Soriano, Osvaldo - Cuentos de los años felices

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Cuentos de los aos felices

OSVALDO SORIANO

Cuentos de los aos felices

EDITORIAL SUDAMERICANABUENOS AIRES

PRMERA EDICION Noviembre de 1993 SEGUNDA EDICION Diciembre de 1993

Diseo de tapa: Helena Homs

IMPRESO EN LA ARGENTINAQueda hecho el depsito que previene la ley 11.723 1993, Editorial Sudamcricana S.A Humberto I 531, Buenos Aires ISBN 950-07-0905-8 1994, Osvaldo Soriano

Para Manuel

I En nombre del padre

Empec a escribir estos relatos sobre la infancia sin saber que mi padre iba a convertirse en el protagonista. Si no recuerdo mal el primero fue sobre un viaje por la Patagonia que evoca la guerra de Malvinas. Lo publiqu en Pagina/12 y como a mis amigos les gust y me lo hicieron saber, escrib varios ms en los que indefectiblemente mi padre se impuso con las tristes y desopilantes experiencias que tuvo a su paso por este mundo. Muchos lectores me preguntan si era tal como lo cuento ahora. Claro que s. Ya lo dice un personaje de Armando Discpolo: "Hijo, si vos lo soaste, yo lo viv".

Otoo del 53Salimos temprano de Neuqun, en un mnibus todo destartalado, indigno de la accin patritica que nos haba encomendado el General Pern. bamos a jugarles un partido de ftbol a los ingleses de las Falklands y ellos se comprometan a que si les ganbamos, las islas pasaran a llamarse Malvinas para siempre y en todos los mapas del mundo. La nuestra era, creamos, una misin patritica que quedara para siempre en los libros de Historia y all bamos, jubilosos y cantando entre montaas y bosques de tarjeta postal. Era el lejano otoo de 1953 y yo tena diez aos. En los recreos de la escuela jugbamos a la guerra soando con las batallas de las pelculas en blanco y negro, donde haba buenos y malos, hroes y traidores. La Argentina nunca haba peleado contra nadie y no sabamos cmo era una guerra de verdad. Lo nuestro, lo que nos ocupaba entonces, era la escuela, que yo detestaba, y la Copa Infantil Evita, que nuestro equipo acababa de ganar en una final contra los de Buenos Aires. A poco de salir pas exactamente lo que el jorobado Toledo dijo que iba a pasar. El mnibus era tan viejo que no aguantaba el peso de los veintisiete pasajeros, las valijas y los tanques de combustible que llevbamos de repuesto para atravesar el desierto. El jorobado haba dicho que las gomas del Ford se iban a reventar y no bien entramos a vadear el ro, explot la primera. El profesor Seguetti, que era el director de la escuela, iba en el primer asiento, rodeado de funcionarios de la provincia y la nacin. Los chicos habamos pasado por la peluquera y los mayores iban todos de traje y gomina. En un cajn atado al techo del Ford haba agua potable, conservas y carne guardada en sal. Tenamos que atravesar montaas, lagos y desiertos para llegar al Atlntico, donde nos esperaba un barco secreto que nos conducira a las islas tan aoradas. Como la rueda de auxilio estaba desinflada tuvimos que llamar a unos paisanos que pasaban a caballo para que nos ayudaran a arrastrar el mnibus fuera del agua. Uno de los choferes, un italiano de nombre Luigi, le puso un parche sobre otro montn de parches y entre todos bombeamos el inflador hasta que la rueda volvi a ser redonda y nos internamos en las amarillas dunas del Chubut. Cada tres o cuatro horas se reventaba la misma goma u otra igual y Luigi haca maravillas al volante para impedir que el Ford, alocado, se cayera al precipicio. El otro chofer, un chileno petiso que deca conocer la regin, llevaba un mapa del ejrcito editado en 1910 y que slo l poda descifrar. Pero al tercer da, cuando cruzbamos un lago sobre una balsa, nos azoto un temporal de granizo y el mapa se vol con la mayora de las provisiones. Los ros que bajaban de la

Cordillera venan embravecidos y resonaban como si estuvieramos a las puertas del infierno. Al cuarto da nos alejamos de las montaas y avistamos una estancia abandonada que, segn el chileno, estaba en la provincia de Santa Cruz. Luigi prendi unos leos para hacer un asado y se puso a reparar el radiador agujereado por un piedrazo. El profesor Seguetti, para lucirse delante de los funcionarios, nos hizo cantar el Himno Nacional y nos reuni para repasar las lecciones que habamos aprendido sobre las Malvinas. Sentados en las dunas, cerca del fuego, escuchamos lo mismo de siempre. En ese tiempo todava creamos que entre los pantanos y los pelados cerros de las islas haba tesoros enterrados y petrleo para abastecer al mundo entero. Ya no recordbamos por qu las islas nos pertenecan ni cmo las habamos perdido y lo nico que nos importaba era ganarles el partido a los ingleses y que la noticia de nuestro triunfo diera la vuelta al mundo. Elemental, las Malvinas son de ustedes porque estn ms cerca de la Argentina que de Inglaterra dijo Luigi mientras pasaba los primeros mates. No s porfi el chofer chileno, tambin estn cerca del Uruguay. El profesor Seguetti lo fulmin con la mirada. Los chilenos nunca nos tuvieron cario y nos disputan las fronteras de la Patagonia, donde hay lagos de ensueo y bosques petrificados con ciervos y pjaros gigantes parecidos a los loros que hablan el idioma de los indios. Sentados en el suelo, en medio del desierto, Seguetti nos record al gaucho Rivero, que fue el ltimo valiente que defendi las islas y termin preso por contrabandista en un calabozo de Londres. A los chicos todo eso nos emocionaba, y a medida que el profesor hablaba se nos agrandaba el corazn de slo pensar que el General nos haba elegido para ser los primeros argentinos en pisar Puerto Stanley. El General Pern era sabio, sonrea siempre y tena ideas geniales. As nos lo haban enseado en el colegio y lo deca la radio; qu nos importaban las otras cosas! Cuando ganamos la Copa en Buenos Aires, el General vino a entregarla en persona, vestido de blanco, manejando una Vespa. Nos llam por el nombre a todos, como si nos conociera de siempre, y nos dio la mano igual que a los mayores. Me acuerdo de que al jorobado Tolosa, que iba de colado por ser hijo del comisario, lo vio tan desvalido, tan poca cosa, que se le acerc y le pregunt: "Vos qu vas a ser cuando seas grande, pibe?". Y el jorobado le contest: "Peronista, mi General". Ah noms se gan el viaje a las Malvinas. De regreso a Ro Negro, me pas las treinta y seis horas de tren llorando porque Evita se-haba muerto antes de verme campen. Yo la conoca por sus fotos de rubia y por los noticieros de cine. En cambio mi padre, despus de cenar, cerraba las ventanas para que no lo oyeran los vecinos e insultaba el retrato que yo tena en mi cuarto hasta que se quedaba sin aliento. Pero ahora estaba orgulloso porque en el pueblo le hablaban de su hijo que iba a ser el goleador de las Malvinas. Seguimos a la deriva por caminos en los que no pasaba nadie y cada vez que avistbamos un lago creamos que por fin llegbamos al mar, donde nos esperaba el barco secreto. Soportamos vientos y tempestades con el ltimo combustible y poca comida, corridos por los pumas y escupidos por los guanacos. El mnibus haba perdido el cap, los paragolpes y todas las valijas que llevaba en el techo. Seguetti y los funcionarios parecan piltrafas. El profesor desvariaba de

fiebre y haba olvidado la letra del Himno Nacional y el nmero exacto de islas que forman el archipilago de Malvinas. Una maana, cuando Luigi se durmi al volante, el mnibus se empantan en un salitral interminable. Entonces ya nadie supo quin era quin, ni dnde diablos quedaban las gloriosas islas. En plena alucinacin, Seguetti se tom por el mismsimo General Pern y los funcionarios se creyeron ministros, y hasta Luigi dijo ser la reencarnacin de Benito Mussolini. Desbordado por el horizonte vaco y el sol abrumador, Seguetti se trep al medioda al techo del Ford y empez a gritar que haba que pasar lista y contar a los pasajeros para saber cuntos hombres se le haban perdido en el camino. Fue entonces cuando descubrimos al intruso. Era un tipo canoso, de traje negro, con un lunar peludo en la frente y un libro de tapas negras bajo el brazo. Estaba en una hondonada y eso lo haca parecer ms petiso. No pareca muy hablador pero antes de que el profesor se recuperara de la sorpresa se present solo, con un vozarrn que desafiaba al viento. William Jones, de Malvinas levant el libro como si fuera un pasaporte , apstol del Seor Jesucristo en estos parajes. Hablaba un castellano dificultoso y escupi un cascote de saliva y arena. El profesor Seguetti lo mir alelado y salt al suelo. Los funcionarios se asomaron a las ventanillas del mnibus. De dnde? pregunt el profesor que de a poco se iba animando a acercrsele. De Port Stanley respondi el tipo, que hablaba como John Wayne en la frontera mexicana. Argentino hasta la muerte. De golpe tambin los chicos empezamos a interesarnos en l. No hay argentinos en las Malvinas dijo Seguetti y se le arrim hasta casi rozarle la nariz. Jones levant el libro y mir al horizonte manso sobre el que planeaban los chimangos. Cmo que no, si hasta me hicieron una fiesta cuando llegu! dijo. Entonces Seguetti se acord de que nuestra ley dice que todos los nacidos en las Malvinas son argentinos, hablen lo que hablen y tengan la sangre que tengan. Jones cont que haba subido al mnibus dos noches atrs en Bajo Caracoles, cuando paramos a cazar guanacos. Si no lo habamos descubierto antes, dijo, haba sido por gracia del Espritu Santo que lo acompaaba a todas partes. Eso dur toda la noche porque nadie, entre nosotros, saba ingls y Jones mezclaba los dos idiomas. Cada uno contaba su historia hablando para s mismo y al final todos nos creamos hroes de conquistas, capitanes de barcos fantasmas y emperadores aztecas. Luigi, que ahora hablaba en italiano, le pregunt si todava estbamos muy lejos del Atlntico. Oh, very much! grit Jones y hasta ah le entendimos. Luego sigui en ingls y cuando intent el castellano fue para leernos unos pasajes de la Biblia que hablaban de Simn perdido en el desierto. Al da siguiente todos caminamos rezando detrs de Jones y llegamos a un lugar de nombre Ro Alberdi, o algo as. Enseguida, el General Pern nos mand dos helicpteros de la gendarmera. Cuando llegaron, los adultos tenan grandes

barbas y nosotros habamos ganado dos partidos contra los chilenos de Puerto Natales, que queda cerca del fin del mundo. El comandante de gendarmera nos pidi, en nombre del General, que olvidramos todo, porque si los ingleses se enteraban de nuestra torpeza jams nos devolveran las Malvinas. Conozco poco de lo que ocurri despus. Jones predic el Evangelio por toda la Patagonia y ms tarde se fue a cultivar tabaco a Corrientes, donde tuvo un hijo con una mujer que hablaba guaran. Ahora que ha pasado mucho tiempo y nadie se acuerda de los chicos que pelearon en la guerra, puedo contar esta vieja historia. Si nosotros no nos hubiramos extraviado en el desierto en aquel otoo memorable, quiz no habra pasado lo que pas en 1982. Ahora Jones est enterrado en un cementerio britnico de Buenos Aires y su hijo, que cay en Mount Tumbledown, yace en el cementerio argentino de Puerto Stanley.

Aquel peronismo de jugueteCuando yo era chico Pern era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una mueca para las chicas. Para mi padre eso era una vergenza: hacer la cola delante de una ventanilla que deca "Pern cumple, Evita dignifica", era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado pblico y no tena la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Pern y a su rgimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardos. Estar en la fila agitaba el corazn: quedara todava una pelota de ftbol cuando llegramos a la ventanilla? O tendramos que contentarnos con un camin de lata, acaso con la miniatura del coche de Fangio? Mirbamos con envidia a los chicos que se iban con una caja de los soldaditos de plomo del general San Martn: se llevaban eso porque ya no haba otra cosa, o porque les gustaba jugar a la guerra? Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenan cualquier forma menos redonda. En aquella tarde de 1950 no pude tenerla. Creo que me dieron una lancha a alcohol que yo pona a navegar en un hueco lleno de agua, abajo de un limonero. Tena que hacer olas con las manos para que avanzara. La caldera funcion slo un par de veces pero todava me queda la nostalgia de aquel chuf, chuf, chuf, que pareca un ruido de verdad, mientras yo soaba con islas perdidas y amigos y novias de diecisiete aos. Recuerdo que sa era la edad que entonces tenan para m las personas grandes. Rara vez la lancha llegaba hasta la otra orilla. Tena que robarle la caja de fsforos a mi madre para prender una y otra vez el alcohol y Juana y yo, que bamos a bordo, enfrentbamos tiburones, alimaas y piratas emboscados en el Amazonas pero mi lancha peronista era como esos petardos de Ao Nuevo que se quemaban sin explotar. El General nos envolva con su voz de mago lejano. Yo viva a mil kilmetros de Buenos Aires y la radio de onda corta traa su tono ronco y un poco melanclico. Evita, en cambio, tena un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de los treinta aos. Mi padre desataba su santa clera de contrera y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no escucharan. Tena miedo de que perdiera el trabaj. Sospecho que mi padre, como casi todos los funcionarios, se haba rebajado a aceptar un carn del Partido para hacer carrera en Obras Sanitarias. Para llegar a jefe de distrito en un lugar perdido de la Patagonia, donde exhortaba al patriotismo a los obreros peronistas que instalaban la red de agua corriente. Creo que todo, entonces, tena un sentido fundador. Aquel "sobrestante"

que era mi padre tena un solo traje y dos o tres corbatas, aunque siempre andaba impecable. Su mayor ambicin era tener un poco de queso para el postre. Cuando cumpli cuarenta aos, en los tiempos de Pern, le dieron un crdito para que se hiciera una casa en San Luis. Luego, a la cada del General, la perdi, pero segua siendo un antiperonista furioso. Despus del almuerzo pelaba una manzana, mientras oa las protestas de mi madre porque el sueldo no alcanzaba. De pronto golpeaba el puo sobre la mesa y gritaba: "No me voy a morir sin verlo caer!". Es un recuerdo muy intenso que tengo, uno de los ms fuertes de mi infancia: mi padre pudo cumplir su sueo en los lluviosos das de setiembre de 1955, pero Pern se iba a vengar de sus enemigos y tambin de mi viejo que se muri en 1974, con el general de nuevo en el gobierno. En el verano del 53, o del 54, se me ocurri escribirle. Evita ya haba muerto y yo haba llevado el luto. No recuerdo bien: fueron unas pocas lneas y l deba recibir tantas cartas que enseguida me olvid del asunto. Hasta que un da un camin del correo se detuvo frente a mi casa y de la caja bajaron un paquete enorme con una esquela breve: "Ac te mando las camisetas. Prtense bien y acurdense de Evita que nos gua desde el cielo". Y firmaba Pern, de puo y letra. En el paquete haba diez camisetas blancas con cuello rojo y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento, flamante, como las que tenan los jugadores en las fotos de El Grfico. El General llegaba lejos, ms all de los ros y los desiertos. Los chicos lo sentamos poderoso y amigo. "En la Argentina de Evita y de Pern los nicos privilegiados son los nios", decan los carteles que colgaban en las paredes de la escuela. Cmo imaginar, entonces, que eso era puro populismo demaggico? Cuando Pern cay, yo tena doce aos. A los trece empec a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Ro Negro donde envuelven las manzanas para la exportacin. Choice se llamaban las que iban al extranjero; standard las que quedaban en el pas. Yo les pona el sello a los cajones. Ya no me ocupaba de Pern: su nombre y el de Evita estaban prohibidos. Los diarios llamaban "tirano prfugo" al General. En los barrios pobres las viejas levantaban la vista al cielo porque esperaban un famoso avin negro que lo traera de regreso. Ese verano conoc mis primeros anarcos y rojos que discutan con los peronistas una huelga larga. En marzo abandonamos el trabajo. Cortamos la ruta, fuimos en caravana hasta la plaza y muchos gritaban "Viva Pern, carajo". Entonces cargaron los cosacos y recib mi primera paliza poltica. Yo ya haba cambiado a Pern por otra causa, pero los garrotazos los reciba por peronista. Por la lancha a alcohol que casi nunca anduvo. Por las camisetas de ftbol y la carta aquella que mi madre extravi para siempre cuando lleg la Libertadora. No volv a creer en Pern, pero entiendo muy bien por qu otros necesitan hacerlo. Aunque el pas sea distinto, y la felicidad est tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa.

Primeros amoresSiempre que voy a emprender un largo viaje recuerdo algunas cosas mas de cuando todava no soaba con escribir novelas de madrugada ni subir a los aviones ni dormir en hoteles lejanos. Esas imgenes van y vienen como una hamaca vaca: mi primera novia y mi primer gol. Mi primera novia era una chica de pelo muy negro, tmida, que ahora estar casada y tendr hijos en edad de rocanrol. Fue con ella que hice por primera vez el amor, un lunes de 1958, a la hora de la siesta, en una fila de butacas rotas de un cine vaco. Antes de llegar a eso, otro da de invierno, su madre nos sorprendi en la penumbra de la boletera con la ropa desabrochada y ah noms le peg dos bofetadas que todava me suenan, lejanas y dolorosas, en el eco de aquellos aos de frondicismo y resistencia peronista. Su padre era un tipo sin pelo, de pocas pulgas, que masticaba cigarros y me saludaba de mal humor porque ya tena bastantes problemas con otra hija que volva al amanecer y en coche ajeno. Mi novia y yo tenamos quince aos. Al caer la tarde, como el cine no daba funcin, nos sentbamos en la plaza y nos hacamos mimos hasta que apareca el vigilante de la esquina. No haba gran cosa para divertirse en aquel pueblo. Las calles eran de tierra y para ver el asfalto haba que salir hasta la ruta que corra recta, entre bardas y chacras, desde General Roca hasta Neuqun. Cualquier cosa que llegara de Buenos Aires se converta en un acontecimiento. Eran treinta y seis horas de tren o un avin semanal carsimo y peligroso, de manera que slo recuerdo la visita de un boxeador en decadencia que fue a Roca, al equipo de Banfield, que lleg exhausto a Neuqun y a unos tipos que se hacan pasar por el tro Los Panchos y llenaban el saln de fiestas del club Cipolletti. Los diarios de la Capital tardaban tres das en llegar y no haba ni una sola librera ni un lugar donde escuchar msica o representar teatro. Recuerdo un club de fotgrafos aficionados y la banda del regimiento que una vez por mes vena a tocarle retretas a la patria. Entonces slo quedaban el ftbol y las carreras de motos, que empezaban a ponerse de moda. Cuando su madre le dio aquella bofetada a mi novia, yo estaba en la Escuela Industrial y todava no haba convertido mi primer gol. Jugaba en una de esas canchitas hechas por los chicos del barrio, y de vez en cuando acertaba a meterla en el arco, pero esos goles no contaban porque todos pensbamos hacer otros mejores, con pblico y con nuestras novias temblando de admiracin. Con toda seguridad ramos terriblemente machistas porque crecamos en un tiempo y en un mundo que eran as sin cuestionarse. Un mundo de milicos levantiscos y jerarquas consagradas, de varones prostibularios y chicas hacendosas, sobre el

que pronto iba a caer como un aluvin el furioso jolgorio de los aos sesenta. Pero a fines de los cincuenta queramos madurar pronto y triunfar en alguna cosa viril y estpida como las carreras de motos o los partidos de ftbol. Yo me di varios coscorrones antes de convencerme de que no tena ningn talento para las pistas. Mi padre sola acompaarme para tocar el carburador o calibrar el encendido de la Tehuelche, pero mi madre sufra demasiado y a m las curvas y los rebajes me dejaban fro. La pelota era otra cosa: yo tena la impresin de ganarme unos segundos en el cielo cada vez que entraba al rea y me iba entre dos desesperados que presuman de carniceros y asesinos. Me acuerdo de un nmero 2 viejo como de veintisis aos, de vincha y medalla de la Virgen, que para asustar a los delanteros les contaba que deba una muerte en la provincia de La Pampa. Lo recuerdo con cierto cario, aunque me arruin una pierna, porque era l quien me marcaba el da que hice mi primer gol. Pegaba tanto el tipo, y con tanto entusiasmo que, como al legendario Rubn Marino Navarro, lo llamaban Hacha Brava. Jugaba inamovible en la Seleccin del Alto Valle y en ese lugar y en aquellos aos pocos eran los rbitros que arriesgaban la vida por una expulsin. Mi novia no iba a los partidos. Estudiaba para maestra y todava la veo con el guardapolvo a la salida del colegio, buscndome con la mirada. Un da que mis padres estaban de viaje le exig que viniera a casa, pero todo fue un fracaso con llantos, reproches y enojos. Tal vez leer estas lneas y recordar el perfume de las manzanas de marzo, su miedo y mi torpeza inaudita. Por un par de meses, antes de que yo la conociera, ella haba sido la novia de nuestro zaguero central y alguien me dijo que el tipo se vanagloriaba de haberle puesto una mano debajo de la blusa. Eso me lo haca insoportable. Tan celoso estaba de aquella imagen del pasado que casi dej de saludarlo. El chico era alto, bastante flaco y pateaba como un caballo. Yo me morda los labios, all arriba, en la soledad del nmero 9, cuando me fauleaban y l se llevaba la gloria del tiro libre puesto en un ngulo como un caonazo. Si lo nombro hoy, todava receloso, es porque particip de aquella victoria memorable y porque sin su gol el mo no habra tenido la gloria que tiene. Mi novia admita haberlo besado, pero negaba que el odioso personaje le hubiera puesto la mano en el escote. A veces yo me resignaba a creerle y otras senta como si una aguja me atravesara las tripas. Escuchbamos a Billy Cafaro y quizs a Eddie Pequenino pero yo no iba a bailar porque eso me pareca cosa de blandos. En realidad nunca me anim y si ms tarde, ya en Tandil, ca en algn asalto o en una fiesta del club Independiente, fue porque estaba completamente borracho y persegua a una rubia inabordable. Pasbamos el tiempo en el cine, acaricindonos por debajo del tapado que nos cubra las piernas, y creamos que su padre no se enteraba. Tal vez era as: andaba inclinado, ausente, masticando el charuto apagado, neurtico por el humo y el calor de la cabina de proyeccin. Pero la madre no nos sacaba el ojo de encima y aquella desgraciada tarde de invierno irrumpi en la boletera y empez a darle de cachetadas a mi novia. Despus supe que hacamos el amor todos los das, pero en aquel entonces supona que haba una sola manera posible y que si ella la aceptaba, el ms glorioso momento de la existencia habra ocurrido al fin. Y ese instante, en una vida vulgar, slo es comparable a otro instante, cuando la pelota entra en un

arco de verdad por primera vez, y no hay Dios ms feliz que ese tipo que festeja con los brazos abiertos gritndole al cielo. Ese tipo, hace treinta aos, soy yo. Todava voy, en un eterno replay, a buscar los abrazos y escucho en sordina el ruido de la tribuna. S que estas confesiones contribuyen a mi desprestigio en la alta torre de los escritores, pero ah sigo, al acecho entre el 5 que me empuja y Hacha Brava que me agarra de la camiseta mientras estamos empatados y un wing de jopo a la brillantina tira un centro rasante, al montn, a lo que pase. Se me ha cortado la respiracin pero estoy lcido y fro como un asesino a sueldo. Nuestro zaguero central acaba de empatar con un terrible disparo de treinta metros que he festejado sin abrazarlo y en este contragolpe, casi sobre el final, intuyo secretamente que mi vida cambiar para siempre. El miedo de perderme en la maraa de piernas, en el infierno de gritos y codazos, ya pas. El 10, que es un veterano de mil batallas, llega en diagonal y pifia porque la pierna derecha slo le sirve para tenerse parado. Inexorablemente, ese gesto fallido descoloca a toda la defensa y la pelota sale dando vueltas a espaldas del 5 que gira desesperado para empujarla al crner. Entonces aparezco yo, como el muchachito de la pelcula, ahuecando el pie para que el tiro no se levante y le pego fuerte, cruzado, y aunque parezca mentira aquella imagen todava perdura en m, cualquiera sea el hotel donde est. Igual que la otra, a la hora de la siesta, en una butaca rota del cine desierto. Nos besamos y sin buscarlo, porque las cachetadas todava le arden en la cara, mi primera novia se abandona por fin y me recibe mientras sus pechos que alguna vez consintieron la caricia de nuestro despreciable zaguero central tiritan y trotan, brincan y broncan, hoy que nuestras vidas estn junto a otros y mi hotel queda tan lejos del suyo.

PetrleoLas cosas han cambiado tanto que seguramente a mi padre le gustar seguir tan muerto como est. Debe estar pitando un rubio sin filtro, escondido entre unos arbustos como lo veo todava. Estamos en un camino de arena, en el desierto de Neuqun, y vamos hacia Plaza Huincul a ver los pozos de YPF. Salimos temprano, por primera vez juntos y a solas, cada uno en su moto. El va adelante en una Bosch flamante, y yo lo sigo en una ruidosa Tehuelche de industria nacional. Es el otoo del 62 y est despidindose para siempre de la Patagonia. Mi viejo va a cumplir cincuenta aos y se ha empeado hasta la cabeza para comprarse algo que le permita moverse por sus propios medios. Los ltimos pesos me los ha prestado a m para completar el anticipo de la Tehuelche que hace un barullo de infierno y derrapa en las huellas de los camiones. No hay nada en el horizonte, como no sean las nubes tontas que resbalan en el cielo. Algunos arbustos secos y altos como escobas, entre los que mi padre se detiene cada tanto a orinar porque ya tiene males de vejiga y esa tos de fumador. Anda de buen carcter porque el joven Frondizi anunci hace tiempo que "hemos ganado la batalla del petrleo". Quiere ver con sus propios ojos, tal vez porque intuye que no volver nunca ms a esas tierras baldas a las que les ha puesto agua corriente y retratos de San Martn en todas las paredes. Un soador, mi viejo: acelera con el pucho en los labios y la gorra encasquetada hasta las orejas mientras me hace sea de que lo alcance y le pase una botella de agua. La Tehuelche brama, se retuerce en los huellones, y la arena se me cuela por detrs de los anteojos negros. Por un momento vamos codo a codo, dos puntos solitarios perdidos entre las bardas, y le alcanzo la botella envuelta en una arpillera mojada. En el tablero de la motoneta lleva pegada una figurita de Marlene Dietrich que tanto lo habr hecho suspirar de joven. Yo he pegado en mi tanque de nafta una desvada mirada de James Dean y la calcomana del lejano San Lorenzo que slo conozco por la radio. Justamente: ese diminuto transistor japons que recin aparece a los ojos del mundo es la ms preciada joya que arriesgamos en el desierto. La voz de Alfredo Arstegui y los radioteatros de Laura Hidalgo nos acompaan bajo un sol que hace brotar esperpentos y alucinaciones donde slo hay viento y lagunas de petrleo perdido. Mi padre pilotea que es un desastre. Zigzaguea por la banquina mientras inclina la botella y se prende al gollete. Merodea el abismo de metro y medio al borde del sendero. Le grito que se aparte mientras me saluda agitando la botella y se desbarranca alegremente por un despeadero de cardos y flores rastreras. En la rodada pierde el pucho, las provisiones que cargamos en Zapala y hasta la

figurita de Marlene Dietrich que me ha robado del lbum. Freno y vuelvo a buscarlo. A lo lejos diviso las primeras torres de YPF, que para mi padre son como suyas porque todo fluye de esta tierra y Frondizi dice que por fin hemos ganado la batalla del petrleo. La motoneta est volcada con el motor en marcha y la rueda trasera gira en el vaco. Mi viejo trata de ponerse de pie antes de que yo llegue, pero lo que ms se le ha herido es el orgullo. Se frota la pierna y putea por el siete abierto en el nico pantaln, a la altura de la rodilla. Dice que ha sido mi culpa, que lo encerr justo en la subida, que por qu mierda me cruzo en su camino. Nunca ser buen ingeniero, agrega, y apaga el motor para enderezar el manubrio y recoger el equipaje. Lo escucho sin contestar. Todava hoy sigo subido a una barda, oyndolo putear ah abajo, mientras mi hijo juega con la espuma de las olas y grita alborozado en una playa de Mogotes. Somos muchos y uno solo, hasta donde me alcanza la memoria. A cada generacin tenemos menos cosas que podamos sentir como propias. Queda el hermetismo de mi padre en la mirada del chico que corre junto al mar. A l le contar esta tonta historia de prdidas y cadas, la de mi padre que rueda y la ma que no supe defender. Aquel medioda mi viejo se aleja rengueando para orinar entre los arbustos y se queda un rato escondido para que no vea su rodilla lastimada. Levanto a Marlene Dietrich que ha dejado un surco en la arena y vuelvo la mirada hacia la torre y el pndulo. Parece un fantasma de luto recortado en la lejana. Y el charco de petrleo que ensucia las bardas, tan ajeno al mar donde ahora juega mi hijo. Mi bisabuelo fue bandolero y asaltante de caminos en Valencia hasta que lo mat la Guardia Civil. Me lo confiesa mi viejo al atardecer, mientras cebamos mate bajo la carrocera oxidada de un Ford T. No recuerdo bien su relato pero pinta al bisabuelo de a caballo y con un trabuco a la cintura. Trata de impresionarme pero est muy derrengado para ser creble. El pantaln roto, la corbata abierta, el ombligo al aire y pronto cincuenta aos. No hay ms que gigantescos fracasos entre el bisabuelo que asaltaba diligencias y ese sobrestante de Obras Sanitarias que levanta la mirada y me seala con un gesto orgulloso la insignia del petrleo argentino. Una vida tendiendo redes de agua, haciendo clculos, inventando ilusiones. Suea con que yo sea ingeniero. De esa nfima epopeya le quedan a mi madre doscientos pesos de pensin y a m algunas ancdotas sin importancia. Mi padre lleva unos pocos billetes chicos en el bolsillo. Justo para la pensin y la nafta de la vuelta. Nunca gan un peso sin trabajar. No s si est conforme con su vida. Igual, no puede hacerla de nuevo. Ha vivido frente a los palos, mirando venir una pelota que nunca aterriza. Intent zafar de la marca, correrse, poner la cabeza, pero no supo usar los codos. Camin siempre por los peldaos de una escalera acostada. Tarzn en monopatn, Barman esperando el colectivo, San Martn soando con las chicas de Divito. Y sin embargo, cuando fuma en silencio, parece a punto de encontrar la solucin. Como aquella noche en un sucio cuarto de alquiler donde saca la regla de clculos y disea un oleoducto intil, con jardines y caminos de los que ningn motociclista podra caerse. Pero de eso no queda nada: el dibujo se le extravi en otro porrazo y las torres ya son de otros ms rpidos que l. Discutimos en la pensin porque yo ignoraba las matemticas y la qumica y volvimos en silencio, muy lejos uno del otro. Lo dej ir adelante y todava veo su

camisa sudada flotando en la ventolera. Yo no saba qu hacer de mi vida y miraba para arriba a ver si bajaba la pelota. Tena diecinueve aos y me senta solo en una cancha vaca. Todava estoy ah, demorado con mi padre en medio del camino. Imagino historias porque me gusta estar solo con un cigarrillo y estoy cerca de la edad que tena mi padre cuando se tumbaba de la moto. Fueron muchas las cadas y no siempre lo levant. Me gustara saber qu opinin tendra de m, que he perdido su petrleo. Quisiera que echara una ojeada a estas lneas y a otras. Que me regalara un juguete y me contara cuntas veces estuvo enamorado; que me explicara qu carajo hacamos los dos en un camino de Neuqun rumbo a las torres de YPF, mientras en el transistor se apagaba la voz de Julio Sosa cubierta por los acordes de otra marcha militar.

El muerto inolvidableSe llama Mereco mi muerto inolvidable. Para m su viejo Ford nunca termina de desbarrancarse de una quebrada puntana, bajo una suave gara que no amaina ni siquiera cuando vamos con mi padre rumbo a su velorio. Cmo puede ser que Mereco est muerto si hace cuarenta aos que yo lo llevo en m, flaco y alto como un farol de la plaza.? Cuando mi padre se descuida me acerco al atad que est ms alto que mi cabeza y un comedido me levanta para que lo vea ah, orondo, machucado y con la corbata planchada. La novia entra, llora un rato y se va, inclinada sobre otra mujer ms vieja. Hay tipos que le fuman en la cara, toman copas y otro que entra al living repartiendo psames prepotentes y se desmaya en los brazos de la madre. Despus vinieron otros muertos considerables, pero ninguno como l. Recuerdo a un colorado que me convidaba pochoclo en el colegio y lo agarr un camin a la salida. Tambin a un insider de los Infantiles Evita que nunca largaba la pelota y se qued pegado a un cable de la luz. Pero aquellos muertos no eran drama porque nosotros, los otros, nunca nos bamos a morir. Al menos eso me dijo mi padre mientras caminbamos por la vereda, a lo largo de la acequia, cubiertos por un paraguas deshilachado. Casi nunca llova en aquel desierto pero en esos das de comienzos del peronismo se levant el chorrillero, empez a lloviznar y Mereco no pudo dominar el furioso descapotable negro en el que yo aprend a manejar. Por mi culpa mi padre estaba resentido con l y slo de verlo muerto poda perdonarle aquel da en que lo llevaron preso. Salimos del velorio por un corredor y cruzamos un terreno baldo para llegar al depsito de la comisara. El Ford A estaba en la puerta, aplastado como una chapita de cerveza. Mi padre iba consolando a otra novia que tena el finado y ya no se acordaba de m. Pegado a la pared para que no me viera el vigilante, me acerqu al amasijo de fierros y alcanc a ver el volante de madera lustrada. Segua reluciente y entero entre las chapas aplastadas. Tambin estaba intacta la plaqueta del tablero con el velocmetro y el medidor de nafta. Marcaba en millas, me acuerdo, y cuando bamos a ver a su otra novia, Mereco lo levantaba a sesenta o ms por el camino de tierra. Nadie saba nada. Mi padre crea que yo me quedaba en la escuela y la novia de Mereco estaba convencida de que bamos a buscar a mi padre qu controlaba el agua en las piletas del regimiento. Entonces llegbamos a un casero viejo que el coronel Manuel Dorrego haba tomado y defendido no s cuntas veces y Mereco me dejaba solo con el Ford A debajo de una higuera frondosa. sa era mi fiesta en los das en qu Mereco no estaba muerto y el Ford

segua intacto. Me sentaba en su asiento, estiraba las piernas hasta tocar los pedales y el que iba a mi lado era Fangio anuncindome curvas y terraplenes. Mereco no es un muerto triste. Tiene como veinticinco aos y todava lo veo as ahora que yo tengo el doble y he recorrido ms rutas que l. Antes del incidente que lo enemist con mi viejo, sola venir a casa a tomar mate y dar consejos. "Hgame caso, doble siempre golpeando el volante, don Jos", le deca a mi padre como si mi padre tuviera un coche con el que doblar. "En el culebreo suelte el volante hasta que se acomode solo", insista. "Es un farabute", comentaba mi viejo mientras lo miraba alejarse con el parabrisas bajo y las antiparras puestas. Nunca tuvieron un mango ni Mereco ni mi padre. Por las tardes, a la salida de la escuela, yo corra hasta la juguetera para mirar un avin en la vidriera. Era un bimotor de lata con el escudo argentino pintado en las alas. Mi madre me haba dicho que nunca podra comprrmelo, que no alcanzaba el sueldo de Obras Sanitarias y que por eso mi padre iba a cortar entradas al cine. Al menos podamos ver todas las pelculas que queramos. Pero en casi todas mostraban aviones y yo no me consolaba con recortarlos de las lminas del Billiken. Una tarde entr a robarlo. Por la nica foto que me queda de ese tiempo supongo que llevara guardapolvo tableado, un echarpe de San Lorenzo y la cartera en la que pensaba esconder el avin. En el negocio haba un par de mujeres mirando muecas y el dueo me reloje enseguida. Era un pelado del Partido Conservador que recin se haba hecho peronista y tena en la pared una foto del general a caballo. Busqu con la mirada por los estantes mientras las mujeres se iban y de pronto me qued a solas con el tipo. Ah me di cuenta de que estaba perdido. No haba robado nada pero igual me senta un ladrn. Me puse colorado y las piernas me temblaban de miedo. El pelado dio la vuelta al mostrador y me dio una cachetada sonora, justiciera. Nos quedamos en silencio, como esperando que el sol se oscureciera. Qu hacer si ya no poda robarle el juguete? Cmo esconder aquella humillacin? Me volv y sal corriendo. Mi viejo estaba esperndome en la esquina con la bicicleta de la reparticin. Tena el pucho entre los labios y sonri al verme llegar. "Qu te pasa?", me pregunt mientras yo suba al cao de la bici. Le contest que me haba retado la maestra, pero no me crey. "No me quers decir nada, no?", dijo y yo asent. Hicimos el camino a casa callados, corridos por el viento. Una tarde, mientras iba en el Ford con Mereco, no pude aguantarme y le cont. Se levant las antiparras y como nico comentario me gui un ojo. Dos o tres das ms tarde vino a casa con el plano de un nuevo carburador que quera ponerle al coche. Traa una botella de tinto y el avin envuelto en una bolsa de papel. "Lo encontr tirado en la plaza", me dijo y cambi de conversacin. Mi padre se oli algo raro y a cada rato levantaba la vista del plano para vigilarnos las miradas. No s por qu tuve miedo de que el pelado viniera a tocar el timbre y me abofeteara de nuevo. Pero el pelado no vino y Mereco desapareci por un tiempo. Fue por esos das cuando a mi padre lo comisionaron para hacer una inspeccin en Villa Mercedes y me llev con l en el micro. Un pariente del gobernador tena una instalacin clandestina para regar una quinta de duraznos, o algo as. Recuerdo que no bien llegamos el jefe del distrito le dijo a mi padre que no se metiera porque lo iban a correr a tiros. "Pero si la gente no tiene agua para tomar, cmo

no me voy a meter!", contest mi viejo y volvimos a la pensin. No me acuerdo de qu me habl esa noche a solas en el comedor de los viajantes, pero creo que evocaba sus das del Otto Krause y a una mujer que haba perdido durante la revolucin del ao 30. Todo aquello me vuelve ahora envuelto en sombras. Nebulosos me parecen el subcomisario y el vigilante que vinieron a la maana a quitarme el avin y a echarnos de Villa Mercedes antes de que mi padre pudiera hacer la inspeccin. Tenan un pedido de captura en San Luis y nos empujaron de mala manera hasta la terminal donde esperaba un polica de uniforme flamante. Hicimos el viaje de regreso en el ltimo asiento custodiados por el vigilante y la gente nos miraba feo. En la terminal mi padre me pregunt por lo bajo si yo era cmplice de Mereco. Le dije que s pero me orden que no dijera nada, que no nombrara a nadie. No era la primera vez que nos llevaban a una comisara y mi padre se defendi bastante bien. Neg que yo hubiera robado el avin y responsabiliz al comisario de interferir la accin de otro agente del Estado en cumplimiento del deber. Era hbil con los discursos mi viejo. Enseguida sacaba a relucir a los prceres que todava estaban frescos y si segua la resistencia tambin lo sacaba al General que tanto detestaba. A m me llevaron a casa, donde encontr a mi madre llorando. Al rato Mereco cay en el Ford y nos dijo que lo acomparamos, que iba a entregarse. Cuando llegamos, mi padre ya se haba confesado culpable y en la guardia se arm una trifulca brbara porque Mereco tambin quera ser el ladrn y mi viejo gritaba que a l slo le asista el derecho de robar un juguete para su hijo. Como ninguno de los dos tena plata para pagarlo, mi avin fue a parar a un cajn lleno de cachiporras y cartucheras. Al amanecer lleg el jefe de Obras Sanitarias y nos largaron a todos. Mi padre se neg a subir al descapotable de Mereco y le dijo que si apareca otra vez por casa le iba a romper la cara. Fue la ltima vez que lo vimos antes del velorio. Se calz las antiparras, salud con un brazo en alto y ah va todava, a noventa y capota baja, subiendo la quebrada con aquel Ford en el que hace tanto tiempo yo aprend a manejar.

MorososDeca mi padre que este pas no tiene remedio, que se va a terminar y que de tanto en tanto hay que salir a mirarlo por ltima vez. Quiz fue por eso que se decidi a pagar a medias el combustible y subir al Buick 37 de un cazador de morosos en fuga. Yo tendra ocho o nueve aos y lo vi alejarse con una mochila en la que mi madre haba puesto un poco de ropa y mucha comida seca. Despus me cont que al rato de salir ya estaba en desacuerdo con el cazador. Mi padre, que era un deudor impenitente, sostena que la venta a plazos era como el juego de cartas: al final, uno de los dos, comprador o vendedor, pierde. El tipo del Buick, en cambio, era un moralista de pistola al cinto que deca haber atrapado a ms de doscientos renegados en un ao. Se llevaba el cincuenta por ciento de lo que les encontraba en el bolsillo y si poda sacarles ms no se andaba con chiquitas. En aquel tiempo todava se usaba sombrero y el tipo llevaba docenas en el bal del coche: de fieltro, de cuero, de paja, de lona, tena todos los modelos y los venda como suyos en los pueblos por los que pasaba. Igual con relojes, rosarios, cadenas y medallitas de la suerte. Llevaba un cajn tan lleno que pareca el tesoro de la Sierra Madre. Me contaba mi padre que estacionaban el coche y dorman en cualquier parte. Era uno de los ltimos veranos del primer peronismo. No existan las tarjetas de crdito ni el dinero electrnico: los morosos firmaban una pila de pagars y huan con el par de zapatos flamante, el tocadiscos o los veinte tomos de la Espasa Calpe. Mi padre lo haba intentado alguna vez pero siempre lo agarraban. Recuerdo que una vez le quitaron una regla de clculos y otra vez las herramientas del taller. No saba poner distancia, le dijo el cazador de morosos una noche, cerca de Choele Choel. Los buenos timadores tenan firmas falsas, familias prestadas, direcciones inexistentes y nunca se quedaban con lo que compraban. A sos, si los agarraba, el cazador no poda ms que pegarles una paliza. Siempre lo haca, por respeto a s mismo y para que tronara el escarmiento, pero era tiempo perdido. El cazador corra contra el tiempo y contra las grandes migraciones alentadas por el 17 de octubre. Deudor que suba al tren se converta en moroso inhallable, perdido en los suburbios de Buenos Aires o en los andurriales de Crdoba. Las tiendas de ropa no aceptaban de vuelta los trajes lustrosos ni las camisas gastadas pero a las heladeras y los lavarropas el cazador tena que consignarlos en el depsito del ferrocarril. Recin aparecan las heladeras elctricas, me acuerdo. Eran slidas y ruidosas como locomotoras. Mi padre nos llev a comprar la primera a Neuqun. Una Sigma que todava funciona, igual a las que el cazador tena que rescatar por las buenas o a los golpes.

En aquel viaje por caminos de tierra mi padre tena que ayudarlo a rescatar un combinado. As se llamaban: eran muebles de madera lustrada con una radio a lmparas y el tocadiscos de setenta y ocho revoluciones. El moroso se haba fugado al Sur con la familia y desde Crdoba reclamaban la msica y una indemnizacin si el mueble estaba rayado. Mi padre acept darle una mano porque pens que nunca lo atraparan. A cambio el cazador le pagaba el desayuno y comparta la gomina. En ese tiempo las hojas de afeitar ms baratas eran las Legin Extranjera, que dejaban la cara a la miseria. El tipo llevaba unas cuantas cajitas y mi padre tena que esperar que el otro las usara de los dos lados para poder afeitarse. A la semana de viaje haban atravesado la frontera de Ro Negro con Neuqun y el cazador segua adelante porque la presa mayor era un holands que haba pagado dos cuotas de la Puma Gran Turismo y el cobrador no volvi a encontrarlo en los lugares que sola frecuentar. La Puma tena slo dos velocidades: primera y directa. Era de fabricacin nacional y por eso se le perdonaban todos los defectos. A mediados de los aos 50 si uno tena una Puma se levantaba la chica que quera y aquel deudor haba abandonado Palermo Viejo para hacer patria en los confines de la Patagonia con su chica y su moto, lejos del estrs y las cuotas mensuales. Y as como persegua al que se fue con el combinado y al que se larg con la moto, el cazador tena una lista de morosos grande como un rollo de papel higinico. La colgaba de una percha en la cabina del Buick y mi padre la lea de reojo con miedo a encontrarse con su nombre. Aos despus, mientras me contaba aquel viaje, intu que haba querido largarse para siempre. Dejarnos en Ro Cuarto y mandar un giro cada tanto. Pero no se anim. Le pesaban su historia y vaya a saber qu culpas que llamaba responsabilidades. Volvi de aquel viaje sin mochila, mucho ms flaco, maldiciendo al cazador solitario. Pasaron varios meses antes de que nos dijera algo sobre los paisajes que haba conocido y muchos ms hasta que me cont el fin de su aventura. En Esquel se toparon con el tipo del combinado. Era un moroso; tmido, algo rengo, de nariz colorada y pelo cimarrn que iba a trabajar en bicicleta. Haba ocupado unas tierras en la ladera de una montaa y mi padre le cont al menos una mujer, seis hijas y algn colado ms que viva con ellos. Por ley, ningn ciudadano poda ser privado de su radio si era la nica que tena. Al menos eso me dijo mi padre, que gustaba sorprenderme con las paradojas de su poca. Por eso el cazador necesitaba ayuda. Alguien que si llegaba la polica declarara que ayer noms el moroso: le haba vendido otra radio porque lo nico que le interesaba de su combinado era la msica. Fue ah que mi padre empez a flaquear. Ya andaba hecho una; piltrafa de poco comer y nunca baarse. No le daba pena el otro sino su propia condicin de fugitivo, de deudor en el cielo y en la tierra. La noche antes de que el cazador diera el asalto mi padre sali a caminar y despus de mucho pensarlo decidi quedarse a pie y sin el desayuno gratis. Golpe a la puerta del moroso y encontr a la familia en medio de la cena. El dueo de casa desconfi enseguida y no se crey el cuento del inspector de Obras Sanitarias, aunque: mi padre tena la credencial con sellos y firmas. Todos lo miraban mientras revisaba la entrada de agua y una de las nenas masnicas pregunt medio asustada si se era" el Hombre de la Bolsa. Se rieron, pero el aire sigui tenso hasta que mi padre dijo que la instalacin era un desastre pero que

l haba ido a controlar la calidad del agua y no la de las caeras. Pidi dos vasos limpios, un poco de lavandina y fingi una alquimia que hizo rer a las chicas y lo llev a la mesa a compartir un guiso con trozos de cordero. El combinado estaba impecable, sintonizado en la onda corta del Glostora Tango Club. Afuera ya se haba levantado el viento y mi padre pens, de nuevo, que ste era un pas sin remedio al que haba que salir a mirar por ltima vez. La mujer fue a acostar a las nenas y los hombres salieron a despedirse en la vereda de tierra. Mi padre ya se alejaba en la oscuridad pero el otro lo llam con un chistido y un "disculpe don" que son bastante perentorio. Estaban parados ah, mirando al cielo, como para empezar a pelear o a rerse. El moroso llevaba una temerosa navaja en la mano y le pregunt quin era, qu quera en su casa. Ms tarde, mientras lo contaba, mi padre pareca avergonzado. Tal vez no era lo que quera que yo supiera de l. Dijo que respondi con una evasiva: "Yo tambin soy deudor", o algo parecido, y avis que el cazador vendra a la madrugada. El otro lo escuch sin interrumpirlo y despus seal la navaja. "Ni los discos se lleva ese hijo de puta", murmur. Mi padre asinti porque l hubiera dicho lo mismo y pregunt si no pasaba un colectivo que lo acercara al pueblo. No recuerdo dnde me cont que haba dormido y por la maana se present en la oficina de Obras Sanitarias para que lo repatriaran a su casa. Haba andado vagando por ah y como siempre volva al punto de partida. En la reparticin le dieron algo de ropa, unos vales con el escudo justicialista y unos das despus lo llevaron a la terminal. Mientras esperaba el mnibus se asom al depsito de encomiendas y vio una Puma Gran Turismo embalada en un armazn de madera. Al lado estaba el combinado envuelto con cartones y consignado a nombre de un vendedor de la ciudad de Crdoba. Haba muchas chucheras ms en las que el cazador de morosos tambin haba escrito su nombre de remitente satisfecho.

GorilasNunca olvidar aquellos lluviosos das de setiembre del 55. Aunque para m fueron de viento y de sol porque vivamos en el Valle de Ro Negro y los odios se atemperaban por la distancia y la pesadumbre del desierto. Mandaba el General y a m me resultaba incomprensible que alguien se opusiera a su reino de duendes protectores. Mi padre, en cambio, llevaba diez aos de amargura corriendo por el pas del tirano que no lo dejaba crecer. Una vez me explic que Frondizi haba tenido que huir en calzoncillos al Uruguay para salvarse de las hordas fascistas. Y se qued mirndome a ver qu opinaba yo, que tendra nueve o diez aos. A m me pareca cmico un tipo en calzoncillos a lunares nadando por el ro de la Plata, perseguido por comanches y bucaneros con el cuchillo entre los dientes. No nos entendamos. Mi peronismo, que dur hasta los trece o catorce aos, era una cachetada a la angustia de mi viejo, un sueo irreverente de los tiempos de Evita Capitana. Aos despus me iba a anotar al lado de otros perdedores, pero aquel ao en que empez la tragedia escuchaba por la radio la Marcha de la Libertad y las bravuconadas de ese miserable que se animaba a levantarse contra la autoridad del General. El tipo todava era contraalmirante y no se saba nada de l. Ni siquiera que haba sido cortesano de Eva. Todava no haba fusilado civiles ni prohibido a la mitad del pas. Era apenas un fantasma de anteojos negros que bombardeaba Puerto Belgrano y avanzaba en un triste barco de papel. Era una fragata bien slida, pero a m me pareca que a la maana siguiente, harto de tanta insolencia, el General iba a hundirlo con slo arrojar una piedra al mar. Recuerdo a mi padre quemando cigarrillos, con la cabeza inclinada sobre la radio enorme. Lo sobresaltaban los ruidos de las ondas cortas y quizs un vago temor de que alguien le leyera el pensamiento. A ratos golpeaba la pared y murmuraba: "Cae el hijo de puta, esta vez s qu cae". Yo no quera irme a dormir sin estar seguro de qu el General arrojara su piedra al mar. Tres meses atrs la marina haba bombardeado la Plaza de Mayo a medio da, cuando la gente sala a comer, y el odio se nos meti entre las uas, por los ojos y para siempre. A mi padre por el fracaso y el bochorno, a m porque era como si un intruso viniera a robarme los chiches de lata. Me cuesta verme as: qu era Pern para m? Una figurita del lbum, la ms repetida?, los juguetes del correo?, la voz de Evita que nos haba pedido cuidarlo de los traidores? Se me iba la edad de los Reyes Magos y no quera aceptar las razones de mi padre ni los gritos de mi madre. Creo que all en el Valle no se suspendieron las clases. Una tarde vinieron unos milicos que destrozaron a martillazos la estatua de Evita. Al salir del colegio

vi a un montn de gorilas que apedreaban una casa. Los chicos bajbamos la cabeza y caminbamos bien cerca de la pared. El da que Pern se refugi en la caonera paraguaya mi madre prepar ravioles y mi padre abri una botella de vino bueno. "Lo voy a cagar a Domnguez", dijo, ya un poco borracho, y busc los ojos de mi madre. Domnguez era el capataz peronista que le amargaba la existencia. El tipo que me dejaba subir a la caja del camin cuando salan a instalar el agua. Creo que mam le hizo una sea y el viejo me mir, afligido. "Por qu me sali un hijo as?", dijo y me orden arrancar el retrato de Evita que tena en mi pieza. Lonardi hablaba por radio pero el hroe era Rojas. Para convencerme, mi padre me contaba de unos comunistas asesinados y otra vez de Frondizi en calzoncillos. No les tena simpata a los comunistas pero ya que estaban muertos, por qu no acordarse de ellos? Yo no quise bajar el retrato y mi padre no se atrevi a entrar en mi cuarto. "Est bien, pero deja la puerta cerrada, que yo no lo vea", me grit y fue a terminar el vino y comerse los ravioles. Fue un ao difcil. Termin mal la primaria y empec mal el industrial de Neuqun. Hasta que Rodolfo Walsh public Operacin Masacre no supimos de los fusilamientos clandestinos de Jos Len Surez, ordenados por Rojas. Mi viejo segua enojado con Pern pero se amig con el capataz Domnguez. Alguien vino a tentarlo en nombre de Balbn. En ese entonces yo me haba puesto del lado de Frondizi, tal vez por aquella imagen del tipo en calzoncillos que se aleja nadando hacia la costa del Uruguay, y entonces mi padre se neg a entrar en poltica. En el verano del 58 empec a trabajar en un galpn donde empacaban manzanas para la exportacin y en febrero se larg la huelga ms terca de los tiempos de la Libertadora. Largas jornadas en la calle, marchas, colectas y asados con ftbol mientras el sindicato prolongaba la protesta. Un judo de traje polvoriento nos lea presuntos mensajes de Pern. Un da cay con un Geloso flamante y un carrete de cinta en el bolsillo. Le decan El Ruso; tena unos anteojos sin marco que dos por tres se le caan al suelo y haba que alcanzrselos porque sin ellos quedaba indefenso. Desde la cinta hablaba Pern, o alguien con voz parecida. El General anunciaba un regreso inminente y los rojos ya no eran sus enemigos, deca. Al final de la cinta nos hablaba al odo y deca que se le encoga el corazn al pensar en esa heroica huelga nuestra ah entre las bardas del desierto. Alguien, un italiano charlatn, sospech que el que hablaba no era el General. En aquel tiempo no conocamos los grabadores y la mquina que reproduca la voz pareca demasiado sorprendente y perfecta para ser autntica. El Ruso no tena pinta de peronista y la gente empezaba a desconfiarle. Mi padre y yo no nos hablbamos, o casi, pero si exista alguien en aquellos parajes capaz de confirmar que la mquina y la voz eran confiables, se era l. Le cont lo que pasaba y en nombre de la asamblea le ped que verificara si era autntico el Geloso del Ruso. Todava lo veo llegar, levantando polvareda con la Tehuelche que me haba ayudado a comprar. Esquiv las barreras que habamos colocado para cortar el camino y se meti en un pajonal porque vena clandestino. Al principio todos lo miraron feo por su aspecto de radical del pueblo. Un chileno bajito lo trat de profesor y eso contribuy a que se agrandara un poco. Se puso los anteojos, salud al Ruso y pidi ver el aparato. Era una joya. Apenas conocamos el plstico y aquello era todo de plstico. Mi viejo lo miraba como aturdido, con cara de no entender un pito de voces

grabadas y perillas de colores. El Ruso desenroll un cable que haba enchufado en la oficina tomada y coloc la cinta con cuidado, como si agarrara un picaflor por las alas. Y Pern habl de nuevo. Sinarqua, imperialismo, multinacionales, algo que hoy sonara como una sarta de macanas. El General record la Constitucin justicialista, que impeda la entrega al capitalismo internacional de los servicios pblicos y las riquezas naturales. Todos miraban a mi padre que escuchaba en silencio. Ensimismado, sac los carretes y toc la banda marrn con la punta de la lengua. Despus pidi un destornillador y desarm el aparato. Yo saba que estaba deslumbrado y que alguna vez, en el taller del fondo, intentara construir uno mejor. Pero esa tarde, mientras el Ruso se sostena los anteojos con un dedo, mi viejo levant la vista hacia la asamblea y murmur: "Es Pern, no tengan duda". Rearm el Geloso pieza por pieza mientras escuchaba la ovacin sonriente, como si fuera para l. Yo le miraba la corbata rada y las uas limpias. Aquel hombre poda reconocer la voz de Pern entre miles, con ruido de fondo y bajo fuego de morteros. Tanto lo haba odiado, admirado quizs. Dos das despus llegaron los cosacos y nos molieron a palos. As era entonces la vida. El Ruso perdi los lentes y el Geloso. Mientras corra no paraba de cantar La Internacional. A m me hicieron un tajo en la cabeza y a los chilenos los metieron presos por agitadores. Al volver a casa, de madrugada, encontr a mi padre en su escritorio, dibujando de memoria los circuitos del grabador. Me hizo seas de que fuera al lavadero para no despertar a mi madre y puso agua a calentar. All en el patio, frente al taller en el que iba a reinventar el Geloso, me ayud a lavar la herida y me hizo un vendaje a la bartola, porque no saba de esas cosas. "Parece mentira me dijo antes cada cosa estaba en su lugar; ahora, en cambio, me parece que son las cosas las que estn en lugar nuestro." Y no me habl ms del asunto.

MecnicosMi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no s si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabr aceptarlo. En la ruta pona las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un da, indefectiblemente, tena que volcar. Sucedi una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el nico coche que pudo tener en su vida. Lo haba comprado a crdito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salan arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradec. A esa edad creemos que el mundo slo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presuma de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque haba pasado por el Industrial de Neuqun. Antes de que me fuera al servicio militar me pregunt qu hara al regresar. Ni l ni yo servamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traa viniera del ftbol, que consideraba vulgar. A mi padre le gustaba la pera aunque creo que nunca conoci el Teatro Coln. Vena de una lejana juventud antifascista que en 1930 le haba tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romntico. Cuando le dije que quera seguir jugando al ftbol, lo tom como un mal chiste. Me aconsej que en la conscripcin hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evit las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambicin de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para despus inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo clculos. Una tarde en que me prest el Gordini para ir al bosque me anunci que al da siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo bamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo. Yo no le hice caso pero l se tom el asunto en serio. En el fondo de la casa tena un taller lleno de extraas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no poda pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tena a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Haba algunas muy estrambticas, llenas de engranajes, sinfines, manmetros y relojes, que nadie saba para qu servan. A la madrugada dej el coche en el garaje y me tir en la cama dispuesto a dormir todo el da. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permita fumar y el entrenador tampoco, as que cuando me ofreca el paquete yo sonrea y lo segua por el pasillo

ponindome los pantalones. Caminaba delante de m, medio maltrecho, y lo sorprenda que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller. Sos un cabeza hueca me deca. Se rea con Buster Keaton y lea La Prensa, que le prestaba un vecino. Tal vez haba envejecido antes de tiempo o quiz se enamor de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos haba arrastrado. Nunca lo sabr. Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el da en que lo conoci, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata. Me mir y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Despus, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, as aprendes". Era un da feriado, sin ftbol ni cine. Haca un calor terrible y a medioda el cura del barrio se present a comer gratis y a ver televisin. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidi que eligiera por dnde empezar. Pareca un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abra el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empez a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A m me daba bronca porque crea que nunca ms iba a poder llevar a mi novia al otro lado del ro y entre los rboles. Igual ataqu el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas. A medioda, cuando el cura asom la cabeza en el taller, ya tenamos medio coche desarmado. Los dos estbamos negros de aceite y habamos perdido por completo el control de la operacin. Mi padre haba desmontado todo el tren delantero, la tapa del bal, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrs, yo haba sacado vlvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigeal. De vez en cuando mi viejo gritaba "Carajo, qu mal trabajan los franceses!" y arrojaba el velocmetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador. El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le pregunt a mi padre cuntas cuotas llevaba pagadas. Ah se hizo un silencio y el otro casi se pierde los tallarines gratis: Doce le contest de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apstoles. Y con la ayuda de Dios todava tengo que pagar otras veinticuatro. Tardamos tres das para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera. La segunda tarde mi madre nos desconoci de tan sucios que estbamos y nos prohibi entrar a la casa. Dormamos en el garaje, sobre unas bolsas, y all nos traa de comer. Vivamos en trance, convencidos de que un tcnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la Patria no podan dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francs. Fue entonces cuando mi padre decidi comprimir el motor y aligerar la direccin para que el coche cumpliera una performance digna de su genio. Hizo un diseo en la pared y me pregunt, desafiante, si todava pensaba que el ftbol era ms atrayente que la mecnica. Yo no me acordaba cul pieza concordaba con otra ni qu gancho entraba en qu agujero y una noche mi padre sali a buscar al cura para que con un responso lo ayudara a rehacer el embrague. Al fin, una maana de fines de febrero el coche qued de nuevo en

pie, erguido y lustroso, ms limpio que el da en que sali de la fbrica. Lo nico que faltaba era la radio que el cura nos haba robado en el momento del recogimiento y la oracin. Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviacin y un bidn de nafta de noventa octanos. Haca tiempo que mi padre haba perdido los calzoncillos y se cubra las vergenzas con los restos de un mantel. Mi novia me haba abandonado por los rumores que corran en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. En el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arranc al primer impulso de llave. Mi padre estaba convencido de haberme dado una leccin para toda la vida. Adujo que la arandela se haba cado de una caja de herramientas y la pate con desdn mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como una gallo de ria. Despus me gui un ojo, subi al coche y arranc hacia la ruta. A la noche lo encontr en el hospital de Cauelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes. Anda me dijo. Presntate al regimiento como mecnico, que te salvas de los bailes y las guardias. Ese ao hice ms de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches lea a talo Calvino mientras escriba los primeros cuentos. Mi viejo saba aceptar sus errores y cuando publiqu mi primera novela, y me fue bien, se convenci de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribi un cuento de suspenso titulado La luz mala, que invent de cabo a rabo. Como Kafka, muri indito y desconocido de los crticos. Por fortuna para l su nico enemigo, grande y verdadero, haba sido Pern.

JuguetesEl primer regalo del que tengo memoria debe haber sido aquel camin de madera que mi padre me hizo para un cumpleaos. No me gust y no lo us nunca quiz porque lo haba hecho l y no se pareca a los de lata pintada que vendan en los negocios. Muchos aos despus lo encontr en casa de uno de mis primos que se lo haba dado a su hijo. Era un Chevrolet 47 verde, con volquete, ruedas de retamo y el cap que se abra. Las ruedas y los ejes seguan en su lugar y las diminutas bisagras de las puertas estaban oxidadas pero todava funcionaban. Mi padre se daba maa para hacer de todo sin ganar un peso. En San Luis construy una casa en un baldo de horizonte dudoso, cubierto de yuyos y algarrobales. El gobierno de Pern le haba dado un crdito para vivienda y l se senta vagamente humillado por haberlo merecido. Nunca supe cmo haca para ocultar su condicin de antiperonista virulento, de yrigoyenista nostlgico en los tiempos del Plan Quinquenal. En cambio yo me criaba en aquel clima de Nueva Argentina en la que los nicos privilegiados ramos los nios, sobre todo los que llevbamos el luto por Evita. En el da de Reyes, que para colmo es el de mi cumpleaos, el correo regalaba juguetes a los chicos que fueran a buscarlos. Muecas, trompos, una pelota de goma, cosas de nada que los pibes mostraban a la tarde en la vereda. Por ms peronistas que furamos, a los hijos de los "contreras" se nos notaba la bronca y el orgullo de ser diferentes. A mi padre no le gustaba que yo hiciera cola en el correo para recibir algo que l no poda comprarme. Por eso me hizo aquel camin con sus propias manos, para mostrarme que mi viejo era l y no el lejano dictador que nos embelesaba por radio y apareca en las tapas de todas las revistas. Pero a m el camin no me gustaba y a escondidas le escrib una carta al mismsimo General. No recuerdo bien: creo que en el sobre puse "Excelentsimo General Don Juan Domingo Pern, Buenos Aires". En casa siempre haba estampillas coloradas con la cara de San Martn as que despach la carta y enseguida me olvid. Para remediar su fracaso con el camin, mi padre me compr un barquito verde y blanco que no funcion nunca pero del que me acuerdo siempre. Como no tena hermanos, nadie me lo disputaba y pasaba horas hacindolo navegar. Me acomodaba bajo la copa de un rbol para protegerme del terrible sol puntano y all imaginaba aventuras tan buenas como las que traan El Tony, Fantasa y Rayo Rojo. No s, creo que unas veces yo era Tarzn y otras el Corsario Negro conduciendo, intrpido, a sus sesenta valientes. El tiempo pareca interminable entonces. Ser mayor era tener diecisiete

aos y sa era la edad de mis hroes en el momento de combatir o de amar. Y all bamos, Tarzn, el Corsario, Kit Carson y yo, en busca de una rubia suave y maternal que se esfumaba en las sombras de nuestra noche imaginaria. No s quin era; tal vez Lana Turner, Evita, o la radiante esposa del bicicletero de la esquina. Creo que hacamos con ella algo inconfesable y delicioso, mecidos por la brisa de la tarde o azotados por el torbellino del viento chorrillero. Entre tanto, mi padre ocultaba el pasto que habamos puesto para que comieran los camellos de los Reyes Magos. Recuerdo que !o segu a hurtadillas aquella noche en que me regal el camin y lo vi arrojar el pasto por encima de la tapia. Era un tipo de voz temible, mi padre; de gestos dulces y reflexiones amargas. Nada de lo que a l le gustaba me interesaba a m. Amaba las matemticas y lea gruesos libros llenos de ecuaciones y extraos dibujos. Me hablaba del Congreso y sus facultades cuando para m slo contaba el general. Me daba pena verlo soar con una mquina de fotos, una Leica que nunca podra pagar. A medida que crecamos y nos enterbamos por el cine, el Corsario, Tarzn, Kit Carson y yo distinguamos por la trompa un Chevrolet 37 de uno del 35, un Ford A del 30 de otro del 31. Una maana se detuvo frente a casa un Buick con tres hombres de sombrero. Lo buscaban a mi padre y l sali presuroso, con el pucho entre los labios. Llevaba el nico traje que tena para ir a la oficina y slo Dios sabe cmo haca mi madre para tenrselo siempre listo. La imagen de mi padre (alto, pelo blanco, idntico a las fotos de Dashiell Hammett) me es indisociable del cigarrillo en los labios. Lo dejaba consumirse ah, y se estaba horas mirando un libro de logaritmos, acompaado por una voluta de humo que flotaba hacia la lmpara. El Buick arranc y yo supe enseguida que era un modelo 39. Para el Corsario y Kit Carson era del 38, pero yo estaba seguro porque tena la parrilla ms ancha y generosa y atrs la carrocera bajaba en picada disimulando el bal. Mi madre se qued en silencio y cuando se pona as era mejor mantenerse a distancia. No s por qu, yo me ola plata, la plata que faltaba, la que permitira que mi padre se comprara la Leica y mi madre cambiara los zapatos. Plata para que me compraran Puo Fuerte y El Tony todas las semanas. Tal vez el Misterix, que era carsimo. "Una fragata", sola decir mi padre, "quin tuviera una fragata!". La fragata era el imposible billete de mil y mi padre haba imaginado todas las maneras de gastarlo. Ninguna inclua revistas de historietas ni matins con Dick Tracy y la habitacin donde l soaba se llenaba de voltmetros, catalizadores de clulas fotoelctricas y otras cosas tan inservibles como sas. Pero tampoco esa vez fue plata. Cuando volvi, a medioda, mi padre estaba plido pero sonriente. No se decida entre el orgullo y la bronca. La ceniza del cigarrillo le caa sobre el bandern azul y blanco que apretujaba con los dedos humedecidos. Me dio la mano le dijo a mi madre y me mir de reojo. Me dio la mano y me dijo: "Cmo le va, Soriano". Y cmo te conoci? pregunt mi madre, asustada. No s. Me conoci el desgraciado. En los das de ms furia sola llamarlo "degenerado mental", pero aquel medioda estaba demasiado impresionado porque el General, que iba a Mendoza en tren, se haba detenido en la estacin de San Luis para saludar a todos los funcionarios por su nombre. Uno por uno, hasta llegar al sobrestante de Obras

Sanitarias Jos Vicente Soriano, responsable de las aguas que consuma la poblacin de San Luis. Despus de aquel apretn de manos, mi padre fingi odiarlo todava ms y por las noches, a la hora de la cena, bajaba la voz como un filibustero listo para el abordaje: "No me voy a morir sin verlo caer!", deca, y yo me estremeca de miedo a verlo caer. Corra entonces a mirarlo sonrer en las figuritas, entre Grillo, Pescia, Fanny Navarro y Benavdez y me pareca invencible. Por las tardes, mientras preparaba el barco, vea pasar a la rubia mujer del bicicletero y el mundo de Tarzn, Kit Carson y el Corsario Negro volva a su orden natural e inmutable. No s por qu cuento esto. Me vienen a la memoria un arco y una flecha. Una espada de madera, un autito de carrera y el camin que tanto despreci. Tambin me acuerdo de la imponente llegada de un camin amarillo. Por fortuna mi padre no estaba en casa. Tocaron el timbre y sali mi madre: Presidencia de la Nacin dijo un tipo de uniforme. Y bajaron una inmensa caja en la que deca "Pern cumple, Evita dignifica". Mi madre intua, azorada, la traicin del hijo. "Ya vas a ver cuando llegue tu padre", grua mientras yo contaba las diez camisetas blancas con vivos rojos y una amarilla para el arquero. Tambin haba una pelota con cierre de tiento y una carta del General. "Que lo disfrutes", deca. Y tambin: "Pnganle el nombre de Evita al cuadro". Mi padre quera tirar la carta al fuego. Iba a pasar algn tiempo antes de que Pern cayera y muchos aos ms hasta que pudiera darse el gran gusto de su vida. Yo ya era grande, viva en la Avenida de Mayo y l se haba venido a Buenos Aires a buscar otro trabajo. Cuando pas a buscarme traa la Leica envuelta en sedas y con un manual en tres idiomas. Fuimos a un bar y rebosante de orgullo me mostr su juguete. De verdad era precioso. Lentes suizos, disparador automtico, qu s yo. Le pregunt si era muy cara y me contest con un gesto de desdn. "Vos pgame los cigarrillos", dijo. A los dos o tres meses fui a visitarlo a una ruinosa pensin de Morn y lo encontr nervioso y esquivo. "Dnde est la Leica?", le pregunt como al descuido y enseguida me di cuenta de que bamos a pasar un rato en silencio. Le di un paquete de cigarrillos y cuando se puso uno entre los labios, murmur: "Se la llevaron ayer, los degenerados... No alcanc a pagar la cuota, sabs?". Nos dimos un abrazo y nos pusimos a llorar. Mi padre por la Leica y yo por el camin aquel.

PalizasLa primera gran paliza de mi vida me la dio mi padre en la ciudad de Ro Cuarto cuando tendra nueve o diez aos. No s con qu cacharro estaba jugando sin atender las advertencias y cuando mi viejo vino a hablarme me retob y le tir algo contundente a la zona donde duele ms. Despus de unos cuantos saltos y flexiones que me hicieron despanzurrar de risa, mi padre me enderez de una patada y me calz tantos bofetones que me olvid de contarlos. Enseguida se arrepinti. Mi viejo era calentn pero rara vez pegaba. Si no le entendan por las buenas, sacaba la lapicera y se pona a explicar con un dibujo. Una sola vez lo vi pelear en la capital de San Luis y tuvo sus razones. Haba poca presin de agua y Obras Sanitarias multaba a los que lavaban los coches con agua de la canilla. Mi padre sala de inspeccin en la bicicleta y me llevaba sentado en el cao para ensearme dnde se terminaba exactamente la ciudad. sa era mi obsesin en aquellos tiempos. Saber dnde, en qu punto exactamente, una cosa dejaba de ser lo que era y se transformaba en otra. Lo cierto es que bamos buscando los lmites del pueblo por una calle de tierra, zigzagueando entre la polvareda con una de aquellas bicicletas peronistas de ruedas anchas y cuadro pesado en las que se desplazaban los funcionarios de la reparticin y los vigilantes de patrulla. A lo lejos divisamos a un grandote que tomaba mate y manguereaba alegremente un Chevrolet 42 de techo azul. Yo adoraba los coches, era hincha de Oscar Glvez y soaba con ser grande para manejar uno y conquistar a todas las chicas de la provincia. El de esa tarde tena los cromados relucientes y gomas con bandas blancas que necesitaban muchas horas de manguera para quedar impecables. El tipo estara preparndolo para salir de joda en esos tiempos de Alberto Castillo. Mi padre calz la bicicleta contra el cordn de la vereda y fue a decirle, sonriente y engominado, que estaba derrochando el agua destinada a la poblacin. En los jodidos tiempos del General y Evita Capitana haba demasiado Estado. Poner en peligro la salud de la gente poda acarrearle a cualquiera un sumario y una larga temporada a la sombra. Seguro que mi padre no quera terminar rapado y caminando entre dos vigilantes por las calles del pueblo, como les pas al gerente de Agua y Energa que se olvid de cerrar un pozo en la vereda y al almacenero que tena una balanza retocada. Entonces se, arm de todo su coraje y como el tipo se le rea en la cara, medio sobrador y jodn, sac el talonario de multas y ah noms le labr un acta de infraccin, o algo parecido. El grandote se encocor. Anunci su calidad de integrante de no s qu rama del justicialismo y abri ms fuerte la manguera para que viramos cmo nos haca brillar el auto en el hocico y se pasaba por los quintos forros las

opiniones de un funcionario de traje gris y broches de ciclista. Mi viejo le alcanz la boleta para que la firmara mientras le discurseaba un edicto peronista de los que l detestaba, pero que eran ley sagrada. La gresca empez cuando el grandote arrug el papel, lo tir a la alcantarilla y sac un sonoro "que se te mueran los hijos, la puta que te pari". En ese tiempo yo no saba muy bien qu era morirse, pero a mi viejo se le subi la sangre a la cabeza y le tir un derechazo que me lo convirti para siempre en Colt el Justiciero. Despus tambin l recibi lo suyo y cuando llegaron los vigilantes fuimos todos a parar a la comisara. A m me llevaron a casa de inmediato porque como todo el mundo saba los nicos privilegiados ramos los nios. A mi viejo lo soltaron ms tarde, con algunos moretones, bastante despeinado y un poco rengo. Al grandote le aplicaron el edicto y le cobraron la multa porque el General haba mandado pegar por todas partes unos afiches de frondosa redaccin: As como la gota de agua horada la piedra, una canilla mal cenada horada la riqueza de In Nacin. Tiempo despus, frente a un peleador de nombre Orellana, que estaba dndome una paliza contra las cuerdas de un ring de Neuqun, trat de recordar cmo diablos hizo mi padre para sacar una derecha tan buena y tan sorprendente contra al regador justicialista. El tal Orellana me castigaba al hgado para ablandarme los brazos y yo lo agarraba como poda mientras rogaba que tocaran la campana. Era un torneo intercolegial en el que me haba anotado para no parecer menos hombre que los del curso de tornera. Pero un da nos avisaron que tenamos que presentarnos en el gimnasio y a mi madre casi le da un infarto del susto. El viejo se quit los anteojos, me dio un reto y enseguida me facilit la plata para el colectivo porque prefera que yo mismo arreglara los los en los que me meta. Al principio ramos todos malos y bastante miedosos. De verlo a Gatica en las fotos del diario yo saba que haba que poner un guante firme para proteger la cara y tirar el otro hacia adelante para mantener alejado al rival. Con eso me bast para ganarle a un eslovaco de nariz grande y nombre complicado que vena agrandado del Normal Cipolletti. Tambin a un italiano raqutico de la Escuela de General Roca al que saqu en dos vueltas despus que me peg uno de los sopapos ms sonoros que he odo en mi vida. Entonces, como nos pasa a esa edad y tambin en otras ms ridculas, cre que yo era el mejor y que con slo extender mi puo mgico los otros se caeran como los limones de los rboles. Mi padre detestaba el boxeo y dominaba las matemticas, la fsica y muchas otras cosas inservibles en este pas. En aquel valle de bardas salvajes me hablaba de algoritmos y memorias artificiales cuando las computadoras eran una ilusin de veinte toneladas y yo crea que poda ser campen neuquino de peso mediano. Hasta que me agarr Orellana que vena de Zapala y me dio una paliza metdica y sarcstica, pegando y cantando al mismo tiempo, y ah se termin mi carrera con los guantes. Machucado, con la cara toda cortada, volv arrastrndome a casa y me convenc de que mi futuro estaba en algn alto lugar del ftbol nacional. No sospechaba que aos despus, en un piquete de huelga de los embaladores de manzanas del Alto Valle, vera cargar a los cosacos de la Libertadora mientras los cabecitas cantaban a todo pulmn la Marcha Peronista. Era mi primer trabajo entre dos temporadas de colegio. No recuerdo bien si la huelga era por plata o por la vuelta de Pern. Haba gente que miraba al cielo

ansiosa por descubrir el avin negro que traera de regreso al General, esperaban que se asomara a la ventanilla y saludara con brazos abiertos y la sonrisa. Yo ya no cantaba lo mismo que ellos pero la paliza fue la misma para todos, con caballos pechadores y cachiporras de goma. Tirbamos bolitas para que resbalaran los caballos pero no s por qu los que caamos ramos nosotros. Aprendamos ser argentinos, a correr y escondernos, a escapar, a perder. En los discos y por la radio sonaba Billy Cafaro, un prodigio fugaz. Durante los recreos nos pelebamos a tortas mientras Aramburu y Rojas fusilaban en los basurales de Len Surez. El cajn de Evita se iba de viaje y los cosacos pegaban, los caballos pegaban, todos pegaban. Lstima que mi padre no estuviera all con sus talonarios de multas y sus libros de electrnica para sacar el sorprendente derechazo de Colt el Justiciero.

TrenesSiempre me vuelven a la memoria aquellos viajes en tren que cambiaron mi vida. Eran viajes largos y rumorosos, con sndwiches de milanesa y limonadas caseras. Ah vamos, mi madre y yo vestidos de Domingo en el vagn de segunda. Mam lleva un pauelo azul al cuello y la mirada puesta en la ventanilla sucia. Yo voy de pantaln corto y es posible que lleve un pulver marrn con los codos zurcidos. No s a qu le temo ni en qu piensa mi madre. Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte. Mi padre ha partido meses antes a ocupar su cargo en una oficina de Ro Cuarto. Muchos aos despus, al escribir estas lneas, releo una carta que le mand a los nueve aos: "Querido pap: a mami ya le sacaron la benda y yo me estoy haciendo una onda, la goma me la trajo del regimiento el seor Limina. Ya tenernos camionero, es Jamelo, mand plata. Como ests por all? Asfaltan calles? ac no, Fernandino viene siempre entre las 10 o 10 y media. Voy al cine cuando quiero y me levanto a las 10. Esperamos ir con vos, termina la casa. Besos chau". Y al margen, como posdata: "El gatito est atado". Algunos errores de sintaxis, la be de benda y los acentos que faltan. Una caligrafa rumbosa que mi padre conserv hasta el final entre sus papeles. El chico de la carta es el que viaja con su madre en un tren que culebrea y se detiene de tanto en tanto a reponer agua y carbn. Una locomotora negra, con humo negro, igual que esa a pilas con la que ahora juega mi hijo. Pern la ha pagado como si fuera nueva y lleva el escudo nacional. Me pregunto: por qu est atado el gatito? Qu venda le han sacado a mi madre? Quin es Jamelo? Por qu me preocupa tanto el asfalto de las calles? Mi madre ya no se acuerda del gatito. Con ms de ochenta aos se le confunden los trenes. Haba tomado el primero en Pamplona, cuando era chica, y sigui aqu, en esta tierra inmensa, detrs de mi padre. Al Norte, al Sur, a la sierra, al mar, mam subi a todos los trenes. Me dice, escondida en una montaa de recuerdos difusos, que Jamelo era el de la mudanza y se lleva la mano a la frente donde todava tiene la marca de aquella herida. Un barquinazo con el jeep de Obras Sanitarias, de eso me acuerdo bien. Mi padre siempre agarraba los pozos ms grandes y en aquel de San Luis mi madre dej la lozana de su cara espaola. Sangraba y no poda entender qu le haba pasado. Mi viejo la cubri con un pauelo y manej kilmetros y kilmetros maldiciendo todos los pozos que Dios pona en su camino. En un hospital le colocaron esa venda que ya le han sacado en mi carta. Manejaba mal, mi viejo, pero l nunca lo admiti. Una vez me atrev a decrselo en una curva, camino de Rauch. Fren el coche en un pastizal y me dijo que bajara a pelear. Era as. Se enfrascaba en sus pensamientos y olvidaba la ruta. Entonces mi madre se senta feliz de subir al tren justicialista. No le

importaba que pasramos das y das en aquellas butacas de madera durmiendo sobre una frazada. A la noche, cuando el tren se paraba en cualquier parte y los sealeros caminaban junto a la va sin dar explicaciones, abra un paquete hecho con una caja de zapatos y todos los pasajeros se daban vuelta para sentir el aroma de nuestro pollo relleno. Tena que durar hasta el final del viaje y lo administraba con un rigor de campesina. Mientras comamos me contaba escenas de Lo que el viento se llev y de postre las pelculas del Gordo y el Flaco. Entonces rea y los haca correr perseguidos por un fantasma o subir un piano intil a un segundo piso equivocado. El tren arrancaba a los tirones y despus se paraba en una estacin de mala muerte. Recuerdo que en ese viaje, o en otro, subieron a un boxeador noqueado y con los guantes todava puestos, que mientras dorma narraba su propia derrota. Mi madre le moj los labios con un pauelo. El entrenador llevaba sombrero, tiradores y una boquilla, pero se le haban acabado los cigarrillos. Cada vez que mam se inclinaba a auxiliar a su amigo el tipo se sacaba el sombrero y rogaba a Dios que se despertara para la prxima pelea. Una vez que hicimos noche en un hotel de Baha Blanca tard en dormirme y entrev la desnudez de mi madre bajo la ducha. Al da siguiente, en el expreso a Neuqun, le pregunt qu era esa cosa negra que tena ah. Me mir y durante un rato movi los labios sin hablar. Por fin dijo: "Un hormiguero", y sa es la nica cosa textual que recuerdo de nuestra charla. Yo tena cuatro o cinco aos y ella todava no llevaba la huella en la frente. Una vez le escuch decir que queran adoptar un hermanito para m. La odi y odi a mi padre hasta que me pregunt si quera un hermano de regalo y yo me puse a llorar. Pero eso fue mucho ms tarde, entre el rpido a Ro Cuarto y el expreso a Cipolletti. Ahora creo que vamos rumbo a San Luis y en un lugar penumbroso suben dos mellizos vestidos de azul, con una valija inmensa. Al rato uno abre la valija y de adentro sale un enano. No necesitan boleto. Los tres son, le informan al guarda, electores de Pern. Los que el pueblo vot para que votaran por Pern. En casa, el General era mala palabra pero ah, de noche y a los cimbronazos, estallan aplausos y el enano levanta los brazos subido a un asiento. Alguien, atrs, empieza a vociferar "aqu estn/stos son/los muchachos de Pern". Uno de los mellizos se sienta al lado de mi madre y enseguida le saca un piropeo de versos floridos. Ella se levanta en silencio, indignada, con la cicatriz que le cruza la frente, y me arrastra al pasillo. "ste es mi hijo", le dice al guarda mientras me pone la mano sobre un hombro, "y en este tren, como manda el General, los nicos privilegiados son los nios". Me parece mentira que lo diga ella, pero el de uniforme se pone duro como un mstil y el enano deja de gritar. Despus todo pasa muy rpido. En la siguiente estacin sube la polica y se lleva a los electores a empujones. Un gordo engominado se acerca a mi madre y se disculpa en nombre del ferrocarril: los privilegios de los nios alcanzan a las madres, dice y suda a mares mientras su mano grasienta me acaricia la cabeza. Parece asustado y nos ofrece pasar al vagn de primera. Esa fue la nica vez que viajamos en asientos mullidos. Mi madre se recuesta y cierra los ojos. Ahora veo: el gatito est atado a una silla, enredado en un ovillo de lana. Dorma en mi cama como ahora otro duerme junto a mi hijo. A veces yo era el Corsario Negro y l el Corsario Rojo que iba a morir en el cadalso. Era negro y blanco con un morro fino y una paciencia infinita. Una noche no

volvi, la siguiente tampoco y a la tercera empezamos a llorarlo. Nos haba acompaado en otros trenes, aterrado por el encierro y el ruido. Vena del asfalto de Mar del Plata y tal vez sufra los calientes desiertos puntanos. Suea con eso mam cuando duerme esa noche en el tren? Suea con su aldea de Navarra? Con la voz de Magaldi? Con los bailes en Barracas cuando era joven y trabajaba en la fbrica de medias? En la larga espera de una estacin desconocida, esta vez rumbo a Tandil, habla de ella: aos atrs un tal Fermn Estrella Gutirrez le ha escrito versos de amor, dice. Era elegante y gentil aquel poeta de sonoro apellido. Qu ms, me pregunto ahora: qu otros sueos? Ms praderas y distancias? Tal vez la pensin de la calle Brasil, a una cuadra de donde viva el Peludo Yrigoyen. La estacin Constitucin donde desembarcamos por primera vez, yo intimidado por la inmensa avenida y ella feliz con su sombrero de paja bajo el sol. Trenes de madera, de fierro, de juguete. Resaca inglesa y vivezas criollas. Van peones deportados, viajantes medrosos, boxeadores noqueados, antiguos electores de Yrigoyen y Pern. Ah va Gardel que todava no es Gardel. Viene Eva, que todava no es Evita. Sube su moto un chico que todava no es el Che. Todos duermen, igual que mi madre. Van a la deriva del destino. A cara o cruz. Aunque nunca hablemos de los sueos, es en ellos donde alguna vez somos enteramente felices. Mientras ruge la locomotora y crujen las maderas de aquel vagn justicialista.

CadasMi padre tuvo tantas cadas que al final no recordaba la primera. Lo vi despearse con una motoneta camino de Plaza Huincul y aos ms tarde se dio vuelta con el Gordini, cerca de Cauelas. Mi madre me cont que una vez, cuando yo era muy chico, se cay sin mayores daos de un poste de telfonos y como era bastante distrado sola tropezarse con los juguetes que yo dejaba tirados en el suelo. Una tarde de diciembre de 1960 alguien vino a avisarme que lo haba atropellado un auto. Llegu sin aliento en una bicicleta prestada y lo encontr estirado en la calle. Estaba un poco despeinado, con los ojos abiertos y la cara muy blanca. Sobre el asfalto haba un poco de sangre manchada por las huellas de unos zapatos. La gente se apart para dejarme pasar y un tipo me dijo ya estaba por venir la ambulancia. Alguien que le haba puesto un pulver bajo la nuca me alcanz los anteojos que se haban roto con la cada. Nadie hablaba y yo no saba qu decir. Me arrodill a su lado y le habl al odo tratando de que la voz no me saliera muy asustada. Le pregunt si poda escucharme y alguna tontera ms, pero no abri la boca. Entonces fui pedir que me ayudaran a llevarlo al hospital pero me dijeron que no convena moverlo porque deba estar muy estropeado. El paisano de sombrero negro que lo haba atropellado estaba llorando dentro del coche y tampoco me hizo caso. Volv a sentarme en la vereda y le tom una mano. Estaba fra y blanda como la panza de un pescado. No llevaba ms que el anillo de casamiento y el Omega con la correa de cuero. Me pregunt qu hara all, en la otra punta del pueblo, cruzando la calle como un chico atolondrado. En esos das haba cumplido los cincuenta y recin ahora me doy cuenta de que corra contra el tiempo. No haba hecho nada que le sirviera a l y la nica vez que sali en los diarios fue despus del accidente, entre un cuatrero detenido en General Roca y un incendio en la usina de Arroyito. Con los primeros calores de aquel verano haba tomado la decisin de abandonar Obras Sanitarias y montar un taller de