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servir al pueblo Semanario del Partido Comunista Revolucionario de La Argentina 214 CUADERNOS DE DIFUSION DEL MARXISMO LENINISMO MAOISMO SUPLEMENTO NOVIEMBRE 2012 Stefan Zweig Lenin y el tren sellado

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servir al puebloSemanario delPartido ComunistaRevolucionario de La Argentina

214CUADERNOS DE DIFUSION DEL MARXISMOLENINISMOMAOISMO

SUPLEMENTO

NOVIEMBRE 2012

Stefan ZweigLenin y el tren sellado

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Stefan Zweig nació en Viena, Austria, el 28 de noviembrede 1881, y murió en Petrópolis, Brasil, el 22 de febrero de

1942. Sus obras fueron de las primeras en protestar contra laintervención de Alemania en la Primera Guerra Mundial en1914. Fue muy popular durante las décadas de 1920 y 1930.

Como intelectual comprometido, Zweig se enfrentó con vehemencia contra las doctrinas nacionalistas y el espíriturevanchista de la época. De todo eso escribió en una larga se-rie de novelas y dramas, en lo que fue el período más produc-tivo de su vida. El relato histórico Momentos estelares de lahumanidad. Catorce miniaturas históricas, que publicó en1927, retrata los 14 acontecimientos de la historia mundialmás importantes desde su punto de vista. Entre ellos, el queaquí reproducimos sobre la estancia de Lenin en Suiza, durante la Primera Guerra Mundial, y su regreso a Rusia,tras la revolución de febrero de 1917

En 1928, Zweig viajó a la joven República SocialistaSoviética y dos años después visitó a Albert Einstein en su exilio en Princeton, Estados Unidos. En 1934, inició viajespor Sudamérica.

Tras su proscripción por el nazismo en 1936, e iniciada laSegunda Guerra Mundial en 1939 Zweig se trasladó a París,Francia, y luego a Inglaterra, en donde obtuvo la ciudadaníay vivió allí antes de viajar a los Estados Unidos, RepúblicaDominicana, Argentina y Paraguay, con motivo de un ciclode conferencias, hasta radicarse en Brasil donde concluyó consu vida.

En nuestro país, recibió especial atención del periodistaBernardo Verbitsky, quien escribió un ensayo acerca del visi-tante: Significación de Stefan Zweig (1942).n

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Presentación

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El huésped del zapatero remendón

Suiza, oasis de paz, refugio de todaclase de gente durante la PrimeraGuerra Mundial, se convirtió desde1915 a 1918 en escenario de una emo-cionante novela detectivesca.En los hoteles de lujo se cruzaban

con fría indiferencia, como si no seconocieran, los embajadores de laspotencias beligerantes, que un añoatrás jugaban amistosamente al

bridge. Salen y entran continuamen-te de sus habitaciones toda una seriede impenetrables figuras: delegados,secretarios, agregados diplomáticos,hombres de negocios, damas, ocupa-dos en misiones secretas. Ante los hoteles se ven lujosos

automóviles con matrículas extran-jeras, de los cuales descienden in-dustriales, periodistas y, al parecer,casuales turistas.Pero casi todos ellos tienen la

misma misión: enterarse de algo,

Stefan Zweig

Momentos estelaresde la Humanidad(1927, extractos)

El tren selladoLenin, 9 de abril de 1917

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descubrir algo. Y también el conser-je, el botones que los conduce a sushabitaciones, la mujer de la limpie-za, han recibido el encargo de vigi-lar, de escuchar lo que puedan. Por todas partes luchan, en una

guerra sorda e invisible, unos contraotros, ora en los hoteles, en las pen-siones, en las oficinas de correos, enlos cafés. Lo que llaman propagandaes, en gran parte, espionaje; lo quese disfraza de amor, traición; cual-quiera de los negocios declarados detodos aquellos apresurados visitan-tes resultan un segundo o un tercernegocio completamente distinto.Todo es motivo de observación,

todos los movimientos son vigila-dos. Si un alemán pisa el suelo deZurich, lo sabe inmediatamente laembajada enemiga en Berna, y alcabo de una hora se enteran en Pa-rís. Las grandes y pequeñas agen-cias envían cada día a los agregadosenormes cantidades de papel coninformes verídicos o inventados, in-formes que ellos se encargan de di-fundir luego. Las paredes parecen transparen-

tes; se escuchan todas las conversa-ciones telefónicas. De los trozos depapel de las papeleras y las huellasde tinta impresas en los papeles se-cantes se pretende rehacer la corres-pondencia que puede interesar. Es

tal el maremágnum, que hay mu-chos que ni ellos mismos saben loque son, si perseguidores o perse-guidos, espías o espiados, traiciona-dos o traidores. Sin embargo, hay un hombre de

quien nadie dice nada, quizá por-que no llama la atención y no habi-ta en ningún gran hotel, ni frecuen-ta los cafés, ni asiste a ningún actode propaganda, sino que vive reti-rado con su esposa en casa de unzapatero remendón. Contiguo al Limmat, en la Spie-

gelgasse, viejo y angosto callejón,habita en el segundo piso de una deaquellas casas de la ciudad antigua,de sólida construcción, rematadapor un tejado y ennegrecida por eltiempo y por el humo que sale deuna fábrica de embutidos que estáen el patio de la casa. Tiene por vecinos a una panade-

ra, a un italiano y a un actor teatralaustriaco. Como es poco comunica-tivo, los otros inquilinos apenas sa-ben más de él que su condición deruso y que tiene un nombre difícil depronunciar. La patrona puede darse perfecta

cuenta de que hace muchos años quesu huésped huyó de su patria, que nodispone de mucho dinero y que no sededica a ningún negocio lucrativo,por lo parco de su alimentación y la

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modestia, rayana en la miseria, delos vestidos de ambos cónyuges, queno precisan de grandes maletas parasu transporte, ya que no alcanzan acolmar el cesto que trajeron consigocuando llegaron.Este hombre, pues, pasa inadverti-

do, lo cual es muy comprensible, dadasu reservada manera de vivir. Evitatoda compañía. Las gentes de aquellacasa tienen pocas ocasiones de ver laacerada y oscura mirada de sus estre-chos ojos. Visitas apenas recibe. Pero con regularidad constante

va cada día a las nueve de la maña-na a la biblioteca pública, permane-ciendo en ella hasta las doce, horaen que ésta se cierra. A los diez minutos está ya en su

casa para tomar su frugal comida, yvuelve a salir a la una menos diez pa-ra ser nuevamente el primero en lle-gar a la biblioteca, donde permanecehasta las seis de la tarde.Los reporteros y agentes de noti-

cias sólo se fijan en los hombres quese mueven mucho, sin darse cuentade que son siempre los solitarios, losávidos de sabiduría, los que encierranideas revolucionarias, y no se intere-san por aquel insignificante indivi-duo que vive en casa de un zapatero. En los círculos socialistas se sabe

de él que fue redactor en Londres deun pequeño diario de tendencias ra-

dicales publicado por los emigradosrusos, y que en San Petersburgo se lecree el jefe de cierto partido aisladodel que es preferible no acordarse;pero como habla dura y despectiva-mente de las personas más destaca-das del partido socialista, conside-rando equivocados sus planes, ycomo se manifiesta intransigente ypor completo opuesto a toda conci-liación, no se preocupan mucho de él. Claro está que convoca de vez en

cuando, por la noche, alguna reu-nión en un café proletario, pero sóloacuden a ella unas quince o veintepersonas, jóvenes en su mayoría, ypor lo tanto se considera a aquellossolitarios individuos como el restode esos emigrados cuyos cerebros seexaltan a base de abundante té ymuchas discusiones. Nadie concedeimportancia al hombrecillo de fren-te voluntariosa; no hay persona enZurich capaz de querer grabar en sumemoria el nombre del célebrehuésped del zapatero, de ese Vladi-miro Ilich Ulianov. Y si por entonces alguno de los

lujosos automóviles que iban apre-suradamente de embajada en em-bajada lo atropellara, causándole lamuerte en plena calle, tampoco elmundo le hubiera reconocido nibajo el nombre de Ulianov ni por elde Lenin.

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¿REALIZACIÓN?

Un día, sin embargo, el 15 demarzo de 1917, el bibliotecario deZurich advierte con extrañeza que, apesar de que las saetas del reloj mar-can las nueve, el puesto que acos-tumbraba ocupar el misterioso indi-viduo está vacío. Pasan las nueve y media, las diez,

pero aquel lector incansable, aqueldevorador de libros, no comparece, nicomparecerá jamás. Y es que, caminode la biblioteca, uno de sus amigosrusos le ha dado la noticia de que enRusia había estallado la revolución.Lenin, al principio, no quería creerlo;está como anonadado ante semejantenueva. Pero luego, con sus caracterís-ticos pasos, cortos y firmes, se preci-pita hacia el quiosco de periódicos si-tuado a la orilla del lago, y tanto allícomo ante la redacción del periódicoespera la confirmación del trascen-dental acontecimiento durante horasy horas, días y días. Pero sí, la noticia era fidedigna.

Cada vez se convence más de ello.Primero fue un simple rumor de quehabía ocurrido algo en el palacio delos zares. Se habló luego de un totalcambio de Ministerio, y más tardede la abdicación del Zar, de la ins-tauración de una regencia provisio-nal, la Duma, la libertad del pueblo

ruso, la amnistía de los presos políti-cos... Todo, todo aquello que desdehacía años venía él soñando, todoaquello por lo cual había trabajadodurante veinte años en organizacio-nes secretas, en la cárcel, en Siberia,en el destierro, se había cumplido. Y de pronto tiene la impresión de

que los millones de hombres muer-tos en la guerra no habían caído in-útilmente. Ya no le parecen víctimassin sentido. Este hombre, soñador ycalculador a la vez, frío y cauteloso,se siente como embriagado. Y, como él, se estremecen de emo-

ción y sienten inmenso júbilo mu-chos otros desterrados que habitanen humildes viviendas en Ginebra,en Lausana y en Berna.¡Oh, poder volver a la patria, re-

gresar a Rusia! Y regresar no connombres y pasaportes falsos, no conpeligro de muerte, al Imperio de losZares, sino como ciudadanos libresa un país libre. Todos preparan ya su mísero

equipaje, puesto que los periódicospublican un telegrama de Gorki, re-dactado en términos lacónicos, quedice así: “Regresad todos a la pa-tria”. Envían cartas y telegramas amúltiples direcciones. ¡Oh felicidadinmensa! Poder regresar, concen-trarse todos y volver a ofrendar otravez la vida, que habían ya dedicado

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Stefan Zweig, autor de Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturashistóricas en la que está incluído este relato sobre la estancia de Lenin en Suiza.

desde las primeras horas lúcidas desu existencia, a la inmensa obra: larevolución rusa.

DECEPCIÓN

Al cabo de algunos días llega lanoticia que es para ellos como unaconsternadota sentencia: la revolu-ción rusa, que había conmovido suscorazones profundamente, no es larevolución que habían soñado, no es

ninguna revolución propiamenterusa. Ha sido simplemente un alza-

miento palaciego contra el Zar, urdi-do por diplomáticos ingleses y fran-ceses , para impedir que e l Zarconcertara una paz por separadocon Alemania. No, no era la revolución del pue-

blo, que pretende la paz y la conse-cución de sus derechos. No, no es la revolución por la que

vivieron y por la que están dispues-

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tos a morir, sino una intriga de par-tidos bélicos, de generales y de im-perialistas, que no quieren estorbosen sus planes.Y presto reconocen Lenin y los

suyos que la invitación a volver a lapatria no afecta a todos aquellos quequieren la verdadera y radical revo-lución marxista.

Incluso Miliukov y otros liberaleshan dado orden ya para que se retra-se su regreso. Y mientras socialistasmoderados como Plechanov, nece-sarios para la continuación de laguerra, son conducidos de Inglate-rra a San Petersburgo con todos loshonores en un torpedero, retienen aTrotsky en Halifax y a los otros radi-

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Pintura de Lenin hablando durante una asamblea de obreros, soldados y otrossectores populares. “[...] aquel hombre insignificante que hasta hace poco vivíaen Suiza en casa de un zapatero remendón, es aplaudido por una ingente multi-tud y llevado en hombros [...] .

cales en la frontera. En todos los Estados de la En-

tente hay listas negras con los nom-bres de los participantes en el Con-

greso de la Tercera Internacionalen Zimmerwald. Desconcertado, Lenin envía tele-

grama tras telegrama a San Peters-

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burgo, pero o bien son interceptadoso quedan sin despachar. Lo que enZurich se ignora, y apenas hay quienlo sepa en Europa, lo conocen a fon-do en Rusia: el peligro que represen-ta para sus contrarios aquel hombreal parecer insignificante que se lla-ma Vladimiro Ilich Lenin. La desesperación de los “fichados”

por no poder regresar no tiene limi-tes. Desde años y años han estadoplaneando la estrategia de su revolu-ción rusa en las sesiones memorablesde su Estado Mayor en Londres, enParís y en Viena. Han sopesado, es-tudiado y discutido cada uno de losdetalles de la organización. En abierto debate han equilibra-

do por espacio de varios decenios, ensus publicaciones teóricas y prácti-cas, las dificultades, los peligros, lasposibilidades. Ese hombre ha estado toda su vida

revisándolas una y otra vez hasta lle-gar a una conclusión definitiva. Yahora, hallándose retenido en Suiza,ha de ver cómo esa revolución que era“suya” es desvir- tuada por otros, có-mo la idea, para él santa, de la libera-ción del pueblo se supeditaba al servi-cio de naciones e intereses extranjeros. Existe cierta curiosa analogía en-

tre el destino de Lenin y Hinden-burg, pues éste, después de pasarsecuarenta años realizando maniobras

estratégicas en supuestos campos debatalla rusos, al estallar la guerra seve obligado a permanecer en casavestido de paisano y a seguir conbanderitas sobre un mapa los avan-ces y retrocesos del ejército manda-do por otros generales. En aquellos días de desconcierto,

las ideas más fantásticas y dispara-tadas pasaron por el cerebro delhombre realista que fue siempre Le-nin. ¿No podría alquilarse un avión

que salvara la distancia sobre Ale-mania y Austria? Pero el primeroque se le ofreció para tal empresa re-sultó ser un espía. Cada vez se vanhaciendo más descabelladas y con-fusas las ideas de la fuga. Escribe aSuecia para que le procuren un pa-saporte sueco, pensando hacerse pa-sar por mudo para no tener que darexplicaciones.Como es natural, por la mañana,

tras aquellas noches de desenfrena-da fantasía, el mismo Lenin se dacuenta de lo irrealizable que son se-mejantes sueños. Pero tiene unaobligación que no puede eludir: hade regresar a Rusia, ha de hacer supropia revolución en lugar de laotra; ha de llevar a cabo la auténticarevolución, la revolución honrada,en lugar de la revolución meramen-te política.

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Tiene que regresar a la patria loantes posible. ¡A toda costa! Caso deobtener una paz inmediata por sumediación, asumirá una tremendaresponsabilidad que implacable-mente le tendrá en cuenta la Historiapor haber impedido la paz justa yvictoriosa de Rusia. No sólo los revolucionarios tibios,

sino los que comparten incondicio-nalmente sus ideas, quedan horrori-zados cuando les da cuenta de lo quese propone hacer, o sea escoger elmedio, el camino más difícil y máscomprometido.Consternados, le indican que exis-

ten ya negociaciones a través de lossocialdemócratas suizos para conse-guir el regreso de los revolucionariosrusos por el camino legal y neutral delintercambio de prisioneros. Pero Lenin ve inmediatamente el

tiempo que se perderá utilizandoaquel camino, máxime estando se-guro de que el Gobierno ruso procu-rará retardar el regreso cuanto seaposible. Además, cree que cada día y cada

hora que pasan son decisivos. Él só-lo ve el fin que persigue, mientras losdemás, menos cínicos y menos au-daces, no se atreven a decidirse a lle-var a cabo lo que desde todos lospuntos de vista, leyes y ética huma-nos no deja de ser una traición.

Pero Lenin, resuelto, inicia bajosu responsabilidad personal las ne-gociaciones con el Gobierno alemán.

EL CÉLEBRE PACTO

Justamente porque Lenin sabíamuy bien lo escandaloso y trascen-dental que era el paso que iba a dar,quiso obrar con la máxima claridad. A instancias suyas, el secretario

del Sindicato Obrero Suizo, FritzPlatten, visita al embajador alemán,que antes ya había tratado en térmi-nos generales con los emigrados ru-sos, y le expone las condiciones deLenin. Porque aquel insignificante y des-

conocido desterrado, como si pre-viese su futura autoridad, no se diri-ge al Gobierno alemán en tonosuplicante, sino que le presenta suscondiciones bajo las cuales los viaje-ros estarían dispuestos a aceptar laconformidad del Gobierno alemán yque son éstas: Que se le conceda alvagón en que viajan el derecho deextraterritorialidad; que ni la entra-da ni a la salida de Alemania se ejer-za inspección de pasaportes y perso-nas ; que puedan pagar por s ímismos el importe del billete del fe-rrocarril según la tarifa corriente es-tablecida, y, por último, que ni por

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orden superior ni por propia inicia-tiva saldrán del vagón. El ministro Romberg dio curso a

estas noticias. Llegaron a conoci-miento incluso de Ludendorff, y me-recieron su apoyo, aunque en susmemorias no se lee ni una palabrasobre esta decisión de tanta trascen-dencia histórica, quizá la más im-portante de su vida. En algunos detalles pretende el

embajador obtener alguna modifi-cación, pues el protocolo está redac-tado astutamente por Lenin en for-ma tan ambigua que se presta a queen el famoso tren puedan viajar sinfiscalización de ninguna clase no so-lamente rusos, sino incluso un aus-tríaco, como Radek. Pero, igual que Lenin, el Gobierno

alemán también tiene prisa. Por aque-llos días, precisamente el 5 de abril, losEstados Unidos de América declaranla guerra a Alemania. Y Fritz Platten,secretario del Sindicato Obrero Suizo,recibe por fin, el 6 de abril al mediodía,la memorable comunicación: “Asuntoresuelto favorablemente”.El 9 de abril de 1917, a las dos y

media de la tarde, un reducido grupode gente mal vestida, cargada con susmaletas, sale del restaurante Zährin-ger Hof hacia la estación de Zurich.Suman en total treinta y dos perso-nas, incluyendo mujeres y niños.

De los hombres sólo ha perdura-do el nombre de tres de ellos: Lenin,Zinoviev y Radek. Todos juntos co-mieron modestamente y firmaronun documento en el que manifesta-ban que conocen la publicación de lanoticia por parte del Petit Parisien,según la cual el Gobierno provisio-nal de Rusia piensa considerar a losviajeros que atraviesen Alemaniacomo reos de alta traición. Firmaroncon desmañada letra que aceptabanla plena responsabilidad que puedederivarse de aquel viaje y que se ave-nían a todas las condiciones. Y silenciosa y resueltamente,

aquellos hombres emprenden el via-je que ha de repercutir en la historiadel mundo. Su llegada a la estaciónno suscitó curiosidad alguna porparte de nadie. No comparecieron nireporteros ni fotógrafos. Y es que ¿quién conoce en Suiza a

aquel tal señor Ulianov que, tocadocon un deformado sombrero, vis-tiendo una raída chaqueta y calzadocon unas pesadas botas de montaña,busca en silencio un sitio en el va-gón, entre el apiñado montón dehombres y mujeres cargados confardos y cestos? Por su aspecto, en nada se dife-

rencian estas gentes de los numero-sísimos emigrantes que, proceden-tes de Yugos lav ia , Ruten ia y

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Rumania, suelen verse en la estaciónde Zurich sentados en sus equipajes,gozando de unas horas de descansomientras esperan poder continuar elviaje hasta el litoral francés y de allía ultramar. El Partido Obrero Suizo,que no está conforme con semejanteaventura, no ha enviado a ningúnrepresentante suyo.Sólo han acudido a despedirlos

unos cuantos rusos que aprovechanla ocasión para enviar algunas pro-visiones y saludos a los familiaresque tienen en la patria, y tambiénciertos compañeros que en el últi-mo momento intentan aún disua-dir a Lenin de la insensata y peli-grosa empresa. Pero la decisiónestaba tomada. A las tres y diez de la tarde dan la

señal de salida. Y el tren parte en di-rección a Gottmadingen, la fronteraalemana. Desde aquella memorablehora, el mundo seguirá un rumbodistinto.

EL VAGÓN PRECINTADO

Millones de aniquiladores pro-yectiles se dispararon durante laguerra mundial, ideados por inge-nieros para que tuvieran el máximoalcance y la máxima potencia. Peroninguno de ellos tuvo mayor alcan-

ce, más decisiva intervención en eldestino de la Historia, que ese trenque, transportando a los revolucio-narios más peligrosos y más resuel-tos del siglo, corre velozmente ahoradesde la frontera suiza a través detoda Alemania, facilitándoles suvuelta a Rusia, a San Petersburgo,donde harán saltar hecho añicos elorden establecido hasta entonces. En Gottmadingen espera la llega-

da de ese extraordinario proyectil unvagón con departamentos de segun-da y tercera clase; las mujeres y losniños ocupan los de segunda; los detercera, los hombres. En el suelo, una raya trazada con

yeso limita y separa la parte ocupadapor los rusos del departamento don-de van los dos oficiales alemanes quecustodian aquel transporte de ex-plosivos humanos. Transcurre lanoche sin incidentes. Sólo al llegar a Francfort irrum-

pen de pronto en la estación algunossoldados alemanes que se habíanenterado del paso de los revolucio-narios rusos, y es rechazado total-mente un intento de los socialdemó-cratas germanos para entendersecon los rusos. Lenin sabe muy bienlas sospechas que se atraería si cam-biara una sola palabra con algúnalemán en su propio suelo.En Suecia son recibidos con entu-

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siasmo. Hambrientos devoran losviajeros el desayuno preparado alestilo del país para ellos. Los smor-gas les saben a gloria. Lenin se pro-vee de otro calzado y algunas pren-das de vestir. Al fin se encuentra enla frontera rusa.

EFECTO DEL PROYECTIL

Lo primero que hace Lenin al lle-gar al territorio ruso es muy propiode él: no va a ver a las gentes aisla-damente, sino que se apresura antetodo a visitar las redacciones de al-gunos periódicos. Hace catorce años que falta de su

patria, que no ha visto la tierra rusa,ni la bandera de la nación, ni losuniformes de los soldados. Pero, distinto a los demás com-

pañeros del viaje, aquel férreo idea-lista no lloró, ni abrazó a los sor-prendidos soldados, como hicieronlas mujeres. No, lo primero para élera correr a las redacciones de losperiódicos, sobre todo a la de Prav-da, para comprobar si “su periódi-co” sabe mantener firmemente supunto de vista internacional. In-dignado, rompe el ejemplar des-pués de leerlo.No, no es bastante, todavía no se

subraya debidamente la auténtica

revolución, todavía destila patriotis-mo, patriotería. Ha llegado a tiempo, a su modo

de ver, para tomar la dirección delasunto y luchar por sus ideas hastatriunfar o ser derrotado. Pero ¿lo conseguirá? Por última

vez siente todavía cierta angustiosainquietud. ¿No procurará Miliukovhacerle encarcelar allí mismo, enPetrogrado? (Aunque por pocotiempo, la ciudad se llama aún así.)Los amigos que acuden a su encuen-tro están ya en el tren.Kamenev y Stalin sonríen de un

modo inescrutable en el oscuro de-partamento de tercera clase, vaga-mente iluminado por la mortecinaluz de un farol. No le contestan o noquieren contestar. Pero la respuesta, que la realidad

se encarga de dar, es insospechada.Cuando el tren entra en agujas enuna estación finlandesa, la inmen-sa plaza está llena de gente. Puedencontarse por millares los obreros;representaciones de todos los cuer-pos armados esperan para rendirhonores a los desterrados que vuel-ven a la patria. Resuena la “Inter-nacional”.Y cuando Vladimiro Ilich Ulianov

desciende del tren, aquel hombre in-significante que hasta hace poco vi-vía en Suiza en casa de un zapatero

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remendón, es aplaudido por una in-gente multitud y llevado en hom-bros hasta un automóvil blindado. Los reflectores instalados en las

fachadas de las casas y en el castillose concentran sobre él, y desde aquelcoche blindado dirige su primer dis-

curso al pueblo. Bulle animadamen-te el gentío por las calles. Ha comenzado el “ciclo de diez

días que lo trastorna todo”. El pro-yectil ha dado en el blanco, ha des-truido un imperio y cambiado la fazdel mundo. n

Lenin maquillado, durante su estancia clandestina en Rusia, meses antesde la revolución bolchevique. Fotografía de la credencial a nombre de K. Ivanov, obrero de una fábrica de armas.

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Economía Política / 127 Marx: Valor y trabajo / 128 PCR: El clasismo revolucionario / 129 PCR: Sobre el terrorismo /

130 Guevara: Discurso de Argel / 131 Marx: Trabajo y ganancia / 132 Mao: Los intelectuales / 133 Mao: La URSS y la

guerra interimperialista / 134–135 Stalin: Lenin (I) y Lenin (II) / 136 Guevara: El hombre nuevo / 137 Dimitrov: Contra el

sectarismo / 138 Gramsci: Los comunistas y los sindicatos / 139 Díaz: El Frente Popular / 140 Pasionaria: No pasarán /

141–142 Mao: La Revolución Cultural (1 y 2) / 143 Ponce–Mella: La educación / 144 Mariátegui: Lenin / 145–146 Mavrakis:

El trotskismo (1 y 2) / 147 Lenin: Problemas del socialismo / 148 Mao: Carta a Chiang Ching / 149 Mao: La economía del

socialismo / 150 Gramsci: Espontaneidad y conciencia / 151 Mao: Temas filosóficos / 152–153: Guevara: Marx y Engels (I y II) /

154–155: O. Vargas: Los ignorados (I y II) / 156–157 Lenin: Sobre la cooperación (1 y 2) / 158 Marx–Engels: Manifiesto del

Partido Comunista / 159 Marx: Crítica al programa de Gotha (1) / 160–161 O. Vargas: Somos el partido del comunismo (1 y 2) /

162 Marx: Crítica al programa de Gotha (2) / 163 Mao: Las clases en el campo / 164 Guevara: La transición socialista /

165 Mao: Contra el culto a los libros / 166 Mao: La transición socialista / 167–168 Mao: El frente único (1 y 2) / 169 Engels:

Economía Política / 170 Gramsci: La caída de la tasa de beneficio / 171 Mao: La unidad del Partido / 172 Myrdal: China:

La revolución continuada / 173 Mao: Como tratar los errores / 174 O. Vargas: La lucha de ideas / 175 P.C. de China:

Dos caminos en el socialismo / 176–177 N. Podvoiski: Lenin y la insurrección / 178 Lenin: Los revolucionarios y los

compromisos / 179 PCR: El clasismo revolucionario / 180–181 Lenin: Sobre el sindicalismo (1 y 2) / 182 Mao: Corrijamos

las ideas y métodos erróneos / 183-184-185-186 Lenin: El Estado y la revolución (1, 2, 3 y 4) / 187-188 PCR: El caracter de

la revolución (1 y 2) / 189-190 Serge: Sobre la represión (1 y 2) / 191-192 Lenin: Sobre el antiparlamentarismo (1 y 2) /

193-194 PCR: La rebelión agraria (1 y 2) / 195 Guevara: La conciencia revolucionaria / 196-197 Vargas: El marxismo y la

revolución argentina / 198-199 Lenin: Los revolucionarios y las elecciones (1 y 2) / 200 Lenin: Los revolucionarios y los

pactos electorales / 201 Lenin: Organización sindical y organización revolucionaria / 202-203 Mao: Combatir las frases

hechas del Partido (1 y 2) / 204 Engels: El origen de las clases / 205 Engels: El origen del Estado / 206 Mao: La reforma

agraria y el movimiento de masas (1) / 207 O. Vargas: Che: un coloso de la revolución / 208 Mao: La reforma agraria y el

movimiento de masas (2) / 209-210 O. Vargas: La importancia del movimiento campesino (1 y 2) / 211 Zhou Enlai: Tareas

de la revolución china / 212 Zhou Enlai: Protagonistas de la revolución china / 213 Marx: Salario, inflación y crisis.