. No se registraba aún la llegada masiva de habitantes desde Valparaíso, Viña y otras comunas. Por esa razón, eran fácilmente identificables los personajes típicos de la ciudad, que no eran pocos y que podían agru-parse de acuerdo a su actividad. Primeramente destacaban los lustrabotas, que se ubicaban en el Portal “Pompeya” y que, en aquellos años, cobraban una especial importancia, ya que era de pésimo gusto que un varón fuera a pasearse al centro o asistir a la misa dominical con sus zapatos sin lustrar.(Ni se soñaba con las Adidas, Nike , Brooks, etc).Los principales representantes de ese oficio eran el “Caro-ca”, que cuando se tomaba unas cañas de más, se paraba en las escalinatas de la antigua estación y utilizándolas como podio, hacía encendidos discursos dirigidos a una multitud imaginaria, siempre acompañado del “Nacional”, su fiel quiltro. Otro en esta categoría era el “Carretita“ a quien le faltaba una pierna, pero así y todo, apoyándose en su muleta se las arreglaba para meterse a las pichangas que tradicionalmente jugaba el público durante el entre-tiempo de los partidos oficiales en el Estadio Municipal. No faltaba el mal intencionado que de repente le hacía una zancadilla a la muleta del pobre “Carretita” haciéndo-lo morder el piso de la cancha, que en aquellos tiempos era sólo de ripio.

Completaban este grupo de elite el “Mudo” con su impe-cable uniforme plomo y gorra de marino, “El Ñato” de muy malas pulgas, que les tiraba el lustrín por la cabeza a los

vidrio por supuesto) y arrojándolo dentro del vaso con cer-veza de Alvarito le gritó:” Mira #%@$*##, te vai a tomar la pilsen de un solo pencazo, si no, te saco la #$%&@!”. A mi pobre amigo, que a esas alturas no paraban de tiritar-le las cañuelas, no le quedó más que obedecer la peren-toria orden del ofuscado “Charquicán” y pegarse el taco de cerveza con el ojo dentro del vaso, sin poder disimular unas cuantas arcadas. Bueno, y por supuesto que en Vi-lla Alemana, en esa bella época, no podían faltar algunas de aquellas casas. Las principales eran “La Luz Verde”, en Población Prat y “Las Tres Luces”, en calle Berlín, frente a la actual estación Las Américas. Esta última era la más po-pular de todas. Cualquier viejo villaalemanino que niegue haber estado ahí alguna vez, está mintiendo. La capitana era “La Ñata Julia” y como primer oficial se desempe-ñaba “El Patty”, que años después, gracias a los milagros de la cirugía, se transformó definitivamente en “La Patty”. Ahí se bailaba al ritmo de Luisín Landáez, pero el número estelar lo presentaban tres gordas, que totalizaban como 150 años entre ellas. Ejecutaban un baile tipo can-can que finalizaba con un sensual movimiento de “colita”, cuyo objetivo era incitar a los parroquianos a caer en pecado. Al día siguiente, los giles que habían caído en la trampa, arrepentidos se sentían obligados a ir a confesarse donde el único párroco que había entonces, nada menos que el fregadísimo cura Larraín, quien les imponía severas penitencias que debían cumplir al pie de la letra.

Ese era el Villa Alemana casi sin delincuencia, sin drogas y donde todos se conocían.

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pelusas que lo molestaban y finalmente, un gordito al que le faltaban algunos dedos de su mano, cuyo nombre no recuerdo y que fue el último en desaparecer de la escena.

Otro grupo importante lo integraban los jardineros, en-cabezados por el popular “Come Niñitos”, seco para el tinto, que acostumbraba a llevar consigo unas agujas grandotas que introducía en sus oídos. Cuando alguien le preguntaba porqué hacía tamaña locura, respondía que era para matar a los demonios que se le metían por ahí.También se destacaba en este oficio el “Tribilín”, súper trabajador, pero que de repente le gustaba apoderarse de lo ajeno. En una oportunidad el mentado “Tribilín” le vendió al papá de un amigo unos ladrillos que resultaron ser robados. Un día llegaron los carabineros a la casa del comprador y casi se lo llevan preso. Al final debió devol-ver los ladrillos, perdió la plata y anduvo tres días con indigestión nerviosa.

Otros personajes típicos eran los vendedores a domici-lio. Algunos de ellos andaban a pie, especialmente los pescadores que anunciaban sus productos a grito pela-do. El más conocido era el “Pescaíto”,. quien tenía por costumbre enterrar los pescados que le sobraban de la venta del día, en la arena del estero para conservarlos y al día siguiente venderlos como recién traídos de la caleta. Todos conocían esa táctica del “Pescaíto”, pero curiosa-mente igual le compraban el producto. ¿Sería que antes éramos menos escrupulosos que ahora?

De los que se movilizaban en carretela estaban los verdu-leros, vendedores de helados, panaderos y lecheros. Pero había un lechero –don Samuel- que decidió incorporar nueva tecnología a su actividad, adquiriendo una camio-neta Ford “A” de 1929. En la parte posterior transportaba

los tarros gigantes de leche que contaban con una llave en su parte baja, para poder extraer el producto. En una oportunidad, cuando iba partiendo con su camioneta a la altura de calle Berlín con Blanco, apareció el “Loco…….” (omito su nombre porque que es amigo mío) y le abrió las llaves a los tarros lecheros, quedando una blanca estela a lo largo de una cuadra hasta calle Latorre. Juraba don Samuel que cuando diera con al autor de la broma lo iba a matar a palos, pero parece que nunca lo pilló porque todavía anda por ahí, vivito y coleando.

Y finalmente habría que mencionar a quienes hacían fletes en sus carretelas, como el “Flecha”, transportista oficial de la Ferretería “Sambucetti”. Para el “18” iba a las ramadas a bailar cueca con su elegante terno azul, sombrero blanco, un clavel rojo en el ojal y elegantes zapatos nuevos que al día siguiente ya parecían chancletas .

Y… ¿quién no conoció al “Torito”, transportista de arena y su fiel caballo “Laucha”? Por falta de espacio, no pudi-mos comentar de otros como el “Chapalele”, el “Peque-ño”, con su metro y 90, el “Dean Martin”, copia fiel del original, etc. Para otra vez será.

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vIllA AlEMANAAntonio Lazcano

Fue en el mes de Febrero de 1950, cuando mi familia de-cidió mudarse a esa apacible ciudad, contaba con nueve años de edad.,mi padre había comprado una casa – quin-ta, con un terreno de 25 metros de frente por 50 metros de fondo, en el que poco a poco fuimos plantando arboles frutales, llegando a tener mas de sesenta. Llegamos a tener 27 patos, a los que me tocaba cuidar y alimentar Desgra-ciadamente la casa no estaba terminada, solo teníamos dos piezas de cuatro por cuatro metros y una letrina en el patio. Poco a poco se fueron construyendo otras piezas hasta completar nueve.

Era una ciudad neta de campo, muy pocos vehículos tran-sitaban por sus calles, incluso en la punta de diamante de Peña Blanca había un bebedero de agua para los caballos que circulaban por la ciudad, la calle Victoria estaba sin pavimentar, el Puente Negro (hoy Villa Blanca) tenía solo una pista, en general todos los puentes tenían esas carac-terísticas. No había liceo en la ciudad y los estudiantes de secundaria debían viajar a Quilpué. El medio de loco-moción más usado era el tren, habían unos automotores alemanes muy cómodos y unos trenes grandes que tenían primera, segunda y tercera clase y que llegaban hasta la estación Mapocho, el más famoso era el Arratia, que salía a las 18 horas de Puerto y llegaba a las 23 horas a Santia-go. Cuando se trasladaba en tren a Quilpué, se percibían muchas viñas al costado norte de la ciudad, era famosa la fiesta de la vendimia, también los 18 en la Población Prat (llapa verde), con sus fondas, carreras de ensacados, palo encebado, carreras a la chilena , etc. ocasión en que las personas lucían sus “pintas nuevas”. Otro centro de en-

tretención era el teatro Pompeya. En el verano se hacían bailes en la calle Baquedano al costado de la estación de Peña Blanca.Se podía salir sin ningún cuidado, no había delincuencia, cuando salíamos dejábamos algunas ven-tanas abiertas, vivimos así por tres décadas y nunca nos entraron a robar. Lo mas destacable era la fraternidad de la gente, cuando mi madre estaba enferma, iba una vecina a hacer los quehaceres de la casa, y si alguien se mudaba de barrio, todos ayudábamos a cargar el camión, con muebles y enseres.

Cuando mejor lo pasábamos era con la llegada de cada año, porque compartíamos con todos los vecinos, pasá-bamos casa por casa dando abrazos. No había muchos adelantos, para bañarse era toda una odisea, había que cortar leña y calentar agua en un gran tiesto, que poste-riormente se depositaba en una tina del baño., mas ade-lante se ocuparon califont de espíritu y por allá por los 60, los actuales a gas licuado, las cocina eran a leña, después a parafina y finalmente a gas.;las lavadoras no se cono-cían, se usaban artesas, los televisores menos, ellos re-cién aparecieron para el mundial del 62, pero muy poca gente tenía uno porque eran carísimos; no habían super-mercados, solo negocios de barrio, llamados boliches a cuyos dueños les iba muy bien, los alimentos se vendían en estado natural, por ejemplo se vendían gallinas vivas y había que estirarles el cogote para matarlas, luego ca-lentar agua para desplumarlas y finalmente aderezarlas y comerlas. Las familias eran numerosas, yo tenía amigos que tenían 5 o más hermanos, solo el hombre trabajaba fuera y la mujer en casa. Había dos escuelas públicas, la 59 de hombres y la 109 de niñas, algunos iban descalzo a clases. Lo que caracterizaba a la ciudad eran los molinos de viento, hoy quedan menos de una decena. Nos entre-teníamos con una pichanga de barrio, las escondidas, el

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MI HISTORIA EN vIllA AlEMANA…luis leonardo Maturana Núñez

Nací en Santiago de Chile el año 1936, cuando empezó la Guerra Civil Española y mis primeros años de infancia fueron humildes, pero con la sólida formación familiar que se imponía en esa época. En los albores de mi adolescen-cia comenzaron los primeros signos de inquietud propios de esa edad, tales como, ansias de viajar, conocer otros lu-gares, leer a Julio Verne, Emilio Salgari y Karl May, como también practicar atletismo, que era mi deporte favorito. En el fútbol nacional me gustaba el viejo club Magallanes.

Al cumplir los 16 años de edad, mediante un concurso publicado en el diario, ingresé a la Armada Nacional, como futuro marino de la Escuela de Grumetes ubicada en la Isla Quiriquina, a 6 millas de Talcahuano. En dicha institución permanecí 5 años navegando en la Corbeta Papudo y estudiando en la Escuela de Ingeniería Naval para no renovar contrato posteriormente. Precisamente en ese período en la Armada, conocí Villa Alemana, pero viéndola desde la ventanilla del tren, cuando era escala

obligada del tramo Valparaíso - Santiago. Viajaba en cla-se “ordinaria”, demorando por esos años como 4horas y media en cumplir dicho trayecto.

Regresé nuevamente a vivir con mis padres en Santiago, encontrando empleo en FENSA y después en PHILIPS Chi-lena como empleado en la parte administrativa , estudian-do de noche para obtener el título de Contador. En el año 1963 contraje matrimonio con Julia que tenía 20 años de edad y yo 26 años. Hasta el año 1969 habíamos procrea-do 3 hijos: , Iván, Claudio y Leonardo que obviamente, nacieron en Santiago.

En ese año, la Gerencia de Philips chilena me ascendió y me destinó como Administrador de la Sucursal en Valpa-raíso, recibiendo esta nominación con entusiasmo y ale-gría, pues, regresaba a la 5º región donde evocaba bellos recuerdos de juventud.

paco ladrón o el corre el anillo.Sesenta años después las cosas han cambiado mucho, se ha dado paso a la modernidad, la ciudad ha progresado, tiene un moderno centro cultural , una linda plaza con entretenciones para los niños, pero añoro la fraternidad de mis vecinos de antaño, el romanticismo en las fiestas de juventud, sin embargo sigo amando a la ciudad de la

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En el año 1973 nace mi hija Lorena, completando con ella cuatro hijos mi familia, de los cuales tuvieron una in-fancia y adolescencia feliz y con amistades perdurables, pues , en su calidad de adultos han formado familias en otros lugares, como ser en Argentina, Osorno , Santiago y el hijo mayor que vive en esta ciudad.

Por unos años mi señora y yo nos instalamos con una bo-tillería (Botillería Corona) la cual en un principio anduvo muy bien, pero sucumbió después ante la llegada de las grandes cadenas de supermercados.

Los años han pasado y lógicamente estamos más viejos, pues, ya he cumplido 75 años de edad y mi esposa pron-to cumplirá los 70, esperando con optimismo cumplir las BODAS DE ORO el próximo año.

Damos con mi familia gracias a Dios, por tener una exis-tencia grata y vivir en una ciudad sencilla, pero que ema-na un fuerte calor humano, además de la complacencia y seguridad que otorgan los variados beneficios dirigidos al Adulto Mayor por el excelente desempeño e iniciativas del Alcalde Sr. José Sabat M. de la I. Municipalidad de Villa Alemana.

Evidentemente tenía que elegir un lugar para establecer mi hogar, con la condición especial de no vivir en cerros porteños que me pedía Julia. Al principio empecé a bus-car en Quilpué, porque ya la conocía, pero alguien me comentó que en Villa Alemana era mejor el clima y los precios de las viviendas, más bajos. Esta recomendación fue excelente porque visité por primera vez esta ciudad, agradándome de inmediato la idea de definir una vivienda fija con mi familia.

El 13 de septiembre de 1969, siendo una fecha memora-ble, me establecí en Villa Alemana, adquiriendo una casa ubicada en la calle Arrieta a tres cuadras de la Avenida Valparaíso, siendo actualmente un lugar céntrico por el posterior progreso que en ese entonces fue adquiriendo la ciudad.

En el año 1970 nos visitan mi hermana Leonor con su esposo Sergio Olivares, que vivían en Santiago con sus dos hijos. Ellos cuando conocieron VILLA ALEMANA, se deslumbraron tanto que tomaron la decisión de venirse a vivir acá, renunciando él a su empleo en la capital, ven-diendo su casa, vehículo y otras pertenencias.

Mi cuñado Sergio , Q.E.P.D., fue el comerciante que instaló el primer supermercado en Villa Alemana, cuyo nombre fue Supermercado “CORONA”, ubicado en Av. Valparaíso, paradero 7. Tuvo una gran clientela por su ex-celente atención y también por tener abastecimiento per-manente en los difíciles años previos al golpe militar. Mi cuñado dejó muy gratos recuerdos en la gente y clientela que lo conoció, lamentándose su temprano deceso a los 49 años de edad.

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MI vIDA CON MANUEl MONTTAna Maria Joaquina Mela

Manuel Montt, fue mi pareja durante 8 años, juntos éra-mos muy felices, él un hombre muy sencillo y bueno me ayudó con mis dos hijas y dos hijos, él estaba separado hacía 15 años al igual que yo, tenía dos hijos: un joven y una niña, bellas criaturas.

Ambos estábamos solos, por lo que después de un año de pololeo decidimos irnos a vivir juntos. A mí me costó al principio pues estaba acostumbrada a mi soledad y no quería sufrir de nuevo, pero al pasar un año él enfermó y le diagnosticaron un tumor a la hipófisis (una glándula que se encuentra en el cerebro), íbamos juntos a todos lados, me trataba como si fuera un cristal, pues él tenía mucho miedo de que me fuera antes de este mundo y lo dejara solo, ya que yo tenía problemas a las coronarias.

En marzo de 1996 entré al club de la tercera edad de la Cruz Roja de Villa Alemana, en esa época tenía 52 años y él 53, yo añoraba los días martes pues en el club había personas lindas y sinceras, tejíamos y hacíamos cosas be-llas, ha fines de año teníamos un hermoso paseo y nos divertíamos lo que permitía que se suavizara mi pena.

Cada diez días íbamos al hospital y fue en octubre cuan-do tuvo su primera operación, sufrió mucho, incontables veces lloramos juntos, sin saber que hacer, orábamos y asistíamos a la iglesia, pero mi único alivio era la reunión de los día martes en la Cruz Roja como también el ver a mis hijos crecer y educarse: sin él no se como lo hubiera logrado. Él me enseño de la vida, me abrió los ojos, pues yo era muy lesa, todo lo creía, me enseño a ver lo que era verdad o lo que era mentira.

Las damas de la Cruz Roja nos ayudaron mucho, al igual que la señora Carolina Paff y su esposo el Alcalde don Monchito, no recuerdo bien su nombre pero si sus buenas obras.

Y con resonancias magnéticas y scanner fueron pasando los años, los hijos crecieron hasta que llegó el momento doloroso tanto para ellos como para mí, porque lo amába-mos tanto. El día 3 de agosto cumplimos 6 años juntos y como además era el día del papá, lo pasamos muy bonito, llovía mucho, aunque ya había sido operado por segunda vez, fuimos a Valparaíso con Franco, mi hijo más rebelde pero que en el fondo quería mucho a Manuel y juntos paseamos e incluso fuimos a la “Puerta del Sol”, un res-taurante porteño.

Bueno, el 6 de agosto volvió a sentirse mal por cuarta vez y ya no pudo más, había que operar de nuevo, pero en esta oportunidad sería de alto riesgo.

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INFANCIA EN El SANATORIOPatricio Mela

Cuando niño en la década del 50, venía todos los veranos e incluso a veces casi todo el año a Villa Alemana, venía a la casa de la tía Mercedes quién estaba casada con el tío Clemente Gómez, él trabajaba en la casa de reposo, perteneciente al Sanatorio de Peña Blanca, ubicada en lo que hoy conocemos como calle Cien Águilas y el terreno era tan grande, que ocupaba lo que hoy es la población que está frente a la plaza en calle Victoria donde esta la Policía de Investigaciones.

Ellos vivían en la parte baja, cerca de una compuerta, era

una casita que estaba en medio del bosque y en la parte de atrás estaba la lavandería y el garage donde se guarda-ban los vehículos. La profesión del tío era la de ingeniero mecánico y tenía la misión de manejar la ambulancia y el camión que traía la mercadería de las compras para el Sanatorio, según recuerdo fue uno de los integrantes del conjunto “Los Cuatro Huasos” a quienes se les recuerda entre otras por la canción “Matecito de plata”.

Mi tío era viudo y tenía una hermosa niña llamada Aman-da, por su parte la tía tenía un hijo llamado Juaco, él era en realidad mi primo, y todos juntos lo pasábamos de ma-ravilla Nosotros teníamos una hermana llamada María Teresa, a quien mi madre entregó en custodia a los tíos cuando sólo tenía solo 6 años. Amanda y Maria Teresa se querían mu-cho, mi hermana era muy inteligente y pipirigua, incluso recuerdo que un día ambas niñas y yo, nos pasamos a la quinta vecina a sacar frutas, pero don Raúl, el cuidador, nos pilló y fue tanto lo que corrimos que al salir mi her-mana enganchó los cuadros en una rama, fue un tremen-do susto, así que no volvimos a hacerlo, pero mi tío que supo la historia les puso por sobrenombre a ambas “Las Diablas con faldas”.

La casita estaba en medio del bosque, era como un sueño, todos los veranos nos juntábamos todos los primos, lo pa-sábamos lindo, mis primos estudiaban en el colegio Ale-mán y nosotros teníamos un profe en la casa, nos arran-cábamos a los árboles para escondernos pero cuando nos pillaba nos bajaba a chicotazos.

A mi hermana se la llevaron un día a Santiago (caprichos de madre supongo yo), la cosa es que María Teresa enfer-

Esa mañana quise quedarme con él, pero no lo permitió y me mandó para la casa, al despedirse me dijo “cuídese, mañana me hacen los exámenes, yo ya estoy en manos del doctor Francisco González (medico cirujano) y de Dios”. Me vine a casa con el corazón dolido , algo me decía que no volvería a verle con vida, lloré, lloré mucho, a las 20 hrs sonó el teléfono, era él quien con voz casi llorosa me dijo “Hija mañana me operan, esté tranquila, estoy con Dios… yo no sé si nos volveremos a ver… te amo… estoy tranquilo”.

El día 10 de agosto falleció a las 5 de la madrugada… a pesar del dolor, invadió mis sentimientos el dar las gracias al Señor porque lo cogió en sus brazos y permite que su imagen siempre esté conmigo.

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Nos agrado porque era un pasaje particular (que ahora le llaman condominio).- Todos los vecinos, por fortuna, formamos una unión de convivencia maravillosa, fuimos amigos y más tarde fami-lia, nos ayudábamos en lo que podíamos y hasta hacía-mos convivencias tanto en invierno, como en verano. En invierno jugábamos lotería, canasta y otros juegos típicos de la época,

Todos éramos jóvenes, así que allí fueron naciendo nuestros hijos, (algunos tenían uno o dos pero chiquitos) y en verdad teníamos la tranquilidad propia de la época, ellos jugaban en el pasaje, que les parecía un patio grande y como estudiaban en los mismos colegios los varones en el Champagnt y las niñas en las Pasionistas de Quilpue todos se acompañaban y los que tenían vehículos los lle-vaban en las mañanas.

AñORANzAS DEl PASADOEliana Mesías Santibáñez

Llegué a vivir a Villa Alemana en el año 1965, junto a mi familia (esposo, hija y mi madre). Veníamos del cerro Concepción de Valparaíso, en donde tuvimos un lindo pasar, pero nos penaba la idea de adquirir nuestra casa propia y empezamos la búsqueda. No fue fácil y al final nos decidimos por una ubicada en el pasaje Condell, en-tre Madrid y Viena, en donde habían en total seis casas.

mó y un día con mis primos Juaco, Amada y las mellizas nos pusimos a jugar a enterrar botellas para después en-contrarlas, pero cuando me tocó a mí eran 10 botellas las que se habían escondido y sólo encontramos 9 y yo como en un presagio pensé que era la pérdida de mi hermana; por eso lloré, me desespere. Cuando esa misma tarde lle-gó un primo que me venía a buscar, lo vi y le dije “murió mi hermana”… él se asustó y me preguntó que como lo sabía… después supe que falleció de un infarto, el destino separó a las dos niñas Amanda y María Teresa quienes se querían mucho, mi dolor fue muy grande y es hasta el día de hoy, Mi hermana murió el 13 de enero del año 1957, cuando solo le faltaban 10 días para su cumpleaños. Para mantener en el recuerdo aquellos hermosos años construí una maqueta de esa bella casa que aún conservo.

Ya adulto me vine a vivir definitivamente a Villa Alema-na, gracias a Dios tengo mi casita en la población Rios del Sur, percibo una pequeña pensión y aunque estoy divor-ciado… vivo feliz.

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Fue un pasar tranquilo, muy apacible en la ciudad de la época, estábamos rodeados de familias conocidas, como ser los Amstrong, los Peralta, los Davidson, los Goberna, los Mutis, los Thorikay, el famoso abogado Fullerton (que era de lo mas divertido). Bueno, muchos de ellos emi-graron a Santiago o Viña del Mar. De algunos he sabido, otros nos abandonaron para siempre.

Pero fue una gran época. Recuerdo que en el estadio mu-nicipal había hasta un escenario, donde llegaban artistas que estaban en su apogeo, todos nacionales por supuesto. Dicen que toda época pasada fue mejor y de ello perso-nalmente no tengo ninguna duda.

Si era de lo más divertido correr en patota al tren de las 7.20 a.m., todos en dirección a sus trabajos. Viajábamos en el primer carro y se armaban unas chacotas de lo lindo, porque ya empezamos a conocernos todos los del mismo carro.- inventábamos salidas, asaditos para el fin de se-mana, en fin no faltaba vida social.- hasta nos juntábamos a veces para ir a bailar a un lugar que se llamaba Donde Porcell de Peralta o a comer donde Doña Marta.

Aparecí por acá a los 26 años y ahora estoy en la cuarta edad 77 años, pero todo es tan distinto; en todo caso ello no es sólo aquí.- ya no hay lugar que ofrezca seguridad, ese ambiente calido de camaradería todos los más entra-ditos en años queremos irnos temprano a la casa, a nues-tro refugio, pocos nos conocemos, porque han llegado nuevos habitantes y la ciudad ha crecido enormemente.

ME llAMAN MARGA – MARGAAna María Miranda Martín

Hoy mientras el sol alumbra el cielo primaveral y una suave brisa despeina mi caudal la nostalgia y el recuerdo me asal-tan y mi vida aflora con el orgullo silencioso del remanso, que guarda la experiencia del que mucho ha vivido. Alguien, me llamó Marga Marga, identidad que sin quererlo ha ido entrelazándose con la de los hombres que compartieron mi lecho y también mi entorno. A veces, evoco con nostalgia el aroma de las hierbas, que flotaban en mis aguas y la flora abundante, que me rodeaba. Los berros y el duraznillo de agua flotante se deslizaban sobre mi tenue corriente mien-tras los queltehues; las garzas, palomas, gaviotas, gorriones y golondrinas, convivían a mi alrededor alimentando con trinos mi tenue desplazamiento. A pesar de que me autode-nomino riachuelo, todos me llaman estero quizás porque mis aguas circunstancialmente son exiguas, o porque no provienen de la gran cordillera de los Andes sino de la cor-dillera de la Costa, de los Altos de Colliguay, recogiendo la confluencia de los esteros del Fullero, del Carrizo y los Coligues, como también del estero, que nace en el sector sur-oriente de la comuna de Villa Alemana, el de El Belloto y Quilpué, por nombrar algunos, a los que más adelante se incorporan el estero Las Palmas y El Olivar entre otros, todos ellos surtidos por aguas lluvias.

Sin embargo, me enorgullece haber sido tema de estudio de grandes historiadores e investigadores a los que intere-só mi cuenca, tal vez porque por ella han transitado los hombres desde la época pre-hispánica. Conocí de cerca y conviví con los picunches, pueblo de cazadores, primeros habitantes, de este territorio que me circunda. La calma de nuestra relación se vio interrumpida por la llegada de algunos indígenas diaguitas, acompañando la hueste del

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Imperio Inca. Parece que ya sabían, que en mi lecho guar-daba un elemento, que a ellos les interesaba muchísimo. Yo, ni lo sospechaba, mas bien creía que era el reflejo del sol que quedaba atrapado en mis arenas amarillentas. Con este descubrimiento, los nativos sometidos, comenzaron a cavar mis entrañas para buscar el preciado oro, que les permitiría pagar los tributos al Imperio. Las pochas, los bagres, las carpas, las gambusias comenzaron a migrar y mi vida experimentó un cambio, que tardaría mucho en reconocer. Las mujeres indígenas eran las encargadas de buscar en mi lecho el preciado metal, lo que me hizo en-tenderlas en su afán de reunir lo necesario para evitar las represalias de los incas.

En cuanto a mi nombre dicen que en lengua quechua se-ría markai markai cuyo significado es “fácil de transportar” más otros lo vinculan con el vocablo malghen, que dupli-cado quiere decir “mujeres”. De cualquier modo lo que me interesa contarles, es que un día a fines del año 1540 fuimos sorprendidos por la llegada de un español llamado Pedro de Valdivia acompañado de una cantidad aprecia-ble de soldados, que descansaron en mis riberas antes de desplazarse hacia lo que ahora se denomina Melipilla y encaminarse hacia el cerro que los nativos, como Michi-malonco, llamaban Huelén. Lugar, en que se fundaría el 12 de febrero de 1541, la capital de nuestro país. Mientras todo esto sucedía los nativos que habitaban mis riveras al-tas, dejaron de tributar para los incas y fueron obligados a trabajar para los recién llegados. Cuenta la leyenda, que tanto fue el oro que extrajeron de mi seno, que sirvió para financiar la mayor parte de las campañas de conquista que se realizaron, para someter a los diversos nativos que ha-bitaban el territorio que hoy ocupa Chile. En ese momento mi producción aurífera era valorada, por el Virreinato del Perú. Después de algún tiempo, Pedro de Valdivia cedió

el valle de Marga Marga a Rodrigo de Araya, quien es re-conocido como un buen gestor. Posteriormente, las tierras comienzan a dividirse y cambiar de dueños, dedicados principalmente a la ganadería. Sin olvidar que mi oro, era un motivo adicional de atracción.

Sin embargo, en el año 1800 la llegada de los Padres Fran-ceses a la Hacienda Los Perales, fue restituyendo mi paisa-je verde. Llegaban las primeras vides traídas desde Francia. Me refiero al Moscatel Frontignat, que permitió la produc-ción de vinos dulces utilizados en las misas. Mi aporte eminentemente aurífero comenzaba a diversificarse.

Fui testigo de los viajes esporádicos que a lomo de mula realizaba algún cura de Los Perales, para recorrer las ca-sonas de las haciendas oficiando misas, bautizando a los recién nacidos y casando en forma colectiva a todos aquellos, que se habían unido en pecado desde su última visita. Con la llegada del año 1854 se inició la construc-ción del ferrocarril entre Valparaíso y Santiago. La unión de las ciudades de Viña y lo que es hoy Quilpué se decidió

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vIllA AlEMANA CIUDAD BEllA DE lINDOS RECUERDOS Y SUEñOS

Teresa Ossandon

Tenía 18 años cuando formé una familia donde era yo quien trabajaba, en ese tiempo conocí las mejores familias de Villa Alemana, como el Señor Narciso Barbán, que era dueño del restaurant “Il Comendatore” y de la dueña de la tan conocida fuente de soda La Alambra, la Señora Vilma Hidalgo, quien era una dama muy linda y especial, se des-tacaba por su solidaridad al darle de comer a los pobres, apadrinaba el hogar Virgo Fidelis, donde había muchos niños huérfanos e incluso apoyaba a mi familia y a otras tantas de varias poblaciones. Yo le acompañaba en su que-hacer, íbamos de casa en casa repartiendo comida lo que provocó mi admiración y recuerdos a tan hermosa mujer.

En los tiempos del golpe militar, la señora Vilma era de izquierda y demostró ser muy valiente, me enseñó a va-lorarme como mujer, esposa y madre, ella me enseñó a amar esta ciudad.Villa Alemana creció junto conmigo y en la actualidad en que tengo 81 años, no borro de mi mente los recuerdos y las experiencias, donde hemos crecido juntas, tanto mi vida como la ciudad que amo e incluso me siento joven y linda como demostrando que soy parte de la ciudad de la eterna juventud.

En este momento participo junto a todos mis recuerdos en la Casa de Acogida del Adulto Mayor, donde asisto todos los días, cuando puedo bailo, canto y disfruto de la vida permitiéndome tener muchas ganas y energías

Es tanto lo que tengo que agradecer a esta hermosa ciu-dad, en primer lugar el haber conocido a personas como

realizar, luego de mucha polémica, por mi borde norte y la quebrada Las Cucharas, para continuar por la orilla del estero Quilpué. El proyecto ferroviario se concluyó el 4 de julio de 1863. Como podrán ver, mi existir ha estado muy ligado a las actividades de los hombres. Hubo tiempos en que proveí de agua potable a la ciudad de Viña del Mar y hace poco me he enterado de que en esa ciudad, quie-ren construir un complejo sobre mi lecho que se llamaría Margamar, que incluye marina, edificaciones y una serie de cambios estructurales en mi curso. La modernidad llega a todos los rincones. Pronto, a orillas del Ferrocarril fui obser-vando la llegada de nuevos personajes, que desarrollaron pueblos y ciudades. Ahora las más cercanas a mi cuenca han logrado unirse para constituir una nueva provincia. ¡Es-toy contento, se han acordado de mí!, le pusieron Provincia del Marga Marga, espero que también esto traiga no solo el desarrollo sino venga acompañado del reconocimien-to consciente y respetuoso, de quien ha sido colaborador permanente y silencioso de los hombres que acogí en mis riberas, disfrutaron de mis aguas y de todo lo que noble-mente he prodigado. No pretendo con esto cobrarme de lo que generosamente he cedido, sino que al igual que ellos, tengo el íntimo deseo de sobrevivir plenamente y disfrutar mis días y mis noches junto a lo que siempre fue mío. El verdor de mi entorno, el zigzaguear de los peces en mis aguas cristalinas, en completa armonía con la fauna y flora agregado al trinar de los pájaros, y al débil aleteo de sus retoños, prontos a iniciar su peregrinar, desde los nidos engarzados en las ramas de los árboles, simbolizando un nuevo amanecer.

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vIllA AlEMANA Y MIS HIJOSLya Cecilia Quiroz

En el año 1962 y estando recién casada, llegue con mi esposo a vivir a Villa Alemana. Desde entonces hemos permanecido 50 años en este lugar, que en un principio era hermoso y tranquilo, pero aunque no es lo mismo que en los años 60, sigue siendo lo mejor para vivir.

Aquí nacieron mis cinco hijos de los cuales pasé 6 años embarazada; 1962 primera hija, 1963 segundo hijo, 1964, para nacer en mayo de 1965, tercera hija, 1966, para na-cer en febrero de 1967, cuarto hijo y 1967, para nacer en marzo de 1968, quinto hijo. 2 hijas y 3 hijos, la mayor de 5 años y el menor recién nacido.

Con 5 hijos vivimos arrendando una casa quinta grande, espaciosa, asoleada y con muchos árboles frutales y 4 her-mosas palmeras. Allí crecieron felices y sanos mis hijos.Como toda mi familia y la de mi esposo vivían en Val-paraíso, y mi marido trabajaba en el puerto, yo viajaba todos los fines de semana a Valparaíso.Cuando ya tenia los cinco era un verdadero show viajar. Tomaba la llama-da liebre “Sol del Pacifico”. Para poder subir, tenían que bajarse uno o dos pasajeros para ayudarme con los niños y luego a mí con mi bebé recién nacido y cargada de bol-sones con pañales, ropas de cambio, olla para prepararles comida y otra para prepararles sus leches con alimentos cocidos, Nutrina u otro.

Cuando me bajaba en Yolanda para subir al cerro “Los Placeres”, siempre había un carabinero dirigiendo el trán-sito que a pitazos hacía parar vehículos y microbuses, los cuales venían de Valparaíso a Viña y viceversa, para ayu-darme con mis guaguas y paquetes a atravesar y tomar

locomoción al cerro. Con el tiempo mis hijos mayores se acostumbraron a viajar y ayudaban a los más pequeñosMis hijos fueron creciendo y compramos casa. Mi niña mayor era muy habilidosa, a los 8 años, y para entretener a sus hermanos, fabricó una serie de instrumen-tos musicales como platillos, tambor, guitarras, etc. y les enseñaba a tocar y cantar a sus hermanos menores.Mi esposo era aficionado a la fotografía y tenía un proyec-tor de diapositivas; y mi niña les pasaba diapositivas de los mismos niños, animales, paisajes, etc. Eso los entretenía mucho. Paseos al estadio de Villa Alemana los días do-mingo era muy entretenido porque eran familias enteras que disfrutaban del paseo mañanero.

Mis hijos crecieron e ingresaron a las escuelas publicas de Villa alemana N° 198 y luego pasaron al liceo Juan XVIII del Belloto.A medida que salían de la enseñanza media; mi hija mayor fue a INACAP, donde estudió Administración de Empresas con mención en Comercio Exterior, pero por

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recursos faltantes dejó la carrera y luego estudió Asistente Técnico en Educación Parvularia. Allí trabaja 7 años ya y ahora con 49 años cursa primer semestre de Educación Parvularia y trabaja, además es viuda y tiene un hijo que cursa primer año de Ingeniería en Diseño de Productos.

Mi segundo hijo estudió en la U.T.F.S.M. Técnico en Ma-tricería, tiene 2 hijos, el primero esta terminando su ca-rrera de Psicología y el segundo está en segundo año de Técnico Universitario en Construcción y Obra.

Mi tercera hija estudió Técnico Parvulario, Administra-ción de Empresas y Paramédica, administra un taller de diseño de estructuras metálicas y tiene un hijo titulado de Actuación en Duoc UC.

Mi cuarto hijo estudió en la U.T.F.S.M. Técnico Universi-tario en Mecánica Industrial, trabaja en Chile-Tabaco, tie-ne 3 hijas; una ya terminó su carrera de Administración Pu-blica, la segunda está terminando Tecnología Medica con mención en Oftalmología y la tercera va en 8° Básico.

Mi quinto hijo estudió en la U. Católica de Valparaíso y tiene los títulos de Profesor de Castellano Licenciado en Lenguas Hispánicas y está terminando un Doctorado en Licenciatura. Tiene un hijo de 5 años.

Hoy, a mis 70 años cumplidos, doy gracias a Dios por la familia que me dió. Un compañero que todavía permane-ce a mi lado. Cinco hijos, cada uno con familia propia. Ocho nietos, que solo saben dar satisfacciones. Una bis-nieta preciosa.

Yo pienso que si hubiéramos vivido en otro lugar del plane-ta, nada seria tan bueno como lo vivido en Villa Alemana.

RUMIÉSusana Cecilia Rebolledo Garcés

Nos íbamos con mis dos pequeños hijos Marcela y David, las tardes de primavera y verano a la estación de Rumié, rodeada de flores silvestres, flores doradas que iluminaban el paisaje, flores lilas que lo perfumaban. Además de ser un paseo necesario para calmar los ánimos había otra razón más importante para ellos por lo menos, esperar que llegara el tren desde Valparaíso con sus carros de primera, segunda y a veces hasta tercera clase. Allí venía su papito de vuelta del trabajo… ¿vendrá en este? Mmmm vamos a ver! Ohhhh no vieneeee… a esperar el que sigue, quince minutos más por lo menos, ellos continuaban recolectando flores con sus manitos inocentes, haciendo pequeños ramos de oro y lila, uno para su abuelita enferma, otro para el tata regañón, pero el más bueno de todos los tatitas, uno para mí y otro para su papá que demoraba tanto en llegar.

A veces nos ubicábamos en el andén contrario de la llega-da del tren para sorprenderlo, en otras lo esperábamos sen-taditos los tres, buscando a través de las ventanillas la cara morena de su papi… sus caritas sonrosadas adornadas por esos ojitos brillantes y alegres, ansiosos de poder entregar sus flores… ahí viene otro treeeennnn… ¿vendrá en ese? Qué apostamos! Muchos besitos… Siiiiiiii ahí está… papito, papito… por fin llegaste… mira tus flores! Felices volvíamos los cuatro caminando por calle Berlín toda de tierra, rogando que no pasara un auto y nos dejara como “berlines”. Los ni-ños corrían para llegar antes a la casa y entregarles las flores a sus abuelitos que las recibían como dos grandes tesoros… eran tesoros… más valiosos que todo el oro del mundo, por-que iban cargados de tanto amor como podían.Atrás quedó la estación Rumié con su dorado y lila ador-

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nándola, el quiosco de diario siempre abierto, el saludo con la gente que de tanto verse todos los días pasan a ser parte de nuestra familia; llegada y salida de trenes, los inspectores con su uniforme y gorra negra haciendo so-nar sus pitos avisando que ya partían tratando de esperar a alguien que venía atrasado y que subía casi en el aire mientras el tren se ponía en marcha.

Los varones “amablemente” dejaban subir primero a las muchachas en minifalda para poder admirar sus piernas y algo más. Madres cargando a sus hijos muy temprano para dejarlos en alguna sala-cuna y luego irse a trabajar… frío, calor, viento, lluvia, daba igual… el tren nos esperaba como un fiel amante, nos abrigaba como una buena madre… la estación era nuestro refugio y también un lugar de encuen-tro para algunas citas a escondidas. Allí nos esperaban pa-pás, hermanos o novios cuando se nos hacía de noche.

No queda nada de aquello… el romanticismo… el hu-manismo… saludos… sonrisas… complicidades entre los pasajeros que sabían que tal o cual estaba comprometido pero arriba del tren volvía a ser soltero o soltera, despla-zando el asiento para quedar aislado de los demás, que nadie los viera mirándose amorosamente y diciéndose pa-labras bonitas. Podíamos abrir las ventanas para saludar a alguien o simplemente para que entrara aire fresco… no queda nada… ni siquiera los dorados y lilas tan queri-dos… pero hay algo que ni la tecnología ni las estaciones con novedosos letreros luminosos que anuncian la lle-gada del metro-tren podrán quitarnos… los recuerdos… los colores… los aromas… esas risas infantiles que llevo grabadas en mi mente y corazón, esos ramitos de oro y lila que no sólo yo recuerdo, también mis hijos y su papito… los abuelitos ya no están pero estoy segura que allá en el cielo están cuidando sus flores oro y lila.

¿DÓNDE IRÁN TUS TARJETAS AzUlES?Julia Rivas Reyes

Llovía en Peña Blanca, cantarinas sonatas producía el re-piqueteo sobre los tejados, bajo la ventana del cuarto del frío hospital.

Rodeada de silencios, Anita cerraba sus ojos y entre luces mortecinas, se desvanecía la imagen querida de Rubén, su rostro pasivo, su mirada serena. De pronto, entreabriendo sus ojos, fijando la mirada en el cielo-raso, el recuerdo del hogar.

Al compás de la plañidera melodía del invierno, danzaban las figuras amadas de sus libros, sus plantas, sus cuadernos de versos, su perro. De pronto volvía a aparecer el rostro del amado.

La muerte estaba coqueteando a los pies de la cama, ella se resistía con todas sus fuerzas a partir. Desde la debili-dad de su agonía, se aferraba a ese rostro, que entre tinie-blas, le hacía recordar momentos felices.

Con mucho esfuerzo levantó una mano, como imploran-do y pronunció sus últimas palabras: “No puedo dejarte en las sombras, por sólo un instante contigo, quiero de nuevo el hastío”…A las 17:30 hrs. dejó de llover.

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SIN PAlABRASJulia Rivas Reyes

Una mujer vestida de azul, se encontraba sentada en el banquillo del paradero de buses, de Villa Alemana, con la mano derecha puesta en su mentón, como si la cabeza le pesara una enormidad. En su regazo, una bolsa de su-permercado amenazaba caer, en cualquier momento. La mirada perdida en un punto infinito, totalmente ausente a su entorno.

En ese preciso instante, un bus que venía del norte, se detuvo frente a ella. El auxiliar bajó rápidamente dispo-niéndose a abrir el maletero. En tanto, una anciana, con mucha dificultad descendía, haciendo malabares con sus bastones en la pisadera. Sin embargo, a pesar de todo inconveniente, llegó a su casa. La aridez del jardín daba cuenta de los días de ausencia, su famélico gato esperaba en el pórtico, incapaz se salir a su encuentro, como era su costumbre. Sacó las llaves, entró a la pequeña salita, sus piernas hinchadas por largas horas de viaje, la obligaron a descansar en su viejo sillón de mimbre, olvidando cerrar la puerta de calle.

Al cabo de unos minutos, entra la misma mujer vestida de azul, que cansada de esperar en el terminal la llegada de su hermana minusválida, decidió regresar. Sin pronunciar palabra, indignada, con mirada acusadora lanza la bolsa, regando el piso con su contenido...¡El gato maulló, feliz!.

“El PATAGUAl”Benito Saldivia Altamirano

Recuerdo la primera vez que llegué a trabajar a El Pata-gual, en aquella escuelita rural montada sobre un cerro, dominando las parcelas aledañas y con su vista huyendo hacia la viña de la familia Olguín. Frente suyo, hacia el noroeste una imponente cruz de cemento clavada y enrai-zada en la cúspide plana del cerro, oteando las grandes montañas de Olmué; La Campana, El Roble y las Tres Ma-rías, gritando a los cuatro vientos el respeto por la religión y la fe cristiana, bálsamo de las almas piadosas. A sus pies, “Lo Hidalgo” y la Viña Cánepa”, famosa por su produc-ción de vinos.

La sierpe congelada de polvo y piedra se arrastra desde el troncal hacia en interior del Patagual, cercada por un bosque centenario de eucaliptus a cuyos pies corrían las aguas frescas y claras de un angosto riachuelo, que en

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el primer tercio del camino era cruzado por un cóncavo puente de cemento. Desde la entrada hasta ese badén se encontraban los terrenos de don Juan Olguín y doña Ani-ta. Allí florecían los paltos y una pequeña viña familiar que colindaba con una gran viña de otro familiar suyo. Ésta se empinaba en el cerro y caía por el sur hacia el puente, con su manto verde cargado de racimos de uva. Era un paisaje maravilloso que exultaba la admiración por la naturaleza.

Mientras esta sierpe de polvo y piedra entraba a El Pa-tagual, otra frente suya, se deslizaba hacia Quebrada Escobar. Todo su lomo y su plomiza piel estaban plaga-dos de piedrecillas, huevillos y arena que se afirmaban porfiadamente a su panza agreste y dura. A sus costados desfilaban las parcelas, que al igual que El Patagual, eran sembradíos de hortalizas, tomates y diversos árboles fru-tales: paltos, membrillares, manzanos, perales, limonares (…). Encontrándose en su costado izquierdo una vieja y derruída iglesia de los tiempos coloniales. Allí en su inte-rior, en el campanario un ataúd lleno de polvo descansa-ba su olvido o su mensaje. Allí yacía la cancha de fútbol del Club “El Lautaro”, en cuyas paredes de barro y paja, después de terminado los partidos se celebraba el triunfo o la derrota con el mosto de origen natal y las sabrosas empanadas de los residentes. La orina más de alguna vez lamió su existencia y su historia. Hacia el lado oriente y sur un cementerio indígena se empozaba en las faldas del cerro. Allí moraban los esqueletos de nuestros ancestros, olvidados en nuestra memoria y en nuestro corazón, junto a sus cacharros de greda.

En los cerros corrían libremente los caballares indomables libres como las aves. Hermosos centauros cuyos relinchos saludaban a su libertad salvaje en aquella flora y fauna

prístina, hospitalaria y exuberante; lejana de la contami-nación que subyace con la llegada progreso. Cada doma era una fiesta inolvidable donde los residentes demostra-ban su habilidad y su maestría. La guinda de la torta eran las carreras a la chilena que se hacían en el camino El Patagual. Cien metros donde los belfos de los caballares y el sudor de sus pieles se mezclaban con las de su jinete y entre sus bufidos y gritos alcanzaban la meta. Las apuestas eran importantes y siempre se cumplían. La palabra y el apretón de manos, valía.

Corría el año 1982 y los buses Dinos eran los únicos que se empinaban por la subida El Carmen y ronroneando las curvas llegaban a la cima y después agarraban vuelito y dejaban a los pasajeros dos o tres cuadras más allá del paradero de Quebrada Escobar y El Patagual. Con suerte se detenían en Lo Hidalgo. Los que se frenaban lo hacían a regañadientes. Muchos chascarros le sucedieron a los choferes por su inconsciencia social y de servicio. No eran todos, pero era la mayoría. Los docentes y sus habitantes sufrieron muchas perrerías, sobretodo en el invierno. La Escuela como una nave paralizada en su cresta más alta con dos aulas intercomunicadas y grandes ventanales y al frente la casa grande y vetusta que estaba construida en pino oregón y la habitaba el señor Leroux más tarde Ama-do Ojeda, hoy, Jorge Castro Schiller. Más de cien alumnos estudiaban allí desde primero a octavo año básico. Tenían un lindo huerto y criaban conejos angoras para vender los pelos en el mercado. (Era la época de la “gallina de los huevos de oro”). Cuando regresé en año 1986 a la ciudad, el progreso ya venía metiendo sus narices y olisqueando la zona. Hoy la viña a un costado del puente de la carre-tera troncal se mantiene; el terreno y casa de Don Juan y la Sra. Anita casi desaparecida; la víbora se ha vestido de cemento y asfalto en ambas direcciones (Sur a Norte);

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el badén se ha modernizado y ha cobrado altura; la viña que daba a los pies de la escuela después de terminar con ella para convertirla en producción de “qüihue”a vuelto a su antigua tradición; el riachuelo donde se bañaban los alumnos(as) está cercado por alambres de púas y prácti-camente solo tienen un débil hilo de agua; la escuela no llega a tener más de treinta estudiantes, pero la tecnología a invadido sus añejas aulas. Bien mantenida y mucho más hermosa; la huerta es el chiche de la naturaleza que ro-dea el establecimiento y los conejos angoras son historia. Parte del terreno que era de la escuela fue vendido y en lo que le quedaba se construyó una preciosa multicancha, muy necesaria para el lugar; en el lomo del frio cemento ya no golpean los cascos de los caballos en su salvaje ca-rrera a la chilena. Los caballos salvajes han abandonado los cerros aledaños ante el avance de las grandes maqui-narias abriendo en el útero de la tierra una nueva carretera hacia la costa.

¿Qué queda del Patagual que conocí? Su gente buena y cariñosa. Sencillos hombres y mujeres que han criado a sus hijos e hijas que vuelan a los brazos de la ciudad bus-cando, oportunidades de estudio y trabajo. Queda la rica chicha, los sabrosos tomates, frutos y hortalizas y hermo-sos recuerdos que alimentan mi alma y mi corazón-.

lA MATERNIDAD PÉRDIDA.Benito Saldivia Altamirano

(1er. Lugar en el 2do. concurso Sus Historia nuestra Historia)

Mirando la pared alba y limpia, recorrí la gran sala donde me encontraba siendo atendido por un médico cirujano que revisaba mi pie, mientras el doctor Gustavo Moya - médico internista - bebía su trago de agua mineral y ob-servaba la escena. El cirujano, Dr. Cabezas, me explicaba como se debía hacer el secado para evitar que quedase humedad entre los dedos. Por la puerta abierta entraba una bocarada de aire fresco y revitalizante que estremecía mis pulmones. En una cama del frente un enfermo empa-lidecido iba cobrando un color blanquecino que se había asentado con los días. Se sobaba el muñón de su pierna izquierda y se quitaba la venda. El médico cirujano que me atendía se dirigió a él y colocándose los guantes, tomó un bisturí y fue cortando rebanadas de carne insensibles para evitar su descomposición.

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Su carne eran como pequeños trozos de bistec, redondo y delgados y de un color rojo encendido. Lo hacía con gran delicadeza y siempre conversando con el paciente diabético. Se llamaba Juan. Observaba su rostro y en él solo encontré angustia, causada no por el dolor, que no sentía, sino por su futuro tan incierto; que lo único cierto y predecible es el destino ineluctable del hombre, que es la muerte.

Me encontraba en el longevo y lozano nosocomio de Pe-ñablanca. Longevo por sus décadas al servicio de la me-dicina y lozano, porque en el recuerdo del hoy, es un bi-zarro fanal en medio del que sufre dolor y enfermedades en Villa Alemana.

Muchos hablan de sentir en las silenciosas noches per-mear las paredes de sus pasillos, los quejidos y toses de los tuberculosos muertos que deambulan buscando su des-canso eterno. Allí encontraron hombres y mujeres de ser-vicio público, en la medicina, que aliviaron sus dolores, cerraron sus heridas y acogieron sus ríos de lamentos y ol-vidos de sus familiares. Otros como Lázaro abandonaron las sábanas de la muerte y pudieron sumarse a la vida que les ofrecía una nueva oportunidad. Luego vino su apertura a otras especialidades y sus vetustos pasillos se llenaron de vida con los llantos de los recién nacidos. Eran los so-les nacientes y lucientes que iluminaban - con su primer llanto- el alma y los corazones del personal y los padres de esos bellos luceros que hacían olvidar los avatares de la vida dura de la realidad.

Estaba en un segundo piso. Desde el exterior un tibio sol se arrastraba por los ventanales. Recostado como nave en la falda del cerro – hacia en norte – que se empinaba ha-cia el cielo azul, orlado de cenefas de nubes fugitivas que

corrían por ese océano añil.

Mantos floridos de rayitos de sol que eran como cardú-menes de pequeños soles centelleantes en colores azules, blancos, rojos, amarillos violetas (…), que lucían como destellos de hermosas luciérnagas diurnas desde el fondo oscuro de la tierra que las encadenaban a su blando seno; palmeras altas, chasconas, de grueso cabello, eran cente-narias espahíes que vigilaban celosamente su reino. Pinos como puntas de verdes lanzas se hendían en el espacio y las araucarias con sus cantos indígenas en sus aspas, alea-ban como pájaros encadenados al suelo en su destierro. Sus ojos ciegos, sus bocas mudas miraban y hablaban del Arauco indomable.

Por las noches, los quejidos, los gritos, las carreras, las suaves voces que susurraban, eran fronteras que aparta-ban el sufrimiento con sus paredes del mundo exterior. La muerte, la vida, el olvido y el reencuentro se tejían en la noche y de destejían en el día.

Entonces, nítido me llegó el llanto de un niño. Un recién nacido- me dije.

Las camillas volaban vertiginosas por los pasillos y en mu-llido crujido pasaban por las salas donde dormían el dolor y la angustia, acosadas por la sombra latente de la muerte. Espada de Democles que aterraba. Pensaba que un recién nacido hace más sacro un lugar. Todo se ilumina con risas, felicitaciones, y se habla de lo bello que puede ser este mundo con los nacimientos de seres tan puros y prístinos.

De pronto se prende la luz de la sala. Me siento en la cama. Era la enfermera. Me había quedado profundamen-te dormido, mientras el doctor me curaba. Ella me coloca

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la ancha banda elástica en mi brazo buscando la vena para inyectarme y le pregunto:

-¿Nació una niña? Me queda mirando y sonriendo me dice:

-¿Usted también siente llanto de recién nacidos?

-Los escuché nítidamente - le contesté.

- La maternidad se la llevaron a Quilpué hace muchos años. ¿Por qué? La interrogué.

- Los últimos años no llegaban embarazadas a este hospi-tal. Los hijos(as) de Villa Alemana nacen en otros lugares. La maternidad se perdió, quizás por falta de información y poco apego y amor a lo nuestro. Me miró con cierta simpatía y agregó sentenciando:-Las cosas se valoran cuando se pierden. Los llantos de los bebés son reminiscencias del pasado que este añejo hospital reclama en el silencio de la noche.

Pero las paredes esconden del mundo exterior la historia brillante y resiliente de este otro mundo real y doliente. Esta casona vieja y reciclada es un cáliz de oro que el tiempo no oxida, ni puede olvidar, porque somos un bál-samo al dolor y un faro donde llegan los náufragos a beber el agua milagrosa de la esperanza y la salud.

CIUDAD DE lOS MOlINOLuisa Silvia Serey Rojas

Hoy quiero recordar como lucías antaño, pues no había casa o quinta que no tuviera un molino de viento, con el cual se hacía subir el agua a través de una bomba, ubica-da en un pozo. El agua servía para el regadío y la alimen-tación, ya que en esos años no había agua potable.

Así crecí sintiendo el susurro del viento que hacía girar sus aspas a gran velocidad, según la intensidad de éste.

Con el tiempo me alejé de ti, por motivos personales, pero venía todos los meses a ver a mamá, hijos y nietos.

Cuando volví, te encontré triste y solitaria y pregunté: “¿Qué pasa?”. Me dijiste; “estoy angustiada por que como estoy lejos de la capital, poco me conocen y los medios de comu-nicación me dan a conocer por cosas negativas. Ojalá que alguien quiera mostrarme como soy: con mis adelantos, mis escritores, escuelas, salas de eventos, pintores (Janosa, Quevedo…) y mi inolvidable TEATRO POMPEYA”.

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lA YAPA vERDEMargarita Elena Serey Rojas

Acaecía el año 1947, ¿Qué puedo recordar? La gran fiesta Aniversario de la Población Prat de Villa Alemana, llama-da también “La Yapa Verde”, por las personas mayores que residían en ella. De lo cual no recuerdo por el mo-mento el ¿Por qué se hacía el 12 de octubre?. Empezaba la celebración haciendo ramadas con ramas de eucaliptos que le daba un aroma muy especial y eran adornadas según la ocasión, ya que cada fondero se lucía lo mejor que podía, pero siempre resaltaba la “Ramada Oficial” (era la más grande) encargada de recibir y aten-der a las autoridades locales que debían estar presentes el día de la inauguración de dicha festividad, siendo por aquellos años una tradición de muchos nombres en los alrededores; ya que durante esos días había locomoción especial a cada rato, para transportar a los visitantes que llenaban las fondas. Se iniciaba la festividad junto a los dirigentes de la junta de vecinos de la población, además del alcalde o señora alcaldesa según estuvieran vigentes;

vIllA AlEMANA Y SU HISTORIALuisa Silvia Serey Rojas

Villa Alemana, hermosa tierra de abundantes viñas y mo-linos, así eras cuando empecé a crecer, en un lugar lejano del centro por ese entonces (1943 en adelante) Hemos hecho historia, tú fuiste creciendo, pero con los adelantos cayeron tus majestuosos molinos de viento, y se fueron borrando tus verdes viñas. Yo empecé a estudiar en el Colegio Particular “Garlasco” cuyos profesores eran: las señoritas Yolanda, María y Don Sergio Garlasco. Colegio que estaba ubicado donde ahora está el Santa Isabel. Seguiste avanzando y hasta tus bosques se transformaron en poblaciones y departamentos. Yo continué estudiando: Escuela 109, Colegio Alemán y luego al Liceo desde el año 1957 a 1959. De tus lugares antiguos, creo que muy pocos lo recuer-dan hoy: el Almacén de Don Enio Perelli ubicado en calle Valparaíso esquina Maturana (después Urmax), carnicería Modelo de Don Ignacio López, en calle Valparaíso con Latorre (hoy farmacia Ahumada), Botillería Oneto de Don Emilio, el antiguo Mercado, hoy el Dollar, carnicería las 3 BBB en calle Latorre, al lado de la farmacia Olavarría que aún permanece en el tiempo. El Salón de Té “Eva” donde se reunían los estudiantes des-pués de clases a escuchar música de la mágica máquina que al insertar una moneda nos entregaba el disco deseado de esa tierna época de juventud. Al frente el Salón de Té

“La Cisterna” ubicado en la calle Latorre con Santiago.Tu pasado lo han borrado los supermercados, las farma-cias, etc.

Yo, a mis años aún te recuerdo como eras, mi querida ciu-dad, que me viste casi al nacer, pues llegué de una semana y espero continuar viviendo acá, para seguir disfrutando de tu clima y tu eslogan que es “LA ETERNA JUVENTUD”.

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MI vIDA EN El CAMPOMargarita Elena Serey Rojas

Empiezo mi relato recordando en parte mi niñez que fue muy entretenida, ya que viví en un lugar de la ciudad de Villa Alemana de nombre Población Prat; para movilizar-me solo existía una micro en la mañana subía a las ocho horas para llevarnos al colegio a los estudiantes y al traba-jo a los pobladores, después el otro horario era a las 14:00 hrs para transportarnos nuevamente a clase ya que en esa época teníamos dos jornadas y debíamos ir a casa para el almuerzo, por supuesto uno de esos viajes lo hacíamos a pie cruzando los potreros camino a la población, en los que siempre había vacas, caballos y cabras pastando que lo hacía muy pintoresco; lo que hoy en día son varias po-blaciones; como Palmilla Alta, Palmilla Baja y otras. Des-pués el otro viaje lo hacía a las 20:00 hrs. Por supuesto, que ése sí era memorable, ya que siempre se quedaba al-guien abajo y debía hacer todo el trayecto a pie.

con la canción nacional e izamiento de la bandera en el centro del lugar, como también toda la población era em-banderada, lo que hacía muy hermoso verlas flamear al viento de primavera. El presidente de la junta de vecinos leía un discurso con-memorativo, aludiendo el significado de la celebración; algunos niños participaban recitando, otros bailando, ade-más, durante los siguientes días se organizaban juegos tra-dicionales donde se destacaban los más audaces, ya sea en: carreras de ensacados, tres pies, carretilla humana, el huevo en la cuchara, el palo encebado y otros como en-cumbrar volantines, carreras a la chilena con hermosos caballos que corrían de a dos carreras en un trecho de un kilómetro de distancia, aquellas jornadas las recuerdo muy bien, cuando los jinetes se montaban, solamente en pelo, con un saco de arpillera por montura y empezaba el torneo; hubieran visto lo emocionantes de verlo y sentir el grito de arre…arre…arre… y los rebencazos iban y ve-nían, tanto a los caballos, como entre ellos, por ganar la carrera. Por recordar de aquellos días me cabe mencionar a los hermanos Villegas, ya que eran osados jinetes y por supuesto siempre ganaban. Termino aquí este pequeño relato de lo que viví en ese lugar donde tuve la dicha de criarme desde pequeña hasta la edad de Lola….

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MIRADAS DE vIllA AlEMANAFlora Troncoso Vidal

Hace 32 años que vivo en esta hermosa ciudad de Villa Alemana. Soy sureña de Temuco y por cosas del destino el año 73 nos vinimos a vivir a Viña del Mar, exactamente al paradero 1 de Agua Santa y de ahí en agosto del año 80, trasladaron a 150 familias a Villa Alemana y entre esas no-sotros mi marido, 2 niños y yo. A mis hijos los matricula-mos en la escuela 109, la que queda en calle Williamson con Victoria. Estupendo colegio. Cómo no recordar a la señora Directora a quien los alumnos la apodaban “Pal-ta”, porque siempre andaba impecablemente vestida de verde y lo curioso era que en su oficina había un retrato de Eduardo Frei Montalva en vez del presidente de la época.

Lo que más me llamó la atención de Villa Alemana fueron sus parrones, los molinos de vientos, las calles polvorien-tas y su tren tan ruidoso, eso me recuerda el gran accidente

Además, nuestra población se destacaba en aquellos años (1945 en adelante) por ser “zona avícola”, ya que varios vecinos teníamos criaderos de ave; uno de ellos era el de Don Alejandro Deulofeau, antiguo vecino del lugar, mi pa-dre también tuvo uno más pequeño donde se criaban ga-llinas que fueron famosas por su carne y sus grandes hue-vos de yema colorada, que se entregaban a la pilastra de Don Mario Vera en el Mercado de esta ciudad; sus clientes siempre esperaban la llegada de estos huevos frescos y bo-nitos. A mí me tocó varias veces llevarle su pedido. También les contaré que los pollitos recién nacidos, los compraba en Santiago mi mamá que viajaba en el tren expreso, el cual tomaba en la estación de Quilpué porque no paraba en Villa Alemana, llegando en la noche con las cajas de pollitos piando, eran mas o menos 150 a los que les daba un grano de pimienta negra entera antes de ponerlo en la campana donde se iban criando a la luz del calor y los alimentos apropiados para ellos. Para mí era algo hermoso ver tanto pollito piar y correr en su gallinero, además verlos como crecían, para después separarlos por sexo. Lo que no me gustaba de todo esto, era cuando ellos crecían y eran vendidos para los restau-rantes (El Sin Rival), los que se lucían cocinándolos ya que su carne era exquisita, quizás nunca más he vuelto a comer un pollo tan sabroso como esos… Además para cuidar la quinta donde vivíamos con sus cin-co mil metros cuadrados teníamos unos perros a los que la gente les tenía miedo por ser muy bravos, pero para mí eran mis grandes amigos porque jugábamos corriendo por la viña, que ocupaba el mayor espacio, atravesada por un estero con sus bordes llenos de eucaliptos grandes y pequeños, los que yo cortaba con un hacha para hacerle

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leña a mi madre, que la usaba en la hornilla de ladrillo donde cocinaba; también le hacía rodelas que se guarda-ban para el invierno. Pero, lo que más recuerdo, era cuando llovía ya que por el estero corría bastante agua y me gustaba sentir el cris-talino liquido por las piedras correr haciendo sentir una melodía muy especial a mis oídos… junto al murmullo del viento que lo hacía entre los grandes árboles (Eucaliptos y Cipreses).

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ferroviario ocurrido en Queronque y que afectó a muchas familias de acá, ahí murió un querido profesor de biología del Colegio Juan XXIII, el Sr. Vásquez y a quien le hicieron un monolito en el interior del colegio, lo recuerdo porque mis hijos hicieron la enseñanza media en ese colegio.

Como no recordar nuestros paseos al tranque Recreo, atravesando el fundo Olivarí, los criaderos de aves y lle-gar a refrescarnos debajo de los frondosos árboles. Hoy día todos esos campos están poblados y el paisaje no es lo mismo.

Acá en Villa Alemana he pasado lo mejor de mi vida junto a mi familia. No puedo dejar de recordar al padre Gustavo Felten, un guía espiritual como ningún otro.

En estos 32 años han ocurrido hechos terribles, entre los que puedo recordar, el terremoto del 85, cuando no había luz ni agua y debíamos acarrear agua de las casas que te-nían pozos o esperar los camiones con agua e igual sobre-vivimos porque siempre en la vida hay esperanza y ganas de vivir.Después de tantos años, amo mi ciudad de Villa Alemana y la veo progresando cada día más.

El JUEGO DE lAS MOTOCROSSArnaldo F. Vergara V

Allá por el año 70, se formaba en Villa alemana, la moda de tener una Moto, de cualquier marca, pero si la tenías con manubrio estilo Californiano, era lo máximo. Mi pa-dre me regaló una de turismo o carretera de 250 Hp, la de mi hermano era de moto cross de salto de 95 Hp, y con ese manubrio de moda, ambas de la marca Ducatti: el volante “Californiano”era por el film “Busco Mi Destino” protagonizado por el actor “Peter Fonda”. Por aquellos tiempos nuestro vecino, Adolfo Bossmayer, que es mecá-nico de motos, se parecía a este actor norteamericano y vestía igual a este artista, Adolfo fue también el dueño de la primera discoteque que hubo en nuestra Ciudad llama-da “Discotec Sandors”, que estaba ubicada al frente de la casa del Alcalde don Ítalo Composto.

Pasaron los días y mi moto se fue al taller del Bruno Ce-sario, pues había que pintarla, había que sacarle el motor

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y a mi hermano se le ocurrió que pusiéramos mi motor a la de él, pues encajaba en el chasis de de su moto, así tendría más velocidad. Una tarde fui en la moto donde mi amigo Pedro Tortello Potín (Q.E.P.D) hijo del desapareci-do Regidor desde esos tiempos de un partido político, que vivía en la esquina de San Enrique con Victoria, donde ac-tualmente hay un Jardín infantil “-Quédate a tomar onces pillín-“ me dijo así Pedro (me llamaba así por cariño) y le respondí “-ya se está haciendo tarde… es mejor tomar on-ces en mi casa porque se puede acalambrar mí estómago por el viento que me da de frente”. Tienes razón, -contes-tó- bueno, nos vemos más tarde en el centro donde siem-pre. Y así me despedí de los tíos y de los hermanos… me fui a casa raudamente. Cuando iba por San Enrique, que estaba sin pavimentar y por ende, la arena del suelo rebo-taba en el foco prendido y se veía bonito pues aquel foco se hallaba suelto y alumbraba al neumático. Ya estaba ca-yendo la tarde, y aunque el foco no estaba bien apretado, ya no podía hacer nada, pues no tenía herramientas. Al llegar por avenida Valparaíso, doblé para la calle Progreso en dirección a mi hogar (en ese tiempo era de doble vía en la entrada de la calle)… llegando al semáforo de la calle Buenos Aires que estaba con luz verde, por lo que aceleré más mi caballito de hierro, pasé metiendo bulla por deba-jo del paso nivel, olvidándome que al llegar a la esquina de la calle Londres estaban arreglando la vereda y había un cerrito de tierra gredosa y no pude frenar por la velo-cidad que llevaba y di un salto espectacular, y cuando iba en el aire, me acordé de los saltos en motocross que exhibían por TV, y ahí comprobé que cuando uno está en peligro, las posibilidades de vida pasan rápidamente para salvarse. Esos eventos de saltos en cross se realizaban en Europa (aquí ese deporte llegó un par de años después) y los pilotos flectaban los pies, amortiguando el salto, yo lo hice y salió bien y seguí la marcha, había un grupo de

vecinos en la esquina de la calle París (entre ellos el amigo pulga sobrino del desaparecido Maestro Director Cinéfilo don Raúl Ruiz) que aplaudieron la osadía. Lo que no re-cuerdo es cómo llegué a mi casa y cómo me senté a tomar onces en el comedor diario. Lo que sé es que miraba ha-cia arriba a mi mamá que me hablaba y solo veía mover sus labios como si yo estuviera sordo o ella muda, pues me encontraba en shock. Al fin pude después de unos se-gundos reaccionar- “¿Qué te pasa niño? ¡Despierta! ¿no me escuchas acaso?...Pareces tonto, vas a dar vuelta la taza con té…respóndeme!!!”- (Salió la voz de mi hermana mayor que traía los panes tostados y decía: “Hum, quizás fumó marihuana, llega a estar pálido, como habrá estado ese pito”. Yo no atinaba a responder, estaba tan confun-dido. Si le hubiere dicho a mi mamá que no había fuma-do, ella me retaría por mentiroso y si le hubiere contado lo que me pasó con la moto, me quitaría las llaves y me habría prohibido salir en ella. Sólo me dijo, “cuando lle-gue tu padre verás”…(lo que dicen todas las mamás) y al rato, sin la moto obviamente, llegué a juntarme al centro, con Pedro, los hermanos Mundy con Ramsis Pugmartí y otros amigos, y se acercó el amigo pulga diciéndome…”te felicito ¿Cómo lo hiciste?” “Con harto cuidado le respon-dí, y a escondidas de mi mamá y de una hermana mayor metiche”. Me miró raro, levantó sus hombros y se retiró. Ahora me pregunto si hubiera escuchado en esos tiempos la canción del cantautor cubano Silvio Rodrigues, de su composición “Fábula de los tres hermanos”, le habría res-pondido al amigo pulga Ruiz “ojos que no miran más allá no ayuda el pie”.

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AMO EL AMOR DE LOS MARINEROS…Chita Fuentes 28 MATANDO EL ABURRIMIENTO EN AQUELLOS AÑOS.Adrew Guerra Campbell 31

PERSONAJES TÍPICOS DE AQUELLOS TIEMPOSAdrew Guerra Campbell 35 VILLA ALEMANAAntonio Lazcano 38

MI HISTORIA EN VILLA ALEMANA…Luis Leonardo Maturana Núñez 40 MI VIDA CON MANUEL MONTTAna Maria Joaquina Mela 44 INFANCIA EN EL SANATORIOPatricio Mela 46 AÑORANZAS DEL PASADOEliana Mesías Santibáñez 48 ME LLAMAN MARGA – MARGAAna María Miranda Martín 51

VILLA ALEMANA CIUDAD BELLA DE LINDOS RECUERDOS Y SUEÑOSTeresa Ossandon 55

VILLA ALEMANA Y MIS HIJOSLya Cecilia Quiroz 56

inDicE PALABRAS DEL ALCALDEJOSÉ SABAT MARCOS 01 PROLOGOFernando Gazmuri Méndez 03 MI NIÑEZ EN VILLA ALEMANAPatricia Alvarado Soto 06

MIS RECUERDOSPerla Alvarado Soto 08

“YO SOY VILLA ALEMANA, LA MÁS BELLA DE LAS DAMAS” Julia Barros Valencia 11

POR UNA PELOTITACarmen Elena Carvajal Miranda 14

VILLA ALEMANA LA CIUDAD DE LOS MOLINOSTilda Catalán 18 NOSTALGIA DE VILLA ALEMANA María Teresa Corona Solari. 20 RECUERDOS DE CALLE LA TORREMauricio Dazarola Metzger 22 TEATRO POMPEYACecilia Díaz Valenzuela 24 ANECDOTAS DE UN JOVEN MATRIMONIOAlicia Duran Feltez 26

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RUMIÉSusana Cecilia Rebolledo Garcés 59

¿DÓNDE IRÁN TUS TARJETAS AZULES?Julia Rivas Reyes 61

SIN PALABRASJulia Rivas Reyes 62

“EL PATAGUAL”Benito Saldivia Altamirano 63 LA MATERNIDAD PÉRDIDA.Benito Saldivia Altamirano 67 CIUDAD DE LOS MOLINOLuisa Silvia Serey Rojas 71 VILLA ALEMANA Y SU HISTORIALuisa Silvia Serey Rojas 72 LA YAPA VERDEMargarita Elena Serey Rojas 73 MI VIDA EN EL CAMPOMargarita Elena Serey Rojas 75 MIRADAS DE VILLA ALEMANAFlora Troncoso Vidal 77

EL JUEGO DE LAS MOTOCROSSArnaldo F. Vergara V 79

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SUS HISTORIAS… NUESTRA HISTORIA